HOMILÍA en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. Santa

Transcripción

HOMILÍA en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. Santa
HOMILÍA EN LA SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA
CONCEPCIÓN
Santa Iglesia Catedral (8 de diciembre de 2013)
Queridos: Sr. Deán; sacerdotes concelebrantes; religiosas; seminaristas; representantes de
instituciones diocesanas; hermanos/as todos en el Señor:
Celebramos hoy el día de la Patrona de España y de nuestra Diócesis la Solemnidad de la
Inmaculada Concepción, cuya imagen se levanta gloriosa ante nosotros y, como dirá la oración
colecta,
En Ella resplandece la eterna bondad del Creador que, en su plan de salvación, la escogió
de antemano para ser madre de su Hijo unigénito y, en previsión de la muerte de él, la
preservó de toda mancha de pecado (cf. Oración colecta).
María no sólo no cometió pecado alguno, sino que fue preservada incluso de la herencia común del
género humano que es la culpa original, por la misión a la que Dios la destinó desde siempre: ser la
Madre del Redentor.
¿Qué significa "María, la Inmaculada"?
¿Este título tiene algo que decirnos? La liturgia de hoy nos aclara el contenido de esta palabra con el
relato maravilloso del anuncio a María, la Virgen de Nazaret, de la venida del Mesías.
"¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo", dice el mensajero de Dios, revelando así la
identidad más profunda de María, el "nombre" por así decir con el que el mismo Dios la conoce:
"llena de gracia". Esta expresión, que nos resulta tan familiar desde la infancia, pues la
pronunciamos cada vez que rezamos el Avemaría, nos explica el misterio que hoy celebramos y que
la Iglesia nos invita a vivir y a contemplar. Podemos en esta mañana destacar dos elementos que
brotan del misterio de la Purísima Concepción: el gozo y la esperanza.
La Inmaculada fuente de gozo
María, desde el momento en que fue concebida por sus padres, fue objeto de una predilección
singular por parte de Dios, quien en su designio eterno la escogió para ser la madre de su Hijo
hecho hombre y, por tanto, preservada del pecado original. Por este motivo, el ángel se dirige a ella
con este nombre, que implícitamente significa: "llena desde siempre del amor de Dios", de su
gracia. Por ello el misterio de la Inmaculada Concepción es fuente de luz interior, de esperanza y de
consuelo para todos nosotros, pues a esta predilecta de Dios, su Hijo en la cruz nos la dio como
Madre para que aprendamos de Ella y para que nos acompañe en el camino de la vida y de la fe.
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En ella, la bondad de Dios se acercó y se acerca mucho a nosotros. Así, María está ante nosotros
como signo de consuelo, de aliento y de esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: "Ten la valentía
de vivir con Dios. Prueba. No tengas miedo de él. Ten la valentía de arriesgar con la fe. Ten la
valentía de arriesgar con la bondad. Ten la valentía de arriesgar con el corazón puro. Ábrele las
puertas de tu corazón a Dios y entonces verás que tu vida se ensancha y se ilumina, y no resulta
aburrida, sino que brotará en ella la alegría de la fe, esa alegría que tan magistralmente nos la ha
expuesto el Papa Francisco en su exhortación Apostólica Evangelii Gadium en la que nos llama a
toda la Iglesia y, por tanto, a todos nosotros a vivirla y a llevarla a todos los hombres. Alegría que a
la luz de la Inmaculada no es algo utópico para nuestra vida, sino algo real pues como nos dice la
Pureza de María la bondad infinita de Dios no se agota jamás. Qué gozo y que tranquilidad saber
que tu estás con nosotros Bendita María.
La Inmaculada fuente de esperanza.
En medio de las pruebas de la vida, y especialmente de las contradicciones que experimenta el
hombre en su interior y a su alrededor, podemos pensar que Dios ha desaparecido o ha fracasado,
como puede parecer en el relato de la historia con Adán y Eva. Sin embargo si profundizamos en él
descubrimos todo lo contrario. Dios no fracasa y la Inmaculada se alza como baluarte de la victoria
de nuestro Dios. En dicho relato descubrimos que el hombre tentado por las palabras de la serpiente,
no se fía de Dios, introduce en su corazón la sospecha de que Dios es un competidor que limita su
libertad, y que sólo seremos plenamente seres humanos cuando lo dejemos de lado; es decir, que
sólo de este modo podemos realizar plenamente nuestra libertad.
Como afirmaba Benedicto XVI el hombre vive con la sospecha de que el amor de Dios crea una
dependencia y que necesita desembarazarse de ella para ser plenamente él mismo. No quiere recibir
de Dios su existencia y la plenitud de su vida. Él quiere tomar por sí mismo del árbol del
conocimiento, del poder de hacerse dios, elevándose a su nivel, y de vencer con sus fuerzas a la
muerte y las tinieblas. No quiere contar con el amor que no le parece fiable; ahora toda su fuerza no
será el amor sino el conocimiento sin amor, entendido como poder. Más que el amor, busca el
poder, con el que quiere dirigir de modo autónomo su vida. Al hacer esto, se fía de la mentira más
que de la verdad, y así se hunde con su vida en el vacío, en la muerte. El origen de todo mal, nos
dice el Génesis, se encuentra en la desobediencia a la voluntad de Dios y tiene su raíz en el corazón
del hombre, un corazón herido, enfermo, incapaz de curarse por sí solo. Todo llevamos dentro de
nosotros una gota del veneno de ese modo de pensar reflejado en las imágenes del libro del Génesis.
Esta gota de veneno la llamamos pecado original (Cf. Cfr. BENEDICTO XVI, Homilía en la
Solemnidad de la Inmaculada, Basílica San Pedro 8 de diciembre 2005).
Precisamente confirma lo dicho las numerosas veces que pensamos que en el fondo el mal es bueno,
que lo necesitamos, al menos un poco, para experimentar la plenitud del ser. Cuantas veces
pensamos que un poco de violencia es buena, o que es el tener el que nos dará la plenitud o la
imposición de nuestro yo.
Ante esta realidad resplandece con fuerza el misterio de Inmaculada que nos dice: No, Dios no ha
fracasado. Dios no desfallece en su designio de amor y de vida. Esta mujer, la Virgen María, se
benefició de manera anticipada de la muerte redentora de su Hijo y desde la concepción quedó
preservada del contagio de la culpa. Por este motivo, con su corazón inmaculado, nos dice: confiad
en Jesús, Él os salva.
La Inmaculada nos revela que el hombre que se abandona totalmente en las manos de Dios no se
convierte en un títere de Dios, en una persona aburrida y conformista; no pierde su libertad. Es más
sólo el hombre que se pone totalmente en manos de Dios encuentra la verdadera libertad, la
amplitud grande y creativa de la libertad del bien. El hombre que se dirige hacia Dios no se hace
más pequeño, sino más grande, porque gracias a Dios y, junto con él, se hace grande, se hace
divino, llega a ser verdaderamente él mismo. El hombre que se pone en manos de Dios no se aleja
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de los demás, retirándose a su salvación privada; al contrario, sólo entonces su corazón se despierta
verdaderamente y él se transforma en una persona sensible y, por tanto, benévola y abierta.
Pues bien hermanos concluyamos con la oración final del Papa Francisco en su reciente
Exhortación apostólica Evangelii gaudium:
«Virgen y Madre María,
tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe,
totalmente entregada al Eterno,
ayúdanos a decir nuestro Sí
ante la urgencia, más imperiosa que nunca,
de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús».
+ José Mazuelos Pérez
Obispo de Asidonia-Jerez
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