Un-dia-de-aquel-invierno-Sveva-Casati

Transcripción

Un-dia-de-aquel-invierno-Sveva-Casati
UNDÍADEAQUELINVIERNO
SvevaCasatiModignani
TraduccióndeElenaRodríguez
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UNDÍADEAQUELINVIERNO
Loshechosnarradossonimaginarios.Cualquierreferenciaahechosylugares
realesoapersonasqueexistenohanexistidoespuramentecasual.
V.1:Agosto,2016
Títulooriginal:LéoniedeSvevaCasatiModignani
©Sperling&KupferEditoriS.p.A.Milano,2012
©delatraducción,ElenaRodríguez,2015
©deestaedición,FuturboxProject,S.L.,2016
Los derechos de este libro se han gestionado a través de Ute Körner
LiteraryAgencyS.L.,Barcelona-www.uklitag.com
PublicadoporPrincipaldelosLibros
C/Mallorca,303,2º1ª
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ISBN:978-84-16223-61-9
IBIC:FR
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transformacióndeestaobrasólopuedeserefectuadaconlaautorización
delostitulares,conexcepciónprevistaporlaley.
UNDÍADEAQUELINVIERNO
Imaginaquesólopudierasabrazaralhombrequeamasunavezal
año
Cerca de Milán, en Villanova, vive desde hace tres generaciones la
respetable familia Cantoni, propietaria de la empresa que lleva el
mismo nombre. Los Cantoni esconden secretos que han marcado sus
vidasydejadocicatricesqueeltiemponohacurado.
AesafamiliaundíaseuneLéonieTardivaux,unajovenfrancesa
quesecasaconGuidoCantoni,elúniconietodelfundador.
Léonie se demuestra como una esposa ejemplar. No sólo es una
madre atenta, sino que, ante el desinterés de su marido por el negocio
familiar, toma las riendas de la empresa y se revela como una gerente
conmuchotalentocapazdepilotarlaempresaconéxitoenelhostilmar
delarecesióneconómica.
Pero, como todos los Cantoni, también Léonie guarda un secreto:
cadaaño,el22dediciembre,lodejatodoyserefugiaenunromántico
hotelaorillasdellagodeComoconunmisteriosomédicofrancés.Un
únicodíacadaaño,durantemásdetreintaaños.
«InquebrantableSveva.Nuncafalla.Estanovelaseelevaráalacimade
laslistasdemásvendidos.»
LR
A
EPUBBLICA
CONTENIDOS
Portada
Newsletter
Páginadecréditos
Sobreestelibro
Dedicatoria
Villanovahoy
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Varenna
Uno
Dos
Tres
Villanova
Uno
Bianca
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Villanova
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Celina
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Varenna
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Amaranta
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
ElascensodeLéonie
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Léonie
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Villanova
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Varenna
Uno
Varenna,seisañosdespués
Uno
Villanovahoy
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Agradecimientos
Sobrelaautora
AladulceabuelaVeliaque,durantetantosaños,
sehadedicadoconamoramisnietosLunayLapo.
Villanovahoy
Uno
Léonieralentizóelritmomientrascorríayfinalmentesedetuvofrentea
la imagen de la villa que surgía al fondo del camino, imponente y
silenciosa,envueltaenunaneblinafluctuante.Jadeabayelairefríode
primera hora de la mañana transformaba su aliento en pequeñas
bocanadasdevapor.Seinclinóunosinstantespararecuperarse.
Hacía muchos años, desde que tuvo a su quinto hijo, que cada
mañanaselevantabaalassiete,seponíaelchándalyseibaacorreral
parquedurantemediahora,sinimportarlaclimatologíanilaépocadel
año.
Después de recuperar el aliento, se incorporó y se secó el sudor
delrostroconlatoallaquellevabaalcuello.Actoseguido,sedirigióa
pasoligerohaciaelmajestuosoedificiodefinalesdelsiglo .Lavilla
se encontraba en el centro de un jardín rodeado por un parque de dos
hectáreasyparecíaungigantedócilquedescansabaconelegancia.Los
primerosrayosdesoldisolvíanlanieblay,alacercarse,Léonieviolos
arcosdelpórticoquerecorríalafachadacolorpajaydespuésdistinguió
los parterres, llenos de brezos violetas, matas de camelias todavía en
capulloysalpicadosporlasbayasrojizasdelacebo.
Laimagenensuconjuntotransmitíapazyserenidad,peroLéonie
sabíaquelamansióncustodiabainquietudes,preocupacionesysecretos.
Ella también guardaba celosamente los suyos, pensó mientras
entrabaencasa.
Bajó al semisótano. En un espacio inmenso iluminado por luces
suaves, había una piscina. Se desnudó, se puso el bañador y se tiró al
agua.Hizotrespiscinasy,alsalir,laesperabalafisioterapeuta,quele
ofrecióunalbornoz,ensilencioytaneficientecomosiempre.
Léonielasiguióhastalacabinarecubiertaconmaderadeabedul,
setumbóenlacamillatempladayseabandonóasussabiasmanos,que,
conhábilpresióndelosdedos,deshicieronlatensióndelosmúsculos.
XIX
Lamujerlerealizóunmasajetonificanteyparaello,leuntóelcuerpo
conaceitedeesencias.
Con cuarenta y ocho años y tras cinco embarazos, Léonie seguía
teniendo un físico casi perfecto. La fisioterapeuta afirmaba que «la
señora»estaríaperfectaaunquenorecibieraaquelloscuidadosdiarios,
pero«laseñora»nosedejaballevarporloscomentariosdelajoveny
persistíaensuscostumbres.
Despuésdelmasaje,Léoniesepusounabatadefelpaysedirigió
al ascensor para subir a su habitación. Cuando la puerta se abrió,
apareciósusuegroenvueltoenunalbornoznegro.
—Bonjour,papá—losaludó.
—Buenos días, brujilla —respondió don Renzo Cantoni mientras
sedirigíaalapiscina.Léoniesonrió.Aquelintercambiodesaludosse
repetíacadadía,exactamenteigual.
El ascensor se había instalado hacía unos años para facilitar los
desplazamientos de Celina, la suegra de Léonie, aquejada de una
obesidad devastadora. Finalmente falleció y ahora lo usaba toda la
familia.
Ya en su dormitorio, Léonie se vistió y, a las ocho y media en
punto,llegóalaverandadeinvierno,dondeeldesayunoestabalisto.
GuidoCantoni,elmaridodeLéonie,estabafrentealaparadorde
maderalacadaenelqueseexponíaunricomenú.Sesirvióunaporción
detartademanzanareciénsalidadelhornoquedesprendíaundelicioso
aromaamantequillaycanela.
En aquella casa siempre se cocinaban deliciosos manjares, pero
ricosengrasas,quehabíancontribuidoacausardosinfartosalpatriarca
yunictusfatalalaconsorte.
SóloLéonieevitabaesascomidasyseguíaunadietasanayligera.
Guidosepercatódelapresenciadesumujerylepreguntó:
—¿Tecortountrozo?
—No,gracias—respondióella.
Léonieseacercóaélylediounbesoensumejillapálida,sellenó
unvasitodeyogurcaseroyañadióunacucharadademacedoniafresca.
Se sentó a la mesa frente a aquel hombre de cincuenta años y mirada
melancólica.
Era 22 de diciembre y por los ventanales de la veranda se
perfilaba,másalládeljardín,elparquedeencinasyroblesyuncielo
congrandesnubesblancas.
Unsirvienteancianoenfundadoenunfracrojooscuroentróenla
estanciaconlacafeteraylalechera,queposóenlamesa.
—Buenosdías,señora.Buenosdías,señor—susurró.
Guido devolvió el saludo y Léonie le sonrió. Estaba encariñada
conelviejoNesto,quellevabaañossirviendoalafamilia.Cuandoella
entróporprimeravezenaquellagranvilla,éllaacogióconunaactitud
casi paternal, como si quisiera animarla a no dejarse intimidar por lo
ostentosodellugar.
Encuantoelcamarerodesapareció,Guidodijoasumujer:
—Estásmuyeleganteestamañana.
Llevaba puesto un viejo jersey negro de cuello alto y pantalones
grisesdefranela.
—Gracias,querido—respondió.
—Y estás especialmente radiante —continuó él, con un ligero
matizdecontrariedadenlavoz.
Léonielomiródesconcertada.
En la veranda, lugar de atmósfera apacible y tibieza confortable,
laspalabrasdeGuidoCantoniresonaroncasicomounaacusación.
Enelrostrodelhombresedibujólasombradeunasonrisaamarga
yañadió:
—Dicen que las mujeres florecen en primavera. Tú, en cambio,
estásmásguapacuandoseacercalaNavidad.Siemprehasidoasí.
¿Quépretendíadecirsumaridoconeso?Eraparcoenpalabrasy
sóloconseguíaexpresarsecuandoescribía,utilizandounlenguajericoy
chispeante.
—¿Teencuentrasbien?—preguntó.
¿HabríaGuidodescubiertoalgo?¡Imposible!Talvez,comohacía
de vez en cuando, estaba ensayando las réplicas de un diálogo para
algunaserienueva.
Guidohabíadejadodetrabajarenlaempresafamiliarantesdeque
se casaran. Prefirió el oficio de escritor a la producción de grifos. La
familiadebíasuopulenciaalaGriferíaCantoni,yGuidovivíadelos
beneficios,quelegarantizabansuactividaddeguionista.
—Yosí.¿Ytú?—replicóél,casicontonoagresivo.
En aquel momento, don Renzo Cantoni hizo su aparición.
Desprendíaunaromaaaceitedeesencias,elquelafisioterapeutahabía
usado para hacerle el masaje. Llevaba un elegante batín azul oscuro y
pantuflasdeterciopelodelmismocolor.
Guido se dirigió hacia él y retiró la silla acolchada para que se
acomodara su padre, que lucía su habitual expresión ceñuda: por la
mañana el señor Renzo siempre estaba de mal humor. Cogió la
campanitadeplataquehabíajuntoasuplatoylahizosonarhastaque
aparecióNesto.
—Estoy muy bien, querido —dijo Léonie retomando la
conversaciónconsumaridoyañadió—:Porlodemás,esloquetúhas
dicho,cuandoseacercalaNavidadflorezcocomosifueraprimavera.
—Claro —susurró Guido mientras se levantaba para acudir al
aparadoryservirseotraracióndecomida.
Dos
Léoniesepusorojacomountomateynorespondió.
Nestoapareciósosteniendounacucharadeplataqueconteníauna
yemadehuevobañadaenzumodelimón.Conlaotramanosujetabaun
platitopararecogercualquierposiblegoteo.
El señor Cantoni engulló el huevo con evidente satisfacción y
despuésdedicóasunueraunasonrisamaliciosa.
—Este es mi elixir de vida, lo digo por si alguien aspirara a mi
puestodepresidentedelagrifería—afirmó.
Léoniesonrióeignorólaprovocación.
Se había convertido oficialmente en la vicepresidenta de la
empresa familiar cuatro años antes, cuando el señor Cantoni sufrió el
segundo infarto y los médicos aseguraron que ya no podría dirigir el
porvenirdelaempresa.
Necesitóvariosmesespararecuperarsey,ensuausencia,Léonie
dirigió la fábrica con seguridad y profesionalidad. Renzo Cantoni
reconociósusméritosylanombróvicepresidenta,nosinprecisaralgo
antes: «Pero recuerda que, mientras esté en posesión de mis plenas
facultades,eljefesoyyo».
Pronuncióaquellaspalabrascontonoarisco,peroenrealidadfue
unalivio.Porfinteníaunsucesordignodeocuparsupuesto.Enmanos
de Léonie, la empresa seguiría prosperando. Aquel hombre rudo y
mordaz alimentaba por su nuera una estima y una ternura que no
revelabapormiedoaparecersentimental.
—¿Quiere venir conmigo a la fábrica esta mañana, papá? —
preguntóLéonie.
—¿Por qué? De todos modos tendré que volver para las
felicitacionesdelavíspera.Yluegotemarcharásenseguida.¿Ono?—
replicóconsuhabitualsonrisapícara.
Todoslosmiembrosdelafamiliaylosempleadosdelagriferíalo
sabían: el 22 de diciembre, día del solsticio de invierno, Léonie se
montabaensucocheysemarchaba.Volvíaacasaporlatarde.Nadie
sabíadóndepasabaeldía.Todos,incluidosumarido,habíanaceptado
esa extravagancia sin indagar ni hacer comentarios al respecto. Pero
aquellamañana,porprimeravez,Guidolelanzóunapulla.
Nesto,impasibleyensilencio,sirvióeldesayunoalseñorCantoni
ysequedótrasél,listoparaintervenirsilehacíaungesto.
—PorlatardellegaGiuditta.¿Quiéniráabuscarlaalaeropuerto?
—preguntóGuidoasumujer.
Giuditta era su hija pequeña. Estudiaba en un colegio suizo muy
exclusivoy,comolosdemáshijosesparcidosporelmundo,pasaríalas
fiestasconsuspadres.
—Yono,yalosabes—replicóLéonie.
—Es que hoy tenía que ver a un director… Pero si de verdad no
puedes…
Léonie posó la servilleta sobre la mesa, miró a su marido a los
ojosyconextremacalmapreguntó:
—¿Quéintentasdecirme,Guido?
Élparecióesconderseensucaparazón,comounatortuga.Después
sonrió,pusounamanosobreladesumujeryrespondió:
—Nada,tesoro.Nohayproblema.
—¿Peronollegabael24,comolosdemás?—preguntóella.
—¿Desde cuándo los hijos hacen lo que esperamos? —refunfuñó
donRenzo,quefulminóaGuidoconunamiradacargadadealusiones.
Despuésdetreintaañosseguíasinperdonarleasuúnicohijoque
hubiesedejadolaempresafamiliar.Yañadió:
—EldíaantesdeNavidadsealzaráeltelónypresenciaremosel
mismoespectáculodesiempre.Tengolaintencióndepasarlatardeen
elclub.Seremospocos,perobuenos.
Se refería al Clubino, un destacado círculo milanés del que era
consejero.
—Losabemos,papá.Cadaañodiceslomismoyalfinalsiemprete
quedas con la familia, orgulloso de dejarte tiranizar por tus nietos —
replicóGuido.
Léonieselevantódelamesa,seacercóalsuegroylediounbeso
enlamejilla.
—Quetengaunbuendía,papá.Yabríguese—dijoconunasonrisa
radiante.
—Tútambién,brujilla—farfullóelviejo,enternecido.
El día en que se reincorporó a la fábrica después del segundo
infarto, Léonie organizó una pequeña fiesta: los operarios le regalaron
unramodefloresybrindaronporsuregreso.Élpronuncióundiscurso
que había pactado con la nuera. Fueron unas pocas palabras para
anunciar que Léonie Cantoni había asumido unas obligaciones nada
fáciles mientras él había estado convaleciente: dirigir la empresa ella
solayduranteunperiodoenelquesemanifestabanlasprimerasseñales
de una recesión. Después, la nombró vicepresidenta de la Grifería
Cantoni. Dado que Léonie se había ganado la estima y el respeto de
todoslosempleados,elanunciodelseñorCantonifueaplaudidodurante
un buen rato. De hecho, aquel traspaso ya se había realizado, porque
Léonie cogió las riendas de la empresa desde que su suegro tuvo el
primer infarto e implementó iniciativas fructuosas en la gestión del
trabajo.
Traselaplauso,donRenzoretomólapalabray,dirigiéndoseala
nuera,lepreguntó:
—¿Eraestoloquequerías?
Léonie,quenosedejóintimidar,respondió:
—Lobonitodenuestrarelación,papá,esquelosdosqueremoslas
mismas cosas. Pero usted es el presidente y yo sólo soy su
vicepresidenta.
Hubo una nueva tanda de aplausos y apareció un ramo de flores
para«laseñora».
Entoneselpatriarcalesusurróaloído:
—Antesdequemuera,¿conseguiréquemedigasadóndevascada
22dediciembre?
—Ármese de paciencia, porque faltan muchos años para que ese
díallegue—murmuróella,divertida.
—¿Habéis acabado de intercambiar secretitos? —interrumpió
Guido.
—No te inventes unos celos injustificados —respondió la mujer
conunasonrisa.Seleacercóylebesóenlamejilla.Despuésañadió—:
Nosvemosestanoche.YqueGiudittatecuenteporquésepresentados
díasantes.
Yaenelvestíbulo,unaasistentaleofrecióunchaquetónacolchado,
losguantesylacarteradeltrabajo.
Léonie le dio las gracias y salió de casa. Alguien ya se había
encargado de dejarle el coche frente a la villa. Se puso al volante, se
abrochó el cinturón de seguridad y arrancó. Recorrió el largo camino
quecruzabaelparquehastalaimponenteverjadehierroforjado,quese
abrióautomáticamentecuandoelcocheseacercó.
Ninadaninadie,nisiquierasushijos,podríanarrebatarleaquella
jornadaque,desdequesecasó,lepertenecíasóloaella.
Tres
Al volante de su coche, Léonie dejó atrás Villanova, un pueblo entre
MilányLecco.Desupaisajedestacabalasiluetadelcampanariodela
iglesiadeSanFrancesco.Seincorporóalacarreteraprovincial,unpar
de kilómetros después cruzó una rotonda, tomó un desvío y enfiló una
calle asfaltada; al fondo había un edificio industrial con un cartel
luminosodecaracteresgigantescos:
.
Juntoalafábrica,alaizquierda,seencontrabaotroedificiomás
pequeñodelsiglo .Aquellaeralasedehistóricadelaempresa.Enla
fachada,cubiertaparcialmenteporhiedra,conservabaelrótulooriginal,
queyaestabamuydescolorido,
.Enaquellaépocaseledioel
nombre de «grifos» por el animal mitológico, el grifo, porque
antiguamente estos aparatos tenían forma de cabeza de águila. Crippa
eraelapellidodelfundadordelaempresaque,enpocotiempo,pasóa
manosdelosCantoni.
Elnúcleohistóricosereestructuróporcompletoyahoraacogíalas
oficinas y el museo del grifo, que nació gracias a una idea genial de
LéoniequeseremontabaasusprimerosañosdematrimonioconGuido,
cuandodescubrióenelsótanodeledificio,entrechatarraydesechosde
producción, grifos antiguos de formas muy extrañas, verdaderas
esculturas, algunas obscenas, otras con cabezas de animales y, entre
estas, las del grifo. Algunos grifos de bronce y plata se remontaban
inclusoalsiglo .Seguramenteprocedíandelasresidenciasnoblesde
la zona y se habían sustituido a lo largo de los siglos por grifos más
modernosyfuncionales.Desdehacíamásdeveinteaños,elmuseo,que
Léoniehabíaenriquecidoconotrosobjetosrarosrecogidosportodoel
mundo, recibía visitas de estudiantes, coleccionistas y curiosos. Sin
duda,eralajoyadelacoronadelaempresa.
Léonie encontró ambiente festivo en las oficinas. Junto a las
escaleras había un abeto gigantesco iluminado por estrellitas. Las
GRIFERÍACANTONI
XIX
GRIFOS CRIPPA
XVI
puertasestabandecoradasconcoronasyguirnaldasnavideñas.Subióal
primer piso, saludó a los empleados y entró a su despacho. La señora
Mombelli, la secretaria, la esperaba con la correspondencia recién
llegada.Sabíaque«laseñora»teníaprisaporqueera22dediciembre,
queprontodesapareceríayquenovolveríahastaeldíadespués.Cada
añosucedíaexactamentelomismo,desdequeerajovencísima,incluso
cuando estaba embarazada o cuando tenía un hijo al que amamantar.
Léonie se sentó en su escritorio, revisó las cartas y, de repente, dejó
escaparungritodealegría.
—¡UnnuevopedidodeDubái!¡Esfantástico!—exclamó.
LaseñoraMombellipuntualizóconorgullo:
—OchocientasunidadesdelmodeloGrifodeoro.
—Menosmalquetenemosreservasenlacajafuerte.Conelprecio
que tiene el oro ahora mismo, obtendremos unos beneficios excelentes
—constató. Y añadió—: Para la empresa, esto es realmente un
estupendoregalodeNavidad.
Estabaradianteylasecretariasabíaquenosedebíaúnicamenteal
inesperadopedidodeunhotelárabe:«laseñora»siempreestabafelizel
díadelsolsticiodeinvierno.
Así,mientrasLéonieabandonabasudespacho,laseñoraMombelli
susurró:
—Quetengaunbuendía.
—Lotendré—aseguróellaysedirigióhacialasescaleras.
Volvió a subir en su coche, recorrió un tramo de carretera
provincialysesumergióenlaautovíahaciaLeccoyellago.
Eltráficoeracadavezmásdensoytuvoqueralentizarunpocola
velocidad, pero no se puso nerviosa. Quería disfrutar de cada instante
hastasullegadaaVarenna.
Lapequeñaciudadlaacogióconguirnaldasyadornosnavideños.
Las luces estaban programadas para encenderse a primera hora de la
tardeydaruntoquedecoloralasplazasyaloscallejonesestrechosy
escarpados.Albajarhaciaellago,vioelpromontoriodeBellagio.El
cielosehabíanubladoyunaneblinadensadehumedadcubríalaorilla
opuesta,quedestacabafrentealamasaoscuradelasmontañas.
Cruzóamuypocavelocidadlaplazadelaiglesia,dondebrillaba,
enredadaenelcampanario,unacometaplateada.Sedirigióaunacuesta
y aparcó en un espacio minúsculo. Cogió el bolso, salió del coche y
descendió por una escalinata de piedra que culminaba en un callejón
conunantiguoedificioenque,segúndecían,habíaestadoTeodolinda,
lareinadeloslombardos.Desdehacíatiemposehabíaconvertidoenun
hoteldemuypocashabitacionesyconvistasallago.
Derepente,laeuforiasetransformóenunavagainquietud.Pensó:
«Este año no vendrá… suceden tantas cosas en un solo instante,
¡imagínate en doce meses!». Se detuvo a contemplar la fachada del
pequeñoedificioconelletrero
.Elvientogélidoleazotabael
rostro y, a través de la cristalera de la puerta de entrada, vio el
vestíbuloiluminadoporlaluzdeldía.Cuatropasosmásyentraría,pero
noseatrevíaamoverseporsi,talvez,élhabíallegadopronto.Decidió
darunpaseo.
Elcallejónestabadesiertoeinmersoensilencio.Caminóunpoco
ygiróaladerecha,justodondeestabalaterrazapanorámicadelhotel,
que tenía un pozal en el centro, mesas de hierro y columnas de piedra
quesosteníanunapérgoladesnuda.Seasomóalabarandillaquedabaal
agua. El viento helado del lago le golpeaba el rostro y empezaba a
colarseporsuescote,asíqueselevantóelcuellodelchaquetón.
Vio un barco que navegaba en dirección a Bellagio. Un taxi
acuático,conelrótulo
,zumbabahaciaVillaOleandra.Apesar
delfrío,habíaquiensucumbíaaldeseodeespiar,aunquefueradelejos,
lacasadeGeorgeClooney,porelmeroplacerdepoderdecir«Hevisto
lacasadelactor».
Enlaterrazapanorámicahabíaunaspuertasqueconducíanalbar
del hotel, donde un camarero colocaba vasos y tazas en un escurridor.
Léonie estaba allí fuera, tiritando y preguntándose si tal vez habría
dejado un mensaje en recepción, pero si no entraba, sería imposible
saberlo.
Conungestodecididobajólamanijadelapuertayentróenelbar.
El local era cálido y acogedor, y el joven camarero se dirigió a
ella:
—¿Quédesea?
—Voy a la recepción —respondió ella, y se encaminó hacia el
vestíbulo.
Traselmostrador,lapropietarialareconociódeinmediato.
HOTEL DU LAC
GIRO GEORGE
—Bienvenida,señora—lasaludó.
—Bienhallada—dijoLéonie,esbozandounasonrisa.
—¿Hatenidounbuenviaje?Mimaridodicequehaymuchotráfico
enlaprovincial—comentólamujer.
—Sí,esnormalenestasfechas—replicó.
—¿Yhavistoquéviento?Ayerporlanochesoplabaeltivano,hoy
la breva… Por ahora no nevará —advirtió la propietaria mientras le
entregabalallavedelasuite—.¿Quierequelaacompañeelconserje?
—añadió.
—Gracias, pero no es necesario, conozco el camino —respondió
Léonieconunasonrisa.
Comenzóasubirlospeldañosquellevabanalprimerpiso.
Sedetuvofrentealasuitedesiempre.Insertólallave,lapuertase
abrióyentróalminúsculorecibidor.Percibióunvagoaromaavetivery
su corazón dio un vuelco de alegría. Se dirigió al salón y él fue a su
encuentro.Lamiróconternura.
—Bonjour,Léonie.
—Bonjour,Roger—susurróella.
Yserefugiaronenlosbrazosdelotro.
Cuatro
—¿Quéhaces,estásllorando?—preguntóRogercogiendoentresus
manoselrostrodeLéonie.
—No es más que una lágrima… ¿Te das cuenta de que nuestra
historia es una locura? Sólo nos vemos un día al año y durante los
trescientossesentaycuatrorestantesnosabemosnadaelunodelotro.
—Sisupierascuántasvecesheestadoapuntodeabrirtubolsoy
buscar algún carnet o una agenda con tu dirección o un número de
teléfono para preguntarte cómo estás, para decirte que te echo de
menos…—confesó.
—Yotambiénhetenidolamismatentación.¿Nocreesquesomos
unpardebobos?—preguntó.
—Somos dos personas responsables que una vez al año se
conceden un sueño bellísimo —respondió él mientras le acariciaba la
cintura.
Ellaseestremecióanteelcontactodesumanocálidasobresupiel
desnudaylediounbesoenloslabios.Seamaronconternura.
Despuéssequedarondormidosbajolasmullidasmantasdeaquella
grancamaquelosacogíadesdehacíatantosaños.
Cuando Léonie despertó, la habitación estaba prácticamente a
oscuras.Rogerdormíaacurrucadoydelado,coneledredónalaaltura
delabarbilla.Ellaselevantó,sepusoelalbornozdelhotelyseacercó
alventanal.Ellagoapenassevislumbraba.EnlacostadeBellagioya
se habían encendido las primeras luces. Se dirigió al salón y cerró la
puertadelahabitaciónsinhacerruido.Encendióunalámparaycogiósu
reloj,queestabaenelbolsoquehabíadejadoenelsofá.Erancasilas
tres.Delfrutero,llenodefrutafresca,eligióunracimodeuvaambarina.
Se acuclilló en una butaca y comenzó a saborear los granos de uva,
dulcísimos.Estabahambrienta.
—Te he pillado in fraganti —bromeó Roger mientras abría la
puerta. Se había anudado una manta a la cintura y se sentó en el sofá,
frenteaella.
—¿Quéhoraes?—preguntó.
—Casilastresytodavíanohemoscomido.
—Perohemoshechoalgomuchomásdivertido—afirmóélconuna
sonrisa.Yañadió—:Hereservadolamesadesiempreenelrestaurante
delmuelle.
—Entoncesvayamosya—propusoella.
Cuandoseconocieron,ellateníaveinteañosyéltreintaydos.Ella
eraunajovenreciéncasada;él,undiligenteginecólogoquetrabajabaen
el Hospital Universitario de Marsella. Ahora era jefe de Obstetricia y
Ginecología en el mismo hospital después de haber subido, de uno en
uno,todoslospeldañosdesuprofesión.
Ya por entonces su cuerpo imponente y su semblante severo
cohibían.Perocuandosonreía,surostroseiluminaba.
No había cambiado mucho a lo largo de los años. El cabello
castañosehabíaencanecidoenlassienesylasarrugasalrededordela
boca se habían acentuado, pero conservaba una corpulencia sólida y
delgada.
—¿Quién se ducha primero? —preguntó Roger a punto de
levantarse.
—¡Yo!—trinóLéoniey,conunaarrancadapropiadeunatleta,le
ganólapartidayseprecipitóenelbaño.
Acabaron duchándose juntos, riendo y jugando con el agua como
dosniñospequeños.
EnVarenna,comoenlasdemáslocalidadespequeñasdellago,la
cocina siempre estaba abierta para satisfacer las peticiones de los
clientes.Cuandoentraronalrestauranteencontraronotrosparroquianos
queyahabíanempezadoapicotearlosentrantes.
UnacamarerapropusoaLéonieyRogerelmenúdeldíaabasede
pescado del lago, pero a ninguno de los dos les apetecía, así que
acabaronpidiendounosespaguetiscontomateyalbahacayunasadode
terneraconpatatasalhorno.
—Entonces, ¿dónde nos habíamos quedado? —preguntó Roger,
acariciando una mano de Léonie. Se refería a los acontecimientos del
últimoaño.
—Los chicos, como sabes, están todos fuera de casa, incluso
Giuditta,lamáspequeña.VuelvehoydeGinebraycreoquemimarido
haidoabuscarlaalaeropuerto.Giuseppe,elmayor,sehacasadocon
Fiona, la chica americana que se cree superior a todo el mundo, pero
esoyalosabes.Hantenidounaniña,Margaret,yahoratienetresmeses.
LlegarándentrodeunpardedíasdesdeNuevaYork,comoGioacchino
yPeter,supareja,quevendrándesdeLondres.GioiavolarádesdeParís
consunuevonovio,quetrabajaenelElíseo,yGiacintaviajarádesde
Roma.Pasaremoslasfiestasjuntos,comosiempre.¿Ytú?
—Yo he sido abuelo por tercera vez. Alain, el mayor, tuvo otro
hijoelpasadoenero.Sophiepadeceneurasteniaporculpa,segúndice,
de los nietos, que no le dan tregua. Creo que si pasara las Navidades
trabajando,ellainterpretaríaconalegríaelpapeldemujerdescuidada
paraadelantarelviajeaSaintMoritz.Lugarquedetesto,porcierto—
explicó.
—Losiento—dijoLéonie.
—Notepreocupes,celebraremoslaNavidadconnuestroshijosy
nietos, como siempre. Además, llevaré en mi corazón la felicidad de
nuestraspreciosashorasjuntos.
La miró con ojos sonrientes. La emoción le hizo un nudo en la
gargantaaLéonieysusojossehumedecieron.Élleacariciólamejilla.
—¿Porquénomecuentasloquetepasa?Eslasegundavezquete
veollorarhoy.
—Nolosé…nolosé,deveras.Soymuyfelizahoramismo,pero
tengolalágrimafácil.
—Estásbien,¿verdad?
—Nuncaheestadomejor,peromimédicodicequeestoyapunto
detenerlamenopausiayqueesohacequetengalasemocionesaflorde
piel—explicóella.
—Si quieres, podría recomendarte un tratamiento hormonal para
contrarrestar los efectos, pero antes deberías hacerte una serie de
pruebas.Coméntaseloatuginecólogo—propusoRoger.
Cuandosalierondelrestauranteseenfrentaronalairegélidopara
llegarhastalaplazadondeLéoniehabíaaparcadosucoche.
—Gracias por haber estado conmigo este año también. Eres mi
mejorregalodeNavidad,pequeñaLéonie—dijoRoger.
—Y tú el mío —respondió ella. Y añadió—: ¿Durante cuánto
tiemposeguiremossiendoelregalodelotro?
—Es mejor que no nos lo preguntemos, conformémonos con el
presente,conloquetenemos.¿Recuerdascuando,haceveintiochoaños,
setereventólaruedadelcocheyteobliguéacambiarla?
—Aquella mañana iba a Morbegno a buscar queso bitto para mi
suegra.Podríadecirsequefueellaquienmellevóatusbrazos—evocó
Léonie,divertida.
—Unagranmujer,tusuegra—exclamóRoger.
Sedespidieronconunlargoabrazo.DespuésLéoniesemetióensu
coche y arrancó. Durante el viaje de regreso a Villanova recordó su
primerencuentroyloquesucediódespués.
Varenna
Uno
UndíaCelinaCantoniledijoaLéonie,queacababadecasarseconsu
hijo:
—Cuando todavía podía conducir, de vez en cuando iba a
Morbegnoahaceracopiodequesos.Vosotros,losfranceses,presumís
mucho de los vuestros pero los italianos son mejores. Mira… ahora
mismo,porejemplo,noséquédaríaporcomermeunalonchadebitto.
—El médico le ha prohibido el queso, ya lo sabe —replicó la
nuera.
—Los médicos deberían prohibir el paso de los años y la
consiguientedegradaciónfísicaymoral—comentóella,contristeza.
Léonie había visto algunas fotografías de Celina de joven: estaba
muy delgada y era guapísima. Ahora tenía muchas dificultades para
moversedebidoalaobesidadyacababandeinstalarunascensorenla
villaparaquepudieradesplazarsedeunpisoaotroconmásfacilidad.
Léonielaabrazóimpulsivamenteyledijo:
—Maman,undíadeestosiréyoaMorbegnoacomprarleunpoco
debitto,¡peronoselodigaanadie!
Lasuegrapuntualizó:
—TienesqueiracomprárseloaloshermanosCiapponi.Yaverás
qué tienda, parece que viajes cien años atrás en el tiempo. Desde el
exterior ya se percibe el aroma de los embutidos de montaña, de las
galletas de vainilla… Ya lo sé, todas esas exquisiteces me han puesto
así.Mimadrellevabarazón:labellezadelajuventudesundon;ladela
vejez te la regalas tú sola. Yo no lo he hecho y ahora es tarde para
volveratrás.
Aunqueerajoven,teníasentidocomúnyLéoniepensóque,devez
en cuando, un pequeño capricho en la dieta dictada por el médico no
mataríaaCelinaylaharíafeliz.
A veces, a escondidas, le preparaba minúsculas raciones de
escargotsalaprovenzalounadegustacióndesetasconnata.Celinale
agradecía esos pequeños caprichos, que eran un secreto que ambas
guardaban,ylarecompensabaconunaternuramaternaqueLéonienunca
habíaconocido.
En sus primeras Navidades de casada, Léonie decidió ir a
Morbegnoacompraralgunasdelicatessen,enespecialelbittoparasu
suegra.
LosCantonilehabíanregaladounLancia.Unamañanalluviosase
pusoalvolante.Era22dediciembre.
Cogió la nacional y sintonizó un programa de música ligera en la
radio.LosBeatleslehicieroncompañíaduranteunosminutosydespués
sonó la banda sonora de una película de Jean-Luc Godard que había
visto recientemente con Guido, y entonces su mente voló a su dulce e
indescifrablemarido.
Llevaban seis meses casados y, desde hacía tres, estaba
embarazada. Se preguntó por enésima vez por qué Guido la había
elegido a ella. Cuando habló de boda no dijo «Te quiero» ni «Me
gustas»,sinoquesimplementepreguntó:«¿Quieressermimujer?».
Ellarespondióenseguida:«Sí».
Paraunachiquillafrancesadepueblo,solaenelmundo,sindinero
ysinesperanzas,exceptoladevolveraSalonatrabajarenlaoficinade
correos,elmatrimonioconGuidofueungolpedesuerte.
Ahora no podía decir que fuera una mujer completamente feliz,
pero tampoco era infeliz. Los Cantoni la querían y eso era muy
importante para ella, porque nunca antes había tenido una verdadera
familia y tampoco la seguridad y la tranquilidad económica que le
proporcionaban.
Cuando le comunicó a su marido que estaba embarazada y él la
abrazó,Léonieseatrevióapreguntarle:
—¿Porquétehascasadoconmigo?
Guidolamirósorprendidoyrespondió,bromeando:
—Porqueeresguapa.
Llegados a aquel punto, esperó que Guido le preguntara por qué
ellasehabíacasadoconél.
Peronolohizo.Talvezporquelarespuestaestabaallí,alalcance
detodoelmundo.SehabíacasadoconélporquenoteníanadayGuido,
encambio,erarico,apuesto,inteligenteycortés.
Acambiodetodoeso,Léonienoteníapretensiones,aceptabacon
gratitud lo que le ofrecían y en contrapartida, ayudaba en todo lo que
podía. Nunca había intentado sondear el pasado de aquel marido
indescifrabledemiradaamenudomelancólica.
Justo después de la boda, captó en conversaciones de la familia
algunaalusiónalpasadodeGuido.
Unanoche,Celinasusurróasumarido:
—Quiera Dios que Guido haya dejado atrás aquella horrible
historia.
DonRenzoCantonireplicó:
—Fue todo culpa tuya. Siempre lo has mimado y protegido en
exceso.
—YohequeridoaGuidoenparteporti,porquesobretodocuando
erapequeño,erasdemasiadoseveroconél.
—Debería haberlo sido más, dado que ha rechazado llevar la
fábricayquiénsabecómoacabarámiempresacuandoyoyanoesté.
Aquella familia escondía secretos que Léonie ignoraba y que no
queríaconocer.
DevueltaaVillanova,lamolestalluviaquelahabíaacompañado
durante la ida se transformó en un aguacero. Léonie se resignó a
ralentizarlavelocidadysepusoalacoladeunacaravanadecochesy
camiones.
Deberíahaberseparadounmomentoparallamaracasayadvertir
dequeseretrasaríaporculpadeltráfico,peronoteníaparaguasyno
quería mojarse. Estaba llegando a la altura de Bellano cuando, de
repente, el vehículo empezó a dar bandazos y comprendió que había
pinchado una rueda. Había un área de descanso cercana y se dirigió
haciaallí.
Apoyó la frente sobre el volante y, hablando para sí, se preguntó
desconcertada:
—MonDieu!¿Yahoraquéhago?
Dos
La lluvia enloquecida golpeaba la carrocería y Léonie se quedó
sentada en el interior del coche. Tenía que bajar para comprobar el
estadodelaruedareventada,peronoacababadeatreverse.
—¡Sialmenostuvieraunparaguas!—repetíadesesperada.
Alfinsedecidió.Deshizoelnudodelfularquellevabaalcuello,
se lo puso sobre la cabeza, volvió a anudarlo y salió del coche. Bajo
aqueldiluvioconstatóqueelneumáticodelanterosehabíadesinfladoy
queeraimposiblecontinuar.Nuncahabíacambiadounarueda,asíque
no le quedaba otra opción que pedirle a alguien que la llevara. Se
acercóalarcén,levantóunbrazoehizoseñasauncochedeportivoque
seaproximaba.Elconductorfrenóysedesvióparaaccederaláreade
descanso.BajólaventanillayhablóconLéonie,quesehabíaacercado
alcoche:
—¿Quépasa?
Eraunhombrederostrosevero,atractivoyconunmarcadoacento
francés.
—Se me ha pinchado una rueda del coche —explicó Léonie en
francés.
Ignorandoelhechodequeestabaempapada,elhombrenobajódel
vehículoylepreguntó:
—¿Notieneunaruedaderecambio?
—Nolosé,yaunquelatuvieranoseríacapazdecambiarla,nolo
he hecho nunca —respondió Léonie, molesta por la indiferencia del
hombre.
Entoncesélbajódeldeportivo.Teníauncuerpoimponente,estaba
vestido con ropa de esquí y calzaba unas cómodas botas forradas de
piel.Secubriólacabezaconlacapuchadelchaquetónyconvozfirme
dijo:
—Bien,hallegadoelmomentodeaprender.
—Mire,dejémosloestar.Leagradeceríaquemeacercaraalpueblo
máscercano—pidióella.
Sinresponder,éllacogiódelbrazoylallevóhaciasuLancia.
—Abra el maletero —ordenó. Y continuó—: Ahora le diré qué
tienequehaceryustedcambiarálarueda.Esimportantequeaprendaa
hacerlo.Loentiende,¿verdad?
Incapazderebelarseantesuautoridad,Léonieabrióelmaletero.
—Bien,yalove.Nohayrastroderuedaderepuesto—ledijoal
desconocido.
—Levante la alfombrilla. La rueda está ahí. Y si observa con
atención, también están las herramientas para aflojarla y el gato para
levantarelcoche.
—¿Levantarelcoche?—repitióLéonie,desconcertada.
—Es el único modo de cambiar una rueda —explicó él con una
calmairritante.
Resignada,peroterriblementemolesta,Léoniereplicó:
—¿Yquémástengoquehacer?
—Conlallaveaflojelospernosyliberelaruedaderepuesto.
Ambosestabanbajolalluvia,peroélllevabaropaimpermeabley
elabrigodeLéonie,encambio,estabaempapado.
—Es usted la persona menos amable que he conocido jamás —
protestó,peromientrastantoseguíasusórdenes.
—¿De veras? Mis amigos no opinan lo mismo y me consideran
muy simpático. De todos modos es mejor que no perdamos tiempo.
Ahoracoloqueelgatobajoelcocheygirelamanivela.
—¡Seestálevantando!¡Quiénlohubiesedicho!—trinóLéonieal
bordedelestupor.
—Desatornille las tuercas y extraiga la rueda —continuó él con
una calma imperturbable. Y luego añadió—: Lo difícil ya está. Sólo
faltamontarladerepuesto,volveracolocarlastuercasybajarelgato.
Siguió las instrucciones sin abrir la boca, limitándose a odiar a
aquelconnacionalquenohabíamovidoundedoparaayudarla.
Desde que Léonie vivía en Italia, había escuchado en varias
ocasiones comentarios poco agradables sobre la actitud prepotente de
los franceses. En aquel momento tuvo la certeza de que los italianos
teníanrazón.
—¡Lo ha hecho muy bien! —exclamó él, satisfecho, después de
comprobarquetodoestabaenorden.
—¡Parecía imposible… y lo he conseguido! —se maravilló
Léonie.
Yanoleimportabalalluviaquelehabíaempapadolachaquetay
loszapatos,nielfríoquelahacíaestremecerse.
—¿Havisto?Noeratandifícilcomocreía—comentóélydibujó
unasonrisaensuslabiosqueleiluminóelrostro.
Léonietambiénsonrióydijo:
—Gracias de todo corazón. ¿Cree que puedo reemprender la
marchacontranquilidad?Esdecir…laruedanosesaldrá,¿verdad?
—Hahechountrabajoexcelente…Nopodríahaberlohechomejor.
¿Adóndetienequeir?
—Todavíatengounahoradecamino.Talvezunpocomás,porel
tráfico.
—No puede conducir durante una hora en esas condiciones. Está
empapadahastaloshuesos.Mihotelestámuycerca.Subaasucochey
sígame.Tienequesecarseybeberalgocaliente.
—Noimporta,deveras…—insistióella,quequeríavolveracasa.
—Esnecesario.Soymédicoyséloquedigo.
Léoniecedió.Sepusoalvolanteysiguióaldeportivo.Alcabode
unosmetrosleyóuncartelqueindicabalaentradaaVarenna.Cruzóel
pueblosemidesiertoycontinuóhastaellago.AparcósuLanciajuntoal
vehículo del desconocido. Después, mojándose todavía más con la
lluvia, bajaron juntos por una escalinata y entraron al atrio de un
pequeñohotelquesellamabaHotelduLac.
Mientrasellasequitabaelfularmojado,unajovenrubiaylozana
losacogió.
—Havueltopronto,doctor.
Leentrególallavedeunahabitación.
—Lanieveestabamuymal.Hehechounpardepistasyluegome
he ido —explicó él, dando por zanjado rápidamente el tema. Después
añadió,señalandoaLéonie—:Laseñoranecesitaunahabitaciónyque
alguienlesequelaropa.
En aquel momento se dio cuenta de que todavía no se había
presentadoaLéonie.
—Perdóneme.SoyRogerBastiani.
Es de origen corso, con acento de Marsella, pensó ella mientras
decíaasuvez:
—LéonieTardivaux.
Lamujerrubiacomprobóelregistrodehuéspedes.
—Losiento,peronotengoningunahabitacióndisponible.
—Aun así no queremos que la señora enferme, ¿verdad? —
comentóelmédicoconelmismotonoautoritarioqueLéonieyaconocía.
Entonces ella notó un picor en la nariz y soltó una serie de
estornudos.
—Suba inmediatamente a mi habitación —le ordenó. Después se
dirigió a la mujer que había detrás del mostrador—. Por favor, que la
acompañe alguien del personal y mándele rápido un té caliente. Yo
esperaréaquíabajo,enelbar—concluyómientrasentregabalallavea
Léonie.
—Noquieroserunamolestia…—susurróella,peroélnolaoyó
porqueyaestabaenelpasilloquellevabaalbar.
—Es huraño —comentó la mujer rubia y lozana—. Lo conozco
desdehacetresañosyséloquedigo—añadió.
Tres
Léonie entró en la suite, donde flotaba un leve aroma de vetiver. Se
quitóloszapatosyhundióconplacerlospiesenlamoqueta,gruesay
cálida.Lamujerdelservicioquelaacompañabarecogióelcalzadoyla
ayudóaquitarseelabrigoempapado.
—Lachaqueta…¿enquécondicionesestá?—preguntólamujer.
—Diría que está seca —respondió Léonie mientras se la
desabrochabaparaasegurarse—.Estábien,gracias—concluyóconuna
sonrisa.
—Haré que le traigan en seguida el té, como ha pedido el señor
Bastiani.Elbañoestáaquí—indicólamujermientrasabríaunapuerta
quehabíaalaizquierda.Despuésladejóasolas.
Léoniecaminóhastaelsalón,dondehabíaunsofá,dosbutacas,una
mesita de centro y un televisor. Las paredes estaban decoradas con
imágenesdeinspiraciónlacustreyunapuertadecristaldabaaccesoa
una terraza con vistas al lago. Miró a su alrededor. Una puerta
entreabierta conducía al dormitorio. Atisbó una cama hecha y cubierta
porunosropajesazules.Suinstintolallevóacerrarlapuerta,comosi
noquisieraviolarlaintimidaddelhombrequelahabíarescatado.Enla
mesita del salón vio un montón de folletos en los que leyó:
.Asíqueelhuéspederaginecólogo.
—¡Quéhombremásextraño!—exclamóenvozbaja.
Sesentóenunabutacaquehabíajuntoalamesita,dondeestabael
teléfono.Levantóelauricular,marcóelnúmeroceroparaobtenerlínea
externayllamóacasa.Nestorespondióalsegundotono.
—Por favor, dígales que no me esperen para comer. Se me ha
reventadounaruedadelcochey…—Realizóunaseriedeestornudos.
—Señora,¿seharesfriado?—preguntóelcriado.
—Metemoquesí.Detodosmodosahorayaestátodosolucionado
yenbrevereemprenderéelviaje—sentenció.
TERCER CONGRESO
INTERNACIONALDEOBSTETRICIAYGINECOLOGÍA
Llamaron a la puerta. Era el camarero del bar, que sostenía una
bandejaconelté,galletasypastelitos.
Léonielediolasgraciasyseencerróenelbañoparadesnudarse.
Serelajóconunaduchamuycaliente.Despuéssepusoelalbornozyse
secó rápidamente el cabello con el secador mientras observaba los
objetos de aseo personal alineados en un estante junto al lavabo:
maquinilladeafeitareléctrica,cepilloypastadedientes,hilodental,un
botedeprotectorsolar,unpeineyunfrascodeperfumeVétiver.
Sevistióyregresóalsalón.Seacercóalapuertadecristal;yano
llovía,peroelcieloteníauncolorplomizo.
Sebebiólatazadetécalienteeignorólosdulces.
Llamaron de nuevo a la puerta. Era la mujer del servicio, que le
entregódeloszapatos,secosyresplandecientes.
—Necesitaremosunpocomásdetiempoparaelabrigo—informó.
Léonie se dirigió a la planta baja, cruzó el vestíbulo, que estaba
desierto,yllegóalbar.
Había un par de clientes en la barra, una pareja sentada en una
mesa y Roger Bastiani en pie, de espaldas, frente a la cristalera que
dabaalaterraza.Sehabíaquitadoelimpermeableyeljerseydelana
blanca,trenzada,revelabaunoshombrosanchosypoderosos.Pequeños
rizoscastañosleacariciabanlanuca.Teníalasmanoshundidasenlos
bolsillosdelospantalonesdeesquí.Léonieseacercó.
—Yaestoyaquí—dijo.
Élsegiróysonrió.
—Nosécómodarlelasgracias.Mesientodenuevoenpazconel
mundo—continuóLéonie.
—Tomeasiento—dijoél,retirandounabutacadelamesa—.He
pedido que nos preparen dos tostadas y té muy caliente. La hora de
comeryahapasado,perodebealimentarseunpocoantesderetomarel
viaje.
Sesentófrenteaellamientraselcamareroextendíauninmaculado
mantelalmidonado.
—¿Puedorechazarlo?—preguntóella.Despuésdehaberavisadoy
tranquilizadoalafamilianoteníaprisaporirse,perolahospitalidadun
tantorudadeaquelhombrelecausabaunaligeraincomodidad.
—Por supuesto que no. Desconozco sus compromisos, pero un
cuartodehoraparaalimentarsenolecambiarálavida.
—Tieneunmodomuycuriosodeejercersugenerosidad.
—Nomegustanlosformalismos,lasfraseshechasnilasmemeces
impuestas para guardar las formas. Y ahora coma un poco —concluyó
mientraselcamareroservíalastostadasreciénhechasyeltéhumeante.
—En la mesita que hay en el salón de la suite he visto algunos
folletosdeuncongresodeobstetricia.¿Esginecólogo?—preguntó.
—Sí, elegí la especialización a pesar de que cuando nací, mi
padre,queeraungeniodelamedicina,ledijoamimadre:«Siesteniño
es inteligente se convertirá en médico internista como yo o cirujano
comotú,encasodequetengabuenasmanos.Sino…».Semiraronyse
echaron a reír mientras decían: «¡Será ginecólogo!». Me lo contaron
entre carcajadas cuando les expliqué que quería especializarme en
obstetricia—relatóRoger,divertido.
Léonielloróderisayluegocomentó:
—No me creo ni por un momento que eso sea verdad, pero
reconozcoqueesdivertido.Detodosmodos,serámejorquevuelvayaa
casa.Graciasdetodocorazónporsuinfinitacortesía.
—No he hecho nada, excepto poner en riesgo su salud. Pero no
queríaqueserindierafrenteaunapequeñadificultad.
—Loheentendidoynoseimaginalomuchoquemehaayudadosu
determinación, doctor —replicó Léonie—. Lamento haberle hecho
perdertantotiempo.
—Hoynotrabajo.DeberíaestarenBellagioconotroscompañeros
del congreso, pero prefiero quedarme en el hotel, aquí en Varenna,
porquealotroladodellagohaydemasiadojaleo.Elsimposiotermina
dentrodedosdíasymiconferenciaesmañana.
Tuvieronqueinterrumpirlaconversaciónporqueladueñadelhotel
seacercóconelabrigodeLéonie.
—Señora,mirequébienhaquedado.Esuntejidoexcelenteynole
haafectadoelagua.
—Por favor, dígame cuánto le debo por todas las molestias —
pidióella.
La mujer rubia ignoró el comentario y se limitó a posar
delicadamente el abrigo en el respaldo de una silla. Acto seguido se
alejó.
—Esmejorquevuelvaacasaantesdequeoscurezca—ledijoa
Roger.
—Sí,hoyeselsolsticiodeinvierno,eldíamáscortodelaño.A
partir de mañana, los días comenzarán a alargarse, aunque de forma
imperceptible—razonóeldoctor.Yañadió—:Voyabuscarlachaqueta
ylaacompaño.
Salieron del hotel y empezaron a subir la escalinata que los
llevaríaalaplazadondehabíanaparcadoloscoches.
—Estoy casada y espero un hijo. Estoy en el tercer mes de
embarazo—dijoporsorpresa,inclusoparaellamisma.
—¿Essuprimerhijo?—preguntóél.
Asintió.
—¿Cómoestá?Algunamolestia,náuseas…
—Nunca he estado mejor, pero soy un poco más susceptible que
antes—reconoció.
Llegaronalaplaza.
—Cuídeseyseguiráencontrándosebien—dijoeldoctormientras
leabríalapuertadelcoche.Ella,apuntodesubiralvehículo,lededicó
unasonrisacargadademelancolía.
—Graciasportodo,doctorRogerBastiani—susurró.
Deformainesperada,élcogióentresusmanoselrostrodeLéonie
yposóundelicadobesosobresuslabios.
—FelizNavidad,señoraLéonieTardivaux—murmuró.
Ellasesentóalvolanteyarrancóelmotor.Élcerrólapuerta,se
inclinóyllamóalcristal.Léoniebajólaventanillayeldoctordijo:
—Elañoqueviene,eldíadelsolsticiodeinvierno,volveréaestar
aquí…yteesperaré.
Villanova
Uno
Guidoseencontrabaeneljardíndiscutiendoconlostrabajadores,que
estaban decorando los arcos del pórtico con las guirnaldas luminosas.
ViollegarelcochedeLéonie,zanjólaconversaciónyfueabuscarla.
—¿Quéhistoriaesesadelaruedapinchada?—preguntómientras
ellabajabadelcocheysedisponíaaabrirelmaletero.
—Mepasóvolviendoacasa.Llovíayhacíamuchofrío.Ayúdame
allevarlospaquetesadentro—dijocolocándoleenlasmanosunacaja
decartónllenadedelicatessen.
—¿Llamaste al servicio de ayuda en carretera del ACI? —quiso
saberGuidomientraslaadelantóenelcaminohaciacasa.
—Más o menos —respondió ella, que sostenía un paquete de
queso.Ycontinuó—:Paréenunáreadedescansoparapedirleaalguien
quemellevara.Sedetuvouncocheyelconductormeayudóacambiar
la rueda —explicó, y se dirigió hacia las escaleras para bajar a la
cocina.
Léonieadorabaesagransalaconventanasabatiblesquedabanal
jardín.Legustabanlasollasdecobrerelucientescolgadasenlapared,
los bancos de trabajo sobre los que habían dispuesto de forma casi
obsesiva cuchillos de todas formas y dimensiones, tijeras de aves,
cucharas de palo, batidoras, licuadoras, pinzas y trinchantes, la gran
campanaextractorasobrelamonumentalcocinaeconómicaylaseriede
hornos a gas, eléctricos, microondas, descongeladores, desecadores…
Fue Celina quien, diez años antes, reestructuró la cocina y las salas
anexasparadotarlasdecámarasfrigoríficasparalacarne,elquesoyel
vino.Enlacocinatrabajabanuncocinero,unpasteleroydosasistentes,
comosituvieranquealimentaraunafamiliadeveintepersonas,cuando
en realidad sólo eran seis: el patriarca, Amilcare Cantoni, su mujer
Bianca Crippa; el hijo de ambos, Renzo, con su mujer Celina Olgiati
Tremonti;yporúltimo,Guidoconsujovenesposa,LéonieTardivaux.
Guido dejó la caja de comida en una mesa y Léonie guardó el
paquete de queso en la nevera. No se sentía culpable por el hecho de
que su salvador la hubiera besado, sino por el placer que el fugaz
contacto de sus labios le había proporcionado. Y eso era inadecuado
paraunamujercasadayenestadodebuenaesperanza.Estuvodándole
vueltas en la cabeza al asunto y al final llegó a la conclusión de que
estabahaciendounamontañadeungranodearena,peronopudoevitar
preguntarse por qué no sentía el mismo entusiasmo por su esposo.
QueríaaGuido,peroéleramuymesuradoydistante,comosivivieraen
supropiomundo,unmundodelqueellaestabaexcluida.
Se dirigió a su marido, que estaba frente a ella, y mirándolo
fijamentealosojoslepreguntó:
—¿Porquétengolasensacióndequesiempreestástanalejadode
mí,comosiestuvierasenotrolugar?
Guidosonrióyapoyólasmanosensushombros.
—Escierto,amenudotengolacabezaenotraparte,perotequiero,
losabes,ytambiénquieroanuestrohijo.
Léoniepercibióunasombramelancólicaenelrostrosonrientede
sumarido.Noeralaprimeravezquelamirabaasí.Bajólamiradayno
hizo más preguntas. No quería profundizar en aquella conversación
porquenoqueríasufrir.Lomejoreraconformarseconlaspalabrasde
Guido,almenosporelmomento.
Alguienlollamódesdeeljardín.
—Los trabajadores te necesitan —dijo Léonie, agradecida por la
interrupción.
Guidovolvióconlosempleadosyella,quelosiguió,sedetuvoa
observar desde lejos las guirnaldas luminosas que habían montado en
losarcosdelpórticoyquebrillabanenlaoscuridad.
Derepenteescuchóunruidosordoasuespalda.Segiróenseguida
y percibió un débil lamento procedente de los arrayanes. Se acercó y
viouncuerpooscuroenelsuelo.
—¡Socorro!—dijoBiancaCantoniconvoztemblorosa.
Léonie se agachó, la sujetó por los brazos y la levantó como si
fueraunapluma.
—¿Quiéneres?¿Quéquieres?—reaccionólaanciana,resentida.
—SoyLéonie,grand-maman —respondió la chica al tiempo que
se preguntaba cómo la matriarca había evitado la vigilancia de las
criadas y de su marido—. ¿Se ha hecho daño? —preguntó mientras la
sosteníaenpie,conunbrazorodeándolelacintura.
—Ahoratereconozco.Déjame,nonecesitotuayuda,cazafortunas
—sentencióconacidezmientrasintentabaliberarsedesubrazo.
—No quiero que se caiga otra vez. Deje que la ayude —insistió
Léonie.
—Tú y todos los demás sois un hatajo de parásitos chupasangre.
Osodio.Suéltame.
Diountirónysecayóotravez.
—¡Guido!—gritóLéonie—.¡Ven,rápido!
Cuandollegóelmarido,lesusurró:
—Mehainsultadoynoquierequelaayude.Arréglatelastúcontu
abuela.Yovuelvoacasaporquetengofrío—dijo,ysealejóconpaso
decidido.
Laancianaerainsoportable.Noentendíacómolafamiliatoleraba
su actitud sin rebelarse, pero era uno más de los muchos aspectos
incomprensiblesdelosCantoni.
Entróenelsalón;habíaalfombras,sofás,sillonesyantiguastelas
enlasparedesquereproducíanescenasdegrandesbatallas.
—Venaquí,hija—dijolasuegra,queestabahundidaenunabutaca
frentealachimenea,dondebailoteabanlaschisporroteantesllamas.
—Aquíestoy,mamanCelina—respondióLéonie,caminandohacia
ella.Lediounbesoenlamejilla,queolíaavioleta.
—¿Todobien?—preguntólamujer.
—No. Acabo de tener un encontronazo con la abuela Bianca.
Estaba en el jardín, sola, y se ha caído. La he ayudado y me ha
respondidoconmalaspalabras.Tengoquedecírselo,maman:creoque
esunamujermalvada.
Celinasuspirócongestoresignado.
—Esunamujerinfeliz.Siemprelohasido,almenosesoesloque
mehancontadomisuegroymimarido,porqueellanohabla.Noséqué
demonios la devoran por dentro, pero le ha dado guerra a todo el
mundo. ¿Por qué crees que vive apartada y sólo se relaciona con el
restodelafamiliadurantelacena?
—Tengo que decir que son unas cenas tristísimas. Yo casi no me
atrevoniarespirarcuandoestamossentadosalamesa.
—Todoshacemosunesfuerzopornodespertarsuagresividad,que
puede ser peligrosa, como ya hemos visto en alguna ocasión. Sólo su
maridopuedecontrolarla.Perocambiemosdetema,porfavor—insistió
Celina.
Lamujersosteníaunapartituramusicalyprosiguió:
—Mira,estabarepasandounananadeMozart.Creoquevolveréa
tocar el piano porque cuando nazca tu hijo quiero tenerlo cerca y
ponerlebuenamúsica.¿Quéteparece?
Léonie se acarició el vientre instintivamente y reencontró su
sonrisa.
—Mepareceunaideapreciosa.Gracias,mamanCelina.
—Gracias a ti por darme un nieto. Sé que es pronto, pero me
gustaría que después de él, llegaran más. Esta inmensa villa necesita
gritosycarcajadasdeniños.DespuésdemiGuido,nopudetenermás
hijosymesupomal.
Se quedaron en silencio. Celina estaba inmersa en los recuerdos;
Léonie, por su parte, pensó de nuevo en el contacto de los labios de
Rogerconlossuyosyensuvozdiciendo:«Elañoqueviene,eldíadel
solsticiodeinvierno,volveréaestaraquí…yteesperaré».
—¿Has ido a Morbegno? —preguntó la suegra, distrayéndola de
suspensamientos.
—Sí,ylehetraídounpocodebitto—respondióLéonie.
—Gracias,tesoro.Noselohabrásdichoanadie,¿verdad?
—Puedeestartranquila.
—¿Yaquéesperasparadejarquelopruebe?
—Hagamos un pacto. Yo le traigo un trocito de bitto y usted me
cuentaalgodelaabuelaBianca.
—Eso no es un pacto, es chantaje. Pero puesto que antes que yo,
alguien se vendió por un plato de lentejas, mejor venderse por queso,
¡esmássabroso!—bromeóCelina.
YprocedióahablarlesobrelaabuelaBianca.
Bianca
Uno
Las
esperanzas del comendador Luigi Crippa de ceder a su
primogénito las riendas de la empresa que había creado y hecho
prosperarcontantoesfuerzo,sehicieronañicoscuandosuhijomurióen
la región del Carso durante la guerra. Fue un golpe inmenso del que
nunca se recuperó. A veces contemplaba su segunda hija, Bianca, que
naciócuandoélyaeraunanciano,yselamentabadequefueramujer,y
comotal,noaptaasucederleenladireccióndelaGriferíaCrippa.
Lapequeñapercibíalahostilidaddelpadreyevitabatambiénala
madre, quien la consideraba una broma de la vejez, ya que se quedó
embarazadacuandocreíaquehabíadejadodeserfértil.
Confiada a las criadas, Bianca creció siendo muy bella y
excéntrica.InternaenelcolegiodelasmonjasUrsulinas,enMilán,salió
deallícondieciséisañossiendotodavíamuchomásextravagantequeal
entrar.
LaseñoraCrippa,cuandoestabaallímitedeloquepodíasoportar,
convocabaalpárrocoyledecía:
—Tengapiedad,señorpreboste,hableconellaybendígalaporque
tieneeldiabloensuinterior.
Elhombre,unancianocuradecampo,sesentabaenelsalónfrente
alachicaylepreguntaba:
—DimeBianca,¿quétesucede?
—Nada,donGiuseppe—respondíaella.
—¿Por qué sacas de sus casillas a tu pobre madre y a tu pobre
padre?
—Meodian.Enelcorazónsólollevanamihermano,elheredero
altronovíctimadelaguerra.Enesteagujerodepaís,enestavillaque
segúnellosesuncastillo,yoestoysola.Quieroirmeyellosmetienen
aquícomosifueraunaprisionera.
Había algo de verdad en las palabras de Bianca y el párroco lo
sabía,aunquefingíaignorarlas,enparteporcaridadcristianayenparte
porlasdonacionesdelcomendadorCrippaalaparroquia.
—Debes tener paciencia, hija. Si esta casa te oprime demasiado,
piensaqueelSeñorpondráentucaminounjovenformalquesecasará
contigoyteirásconél—decíaparareconfortarla.
—Bien,donGiuseppe,loqueusteddiga.Ahorabendígame,métase
enelbolsilloelsobrequeledarámimadreydéjemeenpaz.
Aquella jovencita inteligente e infeliz le daba pena. El párroco
suspiraba,realizabalabendiciónysemarchaba.
El «joven formal» que había pronosticado don Giuseppe se
presentóundía.Eraelvástagodeunconstructorquehabíafirmadoun
contratoconelcomendadorCrippa.
EnlazonaruraldeLodi,entrelaspropiedadesdelaIglesia,había
un antiguo convento que se iba a reestructurar para convertirlo en un
internadoparaseminaristas.
Luigi Crippa se adjudicó la contrata del suministro hidráulico y
decidióinvitaracomer,ensuvilla,alingenieroCastelli,propietariode
laempresaqueejecutaríalasobras,consuhijoGeneroso.
EljovensepresentóencasadelosCrippacondosgrandesramos
deflores,unoparalamujeryelotropara«suhija».
GenerosoCastellillegóalvolantedeunSuperFiatazulyplateado,
vestidoalamodaporsusastrelondinense,conelpeloengominadoyun
bigotequedesprendíaunoloraesenciadevainillaytabaco.
BiancaCrippa,queestabaapuntodecumplirdieciochoaños,era
preciosa y acogió a los invitados con una elegancia que dejó
estupefactosasuspadres,acostumbradosasucomportamientorudo.
UnintercambiodemiradasentreBiancayGenerosofuesuficiente
paradecirse«Tequiero».
Despuésdecomer,mientraslosCrippaylosCastellibebíancafé
enelsalón,GenerosomostróaBiancasuautomóvil,aparcadofrentea
lavilla.
—Piense, señorita, que este vehículo alcanza los 120 kilómetros
porhora.ConestecochesepuedesalirdeaquíyllegaraParísenun
díayunanoche—ledijoeljoven,queteníaveintiochoañosymuchas
ganasdedivertirse.
—¡Oh, París! Schiaparelli, Chanel, Marthe Régnier… Cómo me
gustaría ver los Campos Elíseos y la Torre Eiffel, y el Bosque de
BoulogneyelMoulinRouge.MeencantaríaescucharaMistinguettya
Joséphine Baker, conocer a Colette y a Marcel Proust, beber champán
enunbistrotdeMontmartre…EstimadoseñorCastelli—exclamócon
airesoñadordedivadelcine,entornandosusgrandesojososcuros.
—¿Ha dicho señor Castelli? Somos jóvenes y modernos, no nos
tratemosdeusted.PondréParísatuspies.¿Cuándopartimoshaciaallí?
—declaróélconelmismoénfasis.
—Nunca, mon cher ami. Sólo puedo salir de esta casa con una
alianzaeneldedo.EsoesloquehadecididoelcomendadorCrippa.Es
ladesgraciadenacermujerenunmundoenelquerigelaleydelmás
fuerte,esdecir,deloshombres.Aellosselespermitetodoyanosotras,
nada.
—Ya no estamos en el siglo y estos viejos tendrán que
aceptarlo, les guste o no. Yo soy un hombre y soy partidario de las
mujeres que quieren los mismos privilegios que tenemos nosotros —
afirmóconvencido.
—Es fácil decirlo cuando trabajas, ganas y gestionas tu propio
dinero. Yo dependo de mi padre incluso para comprarme un par de
calcetines, y mi madre me regaña por escuchar música y leer
demasiados libros. ¿Qué otra cosa podría hacer, aparte de soñar? —
preguntó Bianca, con tristeza, acariciando el metal reluciente del
automóvil.Luegoañadiórepentinamente—:Enséñameaconducir.
—Nada me gustaría más —respondió Generoso, que abrió la
puertaparaqueBiancasesentaraalvolante.
Enaquelmomento,laseñoraCrippaseasomóalaplazayllamóa
suhija.
—¿Hasvistoquéoportuna?Encuantomevehablarconunhombre,
se pone nerviosa. Fin de la primera clase —masculló Bianca antes de
volveracasa.
Pasójuntoalamadresinmirarlaysindirigirlelapalabra,subióal
primerpisoyseencerróconllaveensudormitorio.Deshizolacamay
arrastró el colchón al balcón. Cogió unas tijeras, cortó el forro e hizo
caer sobre el jardín, como si se tratara de nieve, la lana del relleno,
ignorandolosgritosdesuspadresydeloscriados.
XVIII
—¿Qué querías demostrar? —preguntó su padre cuando por fin
Biancaabriólapuerta.
—Queyanoquierodormirmásenestacasa—respondió.
—Noseréyoquienteretengaaquíalafuerza.Elmundoesvastoy
estodotuyo—replicóelpadre,invitándola,conungesto,amarcharse.
Estaba desesperado por las provocaciones de aquella hija con la
quenoconseguíaentenderse.
La madre, situada detrás del marido, contemplaba con
consternaciónaBianca.
—¡Qué bien nos has hecho quedar con los invitados! Primero
coqueteasconGenerosoyluegodesaparecessinsiquieradespedirte—
dijocontonorencoroso.
—Nosoylahijaquehubierasquerido.Quizáesuncastigoporque
erasdemasiadoviejaparatenermáshijos—protestóBiancaconira.
Lamujer,escandalizadaportantadesfachatez,lagolpeóenlacara
contodassusfuerzas.
—¡Estásloca!—chilló.
—¡Te odio! —gritó Bianca, y bajó las escaleras como alma que
lleva el diablo. Las criadas, que estaban escuchando, desaparecieron
rápidamente. Bianca se dirigió al jardín, cogió la bicicleta, cruzó el
parqueysalióporlapuertadelaverja.
Era una bonita tarde de mayo, el sol estaba a punto de ponerse y
teñíaelcieloderosa.Lacampiñateníafloresdetodosloscoloresylas
hileras de moreras lozanas se alineaban junto al camino. Un ratón
asustadocruzóelcaminoconlavelocidaddeunaflecha.Derepente,la
ruedadelabicicletatopóconunapiedraespecialmentepuntiagudaque
desviósutrayectoriayBiancacayóviolentamentealsuelo.
Vio el cielo en lo alto y después, nada. Cuando abrió los ojos,
inclinadosobreella,habíaunchicoquenodejabaderepetir:
—¿Meoye?Oiga,¿meoye?
—¿Quiénesusted?—preguntóBianca,confundida.
—Me llamo Amilcare Cantoni. He visto que se ha caído y he
venidoaayudarla.¿Puedelevantarse?
—Nolosé…Noestoysegura…Váyase,porfavor—dijoellayse
pusoallorar.Sepasóunamanoporlamejillayvioqueestabacubierta
de sangre. Sentía punzadas de dolor en un tobillo y en el brazo
izquierdo.
—Señorita Bianca, yo me iré, si lo desea. Pero no le cuente a su
padrequenolahequeridoayudar—respondióél,algomolesto.
Élrecogiólabicicletaquehabíaapoyadoenunárbol,semontóen
ellaydeseóignorarelgritoquelanzólachicacuandolovioalejarse.
Dos
Amilcare
Cantoni era hijo de campesinos y había terminado
recientementelaescuelabásicacuandosupadreloacompañóaveral
comendadorCrippa,propietariodelaempresahomónimaqueproducía
grifos.
Los señores del lugar siempre habían sido los Ogliati Tremonti,
unaantiguafamiliaaristocráticaqueposeíatierrasygranjas,ademásdel
palacionobiliariodelaplazadelaiglesia.Perodíatrasdíasereducía
su patrimonio y la estima que les tenía la gente, mientras que el
comendador Crippa ampliaba su esfera de actividades y ganaba
prestigio.
—Señorcomendador—dijoelpadredeAmilcare,sosteniendoen
las manos el sombrero gastado—, este es mi último hijo. No quiere
trabajarenelcampoylegustaríaveniralafábricaparapoderseguir
estudiandoenunaescueladeadultos.Contrátelo,porfavor.
El hombre estaba tan emocionado que no osaba mirar a su
alrededor.Amilcare,encambio,examinabaconcuriosidadcadadetalle:
el gran escritorio de madera oscura con el protector de cuero, las
estanterías a rebosar de registros, el teléfono monumental, las butacas
negras,elelegantetrajequevestíaelcomendadorCrippaysusmanos
blancas con las uñas limpias como las de su maestro. El cuello
almidonadodelacamisatambiénlofascinó.
—Necesito un chico para barrer los restos de las máquinas que
liman—respondióCrippa.Yluegoañadió—:Déjaloaquí.Verésitiene
ganasdetrabajar.Sinofunciona,telomandodevueltaparacasa.
Despuéslepreguntóaljoven:
—¿Cómotellamas?
—AmilcareCantoni—respondióconvozclara.
—¿SabesquiéneraAmílcar?
—El padre de Aníbal, que había cruzado los Alpes con elefantes
paraconquistarRoma—explicócontonosabihondo.
—Muestra un poco de respeto por el señor —intervino su padre,
quelediounpescozón.LuegosedirigióalcomendadorCrippa—:¿Ve,
señor,cómosonloshijoshoyendía?Maleducados.
—No te preocupes, Cantoni. Déjame aquí a tu hijo —insistió, y
despidióalcampesino.
Al final de la jornada laboral, el comendador acudió al taller y
preguntóaljefedelosobreros:
—¿QuétalelhijodeCantoni?
—Sigue allí, limpiando los tornos y los barrenos. No hay que
explicarlelascosasdosveces.
—Porlasvísperasseconocenlosdisantos.Enséñalebien—pidió
eldueño,quenotóunaespeciedesimpatíaporaquelmozoimpetuoso.
Cuando lo llamaron para hacer el servicio militar, Amilcare, que
había acudido a la escuela para adultos, tenía un diploma de perito
mecánicoyeltítulodejefedetaller.Despuésdepasardosañosenla
mili,dejóelejércitoconelrangodecaporalyregresóaVillanovapara
retomar su trabajo en la empresa del comendador Crippa, que decidió
trasladarloaldepartamentotécnico.
Aqueldomingodemayo,eljovenacudióaMilánenbicicletapara
ver a un ex compañero de la mili que estudiaba Ingeniería en la
Politécnica. Quería preguntarle si sería posible matricularse en la
universidadsineldiplomadebachillerato.
Elamigoloinvitóacomeracasadesuspadres,ambosprofesores,
y Amilcare vio en primera persona el abismo que lo separaba del
mundo de la cultura. Su sed por aprender no bastaba para colmar las
lagunasdesupreparaciónacadémica.
—Querido, no hay atajos. Si quieres matricularte en Ingeniería,
tienes que tener el título de bachillerato, de letras o de ciencias —le
explicaronlospadresdesuconmilitón.
—¿Yquétengoquehacerparaconseguirlo?—preguntó.
Los padres de su amigo sabían que Amilcare trabajaba en una
fábricaydisponíadepocotiempoparaestudiar.
—Como no puedes acudir a la escuela, tendrías que hacer lo
exámenes por libre. Pero ten en cuenta que son difíciles, tienes que
estudiar muchas asignaturas, como Latín, Filosofía, Literatura y
Ciencias.Nohayinstitutosparaadultosydeberíasteneralmenosunpar
deprofesoresquetepreparenbien.
—Yoaprendorápido—respondió,buscandovalentía.
—Se necesitan horas y horas de estudio. Y los libros son caros.
También tienes que considerar que, aunque superaras los exámenes de
acceso a la universidad, tendrías que ir a clase. ¿Cómo lo harás si
trabajasenlafábrica?
—Algún modo encontraré —respondió él, preocupado por los
muchosobstáculosalosquedeberíaenfrentarse.
Volvió a casa pedaleando con fuerza para descargar la rabia y la
desilusión.EstabaapuntodellegaraVillanovacuandovioaunachica
caerse aparatosamente de la bicicleta. Se detuvo para ayudarla y la
reconocióporque,algunavez,elcomendadorCrippalallevabaconsigo
altrabajo.
AcercadeBiancaCrippa,Amilcaresabíaloquesecontabaenla
fábricayenelpueblosobresudifícilcarácter.
Volvió a desgana ya que, después de haberle pedido que se
marchara,ellalohabíallamadodenuevoparaquelaayudara.
—¿Puedelevantarse?—preguntó.
Biancateníauntobillohinchadoyelrostrocubiertodesangre.La
levantó a pulso y miró a su alrededor para buscar a alguien que le
ayudara. Pero no vio a nadie. El sol estaba a punto de ponerse y, a
aquella hora, las mujeres estaban en la iglesia y los hombres en la
taberna.
—Dudo que pueda subirse a la bicicleta. Si quiere, puedo ir al
puebloypedirleaalguienquelavengaabuscar.
—¿Tendría el valor de dejarme aquí sola? —reaccionó ella,
esforzándoseporignorareldolorenelpieyenelhombro.
—¿Tieneunaideamejor?—preguntóél.
—Noquierovolveracasa.Dehecho,estabaescapandodeallí—
confesó.
—¿Parairadónde?
—Notengolamenoridea.Peroacasanovuelvo.
—Señorita,escúcheme:sehahechodañoysólohayunlugaralque
puedeir:sucasa.Asíqueahoramismolallevoasuvilla—decidióél.
La cogió en brazos y la sentó en su bicicleta. Después,
sosteniéndola,sedirigióapiehacialavilladelosCrippa.
AdmiróelesfuerzodeBiancapornoquejarse,peroaunasílehizo
unapetición:
—Porfavor,intentenodesmayarsedenuevootendréquellevarla
abrazosytardaremosmuchomásenllegar.
Yaestabancercadelavillacuandoellapreguntó:
—¿Deverdadquieredevolvermeamispadres?
Amilcare no respondió. No quería verse implicado en asuntos
personalesdesuempleador.
Finalmentellegaronalapuertadeentrada.
Amilcarecogióenbrazosalachicayselaentregóalcomendador.
Tres
LosCrippallevaronaBiancaalhospitaldeMilán,dondelaingresaron
yrecibiólascuraspertinentes.
A la mañana siguiente, llamaron a Amilcare para que fuera al
despachodelcomendadorCrippa,queledijo:
—A propósito de mi hija, no la viste, no la ayudaste y no sabes
nada.
—Asíes.Nosénada—acordóeljoven.
—Gracias—murmuróeldueño.
—¿Dequé?—preguntóél,impasible.Yvolvióaltrabajo.
Desdesucama,enelaladehabitacionesprivadas,Biancaescribió
en una falsilla los versos de una oda de Ugo Foscolo que se sabía de
memoria,ylosdirigióaGenerosoCastelli,refiriéndoseaélcomo«mi
generosoUgo»yfirmandocomo«LuigiaPallavicinicaídadelcaballo».
Eljovenacudióavisitarlaycolmósuhabitacióndeflores.Ellale
explicósufugadelavilla,quehabíaduradosólounoscuantoscientos
demetros,yquehabíaacabadodemaneradesastrosa,comocomprobó
trasescucharelrelatodeBianca.
Él le hizo muchas promesas y cuando faltaba poco para que le
dieran el alta, ella le escribió más versos firmando como «Antonietta
FagnaniArese,laamigacurada».
Cuando los Crippa llegaron al hospital para recoger a su hija y
llevarlaacasa,descubrieronquelafacturayahabíasidoabonadayque
Biancasehabíamarchado.
Nohacíafaltasermuylistoparasaberqueeljovenconelquese
habíaidoenunSuperFiatazulyplateadoeraGenerosoCastelli.Entre
losCrippaylosCastellihubomomentosdemuchatensióndurantelos
cuales se acusaron mutuamente de haber criado y educado mal a sus
hijos.
Al final llegaron a la conclusión de que podía generarse un
escándalo,asíquenecesitabancallaryesperar.
El día después, el señor Castelli recibió un telegrama de su hijo
dondelepedíaperdón«ennombredelamor».Elmensajeprocedíade
laciudaddeSanremo.
—Tendrán que casarse —decidió la señora Crippa, y su marido
pensóquenohabíamalqueporbiennoviniera.
El padre de Generoso se mostró a favor de la propuesta de los
Crippa.
—Si Generoso no lava nuestra deshonra con el matrimonio, juro
quelodesheredo—aseguró.
Dos días después, Bianca regresó a Villanova acompañada del
jovenCastelli,quedijo:
—Comendador,ledevuelvoasuhijaynomedigaquetengoque
casarme con ella porque ni siquiera la he tocado. Dos días han sido
suficientes para comprender que la señorita Bianca es una criatura
intratable.Porintentardarleunacaricia,acabéconsusdientesclavados
justoaquí.—Ymostróconfuriaunamanovendada.
La señora Crippa se puso a sollozar y el marido habría hecho lo
mismosinolohubieseconsideradoinaceptableenunhombre.
—Habrá que comprobar si eso es cierto —insinuó la señora
Crippaentrelágrimas.
—Escierto,resígnate—susurróelmarido.
—Yo soy como san Tomás, si no lo veo, no lo creo —replicó la
mujer,yacompañóaBiancaaMilánparaquesuginecólogolavisitara.
Lajovenpasólarevisiónmédicasinparpadear.
—Esvirgen—aseguróelginecólogoalaseñoraCrippa.
Bianca se vistió tras el biombo y, cuando apareció de nuevo, se
enfrentóasumadremirándolaconmaldad.
—¿Estás contenta ahora que me has hecho pasar por esta
humillación? Ves el vicio por todas partes, en todos, y también en mí.
¡Tedesprecio,medaascomirartealacara!—gritóasumadre.
—Acompañe a la señora a la otra sala, por favor —le pidió el
ginecólogoalaenfermera.
CuandosequedósoloconBianca,lepreguntó:
—¿Porquéodiastantoatumadre?
—Doctor,seríamejorquesepreguntaraporquéellameodiaamí
—respondiólachica.
Elhombrelaconocíabienporque,cuandolaseñoraCrippaacudía
asuconsultaparalarevisiónanual,avecesibaacompañadadesuhija.
Enalgunaocasión,despuésdehaberexaminadoalamadre,hacíapasar
aBiancaalaconsultay,durantealgunosminutos,seentreteníaconella,
hablándoleconternurapaternal.
Lamiradaduraeimpenetrabledeaquellaniñaloinquietaba.
UnavezledijoalaseñoraCrippa:
—Biancanecesitaamor.
—Esmihija.¿Acasocreequenolaquiero?—reaccionólamujer,
ofendida.
Élselimitóaresponder:
—Entoncesdemuéstreselo.
Ahorapreguntóalachica:
—Si es cierto que no la odias, ¿de dónde te viene toda esta
agresividadhaciaella?
—Dicequellevoeldiablodentro.¿Acasotendríaqueaceptarque
digaesosinreaccionar?¿Ustedtambiénpiensaqueestoyposeídaporel
demonio,doctor?
—Creo que eres una buena chica muy infeliz. ¿No es así? —
preguntóelmédico.
—Sólo Dios puede deshacer las confusiones de mi alma, pero
puede que hasta para Él sea una tarea muy difícil —respondió Bianca
contristeza.
—¿Porquémordistealjovenconelqueescapaste?Unhombrey
una mujer, cuando son jóvenes y se gustan, se entregan el uno al otro.
¿Quéteimpidió…?Bueno,yasabesaloquemerefiero.
—Megustaríaresponderlequemeloimpidiólamoral,eltemorde
cometerunpecado.Peronoesasí.Élqueríallevarmealacamaynose
preguntó ni por un momento si a mí también me apetecía. Me enfadé
tanto que perdí el control y le mordí. Cuando se me pasó la rabia,
comprendíquemehabíaexcedido,peronolamentoenabsolutoelsusto
queledi.Yahoranomedigaquelepidaperdónamimadre.
—No te lo voy a decir… Pero voy a confesarte que estoy
preocupadoportiyquerríaproponertequecharlarasconuncompañero
míoqueespsiquiatra.
—¿Usted también piensa que estoy loca? —preguntó Bianca con
tonoagresivo.
—Te repito que estoy convencido de que lo único que sucede es
queeresmuyinfeliz.
—Sonmispadreslosquedeberíanhablarconelpsiquiatra.Ellos
sonmuchomásinfelicesqueyodesdequemuriósuqueridísimohijo.
—Jovencita,eresdemasiadocomplicadaparaunviejocomoyo—
dijoelmédico,resignado.
Laacompañóalapuertaysedespidieron.
Al regresar a Villanova, Bianca obtuvo el permiso de sus padres
para pasar unos días con su amiga Anna Colombo, en Nervi, donde
finalmente se quedó todo el verano. Sus padres fueron a visitarla y
duranteaquellassemanasparecióquesehabíareconciliadoconellosy
conelrestodelmundo.EnseptiembresemudóaNeuilly,muycercade
París, para realizar un curso de pintura, y se alojó en una especie de
pensiónparaseñoritasdebuenafamilia.Suspadresnuncahabíansido
tancondescendientes,peroellanosesorprendió.Atribuyósudocilidad
al alivio por no tener que ocuparse de ella, angustiados como estaban
porsicometíaalgunaotralocura.
Cuatro
BiancavolviódeParísdosañosdespués,cuandofaltabanpocosdías
paraNavidad.Vestíaunelegantetrajedehombreyllevabaunsombrero
Borsalinomarrónoscuro,ajuegoconlaropa.Fumabaunoscigarrillos
largos de color lila con el filtro dorado, conducía un automóvil, a
menudo pasaba el día en Milán y, a veces, también la noche. Se
relacionabaconperiodistasypoetas,adorabaaTommasoMarinettiya
Alberto Savinio, y no prestaba atención a la consternación de los
Crippa,quenoseatrevíanacontradecirlaylatolerabanaellayasus
amigos cuando los invitaba a la villa. Aun así había días en los que
vestíaropademujerylehacíacompañíaasumadre,enelsalónoenel
jardín,cuandotomabaeltéconlasamigasyhablabandecosasbanales.
En esas ocasiones Bianca sonreía y mostraba una actitud dócil
mientrasnacían,deentresusdedos,arabescosquetejíaconunaaguja
de ganchillo. A veces se sentaba frente al caballete, instalado en el
jardín, y pintaba un paisaje o un atardecer, utilizando colores
impensablesquereproducíanunarealidadquesóloveíaella.
A los Crippa no les gustaban aquellos cuadros, les transmitían
inquietud,perosereservabanesaimpresiónyledecían:
—Eresmuybuena,setedamuybien.
Ellalosmiraba,desafiante,yestallaba:
—¡Nunca me decís la verdad! Sois unos hipócritas. —Y también
añadía—: Os gustaría que fuera como las hijas de vuestros amigos:
insulsasyobsequiosas.Resignaos,porqueyosoyasí.
El matrimonio tragaba y callaba. Sólo una vez la señora Crippa
respondió:
—Teentiendo.Además,nisiquierayopuedoserdiferentedecomo
soy.
No era capaz de relacionarse con su hija y tampoco le dijo que,
desdehacíatiempo,teníaproblemasdecorazónyque,recientemente,la
enfermedad se había agravado. Había días en los que la mujer no se
movíadelacamayBiancanoibaaverlaparapreguntarlecómoestaba.
Una noche, mientras cenaba sola con su padre, haciendo un gran
esfuerzo,lepreguntó:
—¿Cómoestátumujer?
—Mimujerestumadreyestámal—respondióelseñorCrippa.
—Losiento—susurróella.
—¿Porquénovasaverla?
—Su habitación es un mausoleo a la memoria de vuestro
amadísimo hijo perdido. Todas las fotografías que tenéis de él ya la
consuelan.Yosobraría—concluyó.
LaseñoraCrippamurióyBianca,traselfuneral,sepusountraje
chillón de color lila y rojo, se montó en su coche y se fue a Milán,
donde pasó algunos días. El padre ignoraba lo que hacía o con quién
estabaduranteesasausencias,ytampocoseatrevíaapreguntar.Prefería
no saber nada y olvidaba el dolor y la amargura centrándose en hacer
prosperarsuempresa.
Durantelasdosdécadasfascistas,elcomendadorCrippaconocióa
un par de personas más o menos importantes y fácilmente corruptibles
que, gracias a retribuciones opulentas, le adjudicaron subcontratas
importantes.Élpagaba,ylosdespreciaba.Ellossemetíaneldineroen
elbolsilloyfingíanignorarqueelindustrialhabíarechazadoelcarnet
delpartidoyque,enlaspocasocasionesenlasquerecibíagenteensu
casa,evitabacuidadosamenteinvitaralosdirigentesfascistaslocales.
Bianca nunca participó en aquellas cenas y, si estaba en casa, se
encerrabaensuhabitación.
Desdeelfallecimientodesumadre,seacostumbróaacompañara
su padre a la fábrica. Subía con él a su despacho, se sentaba en un
rincón bajo la ventana y, provista de papel y lápiz, pasaba horas
dibujando, aislándose aparentemente de todo cuanto sucedía a su
alrededor. Se dio cuenta de que uno de los trabajadores con quien su
padreseenfrentabamásamenudoeraAmilcareCantoni,eljovenquela
ayudódespuésdelacaídaenbicicleta.
También percibió el respeto con el que su padre se dirigía al
hombre y la atención con la que escuchaba sus sugerencias. El joven
tenía modales educados, vestía ropa sobria, evitaba expresarse en el
dialecto de la zona y elaboraba frases complejas con la soltura de un
hombreculto.Biancasabíaquehabíasuperadolaspruebasdeaccesoa
launiversidaddeformabrillante,enlaramadeciencias,conlaayuda
del párroco del pueblo, que ya no era don Giuseppe, retirado en un
internadoreligioso,sinounjovensacerdotecultoydeorigenburgués.
Ahora el joven Cantoni estaba en su segundo año de Ingeniería
hidráulica y debía a la benevolencia del comendador Crippa la
posibilidaddeausentarseamenudodeltrabajoparaacudiralasclases.
Cuando él entraba en el despacho del padre, Bianca dejaba de
dibujarparaescucharlehablar.
Adiferenciadelosdemástrabajadores,Amilcarenoeraservilni
con el jefe ni con ella, a quien dirigía un sonriente «buenos días» y
despuésprocedíaaignorarla.
Unavezescuchóunapropuestaquehizo:
—¿Hapensadoalgunavez,comendador,enpublicaralgúnanuncio
enlaprensa?
—Los anuncios se hacen para jarabes reconstituyentes, cremas
para mujeres, abrillantadores de zapatos, pero para grifos… ¿Qué
utilidad tendrían los anuncios para mis clientes? —objetó el señor
Crippa.
—Para la nueva línea destinada a casas y hoteles se podría
proponerunproductoelegante,ademásdefuncional.Habíapensadoque
sepodríacomenzarconoctavillasdenuestraexposiciónenlaFeriade
MuestrasdeMilán—insistióeljovenCantoni.
—¿Preparo café? —intervino Bianca, repentinamente, con gesto
sonriente.
En una pequeña sala contigua al despacho, había una nevera para
lasbebidasfrescasyunhornilloeléctricoparahacercafé.Sinesperar
unarespuesta,lachicaabandonósusdibujossobreunamesitaysalióde
la pequeña habitación. Una de las hojas cayó al suelo y Amilcare la
recogió,laobservóydespuésselaentregóaljefe,diciendo:
—Mírelo usted mismo, comendador. La señorita Bianca se me ha
adelantado.
Elhombrecontemplóconestuporelboceto.Biancahabíadibujado
una silueta femenina fascinante frente a un fregadero de cocina. Tenía
una mano apoyada en un grifo con forma de cáliz de flor, del que
brotabaunchorrodeaguay,debajo,conletrasconfiligranas,habíaun
pequeñotexto:
.
Bianca regresó al despacho sosteniendo una bandeja con el café
justocuandoelcomendadorlepreguntóaAmilcare:
—¿Sehapuestodeacuerdoconmihija?
—Nuncahetenidoelplacerdeintercambiarunasolapalabracon
laseñorita.
Elhombremiróalahijaque,despuésdeapoyarlabandejaenel
escritorio,lequitóeldibujodelasmanosasupadre.
—Lo dibujé hace unos días, cuando te trajeron los grifos nuevos.
Pero es un dibujo horrible —dijo ella, antes de romperlo y tirar los
pedazosalapapelera.
—¿Por qué? —preguntó Amilcare, observándola con mirada
perdida.
—Puedo hacerlo mucho mejor —respondió ella, y añadió—:
¿Cuántoazúcar?
Aquellanoche,mientrascenabanasolas,Biancaledijoasupadre:
—Ese Cantoni me convence. Le he mandado una invitación para
quevengaeldomingoacomer.Estoyseguradequetegustará.
El padre se reservó su opinión, pero aquella iniciativa no le
desagradó. Era la primera vez que su hija hacía algo sobre lo que no
teníanadaqueobjetar.
CRIPPA.ELGRIFOELEGANTEYPERFECTO
Cinco
ElcomendadorCrippanotuvonadaqueobjetarnisiquieracuandolas
maniobras de Bianca para capturar al joven Cantoni se hicieron
evidentes. Pensó que era mejor un campesino inteligente y ambicioso
quelosvástagosdebuenafamiliaconsentidos,yseguramenteviciosos,
conlosquesehabíaentretenidoduranteaños.
Desde el fallecimiento de su madre, Bianca se había calmado
mucho.Yanoinvitabaapersonasextrañasalavillayhabíaespaciado
lasfugasalaciudad.
Ahora, mientras contemplaba a su hija junto al joven Cantoni
caminando juntos por un sendero del parque después de la comida
dominical,quesehabíaconvertidoenunacostumbre,sepreguntóenun
susurro:
—Quiénsabeloqueseestarándiciendo.
Eraveranoyelhombredescansabaenunatumbonabajolasombra
deunahiguera.Vioalosdosjóvenessubirseasusbicicletasyalejarse.
Habíaunacalmaabsolutaasualrededor.
Él los observaba pedalear en el parque y no le importaba en
absoluto que la gente del pueblo dijera: «El señor Crippa no ha
conseguidoun“buenpartido”parasuhijayahoraselaintentacolocara
suantiguooperario,queestudiaIngeniería».
Levinieronalacabezaimágenesdecuandoéleraniño,paseando
porloscaminosysenderosdelcampojuntoalpadre,queerafontanero
ambulanteeibadecasaencasaarepararcanalonesygrifos.Lehabría
gustado quedarse a jugar a la estornija con los demás niños, pero el
padresiemprelerepetíalomismo:
—Primeroeldeber,luegoelplacer.
Igual que Amilcare Cantoni, él también era de origen humilde y
habíahechomuchossacrificiosparaganarsesufortuna.
Ahora,LuigiCrippasaboreóaquellacalmay,porprimeravezen
muchosaños,sesintiócasifeliz.
Cerrólosojosy,mentalmente,repasólossofisticadosanunciosque
desde hacía un año aparecían en los periódicos promocionando sus
grifosentodoelpaís.BiancayAmilcarehabíancreadoydifundidouna
imagen prestigiosa de su empresa. Pensó: «Necesitamos las ideas
innovadoras de los jóvenes para progresar, pero nuestro país está
dominadoporunadictaduraqueoprimeyofuscasusmentessembrando
odioymiedo».
Alfinalsequedódormidoynoescuchóalosdosjóvenescuando
regresaron acalorados. Dejaron las bicicletas y se refugiaron en el
interiordelacasa,enbuscadealgunabebidafresca.
La gran villa dormitaba aquella tarde de domingo. Las ancianas
criadas descansaban en la penumbra de sus habitaciones. Los perros
dormían hechos un ovillo sobre las baldosas blancas y negras del
recibidor. El resto de la servidumbre estaba en el pueblo de fiesta.
Incluso el párroco dormía para estar descansado durante la gran
procesióndelanoche.
Biancapusoenlamesadelacocinadosvasosllenosdeaguafría
querocióconsiropedetamarindo.Amilcarecogiósuvasoytragócon
avidezlabebida,dulceyseca.Biancaobservólasminúsculasgotasde
sudor que recorrían el cuello del joven. Examinó las facciones
marcadasdesurostroylarobustamanoquesosteníaelvaso.Sesintió
atraídaporélydeseóquelaacariciara.
—Venconmigo—dijocuandoéldejóelvasoenlamesa.
—No. Debería volver a casa para estudiar. Tengo que empollar
doslibrosparalosexámenesdeseptiembre—respondióél,decidido.
—Quiero ponerte un poco de música jazz. Me han llegado unos
discosfantásticosdeAmérica—propusoella,cogiéndolodelamanoy
llevándoloescalerasarriba.
—No entiendo nada de música. Sólo conozco Va pensiero y
Giovinezza,primaveradibellezza—protestóAmilcare.
Habían dejado de tratarse de usted hacía poco, pero cuando
Amilcare hablaba de ella con el comendador, siempre mantuvo la
costumbre de llamarla «la señorita Bianca». Con los Crippa, padre e
hija,prestabaatenciónparanosuperarloslímitesdelterritorioalque
pertenecía. Aunque habían abierto un paso en la frontera que los
separaba, él siempre lograba que fueran los Crippa quienes realizaran
incursionesensuterritorio.
Biancalollevóalprimerpisodelavillayélintentólibrarsedela
presadesumano.
—¿Tienesmiedo?—preguntóella.
—Sí—respondió.
No quería dar pasos en falso con esa extraña chica «un tanto
alocada y libertina», como se decía en el pueblo, muy inteligente y
dotada de un extraordinario talento artístico. Por otro lado, la
proteccióndelpadreeramuyimportanteparaélynopodíaarriesgarse
aperderla.Sinohubiesesidolahijadeldueño,nohabríadudadoniun
instante en seguirla. Era joven, fuerte y las chicas le gustaban mucho,
peronoqueríaqueBiancaCrippalosedujera.
Las únicas experiencias en la cama que había tenido fueron en
burdeles,duranteelserviciomilitar,conmujeresquehabíansatisfecho
suapetitosexual.Lasjóvenesdelpuebloloprovocabandemilmaneras,
pero él no tenía tiempo ni ganas de prestarles atención. En la
universidad, en cambio, había una chica muy maja que estudiaba
Ingeniería, como él. Se llamaba Margherita, era una rubia menuda y
decidida a quien los demás estudiantes miraban con recelo por haber
elegido una carrera típicamente masculina. Era hija de un famoso
arquitecto,setraíadecasaexquisitosbocadillosdejamónyalgunavez
loshabíacompartidoconélparaconversaracercadelosexámenesque
estaban preparando. Margherita le gustaba, pero como era huraño y
desconfiado, evitaba ser él quien se acercara a la chica. Un día ella
desapareció y alguien dijo que había emigrado a América con su
familia.
—¿Porqué?—quisosaber.
—Sonhebreos—respondióuncompañero.
Lasleyesracialesaúnnosehabíanpromulgado,perolasituación,
paraloshebreos,eracadadíamáspeligrosa.
—Bueno, yo también tengo un poco de miedo —susurró Bianca
frenteaél.
Amilcareobservósupielfinayrosácea,lasmotasdoradasdesus
iris marrones, las pestañas relucientes, la boca suave y la blancura de
susdientesqueseentreveíaentreloslabiosligeramenteabiertos.Deseó
besarla.
—Estoy enamorada de ti —murmuró, y lo empujó hasta su
habitación mientras besaba repetidamente su pecho desnudo—. No
digas nada, por favor, por favor, por favor —susurró ella, llevándolo
consigoalaenormecamaenpenumbra.
Amilcare, incapaz de resistirse, se abandonó entre los brazos de
Biancahastaque,vencidoporlaconsternación,exclamó:
—¡Perosieresvirgen!
Seis
—¡Por supuesto! ¿Acaso pensabas que soy una de las mujerzuelas
conlasqueseguramentepasaselrato?—gritóBianca.
Se levantaron de la cama y recogieron la ropa esparcida por el
suelo.
—¡Yonopensabanada!Lohashechotodotú—laacusóAmilcare,
aterrorizado por la idea de lo que habría podido suceder si hubiera
seguido su instinto y no la razón. Y añadió—: ¿Qué otra cosa podría
haber pensado, según tú? —le dijo mientras se ponía rápidamente los
pantalonesylacamisa.
—¡Puesclaro!Séperfectamenteloquesedicedemíenelpueblo.
Bianca Crippa va y viene de la ciudad, no se sabe qué hace, fuma,
conduceunautomóvil,miraaloshombresalosojos.¡Quéhipócritas!
Pensaba que serías diferente y eres igual que ellos, o incluso peor,
porquesinohubierasidovirgenhabríashechoelamorconmigo.Eslo
únicoqueteimporta.¿Deverdadcreesquetehabríaofrecidomicuerpo
si no hubiese estado enamorada de ti? Eres un imbécil y te odio con
todasmisfuerzas—gritómientrassevestíaydespuéscogióuncepillo
plateadoquedescansabasobrelamesitadenoche.
Amilcareestabapegadoalapared,alladodelapuerta,paralizado
poraquellasacusacionesqueconteníanmuchasverdades.
—Perdóname—murmuró,sinpodermoverse.
—Mehasofendido,mehashumillado,¿deverdadcreesquepuedo
perdonarte? —dijo mientras se acercaba a él sujetando con fuerza el
pesadocepillo.
—Perdóname—repitióAmilcare,yprosiguió—:Sólohepensado
enmí,enmitrabajo,enlauniversidad,enquepodríaperderlotodo.Me
gustasdesdeeldíaqueterecogídelsuelocuandotecaístedelabici.
Pero no soy más que un operario, hijo de campesinos, y estoy
acostumbradodesdesiemprearespetarlasdistancias.Losdueñosylos
trabajadores pueden relacionarse, claro, pero cada uno tiene que
permanecer en su lugar. Ni siquiera me atrevía a pensar en la
posibilidad de que te enamoraras de mí. Y si alguien entrara en esta
habitación ahora mismo, no se lo creería. Más bien pensaría que he
intentadoaprovecharmedeti.¿Tedascuentadelasituaciónenlaque
mehasmetido?—dijo,contonosevero.
Apoyó la mano en la manija de la puerta, la bajó para abrirla y
entoncessediocuentadequeBiancaestabaapuntodegolpearloenla
cabeza con el cepillo plateado. Con un gesto rapidísimo, le cogió la
muñeca, acercó su rostro al de ella y, mirándola con ferocidad, la
amenazó:
—Nuncateatrevasalevantarmeunamano.
Abriólapuertaybajóporlasescaleras.ElcomendadorCrippaya
nodescansabaenlatumbona,bajolahiguera.Amilcarefueabuscarsu
bicicleta y estaba a punto de montar en ella cuando Luigi Crippa lo
llamó.
El joven se dio la vuelta y pensó: «Vaya, lo habrá oído todo y
ahorameecharáalacalle».
Eljefeestabaenlaentradadelavilla.
—Recuerda que mañana, a las siete y media, tenemos la reunión
coneldepartamentotécnico.
—Pensabaquemedespediría—respondióconvozinsegura.
—¿Porqué?—quisosaberelcomendador.
—PorelaltercadoconlaseñoritaBianca—susurró,dirigiendola
miradaalsuelo.
—¿Oshabéispeleado?—preguntóelhombrecontodalainocencia
delmundo.
—Unapeleaferozeirremediable—explicóél.
Elcomendadorsegiróparaentrarencasaydijo:
—No sé nada de eso y de todos modos no tiene nada que ver
conmigo.Hastamañana.
Aquella tarde, Amilcare no logró concentrarse para estudiar.
Estabafurioso.
¿Qué tipo de juego estaban llevando a cabo padre e hija a sus
espaldas?Encuantosurgieraunaoportunidad,tansólouna,renunciaría
altrabajo.Paseóporlasveredasdeloscamposhastaqueelsolsepuso.
Aldíasiguiente,Biancanoaparecióporlafábricay,unosdíasmás
tarde,supoquesehabíamarchadoaLiguria,dondepasaríaelverano.
LasemanasiguienterecibióunacartaqueleenviódesdeNervi:
Todo el mundo sabe, querido Amilcare, que soy extraña. Hay
momentosenlosquepierdolaluzdelarazónydejoquelacólerame
domine,convencidadequeeltodoelmundoparticipaenuncomplot
contramí.Enesosmomentossufromuchísimoysóloconsigosentirme
mejorhumillandoalaspersonasalasqueamo.Después,recuperoel
control.Lamentohaberteagredidoyhabertepuestoenunasituación
comprometida.Tequieroydeseocasarmecontigo.
Amilcare leyó y releyó en infinitas ocasiones el mensaje y valoró con
calma la situación. Quería a Bianca, pero sabía que era una persona
difícil,imprevisible.Decidióenfrentarsealapropuestadematrimonio
como si se tratara de una negociación. Unos días después, llamó a la
puertadeldespachodeljefe.
Leenseñólacartadesuhija,queleyóconsumaatención.
—Biancaquieresertumujer—constatóelcomendadorCrippa.
—Usted,encambio,supongoquepreferiríaunyernoqueencajara
mejorconsuclasesocial—razonóAmilcareconhumildad.
—Perodetodosmodos,ellatequiereatiyamímeparecebien.
—EntoncesmecasaréconlaseñoritaBiancaymeesforzarépara
quererla,peroconunacondición—respondióeljoven.
—Laimagino:eldíademañanalaGriferíaCrippaserátuya.
El matrimonio se convirtió en una conquista inesperada para
AmilcareCantoni,eracomoelcuentodeCenicientayelpríncipe,pero
al revés. Él valoró todo lo que esa decisión comportaba, porque no
seríaunpuntodellegada,sinodepartida.
ElseñorCrippayeljovenestabandepie,cadaunoaunladodel
escritorio, como si se estuvieran tomando las medidas mutuamente, y
precisamente esta reciprocidad estaba desplazando al anciano, que no
se esperaba esa actitud reflexiva y levemente reacia del joven
interlocutor. Estaba dispuesto a ratificar el acuerdo con un apretón de
manos, especialmente porque no tenía ninguna duda de que Amilcare
llevaríacondignidadlasriendasdelaempresa.
Amilcare, por el contrario, tenía dudas. El señor Crippa ya lo
conocíacuandoéleraunadolescenteconpantalonescortos;enlosojos
oscuros de aquel chico vio la determinación para cambiar su destino.
Qué más querría aquel joven, se lamentó ahora, esperando a que
Amilcareexplicasesuscondiciones.
—Nomecasaréhastaquemehayalicenciado.Esunacuestiónde
dignidad,comendador,dadoquenopuedoofrecerotracosacomodote
—declaró.
—¿Es una petición o una afirmación? —preguntó el comendador,
quesesentóeinvitóaAmilcareahacerlomismo.
—¿Debería imaginar que usted no está de acuerdo con tener que
esperartresaños?—preguntóeljoven,acomodándosefrenteaél.
Entonces fue el turno del señor Crippa de reflexionar y concluyó
quelaactitudylascondicionesqueAmilcareponíasedebíanteneren
cuenta,peroquetambiéneranpeligrosas.
—En tres años pueden cambiar tantas cosas… —dijo,
meditabundo.
—La señorita Bianca podría cambiar de idea y elegir un hombre
mejor—replicóAmilcare,quenopretendíaserunmaridomantenido.
El comendador pensó en Generoso Castelli, en quien había
depositadoalgunasesperanzascuandoBiancahuyóconélaParís.Pero
conlacorduraqueteníaentonces,sediocuentadequeeljovenCastelli
no sería recomendable para ninguna chica de buena familia, de hecho
teníacomoamanteaunaactrizdevariedades.
—OtalvezlasextravaganciasdeBiancapodríaninducirteatomar
decisionesdiferentes—puntualizóelseñorCrippa.
—Esonosucederá.Cuandonospeleamoslehiceentenderqueno
aceptaríaesecomportamiento.Ymegustaríaaclararquemecasarécon
Biancaporquemegustacómoesynoporelpatrimonioqueconllevará
en dote —puntualizó, y luego añadió—: Mientras tanto, espero que la
cosanosesepa,porqueodioloschismorreosyDiossabelosmuchos
queseescucharáncuandollegueelmomento.
—Le comentaré a Bianca nuestra conversación —concluyó el
comendador.
—YoleescribiréyesperoquesuestanciadeveranoenLiguriase
alargue,porqueademásdetrabajartambiéntengomuchoqueestudiar—
declarómientrasselevantabadelasilla.
ElseñorCrippatambiénselevantóyletendiólamano.Esejoven
al que había visto crecer, trabajar con esfuerzo y sacrificarse para
estudiar,eralaúnicapersonaalaqueconfiaríasuhija,untantoalocada,
peroalaquequeríamuchísimo.
Esamismanoche,AmilcareleescribióunaextensacartaaBianca,
que empezaba así: «Yo también te quiero y será un placer que nos
casemosdespuésdeobtenermilicenciatura».
Bianca se convirtió en una criatura dulce y mansa, dispuesta a
complacerlosdeseosdesuprometido.Tresañosdespués,Amilcarese
licenció,yunasemanamástarde,secasóconBianca.
Siete
La ceremonia privada tuvo lugar en la iglesia de San Francesco. El
testigo por parte del novio fue un compañero de la universidad, y por
parte de la novia, sin dejar de lado sus rarezas, Generoso Castelli.
Cuandoyahabíansidodeclaradosmaridoymujer,Castelliseacercóa
Amilcareparasusurrarle:
—Sabesqueapartirdehoyteesperandíasdifíciles,¿no?
—Gracias por decírmelo, intentaré no olvidarlo —respondió el
jovenconironía.
Estaban en el jardín de la villa, donde habían preparado un
pequeño refrigerio para los pocos invitados: los padres del novio,
algunosdesuscompañerosdelaPolitécnica,losamigosmásíntimosde
Biancaydesupadre,yunapequeñarepresentacióndelafábrica.
Losnoviosnoquisieronregalos,sinodonacionesparalaiglesia.
Cuando los invitados se marcharon, el comendador convocó al
novioensudespachopararubricar,conlapresenciadedosabogadosy
unnotario,eltraspasodelapropiedaddelaGriferíaCrippaaAmilcare
Cantoni. Según las leyes vigentes, Bianca podía ser excluida de la
operación con el consentimiento del comendador, que se fiaba mucho
delyernoymuypocodesuhija.Amilcare,porelcontrario,pidióquela
fábricaseregistraraanombredeélydeBianca.
—Pero con la condición de que aparezca sólo tu nombre como
nuevo propietario de la empresa —sentenció el suegro, con tono
perentorio.
Cuandolosnoviosporfinestuvieronsolos,Biancalepreguntóal
marido:
—¿Eresfeliz?
—Sí,mucho.¿Ytú?
—Nuncahebuscadolafelicidad.Hasidoellalaquehavenidoa
miencuentro.
Amilcarelamiróconternura.
—Estásagotada.Veadescansar—dijo.
—¿Ytú?—preguntóella.
—Yotengoquehacermealaideadevivirentretodoestelujoyno
esfácil…
—¿Quéquieresdecir?—preguntóBianca.
—Nuestras vidas no cambiarán por el hecho de que nos hayamos
casado.¿Verdad?
—Verdad.
—Desde que me licencié, tus criadas me llaman ingeniero, igual
quellamancomendadoratupadre…
—Cantoni,suéltalodeunavez—lepidiósumujer,bromeando.
—Nomesientoagusto.
—Decidimos,conjuntamente,vivirenlavillaconmipadre.
—Lo sé, pero… —Amilcare sonrió, le acarició la mejilla y dijo
—: Dame tiempo para acostumbrarme a todo esto. ¿Sabes qué
podríamos hacer? Cojamos el coche y vayamos a Milán. Hay un hotel
preciosoenViaManzoni.
—ElDeMilan,loconozco.
—Bien,pasaremosallínuestraprimeranochejuntos.
—Paraesopodríamoshabernosidodelunademiel—objetóella.
—Paraesotodavíanotengodinero,perosípuedopermitirmeuna
habitaciónenelGranHotel.Quieroofrecerleunanochefantásticaami
reina.
—Gracias,tesoro—susurróella,yloabrazó.
Era guapa, feliz y estaba tranquila. Amilcare la recordó siempre
así en los largos años que siguieron. Comprendió que Bianca sólo
deseabaquelaquisieran,yéllaqueríamuchoysiemprelaprotegería.
Villanova
Uno
—Fue así como los Cantoni sucedieron a los Crippa, y hubo
momentos en los que, poseída por la locura, Bianca aseguró que le
habíanrobadolapropiedaddelaempresa.Noescierto,porsupuesto.
Respectoamisuegro,quisoytodavíaquiereasumujer,sinofueraasí
noseguiríaprotegiéndolaahoraqueyaesunancianoyestácansado—
lecontóCelinaaLéonie.
Habíapaladeadosuquesopreferidoylacopadechampán.Enel
gran salón, iluminado por las llamas de la chimenea, la historia de
BiancaseapoderódeLéonie,queescuchabaasusuegrahechaunovillo
sobreuncojín,asuspies,yahoraesperabaaqueprosiguiera.
—Creo que nadie, ni siquiera Amilcare, ha podido acceder a los
caminos tortuosos de la mente de su mujer. A veces, su sinceridad te
descoloca. Recuerdo la primera vez que entré en esta casa siendo la
noviademimarido.Mellevóaparteymepreguntó:«¿Yalehasdadoel
regalito a mi hijo? Ya sabes a lo que me refiero». Me puse roja,
escarlata, lila. Ella negó con la cabeza y farfulló: «A las mujeres nos
imponen que resistamos todas las tentaciones, y aun así nos definen
como el sexo débil. Pero en realidad el sexo débil es el de los
hombres».
—¿YquésucediódespuésdequelaabuelaBiancasecasara?
—No te lo quiero contar todo ahora. ¿Por qué no hacemos una
pausaymeexplicastúalgo?—propusoCelina.
—Deacuerdo.¿Quélepareceríasipidierapermisoparatrabajar
en la fábrica? Como Bianca acudía con su padre al despacho, me
apetece hacer lo mismo con mi suegro. Me gustaría observar un poco,
sinmolestaranadie.¿Quéopina?
Celinasehabíadadocuentadequesunueraseaburría.
—Yo lo hablaré con mi marido y tú háblalo con el tuyo —
respondiólamujer.
Enaquelmomento,Nestoentróconsuandarcautoyseacercóalas
dos.
—Lo siento, pero la señora Bianca no está bien y Guido ha
llamadoalmédico,queacabadellegar.
—Ayúdamealevantarme.Voyaverla—dijoCelinaasunuera.
—Yo también voy —decidió Léonie, de repente. Después añadió
—: Si puedo. —Ahora se sentía culpable por haberse ofrecido y no
haberayudadoantesaBianca.
Recorrieron el ala central de la villa, entraron por el pasillo del
alaoesteysecruzaronconlasdoscriadasquecuidabandelaabuela.
—¿Cómoestámisuegra?—preguntóCelina.
Lasdosnegaronconlacabeza.Enaquelmomento,Guidosalióde
lahabitacióndelamujerydijo:
—Elmédicoestáahí…Laestávisitando.
—¿Ytuabuelo?—quisosaberCelina.
—Estáconellos—respondióGuido,precediendoasumadreya
sumujeraunsalóncontiguoaldormitorio.
Léoniesesentóalladodesumaridoy,juntoasusuegra,esperaron
ensilencio.PensóenlahistoriaquemamanCelinalehabíacontadoy
recordó las fotografías de Bianca Crippa, sola y con su marido, que
habíavistoenelálbumdelafamiliaCantoni.
Mostraban a una mujer bella, de elegancia sofisticada, el rostro
enmarcadoporunaaureoladecabellooscuro.Llevabacollareslargosy
sombreros de todo tipo. Le llamó la atención su mirada impenetrable,
mientras que Amilcare aparecía siempre risueño. El ingeniero y la
heredera eran personajes fascinantes. Pero no había fotografías de
Bianca con sus dos hijos: Renzo, el mayor, marido de Celina, y
Gioacchino, el sacerdote arcipreste de una parroquia de la zona de
Lecco. Los dos jóvenes, en cambio, habían sido retratados a menudo
con su padre en instantáneas realizadas en la montaña o en el mar.
Parecía como si Amilcare hubiera criado a los hijos. La historia que
había empezado a contar Celina se había interrumpido en la noche de
bodas.
¿Quémásescondíalavidadelagrand-maman?
SesorprendióalsentirsobresumanoladeGuido,acariciándola.
—Creoquelaabuelaestámuriendo—susurró.
—Lo siento mucho —respondió ella, consciente de que Guido la
quería muchísimo. Y continuó—: Tu madre me ha hablado largo y
tendidosobreella.Mehacontadocómoseconocieronellaytuabuelo.
El médico entró en el salón, seguido por la criada que le había
guiadohastaallíyqueledijo:
—Ahoramismoletraigoelcafé.
—¿Ybien?—preguntóGuido.
—Seestáapagandoconlamayorserenidadquehatenidoentoda
suvida.
—¿Puedoverla?—pidió.
Elhombreasintió.
—Amítambiénmegustaríaentrar,siosparecebien—seofreció
Léonie.
LapuertadelahabitacióndeBiancaestabaentrecerradaylosdos
vieronalviejoAmilcaresentadojuntoalacama,hablándoleasumujer
envozbajamientrasleacariciabaelcabellocándido.
Léonie y Guido se intercambiaron una mirada cómplice. No
interrumpirían los últimos instantes de intimidad de ese amor largo y
difícil.
Enelsalón,Celinasollozaba.
—¿Has avisado a papá? —preguntó a Guido, que regresaba con
Léonie.
—¿Tengoquehacerlo?—respondióél,comosidudara.
—Essumadre,tienequesaberlo—loreprendióCelina.
Léonie, que no entendía nada, dirigió una mirada interrogativa al
médico de familia, que probablemente estaba al corriente de todo. El
facultativo respondió con un gesto que invitaba a ignorar la
conversación.Luegodijo:
—Voyaverlaotravez.—Ysaliódelsalón.
—TambiénavisaréaltíoGioacchino—dijoGuido.
Dos
BiancaCantoni,desolteraBiancaCrippa,seapagólentamenteaquella
misma noche. El funeral se celebró en la vigilia de Navidad. La
enterraron en el panteón familiar del cementerio de Villanova. Como
sucede a menudo, la ceremonia se convirtió en una ocasión para ver
parientes y amigos y, por la noche, el cocinero, el pastelero y el
personaldecocinahicierongaladesutalentoculinarioenunacenacon
muchoscomensales.
El patriarca, el ingeniero Amilcare Cantoni, presidió la mesa y
pronuncióunaspocaspalabras:
—Si existe un más allá, mi Bianca está ahora en los brazos del
Señor.Hasidoelúnicoamordemivida,mialegría,ymimayorpesar
es no haber conseguido librarla de los fantasmas que la atormentaban.
Que mi mujer descanse en paz y yo intentaré vivir con serenidad los
días o los años que me queden. Los Cantoni no podemos olvidar que
estaessucasayqueesaellaaquiendebemostodoloquetenemos.
Entre los invitados estaba Generoso Castelli, a quien en aquel
momentolehabríagustadoconfesarquenuncasehabíacasadoporque
en su vida sólo había amado a Bianca. Amilcare era perfectamente
consciente de ello, igual que sabía que el amigo se había comportado
como un perfecto chichisbeo del siglo , siempre dispuesto a
acompañaraBiancaaunconciertocuandoélestabaocupado,oauna
exposicióndearte,oalpreestrenodeunaobradeteatro,derritiéndose
dealegríacuandoellalesusurraba«gracias»oleregalabaunasonrisa.
Amilcare,ahora,lehabíapedidoquesesentaraasuderechayle
conminó:
—Dejadelloriquear.
Generoso,queteníalosojosrojosdellorar,respondió:
—Ambos tenemos un pie en el ataúd. Y aun así tú no dejas de
reprocharmecosasyyonodejodedetestarte.
XVII
—Eso es lo bonito que tiene la amistad —replicó Amilcare con
unasonrisa.
Léonie,sentadaenelladoopuestodelamesaalargada,lepreguntó
aGuido,queestabaasulado:
—¿PorquédiscuteelabueloconGeneroso?
—Simimadretehahabladodelaabuela,tehabrácontadoalgode
él,también.
—¿Era el del coche Super Fiat azul y plateado? —murmuró,
incrédula.
—Élmismo—confirmóelmarido.
—¿Elabueloaceptóquepasaratantotiempoconsumujerdurante
todosestosaños?
—Creoquelequitóunpesodeencima—respondióGuido.
—¿Peronoeraunlibertino?—insistióLéonie,enunsusurro.
—Exacto. Para él las mujeres eran un pasatiempo, Bianca fue su
granamor—explicóGuido.Yañadió—:Ahorabastadepreguntas.
Después de la cena, los invitados, casi todos ancianos, se
marcharondelavilla.TambiénsedespidióeltíoGioacchino,quedebía
regresarasuparroquiaparaoficiarlamisadelgallo.EldíadeNavidad
ylossiguientespasaronmuyrápido.Léonieysumaridoestuvieronunos
días de vacaciones en la nieve con sus amigos, en el Tirol. Mientras
Guido esquiaba por las pistas nevadas, Léonie pasaba los días dando
largospaseos.Luegotomabaelsolenlaterrazadelhotel,charlandocon
otrasmujeresque,comoella,esperabanelregresodesusmaridos.
Despuésdelacena,ellayGuidojugabanacartasconlosamigos
hastaqueelcansanciohacíamellaenellosyentoncesseretirabanasus
habitaciones. Una noche, tumbados en la enorme cama de matrimonio,
tapadosconunsuaveedredóndeplumasdeoca,ellalepreguntó:
—¿Porquénuncahevistofotografíasdetuabuelaconsushijos?
—¿Estanimportantesaberlo?—respondióél,bostezando.
—Megustaríaconoceralafamiliadelaqueprontoformaráparte
nuestrohijo.
—No tienes bastante con lo que te cuentan tus amigas en
Villanova?—replicóélcontonoprovocador.
—Nomedicennadayyotampocopregunto.Lascosasdefamilia
que explican los demás siempre están distorsionadas —puntualizó
Léonie.
—Loquesédelaabuelaprocededeloscomentariosentrefogones
deloscriados.Creoquenisiquieramipadresabeexactamenteloque
pasó,porqueenlaépocadelafechoríateníasólodosaños.Elabuelo,
encambio,losabetodo,peronuncahablarádeello.Connadie.
—¿Quéfechoría?—preguntóLéonie.
—CreoquelaabuelaenloqueciódespuésdeteneraGioacchino,el
segundohijo,eintentómatarlo.
Anteestarevelaciónsobrecogedora,sehizoelsilencio.
Después,Guidocontinuó:
—Creoquefueunadepresiónposparto.Pareceserqueelpequeño
le mordió un pezón mientras le daba el pecho. Ella gritó de dolor, la
sangreempezóafluirdesusenoconlalecheyjustodespués,pusoal
bebéenlacunayletapólacaraconuncojín.Unacriadaqueescuchóel
grito de dolor de la abuela acudió a la habitación justo a tiempo para
salvaralpequeño.
—¡Diosmío!—susurróLéonie.
Había sentido algunas historias parecidas y se preguntó qué
espantososfantasmashabríanalteradolamentedeBianca.
—¿Yluegoquépasó?—quisosaber.
—La ingresaron en Ginebra, en un prestigioso hospital
psiquiátrico.Allípasómuchosaños.Cadames,elabueloibaavisitarla
ypareceserquenuncalepreguntóporsushijos.Loshabíaanuladode
sumente.Cuandoelabuelolallevódenuevoacasa,losniñosyaiban
al internado. Regresaban a Villanova durante las vacaciones y no los
perdíandevista,porqueBlancaseponíamuynerviosasiseacercabana
ella, como si tuviera miedo de sus hijos. Papá y el tío Gioacchino
crecieron sin una madre, con todas las consecuencias que puedes
imaginarte. Después, con el paso de los años, parece que la abuela
recuperó un equilibrio relativo, hasta que el abuelo descubrió que, a
escondidas,habíapuestolavillaenventa.
—¿Porqué?—preguntóLéonie.
—Ya no quería vivir en Villanova. Lo consideraba un pueblo
miserable.Mipadre,queenaquellaépocaestudiabaIngeniería,regresó
undíaacasayseencontróasuspadresdiscutiendo.Sintiólanecesidad
deintervenir.«¿Porquétemetes,tú?»,ledijosumadreconuntonomuy
agresivo. «Por si lo has olvidado, esta también es mi casa, la de mi
padre y la de Gioacchino», respondió. Entonces ella gritó: «Debería
haberparidounconejo,ynoundesvergonzadocomotú».Lacasanose
vendió, pero madre e hijo no se dirigieron la palabra durante mucho
tiempo.Yasíacabalaversiónqueheescuchadomásamenudodesde
queerapequeño.
—Esunahistoriaatroz—susurróLéonie.
—Esnormalqueesomarqueunavida,¿no?Durantemuchosaños
temíhaberheredadodelaabuelalasemilladelalocura,porquesesaltó
amipadreyaltíoGioacchino.Ahoraesmejorquenosdurmamos—
concluyóGuido.
Tres
LéonieentródepuntillasenlaGriferíaCantoni.RenzoCantoni,huraño
como siempre, no dejó entrever lo mucho que disfrutaba con su
presencia,ydijoalostrabajadores:
—Minueravieneaecharunvistazo.Dadlealgoquehacer.
Lamandaronalalmacén,dondeaprendiólosmodelosdegrifosy
sus correspondientes siglas, a despachar los pedidos y a controlar los
envíos. Le sonreía a todo el mundo, pedía perdón cuando cometía un
error y se enorgullecía cuando recibía la enhorabuena. Aprendió a
manejarseentreloscomplejosmecanismosdelsector,memorizandolos
nombresdelosproveedoresydelosclientes.Unpardemesesdespués,
pidióuntrasladoaltaller.Allísintióentusiasmoportodaslasfasesde
producción. Tornos, barrenos, fresadoras y baños galvanoplásticos se
convirtieronensupasión.
—Me gustaría aprender a manejar un torno —le dijo al señor
Cantoni.
—De eso ni hablar. Estás embarazada de ocho meses y deberías
descansar —decidió el suegro, que le susurró a Celina—: Léonie es
muybuena.EstáhaciendotodoloquedeberíahacerGuido,quien,porel
contrario,desdeaquellavez,esquivalafábrica,comosiledieramiedo.
Léoniecaptóalvueloesaspalabras.¿Quéqueríadecirconaquella
vez?«Misterios,siempremisterios»,pensó.
Como Léonie se aburría si no estaba en la fábrica, Guido le
propuso que lo acompañara a Roma. Durante aquella época estaba
trabajando en el guión de una serie de televisión, y mientras se reunía
con productores y directores, ella visitaba iglesias y museos. Pero al
cabodedosdías,yanoseteníaenpie.
Se despidió de Guido y regresó a Villanova para esperar
pacientementeelparto.
Pidióasusuegraqueleenseñaraaleerpartituras.
Suprimogénitonacióenunaclínicamilanesa.Fueunniñosanoy
fuerte que el tío abuelo Gioacchino quiso bautizar imponiéndole el
nombredelsantoprotectordesuparroquia:Giuseppe.
Cuando Léonie volvió a la villa con el pequeño, celebraron una
fiesta.Fueunaocasiónparapresentarsealosparientesquetodavíano
laconocían.
Aalgunosdeellos,elseñorCantonilesconfesó:
—Estanuerafrancesaeselhijoquemehabríagustadotener.
Conestaspalabras,elindustrialdioaentenderelafectoquesentía
por Léonie y la estima por el esfuerzo con el que se dedicaba a la
empresafamiliar.
LlegóunmomentoenqueLéonie,cansadaporlomuchoquehabía
comidoyporhablartanto,abandonólosfestejosysubióalahabitación
del niño, que descansaba en los brazos de una criada anciana y
empezabaadarseñalesdedescontento.Erahoradedarleelpecho.Le
dijo a la asistenta que podía retirarse, se acomodó en una butaca y
empezóadarledemamar.
Sentíaunplacercasifísicoalamamantarasuhijo,comosi,conla
leche,letransmitieralomejordeella.
Aqueldía,despuésdetantosmeses,pensóenRogerBastiani.No
sabía nada de él: dónde vivía, dónde trabajaba, si estaba casado, si
teníahijos,sisufamiliaerafeliz.Aunasícreíasaberlonecesario:era
untiposolitario,maduro,atractivoyquellevabaconsigoelaromadela
Provenza.Parecíainsolenteysevero,peroeratiernoyamable.
LahabíacitadoenVarennaeldíadelsolsticiodeinviernodelaño
siguiente,peroenunañopasanmuchascosas,pensóLéonie.
Ella, sin ir más lejos, no estaba segura de querer volver a verlo.
Ahorateníaunhijoydebíacuidardeél.Enaquelmomento,Guidoentró
enlahabitación,seacercóasumujerylediounbesoenlafrente.Se
quedóobservándolamientrasledabademamarasuhijo,sentadaenla
butaca de piel color marfil, con el pecho turgente y cándido que
asomabaporlacamisetablancadeencaje,yelcortealogarçondesu
cabellonegro,querealzabalacurvaperfectadesunuca.
—Erespreciosa—susurró.
Léonielevantólamiradaylededicóunasonrisaasumarido.
La mano minúscula de Giuseppe, que agarraba el seno materno,
abandonólapresaysedeslizólentamentehaciaabajo.
—Sehadormido—constatóella.
Guido sonrió; tenía los ojos melancólicos, como siempre. Léonie
volvió a preguntarse qué secreto escondía. Sabía que no estaba
enamoradodeella,perosudulzura,sugenerosidadysuafectosincero
lahabíaninducidoacasarseconél.Pensóque,aparentemente,eranuna
pareja envidiable y, tal vez, lo fueran realmente, aunque no los uniera
unaprofundayauténticapasión.
«Mejor así», pensó, y deseó que su matrimonio durara para
siempre,sinimprevistosniangustias,yquelosdíaspudieranpasarcon
serenidad.Selevantódelabutaca,cogióalniño,quedormía,yleapoyó
la cabeza en su hombro. Ella y Guido se sobresaltaron cuando el
pequeñosoltóunpoderosoeructo.Ambosrieron,yluegoellaacomodó
aGiuseppeenlacuna.
Entonces Guido se acercó a su mujer y le ofreció un pequeño
estuchedeterciopelo.
—Estoesparati,porhabermedadounhijo—susurró.
Léonie lo abrió y se quedó sin aliento: contenía un anillo de oro
conformadeflorycoronado,enelcentro,porundiamantepajizo.
MiróaGuidoyobjetó:
—Elhijohasidounregaloparalosdos,nosóloparati.
—Porsupuesto—respondióél—,¡perolohashechotú!
—Yaentiendo—susurróella.Sinembargo,cerróelestucheyselo
devolvió,diciendo—:Noquierounpremioporhabertraídounhijoal
mundo.Elpremioesél,nuestroniño.
—Noqueríaofenderte—replicóGuido,sincogerelestuche.
—Nomehasofendido,querido.Peroquierodejarclaromipunto
devista.
—Lohashecho.Asíqueaceptaelanilloqueteofrezcoporelmero
placerdehacerteunregalo.
La mirada dulce de su marido, que merecía otra explicación, la
enterneció.Asíquepuntualizó:
—Tu generosidad y la de tus familiares siempre me pone en un
aprieto.Mesientomuyafortunadaporhaberentradoaformarpartede
vuestrafamilia,ylosabes.Túytuspadresmedaismuchomásdeloque
podríadesear.Creoquedeberíaseryoquienoshicieraunregalopara
demostrarosmigratitud.
Dejó el estuche en la mesita, se acercó al marido, le acarició la
mejillaydijoenvozbaja:
—Estoyseguradequeloentiendes.
—Nodejasdesorprenderme—susurróél,ylaabrazó.
Cuatro
Endiciembre,Giuseppeyateníaseismesesyestabaenfasededestete.
Léonieledabaelpechodosvecesaldía,porlamañanayporlanoche.
Durante el día tomaba papilla de carne, de fruta y de verdura, y se
quedabaalcuidadodelascriadasmientrasellasereincorporabapocoa
pocoaltrabajo.
El solsticio de invierno se acercaba y Léonie estaba inquieta. Se
sobresaltaba con cualquier cosa. El recuerdo del encuentro con Roger
Bastianiylapromesadevolverseaverel22dediciembrenoledaban
tregua.Unatardesoleada,GuidovolviódeRomaylafueabuscar.
—Laseñoraestáenelparqueconelniño—leinformóNesto.
Léonie descansaba en un banco, envuelta en un abrigo de piel, y
mecía el cochecito donde dormía el pequeño. Guido se acercó y se
encontróconlamiradaperdidadesumujer.
—Soyyo,tumarido—bromeó,inclinándoseparadarleunbesoen
lafrente.
—Hola.Noteesperaba—respondióLéonie.
Guidomiróasuhijoenelcochecitoysonrió:unrayodesolteñía
derosaelrostroregordetedelniño.
Ayerporlanocheacabéelguiónyestamañanaseloheentregado
alresponsabledelprograma.Hesalidodeallíenseguidayconsidero
queestoyoficialmentedevacacioneshastaelañoqueviene—explicó
mientrassesentabajuntoaella.
—Ah…fantástico.Elniñoduerme.¿Loves?—respondióella,con
vozmonótona.
—¿Nohacedemasiadofríoaquífuera?—preguntóél.
Alolejossesentíaelruidometálicodeunrastrilloconelqueun
jardinerolimpiabalossenderos,llenosdehojascaídas.Unafamiliade
merlos, que había anidado entre las ramas de un cedro del Líbano,
picoteabaelterrenoyermoyhelado.
Eranlastresdelatarde.Faltabapocoparaqueanocheciera.
—Tienes razón. Es hora de volver a casa —admitió ella,
levantándosedelbanco.
Se dirigieron lentamente hacia la villa. Guido empujaba el
cochecitoyellametióunamanobajoelbrazodelmarido.Enelportal,
lostrabajadoresestabanacabandodemontarlaslucesdeNavidad.
—Tengo la impresión de que echas de menos la grifería —dijo
Guido mientras se quitaban los abrigos y una criada se ocupaba del
pequeño,dejandolibresalospadres.
—Tienes razón. Después de las fiestas volveré a la fábrica —
respondióella.
Estadecisiónlaliberódeunsentimientodetorporque,desdeesa
mañana,sumíasuspensamientosenunadensanieblaenlaquesóloveía
límpida la imagen de Roger diciendo: «El año que viene, el día del
solsticiodeinvierno,volveréaestaraquí…yteesperaré».
Eldíasiguienteera22dediciembre.Todavíanosabíasiviajaría
hasta Varenna. Pensó que ahora ya podía dejar al pequeño con el
servicio después de darle el pecho por la mañana. Un puñado de
segundosfueronsuficientesparaqueseplantearacómoseríalallegada
al pequeño hotel en el lago. Se imaginó en el vestíbulo preguntando:
«¿EstáeldoctorBastiani?».
Lapropietariarespondería:«HaidoaesquiaraBormio».Obien:
«Esteañonohavenido».
Pero existía otra posibilidad: que Roger estuviese allí y le
preguntara:«¿Nosconocemosdealgo?».
«Por supuesto que nos conocemos. Fue usted quien me pidió que
nosvolviéramosavereldíadelsolsticiodeinvierno»,respondería.
Sehorrorizóimaginandoqueéldijera:«Ohsí,ahoralorecuerdo.
Ustedesaquellamujertorpequenosabíacambiarlaruedadeuncoche.
¿Realmente nos citamos hoy? Ya sabe… se dicen tantas cosas…
Honestamente,suvisitamesorprende».
Mientras tanto, Léonie y su marido se dirigieron al salón donde
Nesto serviría el té, y ella susurró en voz baja: «Prefiero cavar un
agujeroyenterrarmedentro».
—¿Cómo dices? —preguntó Guido, que no había entendido sus
palabras.
Léoniesepusorojaymiróhaciaotrolado,paraqueélnolaviera
ruborizarse,yrespondió:
—Estabapensandoenvozalta—mintió.
EnelsalónseencontrabanCelinayelabueloAmilcare;desdeque
sumujerfalleció,pasabaeltiempoencompañíadefamiliares.
El patriarca disfrutaba elaborando proyectos de renovación de la
villa o bien ordenando viejos papeles y fotografías, y se quedaba
embobado frente a la cuna del pequeño bisnieto, observándolo con
tiernos ojos que dejaban entrever la alegría que le provocaba el niño,
queteníaextraordinariasaventuraspordelante.
AmilcareCantonisonrióalverentrarenelsalónasunietoyasu
mujerfrancesa.
—¿Dóndeestánuestrocachorro?—preguntó.
—Durmiendo—respondióLéonie,quesesentójuntoaél,mientras
queGuidolediounbesoenlafrenteasuabuelo.
—Hasvueltoantesdeloprevisto—ledijoCelinaasuhijo.
Nesto entró empujando el carrito con la tetera, las tazas y una
bandejadepastelitoscaseros,ricosenazúcarymantequilla,queCelina
observógolosamente.
Guido se puso a hablar sobre una actriz que protagonizaría el
proyecto que había creado; dijo que era guapa y una negada para la
interpretación,peroqueelproductorladefendíaacapayespada.
LéonievolvióafantasearconRoger.Ahoraestabaconvencidade
queélestabaenVarennaesperándola,asíquesólounaspocashorasla
separabandeél.Perosepreguntó:«¿Porquémotivodeberíairmecon
un desconocido, sólo porque hace un año me pidió que nos viéramos?
¿Quévoyabuscar?¿Esquenosoyfelizconmimarido?Puedequenoal
cienporcien,perotengotodoloqueunamujerpuededesear.Estaesla
casaquesoñaba,lafamiliaacogedoraquenuncatuve.Mimaridoesun
poco misterioso, pero ¿es eso suficiente para arriesgar mi serenidad?
No.No,noyno.¿Porquédeberíaacudiraunacitatanextravagante?Es
evidentequeRogermetransmitióunaseguridadquenosabíaquetenía
y,almenosporeso,deberíadarlelasgracias.MevoyaVarennaysilo
veo,ledoylasgracias.Esmás,leenseñaréfotografíasdelniño.Esono
implicatraicionaraGuido,notengoningúnmotivoparahacerlo.Enel
fondo,notengoningúnmotivoparairaVarenna.Exacto.Noiré».
Al día siguiente, le dio el pecho a su hijo y después le dijo a
Guido:
—MevoyaMorbegno.
—¿Quieresqueteacompañe?—preguntóél.
—Te lo agradezco, pero no hace falta —respondió con la
esperanzadequeGuidoinsistieraenacompañarla.Enesecaso,novería
aRoger.
—Deacuerdo—decidióél.
—No me esperes para comer. Compraré un bocadillo en algún
sitio.
Sesubióalcocheyemprendióelcaminohaciaellago.
Cinco
LapropietariadelHotelduLacleestabaexplicandoaunaparejade
turistas ingleses que el hotel no tenía restaurante, pero que de todos
modos,siavisabancontiempo,podíanprepararlesunplatoúnicopara
comeryparacenar.
—Normalmente, nuestros clientes van a los restaurantes que hay
por la zona, algunos de los que están en el paseo del lago tienen una
comidaestupenda.
Enesemomento,lapuertadelminúsculovestíbuloseabrióyentró
unamujerjovenquellevabaunachaquetadevisóndecortedeportivoy
tejanospitilloconbotasdetacónmedio.Acostumbradacomoestabaa
valorar a las personas de un vistazo, la propietaria la consideró una
chicamuybellaydemuchaclase.Lesonrióyledijo:
—Ahoramismoestoyconusted.
La pareja inglesa le agradeció la información y salió del hotel.
Léonieseacercóalmostradorderecepción.
—Buenosdías—dijolapropietariadelhotel—.¿Puedoayudarla
en algo? —La miraba con curiosidad porque estaba prácticamente
seguradequeyalahabíavistoantes.
—Buenos días —respondió Léonie—. Por casualidad, ¿el señor
Bastiani…?—empezóadecir,peroladueñalainterrumpió.
—¡Usted es la señora que tenía el abrigo empapado! Ahora lo
recuerdo. El doctor Bastiani está en el bar y me ha pedido que le
avisarasialguienpreguntabaporél.Espéremeaquí,voyabuscarlo—
dijo,peroLéonielaretuvoconungesto.
—Gracias,nosemoleste.Iréabuscarlo—respondió.
Se dirigió al bar y vio a Roger sentado en una mesa, leyendo el
periódico.
—Buenosdías—dijovacilante.
El hombre alzó la mirada y se puso en pie de sopetón. Tenía el
rostroiluminadoporunasonrisa.
—Léonie—susurró,ycontinuó—:Nosabíasivendrías,perotenía
la esperanza de que lo harías. ¿Cómo estás? —Sin esperar una
respuesta,añadió—:Vayamosfuera.
Rogersepusoelabrigo,queestabaenelvestíbulo,ysalierondel
hotel.
—Esperoquenotengasquemarcharteprontoporquehereservado
unamesaenelrestaurantedelaplaza.
—Puedoquedarmeacomer,perotendréqueirmejustodespués—
explicóella.
Rogerlecogióunamanoylapusobajosubrazomientrasdecía:
—No imaginas cuántas veces he pensado en nuestro reencuentro
duranteesteaño.
—Yotambién—respondióella.
—¿Cómo estás? —repitió él, y continuó—: Imagino que tu
embarazoconcluyóbien,¿yereslamadredeunniñoodeunaniña?
—DeunniñoquesellamaGiuseppe.Estásano,espreciosoyya
tienecasiseismeses.
Secruzaronconpocagenteduranteelestrechopaseodelosas,que
estabanligeramenteenmalestado.Unbarco,alejándosedelmuellepara
emprender la marcha, rizaba el agua que rompía en la ribera. El lago
destellabailuminadoporelsoldeaquelpreciosodíadediciembre.
—Mehacemuyfelizqueestésaquí—exclamóRoger,yañadió—:
Estabaprácticamentesegurodequenotevolveríaaver.
—Hedudadomuchoantesdedecidirmeavenir—confesóLéonie.
LlegaronalaplazayRogerseñalóunbar.
—¿Quieres que tomemos un aperitivo o prefieres que vayamos
directamentealrestaurante?—preguntó.
—Directamente a comer. Aquí fuera hace un frío que pela —dijo
ella.
Elcamarerolosacompañóhastaunamesaapartada,cercadeuna
gran chimenea que ofrecía a la pequeña sala un aire prácticamente
casero, como las lasañas emilianas, buenísimas, que comieron.
Recordaron,entrerisas,elincidentedelaruedapinchadayelorgullo
de Léonie al haber logrado, con las indicaciones de Roger, cambiarla
porlaruedaderecambio.
EstabantomandoelcafécuandoRoger,observándolaconternura,
ledijo:
—Eresdulceyfascinante,pequeñaLéonie.Mehasconquistado.
—Estoy casada, Roger, y quiero mucho a mi marido y a nuestro
hijo—confesómientrasseruborizaba.
—Yo también estoy casado. Amo a mi mujer y a nuestros dos
espléndidos hijos, pero sucedió algo importante entre nosotros, ¿no
crees?
—Talvez—respondióella,dubitativa.
RogercogiólamanodeLéonieylaapretóentrelassuyas:
—Reservemos un pequeño espacio en nuestras vidas sólo para
nosotrosdosydejemosqueeltiempotomeladecisiónpornosotros—
propusoél.
—¿Ycómopodemoshacerlosinheriralaspersonasquequeremos
yalasquedebemosrespetar?—preguntóLéonie.
—Podríamosvernossóloundíaalaño,el22dediciembre,aquí,
enVarenna,mientraslosdoslodeseemos.Seránuestrosueñosecreto—
explicóRoger,sonriendo.
Léoniedudóydespuésasintióconunpequeñogestoconlacabeza
ydijo:
—Estarde,tengoquevolveracasa.
Salierondelrestauranteyregresaroncogidosdelamano.
Léonie le habló de Guido, de la familia Cantoni y de Villanova;
Roger,porsuparte,hablódesumatrimonio,deloshijos,delhospitaly
delauniversidad.
Unríoirrefrenabledepalabrasfluíaentreelloscomosilesuniera
unaconfianzayunaintimidadqueveníadelejos.
LlegaronalaplazadondeLéoniehabíaaparcadoelcoche.
—He traído unas fotos de mi pequeño para enseñártelas —dijo
ella.
—Enséñamelas el año que viene —propuso Roger, y le abrió la
puertaparaquesubieraalautomóvil.
Lediounabrazoynodejóquesesepararadesucuerpohastaque
ledijo,enunsusurro:
—FelizNavidad,pequeñaLéonie,cuídate.
—Feliz Navidad, Roger —respondió ella, fundiéndose en sus
brazos, y añadió, sonriendo—: Hasta el año que viene, el 22 de
diciembre.
—Aquíestaré,esperándote—aseguróél.
—Ysinospasaraalgo…—dijoLéonie.
—Nohaynadaquenospuedaseparar—latranquilizóRoger,que
sequedómirándolamientrassubíaalcocheysemarchabapararegresar
acasa.
Seis
El día de Navidad, la villa fue invadida por familiares y amigos de
Renzo Cantoni y del abuelo Amilcare, incluido Generoso Castelli.
TambiénestabanGuidoyLéonie.
Estaúltimadescubrió,porqueselocontósumarido,queGeneroso
había redactado un testamento en el que dejaba a Guido una parte
notabledesusbienes.
—¿Porqué?¿Quésentidotiene?—preguntó.
—Siempresehaconsideradounmiembromásdenuestrafamilia.
Me gustaría escribir un guión de cine inspirado en la historia de
Generoso.Meilusionalaideadedesentrañarlavidadeunhombreque
amó a la abuela Bianca por persona interpuesta, porque entre él y la
abuela Bianca siempre ha estado Amilcare Cantoni. A veces me
preguntosilaabuelanoquisoaGenerosodelmismomodo,atravésdel
abuelo.Tambiénmeplanteocómoelabuelohabrávividoestahistoria,
más allá de la soltura con la que definía a Generoso Castelli: el
chichisbeodemimujer.Doshombresinteligentesyhonestosamarona
la abuela Bianca. ¿No te parece una situación peculiar? —preguntó su
marido.
Eradenocheyestabansolosenelsalónrojo.Guidodabasorbosa
suvasodecoñaccalentandolacopadefinísimocristalenlapalmade
la mano. Léonie sostenía una taza de infusión de menta mientras
esperabaqueseenfriaraunpoco.
—Puedequenoseatanpeculiar—susurró,aturdida,pensandoen
Roger. Y preguntó—: ¿Pero quién dice que la abuela Bianca no haya
hechonuncaelamorconelseñorCastelli?
—Queríaasumarido,yademás,todoeraperfectotalycomoera.
Esprecisamenteesalaideaquequierodesarrollarparaelguión.Ella,
atormentadaporlassombrasdelalocura,intelectualmenteatraídapor
Generoso, pero enamorada del abuelo, a quien llamaba cariñosamente
«miCantoni».
»Durante mi infancia, más bien solitaria, recuerdo algunas tardes
deveranocuandotodosseretirabanasushabitacionesparadescansar.
En cuanto la villa se hundía en el silencio, yo me convertía en un
explorador de un reino que parecía infinito, porque esta casa es muy
grande y está llena de tesoros y secretos. En aquella época, el abuelo
todavía era el patriarca y el dueño de la fábrica, pero ya se había
retiradoconlaabuelaalalaoeste,lapartequeyoconocíamenos.Mi
madre pensaba que yo también estaba en la cama durmiendo, pero en
realidad me aventuraba a escondidas en las habitaciones que
desconocía.Mefascinabanlaevasióndelassalas,losenormescuadros
colgados en las paredes, el crujido de la madera, los cajones de los
grandesarmariosabarrotadosdedocumentos,viejasfotografías,cajitas
dehueso,demarfil,depiel,quecustodiabanunaflormarchita,unpar
dedados,unrosario…Teníaungatoquemeseguíaportodaspartesy,
en mi imaginación, era mi fiel escudero, listo para advertirme de la
presencia de un peligro, representado por alguien de casa que me
descubrierafisgoneando.Cuandopasabapordelantedelahabitaciónde
losabuelos,pegabalaorejaalapuerta.Losoíahablar,reír.Fueronmuy
felices. A veces oía extraños lamentos. Entonces me asustaba y salía
corriendodeallí.Tardéunosañosencomprenderqueestabanhaciendo
elamor.Yesoqueyoconsiderabaalaabuelaunavieja.Perosólotenía
cincuenta años y, evidentemente, con el abuelo todavía mantenía una
vidaafectivamuyactiva.¿Acasonotepareceunahistoriapeculiar?
—Siterefieresaunamujerqueamaasuamanteausenteatravés
desumarido,meparecequeestáensintoníaconlalocuradeBianca—
declaró.
Sintióunaespeciedevergüenza,porquenopodíaevitarcomparar
suactitudconladeBiancaCrippa.Despuéssospechóquesumaridotal
vez sabía algo de su encuentro con Roger y que estaba buscando un
modoretorcidoparahacerlahablar.
—Esunahistoriabonita,créeme—afirmóelmarido.
Léoniealzólavista.Enlamiradalímpidadeélnohabíaelmenor
rastrodesospechayesolareconfortó.
—Puede que tengas razón, es una historia bonita, pero es
demasiadocomplicada,¿nocrees?—lepreguntó.
—Sinolofuera,noestaríaaquíhablandocontigo.Estáshaciendo
de caja de resonancia de mis pensamientos y eso me ayuda a
diseccionarelasunto.
—Nunca hasta ahora me habías hablado de este proyecto —
observóLéonie.
—Siempre hay una primera vez para todo —declaró Guido,
degustandoelúltimosorbodecoñac.Apoyóelvasoenlamesa,juntoa
la taza vacía de su mujer, y añadió—: Es más de medianoche. ¿Y si
vamosalacama?
Aquella noche hicieron el amor y después, cuando ya estaban a
puntodequedarsedormidos,ellapensóenRogerydijo:
—Si tu abuela Bianca hubiese sido menos extraña, se habría
entregadoaCastelliyseguramentetodohabríaacabadoentreellos.
—¿Ysi,alhacerlo,hubiesedescubiertoquelopreferíaaélynoa
sumarido?—preguntóGuido.
—En la vida hay que correr riesgos. Si no, te vuelves loco —
sentenció, y en aquel instante decidió que el año siguiente acudiría al
encuentroconRoger.
Pocodespuéssedurmieron.
Tras las vacaciones de Navidad, Léonie volvió a trabajar en la
empresaysededicóaestudiaringlés.SeapuntóalBritishCouncilde
MilánydedicabalosdíasalpequeñoGiuseppe,altrabajoyaestudiar.
Elsuegroadquiriólacostumbredellevarlaconsigocuandoibaa
visitar a los clientes por Italia y si ella declinaba la invitación para
quedarse con su hijo, él notaba su ausencia, porque Léonie se había
convertidoenunacolaboradoraimportante.
LéonietambiéndescubrióelafectoqueelabueloAmilcaresentía
hacia ella. Siempre que podía, le hacía compañía y gracias a él, que,
comotodoslosancianosteníaunamemoriaperfectaparaloquehabía
sucedido hacía tiempo, conoció otra historia extraordinaria de esa
familia:ladeCelina,desolteraapellidadaOlgiatiTremonti.
Celina
Uno
A la hora de comer, las mesas del restaurante Savini, en la Galería
Vittorio Emanuele de Milán, estaban ocupadas por empresarios, ricos
comerciantes, periodistas, corredores de Bolsa, directores de banco,
turistasacaudalados,algúnintelectual,algúnrepresentantedelaantigua
nobleza milanesa, algún político y su correspondiente secretario. No
había ni una sola mujer. Más que un restaurante, el Savini parecía un
templodelmachismoimperante.
CuandoelcondeAlbertoOlgiatiTremontillegóalcélebrelocal,el
directorfueadarlelabienvenidaconunadeferenciaquedebíatansólo
asuapellido,yaquesesabíaqueelnobleestabaalbordedelaruina.
En el transcurso de un siglo, el patrimonio ingente de los Olgiati
Tremontifuedisminuyendopocoapoco.Laspropiedadesqueelconde
conservaba estaban hipotecadas, excepto el palacio de Corso Venezia,
donde el noble vivía con su mujer Marinella, princesa Torrani di
Gallesedenacimiento,suhijoJacopo,queorganizabasafarisenÁfrica,
ysuhijaCelina,noviadeljovenmarquésFilippoAldovrandi.
—Suinvitado,señorconde,yahallegadoyleesperaenelbar—
dijoeldirector,acompañándoloalinteriordellocal.AmilcareCantoni,
enlabarradelbar,bebíaunaperitivoypicoteabaavellanas.
—¡Queridoingeniero!—dijoelconde,tendiéndolelamano.
—Conde—respondióAmilcare,dándoleunapretóndemanos.
Precedidos por el director, se sentaron en una mesa junto al
ventanalquedabaalaGalería.
Uncamarerotomónotadelaconsumiciónyelsommelierdestapó
unabotelladevinotintodelaregióndelOltrepò.
—Entonces, hijo, ¿cómo va? —preguntó el conde Olgiati cuando
estuvieronsolos.
—Nomequejo.Laempresaprospera,mihijoRenzoesmáslisto
queyo,yGioacchinoescura,queeseloficiomásbonitodelmundo—
explicóAmilcare.
—Estoy convencido de ello. En mi familia ha habido algunos
obispos y cardenales. Todos vivieron muchísimos años sin nuestras
tribulaciones.Sivolvieraanacer,juroqueyotambiénmeharíacura—
afirmóelcondeentonodebroma.Eraunsecretoavocesquesupasión
por las mujeres había contribuido a disminuir un patrimonio que ya
habían reducido sus abuelos. Luego prosiguió—: Pero pasando de lo
sagradoaloprofano,queríaverleparahablardelpalaciodeVillanova.
—Leescucho—dijoAmilcare.
—Seestácayendoatrozosyquierodeshacermedeél.Ustedsabe
queestáhipotecado,peroloquenosabeesquenoquierodárseloalos
bancos. Voy al grano: ¿quiere hacerse cargo de la hipoteca? Preferiría
saber que está en manos de los Cantoni, más que verlo convertido en
alojamiento para familias que no tendrían el mínimo respeto por su
historiayporlascosaspreciosasquetodavíacontiene.
Amilcare recordó cuando, de niño, se colaba en el parque de la
villa con sus amigos para robar caquis, en otoño, y fruta sabrosa, en
verano. A veces se acercaban al invernadero de los limoneros y, a
través de los arabescos de las ventanas de hierro forjado, observaban
lasplantaslimonerasenlostiestosdeterracota,otrepabanantepechos
de los ventanales de la planta baja para admirar, a través de los
cristales empolvados, las paredes tapizadas de damasco, los sofás
rococó,losmueblestaraceados,lostechospintadosalfresco.
—Siguesiendounbellísimogranpalacio—observóAmilcare.
—La última de las muchas residencias de campo de mi familia.
Entonces,¿quémedice?
—Debería pensarlo. Gracias a mi suegro, tengo una casa. Y
además, nunca compraría su palacio para vivir en él. Mis paisanos se
reiríandemíytendríanrazón.LosCantonisonunafamiliacampesinaen
la industria. El palacio Olgiati tiene un aura de nobleza que no nos
pertenece. No estoy haciéndome el difícil, simplemente pienso en voz
alta.Demealgunosdíasparatomarunadecisión.
—Faltaría más. Pero recuerde que, el mes que viene, mi hija
Celinasecasaynecesitodineroenefectivo.Porfortuna,secasaconel
miembrodeunafamiliaquetodavíatienefincasymifuturoyernoesun
altocargodeunbancoamericano.Despuésdelaboda,miCelinaseirá
aviviraNuevaYork.
—Enhorabuenaalacondesita—dijoAmilcare.
Esamismatarde,enlafábrica,hablódelpalacioOlgiati,quedaba
alaplazadelaiglesia,consuhijoRenzo.
Amilcare trabajaba en el despacho que había pertenecido a su
suegro, el lugar donde aprendió a apreciar a Bianca. A veces, cuando
entraba en esa sala y se sentaba en la silla del comendador Crippa,
imaginabaverlaallísentada,dibujandoensucuadernoideassugerentes
para los grifos, o haciendo retratos de los colaboradores de su padre.
Biancaerasucruzysualegría.Lehabíadadodoshijossanosdecuerpo
y de mente, aunque eran algo hoscos y tozudos. De los dos, el más
difícildegestionareraGioacchino,peroeligióelsacerdocioyeraun
cura honesto, también un poco colérico, que los parroquianos
apreciaban.Renzo,reflexivoydeterminado,separecíamásasupadre.
Siempre había sido un estudiante modelo, se licenció en Ingeniería y
ahoratrabajabaconél,haciendogaladesuhumildadysuinteligencia.
Renzoestabasentadofrenteaélyleestabacontandocómohabía
idolacomidaconelconde.
—¿DeverdadCelinasecasa?—preguntóelpadre.
—Conunbanquero,porloquemehadicho.
—Nos vemos a menudo, sobre todo en verano en Saint-Tropez, y
también hemos coincidido un par de veces en Gstaad, esquiando.
Reconozcoqueentrelaschicasdesuentorno,todasmuydesenfadadas
cuando tratan con los chicos, ella es más bien reservada —explicó
Renzo,quesepusoapensarenlasjóvenesquehabíavistoenlasplayas
de la Costa Azul, tomando un aperitivo en biquini encaramadas en los
taburetesdelosbares.ConocíaaCelinadesdequeeranniños,también
porque a veces, el conde Olgiati y su mujer iban a comer a su propia
casa,yacudíanconlosdoshijos.
CuandoAmilcareCantonilosinvitabaacomerensucasa,siempre
había un motivo: una transacción económica. Cuando llegaba el
momentodeloscafés,losdoshombresseencerrabanenlabibliotecay
el conde proponía al industrial la compra de cuadros y bibelots.
Algunosdelospreciadoslienzosquedecorabanlasestanciasdelavilla
Cantoni provenían de los palacios de Olgiati. Una vez, Amilcare le
confesóalconde:
—Micorazónlloracadavezquepiensoenquetienequeprivarse
detodosestosbellísimoscuadros.
—EstimadoCantoni,¿sabecuálesladiferenciaentreustedyyo?
Queustedpuedepermitirsecomprarmistelas,peroaunquelasaprecie,
noesunexpertoenarte.Yo,encambio,entiendobastanteenlamateria
yelpocodineroqueaúnmequedaloinviertoenobrasdeartistasque
ahora cuestan poco, pero que dentro de cincuenta años valdrán una
fortuna. Usted compra las figuras, y yo las ideas. Cualquiera, siempre
quetengadinero,puedetenerencasaunRenoir,unCézanne,unChagall,
un Van Gogh, etcétera. La habilidad de un coleccionista consiste en
comprenderqueelarteesevoluciónyqueunCapogrossi,unFontanao
unMirócostaránmuchoalgúndía.Noquieroofenderlo,perotieneque
entenderlo…
—Loentiendoperfectamente,señorconde,peroamímegustanlas
figurasylospaisajes,loscolores,laslucesylassombras,porqueme
despiertan emociones. También me gustan los marcos, cuando son
bonitos.Ycréame,puedodistinguirunapinceladadeunmaestrodela
de un pintorzucho. Pero el arte moderno me irrita cada vez más. Un
cuadro me puede perturbar, pero no debe irritarme. Ya tengo bastante
conlasmolestiasdemividacotidiana.Asíquedejoalosexpertoslas
vanguardiasyyomequedoconlabelleza,porqueelarte,paramí,tiene
quesersobretodoeso—respondióCantoni.
RenzoyCelina,presentesenlaconversación,semiraronsonriendo
yCelinalesusurró:
—Dosaunoparatupadre.
En aquella época, Renzo era un adolescente y Celina una niña de
ochoañosmuydespiertayvivaz.
Ahora, mientras hablaba con su padre, Renzo recordó aquel día,
muy lejano ya, la mirada cómplice de Celina y la simpatía con la que
siemprehabíavistoaaquellaniñadesenfadadayreservada.Pertenecían
amundosdiferentesycuandocasualmenteseencontrabanenalgúnsitio,
Renzo la observaba con admiración y una sombra de sumisión. Su
padre,alhablardelmatrimoniodeCelina,estabadiciendo:
—De todos modos, no es cosa nuestra con quién se case. ¿Sabes
quémehapropuestoelconde?Quecompreelpalaciodelpueblo.¿Qué
opinas?
—Que habría que invertir un dineral para restaurarlo —observó
Renzo.
—He tenido una idea. ¿Recuerdas cuando mi padre enfermó y
tuvimosqueingresarloenunaresidenciaenPalazzolo?¿Porquénola
hacemos nosotros, aquí en el pueblo, una residencia para nuestros
ancianos? La villa será preciosa cuando la restauremos, el jardín es
grande y a los ancianos les gusta el verde. Podría convertirse en una
especiedehotelacogedor.Peroaloshuéspedesnotienequecostarles
nada.Esnuestragente,Renzo.Sonlospadresylosabuelosdenuestros
operarios. Con una contribución de Sanidad, los Cantoni podríamos
procurar hospitalidad y tratamientos a estas personas como los que
disfrutaronsinoelcondeAlberto,sísusantepasadosdurantesiglos.
—Hagamos números y calculemos cuánto podemos invertir en el
proyecto—propusoRenzo.
—Bien, llama al conde y dile que compramos —concluyó
Amilcare.
Renzo llamó por teléfono y fue Celina quien respondió. Cuando
escuchósuvoz,sintióunsobresalto.
Dos
—Mipadreestáfueradelaciudadynovolveráhastadentrodeun
par de días, pero sé lo mucho que le interesa librarse del palacio de
Villanova.Tengolasllaves,asíquesitevabien,podríaenseñártelohoy
mismo—propusoCelina.
—Dimeaquéhoratevabienyteesperaréenlaplaza—respondió
Renzo.
Por la tarde, la condesita abrió la pesada puerta de madera y los
dos jóvenes cruzaron el umbral del imponente edificio, deshabitado
desdehacíatiempo.
Mientras pasaban de una sala a otra, subían y bajaban escaleras,
recorríanampliospasillosalaluzdelaprimeratardedemayo.Renzo
sesentíaenvueltoporelaromaamuguetedelajoven.
Sus voces resonaban en los salones en los que sólo había algún
sillón rococó en mal estado, unas pocas mesas y bellas mayólicas
antiguas en las que vivían las arañas. El moho recubría todas las
paredes,destruyendolosfrescos.
—Ven,teenseñarélahabitacióndeNapoleónyelbaño,dondese
rumorea que olvidó un objeto muy personal —dijo Celina con gesto
alegre.
—A juzgar por todas las habitaciones de la villa donde el
emperador durmió, podría decirse que la campaña de Italia se llevó a
caboenlascamasynoenloscamposdebatalla—observóRenzo,que
yahabíavisitadoestanciassimilaresenotrasmansionesdelazona.
—Pero en este palacio estuvo de verdad —respondió ella,
divertida ante la observación de Renzo. Abrió una puerta que dio
acceso a una pequeña sala cuadrada que sólo contenía una bañera de
zincyuntrípodedemadera,bajo,alargadoyestrecho,enelinteriordel
cualseabríaunacavidad.
»Ahí dentro había una palangana ovalada de plata maciza que se
vendióconelrestodelaplateríayquiénsabeparaquélausaráahora
sulegítimopropietario.¿Aquenoadivinasloqueera?—preguntóella
conpicardía.
—¿Unbidet?—propusoRenzo.
—¡Exacto!¡ElbidetdeNapoleón!—exclamóella.Ycontinuó—:
Pocodespués,algunacondesaOlgiaticonsideróqueeraunaobscenidad
ylapalanganaseempezóautilizarcomomaceta.Hacedoscientosaños,
noblesycampesinosnoprestabanmuchaatenciónalahigienepersonal.
Acabarondevisitarelpalaciodespuésdeverlacocina,quedaba
aljardín.Delinteriordeunbargueño,Celinacogiódosvasosdecristal
pulido,abrióungrifoydejóqueelaguafluyera.
—Mehaentradosed.¿Quieresunpoco?—dijo,ofreciéndoleuno
aRenzo.
El joven observó el grifo, que parecía una escultura. Era una
cánuladecobrequeculminabaconlacabezadeunarietedecuyaboca
manabaelagua.Sehabíaoxidadoporlahumedad,peroseguíasiendo
muybonito.
—¿Nopasaránadasibebemosestaagua?—preguntóRenzo.
—Mipadredicequeeslamejordetodalazona,máspuraqueel
agua mineral —aseguró Celina. Se sentaron en una mesa y bebieron
lentamenteelagua,comosifueraunrefresco.
—¿Entonces tu padre quiere comprar realmente este palacio tan
estropeado?—preguntólajoven.
—Parecequesí—respondióél.
—¿Vendrásaviviraquícuandotecases?
—¿TúteimaginasaunCantoniinstalándoseenunpalaciodelos
OlgiatiTremonti?
—¿Porquéno?
—Deesonihablar.Ydetodosmodos,casarmenoestáentremis
planes,porahora—explicó.
Celina lo escrutaba con tanta intensidad que lo hizo sentir
incómodo.
—Algunaspersonashablandetusflirteos.
—¡Ya ves tú! —intentó quitarle importancia, pensando en sus
aventurasconalgunaactrizmásatractivaquebuenaensutrabajo.
—Yomecasoenmenosdeunmes—anuncióella.
—¿Porqué?—preguntóRenzo.
—¿Porqué?¿Aquéterefieres?—preguntóCelina.
—¿Porquémelodices?
—Porque…nolosé,¿nodeberíahaberlohecho?Lohedichosin
pensar,pordecirlo…
—Ya lo sabía. Tienes veinticinco años y es normal que te cases,
sobretodosihasencontradoalhombredetuvida,atractivo,defamilia
noble como la tuya, con una carrera brillante. Enhorabuena —dijo
Renzo,convozapagada,yselevantóderepenteparamarcharse.
—¿He hecho algo que te haya molestado? Llevamos dos horas
hablandoagradablementeydegolpeteenfadasytevas—seasombró
ella,siguiéndoloalexteriordelavilla.
—Lo siento, Celina, pero acabo de recordar que tengo que hacer
algo y no me había dado cuenta de que era tan tarde —respondió él
cuandoestabanapuntodellegaralaplaza—.Tengoquemarcharme—
dijoaldespedirse,dejándolasinpalabras.Sesubióalcocheyarrancó
conlosneumáticoschirriando.
Nofuehastahabersalidodelpueblo,cuandoyaestabaapuntode
llegaralagrifería,cuandosediocuentadequesehabíaportadofatal.
Se preguntó por qué lo había hecho. Había sufrido un feroz ataque de
celos. Pensándolo bien, también se sintió mal cuando su padre le
anuncióquelajovenestabaapuntodecasarse.
Aparcóelvehículoenelpatiodelafábricaysusurró,consternado:
—EstoyenamoradodeCelinaynomehabíadadocuenta.
Pero en lugar de subir al despacho, donde su padre lo esperaba,
puso en marcha el coche y se dirigió a Milán. Entró en una floristería
delcentrodelaciudad,eligióungranramodelilasblancasqueolían
muybienyañadióunanotadondeescribió:«EstimadaCelina,tepido
perdón por mi fuga presurosa. Has sido muy amable enseñándome el
palacio de Villanova. Me alegro por tu matrimonio y espero que seas
muyfeliz».
EnelsobreescribióelnombredelachicayladireccióndeMilán.
Seloentregóaladependientaylepidióqueloenviaraconlasfloreslo
másrápidoposible.DespuéssecalmóyregresóaVillanova.
Cuandosereunióconsupadreestabamuytranquiloyledijo:
—HevisitadoelpalaciodeOlgiati.Laincurialoestádestruyendo
yesunapena,porqueesmagnífico.
—¿Creesquesepodríaconvertirenunlugarconfortableparalos
ancianosdelpueblo,sinalterarlomucho?—preguntóAmilcare.
—Noestoyseguro.Esrealmenteadmirablequequierasofrecera
Villanovaunaresidenciaquellevetunombre—observóRenzo.
—Teequivocas.LosCantoninohacengaladelascosas.Llevaráel
nombre que le corresponde, el de los Olgiati Tremonti —sentenció su
padre.
Unosdíasdespués,mientrasdesayunabanleyendolaprensa,vieron
una noticia de crónica que los sorprendió: «Luto en el mundo de las
finanzas. En un horrible accidente de tráfico, Filippo Aldovrandi ha
perdidolavida,eljovenyprometedordirectordeunimportantebanco
americano.Elfinancieroestabaapuntodecontraermatrimonioconla
condesitaCelinaOlgiatiTremonti».AmilcareCantonidijo:
—ElcondeAlbertoyanonecesitaeldineroparalabodadesuhija
ynovenderáelpalacio.
Renzopensóquedejaríapasarunosdíasydespuésiríaavisitara
Celina.
Tres
Aquella noche, durante la cena, mientras comentaban la muerte
repentinadelprometidodeCelina,Amilcarelepreguntóasumujer:
—¿Quésehaceenestoscasos?¿Sellamaporteléfono,semanda
untelegramadecondolenciaoqué?
—NoconocíamosaFilippoAldovrandi,yaúnnosehabíacasado
con la hija del conde, así que no hay que hacer nada. Dentro de unos
díasleescribirécuatrolíneasalosOlgiatiparadecirlesquenoshemos
enteradodelsucesoyquelosentimosmucho—respondióBianca.
—Yonolosiento—seleescapóaRenzo.
—¿Porqué?—lepreguntósupadre.
Renzoseinclinósobreelplatoyfarfullóalgoincomprensible.
—PorqueestáenamoradodeCelina—contósumadre.
—¿Enserio?—preguntósupadre,maravillado.
Apesardeestarenlatreintena,Renzoseruborizócomounniñoal
quesorprendenduranteunatravesura.Peroserecompusorápidamentey,
fulminandoasumadreconlamirada,replicó:
—Pero¿quédices?
—Sólo digo lo que pienso. De todos modos, ella no se dignaría
nunca a aceptar sus atenciones porque no es un aristócrata —explicó
Bianca.
—Desdeluego,quéformamásadecuadadecomentarlamuertede
unjovenhombreyeldolordesunovia—seindignóAmilcare.
—Noossoporto.Niaticontubondad,niaticontucinismo—
estalló Renzo, señalando con un dedo acusador primero a su padre y
después a su madre. Tiró la servilleta contra la mesa y se marchó,
dejandolacenaamedias.
Cogió su Porsche y se dirigió a un restaurante de Milán donde
sabíaqueencontraríacompañíamásalegre.
Pero allí también, en aquel grupo de amigos de la provincia, el
tema de conversación era la muerte del joven Aldovrandi y la casi
viudedaddeCelinaOlgiatiTremonti.
Losquehabíanconocidoaljovenfinancierocontabananécdotasno
siempre elogiosas acerca de su vida de estudiante y de banquero
ligeramentetrepa.YtampocosesalvabanCelinanisufamilia.
—Si absorbieran todo el agua bendita en la que nada, aparecería
unachicadearmastomar.Lahevistomontándoleescenasalpadreyal
hermanoporelmerohechodecriticarla—dijounachica.
—Las esperanzas de los Olgiati de colocar rápidamente a su
condesitasehanesfumado—opinóotrapersona.
YdadoqueRenzoparecíaimpaciente,unaamigalepreguntó:
—¿Ytúnodicesnada?
—Son temas que no tienen nada que ver conmigo y detesto las
banalidades —declaró, esperando acabar con aquellos estúpidos
chismes.
Despuésdeaquellanoche,dejópasarunpardedíasyllamópor
teléfonoacasadelosOlgiati.RespondióCelina.
—No llegué a darte las gracias por las preciosas lilas que me
mandaste —dijo ella, liberándolo del aprieto de tener que empezar la
conversación.
—¿Cómoestás?—preguntó.
—¿Quieresveniraverme?—loinvitóella.
—EstoyenCorsoVenezia.Siteapetece…
Ellalointerrumpióynodejóqueacabaralafrase.
—Entoncesven.Teesperamos—dijo.
Lorecibióuncriadovestidodeformaimpecablequeloacompañó
hasta el estudio donde esperaba el patriarca, jovial como siempre. El
condesesentóenunescritoriodeestiloregenciaylepidióaRenzoque
seacomodarafrenteaél.
—Hehabladohacepococonsuhijaparadecirlequelosiento…
—comentóeljoven.
—Sí,sí,losé.Perohablemosdeotrotemamientrasestemossolos.
Aver,séqueCelinateenseñóelpalacio.¿Quédicetupadre?
—Queestábien,siustedtodavíaestáinteresadoenvenderlo.
—Oye,Renzo,dileatupadrequeseencargueéldelavaloracióny
de todas las gestiones relacionadas con la venta. Tenemos el mismo
notario,asíquenohabráningúnproblemaporqueélyadisponedetodos
los documentos catastrales y creo que no nos llevaremos ninguna
sorpresa durante el traspaso de la propiedad. Y cuanto antes lo haga,
mejor. ¿Estás de acuerdo? —dijo el conde con ganas de agilizar la
venta. Se levantó del escritorio y añadió—: Ahora perdóname, pero
tengo club de bridge y debo marcharme. Celina llegará dentro de un
momento.Túpontecómodoyespéralaaquí,porquelosmomentosdelas
mujeressuelenserhoras.
Pero Celina entró en el despacho justo cuando su padre salía. A
Renzo le vinieron a la mente algunos versos de Petrarca que había
estudiado en el instituto: «Pálida no, más blanca que la nieve blanca,
quedesciendesinvientoenlamontaña».
Celina era de piel morena y sus preciosos ojos azules dejaban
entreverunaansiedadincontenible.Aunasísonreía.
Llevaba un vestido de lana fina de color caramelo, ajustado a la
cinturaconuncinturóndecuero.Calzababailarinasplanasysosteníaun
pañuelo.
—Tengo alergia y de vez en cuando estornudo —se excusó, y le
tendiólamano.
—Deberíasiralmar—respondióél.Yactoseguidopropuso—:Si
quieres,podríamosiraSantaMargaritaelfindesemana.Allítenemos
unacasaalaquenadievanunca.
—¿Esunainvitación?—preguntóella.
Renzoasintió.
—No, gracias —respondió—. No sería apropiado, Filippo murió
hacesólounosdías.
Estabandepie,unofrentealotro,balanceándosesobrelaspiernas
comosinosupieranquéhacerodecir.
—Sipuedoayudarteenalgo…—tartamudeóRenzo.
—¿Hasvistoalgunaveznuestrojardín?—preguntóCelina.
—Creoqueno—respondióél.
Fueronhacialaplantabaja,conCelinaalfrente,ysedirigieronal
atriodemármolyestuco,rodeadoporungranportalconarabescos.Lo
abrióyaccedieronaunjardínllenodeflores.
—Los antiguos palacios milaneses mantienen cuidadosamente la
belleza de los jardines interiores escondiéndolos de los ojos de los
demás —explicó mientras lo conducía hacia un cenador cubierto de
floresdejazmín.
En el interior había una mesa pequeña y dos sillas de hierro
forjado, colocadas una frente a la otra, donde se sentaron Celina y
Renzo,envueltosporelintensoaromadelasflores.
—Te he traído aquí porque en casa hay demasiados oídos
escuchando, aunque no lo parezca. Me gustaría que me explicaras por
qué,cuandoteenseñéelpalaciodeVillanova,temarchastederepentey
concaradeenfadado—pidióella.
—¿Puedo fumar? —preguntó Renzo, rebuscando en el bolsillo de
lachaquetaparasacarelpaquetedetabaco.
—Puedes hacer lo que quieras, también puedes responderme —
insistióCelina.
Élcontemplabalajoven,preciosa,degestossimplesyeducados,y
derepenteconfesó:
—Estoyenamoradodeti.
—¿Yyaestá?—preguntóellaconunainocenciafranca.
—¿Teparecepoco?—seofendióél.
Celinasonrióydijo:
—Voy a contarte una historia. Tú tenías doce o trece años, y yo
ocho. Creo que estabas preparándote para irte de vacaciones con tu
hermano y tu padre, porque acababais de volver del colegio y
estábamos a principios de julio. Fui a comer a vuestra casa con mi
hermanoymispadresy,despuésdecomer,nosotroscuatronosfuimosa
darunavueltaaljardín.Yocaminabaatuladoyteobservaba.Tenías
una especie de pelusilla sobre el labio superior, un primer asomo de
barba que me intrigaba muchísimo y sobre la que me habría gustado
pasar un dedo para acariciarla. «¿Qué quieres?», me preguntaste de
repentealsentirteobservado.Yomepuserojaysusurré«Nada»,ylos
ojos se me inundaron de lágrimas. Entonces cogiste una pequeña
margarita amarilla y me la regalaste mientras me decías «¡Mira qué
bonita!Tieneelbotónoscurocomotussandaliasylospétalosdorados
como tu pelo». Todavía conservo esa margarita entre las páginas del
libritodemisa,quemeregalaronenlaprimeracomunión.
—No me acordaba de eso —dijo Renzo, mirándola con ojos
tiernos.
Celinacontinuó:
—Noheterminado.Eldíasiguienteeradomingoyfuialaiglesia
con mi familia. Nos sentamos en el primer banco, reservado para los
Olgiati,justofrentealaltar.Túestabassentadodetrásdemí.Pasétodo
el rato con el cuello girado hacia ti. Tu madre no estaba, tu hermano
rezabacompletamenteabsorto,tupadreestabaarrodilladoconlosojos
cerrados y tú temblabas de impaciencia y se notaba que tenías unas
ganaslocasdequelamisaacabara.Nomemirasteniunasolavez.Pero
cuando salimos de la iglesia, me regalaste una sonrisa. Parecías un
arcángelconesagrancabezacubiertadepelonegrodespeinado.Pensé
que bajo la chaqueta escondías las alas. Sujeté con fuerza el misal
dondehabíaguardadolamargaritaydeseéquetequitaraslachaqueta
para desplegar las alas. Y entonces volarías para venir conmigo. Me
pregunto por qué, de entre todos los chicos que conocía, te elegí a ti,
precisamentetú,queerastandiferentedenosotros—concluyóCelina.
—Talvezporternura.Noeraunchicofeliz,crecísinmadreycon
un padre que se esforzaba por interpretar también ese rol. Tú, en
cambio,erastanserena,rubia,evanescente,siempreelegante.Medaba
la sensación de que, si te hubiese rozado, te habrías roto en pedazos.
Luego dejasteis de venir a Villanova. Yo, después del colegio, me
matriculé en la universidad, me licencié y comencé a trabajar en la
empresaconmipadre.
»A menudo iba a Milán, donde mis antiguos compañeros de
universidadyyoacudíamosaloslugaresdondevalagenteimportante.
Peroprontomedicuentadequelallamada«jet-set»estáformadaensu
mayoría por idiotas que hablan de temas idiotas y que viven de modo
idiota.Sesalvanmuypocaspersonaseneseambientedondelagentese
emborracha, van de un local a otro, de una ciudad a otra, de un
continenteaotro,llevandoconsigolamediocridadyunvacíoquenose
puedellenar.Enmásdeunaocasiónfuia«fiestasexclusivas»conríos
de champagne y una miseria moral que me aterrorizaba. Me crucé
contigoyerastandiferentedeaquellagente…Intercambiábamosunpar
depalabrasydespuésmeiba.Cuandomeenterédequeibasacasarte
sentíundolorenelpecho.Ycuandoleíenlaprensaquetuprometido
habíamuerto,tengoqueconfesartequenolosentí.
—Eso es una confesión en toda regla, sin la mínima intención de
querer quedar bien —comentó Celina mientras dejaba entrever una
sonrisa.
Renzoselevantórápidamenteylamirótiernamente:
—Esperonohaberteestropeadolatarde.Creoqueserámejorque
memarche—dijo.
—Ahoraquemehasdichoquemequieres,¿quéesperasdemí?—
preguntóella,todavíasentadaenelsillón.
LecogióunamanoaCelinaylediounbeso.
—Nada,nadaenabsoluto.Nomegustaquesufras.
—Me duele que Filippo se haya matado, pero sufro por otro
motivomuchomásgrave—confesólajoven,ysusojossellenaronde
lágrimas.
Renzo volvió a sentarse frente a ella y la miró con curiosidad,
dispuestoaescucharla.
—Filippo formaba parte de ese círculo de «gente importante»,
como dices tú, pero te aseguro que era un hombre honesto y con la
intencióndeabrirsepasoenlavida.Sumundoeraeldelasfinanzasyla
política.Suslibrosfavoritoseranlostratadosdeeconomía;lamúsicay
laliteraturaleaburrían.Eramuyricoyesolegustabaamipadre,quien,
a raíz de su muerte, ha visto cómo se esfumaba el sueño de mi
estabilidadeconómica.Peroalmorir,Filippomedejóunaherenciamuy
importante.
—¿Deverashizoeso?—sesorprendióRenzo.
—Medejóunhijo.Estoyembarazadadedosmeses.
Cuatro
Renzosequedósinhabla.
Unosinstantesdespués,Celinasepusodepie.
—Ahorapodemosdespedirnos—dijo.
—No,no,no,esperaunmomento—tartamudeóél.
—Espero que no le digas a nadie lo que acabo de contarte —le
pidióella.
—Noabrirélaboca,yameconoces—latranquilizó.
Renzo se acercó a ella y la acarició el rostro. Celina empezó a
llorar.Élsesacóunpañueloinmaculadodelbolsilloyseloofreció.
Pensó en que los padres de Celina la obligarían a interrumpir el
embarazo.Enlasfamiliasricassepracticabanmuchosabortos,mientras
queenlaspobres,dondenohabíaunapellidocuyoprestigiomantener,
loshijossetenían.
Celina se secó las lágrimas y logró encontrar una sonrisa.
Escucharon unos pasos en el camino de grava, así que la joven se
recompusoyseasomóporelcenador.Unacriadasedirigíahaciaallí.
—Lacondesamemandaparapreguntarossideseáistomarunté—
dijolamujer.
—No, gracias. El señor está a punto de marcharse —respondió
Celina.
—Bueno,dehechomeapetecemuchotomarunté,notengoninguna
prisa—intervinoRenzo.
—Entoncesoslosirvoenseguida—replicólamujerdelservicio,
ysealejó.
—¿No tienes ganas de marcharte lejos, ahora que conoces mi
secreto?—preguntóCelinacuandovolvieronaestarsolos.
RenzopusounbrazosobreloshombrosdeCelinaylesusurró:
—Nopuedessoportaresepesotúsola.¿Ysilohablarasconlos
padresdetuprometido?
—Lo he pensado mucho y he llegado a la conclusión de que no
puedo hacerlo. Era un asunto entre Filippo y yo. Él no dijo nada y yo
harélomismo.
—¿QueríasaFilippo?—preguntóalfin.
—Sí, no, no lo sé… Era una unión muy deseada por nuestras
familias,másquepornosotrosseguramente.Delosdos,elqueestaba
másenamoradoeraél.Yoestabacontentadecasarmeconélporqueera
unabuenapersona.Nosacostamosporprimeravezdespuésdefijarla
fechadelenlace.Paramíeralaprimeravez…ymiraenquélíomeha
metidoeldestino.
Unmiembrodelservicioaparecióconeltéytartademanzana,que
olía muy bien. Celina se arrojó sobre ella como si, al tragar la tarta,
pudiesesofocarsuinfelicidad.
Renzocontemplabasupreciosorostro,laexpresiónmelancólicade
susojosysufrióconella,yporella.
—Tienes que solucionar esto cuanto antes, porque es inútil que
sigasatormentándote.Yonoentiendomuchodeestostemas,perocreo
queunamujerembarazadatienequevivirconserenidad—razonóél.
CuandoRenzoestabaapuntodeirse,mientraslebesabalamano,
añadió:
—Llámameacualquierhorasicreesquepuedoserteútil.Tellevo
enelcorazónynoestássola.
Esemismodía,cuandovioasupadre,Renzoledijo:
—He hablado con el conde. Para comprar la villa tenemos que
hablar con el notario, que ya tiene lista toda la documentación para el
traspasodelapropiedad.Entonces,¿adelante?
AmilcareCantoniobservóasuhijoconrecelo.
—¿Lohasvistohoy?Nosabíanada—exclamó.
—HellevadoacomeranuestrosclientesdeMántovaalGirarrosto
y, al salir del restaurante, me he cruzado con él delante de su casa —
mintió.
Mientras le contaba a su padre esa estúpida mentira, se preguntó
porquélohacía.Amilcare,queconocíaasuhijomuchomejordeloque
Renzoseimaginaba,sediocuentadequenohabíasidosincero,perono
dijonada.
Esanoche,despuésdecenar,cuandopadreehijosedirigieronal
salón amarillo para leer la prensa y hablar sobre la marcha de la
empresa,Renzodijo:
—Mevoyadormir.
—¿Me dejas solo? —preguntó Amilcare, que notó en su hijo una
inquietudinsólita.
—Papá, no me hagas sentir culpable si, por una vez, me marcho.
Sabesperfectamentequemamállegarádentrodenadaytambiénvendrá
GenerosoCastelli.Yomeaburroescuchandovuestrasconversaciones.
BiancahabíasalidoconGenerosoCastelli,quesehabíaofrecido
para acompañarla a la inauguración de una exposición de arte en
PalazzoReale.
—No van para admirar los cuadros, sino para ver cómo se ha
vestido la Candiani, qué despropósitos saldrán de la boca de
BaldassarriyparaenterarsedeloschismesdelamantedelaInnocenti
—refunfuñódespuésdequeRenzosemarcharadelasala.
De hecho, al cabo de poco rato llegó Bianca con Generoso.
Entraronenelsalónmientrasmanteníanunapolémicaestérilsobrelos
librosquehabíanleídodepequeños.BiancaafirmabaqueCorazónera
unlibroperjudicialparalaeducaciónporquedesprendíaunespíritude
sacrificio y bondad absolutamente impracticables, mientras que
Pinocho, la eterna fábula del títere que se convierte en niño, era un
himnoalamor.
—Eselamorloquetransformaaltíteredemaderaenunniñode
carne y hueso —comentó Bianca—. ¿No es así, Amilcare? —le
preguntólamujermientrassedesprendíadelsobretododesedaazuly
seloentregabaalpersonaldeservicio.
—Siempre tienes razón, querida. Pero no sé de qué estabais
hablando—respondióelmarido.
—De los libros de nuestra infancia. ¿Es mejor Corazón o
Pinocho?—preguntóGeneroso.
—Eso.¿Cuálpreferíasdelosdos?—dijosumujer.
—Prefería Gian Burrasca, porque era una buena denuncia de la
hipocresía de los adultos, y también porque no llegué a leer los otros
dos —respondió Amilcare, que aquella noche no tenía ganas de
conversar con Bianca y Generoso. Se levantó y prosiguió—: Podéis
continuarvuestrasdisertacionesdoctas.Estoycansado,asíquemevoya
dormir.
Lo cierto es que estaba preocupado por su hijo, que le escondía
algo.
Subióalprimerpisoy,alpasarfrentealahabitacióndeRenzo,lo
oyó hablar en voz alta. Se detuvo a escuchar, pero sólo entendía una
palabradecadacinco,asíqueesperóaquevolvieraelsilencioyluego
llamódiscretamentealapuerta.
Renzoabriósindemora.Sonreía.
—Papá, por favor, no quiero que tengas un infarto. Pero he
decididoquevoyacasarmeconCelina—dijo.
—Celina… ¿quién? —preguntó Amilcare, haciendo un esfuerzo
pormantenerlacalma.
—OlgiatiTremonti—respondióRenzo.
Vio el teléfono apoyado sobre la almohada y dedujo que Renzo
habíaestadohablandoconlamuchacha.
—¡Perosisuprometidoacabadefallecer!
—Sus cartas ya están listas. Las mías las prepararé rápidamente.
Nos casaremos cuanto antes y espero que no te sepa mal, porque mi
decisiónnotienevueltaatrás.
Cinco
LosdormitoriosdeAmilcareyBiancaestabanseparadosporunsalón.
Allíserefugiabancuandoelsueñotardabaenllegar.
Esa noche, después de despedirse de Generoso Castelli, Bianca
acudió al salón. Llevaba puesto un pijama de franela ligera con un
estampadodeflorecitasrosasyverdes.Pareciósorprendidaalverasu
marido,todavíavestidocontrajeycorbata,leyendodistraídamenteuna
revistatécnica.
—¿Cómoesquenoestásenlacama?—lepreguntó,ysesentóen
unrincóndelsofá,asulado.
—Renzosecasa—dijoAmilcare,asísinmás.
Hubouninstantedesilencioyluegoellapreguntó:
—¿Contraquién?
—Dejadeusaresesarcasmoestéril.
—Essuperioramí.Ella…¿Laconocemos?
—Sí,eslahijadelconde.
—¡Ahíva!Tendremosunmiembrodelanoblezaenlafamilia.
Trasunossegundosdesilencio,Biancaañadió:
—Creíaqueestabadelutoporlamuertedesuprometido.
—Yotambién.
—¿Yentoncescómoseexplica?
—Yonomeloexplico.
—¿Y estamos seguros de que los Olgiati aceptarán un parentesco
tan…proletario?
—La pregunta es otra. Celina tenía que casarse con un banquero
dentro de unos días. El tipo muere y, justo después del funeral, se
prometeconnuestrohijo.¿Quéhaydetrásdetodoeso?
—¿Unflechazo?—preguntóBianca,convozdubitativa.
—Seesfumaelmatrimonio,seesfumalaperspectivadeunfuturo
seguro, se presupone el dolor por un amor roto y Celina se vuelve a
prometerenseguida.¿Sehabrávueltoloca?
—Si fuera así, un loco más o un loco menos en nuestra familia
tampocosuponeunagrandiferencia.
—Nobromees,porfavor.
—¿PorquénohablasconRenzo?—sugirióBianca.
—Esmáscerradoqueunabrigoenplenoinvierno.
—¿Y si dejamos de meter las narices en sus asuntos y nos
ocupamosdelosnuestros?—preguntólamujer,queleaflojóelnudode
lacorbataydesabrochóelprimerbotóndelacamisamientrassonreía.
Amilcare conocía esa mirada, que tenía el poder de relajarlo y
anularlatensión.Abrazóasumujerconsuavidad.
—Chico, desnúdate —dijo Bianca con voz aflautada—. ¿En tu
camaoenlamía?—preguntó.
—Donde quieras —respondió él mientras iba sembrando de ropa
elsuelodelsalón.
Llevaban casados más de treinta años, entre ellos habían habido
largosydurosperíodosdeseparación,perocuandoBiancalointentaba
condulzura,Amilcaresereencontrabaconlamujersensualytiernaque
lohabíaconquistado.
Después de la conversación con su padre, Renzo no podía
conciliar el sueño. Daba vueltas en la cama, preguntándose cómo era
posible que una chica que le había interesado en secreto durante tanto
tiempodijeraderepente:cásateconmigo.Peroesoeraexactamentelo
quehabíapasado.Alsubirasudormitorio,unmiembrodelserviciole
pasóunallamadadeCelina.
—Heestadodándolevueltasysóloveounasalidaparasalvarel
honor de mi familia y de mi hijo: el matrimonio. ¿Quieres casarte
conmigo?
Sindudarloniunmomento,Renzodijoquesí.Noleimportabaque
esperaseunhijodeotrohombre.Tendríanmáshijos.QueríaqueCelina
fuerasuyaparatodalavida.Eracomosiderepentelehubiesellegado
unasuerteinesperadaeinmerecida,porqueellasiemprehabíaestadoen
elcentrodesussueños.Laqueríaporqueerapreciosa,porquelohabía
hechizado con sus modales tranquilos y serenos, con su actitud
reservada.Elhechodequesehubieseentregadoalhombreconelque
estabaapuntodecasarsenolaconvertíaenunamujerinmoral.Celina
eraunabuenachicayseríaunabuenamujer.Élseríaunbuenmaridoy
un padre para ese niño. Tenía el presentimiento de que su matrimonio
seríaequilibradoysereno,todolocontrarioqueeldesuspadres.
Recordó con dolor las escenitas de su madre, los abandonos
repentinos cuando la ingresaban en clínicas psiquiátricas y el
sufrimiento de su padre debido a esas separaciones. Con Celina, todo
seríafantásticoporqueéllaquería,ellalehabíarelatadosupasiónpor
élcuandoeraunaniña,ylehabíaconfesadoquelasnupciasconFilippo
las habían organizado sus respectivas familias. Todo eso pasó por su
cabeza en un instante, mientras ella le preguntaba: «¿Quieres casarte
conmigo?».
Celinaañadió,justodespués:
—Ereselúnicohombreconquienquierocasarme.
Ahora Renzo sentía la necesidad de hablar con su padre, al que
antes se había quitado de encima con unas pocas palabras, ya que
necesitabapensarunpoco.
Justo cuando estaba a punto de llamar a la puerta, escuchó unos
suspirosquelohicierondarmediavueltayvolverasuhabitación.Ensu
rostro se dibujó una mueca de contrariedad. ¿Qué tenía de cautivador
esa madre problemática que conseguía mantener a un hombre sereno y
razonable como su padre junto a ella? ¿Cuántas veces, de pequeño,
había deseado que se librara de esa ira desencadenada que era su
mujer?
En más de una ocasión, él y Gioacchino se habían preguntado
mutuamente:
—¿Porquénopidelaanulacióndelmatrimonio?
Elhermano,menosvisceralqueél,decía:
—Está enamorado de mamá. A él le gusta tal y como es. No se
casaronporqueellafuerarica,sinoporquelaqueríayestoysegurode
queellatambiénlequiere.¿Túcreesquepapá,enestoslargosañosde
alejamientoydesapego,hatenidoalgunaamante?
Encasodequehubiesesucedido,élyGioacchinonohabíantenido
la menor sospecha. No obstante, ambos escucharon cómo su padre le
hacíaunaconfesiónaunamigomilanés:«Sinmimujer,soyunhombre
perdido».
Lapasiónentresuspadresnosehabíaapagado,nisiquieraahora
queyanoerantanjóvenes.
Renzoregresóasuhabitaciónyrecordóaquellasocasionesenque
supadre,despuésdequesumadrelollamaraporteléfono,semarchaba
rápidamente del trabajo para ir a verla cuando acababa de volver de
algúnviaje.
Después Amilcare regresaba al trabajo, feliz como un niño con
zapatosnuevos.
Laalocadaunióndesuspadreseraabsolutamenteperfecta.¿Cómo
seríalasuyaconCelina?
Estabatannerviosoquedurmiópocoymal.Porlamañana,como
siempre, desayunó con su padre en la galería. Los ventanales, que
estabanabiertos,dabanalparque.
Amilcare,sentadoyaenlamesa,diolosbuenosdíasasuhijoyse
percatódequeteníaelrostrodesencajado.
—¿Hasdormidomal?—preguntóelpadre.
—La verdad es que sí, gracias por preguntar. Tú, en cambio, has
dormidoperfectamenteysenota—loprovocó.
Elhombrenoperdiólacompostura.
—No puedo quejarme —respondió, simplemente. Después
preguntó—:¿QuierescontarmealgosobreCelinaOlgiati?
—Estamañananoiréatrabajar.Voyahablarconsupadre.
—¿Pero ha pasado así… tan repentinamente? —quiso saber
Amilcare.
Renzoestuvoapuntodecontarlelaverdad,peronoquisofaltara
lapromesaquelehabíahechoaCelinadequenorevelaríasusecreto.
—No tan repentinamente como crees. De todos modos, sé que
Celina no te desagrada. Sólo espero que el conde no ponga ningún
obstáculo.
—Si se diera el caso, sé que harías lo que realmente deseas.
Enhorabuena,hijo—sentencióAmilcare,quetalvezhabíaintuidoalgo,
peropreferíanoindagar.
Seis
Guidosetapólasorejas,asustado.Lasvocesagitadasprocedentesde
lahabitacióndesuspadreslohabíandespertado.
Eraunatardedejulio,losrayosdesolsecolabanporlasrendijas
de las persianas entornadas y se escuchaba el ruido monótono de las
olasquerompíancontraelespolónrocosodelpromontoriosobreelque
sealzabalavilladelosCantoni,cercadeSantaMargarita.
Guido tenía cuatro años. Como cada verano, pasaba largas
temporadasenelmarconsumadre.SupadreyelabueloAmilcareiban
averloslosfinesdesemana;enmuypocasocasiones,acudíatambiénla
abuelaBianca.UnaveztambiénfueeltíoJacopo,elhermanodeCelina,
con dos niños de piel morena: eran los hijos que había tenido con la
mujer africana con la que vivía en una casa colonial en algún lugar
indeterminadodeKenia.LosdosprimossellamabanDésiréeyJoseph,
hablaban en francés, pero sabían un poco de italiano, eran unos
estafadoresfantásticosylehabíanenseñadoatirarsealapiscinadesde
eltrampolín.
LosdosprimosdepielambarinalerobaronelcorazónaGuido.Le
enseñaronalgunaspalabrasenfrancésquesiguiórepitiendodespuésde
que volvieran a África. También le gustaba mucho el tío Joseph, que
contabahistoriasdeaventurasdeelefantes,leones,gacelasyserpientes,
degrandespájarosquesecomíanlascanalesdelosanimalesmuertos,
hipopótamosferocísimosapesardesuaspectopacífico,odeunviejo
jefedetribuquevivíaenunagrancasademaderaenelcorazóndela
jungla.
Guidohabríasidounniñofelizsientresuspadreshubierahabido
armonía y serenidad, pero se peleaban a menudo. Ahora se cubría las
orejasconlasmanosparanosentirlosgritos.
Llegados a cierto punto, la pelea acabó, y oyó un portazo y los
pasosdesupadre,alejándose.Entoncessaliódesucama,seacercóala
puerta, que daba al dormitorio de sus padres, y se quedó escuchando
durante unos instantes. Silencio. Se puso de puntillas para bajar el
tirador, abrió la batiente y le cegó la luz vespertina que entraba en la
habitaciónporlacontraventanaabierta.
Vioasumadresentadaenlabutaca.Teníalosojoscerrados,las
rodillas recogidas y el mentón apoyado en ellas, los brazos rodeando
las piernas y su larga melena rubia sobre los hombros. Celina se
sobresaltócuandoélletocóunbrazo.Vioasuhijoy,apesardetener
los ojos rojos por el llanto, le dedicó una sonrisa y le acarició el
cabellocastaño.
—¿Porquépapágritatanto?—preguntóGuido.
Celina cogió a su hijo, lo acomodó en su regazo y, mientras lo
abrazabaconsuavidad,ledijo:
—Nohapasadonadagrave,pequeñito.Mira,yanoestoyllorando.
—¿Porquégritabapapá?—insistióGuido.
—Intentaré explicártelo. ¿Te gustaría tener un hermanito o
hermanita?
—Nolosé.
—Apapálegustaríaquetuvierasunhermanito,peroelhermanito
nollega.
—¿Porqué?
—Nolosé,peroapapálegustaríatenermuchosniñostanguaposy
buenoscomotú.
—Siélgritaytúlloras,¿despuésllegan?
—Talvez…¡Quiénsabe!—Celinasonrió.
—AmímegustaríaquefueranDésiréeyJoseph.Podríanfingirque
sonmishermanitos.Alosdemáshermanitosnolosconozcoynosési
losquiero—dijoelniño.
Renzoentróenlahabitaciónyabrazóasumujeryasuhijo.
—Soyunidiota.Osquieromuchoyoshagosufrir.Va,preparaos,
bajemosalapiscinayjuguemoslostresenelagua.
Elmotivodetantaspeleaserasiempreelmismo:laincapacidadde
Celinadedarleasumaridounhijo.
Cuando Renzo comenzó a preocuparse porque su mujer no se
quedabaembarazada,Celinasesometióaunaseriedepruebasclínicas
ylosresultadosindicaronqueeraunamujersana,fértilycapazdeparir
aunregimientodehijos.
—Es altamente probable que sea su marido quien tenga un
problema—concluyóelginecólogo,queañadió—:Deberíaacudiraun
especialista.
Un tiempo después, hablando con Bianca, que era muy afectuosa
con ella, Celina le confesó la sugerencia del médico, seguida de una
frasequenuncadeberíahaberpronunciado:
—¿Y cómo le digo yo a Renzo que si no podemos tener hijos es
culpasuya?
Deinmediatosecalló,aterrorizada.ElpequeñoGuidonaciósiete
mesesdespuésdelasnupcias,perocomonollegabaalostresquilosde
peso,todoelmundocreyóquehabíanacidoprematuramente,alossiete
mesesdegestación.
—¿Quién es el padre del niño? —preguntó Bianca, rompiendo el
silencio.Yañadió—:¿SabeRenzoqueGuidonoeshijosuyo?
Celinaseruborizóyrespondió:
—Decidióquesecasaríaconmigodespuésdequeleconfesaraque
esperabaunhijodeFilippoAldovrandi.Eslaúnicapersonaaquiense
lodije.
—Ahora todo encaja… La boda repentina celebrada con tantas
prisas… El padre de Guido es el prometido que falleció prematura e
inoportunamente—murmuróBianca.LuegoseacercóaCelinayledio
unbesoenlafrente.
—Aveceslanaturalezaesgenerosa.Mienfermedadsehasaltado
amishijos,peropodríaafectaramisnietos.Gioacchinoseentregóala
castidaddelsacerdocio,yesundonqueRenzoseaestéril,créeme.Él
quiere muchísimo a Guido, os tenéis que conformar con un único hijo,
sano de mente y de cuerpo. Tienes que hablar de esto con tu marido,
juntos encontraréis la serenidad. Os queréis y resolveréis vuestro
problema.
Celina,conmovida,laabrazó.
—Y no te preocupes, ya me he olvidado de vuestro secreto —
susurróBianca,mientrascorrespondíaelabrazo.
Varenna
Uno
LéoniellegóaVarennabajouncielodenubesbajasyamenazadoras.
HabíasalidoprontoparapoderestarconRogertodoeltiempoposible,
siesqueéltambiénacudía.GuidoestabaenSicilia,enelrodajedeuna
película, y le había dicho que volvería a casa dos días antes de
Navidad.
CuandolapropietariadelHotelduLaclavioentraralvestíbulo,
lareconocióenseguidayledijoqueeldoctorBastianihabíallegadoel
díaantes.
—Seguramente estará durmiendo todavía porque no ha llamado
parapedireldesayuno—explicóaLéonie.
—Megustaríasubirasuhabitación—respondióella.
—Ledaréunacopiadelallave,asínotendráquedespertarlo—
propuso la mujer. Y añadió—: El apartamento está en la primera
planta…
—Gracias, lo recuerdo —la interrumpió Léonie mientras se
adueñabadelallave.
Subiólasescalerasconelcorazónenunpuño,sedetuvoindecisa
frentealapuertadelasuiteydespués,congestodecidido,laabrió.En
cuantopusounpieenelsalón,escuchóelaguadeladuchaenelbañoy
notóeloloraRoger.Entoncessequedóbloqueada,porquecomprendió
queestabainvadiendolaintimidaddeundesconocido.
«¿Peroquédiablosestoyhaciendo?»sedijo,yconlamentehecha
un lío, estaba a punto de marcharse cuando Roger, envuelto en un
albornoz de baño, entró en la sala. Sonrió, feliz, y se acercó para
abrazarla.
—Esteañotambiénhasvenidoaverme—susurró.
Léoniesedeshizoensusbrazosydijo,avergonzada:
—No debería haber subido sin avisar antes. No sé qué me ha
pasado.Heactuadodeunmodovergonzoso.Losiento,salgoyteespero
abajo.
Roger no respondió y desabrochó la cremallera del plumón de
Léonie.
—Quítateesooteasarásdecalor.
Laayudóadeshacersedelanorak.Debajollevabaunachaquetade
terciopeloazul,unacamisetadepuntorasodecolorverdesalviayuna
faldaajuego.Esastonalidadesdestacabanlapielámbardesurostro.
—Monpetitamour—susurróélmientraslaacercabaasucuerpo.
Luego inclinó la cabeza sobre el rostro de Léonie y sus labios se
tocaroncondulzura.
—Durante un pequeño instante, al verte, he pensado que eras una
proyección de mi mente, porque llevo días pensando en ti, deseando
volveraverte—confesó.
—Yotambién—respondióella.
Llamaronalapuerta.
—Yavoyyo—dijoRoger—,acabodepedireldesayuno.
Léonie lo escuchó confabular con la empleada del hotel. Poco
después,Rogerregresóalsalónsosteniendounabandejaquedesprendía
aromaacaféybollosreciénhorneados.Ladejósobrelamesa,pidióa
Léoniequesepusieracómodaenlabutacaysesentófrenteaella.Tenía
elaspectodeunniñofeliz.
—¿Dequéhabéishabladotúylaempleadadelhotel?—preguntó
Léonie,quesentíamuchacuriosidad.
—Lehedadolasgraciasporque,comosabíanquehabíasllegado,
hanpreparadodesayunoparados.Sonmuyperspicacesenestehotel—
bromeóél.
—¡Vaya!—respondióLéonie,sonriendo.
ContemplóelrostroatractivoyserenodeRogerynotóqueenlas
patillas tenía algunas canas, unas canas que el año anterior no había
visto.Lasdospequeñasarrugasverticalesentrelascejaseranahoraun
pocomásprofundas.
Desayunaron sin dejar de hablar y se pusieron al día de lo que
había pasado en sus vidas durante los últimos doce meses. Después,
RogercogiósuavementelamanodeLéonie.
—Nomoveríaniundedoparaquehicieraselamorconmigo,pero
mentiría si no te dijera que estoy enamorado de ti y que te deseo con
todomiser—declaró,mirándoladirectamentealosojos.
—Sabesquedentrodeunashorastendremosquedespedirnos…—
dijoLéonie,algodesconcertada.
—Peroennuestroscorazoneshabráunagranalegría—prosiguióél
mientrascogíasumanoconmásfuerza.
Más tarde, tumbados en la gran cama de matrimonio, acurrucada
entresusbrazos,Léoniedijo:
—Me gustaría que nuestra historia no perturbase el equilibrio de
nuestraexistencia.
—Yotambiénlodeseo—lareconfortóRoger—.Somosunhombre
y una mujer que se han encontrado y se han inventado un mundo
fantásticoenelquevivenunúnicodíacadaaño.Nosconcedemosunas
pocashorasdefelicidadydespuésvolvemosalmundoreal,conscientes
de que nuestro cuento de hadas nos espera de nuevo doce meses
después.
Dos
Nevabacuandosalierondelhotelparairacomer.Enelempedradode
los callejones se estaba formando una fina capa de nieve que hacía
resbaladizo el camino. Roger agarraba con fuerza el brazo de Léonie
mientraslaguiabahaciaelrestaurante.
—¿Noseríafantásticosipudiéramosvernosunavez…?—empezó
adecirél.
—¿Enverano?—Léonieterminólafrase.
Semiraronalosojosylosdosnegaronconlacabeza.
—Nuestrahistoriaesesta,nopodemospedirmás—afirmóLéonie.
—Estoydeacuerdo—convinoél.
—Aunque…unpequeñoretoque…—susurróLéonie,sonriendo.
—¿Loquerríasdeverdad?—preguntóRoger.
Ella reflexionó durante un momento, pero al poco volvió a negar
conlacabeza.
—No,esperfectoasí—sentenció.
Lospocospeatonesquepasabanporallísegirabanparaobservar
esaeleganteparejadeturistasquecaminabanjuntosbajolanieve.
En el restaurante, mientras picoteaban un entrante y esperaban a
quellegaralacremadeverduras,Rogerdijo:
—Heestadoapuntodenopodervenirporquemimujerhatenido
unhorribleaccidentedetráficoys’enesttiréédejustesse.Diezhoras
dequirófanoparaoperarla.Temílopeory,mientrasestabapreocupado
por ella, no dejaba de preguntarme si podría venir aquí. Por fortuna,
hace tres días que abandonó la unidad de cuidados intensivos y pude
salir,felizporelhechodequeestuvierafueradepeligroyfeliztambién
porqueesperabapoderverte.
—Sientomucholodetumujer—dijoLéonie.
—Talvezdeberíamosdarnosnuestrosnúmerosdeteléfono,porsi
nospasaraalgograve—sugirióél.
—Situvieratunúmerodeteléfononosécómopodríaresistirala
tentacióndebuscarte—confesóella.
—Amímepasaríalomismo—convinoél.
—Acabaríamosestropeándolotodoyestahistoriaestanpeculiar,
tanúnica,quepodríairseapique—afirmóLéonie.
—Tienes razón, sería un error —dijo él, y se llevó a los labios,
condelicadeza,unamanodeellamientrassusurraba—:Mehacesfeliz,
pequeñaLéonie.
Cuandosemarcharondelrestauranteyanonevabaperoelfríoera
todavíamásintenso.
—¿TienesqueiraMorbegno?—preguntóRoger.
—Debería, pero es tarde y prefiero volver directamente a
Villanova. Dentro de un par de horas llegarán a casa madres y niños
paralafiestanavideñademihijo.
Serefugiaronenelbardelhotelparatomaruncafé,sentadosfrente
alasventanasconvistasallago.
—Tevoyaenseñarlasfotosmásrecientesdemipequeño—dijo
orgullosa Léonie, y sacó algunas instantáneas a color de su bolso—.
¿Nocreesquesemeparece?—preguntómientrasselasenseñaba.
—Esposible,peroasuedadlosrasgostodavíanoestándefinidos.
Aunqueparecequeesunjovencitomuysanoyconlosojosmuyvivaces
—comentóRoger.
—También es un torbellino, corre y salta como un caballo, habla
porloscodosypretendequetodoelmundocomprendaloquedice.Yo
lehabloenfrancésylosdemásenitaliano,yélseconfundeunpoco—
explicóconentusiasmo.Despuésmiróelrelojquellevabaenlamuñeca
yanunció—:Tengoquevolveracasa.
—Tehetraídounpequeñodetalle.—Lacogiócompletamentepor
sorpresa.Sesacóunpequeñopaquetedelbolsillodelospantalones.
—¿EsunregalodeNavidad?—preguntóella.
—LovienunescaparatedeTiffany’slaprimaverapasada,cuando
estuveenNuevaYork,ypenséenti,quesiemprellevasunapulseracon
dijes.
Era un colgante de oro con forma de manzana decorado con
minúsculosrubíescondospequeñashojasdeesmeralda.
Ellaseconmovió:
—Esprecioso,gracias—dijo,ylocolgóensupulsera—.¿Ypor
quéprecisamenteunamanzana?—preguntóLéonie.
—Eselfrutoprohibido,elfrutoquelosdosestamosmordiendo—
bromeóRoger.
—Yesdulceyapetitoso—añadióella.
En la plaza, Roger la abrazó una última vez antes de que ella
subieraasucoche.
—Tedeseounañomaravilloso—susurró.
—Aurevoir,Roger,cuídate—respondióella.
Cuandoregresóacasa,sesentíamal.Bajódelcocheylosdientes
lecastañeteabanporelfrío.Vioalgunasmadresconsushijospequeños
entrandoenlavilla.
Inesperadamente, Guido estaba en la entrada recibiendo a los
invitados.
—¿Dóndehasestado?—dijo,yluegolamiróconaprensión—.¡Tú
teencuentrasmal!
—Me voy directa a la cama —murmuró ella, y se dirigió al
ascensor.
Se desnudó rápidamente y se metió en la cama. Tenía fiebre y,
antesdequedarsedormidaytenerunapesadilla,pensóqueelmalestar
lahabíalibradodetenerquementirasumarido.
Elmédico,aquienGuidollamó,lavisitóylehizounaspreguntas.
Despuésconcluyó:
—Varicela. Evidentemente no la tuvo de pequeña y su hijo, que
acabadepasarla,lahacontagiado.
Tres
LéoniepasólaNavidadylosdíasposterioresguardandocama,peroa
medida que la fiebre disminuía, aumentaban las molestias por las
pústulaspruriginosasqueteníaenelcuerpoylacara.Guidoempezóa
pasaralgunashorasconellayleleíaenvozaltaartículosinteresantes
de los periódicos. A menudo, Léonie caía lentamente en el sueño,
acunada por su voz y por el recuerdo del día que había pasado con
Roger.
Giuseppe,porlanoche,solíadormirseenlacamadematrimonio,
entre ella y Guido. Eran momentos muy tiernos en los que Léonie se
sentía una mujer satisfecha. Pero cada noche, antes de dormirse, le
dedicabaelúltimopensamientoaRoger.
Enerotocabaasufin,losdíassealargabanpocoapoco,yLéonie
y Guido estaban en el salón adyacente al dormitorio. Ella hablaba
acerca de sus proyectos de trabajo, intentando comprender, sin que
parecierademasiadoevidente,losmotivosdelalejamientodesumarido
de la empresa familiar. Que se hubiese dedicado a la escritura,
siguiendo una predilección natural, no justificaba su aversión por la
grifería.
—Cadavezquepongodemanifiestomientusiasmoporeltrabajo,
tengolasensacióndequetesabemal—seatrevióadecirle,finalmente.
—No es eso. Me gusta que estés aprendiendo a conocer los
engranajes de la empresa, pero no puedes pretender que yo sienta el
mismo entusiasmo por una actividad con la que no congenio —
respondióél,condelicadeza.
Léonieleacariciólamejillaycomentó:
—Avecesmeparecequeestástriste.
Élsonrió:
—Te equivocas de nuevo. Tengo todo lo que necesito para ser
feliz.Tranquilízate,Léonie.Todovabien.
Lo miró dubitativa, preguntándose si Guido estaba diciendo la
verdadosi,encambio,leestabamintiendoaellaytambiénasímismo.
La diferencia entre su marido, al que quería mucho, y Roger era esa:
Roger era transparente, Guido era hermético. Su mirada azul tenía una
apariencia límpida, pero Léonie nunca sabía qué estaba pensando
realmente. Se preguntaba si Guido sabía que no era hijo de Renzo
Cantoniysiesoeraunmotivodeinfelicidad.LosCantonicubríansus
secretos bajo una capa espesa y, si alguien intentaba levantarla,
aparecíanaguijonesdispuestosaherirlamanoindiscreta.
Guidoignorólamiradaperplejadesumujeryletendióunestuche
deterciopelo.Dijocontonoburlón:
—Esto es para ti, para celebrar que te has curado, así que no
puedesrechazarlo.
Léonieabriólacajita,queconteníaundije,unamanzanaderubíes
idéntica a la que le había regalado Roger, pero esta era un poco más
grande.
—Viqueenlamesitadenocheteníaselbrazaleteconlosdijesy
mesorprendiólaminúsculamanzanadeTiffany’s.Espreciosa.Asíque
hepensadoquepodríaregalarteunaigual,peromásgrande,paraquela
puedasllevarcomocolgante—explicó.
El dije iba acompañado de una cadena de oro blanco que
combinabapequeñasesmeraldasesféricasconrubíes.
—Gracias,cariño.Esunregalopreciosoymegustamucho—dijo
Léoniemientrassumaridoselacolocabayabrochabaelcierre.
En ese momento, Léonie temió que Guido le preguntara quién le
había regalado el dije del brazalete. ¿No lo hizo por discreción o
porquenoqueríasaberlo?¿Leestabaenviandounmensajesilenciosoo
simplemente quería regalarle algo que le gustara? Las dudas pasaron
como un rayo por la mente de Léonie. Durante unos instantes, esperó
unas preguntas que no llegaron. Dio gracias de todo corazón por ese
silenciotancaracterísticodelafamiliaCantoniqueahoralepermitíano
tener que mentir. Le dio un suave beso en los labios a Guido y le
susurró:
—Tuternurameconmueve.
Guidolacogióporlacinturaydijo:
—Quiero mencionar que debido a tu varicela hace mucho tiempo
quenohacemoselamor.
—¿Tengoquepensarqueturegaloesporinterés?—bromeóella.
—Piensaloquequieras,perovenconmigo—respondió,ylacogió
delamanoysedirigieronaldormitorio.
***
Léoniesereincorporóaltrabajoenfebrero.Empezóarecopilar,limpiar
y catalogar los grifos antiguos que había encontrado en el sótano y a
hacervisitasaloschatarreros,queabundabanenlospuebloscercanos,
para conseguir más. Hizo correr la voz y en los desguaces, cuando se
encontrabanconviejasválvulasdeagua,laavisabanenseguida,porque
sabían que pagaba bien. La idea de un museo del grifo iba tomando
forma.Susuegrosepercatómuypronto,ymásprofundamentequeella,
delaintuicióngenialquehabíatenidosunuera,yenNavidadleregaló
algunos libros preciosos sobre grifería impresos en los siglos y ,
provistosdedibujosdeválvulasygrifos.
En verano estaba embarazada de nuevo. Su segundo hijo,
concebido en mayo, nacería a finales de enero. Cuando estaba en su
octavomesdeembarazo,el22dediciembre,sedirigióencochehasta
Varenna.
Condujo lentamente, con prudencia, y durante el trayecto intentó
adivinar cuál sería la reacción de Roger al verla con semejante
barrigón.EsosiesqueestabaenVarennaesperándola.Sediocuentade
quelaincertidumbredesuscitaseramuyestimulante,formabapartedel
juegoycontribuíaamantenervivasurelación.
Cuando la dueña del hotel la vio entrar al vestíbulo, observó
atónita el enorme vientre de Léonie y, con su habitual cortesía y
profesionalidad,preguntó:
—Sinoesmuchaindiscreción…¿paracuándoloespera?
—Para dentro de un mes, aunque si pudiera lo tendría ahora
mismo, porque es difícil moverse con una barriga tan grande —
respondióLéonieconunasonrisa.
—Enhorabuena, señora. Aquí tiene la llave. El doctor me ha
pedido que le llevemos el desayuno a la habitación en cuanto usted
llegara.
XVI
XVII
Léonie subió por las escaleras y al abrir la puerta del pequeño
apartamento,vioaRoger,sentadoenlabutaca,hojeandounperiódico.
Alzó la mirada en su dirección y se le iluminó el rostro. Acto
seguido,rompióelsilencioconunacarcajada.
—¡Oh, mon Dieu! Espero que no quieras parir aquí —exclamó
justoantesdelevantarseyacercarseaLéonieparaabrazarla.
Cuatro
—¿Niñooniña?—preguntóRoger.
—Sólolosabenmimaridoyelrestodelafamilia,yoprefieroque
seaunasorpresacuandonazca.Detodosmodos,éloellayyoestamos
muybien.Nopuedeshacertealaideadelobienquemesientocuando
estoyembarazada—respondió,ysesentóenunabutacafrentealamesa
dondehabíandejadolabandejaconeldesayuno.
—Tubellezamedejasinaire—susurróél,admirado,mientrasse
sentabafrenteaella.Losojoslebrillaban.
—Sitúlodices,tecreo.Peromesientocomounaballena,eigual
queuncetáceo,sólomeencuentrobienenelagua.
—Es una gimnasia óptima para las mujeres encinta. ¿Nadas cada
día?
—Tenemos una piscina en el semisótano. También la usa mi
Giuseppeparachapotear,silovieras…Haaprendidoanadarantesque
acaminar.
AcabarondedesayunaryRogerdijo:
—Túmbateenlacama.Voyahacerteunarevisiónparacomprobar
quetodoestébien.
Era un día muy bonito y el sol, a través de las cortinas de la
contraventana,iluminabalahabitación.
Léonie se desnudó y se metió en la cama. Se tapó con la sábana
hastaelmentónyentonces,Rogersequitólachaquetaysesentójuntoa
ella,enelbordedelacama.
—Quieroversirealmenteestástanbiencomodices—comentó.Le
acarició el pelo y después sus manos descendieron para comprobar el
interiordelospárpados,lamandíbula,elcuello.Apartólasábanapara
palparelsenocondelicadeza,luegolasaxilasyelvientre.
Laparteinferiordelvientreempezóaelevarserítmicamente.
—Leestáshaciendocosquillasaminiño,estádandopatadascomo
unloco—dijoLéonie,riendo.
Roger sonreía, pero estaba callado y concentrado. Inclinó la
cabezayapoyólaorejaenlabarriga:
—No tengo el estetoscopio, pero si no hacemos ruido puedo
escucharellatidodelcorazóndetuhijo.
Eraagradableyreconfortantesentirsobrelapieltirantedelvientre
elrostrocálidodeRoger.
—Este corazoncito galopa al ritmo de un campeón —observó el
médico.
Después apartó la sábana y bajó sus manos por las piernas de
Léonie, en una larga caricia, y se detuvo en los tobillos, que presionó
conlayemadelosdedos.
—¿Bebes agua? —preguntó mientras la volvía a cubrir con la
sábana.
—Lasuficiente—respondióella.
—¿Ladigestiónvabien?
—Bueno,éloellamepresionaelestómagoymecuestaunpoco.
Mepasólomismoconmiprimerhijo.¿Quieresasustarme?
—Estás perfectamente… O mejor dicho, estáis perfectamente.
¿Cuándosalesdecuentas?
—Dentrodeunmesyunospocosdías,aunquepreferiríaquefuera
ya,porqueestasúltimassemanasestánsiendoagotadoras.
Rogersepusoenpieypreguntó:
—¿Teimportasiestoycercadeti?
—¿Enseriomelopreguntas?
Rogersetumbóenlacamajuntoaellaylaabrazó.
Empezaronaponersealdíasobreloqueleshabíasucedidoenel
últimoaño.Rogerexplicóquesumujertodavíanosehabíarecuperado
por completo después del accidente, por lo que sus dos hijos estaban
consusabuelosmaternos,peroesperabaquevolvieranacasaantesdel
verano,porqueenfebrerosumadretendríaquesometerseaunaúltima
operaciónortopédicaparacolocarbieneltobillo.Tambiénlecontóque
habíaganadolacátedradeginecologíayconcluyó:
—Se ha probado un hecho peculiar: parece ser que me he
reblandecido. Lo aseguran mis compañeros de trabajo, mis amigos y
tambiénmifamilia.Haceunosdías,mipadremepreguntó:«¿Quiénes
ella?». Yo estaba bebiendo un café y me atraganté. Y él, sin darme
tregua,continuó:«Hascambiado,Roger.Paramejor,naturalmente».No
podía mentirle, nunca lo he hecho. Así que respondí: «Pienso en algo
que me hace feliz», y ¿sabes qué contestó? «Entonces no lo dejes
escapar,porquetesientamuybien».
LéonieseapretócontraelcuerpodeRogerysusurró:
—Mehacessentirimportante.
—Nopuedonegarqueestoycelosodetumarido—confesóRoger.
—Yotambiénloestoydetumujer.Perosoncelosbuenos,sinlas
sombrasdelospensamientososcuros.
—Dentro de poco tendremos que despedirnos. Propongo que
excluyamos de nuestro mundo fantástico nuestros respectivos cónyuges
—dijoél,riendo,yabrazóconmásfuerzaaLéonie.
Sequedaronasí,abrazados,acariciándose,hastaquetuvieronque
levantarsedelacama.
Sedijeronadiósenlaplazadesiempre.Después,cadaunosubióa
sucocheysemarcharondeallí.
Cinco
Gioacchino nació a finales de enero. Léonie había estado toda la
mañana en la oficina con su suegro. A la hora de comer notó una leve
punzadaquepasóalpocotiempo.Dehecho,cuandoGuidollamódesde
Romaparasabersihabíaalgunanovedad,ellalotranquilizó:
—Todavíafaltaunasemana,yalosabes.Túsiguetrabajandoyno
tepreocupes.
Desdehacíaunosmeses,sumaridosededicabaaunproyectoque
le motivaba mucho: una historia ambientada en el siglo y que se
desarrollabaentreMilányellagodeComo.
La negociación con los altos cargos de la Rai iba cada vez más
lentaporque,otravez,losdirectivoshabíancambiadoytocabaempezar
de cero. Guido los conocía a todos, pero era muy difícil llegar a un
acuerdoenesemundotaninfluenciadoporlospartidospolíticos.
Cuando regresaba a Villanova, se quejaba mucho de eso y una
noche,durantelacena,despuésdehaberrelatadoelenésimotentativo
fallidodefirmaruncontrato,concluyó:
—No es sólo agotador, sino que también es humillante y tengo
ganasdemandarlotodoalgarete.
—¿Ves? Muy bien, vuelve a ocupar tu cargo en la grifería —
comentósupadreconlaesperanzadequeGuidovolvieraatrabajaren
laempresafamiliar.
Sabía que eran palabras desperdiciadas, porque su hijo nunca
volvería a la Grifería Cantoni después de aquel horrible suceso que
todoshabíanolvidado.
AhoraestabahablandoporteléfonoconLéonieydijo:
—¿Estás segura de que si vuelvo el jueves llegaré a tiempo para
verelnacimientodelniño?
—Segurísima.
XVIII
A media tarde fue a ver al abuelo Amilcare, quien, desde hacía
algunassemanas,yanosalíadesuhabitaciónporquenoteníasuficientes
fuerzascomopararecorrerladistanciaqueseparabasudormitoriodel
salón. Lo encontró sentado en una butaca. Estaba dormitando mientras
una criada, sentada frente a él, hacía punto y veía en la televisión un
concursopresentadoporMikeBongiorno.
—Voy a preparar una infusión —dijo la mujer en cuanto entró
Léonie.
Léonieapagóeltelevisor,sesentóenotrabutacajuntoalanciano,
leacaricióunamanoylesusurró:
—Hevenidoahacerlecompañía.
Elhombreabriólosojos,lamiró,sonrióydijo:
—Eresmuybuenachica.¿Quéhoraes?
Desde hacía una temporada, le preguntaba a todo el mundo qué
horaera,comosituvieraunacitaytemierallegartarde.
—Sonlascinco.
—Estabasoñando—dijoAmilcare.
—¿Unsueñobonito?
—Era joven y fuerte. Estaba sentado en la hierba, en el jardín, y
jugaba a dados con Bianca. También estaba Generoso Castelli, ese
insoportable chichisbeo. A mi edad por fin puedo permitirme decir la
verdad: siempre me cayó mal, aunque lo apreciaba porque era un
hombresinceroeinfeliz.
—Peroahoraestámuerto—comentóLéonie.
—Queenpazdescanse.Noesagradablecompartirelamordeuna
mujerconotrohombre,aunquesepasqueellasólotequiereati.
Léonienotóotrapunzadaenelvientreypensóenelhijoqueestaba
apuntodenacer,ensumaridoyenRoger.AdiferenciadeBianca,que
reservabaasulegítimoesposotodalacargaeróticaysóloestabaunida
a Generoso por un sentimiento de amistad, ella sentía por Guido un
afectoauténticoyprofundoqueconvivíaconlaatracciónporRoger,a
quien,apesardetodo,sóloreservabaunpequeñoespacioensuvida.
EmergiódesuspensamientosysonrióaAmilcareCantoni.
—Esaguapasada,abuelo—dijoLéonie.
—Sí,tienesrazón.Además,hetenidounavidafantástica.Mishijos
han seguido sus vocaciones con resultados excelentes. Mi nieto se ha
casado contigo, que parece que hayas nacido para tener hijos y para
dirigir la empresa familiar. Todos, en nuestro interior, vamos
acumulandodisgustosporquenosgustamostrarunaaparienciaperfecta.
Perocuandotehacesviejotienesquepasarcuentasconloquehayahí
dentro.Esperoqueamisbisnietos,esdecir,atushijos,lasapariencias
lesimportenuncominoyqueprestenmásatenciónalaesenciadelas
cosas.
Lacriadaentróenesemomentocondosinfusiones.
—Tambiénlehepreparadounaparausted,señora—dijomientras
leofrecíaunataza.
—Déjela en la mesa, por favor —pidió Léonie, que empezó a
sentirnáuseas.Otrapunzadamásagudaleatravesólosriñones.
Selevantódelasientoconmuchasdificultadesysusurró:
—Creoquetengoqueirmeahoramismoalacama.
Cuando se puso en pie, notó un líquido caliente recorriendo sus
piernas.
—Herotoaguas—exclamó,preocupada.
—¡Dios mío, señora! La acompaño a la cama —dijo la sirvienta,
alarmada.
—Quécama,tienesquellamaraunaambulancia,tienequeingresar
enunhospital—intervinoelviejoAmilcare,quetambiénsepusodepie
conunaagilidadinesperada.
Después todo sucedió muy rápido. Léonie tenía contracciones
dolorosas,cadavezmásfrecuentes,elginecólogoestabailocalizabley
llamaron inútilmente a una ambulancia. El médico de familia llegó a
tiempo para asistir el parto del segundo hijo varón de la familia
Cantoni. Guido estuvo pegado al teléfono hablando con su padre, que
estabaenlapuertadelahabitacióndeLéonieconCelinayelabuelo.
Siguiólosmomentospreviosalpartoycuandoporfinpudohablarcon
ellaporteléfono,dijo:
—¡Gracias,tesoro,eresfantástica!Salgoinmediatamenteyllegaré
esta misma noche. —Luego añadió—: ¿Qué te parece si lo llamamos
Gioacchino?
—¿Igualqueeltío?—preguntóella.
—ParacontinuarconlaletraGdeGiuseppe.
—Çava—concluyóella.
Mástarde,elabueloAmilcarevolvióconellaparacomprobarque
estuvierabien.
—Papá,Léonienecesitadescansarahora—ledijoRenzoCantoni,
queestabajuntoalacamadesunuera.
—Esta muchacha me necesita —dijo el patriarca, alejándolo con
ungestoautoritario.
Dos criadas se habían encargado del recién nacido, que ahora
descansaba en la habitación adyacente. Giuseppe soñaba felizmente en
su habitación y todavía no sabía que ahora ya era un hermano mayor.
Léonie, abandonada sobre los cojines de su cama, pensaba en su
marido, que estaba viajando por autopistas para volver a casa, y en
Roger, a quien le habría gustado mostrar su precioso hijo. Amilcare
estabasentadoenunasillaalospiesdelacamaylaescrutaba.
Entoncesellasusurró:
—Abuelo,¿puedohacerleunapregunta?
—Porsupuesto—respondióAmilcare.
—¿Guidotuvounhijodeotramujerantesdecasarseconmigo?
Léonieselopreguntabadesdeundíaenque,mientrasordenabalos
cajones del despacho de su marido, se encontró una especie de carta,
enrolladaysujetaporunminúsculobrazaletedebolitasdecoloresde
cristal.Enlahoja,amarillenta,habíaescrito:
,
yunalistaenlaquehabíaunaseriedetareasnumeradas.
Leyólalistadearribaabajo,luegovolvióaenrollarelfolioylo
dejóenelcajónconelbrazalete.
—No —respondió el viejo Amilcare. Y añadió—: Si lo hubiese
tenido,noseríassumujer.
—NosénadadelpasadodeGuido—susurróella.
—Esconderloshechosdolorososesunviciofamiliar.
—¿Hasufridomucho?—lepreguntóalanciano.
—Todos hemos sufrido. Pero creo que llegados a este punto,
deberíassaberciertascosas.Ycomominietonohablaránunca,voya
hacerloyo.
COSASQUEHACERANTESDEQUENAZCAELNIÑO
Amaranta
Uno
Guido se parecía mucho a su madre, pero siempre había alguien que
reconocía, en algunas de sus expresiones, una semejanza a su padre.
Nadie habría puesto en duda que Renzo fuera su padre. A medida que
fuecreciendoycadavezqueasumíaexpresionesoactitudestípicasde
los Cantoni, le decían: «Mira, igual que tu padre». Y Renzo estaba
orgulloso, porque siempre lo había considerado y lo había querido
comosifuerasupropiohijo.
Guido, por su parte, alimentaba por su padre un respeto
reverencial. Cuando era pequeño, le escribía cartas afectuosas. A su
madre, que lo mimaba de todas las maneras posibles, le reservaba su
partemástierna.
ConlaabuelaBiancateníaunrelaciónconflictiva,porqueella,a
veces, se ponía a su mismo nivel y le hacía cosas que él devolvía.
Acababan discutiendo y ella se ponía de morros. Entonces Guido se
refugiabaconelabuelo,quepasabamuchotiempoconél,leenseñabaa
cuidarlasplantasdeljardín,apescarenelrío,aconstruircarritoscon
tablas de madera y le contaba viejas historias del pueblo. El abuelo
conocíaatodaslasfamiliasdellugarysusentresijos,yselosexplicaba
aGuidoadornándolosconanécdotas.Élescuchabaynuncasecansaba.
A la villa acudía de vez en cuando el tío Gioacchino, que le regalaba
imágenesdesantos.ConmásfrecuencialosvisitabaGenerosoCastelli,
alqueGuidollamaba«tío»,ydequienrecibíaregalosimportantes:una
bicicleta,unaenciclopediaparaniñosountelescopioparacontemplar
lasestrellas.DespuésseencerrabaenelsalónconlaabuelayGuidolos
sorprendía en discusiones acaloradas sobre temas que no alcanzaba a
comprender.
A veces el abuelo se lo llevaba al pueblo, a la Villa Olgiati, a
charlarconlosancianosquepasabantemporadasallí.
La residencia era, después de la empresa familiar, el pasatiempo
de Amilcare. Se ocupaba de ella activamente y, si era necesario,
intervenía con todo el peso de su autoridad para proponer la
contratación de un médico en lugar de otro, escuchaba al personal y a
los residentes, discutía con las cocineras que preparaban la comida,
exigíaprobarlosalimentosyselosdejabaprobartambiénaGuido.
—Miraesteescalopínydimequéteparece—loanimaba.Opor
ejemplo—:Pruebaestepostreyeseotroydimecuáltegustamás.
Guidosesentíaimportantecuandolepedíanqueeligiera.Aunque
sabíaque,detodosmodos,elabuelohacíaloquequería,siempretenía
encuentalosgustosdesunieto.
Después Amilcare convocaba en su despacho al administrador y
hablabanlargoytendidosobreloscostes,laausenciadedeterminadas
prestacionesolasventajasdealgunaterapiarespectoaotra.
Enunaocasión,elabuelofueaRomaysellevóaGuido.Amilcare
había solicitado una reunión con alguien del Ministerio de Sanidad y
Guido estuvo sentado a su lado mientras exponía sus peticiones a un
secretariodelministroqueloescuchabaatentamente.
Cuandosemarcharon,elabueloledijo:
—Ese tipo es un cretino. No entiende nada. Tengo que hablar
directamente con el ministro si quiero conseguir algo. Porque mira,
Guido, Villa Olgiati tiene que autofinanciarse, es el único modo para
quenuestrosancianosesténsegurosynadielospuedaechar.
Guidonocomprendíamuybienesosrazonamientos,peroaunasíle
resultabanestimulantes.
Larelaciónconlosotrosabuelos,loscondesOlgiatiTremonti,no
era tan cercana. El abuelo conde se dedicaba a gozar de la vida y
considerabaeldinerocomounmalnecesario.Renzodecía:
—Entremisuegroyeldineronuncahahabidosintonía.
Alaabuelaprincesa,encambio,parecíaquetodoytodosledaban
igualyseenfrentabaalossucesosdelmundocondistancia.Devezen
cuandodecíaquequeríadejarMilánparamudarseyvivirconsuhijoen
África.
—Si no fuera porque allí abajo son todos tan negros, incluida mi
nuera,mehabríamarchadohacetiempo.Diosmío,tambiénelpersonal
deservicio,conesasmanosnegrísimas…quecocinanlacomida,hacen
lascamas…Quiénsabe,¿puedeunafiarsedeellos?
Yconestosdilemas,nuncaseatrevíaamarcharse.
Guido era el único niño en un mundo de adultos. Celina no quiso
llevarloalaguardería,peroRenzoinsistióenqueelpequeñoteníaque
ir a la escuela primaria pública, y entonces la villa se llenó de niños
porque Celina no desperdiciaba ninguna ocasión para ofrecer una
merienda a todos sus compañeros y los trataba como si fueran hijos
suyos.Amuchosdeellosleshabíaenseñadoanadarenlapiscinadela
villaylosmirabaconcariño,suspirando:
—Me habría encantado poder darle a mi hijo un ejército de
hermanitosyhermanitas.
YaGuidoledecía:
—Algúndía,cuandoseasgrandeytecases,deberástenermuchos
hijos,porquelosniñossonunabendición.
Detodosloscompañerosdelaescuela,GuidopreferíaaAmaranta
Casile, hija de inmigrantes calabreses que habían llegado al norte
empujadosporelhambre.TodoslallamabanMara,peroéladorabaese
nombredulceyásperoqueseadaptabaaella,porqueAmarantateníaun
encarnadooscuro,elcabellodelcolordelgranomaduroyojosverdes
degata.Eradelgadacomounpalilloyvestíaropadesgastada,peroera
tanfuertecomolosniñosconlosqueamenudosepeleabapornada.Y
no lloraba nunca, ni cuando salía de las peleas llena de moratones ni
cuandolamaestralaregañabaporalgúnerror.Hablabapoco,perosus
ojos despiertos transmitían todo ese orgullo que tenía y que fascinaba
tantoaGuidocomosuvozronca.
Una vez, él le dejó en la cartera una nota escrita: «Amaranta, me
recuerdasalsol.Elotrodíaterocéunamanoyprácticamentemequemé
delocálidaqueera.Avecesnopuedomirarteporquetuluzmeciega.
Tequiero».
Aldíasiguiente,ellalesusurró:
—Erestonto.
Élseavergonzóporesaspalabrasestúpidasquehabíaescritopor
impulso.Después,Amarantalediounaexplicación:
—Siempretengofiebre,poresotengolapielcaliente.Perosomos
pobres,notenemosdineroparaqueunespecialistameveayelmédico
delamutuanosabequéhacerparacurarme.Peroestoybien.Porcierto,
olvídatedelaluzcegadoraydelsol.¡PorelamordeDios!¿Quésabrás
tú,queeresunseñorito,decómofuncionanlascosasdelospobres?Mi
madretieneotroscincohijosalosquecuidarytrabajaenelcampo,mi
padreesalbañilysóloganaunaspocasliras.
Guidoleexplicóesahistoriaasuabueloyalfinallepreguntó:
—¿Nopodemosayudarlos?
—Ser rico no significa ser omnipotente. Si ayudáramos a todo el
mundo,alfinalyanopodríamosayudaranadie.Yademás,lospobres
también tienen dignidad. ¿Te gustaría regalar dinero a los Casile? ¿Y
después qué? En cuanto se acabara el dinero, volverían a la misma
situación.
—¿Entoncesnohayningunaesperanzaparaellos?
—¿Esperanza de qué? ¿En la justicia social? Es mejor que se la
dejemos a los políticos, que la utilizan como eslogan durante las
campañaselectorales.Nuncahahabidoninuncahabrájusticiasocial.
Despuésdelaeducaciónbásica,Guidocontinuólosestudiosenun
internado,siguiendolatradiciónfamiliar,yseolvidódeAmarantahasta
el día en que, después de licenciarse, entró a trabajar en la empresa
familiarparaayudarasupadre.
Dos
Enaquellaépoca,laempresafamiliarprosperaba.LosCantonihabían
reestructuradoydestinadoaoficinaselviejoedificio,lasedehistórica
delagrifería.Allado,construyeronunedificiomodernoquedisponía
de una sala para el comedor de los trabajadores y una enfermería que
contabaconlapresenciapermanentedeunmédicoyunaenfermera.El
númerodeempleadoshabíaaumentadomucho;prácticamentecasitoda
la fuerza de trabajo de Villanova estaba en las dependencias de los
Cantoni.
Laagricultura,quedurantesigloshabíasidoelúnicorecursodela
zona,cedióelpasoalaindustriaylasáreascultivablessedestinarona
la construcción. La periferia del antiguo arrabal era una especie de
canteradondeselevantabanedificiosdestinadosalostrabajadoresque
veníanespecialmentedelsurdeItalia.LosCantonieranpropietariosde
una decena de edificios cuyos apartamentos alquilaban a precios
asequibles a los trabajadores de la fábrica. Fueron los años de las
protestas juveniles, de las manifestaciones, de las huelgas a ultranza.
Todos los trabajadores estaban sindicados, excepto los de la Grifería
Cantoni. Cuando los representantes de los sindicatos acudían a la
fábricaparaarengaralpersonal,lesdecían:
—Nosotros tenemos un sueldo correcto y las negociaciones las
hacemosdirectamenteconlosdueños.
Eranconscientesdeque,actuandodeesemodo,noayudabanalos
compañeros menos afortunados, pero también sabían que todos los
privilegios de los que disfrutaban derivaban del trato diario con
Amilcare,eldueñoqueprimerohabíasidocampesinoydespuésobrero,
y que hablaba igual que ellos. Los trabajadores lo hacían partícipe de
susnecesidadesyAmilcarelosimplicabaenlavidayenlosproblemas
de la empresa. Si había discrepancias, trabajaban en equipo para
encontrarunasoluciónquesatisficieraatodoelmundo.
Desde que Guido era niño, Amilcare siempre le había dicho lo
mismo:
—Lafábricaesnuestrafamilia.Sialosempleadosdomésticosles
damosbuenascamasybuenacomida,tendránbuenasaludytrabajarán
bien. Del mismo modo, si retribuimos adecuadamente a nuestros
operarios,silosrespetamosysientenqueformanpartedeunaempresa,
trabajanmejor.Recuérdalo,porqueundíalaGriferíaCantoniserátuya.
Guido ya tenía el futuro escrito. Pero prefería la literatura a los
grifos,omejordicho,lainvestigaciónuniversitaria,peronoseatrevíaa
confiaresavocaciónanadie.Porotraparte,conocíalafábricaentoda
sucomplejidad,porquedepequeñohabíapresenciadolasdiscusionesy
lasreflexionesentresupadreysuabuelo.
Después de licenciarse, se matriculó en un curso de
especializaciónenunauniversidadamericanaypasóunañoenEstados
Unidos. En aquella época tuvo algunas aventuras sentimentales, se
enamoródeunaperiodistadelaNBCysefueavivirconellaasucasa
de Nueva York. Fue una lástima que, después de un breve viaje a
Boston, al volver a casa se la encontrara en la cama con otro. Le
molestómáselhechodetenerquebuscarseunnuevoalojamientoquela
traicióndelajoven.AlregresaraItaliaempezóatrabajarenlagrifería.
Elmédicodelafábricalecomunicóquevariasempleadassufrían
trastornosnerviosos,ansiedadymalestarpsicológicodebidoalasuma
del trabajo con las responsabilidades y las tareas familiares. Guido
hablódeelloconsupadreylepropusocontrataraunasistentesocial.
El proyecto se aprobó rápidamente y se llevó a cabo. Guido también
tuvolaideadeeditarunperiódicoenelquelostrabajadorespudieran
escribirparaexpresarsusopinionesacercadeltrabajo,laempresaola
competencia. El primer número tenía que salir con motivo del
centenariodelafábricay,sindemostrardemasiadaimaginación,Guido
lobautizóconelnombredeElNoticiario.Leencargóladirecciónaun
amigoqueerareporterodeundiariomilanés.Lainiciativafueacogida
conentusiasmoporlostrabajadoresyasuescritoriollegaronpáginasy
páginas muy interesantes, prácticamente todas manuscritas y a menudo
con caligrafía y gramática torpe. Guido se apasionó tanto por El
NoticiarioquedonRenzoCantoniledijounanocheasumujer:
—Guido está teniendo muchas ideas para rejuvenecer la fábrica.
Cuandollegueeldíaenquetengaquedirigirla,esperoquelohagacon
elmismoímpetuconelqueseocupadelperiódico.
EraelmesdejulioyGuidohabíatrabajadodurantevariassemanas
enlaconfeccióndelnúmerocero.Antesdemandarloaimprenta,pasó
eldíarevisándoloatentamentejuntoaldirector,quehabíaacudidoala
fábricaporlatarde.Enplenanoche,cuandolosempleadosyasehabían
marchado y sólo quedaban los dos guardias nocturnos, Guido se
despidió del periodista y cada uno se subió a su coche en el
aparcamiento. Guido encendió el motor, puso la marcha atrás y chocó
contraalgunacosaqueemitióungritoagudo.Sedetuvoinmediatamente,
bajódelvehículoyseencontróaunamujerenelsueloconlabicicleta
delrevés.Unguardiaseacercócorriendomientrasgritaba:
—Conducíacomounalocayustednopodíaverlallegar,señor—
precisó, no sólo para aclarar la dinámica del accidente, sino para
ponerseinmediatamentedepartedeldueño.
Guido ni siquiera le escuchó mientras se inclinaba consternado
sobrelapobrecita.
Lareconocióalinstante:eraAmarantaCasile.
—¿Dónde te duele? —preguntó, preocupado, y le tendió la mano
paraayudarlaaponerseenpie.
—Enelcostado—respondiócuandoestuvoenpie,sujetándoseen
él.Elcabellolecaíasobreloshombrosgráciles.
—¿Estásentera?—preguntóelguardia,acercándoseaellos.
—Yosí,peromibicicleta…—protestóella.
El guardia levantó la bicicleta, puso derecho el manillar, que se
habíatorcido,ygruñó:
—Esta chica sale siempre tarde y se mueve como un cohete sin
miraradóndeva.
—Perdóname,Amaranta—susurróGuido.
—¿Dequé,señor?Laculpaesmía—replicóellafulminándolocon
lamiradamientrasrecuperabasubicicleta.
—¿Metratasdeusted?
—Nomegustahablardeotromodoalosempresarios—respondió
conactituddesafiante.
—Perosinosconocemosdesdeniños…—dijoél,avergonzado.
La joven no respondió, se sentó sobre el sillín, dio un par de
pedaladasinsegurasysemarchó.
—Todosolucionado,señor—loreconfortóelguardia.
—¿Trabajaconnosotrosesachica?—preguntóGuido.
—Enelalmacén—respondióelguardia.
Guidosemontóensucocheysediocuentadequeletemblabanlas
manos.
Tres
Lamañanasiguiente,Guidoacudióalasoficinasypidióconsultarel
listadodelaplantilla.Entrelosnombresdelosempleadosdelalmacén
figuraba el de Amaranta Casile, de veinticuatro años. Su nivel de
estudioseradeeducacióngeneralbásica;anteriormentehabíatrabajado
enunbar;sobrelasanotacionesdelmédicodelafábrica,teníafiebre
persistente de probable origen nervioso, carácter hosco y era una
trabajadoraquisquillosa.
Pocas palabras para describir a una persona que desarrollaba
concienzudamente su trabajo. La noche anterior, cuando ayudó a
Amaranta, afloraron en él todas las emociones que sintió cuando eran
compañeros en el colegio. Recordó su infantil enamoramiento y
comprendióqueaquellachicaseguíaatrayéndolocomounimán.
La piel morena, el cabello del color del trigo, esos grandes ojos
verdes, vivaces e intensos, la hacían irresistible. Y su voz ronca tenía
algo cautivador. Las chicas con las que Guido salía pertenecían a un
mundomuydiversoyningunadeellashabíasuscitadoenéluninterés
remotamentecomparablealoquesentíaporella.
Devolvió él mismo en persona la documentación a la oficina de
personal y le preguntó a una empleada si la señorita Casile había
acudidoatrabajar.
Lamujerpasórápidamentelasfichasdelaspersonaspresentesy
dijo:
—Ha fichado, como cada día, con diez minutos de antelación.
Siemprellegaprontoysemarchatarde.
—Gracias—respondióGuido,ysaliódelaoficina.
Esa mañana no logró concentrarse en el trabajo. Estaba irritado
consigo mismo, porque encontrarse a Amaranta lo había perturbado
mucho y eso le parecía ridículo e irracional. Llamó por teléfono a un
amigo de Villanova que, igual que Amaranta, había sido compañero
suyo del colegio y que, justo después, asistió al ISEF. Ahora era
profesordetenisydevezencuandojugabaconélenelClubdeTenis
local.
—¿Notendrásporcasualidadunahoralibre?—preguntó.
Semarchódeldespachoysefueajugar.Despuéscomióconélen
elrestaurantedelclub.
Mientrascomíanunaensalada,Guidoledijo:
—¿Sigues en contacto con alguno de nuestros compañeros del
colegio?
—Veo a Giovanna Zappa, que trabaja en el restaurante La
Rinascente,yaFaustoBaroni.¿Teacuerdasdeél?Parecíaeltontitode
la clase. Pues bien, es profesor de música y segundo violín en la
orquestadelaScala.AhoraestádegiraporAméricadelSur.Siempre
medaentradasparalosconciertos.Siquieres,lepuedopedirentradas
parati.YtambiénveoaFrancesca,lahijadelosRatti…
—Yotambiénlaveodevezencuandoenalgunafiesta.
—SelicencióenQuímicayesinvestigadoraenlauniversidad.¡Es
unachicapreciosa!EstásaliendoconunabogadodeMilán.Yluego…
—¿TeacuerdasdelaCasile?—soltóGuido,comosinada.
—¿Mara?Sí,meacuerdo,lallamábamoslagartijaporqueteníaun
colorextrañodepiel,uncuerpecillodelgadoyseescabullíaencuanto
alguien se le acercaba. No, no la he vuelto a ver. Vivía en una granja
humildeconunmontóndehermanos.Gentemuypobre…
Guidovolvióaltrabajoydecidióqueesanoche,despuésdecenar,
le preguntaría a su padre por Amaranta, ya que conocía a todos los
empleadosyseguroquesabríaalgodeella.Peroalfinalsintiómucha
vergüenzaporelexcesivointerésporlachica,nohablóconsupadrey
llamóporteléfonoaBonaViscontiparainvitarlaalcineenMilán.
EntrelosmilanesesdesuedadconlosqueGuidoserelacionaba
estabaBona,unachicaquenoleresultabaindiferente.Trabajabaenun
estudiodearquitecturacomodecoradoradeinterioresyellatambién,en
más de una ocasión, le había dado a entender que apreciaba su
compañía.Esanoche,despuésdesalirdelcine,pasearonporlaavenida
VittorioEmanuele.
—¿Quéhacemos?—preguntóGuido.
—Mañanaporlamañanatengounainspecciónenunedificiodela
avenidaMagenta.Yovuelvoacasa—respondióBona.
—Teacompaño—propusoGuido.
Bonaeradesenfadadaydivertida,yrieronsobrealgunastonterías
hastaquellegaronalportaldesucasa.
—Tengounamigoamericanoquevendrádentrodeunosdíasyse
hospedará en casa. Hemos planeado un viaje a Irlanda y luego nos
gustaría pasar unos días en las islas Aran. Alquilaremos una barca y
pescaremoslangostas—explicóGuido.
—Yo estaré en Cap Ferrat con mis padres. ¿Por qué no vienes a
vernos?Lacasaesgrandeypodemosalojartambiénatuamigo.
—Graciasporlaoferta.Tediréalgo—respondióél,esperandoa
queBonaabrieraelportal.
—Buenas noches —susurró ella, y levantó el rostro para que le
dieranunbeso.
YGuidolohizo.Enlamejilla.
RegresóaVillanovadeunpésimohumor.
Eramedianocheysuspadresestabaneneljardínconlosabuelosy
GenerosoCastelli.
—¿Acaso habéis decidido ofreceros como comida a los
mosquitos?—preguntóGuido.
—Hay horchata fresca —dijo Celina a su hijo, indicándole el
carrito de las bebidas donde el hielo se deshacía en el botellero de
plata.
Guidosesentóconellosypreguntó:
—¿Hapasadoalgo,porquéestáisdespiertosaestashoras?
—Generososehapresentadoalasdiezdelanocheparacontarnos
quelehacompradounbarcoauncerveceroalemán.Dicequehahecho
un buen negocio porque tiene un comandante, tres marineros y dos
sirvientes.Todosalemanes.¿Teimaginasunbarcopilotadoporuntipo
de Múnich? Insiste en que tenemos que ir todos de crucero a las islas
griegas—explicóRenzoasuhijo.
—Exacto —intervino Generoso—, puede ser muy divertid, ¿no
creéis?
Guido contempló a través de la luz temblorosa de las velas
antimosquitosasuabuelo,ligeramenteirritadoporesaactividadqueno
loentusiasmaba,asuabuelaemocionadísimaporelnuevoproyecto,el
padre que seguramente estaba ya preocupado por tener que dejar la
empresaenmanosajenasdurantesuausencia,lamadreconciliadoray
dispuesta como siempre, y el amigo de la familia que anhela
constantemente sentirse aceptado. Esa plácida estampa nocturna era
comoelaguaopacadeunestanquequeescondeenelfondounpulular
devidainquieta.
—UncruceroenGreciamepareceunaideafantástica—comentó
Guido.
—Lo sería si hubiera un poco de juventud entre nosotros —dijo
Celina.
Su deseo por incluirlo era evidente, ya que nadie se atrevía a
rechazarlainvitacióndeGeneroso.
—Pero los jóvenes no estarían a gusto con tanto vejestorio —
sentencióelabuelo.
GuidopensóenAmarantayselaimaginótumbadabajoelsol,en
elpuentedelyate,conélinclinadosobreella,viéndosereflejadoensus
ojosdegata.
Cuatro
Guido, que siempre evitaba decepcionar a su padre, se acabó
inmolando y aceptó aquel viaje con la familia. También se llevó a su
invitado americano, a un par de amigos milaneses cuyas novias los
habíandejadoyaBonaVisconti.Estaúltimaaceptólainvitaciónporque
esperabaqueGuidoquisierapresentarlaasufamilia.
Seguramente no iba del todo errada, porque Bona le gustaba. Su
bellezadiscreta,laeleganciadesusmodalesysucaráctercalmadole
recordaban a su madre, pero a diferencia de Celina, Bona era
combativa. Después de licenciarse en Arquitectura, se puso a trabajar
para ayudar a su familia de holgazanes, a los que habían criado entre
algodones.
Pero Guido no tenía ninguna intención de casarse. Cuando Celina
ledecía«Cásate,quieroquemedesmuchosnietos»,élrespondía«Lo
haré,perolomástardeposible».
Aunque la convivencia en un barco no siempre es fácil, las
vacacioneslesfueronbienatodos.Elclandelosancianosnoeramuy
entrometido.Porlanoche,losjóvenesbajabanatierrayseibanatomar
algoyadivertirsemientraslosCantonicenabanabordoyseacostaban
pronto.
Cuando el barco atracó mar adentro en la isla de Ítaca, donde la
abuela Bianca ya había estado unos años antes, bajaron todos juntos a
tierra.Biancaqueríaenseñarlealoschicosellugarenelque,segúnla
leyenda, se alzaba el palacio de Ulises. Después se asustó por una
serpiente que asomó de repente de entre unas piedras que había en un
sendero,asíquevolvióabordo.
Alcabodeunasemana,losjóvenessefueronyendodeunoenuno.
Guido y Bona continuaron en el crucero y llegaron a las islas
Espóradas.SedieronunúltimobañofrentealaplayadeMandrakien
Skiathos. Por la noche subió al barco una pequeña orquesta local y
bailaron sirtaki en el puente del yate. De forma inesperada, la abuela
Bianca también quiso bailar e intentó que el abuelo Amilcare la
acompañara,peroélnoqueríasabernadadeeso.Alfinalsepusierona
discutir frente a los músicos, que reían y acompañaban la disputa con
apropiadosacordesdeviolín.Derepente,laabuelaagarróuncenicero
de cristal pesado para golpear a Amilcare y él, con la agilidad de un
atleta,usóunamanoparabloquearladelgadamuñecadeBiancaycon
la otra la cogió por la cintura y se la llevó a los camarotes bajo
cubierta.
Todo eso ocurrió muy rápido. Los músicos no dejaron de tocar.
Renzo, Celina y Generoso siguieron charlando y un miembro de la
tripulaciónsirvióalosinvitadoschampánhelado.
BonasusurróaloídodeGuido:
—¿Meexplicasquéhapasado?
—Nada,absolutamentenada—respondióélcontranquilidad.
—Perosiestabaapuntodegolpearatuabuelo.¿Teparecequeeso
esnada?—insistióBona.
—Laabuelaestáloca,siemprelohaestado.Esposiblequeestos
díassehayaolvidadodetomarlaspastillas—explicó.
—Peroesoesterrible—murmurólachica.
—Bueno,paranosotrosescompletamentenormal—replicóGuido.
Alamañanasiguiente,duranteeldesayuno,Bianca,envueltaenuna
capadesedaazulyenunanubedeperfumeGivenchy,trinabacomoun
gorrión,yAmilcareyGenerosoreíanporalgoqueellalesacababade
contar.Bonasesentóalamesaconellosy,mientrasGuidoengullíacafé
ytartadealbaricoque,ellaobservabaperplejaelrostroresplandeciente
de Bianca. El barco se dirigía a vela hacia Atenas, y allí los dos
jóvenesdesembarcaronpararegresaraItalia.
GuidosepercatódelsilenciodeBonaylepreguntó:
—¿Teencuentrasbien?
—Hedormidofatalyestoycansada—respondiólajoven.
Habíapasadolanocheintentandoconvencersedequelalocurade
laabuelanoteníanadaqueverconelchicodesussueños.Peronolo
consiguió.Sabíaquelalocuraeraunmalhereditario,asíque,talvez,el
señor Cantoni y su hijo Guido también estaban locos. ¿Era adecuado
unirseaél?
CuandovolvieronaMilánnoreiterólainvitaciónaCapFerraty
Guido,queintuyóelmotivo,tampocoselorecordó.
LasvacacionesenGreciafueronunaespeciedepruebadefuego.
GuidohabíaestadobienconBona,peronohabíadejado,nisiquieraun
día,depensarenAmaranta,aunquetambiéneraconscientedequeese
pensamientoobsesivoeraunaformadelocura.
Volvió a la villa. Sólo había un par de criados ancianos con su
nieto. El pequeño contemplaba con curiosidad «al señor» y lo seguía
por todas partes, casi a escondidas, como si Guido fuera un
extraterrestre.Aéllegustabatenerlocerca,ycuandosedecidióairala
fábrica,ledijoquepodíasubiralcocheyselollevóconél.Laempresa
estaba cerrada por vacaciones, pero había un guardia, el que había
presenciado el incidente con Amaranta. Guido y él charlaron mientras
teníacogidodelamanoalpequeño.
Selollevóconsigoaldespachoyallíleyólostélexquelehabían
llegadodurantesuausenciayabriólacorrespondenciadejandoqueel
niño jugara con los clips y los sellos. Cogió apuntes para comentar
algunos asuntos con su padre cuando llamara desde Grecia, temas
relacionados con algunos pedidos que no se habían despachado.
Despuéssalierondeledificiodelasoficinasyllamóalguardiaparaque
abrieraelalmacén.
QueríaverellugardondetrabajabaAmaranta.Elpequeñolocogía
delamanoconlamismaconfianzaconlaqueunnáufragoseagarraríaa
cualquierobjetoabandonadoenelmar.
En la entrada del almacén, que era un enorme laberinto de
estanterías altísimas abarrotadas de mercancía, había un ventanal a
manoizquierdaqueloseparabadelasoficinas.
Elguardialesabriólapuertayseencontraronenunagransalacon
cinco escritorios. Guido adivinó en seguida cuál era el de Amaranta;
encima había algunas figuritas de animales de cerámica y un jarrón
minúsculoconfloresdeplástico.
Seacercóalamesaysentóalniñoenlasilla.
—Dimetodoloqueves—ledijoGuido.
—Dosocas,unpingüino,unportalápicesconbolígrafosylápices,
unaVirgenconuncollardecolor…
Guidolointerrumpióylepreguntó:
—¿Quiéncreesquesesientaenesteescritorio?
—Yo—respondióconprontitud.
Guido se puso a reír, divertido por la ocurrencia del niño. El
«collar» que decoraba la estatuilla de la Virgen era el brazalete de
bolitasdecristalqueGuidolehabíaregaladoaAmarantacuandoiban
juntosalcolegio.Loreconociódeinmediato.
Ayudóalniñoabajardelasilla.Conungestoimperceptible,cogió
elbrazaleteyselometióenelbolsillo.
Aldíasiguiente,porlamañana,semarchóaIrlandaconsuamigo
americano.
Cinco
Despuésdelasvacaciones,Guidovolvióatrabajaralafábricaycada
díateníalaesperanzadeveraAmaranta.
Una tarde, desde la ventana de su despacho, la vio alejándose en
bicicleta.Entonces,antesdequeelguardiacerrara,entróalalmacény
colocó en la estatuilla de la Virgen un brazalete de oro hecho de
corazones unidos entre sí y que formaban una cadena. Lo había
compradoenDublíndurantelasvacaciones.
Estabaconvencidodequeseestabacomportandocomounidiota,
peronolograbasacarseaAmarantadelacabeza.
Esa chica antipática le recordaba, en cierto modo, a su abuela
Bianca. Él, que había heredado de su madre un carácter equilibrado y
unaactitudcompuesta,estabafascinadoporesaabuelaimprevisibleala
queparecíanimportarletrespimientoslasconveniencias,queseguíasus
impulsosyquenohacíanadaparacaerbien.
Pensóque,talvez,suabueloAmilcaresehabíasentidoatraídopor
Bianca Crippa del mismo modo que ahora él se sentía atraído por la
hurañaAmarantaCasile,precisamenteporserdiferente.
Despuésdecolocarelbrazaletedeoroensumesa,dejópasarunos
díasyluegosedecidióahablarconella.Unanochesaliódeldespacho,
sesubióalcochey,enlugardedirigirsealavilla,tomóelcaminoque
llevabaalpueblo.
Aparcó el vehículo en el arcén de hierba que estaba junto a un
riachuelo de agua que gorgoteaba y esperó. Cuando vio llegar a
Amaranta en su bicicleta, se puso en medio del camino y la chica se
detuvo. Puso un pie en el asfalto y lo observó sin mencionar una sola
palabra.
NisiquieraGuidopudohablar.Teníalabocasecaynodejabade
preguntarse qué hacía allí, en esa posición humillante. Negó con la
cabeza,compadeciéndose,diomediavueltaysedirigióalcoche.Puso
lamanoeneltiradorparaabrirlapuertayentoncesellapreguntó:
—¿Porquémerobasteelbrazalete?
—Losustituíporotromásdigno—respondió,ysegiróhaciaella.
—¿Másdignoparaquién?¿Paraqué?Quizáamímegustabamás
elotro.
—Cuandoteloregalénopareciógustarte.Perodespuéslovientu
escritorioyahoraveoqueelbrazaletenuevolollevaspuesto.
—Esdeoro.Alguienpodríacogerlo.
—¿Nopuedesdecirquetegusta?
—No—respondió.Yañadió—:Detodosmodos,gracias.Aunque
noséporquémelohasregalado.
—Creoquelosabesperfectamente.Porquederepentehasvueltoa
tratarmedetú,nomehasatropelladoconlabici,cosaquehetemidopor
un instante, y me has detenido cuando estaba a punto de marcharme
porquenosabíaquédecirte.—Guidosemetióunamanoenelbolsillo
del pantalón, extrajo el brazalete de bolitas de colores y prosiguió—.
Han pasado catorce años desde que estábamos en quinto. Y lo has
guardadotodoestetiempo.
—Fuiste el primer niño que me hizo un regalo. No estaba
acostumbrada a ese tipo de cosas. Ahora es mejor que zanjemos este
asunto de una vez por todas —concluyó, y se marchó pedaleando con
energía.
Llevaba puesto un vestido modesto de algodón y unos zapatos de
telanegra.
Guidosubióalcocheyregresóacasa.
En la plaza, frente a la villa, había algunos coches azules
aparcados.Losconductoresseguíanaunacriada,quelosguiabahacia
elcomedordelossirvientes.
—¡Vaya, me había olvidado! —susurró Guido, y trepó por la
verandaparasubirasuhabitaciónycambiarsederopa.
Esanochesupadrehabíainvitadoacenara«loscarniceros».Era
asícomollamabaalafamiliaPanigada,propietariadelamayorcadena
de distribución alimentaria y que recientemente había empezado a
cotizar en Bolsa. Además, habían adquirido una participación
mayoritaria de una importante cadena de hoteles. El trabajo de
renovacióndeloshoteleshabíasidoasignadoalaempresadeGeneroso
Castelli, y para los suministros hidráulicos habían firmado un contrato
conlosCantoni.
Pidieron a Guido que participara en la negociación, que se había
concluido felizmente unos días antes, y la invitación a la villa
representaba la coronación de ese notable negocio. El cocinero y el
pastelero llevaban un par de días trabajando en la cocina, y la abuela
Biancahabíasidolaencargadadeelegirelmenú,algoquehacíamejor
quenadie.
Los Panigada tenían dos hijas gemelas de veintidós años, muy
guapas.Unaeracampeonadeoff-shore,ylaotraacababadeterminarun
máster en gestión empresarial. La deportista estaba saliendo con un
directivo emergente de televisión, y la otra sólo estaba unida a su
trabajo.
RenzoCantoniysumujerCelinainvitarontambiénalaschicasyle
pidieron a Guido que los acompañara en la cena. Pero él tenía otras
cosasenlacabezaysehabíaolvidadoporcompletodelacita.
Aun así, durante la cena fue amable con los invitados,
especialmente con la señora Panigada, que alababa cada plato «del
chef»delacasadelosCantoniydisertabaconsolturasobreelcortede
lacarne,recreándoseenminuciosasdescripcionesacercadeldeshuese
delosanimalesyhaciendoquesushijasyotroscomensalespasaranun
pocodevergüenza.
Lacampeonadeoff-shorereaccionó:
—Mamá, déjalo. Tus discursitos horripilantes molestan a todo el
mundo.
Lamadreseenfadó.
—No,déjalotú.Yonomeavergüenzodedecirquelasjoyasque
llevolashecompradoconeldineroqueheganadovendiendocarnede
buey. Tú, en cambio, tienes el valor de decir que eres vegetariana. Si
todoelmundosevolvieravegetarianoyapodríasirolvidándotedetus
lanchas.
La abuela Bianca reía escondiendo la boca tras una servilleta y
despuéslesusurróasunieto:
—Mejorlacarniceraquelahija,¿nocrees?
Guido sonrió con complicidad. Escrutaba a las dos gemelas
millonariasypensabaenAmaranta,ensuszapatosdetela,ensudifícil
vidadechicapobre.
Cuando la abuela anunció que quería retirarse porque estaba
cansada,éllaacompañóparalibrarsedelaconversaciónconlafamilia
Panigada.Encuantollegóalsalóndesuapartamento,Biancaempezóa
quejarsedeRenzoyCelina,diciéndoleaGuidoqueteníanlaestúpida
maníadequereremparentarseconunafamiliarica.
—Me da igual, abuela. No te enfades por eso —la tranquilizó el
nieto.
—¿Has visto en qué se ha convertido esa pobre carnicera? Una
marioneta de quien sus hijas se avergüenzan. Y la condesa, tu madre,
quetuvounaeducaciónperfecta,sigueteniendomiedodelamiseriay
haríalavistagordasitecasarasconunadelasgemelasmillonarias.
—Peromamáestáenamoradadepapá—comentóelnieto.
—No lo sé… es posible… pero no estoy segura de que sea una
mujerfeliz.Yolohesidocontuabuelo,yélnoteníanada.Eldineroes
laharinadeldiablo—sentenció.
—Estoydeacuerdocontigo.Dehecho,megustaunachicaqueno
tienenada,ynisiquieraesmuyguapa—dijo.
—¡Vaya, vaya! ¿Y de quién se trata? Cuéntamelo todo. Ya sabes
quemegustanlashistoriasdeamor.
GuidóleexplicólopocoqueteníaquedecirsobreAmaranta.
—Quieroquevayasconcuidadoynoledestroceslavidaporque,
tal y como hablas de ella, lo tuyo es una pasión irracional que
desaparecerá del mismo modo en que llegó. Esa pobrecilla que se
encargadelregistrodedescargademercancías…Mira,lapasiónentre
dosjóvenes,cuandoestálimitadaalapiel,seacaba.
—¿Porquécorrestanto?Nisiquierasésialgúndíameatreveréa
invitarlaacomer—dijoGuido.
—Lomejoresquenolainvitesnunca.Aunqueesinútilquetedé
consejos,nomeharáscaso.
Seis
No,Guidonohizocaso.Dedíatrabajabayporlanoche,cuandolos
empleados se marchaban a casa, se plantaba frente a la ventana del
despachoparaveraAmarantaalejándoseenbici.
Lo único que impedía que fuera tras ella era el temor a los
cotilleos. No quería que el nombre de Amaranta acabara en boca de
todos,nielsuyotampoco.Esperaba,sindemasiadaconvicción,quela
pasiónquesentíaporellafueraamenos.Ymientrastanto,salíaconsus
amigosmilanesesysedistraíaconlacompañíadeotraschicas.
Devezencuandoteníaquesalirparahacergestionesdetrabajo,y
cuandovolvíaalasoficinas,nopodíaevitarespiaraAmarantaporla
ventana de su despacho. Era otoño y ella estaba abrigada con una
chaquetadelanayconelcabellorubioescondidobajoungorronegro.
Cuando llovía, la veía salir disparada en la bici. En esas ocasiones
llevabaunacapadeplásticoamarillo.Cuántaternuradespertabaenél
esachicasola,delaquenosabíanadaydelaquenadiehablabaporque
muypocoslaconocíany,detodosmodos,nohabíanadaquedecirsobre
ella.
LlegóelinviernoyGuidoteníaprevistopasarunfindesemanaen
Sestriere.Eldíaqueteníaquesalirhaciaallídesayunóenlaveranda.
Su padre ya estaba en la mesa y estaba comiendo una tarta napolitana
queunclientedeSalernolemandabacadaañoporNavidad.
—¿Quéhaceslevantadotanpronto?—preguntóGuidomientrasse
sentabafrenteaél.
Eran las siete de la mañana y antes de marcharse, Guido quería
pasarporeltrabajoparaverelcorreo.
—MehadespertadodonTranquillo.Guido,hazmeunfavor,hace
unmesquemedalavarayyomeolvidounayotravezdepasarpor
allí.Quierecambiarlosgrifosdelosbañosdeloratorio—explicó.
—¿Ycuáleselproblema?Yasabesquelosgastosdelaparroquia
correnanuestrocargo.
—Peroquierequevayaacomprobarelestadodedegradaciónde
losgrifosparaquenocreanquequieresacarprovechodelcambio.Ve
tú,porfavor.
—¿Cuándo?
—Ahora. Cuanto antes, mejor. Échale un vistazo y el lunes le
mandasunfontanero.
Guido no podía negarse a los favores que le pedía su padre, así
queleprometióqueiríaaveradonTranquillo,aunqueesoretrasaraun
pocoelviajealamontaña.
Entróenlacasaparroquial.Ernestina,laviejaamadellavesdel
sacerdote,estabacortandoelpanenunatabladecortarenlacocina.
—Don Tranquillo está oficiando misa —le explicó al joven
Cantoni.
Guidoteníaprisa.
—Hevenidoparaverlosbañosdeloratorio.Puedohacerlosolo
—replicó.
Conocía muy bien el lugar porque de niño acudía a la parroquia
regularmente.
—No,quierehablarconusted—sentenciólamujer.
Guidofuealaiglesiaysedirigióalaltar.DonTranquilloestaba
leyendo el Evangelio del día para una sola parroquiana, sentada en el
banco de la primera fila, el de la familia Cantoni, con la cabeza
inclinadaylasmanosjuntas.EraAmaranta.Guidosequedódepiedra,
elcorazónseledetuvo.Luego,caminódepuntillashastaelbancoyse
sentóasulado.
—Hola—susurró.
Elsacerdoteestabaacabandolalecturay,alverlo,losaludócon
ungesto.
—Hola—dijoella,mirándolodereojo.
Estabaabrigadaconunachaquetadeborreguitoyllevababotasde
gomaparaenfrentarsealanievequecubríalascalles.
—¿Quéhacesenlaiglesiaaestashoras?—preguntóGuido.
—Rezar—respondió.
Selevantópararecibirlacomunión,despuésvolvióasusitioyse
aislóenlaplegaria.DonTranquilloacabódecelebrarlamisaybendijo
alosdosjóvenes.
Despuésbajódelaltar,seacercóaGuidoyledijo:
—Nosvemoseneloratorio.
GuidoasintióysiguióaAmarantahastalasalidadelaiglesia.
—Elsábado,quepodríasdormir,¿televantasalalbaparavenira
misa?—lepreguntó.
Ellasecolocóbienelgorrodelanaenlacabezayrespondió:
—Vengotodaslasmañanas,inclusocuandodonTranquillo,como
hoy,celebralamisasóloparamí.
—¿Porqué?—insistióél.
—Rezarmehacesentirbien—respondió,ysepusolosguantesde
lanamientrascruzabarápidamentelaanteiglesia.
Cadavezquerespirabansualientoformabanubecillasdevaporen
elairegélidodeprimerahoradelamañana.
—¿Tantospecadostienenqueperdonarte?—bromeóGuido.
—Como a todos, imagino. Pero yo rezo para que el Señor me
indiqueelcaminoaseguir.
—Noteentiendo.
—Meentiendoyoyesoessuficiente.
—¿Puedespararunsegundo?¡Teestoyhablando!
Entoncesellasedetuvo,lomiróalosojos,conesosojosdegata,y
ledijo:
—Teescucho.
En ese momento Guido ignoró el viaje a la montaña, donde iba a
divertirseconlosamigos,ypreguntó:
—¿Quierescomerconmigohoy?
—De acuerdo —respondió ella, dejándolo de piedra, porque no
esperabaqueaceptara.
—¿Tepasoarecogeralauna?TellevaréaMilán,aunrestaurante
muyagradable…
—No.¿ConoceslapizzeríadeRita?Eslaqueestáalfondodela
plaza. Te espero allí a la una. Y ahora ve con el párroco, te está
esperando.
A Guido no le pareció adecuado dar rienda a los chismes en el
pueblo dejándose ver con ella. Estaba a punto de objetarlo, pero
Amarantasesubióalabiciysealejódeallí.
DonTranquilloloesperabaeneloratorio.
—¿PorquéhasseguidoaMara?—preguntócontonosevero.
—Porquemegusta—respondióGuido,sorprendido.
—Esbuenachica,peronoesparati.Déjalaenpaz.
—Éramoscompañerosenlaescuelayellaveníaacasacuandomi
madreorganizabameriendasparaloschicosdelpueblo.
—Ahora ya no sois compañeros de escuela y ella es empleada
tuya. Respétala —sentenció don Tranquillo, mirándolo de forma
amenazadora.
—¿Creequesoydelosquemolestaasusempleadas?—preguntó
Guido.Yañadió—:Lacosaesqueellameevitacomosituvieraalgo
contagioso.
—Noquierosabernada,sólotedigoquetealejesdeella.Yahora
vayamosaverlosgrifos—dijoelcura.
—CuéntemealgodeMara—insistióGuido.
—Nomehagasperdereltiempoporquetengoqueiravisitaralos
enfermosydespuéstengoquehablarconelcarbonero—murmuró.
Guido comprobó el mal estado de los grifos, tomó apuntes del
trabajo que tenía que llevarse a cabo allí y cuando estaba a punto de
despedirsedelcura,donTranquilloledijocontonoperentorio:
—DedícatealasmujeresdetuclasesocialydejaenpazaMara,
queyatienebastanteconsuspropiosproblemas.
Siete
LapizzeríadeRitaeraunagujeroconcuatromesas,unhornodeleña
queemanabamuchocaloryunabarradondevendíanpizzaparallevar.
El local olía a aceite quemado y a mozzarella licuada. Detrás de la
barra,unamujerjovenconungorroblancodoblabahojasdecartónpara
formarlascajasenlasquemeterlapizza,mientrasqueunjovenmenudo
alineabalasbolasdepastaquehabíanfermentado.Elhornoalavista,
ademásdecalentarellocal,loiluminaba.
AmarantaestabasentadaenunamesaysonrióaGuidoencuantolo
vioentrar.
—He pedido dos Margaritas. En la barra tienen dos Coca Colas
paranosotros.¿Puedesirabuscarlas?
Élobedeció.Despuéssequitóelabrigoylocolgóenunsoporte,
junto al de Amaranta. Finalmente, se sentó frente a ella. Se quedó
mirándoladuranteunoslargossegundosy,denuevo,nolevinoninguna
palabraalamente.
—¿Ybien?—loanimóAmaranta,convozserena.
—Don Tranquillo, esta mañana, me ha dicho, bueno, me ha
ordenadoquetedejeenpaz.
—Mehavistocreceryesmuyprotector.¿Quéquieresdemí?—
preguntó. Apoyó los codos en la mesa y entrelazó los dedos. Por la
mangadeshilachadadeljerseyseveíaelminúsculobrazaletedeorocon
loscorazones.
—¿Tehedichoquetehasconvertidoenunaespeciedeobsesión?
Nopuedodejardepensarenti.Pasamoseldíaenelmismositioytengo
quelucharparanoirabuscarte.
—No estamos en el mismo sitio: tú estás en el edificio de las
oficinasyyoenelalmacén.Ladistanciaesmínima,peronosseparaun
universo. Me he dado cuenta de que te gustaría que saliéramos juntos,
peronopodemos…porahora—dijoella,titubeante.
—¿Porqué?—preguntóGuido.
—No lo sé, en el designio que Dios tiene en mente para mí, tú
también estás —respondió, aliviando a Guido. Y continuó—: Llevo
tiempo pidiéndole que me indique el camino a seguir, pero Él calla.
Aunquenosabeaquiéntienedelante:soyunacalabresatestaruday,al
final,sabréquécaminodeboseguir.LepidoaDiosquemeindiqueel
caminoyyoloseguiréconabsolutaconfianza.¿Hesidoclara?
—Yo que tú, dejaría en paz a Dios, que tiene muchas cosas que
hacer.Ydetodosmodos,simedicesquenosientesnadapormí,meiré
ynotebuscarénuncamás—seimpacientóél.
Dos clientes entraron a la pizzería. Se sentaron en la mesa que
había junto a la suya y saludaron con un gesto a Amaranta. Ella les
sonrióyluegolesusurróaGuido:
—Túsiemprehassidomiideafija.
—Aquí tenéis las pizzas —anunció la propietaria, detrás de la
barra.
Selevantaronparairabuscarlosplatos.
Laspizzas,altasycrujientes,estabanexquisitas.
LasdevoraronensilenciomientrasGuido,feliz,ledabavueltasa
laspalabrasdelachica.
—Hevenidoapie.Asíquesiquieres,puedesacompañarmeacasa
—propusoella.
—¿Estássegura?—preguntóél,conscientedequelosveríanjuntos
ylagentedelpueblonotardaríaencotillearsobreellos.
—Notengonadaqueesconder.
Guidoseacercóalmostradorparapagarlacuenta.
—Ya está pagado —dijo Rita. Y añadió—: Con Mara no hay
cuentas que pagar, pero si le ha gustado la pizza, hágame publicidad,
señorCantoni.
Amarantasonrióyleexplicó:
—Cuando tengo tiempo, por las noches, vengo aquí a ayudar a
Rita.Yasabes,unamanolavalaotra.
Cruzaron el pueblo y Guido detuvo el coche frente a la alquería
Pompea, un complejo agrícola que habían transformado en minúsculos
apartamentosparalasfamiliasdeobreros.AmarantaleexplicóaGuido
quevivíaallíconunamujerancianaalaquellamabatía,peroqueen
realidad era prima de su madre. Fue ella quien hizo que sus padres
dejaranlaregióndeCalabriaysetrasladaranaVillanova.
—Cuando estabas en el internado, yo seguía estudiando aquí.
Esperaba que llegara el verano para volver a verte, preguntándome si
vendrías a buscarme. Pero tú me olvidaste. Y lo que hacía era ir en
bicicleta hasta el parque y te espiaba de lejos cuando estabas en el
jardín con tus amigos. Estabais tan guapos, elegantes, desenfadados…
Escuchaba vuestras voces límpidas. Os miraba y me deshacía por ti.
DespuésmuriómiabuelopaternoyvolvíaCalabriaconmifamilia—
explicóella.
—¿Cuántotiempotequedasteallí?—preguntóGuido.
—Un par de años. Cuando regresé a Villanova trabajé en aquella
pizzería grande que hay en la carretera provincial. Hacía unos turnos
demoledoresyademás,teníaquedefendermedelosclientesborrachos.
Después me enteré de que había un puesto libre en la grifería, me
presenté y me contrataron. Tú estabas en la universidad y yo era feliz
porpodertrabajarentuempresa,yaqueeraunmododeestarcercade
ti.Noteimaginasmisfantasíasdeadolescente.Túerasunpríncipeazul
que se ponía de rodillas a mis pies y me decías: «¿Quieres casarte
conmigo y convertirte en mi princesa?». Después las fantasías se
acabaron, pero seguí pensando en ti. Algunos chicos intentaron ligar
conmigo, pero en mi cabeza sólo estabas tú. Entonces empecé a
preguntarme qué sentido tenía este sentimiento absurdo que era como
una obsesión. Rezar siempre me ha ayudado y decidí hacerlo con más
intensidadypedirleaDiosqueguiaramicamino.Esperosurespuesta
—concluyóAmaranta.
—Yoestoyaquí,contigo.¿Noesesalarespuestaquebuscabas?—
susurróél,conmovidoporesalargaconfesión.
—Nolosé.ElSeñornomehahabladotodavía—respondió—.O
talvezmeestádiciendoquesiestuviéramosjuntos,tecansaríaspronto
de alguien como yo, porque soy bruta e ignorante y no quiero ser el
caprichodenadie,nisiquieraeltuyo.
Guido le acarició el rostro con delicadeza y contempló los
preciososojosverdesdeAmaranta,quelomirabancontantaintensidad
queloperturbaban.
—Megustaríabesarte—susurróél.
—A mí también me gustaría, pero no lo hagas, por favor. He
habladoconsinceridad,yasabesloquepienso,asíquenomelopongas
todomásdifícil.Noquierosertuamanteynopuedosertumujer.
—Síquepodríasserlo.
—Nodigatonterías,señorCantoni—respondióellaconamargura.
Abriólapuertaparabajardelcoche,peroéllaretuvoagarrándole
unbrazoeintentóbesarla.
Amarantalepusolasmanosenelpechoy,confuerza,loalejóde
ella.
—¡Novuelvasahacerlonuncamás!—dijofuriosa.
—Nohablasenserio—murmuróGuido,incrédulo.
Amaranta bajó del coche, cerró la puerta de un portazo y caminó
conpasodecididohacialaalquería.
Ocho
Aunqueeldestinohabíahechodeélelpatriarcadeunanuevadinastía
deindustriales,AmilcareCantoninodejódeestarunidoalatierra.Hijo
decampesinos,loprimeroqueaprendióahacerdepequeñofueromper
losterronesdetierra.
Ahoraqueyanotrabajabaenlaempresa,exceptocuandolepedían
consejosobrealgunacosa,sededicabaacuidardeljardínydelparque
delavilla.
En febrero, cuando el sol despertaba a la tierra de su letargo
invernal, ayudaba a los jardineros, que se dedicaban a podar árboles,
trasplantar matorrales, plantar esquejes o roturar el terreno cultivado
conhortalizas.
Cuandolafamiliasereuníaparacomeralmediodía,sequejaba:
—Yanosoyunhombre.Doshorasdetrabajoeneljardínyestoy
paraquemecortenlaspiernas.
Pero cuando los demás seguían en la mesa, él se escapaba de
nuevoalparque,diciendo:
—Mientras no se vaya el sol, ayudo a los hombres porque
queremos trasplantar las camelias. —O bien—: Quiero plantar
calabazasyloshombrestienenquemontarunapérgolaparasostenerlas
yquecrezcanbientiesas.
Una tarde febrero, mientras ayudaba a desarraigar una planta de
kiwi,Guidoaparecióenelhuerto.
—¿Hayalgúnproblema?—preguntóelabuelo,quien,desdehacía
algunassemanas,sehabíapercatadodequesuqueridonietonoestaba
demuybuenhumor.
—¿Por qué quieres quitar los kiwis? —preguntó Guido, sin
responderasupregunta.
—Esunaplantaestúpidayapesta.Tuabuelainsistióenquequería
tenerlay,comosiempre,lehicecaso.Peroelotoñopasadoellatambién
sediocuentadelpestazoqueechanestasplantasque,porcierto,cuando
erajovennisiquierasabíamosqueexistían—explicó.
Después, saludó al jardinero, se alejó con su nieto y fueron a
sentarsealmurodepiedraquerodeabaunaviejamorera.
—¿Nuncalellevaslacontrariaalaabuela?—preguntóGuido.
—¡Nunca! Ya la conoces. Cuando le dan esos cinco minutos se
poneentucontracomounavíbora.
Guidoestabasentadoasulado.
—¿Porquénoconfiesasquesusrabietastegustan?—dijo.
—Nosiempre.
—Cuandoexagera,laponesaraya.
—Porsubien.
—¿Noescansadovivirconunamujerasí?¿Nohabríaspreferido
unamujermástranquila,alguiencomomimadre,porejemplo?
—¿Bromeas?Mehabríamuertodelaburrimiento.Tumadreesuna
santa mujer, por supuesto… una gran señora, de gran clase, nunca una
palabra o un gesto fuera de lugar… ¿Pero no ves cómo se ha
transformado?Comeycome…parasofocarquiénsabequé…ytúpadre
hacelomismo.Sedanatraconesdecomidaparaacallaralosmonstruos
delinconsciente.
Amilcare respondía a su nieto mirando a los ojos para intentar
entenderquéescondíansuspreguntas.
—Laverdadesqueennuestrafamiliatodoelmundocalla,incluso
loscriados,ytútambién.Sólohablasconlaabuela.
—Tienes razón hasta cierto punto. También hay cosas silenciadas
entreellayyo.Perohablemosdeti,¿tienesalgoquedecirme?—fueal
grano,poniéndosedepie.
Sabíaquesunietoestabaapuntodepedirlealgo,peroquenose
atrevíaahacerlo.
CuandoGuidoerapequeñoyaúnnosabíaleeryescribir,Amilcare
le enseñó a ir en bicicleta y luego lo llevó a pasear por el campo. Le
enseñaba los renacuajos en los canales de agua clara, le señalaba las
hierbasquecreíanenlosterraplenesyleexplicabaparaquéservían:el
berroparasazonarlaspatatas,lasfloresdelhinojoparalasensaladas,
lashojasdelamalvaparahacertisanasrefrescantes.Alzabalavistaal
cieloy,apartirdeunpequeñoindicio,unanubecillaoelvuelodelas
golondrinas,ledecíaquétiempoharíaaldíasiguiente.Lehablabadel
maravillosomundodelashormigas,delainteligenciadelosratonesde
campoyledecía:
—Mira esta planta tan lozana y con tantos capullos. Los más
robustossonlosquecrecencercadelamadre.Pasalomismoconlos
niños:losmássanossonlosqueestáncercadesusmadres.
YGuidoledecía:
—Mimadrenomedejanunca.Asíquecrecerésanoyrobusto.
Ahora,porfinsedecidióadecir:
—LaabuelaBiancasiempremehafascinado,aunquemedabaun
poco de miedo. Y yo me siento atraído por una chica que se parece a
ella:raraeimprevisiblecomounpotrosalvaje.
Amilcarevolvióasentarseenelmuro.
—¡Yaerahora!Creíaquequeríassersolterodurantetodatuvida
—exclamó,satisfecho.
—Esque…Porcadapasoquedoyconella,cometounerror.
—He pasado por eso —sonrió Amilcare. Y añadió—: ¿Dónde la
hasconocido?
—Enlaescuela.Fuimosjuntosacuartoyquinto.Estáenamorada
de mí. Me lo ha dicho. Pero se escabulle como una anguila. Intenté
besarlaymerechazó.
—¿Quiénes?—preguntóelabuelo.
—Trabajaconnosotros,enelalmacén.
Amilcarenohizoningúncomentario.
—¿Temolestaquenoseaunamujerdenuestroambiente?—añadió
Guido.
—¿Túquécrees?—preguntóelabuelo.
—Tútampocopertenecíasalambientedelaabuela.
Amilcarecalló.
—¿Entonces?¿Nodicesnada?—loincitóGuido.
—Yalohasdichotodotú,miopiniónnotesirvedenada.
—Teequivocas,síquemesirve.Nopensarásquequierohablarde
estocontuhijo.Élnoconocematices.Paraél,lascosassonblancaso
negras. Y en cualquier caso, es pronto para saber cómo evolucionará
esta historia, también porque ella va cada mañana a misa, como las
mujerespíasdelpueblo,ydicequeesperaunarespuestadeDios.Está
loca, te lo he dicho. Esperaba que me ayudaras a entenderla —se
enardeció.Yañadió—:Peroevidentementemeequivocaba.
ElabuelomiróaGuidoalosojosyexclamó:
—El matrimonio con tu abuela fue una feliz transacción de
negocios. Pero yo estaba profundamente enamorado de ella y adoraba
mi trabajo en la empresa Crippa: estaba dispuesto a hacer cualquier
sacrificioconelfindeocuparmelomejorposibledelagriferíaydemi
mujer. Tú estás en la empresa para complacer a tu padre más que a ti
mismo.Undía,laempresaserátuyaynecesitarásaunamujersólidaa
tu lado y, tal vez, que trabaje contigo. La chica loca del almacén que
espera una señal del Padre Eterno no funciona y no funcionaría ni
siquiera como madre, en el caso de que tuvierais hijos. No es una
cuestiónderiquezaoclasesocial,sinodeculturaysolidezdecarácter.
Así que ya puedes dar las gracias si te trata mal mientras espera una
respuestadeDios.Esmás,rezatútambiénparaqueelSeñorleindique
uncaminomuyalejadodeltuyo.
—Muchas gracias. ¡Has sido de gran ayuda! —exclamó Guido,
decepcionado.
—De nada y, como se suele decir, lamento informarte de ello —
respondióelabuelo,sinperderlacompostura.
Nueve
Pocos días después de la decepcionante conversación con Amilcare,
mientrasestabaenelhipódromodeSanSiroconeltíoGeneroso,Guido
mencionósuproblemaconAmaranta.
El anciano amigo de familia lo escuchó distraídamente, porque
estabaocupadoanimandoaunpurasangreporelquehabíaapostadouna
grancantidaddedinero.YcomoGuidolepidiósuopinión,respondió:
—Perdóname, es mejor que hablemos luego porque tengo que
seguirlacarrera.
Eljovenseresignóyesperóalfinaldelacarrera.Éltambiénhabía
apostado,peroporuncaballodebutanteporelquepagabancincoauno,
ysequedómássorprendidoquesatisfechodelavictoriadesucaballo.
—Eslasuertedelosincompetentes—dijoconrabiaGeneroso.Y
continuó—:Ahoramárchateporquemetraesmalasuerte…
—Voyacobrarelpremioyvuelvoacasa—dijoGuido.
Enesemomento,Generososeenterneció.
—Aldiablolascarreras.VengocontigoaVillanova—decidió.
Se subió al coche con él y, mientras dejaban atrás la ciudad,
retomólasconfidenciasconeljoven.
—¿Telahasllevadoalhuerto?—dijosindarrodeos.
—¡Estásdebroma!Nisiquieralahetocado.
—Entoncesestásdestinadoaacabarigualqueyo.Merefieroatu
abuela, naturalmente. De jóvenes, cuando huimos juntos y yo estaba
decididoaquedarmeconlaflordesupureza,intentébesarla.Estuvoa
puntodearrancarmeunamanodeunmordisco.Peroeranotrostiempos
yuncaballeronuncadeberíaforzarlasituaciónconunachica.Perosi
hubierainsistido,quiénsabe…
—¿Túdicesque…?—preguntóGuido.
—Yonodigonada.Sólotecuentocómofuemihistoriaconella,
quememeteencinturatodavíaahora.
—Eso significa que yo debería… —repitió Guido. Se estaba
agarrandoalaspalabrasdeGeneroso.
—Conlasyeguassalvajessenecesitaunpaloyunazanahoria.Así
que, en tu caso, creo que no deberías menospreciar las palabras de tu
abuelo:ladiferenciadeeducaciónydecultura.Esosincontarconque
esemisticismomaníaconomegustaniunpelo—observóelviejo.
—Esculpamía.Nohelogradotransmitirtelacomplejidaddeesta
chica—intentódefenderla.
—He entendido perfectamente lo que me has contado de ella y
tambiénloquehascalladoacercadeti:buscasunconsensoquenoteha
dadoAmilcareyqueyotampocotedaré.Estosupondráunpretextomás
para consolidar una pasión incomprendida y te darás de bruces contra
unmuro.Teharásdaño,muchodaño,ycuandotengasotrahistoria,con
otramujer,nuncamásserásfeliz—concluyóGenerosoCastelli.
—¿Nocreesqueeresunpococatastrofista?—bromeóGuido.
—Amiedadpuedopermitirmedecirlaverdad.Ytencuidadocon
elvolante,porquehashechounadelantamientomuyarriesgado.
Atravesaron la verja del parque y, a sus espaldas, escucharon el
claxondeuncochequelosseguía.EraCelina,queveníadelpuebloen
su coche. Aparcaron frente a la villa y Guido la ayudó a bajar del
vehículo.
Comocadadomingoporlatarde,lamadrehabíahecholarutade
losancianos,losqueestabaningresadosenPalazzoOlgiatiylosquele
había indicado don Tranquillo, que vivían en sus casas, para escuchar
susnecesidadeseintervenirenloscasosenqueeraposible.
—Voyasaludaralosabuelos—anuncióGenerosocuandoentraron
en casa. Y dejó a madre e hijo dirigiéndose hacia el apartamento de
Amilcareydesumujer.
—Eltíosequedaacenar—leanuncióGuidoaNesto,quelosfue
arecibir.
—Teesperábamosparacomerynohasaparecido—ledijoRenzo
asuhijoencuantoentróalsalónrojo.
Oficialmente,GuidovivíaenMilánenunapartamentoenelúltimo
pisodeunedificioenlacalleMozart.Fueunregalodesupadreenla
épocadelauniversidad.Ahorasóloloutilizabacuandoibaalaciudad
yselehacíatardeporlanoche.
—Lo siento, me olvidé de decir que comería con los abuelos
Olgiati—seexcusó.
—¿Cómo están? —preguntó Celina mientras se sentaba en la
butaca.
—Siguen viviendo alegremente, sin importarles sus finanzas
exangües—explicóGuido.
Elabuelomaternotambiénhabíapuestoalaventaeledificiodela
avenida Venezia porque estaba decidido a mudarse a Mombasa, en
Kenya, con su mujer. Propuso a los Cantoni que lo compraran, pero
declinaron la oferta, aunque Guido les presentó a un empresario del
sector alimentario que, aparentemente, estaba muy interesado en
instalarse allí con su familia. Las negociaciones llevaban meses
prolongándosey,mientrastanto,cadavezqueGuidoibaavisitarlos,le
regalaban una tela o un mueble que contribuían a enriquecer su
apartamentodesoltero.
—¿Hascomidobien?—preguntóCelina.
—¿Túquécrees?
—¿Quéhascomido?—quisosaberelpadre,curioso.
Guido no se acordaba. Mientras comía sólo tenía una cosa en
mente: Amaranta. Se inventó un menú que despertó el apetito de sus
padres.
—¿Y tú, has encontrado en el pueblo algún otro caso del que
hacertecargo?—preguntóaCelina.
—Pues sí. Don Tranquillo me había hablado de una anciana que
viveconunasobrinaenlaalqueríaPompea.Lapobrecillahatenidouna
seriedeictusyahoraestáenunasilladeruedas.EldoctorBerettaleha
pedido a la sobrina en varias ocasiones que solicite el ingreso en
nuestraresidencia,perolajovennoquieresabernadadeeso.Diceque
sutíaestábienasí,cuidadaporella,yporsusvecinascuandoellaestá
en la fábrica. A propósito, la chica trabaja para nosotros —explicó
Celina.
—Laconozco—dijoGuidoenunsusurro.
—¿Quiénes?—preguntóRenzo.
—AmarantaCasile.
—¿Laquetrabajaenelalmacén?
—Sí.Fuimoscompañerosdeclaseencuartoyquinto.Vinoacasa
muchasvecescuandoorganizabasmeriendasparatodoelpueblo.¿Note
lohadicho?—lepreguntóasumadre.
—Hablapocoymeharecibidocomosifueraunametomentodo.Ni
quehubieraidoparafastidiarla…Tengoquereconocerquelatíaestá
muybiencuidada,susobrinalalava,laviste,leponecolonia,también
seencargadelasinyecciones…¡Peroquémalgenio!
—Esunacalabresaorgullosa—afirmóGuido,casisatisfecho.
—Peroyodigounacosa:unachicatanjovennopuederenunciara
su vida para cuidar a una anciana, por mucho que la quiera —opinó
Celina.
—Ya hablaré yo con el doctor Beretta, que la conoce muy bien y
sabrácómoplanteárselo—seentusiasmóGuido,porqueenesasolución
entrevióunmodoparaacercarseaAmaranta.
Unpardesemanasdespués,latíadeAmarantaCasileingresóenla
residenciadelosCantoni.Guido,quenohabíavueltoaveralajoven
desdeeldíadelapizzería,laesperóunanocheenlacañada,mientras
ellasemarchabadelafábricaenbicicleta.
Era plenamente consciente de que se iba a meter en una historia
difícilpero,alcontrariodeloquepensabanelabueloyeltíoGeneroso,
estaba convencido de que Amaranta era la mujer de su vida, y la
moldearía hasta hacer de ella una criatura excepcional. Al final,
pensaba,loshechosledaríanlarazón.
Diez
—Tengo que hablar contigo —le dijo Guido, plantándose frente a
Amaranta.
—Notengotiempo.Tengoqueiraveramitíaantesdequecierre
elhospicio—respondióella.
—Elhospicio,comotúlollamas,esprácticamenteunhoteldelujo
y tu tía está mejor atendida que en casa. Baja de la bicicleta —la
conminóconvozfirme.
—Fueradelafábricanoaceptoórdenesdelosjefes—reaccionó
ella.
—Sigues en mi propiedad —afirmó él, y agarró el manillar con
ambasmanos,inclinandolabiciaunlado.
Amaranta se vio obligada a bajar. Él apoyó la bici en el suelo y,
cogiendoalachicadeunbrazo,lahizosubirasucochemientrasellalo
amenazaba:
—Podríadenunciarteporsecuestro.
—Esolohacesdespués.Ahoravienesconmigoynoabraslaboca.
Noquierosentirniunapalabra.
Salieron del claro de la fábrica y se dirigieron rápidamente a
Milán.
En un par de ocasiones Amaranta intentó hablar, pero él la
enmudecióconunperentorio«¡Silencio!».
Increíblemente,ellacalló.
YaeraoscurocuandoGuidoaparcóelcocheenlacalleMozarty
entróconAmarantaalvestíbulodeledificiodondevivía.
Elporterolovio,losaludóydijo:
—Mimujerloesperaensupiso,señor.
—Gracias—respondióGuido,empujandoalajovenalinteriordel
ascensor,quesedetuvoenelquintopiso.
La puerta de su apartamento estaba abierta y Gina, la esposa del
portero,estabaallípararecibirlo.
VioaAmarantaynopudodisimularsusorpresa.
CuandoelseñorCantonilepidióqueprepararaunacenaparados,
dedujo que la invitada sería una mujer bella y sofisticada, pero en
cambioaparecióconunaextrañacriaturaquevestíaropamodesta,tenía
el rostro enfurruñado, los ojos verdes de felino, el pelo despeinado y
recogidoconunapinzadeplástico.Sonrióalosdosjóvenesylosdejó
solos.GuidoentróconAmarantaalapartamentoylaacompañóalgran
salón, cuyas puertaventanas se abrían sobre los tejados de la ciudad.
Había unos pocos muebles antiguos, muy bonitos, que procedían de
Palazzo Olgiati, como las telas de pintores del , inspiradas en los
escorzosmássugerentesdeMilán,estanteríasdemaderaquellegabanal
techo, sofás inmaculados, alfombras modernas y una chimenea
encendidaqueponíaderelieveelambienteacogedordelasala.
Amaranta miró a su alrededor y Guido percibió estupor en su
mirada.
—Esta es mi casa —dijo. Y añadió—: Desde que empecé a
trabajarenlafábricapasopocotiempoaquíporqueestoymáscómodo
enVillanova.
Seacercóalmueble-baryvertióundedodewhiskyenunvaso.A
ella,quesehabíaacercadoaunapuertaventanayobservabalostejados
yeljardínquehabíaabajo,noleofreciónada.
Ginaaparecióenelsalónyanunció:
—Enlacocinaestátodolisto.¿Pongolamesa?
—Gracias,nosencargamosnosotros—replicóGuido.
—Entoncesvuelvoabajo.Lorecogerétodomañanaporlamañana
—dijolamujer,ysefue.
Estaban solos. Él se sentó en un sofá, cruzó las piernas y dio un
sorboalwhisky.LuegoledijoaAmaranta:
—Ahorapuedeshablar.
Segiróhaciaél,seagazapóenlaalfombraquehabíadelantedela
chimeneaysusurró:
—Oh,muchasgracias.
Cogióunabrecartasdeplataquedescansabaenunamesitabajay
XVIII
comenzóadargolpecitossobrelasuperficielanosadelaalfombra,que
reproducía un cuadro de Miró. Guido, con un gesto fulminante, se
abalanzósobreellayseloquitódelamano.
—Porsinolosupieras,estaalfombraesunaobradearteypodrías
estropearlaconlapuntadelabrecartas—explicó.
—¿Quéquieresdemi?Necesitosaberelmotivoporelquemehas
secuestrado, porque esto es un secuestro. Te advierto que si pretendes
usar la violencia conmigo, primero te mato y luego te denuncio —
advirtióella.
—No te saltaré encima, lo sabes, y deja ya de hacerte la
supermujer,porquenoloeres—respondiómolesto.
Ellabajólamiradaydijo:
—Necesito serenidad desesperadamente, y a veces la encuentro,
aunqueseafugazmente,cuandovoyarezaralaiglesia.SóloDiossabe
porquéarrastrotodaestarabiaquemedevorapordentro.Megustaría
ser un torrente de alegría, de ganas de vivir, como muchas chicas que
conozco.Ellasnosehacenpreguntas,trabajancuandotocatrabajaryse
divierten cuando tienen que divertirse, y son felices. Tienen novio, se
imaginan un futuro, van a bailar, quedan juntas y se ríen y charlan sin
parar.¿Quétendránquecontarse?Yo,encambio,prefieroestarcallada
y reflexionar. Los pensamientos se me amontonan en la cabeza y me
vuelvenloca.Entoncesmepongoarezaryrecuperolapazylacalma.
Nunca he tenido novio, ¿sabes? Si un chico intenta ligar conmigo, en
lugardesentirmehalagada,meenfadoporquecreoquemeestátomando
elpelo.Entoncessacolasuñasyaraño.Cuandoerapequeña,mimadre
echabaunchorritodeaceiteenlasrebanadasdepanquecortabapara
mipadre,paramíyparamishermanos.Luegorecogíalasmigasdela
mesa, se las metía en la boca y decía: «Yo no tengo hambre». Se me
llenabanlosojosdelágrimasylarabiamedevorabaporquementía.No
sabes cuánta miseria hay en el campo calabrés y no tienes ni idea del
cinismo de los capataces, que tratan a los jornaleros como animales.
Fueelhambreloquenosempujóalnorte.¡Yesoquemiabuelopaterno
teníadineroytierras!Peronoeranparanosotros,porquenosecharon.
EnVillanova,alfin,dejamosdesufrirelhambre.Porlodemás…Nos
vestíalaparroquiaytufamilianosofrecíalameriendaenvuestravilla.
Yahíestabastú…tanperfectoquenoparecíasreal.Paracualquiercosa
le pedías permiso a tu madre: «Mamá, ¿puedo?», o «Mamá, ¿me
permites?».Yerastanguapo,dulce,elegante…yotequería.Cuandome
hablabas,habríalloradodealegríayporestadebilidadmíaqueodiaba.
¿Lo entiendes? Ya por entonces estaba confundida y atormentada. Me
preguntosielsentidodemividaestáentodaestagranconfusión.Ahora
meprovocasdemilmanerasymehacessentirtodavíapeor.Túyyono
tenemosnadaencomún.
Alzólamiradaparaobservarloysonriócontristeza.
—Por ahora compartiremos la cena —dijo Guido, que absorbió
suspalabras.
En el horno, recién apagado, había gnocchi al gorgonzola y
polpettonedeterneraconpatatasasadas.
Cenaronenlamesademármoldelacocina,sentadosunofrenteal
otro,yseintercambiaronmuypocaspalabras.
Después,ellaquisoquitarlamesa.
Guidosiguiósusgestosrápidosyprecisos.
Cuandolacocinaestuvoenorden,Amarantalesonrióydijo:
—Ahoramegustaríavolveracasa.
Guidocomprendióquelajoventeníasuspropiostiemposyéllos
respetaría.Estabaenamoradodeellaynoqueríaquecambiara.
—Teacompaño.
Cuandoestuvierondelantedelafábrica,Guidollamóporteléfono
al guardia nocturno para que abriera la verja. Tenían que coger la
bicicletadeAmaranta,queestabaaparcadaenelinteriordelrecinto.
Lametieronenelmaleteroyretomaronlamarchahacialaalquería
Pompea,dondeahoralajovenvivíasola.
Guidoleentrególabicicletaydijo:
—Graciasporhabermecontadoalgunascosasdeti.
—Hayotrasquemehecallado—respondióella.
—¿Porejemplo?—preguntóGuido,curioso.
—Tuveunhijo—reveló,ysealejódeallídejándolosinhabla.
Once
Elquiosquerodelpueblo,quevivíaenlaalqueríaPompea,selevantó
alascuatrodelamañanaparairasuquioscoyesperarlaprensaylos
periódicosdeldía.Alsalirdelpatio,viounvehículoparadofrenteala
verjayensuinterior,enelasientodelconductor,lasiluetaoscuradeun
hombreconlacabezaapoyadaenelvolante.
Sepreguntósiestaríavivoomuerto,asíquellamóalaventanilla.
El hombre levantó la cabeza y lo observó con mirada perdida. El
quiosqueroloreconoció:eraeljovenCantoni.
—¿Todobien,señor?—preguntó.
Guidobajólaventanillayrespondió:
—Creoquesí.—Aunquenoparecíasermuyconscientedellugar
enelqueestaba.
—¿Necesitaayuda?—insistióelhombre,queloconocíadesdeque
eraunchavalporquelecomprabatebeosycromosdefutbolistas.
EntoncesGuidorecordóloquehabíasucedidoypreguntó:
—¿Quéhoraes?
—Lascuatroymedia.
—Graciasporhabermedespertado.Creoquemehadadounataque
repentinodesueño—sejustificó.
—Mejorasí.Entoncesyomemarcho—dijoelquiosquero.
Actoseguido,semontóensuciclomotordestartaladoysedirigió
alcentrodelpueblo.
La farola iluminaba el perfil macizo de la construcción rural y el
bordedeloscamposalotroladodelacalle.Guidocontemplólasilueta
recortada de algunas grúas que se alzaban a lo lejos, donde nuevos
edificiosestabannaciendo.LuegovolvióaescucharlavozdeAmaranta
diciendo:«Tuveunhijo».
Despuésdequesemarchara,subióalcocheysequedóallí,conla
frenteapoyadaenelvolante,pensando.Noteníaningúnderechosobre
ella,peronodejabadepreguntarsedóndeestabaesehijoyquiénerael
padre.
Además,Amarantalehabíadicho«Nuncahetenidonovio»y«Si
un chico intenta ligar conmigo, me enfado y saco las uñas». Entonces
susurróconrabia:
—¿Porquémehasmentido?
«El misticismo, la necesidad de dirigirse a Dios para que le
indique el camino a seguir, son todo patrañas. El abuelo y el tío
Generosotienenrazón,esmejorquemeolvidedeella.Esunabruja»,
concluyóaregañadientes.
Justo después empezó a preguntarse por él mismo, por la
absurdidad de los sentimientos que sentía por ella, por la incapacidad
de aclararse y de entender qué quería de la vida. Y al final se quedó
dormido.Luegopusoenmarchaelcocheysefue.
Enlugardevolveracasa,sedirigióalafábrica.
Elguardia,quelovioconAmarantalanocheantesyqueahoralo
veía llegar solo a las cuatro y media de la mañana, sacó conclusiones
muypersonalesquesereservóparaél.
—Voyaldespacho—informóGuido.
Entróalantiguoedificioconelguardia,queleencendiólasluces.
—¿Quiereuncafé,señor?—preguntó,antesdedejarlosolo.
—Nomeapetecenada,gracias—sentencióGuido.
Entre su despacho y el de su padre había una habitación con el
armariodelaropalimpiadondeguardabaunpardetrajesderecambio
paraélyparasupadre,ytambiénhabíaunapequeñacocina.Guidofue
albaño,seduchó,sepusounalbornozysepreparóuncafé.Selobebió
deunsorbo,sevistióyregresóaldespacho.Sesentóenelescritorioy
encendiólalamparitademesa.Apoyólacabezacontraelrespaldodel
asientoycerrólosojosconlaesperanzadedormirsedenuevo.
Recordócuando,depequeño,eldomingoporlamañana,después
de misa, su padre lo llevaba con él al despacho, donde tenía una
pequeña nevera con chocolatinas, canapés, bebidas y refrescos. Le
decía:«Cogeloqueteapetezca».
Guido se servía un vaso de Coca-Cola y agarraba un puñado de
cacahuetes salados del envase de lata. Su padre se sentaba en el
escritorioyseponíaatrabajar.Mientrastanto,Guidopasabarevistaa
unaserieinfinitadegrifosalineadosenunaestanteríaqueocupabauna
pared entera. Cada grifo tenía una tarjeta que indicaba el nombre y el
número del modelo. Con el tiempo se los aprendió todos de memoria;
dabalavueltaalastarjetasyledecíaasupadre:«¿Tedigoloquehay
escrito?».
Renzoasentía,loescuchabaysonreía.
—Dentro de quince años, este será tu reino y entonces te darás
cuentadequenobastaconsaberselosnombresdememoriaparallevar
laempresa.Yrecuerdaquecadagrifotienesuhistoria.Porejemplo,el
modeloFenicehasidounagujerosinfondo.Cientosdehorasdetrabajo
que no sirvieron de nada. No gustó al público, aunque el abuelo y yo
habíamosapostadomuchoporestaformaescuadrada—contaba.
UnavezGuidolepreguntó:
—Papá,¿demayortengoqueseringenierocomotúyelabuelo?
—Puedes estudiar lo que quieras, pero este será tu trabajo —
respondióRenzo.
Guido tuvo unos instantes de pánico, como cuando jugaba a los
indios con sus amiguitos y lo ataban a un palo para quemarlo vivo.
Sabía que todo era una simulación y que no se prendería ninguna
hoguera, pero en ese momento estaba aterrorizado. Las palabras de su
padre sobre el futuro que había designado para él causaron el mismo
efecto.Fuesólounmomento,ydespuéslepropuso:
—¿Vamosacasa?
Recordó ese suceso porque como en aquel instante, se sentía
prisionerodeuntrabajoquenoconsiderabasuyoydeunamorqueen
lugar de darle alegrías, le causaba dolor. Escuchó un chasquido en el
silencio. Abrió los ojos y miró a su alrededor. Estaba solo. El
chasquidoserepitiócontraelcristaldelaventana.Selevantóyapartó
lacortina.Fuerahabíaluzy,enlaplaza,vioaAmarantaconpiedrecitas
en la mano y mirando en su dirección. El guardia estaba junto a ella.
Guidoabriólaventanayelladijo:
—Baja.
—Subetú—respondióél.
Pocodespués,Guidoescuchópasosacercándosealapuertadesu
despacho.
Doce
El rostro de Amaranta revelaba una noche de insomnio. Su melena
estaba más enredada de lo normal. Seguramente se habría vestido con
prisas porque llevaba el mismo jersey que el día anterior, pero del
revés.SesentófrenteaGuidoy,conunhilodevoz,dijo:
—¿Porquéteestoytratandoasí?
Guido,quesehabíalevantadopararecibirla,regresóasusillayse
limitóamirarlaalosojos,sinresponder.
—Nomegustaconfiarmeconnadie,nisiquieracontigo.Elúnicoa
quienpuedocontárselotodoeselSeñor,porqueÉlnomejuzga—dijo.
Guidocalló,irritado,porquepensabaqueAmarantaibaacontarle
máspatrañas.
—Escúchame,porquesinohabloahora,nohablarénuncamás.No
es que necesite justificarme contigo, pero pasó cuando volvimos al
pueblo,aCalabria,porqueelabuelomurióydejótodoloqueteníaami
padre.Mientrasestuvovivo,siempresenegóacompartirconsuhijolo
queteníaporquedetestabaamimadreycuandomipadresecasócon
ella,contrasuvoluntad,loechódecasaylodesheredó.Traslamuerte
del abuelo, por tanto, heredamos una preciosa masía, unas cuantas
hectáreas de olivos y mucho dinero. Por aquel entonces tenía quince
años—explicóAmaranta,ylecontóaGuidoque,despuésdevolvera
Calabria, tuvieron que enfrentarse a las reivindicaciones de los dos
hermanosdesupadre,alosquesóloleshabíatocadolapartelegítima
cuandopensabanqueheredaríantodoelpatrimonioporquesupadreno
reconocíaalhijoqueemigróalnorte.
—¿Crees que puedes venir aquí y decirnos que todos es tuyo
porqueasíestáescritoenunpapel?—gritaronlosdoshermanosfrente
alafamilia,reunidaenlagrancocinadelamasía.
—¡Perdistecualquierderechocuandotecasasteconesa!—chilló
unacuñadamientrasseñalabaconeldedoalamadredeAmaranta.
—Esa es mi mujer y tienes que respetarla. Pídele perdón ahora
mismo—ordenóAntonioCasile,furibundo.
La mujer se dio la vuelta y, poniendo el culo en pompa y riendo,
dijo:
—Tepidodisculpas,cuñadamía.
El pie de Antonio se movió de forma fulminante y le golpeó el
trasero,tirándolaalsuelo.
Su hermano Rafael, marido de la mujer, agarró una navaja. El
hermano pequeño, Michele, hizo lo mismo. Antonio, después de haber
vivido tantos años en el norte, había olvidado la costumbre de tener
siempreenelbolsillounanavajaycogióunbancoparadefenderse.Las
mujeres, que deberían haber pedido a los hombres que entraran en
razón,losinstigabanconmaldad.Eranmásferocesqueellos.Amaranta,
que estaba en el grupo de los jóvenes, sabía que los Casile
despreciabanasumadreporqueAntoniosecasóconellacuandoestaba
embarazadadeseismeses.Embarazadadeella.SegúnlafamiliaCasile,
dadoquelamujersehabíadejadoseducirporsuhijo,deberíanhaberla
abandonadoenlugardecasarseconella.Aterrorizadaporloqueestaba
sucediendo,lachicacorrióafueraparairalpuebloypedirayudaalos
carabineros.Nonecesitóirtanlejos,selosencontróaunoscienmetros
decasa.
Raffaele y Michele Casile habían herido a Antonio y se los
llevaron esposados. Raffaele, cuando pasó por su lado, le sonrió y
susurró:
—Tieneslaedadperfectapararecibirlarecompensaquetetoca.
Amaranta descubrió el significado de aquella frase sibilina unas
semanasdespués,cuandoeltíosaliódelacárcelyregresóalpueblo.
Laviolóunanochedeoctubre,enelcampo,durantelarecogidade
las aceitunas. Y después, mientras se abrochaba los pantalones y ella
lloraba,leescupióenlacara.
Aquella noche Amaranta volvió tarde a casa y no le dijo nada a
nadie. Siguió callando incluso cuando su condición de chica
embarazadafueevidente.Sihubierahablado,supadrehabríamatadoa
su hermano y habría acabado en la cárcel. Sus padres la pegaron y la
presionaron durante mucho tiempo para que confesara quién la había
seducido.ComoAmarantaseobstinabaennodecirnada,lamandarona
un centro religioso donde el niño que llevaba en el vientre nació con
apenasseismesesymuriópocosdíasdespués.
—En el centro religioso descubrí el consuelo del rezo. Si no
hubiese aprendido a dialogar con el señor, me habría vuelto loca —le
dijoahoraaGuido.
Guido estaba horrorizado después de escuchar la historia de
Amarantaylamirabaconunapenainfinita.
—Ahora comprendes por qué rezar es tan importante para mí —
añadiólajoven,ycontinuó—:Porfavor,nuncahagasnadaquemehaga
sufrir.Simequieresporuncapricho,déjameir,porquemegustastanto
quenuncatediríaqueno.
Trece
—Todo el mundo me critica y ya no sé qué hacer —se quejó
Amaranta.
Estaba con Guido en la terraza de su apartamento milanés
disfrutandodelsoldelmediodía,enlacalmadominical,mientraselaire
expandíaelrepiqueteodelascampanasdelaiglesiadeSanBabila.
—Nopuedovolveralafábricaporquemiscompañerosmemiran
mal. Tu familia me ve como una engañifa. Mis padres están muertos y
desdehaceañosnosénada,niquiero,demisfamiliaresenCalabria.
—Pero me tienes a mí —la interrumpió Guido, y prosiguió—:
Entiendo que no quieras seguir en Villanova, porque todo el mundo te
escruta con curiosidad, pero aquí en la ciudad la gente ignora a los
demás.
—Tambiénporquememantienesalejadadetusamigosyloaprecio
mucho; me sentiría muy incómoda con ellos y ellos conmigo. Pero a
vecesmepreguntohastacuándopodrásaguantarnuestroaislamiento.Ya
nosalesconnadieynisiquierasésiesjusto.
—Sóloesunaetapa,laprimera,denuestrahistoria.Esmejorque
noforcemoseltiempoydejemosquelascosassucedanporsísolas.Te
confesaré que ha sido muy agradable no tener que hacer gala de una
dialéctica efervescente para aderezar los encuentros mundanos. Me
relajaoírtehablardeladiferenciaentrelaharinadobleceroylafécula
de patata del supermercado de porta Venezia que vende los productos
que no encuentras en el charcutero de Montenapoleono, del sacerdote
sordodeSanBabilaqueobligaalospenitentesagritarsusconfesiones,
de la mala costumbre que tiene Gina de probar la comida mientras
cocinaynoenjuagarnuncalacuchara.Noeresconscientedelacantidad
de vida que hay en tus palabras respecto a los discursos de
determinadas personas que empiezan hablando de la teoría de los
cuantosyacabandiscutiendosobreelúltimomodelodeMaseratiode
unJaeger-LeCoultreconfaseslunares—dijoélmientrasleacariciaba
dulcementeunbrazo.
Los Cantoni se habían negado, «al menos por el momento», a
recibiraAmarantaensucasa,convencidos,debuenafe,dequeGuido
se estaba equivocando, para no ser cómplices de su error. Él no se
enfadó por eso y, cuando estaba con sus padres, evitaba hablar de
Amaranta,pormuchoqueestuvieseconvencidodequeeralamujerde
suvida.
—Esmediodía.¿Vamos?—preguntóella.
Guidoasintió.
Bajaron a la calle y subieron al coche. Se dirigían a Villanova.
Ella iría a la residencia a visitar a su tía. Comería con ella y le haría
compañíahastaqueGuidopasaraarecogerla,despuésdecomerconla
familia.
Salíanjuntosdesdehacíaunmesytodavíanosehabíanacostado.
Después de que la violaran, la mera idea de hacer el amor con un
hombre,pormuchoqueloadoraraylodeseara,laaterrorizaba.Guido
lo comprendía y decidió no forzar la situación. Él era el primero que
queríaquetodosucedieralomásserenamenteposible.Cuandopasaba
lanocheenlacalleMozart,dondeellayaestabaviviendo,dormíaenel
sofáynoleimportaba,erafelizasí.Habíamuchamásintimidadentre
ellosdelaquenuncahabíaexistidoconlasmujeresquehabíaconocido
enunsentidobíblico.
Díaadía,trabajabanensurelación,cadavezmásimportantepara
ambos.
Paramantenerlaocupadamientrasélestabaeneltrabajo,Guidose
acostumbró a darle el periódico de la empresa para que leyera los
artículos que se publicaban en él. Amaranta tenía la tarea de decirle
cuáles le habían gustado y cuáles le habían aburrido, cuáles eran los
temasqueleinteresabanyteníaquesubrayartodaslaspalabrasofrases
quenoentendíaalaprimera.
Amaranta era muy inteligente y, siguiendo sus observaciones,
Guidosediocuentadeloútilqueerasuopiniónconelfindeofrecera
susempleadosunperiódicoalalcancedetodos.
Aquel mes salió de viaje un par de veces con su padre y ella se
quedósoladuranteunosdías.Amarantadedicóesetiempoaescribirun
artículoacercadelosproblemasdelasoperariasenlafábrica,quese
publicóenElNoticiarioyobtuvoungranéxito.
—Mi tía ha tenido otro ictus y no habla —le explicó a Guido
cuandopasóarecogerlaporlaresidenciaalfinaldeldía.
—¿Laestánmedicando?—quisosaberél.
—Lesuministranfármacosabasedecortisona.Nosepuedehacer
nadamás.Hehabladoconelmédicoymehadichoquelequedanpocos
días.
—Ytegustaríapasarlosconella.
—Sí.Estásolaenunahabitaciónyhayunabutacacómoda.Mehan
dichoquepuedoquedarmeahí.¿Teparecemal?
—Sientoquetutíaestémal—dijoél,acariciándolelamano.
Lamujermuriótresdíasdespués.
—Ahora estoy completamente sola —constató ella, después del
funeral,cuandoregresóconGuidoalapartamentodelacalleMozart,en
Milán.
—Perometienesamí—latranquilizóGuido.
—Necesitounapoyosólidoalqueagarrarme.
—¡Muchasgracias!¿Ysiprobarasasostenertesobretuspiernas?
—replicóGuido,ofendido.
—Esloquesiemprehehecho,aunquenopodíaevitarlasensación
deencontrarmeenelbordedeunprecipicio.Latíaeraunsubrogadode
mi familia, el trabajo en la fábrica me daba dignidad, rezar me daba
fuerza.Ahoramitíayanoestáynovoyatrabajar.Lafe,porsísola,no
es suficiente. No puedes comprender cómo me siento porque siempre
hastenidolaproteccióndetufamilia.
—Tú y yo podemos ser una familia. Me caso contigo cuando
quieras.
—Paracasarsenoessuficienteconestarenamorados,laspersonas
tienen que quererse, y yo no estoy segura de la fuerza de mis
sentimientos por ti. Y tú, ¿estás seguro? ¿Qué pasaría si hiciéramos el
amor y descubriéramos que sólo hay pasión entre nosotros, pero no
amorverdadero,delqueduraparasiempre?
Guido no lograba entender qué le pasaba por la cabeza y la
observabaconconsternación.
Después del funeral, se la había llevado a su piso de la calle
Mozartconlaintencióndemimarla,consolarlayplantearleunfuturoen
común,yresultaqueellaleestabadiciendoque,talvez,losuyonoera
unahistoriadeamor.
—Estás loca y quieres volverme loco a mí también —reaccionó,
molesto.
Ellaabriósuspreciososojosverdesdeparenpary,conteniendo
unsollozo,balbuceó:
—¡Medasmiedo!
Erapreciosayfrágil,yestabaasustada,confundidayéllaadoraba
aunque estuviera cansado de sus elucubraciones, de la necesidad
incesantedecomplicarseydecomplicarlelavidacuandotodoeramuy
simple…Yalfinsedecidió.Sonrió,lacogióenbrazosysedirigiócon
ellahacialahabitaciónmientraslesusurraba:
—Tequieromuchísimoyloúnicoquequieroeshacertefeliz.
Catorce
En la penumbra de la iglesia, entre el olor antiguo de los cirios, el
aroma sagrado a incienso y el perfume extenuante de las flores,
Amaranta se estaba confesando con don Tranquillo, que escuchaba
impasiblesumurmullodensodeinterrogantesqueponíandemanifiesto
suarduabúsquedainterior.Cuandocalló,elsacerdotedijo:
—Mara, no puedes poner en duda el dogma de la Iglesia. Estás
cometiendounpecado.
—Entoncesexplíquemeporqué,enelfondodemicorazón,siento
quenoesasí—objetóella.
—Meestáshaciendosufrirdesdehacemediahoraporquequieres
que te diga que no te estás equivocando. Te lo diría encantado si tus
premisasfuerandistintas,perodudasdelamorporGuido,ytepreguntas
sipuedeserelhombredetuvidaosi,porelcontrario,noexisteeneste
vasto mundo un hombre más adecuado para ti. Así que si dudas, no
puedodecirtequehacesbienofreciéndoteaél.¿Loentiendes?
—Sí. Es usted quien no me entiende. Yo dudo acerca de todo,
padre. Dudo sobre si mañana saldrá el sol, sobre si los hijos son una
bendición para los padres, sobre si esta noche cenaré menestra, sobre
que Dios me vea y me escuche, incluso dudo sobre la existencia de
Dios,aunquelonecesitomuchísimo.Asíque¿porquénodeberíadudar
sobreelamordeGuidopormíydelmíoporél?Hedichoamorynosé
si es la palabra adecuada. Entre nosotros hay una pasión que nos une
desdequeéramosniños.Ymientrashacemoselamor,yosoyfeliz.
—¡No vegas a contarle esas cosas a un viejo cura! —estalló don
Tranquillo.
—¿Yentonces?Sinoesconusted,¿conquiénpuedohablardemi
angustia?¿PorquélaIglesiaestátanlejosdelagente,especialmentede
losque,comoyo,intentanbuscarrespuestas?
—Nohablesasí.LaIglesiasabeloqueestábienyloqueestámal
ynotecorrespondeaticriticarla.Cierto,laIglesianosehaadaptadoa
nuestrostiempos.Anteseraimpensablequeunpenitenteyunconfesor
hablaran de sexualidad, excepto como admisión de culpa sujeta a
ferocespenitencias.Hoyendíanoesasí,yyopuedoinclusoabsolverte.
Pero dado que soy viejo y tengo mucha experiencia, te digo que la
pasiónqueteunealjovenCantoniestádestinadaaterminar.Siconéllo
único que alimentas son dudas, ¿de qué se nutrirá vuestra unión?
Piénsalo, Mara. Ahora, por penitencia, rezarás tres padrenuestros, tres
avemaríasytresgloriasalpadre.Yahoralargodeaquí,tengomuchas
cosasquehacer—cortósecoelsacerdote,exhaustoporlaconfesiónde
Amaranta.
Ellasequedóenlaiglesiaunbuenratorezandoypensando.
Cuantomásreflexionaba,másprisionerasesentíadeunasituación
en la cual no se reconocía. Cuando hacía el amor con Guido, tenía la
sensación de rozar los límites del éxtasis. Eran momentos sublimes en
losquedejabadepensarparaconvertirseenunaesponjaqueabsorbía
el placer hasta la última gota. Las horas que pasaba con él eran una
fiesta.Susojos,celestescomoelmantodelaVirgen,ledecíanmucho
más que sus palabras. El cuerpo de él, perfecto, ágil, sólido, que se
enroscaba en torno al suyo, delgado, le provocaba sensaciones
extraordinarias. Pero después, él salía de casa, se iba a trabajar,
quedaba con los amigos, hablaba de un modo que enfatizaba las
diferencias de clase social, de educación y de cultura que había entre
ellos,yesolahacíasentirinútil,solayperdida.
UntiempoatráslehabíapreguntadoadonTranquillo:
—¿Dónde puedo encontrar las respuestas a las preguntas que me
acechan?
—Enloslibros.Leelasvidasdelossantos—respondió,yluego
le prestó algunos libritos que explicaban la vida de santa Rita de
Cascia,desantaCaterinadeSienaydesantaTeresadeÁvila.
Losleyó,peroleparecieronaburridos,melososyestúpidos.
—Mehubieradivertidomásleyendolavidadelashormigas—le
confesóalsacerdotecuandoselosdevolvió.
—Porque eres ignorante, pero no te atormentes por ello. Sigue
rezandoylasrespuestasvendránporsísolas—ledijo.
Sefuedelaiglesiayregresóacasaobsesionadaconlaspalabras
del confesor: «La pasión entre tú y Guido está destinada a terminar».
Peroellaseguíaenlafasedel«tequerrésiempre».Elamorquehabía
entre ellos estaba más vivo que nunca, alimentado por el deseo
recíproco.
Cuandoentróencasa,elteléfonoestabasonando.Sedioprisapara
iraresponder.EraGuido.
—Esta noche no puedo llevarte a Milán. Duermo en casa de mis
padresporquemañanaalassietetengoquecogerunvuelohaciaRoma.
Voyconmipadre,tenemosquereunirnosconunosclientesalasnueve.
¿Podrásaguantarhastamañanaporlanoche?—preguntó.
—Excepto tú, tengo todo lo que necesito. Hasta mañana —
respondióella.
Colgó el teléfono y se fue a la cocina. Abrió la nevera. En el
congelador encontró los buñuelos de calabacín que tanto le gustaban a
Guidoysopadepescado.Sicalentabaunpocodecadacosa,cenaríaen
unmomento.
Elteléfonosonódenuevo.EraGuidootravez.
—¿Estásenfadada?—preguntó.
—Estoysola—respondió.
—Nopuedesestarlo,porquemispensamientosestáncontigo.
—Losmíostambién,perosigoestandosola.
Sesentíacomoaquellasmujeresquetienenunamanteyquesaben
queélpasarálatarde,lanocheyeldíasiguienteconsumujer.
—VoyabuscarteynosacompañasaRomaamíyamipadre.
—No iría, ya lo sabes. Me estoy comportando como una cría…
perdóname.
Habríamásviajesyausencias,porloquedebíaaprenderatener
unavidaautónoma.
—Todavíaestoyenfasederodaje.Dametiempoparaverenqué
puedoemplearmisratoslibres.Teesperarécontandolosminutosylas
horasquenosseparan—dijo.
Regresó a la cocina. No tenía hambre. Estaba allí, de pie,
preguntándosecómodarleunsentidoasuvida.
—Meharéunzabaione—decidió,hablandosola.
Puso sobre la mesa dos huevos, azúcar, una botella de vino
Marsala,unbolylabatidora.Recordóque,cuandoerajoven,sutíale
decía: «Si estás deprimida, hazte un zabaione. Devuelve a la vida
inclusoaunmuerto».
Puso las yemas en el bol, añadió dos cucharadas de azúcar y una
pizca de sal, lo batió todo hasta que se creó una suave espuma que
diluyó con un vaso de Marsala. Lo puso en una sartén con el fuego al
mínimo.Luegomezclólentamenteellíquido,quepocoapocosevolvía
másconsistenteyseinflaba.Devezencuandololevantabaunpococon
lacucharaparacomprobarelcuerpoqueestabatomando.
Apagó el fuego, vertió el zabaione en una taza, esperó a que se
enfriaraunpoco,sedirigióalaventana,observóelcielodejunioque
se oscurecía lentamente, se llevó la taza a los labios, dio un sorbo a
aquellaambrosíaysintióunasensaciónquehabíavividomuchosaños
antes.Dejólatazaenlamesaysusurró:
—Estoyembarazada.
Quince
No habló de su embarazo hasta mediados de julio, cuando Guido le
dijo:
—Te llevo a Santa Margarita. Allí tenemos una casa grande.
Estaránmisabuelosymispadresyotrosamigosíntimosqueconocerás.
—No—respondióella.
—¿Por qué no, lagartija mía? —preguntó él, que imaginó que la
negativasedebíaalmiedodeenfrentarseaunafamiliaquesededicaría
aobservarla,juzgarlayponderarla.
HabíansalidoacenaryGuidolahabíallevadoaunrestaurantea
las puertas de la ciudad conocido por sus especialidades en pescado.
Habíapocasmesas,unaclientelaselectaypreciosdeinfarto.
Amarantaestabaapuntoderespondercuandounavozfemenina,a
suespalda,gritó:
—¡Guido!Porfintevuelvoaver.
Amarantasediolavueltayvioaunachicarubia,depielmorena,
sinmaquillajeyquellevabaunvestidosencilloperomuyelegante.
Pensóquehabíansidonecesariasmuchasgeneracionesdemujeres
cultasyrefinadasparaproduciresetipodemujer.Ellanuncaseríaasíy,
francamente,ledabaigual.Peroasulado,sesentíaunanulidad.
Se preguntó por qué Guido, que pertenecía al mismo mundo que
aquellaatractivajoven,lahabíaelegidoprecisamenteaella.
Élselevantó,estrechólamanoqueletendiólamujeryledioun
besoenlamejilla.
—HolaBona.¿Cómoestás?
—Yaves.Megustaríaestardevacaciones,peroestoytrabajando.
—¿Conoces a Amaranta? —preguntó él, e indicó a su
acompañante,quelosobservabaconrecelo.
—No,aunquesehablamuchodeella—revelóconunasonrisa,y
añadió—:¿Cómoestás?
—Bien,gracias—respondióellaenunsusurro.
—¿Tegustaríasentarteconnosotros?—dijoGuido.
—Nopuedeshacertealaideadelomuchoquemegustaría,pero
estoyconlosCarminati,¿tesuenan?
—Losdelascalderas,¿verdad?—preguntóGuido,queconocíade
oídaselapellidodeesosindustrialesdelterritoriodelaBrianzaquese
hicieron de oro en la posguerra y que estaban deseando entrar en el
mágicomundodelosseñores.
—¡Exacto! Estoy decorando su casa de Pallanza. ¡Un montón de
trabajo!NosoncapacesdedistinguirunatapiceríadeFortunydeunade
Ideal-casayestánrevisandolascuentasconstantementepormiedoaque
lostimen.Meestánmirandodesdelamesaynoquieroqueseacerquen
con la excusa de que os presente. Tenemos que vernos una de estas
noches,tengomuchasganasdecharlarcontigo.
SedespidiódeAmarantaconunasonrisaamableylesusurró:
—Tienes que contarme cómo has conseguido hacerte con este
hombreinalcanzable.
—Confieso que fue él quien se hizo conmigo —respondió
Amarantaconcomplicidad.
Bonalaobservóuninstanteconcuriosidad.Nosabíadóndesituar
a aquella extraña criatura; luego sonrió porque lo comprendió todo:
Guido había elegido la mujer perfecta para él. En los preciosos ojos
verdes de Amaranta captó una vena de locura similar a la de Bianca
Cantoni, que conoció durante el crucero por Grecia. Entonces lamentó
haberrenunciadoaélporquelegustabamuchísimo,perosedejóllevar
porelsentidocomún.
LediounbesoenlamejillaaGuidoyvolvióasumesa.
—Me estabas preguntando por qué no quiero enfrentarme a tu
familia.AcabasdeobtenerlarespuestaviéndomeconBona.Pormucho
que tus padres pongan buena cara, soy y siempre seré diferente. Y lo
sabes—ledijoaGuido.
—Peroalgúndíanoscasaremos—aseguróél.
—¿Esunapeticiónoficialdematrimonio?—preguntóbromeando.
—Noeslaprimeravezquetepidoqueteconviertasenmimujer.
Megustaríaquemedierasunarespuesta—puntualizóél,serio.
Amaranta pensó en el niño que crecía en su interior. ¡Este
embarazoeramuydiferentealqueviviócuandoerapocomásqueuna
adolescente! Recordó el dolor, la humillación por la violación que
sufrióyaquelpequeñoserinocentequellevóenelvientreduranteseis
mesesinútilmenteyquemurióencuantollegóalmundo.
Ahora estaba feliz por esperar un hijo de Guido. Le sonrió y
susurró:
—Serámejorqueprimeronazcanuestrohijo.
Dieciséis
Amaranta estaba tumbada en la cubierta del barco y tomaba el sol.
Guido,inclinadosobreella,leacariciabaelvientre.Seencontrabanen
elyatedeGenerosoyestabanpasandounosdíasdevacacionesenlas
islasgriegas.
—Mehacescosquillas—dijoella,riendo.
—¿Quédices?Estoyacariciandoanuestrohijo—replicóGuido.
Laembarcaciónoscilabaligeramentesobreelagua,estabanenuna
cala refugiada donde habían hecho un alto en el camino para darse un
baño. Amaranta alzó los brazos, rodeó el cuello de Guido y lo atrajo
haciaella.
—Peso demasiado para apoyarme sobre nuestro hijo —dijo él
mientrasseapartaba.
Se encontraba en el quinto mes de embarazo y su cuerpo estaba
adoptandounasiluetamásredondeada.
—Nuestrohijoestáprotegidodentrodelsacoamniótico.Dejade
tratarmecomosifueraunobjetofrágil—reaccionóAmaranta.
—Eresmimujeryerespreciosa—respondióél,ylaabrazó.
Llevaban algunos días navegando, desde que Guido comprendió
que su pareja necesitaba calma y no podía sufrir presiones de ningún
tipo.Abordodelgranyate,queGenerosolehabíaprestadoaGuido,los
dosjóveneseranfelices.
—Dicen que pasar diez días en el mismo barco es la prueba
definitiva para una pareja: nueve de cada diez veces, los dos acaban
peleándoseysedejan—explicóGuido.
—Nosotrosyanospeleamosensudía,yanomequedamásrabia
enmiinterior.Quierodisfrutardeestasvacacionescontigo.Esincreíble
lafacilidadconlaqueunoseacostumbraalabuenavida.
Desde que estaba embarazada, Amaranta se había vuelto mucho
más dulce y Guido estaba descubriendo su esencia más íntima, que se
nutríadeunaamabilidadinnataydeunaagudasensibilidad.
Cuando la tripulación regresó a bordo, decidieron bajar a tierra
paravisitarKos.Seadentraronenloscallejonesblancosdelaaldea,se
cruzaron con algunos ancianos isleños que sonreían a los dos
enamoradosylossaludabanconunasonrisayunkalispera.Sesentaron
en la mesa de un bar para beber algo, después compraron botellas y
jarronesdecristaldecoloresmadeinMuranoycollaresdeplatamade
inIndiaquehacíanpasarporproductoslocales.Alatardecercenaron
bajo la pérgola de un restaurante, saboreando pescado a la parrilla y
albóndigas de arroz envueltas en hojas de berza, planeando una
excursiónalmonteAthosyotraenMacedoniaparaveralascigüeñas
queanidanallí.
Porsihubiesehechofalta,enaquellargomesdevacacionesGuido
obtuvolacertezaabsolutadequeAmarantaeralamujerdesuvida,la
única persona capaz de infundirle seguridad, la única con la que
enfrentarsealfuturoconserenidad,porquesabíaescucharloconamore
inteligencia.
—Estoy convencida de que en la empresa familiar estás
desperdiciado. Tienes una sensibilidad extraordinaria que clama por
liberarsedelyugodelosgrifos.Ladevociónquetieneshaciatupadrey
lanecesidaddeseguirsuspasoshanofuscadotucapacidaddedecidir
librementetufuturo.Teobservocuandoleesycomentaslaspáginasde
loslibros,cuandocogesapuntesfrenéticamentealleerunapoesíaoun
relato, y la conclusión que extraigo es que eres un artista que necesita
expresarseconpalabras—ledijounanochemientraselbarconavegaba
por las costas del Peloponeso y ellos reposaban en el puente,
contemplandolasestrellas.
Guido reflexionó largo y tendido sobre aquellas palabras. Cuanto
máspensabaenello,másseconvencíadelainteligenciadeAmarantay
de la profundidad de su relación. No había secretos entre ellos y
lograban decirse incluso las cosas incómodas, porque sabían que no
habíabarrerasinsuperables.
Cuando volvieron a Milán, Guido decidió que le enseñaría unos
cuantos relatos que había escrito en los últimos dos años y que había
guardadocuidadosamenteenuncajón.
Llegaron a la ciudad unos días antes de lo previsto porque
AmarantateníaunarevisiónenelginecólogoyGuidonoqueríaquela
retrasara.
Él mismo la acompañó al médico, que había sido un compañero
suyo del instituto y que ahora era el asistente del médico titular de la
clínicaMangiagalli.
Elespecialistalasometióaunarevisiónexhaustivayconcluyóque
elembarazoprogresabaconnormalidad;Amarantaledijoquesufiebre
misteriosahabíadesaparecidodesdehacíamásdeunmes.
—Eslapotenciadelamaternidad—respondióelmédico,quele
diootracitaquecoincidíaconelfindelséptimomesdeembarazo.
Pasaronlanocheencasa.Amarantapreparóunacenafrugal.
Sesentaronalamesadelacocinaconunplatodesopadefarroy
ella le entregó un folio que había escrito con su caligrafía delicada.
Guidoleyó:
.Alzólamiradadelahoja.
—¿Loleoya?—preguntó.
—Sí,porfavor.Asílocomentamosmientrascenamos—respondió
ella.
Élprocedióaleerenvozalta:
—Primero: nuestro hijo tendrá una habitación propia cuando
empieceairalcolegio.Hastaentoncesdormiráalladodelamadre,sin
lapresenciadeunatata.
—Noquieroqueelniñocrezcapensandoqueperteneceaunaclase
socialprivilegiada—explicóAmaranta.
—Peroesoespurahipocresía,porqueélyapertenecealmundode
los privilegios. Tiene una madre que acaba de pasar un mes de
vacacionesenunbarcoprecioso.Lasmadresproletariassóloviveneste
tipodecosasensueños.
—Ocuandoconocenaunhombrecomotú.Peroeldíademañana
podríasfaltar.Elpuntofijodenuestrohijosoyyo,yyosoyunamujerde
pueblo.
—¿Creesquepodría…morir?—preguntóGuido,preocupado.
—Esonunca,amormío.Másbienpiensoquepodríascansartede
mí.
—Estoyautorizadoparapensarlomismodeti.
« COSASQUEHACERANTESDEQUENAZCAELNIÑO»
—Peroyosoysumadreynolodejaríanunca.
—¿Asíquemeestásdiciendoquepodríassertúquiensecansara
demí?—preguntóél,molesto.
—Estáshaciendoquemihijoseponganervioso—respondióella
apoyandolamanoenelvientre.
—Silasotrascosasquequiereshacersondelmismoestilo,novoy
aleermás,ynointenteschantajearmediciendoqueospongonerviosos
atiyanuestrohijo—protestóél.
—Intentaba que lo discutiéramos de forma razonable, ¡pero veo
que contigo es imposible hablar de algo serio! —dijo Amaranta,
enfervorizada,ylearrancóelfoliodelasmanos.
Éllamiró,desolado.
—Amaranta,¿estamosdiscutiendo?—susurró.
—Eso parece —respondió, y en seguida se llevó una mano a los
riñones y contuvo un grito—. Acabo de tener una contracción… me
encuentrofatal.Llamaalmédico,porfavor.
Diecisiete
Estaba amaneciendo cuando todo acabó. Amaranta yacía aturdida por
elefectodelossedantesenlacamadelaclínicadondelaingresaronde
urgencia. Guido estaba sentado a su lado y le acariciaba una mano.
Estabaconfundidoytriste,porquesuhijoyanoestabaahí.
Eran las seis de la mañana y se escuchaban los tañidos de las
campanasdeunaiglesia.
Amarantadejóescaparundébillamento.Lapuertadelahabitación
seabrióyentraronunaenfermerayelginecólogo.
Laenfermeraseinclinósobrelamujerparatomarlelapresiónyel
médicolesusurróaGuido:
—Salgamosunmomento.
Cuandoestuvieronenelpasillo,hablóconél:
—Talycomotehedichoalsalirdelquirófano,hehechotodolo
posibleportuparejayporvuestrohijo.Sihubierasucedidodentrode
unmes,talvezhabríamostenidomásposibilidadesdesalvarlo,peroa
estasalturas…Losiento,Guido.Cuandolavisitéayerporlatardeno
habíanadapreocupanteenlaspruebas.
—¿Quéhapasadoexactamente?—preguntóGuido.
—Nolosé.Losresultadosdelaspruebasfueronperfectos,elútero
estababien,nohabíatenidopérdidashemáticas,nadahacíapreveresta
conclusióndramática,exceptoelhechoque,dejoven,nopudollevara
cabo un primer embarazo. Hay mujeres propensas a abortos
espontáneos, pero eso no significa que no puedan tener hijos. La
próximavez,noobstante,deberápasarelembarazoenlacamaytodo
acabarámejor—concluyóelamigo.
—Mesientoculpable.Mira,nohemosdejadodehacerelamory
talveznodeberíamoshaberlohecho—murmuróGuido.
—Esonohaprovocadoelaborto.Créeme.Amarantaesunamujer
fuerte y tendréis todos los hijos que queráis. Ahora está bastante
deprimida, así que cambia esa cara oscura que tienes y anímala —
ordenóeldoctor.
—En seguida —dijo Guido, y regresó a la habitación mientras la
enfermeralesuministrabauncalmanteenlasolucióndelgotaagota.
Cuandoestuvieronsolos,seacercóaAmaranta,lepasóunamano
porelcabelloylesonrió.
—¿Cómoestás?—preguntóellaconvozdébil.
—Soy yo quien te pregunta a ti cómo estás —replicó él,
sonriéndole.
—Hechatrizas,ynopuedopensar—sequejó.
—Yo te ayudo, tesoro —susurró él, y prosiguió—: Piensa que
somosunhombreyunamujermuyafortunados,porquemetienesamíy
yotetengoati,ynosqueremosmuchísimo.
—Hastaayerporlanochetambiénteníamosunhijo—susurróella.
—ElSeñor,alquetútedirigescomosifueraunparientecercano,
hadecididoqueeseniñonoteníaquenacer.
Ellaasintióydijo:
—Estáscansado.Porfavor,veteacasa.
Élnoqueríadejarlasolayselodijo.
—Peroesquenecesitoestarsola—insistióella.
Él volvió a la calle Mozart y se abandonó en la cama sin
desvestirse.Secubrióelrostroconelcojínysollozóduranteunbuen
rato;nopodíaparar.Erapresadeunamelancolíaatormentadoranosólo
por el hijo no nacido, sino porque temía que la extraordinaria historia
deamorconAmarantaacabara.Cuandolaslágrimasseagotaron,cayó
enunsueñoprofundosinsueños.
Lodespertólamujerdelportero,queentróalpisoparalalimpieza
diaria.
Entoncesselevantóysaliódelahabitación.
Lamujerlomirócomosifueraunfantasma.
—¡Señor!¿Seencuentramal?
—Prepáremeuncafé,porfavor.Yomevoyadarunaducha—dijo
sin dar más explicaciones. Al entrar a la cocina, enfundado en un
albornoz,susurró—:Amarantaestápeorqueyo.Estanochehaperdido
alniño.
Lamujerleofrecióunatazadecaféconazúcarydijo:
—Lo siento muchísimo. Creo que volveré más tarde a limpiar,
cuandoustedsalga.
Despuésdesapareció.
Élregresóalahabitaciónysevistió.Mientrasrecogíasuscosas
delabolsa,vioelfolioconlasanotacionesdeAmarantaqueempezóa
leerlanocheanterior.Prosiguióconlalectura.
«Segundo: apuntarme a un curso de lectura e interpretación de la
Biblia. Tercero: llevar a la tintorería vestidos y jerséis que llevan
meses en el trastero. Cuarto: escribir un diario de mi vida en pareja.
Quinto:sustituirlaruedapinchadademibicicleta.Sexto:confesarlea
Guido que he leído a escondidas sus relatos y que me han encantado.
Séptimo:dejardementirleaGuidosobreelusodelajo,queéldetestay
yo niego usar. Octavo: no agobiar más al Señor con mis pretensiones
absurdas.Noveno:recordarsiemprequeinclusoeneldíamásluminoso
se hará de noche. Décimo: lo he olvidado; evidentemente no era
importante».
Doblóencuatroelfolioyselometióenelbolsillodelachaqueta.
Poco después salió de casa. Estaba decidido a hacer todo cuanto
pudieraparanoperderasumujer.Pasóporelflorista,compróunramo
derosasblancasyvolvióconAmaranta.
Laencontrósentadaenlacama.Estababebiendounatazadetéyle
diolabienvenidaconunasonrisa.Élacercólasillaalacamaysesentó
juntoaella.
—Graciasporlasrosas,sonpreciosas—dijomientrasselasdaba
aunaenfermeraparaquelaspusieraenunjarrón.
—¿Tesiguesencontrandomal?—preguntóGuido.
—Sólo tengo malestar en el bajo vientre. El médico dice que
mañanameencontrarémuchomejoryquedentrodeunpardedíasme
daránelalta.
—Estanochemegustaríadormiraquícontigoy…—dudóantesde
continuar.
—¿Y?—preguntóAmaranta.
—Creoquedeberíamoslegalizarnuestraunión.Estamoshechosel
unoparaelotro,amormío,ynopuedovivirsinti.
—Tengo que llevar a cabo mi luto —susurró ella, después de un
largosilencio.
—Estedolornoessólotuyo,Amaranta—observóGuido.
Ellaasintióyleacaricióelrostro.
—Enelcielohayamoresyaescritosquesóloesperanservividos.
¿Estáelnuestroentreesos?—preguntó,mirándoloalosojos.
—¿Tienesalgunaduda?
—Yotequieroprofundamenteysiempretequerré—murmuróella,
yprosiguió,contristeza—:Peronosésinuestrahistoriaestáescritaen
elcieloporque,siloestuviera,nonoscausaríatantodolor.
—Incluso en el día más luminoso se hará de noche. Eso lo
escribistetú,yteolvidasteporcompletodelacontinuación:después,el
solvuelveasalir—dijoGuido,intentandoreconfortarla.
—Has leído mi decálogo —se sorprendió Amaranta, y con la
miradabajasusurró—:Destrúyelo,yanosirveparanada.
En los dos días siguientes, Guido apenas se ausentó y Amaranta
parecía más tranquila. El médico los tranquilizó a los dos sobre el
hechodequepodríantenerotrosembarazosy,altercerdía,Guidobajó
aadministraciónparasaldarlacuentadelaclínicamientrasAmaranta
sevestíaparavolveracasaconél.Cuandosubióabuscarla,sólohabía
unaenfermeraenlahabitación.
—Laseñorayasehaido.Hadejadoestoparausted—ledijola
mujer,queleentregóuntrozodepapeldobladoencuatro.
Guido lo leyó: «El cielo no quiere que tenga hijos ni pareja. No
puedo ir en contra de la voluntad del Señor. Sé que lo entenderás. Te
quieromucho,Guido,peronopuedosertumujer».
ElascensodeLéonie
Uno
—Después, por fortuna, llegaste tú y te acogimos como un don del
cielo—dijoelviejoAmilcare.
Léonie estaba cansada y el abuelo también. Aun así quería saber
máscosas.
—¿AdóndefueAmaranta?—preguntó.
—Con don Tranquillo. Se la confió a las monjas benedictinas de
Lecco,quelaacogieroncomopostulante.Ahoraesmadreabadesaenun
convento.SéporGuidoqueesunamonjafeliz—concluyóAmilcare.
—¿Significaesoquesiguieronencontacto?
En la habitación adyacente, el pequeño Gioacchino se puso a
chillar. La anciana criada que había criado a Giuseppe entró en la
habitaciónconelreciénnacidoenbrazos.
—Tiene hambre, mi pequeño —sonrió Léonie, que lo cogió en
brazos.
—Ayúdameavolveramihabitación—dijoelancianoalacriada.
PocodespuésllegóCelina,quesesentóenlabutacaqueacababa
dedejarlibroelsuegroysequedóallíobservandoalanueramientras
ledabaelpechoasusegundonieto.
Cuandoelpequeño,saciado,sevolvióadormir,Léoniedijo:
—Estoycansada,maman.Guidonotardaráenvolverymegustaría
dormirunpoco.
Leconfióelbebéalacriada.Celinalediounbesoenlafrenteyla
dejó sola. Léonie se durmió y, cuando se despertó con las primeras
lucesdeunamañanainvernal,vioasumarido,vestidoconvaquerosy
jersey,durmiendoasulado.
Giuseppe,elprimogénito,dormíaabrazadoasupadre.
En esa enorme cama, en la tranquilidad de primera hora de la
mañana, descansaba su sólida y reconfortante familia, tal y como
siempreselahabíaimaginadoylahabíadeseado.Podíaconsiderarse
unamujerafortunada.
Lapuertadelahabitaciónseabrióyunacriadaasomólacabeza;
llegabaconelbebéparaqueledieraelpecho.Léoniesecolocóeldedo
índiceenloslabiosparapedirlealamujerquenohicieraruidoysalió
de la cama. Cogió al pequeño en brazos, salió del dormitorio con la
criadaysefuealahabitacióndeallado,destinadaalreciénnacido.Le
diodemamaryluegoseloconfiódenuevoalacriada.
—¿Hayalguienenlacocina?—preguntó.
—Sí,señora.
Léonie se dirigió al ascensor y bajó. La cocina estaba iluminada
con luz natural. La acogió un delicioso aroma a café. Del tinelo
procedíanlasvocesdelosjardineros,delchóferydelasempleadasde
lalimpieza,queestabandesayunando.Enunamesahabíandispuestolas
tartas,quetodavíadesprendíanelaromadelhorno,pancrujienteyfruta
cortada.Unamujerestabaexprimiendonaranjas.
—Buenosdías,Evelina—dijoLéonie.
—¡Señora! —exclamó la sirvienta, limpiándose rápidamente las
manosenunpaño—.Enhorabuena—añadióconunasonrisa.
—Gracias. Tengo hambre —anunció Léonie, que acercó un
taburetealamesademármol.
—Le serviré el desayuno en la veranda —respondió Evelina, tan
atentacomosiempre.
—No,quierovolveralacama.Perounzumo,unpocodetartayun
caféseríanunabendición—replicóella.
Evelinaseapresuróparapreparárseloy,mientrasLéoniesebebía
el zumo de naranja, llegaron Guido y Giuseppe, que la saludaron con
besosyabrazos.
Ellaerafelizyestabasatisfechacontodoloquelavidalehabía
ofrecidocontantagenerosidad.
—¿Aquéhoravolviste?—lepreguntóaGuido.
—Alastres,perodormíasprofundamente.Yotambiénestabamuy
cansado, porque después de coger en brazos al pequeño Gioacchino,
saquéaGiuseppedesuhabitaciónynosquedamosdormidosatulado.
Graciaspornuestronuevoypreciosohijo—ledijoconmovido,yledio
unbesoenlamejilla.
—No es verdad que sea precioso. Es muy feo —lo corrigió
Giuseppe,colgándosedelcuellodesumadre.
—Tienes toda la razón —confirmó Léonie, con ternura—.
Gioacchinoesfeúcho,peroyosoyfeliz,porquetetengoati,queeres
guapísimo—añadióparacalmarloscelosdelprimogénito.
—PeroGioacchinotequiere,porquealnacertehahechounregalo
—ledijoGuidoalhijo.
—¿Ahsí?—preguntóelpequeño,incrédulo.
Ellaobservóalmarido,quelehizoungestodecomplicidad,yle
explicóalniño:
—Cuando vuelvas a tu habitación verás la bonita sorpresa que te
hahechotuhermanito.
—Voyahoramismo—decidióGiuseppe,quebajóatodaprisade
lasrodillasdesumadre.
Evelina se acercó para acompañarlo al primer piso y Guido le
revelóasumujer:
—Antes de marcharme a Roma le compré una bicicleta. Tenía
muchasganasdeteneruna.Selahedejadoalladodelacama,peroaún
nolahavisto.
—¿Estáscansado?—preguntóella.
—De los dos, quien ha hecho un esfuerzo titánico has sido tú —
respondió el marido. Cogió una mano de la mujer, se la llevó a los
labiosyrepitió—:Gracias.
LéonieobservóaGuidoconternura,comosilovieraporprimera
vez, y de hecho era así, porque la historia que le había contado el
abueloAmilcaresobrelapasióndeGuidoporAmarantaproyectabauna
nueva luz sobre su personalidad compleja y, ahora, menos misteriosa.
Estuvoapuntodepreguntarle:«¿Todavíalaves?»,porqueungranamor
comoaquelnopodíaapagarseconlafugadeellaaunconvento.Siél
hubierarespondido«Sí,todavíalaquiero»,¿cómohabríareaccionado?
Sepreguntósiellaeraunamujerqueservíadeparche,unafigura
secundaria respecto a Amaranta. Aun así no tenía nada que echarle en
cara a Guido, era un marido perfecto. Se guardó para sí misma la
curiosidadynolepreguntónada.
No quería saber si todavía cultivaba en secreto la pasión por la
monja,porqueellatambiénllevabaenelcorazónaotrohombre.Pensó
que, tal vez, los Cantoni eran una familia de personas sabias,
custodiaban los secretos y no permitían que estropearan sus vidas.
Pensóqueeraunamujerserenaeincreíblementefelizyquehabíatraído
al mundo a otro hijo que contribuía a consolidar el afecto que esa
generosafamiliasentíaporella.
EnlamanoqueGuidohabíabesadoahorarelucíaunanilloconun
diamanteazul.
—Estás loco —exclamó, admirando la magnífica piedra preciosa
degranvalor.
—Esperaaverloqueteregalaréporeltercerhijo—rioGuido.
—Pensaba que dos serían suficientes —protestó ella, sin
demasiadaconvicción.
—¿Notegustaríatenerunaniña,guapaydeterminadacomotú?
—Tengo que pensarlo —respondió. Pero ya sabía que los
fantásticosmesesdelembarazoydespuéselplacerdeamamantarotro
hijoeranunaalegríaquequerríareviviralinfinito.
Dos
En el amplio pasillo del primer piso de la villa, inundado por la luz
que se filtraba por los ventanales que daban al parque, Léonie estaba
sentada en un pequeño sofá dando el pecho a Gioacchino. Giuseppe,
mientras tanto, recorría a lo largo y ancho el gran espacio sobre su
bicicleta,equipadacondosruedaspequeñasparaayudarloamantener
elequilibrio.
—Mira,mamá,puedoirmuyrápido—anuncióelprimogénito,que
nodesperdiciabaningunaocasiónparaatraerlaatencióndesumadreen
detrimentodelhermanito.
—Teconvertirásenuncampeón—afirmóella.
—Peromihermanitono.¿Verdad,mamá?
—Él no, no es un campeón como tú, pero tú serás generoso y le
enseñarásairenbicicuandoseagrandecomotú.
El niño se bajó del sillín, dejó la bici y correteó hacia Léonie.
Apoyóloscodosenlapiernadelamadre,seacercólasmanosalacara
y se quedó allí un rato, observando al bebé mientras mamaba. Luego
dijo:
—¿Porquéledaslechesóloaél?
—CuandoeraspequeñocomoGioacchino,tambiéntedabaati.
—Nomeacuerdo.
—Cuandoélseagrandetampocoseacordará.
—¿Yporquéahorayanomedas?
—Porquetúyacomesenlamesaconnosotros.
—Yotambiénquierochupar—afirmó.
—Hazlo—respondióLéonie,sonriendo.
Giuseppedescubrióelotropechodelamadreychupó.Enseguida
seretiró,disgustado.
—¡Quéasco!—exclamó.
—Ahoraentiendesporquéyanotedoymileche—ledijoLéonie,
riendo.
Giuseppeselimpióloslabiosconeldorsodelamanoynodejóde
repetir:
—¡Quéasco,quéasco!
Celina asomó por el ascensor y se acercó a Léonie con su paso
incierto.
Ledijoalgoaloídodelanuera.
—¡Quierouncaramelo!—reclamóGiuseppe.
Ellalocogiódelamanoyselollevóconsigo,diciéndole:
—Ven,tedejaréescogerunodelcolorquemásteguste.
—¡Elrojo!—gritóelniñomientrasLéonieseapresurabapordejar
al pequeño con una criada. Después se dirigió al ala este de la villa,
dondeseencontrabaeldormitoriodeAmilcareCantoni,alquenohabía
visto en los últimos días, desde la noche en que tuvo al bebé y él le
contólahistoriadeGuidoyAmaranta.
Lapuertadelahabitacióndelpatriarcaestabaentrecerrada.
Cuando entró esperaba encontrárselo en la cama. Pero estaba
sentadoconsumarido,susuegroyeldoctorenlamesaovalquehabíaa
lospiesdelacama.Loscuatrohombresteníancartasdeunabarajaen
lasmanosyestabaninmersosenunsilencioabsorto,inmóvil.
LéoniesabíaqueAmilcareeraunextraordinariojugadordemalilla
y durante toda su vida había acudido con frecuencia a la taberna del
pueblo,lamásantigua,laqueestabaenlaplazadelaiglesia,dondea
menudoloreclamabancomocompañerodejuego.Habíatransmitidoa
sumujer,asuhijoRenzo,alnietoGuidoymásrecientementetambiéna
ellalapasiónporlamalilla.
Ahora,seacercóaloscuatrohombresylepreguntóasumaridoen
vozbaja:
—¿Cómova?
—El abuelo te esperaba —respondió Guido, y añadió—: Le ha
pedidoamimadrequetetraiga.
Amilcare, hundido en la butaca, recostado en algunos cojines, le
sonrióydijoconunhilodevoz:
—AhoraqueLéonieestáaquí,quieroquemetomeelrelevo.
Léonieacercóuntaburetealabutacadelabuelo,sesentóycogió
lascartasqueAmilcareleentregómientrasledecía:
—Estamosenlaúltimaronda.
Luegolesusurróaloído:
—El incapaz del doctor tiene en la mano el siete de copas, tu
marido tiene el rey de oros, a ti te tocará el siete de bastos y mi hijo
tendráelreyde…—Callóyreclinólacabeza.
Sepusieronenpieyelmédicocogiórápidamenteelestetoscopio.
LoapoyósobreelpechodeAmilcareynegóconlacabeza.
—Losiento—susurró,conmovido.
Tres
Hacía tiempo que Amilcare sentía que el fin de su existencia estaba
cada vez más cerca. A veces le causaba pánico, y en otras ocasiones,
más frecuentes, la anhelaba. La vejez, con todo lo que comportaba, le
afectaba estéticamente. Recordaba que su madre, campesina ruda pero
inteligente,susurródesdeellechodemuerte:
—Despuésdeviejoyanosepuedesernadamás.
Con ello expresó la inevitabilidad de un evento que nadie puede
eludir.Yaunasí,Amilcarenopodíaaceptarlamuertequemarcabala
descomposición de una persona que rebosaba fuerza, belleza e
inteligencia.
El patriarca pensaba a menudo en las personas que lo habían
acompañadoensucaminoyqueyanoestaban.Nocreíaenelmásalláy
estaba convencido de que el infierno y el paraíso estaban unidos
estrechamente a la vida terrenal. Él había sido una persona afortunada
porquehabíapasadopormuchosinfiernosdesufrimiento,perotambién
pormuchosparaísosdealegría.
Apesardetodo,seleseguíaescapandoelúltimosignificadodela
muerte,elopuestoexactodelavidaqueélsiemprehabíaamado,tanto
enlosmomentosmásapasionantescomoenlosmásdolorosos.
Desde hacía tiempo buscaba una explicación en las palabras de
muchos filósofos y escritores que había leído y le habían gustado.
«Recuerda que debes morir», decían los frailes trapenses y él se los
imaginabarepitiendo,satisfechos,casiconplacer,aquellaamenazaque
noexplicabanadayqueafectabaalhumildeyalpotente,albuenoyal
malo. Un dramaturgo francés afirmó: «La muerte es un misterio
inexplicable».Petrarcaescribió:«Unamuertebellahonratodalavida».
YSvevodefiníalamuertecomo«lagranfechoría».«¿Llevadaacabo
por quién?», se preguntaba Amilcare. ¿Por Dios? No, Dios no existe.
¿Porlavida?Talvez.Lavidaescomounabellamujeraparentemente
generosay,enrealidad,sádica.Primerotelodatodoyluegosedivierte
quitándotelo.
Él se acercaba a su fin y con él moriría el niño tenaz y lleno de
sueñosquehabíasido,elchicoquevolcósupasiónenlavida,eljoven
enamorado de una chica rica e inquieta, el hombre que soportó lo
insoportable de una mujer difícil, el padre aterrorizado por la idea de
quelalocuradeBiancapudieracontagiarseasushijos,elpatriarcaa
quien el destino le consintió perpetuar el apellido de los Cantoni a
travésdeunnietoquenoteníaniunasolagotadelasangreenloquecida
deBiancaCrippa.
SufrióalveraGuidoenfermodeamorporAmaranta,peroahora
teníalacertezadequesumujer,aquellapequeñafrancesadepueblo,lo
curaría. Ahora tenía dos bisnietos, llegarían más y la estirpe de los
Cantonicontinuaría,inclusosinunasolagotadesusangre.Peronoesla
sangreloqueimporta,pensaba,sinolafamilia,yesaerasufamilia.
Sentía que había hecho un buen trabajo en la vida. Tenía algunos
remordimientos,peronosearrepentíadenada.
Lamuerte,«lagranfechoría»,secerníasobreél.Poresosintióla
necesidaddecontarleaLéonielahistoriadeGuido,porquesabíaqueél
no diría nada y estaba convencido de que los secretos no eran buenos
paraelequilibriodeunapareja.
El día de su muerte, Amilcare se encontraba mal. El médico de
familia, al que llamaron en seguida, le hizo un reconocimiento
minuciosoyafirmó:
—Amigomío,estásmássanoqueyo,peroeresmuymayor.
—Miraquiénhabla…—bromeóAmilcare.
—Tengoveinteañosmenosquetú,todavíasoyunchaval.
—Entoncestrátameconrespeto.
—Es lo que hago, amigo mío. No te obligo a comer si no tienes
hambre,perosítienesquebeber.
Amilcare obedeció y cuando el médico regresó por la tarde, le
dijo:
—No quiero que la muerte me pille en la cama. Ayúdame a
sentarmeenlabutaca.
Elamigolehizocasoydespuéssacódesubolsoelestetoscopio
paraauscultarellatido.
—Olvídate de estas tonterías —protestó Amilcare, y añadió—:
Quierohacerunaúltimapartidademalilla.LlamaamiRenzo,asuhijo
yúneteanosotros.Notelopediríasimiotrohijoestuvieraaquí.Pero
notardaráenvenirporqueyalohabránavisado.MonseñorCantoniha
presenciadobautismos,bodasyfuneralesdeestafamilia.Siemprellega
enlosmomentossolemnes.
—Amilcare,yonocreoque…—intentóprotestarelmédico.
—Túnotienesquecreer.Tienesqueobedecer.
Pocodespués,loscuatrohombresestabansentadosenlamesade
juego.
Elpatriarcasosteníaensumanolascartasysoltabalasqueeran
útilesparasusocio,elhijo,yqueletocaranaél.Siemprehabíasido
imbatible en ese juego y, en la última ronda, a partir de un cálculo
matemático,sabíaquécartasteníansuscontrincantes.Élyelhijoiban
ganando,peroélestabacansadoy,aunquehabíadichoquenocreíaen
Dios, ahora le rezaba en silencio para que le concediera un pasaje
rápidoporlalíneaqueseparabalavidadelamuerte.
—Llamad a mi nuera. Que sea ella quien tome mi relevo —dijo
conunhilodevoz.
Cuando Léonie estuvo a su lado, durante un instante saboreó el
perfumedelavidaydespués,sucorazónsedetuvo.
MonseñorCantonillegócuandoelcuerpodesupadredescansaba
enlacama.Fueél,donIvano,elnuevopárrocodelpueblo,quienofició
la ceremonia fúnebre y fue él, el día después, quien bautizó al recién
nacidoenlafamiliaCantoni,elpequeñoGioacchino,quienrecibióde
segundonombreeldesubisabuelo,Amilcare.MonseñorGioacchinose
quedó un par de semanas con la familia durante las cuales, él y el
hermanoseretiraronamenudoalashabitacionesdesuspadres.Guidoy
Léonie dedujeron que había cuestiones hereditarias por aclarar, pero
más tarde descubrieron que habían pasado horas reordenando cartas y
fotografíasparasatisfacerlanecesidadderevivirlosañoslejanosdela
infanciayrecordarasuspadres.
Cuando el sacerdote se marchó, Renzo Cantoni fue consciente de
queeraeljefedesuempresa,yvolvióaltrabajo.
Cuatro
—TenemosunproblemaconEdilcapitale—anuncióelseñorCantoni
durantelacena,alvolverdeltrabajo.
Era una empresa romana propiedad de un constructor, Ennio
Tommasini,queestabaedificandociudadessatéliteenelextrarradiode
lacapitalyaquiensusdetractoresdefiníancomo«cerdoespeculador».
A los Cantoni no les interesaban las opiniones poco favorables
acercadeltalTommasini,loconsiderabanunclientemás,dehechoera
el mejor a juzgar por la cantidad de pedidos que hacía y que
significabanunafacturacióndevariosmillonesdeliras.
Léoniepercibiólamiradapreocupadadesusuegro,pensóqueno
eranormalqueelhombreexteriorizaraenlamesalosproblemasdela
empresaydedujoquelasituaciónteníaquesergrave.Dejóeltenedory
esperóaquehablara.
—Noquierefacturasydicequepagaráenefectivoenunacuenta
deLuxemburgo—explicóRenzo.
—Entonces es verdad lo que se dice de él en Roma —intervino
Guido.
—También en Milán. Hace poco me contaron que está alargando
sus tentáculos por nuestro territorio, y de hecho ya ha comprado el
palacetenobledePortaVittoriaylohaconvertidoenoficinas—reveló
Celina, que tenía amigas en Milán cuyos maridos trabajaban en el
mundodelosnegocios.
—Papá,ayúdemeacomprenderlo—pidióLéonie.
—Tesoro,despierta.Sellamaevasiónfiscal,esundelitofiscal—
intervinoGuido.
—Nuestra empresa tiene sus reglas y son ineludibles, también
cuando comportan un agravio fiscal. Claro, podríamos ser mucho más
ricos de lo que somos si no respetáramos las reglas, pero si nos
saltáramos la ley, nos mancharíamos con un delito. Aunque no nos
descubrieran, ¿cómo acabaría nuestro país si la evasión se convirtiera
en una norma? Todos saldríamos perjudicados. Y además tendría que
transigir con mi consciencia, y eso es un ejercicio que no sé llevar a
cabo. Así que sólo hay una respuesta a la propuesta de Tommasini:
rechazarla y, por tanto, perder uno de nuestros mayores clientes. ¿He
sidoclaro?—explicóelseñorCantoni.
Continuaron cenando en silencio. Al final, cuando sirvieron la
macedonia,Léoniedijo:
—Papá, me gustaría hablar con este Tommasini, hablar con él
mirándoloalosojos.
—Quéingenuaeres.Nohablarásnuncaconél.Tieneunejércitode
delincuentes que le sirven de tapadera y, si alguna vez aceptara verse
contigo,podríarespondertequeyatieneunacuerdoconpapáacercade
esto, porque también me han dicho que es un mentiroso —intervino
Guido.
—Perodetodosmodosmegustaríaintentarlo,hacerloamimanera
—replicóLéonie,queyahabíaempezadoaelaborarsuplandeataque.
—Olvídate, le estás dando de mamar a tu hijo pequeño y no
necesitas encargarte de este problema. Pero es inútil que te intente
convencer,séquellamarásaTommasini—concluyóelsuegroconuna
mediasonrisa.
Febrerollegabaasufin,lasnieblasseestabandespejandoycada
vez había menos hielo. Guido remoloneaba por casa, sin decidirse a
retomar el trabajo, Celina se hartaba de comida y se arrastraba por el
salónylashabitacionesdelosnietos.
Léoniesepresentóenlafábricadespuésdedarleelpechoamedia
mañana. Pidió revisar los contratos con Edilcapitale y llamó a las
oficinas de Milán para solicitar un encuentro con el señor Ennio
Tommasini. Tuvo que esperar mucho rato en línea, pero al cabo de un
ratolavozaflautadadeunasecretarialedijoqueelseñorlarecibiríaa
lasdosdelmediodíadeaquelmismodía.
—Mevoyalamadrigueradellobo—anuncióLéoniealentraren
eldespachodesusuegro,ylecontóquehabíaconseguidounacita.
—Vengocontigo—dijoRenzoCantoni.
—Por favor, déjeme hacer las cosas a mi manera. Me llevo a
Gioacchino.
—¡Eso es una tontería! Implicar al pequeño… —estalló Renzo
Cantoni.Peroellanoledejóacabar.
—À la guerre comme à la guerre! Tengo mis armas y estoy
decididaausarlas.Sipierdo,lepediréperdónpormiosadía—afirmó
ella,yelsuegrocomprendióquenopodríadetenerla.Léonieregresóa
la villa y le dijo a Floriana, la niñera que atendía al recién nacido—:
Nos vamos a Milán. Prepárate y viste a Gioacchino, porque iremos
todosjuntos.
LasoficinasdelconstructorenMilánseencontrabanenunedificio
del siglo rodeado por una imponente cerca que conducía a un
pequeño jardín. En la verja y en la puerta había cámaras que
confirmaronlallegadadeLéonie,conelpequeñoGioacchinoenbrazos,
ydelaniñera.
La puerta de entrada se abrió automáticamente y el singular trío
accedió a un vestíbulo luminoso con las paredes hechas de piedra
veneciana y de color marfil. Los recibió una azafata de cuerpo
exuberanteenfundadaenuntrajeazulvioletadedostallasinferioresa
lasuya.
—SoyLéonieCantoniytengounacitaconelseñorTommasini—
se presentó Léonie. Y como la chica la estaba obsequiando con una
sonrisa dubitativa que dejaba entrever alguna perplejidad, añadió—:
¿Hayalgúnproblema,querida?¿Nohavistonuncaaunreciénnacido?
—Eh… Sí, el señor la está esperando, pero no sabía… Es decir,
creíaque…—murmurólajoven.
—Noesnecesarioquepiense,querida.Limíteseaanunciarquehe
llegado—lainterrumpióLéonie,conunasonrisadulcísima.
Sehabíamaquilladoconesmero,vestíauntrajedecolorfucsiay
olía a colonia. Estaba decidida a causar la mejor impresión frente al
constructorarrogantequeimponíasupropialeyenlugarderespetarla
delEstado.
La escoltaron junto a Floriana hasta el ascensor. Un instante
después estaban en el primer piso. Allí los acogió una especie de
bailarina de espectáculo de variedades vestida de secretaria que
susurró:
—Elseñorlarecibiráahora.Nosésidebería…
Gioacchino dormía plácidamente. Léonie le entregó el bebé a
XVIII
Florianaydijo:
—Sí,deberíaofrecerunlugarcómodoalaniñerayamihijo.Ya
ve, todavía no es lo suficientemente mayor como para presenciar una
reunióndetrabajo.
Absolutamenteconfundida,lasecretariaseapresuróallevarlaaun
pequeñosalóndondelamujerserefugióconelpequeñomientrasLéonie
ledabaunasúltimasindicaciones:
—Sivesqueseponenervioso,ledaselchupete.
Después,conaltivez,esperóaquelasecretarialeabrieralapuerta
deldespachodeTommasiniylapresentara.
Léonieseencontróenunambientesuntuoso,decoradocontupidas
alfombras, espejos antiguos y plantas lozanas. La decoración, en lugar
de camuflar la presencia del cincuentón calvo y con sobrepeso que
estaba sentado al fondo de la habitación, en una especie de trono, la
destacaba. Él estaba situado detrás de una mesa traslúcida. A su lado,
completamente firme, un tipo delgaducho de melena leonada abandonó
suposiciónparairasaludarlamientraselconstructorbajabadeltrono
paraacercarseaellayofrecerleunaampliasonrisa.Léonieactuócon
precauciónparanoexteriorizarningúntipodereacción.
—Señora Tardivaux, es usted más atractiva de lo que me habían
contado —dijo Tommasini antes de llevarse a los labios la mano que
Léonieleofreció.Yañadió—:Yosoyelconstructorromanoqueaquíen
elnortedetestan,peroacabaránapreciándome.LepresentoaLucetti,el
insensatodemiasistente.Nomemalinterprete,esuncolaboradormuy
importante,peroseobsesionademasiadoconhacercuadrarlascuentas.
Por favor, tome asiento —dijo, y le indicó con un gesto teatral una
butacafrentealamesa.
LéonieleestrechólamanoaLucettiysesentó.Tommasinivolvió
ainstalarseensutrono.
—ElseñorLucettiestandiligenteque,aveces,exagera.Metemo
quehoyseráunadeesasocasiones.
El asistente maltratado no se descompuso y regresó a su sitio, al
ladodeljefe.
—He pedido una cita con usted, que me ha concedido
generosamente,parademostrarlelomuchoquenosimportapodercontar
con su empresa entre nuestros clientes. En este caso, me temo que la
culpaesnuestra.Meheleídoelcontratoyhevistoquelamodalidadde
pago estaba excluida, pero había una postilla que preveía un acuerdo
posteriorquenuncasellegóaformalizar.
Mientras ella hablaba, Lucetti acercó algunas hojas a su jefe que
ignoróconungestoseco.
—Lo sé, lo sé —respondió Tommasini sin dejar de sonreír—.
Déjeme explicárselo. Usted, que tiene la suerte de ser francesa, no
imaginahastaquépuntodecapciosidadllegalalegislaciónitalianaen
estamateria.Nosabehastaquépuntodeavidezlleganuestrofisco.Nos
ponenenelpuntodemira,agentecomoyo,queconstruimosciudades
para ofrecer un alojamiento digno a la gente, y nos maltratan, nos
exprimenhastalamédula.Miscolaboradores,parasalvarelpellejo,a
vecesincurrenenunpecadovenial,comoenestecaso.
—En este caso, los pecados veniales serían dos, el suyo y el
nuestro.Yonosénadaacercadetemasfiscales,perocreoquelasuma
dedospecadosvenialesnodacomoresultadounaabsolución—replicó
Léonie.
Elhombresequedócalladounosinstantesyluegodijo:
—¿Sabequé?Estoytentadodepedirlequetrabajeparamí.Usted
conjugainteligencia,bellezayencanto.Créame,noexageroenabsoluto.
—Le agradezco el cumplido, aunque no me lo merezco, pero
quiero preguntarle algo: ¿de verdad quiere que mi empresa también
cometa el pecado? Ya sabe, somos industriales de Brianza bastante
simples,nosgustatenerclientesimportantescomousted,perotambién
nos gusta dormir tranquilos. Bien, sabiendo que no podemos aceptar
pagosenelextranjero,¿creequepodríaseguirmanteniéndonosentresus
proveedores?—preguntóconunagransonrisa.
—Me está poniendo entre la espada y la pared, pero lo hace con
tantagraciaque…¿cómopodríadecirlequeno?—lloriqueóelhombre
extendiendolosbrazos,comosiestuvieraapuntodesercrucificado.
Léonieselevantódegolpeyletendiólamano,observándolocasi
conadoración,mientrasdecía:
—Gracias, señor. Gracias de todo corazón. Estaba segura de que
llegaríamos a un acuerdo. Tenga en cuenta que he querido venir
personalmenteapesardemisobligacionescomomadre,yhetraídoami
hijoquetieneapenasunmesyquedentrodepocoreclamarásutomade
leche.
Semoviócongracia,conscientedelhechodequecadamovimiento
desprendíaalaireondasseductorasdeperfume.
—Entiendo que tenga prisa. Me han comunicado que su hijo está
fueraconlaniñera.¡Quépena!EstoyapuntodevolveraRomaenmi
avión privado y quería proponerle que me acompañara porque, mire,
estoytanocupadoqueaprovechoestosdesplazamientosparahablarcon
laspersonasinteresantes.
—Sí, qué pena —admitió ella, asumiendo una actitud resignada
quenolecorrespondía.Yconcluyó—:Peroyanoshemosdichotodolo
quenosteníamosquedecir.
La acompañó hasta la puerta, seguido por el asistente mudo, y
exclamó:
—Se equivoca, señora Tardivaux. Le he hecho una propuesta de
trabajomuyseriasobrelaquelainvitoareflexionar.Pienseenquégran
saltosupondríapasardelaempresadesusuegroaEdilcapitale,dela
pequeña empresa familiar al gran negocio. Usted no imagina la gran
carreraquepodríadesarrollarsitrabajaraparamí.Meencantatrabajar
conmujerescuandosoninteligentesy,obviamente,bellascomousted.
—Lo haré, señor —prometió ella, agradecida, y se apresuró en
añadir—: Mientras tanto espero que nuestras facturas se abonen del
modocorrecto.
Cinco
Gioacchino, en los brazos de Floriana, empezaba a dar muestras de
impaciencia.Léoniesemetióenelascensorconellosyseapresuróen
dejar aquel edificio como si la estuviera persiguiendo una jauría de
perros.
Cogióalniñoyleentregóalaniñeralasllavesdelcoche.
—Conducetú,yomesentarédetrás—dijo,yentoncesrespirócon
alivio.
Cuando el coche arrancó, Léonie empezó a darle el pecho al
pequeñoylesusurróaFloriana:
—Hasidounapesadilla,peroheganado.
ElseñorTommasiniletransmitiómalasvibracionesysepreguntó
si no deberían, después de saldar las deudas, excluirlo de su lista de
clientes.
—Eso nunca —sentenció el suegro, cuando lo fue a ver al
despacho.Ycontinuó—:Losclientessonnuestropatrimonioysinellos
tendríamosquecerrar.
—Sí,perounclienteasí…—protestóella.
—Deberías estar contenta por haber salido indemne de allí,
brujilla—replicóelseñorCantoni.
—Todavíanolehedichoquemehaofrecidounpuestodetrabajo
conél.
—Nomesorprendeconsiderandoelpersonajequees.¿Tengoque
explicarteenbaseaquécriterioseligealasmujeres?
—Puede ahorrárselo porque me ha quedado muy claro. Por muy
espabiladoquesea,lepetitbonhommenopuedecamuflarsuverdadera
naturaleza.
—Graciasportodo,hija.Ahoravecontuspequeñosyolvídatedel
trabajohastaelverano.
—Sabe muy bien, papá, que no lo haré. Aunque hoy estoy muy
cansada y creo que pasará un poco de tiempo hasta que vuelva a la
empresa.
Para concluir aquella tarde desagradable, Léonie sintió la
necesidaddeestarconlosniños.
Encontró a su marido en la habitación de Giuseppe que, con su
ayuda,estabaconstruyendounacasitaconpiezasdeplásticodecolores.
El niño corrió hacia ella. Lo levantó del suelo y lo cogió en brazos
mientrasobservabaelrostroirritadodesuesposo.
—Meheportadomuybiencuandonoestabas.¿Meleeráselcuento
delcocinerodelreydeBerlín?—pidióGiuseppe.
—¿Elquehacelatartaconazúcarysémola?—preguntóella.
—Y después el oso Giovanni se la come entera. Ese cuento,
mamaíta.
—Coge el libro y lo leemos juntos —replicó ella, y entonces se
sentóenlaalfombrajuntoalmarido.
Mientras Giuseppe hurgaba en la pequeña estantería que contenía
suslibros,Guidofarfulló:
—¿Eranecesarioquefuerasaveralloboasumadriguera?
EstabaaldíadesuvisitaaTommasini.
—Meparecióunabuenaideaylohasido,dadoelresultadoquehe
obtenido. Esperaba una acogida más afectuosa por tu parte —
respondió.
—Silohubierashabladoconmigo,tehabríaahorradoelviaje.
—Yhabríamosperdidouncliente.
—Probablemente,peropodríahaberhabladoyoconél.
Léonieledirigióunamiradainterrogativa.
—¿Porquécreesquellevoaquí,enVillanova,másdeunmes?Ese
industrialrampantequedisfrutadeimportantesproteccionespolíticasse
ha metido en la cabeza la idea de producir una película. No es que el
cine le interese, pero le atraen todas las mujeres que gravitan a su
alrededor. Ha conseguido subvenciones estatales y parece que será él
quien gestione mi próxima producción. Está acaparando directores y
guionistas para imponer las intérpretes que son amables con él —
concluyó.
—¡Menudanovedad!—exclamóLéonie.
—Lee—leordenóGiuseppe,poniéndoleellibroentrelasmanos.
—Espera,mamáyyoestamoshablando—leadvirtióGuido.
—Mamáhadichoquemeleeríaelcuento—protestóelpequeño.
—Es cierto. Mamá y papá hablarán en otro momento —decidió
Léonie,yGuido,molesto,saliódelahabitación.
Aquellanoche,mientrasGiuseppedormíaensudormitorio,Léonie
estabaconsumaridoenlahabitaciónadyacenteyledabalaúltimatoma
delecheaGioacchino.Unacriadaencendiólachimenea.Guidoestaba
sentado junto a ella en el sofá mientras leía un libro y, como de
costumbre, subrayaba los fragmentos que le gustaría releer después.
Léonielimpiabalasgotasdelechequesupequeñodejabaescaparpor
la boca. De vez en cuando alzaba la mirada de su hijo para observar
aquelhombredeportearistocrático,conlafrenteanchaacariciadapor
algúnrizonegroydeexpresiónabsortaeimpenetrable.
—Lees como si quisieras aislarte de ti mismo y de la vida —
observó.
Éllevantólavista,lamiróyleregalóunasonrisaafectuosa.
—No puedes imaginar cuánta verdad hay en tus palabras. Por
cierto,quieropedirteperdónporlareacciónfuriosaquehetenidoantes.
Haestadofueradelugar—dijo.
—Hellegadoapensarqueestabasceloso.
—Loestoy,peronodeTommasino,nidetutrabajo.Talvezestoy
celosodelagracia,delainteligenciaydelgustoquededicasalnegocio
familiar. Pero bien pensado, no se trata de celos… Es sorpresa, más
bien. Te has revelado una mujer diferente de la mujer con la que me
casé.Creíaqueerasunalmalineal,tranquila,satisfechaporelhechode
haberconseguidounafamiliayestabaconvencidodequeadoptaríaslas
costumbres de las amas de casa pudientes que pasan el tiempo en la
peluquería, de compras, jugando al bridge o entran a formar parte de
alguna asociación inventada para que pasen su tiempo entretenidas,
dispensando beneficencia y organizando sus vacaciones. No me estoy
expresandobien.Quierodecirquenotehaspreocupadoporintegrarte
ennuestromundoy,conbuenhacer,tehashechoconuntrabajocomosi
hubierasnacidoparadirigir,ynoparaserunaseñoradelaburguesía.
Estoyintentandodecirte,conpocotino,peroconmuchasinceridad,que
teaprecioyteadmiro.
—Es la primera vez que me hablas de ti —constató Léonie,
satisfecha. Y prosiguió—: Tengo que reconocer que en mis elecciones
no ha habido ningún tipo de premeditación, todo ha sucedido casi por
casualidad.
—Lo sorprendente es que puedes compaginar perfectamente los
embarazosyeltrabajo—afirmóGuido,sonriendo.
—Megustatenerhijos.Nuncalohabríaimaginado,peroesasí—
afirmóella.
—Si te apetece, podríamos tener otro en seguida —susurró él,
rodeándoleloshombrosconunbrazo.
—¿Puedo acabar de darle el pecho a nuestro hijo? —preguntó
Léonieconunasonrisamaliciosa.
Seis
Gioia, la tercera hija, nació a finales de noviembre. Fue la primera
hembra en una familia de chicos y los Cantoni lo celebraron con una
granfiesta.Giuseppe,queyahabíacumplidocuatroaños,sehabíaido
acostumbrandopocoapocoasupapeldehermanomayoryacogiócon
benevolencia a la nueva intrusa. Gioacchino era demasiado pequeño
para tener celos. Guido le regaló a su mujer un ático en un palacio
romano,enelbarriodeTrastevere,yledijo:
—Cuando tengas ganas de poner tierra de por medio de esta
guardería,podrásveniravermeaRomayasítendremosunashoraspara
nosotrosdossolos.
EligióRomaporqueallíseencontrabalasededesutrabajoyera
dondepasabacincodíasalasemana.
CasiunmesdespuésdelnacimientodeGioia,el22dediciembre,
LéoniecogiósucocheparadirigirseaVarenna.
Antes de partir, llenó un par de frascos con leche materna, que
bastaríanparaunascuantashorasdeausencia.
Varenna la acogió con un sol maravilloso. Ya era mediodía y,
desdeelvestíbulodelhotel,atravésdeloscristalesdelaveranda,vio
algunos clientes que tomaban un aperitivo sentados en las mesas de la
terraza.
—EldoctorBastianiestáfuera—dijolapropietaria,señalandoun
hombrequeobservabaellagodesdelaorilla.
Rogersegiródegolpealescucharunospasosy,cuandolavio,su
rostroseiluminódealegría.Ellaletendiólamano,yélselallevóalos
labiosylesusurró:
—Tevoilàenfin,monamour.
—Bonjour,monami—sonrióella.
—¿Cómoestás?—preguntaronalavez,yluegoestallaronenuna
carcajada.EntoncesRogerlaabrazó.
—Esteañonopodréquedarmemuchorato—murmuróLéonie.
—¿Cuántotiempo?—quisosaberél.
—Sólounpardehoras—explicóella,yseescapódelapresade
susbrazos.
Rogerasintióynohizopreguntassobreelporqué.
—¿Tieneshambre?—preguntó.
Lospocoshuéspedesquehabíaenlaterrazaentraron,sedirigieron
albarysequitaronlosabrigos.
—Me apetece un sándwich —respondió ella. Se sentaron en una
mesayañadió—:Yunacervezarubia,quemeayudaconlaleche.
—¿Leche?—preguntóél,curioso.
—A mediados de enero nació Gioacchino, y a finales de
noviembretuveaGioia,miprimerahija—anuncióella,feliz.
Rogerestallóenunacarcajada.
—Doshijosenunaño,¡eresformidable!¿Yhasdejadosolaala
pequeñaparaveniraverme?
—Está acompañada por mujeres encantadas de cuidarla y en la
neverahayunabuenaracióndemileche.Pero…sí,lahedejadosola
paraveniraverte.
—Podríashaberllamadoalhotelyhabríamoshabladoporteléfono
—comentóél.
—¿Habríasidolomismo?
—No—confesóél.
—¿Recuerdasnuestropacto?Paseloquepase,siempreharemoslo
imposibleporvernosaquí.Yolohehecho.¿Ytú?
Uncamareroseacercóalaterrazaypusounmantelenlamesa.
—¿Estánseguroslosseñoresdequererquedarseaquífuera?
RogeryLéonieasintieronypidieronbocadillosycervezas.
—Yo he llegado esta noche de Venecia. Han trasladado allí el
congresoyayerporlatarderealicémiponencia.Despuéscogíelcoche
paravenirhastaaquí—explicóRoger.
Léonieleacaricióunamejillaysusurró:
—Erestanguapo.
—Mon amour, no me digas estas cosas que luego me hago
ilusiones—protestóél.
Elcamarerolessirvióloquehabíanpedido.
Unabandadadepatosapareciódelanadaenlasuperficiedelagua
frentealaterraza.
—¿Quéhashechoenestoslargosdocemeses?—preguntóLéonie.
—Mis dos hijos me contagiaron la escarlatina y ha sido una
experienciaembarazosa,ademásdeengorrosa.Hepasadoseismesesen
EstadosUnidos,enCincinnati,enuncursodereciclaje,lepractiquéuna
cesárea a una niña de color de doce años que se había quedado
embarazada de su novio de catorce, he superado una crisis con mi
mujer,quenoaceptalassecuelasdeaquelhorribleaccidente…
—¿Quésecuelas?
—Una cojera imperceptible. En lugar de estar agradecida al
destinoporhaberserecuperadocasiporcompleto,agigantaesepequeño
handicap y está sumida en una profunda depresión. Nuestros hijos
sufren y yo también me resiento. Por lo demás, de noche miro las
estrellas,lasmismasqueiluminantunoche,ypiensoenti.
Léoniediountragodecerveza,cerrólosojosysedejóacunarpor
elsonidodesuspalabras.
—Meconsiderounhombremuyafortunadopornuestrahistoria,es
algo único, tan intensa y maravillosa… Te quiero mucho, pequeña
Léonie.
Unaráfagadevientogélidohizoqueellaseestremeciera.
—No puedes coger frío. Vayamos dentro —decidió Roger.
Después miró el reloj—. Creo que deberías volver con tu Gioia —
añadió.
—¡Perosiacabodellegar!—protestóella.
—Haceunpardehoras.Nomelopongasmásdifícil,tesoro.
El pequeño vestíbulo estaba desierto. Salieron a la calle del
Prestino y empezaron a subir lentamente, cogidos de la mano, las
escalerasquellevabanalaparcamiento.
Léoniesubióasucocheylopusoenmarcha.Rogersesentóasu
lado.
Seabrazaronyéllesecóunalágrima.
—Noesmomentoparaconmoverse.Sólofaltaunañoparanuestro
próximoencuentro—intentóbromear.
—¿Ysinosviéramos…?Yoquésé…—susurróella.
—¿Enprimavera?—propusoél.
—Estaríamosfaltandoanuestropacto—observóellacontristeza.
Élasintió.
—FelizNavidadybuenaño,pequeñaLéonie—susurróRoger.
—Tequiero—dijoella.
—Cuídateycuidaatuscachorrillos—lepidióél.Cuandoestuvoa
puntodebajardelcoche,lededicóunasonrisamaliciosayañadió—:
Porfavor,nodesaluzatucuartohijoenlasfechaspróximasanuestro
encuentro.
—Harétodoloqueestéenmimano,peroyasabescómofunciona
esto:loshijosllegancuandoquieren—respondióella.
Siete
Aunque el 22 de diciembre era el día más corto del año, Léonie
regresó a Villanova cuando el sol todavía no se había puesto en el
horizonte. La acogió la melodía de un villancico interpretado por su
suegra al piano y cantado por Giuseppe, los gemidos de Gioia y los
versosdeGioacchino,quequeríaimitarasuhermanomayor,perotenía
sueñoyseestabaquedandodormido.
Diounbesoasusdoshijosycogióenbrazosalbebé.
—¿Sehabebidotodalaleche?—preguntóalaniñera.
—Hastalaúltimagota—respondiólamujer,quedivertíaatodoel
mundo por su lenguaje estrambótico. Para ella, las persianas de las
ventanaseranprusianasyloszapatoserangazapos.
Gioia seguía gimiendo con mucha intensidad, Giuseppe había
acabadodecantary,paraquesuabuelasiguieratocando,seacercóal
pianoyempezóagolpearlasteclasconfuerza.
—Prepare una manzanilla. Quiero darle un poco a la pequeña —
ordenóLéoniealacriada.Luegosesentóenelsofá,dondeGioacchino
yasehabíaquedadodormido.
Léonieadorabaestarconsushijosyconsusuegra,queenvejecía
serenamente entre una sonata de Mozart y un rosco relleno de fruta
confitada.
—Giuseppe,dejadegolpearlasteclasyvenconmamá,quequiero
abrazarte—dijo.
—Quierocantar—replicóelpequeño.
—Entoncessiéntateaquí,amilado,ycantamosjuntos—propuso
Celina, intentando inútilmente buscarle un hueco en la banqueta del
piano.
La criada trajo una taza de manzanilla tibia endulzada con miel y
Léonie le dio algunas cucharadas a Gioia, a quien le gustó mucho. La
pequeñasetranquilizóinmediatamente.
—NoveoaGuido—dijoLéonie.
—Haidoalpuebloconelelectricistaabuscarbombillasparalos
adornosnavideños.Lasdelañopasadoestántodasfundidas.Debeser
culpadelosaguacerosdelveranopasado.Habíaunagoteraeneltejado
delacabaña—explicólasuegra.
PocodespuésllegóGuido.Elsolyasehabíapuesto.
Lediounbesoenlafrenteasumujerylepreguntó:
—¿Dóndehascomidohoy?
—Conunaamigaquenoconoces,unacompañeradelcursodeyoga
—mintióLéonieconunacalmasorprendente.
Fue precisamente su marido quien la convenció para que se
apuntaraauncursodegimnasiaalprincipiodesutercerembarazo.Le
hizocasosinmuchaconvicciónyalcabodeunosmeses,sediocuenta
delosbeneficiosquehabíaobtenido.
—¿Te apetece que salgamos esta noche? He encontrado a un
director muy apañado y lo he invitado junto a su mujer al Vecchio
Mulino.
—Conestefríopodríasinvitarlosacasa—intervinoCelina.
Léonieestuvodeacuerdo:
—Va,invítalosaquí.Tengoquedarleelpechoalapequeña.
Guido, resignado, se alejó refunfuñando. Giuseppe, necesitado de
atenciones,lequitóespacioaGioiahastalograrsituarseenlosbrazos
desumadre.Gioacchinosedespertóysepusoallorar.Nueraysuegra
semiraronyLéoniedijo,riendo:
—¡Seacabólapaz!
El matrimonio romano se presentó con una botella de champán y
una tarta; ignoraban que los Cantoni tenían en casa a un cocinero y un
pastelero.¿Acasoselespodíaculpar?EnRoma,Guidonuncahablaba
deélnidesufamilia,peroahora,cuandoestuvieronsentadosalamesa,
empezó a halagar a su mujer y la definió como una madre fantástica y
unagerentellenadesorpresas.
—Se ve que pasáis poco tiempo juntos —comentó la mujer del
director,quetrabajabaendepartamentosdevestuariodelosrodajes.Y
continuó—: ¿No le preocupan todas las mujeres que pululan por el
mundodelcineyquehacenloqueseaparaconseguirunpapel?Están
dispuestasacualquiercosaparatriunfar.Unguionistaatractivocomosu
maridoesuncaramelitoparamuchasdeellas.
Léonie reprimió una respuesta seca, se limitó a sonreír y dijo
delicadamente:
—¿Dedóndeprocedetodoesemenosprecioporloshombresylas
mujeres?Sitieneunamotivaciónconcreta,noquieroconocerla.
La diseñadora de vestuario comprendió que había llegado a un
terrenopeligrosoeintentócorregirlo.
—Estababromeando—confesó.
—No pierdes ocasión de quedar como una cualquiera —le
reprochóelmarido,avergonzado.
Léonie dedujo que el hombre, estaba prácticamente segura, la
engañaba.
Guido relajó el ambiente cambiando de tema, pero cuando los
invitadossemarcharonyseencontróasolasconsumujer,dijo:
—Élesundirectorexcelente,perotieneunamujervulgarycretina
quelodomina.
Esa opinión despiadada se correspondía exactamente a la de
Léonie,yleagradóconstatarqueélyGuidopensabandelmismomodo.
—Estoydeacuerdo—respondió.
—Hehechobieninvitándoteaestacena.Sinohubierasestado,no
habríaentendidoque,altrabajarconél,tendríaquecontratartambiéna
sumujer.Creoquedejarépasarlapropuesta.Graciasporsersiempre
tanvaliosa—afirmóél.
Enprimavera,Léonie,queyahabíarecuperadosufiguraradiante,
regresó al trabajo a jornada completa. Guido renunció al proyecto de
crear una productora propia porque no podría competir con las más
importantes, como Cineriz, Titanus o De Laurentiis. No le faltaban los
medios, pero no le apetecía dedicarse a las rutinas estresantes que
caracterizabanlasvidasdelosproductores.Despuésdetodo,éleraun
creador de historias, alguien que amaba inventar personajes para
llevarlosalagranpantallayquesedivertíaimaginandosituacionesde
intrigayescribiendodiálogosconvincentes.
Afinalesdeaño,el22dediciembre,Léoniedejóasustreshijosa
cargodelasmujeresdelacasaparaacudiraVarenna.
Semarchósinremordimientosporquenoteníaqueinventarseuna
excusaparasuausencia,yaqueGuidosehabíamarchadodosdíasantes
para inspeccionar una serie de localizaciones con un director y un
directordefotografía.
—Voy a buscar algún lugar evocador para ambientar mi guión —
dijo—.EstarédevueltaparalaNochebuena.
Ella, en Varenna, se encontró con Roger. Como siempre, tenían
muchas cosas que contarse. Se confesaron sus recíprocas debilidades,
las alegrías, los miedos, las decepciones y todo aquello de lo que
estaban orgullosos. Pasaron unas horas juntos, amándose con dulzura,
olvidando el mundo que los rodeaba, riendo por tonterías,
conmoviéndose por ese sentimiento que a pesar de los años que
pasaban,noseapagaba.
Aúltimahoradelatarde,antesdedespedirse,dieronunpaseopor
elbarrioviejo.
—¿Crees que el próximo invierno estaremos otra vez aquí? —
preguntóLéonie.
—¿Porquémelopreguntas?
—Porquetodaslascosasbonitasseacaban.
—Lanuestra,monamour,noesbonita,essuperlativa,asíqueno
puedeacabarse.
Se detuvieron a observar los escaparates de las tiendas que
vendíanrecuerdosyadornosnavideños.Yfueallí,enelinteriordeuna
de esas tiendas, donde Guido vio a su mujer abrazada a un hombre
atractivo y elegante: se miraban a los ojos y hablaban entre risas,
divertidos.
Ocho
Guido acabó en Varenna por casualidad después de decidir, junto al
director y al director de fotografía, inspeccionar la zona de Lecco en
busca de rincones que conservaran un aire antiguo. Pasaron la mañana
enBellano,dondecomieron,yporlatardesetrasladaronhastaallí.
Fueronporcaminosdemulasentrecasasdecampomedievalesy
porticadas con vistas al lago. Fotografiaron tabernas, toneleros y
antiguoshornos.Tambiénestuvieronenalgunastiendasexcavadasenla
montaña.
DeVarennalellamólaatenciónlatiendaderecuerdosquevendía
reproduccionesdemaderadelafamosabarquitaconlaquelaLucíade
Manzoni abandonó la ribera de Pescarenico. Entraron a la tienda y,
mientras el fotógrafo retrataba el viejo techo abovedado, Guido
fisgoneóentrelasestanterías.PorelescaparatevioaLéonieabrazadaa
un hombre. Casi se le detuvo el corazón. Sintió que la sangre se le
congelaba.Uninstantedespués,losdoshabíandesaparecido.Entonces
se asomó a la puerta de la tienda y los vio entrar a un pequeño
restaurante.Lossiguióy,atravésdelasventanasveladasporcortinas
de punto blancas, presenció el momento en que se sentaban a la mesa
juntoaunagranestufadeterracota.
Seapoyóalafachadadelrestaurantepararecuperarelaliento.Vio
salir de la tienda al fotógrafo, que miraba a izquierda y derecha en su
busca. No lo encontró y, mientras seguía mirando a su alrededor, el
director salió de la tienda y se reunió con él. Ambos hablaron unos
momentosyfinalmenteecharonaandarporelcallejónquellevabaala
plazadelaiglesia,haciaelHotelRoyal,dondehabíanreservadounas
habitacionesparapasarlanoche.
A Guido no le apetecía acompañarlos y tampoco quería pasarse
allí toda la tarde meramente por el placer masoquista de seguir a su
mujer con el hombre que, evidentemente, era su amante. Aun así, la
necesidad de saber qué estaba pasando tomó la delantera y Guido se
resignóaesperaraqueLéonieysumisteriosoacompañantesalierandel
restaurante. Después los siguió hasta que entraron al Hotel du Lac.
Entoncesfueabuscarsucocheyemprendióelcaminodevueltaacasa.
Mástarde,llamóasuscompañerosalhotel,sedisculpó,ylesdijoque
estabacansadoyquehabíaregresadoaVillanova.
Mientrasconducíarecordóque,desdehacíaalgunosaños,incluso
en las primeras Navidades de su matrimonio, Léonie se ausentaba de
casacada22dediciembre.
¿Quién era aquel hombre? ¿Era su amante? ¿Cómo se habían
conocido? ¿Cuándo y dónde se veían? ¿Era posible que una madre
atenta,unatrabajadoraincansable,unamujerservicialytierna,pudiera
tenerunadoblevida?¿Porquénohabíasospechadonada?Pensandoen
losúltimosaños,comprendióquenohabíaprestadoatenciónrealalos
desplazamientosdesumujer,nisiquieracuandoseausentabadecasaun
díaenterooduranteperiodosmáslargos.Además,cuandoestabafuera
yélnecesitabahablarconella,siempresabíadóndeencontrarla,porque
la localizaba por teléfono en la empresa, en el gimnasio, en casa de
amigoscomunesoenalgúnhotelcuandoviajabaportrabajo.Yenese
últimocaso,siempreibaacompañadaporsupadre.
Aunasí,alrepasarmentalmentesumatrimonio,recordóunparde
ocasionesenlasquenohabíalogradodarconella.
Cuando llegó a la villa, sus hijos dormían y su padre también se
había acostado. Su madre estaba en el salón, frente a la chimenea, y
decoraba con lazos y notas los regalos de Navidad mientras seguía un
serialdetelevisiónconguióndeGuidoqueemitíanesanoche.
—Guidomío,parecesmuertodefríoyagotado—dijoCelina.
—Loestoy,peronotantocomoparanodarmecuentadeloquehas
hecho con los bombones. Los has escondido debajo del sofá y lo he
visto—laacusóelhijo.
—Ten paciencia. Que a mi edad tenga que verme haciendo las
mismastravesurasquelosniños…
—Esastravesuras,mamá,sonvenenoylosabes.
—Déjame disfrutar en paz estos pocos vicios que me reconfortan
—pidiólamujer.
Guidonorespondió,peroacambiolepreguntóporLéonie.
—Sehamarchadoestamañanayhadichoquevolveríadespuésde
cenar—explicóCelinaconabsolutatranquilidad.
—¿Sabesdóndepuedeestar?
Sumadreparecióreflexionarunosinstantes,perodespuésadmitió:
—Notengoniidea.Simehadichoadóndeiba,semehaolvidado.
¿Tienesquehablarconella?
—Esmimujerysóloquierosaberdóndeestá.
—Puedes estar tranquilo. Tu padre y yo estamos bien, los niños
están perfectamente y Léonie estará a punto de volver. ¿Has cenado
algo?
—Noynotengohambre.
—Elhambrellegacomiendo.LlamaaNestoyquetepreparealgo.
—Daigual,mamá.Voyadormir.
Se sentía perdido como un niño pequeño. Se fue al estudio y se
abandonóenunsillón.Sumujerteníaunamanteyhabíaaprovechadosu
ausenciaparaverloypasareldíaconél.
Pensóquellevabaañoscontandohistoriasdeamorydetraicióny
a menudo conseguía dignificar estas últimas encontrando en las
vivencias de los personajes una justificación legítima. A veces
elaboraba equívocos para después desmentirlos y hacer emerger la
inocenciadelpresuntoculpable.Enestoscasos,sedivertíaponiendode
manifiestoodios,celos,espíritusvengativos,lágrimasyperdones.Para
transmitir estos sentimientos fuertes y punzantes, también utilizaba el
recuerdodesuinfelizhistoriadeamorconAmaranta,todavíapresentey
vivaenél.
Ahora se preguntó por qué precisamente él había amado a dos
mujeresquelohabíantraicionado.Laprimera,sugranpasión,sehabía
refugiado en los brazos de la Iglesia. La segunda, su mujer, se
abandonabaenlosbrazosdeunfascinantedesconocido.¿Porqué?¿Qué
habíaenélqueinducíaalasmujeresatraicionarlo?
Seatormentóhastaque,exhausto,sequedódormido.
Cuandosedespertóeracasimediodía.Delpasilloquehabíafrente
asuestudiollegabanlospasosdelascriadasocupadasconlalimpieza
diaria.
Se fue a su dormitorio, se desnudó, se dio una ducha y volvió a
vestirse.Regresóalestudioytocóeltimbredelacocina.Pocodespués
aparecióNesto.
—Querríauncafélargoydosgalletas—pidió.
CuandoNestoselosirvió,tambiénleentrególacorrespondencia
deldía.
—¿Novedades?—preguntóGuido.
—Ninguna. La señora se encuentra en el jardín con los niños y
estánobservandoaloselectricistasmientrasmontanlasluces.Suseñor
padrehaavisadodequenovendráacomer,suseñoramadreestáconel
doctor,queleestátomandolatensión,yTinaestáencamaporquetiene
fiebre.Amigdalitis,hadichoelmédico.Unjardinerohaencontradoun
gatomuertoquealguienhatiradodesdelacalleporencimadenuestra
tapia. El cocinero se ha enfadado con Clotilde porque ha echado
demasiadasalalrellenodelosravioli.Peronadamás,señor.
—Yo también voy a salir a ver cómo va el trabajo de los
electricistas—anuncióGuido.
DetodalainformaciónqueNestoleproporcionó,laúnicaquele
interesabaeralaqueteníaqueverconsumujer.
LéoniesosteníaenbrazosaGiogia,cogíadelamanoaGioacchino
y observaba atentamente a Giuseppe, que ayudaba a los operarios a
sostener una pesada guirnalda de luces. Lo vio y se dirigió hacia él,
ofreciéndoleelrostropararecibirunbesoenlamejilla.
—¿Cuándohasvuelto?—lepreguntó.
—Ayerporlanoche,perotrabajéhastatardeymequedédormido
enelestudio—respondió,yluegoañadió—:¿Cómoestástú?—Evitó
someterlaauninterrogatorio.
—Mirapapá,estoytrabajando—gritóGiuseppe.
—¡Lo haces muy bien! —dijo Guido, que seguía mirando a su
mujer.
—Estoymuybien.¿Acasonoseve?
Parecíafeliz.
—¿Dónde estuviste ayer? —preguntó de nuevo con aparente
desinterés.
—Me cogí una pausa de doce horas —respondió ella, con
tranquilidad.
Indecisoentrelasganasdellevárselaacasayacusarla,yelmiedo
aescucharunarespuestadesagradable,optóporunaterceravía.
Nueve
Guidoacudióaunaagenciadedetectivesprivados.EnMiláneranmuy
conocidos por dos factores: la seriedad profesional y los honorarios
estratosféricos. La dueña de la empresa era una mujer de honradez
ejemplar, Antonella Ponzani, que heredó el negocio de su padre y
expandió el radio de acción de la empresa para poder cubrir las
necesidades de un grupo industrial o financiero que necesitara
informaciónparatomardecisionessobreposiblespréstamosbancarios,
fusiones y transacciones. Sus investigaciones patrimoniales eran más
fiables que las que llevaba a cabo el fisco, en parte porque los
colaboradoresdelaagenciaeranexagentesdelapolicíafiscal.
Demodomásdiscreto,casisecreto,AntonellaPonzanitambiénse
ocupaba de problemas familiares: traiciones conyugales, adolescentes
transgresoresoadiccionesajuegosdeazar.
GuidoCantoniconocía,comotodoelmundo,laexistenciadeesta
agenciadeinvestigación,peronuncahabríaimaginadoquetendríaque
contratarsusservicios.Perolohizo,aunqueseavergonzóunpoco.Yes
que la necesidad de saber era más fuerte que el pudor por sus
sentimientos.
Guidoestabacelosodesumujer.
Léonie Tardivaux, la chica de pueblo atractiva e inteligente, lo
habíasalvadodeladesesperacióndespuésdelabandonodeAmaranta.
SieldolorporelrechazodeAmarantanolohubieseabocadoal
profundo pozo de la humillación, seguramente le habría dedicado sus
atenciones a otro tipo de mujer más parecida a él en cuanto a gustos,
culturayeducación.Peroenplenadepresiónmotivadaporlapérdidade
confianzaensímismo,habíaencontradoenLéonieaunapersonaenla
quepodíaconfiaryquetalvezloayudaríaarecuperarelequilibrio.Y
asíhabíasido.Ellanoledabaproblemas,loapoyabaentodoygracias
alajoven,habíaempezadoavivirdenuevo.Después,conelpasodel
tiempo, su mujer había revelado cualidades inesperadas que la habían
llevadoaconvertirseenunmiembrofundamentaldelafamilia.
Sindarsecuenta,díatrasdía,Guidosehabíaenamoradodeellay
el recuerdo de Amaranta se había vuelto cada vez menos doloroso.
Todavía iba a visitarla, de vez en cuando, al convento, como siempre
había hecho. Pero desde hacía unos años, cuando la veía estaba muy
sereno.Unavez,incluso,llegóadecirle:
—Noshaidobienalosdos.Túhasabrazadotuvocaciónyyome
he dado cuenta de que tenías razón: si nos hubiésemos casado,
habríamosacabadoodiándonos,amigamía.
AhoraledijoaAntonellaPonzani:
—He pillado a mi mujer en Varenna con un hombre y entraron
juntosaunpequeñohotelquehayenellago.
Silamujerhubieserespondidoconunafrasebanaldeconsolación,
Guidosehabríamarchadodeallí.Porquenoestabanadaorgullosode
loqueestabahaciendo:lafiguradeldetectiveprivadosólolegustaba
enlasnovelaspolicíacasdeMickeySpillaneodeRaymondChandler,
porqueantesdehumillarasumujerhaciendoquelasiguieran,seestaba
humillando a sí mismo al acudir a una agencia de detectives. Pero la
mujerdijo:
—Ya veo. ¿Pero usted está seguro de querer saber si su mujer le
engaña?¿Haintentadohablarconella?
Antonella Ponzani tenía la apariencia de una señora con clase,
rondabaloscuarenta,llevabaelcabellorecogidoenunmoño,teníaun
rostro relleno, los labios grandes y la nariz carnosa. No era atractiva,
pero su mirada era inteligente y dulce y olía a muguete. Su despacho
estabaamediocaminoentreunestudioprofesionalyunsalónfemenino,
conestampasfloralesenlasparedes,cortinasdepuntoenlasventanasy
sofásadamascadosentonospastel.
—Honestamente,no—respondióGuido,titubeante—.Lacuestión
esque,contreshijospequeños,eltrabajoylavidasocial,nosécómo
encuentratiempoparaalimentarunarelación.Porlodemás,Léoniees
una madre atenta, una estajanovista y una excelente ama de casa.
Tambiéntengoquedecirlequeesunamujermuydulce,quequiereamis
padres como quería a mis abuelos, en fin, diría que es una mujer
perfecta—concluyó.
—Una razón de más para preguntarle otra vez si está seguro de
querer saber la verdad a través de nosotros, que tenemos por oficio
observar por el agujero de una cerradura, en lugar de conocerla
directamente de boca de la interesada, que tal vez podría tener una
explicaciónrazonablealosucedido—insistiólamujer.
—Nopuedohacerlo—admitióGuido.
—Loentiendo—replicólaseñoraPonzani.Despuésleofrecióuna
sonrisa de ánimo y prosiguió—: Mis hombres seguirán a su mujer
durante algunas semanas. Dentro de un mes le comunicaré lo que
hayamosaveriguado.
Al cabo de un mes, la señora Ponzani convocó a Guido en sus
oficinasyleexplicó:
—Efectivamente,laseñorapasóunapartedelajornadadelpasado
22 de diciembre en el Hotel du Lac de Varenna con un señor de
Marsella,uncompatriota…Perodesdeentonces,nosehanvueltoaver
yensusescasosdesplazamientosnohaysombradetraición.Dudoque
el francés sea un amante. Tal vez sea un pariente. ¿Quiere que
investiguemosaRogerBastiani?—preguntóladueñadelaagenciade
detectives.
—Quieroquecontinúensiguiendoamiesposa.
—Unamujerconunarelaciónclandestinanosecomportacomosu
esposa,créame.Habloporexperiencia.
—No intente disuadirme y haga lo que le pido. Cuando descubra
algo,póngaseencontactoconmigo—insistióGuido.Despuésdefirmar
unchequeconunasumaconsiderable,concluyó—:Porquehayalgoque
descubrir.
Aqueldía,porprimeravez,discutióconLéonie.
Los celos desencadenaron un deseo incontenible de poseer a su
mujer,que,conelpasodelosdías,dabasignosdeimpaciencia.
Unanoche,despuésdeunnuevoasalto,ellalepreguntó:
—¿Quéintentasdemostrarme?
Guido, tomado por sorpresa ante la pregunta que su esposa había
formuladocontonosevero,respondió:
—Quetedeseo.
—Haydemasiadarabiaentumododequererme.
—¿Acasonoseráquetúnomedeseasconlamismaintensidad?—
replicóGuido,conairedesafiante.
—Puedes apostar por ello. Si estos asaltos tienen que repetirse
hastaelinfinito,creoquemeiréadormirconlosniños.Yunacosa,lo
tuyonoesdeseo,sinoganasdeprimate,comosiquisierascompetircon
eluniversomasculinoparademostrarmequeereselmásvirildetodos.
Nomegustaestecomportamiento,nolegustaaningunamujer—declaró
con aspereza, abandonando la cama y refugiándose en el salón
adyacenteasudormitorio.
Eraprácticamentemedianoche.Ellaestabacansada,peroelsueño
habíadesaparecidoynoteníaganasdeponerseamirarlatelevisión,ni
de hojear una revista y tampoco de leer un libro. Pensó en bajar a la
cocinayprepararseunamanzanilla,yjustocuandoestabasaliendodel
salón,Guidoaparecióconaspectodeperroapaleado.
—Perdóname,Léonie—susurró.
Mientraspronunciabaesasdospalabrastuvolavisióndesumujer
acompañadaporaqueldesconocido.
—Creoquedeberíamoshablar—añadió.
Diez
La acompañó a la cocina y Léonie puso el hervidor en el fuego.
Después, en la taza de porcelana con el filtro, vertió flores de
manzanilladesujardín,algunashojasdelimonero,semillasdehinojoy
dos clavos de clavel. Guido, sentado en la mesa de mármol, la
observabacaptandolagraciadesugestualidadserena.
Le habría gustado empezar con una pregunta: «¿Quién era el
hombre con quien pasaste el 22 de diciembre en Varenna?» No pudo.
Léonie era una mujer intachable de la que se había enamorado y el
miedoaperderlaleimpedíahacerleesapregunta.
Ella apoyó dos tazas humeantes en la mesa que contenían la
infusióndecolorámbar.
—¿Quieresponerleunpocodemiel?—lepreguntó.
—Sí,porfavor—respondióGuido.Yañadió—:¿Túnotepones?
—Engorda. Tú puedes atiborrarte de dulces y no pierdes esa
siluetaenvidiable.Yomeconvertiríaenuntonelsinoestuvieraadieta
constantemente.
—Amínomeimportaríaqueengordaras.
—¡Peroamísí!—exclamóLéonie.
—Lacomidaesunmododecompensarotrascarencias.Estáclaro
quelosCantonitenemosmuchosdisgustos,sobretodoafectivos.
—¿Querías hablar de esto? —preguntó ella, después de dar un
pequeñosorboalainfusión.
—Queríadecirtequesoyconscientedemisfrustracionesyquehe
intentado vengarme estúpidamente —respondió. Luego, en voz baja,
continuó—: Me doy cuenta de que he estado insoportable. Si me
denunciaras por abuso sexual o maltrato psicológico o por cualquier
otracosa,tendríastodaslasdeganar.Losientomucho,deverdad.
—Ça suffit, mon pauvre ami —dijo Léonie, dándole una caricia
—.Yateheperdonado,porqueséquenolovolverásahacer.Yademás,
nuncatehabíascomportadoasí.¿Esmuchopedirquemecuentesquées
loquevamal?
—Nolosé—mintióél—.Otalvezsílosé.Loshombressomos
mezquinos,insegurosydespreciables,aveces.Yomesientoasíeneste
momento—confesóGuido.
Léonieobservóaaquelgranseñorqueerasumarido,conelrostro
pálido de rasgos aristocráticos, la mirada dulce y doliente, y se
convenciódequeseguramentehabríapasadoalgoquelehabríatraídoa
la memoria su antigua pasión por Amaranta y el recuerdo de su final
lacerante.Nosospechó,nisiquieraporuninstante,queGuidopudiera
haberdescubiertosuhistoriaconRoger.
Tendióunbrazoalotroladodelamesayacaricióelrostrodesu
marido.
—Mira,Guido,osestoymuyagradecidaatiyatufamiliaporel
afecto que me dais. Cuando me conociste, estaba completamente
perdida.Hoy,encambio,soyunamujerserenayfeliz.Sientoqueestés
pasando por un momento de inquietud, pero estoy segura de que lo
superarás.Somosunabuenafamilia,¿nocrees?
DesdequesecasóyvivíaenlagranvilladelosCantoni,algunas
veces acudía al lago del parque y se detenía a observar el espejo del
agua.Sentadaenunbancodepiedra,seabandonabatotalmentealapaz
de aquel lugar que reflejaba la familia Cantoni. Estaba convencida de
queenlasprofundidadesoscurasdelpequeñolagohabíaconmocionesy
oscuros recovecos inquietantes, pero que no se veían. El paisaje era
tranquilizadoryesolebastaba.
—Somosunabuenafamilia—convinoél,sonriendo.
En la tibieza envolvente de la gran cocina, Léonie pensó que tal
vezellayGuidonoeranunaparejaperfecta,perojuntosestabanbien
porque les unía el afecto, el amor por sus hijos, la estima recíproca y
losproyectosdefuturo.
—¿Vamosaveralosniños?—preguntóelladulcemente.
Sedirigieronalascensor,subieronalprimerpisoyseasomarona
lahabitacióndeGiuseppe,queeraelmayoryyadormíasolo.
Una lamparita en el suelo, en una esquina de la habitación,
desprendíaunaclaridadapenasperceptible.
Seacercaronalpequeño,quedormíaprofundamenteabrazadoaun
osito de peluche. Tenía el pelo negro y rizado, como su padre, la piel
rosácea típica de los niños sanos y olía tan bien que enternecía el
corazóndesuspadres.
Guido apoyó una mano en la cabeza de su hijo; parecía que lo
estuvierabendiciendo.Léonieseajustólachaquetadeplumasdeocay
decoloresvívidos.Salieronsigilosamentedelahabitación,dejandola
puerta entornada, y, cogidos de la mano, se metieron en el dormitorio,
dondeGioacchinoyGioiadormíanensusrespectivascunas.
Gioacchinoestabaacurrucadoporquelamantasehabíaescurridoa
suspiesyteníafrío.Aratoschupabaelpulgarquesehabíametidoenla
boca.Léonielotapó.Gioia,porelcontrario,teníaunchupeteylosojos
abiertos de par en par. Sonrió al verlos y el chupete se le cayó a la
almohada.
Léonie se llevó el dedo índice a los labios para pedirle que no
hicieraruidomientrasGuidosusurraba:
—Esdenoche.Duerme.
Gioiasepusodenuevoelchupeteenlaboca,seestiró,cerrólos
ojosysedurmió.
—Sonpreciosos—dijoGuidomientrasélysumujerrecuperaban
suhabitación.
—Estántranquilos—confirmóella.
—¿Creesquepodránhablarycompartirsusdramas,porpequeños
ograndesquesean,cuandocrezcan?—preguntóél.
—Por el bien de su serenidad, haremos lo posible para que no
respirendemasiadoelairedeestacasa—respondióella.
—Elairedeestacasaescontagioso.Tútambiénlohasabsorbido
—dejóescaparGuido.
Léonienocaptólaalusióny,enlugarderesponderaeso,dijo:
—Megustaríatenerotrohijo.
—Amítambién—convinoGuido.
—Perocondulzura—remarcóella.
AquellanocheconcibieronaGiacinta.Guidoabrazóconfuerzaa
sumujeryantesdedormirse,pensó:«Mañanallamoaladetectiveyle
digoquepare.NoquierosaberlossecretosdeLéonie,delmismomodo
queellanoconocelosmíos».
Léonie, por su parte, se quedó tranquila junto a él, pensando que
eraunamujermuyafortunada.Nisiquieraporuninstantehabríaquerido
volver atrás en el tiempo, a la vida difícil e infeliz que tuvo antes de
casarseconGuido.
Léonie
Uno
—Léonie,¿quéhacesaquíaestashoras?
Laniña,quesebalanceabaenunbancoquehabíaenelvialdelos
plátanos, se asustó y abrió los ojos como platos. Esa voz era la de
Thérèse,queestabaallíjuntoaNinette,suinseparableamiga.
—¿Pero qué hace una niña tan pequeña fuera de casa en plena
noche?—selamentóNinette.
Lasdosancianassesentaronasuladocomoángelesdelaguarda.
Léonie las observó; iban vestidas con ropa oscura, tenían las caras
sudadas,porqueerajulio,yaunquefueradenoche,elairenorefrescaba
mucho. Sabía que las dos amigas volvían de dar una vuelta en los
locales del centro donde vendían ramitos de lavanda y bolsitas de
lavandaseca.
—¿Esperasamamá?—preguntóThérèse.
Lapequeñaasintió.
Nadine Tardivaux tendría que pasar por allí al volver a casa,
Léonielavería,correríahaciaellaysumadre,talvez,laabrazaría.
ThérèseyNinettesabíanquelaniñateníamiedodequedarsesola
encasadenoche,ysumadretambiéneraconsciente.Dehecho,antesde
salirporlanoche,laobligabaabeberseunainfusióndemanzanillacon
laesperanzadequelaayudaraadormir.PeroLéonie,comotodoslos
niños inseguros, tenía el sueño ligero y se despertaba con cualquier
cosa. Entonces, al no encontrar a su madre, y presa del miedo a la
oscuridadyalasoledad,sevestíaysalíaalacalleaesperarla.
—¿Cuántas veces te he dicho que no puedes estar en la calle de
noche?Siteveungendarme,tellevaráalacomisaría.Yalosabes—la
regañóThérèse.
—Aunque es mejor que la vea un gendarme que un turista con
malasintenciones—intervinoNinette.
—Venconnosotras,pequeña.Volvemosacasa—dijoThérèse.
No necesitaron repetírselo. Las dos amigas y Léonie vivían en el
mismo edificio a los pies del Château de l’Empéri, que antaño había
sidolamoradadelosobisposdeArlésyquedespuéshabíaacogidoa
muchosreyesdeFrancia.
La niña sabía que Thérèse la dejaría dormir en su cama, un
catafalco monumental al que ella subía con la ayuda de una silla. Una
veztumbada,envueltaporelaromaafloresdelavanda,queestabanen
bolsitasdegasaquedecorabanelcabezal,yconelronroneodelgato,
hechounarosquillaalospiesdelacama,sedormiríaprofundamente.
TambiénsabíaqueNadine,alvolveracasa,nosepreocuparíasinola
encontraba,porqueamenudoacababadurmiendoconlavecina,quela
había visto nacer y la cuidaba como una abuela auxiliadora cada vez
quelalibertinadesumadreladejabasola.
Thérèseabriólaventanadelahabitación,quehabíaestadocerrada
todoeldía,paradejarentrarlabrisadelanocheque,porfin,empezaba
a refrescar un poco el ambiente. De lejos llegaron las voces de los
turistasqueestabandevacaciones,elsonidodelaorquestadelCaféde
l’Empéri, los pasos de los pasantes, el maullido de algún gato
enamoradoylasrisasdelosjóvenes.Elrelojdepéndulodelacocina
tocó las doce de la noche. Léonie cerró los ojos y escuchó el
característico sonido de Thérèse quitándose la ropa para ponerse el
camisón.
LuegoThérèsesetumbóasuladoyLéoniesequedódormida.
Fueelfuertearomaacaféaulaitloqueladespertó.Lospostigos
de las ventanas estaban abiertos para dejar entrar la claridad de los
primerosrayosdesol.Léoniesedeslizóhastaelsuelo;llevabapuestas
una braguitas y una camiseta interior de color azul un poco vieja.
Descalzaydepuntillassedirigióalacocina.
Sesentóenlamesarústica,cubiertaconunhuleblancoyrojo.
—Bonjour,mapetite—dijoThérèse.
—‘jour—respondióLéonie,conlosojossoñolientos,ysonrióal
ver la taza de café que desprendía ese aroma junto a una baguette
todavíacaliente.
Mientrasmojabaelpanenellíquidohumeante,lamujerdijo:
—Tumamásehaidoatrabajar.Tehadejadoencasaunpocode
dineroparalacomidayhadichoqueestanoche,cuandovuelva,quiere
encontrarlacocinalimpia.
—Siempre me toca a mí lavar sus platos —se quejó la niña
mientrasdevorabaeldesayuno.
—Te ayudaré yo. Ahora lávate, vístete y ayúdame a hacer los
ramitos de lavanda para esta noche —le pidió la mujer, que ya tenía
preparadosdoscestosllenosdefloresenlaterraza.
DelacallellególavozdeNinette,quellamóasuamiga.
—Esta noche no puedo venir a pasear contigo —dijo con una
sonrisa que le llegaba de oreja a oreja. Y le explicó el motivo—: El
pequeñoPierrotvendráabuscarmeymellevaráaAix.Pasarétodala
semanaconlafamilia.
Léonie,queseasomóalbalcón,preguntó:
—¿Puedovenircontigo,Ninette?
Para la niña, cualquier ocasión era buena para intentar no dormir
sola. Vivía aterrorizada por la soledad y la noche desde que era
pequeñísima.
—Monpetitlapin,yatehehabladodeminuera.Yaesmuchoque
mehayainvitadoamí.Ylaverdadesquenisiquieraestoysegurade
poder aguantar una semana con madame la baronne —se lamentó la
mujer.
—Entonces,diviértetemucho—ledeseóThérèse.
—¿Lo ves? Todo el mundo se va de vacaciones excepto yo —
protestóLéoniemientrasquitabalamesaylavabasutaza.
—No te quejes, ma petite. El buen Dios ve y provee. Mientras
tanto, piensa que ha hecho que nazcas sana e inteligente, y eso no es
poca cosa. Si algún día mereces recibir un premio, lo obtendrás —la
alentólaviejaamiga.
—Sí, pero mejor espero sentada —respondió la pequeña, que
apenasteníaochoañosyyaseexpresabacomounaadulta.
Lacalleempezabaaanimarse,laspequeñasboutiqueslevantaban
las persianas y los turistas madrugadores paseaban por las calles
armadosconsuscámarasdefotos.
Esa tarde, cuando Salon se quedó en silencio, las calles se
vaciaron, las tiendas echaron el cierre e incluso las campanas de las
iglesias se callaron, la vieja Thérèse se refugió en la oscuridad de su
dormitorio.EntoncesLéoniesesentóalospiesdelaFuentedemusgo,
unaenormemanchaverde,ysepusoaleerElpequeñoNicolás,unlibro
que había sacado de la biblioteca del colegio y con el que se
identificaba porque reconocía las incongruencias del mundo de los
adultoscuandoserelacionanconlosniños.
EmpezóatenersedysedioelcaprichodetomarseunaCoca-Cola
en el Café du Midi. Después fue a visitar a su madre a la peluquería
dondetrabajabacomoesteticista.
ElnegociosellamabaChezJulesetLorette.Estabaenlaplazadel
centro y tenía dos entradas, una para hombres y otra para mujeres. La
peluquería, a aquella hora, estaba cerrada, pero Léonie sabía que
encontraría a su madre con algunas compañeras en el patio interior,
dondedescansabanantesdeabrirporlatarde.
Monsieur Jules y madame Lorette jugaban a cartas con Stanis y
Linda.DeNadinenohabíanirastro.
—Tumadrehavueltoacasa.Estabacansadaynecesitabaecharse
unrato—ledijomadameLorette.
Léoniefuecorriendoacasaporquenecesitabaverasumadre.
Lapuertaestabacerradaconllavepordentro,asíquellamó.Como
nadie respondía, empezó a golpear la puerta con las manos, y llamó a
Nadineagritos.
La vieja Thérèse abrió la puerta de su casa, al otro lado del
rellano,ydijo:
—¿Es necesario hacer tanto ruido? Estaba durmiendo y me has
despertado.
—Pero no he despertado a mamá —replicó la niña, que seguía
llamandoalapuerta.
—Va,mapetite, no me vengas con tantas historias y entra en mi
casa—laconminóThérèse.
—No,nomevoyatucasa.Quieroirconmimadre—gritóLéonie,
queestabaapuntodellorar.
Entonces, la puerta de casa se abrió. Apareció el perfil de una
mujer joven, sudada y despeinada, muy guapa y muy enfadada. Vestía
enaguas.
—Léonie,hashechounruidoinaceptable.VeconThérèse.Luego
vendréyoallamarte.
Lecerrólapuertaenlacara,peroLéonieconsiguióveralhombre
casidesnudoqueestabadetrásdesumadre.
Dos
Laniña,dolida,diounapatadaalapuertaygritó:
—¡Eresmala!
Thérèselallamó,peroLéoniechilló:
—Tútambiéneresmala.
Salióalacalleynodejódecorrerhastaquellegóalatiendadel
épicier,queestabaabriendodespuésdelapausaparacomer.
Sedirigióalhombrequelaatendíahabitualmenteyleapuntabalas
cosas cuando no tenía dinero, porque sabía que su madre pasaría a
pagarladeuda.
—Quiero un paind’épices, una tableta de chocolate dulce y una
bolsitadebonbonsdemiel.Lopagarámimadre.
Eldependiente,quelaconocíadesdesiempre,preguntó:
—¿Estásseguradequetumadretedejacomprartodoesto?
—Estoysegura—respondiólaniñacondecisión.
Con ese cargamento de delicias llegó a la plaza, se sentó en un
bancoalasombradeunplátanoquehabíafrentealapeluqueríadonde
trabajabasumadreyempezóacomerlosdulces,conelcorazónherido
porlasoledadylamentevacía.
Unpocodespuésvioasumadre,quecaminabarápidoparavolver
al salón de Jules y Lorette. Observó su modo de andar orgulloso, el
contoneo de piernas que hacía volar la falda blanca llena de grandes
amapolas y el pecho generoso que asomaba por la camiseta ajustada,
conlasmangasenformadeglobo.Elcabellooscuroyonduladolecaía
sobreloshombroscomounamasadeinquietasserpientes,yloslabios
colorescarlataestabanabiertosydejabanentreverlablancuracegadora
de una dentadura perfecta. Nadine era guapísima. Cuando tenía
dieciocho años, fue elegida Miss Provence y se habría convertido en
MissFranciasinosehubieraquedadoembarazada.
Unavezledijo:
—Mira, siempre hay algún modo para deshacerse de un hijo
incómodo.Yonolohice.Decidíquetequeríaytetuve.¿Quéquieresde
mí?
Léonieteníalasensacióndetenerunamadreprestadayqueríauna
familia.Desahogabasufrustraciónysunecesidaddeafectomintiéndole
atodoelmundoyportándosemal,sobretodoconsumadre.
Entonces, su madre la vio y, en lugar de continuar hacia la
peluquería,sedetuvofrenteaellaylamiróseveramente.
Lerepitiólapreguntadesiempre:
—¿Quéquieresdemí?
Ahora,porprimeravez,Léoniedijo:
—Tellevasextrañosalacama.Nuncamehasllevadoamí.
Nadine tenía veintiséis años, estaba aterrorizada por el paso del
tiempoyqueríaencontrarunmarido,apoderserrico,quelegarantizara
seguridadeconómicayposiciónsocial.Peroentrelosmuchoshombres
con los que se entretenía, no había ni uno que tuviera la más mínima
intencióndecasarseconella.
Lamujerechóunvistazoalapeluquería,queestabadesierta:por
ahora no había clientes. Se sentó en el banco, abrió el bolso de rafia
rojo, extrajo un pañuelo de papel y le limpió la cara a Léonie, que
estaba manchada de chocolate. Arrugó el pañuelo y lo tiró a una
papelera. Volvió a meter la mano en el bolso y sacó un puñado de
monedasqueenseñóasuhija.
—Quizás no conseguiré darte un padre, pero el dinero para
mantenerteestáasegurado—dijo.Ycontinuó—:¿Deverdadcreesque
lo que gano trabajando en la peluquería es suficiente para pagar el
alquiler, las facturas, la comida, tu ropa, la mía y el hospital de tu
abuela?
Léonienorespondió.Contemplóeljuegodelucesysombrasque
lasramasdelplátanodibujabanenelrostrodesumadre.
—Ya eres lo bastante mayor para saber cómo están las cosas. Tu
abuelacrecióenunorfanatoenLyon,yalosdieciochoañosempezóa
trabajar en el servicio de una familia pudiente. Pero el padre de la
familia primero la dejó embarazada y luego, la puso de patitas en la
calle.Porvergüenza,tuvoquemarcharsedeLyonysetrasladóaArlés.
Trabajó en el campo, recogiendo violetas, lavanda y aceitunas, hasta
quenacíyo.Sufriómuchopornohaberconocidoasuspadres,asíque
decidióqueyo,almenos,tendríaunamadre.Metuvosiempreasulado,
matándoseatrabajar.Despuésempezóabeber.Peroyoyaeramayory
podía cuidar de mí misma. Pronto comprendí que la belleza es una
mercancía que te consigue dinero, y yo era guapa. Cuando me
proclamaronMissProvence,medije:«Elmundoesmío».Teníadinero,
ropa, joyas. Los hombres ligaban conmigo y me inundaban de regalos
parallevarmealacama.YomeveíadesfilandoenlaspasarelasdeDior
odeChanel,yactuandoenpelículascomolaBardotolaDeneuve.Pero
todosmissueñosseesfumaroncuandomequedéembarazada.Elresto
delahistoriayaloconoces.Tequierodelúnicomodoquesé:dándote
una casa y comida. No puedo cambiar, soy así. ¿Quieres odiarme por
eso?Tengounasganaslocasdevivir,aúnestoyesperandoalgranamor
de mi vida y ahí estás tú, mirándome con ojos de hielo y juzgándome.
Tus amigas del colegio ahora están en la playa y tú no. Ellas también
tienen un padre, seguramente una casa para pasar las vacaciones, o
dinero para pagarse un hotel. Tú tienes que conformarte conmigo. Me
gustaríaestarenelmarconunmaridojoven,ricoyguapo,yencambio
estoyaquítrabajando.¿Puedocambiartodoeso?Porahoraloúnicoque
puedo hacer es dejar que comas todas esas porquerías que has
compradoenlatienda,yesoestodo.EldomingotengoqueiraArlésa
veramimadre,conlaquecasinopuedonihablaryencimatengoque
pagar el hospital. Para llegar a fin de mes tengo que encontrar algún
hombregenerosoquemedédinero.Asíquedejadejuzgarme,tomalo
quepuedoofrecerteynomepidasnadamás.¿Hesidoclara?
Léonie no comprendió del todo las palabras de Nadine, pero una
cosa era evidente: su madre intentaba vivir su vida, soñando un futuro
brillante, y ella no era más que un obstáculo en la realización de sus
sueños.
—¿Quiénesmipadre?—preguntó.
Eralaprimeravezquesometíaasumadreaeseinterrogatorio.
—¿Quiénsabe?
—¿Nolosabesonoquieresdecírmelo?
Nadinerecordócuandoeraunajovendediecisieteañosque,para
participar en el concurso de belleza, falsificó sus documentos de
identidadparafingirqueeramayordeedad.Enaquellaépocatrabajaba
enunaempresaqueexportabafloresyestabacansadadevolveracasay
encontrarse a su madre borracha ahogándose en su propio vómito. En
losescasosmomentosdelucidez,lamujerledecía:
—Debestenerunavidamejorquelamía.Llévameaunaclínicay
líbratedemí.Sideverdadmequieres,hazmecaso.
Pero eran relámpagos en la oscuridad de una mente incapaz de
razonar. Una noche, al volver del trabajo, Nadine pensó que estaba
muerta, pero en realidad estaba en coma. En el hospital le
diagnosticaronAlzheimer.Elalcoholnoteníanadaquever.Nadinetuvo
queelegirentrevolverallevarlaacasayestarasuladodíaynoche,o
ingresarla en una clínica psiquiátrica, asumiendo unos costes que no
cubríalasanidadpública.Lasegundasolucióneralaúnicaviable,con
loquebuenapartedesusueldoiríadestinadaalaclínica.Necesitaba
dineroyelconcursodebelleza,encasodeganar,leproporcionaríaun
buen premio. Finalmente ganó y pagó por adelantado los gastos de un
año entero. Recibía invitaciones para ir a cenar, a comer, a fiestas
importantes que se celebraban en la costa y a castillos de campo.
Parecíaquelariquezaestabaahí,alalcancedelamano.Loúnicoquele
pedíaneraquefueracomplacienteconlosdueñosdelacasa.Cuandose
dio cuenta de que estaba embarazada, los hombres con los que se
relacionabadesaparecieron.Yellanoteníaniideadequiénpodíaserel
padre.UnañodespuésdelavictoriadeltítulodeMissProvence,tuvoa
Léonie.AbandonóArlésyseinstalóenSalon,dondenadielaconocía.
Vendiólasjoyasypagóporadelantadoelalquilerdeunavetustacasa
dondevivíandosancianasafectuosas:NinetteyThérèse.Laayudarona
encontrar trabajo en Chez Jules et Lorette, y se encargaban de la
pequeñacuandoellatrabajaba.
—Léonie, te juro que no sé quién es tu padre. Y es mejor así
porque,seaquiensea,esunbastardo—respondióahora.
Suhijalacreyó.
—Perotardeotempranotedaréunpadre.Elhombrequehasvisto
hoy es el dueño de un hotel en Tolone, es guapo y tiene un montón de
dinero.Nomecompliqueslavidaydéjametiempoparaseducirlo.
Léonienodijonada.Comprendióquesumadreseguíaviviendode
sueños.
Tres
Ninette no regresó de Aix. Un infarto fulminante se la llevó pocas
horasdespuésdellegaralaespectacularcasadesuhijo.
Thérèseestabadestrozada.
—Escomosimefaltaraunbrazo—ledijoaLéonie.
Lasdosancianaseranamigasdesdepequeñas.Habíanidojuntasal
colegio, y también compartido trabajo en el campo. Ninette se había
casado, pero cinco años después había enviudado. Había tenido dos
hijos:unohabíaemigradoaAustraliayelotro,Pierre,habíaencontrado
trabajoenunconcesionariodecochesenParís;allíhabíaconocidoala
hijafeúchaypresuntuosadeldueño.
Pierreledijoasumadre:
—Casarmeconellaescomoecharmeunasogaalcuello.Peroes
unamujerleal.
—¿Y el amor? ¿Dónde está el amor en este matrimonio? —
preguntóNinette.
—El amor va y viene, pero el dinero no desaparece, si lo
administrasbien—respondióél.
Ninettenuncaaceptóuncéntimodeaquelhijoqueseenriquecióal
casarse.ComoThérèse,sobrevivíaconlapensióny,enverano,ganaba
algoextravendiendolavanda.
Lasdosamigassehabíanhechocompañíadurantetodalaviday,
ahora que Ninette ya no estaba, Thérèse pensó que pronto también le
llegaríasuhora.
—¿Sabes?Ninettemehadejadotodossusbienes—leconfesóla
mujeraLéonie,mientraslaacompañabaalprimerpiso,alapartamento
desuamiga.
Pierre,elhijodeNinette,lallamóparacomunicarlequeafinales
dejuliovaciaríalacasayledevolveríalasllavesalpropietario.
—Ninette tenía sábanas de lino bordadas a mano y también
mantelesmuybonitos.Leencantabalaropadecasa.Ahorasonmíosyte
los regalo a ti. Yo me quedaré las tazas de Limoges y la estola de
conejo, que será muy útil en invierno. Por cierto, si ves algo que te
guste,cógelo.Todoloquehayaquídentroesmíoporqueasílodecidió
ella,¿comprendes?Melohadichosuhijo—añadiólamujermientras
abríalapuertadelacasadelaamiga.
ALéonieledabamiedoentraralminúsculoapartamento.Aunque
lo conocía muy bien, ahora su inquilina ya no estaba. La muerte, para
ella,eraalgomisteriosoyterrible.
—No quiero las sábanas de una muerta —dijo, sin decidirse a
entraraldormitorio.
Thérèsenoinsistió.
—Entoncesbajaamicasayespérameallí—ordenó.
La mujer regresó al atardecer y se encontró la mesa puesta y la
sopadecebollaenelfuego.
—Ma petite, ¿has preparado todo esto tú sola? —preguntó
Thérèse.
—¿Sabes?ComoNinetteyanoestá,notesentirássola,porquehe
decididoquevoyavivircontigo—anunciólaniña.
—Peroyavivesconmigo,sobretodoahoraquetienesvacacionesy
novasalcolegio—observóThérèse.
—Siéntateyteservirélasopa.Dejaquevivaaquí.Mimadreesun
desastre,vivedesueñosquenosecumpliránnuncaynomequiereensu
vida.
Las palabras de Léonie afectaron a Thérèse. Ella la quería
muchísimo,comosifuerasuverdaderaabuela.Pensóqueaquellaniña
estabacreciendodemasiadorápidoydeformadolorosa.
—Sería una gran responsabilidad que vivieras conmigo —le
explicó.
—Dejaalmenosqueteayude.AhoraqueNinetteyanoestá,porla
noche podría ayudarte a vender lavanda y juntas haríamos buenos
negocios.
—Lopensaré—prometióThérèse.
—Empezaronacomerselasopadecebolla,quenoestabaperfecta,
peroeracomestible.
Y así, con ocho años, Léonie se convirtió en una excelente
vendedora de lavanda. La gracia con la que vendía los ramitos a los
turistasdecualquiernacionalidadqueatestabanloslocalespúblicosle
proporcionó sus primeros ingresos. Léonie tenía el aspecto de una
muñecadeporcelanavestidaparalasfiestas,conunafalditaprovenzal
decoloreschillones.Lasonrisafrancaledabalaaparienciadeunaniña
feliz.Yaquelverano,Léoniefuerealmentefeliz.
A menudo los clientes de los bares y de los restaurantes al aire
libreledabanalgunapropinaalcomprarlosramitosdeflores,algunos
la trataban con más simpatía que otros, y algunas mujeres creían que
Thérèseerasuverdaderaabuelaylafelicitabanportenerunanietatan
preciosa.
Una noche le pasó algo que cambiaría su vida para siempre. Se
acercó a una mesa de italianos, formada por adultos y adolescentes,
para ofrecer bolsitas de lavanda. Una de las señoras, en un intento de
comunicarseenfrancés,ledijoquelosqueríatodos,ytambiénelcesto
decañasentrelazadasqueconteníalasbolsitasaromáticas.
Léonie la miró con perplejidad, temiendo no haber comprendido
bienloquedecía,mientraslajovenseñoraseguíapreguntando:
—Combien,combien?
—El cesto no está en venta —insistió Léonie. La señora no lo
entendía.Lepidióquehablaraeninglés,perolajovenapenashablaba
francés, porque estaba acostumbrada a expresarse en dialecto
provenzal.EntoncesintervinoThérèse.
—Treintabolsitasdelavandamáselcostedelcestohacenuntotal
dedoscientosfrancos—dijorápidamente.
Fue un hombre, probablemente el marido de la mujer, quien le
entregó el dinero a Thérèse, mientras una jovencita le preguntaba a la
pequeñaflorista:
—Commentt’appellestu?
—Léonie —respondió, y después dijo—: Et toi, comment tu
t’appelles?
—Daniela.
—Danielle?
—No,Danielà—insistiólapequeñaitaliana.
—Hola,Danielà—lasaludóLéonie.
—¿Quieresheladodefresa?—preguntóDaniela,señalandoelque
estabacomiendo.
—Glace à la fraise —dijo Léonie—. Non, merci. —Porque no
habríasidoprofesionalsentarseenlamesadelosturistasricos.
Mientrastanto,losotrosjóvenesdelacompañíaobservabanasu
amigayalapequeñavendedoradelavandaconcuriosidad.Thérèsele
susurró:
—Mapetite,dalasgraciasyvámonos.
Pero la madre de Daniela insistió con su pobre francés porque
Léonielesdespertabamuchaternura.
—Déjelaaquíparaquesecomaunheladoconlosniños.
—Sehahechotarde,eshoradevolveracasa—replicóThérèse.
—Grand-maman,jet’enprie—suplicóLéonie,quederepentela
llamó«abuela».
LamadredeDanielaprometióqueacompañaríaaLéonieacasasi
Thérèsedejabaquelaniñasequedaraunratoconsuhijaylosdemás
niños.
Léonie explicó que era huérfana de padre y de madre, que vivía
con su abuela, que en verano vendía flores para poder comprar los
libros de la escuela y otras inocentes fantasías sobre su vida. Thérèse
estabaenlapuertadecasaesperándolacuandolacomitivadeitalianos
apareció.Lasdosniñasseintercambiaronsusdireccionesyprometieron
escribirse, una en francés y la otra en italiano, así aprenderían sus
respectivosidiomas.YfueasícomoDanielaPallavicinisehizoamiga
deLéonieTardivaux.
Cuatro
Lasvacacionesseacabaronyllególavueltaalcolegio.Thérèsehabía
enseñadoaLéoniecómoprepararycocinarlatarteauxchampignonsy,
unanoche,lajovenpusoenlamesa,paraellayparasumadre,aquella
exquisitez recién sacada del horno. La había preparado con setas
pratenses que ella misma había recogido ese día, el último de las
vacaciones, en los campos donde los champiñones crecían
abundantementetraslaslluviasdefinalesdeverano.Juntoalplato,puso
eldineroquehabíaganadovendiendolavanda.
Nadinecomióadesgana.
—Lapastaestáunpocochamuscada—observó,yañadió—:Pero
claro,quehagasalgobienesmuchopedir.¿Quéestodoesedinero?—
preguntó.
Léonie se sintió mal porque se esperaba algún tipo de cumplido.
Asíquenorespondió.
Nadinecontóeldineroeinsistió.
—¿Dedóndehassacadoeldinero?
—Esunapequeñaayudaparamisgastos.Loheganadovendiendo
lavandaconThérèse—susurró.
—Este año necesitas zapatos nuevos, otro abrigo y algún jersey
para el invierno. Sigues creciendo y los vestidos viejos te van
pequeños.
Léonieesperabaquesumadre,comomínimo,ledijeraqueerauna
buena niña por contribuir a los gastos, pero en lugar de eso consiguió
destruirlamoralmenteconunaspocaspalabras.
—Sialmenostuabuelamurierapronto…—añadióNadineenvoz
baja.
Léoniesabíaquesumadre,cuandocobrabaafinaldemes,seibaa
Arlés a pagar la mensualidad de la clínica de su madre. Comprendió
queeratansecaporlafaltadedinero.Dehecho,lamujerañadió:
—Eldueñodelpisohasubidoelalquiler.
Y de nuevo, Léonie echó de menos a un padre que podría haber
hechoquesusituaciónfueramásllevadera.
—ElseñorClémentmehadichoquesilesacoapasearelperroun
pardevecesaldía,medaráalgodedinero—confesólaniña.
—¿Peroesquenoentiendesquetucalderillanosirvedenada?—
gritólamujer.
—¿Quépasa?¿Acasotupretendienteyanotedamásdinero?¿Se
ha esfumado como todos los demás? —gritó ella también, al borde de
laslágrimas.
Recibióunabofetadatanfuertecomounlatigazo.
—Exijoquemehablesconrespeto—dijoNadine.
Laniña,amododerespuesta,tirólatarteyeldineroalcubodela
basura,saliódelacocinadandounportazoysefueasucuarto.Setiróa
la cama, se cubrió la cabeza con la almohada y lloró
desconsoladamente. Sentía que era un peso para su madre; sin ella, se
habría ahorrado mucho dinero, y en cambio tenía a una hija a la que
mantener y siempre estaba en busca de dinero. Habría sido mejor que
Nadinenolahubiesetenido,yaquelaculpabadetodoloqueibamal.
Llegadosaesepunto,sólopodíahacerunacosa:morir.Sedejaríamorir
dehambre.
Sequedódormidaconesepropósitoenmente.
Sedespertóporlamañana:erasuprimerdíadeescuela.Lacasa
estaba vacía. En la mesa de la cocina había un tazón con leche y
cerealesyuncroissantquetodavíaestabacaliente.
Léonie sonrió pensando en su madre, quien, a pesar de su mal
genio,laquería.
Sereencontróconsusamigasdelcolegio.Todashabíancrecidoy
lamaestralaspusoatrabajarenseguida.
—Tenéisquehacerunaredacciónyexplicarcómohabéispasado
lasvacaciones—dijodespuésdepasarlistaycomprobarquenofaltaba
ningúnalumno.
Léonieempezóachuparelboliporquenoteníanadaqueescribir.
Susamigashablaríandesusvacacionesenelmar,enlamontaña,talvez
enParísoenelextranjero.Ellasehabíaquedadoencasasufriendoel
caloryllorandodesoledad.Nopodíacontarquesumadrenoladejaba
entrar en casa cuando recibía a un hombre, que Ninette había muerto,
queThérèselehacíadeabuela,quehabíavendidofloresyquesumadre
ni siquiera le había dado las gracias cuando le entregó el dinero que
ganó.
Lamaestrasediocuentadelamiradatristedesumejoralumna.La
llamóasumesaylepreguntóenvozbaja:
—¿Porquénoescribes?
Léonieseencogiódehombros.
—¿Tehapasadoalgomalo?
La niña negó con la cabeza. La maestra había averiguado algunas
cosasdesualumnaatravésdelasredaccionesquehabíahechodurante
elcursoanterior.Yahoraledijo:
—Venconmigo.
Lallevóalexteriordelaulayantesdesalirdeclaseledijoalas
demásniñas:
—Continuadconvuestrasredaccionesensilencio.
Llegaron al patio de la escuela, rodeado de parterres llenos de
flores,einvitóaLéonieasentarsejuntoaellaylepreguntó:
—¿No haces la redacción porque crees que no tienes nada que
contar?
Léonieasintió.
—Pues yo estoy segura de que puedes explicar cosas mucho más
interesantes que tus compañeras. El hecho de que tú no hayas ido de
vacaciones podría hacerte sentir inferior. Pero respecto a inteligencia,
capacidad de aprendizaje y sensibilidad, las ganas a todas. Para vivir
una gran aventura, no es necesario viajar por el mundo. De hecho,
¿sabes qué pienso? Las aventuras más interesantes son las que has
vivido tú, porque seguramente habrás leído algún libro y habrás
escuchadohistoriasdeaquelpardeancianasquevivenentuedificio…
—Yasóloquedauna,Ninettemurió—dijotímidamentelaniña.
—¿Ves?Yatienesuntemadelquehablar.
—Conocíaunaniñaitaliana.SellamaDanielà.Esmuysimpáticay
yamehaescritodesdeunaciudadquesellamaMilán.Sucartaestaba
enitalianoyyo,conlaayudadeThérèse,quesabealgunaspalabras,la
leí y la entendí. Yo le respondí en francés, porque esa era la promesa
quenoshicimos.
—Va,volvamosaclaseyponteaescribirturedacción—laanimó
laprofesora.
Léonie empezó a escribir y llenó cuatro páginas de su libreta. El
díadespués,laprofesoraanuncióenclasequelaredacciónmásbonita
habíasidoladeLéonie.
Aquellanoche,lapequeñalecontótodoasumadre,quelaescuchó
distraídamente,yluegoledijo:
—Loselogiosdetumaestranopagaránlacalefaccióneninvierno.
Elhombrequenotegustabayanoestá,poresoelviernesyelsábado
por la noche tendré que trabajar en la cervecería y tú dormirás con
Thérèse,porquevolverétarde.
De repente, la niña ya no tuvo ningún motivo por el que sentirse
orgullosa. Volvió a sentirse una carga para su madre y lloró todas las
lágrimasqueteníaentrelosbrazosdelaviejaThérèse.
Luego sucedió una cosa. Un domingo, al volver de visitar a su
madre,Nadineledijo:
—He conocido a un señor rico. Esta vez voy a ser más astuta,
quierojugarbienmiscartas.
Cinco
Se llamaba Jean-Marie Perrin, tenía hectáreas de viñedos en la zona,
habíacumplidoloscuarenta,eraviudoyteníadoshijosqueestudiaban
enParísy,enopinióndeLéonie,eramuyfeoyantipático.
Nadine lo había conocido en Arlés, en el hospital donde estaba
ingresadasumadre,alaqueibaavisitarcadasemana.
Seencontraroneneljardíndelaclínica,dondeambosempujaban
lassillasdesusrespectivasmadresporuncaminitoqueconducíaauna
fuente.
LamadredeJean-Marie,queteníademenciasenil,eramuchomás
tranquilaquelamadredeNadine,quesólosecalmabagraciasalefecto
delossedantes.
Al principio se limitaban a saludarse y a intercambiar algunas
palabras de cortesía, pero en verano empezaron a hablar más y a
contarse cosas. El viñero era un hombre a quien le gustaba hablar y
pocasvecesescuchabaasuinterlocutor.Nadinecomprendióqueeraun
tipoegocéntrico,egoístaymachista,yquesudebilidaderasumadre.
—Llevaasídesdehacecincoaños.Durantecuatroañoslatuveen
casa,contratéadosenfermerasquesealternabandíaynoche.Peroella
esmuylista.Unamínimadistracciónysetira.Elañopasadolasalvaron
demilagromientrassaltabalabarandadelaterraza.Yoviajoamenudo
ynecesitoestartranquilocuandotrabajo.Asíquemedecidíaingresarla
en esta clínica porque tienen barrotes en las ventanas. Me duele saber
queestáaquíynoencasa,peroellaloentiende—explicó.
Nadinepensóqueaquel«ellaloentiende»sóloeraunamuletilla,
porque al hombre le importaba un pimiento si lo entendía o no, sólo
queríaquealguienloescuchara.Parecíaquenisiquierasehabíadado
cuentadelojovenyatractivaqueeraella,ytampocoleinteresabalo
más mínimo la enfermedad que sufría su madre. Una vez, no obstante,
hizounaobservación:
—Yovengocadadomingo,peroustedno.
Una enfermera le explicó a Nadine que Monsieur Perrin era un
hombremuyricoyqueproducíaelmejorvinodetodalaCamargayque
suempresahabíacumplidocienaños.
Entonceslerespondió:
—Estoy sola, tengo un trabajo modesto, una hija a la que criar y
hago malabarismos para pagar la clínica. No puedo permitirme cuatro
viajesalmesdesdeSalon.Porsuerte,mimadrenosedacuentadela
realidad, y el hecho de que yo venga o no venga no supone ninguna
diferencia. A mí, en cambio, me da mucha pena no verla todas las
semanasporquelaquieromucho.
Por primera vez, Jean-Marie la miró con curiosidad y luego le
dijo:
—Siquiere,eldomingopuedopasararecogerlaporSalonyluego
acompañarlaacasa.
—Creoqueseríademasiado…Nosabríacómopagarle…—dudó
Nadine.
—¡Por favor! ¡No es nada! Además, no tengo a nadie que me
escuche,nisiquieramishijoscuandovuelvenacasa.Mimujersí,ella
me escuchaba. Pero falleció hace dos años. Una enfermedad
devastadora.EchomuchodemenosamiRégine.
Domingotrasdomingo,mientraslapequeñaLéoniesequedabacon
Thérèse, Nadine se convirtió en una compañía indispensable para el
ricoempresario.
En Navidad le regaló una cesta que contenía vino, aceite y otros
productosdelcampo,yledijo:
—Espero que usted, querida Nadine, pueda tener una copiosa
comida navideña. Me gustaría invitarla a pasar las fiestas en mi casa,
peroestánmishijosyquiénsabeloquepensarían.Vendréarecogerla
lamañanadeAñoNuevo.FelizNavidad.
ANadineselesaltaronlaslágrimas.Elhombrepensóquesehabía
emocionadoporelregaloqueacababaderecibir.Ella,encambio,tenía
ganas de tirarle la cesta a la cabeza, porque no la ayudaba en nada a
solucionarsusproblemaseconómicos.
Losproblemaslosresolviólaviejamadre,quemuriódespuésde
lasNavidades.Cuandoaprincipiosdeeneroelhombresepresentóen
sucasaparallevarlaaArlés,Nadineledijo:
—Seloagradezco,MonsieurPerrin,peronovendréconusted.Mi
madreestáenelcementerio.
Leyó la consternación en el rostro de aquel hombre egoísta y
egocéntricomientraspreguntaba:
—¿MeestádiciendoquetendréqueirsoloaArlés?
LamiradadeNadineseoscurecióyreplicó,severa:
—Pensabaque,porunavez,ustedsepreocuparíapormíymediría
quelosiente.
Jean-MariePerrinlaobservóincréduloyluegomurmuró:
—Perdóneme. Por supuesto que lo siento… Bien, que tenga un
buen domingo. —Dio media vuelta, se subió al coche y se marchó de
allí.
Léonie, que estaba detrás de su madre, presenció la escena y le
preguntó:
—¿Esesteelpretendientequenosharegaladolasexquisitecesesta
Navidad?
—Esél,yesmuyrico.Detodosmodos,noimporta.Esperoquea
partirdeestemes,misueldoseasuficienteparamantenernosalasdos.
Perotútendrásquecrecerrápidoyencontraruntrabajo.
EnaquellosmeseslamujerhabíacomprobadoquePerrineramás
pesado que un mulo, pero tenía una robusta estabilidad económica.
Habíacreídoquepodríahacermella,sinoensucorazón,almenosen
sus ganas de rehacer su vida con una mujer atractiva y joven. Pero se
había equivocado de nuevo. Él ni siquiera se había dado cuenta de lo
apeteciblequeera.Nuncahabíadichounapalabraohechoungestoque
dejara entrever un mínimo interés por ella. Sólo quería su compañía
parairaverasumadre.Laúnicarecompensaportodaslashorasque
habíaperdidoconéltodoslosdomingoshabíasidounacestanavideña.
—Me había hecho ilusiones de convertirme en la segunda señora
Perrin. Lo he intentado todo, créeme —le dijo a la hija—. Me he
comportado como una aprendiz y he sido completamente sincera.
Léonie,selocontétododemíporquequeríaempezarunanuevavida.
Ahora sé que ese caradura ni siquiera me escuchaba. ¡Sinvergüenza!
Comotodoslosricos.
A Léonie le hubiese gustado decirle: «Tú tampoco me escuchas».
Peroenlugardeeso,sequedócalladaporqueestabasatisfechaconla
desaparicióndeaquelhombrealqueapenashabíavisto,peroquenole
gustaba.Ahoraquelaabuelahabíamuertoyqueyanoteníanquepagar
la clínica, las dos vivían sin la angustia de no llegar a fin de mes. Y
quiénsabe,talvezelveranosiguientepodríanirjuntasalmar,almenos
duranteunosdías.AsítendríaalgoquecontarleasuamigaDaniela.
Léonie le confesó que no era completamente huérfana. No sabía
quién era su padre, pero sí tenía una madre y Thérèse no era más que
unavecinadecasa,perolaqueríamásqueasupropiamadre.Ycomo
enNavidadesDanielalemandódesdeMilánunpanettone,ellaleenvió
unacestitaconfloresdelavanda.Habíacomprendidoquelafamiliade
su amiga era rica, así que no estuvo de acuerdo con la opinión de su
madreacercadelagentequetienemuchodinero.
Estabapensandoenesocuandollamaronalapuerta.
—¿Quién será, ahora? —preguntó la mujer, dirigiéndose a la
entradaparaabrir.MonsieurJean-MariePerrinestabaenlapuerta.
—¡Buenosdías!—murmuróNadine,sorprendida.
—¿Puedoentrar?—preguntóél.
Ellaseapartóyélentróalacocina,dondeLéonieestabasentada.
Echóunvistazoalapequeñayluegodirigiótodasuatenciónala
madre.
—EstabadecaminoaArlés,comosabe,yhedadomediavuelta—
empezóadecir.
—Leescucho—dijoNadine.
—Bien…queríadecirlequelosiento—murmuró.
—¿Sientequemimadrehayamuerto?
—También—respondióél.Yañadió—:Perosobretodosientono
podervenirmásabuscarlaypasarunashorasconustedcadadomingo.
—Amítambiénmedisgusta—susurróNadine.
—Mepreguntabasipodríainvitarlaacomer.AquíenSalonhayun
buenrestaurantequecompramisvinos.Siaceptamiinvitación,vendría
todoslosdomingos,siemprequeesonointerfieraensusobligaciones.
Nadinesedirigióasuhija:
—¿Túquédices?
—Meparecebien—respondiólaniña,condesgana.
—TúpuedescomerconThérèse—añadiósumadre,quevolvióa
albergaresperanzas.
Seis
—Porloquecuentas,parecequeMonsieurPerrinsehayaenamorado
detumadre.Verásqueestavezseráladefinitivayaellaleirábien—
comentóThérèse.
—Esfeoyantipático—objetóLéonie.
—Perotodoelmundoloconsideraunhombrerespetable.
—Noesorotodoloquereluce—opinóLéonie,imitandounrefrán
quehabíaescuchadoaThérèse.
—¿Esdecir?
—Nosabeloquequiereydetodosmodos,noquerráaunamujer
quenoestéasualtura—sentenciólajoven.
Thérèsenodijonada,perocontemplóasupequeñaamigaconuna
especie de admiración. A sus nueve años, era realmente perspicaz.
AunquesiNadineconseguíajugarbiensuscartas,quiénsabe…
El productor de vino, al cabo de un año, todavía mantenía la
invitación dominical cada semana y seguía tratándola de usted y
hablando sin parar. Nadine asentía sin intervenir, aburriéndose
soberanamente.Ycomoerajovenyrezumabaganasdevivir,sesintió
rebajadaporlaasiduidaddeunhombrequeleasignabaelpapeldeuna
granoreja.
Ahora que Léonie se estaba haciendo mayor, Nadine empezó a
confiarenella.Undíaledijo:
—¿Te parece justo que yo desperdicie mi tiempo con un casi
cincuentónqueesricoyavaro?Eldomingopasadoledijequeerami
cumpleañosyélsonrióymedijo:«Muchasfelicidades».Yoquieroun
hombrequemehagadisfrutardelavida,quemesaqueabailardevez
encuando.QuemelleveaParís,quemehagaregalos.¿Entiendesaqué
me refiero? El próximo domingo le cerraré la puerta en los morros
cuandovengaabuscarme.
—¿Ynotepreguntacómoestoyyo?—quisosaberLéonie.
—¡Qué va! Apenas me pregunta cómo estoy yo. Y eso por no
mencionarqueodiaalosjóvenes,lemolestan.
—Losabía,MonsieurPerrinesantipático.
—Tú detestas a todos mis pretendientes. Y eso que si pudiera
casarme,podríaestartranquilaelrestodemivida.
—¿Enseriotecasaríasconélsitelopidiera?
Nadinesetomósutiempoyluegorespondióenvozbaja:
—Porfinestaríaasalvo.Túnopuedesentenderlo,perovivocon
el temor de que, algún día, mientras esté mirándome en el espejo, vea
que mi belleza empieza a marchitarse. Este cuerpo y esta cara son mi
únicodon.¿Durantecuántotiempopodréseguirofreciéndolosacambio
de solidez económica? Mi tiempo, ahora, es muy valioso y tengo que
pasarloconalguienqueseamenosegoístaquePerrin.
—Quizásyahasempezadoahacerlo—insinuósuhija.
Desde hacía algunas semanas, cuando ella se iba a dormir,
escuchaba a su madre hablando por teléfono, en voz baja, durante un
buenrato.HabíavistounacoloniacarísimadeDiorenelbañoy,enel
cajón de la ropa interior, encontró una preciosa combinaison de seda
negra,todavíaenvueltaenelpapeldelatienda.
Entoncessumadrerespondió:
—Estáclaroqueatinoseteescapanada.Essólounrepresentante
deL’Oréal.Loconocíenlatienda.Almenosesunchicoguapoymuy
divertido.Tienemuchosproyectos,quiereabrirunsalóndebellezaen
Aviñón…Peronosé.Mepropusoqueloacompañaraaunafiestadefin
deañoenMarsella.
—¿Yyoconquiénpasoelfindeaño?
—Mira, ¿ves cómo eres? Sólo piensas en ti. En mí no piensas
nunca.
Léonietuvopiedaddeaquellamadretaninfantil.Asíquenotardó
entranquilizarla.
—Puedes ir. Yo me quedaré con Thérèse y una pariente suya que
vendrándesdeNantes.
ElúltimodíadelañoeradomingoyNadinesemarchóaprimera
horadelamañanaconelrepresentantedeL’Oréal.Alahoradecomer
sepresentóMonsieurPerrin.
—Mimadrenoestá—dijoLéoniecasiconalegría.
—¡Es imposible, hoy es domingo! —respondió el hombre,
desconcertado.
Llevabaunabrigocolorcamelloconelcuellodepiel,guantesyun
gorro negro, y ella percibió el aroma de su loción para después del
afeitado.
—Perotambiéneselúltimodíadelaño.Haninvitadoamamáaun
cotillónenMarsella—explicóella.
—¡Perosiguesiendodomingo!—reaccionóél,ofendido.
Léonie se regocijó al ver la decepción dibujada en el rostro del
ricoseñor.
—Al menos podría haber avisado —comentó, y se marchó sin
despedirse.
Léonie tuvo su pequeña fiesta de fin de año con crêpe Suzette
incluido y un dedo del champán que le regaló Perrin a su madre en la
cestanavideña.EscuchólasconversacionesinfinitasentreThérèseysu
cuñaday,cuandocayórendidadesueño,lallevaronalacamaydurmió
entrelasdosancianas.
Cuandosedespertó,lacuñadaquehabíavenidodeNantesseguía
durmiendo.
Thérèse, en cambio, ya se había vestido y estaba en la cocina
preparandoeldesayuno.
Entonces Léonie le contó la visita de Monsieur Perrin y ambas
estuvieronriendo.
—¿Sabesqué?Esehombredebeteneruncaráctertaninsoportable
queestámássoloquelauna,ytumadrehahechomuybienconociendo
alotro—comentólamujer,yluegoprosiguió—:TalvezhoyPerrinha
comprendidoquesiquiereseguirasfixiandoaNadineconsuspalabras,
tendráquecasarseconella.
—Esperoquenolohaga.
—Yotambién,porqueellaseríacapazdedecirlequesí.
—Nocreoquevuelvaaaparecerporaquí.Losientoporlacesta
navideña.Elañoquevienenotendremosninguna—observóLéonie.
Jean-MariePerrindesaparecióduranteunassemanas.
Enprimavera,Léonievioalproductordevinomedioescondidoen
unaparadadefloresenlaplaza.MirabahacialapeluqueríaChezJules
etLorette,conlasmanosenlosbolsillosdelabrigo.Intuyóqueestaba
espiandoasumadre.Asíqueseacercóy,envozalta,losaludó.
—Buenosdías,MonsieurPerrin.
Élrespondiódistraídamente:
—¿Quiénerestú?
—Soy la hija de Mademoiselle Nadine. ¿Se acuerda de mí? —
preguntóconactitudmaliciosa.
—Ah,sí,sí.Tengoprisa,debomarcharme—replicó.Ysealejóde
allí.
Porlanoche,Léonieselocontóasumadre.
—MonsieurPerrinteestáespiando.
—Lo sé. Como los vencejos, ahora que es primavera, revolotea
alrededordelapeluquería.Estantontoquecreequenolohemosvisto.
Yoledejohaceryyasecansará—respondiólamadre.
Nadine había empezado a salir de nuevo por las noches con el
jovenatractivoquetrabajabaderepresentante.Noteníamuchodinero,
sólo sueños, y ella, que estaba dejando de soñar, tenía muchas dudas
cuandolaqueríanimplicarenproyectos.
—Pensabaquenovolvería—comentósuhija.
—SelimitaaespiarmeymehavistosalirconPhilippe.Creoque
está arrepentido, porque otra tonta como yo, dispuesta a escucharlo a
cambiodenada,nolavaaencontrar.
Una noche, a principios de verano, Monsieur Perrin llamó por
teléfono.
—Pásameatumadre—pidióaLéonie.
—Mamá, Monsieur Perrin llama por teléfono. ¿Estás o no? —
preguntólaniña,conscientedequeelhombrelaestabaescuchando.
—Dilequenoestoy—gritóNadine,asegurándosedequeeltipolo
oyera.
—Mimadrenoestá—dijoLéonie,ycolgóelteléfono.
Lamujersepusoareíryledijoasuhija:
—Creo que está lo bastante desesperado como para dar el paso
definitivo.Peroestavezseréyoquiendictelasreglas.
Siete
Nadine se encontró con Monsieur Perrin la noche siguiente mientras
volvíaacasadeltrabajo.
—No quiero molestarla, Mademoiselle Nadine, pero necesito
hablarunpococonusted,entreotrascosasporquequeríadecirlequemi
pobremadrehafallecido.
Todo el pueblo sabía que la vieja y terrible Madame Geneviève
Perrin falleció lanzándose por el balcón de la clínica. Nadie averiguó
cómoconsiguióeludirlavigilanciadelosenfermeros.
—MonsieurPerrin,sientomucholodesupobremadre,peropara
ser del todo sincera, yo perdí a mi madre antes y usted se limitó a
ofrecermeunabanalfrasedecondolencia—dijolajoven.Yconcluyó
—: He estado escuchándole durante dos años. Me he tragado las
proezas de su difunta esposa, los problemas con sus empleados, las
descripciones minuciosas de las fases de producción del vino. Lo sé
todoacercadeladiferenciaentreuntapóndecorchoyunodeplástico,
cómo se etiquetan las botellas, cómo se limpian las botas, las
consecuencias en las uvas según si la temporada ha sido soleada o
lluviosa. Durante dos años me ha hablado de sus beneficios y de sus
pérdidas, de cuánto cuestan sus sillones Luis y sus alfombras de
Aubusson.Ustedtendrápaciencia,peroyotengounaseriedeproblemas
muchomásserios.Adiós,MonsieurPerrin.
Elhombresequedóallí,inmóvil,enelcentrodelaplaza,conla
mirada trastornada, la boca abierta, incapaz de comprender qué había
hecho tan indecoroso para que Nadine rechazara sus invitaciones a
comer, a ponerse al teléfono y para que ahora lo tratara tan mal.
Despuésdetodo,élhabíatratadoaaquellajovenmujercomosifuera
una amiga y la había invitado a restaurantes excelentes cada domingo.
¿Era esa la recompensa? No, la verdad es que Nadine era un poco
libertinaynobastabaconquehubiesetenidounahijasinestarcasada,
XV
conquenosupieraquiéneraelpadredelaniñayconqueserodearade
tantoshombresquelehacíanregalosyledabandinero.Ahorasalíacon
untiposinblanca,queerarepresentanteyquenuncalepodríaofrecer
unfuturosólido.Él,encambio,síquehabríapodido…
Aquel pensamiento cayó como un rayo y rompió el velo que le
ofuscabalamente.Entonessupoque,apesardetodo,estabadispuestoa
casarseconella.Serconscientedeesolecausópánico.
¿Podía un Jean-Marie Perrin rebajarse hasta pedir matrimonio a
unamujerzuelaignorante,dedudosareputación,deoscuraprocedencia
yconunahijaacargo?
Pues sí. Podía, pero no quería. Él le había demostrado cómo un
hombre con clase podía respetar a una mujer, pero ella no lo había
comprendido.Pormuymalquelesupiera,ladejaríairalencuentrode
su destino. Después de todo, él era Monsieur Perrin y ella, una
pobrecilla que se ocupaba de cuidar los pies de la gente. Si al menos
hubiesesidopodóloga…Perosimplementehacíapedicuras.«Nopuedo
casarmeconella»,sedijomientrassubíaasucocheparavolveracasa.
Nadinenoentendióque,consuverborrea,comolahabíadefinidoella,
él sólo pretendía mostrarle un mundo diferente, estimulante, de alta
burguesía. Pero fue como ofrecerle una ostra del Atlántico a un gato
callejero.
—Peorparaella—concluyóenvozbajamientrassemarchabade
laplazadeSalon.
¿Sobrequiénpodríadescargarahorasuamargura?¡Sialmenossu
madre siguiera viva! Ella sí que sabía escucharlo. ¡O la santa de su
mujer!LapobreRégineloescuchabadurantehorasysabíaconsolarlo.
Ahora estaba desesperadamente solo. Tenía a sus dos hijos, pero se
dejabanvermuypoco.Ypensarquealgúndíalaempresapasaríaaser
suya…
Cuandoenelhorizonteseperfiló,entreviñedos,lasiluetaaustera
desuvilla,élteníalamiradainundadadelágrimas.
Nadine, en cambio, estaba riendo porque, una vez más, había
dejado con un palmo de narices a aquel egoísta presuntuoso y locuaz
que,ensusoberbia,senegabaareconocerlomuchoquelanecesitaba.
Lecontóasuhijalosucedido,peroaellanolepareciódivertido.
Dehecho,comentó:
—Amínomehacegracia.
—¿Ves cómo eres? ¡A saber qué hombre te habrá transmitido un
caráctertanpestífero!
—A mi padre, sea quien sea, me gustaría conocerlo, pero eso no
sucederá nunca, porque no te tomas nada en serio, ni siquiera las
relacionesconloshombres,ytampocometomasenserioamí,quesoy
tu hija. Estoy cansada de oírte hablar siempre de hombres. ¿Cuándo
hablarásunpocodemí?—replicó,resentida.
—¿Yquémásdeberíahacer,apartedemantenerte?—preguntó.
—Yoquierounamadre,porquenuncahetenidouna—gritó.
Léonie comparaba a su madre con las de sus compañeras del
colegio;aveceslainvitabanasuscasasporqueerabuenaestudiantey
ayudabaasushijasconlosdeberes.Susmadresnoerantanjóvenesni
tanguapascomoNadine,peroeranmadresdeverdad,mientrasquela
suyaeraunaespeciedehermanamayor,frívolayegoísta.Ellanoquería
sabernadadesusaventurasconloshombres.Asíqueprosiguió:
—¿Sabesquétedigo?Cuandoseamayor,lepegaréunapatadaen
elculoacualquierhombrequesemeacerque.Ysifuerasinteligente,tú
haríaslomismo.
—No entiendes nada. Tendría que darte un guantazo, pero no lo
hago porque estoy cansada. ¿Qué has preparado para cenar? —le
preguntó.
Estaba realmente cansada después de una jornada de trabajo, y
amargada,porqueahoraqueLéonieseestabahaciendomayoresperaba
encontrarunaamigaenella,nounaenemiga.Despuésdetodo,tampoco
Nadinehabíatenidopadreynoporello,segúnrecordaba,habíasidotan
malvada con su madre. Al contrario, se había vuelto protectora con
aquellapobremujeryhabíacuidadodeellahastasuúltimodía.
—Porcierto—dijo—,elañoquevienecumpliráscatorceañosy
acabaráselcolegio.Tendrásquebuscarteuntrabajo.
Léonietodavíasentíalahumillaciónlacerantedeaquellanocheya
lejanaenlaqueleofrecióelpocodineroqueganóvendiendolavanda.
—Estoy deseando que llegue el momento, por fin podré
mantenermeyosola—respondió.
Mientras tanto, la joven sirvió menestra de cebada y un plato de
quesofresco.
SonóelteléfonoyNadinefuearesponder.Eraelrepresentantede
L’Oréal;comoaldíasiguienteteníaqueiraMarsella,lepedíasipodía
pasarlanocheencasadeella.
Nadine pensó en su hija. Empezaba a avergonzarse de tener que
pedirle tan a menudo que pasara la noche con Thérèse. Y en aquel
precisoinstantellamaronalapuerta.
Léonie fue a abrir y se encontró un gran ramo de rosas rojas que
sujetabalamanotemblorosadeMonsieurPerrin.
Nadineviolaescenayledijoasuamigorepresentante:
—Estanocheesimposible.Tengounproblemaconmihija.
ColgóysefueconLéonieyconelviñador.
Ocho
—¿Son para mí, Monsieur Perrin? —preguntó Nadine, con voz
aflautada.
—Mademoiselle Nadine, he venido a preguntarle si quiere
convertirse en mi mujer, después de un adecuado periodo de noviazgo
—dijoelhombre,sinrespirar,poniéndoserojoprimeroyluegomorado.
—Léonie,cogelasflores—ordenóNadine.
—Cógelas tú —respondió su hija. Y añadió—: Yo me voy con
Thérèse.
Seescabullódeallíyentróalapartamentodesuviejaamiga,que
últimamenteteníaachaquesdesaludyyasehabíaacostado.
—¡Bingo!—anunciómientrasThérèsedejabaellibroysequitaba
lasgafas.
—¿Quéhapasado?—preguntólamujer.
—El viudo Perrin le ha pedido matrimonio a mi madre, se ha
presentadoconungranramoderosasrojasyyohedejadolamenestraa
medias.Voyalacocinaaversiquedaalgodecomer—dijo,ysalióde
lahabitación.
—Quieroquemelocuentestodo—murmurólamujer,quesalióde
lacama,sepusolaspantuflasysefuealacocinaconLéonie.Lajoven
estabaapuntodeuntarseunpocodefoiegrasenunalonchadepan.
—Yatehedichotodoloquesé.Meheidojustodespuésdequeél
pronunciaralafataldeclaración—explicó.
Laancianasesentófrenteaellayempezóamordisquearuntrozo
depan.
—HayquereconocerqueestavezNadinehasidomuyastuta.Ha
idocociendoaPerrinhastaquehaestadoapunto—comentó.
—Amamánolegusta,sóloquieresudinero.Ynoestáclaroque
vayan a casarse. Él ha hablado de un periodo razonable de noviazgo.
¿Sabes cuántos noviazgos ha tenido mamá? Sus enamorados huyen
siempre y espero que este también lo haga, sobre todo porque ella ya
tieneotronovio.
—Yesunbuenmozo,mientrasquePerrin…
—Esfeo,viejoyantipático—concluyóLéonie.
—Pero si las cosas llegan a buen puerto, tú podrías seguir
estudiando.Tegustairalaescuelay,enlugardelimitartealcertificat
d’étude, podrías ir al collège y luego al instituto, y sé que eso te
gustaría.
La joven acabó de comer, limpió las migas de la mesa y lavó el
cuchillodelpan.Luegopreguntó:
—Thérèse,¿creesquedemayorserécomomimadre?
—Creo que tu padre, fuera quien fuese, tenía una buena cabeza,
porqueeresmásinteligentequeNadineynocometerásloserroresque
hacometidoella,especialmentetenerunahijasinunmarido.
—Laabuelatambiéntuvoamimadresinunmarido.
—Tú, en cambio, algún día encontrarás a tu príncipe azul. Os
casaréisytendréismuchoshijos.
—Ya soy mayor y no creo en las fábulas. Y tampoco en los
hombres.Asíquemequedarésoltera.
Thérèsesonrió.
—Tiempoaltiempo,jovencilla.
Escucharon una puerta cerrándose y, por la ventana, vieron a
MonsieurPerrinsubirasucoche.Sealejóy,enaquelmomento,Nadine
irrumpióenlacocinadeThérèse.Anuncióconunasonrisatriunfal:
—LaspuertasdelaBastillahancedido.Miradesto.
Mostrólamanoizquierda,dondelucíaunanilloconunbrillante.Y
prosiguió:
—Porprimeravez,lohellamadoJean-Marieyélmehallamado
Nadine. Me ha besado en la mejilla y el domingo me ha invitado a
comerasucasa.¿Noesfantástico?
—¿Cuándooscasaréis?—preguntóThérèse.
—Dentro de un año exactamente —respondió ella, radiante. Y
añadió—:MesabefataltenerquedejaraPhilippe.Esunbuenchicoy
megusta,peroestaríalocasimequedaraconélynoconPerrin,sobre
todoporquePerrinmehapedidomatrimonio,mientrasqueél…
—¿Y yo con quién comeré el domingo cuando tú estés en la gran
villadetuprometidorico?—laprovocóLéonie.
—Ten paciencia, las cosas hay que hacerlas de una en una. Él
todavía no le ha hablado de mí a sus hijos, y espera que yo haga lo
mismocontigo.Séquenotegusta.
—Yatitampocotegusta—afirmó.
—Por lo que se cuenta, él fue avaro, muy avaro, con su primera
mujer—intervinosumisamenteThérèse.
—Sedicentantascosas…Yoséquemeconvertiréenlarespetable
señoraPerrin,servidayrespetadacomounagrandama,ytú,Thérèse,
vendrásacomeralavilla,ytú,Léonie,tendrásunmontóndevestidos
preciosos.Yotendréunabrigodevisón.
Aquella noche, Léonie le escribió a Daniela, su amiga italiana,
paracontarlelagrannoticiayconcluyódiciéndole:
«Así que parece que dentro de un año tendré un padrastro rico,
perocomoesunseñormuyantipáticoynomegusta,noestoycontenta.
Encambioloquemegustaríamuchoesvolveraverte.Porlafotoque
mehasmandado,estásencantadora.¿CuándovuelvesaSalon?».
Daniela respondió al cabo de unos días y la invitó a Italia en
verano.Escribió:
«TenemosunacasaenCastiglioncello,ycomoséquesuspenderé
dos asignaturas, tendré que estudiar allí. Si vienes, nos lo pasaremos
muybienenlamiseriademisvacacionespunitivas».
LosdíaspasaronyNadinerecuperólacomidadominicalconJeanMarie;ahoranoibanarestaurantes,sinoalavilla,enelcorazóndesus
viñedos.
Las criadas de Monsieur Perrin la miraban con recelo, mientras
que su prometido la acompañaba en interminables caminatas por las
habitacionesdelaricamoradaoentrelashilerasdevides.Enlacasa,
ensalzabalaeleganciadeladecoraciónydelosobjetos,delatapicería
ydelasalfombras,yatribuíaacadaelementosuvalordemercado.En
el campo, le mostraba el follaje, le hablaba de peronosporas, de
granizadasydecondicionesclimáticas.Ellaasentíaybostezaba.Porla
tarde, antes de acompañarla a casa, le regalaba un vino especial, un
aceitereciénmolido,unacestadefresassalvajesodesetaspratenses,
unbotedeconservaodemermeladadefruta.Ellaseloagradecía.
—AhoraquemiLéoniehaacabadolaescuelayhaconseguidoel
certificat d’étude, me gustaría que la invitaras algún día. Después se
marcharáaItaliadosmeses—ledijoasuprometido.
—Tiempo habrá para esas formalidades. Podríamos hacerlo
cuandofaltepocoparalasnupcias,enotoño—propusoél.
Undomingolepresentóasusdoshijos,quehabíanviajadodesde
París.Eranpersonasinconstantesyaltivas,yNadinecomprendióquela
consideraban una nimiedad. Ella optó por aguantarlo y se prometió
tratarlosdelmismomodocuandoseconvirtieraenMadamePerrin.
Él no sabía cómo disculparse por los malos modales de «esta
juventud» y Nadine aprovechó la ocasión para pedirle una ayuda
económicaparasuhija.—NomegustaríaqueLéoniequedaramalcon
lafamiliaitalianaquelaacogetangenerosamente—explicó.
Después de un momento de desconcierto por esa petición
inesperada, el hombre abrió la cartera y le puso dinero en la mano,
precisando:
—Noquieroqueestoseconviertaenunacostumbre.
—Pues tendrá que serlo. Me has obligado a dejar el trabajo a
cambiodepagarmelomismo.Ahoraestoyapuntodeconvertirmeentu
mujerymeparecequehallegadoelmomentodeaumentaresacantidad,
¿nocrees?
—¿Meestásdiciendoquetendréquehacermecargodelosgastos
detuhija?
—Sí.Esoesexactamenteloqueteestoydiciendo—sequejóella.
Yañadió—:Léonieesmuybuenaenlosestudios.Sinohubierasidopor
ti, se vería obligada a trabajar. Ahora pienso que será un placentero
deberdepadrastrocontribuiraquesigaestudiando.
Élsetomóunossegundosparareflexionarydijo:
—Deacuerdo,perotúmeharáselfavordeevitarquelatengaque
ver. Odio que los chicos merodeen por aquí. Como ves, me molestan
inclusomishijos.
Cuando acompañó a Léonie hasta la estación para que cogiera el
trenquelallevaríaaItalia,NadineledioeldinerodePerrinyledijo:
—Quédate allí todo el tiempo que puedas. Yo estoy en una
encrucijada: o te dejo a ti para casarme, o lo dejo a él para estar
contigo.
—Hazloprimero,nolodudes—declarósuhija.
Desdelaventanilla,sedespidiódeellaagitandoelbrazo.
Nueve
Léonie tenía quince años cuando Nadine Tardivaux se casó con
Monsieur Perrin y se trasladó a vivir a la villa de los viñedos. Le
agradecióasuhijaquenoleimpusierasupresenciaalricomaridoyno
se sintió culpable por haberla dejado en la vieja casa de dos
habitaciones de Salon, convencida de que eso era lo que deseaba
Léonie.
Devezencuandolavisitabayleregalabaropayperfumesquesu
hijaaceptabaparanohacerleunfeo,peroqueenseguidaguardabaenel
armario.
En alguna ocasión, en plena noche, Léonie se puso a llorar en la
camaquepertenecióasumadreporquesesentíadesesperadamentesola
enelmundo.Ahoraqueestabaconvirtiéndoseenunamujer,Léonieera
menosseveraconNadineyhabíacomprendidoquenuncacambiaríay
que su mayor gesto de amor fue tenerla y quedarse con ella cuando
nació.Criarlafueunaobligacióndemasiadodifícily,noporcasualidad,
seladelegóprácticamentealasdosancianasvecinasdecasa.Sindarse
cuenta, Nadine le enseñó que una vida equilibrada no depende de los
hombres que conoces, sino del ritmo que consigues imprimir a la
existencia.Nadinenoteníasentidodelritmo.Léonieloposeíaporque
lo asimiló durante las vacaciones que pasó en Italia con la familia de
Daniela Pallavicini. En aquella ocasión, además, absorbió como una
esponjaalgunoselementosqueresultaríanfundamentalesparasufuturo:
aprendió a comportarse en sociedad y a controlar su agresividad.
Comprendió las sutiles e insuperables diferencias que separan a los
ricosdelosseñores.Perosobretodoconocióaunaverdaderafamiliay
deseóconfuerzaformarpartedeella.Sejuróque,algúndía,tendríauna
familiaasí.
Cuando volvió a casa buscó un trabajo. El director de la oficina
postal,quelaconocíadesdesiempreyeraunbuenhombre,laayudóa
rellenar una serie de formularios para que la contrataran en Correos.
Mientrasesperabaunarespuesta,ladueñadelrestauranteLeChâteaule
ofrecióunempleoensucocina.ComoNadineestabaapuntodecasarse
yellaqueríamantenersesola,searmódecofiaydelantalytrabajólo
mejorquepudoenlastareasmáshumildesdeaquelpequeñotemplode
larestauraciónprovenzal.Lavabacazuelas,pelabamanzanasypatatas,
limpiaba verdura, acompañaba al chef al mercado y cargaba con las
bolsas de la compra, fregaba el suelo, limpiaba las planchas de la
cocinayporlanoche,alllegaracasa,caíarendidaenlacamaporel
cansancio.
El día antes de la boda de su madre, Léonie recibió su primer
sueldo.Quisoregalarleelramodenovia.
CuandoMonsieur Perrin fue a recoger a Nadine para llevarla al
municipiodondeelalcaldelosdeclararíamaridoymujer,Léoniehabló
consumadre:
—Esperoquepuedasserfeliz,deverdad.
Se lo dijo porque, en el fondo, dudaba de que pudiera llegar a
serlo.
Monsieur Perrin quiso que sus hijos asistieran a la ceremonia y
Léonie vio por primera vez a los que, a partir de ahora, serían sus
hermanastros.Nolegustaron,igualqueellatampocolesgustóaellos,
peronolediomásvueltas.
Despuésdelconvite,enlavilla,supadrastroleentregóunsobre
condinero.
—Esparacompletartusueldo—precisó.
Ella le dio las gracias y se lo devolvió, haciendo gala de los
buenosmodalesquehabíaaprendidoenItalia.
—Se lo agradezco mucho, pero estoy intentando vivir con mis
propiosmedios.
Selodijoconserenidad,porquelasumadispensadaadesganaera
másbienexiguay,detodosmodos,suorgulloleimpedíaaceptarayuda
económicadelricoavaro.
Alcabodeuntiempo,sumadrefueavisitarla.Elinviernoestabaa
punto de llegar y Nadine llevaba un abrigo de visión que había
pertenecidoalaprimeramujerdePerrin.
—No puedo quedarme mucho rato porque Jean-Marie me espera
paracomeryparacenar.Peroquieroqueaceptesestascosas—dijo,y
dejó en la mesa de la cocina una caja llena de comida—. La
respetabilidadtieneunpreciomuyalto.Tengoquehacermalabarismos
pararatearcuatrochavos,paraconvencerloquedealgunavezmelleve
aParísoparaqueescuchemosunpocodemúsicaporlanoche,porque
a él lo que le gustaría es que me quedara en el sofá haciendo punto,
comosupobremujer.
—Sinolehicierascompañíaalahoradecomerodecenar,¿qué
pasaría?—preguntóLéonie.
—No lo sé y no quiero saberlo. Yo le hago caso y cuando ya no
puedo más, me tomo un tranquilizante. Cada noche me voy a dormir
esperandoquemañanaseaundíamejor.
Aquel invierno, la vieja Thérèse le ofreció su alma a Dios de
formarepentinamientrasLéoniesepreparabaparapasarlasNavidades
conella.
EnprimaverarecibióunacartadeCorreosdondelecomunicaban
quelacontrataríanenlaoficinalocal.
Nodejóeltrabajoenelrestaurante.Dedíaatendíalaventanillade
laoficinapostalyporlanocheayudabaalcocinerodelChâteau.
ManteníaalejadosaloschicosdeSalonquelainvitabanasalir.A
vecessedecía:
—Enalgunaparte,enestevastomundo,estáelhombreconelque
me casaré. ¿Cómo será? ¿Rubio o moreno? ¿Guapo o feo? ¿Qué voz
tendrá,dequémodopensará?¿Dóndeviveenestemomento?¿Estudiao
trabajo?¿Legustairalcineoprefiereleer?¿Esricoopobrecomoyo?
¿Sabréamarlo?Yél,¿sabráamarme?
Cuando un joven la impresionaba por su aspecto o por cómo se
expresaba,ellasepreguntaba:«¿Seráél?».Perodespuéselinstintole
decíaquenoeraeseelhombrequeeldestinohabíaelegidoparaella.
Un día, mientras trabajaba en la oficina de Correos, Monsieur
Perrinlallamóporteléfono.
—TumadrehatenidounaccidentedecocheenAviñón.Hamuerto
—anunció. Y como ella se quedó completamente muda, añadió—:
Ahoramismolaestánllevandoalacámaramortuoriadelhospital,por
siquisierasverla.
El hombre colgó, pero ella se quedó allí, con el teléfono en la
mano,paralizadaporesanoticiaquelehabíandadotanbrutalmente.
Dos días después, tras el funeral, el dos veces viudo Perrin la
llevóasuvilla.
Porelcamino,ledijo:
—Nadineinsistióenteneruncochepropio.Yoledijequesiempre
estabademasiadodistraídacomoparaconduciruncoche.Peronoquiso
escucharme.Yluego,¿porquédiablosteníaqueiraAviñónahacerla
compra?¿EsquenopodíairaSalon?Seleestabanmetiendopájarosen
la cabeza, cada vez pedía cosas más absurdas. Lo último que dijo era
que le gustaría pasar las Navidades en la montaña porque quería
aprender a esquiar. Pues bien, resulta que se acabó todo. ¡En menuda
situaciónmehametido!Vuelvoaestarsoloyesporculpasuya.
—¿Y no se le ha pasado por la cabeza que tal vez mi madre
prefiriómorirantesqueseguirsoportandoaunmaridocomousted?—
preguntóLéonieconvozáspera.
—Sifuerasmihija,tedaríaunabofetada—dijoél,dirigiéndosea
laentradadelavilla.
—Porsuertenolosoy—respondióella,ybajódelcoche.
Aceptó acudir a la villa porque su padrastro la invitó para que
pudierallevarselosenseresdesumadre.
Éllaacompañóalinteriordelacasaypuntualizó:
—Noteequivoques,nomegustaríaquepensarasquevasarecibir
una herencia. Tu madre no era dueña ni de la ropa que llevaba. Pero
puedes llevarte sus vestidos y su ropa interior, toda de encaje y
volantes.
Ella no respondió y lo siguió en silencio hasta el dormitorio,
suntuosoyaustero,dondeNadinehabíapasadosusúltimasnoches.
El hombre la dejó sola y ella miró a su alrededor. Observó las
coloniasylascremasqueestabanenelbaño,lahileraderopacolgada
en el armario, sonrió al ver la colección de muñecas con trajes
regionalessituadasenlaentreventana,rebuscóenloscajonesllenosde
ropa interior de seda y encontró, en el fondo, un ramo de flores de
lavandayfrancesillasblancassecas.FuesuregalodebodasyNadine
lohabíaguardadoconunapequeñafotografíaenblancoynegrodonde
aparecíaLéonie,depequeña,juntoasumadre.
Unafotodelainfancia,consumadrealcoholizada,yunramitode
flores eran la conexión que unía a Nadine con el pasado.
Cuidadosamente escondidos en un cajón, representaban su mundo
afectivo.Léoniecogiólafotografíaylasfloresybajóalvestíbulodela
villa,dondeMonsieurPerrinlaesperaba.
—Estossonlosefectospersonalesdemimadrequevoyallevarme
—lecomunicó.
—¿Ytodolodemás?—preguntóél.
—¿Se refiere a las joyas que usted ya ha puesto a buen recaudo?
¿Oserefierealabrigodevisónquepertenecíaasuprimeramujer?Le
agradeceríaquealguienmeacompañaraacasa,porqueelcochedelínea
quevaaSalonpasarádentrodedoshorasynopiensoquedarmeaquí
tantorato.
Elgranjerolallevóacasa.Cuandollegó,Léoniesepusoapelary
cortar cebollas. Preparó una deliciosa sopa donde ahogó algunas
rebanadasdepantostadoyladevoró.Fuesumododedecirleadiósasu
madre.
Diez
Aunquemuydespistadayausente,Nadinehabíasidounodelospuntos
de referencia de su vida. Pensándolo bien, Nadine y Thérèse habían
sidoapoyosmuysólidos,peroelfallecimientodesumadrelaabocóa
lasoledad.
Léonie acababa de cumplir dieciocho años y no tenía familia.
HablóconeldirectordelaoficinadeCorreos.
—Necesitounpermisoparaausentarmedeltrabajo—lesolicitó.
—Loentiendo.Tienesquerecuperarte,unamadreesunamadre—
respondió él, con comprensión paternal. Y añadió—: Tómate un mes
enteroparatiyyomeencargarédequecobrestumensualidad.
La noche antes, presa del desconsuelo, llamó por teléfono a su
amiga Daniela y le contó los recientes sucesos, incluido el
comportamientomezquinodelmaridodesumadre.Danielaledijo:
—CogeuntrenyvenaMilán.Pasaunatemporadaconnosotros.
Léoniehabíaaceptadodeinmediatolainvitación.
Asíquelerespondióaldirectordelasucursal:
—Seloagradezco.MegustaríairmeunpardesemanasaItalia.
Sacó de su cuenta corriente postal todo el dinero que Thérèse le
había dejado. No era mucho, pero le bastaría para sobrevivir durante
unosmeses.Luegofuealcementerio.Asumadrelahabíanenterradoen
el mausoleo de los Perrin. En la lápida provisional, una inscripción
hechaconcarboncilloindicabaelnombredeNadineTardivaux,esposa
dePerrin.Depositóenlatumbaelramodefloressecasqueleregalóel
díadesuboda.Recitóunaplegariayvolvióacasa.
PreparólamaletayporlamañanasemarchódeSalon.Eneltren,
lloróporlamuertedesumadreyporquesesentíasolayperdida.
Cuando llegó a la estación de Milán, la oscuridad del atardecer
empezaba a cernirse sobre la gran ciudad. Daniela la esperaba en el
andén,laabrazóy,orgullosa,leenseñósunuevocoche,aparcadofrente
alaestación.
—Acabodesacarmeelcarnédeconduciryteaseguroquesoyun
asalvolante—ledijomientrasmetíalamaletadeLéonieenelasiento
trasero,porqueelmaleteroerademasiadopequeñocomoparaguardarla
allí.
—He metido todas mis pertenencias —explicó Léonie. Y añadió
—:Nopiensesquequieroinstalarmeentucasa,peronecesitotenermi
casaconmigo.
—Léonie, escúchame, tienes que creer que te espera un futuro
mejordelavidaquehastenidohastaahora.Mifamiliaestámuyfelizde
tenerteaquíyharemostodoloposibleparaqueencuentresserenidad—
la reconfortó mientras esquivaba el tráfico de camino a la calle
Boccaccio,dondeseencontrabaelpalaciodelosPallavicini.Luegola
pusoaldíasobresusnovedades.
Le contó que tenía un noviete que se acababa de licenciar en
Medicinayqueseestabaespecializandoenoftalmología.
—SellamaDamiano.Estáhaciendoprácticasconmipadre.Estoy
deseando que lo conozcas. Es muy guapo y muy dulce y estoy
enamoradísima de él. Y yo, en contra de la tradición familiar, he
decidido que haré Arqueología. Me encanta la historia antigua y me
entusiasma la idea de excavar en el pasado. Aunque ahora tengo que
esforzarmealmáximoparasuperarlaselectividad.
—Y encima vengo yo para hacerte perder el tiempo —concluyó
Léonie,desolada.
—Hasvenidoparaecharmeuncable.Oye,loheorganizadotodo.
Dedíametocairalaescuelaydespuéstengoqueestudiar,peroporla
noche no me pierdo una buena película o una de las últimas obra de
teatro.Duranteelfindesemanameolvidodelasobligacionesescolares
y me divierto. De día estarás con mi madre y por la noche nos lo
pasaremosgenialjuntas.Necesitasmejorartuitalianoyestainmersión
milanesateayudará.
TodoslaacogieronconafectoyLéonietuvolasensacióndehaber
encontradounafamilia.
Danielacompartióconellasuhabitacióny,porlanoche,antesde
dormirse, las dos jóvenes hilvanaban conversaciones y tejían sueños.
No tenían nada en común, excepto el afecto que las unía desde su
infancia, pero sus sueños eran idénticos: aspiraban a la felicidad
imaginandounfuturollenodeaventurasyamor.
LéoniellevabadossemanasenMiláncuandoDanielaledijo:
—Mañana por la tarde vamos a una fiesta a un pueblo de las
afueras.UnamigodeDamianoquesellamaGuidoCantoniofreceuna
especie de recepción en el parque de su villa para celebrar su primer
contratoconlaRai,latelevisiónpública.Haescritounanovelabrevey
laadaptaránalatelevisión.
—¿Esunescritorfamoso?—preguntóLéonie.
—Honestamente, no lo sé. Es miembro de una familia de
industrialesyconoceaminoviodesdeelinstituto.Pareceserquetienen
una casa y un parque fantásticos. Nos lo pasaremos bien —aseguró
Daniela.
Aquel día, Guido y Léonie se conocieron y ella no volvió nunca
másaFrancia.
Léonie llevaba una falda acampanada de color azul intenso y una
camiseta verde esmeralda que resaltaba su rostro dorado y el pelo
oscurocortadoalogarçon.Apartedelasiluetamenuda,desucintura
delgadaydelsenopequeño,aGuidolellamaronlaatenciónlosrasgos
desurostro,queerandulcesymarcados,ylamiradavivazeinteligente.
—Tú debes ser la chica provenzal de la que me ha hablado
Damiano.
—Más que provenzal, me definiría como «de pueblo», porque lo
soyentodoslossentidos—confesóLéoniemientrasseruborizaba.
—Nopierdasnuncaesaingenuidadtanauténtica.
—Si sucediera, no te enterarías. Regreso a Salon dentro de unos
días—respondió.
—¿Salon?¿Dóndeestá?
—Enlarica,fértilyevocadoraProvenza.
—La conozco porque la visité en varias ocasiones cuando
estudiabalahistoriadelospapasydelreydeFrancia.Peronorecuerdo
ningúnSalon.
—Es normal. Los aviñoneses odian Salon, el lugar más feo de la
Provenza—respondióella.
—¿YquieresmarchartedeItaliaparavolveraesesitio?
—Noquiero,perotengoquehacerlo.
—Porquetufamiliateespera—dedujoél.
—Notengofamilia,sólountrabajo.
—Podríamos vernos alguna noche —propuso Guido sin indagar
más.
LéoniecontemplóconcuriosidadalasamigasyamigosdeDaniela
y midió la distancia que la separaba de ellos. Su forma de vestir y su
comportamiento no tenían nada que ver con ella. Algunas chicas la
mirabandereojo,comosiquisieranevaluarla,haciéndolesentirtodavía
másvergüenza.Sóloeljovenanfitrión,conlacortesíadeunverdadero
señor, se acercó a ella con una curiosidad genuina. De camino a
Villanova,elnoviodeDanielalehablósobrelosCantoni,ydeGuido
dijo:«Haceunañosaliódeunahistoriadevastadoraytodavíaseestá
reponiendodeello».
Ahoraloobservómientrascharlabaconunaparejadejóvenesmuy
desenvueltos.
—Si me lo permite, déjeme decirle que es usted la invitada más
atractiva,señorita—comentóunavozasuespalda.
Se giró de golpe y se encontró con un criado que le ofrecía una
bandejaconvasosdealgunabebidarefrescante.
—Esmuyamable,monsieur—respondióLéonie,sonrojándose.
—Soy Nesto y llevo trabajando con esta familia desde siempre.
Perdónemesimehetomadolalicenciadedecirleunpiropo.Ahorale
sugieroquetomeestabebidarealizadaconlasfresasdenuestrojardín
—explicóelhombre.
Danielaseacercóylacogióporelbrazo.
—Has causado impresión en Guido —le susurró de forma
maliciosa.
—¿Enserio?—preguntóLéonie,fingiendoindiferencia.
—Estáhablandodeticonminovio.
Unosmesesdespués,GuidoyLéoniesecasaron.
Villanova
Uno
LaecografíarevelóqueelcuartohijodeLéonieseríaunaniña.
—MegustaríaquesellamaraDaniela—ledijoasumarido.
Un tiempo atrás, una enfermedad incurable había matado a su
amiga. Llamar a su hija con el nombre de su amiga sería un modo de
recordar a una persona que siempre estuvo a su lado en los años
difícilesyquehabíahechoquesuvidadieraunvuelcodecisivo.
—QueríallamarlaGiacinta,porquelosjacintostegustanysonmuy
tiernos y aromáticos. Daniela podría ser su segundo nombre. ¿Qué
opinas?
Léonienoteníaganasdediscutirporque,duranteesosdías,estaba
bastante irritable. Incluso su suegro se dio cuenta de su nerviosismo y
conocíaelporqué.
Últimamente, Léonie había discutido mucho con él para convertir
laGriferíaCantonienunamarcadeexcelenciamoderna.
Para ello, había llamado a un famoso arquitecto y le había
encargado que diseñara una línea de grifos innovadora. El arquitecto
habíacreadounprototipoenacerobruñidoyplexiglás,apruebadecal,
muyoriginalyextremadamentefuncional.Tambiénhabíatenidolaidea
de sustituir las mangueras de las duchas, que se deterioraban con
demasiadafacilidad,porcánulastransparentescomoelcristal.Algunas
empresas fabricantes de sanitarios modernos las probaron y acogieron
conmuchoentusiasmoelprototipo.Loúnicoquefaltabaeraunestudio
demercadoparaconocerlaopinióndelosdistribuidores.Fueentonces
cuandoelseñorPanizza,eldirectorcomercial,habíadicho:
—Esinútiltirareldineroenunestudiodemercado.Estacosade
diseño sólo puede tener un mercado de nicho y dudo mucho que
recuperemoslainversión.
Léoniesiempreescuchabaatentamentelaopinióndetodoelmundo
ynodiscutióacercadelaexperienciadeuntécnicocomoPanizza.De
todosmodos,supuntodereferenciaerasusuegro,aquienleplanteólas
dudasdeldirectorcomercial,unhombreentradoenedadyqueestabaa
puntodejubilarse.
—¿Túcreesenestanuevalínea?—preguntóelseñorCantoni.
—Mucho—dijoLéonie.
—¿Porqué?
—Porque me gusta. Si tuviera una casa nueva, decorada de una
determinadamanera,megustaríaponergrifosasí—explicóella.
—El señor Panizza también se opuso cuando pasamos de las dos
válvulas,ladelaguacalienteyladelaguafría,almezclador.Sifuera
porél,sóloproduciríamoslosmodelosOldEngland.
—De hecho, me gustaría llamar «New Generation» a esta línea.
Perocreoqueaustedtampocoleentusiastamucho.
—Mepedistecartablancaytelaconcedí—dijoél,conelaspecto
deunabueloquepermitequesunietomeriendepanconNutella.
—Así, si la cosa sale mal, la culpa será mía. Pero si va bien, el
mérito será de todos —respondió Léonie con actitud algo agresiva. Y,
como si quisiera acusarlo, preguntó—: ¿Por qué nunca toma partido?
Primero dice que el director comercial está anclado a la tradición y
justodespuésselavalasmanoscomodandoaentenderquetodoestono
serviráparanada.Estaempresaessuya.¿Porquénomedasuopinión?
—¿Desdecuándotehasvueltotandesconfiada?
—Desdequeustedsehaapartadodeestaideaquehetenidoyque
meniegoadesarrollarsinunestudiodemercado,¡porDios!
—Estásmuynerviosaynoesbuenotrabajarasí.¿Tehaspeleado
conmihijo?
—No, pero no me sorprendería que ahora usted mencionara los
cambiosdehumordelasmujeres.Bien,nocaeréensutrampa.
Furibunda, cuando se marchó del despacho tuvo que controlarse
paranodarunportazo.
¿Cuántas veces, a lo largo de los años, había asumido
responsabilidades sin inmutarse? Nunca había tenido ningún altercado
consusuegro.¿Quéestabapasando?Enlugardevolverasudespacho,
saliódeltrabajo,cogióelcocheyregresóacasa,justoatiempopara
ponerpazentreGiuseppeyGioacchino,quequeríanelmismojuguete,
mientraslapequeñaGioiallorabaporquelosdoshermanos,durantesu
pelea,habíanrotosumuñecafavorita.
Cuando Léonie entró a la habitación de los juguetes, todo fueron
quejasde«mamá,esmalo»,«mamá,tienesquecastigarlosincenar»o
«Léonie,regardemapauvrepoupée!».
GioialallamabaLéonie,yasupadrelollamabaGuido,ynohabía
forma de corregirlo; también se obstinaba en hablar en francés porque
decíaquenoentendíaelitaliano.
Ersilia,ladecanadelascriadas,estabatranquilamenteenunsillón
tejiendoydijo:
—Es mejor dejar que los niños se desahoguen, así por la noche
caenrendidosyseduermenenseguida.
—Entonces,estanochevosotrosdososquedáissincrèmecaramel
por haberle roto la muñeca a vuestra hermana, y tú tampoco comerás,
pequeña calamidad, porque te niegas a hablar en italiano —decretó
Léonie,ysemarchódeallí,ignorandosusprotestas.
Subió a su habitación, se quitó la ropa, se puso el bañador y el
albornoz. Luego bajó al semisótano. Se tiró a la piscina y empezó a
nadar.
Necesitóhacerdiezpiscinashastaquesesintiórelajada.Entonces
ralentizóelritmodelasbrazadasy,alfinal,saliólevantándoseporel
bordedelapiscina.Cuandovolvióasudormitorioacaricióconternura
elvientre,quecadadíacrecíamás,ysusurró:
—Tranquila,niñamía.Ahoratumadresabeexactamentequéhará,
porsiseteocurrieranacerdespuésdelaprimeramitaddediciembre.
Era ese el disgusto que temía: pensó que si el parto se producía
cercadeldíadesuencuentroconRoger,nopodríaasistir,yasaberqué
horribles cosas pensaría él. Eso en caso de que Roger se presentara,
comosiempre.
Pasólosmesesdeembarazoquefaltabanhastaelpartotrabajando
en la empresa y cuidando a sus hijos. Guido, que recuperó su ritmo
creativoatiempocompleto,volvíadeRomaparapasarelfindesemana
encasay,cuandonopodía,Léonielovisitabaconlosniños,queyase
habían acostumbrado a los viajes en avión y que tiranizaban a las
azafataspidiendocontinuamentejuguetesycaramelos.
Guido también recuperó la serenidad y se volvió más cariñoso.
Hacíapartícipeasumujerensutrabajocomonuncaanteshabíahecho,
y poco a poco recuperaba su inversión inicial gracias a su nueva
productoradepelículas,programasdetelevisiónytelecomedias.
—Me gusta pensar que nuestros hijos, cuando crezcan, podrán
elegirentrelosgrifosyelcine—ledijoundíaaLéonie.
—Sisalenamí,adoraránlosgrifos—opinóella.
—Aunque también podrían querer hacer algo completamente
diferente.
—Losapoyaremos,igualquetupadrehizocontigo.
—Mi padre me reemplazó en la empresa por una chica francesa
muydura.Tantasuertenopuederepetirse.
—Al final tú liquidarás la productora, yo liquidaré la empresa y,
juntos,daremoslavueltaalmundo—imaginóLéonie.
—Será una vuelta larguísima. Durará varios años y podremos
quedarnos temporadas largas en los lugares que nos gusten más —
decidióGuido.
—Peroloschicosnosdaránalgúnnieto.¿Nocreesquedeberíamos
hacerdeabuelos,también?—objetóLéonie.
—Ya estoy haciendo de padre. De nuestros nietos se ocuparán
nuestroshijos.
Léoniesoltóunacarcajada.
—Nosotros todavía no hemos acabado de tener hijos y ya nos
preocupamosporloshijosdenuestroshijos.
—Megustafantasearconestosmonstruitosquequeremostantoya
quienes se lo damos todo porque, en su infinito egoísmo, lo quieren
todo. Y me gusta que me roben tiempo, amor, pensamientos… —dijo
Guido.
Léonie adoraba esos momentos de calma que pasaba con su
marido.
LapequeñaGiacintaeligióelprimerdíadelsolsticiodeinvierno
paranacer.Léonieingresóenelhospitallanochedel21dediciembre
condoloresmuyintensos.
—Todavíanohadilatadolosuficiente—constatóelginecólogo.Y
precisó—:Creoquenosucederánadahastamañanaporlamañana.
Apesardelaspunzadasylanáusea,Léonieinsistióasumaridoya
su suegro, que la habían acompañado, para que ellos dos volvieran a
casa.
—Os llamaré antes de empezar los trabajos del parto. Ahora
quierodescansar—dijo.
Nodurmióentodalanoche.Porlamañana,elginecólogovolvióa
visitarlayledijo:
—Voyaponerteungoteroparaacelerarladilatación.
Cuando la enfermera entró en la habitación para inyectarle la
solución prescrita, Léonie le pidió que esperara unos minutos y llamó
porteléfonoaVarenna,alHotelduLac.
—El señor Bastiani no ha llegado todavía —respondió la dueña
delhotel.
—Sillega,dígalequeestoyenlaclínicaMangiagalliyqueestoya
puntodedaraluzamicuartohijo.
Dos
22 de diciembre por la noche. Aunque estaba exhausta, Léonie se
sentía feliz de tener consigo a toda su familia. La pequeña Gioia se
había quedado dormida en la cama, a su lado. Giuseppe y Gioacchino
jugaban al escondite y de vez en cuando, se acercaban a la cuna de
Giacinta y escrutaban con desconfianza a su nueva hermanita. Según
decían:«nosepuedesermásfea».
Consusgritos,yalahabíandespertadounpardevecesydenada
servía que Guido los amenazara con castigos. Tras unos momentos de
silencio,volvíanaalborotar.
—Me voy a casa y me llevo a estos dos desgraciados —dijo el
señorCantoni,dandoporsupuestoqueGuidosequedaríaunpocomás
enlaclínicayqueseencargaríadeGioia,quedormía.
LapequeñaGiacintatambiénsehabíadormido,asíqueGuidoysu
mujeralfinpudieronsaborearelsilencio,conscientesdequenoduraría
mucho.
—¿SabesquenomequitaránlospuntoshastaSanEsteban?—dijo
Léonie.
—Hehabladoconelmédico,losétodo.¿Notemolestapasarla
Navidadaquídentro?—preguntósumarido.
—SeráunaNavidaddiferente.Prométemequenotendrásideasde
bombero.
—¿PorejemplocelebraraquílacomidadeNavidad?
—Mehasleídolamente.
—¿NoecharásdemenosalafamiliaeldíadeNavidad?
—No,notepreocupes,tecedoelprivilegiodegestionar,poruna
vez,niñosyparientes.Dejépreparadosregalosparatodos.Sólotienes
que ponerlos en el árbol. Te lo pido por favor, porque necesito
descansar.Seránmisprimerasvacacionesdesdeagostodelañopasado
—afirmóella.
—Sabesqueteecharémuchodemenos.
—Noestoyseguradepoderdecirlomismodevosotros—replicó
Léonie,bromeando.
—¿No me echarás de menos ni siquiera a mí? —dijo Guido,
suspicaz.
—Espero que puedas venir, ya lo sabes. Pero sólo tú. Esta vez
estoyrealmentecansada.Escomosihubieraescaladounamontaña.
—Te he visto sufrir mucho mientras dabas a luz a este cuarto
monstruito y creo que ha llegado el momento de decir basta. Cuatro
hijosdeberíansersuficientes.
—DijistelomismocuandonacióGioia.Perodespués…
Como si se hubiera sentido aludida, la pequeña abrió los ojos,
miróasualrededorysonrió,diciendo:
—Bonsoir, maman, bonsoir, papa. On y va? —Y se sentó en la
cama.
En aquel momento, Giacinta se agitó en la cuna, hizo gala de una
seriedemuecasterriblesyluegorompióallorar.
—Findelacalma—constatóGuido,cogiendoaGioiaenbrazos.
Unaenfermeraseasomóalahabitaciónydijo:
—Esta chillona tiene el despertador incorporado. Es exactamente
lahoradesutomadeleche.
Empujóelcarritoconelcambiador,lospañales,toallitasycremas
emolientesparacambiaralareciénnacida.
—¿Pero por qué chillas? ¿Te gustaría hacerle la competencia a
María Callas? —bromeó la mujer mientras manipulaba a Giacinta con
ladestrezadeunprestidigitador.
—Ah,qu’elleestagaçante—reprobóGioia,observándola.
—Nos vemos mañana por la mañana —dijo Guido, inclinándose
sobresumujer.Lediounbesoenloslabiosysemarchóconlaniña.
—Porfinsolas—sealegróLéoniemientrasledabaelpechoasu
hija,queolíaapolvosdetalco.
La presencia de los demás, incluso de sus hijos, le impedía
disfrutar plenamente del placer de la comunión con su hija, a quien
acababadedaraluz,yesaeralarazónporlaqueolvidabarápidamente
losdoloresdelparto.Unafelicidadsimilarlaacompañabadurantelos
meses de lactancia. Cuando empezara el destete, esta necesidad de
intimidadsedisolveríaenunsosegadoamormaterno.
En esta ocasión, el parto coincidió con su cita en Varenna, y la
felicidaddetenerentrelosbrazosasupequeñaleimpidiósufrirporno
haberpodidoveraRoger.
Sonrióalrecordarsuspalabras:«Porfavor,nodesaluzatucuarto
hijo en las fechas próximas a nuestro encuentro». Faltaba otro año
enterohastaelsiguientediciembre,perosaltarselacitavaliólapena,
porque la concepción de Giacinta había coincidido con el primer
momentodeverdaderodiálogoentreellayGuido.
Aquelmaridotranquiloymisteriosofinalmentehabíahabladodesí
mismo,algoqueellallevabaesperandodesdeeldíadesuboda.
Cuandolapequeñadejódemamar,Léonielaacomodóenlacuna,
volvióalacamaysedurmióconunasonrisaenloslabios.
Pocodespués,Rogerseasomóalapuertadelahabitación.
Habíatenidoundíamuymovido.AlllegaraVarenna,ladueñadel
hotellehabíatransmitidoelmensajedeLéonie.
—¡Oh no, otra vez! —exclamó sonriente, y pensó que en todo el
mundonohabíamujermásimprevisibleydivertidaqueLéonie.
Decidióqueaprovecharíaeldíaparairaesquiar,ycomonotenía
susesquísallíconél,alquilaríaunos.Perodespuéssintióunanecesidad
apremiantedeverla,desabersielpartohabíaidobien.
CogióelcocheysedirigióaMilán.Hizounaltoenelcaminopara
comerenunpequeñorestaurantedecomidacaseraquelerecomendóun
colegamilanés.
Antes de sentarse en la mesa, consultó la guía telefónica de la
ciudad,encontróelnúmerodelaclínicayllamóalacentralita.
—Tengo que entregar unas flores a la señora Tardivaux. ¿Podría
darmeelnúmerodehabitación?
Despuésdecomer,conlaayudadeunplano,llegóalascercanías
delaclínica.Aparcóelcocheydiounlargopaseoapieporlascalles
del centro, asediadas por el tráfico navideño. Al final, regresó a la
clínica,subióaltercerpiso,ysesentóenlasaladeesperaquehabía
frentealahabitacióndeLéonie.
Desde aquella posición privilegiada, observó a las personas que
entrabanysalían.
Asistió a la procesión de ramos de flores que entregaban y que,
pocodespués,lasenfermerassacabandeallí.
Vioaunhombredeaspectoaristocráticosalirdelahabitacióncon
unaniñaydedujoquedebíadeserelmaridodeLéonieconsutercera
hija.
Yaeratardeynadieentrabanisalíadelahabitación.Entonces,con
elcorazónenunpuño,entreabriólapuertayvioaLéonieyalarecién
nacidaenlacuna.
Ambas dormían profundamente. La habría gustado acariciarle el
rostro, darle un beso en la frente, pero tuvo miedo de despertarla.
Estababienyesoeratodoloquenecesitabasaber.Depuntillas,salió
de la habitación, de la clínica, de la ciudad, del mundo de Léonie y
buscó un hotel donde pasar la noche. Volvería a Marsella al día
siguiente.
Tres
Era uno de esos días de febrero que anunciaban la llegada de la
primavera,apesardequeelvientodelnortearañaralascarasconsus
agujasdehielo.Lanaturalezaestabaapuntodedespertarsedesulargo
letargoinvernal.
ElviejoNestollamóaunexpertoysubieronaltejadodelavilla
paracomprobarlosdañoscausadosporlascopiosasnevadasdeenero.
Se presentaron el carpintero, el fontanero y el electricista. El tapicero
recibió el encargo de realizar un presupuesto para la sustitución de
algunastapiceríasylarenovacióndelascortinas.Elhombrequeinstaló
elparquévalorólaeliminacióndealgunoslistonesdelviejosueloyel
ebanistadecidiórestauraruntechoartesonado.
—Ha llegado el momento de acabar con este invierno —dijo
Nesto, que se movía entre todo aquel trasiego con la agilidad de un
adolescente.
Léonie retomó paulatinamente su trabajo en la empresa y Guido
empezóairyvenirentreVillanovayRoma.
Giuseppe,queestabaenprimercurso,volvióllorandodelcolegio
porquesuscompañeroslehabíandichoqueeraun«pudiente».
—¿Cómohasucedido?—indagóGuido.
—Selohandichoalamaestra—explicóelniño.
—¿Yellaquéhadicho?
—Hadichoquehaygentequenacepudienteyotrosqueno,yque
serpudientenoesmalo.
—¿Sabesquésignificaesapalabra?
—¿Escomoestarpodrido?—preguntóelniño.
Guidotuvoquehacergaladetodasupacienciaparaexplicarleque
la palabra pudiente no era un insulto, y que sus compañeros estaban
conociendolarealidadylasdiferenciasquehabíaentreellos.Portanto,
estabanconfirmandoquemientrasélerarico,esdecir,pudiente,otros
loeranmenosqueél,ytambiénhabíaotraspersonasqueeranpobres.
Guidoañadióqueesadisparidaderainjusta,asíquelaspersonas
que poseían más tenían el deber de ayudar a los menos afortunados.
Concluyó la explicación diciéndole a Giuseppe que los Cantoni,
tradicionalmente, habían ayudado a las familias que pasaban por
dificultades económicas, a ancianos indigentes y a niños pobres
ofreciendopuestosdetrabajo,acogiendoalosmayoresenresidenciasy
a los niños en la guardería, un proyecto que había ideado Léonie.
Giuseppesetranquilizóconlaexplicacióndesupadre.Gioacchino,por
su parte, también tenía sus preocupaciones. Le gustaba jugar con las
muñecasdesuhermanay,aunquesepeleabaconsuhermanomayor,huía
de las peleas con sus compañeros y terminaba siempre por sucumbir
antesusamigosmásimpetuosos.
Gioia seguía siendo un misterio. Era muy testaruda, se empeñaba
ennohablarenitalianoy,aveces,llegabaafingirquenoloentendía.
No había castigos ni recompensas que la hicieran cambiar de actitud.
Léonieempezóapensarquehabíallegadoelmomentodequelavisitara
una psicoterapeuta infantil, pero Guido y su suegro se opusieron
convencidos de que no era necesario recurrir a un médico por un
caprichoquedesapareceríaconelpasodeltiempo.
—Yo tuve una madre con problemas muy serios y os puedo
asegurarqueGioiaestáperfectamenteequilibrada.Porlodemás,pobre
niña, con ese nombre tan delicado que le habéis puesto, ¿qué podría
hacer para demostraros su enfado, sino daros alguna que otra
preocupación?—sentencióelabuelo,dandoporzanjadalacuestión.
Un día, mientras le daba el pecho a Giacinta, Léonie le dijo a
Guido:
—¿Nocreesquetupadrellevaunatemporadaunpocoextraño?
—¿Enquésentido?—preguntóél.
—Ha renovado el armario y, francamente, no creo que lo
necesitara.Hacambiadodemarcadecolonia,ahorautilizaunainglesa.
Tú pasas en Roma cinco días a la semana y no te das cuenta de estas
cosas, pero por las noches, después de trabajar, en lugar de volver a
casasevaacenar,ynoportrabajo,porquesifueraasí,yolosabría.Y
luego hay otro tipo de señales que una mujer capta al vuelo —reveló
Léonie,divertida.
—¿Crees que tiene una amante? —susurró Guido, casi con
renuencia.
—Sifueraasí,¿tegustaríasaberlo?
—Amíno.¿Yati?
—Amítampoco.Soncosassuyas.Además,esviudoytienetodo
el derecho del mundo a tener pareja. Aunque… si se entretuviera con
unamujercillainteresadaensudinero…—insinuóella.
—Túlohasdicho:sudinero,noelnuestro.Aunque…eldinerono
es exclusivamente suyo. Hay una empresa que es de todos nosotros.
Pero, digo yo, papá siempre ha sido un hombre muy reflexivo y
concreto. Tal vez estamos construyendo castillos en el aire a partir de
pequeñosindiciosquesólohasnotadotú—razonóGuido,yenseguida
añadió—:¿Otalvezhablasporexperiencia?
Léonienosedescompuso.Leofrecióunamiradaplácidaydijo:
—Esperoquelohayasdichoenbroma,aunqueesuncomentariode
pésimogusto.
Tantatranquilidadprocedíadelaconviccióndequesuhistoriacon
Rogernointerferíadeningúnmodoensuvidaconyugal,nosóloporque
veíaasuamanteunavezalaño,aunquefaltóalúltimoencuentro,sino
porqueloquesentíaporélnoteníanadaqueverconelafectoprofundo
quelauníaasumarido.
Guido, por su parte, después de las garantías que le ofreció la
detectivedeMilán,habíadecididonohacerleningúntipodepreguntaa
Léonie, que se había demostrado como una mujer y una madre
impecable.Asíquerespondió:
—Viniendo de un tipo que se dedica a escribir diálogos, es un
comentariorealmentepésimo.Tienesrazón.Paraquemeperdones,esta
nocheteinvitoalteatro.PavarottiactúaenlaScala.Laóperategusta,
esLaBohème,unaobramaestra.
Fue así como, esa noche, acabaron sentados en platea junto al
señor Cantoni, acompañado por una bella mujer que tendría entre
cuarentaycincuentaaños,yqueRenzo,pasandounpocodevergüenza,
presentóasuhijoyasunuera.
Se llamaba Violetta Bianchi Clementi y era la propietaria de una
tiendadeantigüedadesquehabíaenlacalleBagutta.
—Acertastedepleno—susurróGuidoaloídodesumujer.
—Meparecemuchocommeilfaut—constatóLéonie.
—Almenosnoesunaveinteañera—respondióelmarido.
«Peor», pensó ella. Era una señora muy atractiva, con una
educación exquisita y un trato señorial. Era, en definitiva, una mujer
capazdehacerqueunviudosolitarioperdieralacabeza.
Más tarde, cuando se reencontraron en el vestíbulo del teatro
durante el descanso del primer acto, Renzo se sintió obligado a darle
unaexplicaciónasuhijo:
—Essólounaamiga.Melapresentómihermanocuandodecidió
comprarunretabloparaelaltardesuiglesiayquisoqueloayudaraen
lasnegociaciones.Noteníaganasdehablarsobreestaamistadqueme
gratificamucho.
—¿Porquénolainvitasacasa?—preguntóGuido.
—Porque no quiero complicar una cosa que es muy simple —
sentencióelpadre,ydioporzanjadoeltema.
Unos meses después, en plena noche, la señora Violetta Bianca
ClementillamóporteléfonoalavillaparadecirqueelseñorCantoni
estabaapuntodellegaraUrgenciasdelHospitalPoliclínicoporquese
encontrabamal.
Aquel fue el primer infarto de miocardio que obligó a Renzo a
estar hospitalizado durante una larga temporada y que lo privó de esa
relaciónquehabíaqueridohacerpasarporunasimpleamistad.
Cuatro
—Noquierovisitasdeempleados,peroesperoquemetengasaldía
detodo—ledijoelseñorCantoniasunuera.
Léonieibayveníaentrelaempresayelhospital.
Guido pasaba el día junto a su padre y sólo volvía a casa para
dormir.
Ahora que Renzo había salido de cuidados intensivos, ansiaba
volver a la fábrica, pero los médicos fueron tajantes: si quería
recuperarse por completo, tenía que resignarse a una convalecencia
bastante larga. En la grifería todos daban por sentado que Léonie
sustituiría al jefe, y se dirigían a ella cuando surgía un problema
rutinario.Léonieescuchabaatodoelmundoyrespondía:
—Selocomentaréamisuegroyosdiréalgo.
En realidad, no le comentaba nada. Reflexionaba sobre la mejor
soluciónytomabaunadecisiónellasola.
Envistadesudinamismo,amenudoGuidolepreguntabadedónde
sacaba tanta energía para ocuparse simultáneamente de la pequeña
Giacinta,losotrostreshijosylamarchadelaempresa.Ellasonreíay
decía:
—Soyunamujer.Eseeselsecreto.Optimizomitiempoeintento
hacerlotodoconganas.
Despuésdepasarunpardehoraseneldespacho,Léoniellegóa
casayacudiódirectamentealahabitacióndeGiacinta,quereclamara
gritos su toma de leche. Estaba hambrienta, y mientras la pequeña
mamabavorazmente,Nestoseasomóalapuerta.
—LaseñoritaMombellipreguntaporusted—anunció,yleofreció
unteléfonoinalámbricomacizoypesado,unanovedaddelatecnología
telefónica.
—Anoserquesehayadeclaradounincendio,hablamosdespués
—dijo Léonie, antes incluso de que la secretaria de su suegro pudiera
pronunciarpalabra.
—Me he tomado la licencia de llamarla porque hay un poco de
nerviosismoenlaoficinadelpersonal—explicólamujer.
Durante esos días, el director de personal estaba en Turín
realizando un curso de reciclaje y si la señorita Mombelli la llamaba
eraporquehabíaunproblemaurgentequeresolver.
—Entoncesdejemosquelosánimossecalmen.Vendréporlatarde
—respondió,yluegocolgó.
Seimaginóquetalvezhabríaunadisputaentreempleadasquela
secretarianosabíagestionar.Mientrasdabaelpechoasuhija,Léonie
visualizó la situación de ese departamento, dirigido por un hombre
joven, el señor Luigi Stucchi, bastante atractivo y casado. Las
trabajadoras,seisentotal,competíanporrecibirunasonrisasuyaoun
cumplido; él ignoraba por completo las expectativas que ellas tenían:
eranjóvenes,guapasyestabanenamoradasdesujefe.
Eltrabajodeldirectordepersonaleradetodomenosfácil.Taly
como afirmaba el señor Stucchi, licenciado en la Bocconi, con dos
másters que cursó en Italia y en el extranjero: «Es más fácil gestionar
trescientosoperariosquetresempleados».
Léonieaprendióaconocerbienalosunosylosotros,yestabade
acuerdoconStucchi.
Aun así, tal vez porque era una mujer o porque entendía las
frustraciones de esas empleadas que a menudo tenían vidas difíciles,
hacíauntiempoquelehabíanotorgadounroldeautoridadmaternayla
llamabanpararesolvercontroversiasyencontrarsolucionesadecuadas.
Así, después de darle el pecho a su hija, sostuvo en brazos a la
pequeñaGiacintamientrasleleíauncuentoaGioia,quelainterrumpía
acadalíneaconunaristrainfinitadeporqués:¿Porquéeldragónmalo
hahechoprisioneraalaprincesa?¿Porquéeljovencaballeronoutiliza
una pistola en lugar de la espada para matar al dragón? ¿Por qué el
dragónnotienenovia?
CuandoGiacintasedurmió,selaconfióalaniñeraybajóacomer
conGioia.GiuseppecomíaenelcolegioyGioacchinoenlaguardería
del pueblo. Luego acostó a su tercera hija para que echara la siesta y
volvióaltrabajo.
—Las señoras Rovani e Isgrò han discutido y cuando el contable
Picchihaintentadosepararlas,lehanclavadounagrapaenlanarizyha
empezadoasangraryahoraparecequetengauntomateenlacara—la
informólaseñoritaMombelliencuantoLéoniellegóalasoficinas.
Ella conocía a las implicadas, ambas atractivas y con muchas
ganasdedestacar.LaseñoraRovanillevabacincoañostrabajandoenla
empresa y se consideraba la reina de la belleza del departamento de
personal.LaseñoraIsgròllevabapocosmesestrabajandoallíy,además
de atractiva, era agresiva, por lo que se había puesto como objetivo
arrebatar el rol de primadonna a la señora Rovani. Se cayeron mal
desde el principio, entablando una contienda a fuerza de desprecios
mezquinos.LasdosestabanenamoradasdelseñorStucchi.
—La señora Rovani ha llamado puta, perdone la palabra, a la
señora Isgrò, que la había calificado de solterona frustrada capaz
únicamente de hacer de espía del jefe del departamento. Después del
incidente con el contable Picchi, he llamado al guardia de seguridad
parasepararlas.Elasuntoesgrave,señora—dijolasecretaria.
Léonie se preguntó si el señor Picchi tendría motivos para poner
unadenunciayloconvocóensudespacho.
Sunarizparecíarealmenteuntomate.Peroelhombre,quellevaba
treinta y cinco años trabajando para los Cantoni, le quitó hierro al
asunto.
—Meloheganado.Nuncahayquemeterseentredosmujeresque
se detestan. Pero es que habían llegado a las manos —explicó el
trabajador.
—¿Noquiereinterponerunadenuncia?—preguntóLéonie.
—Mancharíaelnombredelaempresa—respondióél.
—¿Y qué propone? —preguntó ella, consciente de que había
motivosparaeldespidoinmediatodelasimplicadas.
—Intentaría no perder a dos empleadas excelentes. Pero hay que
separarlas, que trabajen en departamentos diferentes —recomendó el
señorPicchi.
Léonie le dio las gracias y, después de que se marchara de su
despacho,convocóalastrabajadoras.
Se quedaron de pie frente a ella, que estaba sentada en su mesa.
Léonie tampoco las invitó a que se pusieran cómodas. Las miró a los
ojos,conunrostrodepiedra,sinpronunciarpalabra.
FuelaseñoraIsgròquienrompióelhielo.
—¿Estoydespedida?—susurró.
Era una mujer calabresa, dura y muy determinada que sabía
perfectamenteloquesignificabaquedarsesintrabajo.
Léonienorespondió.
—Losiento.NoqueríahacerledañoalseñorPicchi—seexcusóla
señoraRovani.
Léonie siguió callada mientras las dos empleadas permanecieron
inmóvilesfrenteaella.
Cuandoambasestuvieronapuntodeecharseallorar,Léoniedijo:
—Esunapenaquedoschicasguapasybuenastrabajadorascomo
vosotrasconfíentanpocoenellasmismascomoparallegaralasmanos,
transformándose en dos bestias irracionales. ¿Es que nadie os ha
enseñado lo importante que es la solidaridad entre mujeres? Si nos
respetáramos mutuamente en el trabajo, seríamos mejores que los
hombres. Después de lo que habéis hecho, podríamos despediros o
trasladaros a ambas a otros departamentos. Pero yo creo que hay una
tercera opción: seguir trabajando juntas cesando cualquier tipo de
hostilidad.Dentrodeunmestomaréunadecisiónsobrevuestrofuturo.
Miró el reloj. Tenía que volver a casa para darle el pecho a la
pequeña y luego ir al pueblo a recoger a los niños de la escuela. Se
levantóysaliódeldespachosindespedirse.
El día después, la situación se había calmado y entre el personal
existía la opinión de que «la señora» era una mujer imparcial, casi
mejorqueeljefe.
La nariz del contable Picchi estaba menos hinchada y el señor
Cantoninoseenteródeunsucesoquelohabríaalterado.
Varenna
Uno
LéoniesalióhaciaVillanovabajolanievequehabíaempezadoacaer
lanocheanterioryquehabíacubiertoconunacapablancaelcampoyla
carreteraporlaquecirculaba.
Amedidaqueseacercabaallago,lanievesevolvíamáspesaday
húmeda.EnVarennallovíaylosneumáticosdeinviernoconclavosde
sucocherepiqueteabansobreelasfalto.
Mantuvo los nervios bajo control mientras la dueña del hotel le
dabalabienvenidaconunasonrisa.
—ElseñorBastianinohallegadotodavía,perosuhabitaciónestá
lista.¿Deseasubir?—preguntó.
LlevabadosañossinveraRogerypensabaqueestaríaenelhotel
desdehacíahoras.
—Prefiero esperar en el bar. ¿Podría traerme un té? —pidió,
sofocandoladecepción.
Se sentó frente al ventanal, perlado por la lluvia, preguntándose
quéhacíaallí.
Se desabrochó el abrigo sin quitárselo porque tenía frío y aquel
lugar,sinRoger,nolepareciótanacogedor.«Todavíanohavenidoyno
hallamadoporteléfono.¿Porqué?»,sepreguntóLéonie.
¿Talvezestabaenfermo?Descartóenseguidaesahipótesisporque
habríaencontradoelmododeavisarla,igualqueellahabíahechoelaño
anterior,cuandoingresóenelhospitalparadaraluz.
Quizáshabíamuerto…Rogerllevabamuertounañoyellanosabía
nada.Lafantasía,queempezóatransformarseentragedia,lecausóuna
sensación de asfixia. De hecho, no se percató de que el camarero le
había dejado en la mesa la taza y la tetera. Se calmó y recuperó la
sonrisacuandounamanoleacaricióelpeloyunavozconocidasusurró:
—Bonjour,Léonie.
Ella se llevó las manos al rostro y no pudo evitar que se le
escaparaunsollozo.
Roger, de pie tras ella, la abrazó mientras se recostaba en su
cuerpoparamurmurarle:
—Shhhh…estoyaquí,amormío.
—Dejaquetevea—dijoLéonie.
Rogerrodeólamesaysecolocófrenteaella.
—¿Estásbien?—preguntó.
Élsonrióyrespondió:
—Perfectamente.VengodeVeneciay,cuandopasabaporBrescia,
semehaestropeadoelcoche.Lohellevadoaunmecánicoyhetenido
suerte porque en seguida me han conseguido un coche con chófer.
Esperaballegarantesquetú,comosiempre,perocontodaestanievelas
carreteras están impracticables. He llegado escandalosamente tarde.
Perdóname.
—Estoymuyfelizdequeestésaquí.
—Bébeteeltéantesdequeseenfríe.
Lellenólataza,luegolaayudóaquitarseelabrigoy,porúltimo,
sesentófrenteaella,escrutándola.
—¿Vuelvesaestarembarazada?—preguntómientrasLéoniedaba
unsorboalabebidacalienteydecolorámbar.
—No, pero no podremos estar juntos mucho tiempo porque es el
cumpleañosdeminiña—anuncióLéonie.
—Losé—confirmóRoger.
Aquella mañana, mientras desayunaba con su marido y sus tres
hijosmayores,Guidolahabíaobservadoconcuriosidad.
—¿Pasaalgo?—habíainquiridofinalmenteLéonie.
—Me preguntaba qué has organizado para el cumpleaños de
Giacinta—dijoél.
—Sólo un pastel con una velita, mucho zumo de naranja y una
alfombra de goma con un teclado de piano dibujado. Cuando caminas
encima,suena—respondió.
Lostreshijosmayores,quenoseperdíanniunasílabacuandosus
padreshablabanentreellos,intervinieronparaexpresarsuentusiasmo.
Lostresquisieronverlaalfombramusical.
—¡Deesonihablar!Cuandovolváisdelcolegiocelebraremosel
cumpleañostodosjuntos—insistióLéonie.
—¡Peronoesjusto!Aestaremilgadaletocalaalfombraquesuena
yamínada—protestóGioia,quedesdehacíauntiempoyahablabaen
italiano.
—Ya no saben qué inventar para volver tontos a los niños —
farfullóelseñorCantoni.Cadavezqueunodesusnietoscumplíaaños,
élregalabaunalibraesterlinadeoro.
—Creíaquehoyteníastucitadecadaañofueradecasa—dijoel
marido.
Ellanoquisoresponderalaprovocaciónyafirmócondecisión:
—Volveré a casa por la tarde, cuando mis diablillos salgan del
colegio,justoatiempoparacelebrarelcumpleañosdeGiacinta.
Guidosaliódecasaparallevaralosdoschicosalaescuelayala
guardería,yGioiayGiacintasequedaronconlasniñeras.Léoniepartió
haciaVarenna.
—Noquierodejarte,perotengoquevolverconmipequeñita—le
dijoaRoger.
—No lo dudes, ve con ella —respondió él y sonrió, como si
quisiera decirle que los hijos son lo más importante del mundo. Y
añadió—: Vamos, te acompaño al aparcamiento. Conduce con cuidado
porqueenlaautopistaseguiránevando.
Fueélquienselevantóprimero,laayudóaponerseelabrigoyla
condujo a las escaleras que, desde el callejón del Prestino, llevaban
hastaelaparcamiento.
Cuandoestabaapuntodesubirsealcoche,éllaabrazóconfuerza
yledijo:
—Nosvemoselañoqueviene,amormío.Docemesespasanmuy
rápido,créeme.Mientrastanto,nodejarédepensarentiydedesearte.
Ellasesentóalvolanteybajólaventanilla.
—¿Yquévasahacerhoy?—lepreguntó.
—Me encerraré en nuestra habitación y pensaré en ti. Insisto,
conduce con cuidado y, si de verdad quieres hacerme feliz, llama al
hotelparadecirmequehasllegadoacasasanaysalva.Aunque…no,no
llames,daigual.
—Hastaelañoqueviene—exclamóLéonie.
Varenna,seisañosdespués
Uno
—¿DiríasqueyacasiesNavidad?—preguntóLéonie.
—Hace un día estupendo, no hace frío, parece primavera —
respondióRoger.
LlevabanunalbornozyestabanenelbalcóndesusuiteenelHotel
duLac.
Todavíanomehascontadonadadecómotehaidoesteúltimoaño
—dijoella.
—¿Acasohemostenidotiempo?—preguntóél,sonriendo.
—Creoqueno,dadatucalurosabienvenida—bromeóella.
—Nomeechestodalaculpa.Túbrillabas.
—Teníamos que recuperar el tiempo perdido —razonó ella
aludiendo a su último encuentro, cuando volvía a estar embarazada
después de una tregua de seis años. Así que continuó—: La verdad es
que Giuditta fue un accidente. Mi marido y yo no teníamos ninguna
intencióndetenerunquintohijo.
—¿Porquéno?Parecequelacosategusta.
—Porquelosúltimosañossinembarazoshansidofantásticos.He
podidotrabajarbienycreoquetambiénhesidounabuenamadre.Pero
apartirdeahoraseacabaronloshijos,nisiquieraporaccidente.
Permanecieron en silencio escuchando el chapoteo del agua al
chocarcontralaribera.
—Nomehascontadonadadeti—repitióLéonie.
—¿Vamosacomer?—propusoRoger,ysepusoenpie.
Léonieloimitóeinsistió:
—¿Ybien?
—MimujerhaqueridoveniraItaliaconmigo.Estavezelcongreso
se celebra en Milán. La he dejado en el hotel con las mujeres de los
demás médicos. Espero que se vaya de compras y se distraiga —
confesófinalmente.
—Me siento como una intrusa… Lo siento. ¿Qué excusa le has
puesto?
—Lehedicholaverdad.
—¿Metomaselpelo?
LéonieyRogerestabanenelsalóndelasuite.
—No,habloenserio.Lehedichoquevolveríaaúltimahoradela
tardey,comoqueríaacompañarme,leheexplicadoquenopodíaporque
teníaqueveramiamante.
—¡Dios mío, Roger! Eso no estaba en nuestro pacto. Nos
prometimosnohacerdañoanuestrasparejas.
—No le he hecho daño. Cuando se lo he dicho me ha mirado
consternada,perojustodespuéssehapuestoareírymehapreguntado
quecuándopiensocomportarmecomounapersonaseria.Teloaseguro,
elmejormodoparaquenotecreanesdecirlaverdad.Estáconvencida
dequeestoypasandoeldíaenlaspistasdeesquí.Detodosmodos,si
sospechara, evitaría exteriorizarlo, porque no puedo negar que soy un
maridoimpecabletrescientossesentaycuatrodíasalaño.
Salierondelhotelysedirigieronalrestaurante.
—Mi marido también se preguntará qué hago en mis misteriosas
desapariciones prenavideñas. Pero él, igual que tu mujer, prefiere no
hablardeltema—explicóLéonie.
—Llevamos muchos años desapareciendo poco antes de la
Navidad.Estaríamosinfravalorandolainteligenciadetumaridoydemi
mujersipensáramosquenosehanpreguntadosientuvidayenlamía
hayunparéntesissecreto.
—Yasídebeseguirsiendo—afirmóLéonie,condecisión.
Cuando estuvieron sentados a la mesa frente a una antigua
chimeneadondelaleñachisporroteaba,Rogerretomólaconversación.
—Nuestrahistoriaseguirásiendosecreta.Hastaquetumaridoomi
mujerdecidanhacerpreguntas—dijoél.
—Roger, sólo tenemos un día al año para nosotros solos.
¿Podríamoshablardeotracosa?—propusoella.
—Peroesquenopodemoshacercomoellosyesconderlacabeza
enlaarena.
—Entonceshablemosdeello—cedióLéonie.
—Situmaridotepillaraconmigo,¿quéharías?—preguntóél.
—Tendría que confesarle nuestra historia y me vería obligada a
elegir:otúoél—razonólamujer.
—Deberíasenfrentarteatussentimientospormí.
—Túdeberíashacerlomismo,situmujertedescubrieraconmigo.
—Yoteelegiríaati,peronosoymadredecincohijos,elúltimode
loscualesdeunospocosmesesdeedad.
—Y estoy muy unida a mi marido y a su familia, más que a mis
niños. Le debo mucho a Guido, lo sabes. Era una chica sola e infeliz
antes de conocerlo, y él me dio todo lo que deseaba: una casa, una
familia, estabilidad económica y afecto sincero. Pero la pasión que,
como dices tú, me hace brillar, hasta el día de hoy sólo la he sentido
contigo—declaróconsinceridad.
—¿Perosituvierasqueelegir?
—Roger, ça suffit! Si sucede, te lo diré. Y lo mismo harás tú
conmigo. Por ahora me conformo con pensar que todavía me quedan
unashorascontigo.Yahorapidamoslacomida—concluyóella.
Cuando regresaron al hotel, la sala adyacente al vestíbulo estaba
patasarribaydosmúsicos,conunaguitarrayunacordeón,afinabanlos
instrumentos.
—Lespidodisculpas,peromihijaselicenciólasemanapasaday
queríacelebrarloconsusamigos.Esperoquenolesmolesteunpocode
ruido—seexcusólapropietariadelhotel.
—Amímegustalamúsica—revelóLéonie.
—Perovuestrasuiteestájustoencimadeesasala,yhetenidoque
elegir entre garantizar el silencio a mis huéspedes o complacer a mi
hija: me he dicho que los hijos van antes que los clientes —afirmó la
mujer,sonriendo.
—Estoy completamente de acuerdo con usted —la tranquilizó
Léonie.
—Tú no sabes de qué son capaces los hijos. Yo sí. Espera a que
crezcanlostuyosyyaverásloqueharán—laadvirtióRogermientras
subíanporlasescalerashastasuhabitación.
—¿Ya te has olvidado de cuando tenías veinte años? —preguntó
Léonie.
—Tienesrazón.Soyunviejogruñón.
No volvieron a hablar de sus respectivos cónyuges, pero era un
temaquepesabasobreelloscomounalosa.
Seamaroncomosinofueranaversenuncamás.Alfinal,Léoniese
pusoalloraryél,abrazándolaconternura,lesusurró:
—Seguiremos viéndonos como siempre. Yo no quiero perderte, y
tútampocoquieres.
Lesecólaslágrimasylaacunócomosifueraunaniña.
Salierondelasuitecuandoyacasihabíaoscurecido.Albajarpor
lasescalerasvieronaloschicosqueentrabanalasalaparacelebrarla
fiesta.LosmúsicostocabanunamazurcayRogerlesusurróaLéonie:
—¿Ysibailáramostambiénnosotros?
—Teloibaaproponer—respondióLéonie.
Derepenteseencontraronenunafiestadondetodos,incluidoslos
músicos, se estaban divirtiendo. Ellos dos bailaron y bailaron
intentando olvidar que su sueño se estaba desvaneciendo, perseguido
porlarealidad.
Villanovahoy
Uno
Una vez más, las fiestas fueron el pretexto para llenar la casa de
amigosyfamiliares,poniendoapruebalapacienciadeGuidoyLéonie.
Pero como siempre, después de fin de año, los dos se marcharon a la
montañaconsushijosycuandovolvieronaVillanova,sóloencontraron
al señor Cantoni y a su hermano monseñor que, debido a la edad, se
quedaban en casa descansando. Los hermanos disfrutaban de la
compañía recíproca, algo que no pudieron hacer de jóvenes. Les
encantaba recordar anécdotas de cuando eran pequeños y a menudo
acababanriendodelosmomentosdifícilesdesusvidas.
Ahora, mientras esperaban la cena, que se servía puntualmente a
lassieteymedia,losdoshermanosocupabanlosextremosdelamesa.
Observaban a Guido y Léonie, que estaban sentados en los laterales
juntoasushijos.
ElindustrialyelreligiosoconsiderabanalafamiliadeGuidouna
especiedeobramaestraynodejabandepreguntarsededóndeprocedía
tantaperfecciónydedesearquenadalaperturbase.
Mientras degustaban un arroz al gorgonzola y un escalope vienés
concondimentodetrufas,losadultoshablabandetrabajo,deeconomía
o de política, y los jóvenes, educados por Léonie, callaban y
escuchaban.
En las conversaciones aparecían críticas al nuevo gobierno, que
prometía la luna y que al final acababa repartiendo higos secos.
Lamentaban la difusa indulgencia respecto a la evasión fiscal y otras
ilegalidades que se estaban convirtiendo en hábitos comunes,
comparándolosalbuenhacerdeantaño,queaúnsobrevivíaenalgunos
países europeos, y pronosticaban grandes problemas para el futuro de
Italia.
—Chicos,lasreglassonlabasedelaarmoníadelmundoydela
convivenciacivilizada—sermoneóeltíomonseñor,dirigiéndoseasus
sobrinos.
—Sinreglasnosevaaningúnsitio—confirmóelseñorCantoni.
Antelaenésimarepeticióndeesteconcepto,Gioacchinopreguntó:
—¿Existeunareglaparasabersiesmejorelpasteldechocolateo
latartaconcremadelimón?
Léoniefulminóasusegundohijo:
—Tais-toi,s’ilteplaît.
—¿Por qué? No es una pregunta que esté tan fuera de lugar —
intervinoGuido.
LapreguntadeGioacchinonacíadeunmomentodeintimidadcon
sumadre.
El día antes, aprovechando que Guido había madrugado,
GioacchinosemetióenlacamaconLéonieenbuscademimos,queella
noescatimabaaningunodesushijos.
Mientras estaban cómodamente debajo de la colcha, abrazados,
ellalesusurró:
—Quenolleguenuncaeldíaenquetengaqueelegir.
Sin percatarse, dio voz a los pensamientos que la atormentaban
desdesuúltimoencuentroconRoger.
—¿Situvierasqueelegir?—preguntóelniño,queescuchólafrase
quemurmurósumadre.
—¿Elqué?—preguntóella,desprevenida.
—Esolosabestú.¿Porquénomelodices?
—Pensabaqueentrelascosasquemásmegustanestánelpastelde
chocolate y la tarta con crema de limón, y no sabría cuál de las dos
preferiría —explicó, imaginándose tener que elegir entre Guido y
Roger.
—¿Porquéelegir?Yocomeríadelasdos—replicóelchico.
—Estoydeacuerdocontigo—declaróLéonie,riendo.
Pocodespués,elniñosedurmióabrazadoaella.
AhoraGuidoledecíaasuhijo:
—La única forma de saber cuál te gusta más es probar las dos
cosas.
—Peromamálashaprobadoydicequelegustanlasdos—insistió
elniñoenlugardequedarsecallado,comolehabíapedidoLéonie.
—¿Enserio?Nosabíaquefuerastangolosa—ledijoGuidoasu
mujer.
—Esa no es la cuestión. ¿Cómo se puede elegir entre dos cosas,
sabiendo que sólo puedes quedarte con una? —intervino Giuseppe
dirigiéndose a su abuelo, a quien reconocía una autoridad superior al
restodelosmiembrosdelafamilia.
—Buscas una tercera cosa que te guste más que esas dos y se
acabóelproblema—dijoGioia,queeramuypragmáticaydetestabala
introspección.
—Hay cosas para las que no existen reglas, sólo compromisos.
Volviendoalasdostartasquelegustantantoavuestramadre—dijoel
abuelodirigiéndoseasunuera—,bastaráconreducirlaporcióndeuna
ydeotraydisfrutardeambas.
EntoncesGuidoleregalóunasonrisaasumujeryconcluyó:
—Devezencuando,unsanoatracóndepasteldechocolatesienta
bienalamoral.
Porunmomento,Léoniesepreguntóquéescondíanlaspalabrasde
sumarido,perosurostrosonrienteyserenolatranquilizó.
Dos
Habíanochesenque,frentealachimeneadelsalónrojo,Léonieyel
suegro se quedaban solos charlando después de cenar. Con los niños
durmiendo y Guido en Roma, si no había invitados, el patriarca de la
casa Cantoni dejaba fluir las palabras, consciente de que su nuera lo
escuchabaatentamente.
Léonie era inteligente, sabia y estaba dotada de extraordinarias
capacidades empresariales. Renzo sentía por ella un afecto paterno,
perocomoteníauncarácterduro,enlugardedecirle«Tequiero»,ode
felicitarla por una negociación que había acabado bien o por alguna
iniciativa que había puesto en marcha, le decía: «Puedes hacerlo
mejor».
Desdehacíatiempo,lanuera,queloconocíabien,leofrecíauna
sonrisaafectuosaynorespondíaalaprovocación.
Unanochedeabril,mientrasenelexteriorhabíauntemporalyel
anciano bebía una infusión de amapola de California preparada por
Nesto,ellacomentó:
—Hepensadoquepodríamosmontarunaguarderíaparaloshijos
delosempleados.Permitiríaalasjóvenesmadresquehantenidohijos
volver a trabajar sin tener que recurrir a una excedencia porque no
saben con quién dejar a los niños. En Japón y en otros países, estas
guarderíasdanmuybuenosresultadosenelrendimientodeltrabajo.
—¿No tienes bastante con el Museo del Grifo y el comedor
transformadoenunrestauranteconmenúaelegir?Ahoramevienescon
estadiablura—exclamóRenzo,ensuhabitualtonoarisco.
—Sienlafábricahubiésemostenidounaguarderíaparamishijos,
yo me habría ahorrado un tiempo precioso y habría trabajado más y
mejor—insistióella,nadadesalentadaporlaactituddesusuegro.
—¡Tú eres de las que piensan cien cosas y luego hacen una!
¿Tienes la más mínima idea de lo que nos costaría este proyecto y de
todaslasobligacionesquehabráquecumplirylasmultasalasquenos
exponemos si no obedeces las normativas y pasas los controles de
Sanidad y todo lo demás? Y por cierto, ¿dónde lo harías? —preguntó
concuriosidad.
—Entre la fábrica y las oficinas, hay un área donde se puede
construir un edificio funcional y hacer un jardín para que los niños
jueguenalairelibre.Yatengolosplanos,unpresupuestodeloscostes,
lasolicituddelospermisosyelresultadodeunaencuestaentrenuestras
trabajadoras.Estaríanmuycontentassipudieranllevaralospequeños
altrabajo.Asípodríanestarconellosdurantelahoradecomeryenlas
pausas.Esopornomencionarquelaguarderíaenelpuebloesmuycara,
mientras que nosotros podríamos pedir una cantidad simbólica,
asumiendo los gastos de gestión que recuperaríamos con una mejor
productividad —explicó Léonie, revelando todo el trabajo que había
llevado a cabo con la esperanza de que su suegro diera su
consentimiento.
—¡Eresunabrujilla!Yatehasganadolaestimayelafectodelos
empleados,peroparecequeatinotebasta.Quieresqueteadoren—
exclamóRenzo,divertido.
—Yo sólo quiero lo que usted quiere, papá. De todos modos, he
expuestomiidea.Ahoraletocaaustedtomarunadecisión.
Renzo Cantoni admiraba la inteligencia y las dotes empresariales
de su nuera. Se consideraba muy afortunado porque ella había
garantizadolacontinuidaddelaempresafamiliar.Hubounaépocaenla
que temió tener que vender la grifería por la falta de sucesor, ya que
Guido, su único hijo, no estaba predispuesto a continuar el negocio.
Pero sucedió un milagro, en el horizonte apareció aquella joven
francesa que se apasionó con la fábrica y que al tener cinco
maravillososhijos,habíaaseguradolacontinuidaddelafamiliaydela
empresadelosCantoni.Ynosóloeso,estabamodernizandolaimagen
algo pasada de moda de la grifería transformándola en una marca
moderna,casifuturista.
Todas las revistas del sector, incluidas las más prestigiosas,
dedicaban artículos y fotografías a los modelos de la producción
Cantoni, que eran cada vez más elegantes e innovadores. Sus grifos
estabanenlosbañosdelascasasmásimportantesydeloshotelesmás
exclusivos de todo el mundo. El golpe maestro de Léonie fue
adjudicarse el suministro para el Elíseo y el Kremlin. Los rusos sólo
queríangrifosdeoromacizo,comolosqueseproducíanparalospaíses
árabes.
AhoralapropuestaqueLéonielehabíahechoasusuegroencajaba
en la línea de acciones sociales que la familia había llevado a cabo
tradicionalmente:lafinanciacióndelaresidenciadeancianosydeuna
guarderíainfantilconeducadoresprofesionales.
A Renzo Cantoni le encantaba repetir, igual que a su padre, la
frase:
—Tenemosquehacernosperdonarnuestrosprivilegiosayudandoa
losnecesitados.
A lo largo de los años, a Renzo le había tocado escuchar a
empresarios que presumían de las medidas que habían llevado a cabo
parafavorecersusnegociosendetrimentodesusoperarios,sobretodo
delasmujeres,alasqueobligabanafirmarunacartadedimisiónjunto
al contrato. De este modo, si se quedaban embarazadas, estaban
obligadas a dejar el trabajo. Muchos de ellos mantenían una doble
contabilidad:lalegalyotraennegro,ycontratabandeformalícitasólo
a la mitad de los empleados, un sistema perverso que castigaba a los
emprendedoreshonestosyquecausaríaproblemasatodos.
Cuando Renzo criticaba a estos empresarios, algunos le
respondían:
—Túeresmásastutoquenosotros.Tehasmetidoatugenteenel
bolsilloynadieseatreveameterlasnarices.
Eso era cierto, pero sucedía porque respetaba las leyes y se
preocupaba por los empleados. Eran los valores que le había
transmitidosupadre,AmilcareCantoni,ynuncaloshabíatraicionado.
Ahora,trasunlargosilencioenfatizadoporlostruenos,Renzodijo
aLéonie:
—Quieroanalizarlospresupuestosdelproyecto.—Selevantódel
sillónyañadió—:Ahoramevoyadormir.
—Yotambiénsubo—concluyóella,ylosiguió.
Alpasarjuntoalpianoquepertenecióasumujer,Renzoacarició
lasteclasconsuavidadysusurró:
—Echodemenosalacondesa.Noentiendoporquétúytúmarido
pasáis tan poco tiempo juntos. Todo es por culpa de ese trabajo
descabelladoquesehainventadoyqueleobligaaestarenRoma.Pero
bueno…veteasaberporqué.Semereceríaqueteecharasunamante—
murmurómientrassalíandelascensorenelprimerpiso.
Léoniesonrióylepreguntó,divertida:
—¿Esunasugerencia?
—Alcontrario,esuntemor—murmuróél,mirándoladirectamente
alosojos.
—Estétranquilo,papá—respondióLéonie,ylediounbesoenla
mejilla.
Tres
Todalafamiliasesentóalamesa,queestabapreparadaparacelebrar
unafiesta.Enelexterior,lanievecaíalentaysilenciosa.
Renzo Cantoni y el tío Gioacchino, cada vez más ancianos y
pesados,estabansituados,comodecostumbre,enlasdoscabecerasde
lamesa,mientrasqueLéonieyGuidoestabanenloslaterales,unofrente
alotro.Losacompañabansushijosysusrespectivasparejas.
Suprimeranieta,Margaret,hijadeGiuseppeydesumujerFiona,
tenía tres meses y descansaba en su habitación acompañada por una
niñera.
Era Nochebuena y, siguiendo la tradición, después de cenar, se
trasladaronalsalónamarillo,dondealospiesdeunabetomonumental
les esperaba una montaña de regalos por abrir. El señor Cantoni
murmuró:
—Disfrutad de este don de Dios, porque el año que viene
podríamos vernos obligados a cenar sopa y tener que calentarla con
nuestropropioaliento.
Pretendíasersupersticioso,peroaunasídabavozaltemordeuna
crisisquehabíainvertidoelmundoyqueenItaliaseveíaagravadapor
laescasaconfianzadelagenteenlaclasepolítica,incapazdellevarel
paísabuenpuerto.
La empresa familiar no mostraba todavía signos de flaqueza
gracias a la intuición de Renzo Cantoni y de Léonie, que los había
animado a invertir en los procesos de producción para lograr la
excelenciayabuscarnuevosclientesenlospaísesárabesyenChina.
Cuando Léonie contemplaba los grifos destinados a los altos
cargoschinosyalossultanesárabes,suspiraba:
—Mepareceuninsultoalamiseria.
Eranobjetosrecubiertosconláminasdeoro,deplataofabricados
en oro macizo, con formas futuristas y destinados a casas de
millonarios.Cadaunoeraunajoyamuycostosaquellevabaimpresoel
nombredequienlohabíaensamblado.Unaseriedeestosgrifossehabía
expuestoenelMuseodeArteModernodeNuevaYork.
Gracias a la especialización en el mercado internacional de lujo,
los Cantoni habían garantizado la supervivencia de la empresa y a los
empleados un trabajo cualificado y un sueldo adecuado. Pero en
Villanovahabíaoperariosdeotrasempresaspequeñasymedianasque
teníanquequedarseencasacobrandoelparoporquesehabíaparadola
producción,yesocuandolafábricanocerrabadirectamente.
La desconfianza en el futuro envenenaba el carácter de todo el
mundo.
Gioacchino,quetrabajabaenLondres,enlaCity,yveíadeprimera
mano la marcha de los mercados financieros, realizó una descripción
sumariaydespiadadadelcursodelaeconomíaenlospróximosaños.
Giuseppe,quetrabajabaenunbufetedeNuevaYork,declaró:
—Hayquetenerpacienciaduranteunospocosañosyluegollegará
larecuperación.
—AlmenosenNavidadpodríamosdejardehablardelacrisisy
disfrutar de nuestros regalos, ¿no? —intervino Guido, que abrió el
regalodesuhijaGioiaydesunovio,Bertrand.
Eran unos gemelos de oro con sus iniciales grabadas. Entonces
empezó una serie interminable de agradecimientos, intercambios de
abrazosydepullitasentrehermanos.
Léonieobservabaconorgulloasushijos,guaposyconunmontón
desueños,ysepreguntabacuáldeellosheredaríalagrifería.Giuseppe
no tenía ninguna intención de volver a vivir en Italia, a menos que se
dieracuentadelomuyantipáticaqueerasumujer,larubiaFiona,quelo
tenía dominado y le imponía sus elecciones. Gioia vivía en París y,
siguiendo los pasos de su padre, se dedicaba al periodismo. Estaba
haciendoprácticasenlarevistaElleysunoviotrabajabaenelElíseo.
Léonie, en cambio, sí tenía algunas esperanzas fundadas en
GioacchinoyGiacinta.
Gioacchino,guapísimocomounarcángelyconunfísicoatléticode
estatuagriega,cadavezquevolvíaaVillanovaacudíarápidamenteala
empresayseplantabaensudespachoparasometerlaapreguntassobre
laproducción,lagestióncomercial,laplanificaciónylasinversiones.
Giacinta, que había hecho el bachillerato artístico y es estaba
especializandoenrestauracióndeantigüedadesenRoma,estudiabacon
curiosidadlosbocetosylosdiseñosdelosmodelosqueestabanenfase
deproducción.Enunpardeocasionescomentó:
—Adoro la restauración, pero me deprime la miseria de los
medios de los que disponemos. Creo que tarde o temprano perderé la
pacienciayvendréatrabajarcontigo.
Léonienopresionabaaningunodesushijosyesperabaque,algún
día,llamaranalapuertadesudespacho.
Gioacchino tenía una relación desde hacía varios años con Peter,
que trabajaba en el Sunday Mirror. Era un hombre simpático y un
periodista brillante, pero terriblemente posesivo, y Gioacchino
empezabaamostrarseñalesdeimpaciencia.Perograciasaélconsiguió
compartirabiertamentesuhomosexualidad.LafamiliaCantoniaceptósu
condiciónyasuparejasinningúndrama,peroLéonieestabasegurade
que,enalgúnmomento,Gioacchinopondríapuntoyfinalasurelación
conPeteryvolveríaaVillanova.
Giudittatodavíaeraunmisterio.Teníadieciséisaños,estudiabaen
uncolegiodeSuiza,odiabalaactividadfísicaypasabalamayorparte
del tiempo leyendo novelas románticas. A diferencia de sus hermanas,
quemanteníanlospiesenlatierrainclusocuandoteníanlacabezallena
desueños,ellavagabacomounglobomovidoporelvientoyparecíano
desear ningún anclaje. Léonie se decía que estaba creciendo más
lentamentequesuscuatrohermanos.
Pocoantesdemedianoche,salierontodosjuntosparairalamisa
delpueblo.
El tío Gioacchino se marchó un poco antes, porque tenía que
oficiarlamisaconelpárroco.
Al día siguiente, por la mañana, como cada Navidad, Guido, su
padre y Léonie visitaron a los ancianos de la residencia y repartieron
regalos.Losancianosysusfamiliaresrecibieronlosdonesconamplias
sonrisas.Alregresaracasa,lafamiliasereunióentornoalamesabajo
lavigilanciadelviejoNesto,quedirigíaalpersonaldeservicioconla
habilidaddeundirectordeorquesta.
Siguiendolatradición,elseñorCantonisepusoenpieyempezósu
discursoconlafrasederigor:
—Unavezmás,enlafiestadelnacimientodenuestroSeñor,siento
unagranalegríaportenerosatodosconmigo.
Recordó a su padre Amilcare, a su madre Bianca Crippa y a su
amadaCelina,cuyoespíritu,estabaconvencido,cuidabadetodosellos.
Comosiempre,seconmovióaldecir:
—No sé cuántas Navidades más me concederá el buen Dios,
porquesoyunviejocansadoymaltrecho.Peroledoylasgraciasporque
todavía estoy aquí con mi hermano, con el cual compartí una infancia
difícil;conmihijo,quelamentablementenosiguiómispasos,peroque
aúnestáatiempodehacerlo;conminuera,quetieneelaspectodeuna
jovencita pero la fuerza de un león y que forma parte de la columna
vertebral de nuestra empresa; con mis nietos, que gracias a Dios han
salidoguapos,sanosyenloscuales,almenosenalgunos,depositola
esperanzadetransmitirelamorpornuestraempresa.—Hizounapausa
parasecarseunalágrimayconcluyó—:¡FelizNavidadatodos!
Renzosesentó.MonseñorGioacchinohizoelsignodelacruz,los
demás lo imitaron, bendijo a los comensales y, finalmente, se
dispusieronacomer.
A última hora de la tarde Guido y su mujer se quedaron por fin
solosenelsalóndesuapartamento.Estabanagotadosyseabandonaron
enelsofámientrasunacriadadejabaenlamesadelahabitaciónunpar
detazasyunateteraconinfusióndehierbas.
—¿Cómohaido?—preguntóGuidomientrasservíalasinfusiones.
—Bien,comosiempre.¿Nocrees?—opinóLéonie.
—Sí, ha ido muy bien. Esperemos que nuestros hijos sean como
parecen,serenosyequilibrados.
—Yo también espero que no nos escondan disgustos o
preocupaciones.
—Sialgunodeellostedijeraquetienealgúndisgustoapremiante
desdehaceaños…ensecreto…
—HeabsorbidotanbienelcomportamientodelosCantoniquemi
consejoseríaelsiguiente:ciérraloconllaveenelfondodetucorazóny
hazverquenoexiste—lointerrumpióLéonie.Luegoañadió,mirándolo
alosojos—:¿Acasoquieresdecirmealgo?
Entreelloscalóelsilencio.Guidoseterminólainfusiónyalfinal
murmuró:
—EsteañotambiénhasidoaVarennaparaverteconaquelhombre.
Cuatro
Léonieapretóconfuerzalatazaqueseestaballevandoaloslabiosy
nodijonada.
—Hapasadomuchotiempodesdelaprimeravezqueosvijuntos
—continuóGuido.
Siguióotrolargosilencio.Desdeeljardínllegabanlasvocesylas
risasdesushijos,quejugabanatirarsebolasdenieve.
—La primera vez, el descubrimiento fue del todo casual. Estaba
buscandolocalizacionesparaambientarunguión.Osviyelmundose
me vino abajo. El hombre con quien estabas era un tipo atractivo y
parecíaisestarmuybienjuntos.
Guido hablaba con calma con la mirada fija en la ventana, por
dondeseveíacaerlanieve.
—Cuandovolvisteacasa,yoestabadurmiendoenmiestudio,pero
eldíadespuésteviradiante—prosiguió,yluegoañadió—:Porprimera
vez desde que nos casamos, me di cuenta de que estaba perdidamente
enamorado de ti. No sabía qué hacer, incluso acudí a una agencia de
detectives privados, que te siguió durante meses sin descubrir nada,
sóloqueteveíasconaquelhombreunaspocashorasduranteunúnico
díaalaño,el22dediciembre.Intentéquesalierasdetusilencio,pero
luego no me atreví a insistir porque tenía miedo de perderte. Durante
estos años, más de una vez, cuando ibas a Varenna me habría gustado
seguirte.Peromequedabaencasarezandoparaquevolvierasconmigo.
Despuésdecadacitaintentabaconvencermedequeseríalaúltimavez,
queeltiempopondríapuntoyfinalaesahistoria.Peroturelacióncon
elmarsellésparecenotenerfin.Asíqueestoydispuestoadesaparecer
si decides dejarme, pero quiero que sepas que te amo profundamente,
queereslamujerdemivida.
Conmanostemblorosas,Léoniedejólatazasobrelamesa.
Lágrimas silenciosas se deslizaban por sus mejillas mientras
respondía:
—¿Porquéhasesperadotantotiempoparadecirmetodoesto?
—Porque soy un Cantoni, y los Cantoni, ya lo sabes, callan —
respondióGuido.
Ellasesecólaslágrimasydijo:
—SiemprehecreídoqueseguíasenamoradodeAmaranta,queen
tu corazón no había sitio para otro amor y yo necesitaba
desesperadamentesentirmeamada.
—Asíque…losabes…¿Quiéntelohacontado?—preguntóélen
unsusurro.
—ElabueloAmilcare.
—Ynuncamehasdichonada—constatótristemente.
—Me adapté a la actitud de la familia —replicó ella, con
amargura.
—Esa actitud ha causado mucho sufrimiento inútil —precisó
Guido.Tomóunamanoasumujeryprosiguió—:Amarantafuedurante
mucho tiempo el fantasma de una pasión juvenil, absurda y delirante.
Peroestoyenamoradodetidesdehacemuchosaños.Tequiero,tedeseo
y no quiero compartirte con ningún otro hombre, ni siquiera un día al
año.
«Bien, ha llegado el momento de la verdad», pensó Léonie. Y de
repente, se sintió presa de una rabia furibunda. Se puso en pie y,
enfrentándoseasumarido,loatacó:
—Tú te casaste conmigo y seguiste alimentando durante años una
pasión por otra mujer, y ahora, de repente, dices que siempre me has
querido,queestásceloso,quetehehechosufrir,quenotolerasquehaya
otro hombre en mi vida y, como eres muy generoso, me ofreces la
posibilidad de escoger. ¿Pero cómo te atreves? ¿Recuerdas nuestra
noche de bodas? Yo era virgen y estaba muy asustada. Frente a mi
miedo, sólo pudiste decir una cosa: «Bueno, ya lo intentaremos más
tarde». Te giraste y te quedaste dormido. Cierto, siempre has sido
impecable, me has colmado de regalos y de ternura, pero tus
pensamientos estaban en otro lugar. Cuando me viste con un hombre,
entonces y sólo entonces descubriste que estabas celoso y locamente
enamorado de mí. ¿Y qué hiciste? ¡Quedarte callado! ¿Qué tipo de
hombre eres, Guido Cantoni? Si realmente quieres saber la verdad, el
hombrealqueveoenVarennayalquehededicadounamínimapartede
mi atención, una sola vez al año y durante unas pocas horas, ha
contribuidoamantenerenpienuestromatrimonio,alaesperadequetú,
despuésdecasitreintaaños,tedecidierasadecirmequemequieresa
mí,ynoaAmaranta.Ahoraerestúquiendebeescoger,noyo.Puedes
optar por seguir estando conmigo sin más secretos ni misterios, o
puedesvolveraRomadonde,porotrolado,haspasadounagranparte
detutiempo,dejándomesolaparacuidardelosniños,conlaayudade
tus abuelos y de tus padres, que, a diferencia de ti, me han querido
desdeelprimerdía.Ahoramevoyconlosniñosysisedancuentade
queestoymal,porqueestoymal,nomentirédiciendoquenopasanada,
sinoquelesexplicaréqueestoyfuriosacontigo.
Pronunciólasúltimaspalabrasmientrasdabaunportazo.
Los hijos no le preguntaron nada. Giuseppe y Fiona se habían
marchado a Milán y se habían llevado a la pequeña Margaret.
Gioacchino y Peter jugaban al ajedrez, Gioia y Giaccinta hojeaban
algunasrevistasdemoda,Giudittaestabatumbadaenlaalfombrafrente
alachimeneay,comosiempre,leíaunanovelaromántica.
Apenas levantaron la vista cuando entró en el salón amarillo y
luegolaignoraron.Ella,entonces,sedirigióalsalónrojo,dondeeltío
Gioacchino roncaba, tumbado en un sofá, y su suegro veía la tele
hundidoenunabutaca.
—Parece que te haya mordido una tarántula —observó Renzo al
verlaentrar.
—Hediscutidoconsuhijo—explicóLéonie,contonodecidido.
—Las fiestas son siempre el mejor momento para pelearse —
replicóél,conairecomplacido.
—EsposiblequeGuidoyyonosseparemos—confesóella.
—¿Noestáisunpococreciditosparaestastonterías?
—Tarde o temprano tenía que suceder. Y ha pasado ahora —
respondióLéonie.
EntoncesentróGuido.Sinmediarpalabra,lacogióporunbrazoy
se la llevó afuera, mientras Renzo Cantoni reía sarcásticamente y su
hermano monseñor seguía roncando. Léonie no opuso resistencia, en
parte porque su marido tenía mucha fuerza, y lo acompañó al primer
piso,alsalónquehabíajuntoasudormitorio.
—Siéntate—leordenóconuntonoqueladesorientó.
Ellaobedecióyélseplantódelante.ElrostrodeGuidoseendulzó
yledijo:
—Soy un estúpido. Durante demasiados años me he comportado
comounidiota.Nosirvedenadaquetepidadisculpas.Peroloquesíte
quiero preguntar, a pesar de todo, es si quieres seguir compartiendo
conmigo el resto de nuestra vida. Por favor, di que sí, porque te amo
hastalalocura.
Cinco
Léonie nunca había visto a su marido tan conmovido y desesperado.
Cedióyletendióunamano,queélcogióentrelassuyas.
—¿Ybien?—preguntóansioso,sentándoseasulado.
—Esunalocura—susurróLéonie,másasímismaqueaél.
—¿Elqué?
—Quehayasesperadotantosañosparadecirmequemequieres.
—Nomeparecíanecesario,dadoquetelodemostrabacadadíade
milmaneras.
—¿Cómo? ¿Haciéndome regalos? ¿Pasando en Roma toda la
semanayfingiendoquenuestromatrimonioeraperfecto?
—Cada palabra que pronuncias es un hachazo a mi esperanza de
comenzarunanuevavidacontigo—selamentóGuido.
—Ytú,¿tieneslamásremotaideadecuántomehamortificadotu
amortibio,carentedeimpulsosytuhistoriaconAmarantaquesiempre
hasescondido,comosiyofueraunaextraña?Yotehecontadotodami
vida.Túnuncamehasdichonadadeti—sedesahogóLéonie.
—¿Porquénomehasdejadoparairteavivirconelmarsellés?—
reaccionóGuido,ignorandosupregunta.
Léonie no respondió en seguida. Observó a su marido, que la
mirabadirectamentealosojos,ysesintióperdidaporunmomento.
—¿Porquetequeríaati?—susurró.
—Notienesquepreguntármeloamí,sinoati—laapremióGuido,
cogiéndolelasmanoscondecisión.
—¡Diosmío!Yo…mequedéporque…estoyenamoradadeti—
confesóella.
Rompióalloraryestuvoasídurantemuchoratoentrelosbrazosde
sumarido,quelaabrazabaconfuerza.
Cuandosecalmó,Guidoledijo:
—Hemossidodosidiotas.
—Piensa en cuántos años nos hemos perdido —observó Léonie,
secándoselosojos.
—Enrealidadnoloshemosperdido,porquetodavíaestamosaquí,
losdos,juntos—latranquilizóGuido,sonriéndole.
—Necesitoestarsolaunratopararecuperarmedetantaemoción.
Encárgatetúdeloschicos,porfavor.
—De acuerdo —respondió él, la besó en la frente y salió del
salón.Léoniesefuealdormitorio,setumbóenlacamaypocodespués
sequedódormida.
Cuandosedespertó,Guidoestabaasulado.
Léonieserefugióensusbrazosyledijo:
—¿Notegustaríaquetuviéramosotrohijoparainaugurarnuestra
nuevavidajuntos?
—¿Anuestraedad?—preguntóGuido,riendo.
—Exacto,seríaunnuevoairedejuventud—respondióella.
—Puesintentémoslo—decidióGuido.
Después de las fiestas, antes de que sus hijos se marcharan de
Villanova,GuidoyLéonielepidieronaltíoGioacchinoquecelebrara
una misa en la iglesia del pueblo para todos ellos, por la familia
reunida.
Tresmesesmástarde,Guidollamóporteléfonoatodossushijos
paracomunicarlesquesumadreestabaembarazada.
ElsextohijonacióaprincipiosdeoctubreylollamaronGiovanni.
Aprincipiosdediciembre,LéoniefueaVarennayleentregóala
propietariadelHotelduLacunsobreparaeldoctorBastiani,paraque
seloentregaracuandoacudieraalhotel,siesquelohacía.Conteníaun
foliodondehabíaescritounmensaje:
«Amigo mío, he sido feliz contigo en cada instante que hemos
pasadojuntos.Perodespuésdemuchosaños,porfinheencontradoen
mimaridoloquedurantetantotiempobusquéenti,ennuestrabellísima
historia.Eresunhombremaravilloso.Adieu,moncherami.Léonie».
Agradecimientos
Paralosdetallesrelacionadosconlaesferadelafeminidad,hepedido
ayuda a don Massimo Candiani, jefe de Ginecología del hospital San
RaffaeledeMilán.
Respecto a las modalidades de sustitución de un neumático de
automóvil he seguido las instrucciones de Edoardo Colombo,
responsabledeAsistenciaRenaultdeEzioColombo.
Por lo demás, quiero dar las gracias a mi preciada editora
Donatella Barbieri y a todas las «chicas» de la editorial italiana
Sperling.
Sobrelaautora
SvevaCasatiModignanieselpseudónimoqueutilizaronBiceCairatiy
su marido Nullo Cantaroni para firmar sus novelas. Cantaroni falleció
en2004ydesdeentonces,sumujerhaseguidoutilizandoelpseudónimo
ysehaconvertidoenunadelasautorasmásvendidasdeItalia.Concasi
treinta novelas publicadas, sus obras han alcanzado los once millones
deejemplaresvendidosentodoelmundoysuslibrossehaneditadoen
másdeveintepaíses.
Graciasporcompraresteebook.Esperamosquehayas
disfrutadodelalectura.
QueremosinvitarteaquetesuscribasalanewsletterdePrincipaldelos
Libros.Recibirásinformaciónsobreofertas,promocionesexclusivasy
seráselprimeroenconocernuestrasnovedades.Tansolotienesque
clicarenestebotón.
Elairequerespira
Cherry,BrittainyC.
9788416223503
304Páginas
Cómpraloyempiezaaleer
¿Esposiblevolverarespirartrashaberloperdidotodo?
Tristanhaperdidoasumujeryasuhijo.
Elizabethhaperdidoasumarido.
Sondosalmasheridasqueluchanporsobrevivir.
Necesitanrecordarloquesesientealquerer.
Soloasípodránvolverarespirar.
LanovelarománticarevelaciónenEstadosUnidos
Cómpraloyempiezaaleer
Porfavor,déjameodiarte
Premoli,Anna
9788416223473
304Páginas
Cómpraloyempiezaaleer
¿Puedesllegaraenamorartedealguienaquienodias?
Jenniferesabogada.
Ianeseconomista.
Yseodian.
Unclientelosobligaatrabajarjuntos.
¿Ysidelodioalamorsolohayunpaso?
PremioBancarelladeloslibrerositalianos
MásdemediomillóndeejemplaresvendidosenItalia
Cómpraloyempiezaaleer
Homicidio
Simon,David
9788416223480
784Páginas
Cómpraloyempiezaaleer
El escenario es Baltimore. No pasa día sin que algún ciudadano sea
apuñalado,apalizadooasesinadoatiros.Enelojodelhuracánseencuentra
la unidad de homicidios de la ciudad, una pequeña hermandad de hombres
queseenfrentaalladomásoscurodeEstadosUnidos.
David Simon fue el primer periodista en conseguir acceso ilimitado a la
unidad de homicidios. La narración sigue a Donald Worden, un inspector
veterano en el ocaso de su carrera; a Harry Edgerton, un iconoclasta
inspectornegroenunaunidadmayoritariamenteblanca;yaTomPellegriniun
entusiasta novato que se encarga del caso más complicado del año, la
violaciónyasesinatodeunaniñadeonceaños.
Homicidioseconvirtióenlaaclamadaseriedetelevisióndelmismonombre
ysirviódebaseparalaexitosaTheWire.
Cómpraloyempiezaaleer
Real
Evans,Katy
9788494223488
336Páginas
Cómpraloyempiezaaleer
Unboxeadorinestable.
Unajovenconlossueñosrotos.
Unacombinaciónexplosiva.
RemingtonTateeselhombremássexyycomplicadoqueBrookehaconocido
jamás. Es uno de los boxeadores más admirados, deseados y ricos del
circuito de boxeo clandestino. Pero cuando la invita a la habitación de su
hotel, lo último que la joven fisioterapeuta espera es que le ofrezca un
empleo.
Laatracciónentreellosesevidente,peroBrookenoestádispuestaatirarsu
vidaprofesionalporlaborda.¿Podráaguantartresmesesjuntoaélsincaer
enlatentación?¿QuéquiereRemingtonTatedeella?¿Ycuálessuterrible
secreto?
Cómpraloyempiezaaleer
Enrealidad,nuncaestuvisteaquí
Ames,Jonathan
9788416223329
96Páginas
Cómpraloyempiezaaleer
Unhéroecuyaarmafavoritaesunmartillo…claramentetieneproblemas
JoeesunexmarineyexagentedelFBI,solitarioyperseguido,queprefiere
ser invisible. No se permite ni amigos ni amantes y se gana la vida
rescatandojóvenesdelasgarrasdelostratantesdeblancas.
UnpolíticolocontrataparaquerescateasuhijadeunburdeldeManhattan,
yentoncesJoedescubreunaintrincadareddecorrupciónquellegaalomás
alto.Cuandoloshombresquelopersiguenacabanconlaúnicapersonaque
le importa en el mundo, abjura de su voto de no hacer daño a nadie. Y si
alguienpuedeabrirsepasohastalaverdadafuerzadecadáveres,eseesJoe.
En realidad, nunca estuviste aquí es un homenaje a Raymond Chandler y a
DonaldWestlakeysuseriesobreParker.Enestadurayemocionantenovela,
Amesdesafíaloslímitesdelanovelanegraycreaunprotagonistademoledor
ypsicológicamenteperturbadoquesalvaaotrosperoesincapazdesalvarse
asímismo.
Cómpraloyempiezaaleer
TableofContents
UNDÍADEAQUELINVIERNO
ÍNDICE
Villanovahoy
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Varenna
Uno
Dos
Tres
Villanova
Uno
Bianca
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Villanova
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Celina
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Varenna
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Amaranta
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciséis
Diecisiete
ElascensodeLéonie
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Léonie
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Seis
Siete
Ocho
Nueve
Diez
Villanova
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Varenna
Uno
Varenna,seisañosdespués
Uno
Villanovahoy
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Cinco
Agradecimientos
Sobrelaautora

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