David de Prado Díez

Transcripción

David de Prado Díez
Revista RecreArte 9
JUL08 - ISSN: 1699-1834
Revista RecreArte 9 > III - Creatividad en las Artes: Expresividad Vivificadora
David de Prado Díez
LA AUTOBIOGRAFÍA COMO MITO INTERIOR
Mónica Pinilla Pineda es Psicóloga de la Pontificia Universidad Javeriana de
Bogotá y Magistra en Literatura –Grado Cum Laude- de la misma universidad. Su trabajo
profesional se dirigió inicialmente al desarrollo educativo y social, así como al desarrollo
personal en proyectos sociales dirigidos a población vulnerable. En el último tiempo ha
iniciado su práctica como psicoterapeuta. Tiene experiencia en la escritura de prácticas
pedagógicas y en la escritura como camino de conocimiento interior. Actualmente es la
directora del Centro de Asesoría Psicológica de la Universidad Javeriana. Miembro titular
de ADEPAC: Asociación para el desarrollo de la Psicología Analítica en Colombia.
El artículo que ha continuación se presenta es un aparte del trabajo de grado titulado:
Tejiendo una vida en la “Flor de Lis” de Elena Poniatowska. Autobiografía y mito interior,
una lectura arquetípica. Este trabajo, que recibió mención honorífica, fue presentado por la
autora para obtener el título de Magistra en Literatura de la Pontificia Universidad
Javeriana de Bogotá en noviembre de 2007.
Preludio autobiográfico
Era una de aquellas tardes de los lunes en que mis tías y mi madre se reunían en la casa de la
abuelita Enriqueta. Ese día yo las visitaba, pues presentía, al igual que todas, que los días en esta
tierra de nuestra madre mayor se agotaban. Mostré a mi madre, en presencia de ellas, el proyecto
aprobado del trabajo de grado de mi maestría en literatura. Las primeras palabras estaban dedicadas
a las mujeres que me dieron origen desde sus vientres y sus palabras, por supuesto entre éstas
estaban también ellas siempre presentes. El rostro de mi abuela, envejecido y cansado de resistirse a
la muerte, se ablandó de una manera que hasta ahora no reconocía en ella. Esta mujer de presencia
grande, fuerte y tozuda, sentada en un sillón que aunque gastado era su trono, me dejó ver en sus
ojos unas lágrimas que afloraban mientras mi madre espontáneamente leía:
Soy mujer.
Quiero hablar desde mi ser de mujer.
Soy palabra que también se silencia.
Tengo muchas historias entretejidas y entrecortadas;
mi vida está vinculada a la de muchas otras mujeres...
Mujeres que me han dado origen desde sus vientres;
mujeres que dotan con verbo a mi silencio;
mujeres que han contado sus vidas
para que yo pueda dar sentido a la mía.
A todas ellas… gracias,
por dar rostro a su historia con sus relatos de vida.
Estas lágrimas de mi abuela han quedado guardadas en mi corazón desde hace varios años. Años en
los que la vida me ha permitido comprender que mi destino está profundamente anudado al de mis
ancestras, a sus voces, a sus encuentros. La sensibilidad desatada por mis palabras en ella fue como
un gesto de aprobación a mi camino. Este guiño me resguarda hoy desde algún lugar del infinito
cielo. En muchas tardes vi a esa gran madre, con sus manos ocupadas, sentada en su trono de mujer
mayor, rodeada de sus hijas, mientras conversaban y parloteaban todas al tiempo, a la vez que
cosían, tejían o bordaban incansablemente. ¿Cómo no tener la voz femenina pegada a mi piel, si soy
heredera de una tradición de mujeres que tejen juntas su vida, mientras pacientemente acompañan a
sus ancestros a morir?
El interés por las narrativas autobiográficas me ronda hace muchos años. Si hago memoria
encuentro que, tal vez, este interés ya existía en mí desde pequeña, cuando buscaba detonar
en mi abuela el recuerdo de sus años mozos, para que relatara una y otra vez la fantástica
historia de amor, surgida en Santuario–Antioquia, entre esta hija de un hacendado con un
carpintero y músico de capilla que, finalmente y después de muchas hazañas –según cuenta
la leyenda familiar–, llegaría a ser mi abuelo.
Luego, años más adelante, durante los estudios de la maestría en literatura, llegaría el
encuentro oficial con el género autobiográfico en el Seminario de Narrativa y Cultura
Latinoamericana, dirigido por Blanca Inés Gómez, que me permitiría integrar, en un
fecundo campo de exploración, lo literario, lo psicológico y mi voz de mujer. El trabajo que
se presenta es entonces el fruto de una larga exploración que ha buscado tejer los hilos de
mi antiguo interés por ese universo humano que se deja ver a través de las narraciones
autobiográficas, pues el estudio de lo autobiográfico es la pesquisa en un género literario
que por su naturaleza es muy próximo a la interioridad humana.
Dado que mi acercamiento a la literatura está marcado por mis preguntas más íntimas elegí
para este trabajo una autobiografía de mujer. Inicialmente, rondé por las autobiografías de
aquellas mujeres que en Hispanoamérica tuvieron por primera vez acceso a contar sus vidas
a través de la escritura, las monjas. Así, me aproximé a la peculiar vida y obra de algunas
de ellas, por ejemplo, Sor Francisca Josefa del Castillo, Sor Juana Inés de la Cruz y Santa
Teresa de Jesús. Sin embargo, llamada finalmente por un eco más contemporáneo a mi
propia vida, elegí estudiar para el trabajo de grado la novela autobiográfica de una mujer
del siglo XX.
Adentrarnos en el estudio de lo autobiográfico se asemeja al ingreso a un laberinto. Damos
giros hasta llegar a un centro que una vez alcanzamos nos lleva de regreso y renovados
hacia el exterior. La materia prima de la autobiografía es precisamente el recorrido de una
vida humana en su trasegar por la tierra, que se simboliza muchas veces con el recorrido de
un laberinto. La escritura autobiográfica se convierte en un viaje hacia el interior –hacia el
centro del laberinto–, del cual afloran hacia el exterior narraciones que cuentan las
vivencias del recorrido de una vida.
Ahora bien, ante la lectura de un texto autobiográfico la tentación más frecuente que
solemos tener es considerar que lo allí narrado, es decir, las narraciones contadas, es lo
mismo que lo vivido. Consideramos que esa tendencia, si bien es típica, restringe la lectura
simbólica de los textos, puesto que induce a la búsqueda de la referencialidad, es decir, a la
comprobación de una cierta veracidad de la relación entre los hechos narrados y los hechos
vividos. Desde este punto de vista pareciera entonces que la autobiografía es un género que
se distancia de la imaginación y de la ficción literaria, y se aproxima más bien al ejercicio
de narrar la historia.
Pero, por otro lado, si la autobiografía no consiste en contar la verdad de una vida, es
natural que nos preguntemos: ¿de qué se trata entonces una autobiografía? Pues bien, lo que
nos queda de un pasado vivido –que inexorablemente ha partido–, son recuerdos y
vivencias que al relatarlos son más cercanos a un mito que a una historia de hechos
“realmente acaecidos”. Por eso, podemos comprender los escritos autobiográficos, más
bien, como realidades ficcionadas por su creador, que le permiten dar sentido a su vida de
una manera simbólica semejante a como lo hace un mito con una comunidad.
Encontramos así varios dilemas que marcan la aproximación a los textos autobiográficos:
¿de qué tipo de “verdad” tratan estos textos o son acaso solo ficción?; ¿es posible desde el
presente volver a un pasado que ya se fue?; ¿es la autobiografía una apología de lo
individual sobre lo colectivo? Estas preguntas se vuelven ineludibles al momento de
acercarnos a autobiografías y novelas autobiográficas.
Hay diversas miradas desde las cuales pueden ser leídos los escritos autobiográficos, éstas
han sido ampliamente comentadas y discutidas por los estudiosos de este género. Por eso,
se propone leer los textos autobiográficos como creaciones humanas que tienen una función
más cercana al mito que a la historia. Con ese fin, se hace necesario abordar las relaciones
existentes entre autobiografía, mito interior y arquetipos. En ese sentido la propuesta de una
lectura arquetípica de las narraciones
autobiográficas requiere del método de la
identificación y amplificación de las representaciones arquetípicas sugeridas en las
narraciones para mostrar cómo el mito interior de una autobiografía probablemente
rememora algún mito de la humanidad, haciendo así eco de una experiencia humana
universal.
La escritura autobiográfica suscita muchas preguntas: ¿qué sentido tiene volver sobre el
camino ya recorrido?; ¿aporta algo la narración del entramado vital a la configuración de
nuestra vida?, ¿acaso el sentido del movimiento de la propia vida? La autobiografía
pareciera estar ligada a una pregunta ancestral por nuestros destinos; si bien se podría
indicar que tiene una cierta proyección hacia el futuro, esta proyección sólo encuentra su
sentido paradójicamente en el regreso al origen, por ello su proximidad con el mito y lo
arquetípico. Somos seres que tendemos a volver a nuestros orígenes, hacia donde vamos –
nuestro destino– es a la vez de donde venimos, damos círculos en el regreso a nosotros
mismos. Por esto, es característico de la escritura autobiográfica la evocación y el regreso a
la tierra de la infancia, a ese territorio íntimo y encantado de encuentro con nuestros
orígenes y también con nuestros destinos.
Por otra parte, se podría decir que la escritura autobiográfica, a pesar de ser una tarea
individual, nos conduce por antiguos senderos ya muchas veces recorridos por la
humanidad, que han hecho presencia en nuestras vidas, tal vez, sin darnos cuenta. Esto
sucede en ocasiones como una voz suave que nos susurra al oído; en otras, como un pálpito
que nos sorprende en silencio y, de manera sorpresiva, nos impulsa a vivir experiencias más
profundas hasta entonces desconocidas por nosotros.
A la manera de un círculo, el ejercicio autobiográfico lanza a una exploración interior que
es a la vez regreso mítico al origen, para continuar su movimiento a la manera de una
espiral, que es la forma básica del laberinto. Como revelación de un mito interior, la
autobiografía tiene el poder de brindar un sentido de continuidad a la multiplicidad de una
vida, pues la existencia humana es contradictoria y siempre se mueve entre opuestos que
sólo la expresión mítica permite conciliar.
La vida misma es la materia de la autobiografía. Vida humana que está constituida por
paradojas e ineludibles misterios imposibles de explicar desde la lógica racional creadora
de los conceptos de la ciencia. Por eso, como humanos seguiremos tratando de comprender
nuestras propias peripecias biográficas a través de la narración, de los universos oníricos,
de las imágenes, de la afectividad, que son comprensiones profundamente intuitivas de
nuestra realidad. Seguiremos creando autobiografías como nuestras propias leyendas que
nos permiten caminar a tientas de regreso al origen.
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