Enlaces Nû5 - Banco del Libro
Transcripción
Enlaces Nû5 - Banco del Libro
Número Especial Enla c es con la c rítica número 5 octubre-diciembre, 2001 Seminario “Una experiencia crítica con la crítica y los libros para niños” EJERCICIOS PARA DESMONTAR LA CRÍTICA PARA NIÑOS POR MARÍA BEATRIZ MEDINA APROXIMACIÓN CRÍTICA A LA TEORÍA FEMINISTA EN LA LITERATURA INFANTIL POR FANUEL HANÁN DÍAZ DÓNDE SE ESCONDE LO “LITERARIO” EN LOS ESTUDIOS CULTURALES POR LOURDES MORALES BALZA SUBJECT: RE: DELIRIOS POSMODERNOS POR VERÓNICA URIBE NIÑOS QUE NO LEEN, ADULTOS LECTORES POR FRANCISCO JAVIER PÉREZ NIÑOS LECTORES DE TEXTOS PERVERSOS POR RICARDO ROSARIO DOS CASOS EMBLEMÁTICOS DE LA LITERATURA INFANTIL POR SYLVIA COVA www.bancodellibro.org.ve / www.caleidoscopio.com Editorial 2 Peter Hunt dijo en una oportunidad que la literatura infantil es “una criatura amorfa y ambigua”. Esta sentencia, que suena un tanto extravagante, cobra mucho sentido cuando hurgamos entre los materiales críticos que la acompañan; cobra aún más sentido cuando descubrimos que, incluso hoy, muchos estudiosos insisten en enfrascarse en discusiones bizantinas sobre si la literatura infantil es un mundo aparte de la literatura universal o si, por el contrario, es parte de ella. El hecho de que el cuerpo de la literatura infantil sea “tan poco claro” y que sus lectores, los niños, no tengan muchos espacios para opinar al respecto, ha contribuido a que sus críticos se encuentren a menudo ante interesantes y complejas encrucijadas. Por ejemplo, el crítico de libros para niños debe preguntarse (más que cualquier otro tipo de crítico) qué sentido tiene hacer interpretaciones oscuras y complicadas a imágenes y textos sencillos y amables; debe decidir si es pertinente centrarse en el libro o en el niño; y siempre debe tratar de acercarse a su objeto de estudio con inocencia y experiencia en igual medida. Por estas encrucijadas y por la relación que tiene la crítica con la selección y recomendación de libros para niños, el Centro de Estudios diseñó y realizó hace cinco años un seminario para los miembros del Comité de Evaluación de Libros, con la idea de abordar el tema. Durante un semestre jugamos a ser críticos, leyendo y discutiendo textos claves de las distintas escuelas y tendencias, artículos paradigmáticos sobre literatura infantil y juvenil, e intenta- mos interpretar muchos libros-álbum a la luz de estas visiones. El resultado de aquel seminario fue, en palabras de María Cecilia Silva-Díaz, “una experiencia crítica con la crítica”. Para todos los que pudimos participar el seminario resultó una oportunidad maravillosa para acercarnos a textos emblemáticos y ver qué tenían que decirnos como promotores de lectura y estudiosos de los libros para niños. En el 2000, aún saboreando nostálgicamente esas lecturas y sesiones de estudio que cambiaron en muchos de nosotros nuestra manera de proceder como evaluadores y críticos de libros para niños, decidimos retomar el curso, añadir otras escuelas por las que no nos habíamos paseado, escoger otros libros y tocar algunos problemas de la crítica que han cambiado las maneras de leer, como la llamada “muerte del autor”, las corrientes actuales hacia la deconstrucción, desterritorialización, el postcolonialismo, entre otros. Nos trazamos un programa ambicioso que cubrimos entre finales del 2000 y comienzos del 2001. Las sesiones fueron, a mi parecer, simplemente deliciosas. Nos adentramos en las espesuras de la crítica con humor, algo de seriedad, mucha avidez, y una buena dosis de desparpajo y frescura, lo cual dio como resultado unas sesiones de discusión bastante “tertuleras” que se alargaban siempre más allá del tiempo previsto. La creatividad desbordada de los miembros (muchos cuentacuentos y promotores bastante “acríticos”) llevó a soluciones metodológicas insospechadas, como decidir hacer refrigerios temáticos para las reuniones: traer canapés rusos para el día dedicado al formalismo o enlatados para el feminismo, panes fálicos y vinos de “leche de la madre amada” amenizado con valses vieneses para el psicoanálisis, entre otros. A este seminario no sólo asistieron los acostumbrados evaluadores, sino también madres interesadas, algunos filósofos con almas infantiles, un amigo saxofonista, una reportera gráfica y otros tantos curiosos (arquitectos, psicólogos, etc.) que nos visitaron por una o más sesiones. También teníamos a una cursante virtual que seguía las sesiones vía e–mail: Verónica Uribe nos enviaba religiosamente sus comentarios, los cuales reservamos algunas veces para leer hacia el final, como quien deja lo mejor para lo último. Las discusiones eran usualmente acaloradas y, con tantos puntos de vista variopintos y una moderadora inmoderada (yo), la cosa rayaba a veces en lo caótico pero creo que fue bastante nutritivo. Cuando ya el seminario llegaba a su fin, Verónica me sugirió que invitáramos a especialistas en cada corriente interpretativa para que leyesen desde su militancia crítica algunos de los álbumes que habíamos revisado. La idea me pareció estupenda. Nosotros habíamos estado jugando a ser críticos literarios en mayúscula, y ahora los críticos literarios en mayúscula tendrían que ensayar a ser lectores de libros para niños (¿críticos en minúscula?). Conseguimos a unos cuantos profesores universitarios y especialistas que decidieron aventurarse a ser parte de este juego de puntos de vista. Para nuestra sorpresa, muchos vinieron más asustados que nosotros cuando nos tocaba enfrentarnos al Rizoma de Deleuze y Guattari; desarmado con esos álbumes maravillosos, tan diferentes a los libros que recordaban de su infancia. El intercambio fue único, con dividendos para todos. Profesores de corrientes opuestas eran citados el mismo día y tuvimos la oportunidad de asistir al debate de sus diferencias y a algunas reconciliaciones. Puesto que este número de Enlaces con la crítica corresponde al aniversario de esta publicación (que, dicho sea de paso, surgió del mismo impulso febril de estudio y de la misma necesidad de ahondar en temas relacionados con la crítica de libros para niños que nos llevó a retomar el seminario), pensamos que reproducir algunos de los textos que escribieron los miembros del grupo de estudio, y algunas de las interpretaciones que los especialistas hicieron de nuestros libros favoritos, sería una buena idea. Esperamos que la selección refleje de alguna manera lo que fueron estos ocho meses para nosotros y que dé cuenta de la diversidad del grupo. Brenda Bellorín JEFA DE LA UNIDAD DE INVESTIGACIONES DE LA GERENCIA DE INVESTIGACIÓN, DOCUMENTACIÓN Y ESTUDIO The Juniper Tree and Other Tales from Grimm Ilust. Maurice Sendak Ejercicios para desmontar la crítica para niños Por MARÍA BEATRIZ MEDINA E l 8 de noviembre del 2000 comenzamos el seminario revisando unos artículos de Oscar Collazos, Samuel Pickering y María Cecilia Silva–Díaz. A esta sesión la llamamos “La crítica bajo la lupa: una introducción a ciertos problemas teóricos que confronta la literatura infantil”. Las responsables de llevar la discusión eran María Beatriz Medina y Brenda Bellorín. Los puntos a tratar: ¿Por qué hacer este seminario? los problemas vinculados a la literatura infantil como cuerpo de estudio (una clasificación literaria no genérica, hecha a partir de los receptores o destinatarios), la relación de la crítica de libros para niños con la selección y las reseñas, la eterna pregunta de si la crítica de libros infantiles debe centrarse en el niño o en el libro... En fin, toda una agenda ambiciosa y primordial para iniciar este seminario. Para evitar que el grupo se fuera tanto por las ramas, ambas trajeron textos escritos y varias citas transcritas de críticos importantes que pudieran facilitar la entrada al tema. El texto de María Beatriz toca los problemas que diferencian el ejercicio de la crítica de libros para niños de la crítica literaria general, con la sencillez y agudeza que la caracterizan. Buscar en el diccionario la definición de crítica literaria puede resultar un tanto inútil. Diferentes definiciones invaden los textos de referencia generales y especializados; tomando al azar algunas de estas definiciones encontramos que, según el Diccionario de la Real Academia, se entiende por crítica literaria “cualquier juicio formado sobre una obra de literatura”. Otros diccionarios enciclopédicos la vinculan a los métodos propuestos para investigar las formas y contenidos de las obras literarias, mientras Wellek y Warren en su Teoría Literaria de la década de los cincuenta asumen que “la crítica literaria intenta caracterizar la individualidad de una obra, de un autor, de una época o de una literatura nacional, pero esta caracterización sólo puede lograrse, en términos universales, sobre la base de una teoría literaria”, para agregar más adelante que “ la teoría literaria, un órgano metodológico, es la gran necesidad de nuestros días”. Es evidente, a grosso modo, que ni los compendios teóricos —que en general eluden articular una definición del término— ni las obras de referencia elaboran una coherente delimitación del concepto de crítica literaria que, en 3 general, resulta ambiguo. Y resulta ambiguo porque esas definiciones incorporan términos que, a su vez, son de difícil definición como lo literario o la teoría literaria —¿qué es lo literario?, e incluso ¿qué es la teoría literaria?—y porque se evita especificar cuál es el método a utilizar. Pero, sobre todo, porque la conceptualización del género (si podemos llamarlo así con propiedad) se da a partir de la actividad del especialista o crítico y porque llega a justificar su razón de ser sólo con relación al objeto de estudio, o sea la literatura. Se puede argumentar que quizá sea esa la condición que define la crítica en cualquier disciplina, pero en todo caso lo fundamental es subrayar que esa pretendida autonomía de la crítica literaria es bastante limitada. Hay que tener en cuenta también que el concepto de crítica literaria es también relativamente nuevo, pues si bien se pueden ubicar sus antecedentes en la historia o en las teorías filosóficas, estéticas, que derivan de la concepción aristótelica, su origen propiamente dicho se ubica a principios del siglo XIX, cuando surge con fuerza el movimiento del romanticismo. Se ha utilizado aquí con propiedad la frase propiamente dicho, pues no se pretende desconocer el aporte de la llamada crítica clásica del siglo XVIII, representada fundamentalmente por los preceptistas que se aproximaban al objeto de estudio desde una perspectiva dogmática. Y vale la pena acotar, por último —sin ninguna pretención de elaborar un panorama histórico reduccionista— que con el advenimiento del surrealismo los diques de contención se rompieron desbordando los esquemas tradicionales, lo que hizo aún más difícil la posibilidad de delimitar y caracterizar el ejercicio crítico en el campo literario. En la época clásica de los antecedentes —repito— la historia de la crítica se confunde con la estética, la teoría de la belleza y la filosofía de un arte fundamentado en la mímesis. Hoy en día es difícil encontrar algún reducto que los utilice como sinónimos. Y aunque ya Platón formula una teoría del arte, la sistematización de la teoría de arte le corresponde a Aristóteles y su Poética, donde articuló una concepción que aún hoy sirve de soporte a muchas tendencias de la crítica contemporánea. El filósofo griego propugnaba una concepción orgánica de la obra literaria, que tiene como base una unión estructural de la que se deduce que si se modifica una de sus partes se actúa sobre el todo. 4 Sólo a partir del advenimiento del romanticismo, es cuando se empiezan a prefigurar verdaderamente los elementos presentes hoy en el análisis de la obra literaria. A saber, discurso y forma, o la una o el otro, o ambos y sus múltiples combinaciones que casi siempre constituyen el elemento definitorio, o caracterizan la perspectiva interpretativa de cada etapa o de cada método asumido. A partir de las primeras décadas del siglo XX, deambulamos entre múltiples perspectivas que van desde las cientificistas, que se apoyan en elementos formales (como el estructuralismo que propone un modelo esencialmente lingüístico), hasta las impresionistas que se insertan dentro de la llamada crítica esteticista. Entre esos dos extremos, y a partir de múltiples combinaciones, la gama es variadísima. En todo caso, es fundamental destacar la relación directa de la crítica tanto con la estética como con la historia. Ambas forman —de una manera u otra— parte de ella. Pero el hecho de que prevalezca una de ellas (o las consideraciones históricas o las estéticas), es lo que determina el tipo de crítica que puede ser un poco más rígida si se detiene en el aspecto formal (esteticista) o más contaminada con las ciencias de la cultura que determina la posición historicista. En la práctica encontramos numerosos críticos que combinan estos dos modelos, que excluyen alguno de ellos o que incorporan algún elemento de ellos en el contexto de otro modelo. Este intento de clasificación esbozado a pinceladas pretende tan sólo resaltar que, con el desarrollo de las disciplinas psicosociales, se han incorporado nuevas perspectivas que llevan a replantear si puede hablarse con propiedad de crítica literaria como género o puede ser ésta considerada como un método definido. Evidentemente la respuesta es negativa. Por lo pronto, sólo podemos afirmar con certeza que la crítica literaria —ese concepto multívoco— no tiene un solo cauce. Y lo que representa una dificultad visto desde otra perspectiva, puede ser considerada como una fuente de riqueza ya que proyecta —de alguna manera— el complejo perfil reflexivo de nuestra época. Para abordar el estudio de la crítica se puede hablar —y repito: sólo a manera de aproximación y no como simplificación absoluta— de distintos modelos de crítica en función del elemento que la determine: el estético, el formalista, el culturalista y el sociológico. Esto nos ayuda a tener una visión general del proceso crítico, pues de la relación y jerarquización de los modelos mencionados surgen casi todas las tendencias y formulaciones de la crítica literaria en los últimos tiempos. Valoración subjetiva o impresionista (crítica de sentimientos); valoración objetiva —al menos en el intento— y práctica (formalismo); valoración especulativa o filosófica (crítica de idea y contenido) o valoración historicista, entre otras. En su complejidad ¿cómo comprenderla? ¿cómo ubicar la procedencia del discurso 1, 2, 3 y 4 The Juniper Tree and Other Tales from Grimm Ilust. Maurice Sendak que la interpreta? ¿cuál es el elemento que la define: lo individual o personal, la ausencia del autor, el inconsciente, la historia, la psique, los arquetipos, el lenguaje? A estas alturas ustedes se estarán preguntando a qué viene tanta disquisición general sin mencionar para nada la literatura para niños, si estamos en un primer estadio de un seminario que lleva por título Una experiencia crítica con la crítica y los libros para niños. Y por añadidura, en un momento en el que abundan cuestionamientos sobre la crítica en general. Algo que no resulta extraño si tenemos en cuenta que el crítico es, para muchos, sólo un parásito cuya desaparición ha sido anunciada con insistencia desde hace más de medio siglo. Pero, a pesar de que crítico y crítica parecen seguir estando en la picota, estamos aquí en la fase inicial de un seminario que pretende abordar la crítica de libros para niños, si bien no desde una perspectiva estrictamente cronológica, espera hacerlo —y valga la redundancia— desde una aproximación crítica. Ahora, si como se ha dicho no resulta en absoluto forzado considerar la imprecisión de la crítica en general —no sólo por la indefinición tautológica que conlleva sino porque su razón de ser es la literatura y parte de ésta, su contenido y esencia parecen estar en discusión— aún menos debe resultar extraño considerar difícil de precisar el término de crítica de libros para niños. Ella redimensiona la problemática, pues, a los cuestionamientos hacia la crítica general, se agregan los particulares del libro para niños. No hay que olvidar que la literatura infantil es considerada como una especie de subgénero. Género ¿menor? ¿subsidiario? ¿elemental? ¿marginal? Por añadidura, la definición del objeto de la crítica que nos ocupa está directamente determinada por el público al cual va dirigido. Esto hace más difícil su abordaje: la crítica de libros para niños es una disciplina usualmente asumida desde su funcionalidad. Como resultado de esto muchas veces el pragmatismo se impone en la interpretación del libro para niños. La aproximación crítica se supedita a la necesidad de interpretar, evaluar, orientar, no sólo al público al cual va dirigido esencialmente —que incorpora otras consideraciones— sino a ese intermediario que se ha dado en llamar “adultos que trabajan con niños”. No hay que olvidar, por otra parte, que la literatura infantil también es un término relativamente nuevo que se empieza a articular a partir del siglo XIX. No se pretende tratar ese aspecto en esta breve introducción, tan sólo se menciona para enfatizar que la aproximación crítica al género del libro para niños es, en consecuencia, también mucho posterior a la de la literatura ¿en mayúscula? Cabe destacar, sin embargo, que esta tardía aparición de la literatura infantil se da por la estrecha relación que tiene con el arte de la narración oral, cuya desaparición en aras de la información presagiara Walter Benjamin al decir que cada vez es más difícil encontrar gente que sepa contar algo bien. En este sentido podríamos atrevernos a afirmar que la literatura infantil puede ser el espacio que recupere el arte de narrar, ya que las características de su discurso se dan a partir de las necesidades de un receptor específico. Vamos a esbozar en este seminario los contornos de un quehacer amplio y diverso. Es probable que algunas tendencias críticas se adecúen mejor que otras a esa función esclarecedora que asume el crítico de libros para niños. El mismo que sigue estando a merced de un discurso previo, que a su vez depende de un receptor que introduce otras variantes que lo colocan en una situación aún más compleja. En todo caso es importante entender —aunque no debe ser asumido como premisa, y quizá más tarde sí como conclusión— que cada crítico tiene una actitud particular ante la lectura. Esta es, sobre todo, una afición, que es placentera en la medida que no esté mediatizada. Desbrozar y desmontar la crítica de libros para niños es uno de los objetivos propuestos... pero, eso sí, sólo para enriquecer nuestra propia aproximación a los libros a la hora de ejercer esa cotidiana tarea de seleccionar, informar y recomendar. María Beatriz Medina. Licenciada en Letras de la Universidad Central de Venezuela con maestría en Lenguas Romances de la Universidad de Zurich. Ha estado inevitablemente involucrada con el Banco del Libro desde los ochenta cuando, junto a Verónica Uribe, creó el Departamento de Selección. Ha sido directora del Papel Literario del periódico El Nacional y ha trabajado en la Galería de Arte Nacional. Desde hace unos años es Jefa de Redacción de la Revista Nacional de Cultura y actualmente dirige la Gerencia de Información, Documentación y Estudio del Banco del Libro. María Beatriz tiene una debilidad por las sociedades de amigos de las instituciones culturales del país, entre las que podemos mencionar las de la Cinemateca Nacional y el Museo Alejandro Otero. De temperamento afable, esta excelente editora es una estupenda anfitriona que le encanta cobijar poetas e intelectuales (en realidad a toda clase de gente) en su casa y tener muchos hijos putativos por allí. 5 Sam, Bangs y Hechizo de luna Ilust. Evaline Ness Aproximación crítica a la teoría feminista en la literatura infantil Por FANUEL HANÁN DÍAZ C o omo suele suceder en buena parte de los espacios dedicados a la literatura infantil, la proporción mujer–hombre en el seminario era más o menos de cinco a uno. El día que tocaba fijar quiénes serían los responsables de introducir cada tema, el grupo de los varones no tardó en levantar la mano y dejarnos a todas con la boca abierta: habían decidido entrarle virilmente al tema del feminismo. Todas las demás quedamos un poco intrigadas con la resolución de los muchachos y nos daba mucha curiosidad saber desde dónde abordarían la cosa. Para nuestra sorpresa, esta resultó ser una de las mejores sesiones. Los chicos verdaderamente le habían hincado el diente al feminismo. Hasta nos agasajaron con un refrigerio digno de una piñata de hijo de feminista. César Segovia nos dio algunas nociones históricas, Fanuel Hanán Díaz y Gustavo Puerta escribieron unos ensayos profundos y conmovedores que terminaron de desarmar a todas las feministas del grupo (que no eran pocas). Escogimos el texto de Fanuel pues resume de alguna manera el espíritu de la sesión y porque nos brindó la posibilidad de acercarnos a la crítica feminista desde otra perspectiva. 6 Si bien hoy en día hemos tomado suficiente distancia de lo que se llamó la revolución feminista en términos de movimiento organizado que logró reivindicaciones para la mujer y le permitió encontrar fórmulas para emanciparse de su rol social subordinado, la teoría feminista aún no ha logrado armar un conjunto de pistas suficientemente sólidas para rescatar lo propiamente femenino en la literatura. Desde ese punto de vista, más que una escuela o un método de análisis, la teoría feminista promueve un sistema de pensamiento, y para ello ha tenido que comenzar a “destronar” toda una serie de presupuestos que culturalmente han justificado el predominio de la cultura machista. Más allá de las diferenciaciones sexuales que se han propuesto en las teorías tradicionales que acreditan el hecho biológico de la maternidad como la principal causa de esta desventaja social, el pensamiento occidental ha construido una serie de esquemas y paradigmas que han creado un sólido entramado ideológico, desde el materialismo histórico, la antropología y la psicología, donde la gran ausente es la mujer. A propósito de esto, Gabriela Castellanos hace una detallada revisión de cada una de estas teorías, destacando principalmente sus puntos débiles, y dejando entrever como conclusión que todavía se debe profundizar acerca de la raíz de esta desigualdad. Levy-Strauss en su propuesta fundamental del tabú del incesto como elemento diferenciador entre la animalidad o el estado natural y lo humano o estado cultural, fija una distinción que será manejada posteriormente bajo la fórmula del ámbito privado y el ámbito público. Justamente la crítica feminista se detiene a revisar por qué razones la mujer ha sido confinada al ámbito privado y se ha reservado el dominio de lo público al hombre. Haciendo acopio de este tibio argumento, Walter Ong comprueba en su libro Oralidad y escritura de qué manera el conocimiento enciclopédico, y el acceso a la universidad, estuvo por mucho tiempo a manos del dominio masculino. Paralelamente al absolutismo del latín culto como estructura retórica y gramática, que impidió por muchos años el desarrollo de nuevos géneros narrativos. Cuando la mujer entra en escena al foro académico, la enseñanza le estaba restringida a la gerencia doméstica. Las mujeres que tuvieron acceso a los primeros espacios de aprendizaje formal, obtenían un conocimiento dosificado, reservado e incluso censurado. Llevar las riendas de una corte, que muchas veces suponía el cuidado de un centenar de personas, exigía la adquisición de unas ciencias gerenciales mínimas. Conocimientos que lógicamente estaban permitidos y aún justificados para la mujer. Sin embargo, en los terrenos de la política, la guerra, las ciencias, la filosofía, la retórica e incluso ciencias más ocultas como la astronomía, la adivinación, la religión y la alquimia, el dominio era exclusivamente de los hombres, salvo raras excepciones. Por mucho tiempo la mujer fue objeto de una representación simbólica dual, antagónica. La mujer ángel, la mujer demonio. Quizás como un estigma del relato bíblico de la expulsión del Paraíso —la hembra como especie tentadora, amiga de la serpiente y apéndice de la costilla polvorienta de Adán—, durante la Edad Media se registran las alegorías más misóginas y demoníacas junto con las más idealizadas y celestiales. En Lejos como mi querer, de la autora brasileña Marina Colasanti, se plantea esta doble vertiente en el símbolo de la mujer serpiente y devoradora, junto a la pulcra doncella cuya belleza se entronca con la rosa mística. Para Walter Ong, el dominio de las lenguas vernáculas sobre el latín coincide con un mayor acceso de la mujer a las universidades, esta coincidencia determina la aparición de la novela. Quizás éste sea un camino interesante para recorrer en la historia de la literatura occidental como punto de investigación: establecer la influencia femenina en el surgimiento de una nueva forma narrativa. O por lo menos, la aparición de la mujer como personaje literario con una dimensión más humana y exaltada: La Beatriz de Dante, Iseo, Ginebra... El simbolismo de la mujer se encuentra cargado de cuatro dimensiones. Antropológicamente está vinculado al principio pasivo de la naturaleza, sentido que es rechazado y discutido por las feministas. Su vinculación con la Sirena le confiere un carácter amenazador como figura tentadora, peligrosa y desviadora de la aventura o crecimiento masculino. Pero también es la Magna Mater, espacio cálido, figura generosa vinculada a la tierra y al poder inconsciente de las aguas. Por último se asocia a la figura de la mujer con el ánima junguiana, aspecto interesante de revisar como parte de una dualidad común al hombre y la mujer que suprimiría para la teoría feminista el monolítico planteamiento de la envidia del pene. Desde ese punto de vista Luce Irigaray en su ensayo Speculum de l´autre femme desbanca la propuesta freudiana como una fórmula misógina que condena a la mujer a un sentimiento de envidia hacia el hombre porque su clítoris es un pene atrofiado. Y justamente esta castración produce un sentimiento de frustración que le confiere una debilidad psíquica que le impide el acceso al ámbito de lo público. 7 El barco de Camila Ilust. Jirina Marton Sam, Bangs y Hechizo de luna Ilust. Evaline Ness Para Freud, en la fase preedípica tanto los niños como las niñas experimentan las mismas fases orales, anales y genitales. Justamente en esta última, se vive a nivel inconsciente el sentimiento de pérdida y castración por la comparación de los órganos genitales. En ese sentido para la psicología freudiana la mujer queda marcada en su evolución por esta carencia. Por eso, su imposibilidad para “mostrar” algo ya que más bien ella se constituye como metáfora de una oquedad, de un ocultamiento. En cambio el varón, incorpora en su evolución psíquica un estrato superior, el del superyo, sedimentado en el complejo de Edipo. La prohibición de tener a la madre (la prohibición del incesto en términos de Levy-Strauss) consolida el poder de la ley en su estructura mental y abre la dimensión de lo simbólico. La niña al verse frustrada por su carencia de pene, se aleja de la madre y se vuelve con amor al padre. Acepta de algún modo su papel sumiso. Creo que aquí hay un punto de interés para el tema que más adelante quisiera exponer: las marcas de lo femenino en el lenguaje, ya que la escritura es asumida por la teoría feminista como un producto falocéntrico e incluso la pluma, el lápiz se proyectan como una extensión del pene. La escritura evidentemente confiere poder y por mucho tiempo la mujer estuvo marginada de la tecnología de la escritura. De allí que muchas veces se plantee que la expresión escrita de la mujer carece de autenticidad, en la medida que toma prestada una estructura que no le es propia. La mujer produce una escritura especular, que se refleja o se proyecta en un molde masculino. La teoría lacaniana, aún más densa y compleja, conecta a lo femenino, lo masculino y el falo como entidades fun8 cionales para el acceso al lenguaje. Nuevamente la envidia del falo, podría esgrimirse como el deseo reprimido que tiene la mujer de apropiarse de la escritura como un sentimiento postergado de esa carencia de pene. Justamente es allí donde se establece una dinámica curiosa de desdoblamiento, de reflejo, en la medida que se es sujeto u objeto del lenguaje. Irigaray sostiene que la literatura mística podría ser la expresión más auténtica de lo femenino en la literatura occidental, en cuanto las relaciones semánticas entre la noche, el arrobo místico, la pérdida del sujeto y el pronunciamiento a sotto voce, desde el interior, están muy cercanos a la experiencia orgásmica. Curiosamente añade en este capítulo un juego de palabras donde la mujer se convierte en la mystérique (misteriosa, histérica, mística). Confieso en este punto que me siento un poco turbado tratando de descubrir como hombre una esencia que me es ajena. Y sobre todo en un grupo de estudios donde el 90% son mujeres. Probablemente todas estas teorías de las cuales he estado hablando reconforten un poco esta extrañeza. Para Freud la condición bisexual es innata al ser humano y desde este punto de vista todos tenemos componentes masculinos y femeninos, todos estamos hechos de una misma sustancia donde el animus y el anima se conjugan, donde el yin y el yang entran en equilibrio. En ese sentido, la crítica que se le hace a la visión de Izagaray en su ensayo tiene que ver con esta voz impostada de la que ella se vale: “Si la mujer es precisamente el Otro de cualquier planteamiento teórico occidental concebible, ¿cómo puede la mujer, como tal, hablar en este libro? ¿Quién es el que habla y quién declara la ‘otredad’ de la mujer? Sí, como sugiere Lucy Izagaray, el silencio de la mujer o la represión de su capacidad de hablar, son constitutivos de la filosofía y del discurso teórico como tal, ¿desde qué planteamiento teórico habla Lucy Izagaray al desarrollar 1y2 Ramona y su madre Ilust. Alan Tiegreen su propio discurso teórico sobre la mujer? ¿Habla como mujer, en lugar de la mujer (silenciosa), para la mujer, en nombre de la mujer? ¿Basta ser una mujer para hablar como mujer? El ‘hablar como mujer’ ¿viene determinado por una condición biológica o por una estratégica posición teórica, por la anatomía o por la cultura?¿Y si el ‘hablar como mujer’ no fuera un sencillo hecho ‘natural’, si no pudiera darse por seguro?” Basta con esta cita para recordar cómo las largas descripciones de Proust, su aguda capacidad de observación y su penetrable sensualismo, han sido vistos como una escritura femenina. Más bien, mi interés para abordar este tema ha tenido que ver con la incuestionable abundancia de escritoras en los libros para niños, que se evidencia desde las reelaboraciones de cuentos de hadas en el Romanticismo, pasando por las figuras de las preceptoras, hasta hoy en día haciendo una simple revisión de una lista de libros premiados. Pareciera ser, que el ámbito de la literatura infantil ha sido conquistado como un territorio de lo femenino. En ese caso, me gustaría arrojar algunas luces sobre las marcas de la escritura femenina, más bien como una aproximación a un estudio que confieso debe ser más amplio y documentado. Para ello, he escogido tres obras distantes en el tiempo: Belcebú de Emilia Pardo Bazán, Ramona y su padre de Beverly Cleary y El fuego verde de Verónica Murguía. Pero antes quisiera valerme de una breve introducción al tema que expone Lucy Izagaray en un ensayo titulado La mecánica de los fluidos. Ella establece una analogía entre la feminidad y la masculinidad, a partir de los sólidos y los fluidos. Para ella, la ciencia falocrática es incapaz de explicar el movimiento de los fluidos, así como tampoco puede explicar a la mujer. El lenguaje de la mujer se comporta como los fluidos que desprecian los físicos: “Es continuo, comprimible, dilatable, viscoso, conductor, difusible... No termina nunca, es poderoso y a la vez inofensivo por su resistencia a lo enumerable, disfruta y sufre por su hipersensibilidad a la presión; cambia —de volumen y de fuerza, por ejemplo— en función de la temperatura, su realidad física está determinada por la fricción entre dos fuerzas eternamente colindantes, dinámica de la proximidad y no de la propiedad.” Una severa crítica a esta cita, le atribuye una visión machista de la escritura femenina, ya que los fluidos sostienen una relación directa con los líquidos, la leche materna y el líquido amniótico. Desde este punto de vista, pareciera que toda aproximación a registrar posibles características de la escritura femenina está condenada a la esterilidad. Aún suponiendo que de alguna forma la mujer se apropie de una herramienta que ha concentrado por muchos años la marca de lo masculino, me parece interesante dentro de esta postura, la categorización que retoma Teresa Colomer en su artículo “A favor de las niñas”, donde plantea que existen tres formas como la mujer y la literatura se relacionan: • La literatura femenina. Y en este sentido se aplica una visión historicista acerca del acceso de la mujer a la escritura. • La literatura feminista. Al servicio de la ideología. • Y una literatura de la mujer, que es quizás la exploración menos abordada. En otros términos, más bien yo plantearía la siguiente diferenciación: la literatura hecha por la mujer, la postura feminista en la literatura y lo femenino en la literatura. En este punto entronca el interesante artículo de Anna Altmann, acerca de la parodia y la poiesis en los cuentos de hadas feministas. La búsqueda de una fórmula más genuina, que no se soporte en la parodia de una estructura mítica masculina donde los rasgos heroicos son ridiculizados y en donde se subvierten ciertos elementos estructurales del monomito de la aventura, plantea las posibilidades de explorar nuevos caminos para incorporar una nueva visión femenina en la literatura. Justamente, en una oportunidad alguien me comentó que El maestro de las marionetas de Katherine Paterson planteaba una relación entre los personajes muy diferente a la que plantearía un hombre. En un contexto sangriento, de guerra y hambre, se entretejen sutiles aprendizajes, deudas y diálogos susurrantes entre los dos niños protagonistas que difícilmente hubiesen sido concebidos de esa manera por un hombre. Esa mirada escudriñadora, que precisa el 9 1y2 Lejos como mi querer y otros cuentos Ilust. Marina Colosanti detalle de un movimiento de marionetas detrás de los telones, una actitud reflexiva más bien que sumisa, un crecimiento rudo, pero esbozado de tal forma que la violencia física resulta extemporánea y los códigos del silencio y la insinuación reproducen un mundo que, si bien está vinculado con lo doméstico, no abandona una representación de lo público como contexto histórico. No creo, como advierten ciertas autoras feministas que la cercanía con lo privado sea una manera de plegarse a un ordenamiento machista. El principio pasivo gana fuerza con la semántica de las palabras, donde a veces el regodeo sensual y polisémico tiene más cercanía con el sentimiento lírico, y evidentemente con una aproximación más poética de la realidad. Me atrevo a afirmar que quizás una de las propiedades de la escritura femenina sea crear atmósferas en recintos cerrados. Esa relación biológica con el útero mantiene la particularidad de abastecer a los personajes de espacios tibios, reconfortantes y muy personales. Piénsese por ejemplo en la ventana por donde la protagonista de Sam, Bang y Hechizo de Luna observa la lluvia caer, o en la constreñida vecindad que recorre Fercho en sus aventuras detectivescas; o en la imaginaria casa de muñecas que Lucy Babbidge oculta en un sótano; o en el invisible pueblo de gnomos celosamente guardado por Sara en La tarde de los elfos o en el olvidado microcosmos que resucita Mary en el jardín que expande su mundo interior en El jardín secreto. Todos estos escenarios reproducen, de alguna manera, el impulso retrospectivo que hurga en aquello que no se ve, en lo no manifiesto. Quizás el interior de esa vagina, fértil, misteriosa y húmeda. La distensión a mi modo de ver es otra marca de lo femenino en la escritura. El movimiento inclusivo, mediante la descripción detallada y adjetival refiere una capacidad para la descripción, en contraposición a la tildada compulsión verbal del discurso masculino. La representación del falo como figura lineal, confiere el acento a la acción en la escritura masculina. En términos estructuralistas, las funciones cardinales dan cuenta de lo que sucede en la historia ordenada cronológica o lógicamente. Por eso, las grandes epopeyas se desarrollan bajo el esquema de la sintaxis funcional. Probablemente por esta razón sean vistas como interpolaciones en La Ilíada y en La Odisea las detalladas descripciones de los escudos y las embarcaciones. 10 En cambio las funciones distribucionales, aquellas que dan cuenta de los detalles (llámense informantes o indicios) mantienen una relación geométrica con el círculovagina, detienen la narración, crean lo que se ha dado en llamar “morosidad narrativa”. El registro discursivo de la descripción detiene la acción para expandir el objeto, poseerlo, inspeccionarlo, arroparlo. Curiosamente en La caída de la casa Usher, de Edgar Allan Poe, hay una breve descripción del mobiliario de la mansión, una visión fugaz, a pesar de que el objeto mismo del tema literario tenga una fuerte vinculación con este recinto cerrado. Ayer casualmente estuve revisando El barco de Camila y me di cuenta de que esta historia narrada por un padre a su hija refiere un viaje, donde se despliega una aventura marina de estructura lineal. Se da cuenta de lo que sucede, pero en ningún momento se describe al barco. En cambio, si nos fijamos en las ilustraciones hechas por una mujer vemos cómo va tomando forma el bote hasta convertirse en un barco lleno de detalles, más pesado, más ornamentado. Leamos un pequeño fragmento de Belcebú de Emilia Pardo Bazán: “La francesa estorbaba en el trono, y el rey temía que Olimpia entre sus frascos y pomos de oro llenos de blanquetes, coloretes y esencias, trajese otros de las aguas letales que le había enseñado su padre a preparar...” No son sencillos frascos, sino también pomos, pero de oro, que escondían sustancias, superfluas y malignas. Nos encontramos frente a un fragmento expansivo, dentro de una unidad narrativa expansiva, que muestra más bien un indicio de una práctica relacionada con la brujería. Realmente aquí no sucede nada, pero se muestra mucho. Horacio Quiroga, maestro del cuento latinoamericano, planteaba en su decálogo una ley inexorable del cuento: “el adjetivo, cuando no da vida mata”, aludiendo precisamente al uso innecesario de estos elementos “distractores” de la acción. El sustantivo cuando tiene fuerza suficiente no debe ser “debilitado” con estas unidades semánticas. La insinuación también podría destacarse como una característica de lo femenino en la escritura. El vacío (silencio) muchas veces es más elocuente que la abundancia. Existe una teoría del cuento planteada por Ernest Hemingway. Esta teoría es la de la punta del iceberg. Por cada parte del hielo que se asoma hay otras siete ocultas en el océano. Justamente, un cuento debe tener esa capacidad de ofrecer al lector las posibilidades de completar esa otra porción que se esconde. El uso de los puntos suspensivos, las anticipaciones, las sugestiones, las digresiones y otros mecanismos de construcción literaria apuntan hacia un posicionamiento de lo femenino en la literatura. El discurso masculino se sostiene en lo inmediato, lo directo, lo preciso. La elucubración en este sentido se opone a la sugestión. Sería interesante revisar otros aspectos que se refieren a la polisemia, a la sinestesia, al paralelismo y la antítesis... Sin embargo, dejo por sentado que gran parte de esta exposición sólo pretende arrojar luces sobre un aspecto informe y discutible. Como lector he tenido acercamientos a lo femenino en la escritura a través de libros como El fuego verde de Verónica Murguía, donde me ha quedado el sabor de una embriaguez por el manejo sensual de las palabras. Conquistas que me parecen significativas de lo femenino en la literatura, sin importar el sexo de quien escribe. En definitiva, estamos hechos de la misma materia humana, donde los dos aspectos forman parte de un mismo deseo de expresarnos a través de la tecnología de la escritura. El barco de Camila Ilust. Jirina Marton BIBLIOGRAFÍA • Altmann, Anna E. (1994) “Parody and Poesis in Feminist Fairy Tales” En: Canadian Children Literature, No. 73, p. 22—31 • Cassidy, Sylvia (1992) La casa de Lucie Babbidge. Bogotá, Norma. • Cleary, Beverly (1987) Ramona y su padre. Madrid, Espasa Calpe. • Colasanti, Marina (1997) Lejos como mi querer y otros cuentos. Bogotá, Norma. • Colomer, Teresa (1994) “A favor de las niñas: el sexismo en la literatura infantil”. En: Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil (7), No.57, 7- 24. • Hodgson Burnett, Frances (1987) El jardín secreto. Santiago de Chile, Andrés Bello. • Morgan, Allen (1987) El barco de Camila. Caracas, Ekaré. • Murguía, Verónica (1999) El fuego verde. México, Ediciones SM. • Ness, Evaline (1994) Sam, Bangs y Hechizo de Luna. New York, Lectorum. • Ong, Walter (1994) Oralidad y escritura. Bogotá, Fondo de Cultura Económica. • Pardo Barzán, Emilia (2000) Belcebú. Madrid, Celeste. • Paterson, Katherine (1995) El Maestro de las marionetas. Bogotá, Norma. Fanuel Hanán Díaz. Crítico e investigador literario muy querido y respetado en el Banco del Libro por haberse desempeñado primero como Coordinador del Departamento de Selección, luego como Jefe de Publicaciones y numerosas veces como asesor. Además ha sido becario de la Internationale Jugenbibliothek de Munich, colaborador asiduo de muchas publicaciones especializadas en libros para niños como La Revista Latinoamericana de IBBY, Cuatro gatos, Espacios para la Lectura (FCE), entre otras. Fanuel ha sido autor de varios libros informativos para niños y jurado de premios internacionales como el Enka, Susaeta y el de Norma–Fundalectura. Actualmente se encuentra dictando un curso de literatura infantil en la Universidad Metropolitana donde hechiza a sus alumnos con historias actuales y de antaño. 11 1y2 Der Standhafle Zinsoldat Ilust. Jörg Müller 12 Dónde se esconde lo “literario” en los Estudios Culturales Los evaluadores de libros para niños y la crítica Por LOURDES MORALES BALZA ¿Vigías de los senderos de la crítica? E n el mes de febrero del 2001 tuvimos dos sesiones que decidimos llamar “Estudios Culturales, Nuevo Historicismo, Postcolonialismo: reconstruyendo historia, roles y géneros desde la perspectiva otra”. Las responsables de preparar la introducción eran Lourdes Morales y María Fernanda Paz–Castillo. Ambas (confesadas lectoras canónicas, defensoras del “buen leer” y con ciertas reservas a estas tendencias de estudio) intentaron luchar contra sus prejuicios disciplinarios y darnos una presentación objetiva del asunto. Por supuesto, el punto de vista no tardó en apoderarse de la introducción y tuvimos al grupo enfrentado, discutiendo por horas. Ambas prepararon unos textos que fueron útiles para detonar la explosión de opiniones. Al final de la sesión todos queríamos copia del texto camorrero de Lourdes. A continuación aparece una versión corregida del texto presentado aquel día. El tono beligerante ha sido suavizado por la misma ensayista y esta versión resulta sumamente rica pues nos da cuenta no sólo de su postura ante los Estudios Culturales, sino también de sus reflexiones en torno al seminario. El seminario sobre las escuelas de crítica más representativas de la historia de la literatura que llevó a cabo el Comité de Libros fue un proceso que reflejó lo que a menudo sucede en el mundo de los libros para niños y, particularmente, en cuanto a la conexión que pocas veces existe entre quienes estudian los libros para niños y quienes ofrecen o promocionan lecturas entre los pequeños. Nos reuníamos una vez a la semana y luego de una pequeña introducción teórica por parte de alguien del grupo discutíamos en torno a las principales escuelas. Durante meses leímos estudios, tendencias de escuelas, y, a la par y con mucho placer, disfrutábamos de libros para niños que considerábamos piedras angulares, ediciones realmente buenas o propuestas experimentales. A medida que avanzábamos en nuestro recorrido las escuelas de crítica fueron tecnificando su acercamiento a los textos. Albergué la esperanza de que los Estudios Culturales significaran una reconciliación con lo poco de críticos que aún quedaba en nosotros. Al iniciar las lecturas sentí que dábamos un gran salto. Después de asistir a un ensimismamiento extremo de la aproximación crítica algo había cambiado repentina- mente. Reí mucho al encontrar un artículo que confirmaba mis sospechas y no me dejaba tan sola en este asunto. Roberto Palacio, al reseñar en El Malpensante una colección de tres libros que tratan sobre el desarrollo de los Estudios Culturales en América Latina, decía: “Es difícil definir el tema que tratan estos [...] libros*; es incluso difícil decir de qué trata cada uno de ellos; y para ser más específico, es difícil decir de qué tratan las secciones de cada uno de ellos. Quizá una de las primeras cosas que salta a la vista sea ésta: no es posible englobar en un solo concepto la temática tratada. [...] La impresión que tiene el lector desprevenido es que se está ante una nueva disciplina, aceptada tácitamente como tal; que algo muy importante ha pasado en el mundo de las letras y del saber y que está llegando tarde a la función. No hay un artículo que nos introduzca a los nuevos presupuestos fundamentales de la disciplina naciente, que nos ubique en un lugar desde el cual comenzar a reflexionar. Uno siempre cae como in mediis rebus, en la mitad de algo” 1. Después de alertarnos sabiamente sobre el carácter difuso de un tipo de análisis que no tiene método y en el que parecen caber muchas cosas, Palacio aclara: “Uno podría suponer entonces que los prólogos de estos libros deberían cumplir la misión de informar a ese lector que ha llegado tarde al argumento de la obra.” Desconsolado, el articulista ofrece como ejemplo un prólogo de uno de los libros titulado “Exordio a modo de planisferio”, donde se lee que “lo multicultural expresaría, en tal fórmula, tanto la apertura transdiciplinaria como una escucha estereofónica y una visión estereoscópica a todo lo que significa el proyecto de América Latina y del Caribe como un conjunto de valor ecuménico en una sociedad globalizada”. Esta fue una buena lectura para iniciar un acercamiento a los Estudios Culturales. Lo digo porque, sobreponiendo mi interés en los libros para niños, me dije: “tomo otro camino o salgo corriendo; esto es nocivo para la salud o nada tiene que ver con los libros para niños”. 13 Un ensayo de Beatriz Sarlo2 sirvió para ver esta tendencia desde el lugar de nuestro interés: la literatura. La autora realiza un interesante recorrido y explica en qué momento los Estudios Culturales entraron en escena para tratar de redimir la función de la crítica literaria. La primera advertencia de Sarlo aclara el hecho de que en los Estudios Culturales convergen muchas disciplinas; y la segunda apunta al reconocimiento por parte del crítico literario en cuanto a su ámbito de acción. Ante términos como “diversidad”, “lo otro”, “multicultural”, “multiétnico”, “globalización”, el ensayo conduce a una pregunta fundamental: dónde queda lo que define a la literatura, aquello que proporciona especificidad a este arte; quién alza la voz y habla de los valores literarios. Estas advertencias son particularmente interesantes si las aplicamos al área de la literatura para niños donde, como dice John Rowe Townsend, a las personas que tienen que ver con la creación, producción y promoción de libros para niños les es difícil inmiscuirse en otras disciplinas ya que la especialización les ha cerrado las puertas; pero a menudo deben aceptar que cualquier especialista renombrado que tenga por objeto de estudio el niño —pedagogo, psicólogo, sociólogo— emita su opinión con respecto a las bondades o debilidades de un libro. Sarlo plantea cómo la crítica literaria —que en un momento habló al común de los lectores— se encaminó hacia una introspección abusiva y perdió terreno. En este momento aparecen los Estudios Culturales. Con ellos la crítica encuentra la oportunidad de salir del claustro que se había impuesto a sí misma. Por otra parte, Sarlo señala que la crítica literaria vive su crisis cuando el lugar de la literatura dentro de nuestra cultura está cambiando. La hegemonía de lo mediático audiovisual ha hecho innegable este movimiento (podemos leer novelas que sólo circulan en Internet y algunas personas escriben exclusivamente para este medio). En cierto momento histórico, sobre todo a finales del siglo XVIII, lo literario estuvo relacionado con las prácticas de lectura (ya que por literatura se entendió en determinado momento lo que estaba impreso). Los Estudios Culturales colaboraron exitosamente en la redefinición de nuestro concepto de lectura. Pero que una tendencia de análisis como ésta sirva para tal fin no significa que desde ese mismo lugar podamos definir lo que es literario o no. ¿Será necesaria una redefinición de lo 14 literario? Esta es la pregunta que parece asomarse tras cada frase de Beatriz Sarlo. Pero pronto aclara: una cosa es desentrañar y definir los procesos lectores, actuales o vetustos, y otra estudiar la literatura suponiendo que toda práctica lectora está relacionada con lo literario. Los Estudios Culturales tienen una legitimidad inobjetable; cualquier disciplina puede apoyarse en la literatura para definir determinada cultura; pero hemos de ser cautelosos si el asunto es definir si un texto es literatura o en qué medida es “buena” o “mala” literatura. Un texto literario puede —y de hecho lo hace— ayudarnos a reconstruir la idea de mundo que maneja un autor en determinado momento histórico, ya sea definiendo ese mundo o desmontándolo a través de la evasión. Pero una cosa es ver qué del mundo encontramos en un libro y otra muy distinta comprender esos textos desde los términos de la ficción, lo cual implica análisis del discurso, de los personajes, de la verosimilitud y de otros aspectos que nos permiten valorar a una obra literaria cualitativamente. Los críticos literarios a lo suyo: los valores estéticos que nos permiten calificar una obra. En cierto sentido Sarlo plantea que si los Estudios Culturales y la crítica literaria se necesitan es para que ésta última reconsidere su asunción de un canon literario y artístico: “Los estudios culturales son hoy una fortaleza contra una visión canónica de la literatura. Vivimos entre las ruinas de la revolución foucaldiana. Aprendimos que donde había discurso había ejercicio del poder y las consecuencias de este postulado no pudieron exagerarse más. No podía estar hablando de los textos sin examinar las relaciones de poder que encubrían [...] donde hay discurso hay lucha por la legitimación en el campo intelectual. Si es cierto que donde había discurso había poder, al mismo tiempo, los subordinados inventaban estrategias de lectura que implicaban respuestas activas a los textos, respuestas que podían contradecir lo que los textos sig- 1y2 El regalo del sol Ilust. Jude Daly nificaban para otros lectores o para sus autores. Los estudios culturales siguieron las curvas que unen a estas posiciones que, convengamos, no preparan el terreno para una discusión sobre el canon sino para su refutación” 4. Parece oportuno volver a los libros para niños y atender a Peter Hunt cuando aclara su posición ante la creación de un “comité de canon”. Hunt señala que el trabajo de un comité que se plantee un norte como ese está mal encaminado por tres razones: la primera es que no puede imaginarse que lo que hace un comité de este tipo sea posible; la segunda es que si se produce un “canon de los libros para niños, sólo tendrá el efecto que ha tenido el canon de la literatura universal: inhibir a las personas para que no piensen por sí mismas”; la tercera es que Hunt considera que es demasiado tarde para hacer esto, “[…] el pensamiento crítico se está desmontado a partir de sí mismo” 5 . En verdad ha corrido mucha agua desde que Hunt dijo estas palabras. Ciertas tendencias puristas aún perviven y algunos críticos persisten en escudriñar la producción de libros para niños buscando el “santo grial”, el nuevo talismán. Afortunadamente son pocos. Como dice Teresa Colomer6, la batalla de la literatura para niños a favor de los valores literarios fue librada hace ya mucho tiempo. Continuamos la búsqueda con la esperanza de ser sorprendidos por una buena lectura, pero hay caminos que debemos rodear o evitar. Debemos cuidarnos, por ejemplo, de analizar una historia para ver qué tanto ayuda a los niños a ser tolerantes, qué tanto los prepara para asumir y convivir con la diversidad. Éstos, definitivamente, no son temas que como “críticos literarios” deban preocuparnos a la hora de evaluar un libro para niños. Pero nuestra tarea como evaluadores avanza un poco más allá; supone, como plantea Colomer, una crítica multidisciplinaria y diferente que se acerque a la luz de los libros “poniéndose gafas muy diferentes” 7. No es casualidad que el Comité de Evaluación de Libros reúna a profesores, bibliotecarios, diseñadores, estudiosos de la literatura, promotores. En ocasiones es difícil ceder terreno, mediar y escuchar la voz del que habla desde su experiencia. A menudo un libro que no ganó la batalla contra el análisis resulta maravilloso en manos de un buen mediador. En este punto me parece idóneo retomar el planteamiento de los Estudios Culturales, dar lugar al diálogo interdisciplinario. Pero para esto debemos estar dispuestos a cambiar de lugar y a escuchar de otro modo. Por eso los encuentros y confrontaciones de experiencias son necesarias, sólo hay que asistir con la humildad de quien sabe que su palabra y experiencia abarca sólo una parte del todo que constituyen quienes trabajan con libros, niños y lectura. Los niños y los libros se nutren y conviven a menudo en la fantasía, y la literatura colabora en cierta medida a percibir la realidad. No sólo somos gurús y nuestra tarea no representa únicamente guiar hacia la luz del conocimiento. Está la escuela; más allá la biblioteca… la sociedad. Debemos estar alerta ante este vasto panorama y observar cuidadosamente que nuestro trabajo individual esté al menos consciente del todo; bien dice Colomer9 que “la relación entre disciplinas es algo propio del momento actual en el avance del conocimiento. La realidad es compleja y cualquier aproximación desde un ángulo sólo muestra una perspectiva.” El ideal es reflexionar en todo momento en torno a nuestra posición como críticos y como mediadores en un contexto en el que la demanda exige, a la par de un estudio de la literatura, una promoción de lectura a todos los niveles. NOTAS * Cultura, medios y sociedad. Jesús Martín Barbero y Fabio López de la Roche (Universidad Nacional de Bogotá, 1998). Cultura, política y modernidad. Gabriela Restrepo, Jaime Eduardo Jaramillo y Luis Gabriel Arango (Universidad Nacional de Bogotá, 1998). Cultura y globalización. Jesús Martín Barbero, Fabio López de la Roche y Jaime Eduardo Jaramillo (Universidad Nacional de Bogotá, 1999). 1 Roberto Palacios, “Los nuevos tlönistas”. En: El Malpensante. Lecturas paradójicas mayo—junio 2000. Neumero 22, pág. 90. 2 “Los estudios culturales y la crítica literaria en la encrucijada valorativa”. En: Revista de crítica cultural, Nº 15, noviembre 1997. 3 “Criterios para evaluar literatura para niños”. En: Un encuentro con la crítica y los libros para niños. Col. Parapara Clave 2. Caracas, Banco del Libro, 2001. 4 “Los estudios culturales y la crítica literaria en la encrucijada valorativa”. En: Revista de crítica cultural, Nº 15, noviembre 1997. 5 Peter Hunt, “El crítico en el autor”. En: Un encuentro con la crítica y los libros para niños. Col. Parapara Clave 2. Caracas, Banco del Libro, 2001. 6 Teresa Colomer, “Una nueva crítica para el nuevo siglo”, En: Memorias de el 27• Congreso Ibby, El nuevo mundo para un mundo nuevo, Bogotá, 2001, p. 71. 7 Idem, p. 77. 8 Idem. Lourdes Morales Balza Licenciada en Letras de la Universidad Católica Andrés Bello. Quien oyera su voz angelical en el Orfeón de la UCV o en la coral Cantarte no se imaginaría la firmeza de su carácter. Fue durante varios años miembro del Centro de Estudios del Banco del Libro donde se encargaba de las publicaciones. Hace como un año nos abandonó para emprender nuevas aventuras editoriales junto a su hermana, aunque, como buena bancolibrera, nunca abandona la Avenida Luis Roche del todo, pues nos sigue visitando una vez por semana en nuestro Comité de Evaluación de Libros. 15 1y2 The gashlycrumb tinies Ilust. Edward Gorey Subject: Re: Delirios posmodernos T Por V E R Ó N I C A U R I B E al como aparece señalado en la editorial, el complemento epistolar al seminario fue fundamental para las discusiones. Desde Chile, Verónica Uribe seguía las sesiones como una “juiciosa alumna” a través del e–mail para transmitirnos sus reflexiones sobre las lecturas asignadas para cada jornada. Durante los meses que duró el seminario tuvimos la oportunidad de no sólo tenerla con nosotros de manera virtual, sino como invitada en vivo desde el Sur. Junto con María Francisca Mayobre y María Beatriz Medina estuvo encargada de preparar la sesión dedicada a la muerte del autor, de la cual guardamos como souvenir una divertida esquela que sirvió de invitación para entrar en materia. Todas las cartas de Verónica eran francamente especiales, pero de nuevo no podemos transcribir la correspondencia completa. De modo que hemos escogido uno de sus correos electrónicos para que descubran por sus propios medios el placer que era tener a esta cursante a distancia escribiéndonos una vez por semana. Esta carta corresponde a una de las dos sesiones que dedicamos a discutir textos que hablan sobre la posmodernidad y sus intrincadas complejidades. 16 La intención de estas sesiones era crearle un marco a las próximas reuniones que versarían sobre las distintas tendencias de interpretación del postestructuralismo. From: Verónica Uribe <[email protected]> To: Brenda Bellorín < [email protected]> Subject: Re: Delirios posmodernos Date: Wed, 24 Jan 2001 15:29:20–0300 Querida Brenda, Muy buenos tus delirios y muy atinados para ser delirios. Me ayudaron a clarificar algunas brumosas lagunas dejadas por Lyotard. Tengo el artículo de Joanna Klinker, en inglés y castellano, lo que es interesante. Y estoy muy agradecida a esta autora por ser tan amable con sus lectores y escribir un texto completamente moderno, clásico y comprensible, que no deja espacios abiertos a la interpretación sino que lanza su mensaje con toda exactitud y claridad. Es decir, por escribir una "obra" y no un "texto", en palabras de Barthes, que ella cita. The Grey Lady and the Strawberry Snatcher Ilust. Molly Bang Me gusta mucho el sentido de lo que escribe Klinker, es decir, que nos atrevamos a ser más experimentales en literatura para niños y jóvenes. Es muy bonito eso de la construcción del significado por parte del lector y eso de los textos para niños más writerly que readerly, pero yo creo que la audacia de un autor para escribir textos experimentales sólo llega a buen puerto si acaso el autor tiene también el talento para construirlos de manera original, enrevesada, juguetona, pero... que terminen siendo, finalmente una OBRA. Si no es así, nosotros, los receptores, terminamos frente a "instalaciones" a "arte conceptual" que necesitan un libraco de explicaciones para encontrarles algo de sentido o interés. Y en el caso de la literatura, sin talento y sin la fuerza de una obra acabada, redonda, terminada por el autor, nos encontramos frente a textos inconexos, balbuceantes, que se escudan en la poético para excusar su incoherencia. De manera que como tú dices, Brenda, sí y no con el postmodernismo. Sí, hay que abrirse a la experimentación, a lo original, abandonar los paternalismos, pero no a los balbuceos y a las incoherencias. Por otra parte, el mundo es tan caótico, —especialmente este mundo subdesarrollado que nos ha tocado—, tan ruidoso, tan hiriente a los sentidos y a la comprensión, que yo agradezco a aquellos que pueden trazar un orden, concebir un sistema de explicaciones que, aunque sea por unos momentos, nos alivie del desorden. Ya sé que estos caminos suelen llevar al totalitarismo. Eso es aterrador y se enfrenta a la anarquía, que también amo. Pero me reconforta pensar que ninguna explicación globalizante resiste muchos años al espíritu contradictorio de los hombres. Volviendo a la obra de arte: me gusta mucho eso de aludir a la realidad, de intentar sublimarla. Sublimar en el sentido de desprender a la realidad de sus imperfecciones, de sus asperezas: el paso del tiempo, por ejemplo, tan exasperante en la realidad; el sin-sentido de lo cotidiano, de los miles de actos rutinarios de nuestra vida. El mismo Chambers dice que la literatura está allí para eso, para encontrar orden, para aliviar el caos: "La experiencia literaria alimenta la imaginación, esa facultad que nos permite asimilar la abrumadora cantidad de información que nos asalta en la vida cotidiana y encontrar patrones significativos en ella". En cuanto a cuestionarnos nuestro rol de evaluadores, sí, creo que debemos hacerlo todo el tiempo, pero también debemos tener "fe" en que la literatura hace a las personas más inteligentes, más amables, más tolerantes. Y allí estamos para facilitar la búsqueda. Y aquí estamos intentando estudiar mucho, incluso leyendo a señores franceses insoportables, para hacerlo lo mejor posible (Moderno) o para entretenernos (Postmoderno). Bueno, Brenda, muchos cariños, Verónica Verónica Uribe. Hizo sus estudios universitarios en la Universidad de Chile y en la Universidad Central de Venezuela graduándose como Licenciada en Comunicación Social con una tesis sobre revistas infantiles. La mayor parte de su vida profesional ha estado dedicada al área de los libros para niños. A finales de la década del setenta participó en el proyecto que dio origen a Ediciones Ekaré. Allí trabajó primero como editora, directora editorial y luego como directora. Esta sureña, pausada y de mordaz sentido del humor, es la estratega detrás de buena parte de los proyectos más importantes del Banco del Libro, entre los que podemos mencionar la creación y dirección de las librerías de esta institución y de la revista especializada en literatura infantil Parapara. Además de ser una excelente editora, es también traductora y autora de varios libros para niños. Verónica ha sido miembro del Comité Ejecutivo de IBBY (International Board on Books for Young People) y jurado del Premio Hans Christian Andersen. Actualmente es Vicepresidenta de Ediciones Ekaré, cargo que lleva a distancia desde Santiago de Chile con omnipresencia tangible a pesar de los kilómetros de distancia. En nuestro continente Verónica Uribe es una referencia obligada en materia de libros para niños; en nuestra institución es la consejera que siempre queremos consultar. 17 Niños que no leen, adultos lectores Por FRANCISCO JAVIER PÉREZ Universidad Católica Andrés Bello Por cuestiones del azar y de la buena fortuna, los profesores Francisco Javier Pérez y Ricardo Rosario sólo disponían del mismo miércoles 28 de marzo para compartir con nosotros sus impresiones sobre los álbumes que les habíamos dado. Para Francisco Javier Pérez —conociendo su inclinación hacia los estudios literarios y la lexicografía— habíamos escogido un texto clásico,Cenicienta, ilustrado de manera inusual por Innocenti, para ver cuál sería su veredicto formalista de este libro en el que texto e imagen sostienen una extraña relación paródica. Para Ricardo Rosario —convencido militante de las literaturas emergentes— escogimos uno de los libros más posmodernos y transgresores para niños que conocemos, The Stinky Cheese man and Other Fairly Stupid Tales de Jon Scieszka y Lane Smith, en espera de que nos familiarizara con la teoría de las respuestas lectoras. Ninguno de los dos profesores se conocían y, como las presentaciones se iban haciendo sobre la marcha, no tenían manera de saber cómo eran de opuestos en sus aproximaciones teóricas hasta que comenzaron a hablar. Primero vino Francisco Javier, quien ensayó a ser crítico literario en minúscula haciendo su análisis en el movimiento pendular entre inocencia y experiencia que tanto caracteriza la crítica de libros para niños. Y entre sus divagaciones surgió el tema de la “buena literatura”, tocado con profusas pinceladas canónicas que hicieron a Ricardo Rosario salir de su silencio... Esta apasionada discusión desembocó en que ambos profesores se invitaron a participar en sus cátedras universitarias. Es una pena que no podamos reproducir esta discusión aquí. Sin embargo, contamos con dos textos escritos por estos profesores que pueden ilustrar de alguna manera sus distantes puntos de vista. 18 Se ha repetido mucho que lo que seremos de adultos se fragua durante nuestros primeros años de vida. Esta verdad parece adquirir una rotundidad a toda prueba en lo que a los hábitos lectores se refiere. Como desarticulación de esta idea, pretendo en las líneas que siguen tratar de demostrar cómo no siempre el principio cobra vida y cómo, en ocasiones, la inversión de los conceptos que integran el razonamiento dejan su falsedad para pasar a convertirse en verdades indudables. A falta de un ejem-plo más convincente a mis propios efectos, me centraré en el relato de mi origen lector y en la reflexión de cómo mi situación adulta de lector sistemático, disciplinado y apasionado no se corresponde con la de un niño que no leía, que no le gustaba leer y que, en cambio, era sometido a torturas y castigos feroces que le obligaban a esa actividad, en contra de sus gustos, intereses y voluntad. Siempre hubo libros en mi casa. Mis primeros recuerdos lectores, precisamente, se asientan en los extraños nombres de autores y en los títulos que se destacaban en los lomos de los libros de la biblioteca paterna. Algunos se repetían obsesivamente. Charles Dickens, Charlotte Brontë, León Tosltoi, William Somerset Maugan, Robert Louis Stevenson, Curzio Malaparte, Emilio Salgari, Julio Verne, Stefan Zweig, Mika Waltari, Truman Capote y Françoise Sagan, entre otros. Eran sus títulos, los recuerdo muy bien: Historia en dos ciudades, Jane Eyre, La guerra y la paz, La luna y seis peniques, David Balfour, La piel, El León de Damasco, Cinco semanas en globo, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Sinuhé el egipcio, Desayuno en Tiffanys y Buenos días tristeza. Aprendí, gracias a estas recurrencias, el sentido y valor monográfico de la lectura y del estudio y el significado que tiene la lectura entendida como actividad de obsesiones irremisibles. Este aprendizaje, claro está, me llegó muy tardíamente. Nunca abrí ninguno de estos libros. Más crecido, me aventuré con mediano éxito con los títulos de Dickens1 y de Verne, aunque, de este último, en una versión infantil que después adquirí para mi propia biblioteca. De niño tampoco me gustaban los libros infantiles. Entre las lecturas obligadas que tenía que hacer estaban los relatos de mitología griega y los escritos geográficos, que parecían ser las lecturas apropiadas para una criatura de corta edad. Lo que sí llamó mi atención poderosamente fueron las portadas de algunos de esos libros. En especial, había la de uno que servía de pórtico a una recopilación de cuentos y narraciones de variada genealogía. Aunque hoy se me desdibuja, recuerdo que me producía una sensación de temor muy grande. A diferencia de lo que me ocurre hoy día con el diseño seductor de las portadas, la imagen tan aterradora no me invitaba a leer los textos. Lo que sí me suscitaba la imagen era a imaginar las historias contenidas en el grueso volumen de hojas toscas y con ilustraciones en blanco y negro, nada estéticas en este caso. Gracias a estos libros que veía y que nunca leí, se despertó en mí, no sólo los pavores infantiles más crueles, sino la fascinación por las historias de terror, que veía en el cine y en la televisión, mucho antes de haberlas leído en su formato de papel. Mi primer recuerdo de lector está asociado a una sesión de tortura. Ocurría por las tardes, después de regresar del colegio, a eso de las cuatro2. Mi mamá me sentaba a su lado en la biblioteca de mi casa con un libro enfrente y me obligaba a leerlo en voz alta. La imposición de tarea para cada sesión era agobiante por interminable. Mientras yo recorría las palabras del libro mi mamá tejía, bordaba o cosía. Yo, creyéndola distraída con la filigrana de su labor, me saltaba palabras y líneas —primero—, trozos extensos y párrafos enteros —después—, hasta que fui descubierto en mi viveza y reprendido con un da capo insoportable. Tenía que volver al comienzo del texto y leerlo de nuevo con el mecanicismo que suponía este ejercicio en el que no entendía nada de lo leído y en donde repetía, como un loro, las líneas sin saber a dónde me conducían. Si algo aprendí de esta experiencia traumática fue que los libros tienen que leerse, sobre todo los grandes libros, por encima de nuestra propia comprensión; deben leerse a pesar de que no entendamos a dónde nos quieren conducir. Estuve, como es natural comprender, a punto de naufragar en todo lo que se refiriera a los libros, a la literatura y al estudio de su naturaleza. 1y2 El letrero secreto de Rosie Ilust. Maurice Sendak 19 En contraste con esta situación de anulación de mi capacidad lectora, mi acercamiento al diccionario siguió un camino poblado de seducciones. También los hubo en mi casa de pequeño, así como las enciclopedias de todas las especies y temas, por expresa imposición de mi padre, fanático de esta modalidad textual como una afortunada salida al ruedo del conocimiento. Viene una y otra vez a mi memoria un descoyuntado Larousse que mi hermano y yo exprimíamos ante cualquier descalabro de nuestras capacidades de comprensión lingüística. Creo que debo a estos primeros acercamientos al diccionario mi vocación actual de lexicógrafo y mi convencimiento de que más que libros decodificadores, a secas, resultan vínculos fortísimos para entender la cosmovisión de los hombres. Quedé, curiosamente, seducido por un tipo de libros que no se leía, sino que se le usaba para descubrir el significado de una referencia puntual. La educación primaria y secundaria hizo muy poco a favor de mi gusto por los libros. Las asignaturas que más trabajo me dieron y de las que tengo recuerdos ingratos son, como para que viva la paradoja, las que se relacionaban con los libros, la literatura y la lectura. Todas las estirpes de materias de Castellano o de Lengua supusieron, en los primeros años de mi formación básica, los tormentos de mi vida colegial. Sin embargo, algo se revirtió durante los años finales del bachillerato. Como por arte de magia, las obras literarias y su estudio empezaron a germinar como parcela central de interés. Un día impreciso, o cualquiera del último año del ciclo de estudios básicos, sentí extrañamente el llamado de una vocación por el estudio de las letras. Respondí inmediatamente anotándome en la mención humanística del bachillerato con la resolución firme de estudiar Letras en la Universidad. Fue en los años universitarios cuando comenzó a cimentarse mi disciplina lectora, aquélla que había repudiado durante los quince primeros años de mi existencia. Para asombro de mis padres y demás familiares, me convertí en un pequeño “intelectual” que no tenía otro rumbo de vida 1, 2 y 3 Topsy-Turvies Ilust. Mitsumasa Anno 20 que no fueran los libros, la música y el estudio. También en estos años empecé a borronear las primeras cuartillas —engreídamente—, como remedando a los autores que leía y cuyas vidas me fascinaban. Me atrevía a escribir algunos poemas, un cuento de estilo garcíamarquiano y un drama de homenaje a Ibsen. La lectura de El pequeño Eyolf me llenó del escalofrío que producen los libros realistas, aquellos que cuentan lo que no debe suceder y sucede, tan distinto a los libros fantásticos que, en cambio, cuentan lo que sucede y no debe suceder. En resolución de esta feliz iniciación, estudié Letras en la Universidad y esto sirvió para continuar una vocación que ya no podía tener vuelta atrás. La más absoluta verdad de esa carrera de Letras fue que no era más que el espacio para la lectura. No enseña más que a entender que la vida toda es posible en la ficción de los libros. Hice, entonces, lo posible para que los libros fueran la vida toda. Aprendí que leer es la más sagrada actividad del espíritu humano. Entendí, también, que escribir es una forma de leer. Que no hay una sola lectura, sino que las lecturas deben ser muchas en armonía o desconcierto con los que escriben, los que leen, los que piensan, los que imaginan, los que fundan la vida en la irrealidad o la fábula de las palabras o los que fundan la realidad con simples palabras. Durante esos años, además, fui capaz de poner en práctica un método personal de lectura que, simple, no era otro que leer monográficamente a un autor o a una escuela de escritura durante meses y hasta años. Soy, hoy en día, capaz de dedicar un tiempo prolongado a la lectura impresionista y exegética de un solo autor para conocer cada vericueto de su afectividad y de su estética. De aquel lector perezoso de mi infancia nada queda. Ahora soy un lector persistente y obsesivo, aunque lento y parsimonioso. A pesar de que la culminación de un libro me produce una especie de satisfacción fisiológica y psicológica, me gusta leer los libros lentamente, entendiendo la maravilla de ese disfrute que debe irremisiblemente acabar. En este sentido, soy más un relector; una suerte de Flaubert de la lectura. Y a mí, que nada quise de niño con los libros, me tocó en suerte ser un profesor de literatura. Mucho más, un profesor de “Teoría literaria”, ese reto para comunicar el misterio que encierra la literatura al verla desde la sequedad del estudioso o del constructor de esquemas de pensamiento para pensar la literatura. He querido, sin embargo, preservarme lector afectuoso y desprotegido ante el texto, en la idea de que se escribe siempre para los lectores corrientes y comunes y, nunca, para los especialistas, los críticos o los estudiantes de Letras. Mis años de estudiante y mis años de profesor, y los de investigador y escritor, me han traído muchos libros y muchos autores que son, hoy, mis compañeros de viaje. La deuda con ellos me exige que los invoque, aunque sea en fugaz recuento (los Clásicos en mayúsculas y los españoles, quedan fuera de concurso): Goethe, Flaubert, Baudelaire, Wilde, Proust, Mann, Zweig, Stevenson, London, James, Conrad, Wells, Conan Doyle. Renglón aparte, los maestros de lo fantástico: Poe, Gautier, Von Kleist, Maupassant, Lovecraft, Stoker, Bierce, Jacobs, Borges, King. De algunos he leído todo lo que escribieron, sin hipérbole ninguna. Me di a la tarea de entender la resonancia que cada uno de ellos había tenido para las generaciones anteriores de lectores y la que era capaz de propiciar en mí mismo. Es así como, para mí, el caso de Flaubert adquiere en este principio su verdad plena al punto de constituirse, más que en un autor predilecto, en un fenómeno de lectura. De Flaubert he tomado, entre muchas cosas, la particular vocación por las “satisfacciones imaginarias” que, con el tiempo, he estudiado en dos de mis libros, los más literarios, y en donde he pedido prestado el axioma flaubertiano para titularlos, a los dos por igual, Satisfacciones imaginarias, en 1998 y 2001, respectivamente. Resultan indagaciones, el primero, sobre lingüística y poética; mientras que el segundo, indagaciones sobre lenguaje, literatura y música, abordaje de los 21 NOTAS 1 Durante años resonaron las palabras iniciales de este extraordinario libro que, una y otra vez, me servían para juzgar los avatares de mi propia historia y la del mundo que me tocaba vivir: “Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero nada teníamos; íbamos directamente al cielo y nos extraviábamos en el camino opuesto”. 2 En la actualidad, mis horas sagradas de lectura comienzan a eso de las cuatro de la tarde. Respeto este horario, siempre que me es posible. La curiosa coincidencia entre mi hora de tortura infantil y la hora de lectura placentera de adulto sigue llamándome la atención y generándome la posibilidad de afianzar la ecuación entre la tortura infantil ante el placer y el placer adulto ante la otrora tortura. lenguajes interconectados de todas estas disciplinas lingüísticas, disciplinas de lenguajes. Debo al sufrimiento de Emma Bovary el grueso de estas reflexiones; y, a su suicidio, su vida eterna. Si me pudiera definir en los actuales momentos como lector, diría que mis predilecciones metodológicas han ido en aumento y que las afectivas han afianzado los nexos que, sin saberlo al repasar los lomos de los volúmenes que nunca leía de la biblioteca paterna, transitan rutas llenas de hallazgos y de aventuras, de peligros y de temores. Libros de viaje y libros de terror, cuentos fantásticos y escritos sobre el recuerdo, memorias y epistolarios. Son esos géneros (híbridos y no convencionales) los que hoy siguen interesándome ya que hacen vívida la realidad de la imaginación. Particular interés tienen en mis gustos los trabajos que repiensan los imaginarios de la propia escritura y de los escritores mismos. Es así como las biografías de escritores y, por otras razones, las de músicos, “hermanos de la filosofía” como los llama Adorno, constituyen mis especies genéricas más entrañables. Es ésta, pues, la historia de un niño que nunca leyó un libro y de un adulto que no deja de leer. Supone la aniquilación del mito de que si no hemos leído cuando niños, no lo haremos ya de adultos. Es la reafirmación de que la lectura —como la escritura— tiene su tiempo y de que el tiempo de la lectura siempre está por alcanzarnos —como también el de la escritura—, a la vuelta de los años y de la vida. El libro que está por leerse —y por escribirse—, siempre será el mejor. 22 Francisco Javier Pérez. Licenciado en Letras de la Universidad Católica Andrés Bello, Magister en Historia de Venezuela (UCAB), especializado en lexicografía (Universidad de Augsburgo). Francisco Javier Pérez divide su tiempo en mil cosas: por un lado da clases de Teoría Literaria en la Escuela de Letras de la UCAB y de “Lexicografía y dialectología” en la Maestría en Lingüística del Instituto Pedagógico de Barquisimeto, y, por otro, ha sido investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos y del Instituto de Investigaciones Históricas de su alma mater. Logra distribuir tan exitosamente su tiempo que ha publicado doce libros hasta la fecha relacionados con el mundo de la lingüística y de los diccionarios. Aquí en el Banco del libro tiene un grupo de fans promovido por unas cuantas de su exalumnas. Es quizás el lector menos tocado en su infancia por los libros para niños que tiene mejor disposición a apoyar cualquier causa bancolibrera. 1y2 Cenicienta Ilust. Roberto Innocenti Niños Lectores de Textos Perversos por RICARDO ROSARIO The Stinky Cheese Man and Other Fairly Stupid Tales de Jon Scieszka y Lane Smith desde la Teoría de la Respuesta del Lector Las últimas décadas del siglo pasado conocieron una explosión, sin precedentes, de teorías literarias. De la Deconstrucción al Nuevo Historicismo, la crítica literaria se ha visto invadida por incontables ideólogos del texto en busca de ensanchar el abanico de opciones de enfoques críticos. En vez de promocionarse como únicas garantes de la interpretación, las nuevas teorías prefieren ubicarse, no sin beligerancia, como en un parlamento que represente varias alternativas de explicación textual. Entre las teorías más amables, tanto para el estudiante de teoría crítica como para con las demás corrientes críticas, está la Teoría de Respuesta del Lector (TRL), inicialmente impulsada por Wolfgang Iser y, en su versión como Teoría de la Recepción, por Hans Jauss. A diferencia del Nuevo Criticismo, por ejemplo, que concentraba todas sus energías exegéticas en la autoridad del texto, o de la Deconstrucción que niega la autonomía absoluta del texto literario, la TRL propone que la lectura es un hecho estético que resulta de las contribuciones por igual del texto y el lector. Mientras que el Nuevo Criticismo hacía alardes de su rechazo a la “falacia afecti14 va” (lo que el lector sentía al leer) y Stanley Fish famosamente preguntaba ¿Hay un texto en esta clase? (1980), la TRL insiste en que el texto literario contiene algunas instrucciones para su lectura pero, así mismo, muchas indeterminaciones y brechas que el lector debe concretizar y llenar. Es en este acoplamiento donde la TRL sugiere que debe estar el objeto de la investigación literaria. Para tal fin, la TRL ha elaborado un set de principios y herramientas analíticas. McCormick (1987:31) los resume en estos postulados: • La lectura implica las contribuciones del lector y el texto. • No existe un significado “correcto” para ningún texto. • La lectura y la escritura son procesos tanto cognitivos como culturales y no simplemente individuales. • La gente lee textos literarios por diversas razones pero la lectura es siempre un proceso interpretativo. • Los textos literarios se prestan a lecturas polivalentes, esto es, invitan a diversas interpretaciones. • La lectura implica un acoplamiento de repertorios, literarios y generales. 23 1,2 y 3 The Stinky Cheese Man and Other Fairly Stupid Tales Ilust. Lane Smith • Los repertorios literarios y generales de un lector se derivan de las ideologías generales y literarias de la sociedad. • Las lecturas más interesantes son las contralecturas que se realizan desde una posición consciente. Entre las herramientas analíticas diseñadas por Iser tenemos “el punto de vista en movimiento”, “el llenado de brechas” y “los repertorios”. El punto de vista en movimiento nos recuerda que la lectura es un proceso, un telos, que en cada paso activa expectativas y nos obliga a reconsiderar las anteriormente formuladas. Iser usa la analogía del viaje: “el punto de vista en movimiento le permite al lector viajar a través del texto y, así, ir desplegando la multiplicidad de perspectivas interconectadas” (1978:118). El texto literario nunca es un objeto completo, contiene brechas de indeterminaciones que deben ser concretizadas por el lector y, puesto que cada lector llenará estas brechas de manera diferente, todas las interpretaciones son diferentes. ¿Y hace falta decir que leemos diferente porque todos somos diferentes? En el acto de la lectura, estas diferencias individuales o grupales provienen de nuestras ideologías que Iser llama “repertorios”. The Stinky Cheese Man and Other Fairly Stupid Tales, de Jon Scieszka y Lane Smith, es por sobre todo un texto postmoderno: ya nos llega en parte deconstruido. Es a la vez una colección de cuentos infantiles tradicionales recontados con la liberalidad de la rescritura postmoderna y es una metaficción que cuenta y comenta, que celebra y critica. El libro permite ser leído de forma fragmentaria y discontinua y por lo tanto demanda un punto de vista en movimiento particular. De los trece cuentos, nueve están enmarcados por la apertura convencional “Once upon a time” y cerrados con “The End”, lo que prometería unidades discretas, si no fuera por la invasión de perso24 najes foráneos que reaparecen en varios cuentos para boicotear la narración. Pero inclusive como colección de cuentos nos desorienta en nuestras expectativas: el índice aparece después del cuento de Chicken Licken (La gallinita roja) y hasta se inscribe en la narrativa misma cuando en vez de ser el cielo lo que se cae, como anuncia histérica la gallinita, es el índice, aplastando a todos los personajes de ese cuento. Igualmente el cuento tiene un final falso que interpela la complicidad del lector para juntos llegar a la página final. Como muchos libros de cuentos infantiles éste está profusamente ilustrado, lo que crea una brecha entre texto e ilustración. Pero mientras en un libro convencional la ilustración “ilustra” un pasaje del texto, aquí la ilustración pareciera tener autonomía sugiriendo su propia narrativa, contradiciendo el texto o inclusive, como en el cuento de La gallinita roja, apropiándose del texto y dejando la hoja de texto en blanco. Las fotos de los autores muestran a Washington y a Lincoln. La tipografía, a veces agigantada, otras veces minúscula, rivaliza con la ilustración, obligando al lector a hacer conexiones entre lo resaltado y lo coloreado, entre el texto in crescendo o diminuendo. Todos estos recursos optimizan la participación del lector en la construcción de la obra como hecho estético. Así, tenemos desde el llenado de una brecha literalmente, como la hoja de dedicatoria que tiene un espacio en blanco para que el niño escriba su nombre, hasta juegos de diálogo intrincados entre los diversos elementos del libro. El lector implícito en The Stinky Cheese Man and Other Fairly Stupid Tales es un lector sofisticado. Puesto que el libro hace un uso extensivo de la intertex- tualidad, el niño lector tiene que ser bien versado en el canon de la literatura infantil; un niño conocedor del acervo literario que incluye cuentos muy populares como La Caperucita Roja como otros particulares a la cultura anglosajona. Y dado que todos estos cuentos son parodiados y, desde el mismo título, presentados como “estúpidos”, el lector-niño implícito es uno que pueda distanciarse de estos cuentos irónicamente y regodearse con el ataque frontal al canon literario infantil que perpetran sus autores. Estamos hablando entonces de niños con un repertorio singular: que tengan cierta madurez, que ya conozcan los libros aludidos y que hayan pasado por la inducción a una sensibilidad que para muchos es, preocupadamente, llamada perversa. The Stinky Cheese Man and Other Fairly Stupid Tales no es un libro “bonito”. Es un libro transgresor, subversivo, contracultural. Es un libro duro, escatológico, retorcido. Es un libro donde reinan la ambigüedad, las expectativas insatisfechas, la burla a la alta cultura. Es un libro, por supuesto, terriblemente divertido. Es un libro que un profesor universitario, por ejemplo, le compraría a sus sobrinos. BIBLIOGRAFÍA Fish, S. (1980) Is There a Text in This Class? The Authority of Interpretive Communities. Cambridge, MA: Harvard University Press. Iser, W. (1978) The Act of Reading: A Theory of Aesthetic Response. Baltimore: John Hopkins University Press. McCormick, K., Waller, G. y Flower, L. (1987) Reading Texts: Reading, Responding, Writing. Lexington, MA: D.C. Heath. Scieszka, J. y Smith, L. (1992) The Stinky Cheese Man and Other Fairly Stupid Tales. Nueva York: Viking. Ricardo Rosario. Licenciado en Idiomas Modernos de la Universidad Metropolitana de Caracas con maestría en Literatura Inglesa de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador. Actualmente es profesor de la Escuela de Idiomas de la Universidad Central de Venezuela donde dicta la cátedra de Estudios Culturales Británicos y de Estilística Comparada. También es profesor en la Universidad Metropolitana de Caracas y en la Maestría de Literatura Comparada de la Universidad Central de Venezuela, donde despierta en sus alumnos inquietudes políticas en torno a la literatura y les enseña a ser menos canónicos. Ricardo tiene un imán para las becas que le permite mantenerse sumamente actualizado en todo lo relativo a la cultura británica y viajar por el mundo cada tanto. Algunas de las instituciones británicas que han tenido el gusto de acogerlo son el Burningham College y Kings College. Y aquí en el Banco del Libro queremos raptarlo para que nos enseñe más cosas relacionadas con la Teoría de la Respuesta del Lector. 25 Dos casos emblemáticos de la literatura infantil Por SYLVIA COVA El miércoles 21 de marzo del 2001 contamos con un grupo bastante variado de especialistas. Habíamos pautado el encuentro de una junguiana con un culturalista y un exmarxista (Silvia Cova, Prof. Vicente Lecuna y Prof. Edgardo Lander, respectivamente). Los libros propuestos para la disección crítica eran Hipersúper Jezabel de Tony Ross, El soldadito de plomo de Jörg Muller y El regalo del sol de Dianne Stewart y Jude Daly. A pesar de que esperábamos trifulca con tanta diversidad crítica, la sesión resultó bastante más civilizada de lo previsto y la discusión dio para que todo el mundo opinara. Primero vino Sylvia Cova, quien nos desarmó con sus conclusiones astrológicas y junguianas de los dos libros que le habíamos prestado. Jezabel resultó ser una virgo insoportable y Silvestre un sagitario vulnerable. Luego vino Edgardo Lander a leer las imágenes estremecedoras de la versión de Muller de El soldadito de plomo desde un marxismo remozado por los estudios culturales. Y, por último, Vicente Lecuna desarmó aquella historia “afro–americana” desde los estudios culturales. No disponemos de los apuntes de los profesores Lander y Lecuna para esta sesión, lo cual es una lástima. Sin embargo, Sylvia Cova amablemente nos facilitó una copia de los textos que había preparado para hablarnos de Silvestre y la piedrecita mágica y de Hipersúper Jezabel. El primero, para quienes no conozcan este libro, es uno de los libros más conmovedores de la literatura infantil norteamericana contemporánea. Un burrito que colecciona piedras encuentra un día una piedrecita roja que concede deseos. Silvestre comete el error de pedir convertirse en piedra, sin pensar que al pedir este deseo quedará inanimado sin poder tocar la piedrecita roja para romper el conjuro... El segundo es de una niña super–hiper–perfecta que termina devorada por un cocodrilo por ser tan neciamente normativa. Sin más, aquí están las dos lecturas para que la disfruten como nosotros hicimos aquel miércoles. 26 De lo que nunca quiso saber Hipersúper Jezabel, su radiografía psíquica El DRAE dice del vocablo Arquetipo que es el original y primario en un arte u otra cosa. Viene del griego Arché, lo primero, y Typos, modelo. El propio Jung dice: “El concepto de arquetipo (...) se deriva de la observación repetida varias veces de que por ejemplo los mitos y los cuentos de la literatura universal contienen siempre en todas partes, ciertos motivos. Estos mismos motivos los hallamos en las fantasías, sueños, delirios e imaginaciones de los individuos actuales. Estas imágenes y conexiones típicas se designan como representaciones arquetípicas. Tienen, cuanto más claras son, la propiedad de ir acompañadas por vivos matices afectivos (...) Impresionan, influyen y fascinan. Provienen de un arquetipo imperceptible en sí mismo, de una preforma inconsciente que parece pertenecer a la estructura heredada de la psique, y puede, a causa de ello, manifestarse en todas partes como fenómeno espontáneo (...) Los arquetipos no están determinados en su contenido, sino meramente de un modo formal, y esto último, además, de modo muy condicionado (...) Me parece probable que la esencia propia del arquetipo es incapaz de conciencia, es decir, es trascendente, por ello lo defino como psicoideo.” Jung usa el término psicoideo para denominar aquello que no es psique, sino que incluye a los arquetipos y a los instintos, en un ámbito o nivel en el que todavía no pueden ser influidos por ninguna forma de voluntad: “... el mejor intento de explicación (del arquetipo), no es sino una traducción más o menos acertada en otro lenguaje de imágenes.” Desde este exclusivo punto de vista, Jezabel es, sin duda, un personaje arquetipal. Jezabel es una bien acabada personificación del arquetipo de lo virginal, y del signo de Virgo, en astrología. Perfecta, limpia, ordenada, escrupulosa y maniática. Sobrelleva hasta la enfermedad con toda dignidad y resistencia, casi con gusto. Autosuficiente. Crítica. Moralista. Siempre con un discurso edificante para los otros niños. La perfección es una aspiración también arquetipal. “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Es además culturalmente premiada y convertida en paradigma. La estatua de Jezabel es el símbolo de cómo puede paralizarnos el vivir según nos instan a actuar las proyecciones de los demás. La imagen de Jezabel crece para sí misma y para los demás. Es un personaje hecho de pura luz, lo que, en consecuencia, rebota los aspectos oscuros, limitados, indeseables, rechazados hacia fuera. Jezabel no percibe su lado sombrío. Deja por tanto de ser una niña para transformarse en la grotesca caricatura de lo que ni los adultos pueden lograr como ideal de perfección. No comete errores, no degusta sus límites, está poseída por una “sombra” paradójicamente luminosa en exceso que la tiene omnubilada, cegada. Y entonces aparece la figura arcaica, gigante, magnífica del cocodrilo; arquetipalmente hablando, se trata de una figura con fuerte pedigree mitológico. Se le asocia en primer término a Set, quien toma la forma de un cocodrilo para atacar a su hermano Osiris, el inocente. Se vincula también con una de las formas de manifestación de la diosa egipcia Hathor, asociada a la muerte y al renacer. Recibía a las almas en el inframundo y les daba de comer y de beber. En otros relatos egipcios, los cocodrilos aparecen como agentes de castigos divinos. Es figura frecuente en mitos japoneses y africanos. Aquí, Hipersúper Jezabel resulta engullida por su propia sombra, la cual crece en la misma proporción en que lo hace el ego: como mecanismo compensatorio de la vida psíquica. Ignorante de su propio lado oscuro, primitivo, instintivo, animal, Jezabel vive en realidad como una niña psicotizada, abiertamente disociada, provocando por lo tanto la actualización de su lado oscuro en la imagen del cocodrilo que puede incluso encontrarla desabrida. El perfeccionismo, para quienes no somos de naturaleza perfecta, puede tensar peligrosamente la psique hasta volverla estatua, y distraerla además, al punto de no poder percatarse del peligro terrible que le acecha desde su interioridad, tan pronto la bestia sale de su cautiverio Silvestre y la piedrecita mágica, o de cómo lo inmóvil puede traer transformación El caso de Silvestre es muy conmovedor y profundo desde el punto de vista arquetipal. Silvestre parece llevar una vida normal, sencilla y satisfactoria en compañía de sus padres. Tiene un pasatiempo muy significativo: colecciona piedrecitas de diversas formas y colores. El cuento nos hunde imperceptiblemente en una de las mayores fascinaciones que ejerza elemento alguno de la naturaleza sobre los seres humanos: la atracción por el carácter sagrado, numinoso diría Jung, de las piedras. La creatividad de la imaginación alquímica alcanza su clímax con la expectativa de hallar la piedra filosofal. Esa formación de aspecto inferior, pero constitución celestial; el llamado làpis de la obra alquímica que perseguía la transformación en oro, de metales groseros. Vemos a Silvestre enfrentando la maravillosa experiencia de encontrar una piedra mágica, que remite igualmente a las búsquedas arquetipales de objetos sagrados: el Santo Grial, por ejemplo. La piedrecita no por casualidad es roja. Es la primera fase del proceso alquímico. El recurso obligado al elemento fuego. Silvestre vive un momento arquetipalmente deseado durante toda la historia de la humanidad. La posibilidad de ver realizados todos sus deseos, Hipersúper Jezabel Ilust. Tony Ross 27 colmados todos sus anhelos, resueltas todas sus necesidades. Entonces aparece el león y una emoción también arquetipal, el miedo, nubla toda intención de hacer buen uso de la piedrecita mágica. Silvestre sucumbe a su propia torpeza y queda convertido en roca. No puedo menos de evocar, al apreciar a Silvestre convertido en un objeto inanimado, con toda su vitalidad paralizada, lo que decían los griegos del temperamento melancólico: quien lo sufre siente su cuerpo denso, opaco, pétreo. Siente el cuerpo lleno de piedras. El sujeto melancólico es la sombra del hombre de acción, del que vive de arranques acertivos y voluntariosos. El estado en el que cae Silvestre es similar a una suerte de hibernación, que también puede remitir a depresión. Pareciera inevitable que toda aspiración pretenciosa del ego que caiga en el exceso y sobredimensione peligrosamente la medida de lo humano, deba inexorablemente hundirnos en depresión; es decir: inmovilidad, incapacidad para interactuar, talante frío e inexpresivo como el de una piedra. Silvestre siente entonces la más genuina y esencial aspiración del self o sí mismo: “¡Ay, —dice— cuánto desearía volver a ser yo otra vez!”. Pero ya no puede “tocar” la piedra. Tiene inhabilitado el sentido táctil, tan importante para experimentar la felicidad de la cercanía física de lo deseado. La llegada efectiva del otoño y del invierno en el cuento es la imagen inequívoca del tiempo inevitable de introversión. Del descenso en el nivel de la conciencia para ser capaces de contactar, con el auxilio de una tristeza infinita, nuestro fracaso. La llegada de la primavera lleva a los Sres. Duncan, padres de Silvestre, a un día de campo. Por sincronicidad, el alma del burrito intenta sobrevivir, despertar del duelo, de la pérdida, del letargo. No es azar que la madre de Silvestre se siente en la roca que es su propio hijo. Una forma subrepticia de transmitir su propio calor materno por instinto. El Sr. Duncan se fija en la piedrecita roja, la que le lleva a evocar a su hijo, quien permanecía tan atento, “como le era posible a un burro que era una roca.” Es la viva estampa de la terrible vigilia del melancólico que se siente petrificado ante la realidad e imposibilitado de participar en ella, y en su sufrimiento comprende entonces su esencia verdadera. El contacto de la roca que era Silvestre, con la piedrecita mágica hizo el milagro de que el burrito recuperara su existencia de burrito. Me pregunto si el escoger como animal al burro hace alusión a lo verdaderamente lerdos que podemos ser, al desear lo que no nos corresponde como seres humanos: al aspirar a una vida extraordinaria, obviando lo extraordinario de ser como somos. Sylvia Cova. Licenciada en Letras, mención filosofía de la Universidad de Friburgo en Suiza, gurú de más de uno en esta institución. Ha trabajado en el área de investigación histórica para el Congreso de la República como Coordinadora de textos de la Edición de Pensamiento Político Venezolano del Siglo XX y de la Bicameral especial para la conmemoración del Natalicio del Libertador. También fue investigadora del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, y en el pasado fue coordinadora general de la Fundación Rómulo Betancourt. Desde hace doce años se dedica a combinar la Astrología con la Teoría de los Arquetipos de la Psicología Profunda mediante la enseñanza y la consulta privada. B ANCO DEL L IBRO Av. Luis Roche, Altamira Sur, Caracas.1010-A, Venezuela Telfs: 267 37 85 (d) 265 39 90. GERENCIA DE INFORMACIÓN DOCUMENTACIÓN Y ESTUDIO COORDINADORA María Beatriz Medina JEFA DE LA UNIDAD DE INVESTIGACIÓN Brenda Bellorín SEMINARIO DE CRÍTICA Brenda Bellorín (moderadora) PARICIPANTES Ana Azcárate Patricia Azcárate Hripsime Bedrosian Paula Cadenas Susan Castro Vivian Darias Carmen Diana Dearden Morella Fuenmayor María Elena de la Rosa Olga García Larralde Sashenka García Susana González Fanuel Hanán Díaz Carolina Holmes Guillermo Hung María Angélica León María Francisca Mayobre María Beatriz Medina Cristina Molinatti Lourdes Morales Andreína Mujica Irene Ojer Carlos Padrón María Gracia Pardo María Fernanda Paz-Castillo Gustavo Puerta Leisse María Elena Repiso Javier Sánchez César Segovia María Cristina Serrano Verónica Uribe ESPECIALISTAS INVITADOS Silvia Cova Dalila Irizarry de Díaz Edgardo Lander Rosario de León Vicente Lecuna Francisco Jávier Pérez Ricardo Rosario CONCEPTO Brenda Bellorín EDICIÓN Brenda Bellorín Paula Cadenas Juan Cristóbal Castro Sashenka García María Beatriz Medina DISEÑO Lucas García IMPRESIÓN ARTE TIP DEPÓSITO LEGAL pp 200003CS203 ISSN 1317-3146 Silvestre y la piedrecita mágica Ilust. William Steig