El lenguaje de las piedras

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El lenguaje de las piedras
El lenguaje de las piedras
Cómo hacer hablar a las piedras. El sueño ancestral de dar vida a lo inanimado, de establecer un diálogo
con lo inerte, a cuyo seno ha de retornar inevitablemente el ser humano al término de su vida, constituye
una de las fantasías más persistentes de la imaginación colectiva. En la obra del escultor gallego Manolo
Paz ese sueño alcanza una formulación casi musical en su juego con la escala, el volumen y la repetición de
las formas.
Aunque en sus inicios Paz produjo collages y piezas de madera, y aunque últimamente ha realizado obras
con rejas metálicas pintadas, lo que mejor define su talante artístico es su trabajo con la piedra. Con las
piedras, en sus diversas modulaciones: piedras autóctonas de Galicia, cuarcitas y, sobre todo, granito de
distintas cualidades, Paz establece un diálogo íntimo que sorprende y emociona por la intensidad de sus
resultados.
Se trata, dice el propio Paz, de "tener fe en la piedra", de dejar "que hable por sí, por ella". De "darle un
machetazo, abrirla en canal, y que surjan los misterios, la energía que lleva dentro". Entre piedra y hombre
se establece una relación agónica, una lucha, que es en si misma un acto de amor. A la piedra hay que
darle "muy fuerte", porque si le das "despacio" rebota el puntero. "La única manera de entrar en la piedra
es asustarla", advierte Manolo Paz, "porque si no, te asusta ella a ti".
Su trabajo con las piedras es enteramente personal: manual, corporal, y por ello, mental. El martillo y el
cincel estructuran un orden que, junto con los diversos grados de pulimento y la aceptación de su estructura
en bruto, natural, hacen brotar la forma en la piedra. En todo caso, aun desvelando su entraña más íntima,
para este escultor-artífice las piedras siguen llevando la piel del lugar donde nacieron, a diferencia de lo que
sucede con los animales cuando son sacrificados y despojados de su piel para convertirse en comida.
La metáfora de la piedra como alimento es central en el universo estético de Manolo Paz, para quien las
grandes moles de granito, de más de ciento veinte toneladas de peso, son "barras de pan" difíciles de
encontrar. A las que hay que romper para darles vida. Son, indica, "curiosidades de la naturaleza". A las
que, con su trabajo de talla y pulimento, el escultor da distintas temperaturas: caliente o frío. De las que
hace brotar la energía que se esconde en su interior.
Estamos así, corno sucedía con el gran pionero de la escultura de nuestro tiempo, Constantin Brancusi, en
una dinámica plástica que encuentra su fundamento en la voluntad de dejar hablar libremente a los propios
materiales. Y que, a la vez, como en el gran maestro rumano, remite a los usos más primigenios,
ancestrales, de la escultura: escultores o herreros, forjádores de los suelos de la humanidad, artífices de la
transformación humana de los materiales de la madre tierra.
En Paz, ese hálito remoto remite al trabajo tradicional de los canteiros, quienes, "al tener las manos
ocupadas, tenían la mente descansada. Así discurrían tanto". Mientras los brazos y el cuerpo entero
trabajan, la mente queda libre para elevarso a los espacios más elevados del espíritu, y así encontrar la
forma.
Esa forma, que no es figurativa en un sentido primario o superficial en las obras de Manolo Paz, conduce a
ese reflejo del espíritu que el hombre sabio, sobre todo en las culturas tradicionales, cree encontrar en la
naturaleza. Allí, en la naturaleza, el escultor muestra al hombre cómo intervenir en los materiales, sin
destruirlos, intensificando su armonía, haciendo que cobren vida. Estableciendo a través de la obra una
"alianza" del ser humano con la naturaleza.
La obra de Manolo Paz resultaría, sin embargo, anacrónica si todo en ella remitiera al espíritu y las técnicas
tradicionales de la escultura. En este mundo de sincretismos voraces, lo realmente decisivo es su capacidad
para saber integrar esa remisión ancestral al lenguaje de la madre tierra, de las formas de la naturaleza,
con una actualización continua de la representación geométrica, de seguir dando vida a la piedra en un
mundo tecnológico, de materiales producidos artificialmente.
Eso es lo que da una auténtica consistencia y futuro a su trabajo, la manera en que integra lo viejo, lo
ancestral, con lo nuevo. Paz crea un bosque de menhires, esas piezas monolíticas clavadas en el suelo, que
nos remite directamente al Neolítico de la humanidad, a las raíces más remotas de nuestros sueños de
verticalidad, de elevación. Pero, a la vez, inscribe en ellos, en sus menhires, el signo constructivo,
geométrico, de una ventana abierta por la que se desliza nuestro titubeante ojo moderno.
Para Manolo Paz, esa ventana es, una vez más, una apertura en la piedra. Se trata de abrir las piedras, de
abrirlas para que puedan ver, porque si no, estarían a oscuras. Y, efectivamente, cuando uno las contempla
en su prado de Quintáns, alineadas frente al mar, alcanza a comprender cómo el sentido último de esos
menhires, como el de todas las demás piedras celosa e íntimamente configuradas, sólo se percibe a través
de su Integración con el paisaje. Con el verde ancestral que nutre la tierra gallega, con el mar que pone un
limite preciso al horizonte dibujado en la ventana del menhir.
Esos cuerpos de piedra se identifican con cuerpos humanos. Viven en sí, pero nosotros vivimos en ellos. En
su cabeza, en su estómago, en sus extremidades hundidas en la tierra. En la obra de Manolo Paz alienta un
sentido de recuperación de la memoria más remota de la humanidad: "Con tanta información, nos están
borrando la memoria". Pero se trata de una recuperación que proyecta su dardo hacia el futuro. Hacia el
reencuentro del ser humano con la naturaleza, a la que pertenece, pasando a través de los senderos de ese
nuevo laberinto que es la tecnología. Las piedras hablan.
José Jiménez
Artistas del siglo XXI – El mundo

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