LA ARQUEOLOGÍA Y EL POBLAMIENTO HUMANO DE LA

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LA ARQUEOLOGÍA Y EL POBLAMIENTO HUMANO DE LA
BSCP Can Ped 2001; 25- nº 2
LA ARQUEOLOGÍA Y EL POBLAMIENTO HUMANO
DE LA GOMERA
(ISLAS CANARIAS)
J.F. Navarro Mederos
Departamento de Prehistoria, Antropología e Historia Antigua
Universidad de La Laguna. Tenerife
EL POBLAMIENTO BEREBER DEL ARCHIPIÉLAGO Y DE LA ISLA
Cuando a principios del siglo XIV los europeos re-descubrieron el Archipiélago Canario, advirtieron que los habitantes de cada una de las islas tenían singularidades en sus costumbres, enseres, etc. Pero eso no les impidió advertir enseguida que
bajo esa capa de individualidad todas las islas poseían un sustrato cultural único y,
aunque en ellas se hablaban diferentes variantes dialectales, todas tenían un tronco
común, el mismo que la lengua de Berbería, advirtiendo asimismo mucho parecido en
los usos y modos de vida de canarios y beréberes. Por lo cual, los cronistas y primeros
historiadores de la conquista ya intuían que aquellas gentes no podían haber venido de
otro sitio que del norte de África. De manera que en la actualidad las diferentes disciplinas se han limitado a corroborar científicamente el origen beréber de los antiguos
canarios, ajustando un poco más el ámbito de procedencia y, sobre todo, las cronologías. La asignatura pendiente es conocer con precisión las causas y medios del
poblamiento, preguntas para las que aún no hemos dado respuestas definitivas.
Desde hace décadas se sabe que la primera colonización humana de Canarias
se produjo hacia la mitad del Primer Milenio antes de Cristo. Hoy existe un repertorio
relativamente extenso de dataciones obtenidas por diversos procedimientos, como el
C-14, paleomagnetismo y termoluminiscencia, las más antiguas de las cuales se sitúan en unos rangos que fluctúan entre los siglos IV y V antes de la Era. Quizás en el
futuro se obtengan cronologías ligeramente más viejas, pero no mucho más, a tenor de
otras pruebas arqueológicas. El conocimiento de este archipiélago se debió producir
no mucho antes de las fechas indicadas, cuando los púnicos y otros marinos del occidente mediterráneo costeaban esporádicamente el litoral atlántico marroquí, de mane119
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ra que poco antes de la Era las Canarias ya eran conocidas (J. Delgado, 1993; M.
Martínez, 1992).
Se ha debatido hasta la saciedad sobre las causas y los procedimientos del
poblamiento, como es habitual en el caso de las islas, y sobre todo en unas cuyos
habitantes no eran navegantes a la llegada de los europeos. Los grupos humanos que
llegaban a Canarias lo hacían con la intención de instalarse, porque trajeron todo lo
necesario para ello, como el ganado y las semillas para cultivar. Las razones pudieron
ser ecológicas, económicas, estratégicas, sociales, etc., pero merecen ser destacadas
las sucesivas tensiones que tuvieron lugar en el Maghreb durante la ocupación
cartaginesa y romana, y que generaron desplazamientos poblacionales durante varios
siglos, algunos de los cuales pudieron tener como destino el Archipiélago, que ya era
conocido (C. Martín, 1986; J.F. Navarro y C. del Arco, 1987; A. Tejera y R. González,
1987).
Parece muy probable que los púnicos y después los romanos tuvieran alguna
intervención en los primeros episodios poblacionales, pero de momento no existen
testimonios definitivos sobre ello. El poblamiento parece coincidir con la época de
vigencia de Cartago y no puede descartarse que los cartagineses tuvieran conocimiento
y contacto con las Canarias, pero no existe ni un documento escrito o de otro tipo que
lo atestigüe. En la actualidad un pequeño grupo de investigadores (R. González et al.,
1996) sostiene la hipótesis de que los púnicos vendrían a explotar las pesquerías de
túnidos y elaborar garum en factorías establecidas en las islas, para cuyo abastecimiento traerían pastores y agricultores norteafricanos, pero lo cierto es que, a pesar de
sus esfuerzos, hasta ahora no han obtenido una sola prueba legítima de todo ello.
Otra hipótesis supone que los romanos pudieron haber deportado indígenas
norteafricanos que se oponían a su expansión, puesto que la deportación a islas era
una práctica habitual en su política colonial (J. Álvarez, 1977). De hecho, muchos
grupos beréberes se resistieron con múltiples levantamientos armados entre los siglos
I a.C. y III d.C., que fueron sofocados violentamente y seguidos a menudo por deportaciones masivas o de las elites guerreras. Sabemos que a principios del s. I a.C. unos
marinos gaditanos describieron a Sertorio dos islas que parecen Lanzarote y Fuerteventura, y años más tarde Juba II de Mauritania, un beréber romanizado, envió una
expedición a reconocer el Archipiélago. Por tanto, la presencia romana en aguas del
Archipiélago está demostrada documentalmente y también a través de unos pocos
hallazgos de ánforas de distintas épocas, e incluso un yacimiento de Lanzarote aportó
unos poco fragmentos cerámicos que su excavador considera romanos (P. Atoche et
al., 1989). Por tanto, existen evidencias de que tuvieron algún contacto con los antiguos canarios, pero hay un obstáculo importante para admitir que ellos trajeran a los
primeros pobladores: la arqueología demuestra que en Canarias había gente antes de
la colonización romana del norte de África.
Por último, hay quienes no descartan alguna arribada de beréberes con medios
de navegación propios (S. Jorge, 1996; J.F. Navarro, 1991).
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Pero, en nuestra opinión, no debemos reducir las posibilidades a una sola, porque la arqueología parece indicar que el proceso fue algo más complejo, que el
poblamiento no se produjo en un sólo episodio sino que hubo más de una arribada de
población. Además, aunque pueda ser admisible que los primeros en llegar hubieran
sido traídos por pueblos navegantes, como acabamos de señalar, el resto no tuvo por
qué hacerlo de igual manera.
En consecuencia, a mediados del primer milenio a.C. se produjo la primera
migración humana a Canarias, originaria del NO del Maghreb y aparentemente integrada por contingentes de población con un bagaje cultural similar. No quiere decir
necesariamente que todos perteneciesen a un mismo grupo. De hecho, en la actualidad
hay una cierta tendencia a pensar que llegaron varios grupos o pueblos beréberes, y
que cada uno de ellos se instaló en una, dos o más islas. En esta línea, se ha especulado con que Gran Canaria fue poblada por Canarii, Fuerteventura y Lanzarote por un
mismo contingente y La Gomera por los Ghomâra del Rif, pero todavía no hay nada
concluyente al respecto. El primer indicio para emparentar gomeros con gomhâra fue
la mera asonancia entre los dos etnónimos, luego hemos observado analogías entre
algunos aspectos de ambas organizaciones sociales, que tampoco son concluyentes
porque también las hay con otros grupos berberófonos (J.F. Navarro, 1992).
La distribución por el Archipiélago fue rápida, pero no podemos precisar si fue
simultánea o escalonada, aunque un reciente trabajo de genética aporta algunos argumentos –no concluyentes– para la segunda posibilidad. Después, esas gentes, quedaron aisladas durante siglos en sus respectivas islas, desarrollando sus propias estrategias socio-económicas, sus estilos de cerámica, vestimenta, otros enseres, viviendas,
grabados, etc. Con el paso del tiempo fueron evolucionando de manera autónoma, y
cada vez más alejados del resto de los isleños, sin recibir influencias del exterior, salvo eventuales y esporádicos contactos con navegantes. De esa manera en cada isla fue
conformándose una “cultura” propia.
En uno o más episodios posteriores se produjeron nuevas inmigraciones, que
posiblemente no afectaron a todas las islas. Una de ellas arribó a La Palma en torno al
siglo X de la Era Cristiana procedente del Sahara (J.F. Navarro y E. Martín, 1987) y
otras han sido sugeridas para Gran Canaria (C. Martín, 1988).
Ese aislamiento se entiende porque no hubo navegaciones regulares y masivas
entre las islas. Los aborígenes contaban historias sobre algunas míticas travesías entre Tenerife, La Gomera y El Hierro, usando balsas de odres inflados, y hay una
dudosa descripción de canoas hechas en Gran Canaria con corteza de drago. Pero no
eran navegantes, entre otras causas porque en el Archipiélago no existían condiciones
óptimas para la navegación ni materiales adecuados para fabricar embarcaciones.
Tampoco existen pruebas arqueológicas. En La Palma descubrimos un grabado que
recuerda determinadas embarcaciones de la antigüedad, pero como es el único caso
hasta el momento, no estamos seguros de que sea realmente un barco y no sólo lo
parezca. Tras la conquista ya empiezan a ser numerosos los grabados de barcos rea121
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lizados por pastores tradicionales, que en su mayoría eran probablemente aborígenes
(Fig. 6).
De todas maneras, este tema se presta a que de vez en cuando alguien se descuelgue con una nueva conjetura, más o menos descabellada, que hace descender a los
canarios de vikingos, hebreos, vascos, celtas, extraterrestres, etc., según la etnia del
autor o sus propensiones, cuando no su grado de picaresca. Existe un caso singular de
controversia estimulada por intereses extracientíficos: el de las morras de Chacona
(Güímar, Tenerife), unas construcciones de piedra volcánica, en forma de pirámides
escalonadas, de las que se conocen otras tipologías en La Palma, Lanzarote y allí
donde existan terrenos pedregosos de origen volcánico. Su monumentalidad despertó
interés social, ciertas expectativas económicas y un debate periodístico de proporciones colosales. La tesis de antropólogos, arqueólogos e historiadores, basada en encuestas, documentos, excavaciones y otras pruebas palmarias, es que esas admirables
estructuras las levantaron los canarios del siglo XIX para acumular ordenadamente
las piedras, al poner en cultivo malpaíses volcánicos. Thor Heyerdhal consideró que
estas construcciones son muy antiguas y refrendan su vieja hipótesis de que unos
pueblos adoradores del sol y constructores de pirámides salieron del Mediterráneo
hacia Mesoamérica, atravesando el Atlántico con escala en Canarias. Hoy existe allí
un parque privado que expresa estas opiniones y oculta los resultados de las investigaciones.
EN LA GOMERA NACE UNA CULTURA INSULAR
Como una más, La Gomera se pobló en aquel primer episodio y, aunque luego
permaneció aislada durante mucho tiempo, encontramos en su cultura toda una serie
de rasgos que tienen ciertas analogías en la mayoría de las otras islas. De hecho, en las
costumbres y usos de los antiguos gomeros hallamos muchos elementos que están
arraigados en una tradición antigua y bastante desdibujada ya, que también podemos
percibir en Tenerife, El Hierro, Lanzarote, Fuerteventura, La Palma y, de manera
mucho más atenuada, en Gran Canaria. Me estoy refiriendo, entre otros, al modelo
económico, a la forma de organización social; a gran parte de sus cerámicas, la tecnología lítica y otras artesanías; al hábitat, los grabados rupestres, los concheros, las
aras de sacrificio, etc.
Hace años expuse la hipótesis de que a La Gomera también se pudieron haber
producido dos arribadas de población en momentos distintos (J.F. Navarro, 1992),
como sucedió en La Palma, pero aún no se ha podido confirmar y, por tanto, no me
detendré en este asunto. En todo caso, lo que sí podemos afirmar es que el contingente
de población que se instaló en la isla evolucionó hasta generar una cultura genuinamente “gomera”. Este proceso de cambio hasta conformar una identidad propia contiene varios procesos.
Algunos elementos modificaron su morfología originaria, su tamaño, técnica
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de elaboración, etc., como sucede con la cerámica o los grabados rupestres. Otros
cobraron un desarrollo extraordinario, de manera que son escasas en las demás islas
pero aquí abundan o jugaron un papel mucho más relevante, como los concheros,
algunas costumbres funerarias y las aras de sacrificio. Por último, algunas cosas
sufrieron una minoración, pérdida de importancia o incluso acabaron por desaparecer. Expondré varios ejemplos arqueológicos del primer y segundo caso:
Las cerámicas prehistóricas de La Gomera (Fig. 1) mantienen cierta personalidad, pero la mayor parte de ellas están integradas en un complejo homogéneo de
tradiciones cerámicas emparentadas entre sí, distribuidas por casi todo el Archipiélago, que probablemente tuvieron un tronco común que llegó con el poblamiento inicial.
Son muy cercanas las analogías morfotécnicas y morfométricas con las cerámicas
más antiguas de La Palma (Fase I y II), con los Grupos II-III de Tenerife, con la
alfarería herreña e incluso con los estilos más antiguos de Lanzarote. Parece cómo si
todas esas cerámicas hubieran partido de unas raíces semejantes, evolucionando luego
de manera autónoma, de forma extremadamente dinámica en el caso de La Palma,
muy poco en El Hierro y con dinamismos intermedios en las restantes (J.F. Navarro,
1999).
Los grabados rupestres tienen notables similitudes con los de Tenerife, en menor proporción con los de Fuerteventura y Lanzarote, y se asemejan menos a los de las
restantes islas. Pero en La Gomera (J.F. Navarro, 1996) existen singularidades como,
por ejemplo, que cobran gran desarrollo algunos elementos iconográficos. Esos motivos son muy sencillos: trazos rectilíneos en múltiples composiciones; figuras geométricas cerradas, como óvalos, círculos, fusiformes; “dameros”; antropomorfos (Fig.
2); otros motivos aparentemente figurativos, como los ramiformes; escritura líbicobereber (Fig. 3); cruciformes; letras y números ya históricos; pequeños motivos que
parecen emulación de escritura; barcos de diversas épocas (Fig. 6); etc. La mayoría
están ejecutados mediante la incisión, aunque también se emplearon el picado y otras
técnicas. Son particularmente abundantes en el Sur de la isla, donde se concentran
entre los 500 y los 900 m.s.n.m., es decir en la misma franja que la mayoría de los
asentamientos humanos. Pero, a diferencia de estos, se eligieron puntos destacados del
paisaje, como peñas, pequeños roques, escarpes, diques, etc. que tienen un control
visual directo sobre ámbitos económicos elementales, como son las zonas de pastoreo.
Los concheros tuvieron un desarrollo singular. No me refiero a la costumbre de
consumir moluscos marinos, que estaba muy extendida en todas las islas, sino al
hábito de hacer reiteradas comidas colectivas en sitios muy concretos cercanos a la
orilla del mar, donde se fueron acumulando los detritus que llamamos concheros. Esta
conducta era muy antigua en las áreas de procedencia, pero en Canarias desapareció
o se aminoró en algunas islas, como La Palma o Gran Canaria, se mantuvo discretamente en otras y se exacerbó en Tenerife, El Hierro y, sobre todo, La Gomera.
La sepultura en cueva natural es la más común en todas las islas y ya era
habitual durante la prehistoria y protohistoria norteafricana, junto a otros tipos. En
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La Gomera la encontramos abundantemente, pero hay amplias zonas como Vallehermoso y su entorno que están insertas en series geológicas donde escasean o faltan
las cuevas, y entonces se usaron como alternativa las fosas excavadas en las laderas,
constituyendo así una solución distintiva de esta isla. También lo es el enterrar a los
cadáveres en posición decúbito lateral flexionado (Fig. 4), costumbre que es habitual
aquí y raramente se presenta en otras partes de Canarias. Esta postura era la habitual
a principios del neolítico en África del norte, pero poco a poco fue siendo sustituida
por el decúbito supino, que en el momento de producirse el poblamiento del Archipiélago ya era la más común. Por algún mecanismo social una costumbre retardataria se
revitalizó en La Gomera y no en el resto.
Las aras de sacrificio o pireos, es decir construcciones donde se quemaban
ofrendas destinadas a la divinidad, existieron en la mayoría de las islas, pero con
notables diferencias. En Tenerife existe una vaga referencia del siglo pasado pero no
ha habido hallazgos arqueológicos; en lo alto de montañas de Gran Canaria y Fuerteventura han aparecido algunas recientemente; en la cumbre de La Palma hay una
notable concentración de esas construcciones, pero no hay evidencias de que en ellas
se encendiera fuego; en El Hierro son algo habituales, pero no están en la cima de
montañas; sin embargo, en La Gomera su abundancia es admirablemente superior al
resto y ofrecen un panorama más complejo. Hasta ahora, en Canarias se han descubierto unos 77 yacimientos que contienen estas estructuras, de los cuales 57 están en
La Gomera1 , 11 en La Palma, 6 en El Hierro, 2 en Fuerteventura y 1 en Gran Canaria.
La desproporción de yacimientos está muy clara y se incrementa aún más si lo que
comparamos es el número de estructuras, porque otra diferencia es que en La Gomera
menudean los yacimientos que contienen varias o muchas de ellas.
La mayoría de los pireos tienen una estructura simple de planta circular u oval,
formada por un sencillo círculo de piedras en cuyo hueco central se encendía el fuego,
pero hay también construcciones complejas de gran tamaño, con varias cámaras de
combustión. Están ubicados en lugares elevados, buscando intencionadamente la verticalidad y el dominio visual, tanto sea en lo alto de montañas y roques, como en el
borde de lomadas y, sobre todo, en la cima de las crestas o lomos. Allí los antiguos
gomeros, después de sacrificar cabras y ovejas, quemaban parte del cuerpo en honor
de su divinidad, a quien llamaban Orahan. Estos lugares de culto pueden englobarse
en diferentes categorías (Fig. 5): por una parte, los grandes santuarios de ámbito
insular o comarcal, como el Garajonay, La Fortaleza de Chipude, El Calvario o Tagaragunche y el complejo Ajojar-Montaña del Adivino-Teguerguenche; por otra, la multitud de medianos y pequeños yacimientos de carácter local (J.F.Navarro et al., 2001).
1
El número total debe ser mucho mayor, porque más del 40% de la isla está prácticamente sin prospectar.
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LA COLONIZACIÓN EUROPEA: UNA “NUEVA” SOCIEDAD
A mediados del siglo XV Fernán Peraza “el Viejo” obtenía el señorío de las tres
islas conquistadas (Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro) y el derecho de conquista
sobre La Gomera. Pero, al carecer de los medios para ocuparla militarmente, pactó
con los gomeros del bando de Hipala, uno de los cuatro que había en la isla, quienes le
permitieron establecerse y erigir una pequeña fortaleza, que al tiempo llamarían “Torre del Conde”. Por aquel entonces la población indígena sería de unas 2000 personas.
A finales del siglo, su nieto Fernán Peraza “el Mozo” quebrantó las normas del pacto,
por lo cual los gomeros lo ajusticiaron e intentaron hacer lo mismo con su familia y un
puñado de lanzaroteños que se refugiaban en la torre. En su ayuda acudieron tropas
combinadas bajo las órdenes de Pedro de Vera, gobernador de Gran Canaria, que llevó a cabo una matanza y deportación de gomeros, dejando la isla semidespoblada y
bajo el dominio señorial de los Peraza.
Regresaron los vencedores a sus respectivas islas y en La Gomera quedó un
reducido contingente de europeos. Unos pocos constituían la administración señorial,
había también varios comerciantes y menestrales, un número desconocido aunque
pequeño de beneficiarios de datas de tierras y pocos más. La isla quedó sumida en una
frágil economía agropecuaria, destinada básicamente a un autoabastecimiento que no
siempre se lograba, por lo que la mayoría de los colonos venidos de fuera eran campesinos. Mientras, la mayoría de la población indígena superviviente continuaba su actividad pastoril, y así durante siglos buena parte de la superficie de la isla se mantuvo
como dehesas.
La instalación de colonos foráneos fue escasa y lenta, a pesar de que los sucesivos señores se esforzaron en promoverla, porque el propio régimen señorial era un
obstáculo para la inmigración. En el siglo XVI ya se habían establecido algunas familias de origen andaluz, castellano, portugués, gallego, extremeño, vizcaíno, lanzaroteño,
algún italiano, etc. (G. Díaz y J.M. González, 1990: 113-121). Pero nunca en elevada
cantidad, porque eran más atractivas las islas de realengo, es decir Tenerife, Gran Canaria y La Palma. Además, no pocos aprovechaban el paso de las flotas de Indias y
marchaban hacia Nuevo Mundo. Los datos demográficos son contradictorios, pues
unos insinúan que a finales de ese siglo la población habría descendido a poco más de
1.000 habitantes, mientras que otros los elevan al doble. En todo caso, estamos hablando casi de un crecimiento cero.
Por eso la mayoría de la población en los siglos que siguen al de la conquista
seguiría siendo de estirpe indígena, más que de inmigrantes. De hecho, los estudios de
genética realizados hasta ahora (J.C. Rando, 1998; J.C. Rando et al., 1999), parecen
indicar que esta isla es donde ha tenido mayor prevalencia el componente indígena en
la constitución de la sociedad. Habrá que esperar al siglo XVII para advertir un incremento demográfico que elevó la población a unos 4.500, tanto por dinámica interna
como por la afluencia de colonos, sobre todo desde Tenerife (G. Díaz y J.M. González,
1990: 233-236).
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