hUESOS QUE PIENSAN: UN PASEO POR LA
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hUESOS QUE PIENSAN: UN PASEO POR LA
h uesos que piensan: un paseo por la última muestra de Luis F. Benedit 1. Silla armada de huesos 2. Espejo con grabado de la anatomía del caballo en vista frontal 3. Espejo con grabado de la anatomía del caballo en vista posterior Por Martín bonadeo Luis Fernando Benedit nació en Buenos Aires en 1937. Es arquitecto y pintor autodidacta. Sus primeras obras se relacionan con la estética del informalismo. En los 70 integra el Grupo de los 13, luego llamado Grupo CAYC. Realiza experiencias biológicas y fisioquímicas produciendo numerosos hábitats artificiales que evidencian estructuras de comportamiento animal y vegetal, entre los que destacan el Biotrón presentado en la Bienal de Venecia y el Fitotrón exhibido por primera vez en el MoMA y actualmente instalado en el MalBA. L 4 1 2 3 lego en un ruidoso colectivo y veo cómo la obra “Volumen” de Sergio Avello ubicada en la explanada exterior del MalBa poetiza en tiempo real este impacto sonoro urbano. Se trata de una especie de vúmetro -indicador lumínico de intensidad sonora- gigante; una estructura de metal con luces que van del verde en la base al rojo en su máxima altura. Mi colectivo lo hizo llegar al rojo. Me bajo y a mi lado pasa uno de los mateos del zoológico tirado por un caballo emitiendo un rítmico clic-cloc, clic-cloc de los cascos del caballo chocando contra el pavimento, su impacto sonoro es mínimo, el medidor ni se inmuta. No puedo evitar pensar en lo alejados que estamos de la naturaleza. Por milenios el hombre se transportó a caballo y tuvo una relación intensa, por momentos casi simbiótica con este animal. Hoy se perdió; la mayoría estamos lejos. Estos cuadrúpedos cada vez pierden más sus aspectos funcionales asociados a la supervivencia y quedan relegados a cuestiones deportivas, de exhibición o de marginalidad. Los pocos en la ciudad que utilizan el animal como herramienta de trabajo son los cartoneros. Esta reflexión no es casual: estoy por entrar a la última muestra de Luis F. Benedit, Equinus Equestris. Composición tema: el caballo Entrar en el universo Benedit no es fácil. Nada es obvio, las imágenes nos resultan familiares, pero tienen pequeñas modificaciones que alteran su forma y su significado. La gran mayoría de sus piezas tienen muchas capas de lectura y hablan entre sí. Sus obras suelen constituirse en más de un objeto, con más de un punto de vista. Un dibujo, una escultura y un texto funcionando en conjunto; materiales como neón sobre fragmentos de huesos, proyecciones de diapositivas o de video sobre personajes originarios de nuestras pampas; un cráneo e imágenes antropológicas cuasi científicas; dibujos infantiles, laberintos y dispositivos acrílicos para que vivan animales, insectos y vegetales en pruebas empíricas realizadas fuera de un laboratorio de ciencia. Todos estos registros funcionan juntos y ver una de sus muestras implica decodificar lo que está encriptado en ellos. Los contenidos de estas composiciones se multiplican y hay tantas lecturas posibles como personas pasen por la sala y lo vean. Hay un diálogo fluido y muy calculado entre todas las partes que arman el rompecabezas de cada obra de Benedit. El conjunto se presenta en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires –MalBA- en una exhibición con un título digno de un taxonomista o del coyote y el correcaminos: Equinus Equestris. Casi 60 piezas de la producción de los últimos años alrededor de un tema, el caballo. Veo mi reflejo y soy...un caballo La muestra tiene una entrada según un recorrido lógico en el que hay una serie de espejos de varios tamaños enmarcados en madera. Todos los marcos tienen relieves con motivos geométricos diferentes que hacen juegos gráficos con guardas grabadas en blanco dentro de los espejos. En el centro de las superficies reflejantes se encuentran grabadas distintas imágenes de caballos. Vistas frontales, posteriores e incluso aéreas de estos Rauhwacke-oahu, una de las acuarelas exhibidas 2006 87 tres perros trabajados en distintos materiales e identikits de descendientes de originarios pampeanos equinos que nos dejan ver partes internas de su anatomía, esqueletos y musculatura, como en una radiografía o una biopsia. De atrás o de adelante estos animales se ven bípedos con un porte similar al humano. Mientras miro la figura grabada en blanco, me veo reflejado en la silueta del caballo, transformándome en un hombre/caballo, un centauro. Asi entro en el universo que propone Benedit en esta última muestra, la de la fusión entre el hombre y su animal de transporte, su animal de batalla, aquel que podía transformarlo en vencedor por el simple hecho de estar montado contra un adversario de a pie. Más a la derecha estas ilustraciones cuasi científicas de manual de veterinaria toman otro curso en piezas más pequeñas y no tan verticales en las que se encuentran imágenes que tienen más que ver con el fin de la vida, como un cráneo de vaca colgado a la altura de mi cabeza. Entonces mi rostro se refleja en la representación del resto óseo de una calavera de vaca. ¿De vaca? ¿Por qué de vaca y no de caballo? Primera desarticulación del discurso dentro de la serie. ¿Cuál es la relación entre estos dos animales? Si pensamos en nuestras pampas, se trata de una relación de larga data, en la que el caballo siempre manda, guía y lleva este animal hasta la faena final. Se solicita dar con el paradero de los dueños originales de la pampa Si la muestra gira en torno de la cultura equina, ¿qué hacen cuatro enormes cuadros con retratos en la pared del fondo? Benedit nuevamente nos pide que movamos nuestras neuronas. Cada uno de estos lienzos tiene cuatro retratos ordenados como fotos carnet o como una serie de cuatro Marilyns de Warhol pero con bastante menos glamour. En total son dieciseis los rostros que vemos representados en una técnica que nos remite al identikit policíaco. Este tipo de ilustración indica que los personajes que vemos están desaparecidos y alguien recuerda sus rasgos para intentar una búsqueda. Veo a mi alrededor y ninguna de las personas que visitan la muestra en la sala tiene rasgos parecidos a los protagonistas de estas imágenes. Son todos descendientes de la tribu Baigorrita, de los caciques Yanquetruz y su sucesor, Pichún Gualá y Rita Castro (cautiva cristiana). Claramente nuestra raíz es otra. No queda prácticamente nada en nosotros de los pueblos originarios de nuestras tierras. Somos importados, todos descendemos de los barcos y no tenemos arraigo. Tal vez sea el caballo uno de los principales responsables en las sangrientas victorias de los españoles que tan fácil lograron conquistar estas tierras y arrasar con los habitantes originarios. Sus rostros están pintados en colores metalizados grises y verdes, y sus cuerpos recubiertos con distintos materiales. El que está ubicado en la tarima más baja “Perro de huesos” está forrado con fragmentos de huesos de vaca pulidos formando un peculiar mosaico decorativo que lejos está de la función original de los huesos: sostener un cuerpo. El que está una altura media “Perro de plomo” mira directamente uno de los cuadros de los Baigorrita atento, inmovilizado por un manto texturado de este pesado metal. Por último “Perro de palo” es el que se ubica en el pedestal más alto y está cubierto por fragmentos de palo de escoba. Sobre esta capa de madera tiene una especie de peluca de LEDs -Light Emiting Diodes- azules encendidos y todo el cableado que baja hasta el piso donde se enchufan. Tres mascotas adornadas Otra vez pasa lo mismo. ¿Qué hacen tres estatuas en escala real de perros entre tantas referencias a los caballos y a la pampa? ¿Será porque los perros suelen acompañar a los hombres montados a caballo? Estas preguntas se responden en el texto de la curadora Patricia Rizzo mejor que en la sala: “El curioso formato ‘perruno’ de la raza inglesa Bull Terrier está representado en tres versiones: de palos de escoba y leds, de hueso y de plomo. Todos recuerdan a Romero, su mascota, un bullie que habitaba su chacra de Santa Coloma, muerto hace algunos años (...) resultan piezas emparentadas con códigos propios del diseño contemporáneo.” Estas tres piezas se ubican sobre tarimas en el suelo y están en tres alturas distintas, como una especie de podio o escalera y cada uno mira en una dirección distinta y opuesta. Fueron realizados en fibra de vidrio y resina epoxi. acuarela que nos remite a los taxonomistas de antaño 89 1. Imágenes de los decendientes de la Agrupación Baigorrita realizados en carbón, sanguínea y grafito 2. H-09 una pieza de madera y huesos de vaca y caballo en composición abstracta 3. H-05 una pieza de madera y huesos de vaca y caballo en composición abstracta 4. H-17 una pieza de madera y huesos de vaca y caballo en composición abstracta 1. Chapa esmaltada ilustrando los grandes ligamentos de los caballos 2. Instalación Caballo enfermo 3. Figura ilustrativa del Esqueleto equino 1 La zona naranja, lo más críptico En el centro de la sala hay un espacio con los muros pintados de un naranja intenso y dentro de este espacio se encuentran exhibidas las piezas centrales, el corazón de la muestra. Consiste en una serie de composiciones abstractas realizadas artesanalmente con trozos de hueso de vaca y de caballo pulidos armados sobre tableros de madera. La mayoría de los fragmentos no son reconocibles, pero cada tanto aparecen algunas formas de extremos de huesos que sobresalen de la composición. El conjunto está compuesto por más de 20 obras de distintos tamaños y formatos cuyos títulos son simplemente H y un número, lo cual no nos da ninguna pista de qué pueden estar representando estas abstracciones. Una reflexión sobre obras es el punto del partida en el texto del catálogo: Hueso: cada una de las piezas duras que forman un esqueleto Ostiario: cura encargado de abrir y cerrar la iglesia Osero: cualquier lugar donde se echan huesos Osamenta: esqueleto de hombre o animales 2 3 Más adelante en este texto Benedit afirma que “vivimos sobre montañas de huesos, que no vemos pero existen”. Como resto de un ser vivo, la osamenta es lo último que desaparece, incluso una vez desintegrada, sus minerales continúan y se manifiestan en la pampa con el efecto conocido como “luz mala”. El artista detiene esta descomposición natural, seccionando, lijando y lustrando estas piezas, estirando su vida, estetizándolas y resignificándolas. Estos trozos de huesos también son utilizados para recubrir cuatro sillas. El resultado final es un mueble disfuncional, ya que no invita a sentarse. Por más brilloso que sea, el hueso como material no logra des- hacerse de sus connotaciones de muerte. El último ingrediente de esta composición parece extraído de un gabinete de curiosidades naturales y es una serie de acuarelas que registran y documentan huevos y otros objetos con una actitud similar a la de los taxonomistas de hace un par de siglos. El orden de exposición, la forma en la que están agrupadas las obras en el espacio y la relación y el contraste entre ellas es altamente inquietante, proponiendo infinitas lecturas, abriendo el sentido y generando una situación de una riqueza difícil de encontrar. 2 1 Láminas educativas Tal vez Leonardo da Vinci haya sido el más obsesivo en este proceso de comprender la estructura ósea, muscular y anatómica general de un organismo para luego representarlos con una mayor exactitud. Siguiendo esta lógica de estudio, se presentan en la sala tres grandes chapas esmaltadas que representan sub-estructuras equinas en un estilo muy ilustrativo, digno de manual de educación. Estas piezas pueden resultar demasiado sencillas en si mismas, pero dentro del contexto de la muestra suman ambigüedad, complejidad y posibilidades de decir lo mismo de una nueva forma. Las piezas van agrupándose y estructurando una especie de bola de sentido que va creciendo a medida que avanzamos en la muestra. Las luces finales Sobe el final de la muestra aparecen nuevos objetos que emiten luz en dos instalaciones. Por un lado se presenta “Caballo enfermo” que consiste en una proyección sobre una pared de un dibujo de un caballo escala 1/1 en un fondo azul que se enciende y se apaga cíclicamente. Sobre el muro hay unas cincuenta zonas señaladas con círculos -que coinciden con 3 4 91 el autor con su obra la silueta equina cuando ésta está encendida-. Cada uno coincide con una región específica de su anatomía. En estos círculos hay una pequeña luz blanca que ilumina un pequeño cartel que tiene escrita una de las enfermedades más comunes contraídas por esta especie. Desde una especie de transformador ubicado en el piso a un lado de la proyección sale una enorme cantidad de pares de cables (uno para cada lámpara). La imagen final da una idea de electrodos ubicados sobre el animal, auscultándolo, examinando su salud. Sumando un nuevo layer de complejidad y análisis sobre el objeto de estudio. Cerca de esta pieza se ubica “San Hubertus”. Antes de describirla, creo que merece la pena decir unas palabras acerca de este santo patrono de cazadores, matemáticos, ópticos y metalúrgicos. Según la leyenda, mientras perseguía un ciervo, éste se le apareció en el claro de un bosque con una gran cruz flamígera entre las astas. Según palabras de la curadora, “no es la primera vez que Benedit usa iconografía litúrgica cristiana o que incluye a santos populares, como el Gauchito Gil, o las instalaciones referidas a Ceferino Namuncurá que destacan la ascendencia del llamado santito de toldería, uno de los primeros mártires indios reconocidos, presente en varias de sus obras.” La obra en sí consiste en varios elementos según la ficha técnica: Madera, luz de neón, cabeza y cornamenta de ciervo y objeto de madera y resina epoxi. Desde lo concreto vemos un pequeño texto, al lado tiene una ménsula de color azul con una figura del santo pintada de color plateado. Este color refleja el verde del neón de una cruz que se encuentra en la parte más alta de la pared entre la cornamenta de una calavera de un ciervo real. Todos los elementos constituyen una especie de altar kitsch dedicado a este santo protector. Existe un diálogo muy interesante entre estas dos piezas: una presenta la enfermedades y la otra las cura, en una conversación de los más peculiar. Benedit no anda de a pie La muestra cierra con un tríptico compuesto por dos pequeñas imágenes a los lados, la Iglesia de Baradero a la derecha y la Iglesia de San Antonio de Areco a la izquierda, y entre ambas un gran autorretrato ecuestre. Elije terminar con un autorretrato -Benedit es admirador de Max Beckmann, un pintor de quien se dice que es el que más cantidad ha realizado-. Según Rizzo, “a través de un dibujo minucioso, Benedit se dibujó con el atavío y la armadura del caballero, pero cambió la heráldica original por una guarda tehuelche y su traslado sucede en la Provincia de Buenos Aires, entre las ciudades de Baradero y San Antonio de Areco, representadas por las fachadas de sus iglesias, las que completan la trilogía. La relación es autorreferencial: la chacra donde el artista pasa gran parte de su tiempo se encuentra en medio de las dos ciudades.”. De esta forma cierra esta exposición; luego de comenzar poniéndonos en el lugar del caballo y mostrarnos una enorme cantidad de lecturas e interpretaciones posibles sobre este animal, el autor decide dejarnos con una imagen de su propia persona dominando un caballo. 93