Descargar Imán(hattan) - TEMPORALES

Transcripción

Descargar Imán(hattan) - TEMPORALES
I’man-hattan, 2011.
Creative Writing in Spanish
Índice
Lila Zemboráin
Directora de la Maestría en Escritura Creativa en Español
José Eduardo Valadés
Editor de I’man-hattan
Margarita Larios Cuevas
Coeditora
Chris Yong-García / Eyestorm Design
Diseñador
Colaboradores: Guillermo Astigarraga, Isabel Baboun, Isabel Cadenas,
Oswaldo Luis Cintrón, José Gabriel (Benny) Chueca, Cristina Colmena, Joana
Costa, Manuel Fihman, Soledad Marambio, Luciano Piazza, Pedro Plaza,
Paula Porroni, Florencia San Martín, Vanessa Sayos del Castillo, Rossy Toledo.
Los textos presentados son propiedad de los autores, quienes autorizan la
publicación de los mismos.
Prólogo6
¿Quiénes somos?
8
Consuelo Martínez-Reyes
10
Florencia San Martín
13
Soledad Marambio
16
Idalís García Reyes
19
Margarita Larios Cuevas
25
Karen Sevilla31
David Gil37
Joseduardo Valadés
39
José Gabriel Chueca
50
R. E. Toledo
64
Isabel Baboun68
Isabel Cadenas
72
Guillermo Astigarraga
76
Nancy Ross80
Daniel Jove84
Vanessa Luma96
Luciano Piazza103
Felipe Martínez Pinzón
105
Bethsabé Huamán
108
Salvador Gómez Barranco
116
Mariana Graciano
120
Pedro Salvati123
Kadiri J. Vaquer Fernández
127
Lorea Canales129
Edgardo Núñez Caballero
132
Manuel Fihman
134
Elvira Liceaga137
Oswaldo Luis Cintrón
139
Cristina Colmena
156
Los autores164
Prólogo
Ésta es la segunda edición de la revista I’man-hattan, que publica a los
estudiantes del programa de Escritura Creativa en español (y a un doctor) en
un formato electrónico que tiene una periodicidad anual. La versión anterior
se puede consultar aquí.
En la edición actual, hemos cambiado el formato, en un intento por
acomodarnos a los tiempos y las modas y en una evolución que refleja una de
las singularidades de esta revista: ninguna persona que participó en la edición
anterior ha participado en ésta. La revista se hereda, como una estafeta, de
generación en generación. Los textos que siguen fueron sometidos por los
autores en una serie de convocatorias a lo largo del año (de manera voluntaria
o con extorsiones mínimas). El contenido ha sido revisado pero ninguno de
los textos fue rechazado. Hemos incluido a 29 autores, con uno o más textos
cada uno, de nueve países distintos, que se mueven por los distintos géneros
(literarios, quiero decir) y que reflejan miradas impares que necesitarían una
antología para ser reunidas. Ergo, I’man-hattan.
Por cierto que el nombre, atacado por apóstrofes y guiones, quiere
aludir justo a eso. Manhattan, este lugar que nos convoca; el imán, con su
habilidad para unir lo que debía estar opuesto, y esa contracción del lenguaje
que nos hospeda y que sirve para referirse a uno mismo «Yo soy Manhattan».
Los textos están organizados por autor, pero los autores están
distribuidos de forma no convencional. Nos resistimos a ordenarlos
alfabéticamente (entre otras cosas porque yo quedaría de último) o a
distinguirlos por países. Una distribución marcada por los nombres o los
lugares de origen nos pareció, además de simplista, poco comprometida.
La idea de una comunidad de textos implica el diálogo entre los mismos, y
para ello hace falta que los textos interactúen. La distribución alfabética nos
parece bien, no para un colectivo literario, sino para un proyecto estadístico.
En lugar de eso, los textos fueron “repartidos” a partir de un azar de
la conciencia. Quise que los temas que tocan, o que quiero creer que tocan,
vayan de la mayor intimidad a la mayor colectividad. Es decir, que empezaran
6
con una mirada interna, y fueran cediendo, mal que bien, al escrutinio del
exterior. Por supuesto que estos desplazamientos de la mirada ocurren todo
el tiempo y ningún autor se limita a su cuerpo ni prescinde de él. El esbozo de
la organización es parcial y subjetivo.
Los autores, al fin, cada uno con su estilo y formación, tienen eso en
común, y no otra cosa. La palabra que comparten (la lengua pero también su
trasgresión) es el vínculo que queremos subrayar. Vienen de muchos lugares,
sí, y eso es fantástico, pero lo mismo da que incluyamos seis puertorriqueños
mientas sólo dos colombianos —o como una feliz sorpresa, una canadiense—,
porque el lugar de donde vengan, su edad (mientras unos nacían otros ya se
asomaban al oficio) o su apellido se deslavan frente a la historia que tienen
para contarnos.
Esta revista es un reflejo alterado del trabajo realizado a lo largo del último año
por los estudiantes de la maestría. Lo llamo alterado porque no todos están
aquí, y porque muchos han hecho otras cosas, pero es al fin una imagen de la
calidad, de la diversidad y de las positivas y buenas y chidas intenciones de
formar una comunidad de letras hispanas. Estamos en Nueva York porque no
hay otra ciudad en el mundo ahora que permita esta convergencia, así, pero
pretendemos mirar hacia el mundo. Muchos volveremos a nuestros países,
algunos ya tienen un eco de su trabajo allá, en Europa o en Latinoamérica. Y
en este juego doble de reunión y dispersión al que estamos sujetos, vamos
inaugurando la sociedad de letras más importante del mundo hispano.
La escritura creativa en español merece la atención de todas las
lenguas porque es rica y abundante, y está proponiendo cosas. Una prueba
de ello es esta revista y la dirección que ha tomado. Estoy seguro que esta
edición es apenas un paso hacia el éxito que le depara a I’man-hattan, igual
que a sus integrantes, a la maestría de la Universidad de Nueva York, y a
nuestra literatura, la del español.
José Eduardo Valadés
7
¿Quiénes somos?
Por la incomodidad existencial que esta pregunta nos siembra, hemos
decido responder mediante lo que ya estaba escrito. I’man-hattan (se
desprende de nuestros textos):
Es imposible pero no había caso en llevarle la contraria.
No es de menos:
es ridículamente pequeña,
es pura perspectiva imaginaria, la voz que me susurra, la retórica.
Es la nube que ahora nos circunda,
la vida en esta búsqueda permanente de lo sagrado.
Es lo que estoy haciendo ahora mismo:
Es palabra vasta,
no conclusa, estricta, menos
es toda pasión, puro sentimiento…
Es insoportable hasta la médula de los huesos.
No es la de nuestras mentes.
Es completamente inútil,
es olvido.
Es un rumor constante.
¿Y si es un coágulo?
No. Es real.
Es cuestión de paciencia.
Es una suma de soniditos de todos los juegos.
Es el viento de allá
Es una caricia,
es Beatriz.
Es una suerte de tostada con frijoles, carne, jitomate, queso y lechuga,
Lo que le sobró de la noche anterior.
Testigo.
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Es como traducir a palabras
No es muscular sino un problema dentro del cráneo:
un anglicismo
Es decir,
es un tocino, a las cuatro de la mañana, sobre una sartén.
Es como si todos los desterrados de Nueva York se hubieran juntado en esa
casa clara
y allí nomás, estuviera su sitio preciso.
Un lugar al que nunca se acaba de llegar,
el ruido parejo del caucho sobre el asfalto,
una ventanita con una luz roja.
Un resplandor extraño:
como estar adentro de un bombillo encendido.
Es la imposibilidad de nombrarlo:
un cliché necesario y urgente materia de análisis.
Es más bien una intuición primitiva o poética.
Un zoológico humano, el instinto de conservación de la especie:
es suficiente razón para llorar
Es nuevo ¿no?
es como si fuera la última
Es todo…
¿Esto es un qué?
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Consuelo
Martínez-Reyes
(Puerto Rico)
La caída
Humpty Dumpty sat on a wall,
Humpty Dumpty had a great fall.
All the King’s horses, and all the King’s men
Couldn’t put Humpty together again!
Noviembre de 1989. Cae el muro de Berlín. Miro el
televisor y no entiendo. ¿No es el Muro de Berlín algo
así como la Muralla China? ¿Y cómo es que lo van a
derrumbar? ¿Y por qué? No sé. No sé. La verdad es
que no entiendo nada. Son las cinco de la tarde y, como
siempre, estoy sentada con papá viendo las noticias,
bueno, detrás de papá, porque ya anda perdiendo
la vista y se sienta justo en frente del televisor en
una silla de las del juego de comedor porque el sofá
queda muy lejos. Tengo ocho años y cada tarde, papá
me explica las noticias. Es como un traductor del
universo. Dice que así es como uno aprende sobre
el mundo. Papá solo llegó al cuarto grado de escuela
primaria. Me lo contó la vez aquella en que tuve que
llenar un formulario para la escuela. Esa vez, mamá
me contó también que ellos estaban divorciados. Nos
casamos por legalidades y y divorciado dos veces.
Nunca dejaron de vivir juntos. Bueno, aunque años
más tarde escuché que papá debió pasarse un par de
semanas en Miami, dizque con su hija, esa, la que vive
en Miami, porque mi madre le descubrió una amante,
que, seamos sinceros, probablemente también vivía
en Miami. Algunas versiones de esta historia decían
que ella vivía en Cuba y que era la mujer que le había
dado a papi su único hijo varón (de sangre, aclaraban).
Otras versiones discernían entre la amante de Miami
y la de Cuba. De lo poco consistente de esa historia
podemos asumir que a ese hijo varón lo criaba Píquere,
el hermano de papi que decidió quedarse en Cuba con
mis abuelos, porque el parecido entre papi y su hijo era
tanto que el esposo de la mujer se negó a criarlo.
En fin, que papi y yo nos sentamos a ver
la tele, cae el muro de Berlín, y sin que lleguen los
comerciales, sale Papi a sentarse en la escalera
que quedaba frente al balcón. Yo estoy perdida. No
entiendo. ¿Por qué cayó el Muro de Berlín? ¿Por qué
papi no espera a los comerciales y me explica? Tal vez
salió a fumar, pienso, aunque a él no le entran esas
desesperaciones, en especial, durante el noticiero
de las cinco. Los comerciales. Papi no entra así que
salgo. Sigue sentado en la escalera. Mami deja las
ollas, suelta todo para ir detrás de mí. Justo en la
puerta me dice déjalo, déjalo, así que me siento en
el balcón a mirarlo. Hay algunos diez pies entre mi
padre y yo. Esto es ridículo, pienso. Y no puedo ver
las noticias solita. Lo he intentado. No entiendo nada.
Papi no está fumando. Papi mira al vacío, al aire que
flota sobre las escaleras. Por esas mismas escaleras
salimos corriendo cuando papi comenzó a perder la
mente. Papi corría tras nosotros y casi cae escalera
abajo. Yo temblaba en lugar de llorar, temblaba de
manera incontrolable, como el caminar del viejo, que
no quería usar su bastón cuando salía de la casa.
Pero ese día el viejo no corría. Ese día el viejo estaba
inmóvil, sentado en la escalera.
Esto es ridículo. Me le acerco. Sale mi madre
“Sus ojos están como
quebrados, hay un brillo que
no es bonito, un brillo que no
se deja romper en lágrima.”
que me ve desde la ventana de la cocina y desde la
puerta de entrada me abre los ojos, imponente. No
me importa. Esto es ridículo. Me siento, sí, junto a mi
padre. Y ya no hay nada que mami pueda hacer para
detenerme. Pone su índice sobre los labios, y espero
a que se vaya. Tengo ocho años. Tengo ocho años
pero sé, pero entiendo. Algo pasa, algo grande está
pasando, y papá está preocupado. Papá no ha dicho
nada. Miro al vacío. Miro al vacío con él. Luego lo miro.
Sus ojos. Yo tengo los ojos de papá, y papá tiene los
míos. Sus ojos están como quebrados, hay un brillo
que no es bonito, un brillo que no se deja romper
en lágrima. Algo pasa, algo grande está pasando y
papá está preocupado. Papá está como vencido.
Papá nunca se da por vencido. ¿En qué piensas? Me
atrevo a preguntar, con todos los cojones que puede
uno haber desarrollado a los ocho años. En Cuba, me
contesta. Y siento ese Cuba como una bofetada de
entendimiento. Miro al vacío. Y entiendo. Entiendo la
clase de historia, entiendo de geografía, aprendo a
leer mapas en un segundo. Cuba no es otro pueblo
lejano de Puerto Rico. Cuba es otro país. Es una isla y
queda lejos, muy lejos. Hay un vacío muy grande entre
Cuba y Puerto Rico, una distancia establecida en el
mapa pero indeterminable en el aire, como ese vacío
sobre las escaleras. Porque en casa decimos ropa
vieja y frutabomba, pero más allá de las escaleras
decimos carne mechada y papaya. Intento calcular
con mi pobre sentir del pasar del tiempo cuándo fue la
última vez que papá fue a Cuba, y no recuerdo.
Diciembre de 1989. Cae nuestro lavamanos.
11
Cae nuestro padre sobre el lavamanos. Escuchamos
el estruendo desde la sala. No entiendo. ¿Por qué
está papá sobre nuestro lavamanos? Corren al
hospital y yo no duermo. Nos hemos quedado con tío
Gerardo, que nos acuesta a todos en esa cama de
agua infernal que se mueve hacia todas partes. Papá
inmóvil en las escaleras. Papá inconsciente sobre
el lavamanos. Y tanto movimiento en esta cama. Mi
hermano, mi hermana y yo, como por imitar a papá,
hacemos que nos damos por vencidos, y nos dejamos
hundir, conteniendo nuestras ganas de reventar la
cama. Esperamos irremediablemente a que papá
llegue, trayendo consigo la quietud. En la oscuridad
marítima de la cama de agua, pienso en papá mirando
hacia el vacío marítimo entre Cuba y Puerto Rico.
¿Se habrá tirado él solito sobre el lavamanos? Me
doy cuenta. Cuba, de nuevo, palabra mágica que
induce entendimiento. Éste no es el país de papá,
¿o sí? Él nos decía que Cuba también era nuestra,
y nos hablaba de ella, y de cómo, cuando fuéramos
grandes, nos iba a llevar a verla. Aprendimos la
nostalgia de ese modo, extrañando a Cuba con papá.
Quizás debería darle más de Puerto Rico, como él
me da de su Cuba, perdón, papá, de nuestra Cuba.
Decido que cuando regrese del hospital voy a hacer
cosas muy puertorriqueñas con él, y a decirle que
éste es su Puerto Rico también. Si no pudiera ver a
Puerto Rico por un tiempo, así, largo, indefinido, tal
vez también me tiraría sobre el lavamanos. Ese fue
su primer derrame cerebral. Sufrió tres dentro de un
periodo de dos años. Todo comenzó con la caída del
Muro de Berlín y terminó con la disolución de la Unión
Soviética.
***
Se cae. Se cae el Muro de Berlín y no hay
quien lo soporte. No hay quien lo soporte. Esto no
hay quien lo soporte. Nos caemos con él. Míranos
caer, hacer piruetas en un descenso indetenible.
Cae mi padre. Cae mi madre. Caemos nosotros tres.
Este conglomerado se ha roto, señoras y señores, o
bien digamos, está indispuesto, o temporeramente
desconectado. No pierdas la mente, papá, no, todavía,
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que tengo que preguntarte… porqué, porqué, porqué
es que nos importa a los cubanos si se cae el Muro de
Berlín. Me lanzo. Me lanzo contra el muro, el Muro de
Berlín, se cae, Berlín, se cae, en qué piensas, papá,
en Cuba, se cae, papá, se cae, en Cuba, papá, en el
lavamanos, se cae, con Cuba, y con el Muro de Berlín.
Caigamos todos.
Mamá fue la próxima en caer. Pero vayamos
lento, o tal vez, en retroceso. Primero, cae el Muro
de Berlín. Luego, cae papá sobre el lavamanos.
Entonces, papá regresa del hospital con el labio medio
torcido y no puede hablar igual. Su acento se vuelve
incomprensible. Su acento. Regresa Cuba como
puente invisible hacia el conocimiento. El modo en que
habla mi padre no es el modo en que hablan todos los
padres. Es el modo en que hablan todos los cubanos.
Y su acento cubano se ha afectado por la caída (¿la
del lavamanos o la del Muro de Berlín?). Como broma
cruel, el Muro de Berlín termina cayéndose sobre el
acento cubano de mi padre. Continuemos. Después,
papá comienza a perder noción de dónde deja las
cosas, o de dónde se deja a sí mismo. Y se va. Nos
deja, tal vez porque se le olvida en qué lugar nos habrá
puesto. En fin, que a sabiendas o no, se va. Saca un
boleto allí mismo, en el aeropuerto, mientras mamá
no puede supervisar lo que se le olvida y lo que no,
porque ahora que su esposo se ha hecho viejo tiene
que trabajar. Y con la energía de una mujer de a penas
treinta, mamá cuida de tres hijos y un esposo senil, y
trabaja por un sueldo mínimo, todo al mismo tiempo y
sin quejarse. Y papá con el cansancio de un hombre
de setenta años, llega al aeropuerto y compra un
boleto solo de ida, porque ha caído el Muro de Berlín.
q
Florencia
San Martín (Chile)
Autopista del Sol
(Fragmento)
Llevábamos horas frente a la bosca, Diego Santiago
y yo, tomando una botella de vino tinto. Él practicaba
un preludio de Bach en la guitarra acústica y yo leía, a
ratos dormía, y luego volvía al libro, o a ese living.
Y a ese living lo recuerdo en pedazos, porque
todo allí eran muestras de tipologías. Una arquitectura
del fragmento pensé, como si cada objeto representara
una diferencia. La capilla, así le decía Diego Santiago
a su casa, y también pagoda, quizás lo segundo por
la primacía de la madera, por la doble altura, por las
terrazas. Nos habíamos quedado en la capilla ese
invierno, Diego Santiago y yo, rodeados de sauces y
de perros, y los perros ladraban haciendo guardia a
los cuadros, a la casa, a ésa que era en sí misma un
mausoleo. Había pinturas al temple de otro tiempo,
tablas y arpilleras que pendían de las paredes, y esas
paredes eran de madera a veces, o de cemento, o de
ladrillo, o de otros materiales, quizás adobe, o acero.
Y más allá en las esquinas, desfilaban
telarañas y más vasos, y además una colección de
máquinas de escribir y luego libros, enciclopedias,
polvo, artefactos. Sentados en dos troncos mirando el
fuego, esperábamos que afuera se vaciara de autos,
allá, en las calles, donde imaginábamos un todo
despejado. Una copa más, la última, y nos detuvimos
Diego Santiago y yo en una arpillera. Se trataba de
una escena campesina, de animales, en la tarde. Un
paisaje naif, mejor expresivo: la exacerbación del color
desde el hilo en la tela. “¡Vieja de mierda, mas pesá
nó!” decía él como si se tratara de un parlamento,
como si cada vez que nos fijáramos en el bordado, el
guión reclamara sarcasmo e irreverencia.
Le dije que nos fuéramos, que eran las diez, y
entonces lavamos las copas y preparamos nuestros
bolsos. Manejaríamos por la tormenta abortando
la necesidad de la bocina, lejos de la semana, de la
capilla, y al otro lado del centro, de lo metropolitano.
Y llegaríamos de noche a ver a su padre a las Cruces,
Diego Santiago y yo, desafiando el invierno en su
escarabajo blanco. El huevo, así le decíamos al auto,
al Volkswagen de frenos malos, de parabrisas rotos y
vidrios quebrados.
Antes de salir puse cartón en las ventanas del
auto y luego cojines en los asientos para evitar los
resortes, los años, quizás los veinte del escarabajo
blanco. Diego Santiago arrancó el motor y entonces las
ruedas patinaron en el estacionamiento, y lo hicieron
dando vueltas sobre sí mismas abollando el suelo, el
barro. Y al mismo tiempo en que ese ruido se deshacía
en la noche, en la que hacía eco al invierno empapado,
el sonido de la lluvia se activaba como en sueños, en
el techo de zinc de la pagoda mojada. Comenzamos
el viaje en el escarabajo y lo hicimos callados, quizás
mareados por el vino, o por el silencio, su espacio. Y
yo llevaba seis botellas de Casillero del Diablo para su
padre, y además chocolates, aceitunas y los frutos del
país: el libro de mi abuelo, el que hacía un rato leía, un
poemario.
-¿Y cómo es? Le pregunté, de golpe, en el
desvío que daba la entrada a la Autopista del Sol. -Flaco, bajo, vestido entero de segunda mano,
del puerto de San Antonio según dice. No suelta su
libreta ni el discurso de Hamlet, y se pasea por la casa
escuchando las cuecas del tío Roberto, no las del tío
Lalo, ni las mías, nunca las mías, aunque sí cuando
toco las guachacas: El conventillo, El Chute Alberto. -Y con noventa y seis…
-Es que negocia con la muerte tomando ácido
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“Y llegaríamos de noche a ver a su
padre a las Cruces, Diego Santiago
y yo, desafiando el invierno en su
escarabajo blanco.”
ascórbico, a oscuras, cada día. Y luego de eso un jugo
de naranja y huevos benedict, a las once… le llama
brunch. Dice que lo aprendió de los gringos, que es lo
mejor de los gringos, y de esos años, en Nueva York.
El frío del invierno entraba por los pies y me
cubrí con la ropa que llevaba en el bolso. Una hora,
a veces dos, eso me había dicho Diego Santiago que
demoraba el viaje y llevábamos dos, y yo, que no me
ubicaba en esa autopista, desconocía por completo
las distancias. Siempre manejaba por la 5 norte, a otra
playa, a los Vilos, o más arriba, a Bahía Inglesa, a Punta
de Choros. Pero esa noche de invierno viajábamos
por la autopista del Sol, Diego Santiago y yo mientras
llovía, y cruzábamos frases de vez en cuando, sobre
mi abuelo, su tía, y además sobre el escarabajo, y las
arpilleras.
Una comisaría en la carretera hizo a Diego
Santiago acelerar por la izquierda, quizás disimulando
pensé, la revisión técnica del auto. Por primera vez
el marcador puso setenta, que para ese viaje era
bastante, y sentimos las grietas del camino que nos
hacían temblar junto a las piedras, a los huecos, a la
textura del cemento. Y unos metros más allá, que eran
cinco minutos o algo así, doblamos por un desvío que
nos llevaría hasta la costa, a la casa de las Cruces que
era de piedra y además de madera, y de los todos los
años en que se fue haciendo, esa casa, la de su padre.
q
15
Soledad
Marambio(Chile)
Tengo una cicatriz que abre un paréntesis al lado
izquierdo de mi boca. Mi lado izquierdo, el derecho
en el espejo. Cuando estoy cansada se hace más
nítida, más profunda, como si los trece puntos que me
pusieron a los tres años intentaran esconderse rostro
adentro. También se hace honda cuando sonrío, pero
en ese caso, en esa hondura, desparece, se camufla
con las demás líneas que acompañan mi risa y luego
se esfuman. O se esfumaban, porque ahora, con los
33 que tengo, ya algunas comienzan a quedarse.
Estaba sola en el patio de la casa que mis
papás habían comprado en La Reina cuando el perro
se me vino encima. Todos dicen que algo le debo
haber hecho. Nadie sabe qué. El perro me desgarró
parte de la mejilla izquierda y su boca encima de la
mía terminó el viaje en mi ceja derecha. Yo no me
acuerdo. Me lo han contado varias veces. He visto las
marcas por años. A veces las olvido, a veces las veo
de nuevo.
Después de que el perro me mordió mi nana
me escuchó quejarme o gritar, no sé bien. Lo que sí sé
es que salió al patio, vio una mancha de sangre donde
debía estar mi rostro, gritó y se desmayó. Siguiendo
el grito llegó mi madre que nos encontró a las dos en
el piso. El perro debe haber estado escondido en un
rincón.
“A ver, la niñita de allá atrás, la que sonríe
tanto, que pase a la pizarra”, me dijo la profesora de
matemáticas. Primera vez que nos hacía clases. Era
el terror del colegio. No respirábamos para que no
nos notara. No se sabía nuestros nombres todavía y
eligió a golpe de vista. Yo pensé que era imposible,
injusto, que cómo yo iba a estar sonriendo si estaba
muerta de miedo. Claro, con los años fui notando que
17
me río de muchas formas: me río de nervios, me río de
miedo, me río de contenta, me río de mí. Pero en ese
tiempo le eché la culpa a la marca junto a mi boca. La
pensé disfrazada de pliegue de sonrisa y la maldije
todo el camino hasta el pizarrón.
El primer recuerdo que tengo de ella –que es
también el primero a secas- es casi una alucinación.
Lo que pasó: mi madre llamó al vecino del frente,
quien nos subió a su auto y nos llevó a la clínica
Santa María. Mi versión: voy en el auto, escucho a
los grandes que hablan, veo los árboles de la calle
recortados contra un cielo rojizo, llego a un hospital
aparecido en la esquina de mi casa. Por años sentí la
presencia de ese hospital. Veía la casa de los vecinos
–no me acuerdo del apellido de la familia- y sentía que
el hospital estaba por ahí, en alguna parte, escondido
entre las paredes o debajo de la buganvilia morada.
El primer sueño vino después de la desaparición de
los espejos. No me dejaron verme la cara por varios
meses. Debe haber sido fácil, con menos de tres
años una no llega a la altura de los tocadores. Nunca
vi mi herida. Pero debe haber dolido y la debo haber
tocado. No la vi, pero la sabía y por eso pude soñarla.
Mi papá tenía una filmadora Súper 8 con la que
grababa todos los eventos familiares: cumpleaños,
paseos a la montaña, asados de fin de semana,
piscinazos colectivos. La máquina registraba sólo
imágenes. Era sorda, pero sí emitía un sonido, un
tracatrá tracatrá que acompañaba la proyección de
todas las cintas. Ese mismo ruido está en mi sueño.
Yo soy la protagonista y única actriz en la película que
proyecté esa noche. Yo la única espectadora también.
Aparezco con un chalequito celeste parada al borde
de una plaza enorme y vacía. Sin árboles, sin edificios,
una planicie de cemento que se curva hacia los
costados de la pantalla montada en mi cabeza. Sonrío
y toda mi sonrisa se tensa en la costra enorme que
cubre mi mejilla izquierda. Me acerco a la cámara –es
decir al borde del sueño, o a la pantalla, desde dentro
de ella- y con la mano derecha tomo una esquina de
la costra y la saco de un tirón, sin dejar de sonreír.
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q
desde las esquinas
por ahí vienen
sin tambores
ni postales previas
aparecen como quien muere
con la misma lógica inevitable
llegan
y traen canastos con frutas
libros
ropa vieja
me escondo en medio de la calle
-no tiene sentido correr por las veredas
como dije, vienen desde las cuatro esquinasme ven y dejan la seguridad de las aceras
me caen encima como lluvia
de pronto tengo un durazno en la mano
un libro sobre la cabeza
y el vestido que odiaba a los once años
el amarillo con líneas blancas
que traslucía mis pezones nuevitos
alguien me pone el collar que vendí a los quince
se me quedan mirando
otro me ajusta el flequillo como si tuviera trece
se me quedan mirando
uno comienza a cantar mi canción de siempre
se me quedan mirando
sacudo el libro de la cabeza
les grito
cómo van a pasar los autos con nosotros aquí
me miran como si fuera la primera vez
toman sus canastos
se pierden más allá de las esquinas
yo me siento en el borde de la calle
muerdo el durazno
mancho el vestido
Idalís García
Reyes (Puerto Rico)
gates entre bedford
y nostrand
*
he llegado aquí y no hay esquema. punta y talón. no
hay esquema. ¿y la escalera? no hay escalón para
tramar el tranvía. no quiero abrirle la puerta a nadie.
ésa es la problemática; estoy ocupada haciendo
pasteles de yautía. tengo que coser la ruta que traza
la costura de la cortina. durante la mañana miramos
a través de la ventana el azul celeste del cielo que
aquí nadie habita. los perros arrugados y grises del
atardecer piden socorro desde el viento achicado que
se mete por las rejillas. no quiero que nadie entre a
casa. ya para entonces vuelven a martillar la puerta
con las piernas. ¿quiénes? los otros, los negros,
los blancos, los amarillos y los azul mostaza. ¿qué
quieren, les pregunto?
ellos: que abras, que abra la puerta de abajo?
yo: no los entiendo (no los entiendo porque no me da
la gana) take it easy, les digo.
y cierro la puerta.
ellos, tienen frío, el gas, la puerta. abajo, abajo. abre.
hambre, abre, agua caliente, abajo, abre.
yo: digo, no. no me duele. ya nada duele.
yo: el discurso del ego narcisismo entra en el
panorama. quiero ir a casa. a encerrarme, a buscar
el eje, el karma y el joyero que dejé sepultado en mi
tierra. el baúl de venus. concéntrica, ni en alas, ni
en sombra, ni en prosa despoetizada. contenta con
el término logro despreocuparme de la realidad de
afuera. mi problema no es la soledad, es la insistencia
de retraer de los espacio la soltura de lo externo.
que impertinencia. nunca, creo que nunca había sido
tan cruel con el de afuera. si al menos tuvieran en la
piel la mancha de plátano, quizás así, quizás abriría
la puerta. pero no, no son de los míos, me sorprendo
de a poco. quizás tampoco sea parte de los míos.
de nadie. miro el reloj desde el escritorio, la hora se
aproxima. el tiempo de la entrega, de la espera y de
la aprobación. sirve o no sirve. al menos desde esta
punta de la esquina no dependía de la aceptación de
afuera. es el absoluto un performance, depósito sin
devolución retroactiva.
sigo hilvanando. busco café en la nevera y pelo las
cebollas, lo mezclo todo con leche condensada, la
evaporada se acabó. luego, fumo un cigarrillo y me
visto. salgo a comprar pepper spray, con eso morirán
los rajieros. los chinos me venden cigarrillos falsos.
regreso, ahí están los intrusos. golpean la puerta, abro
y les riego el líquido en spray como agua bendita para
el bautizado. le ofrezco un cigarrillo chino para que se
marchen.
ellos: me dicen a defensa: el gas, abre.
yo: les ofrezco tres pasitos con una cerveza y vuelvo a
poner entremedio el panel que impide el paso.
*
*“La tierra ta’ lejos”.
Nannete Rivera Maldonado
lejos aun como el verde que se aleja. se clarea el sol y
se hace ceniza. y somos distancia de auroras fatídicas.
la tierra ta’ lejos. siempre lo ha estado. somos simple
cercanía. nos hacemos la excusa de bebernos a Baco,
mínimo,
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tres veces al día.
hay que inhalar desde la superficie todo lo que es de
succión. Todo para hacernos de tierra. para terminar
polvo, para terminar-nos hechos un polvo.
*
Ayer agarré un taxi para llegar a casa, al hospedaje
de dos. durante el camino le pregunto al taxista
cuánto es (dinero), y me contesta: son siete dólares.
cortadamente susurro como quien no quiere la cosa,
hoy ha llovido mucho. tengo los pies mojados pero no
lo digo. él, asertivamente me dice que la lluvia limpia
las calles. le contesto que sí, pero no digo nada más.
pienso: limpia las calles de los negros puercos y de los
rusos apestosos. limpia las aceras de la basura que
no se deposita al zafacón.
el taxista me pregunta que si tengo cambio, pensaba
pagar con billete de 20 dólares y rebuscando en mi
bolso encuentro cinco dólares sueltos, se lo comento,
esto no le resulta ningún problema. acepta el dinero
de menos, le doy las gracias y ya al frente del edificio
me despido del hombre con olor a fragancia barata
de una tiendita kitch. después de bajarme del carro
dejo de escuchar la música roots jamaiquina. con la
impresión sudorosa de aire templado resbalo en un
bache congelado de la carretera. al menos no me
caigo. al menos, no esta vez.
en la casa me percato que no tengo ya cigarrillos. me
había deshecho de la ropa y de las plumas, nuevamente
tengo que re-vestirme del disfraz de papa compacta
para salir al market de la esquina. allí el cajero es un
hombre indiscutiblemente musulmán, lo supuse por
la lengua que salió de su boca, el lenguaje. le pido
una cajetilla marlboro regular. observando mi entorno
veo diferentes personas entrando y saliendo del lugar,
el empleado tenía una servilleta arrugada blanca con
varias manchas de sangre que se iba sacando de la
nariz. con la misma mano me da la cajetilla y casi
siento su roce en mi piel. le pago y salgo.
asco, eso sentí al salir.
en el cruce de la carretera están los guardias haciendo
turno en el punto de espera.
*
él llega a la 1:32 de la madrugada, me saluda mirándome
levemente a los ojos. opaco, como si tuviese otro
asunto martillando en la cabeza, en el hemisferio
derecho. observo claramente su idea centrífuga
porque le conozco igual que cuando se le introduce
a uno, la paja en el ojo izquierdo. está como piel de
gallina acabada de salir del refrigerio. se desprende
el coat del tronco del cuerpo y baja corriendo las
escaleras. busca la libreta de teléfono (esto lo intuyo
cuando lo escucho hablar). sube corriendo y se vuelve
a vestir, me dice: vuelvo en un segundo.
¿a dónde vas? al market a comprar jugo. yo me hecho
a reír, en la nevera había jugo de china, de uva y de
remolacha, queda algo de ginseng y de manzana
concord. regresa y en mano sostenía un tabaco marca
cuchitril para celebrar el nacimiento del hijo de su
hermana. claro, sí claro.
después de todo es una falsa, una falsa como este
giratorio nuebayol deambulante. como los que se
ven a medias. como el pote de aserrín y su canción.
se me traspasa el gatito fantasma por las piernas,
ronroneando pidiendo una galleta. miro al suelo, y
debajo de mi escritorio quedan unas botas muertas
del calor. mientras, siento el punta talón en las arterias,
me hace el recuento de su historia, lo escucho.
cuatro o cinco horas (no está mal)
un niño que crece con las vísceras en la garganta.
que se queda ausente de infancia. se le paralizan
las piernas cuando intenta buscar el descanso en su
patria. por eso se fue. se fue de la isla porque allí no
tenía a nadie. quizás uno o dos. estaba enfermo, con
sed y a secas. enfermo de papaya y de la flor. de celos
y de nostalgia. de aburrirse con las cucarachas. de
meterse en polvo de concreto. enfermo de la osadía
de pertenecerse en material. entonces, se hastió.
dice que se hastió, de ganar poco dinero, de ingerir
alcohol tres veces al día. y como de edecán de los
papelitos para la venta del punto de los guardias. se le
excedieron así los intentos de buscar un padre que le
hiciera compañía.
así que quedé yo en su divisa, lejos pero allí. entonces,
recordó buscarme para su enfermedad. para eso. yo
me sentí vacuna. ahora, el tiempo ha pasado y su
voz diciéndome en manera de conclusión, prefiero
sentirme solo con uno que otro vicio de sequedad.
solo con todo y torpeza.
*
no quería encontrarme con él. involuntariamente. verlo,
lo menos posible, pero, con más escasa continuidad.
divisarlo desde la gota de sal fría de otoño con
hojas violetas, de color mostaza. socorrerlo con las
direcciones inalcanzables nuyorquinas, insolubles.
¿para qué?
bueno, para deshacerse de las posibilidades
funcionales de la brújula, que se da indiscutible para
quien la sabe obtener. creo que poseo la extraña
necesidad de leerla al revés. el sur no es otra cosa que
un lugar sin nombre, y así sucesivamente lo son los
demás puntos cardinales. frío. entra por la enredadera
de los alcantarillados. frío de todos los días.
*
“...tomarle el pulso a la humanidad”.
Abdiel D. Segarra Ríos
escribo todo el tiempo. empiezo desde adentro.
desde esa zona indivisible del cuerpo. desde la herida
de todos nosotros. desde la casa de la letra. escribo
todo el tiempo, aunque no lo diga. aunque desde el
hablar nos quedamos mudos. Hasta querer hablar a
nadie. escribo todo el tiempo y el otro, el intruso (el
cuerpo). entra la mano sin mí y debo desapropiarme
de, de cuerpo, mí, no soy la que escribe. me leo, sin
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ser. no escribo yo.
escribe un subalterno que me invade los pies.
llevado a una zona en donde mi cuerpo no precisa de
la necesidad taciturna de abastecerme.
*
me levanté enfermo, con dolor dentro de la piel.
parecía que la luz del día en cantidades diminutas
aquejaba en el centro del encéfalo y no me dejaba
asomarme por las rendijas del espacio por donde
entraba la luz. me desplacé hasta el baño para darme
cuenta que el grifo del agua no tenía nada de presión.
la poca agua que disparaba de la tubería bajaba con
olor a nieve. levemente me mojaba los dedos, para
luego humedecer mi frente, el agua caía sobre mis
labios; lo que inmediatamente me hizo recordar la
noche de anoche. bueno, al parecer despedí la noche
con un hombre que tenía la misma obsesión que
yo, de ver los vasos de cristal desde cierto punto en
donde un destello arco iris disparaba de sí. en eso nos
entretuvimos gran parte de la noche.
gracias por las páginas en blanco.
q
Lugares
para estar
en el transcurso nos fumamos 10 cigarrillos, y la cuenta
perfecta se debe a que compartimos la misma caja
durante esas horas. 12 segundos antes de que fuera
la media noche nos atragantamos de uvas negras,
sin pepas.
después, brindamos con una copa de algún vino
merlot que quedaba junto a la mesa de recepción.
ahora que recuerdo todo esto, recompenso el dolor a
viejo que se me ha metido desde que me siento así.
con pocas fuerzas, débil por la falta de deseo. con
un cansancio que me agota el intento de levantarme
todas las mañanas. pienso que es la falta de vitaminas
y de los suplementos dietéticas que solía tomar para
esta época del año. no es para menos. tengo más
de cuatro meses con el pago de la luz atrasado. el
servicio de teléfono e internet me lo cortaron hace
dos semanas. y creo, que no haré ningún intento por
volver a obtenerlo.
hace ya algún tiempo que me levanto y me acuesto
con la duda y las deudas al costado. creo, a veces
creo, que la distancia y que el distanciamiento me ha
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¿Cuál es el apellido de Adán y Eva? Esa es la voz que me
susurra, la retórica. La huelga permanece a la distancia.
Desde acá, la gente viene tras de mí. Desde la acera
alguien llama. contesto: no. Que permanezca distante.
No soporto que llame. No tengo nombre. Al fin y al cabo
no tengo apellido. Preguntas, insistes. Tengo, tengo a
Petra y a Claudia, a Maritere y a Azucena. No creo, no lo
diré. No vi mi nombre. Ya en la tarde, habré olvidado el
tiempo. A veces, es mejor des-memorizar.
Llama: me dice expósito. Cuelga.
Escuché el quiebre de las bocinas. Busco
asiento para encontrarme enclaustrada. Abro tres
puertas diferentes y ninguna funciona. ¿Cómo he de
salir? Pido un número, un boleto, un pasaje para la
salida. Allá, no hay puerta. Una ventana, dos. Miro ahora
y después. Siguen afuera, me esperan. Intenta decir
algo, y susurro con timidez: no. Hasta cuándo tendré
que soportar las salidas de incomodidad. No miren. No
tengo apellido. Crucigrama; me piden el periódico, es en
japonés, contesto.
Duermevelas, un, dos, el café. No hay nada
de comer. La cena no está servida, los apóstoles han
salido. Busco entre los papeles las noticias. Desde el
diario cibernético, desde la radio, llamadas familiares
y amigos. ¿Y la huelga? ¿El paro nacional? Receso
académico, el país se va a la quiebra, crisis económica.
Distancia, distancia… ¿Y qué me incumbe? A mí nada.
No es tu problema. Te has ido, ida. No es de menos.
¿Qué iba hacer? ¿Quedarme en casa? El rico tiene más,
siempre ha sido así. Tiene sirviente, ama de llaves, lujo y
chabacanería. ¿Para qué entonces luchar? ¿Con manos
y piernas? No, no voy a caminar por allí, volar, volar a
la isla, no. Imposible. La última vez que partí, tuve que
hacer trizas con el cielo, de un re-morir por ida. Renacer
con las nubes, lunas menguantes. Sólo es una distancia,
al fin de cuentas es muy poco, de tiempo entre aquí y
allá. En el cielo, morí viví.
Apuesto a que hay un asunto endeble en la
libertad. Quieren debilitar la educación y la posibilidad
de enriquecimiento social. La forma de tener un pueblo
esclavizado se logra cuando se usa la historia como plato
de tercera mesa, como plato de tercer mundo. Nos dan
una realidad ajena. La educación es un derecho. ¿Por
qué ida? Salí, de casa con el pretexto de crecer un poco,
crecimiento a sus anchas, de gordura. Me he comido
la gran manzana con sus gusanos y sus pecados. Me
he llenado la panza de gula y de placeres. He comido
camarones con petróleo, con aceite de caballo y con
tuercas de las vías subterráneas deshechas en el mar.
He dicho ya mil veces que hay algo de soledad que
atormenta, pero que forma. engulle, y atraganta. Tanta
ciudad, indigesta.
A cada tres líneas busco distracción. ¿Por qué
escogí escribir? Repaso la lista en donde he dejado
los apuntes de los requisitos literarios. Ficción, no
ficción, leer en voz baja y alta. Leo, leo palabra a
palabra. ¿realidad o invención? Acaso la literatura no es
ficcionalizar de lo que se escribe (de lo que se lee) es
pura perspectiva imaginaria.
Una taza de café, señora. Ama de casa, ama
de casa. No recuerdo cómo se le habla a las mujeres
que se tiene en la casa para limpiar y para mantener
el orden doméstico. Señora, señora un cafecito. Se ha
acabo el tiempo, eso dicen. Un cafecito le he pedido.
Espero, espero, ella no llega. No tengo ama de casa,
nunca la he tenido. No tengo sortija, ni trajes; quizás,
dos o tres carteras tejidas que en el pasar citadino se
van rompiendo y así, pierdo las llaves, como también
el pote de pepper spray que siempre llevo conmigo.
Aún hace frío, pienso en el calor y en la huelga que dejé
pasar. He dejado el calor de la isla, el sudor entre las
tetas y las gotas bajándome por el ombligo. Aquí tengo
la isla metía en el pecho y me revienta, estar, acá tan
distante, lejos de casa. Haciendo planes sociales con
este alejamiento de entes que leen y des-leen.
Es así, que de tanto conformismo tendremos
que darle el pezón a un tanque de carro. distanciarnos
de casa para ver la casa con otro tipo de detenimiento.
Revolución para mi casa. ¿La familia es un privilegio? ¿La
familia es un derecho? ¿La educación es un privilegio?
Salí de una casa con una formación basada en valores y
de creencias básicas de lucha. Pero todo parece hacer
una reversa.
“El que es elegido príncipe con el favor popular
debe conservar al pueblo como amigo”. Nicolás
Maquiávelo
Nuestro príncipe gobernador no está trabajando.
Primero dice que la educación es un privilegio cuando
es asunto legítimo para el pueblo. Si sólo el rico es quien
se enriquece y el pobre se empobrece.
¿En dónde queda el límite del amigo y del
enemigo?
El absurdo: el pueblo de Puerto Rico, como una
motora que carga un cuerpo muerto. Así apareció en
las noticias lo siguiente, muere un joven de 22 años y
su última petición a sus padres fue la siguiente, que lo
velaran trepado en su motora roja y negra marca Honda.
Lo más impresionante del asunto eran las fotos que
salieron en el periódico. El cuerpo exangüe, estirado,
tieso, parecido a las gomas de la motora. Por una
parte, la presunta muerte se debe a cuatro tiros que le
hicieron durante la noche. Sólo se dice que el joven era
mensajero. Que vivía en la calle y para la calle; vecino
de Barrio Obrero en Santurce. Pues obviamente, hay
que trabajar en la calle cuando no existe una educación
de derecho y más, cuando dejan desempleados a más
17,000 trabajadores públicos.
Al fin y al cabo, ¿qué se hace con todo esto?
Nada, seguir conforme, hacernos los desmemorizados
haciendo huelgas y más huelgas. Luego de esto no
sucede nada más. En mi isla todo es olvido. Un olvido
de muerto.
Es tiempo de alejarme del asunto y del santo,
hacer las tareas que sí me pertenecen. Mascullo. Otro
café, señorita, sí, otro café. Cuando le sea posible,
necesito que realice un mandato al supermercado, debo
seguir escribiendo. Pero, aquí, ya no hay nada de comer,
o bueno, mejor dicho, necesito varias cosas para la
alacena. Vaya cuando pueda y me trae unas cebollitas,
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unos pimientos, ajos, papas. Sí, sí, quiero unas papas
para asar, tienen que ser de las pequeñitas violetas, las
rosadas. ¡Vaya, gracias!
Es así como volteo la cabeza para asegurarme
que no estoy inventando personajes, ni voces. Clickeo
save al documento; me visto ya de menos ropa para
salir y hacer aquellas cosas que nadie puede hacer por
mí. Antes, tengo que pasear a Cuca, a mi perrita de
seis meses, es así como me encuentro al hombre más
indeseable de mi vida nuyorquina. Se llama Jerome,
es el super del edificio, por su apariencia y su dialecto
del inglés asumo que es jamaiquino. Él, siempre muy
desaliñado, tiene olor a cobre, el cual percibo desde
antes de tenerlo en mi presencia. Siempre tiene la
misma ropa, una camisa blanca con líneas rojas y un
mahón con el zipper abierto; de vez en cuando sale al
frente del apartamento a fumar cigarrillos. Nunca lo
miro, ni le sonrío, pero siempre está ahí. Caminando
con mi niña recibo un comentario de él, ya la perra está
grande, y le contesto cortadamente: sí. Y lo sigo. Ya
cuando estoy de regreso él con su voz ensordecedora
me llama y reclama muy ordinariamente por el sucio
que Cuca realizó, según él, en la entrada. No hago más
que quedarme inmóvil, me hago la desentendida, le
digo que no hablo inglés, que no entiendo, que mi niña
no hace sus necesidades ahí, en ningún lugar cerca
del edificio. Pero él con su voz enfurecida me reclama
que no va a limpiar excrementos de ningún animal.
Desde muy distante me acerco al sótano, él me exige
que mire la plasta tirada en el pasillo. Quería dispararle
con una trulla de expresiones que en el momento me
fue imposible, como siempre pasa que el coraje y la
impresión me deja coartada de las palabras correctas
para dejar saber lo que siento a los demás. Me persigue.
¿De qué habla? Probablemente fue él mismo quien se
cagó en la entrada del edificio, imagino que ni papel de
inodoro tiene y que su casa tiene que ser el vertedero
más próximo a Brooklyn. Llena de furia lo ignoro y sigo
caminando. Dejo a Cuca dentro de su cuarto y me voy
a la ferretería más cercana para cambiar la cerradura
de todas las puertas y para suplirme de otro pote de
pepper spray, no quiero que la gente siga acercándose
a mí, y menos si tienen peste a cobre. También pensé
llamar a la policía o al 311, al owner del edificio para
demostrarle que yo no era ninguna idiota y que sabía
defenderme auque no tuviese a mi favor el lenguaje del
atraganta’o.
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Ya ahora, cada vez que lo veo salir de su
departamento y pararse frente a mi ventana para
fumarse el cigarrillo, cierro automáticamente las
cortinas. Recuerdo ahora que aquel día olvidé la visita al
supermercado y también la cena que quería hacer.
Me di un baño, escuché música durante el
anochecer, mientras tanto, seguí buscando alguna
información acerca del apellido de Adán y Eva; sobre la
huelga, la universidad, la recesión, sobre mis compañeros
y sobre todos los muertos de los clasificados del
periódico. Llamé a casa, y dije que quería volver, que
necesitaba volver a pisar la tierra firme de mi hogar.
Margarita Larios
(México)
Betta splendens
Planteamiento
Amanecía. Nirán, solo como siempre,
admiraba por última vez las estrellas. Durante el día
las extrañaba; buscaba reproducirlas fijando la mirada
al sol y cerrando después los ojos muy fuerte: tras
la cortina negra de sus párpados, miles de destellos
navegaban momentáneamente. Cuando se había
cansado de hacer esto, divagaba por el cosmos
hasta encontrar una nueva galaxia con nuevos astros:
algo más que mirar. Su condición era siempre la de
observar, pues por más que cerrase los ojos, nunca
había conciliado el sueño.
Por las noches las estrellas eran su compañía.
Aliviaba su ocio milenario escrutando el rojo
intermitente de unas y los pequeños saltos inquietos
de otras. Sus favoritas, sin embargo, eran aquellas
que no se veían a simple vista. Esas diminutas que al
contemplar directamente no lograba delinear; de las
que para poder ver hay que mirar hacia otro lado.
Así pasaban los días y las noches de Nirán:
flotando expandido, contemplando crepúsculos
y estrellas, auroras y astros… Hasta el día en que
chocó con la Luna. Miró tras de sí y ahí estaba ella:
tiziana y maternal. Nunca la había visto en sus paseos
siderales, pero su sola aparición le produjo un sosiego
que hasta entonce le era desconocido. Ella se dejó
mirar. Permitió que él se asomara a sus cráteres y
hasta admitió que acariciara su conejo. Después, sin
más, siguió su camino. Él, desde un dulce y redondo
estupor, la vio partir.
Al nuevo amanecer, Nirán por primera vez
despertó. En su primera y confusa transición a la
vigilia, trataba de dilucidar lo que había ocurrido,
y al mirar su cuerpo, se sorprendió al notar que de
sus poros minúsculos puntos se iban reventando
en luz a cada instante: uno tras otro. Desesperado,
buscaba a la Luna para conseguir una respuesta a lo
que le sucedía. Para cuando llegó la noche, su cuerpo
resplandecía entero y el cansancio lo iba sumiendo
en el más profundo sueño. Luego su piel comenzó a
endurecerse y cuartearse. Trozo a trozo, partes suyas
fueron cayendo sobre ese planeta que giraba siempre
buscando al sol.
Hipótesis
Espuma fina surgió sobre las aguas. Pasaron
las horas, los días, los años… el tiempo. Así, tras un
par de siglos y tantísimos ciclos de lluvia, el río se
evaporó. En el sitio donde solía fluir su canal y a la
vista de Nirán, de la tierra apenas húmeda se formaron
Som y Lalana. Su piel era blanca, como la de la Luna,
y su cabello era del color de los párpados cerrados de
Nirán. Cuando Lalana abrió sus somnolientos ojos vio
las estrellas reflejadas en el agua. Som, en cambio,
vio a la Luna. Por un momento yacieron así: inmóviles,
mirando lo oscuro y conociendo la soledad.
Lalana no esperó y al ver sus pies quiso
pararse en ellos. No obstante, cuando buscó
apoyarse en el fango de la orilla, sintió un tremendo
peso impidiéndoselo. Lo intentó por segunda vez y ahí
mismo, sin siquiera esperarlo, escuchó el suplicante
gemido de Som. Quiso volverse para encararlo, pero
fue imposible. Solamente alcanzaba a distinguir el
contorno de aquel rostro tan próximo al suyo. Som,
inquieto, buscaba también los ojos de Lalana, pero lo
26
“En el sitio donde solía fluir
su canal y a la vista de Nirán,
de la tierra apenas húmeda se
formaron Som y Lalana”
único que pudo ver fue el final de sus piernas dobladas.
En repetidas ocasiones ambos quisieron correr hacia
lados opuestos. Cada vez, alguno terminaba en el
piso con el otro, como siempre, a cuestas.
Lucharon hasta quedarse dormidos. Así
permanecieron hasta el mediodía; recostados, el uno
pegado al otro y mirando hacia el lado opuesto. Por
fin, Som tuvo una idea. Combatiendo la resistencia
de Lalana, enganchó con su brazo derecho el de
ella y con el izquierdo comenzó a impulsarse desde
el suelo. Los nuevos intentos no resultaron mucho
más exitosos que los primeros arrebatos, pero tras
varios, supieron mantener el equilibrio y levantarse
juntos. Una vez más desearon mirarse. Él vio la piel
oscurecida del perfil de Lalana contra el sol que huía y
ella, la Luna tras la nariz de Som.
Por la noche practicaron caminar juntos.
Primero, Lalana adoptó el modo del pequeño sol
patudo que rondaba por las rocas de la orilla, hacia
el lado. Pero cuando ella movía la pierna izquierda,
Som usaba la derecha. De nuevo abatidos, cayeron
tras incontables experimentos malogrados. Ofuscada,
Lalana sintió el flujo de su cuerpo arderle en los ojos.
Som tomó su mano mientras ella lloraba y hasta que
los dos volvieron a hundirse en el sopor nocturno.
Al filtrarse el resplandor entre sus pestañas,
Lalana sacudió levemente su cuerpo para despertar a
Som. Él primero se quejó y después abrió los ojos. Se
pasó la mano por la cabeza y, al deslizarse más allá,
sintió el cabello de Lalana: liso, largo, grueso. Ella,
buscando zafarse de las manos de Som, tropezó con
el pelo de él y continuó hasta tocar su rostro. Sintió
27
Erosión
Ellos salen del agua. Nos quedamos a buscar peces.
En el agua tibia. Hincados en la arena lodazal nos
quedamos. Nos mecemos. Como algas veletas suaves,
en la marea baja de esta playa. No es la de nuestras
mentes. Nos acordamos de vigilar a ratos. De tomarle
las riendas a los rostros. Y luego entonces nos
reaparece el olvido del cuerpo. Fingimos hacernos reír,
refrescarnos la cara, recibir el sol, no estar siquiera en
esta playa. Y aún, de los ojos no podemos deshacernos.
Sólo una mano permanece secreta. Inmersa. Con
cada movimiento granos de arena se van separando,
esparciéndose alrededor de nuestros cuerpos como
una explosión de partículas que sólo se ve a contra luz.
Aprieta la garganta y al pestañear tarda un instante más
en abrir los ojos. Lento y las espaldas erectas. Que nos
miren. No estamos. No cierres los ojos. No cierro los
ojos. Todo el aire atrapado dentro del pecho. No sale
ni entra en ese momento. No nos miran. Nuestra mano,
cada una, emerge resbalosa como pez coartada. No
pueden distinguirse las sonrisas de lejos.
Miran. Inflamados sexos engrosados de sangre corrió
púrpura junta toda. Grasoso sexo mano dedo saca sale
húmedo. Las uñas mucosa líquido por debajo y manteca
que empañan un cristal. Recorrerán los pelos de las
piernas la pelvis la espalda negros y gruesos. Negro.
Desgarrarán carne y las abrirán en rojo. Restragada
rechinazos. Jala pelo del cabello. Pela el diente.
Enseñarán las muelas campana y lengua. Contenidos
ocres de las bocas. Que huelen. A veces dulce con sal.
Pastosa de la lengua con gránulos blancos surcadas.
Cebo brillando y oliendo. Urraca tetas chupetea pezones.
Mordisquean lo que convergen las venas verdes. Las
nalgas expandidas lechosas escurridas. Irregulares
huecos a los lados muslos. Abertura en que acaban
la espalda y abajo el miembro oscurecido distendido
venoso encima de la bolsa aguada y más pelos. Vueltas
nerviosas la lengua contra la capucha reluciente
pequeña nerviosa amoniando la nariz entrando en el
pasaje. Entrando todo en la fosas y se pone la cabeza
hasta tocarse la garganta que se quiso cerrará. Lo
agrio de las babas en la carne como ácido base. Huele,
28
huele. Hilos de babas. Pelo en la lengua en el labio en
la garganta. Se los tragaron. Lloran jadearon bufan. Las
nalgas se abrirán y los orificios oscuros palpitantes.
Exuda escurre. Tallón por dentro. Desperadas asen las
piernas los pies en la espalda ganchos. Oscuro el olor
redondo duro la axila. Sacamete el dedo y agarrara las
bola masajeado. Aprietan las les dolió. Absorbiendo.
Palpita. Empuja le chocan contra el cuerpo. Los cuerpos.
Puja aprieta. Aprieta. Aprieta. Suelta. Se suelta pega.
Pega. Y derrama. Miran y siempre:
Al final serán templos de arena que el viento
erosiona. De la piedra se desprenderán las formas.
Las facciones se desgastarán y revelarán siluetas
engrosadas, la perfección en fuga. Ellos verán para
memorizar y escucharán para recordar. Olvidarán
rostros y aprenderán nombres. Fijarán la esencia en la
remembranza y ya nunca más dejarán de alimentarla.
Llegarán hasta adentro y demolerán así el resplandor del
primer placer original. Y sólo entonces habrán acabado.
“Fingimos hacernos reír,
refrescarnos la cara, recibir el sol,
no estar siquiera en esta playa.”
primero las líneas de su frente, sus cejas duras y
pestañas suaves, su nariz recta y pequeña y después,
sus labios delgados. Som también quiso acariciarla:
rozó la suavidad de sus pómulos, el relieve de su boca
y los túneles de una oreja. Después paseó los dedos
por el cuello y la garganta. Lalana deambulaba ya por
los brazos. Sus manos confundidas se deslizaban
para reconocerse. Som examinaba los pequeños
pechos de Lalana mientras ella pasaba del vientre y
se enredaba ya en el pubis.
Tras largo rato de explorarse y después
descansar, quisieron caminar de nuevo. Som,
atrayendo el cuerpo de Lalana en su dirección, quiso
avanzar hacia su sentido. Ella resbaló, pero él alcanzó
a librarles la caída. Un nuevo intento: los talones de
ella chocaron con las piernas de él. Sin embargo, luego
de un rato lograron avanzar diez pasos. Al onceavo
perdieron el equilibrio, pero la caída ya no fue fracaso,
sino agitada recompensa. La noche llegó de nuevo y
ambos durmieron exhaustos.
Experimentación
Lalana despertó al sentir su cuerpo siendo
arrastrado. Molesta, se concentró en hacerse pesada
y gruñir al siguiente movimiento de Som. Él giró
bruscamente para que ella pudiera ver lo que él:
justo enfrente, un pájaro picoteaba un pequeño fruto.
Juntos comenzaron a reptar hasta el ave, pero ésta
voló veloz. Tras ensayar el método, Som y Lalana
alcanzaron finalmente el punto en que el pájaro se
alimentaba. Ella pellizcó la fruta hasta que él se
atrevió a tomarla en sus manos: la analizó, la olió y
sin esperar más, le pasó la lengua. La sensación en
su boca le urgió a repetir la operación. La chupó otra
vez y luego la mordió. Lalana escuchaba intrigada
los crujidos que los dientes producían al machacar.
Cuando empezaba a especular, la mano de Som le
ofreció un pedazo de su extraño descubrimiento. El
procedimiento fue básicamente el mismo: Lalana
comió su trozo. Queriendo repetir el hallazgo, pasaron
el día entero saboreando su alrededor. Con las yemas
humedecidas probaron la tierra; una a una masticaron
hojas de todas las plantas; mascullaron pedazos de
corteza y lamieron algunas rocas.
En su búsqueda llegaron nuevamente hasta la
orilla del río. Lalana quiso extraer algo diferente para
degustar. Al intentarlo, su peso arrastró también el de
Som y cayeron al agua. Unos momentos más tarde,
habiendo superado el sobresalto y el dolor en el pecho,
encontraron en aquel caudal la comodidad de una
gravedad más suave. Sacudida por la dócil corriente,
Lalana sentía de nuevo el pecho lleno de aire. Som
sonreía. En ese instante, ella pudo por primera vez
ver reflejado el rostro de él. Aunque trémula y difusa,
la imagen que tanto había esperado le produjo un
impulso eléctrico que se le grabó en alguna parte.
Salir del arroyo fue mucho más difícil que entrar
en él. Som, clavaba los dedos en el fango usó todas
sus fuerzas, mientras Lalana procuraba empujarse
desde el suelo con la punta de los dedos de los pies.
Un agudo dolor le arrancó a él un quejido. Ya en la
tierra, pudo ver la garra enterrada en su palma. La
extrajo con un nuevo gemido y la sangre fluyó. Lalana
no supo qué sucedía. Solamente sintió el peso del
cuerpo de Som atraído a la tierra.
Al volver a la conciencia con los dedos de
Lalana revueltos en su cabello, Som halló la oscurecida
uña corva a su lado. Cuando la tomó para estudiarla,
se topó con su fatídico filo, con la cualidad divisoria
de la zarpa. Perdido entre las preguntas, añoró las
posibilidades que le evocó el artefacto.
Teoría
Transcurren tres días y dos noches infinitas.
Som elucubra y planea. Teme mientras espera. Al
llegar el tercer ocaso, ha reunido el valor necesario
y aguarda a que Lalana sea presa del sueño. Por
fin sucede y mientras la Luna es testigo, de un tajo
desgarra la piel que los une. Con un solo alarido
que retumba seco en la noche, se separan. En ese
momento, ambos se pierden en lugar sin tiempo y sin
espacio.
Empezando a sentir el tiránico dolor en su
espalda, Som despierta. Al moverse para verificar su
29
sospecha, no siente más el peso a cuestas. Frenético
intenta alcanzar la herida en su espalda y al lograrlo
pega otro grito. Desconcertado se pone de pie y
encuentra la consecuencia: Lalana yace sobre la
tierra. Se acerca y mira su rostro de tono azulado. La
sacude. Ella nunca se mueve más.
Noches de preguntar al firmamento no traen
respuesta a Som, ni siquiera le traen el sueño. La vigilia
se perpetua y Som, leve, no soporta más. Decide ir
al río con la otra mitad de su cuerpo en brazos. Se
zambulle: espera con los ojos, la nariz y la boca
abiertos. Viene por fin el sueño y todo desaparece.
Únicamente queda la piel de un solo cuerpo que
brillante se diluye en infinitos resplandores del color
de las estrellas.
Ley
Los hábitos de conducta del pez beta le han
valido su apodo: luchador de Siam. Enfrentado a otro
macho de su especie –incluso a su propio reflejo–,
este espécimen se prepara para el combate, mismo
que en la mayoría de las ocasiones termina con la
muerte del contrincante.
De la familia Osphronemidae, proviene del
litoral de Asia del sureste. Además de la variedad de
sus colores y la belleza de su cauda, el pez siamés se
ha convertido en una de las especies favoritas para
los acuarios caseros al no requerir de condiciones
especializadas debido a su capacidad de salir a
respirar a la superficie.
Su método de reproducción, aunque no ha
sido descifrado por completo, se sabe consiste en
que el macho abrace fuertemente con sus aletas
pectorales a la hembra hasta que ésta desove lo
huevos que serán fertilizados.
q
30
Karen (Puerto
Sevilla
Rico)
Parque Prospecto
Calculo nuestra distancia en cuatro tomos,
les he puesto nombre
mas no recuerdo el apellido
y aún veo alzarse los muros
que nos separan,
mientras más allá del cemento mojado
percibo su olor;
es que entre mis dedos doblados
queda algo de su pelo
y estas ganas de recordarle
lo que falta,
lo que reclaman estos poros
hartos del frío;
desespero por encontrar
todas las posibles compañías
y olvidarme,
pero soy un cascarón
a quien siempre en nueva piel
sólo le llegan roncas
las mínimas palabras.
De lo irremediable
No lo mediría con algunas
horas de monólogo cuasi infantil
o con algún remordimiento gutural
–en el fondo– un tanto débil.
Para qué pasarse
un puñado de horas en un parque que flota
sobre parches de ajedrez
sin que llegue el turno de jugar
y se enfríe el café.
Conversé. Un extraño espejismo
alertaba sobre
no jugar versus el máster ruso, sobre
no al matinée acompañada, sobre
no contar los cabellos en la ducha, sobre
no extrañar sobremanera sobre
todas las cosas.
Transito tímida
bolsa olorosa a cafetín bajo el brazo
mientras la noche se escurre, prometo
no más contar
fichas de menos hacia
un otro mismo.
32
33
Cuarta aversión.
Después de
la llovizna
Desborbotona al aguante su levedad
de tal día lluvioso. Mas, encaro. Un rato
para discernir sonidos, vísceras
versus exterior. La tarde implácida conmina
a la jerga del ir y gemir de la gente.
Las aceras se hacen otras, tales puentes levadizos
son fronteras entre sí. Es para mucho
conectar con la velocidad de la altura
al refugiarse en las nubes. Destripar el día
y fermentarlo. Reverencia al cuarto sentido
subsiguiente al taladrar dichas letras
con tal de allegarse y cumplir el punto. Fin
en espiral. Tarde en la tarde. Una posibilidad
aviso y subyugo en la distancia. Otra vez, encaro.
Resquicios de un
abril para Virginia
La fractura. La voz y las voces. ¿Escucho?
No hay línea divisoria para un amanecer hinchado,
para las rendijas y las sombras de ramas manos.
¿Veo? A mí me cubre el intento de los ojos
casi luz desde el desvelo a sueño pesado,
liquidador analítico nunca gracias por la vuelta.
Sin embargo, fruto del empeño es el rumiar distante que trae las
horas primeras
(no vaya a ser que en distintos lugares haya dejado
trozos de esos pájaros).
Alguien ha labrado días iguales a pies desnudos como
lo está mi karma.
En el altar de un muro las velas gastadas son sordas a
una voz que ronca despierta
y a pasos en sesgo que no son otra cosa que intentos
malgastados.
Adónde se fue aquel color oscuro que teje telas
(con la lucidez que se escapó hacia el otro lado de la
puerta,
la que discute lo ocurrido con pájaros henchidos).
Dame sueño lóbrego. El símil paraíso.
Dame alquimia pura y la quimera que tan clara veo.
¿La ves?
Fuma cigarrillos en el cuarto para no admitirlo.
Busca esquivar el río bala en su pecho. Quiere
señalarme.
Soy culpable del ánima de las coincidencias, ¿cierto?
No, no estás loca todavía. Aún te lo preguntas.
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35
Transcripciones del
vapor durante una
fuga
hierve en el vaso olvidado
sobre la mesa. espuma es la nube
que ahora nos circunda. nos
es palabra vasta,
no conclusa, estricta, menos.
hierve en la orilla
con lámpara, mano a mano, tarde
hierve en la celda pequeña
vil aquí. hierve a más de la mitad
desde los mil que nos trajeron.
aquí a mi morada nadie gime,
nadie llama. muertos de ansiedad
son los menos. hierve en mi alcoba, recuerdo.
no sé cuántos abriles pueda esperar
un día abierto hacia el este.
Concisión 5
No eres piel de caireles o ademán absorto como reflejo frisado en cama. Cinco años atrás. Soltura en pausa; fuiste
(eres) desdén. Ni tú ni yo fugamos tiempo de constancia por esta forma inocua de la dicha repasada, cuando llevo
los dedos a la boca y re-sufro.
36
David
Gil
(Colombia)
¡Ahora sí soy
un hombre!
Sebastián no es más que un insensible, no entiendo de
qué manera puede ayudarme a conquistar a Marcela,
de qué manera un espíritu tan mezquino podrá dar
con mi musa que es toda pasión, puro sentimiento…
Bueno, me imagino yo porque todavía no la conozco.
Además yo no la busco para acostarme con ella, o
para comérmela, como diría ese patán que sólo está
interesado en alargar la lista de incautas que van a su
cama, no. Yo la busco para que sea mi compañera
en este viaje que es la vida, en esta búsqueda
permanente de lo sagrado que está en todas partes,
como la poesía: Marcela, si pudieras oírme, mi amor,
ven a mi encuentro, escucha mi voz y acude a mi
llamado para así querernos eternamente. Y estando
ya juntos el sexo no sería ese acto simplón que se
agota en la reproducción que se evita con un condón.
No, sería una explosión divina en cada caricia, un
fuego sagrado en plena desnudez, dos aromas que
se cruzan en el aire sobre nosotros para formar una
sola emanación. Pero ese acontecimiento sacro, esa
eucaristía, sólo es posible con alguien que se ama,
no con cualquiera, como piensan Sebastián y todos
sus amigos del Club Reforma, empezando por Maxi
Jones, ese dandi que se cree lo último, que no fue
sino preguntarle por la primera vez que tuvo una mujer
para que se desencajara en un soliloquio sórdido que
“Dolly, preciosa, muñeca, reina del
trapero y el plumero, dueña del
olor a cloro ¿Me enseñás a bailar
vallenatos?”
repetía los gemidos de la noche en que la muchacha
del servicio se ofreció a enseñarle a amar. Sus
padres habían salido a una fiesta con amigos y Maxi
aprovechó para fisgonear el cuarto de Dolly, así se
llamaba la muchacha. Cada noche Dolly se probaba
los tres calzones que tenía frente al espejo mientras
bailaba vallenatos. Alguna vez Maxi entró al cuarto a
preguntarle algo y se la encontró desnuda mirándose
la nalga que se movía al ritmo de la música.
—Perdón —dijo Maxi— no sabía que se
estaba cambiando.
—Tranquilo joven —respondió la muchacha—
cuando quiera vuelva que yo le enseño a bailar desta
musiquita bien rico…
La noche que se encontró solo en la casa no aguantó
más y bajó despacito al primer piso, se metió en el
patio y se subió al lavadero desde donde podía ver
por la ventanita del cuarto cómo Dolly se quitaba el
primer calzón y se apresuraba con el siguiente antes
de que empezara la otra canción.
—Tomás —cuenta Maximiliano— yo ya
estaba en calor. Sin más, me bajé muy tranquilo del
lavadero y entré al cuarto: Dolly, preciosa, muñeca,
reina del trapero y el plumero, dueña del olor a cloro
¿Me enseñás a bailar vallenatos? Y cómo te parece
hermano que este bombón, volado de la plantación,
como venida de la Guerra de Secesión: se diría de
Virginia al patio de mi casa; cómo te parece que me
va tomando por los hombros, sin reparar, sin mediar
palabra, y me aprieta contra su pecho hinchado,
doblemente hinchado, como si se fuera a reventar
38
por las puntas, hermosa la cimarrona con los ojos
cerrados, repitiendo esa canción asquerosa, igual a
todas, baja las manos la cenicienta, me toma por la
cintura, me voltea y quedo de espaldas, con esas tetas
descomunales tocándome el espinazo, y esas manos
puntudas, innobles, de uñas imprecisas, carcomidas
por el jabón y el cloro, esas manos rozándome el
abdomen, bajando despacio hacia mi bragueta,
volviendo a subir al ombligo, y mi genio de la gloria
inferior, ajeno a mi voluntad, izándose si de Boyacá
en los campos se tratase y no del patio de mi casa,
y Dolly para bajo de nuevo, le toca la punta húmeda,
húmedo el jean, húmedo yo completo, hasta que me
volteé y la tiré a la cama y se le desparraman las tetas
enormes de pezones difuminados y se me baja el
corazón a los calzoncillos, pum-pum, pum-pum, pumpum, que a esa altura ya estaban casi empapados
y fuera calzoncillos que mojados no me sirven y el
matador va al burladero por la muleta y la espada,
creyendo que la faena era suya y mentiras güevón
porque era de la mulata ¡Cuál muleta! y se deja venir
como iracunda la condenada, me tira a la cama y ¡a
las armas soldados que nos están atacando! y se me
encarama y se encaja, qué precisión, exacta sobre mí,
con un vaivén alegro ma non troppo, que despacio,
despacito, fue creciendo, hasta alcanzar velocidad
crucero: un compás parejo que yo, debajo, poseso
por Xangó, padecía, muerto de la dicha, con la taína
encima, mirándome, ella y sus tetas requisitorias, y
cuando menos pensé, la odalisca, endemoniada, en
un ritmo furioso me provoca un orgasmo del tamaño
de júpiter, marica, con lunas y todo: Yo creí que me iba
a morir de una hemorragia interna, apreté los dientes,
empuñé las manos y nada, la hemorragia seguía y
Dolly a los gritos, y los vallenatos suene que suene,
cuando en esas, siento yo, medio aturdido, que abren
la puerta de la casa, imagínate hermano: ¡Mis papás!
Me escurrí de sus muslos como pude y con un dolor
tremendo, como si hubiera orinado agua caliente, subí
las escalas rumbo a mi cuarto, victorioso: ¡Ahora sí
soy un hombre!
q
Joseduardo
Valadés
(México)
En la nariz de
los guajes
Llegamos a Oaxaca antes de las seis de la mañana.
Contábamos con que en la terminal de autobuses nos
hubieran mentido y que llegaríamos a tiempo para
desayunar. Pero no, fuimos puntuales y estábamos en
una ciudad dormida, seis horas antes de poder entrar
al cuarto de hotel.
Desperté a Mariela —o ella me despertó, los
detalles son turbios— mientras una señora intentaba
fajar a su hija en una segunda chamarra. La niña, en la
fila de atrás a la nuestra, se quejaba como si sufriera
una tortura precolombina. La chamarra rosa, colgando
de una manga, chillaba aun con la luz de los faroles
y la iluminación verde del interior del autobús. “Aquí
adentro hace calor, pero afuera estamos a cuatro
grados”, le dijo su mamá. Ahora pienso que eso fue
en realidad lo que nos despertó.
Teníamos un mapa impreso de internet en
el que aparecían sólo unas cuadras del centro de
Oaxaca. La ciudad, por otro lado, es ridículamente
pequeña. Cuarenta minutos caminando desde el
primer cuadro de la ciudad, según Google, alcanzan
para llegar a un municipio aledaño, Santa María del
Tule. Ahí se encuentra el árbol más ancho del mundo,
dicen los guías turísticos. También, la vez pasada que
fui, con mis papás, un pesero nos llevaba hasta el
hotel en el que nos hospedábamos, en un recorrido
de quince minutos con tráfico. El hotel estaba en otro
municipio, San Felipe del Agua.
Tampoco es que los municipios sean tan
grandes. Oaxaca es uno de los estados del sur del
país. Es uno de los que tienen más integrada la vida
indígena, que solía dividirse en siete regiones, pero
que acaban de dividirla en ocho. Tiene 570 municipios
y menos de 94 mil kilómetros cuadrados, lo cual hace
que en promedio cada municipio mida como la mitad
de lo que mide Staten Island.
Esta vez, Mariela y yo nos hospedamos en
un hotelito del centro, que tenía opción de cuarto de
hostal en literas o cuarto de hotel con baño privado
y desayunos incluidos. Un cuarto costaba 33 dólares
por noche; para dos personas, 41 dólares.
Nos habían dicho que si llegábamos antes de
la hora y el cuarto estaba desocupado, nos lo podían
prestar por la mitad de precio, y que nos regalaban los
desayunos. Sin embargo, cuando llegamos, el velador
nos dijo que el hotel estaba lleno y debíamos volver a
las 12, o acostarnos en los sillones imitación piel que
tenían en el lobby.
Dejamos las maletas detrás de la recepción,
excepto la computadora, que preferí llevar conmigo, y
con un mapa más convencional (el velador me explicó
por qué nos tardamos tanto en encontrar el hotel: en
el municipio de Oaxaca de Juárez, a siete cuadras de
distancia una de la otra, hay dos calles que se llaman
Aldama) y nos fuimos a recorrer la ciudad.
Fue un placer llegar al templo de Santo
Domingo. La catedral, que está muy cerca, estaba
llamando a misa, y las campanadas nos traicionaron
la ubicación un segundo. Así que lo encontramos de
sorpresa, al costado izquierdo, mientras bajábamos
una calle adoquinada que llaman corredor turístico, y
que nos conduciría al mercado 20 de noviembre.
El templo de Santo Domingo debía ser
construido en dos décadas, en el siglo XVI. Sin
40
embargo, los dominicos se tardaron 115 años, por falta
de recursos. Valió la pena, la nave está decorada toda
con imitación de oro, en un barroco impresionante.
Antes de la independencia de México no era imitación,
pero los revolucionarios, anticlericales, desvalijaron el
templo a finales del XIX amparados por las Leyes de
Reforma y los dominicos lo tuvieron que reconstruir
después del porfiriato.
Enfrente del templo, aunque estaba cerrada a
esa hora, hay una franquicia de The Italian Coffee. En
el interior tiene unas escaleras que suben a los techos
de toda la manzana, y ahí instalaron mesas desde
donde se puede ver a la gente entrar a misa, al sol
meterse a un lado del campanario.
La primera vez que fui a Oaxaca fue en agosto
de 2006. Mis papás habían platicado con unos
amigos suyos sobre el deseo que tenían de conocer la
ciudad. Esto fue en octubre de 2005. Ellos les dijeron
que tenían un tiempo compartido en un hotel en San
Felipe del Agua y que no lo pensaban usar. Planeamos
el viaje desde entonces.
En mayo de 2006, una sección del sindicato
de maestros estalló en huelga en Oaxaca. Pedían que
Oaxaca dejara de estar clasificado entre los municipios
más baratos del país, lugar que ocupa junto con
Guerrero y Chiapas, el cordón indígena. Faltaban dos
meses para las elecciones. Yo trabajaba en medios
y recuerdo haber hablado con mi papá sobre la
conveniencia de cancelar el viaje. No te preocupes,
me dijo él, esto no va a durar tanto tiempo.
El 17 de junio, el gobernador priista Ulises Ruiz
mandó desalojar por la fuerza el zócalo de la ciudad.
Los maestros, que habían organizado manifestaciones
de descrédito contra el gobernador de hasta 800
mil personas, derrotaron a los policías. La ciudad
entró en estado de sitio. Una asamblea que reunía
a 300 organizaciones, entre ellas la sección 22 del
sindicato de trabajadores de la educación, se fundó
en ese momento con el nombre de APPO y tomó las
principales calles de Oaxaca. El Ejército no podía
entrar. En julio tomaron las televisoras y radiodifusoras
locales y destruyeron el auditorio de la Guelaguetza, el
fenómeno turístico más importante del estado.
El gobernador se escondió precisamente en
San Felipe del Agua, de donde salió milagrosamente
de una emboscada una semana antes de que llegara
con mis papás. Cuatro años y medio después, cuando
pasaba por esa ciudad tranquila y somnolienta con
Mariela, quedaban huellas minúsculas de la batalla
que se sufrió ahí —y cuyos dirigentes, actualmente,
son presos políticos—. “Mira”, la detuve en la esquina
del templo, por la calle que bajaba hacia el Palacio de
Gobierno, “aquí empezaban las barricadas”.
***
A las nueve de la mañana estábamos en Monte
Albán, un sitio arqueológico cúspide de la cultura
zapoteca, construido en una formación montañosa
del cordón que cubre todo el occidente del país.
Tan sólo a 20 minutos en carro desde la
ciudad de Oaxaca, Monte Albán impresiona porque
son unos cuatro kilómetros cuadrados de pirámides,
albercas, tumbas y edificios construidos sobre el tajo
de un cerro. Hace 2500 años una cultura encontró
la tecnología para abrir una montaña y aplanarla en
cuatro kilómetros. Luego, pasaron milenio y medio
construyendo encima.
Algunos antropólogos sostienen la teoría de
que Monte Albán fue un centro de enseñanza médica.
El Instituto Nacional de Antropología e Historia sostiene
que era una ciudad habitada por los gobernantes de
un pueblo guerrero.
Escépticos, Mariela y yo constatamos que en
las imágenes grabadas sobre piedra los enemigos
derrotados del INAH tienen jeroglíficos en donde van
los órganos internos, y que los poderosos soldados
van ataviados como chamanes, y sus espadas no se
blanden en el aire, sino que siempre están penetrando
en cortes de bisturí.
Subimos a uno de los templos, que tiene a
su vez construcciones encima. Nos preguntamos por
qué los zapotecas, cuyos descendientes promedian el
metro sesenta, habrían hecho escalones tan grandes.
Miramos Oaxaca desde arriba, los alrededores de
campos arrasados por la agricultura, todo seco en
pleno diciembre, cuando faltaban ocho meses para la
temporada de lluvias. Cuando buscábamos la salida,
nos encontramos a don Alberto.
Mariela tiene una fotografía que le sacó
cuando caminaba hacia nosotros, con una figura de
piedra en la mano, su sombrero de hoja de palma y
una mochila en la espalda. “No me tienen que pagar
por mirar.” Sacó figuras de su mochila con diferentes
grados de complejidad, y nos dijo que pertenecían
a los grupos antiguos que habían habitado Monte
Albán. Los toltecas primero, los zapotecas, después,
los mixtecas al último. Nos dijo que los mixtecas eran
los que usaban jade, y tenía una figura de un águila de
cuyo pico salía el rostro de un guerrero que llevaba en
la frente un gorro en forma de jaguar que abría la boca
y de ella salía un guerrero más. De los que llamaba
zapotecas, una figura reclinada en pose de yoga tenía
una cola que se le enredaba sobre el brazo izquierdo.
Monqui, decía don Alberto, es el guerrero monqui. Y
se rio.
Luego de un rato, don Alberto nos contó que
las figuras en realidad las hacía él, porque las originales
valían millones de pesos. Pero éstas las había hecho
guiándose de los libros para que se vieran como
las originales y que le costaba mucho trabajo. Para
conseguir la piedra, tenía que ir a otro pueblo que
estaba allá, detrás de esas colinas que se veían ahí,
y se tardaba un día en ir y otro en venir. Luego, para
tallarlas, se tardaba hasta diez días.
Nos contó que era agricultor y tenía una tierrita
donde sembraba chile, calabaza, maíz y frijol. La base
de la alimentación indígena, de México mismo, y
un tetrálogo que es clave para la preservación de la
tierra (la hoja de la calabaza conserva la humedad, la
planta de chile devuelve vitaminas a la tierra, el frijol
minerales, y el maíz evita la erosión). Él, sin embargo,
usaba agroquímicos con una bombita que le rociaba
a la tierra, porque ésta, igual que él, ya estaba viejita,
y necesitaba ayuda para empujar los alimentos para
arriba. Nos dijo que si sembraba sin agroquímicos sí
se daba la mata, pero no traía frutos.
Don Alberto nos contó de cuando iba a Sinaloa
a cultivar tomate, y de cuatro años que pasó en
41
Abandono
Comemos arroz. Alejandra trajo dos costales al final del
invierno y ahora comemos dos veces al día este arroz
insípido. Pasamos la mañana espulgando el arroz para
quitarle esos animalitos negros que truenan al morder y
que corren en estampida cuando lo vacío sobre la mesa
del comedor. Los aplasto con la uña, los escucho tronar.
Por las tardes jugamos con la bebé, tratamos
de distraerla, pero sabemos que ella llora por este calor
de mierda y porque ya no quiere comer arroz todo el
tiempo.
Alejandra y yo llevamos semanas sin tocarnos. La cama
se abulta del centro, mientras desnudos y sudados nos
equilibramos en cada borde. Hacerle el amor nos dará
más hambre. Así que no.
A veces me paso las noches pegado a la ventana.
Absorbiendo el poco aire que se atreve a pasar. Ahí, me
acuerdo de cuando Alejandra se levantaba temprano
y yo podía oler que freía algo para comer. Lo que es
más, me parece escuchar el siseo de un tocino sobre
una sartén. No. Es real. Es un tocino, a las cuatro de
la mañana, sobre una sartén. ¿De dónde vendrá? ¿Qué
desgraciado se pone a freír tocino a esta hora?
No soporto el anonimato de esta pregunta. Debe
ser el vecino entonces. El muy hijo de puta lo hace para
42
hacerme sufrir. Y ya lo escucho que está sirviéndose
jugo de naranja. Fresco, recién exprimido. Y ahora va
a guisar un par de huevos. O va a calentar tortillas el
cabrón, porque sabe que todas las tortillerías por aquí
tronaron y nadie puede comer tortillas en cuarenta
cuadras a la redonda. Y le importa un pito que huela a
tocino y tortillas calientes a las cuatro de la mañana.
Pronto el vecino se tragará los tacos de tocino
y huevo. Se le taparán las arterias de colesterol y tendrá
un paro cardiaco. De pronto voy a escuchar un vecino
que cae al piso.
Me asomo por la mirilla de la puerta, para ver cuando
le dé la punzada en su brazo izquierdo. Derecho. No
recuerdo. Entonces las veo. Sus bolsas del súper en la
puerta. Con comida, con tocino y huevo y con naranjas
para exprimir.
No tiene nada de malo que me lleve estas cosas.
Al cabo el tipo ya se ha muerto de un paro cardiaco.
No pude imaginarlo. Con esta hambre no tengo tanta
imaginación.
Salgo sin hacer ruido. Las bolsas están ahí.
A dos pasos. Si me estiro será sólo un paso. Pero no
me engaño. Puedo requerir un segundo paso pequeño.
Pienso en mi pequeña. En el hambre que tiene. Y en
que para ella estos deben ser como cuatro o cinco
pasitos. Me aferro al marco de la puerta porque está
aprendiendo a andar. Está tan flaquita que sus piernas
no tienen fuerza. Deslizo mi pie hacia adelante, a medio
pasillo.
Como si me gustara hacer estiramientos en el
marco de mi puerta a las cuatro de la mañana, hago
algunos. No tengo flexibilidad. Intento con la otra pierna
y ya está. Tengo dos piernas a mitad del pasillo. Lo hice.
Puedo caminar. Sin agarrarme del marco de la puerta.
Y hay unas bolsas aquí. ¿Cuál tendrá el tocino que
desayunaré hoy?
Sé que la bolsa hará mucho ruido cuando la
tome. Ese ruido insoportable del plástico cuando se
fricciona. Todos lo conocen. Ahora, de hecho, estoy
pensando en el crujido de los animalitos negros cuando
los reviento contra la mesa. Pero son más de las cuatro
de la mañana, y la luz de la claraboya ya podría estar
iluminando un ojo que me viera desde la mirilla de la
puerta de mi vecino muerto. ¡Un fantasma!
Tomo la bolsa que está más cerca y azoto la
puerta de la casa. La bebé empieza a llorar. Alejandra
brinca de la cama y viene desnuda hacia mí. Mojada.
Me lanzo sobre ella. Aviento la bolsa sobre la mesa
del comedor. Sus costillas saliendo de su piel no me
excitan, pero ya no importa. Porque cuando me dé
hambre comeré tocino. Ella se resiste, está enojada, no
entiende. Pero no consigue detenerme. En segundos,
todas estas semanas acumuladas se me vienen encima..
¿Estoy satisfecho? Se va.
Y me doy cuenta. Me robé una bolsa del súper
que tenía el vecino en la puerta de su casa. Cuando
entro al comedor Alejandra está meneando a la bebé en
los brazos y viendo la bolsa como si se tratara del fémur
de un dinosaurio. Yo corro hacia la mirilla. Las bolsas no
están.
En la bolsa: Detergente. Toallas desinfectantes.
Bicarbonato de sodio. Ah, frijoles enlatados. Dos latas
de atún. Alejandra me arrebata la comida de las manos.
No pregunta. Creo que sabe, pero no quiere decirlo en
voz alta. Yo, en cambio, estoy inmensamente triste,
pensando en los animalitos negros, y en el tocino y el
jugo de naranja que no me robé.
43
Arizona recolectando algodón. Se amarraba un saco a
las piernas, un saco así, grande, como de tres metros,
como de aquí a aquel árbol, y la boca te quedaba entre
las piernas para que pudieras agarrar las motas del
algodón y meterlas así en la bolsa. Te pagaban por
tonelada, y cuando acababas, te sangraban los dedos.
Nos despedimos de don Alberto sin comprarle
nada, y con un poco de prisa porque se nos iba el
autobús, que igual se nos fue. Rodeados de guajes,
unos árboles que dan una especie de vainas rojas y que
en la ciudad parece que se comen, porque los vimos
también en el mercado, esperamos una hora. El lugar
se fue llenando de gente. Sobre todo de vendedores
de pulseras, insectos en un ámbar de plástico y
mascadas de algodón deshilado. Sentados en el
estacionamiento de Monte Albán fuimos planeando
la tarde. Debíamos volver al hotel, necesitábamos un
baño y una siesta, y yo tenía que escribir mi columna
para el periódico.
***
Estoy escribiendo una columna semanal para
el periódico de Sinaloa. Ahí trabajé hasta seis meses
antes de irme a Nueva York. Me gustaba mi trabajo,
aunque causaba demasiado estrés. Renuncié por
razones que no pienso escribir aquí. En verano, la
subdirectora me pidió que les escribiera sobre lo que
yo quiera una vez a la semana. Imagino que cuenta
como escritura del yo.
El trabajo en el periódico me lo consiguió
mi hermano porque era amigo del director en
Mazatlán, Adrián López. Cuando fui a mi entrevista,
me preguntaron ¿y tú como de qué quieres trabajar?
Edición, les dije.
Una
semana
después
del
examen
psicométrico, la subdirectora me volvió a llamar y me
dijo que el perfil que habían obtenido sobre mí no les
decía nada. Al parecer, ellos podían determinar cuál
área era mejor para cada aspirante. Conmigo, me dijo,
iban a experimentar algo nuevo.
Trabajé como coeditor de las secciones de local,
el sur, negocios y a veces nacional y suplementos. El
30 por ciento de mi salario lo obtenía por horas extras.
44
Mi familia odiaba mi trabajo. Descansaba los martes.
Ahora, cuando vengo de vacaciones a Mazatlán,
acostumbro darme la vuelta por el periódico y saludar.
Un día de septiembre, a medianoche,
inmediatamente después de que se imprimieran los
primeros números de la edición del día, un grupo
armado disparó contra la fachada del edificio del
periódico. Reclamaban que una nota no se había
publicado como ellos decían. Que la información
que habían dado los peritos del Ministerio Público
estaba tergiversada. Yo, honestamente, le creo a los
delincuentes, pero igual dispararon un centenar de
veces, la mayoría contra la oficina de Adrián López,
en el tercer piso.
El otro día fui a verlo y me mostró los orificios
en la estructura de acero. Me dijo que en la policía le
explicaron que recubren las balas con teflón, y que eso
hace que puedan penetrar el metal. Ocultarse detrás
de un auto es completamente inútil. En las oficinas del
primer piso, algunas balas atravesaron cinco paredes.
***
Regresamos de Monte Albán a mediodía, ya
con hambre, y caminamos hacia el mercado 20 de
noviembre. Ya habíamos ubicado las molerías, las
sucursales de chocolate mayordomo, a la gente que
vende chapulines, tamales, gusanos de maguey y
tlayudas. Queríamos vivir la experiencia de comer como
oaxaqueños, por eso no fuimos a ningún restaurante.
En el mercado, la cámara que llevaba Mariela,
y con la cual se empeñaba en retratar mujeres con
chales y niños, terminó de delatarnos. Cada minuto
se acercaba alguien a vendernos peines de madera,
separadores, botaneros (así llaman a los mondadientes
de colores con los que sugieren que uno quiera picar
aceitunas), bufandas, rebozos, quesos. Al menos
en los locales nos regalaban mezcal, pastillas de
chocolate y tortillas con mole. Mariela declaró el mole
como su comida favorita del mundo.
Comimos una tlayuda de poco más de tres
dólares, entre los dos. Es una suerte de tostada con
frijoles, carne, jitomate, queso y lechuga, pero es del
tamaño de una pizza mediana. Te la dan con tenedor
y cuchillo, pero la única manera práctica de comerla
es arrancarle pedazos con las manos y usar muchas
servilletas. Luego nos fuimos a buscar chapulines,
una variedad de saltamonte propia de la región que
se come asado.
Me llamó la atención que en las cerca de ocho
horas que llevábamos en la ciudad, no hubiéramos
visto chapulines, que es una comida que se distingue
por su popularidad. En realidad, es una botana de
aspecto despreciable con la que se acompaña el
mezcal y con la que se preparan muy pocos alimentos,
pero también es un poderoso atractivo turístico y una
fuente de proteínas para una población que rara vez
consume carne.
Lo que sí vimos fue a mujeres vendiendo
guajes. Mariela me preguntó qué eran y si se comían.
En Mazatlán tenemos algo parecido que llaman
tabachines, pero no son rojos y no son comestibles.
Acá los había ignorado todo el tiempo, pero sólo se
me ocurre que para comer los vendieran. No parecían
apetitosos.
Finalmente encontramos a una señora que tenía
canastas recubiertas con bolsas de plástico, llenas de
variedades de chapulines. Son insectos secos, así
que difícilmente llevaba más de cinco kilos de cada
uno, lo cual eran cantidades astronómicas. Vendía una
medida hecha con media jícara a quince pesos (1.2
dólares), y los tenía de ajo, limón, enchilados o secos.
También vendía gusanos de maguey, a 12 dólares la
tira (absurdamente caros), pero se le habían acabado.
Nos fuimos al hotel, ahora sí a descansar,
escribir y bañarnos. Terminamos el día en la verde
antequera, el zócalo de la ciudad que ya no hace
honor a su nombre. Antes de la invasión de la APPO,
la plaza principal de Oaxaca estaba recubierta con un
tipo de piedra típico de la región, que hacía que bajo
cierta luz los maceteros brillaran de un color verde
toldo.
Mientras estuvimos en San Felipe del Agua,
nos recomendaron que limitáramos el turismo en la
zona centro, y que por ningún motivo estuviéramos
ahí cuando se metiera el sol. Lo primero que hicimos
fue meternos al zócalo, cruzar las barricadas y platicar
con los maestros. De tanto entrar y salir, yo con una
grabadora oculta, platicando con la gente sobre el
gobernador Ulises Ruiz, nos empezaron a seguir.
Policías y civiles. Yo trabajaba como editor para una
revista llamada “Estos Días”, que en ese entonces
estaba en fase electrónica. Tenía la esperanza de
escribir un gran reportaje.
Además del auditorio de la Guelaguetza,
reducido a cenizas —un disfemismo, pues la
estructura de concreto quedó intacta, con excepción
de una pared que fue parcialmente derribada—, los
appistas tiraron las macetas del zócalo y se llevaron la
piedra verde.
Un par de veces nos tocó ver marchas que
pedían la salida del gobernador, a quien los medios
nacionales todavía sabían cómo localizar. Las marchas
eran en verdad de miles de personas, paraban el
tráfico durante toda una tarde. Incluso los turistas
nos aburríamos de ver los trajes, que representaban
a las siete — ¿ocho?— regiones. Las istmeñas, por
ejemplo, se ponen collares de centenarios y monedas
mexicanas antiguas hechas en oro. Al final de las
marchas, cuadrillas de trabajadores municipales
cierran la escena con cubetas de pintura, y van
pintando encima de las fachadas que los appistas
cubrieron con grafiti.
Más de cuatro años después, Mariela y yo nos
sentamos en un restaurante semivacío, a doscientos
metros de la catedral, a escuchar un grupo de música
indígena (peruvian music, a ojo de turista distraído).
Tomamos mezcal, una excelente cerveza local, y
comimos chocolate, pan de cazuela, chapulines
y grillos.
La paz había vuelto a Oaxaca. La gente cruzaba
la plaza porque era el medio para llegar a su casa, o
venir del mercado, o pasar la tarde. El atardecer se
apuró pero la gente siguió cruzando, en su mayoría
locales y vendedores de cualquier cosa. Cuatro
años antes eran maestros los que se sentaban ahí a
comer grillos, tomar mezcal y escuchar la marimba.
Recuerdo haberme sentado ahí mientras mis papás
daban una vuelta, a leer o a ver si entrevistaba a
alguien. De pronto, pidieron que se callara el grupo
45
y sonó un altavoz. Compañeros, necesitamos ayuda
para defender el Canal 9. El gobierno espurio de Ulises
Ruiz ha mandado a la policía en un nuevo intento de
recuperar el canal. Nuestros compañeros necesitan
refuerzos, esperamos voluntarios para ir a combatir a
los policías. Nos reuniremos en el quiosco y saldremos
dentro de 15 minutos. Luego la marimba volvió a sonar.
La toma del Canal 9 fue, junto con el rechazo al
intento de desalojo del zócalo, la mayor afrenta lograda
por la APPO. Se adueñaron de toda la radiodifusión
local y la universidad Benito Juárez les cedió el uso
de su espacio aéreo. Los universitarios estaban con
los huelguistas. En el 2006, Oaxaca anhelaba la caída
del PRI, para lo cual sin embargo no contaban con
apoyo a nivel nacional, y el Ejército ya controlaba los
alrededores del centro. No habían entrado al zócalo
porque un derramamiento de sangre sería una mala
decisión política. A nivel nacional, las elecciones se
habían dado y el PAN aseguró haber ganado por un
margen de menos del tres por ciento. De hecho, una
semana antes de haber ido con Mariela a Oaxaca, el
Instituto Federal Electoral anunció que se quemarán
las urnas con los votos de esa elección presidencial.
Todavía hay gente que cree que un recuento de los
votos daría la victoria del PRD.
Lo que el gobierno quería era que los de la
APPO cometieran otro error. El primero fue derribar
la Guelaguetza, pues el estado más pobre del país
tiene como principal fuente de ingresos los servicios
turísticos. El segundo sería llevar el conflicto a la
Ciudad de México, donde la imagen del sindicato
de maestros estaba enmarcada por las labores de
su presidenta vitalicia (sic.) Elba Esther Gordillo. Ella
rompió relaciones con el PRI antes de las elecciones
y aunque creó su propio partido, el Nueva Alianza, le
dio el apoyo incondicional del sindicato más poderoso
de México al PAN.
Acabó el grupo de música indígena y en el
quiosco trompetas, trombones, violines, guitarras
y hasta platillos se arremolinaron arriba para tocar
música de orquesta. Una mala elección para los que
se reunieron abajo y que esperaban danzón. Nosotros
seguimos disfrutando del clima, bajo la sombra de
46
Eso era
amor
Si yo le hubiera dicho que sería brutalmente
asesinado en los siguientes quince minutos lo habría
creído. ¿Y por qué no? Hay quienes viven como si el
mundo fuera infinito, como si los carros no atropellaran
a la gente, como si los rascacielos no se desplomaran
sobre nuestras cabezas. Ha soportado ya una infancia
idéntica al promedio de la de las víctimas de asesinatos
y riñas callejeras, ha sobrevivido jefes obsesionados
con el empleo, parejas celosas, traiciones de los
mejores amigos. Ha cruzado más de una vez la calle —
no recuerda cuál— sin fijarse, porque llevaba prisa para
hacer algo que en realidad no tenía tanta importancia,
y ha salido de enfermedades que lo hubieran matado
en 1700, y de lugares en los que poco tiempo después
ocurrió algo —una fuga de gas, un huracán, una
negligencia médica.
Si yo se lo hubiera dicho todo para él hubiera
seguido igual, así que siguió caminando, sin preocuparse
demasiado por el hielo que hacía patinar a los autos ni
por lo que ocurría en las ventanas de los pisos arriba de
su cabeza. Bajó al metro, guardó una distancia normal
a los rieles eléctricos y se recargó en las puertas del
vagón consciente de que otro en su lugar no lo habría
hecho.
Quince minutos bastaron para que llegara a
su domicilio, por lo demás muy cerca de la esquina de
aquí, bastaron para que dejara la gorra y el abrigo en el
perchero de la entrada y se sentara a ver la televisión.
La chica que vivía a su lado, impotente, abrió
una gaveta de la cocina, tomó con los guantes de piel
puestos dos tenedores y los apretó fuerte. Los llevó así,
en un puño cerrado, mientras le entregaba la bebida.
Él la bebió, sin hacer mucho caso al sabor a
fierro oxidado, al calor que le recorría la garganta, o
al derrame de colores en el comercial de teléfonos
celulares, y luego en la sala, y luego en todo su cuerpo.
Ella, que respiraba como si acabara de correr
por unas escaleras, empuñó y se incrustó los tenedores
en los ojos. Tratando de no mancharlos de sangre, los
tomó y los puso para mí sobre la mesa. Luego perdió el
conocimiento.
47
los guajes, de la gente que pasaba, de la calma de la
diminuta ciudad capital.
Al rato se nos acercó Natividad, una niña
de 11 años que iba en quinto de primaria y que
estaba vendiendo rebocitos de algodón. Quería que
comprara uno para mi novia, y otros para mi mamá,
mis hermanas, la mamá de mi novia, mi abuela y mis
amigas. Luego se puso a enumerar los colores que
traía, que si azul cielo, amarillo (pollo), verde bandera,
verde pasto, blanco… el trabajo lo hacían su mamá y
su tío, en un telar que tienen, nos dijo, en su casa.
Natividad salía a vender en la mañana. Vivían
en Teotitlán del Valle, pero todos los días iban a
Oaxaca a vender. Ella, además, estudia la primaria en
el turno vespertino, y saliendo de clases, se pone a
vender otra vez.
El gobierno de la ciudad proyectó dividir las
actividades artesanales por pueblos, para promover
las visitas a los pueblos aledaños. Así, un pueblo se
dedica al barro negro, otro a los textiles, otro a los
mezcales… y bueno, no hay muchas más artesanías
en Oaxaca. Sólo la capital lo ofrece todo, pero a
precios más elevados. Es decir que el rebozo que me
costó 1.65 dólares, me hubiera costado menos de un
dólar en Teotitlán.
Empezamos a platicar con ella, que a qué
hora hacía la tarea, que cómo viajaba a Oaxaca, que
si estaba solita o su mamá estaba también en la plaza.
Le pregunté si el Niño Dios le había traído juguetes en
Navidad, me dijo tan tranquila que no, que a ellos no
les traía nada el Niño Dios porque eran muy pobrecitos.
Luego me preguntó si estaba comiendo chapulines y
se sentó a compartirlos. Les ponía limón.
No pasaron ni cinco minutos cuando tres
niños más —Reina, Vicente y Mónica— se acercaron
a ver por qué Natividad estaba comiendo chapulines.
Nuestra amiga se molestó, mientras nosotros nos
refugiábamos en un rincón de la mesa a verlos devorar
nuestras botanas. Mariela sacaba fotos. Yo logré
arrebatarle a Vicente mi vaso de mezcal.
La mesera del restaurante llegó sin mucha
convicción a correrlos. Los niños, también sin mucha
convicción, se fueron. Por ahí vimos a Vicente, más
48
tarde, hacer acrobacias con su trompo.
Se nos acercó Perlita, una niña de cinco años
que nos pidió una moneda. Cuando le dijimos que no,
nos pidió chapulines. Lo mismo pasó con una señora
que usaba bastón y a la que Mariela le calculó más de
90 años. El oaxaqueño, que sabe de hambre, no pide
que le des chocolate. Sabe desde los cinco años que
un chapulín lo alimenta más.
Pasaron unos quince minutos cuando volvieron
a pedir que la marimba se callara. Yo imaginaba la
batalla en el Canal 9, a los policías acercándose, en un
nuevo desalojo, conmigo adentro. Celebraba que la
bestialidad del gobierno priista se hubiera civilizado en
los últimos 35 años, pues en el 72 fue la última matanza
(conocida) contra huelguistas. La gente atendió
al anuncio, amenazados por algún inminente mal
presagio. Compañeros, todavía estamos esperando
algún voluntario para ir a ayudar a los compañeros
del Canal 9. La lucha contra el gobernador espurio
requiere de la participación de todos.
***
Regresando al hotel pasamos por el Camino
Real. Instalado en el ex convento de Santa Catarina,
un edificio muy cercano a Santo Domingo y que se
levantó al mismo tiempo que terminaban el otro —hay
leyendas de pasadizos que comunican uno con el
otro, y de abortos y orgías realizados en esos pasillos.
Soporta esos rumores una puerta tapiada que los
guías del hotel muestran y que dicen que nadie está
autorizado a abrir.
Después de ser convento, en las guerras del
porfiriato lo expropió el gobierno y lo convirtió en fortín
militar, en cárcel y hasta basurero, pasando por registro
civil, lavadero y sala cinematográfica. Inútilmente
me empeñé, con la luz de los faroles, en mostrarle a
Mariela las marcas en las paredes del patio principal,
donde nos dijeron que se veía hasta donde llegó la
basura.
Nos dijeron que ahí se celebraba la única
fiesta de la Guelaguetza, versión para turismo, en
temporada baja (que empezaba esa semana). Pagué
por dos personas lo que no había pagado por estancia
o por transporte México-Oaxaca. Incluía bufet, pero
no bebidas.
Decidimos mientras nos íbamos a dormir, que
al día siguiente tomaríamos el desayuno incluido del
hotel y que haríamos hambre hasta la cena del Camino
Real, donde imaginábamos manjares desconocidos.
Ocupamos el día en visitar tiendas de artesanías y en
comprar recuerdos: chocolates, queso, mole. Pero
también en ver morir los únicos dos días de absoluta
intimidad que habíamos tenido en tres meses, y los
últimos que tendríamos en un año. Conforme pasaba
la tarde, el hambre empujaba a apurar las horas, el
tiempo mismo a detenerlas.
Aquel viaje con mis papás por Oaxaca
terminó sin contratiempos. Una semana después nos
regresamos, cada quien por su lado, yo a Chetumal y
ellos a Mazatlán. El reportaje lo terminé, pero nunca
conseguí la fabulosa entrevista que esperaba, con
algún dirigente de la APPO. Culpa de pasar la mitad
del tiempo de turista, la otra mitad buscando hongos,
que tampoco conseguí.
Oaxaca volvió al penoso curso de su realidad
antes de la protesta de la sección 22 del sindicato. Es
decir que Ulises Ruiz terminó su gobierno. El Ejército
fue recibido en septiembre con flores a las puertas de
la catedral por un pueblo ansioso de turismo.
Una vez entrevisté al presidente del PRI en
Quintana Roo, a quien le pregunté si su partido ganaría
Yucatán en las siguientes elecciones. Me dijo que las
elecciones las ganaría el que hiciera más trampa, y
aunque el PAN les había aprendido a ellos muchas
cosas, confiaba en que se alzarían con la victoria. Las
últimas votaciones en Oaxaca, cuando salió Ulises
Ruiz, las ganó el PRI.
Mariela y yo subimos a una azotea cercana al
The Italian Coffee frente a Santo Domingo. Me resistí
a tomar ese café, pese a la vista. Creo que fue ahí
donde me preguntó qué significaba Oaxaca, y yo no
supe. Sentados en las sillas altas, como de bar, que
tenía el propósito de que pudiéramos mirar, sentados,
por encima de la baranda, esbozamos el futuro. Ella
se iría a Chile en dos días más, sin perspectiva sobre
cuándo vernos otra vez. Ella quiere estudiar una
maestría en Santiago de Chile, y yo quiero certificarme
como practicante de Shiatsu en el Instituto Ohashi de
Nueva York. Sabemos que no pasaremos vacaciones
de verano juntos, porque yo debo ahorrar para la boda
de mi hermano, a la que ella, por compromisos, no
podrá acudir. Así se nos irá el 2011, por teléfono, o
por Skype. Sin embargo, la quiero. Enemigos de las
lágrimas, no nos dijimos mucho más. Bajamos la
imaginación, las perspectivas, con cerveza. Luego
nos fuimos al Camino Real.
q
49
José Gabriel
Chueca (Perú)
Tentativa de agotar
un lugar interior
Nueva York, 15 de Diciembre de 2009, 8:41 a.m.:
-
Comezón en la cabeza.
-
Leve tensión en el abdomen.
-
Ruidos detrás de la pared de mi cuarto (debe
ser la construcción en la casa del costado).
-
El sonido de un avión a gran altura.
-
El sonido de la calefacción, parece un
burbujeo.
-
Se me ha despejado la nariz. Recién noto que
estaba tupida ahora que se me ha despejado.
-
Una conversación detrás de la pared (deben
ser los obreros de la construcción del costado).
-
El avión va desapareciendo.
-
Me suenan las tripas.
-
Se abre la puerta principal de la casa. Suenan
pasos en el segundo piso. Una puerta se cierra (no
puedo establecer dónde). Pasos descienden por la
escalera.
-
Quiero lograr disciplina: escribir en las
mañanas, un par de horas, que sea lo primero que
haga, como está siendo hoy.
-
“Tú vomita nomás”, me dice el Perro. “Se
supone que eres escritor, ¿no? Escribe, entonces”.
51
-
Eso es lo que estoy haciendo ahora mismo.
-
Mi tecleo no tiene tantos errores como antes,
a pesar de que no estoy en la posición que considero
óptima para escribir (sentado delante de un escritorio)
y, más bien, estoy en una que tenía… por poco
apropiada (quise usar palabras como dificultante o
complicadora, pero el corrector las subraya, debe ser
que no existen).
-
Me suenan las tripas. Dentro de un rato tendré
hambre. Iré por una ensalada.
-
Me preocupa la disciplina. No tenerla.
-
Angustia. Pero poca nomás. Quisiera pintar un
rato. Puedo hacerlo más tarde. Escribir solo tomará, en
este momento, un par de horas. Dos horas al día no es
poco. Es el tiempo durante el cual puedo permanecer
enfocado. Después, empiezo a distraerme. Quizá en
el futuro pueda aumentar ese tiempo a tres horas.
-
Quisiera pintar. Una hora por lo menos. O dos.
Pero salir y hacer paisaje representa la congelación
inmediata. Me voy a hacer un autorretrato.
-
Recuerdo a Olga (escultora, profesora de
dibujo). Ella está en su casita, al fondo de un terreno que
usa como un jardín y que tiene descuidado. Muestra
decenas de autorretratos vaciados en cemento. Dice
que los hace para mantener las manos en forma. Un
amigo de Charlie Brown tenía inagotables bustos de
un compositor (¿Beethoven?). Se quedan chupando
en su casa (los chicos de la clase) al final del semestre.
Cuando ella está bien borracha, dormida en el piso,
viene su perro, uno enorme y peludo y, prácticamente,
la jala hasta dentro de la casa (esto me lo cuenta
Jaime, yo no estuve ahí). Olga es pequeña y muy
flaca. Ligera, si hablamos de kilos, pero muy densa,
agresiva y jodida. Pero tenía las cosas claras: “empieza
dibujando el punto de apoyo”. Gran profesora.
-
Me duelen un poco las piernas. Ayer corrí 45
minutos. Un arrebato. Suelo correr 30 minutos. Y la
semana pasada solo corrí un día.
-
La semana pasada fue alcohólica. Mucho. Las
mañanas se hicieron depresivas. La resaca llegaba no
en forma de dolor de cabeza –uno sabe qué mezclasino en bajones hipersensibles.
-
Chalo: “la resaca es un momento de especial
52
sensibilidad. Por eso, hay que pasarla con los amigos.
Para eso hay que quedarse a dormir en la casa del
tono. Para despertarse al día siguiente y estar rodeado
de gente que uno quiere”. Absolutamente cierto. Esa
mañana, conversamos a velocidad resaca, primero,
y, después, escuchamos vinilos de Nino Bravo y de
Raphael y nos cagamos de risa.
-
Gabriela dice (¿o lo sugiero yo?) que la resaca
es lo único que los hombres pueden sentir que es
más o menos parecido a la regla: cambios de ánimo
inesperados, ataques de sensibilidad, imprevistas
posibilidades de conmoverse (hasta las lágrimas), etc.
-
Ahora pienso que soñé con Chalo. No
recuerdo bien qué. Recuerdo que, cuando estábamos
en la universidad, me dio un paquete de papeles en
los que había escrito poesía. Me los dio, creo, como
quien aprovecha para dárselos a conocer a un amigo
y, a la vez, para deshacerse de ellos. Para variar, no
los leí. Deben estar en la caja que le dejé a Murrugarra
antes de salir de Lima. Eso espero. Si no fue así, y es
posible que haya sido, nunca podré comentarle nada
respecto a esos textos.
-
Cuando vaya a Lima, deberé quedarme en lo
de Capa, para revisar las cosas que dejé en Lima y ver
qué más puedo traer. Debo recoger el poemario de
Bruno Mendizábal (San Felipe Blues).
-
No haber leído esos textos de Chalo me hacen
sentir culpable. Como aquella vez que no leíste las
cosas que escribió tu prima. Rechazaste leerlas. Yo no
sé leer poesía. Y era verdad. Recién hace unos años
piensas que puedes leerla. Pero eso no quita que no
leyeras cuando te lo pidieron. Más culpa.
-
¿Por qué tanta culpa? ¿Por qué a pesar del
tiempo?
-
Remember la loquera: hay gente muy
perceptiva, incluso a niveles inconscientes, de lo que
los demás esperan de ella. Yo siento que muchos
esperan mucho de mí desde hace siglos.
-
Primaria (¿cuarto grado o tercero?). El
profesor Chávez. Es color marrón. Todo el salón lo
quiere. Su cabeza parece un huevo con pelo negro.
Lentes de montura ancha, con vidrios verdes. No
puedo completar su cara. Usa guayaberas blancas.
Entrego mi cuaderno sin haber hecho la tarea. No
había llenado las tablas de multiplicar. “Chueca, me
has desilusionado”, dice, desde su escritorio, a todo
el salón. Carla Quiroga me dirige su peor cara de odio,
con su mandil gris y su chompa de cuello alto rojo. Es
posible que ese fuera uno de los primeros momentos
en los que entendí que mejor es no parecer buen
alumno, trae demasiadas responsabilidades.
-
La calefacción suena igual que al pasar
las hojas de un libro. Parece que alguien estuviera
leyendo dentro de mi cuarto, a unos centímetros. Y
lee bastante rápido. Más bien, ojea una revista, tipo
Vogue. Y las hojas, al pasar, rozan su ropa.
-
El motor del refrigerador se apaga. No había
notado que estaba sonando.
-
Mierda, se me escapó una idea. Recordé algo
de la conversación con María en el bar de las tazas de
té. Era algo que venía a cuento y acabo de olvidarlo.
Trato de recuperarlo. Recuerdo la bulla, el olor, la
temperatura del vaso (taza, en este caso) en la mano.
Me acuerdo, incluso, que pensé que conversando
se aclaran ideas que uno tiene dando vueltas en la
cabeza, es como traducir a palabras, que es lo que se
necesita para escribir.
-
Me pregunto si esto que estoy haciendo tiene
algún sentido. Según Alan Pauls, podría tenerlo.
Eso creo que se desprende de la conversación que
tuvimos con él (¿o lo estoy imaginando?).
Nueva York, lunes, 21 de diciembre de 2010, 6:40 p.m.
-
Me duele la nuca. Debe ser muscular. Espero.
Me sorprendió el dolor la otra noche, tirando. Estaba a
punto de darla y me subió esta tensión por la espalda
hasta llegar al cuello, atrás de la cabeza, en la base del
cráneo.
-
¡Atlas, sí; Axis, no! ¡Atlas, sí; Axis, no! Las
vértebras del cuello: Atlas, el titán, sostiene el cráneo
y permite hacer el movimiento para afirmar con la
cabeza; Axis, la segunda vértebra, permite hacer el
movimiento de negación. La mañana del examen de
Anatomía, hace 17 años, apareció El Maestro, puño
en alto, cantando la arenga.
-
Miro mi mano en el teclado. Me gusta el
mecanismo de la muñeca. Me entusiasmó entenderlo.
Una bola de huesos –la muñeca- encaja en la copa
que forman el cúbito y el radio, los huesos del
antebrazo. Pero, en el codo, solo el radio se articula
con el húmero, el hueso del brazo. Lo que pasa es que
el cúbito está engarzado en el radio, poco después
del codo. Y hay un músculo que hace girar la base del
cúbito. Como este es curvo, al girar la base, este se
mueve alrededor de la longitud del radio. Así uno de
los dos puntos que forman la copa en la que descansa
la muñeca se desplaza alrededor del otro, girando la
mano.
-
¿Y si el dolor en la nuca no es muscular sino
un problema dentro del cráneo? ¿Un tumor? Debería
hacerme un escaneo. La mamá de Susana murió con
un tumor en la cabeza. La señora sale de su casa y no
regresa. Había olvidado cómo volver. Y cuando llega
a su casa, las palabras se le confunden. Alcanzó a
explicar a su familia que quería elegir una palabra pero
le salía otra. El tumor le había afectado la parte del
cerebro ligada con el lenguaje. Era profesora. Había
escrito libros y artículos. Murió en pocos meses.
Susana me lleva al cuarto de su mamá. Ella está
sentada en la cama, me agarra la mano y me sonríe.
Le sonrío lo mejor que puedo, le doy un beso. Con una
seña, me indica que puedo salir. Susana me dice que
se ha despedido de mí, que ya no habla porque no
confía en las palabras que le van a salir de la boca.
-
Poco después de eso, terminé con Susana.
Fue hace años pero me siento mal como entonces.
Aunque ya no es una sensación que me paralice como
antes. ¿A quién le ofrezco disculpas? Sí, Felices.
Entendí: las disculpas se ofrecen, no se dan. Hay una
leve sensación morada detrás de mi estómago.
-
Busco algo importante –para mí- para pintar
un cuadro y pienso en la culpa. Quiero pintarla. Hago
una especie de infográfico con pasteles y acrílico. Una
parte describe la culpa como una mancha morada,
poco más grande que el estómago, con forma de
pallar, que se ubica entre la espina dorsal y la parte
de abajo del esternón. Ese pudo haber sido el cuadro.
Hubiera funcionado mejor. A la hora que se te ocurre.
53
Lima, 27 de diciembre de 2009, 7:02 p.m.
-
Gabriela se va al cine con Hugo. Acaban de
salir de la casa. Tienes llaves, ¿no? Deja bien cerrado.
Y prende la luz de la cocina antes de salir. Tengo que
darles el alcance en un rato.
-
Ya está oscuro. La luz de la pantalla ilumina
mis manos mientras escribo. El sonido de las teclas
es fluido y sostenido, una letanía.
-
Afuera suena la Vía Expresa, como si fuera
el sonido de un caracol gigantesco. Es un rumor
constante. Hay tantos carros que ya no se distinguen
unos de otros. Pero los que pasan por aquí, delante
del edificio, sí se diferencian. Los motores de ahora
suenan bastante menos. Acaba de pasar una moto
muy vieja haciendo una bulla de mierda.
-
El café está frío. Eso lo pone más amargo.
Pero no está tan amargo tampoco.
-
Me duele la nuca. ¿Y si es un coágulo? Podría
buscar en Internet los síntomas y hacerme una idea
de qué puede ser. Más que la respuesta, me asusta
ponerme paranoico. Me voy a angustiar porque
no tengo ningún seguro que me pague que un
escaneo del cerebro.
-
Me angustia la posibilidad de angustiarme.
Recuerdo: alguien se burla de la novia de alguien, que
le dice: “mucho cuidado que te amenazo”.
-
Susana encuentra a su papá (médico) sentado
en el piso de su cuarto revisando sus viejos libros de
Medicina. En las páginas abiertas hay diagramas del
cerebro. El doctor no había pedido un escaneo cerebral,
lo que él había pensado que debía hacerse, porque
su colega, el especialista encargado de seguir el caso
de su esposa, había desestimado la idea. Terrible. Lo
siento, señor. Tampoco sé qué tanto hubiera ayudado
ver esto con cierta anticipación. No sé.
-
Espero que el seguro de NYU cubra un escaneo
cerebral. Pero gratis no va a ser. No tengo la plata que
vaya a costar. Quedaré inválido, sin poder hablar ni
escribir. ¿O será que el área del lenguaje funciona
en diferentes secciones para el lenguaje escrito y
para el hablado? Patético. Si sigo pensando en esto,
voy a llorar.
54
-
Suena la musiquita de un juego de luces de
Navidad en alguna casa vecina. Ya no es musiquita. Es
una suma de soniditos de todos los juegos de luces de
la casa de enfrente. Es un tonito electrónico sostenido,
como un reloj digital de hace 20 años malogrado.
-
Llama Jorge. Quedamos parea tomar unas
cervezas más tarde. ¿Le entusiasmará la idea a
Gabriela? Sé que lo quiere pero, últimamente, le llega
al pincho. Es cuestión de paciencia.
-
Jorge dice que no conoce la culpa. Qué
suerte. ¿Cómo será no sentir culpa de nada? Yo
siento culpa de todo. El taxista me da un precio. Se
lo bajo. Acepta a regañadientes. Llegando a destino,
me arrepiento de haberlo hecho sentir mal y le pago
el precio que me dijo originalmente. No puedo ir por el
mundo así. En Nueva York no soy así. ¿Paternalismo
resultado de ser consciente del racismo y el clasismo
de Lima? En Nueva York, todos me parecen sólidos,
que no necesitan nada de mí. Puedo darme el lujo de
ser agresivo u honestamente amable. Honestamente,
sí. Porque no les debo absolutamente nada.
-
¿O sea que a los peruanos les debo? Un
profesor amigo de Jorge nos invita a su casa a tomar
unos tragos. El tipo es muy inteligente y divertido.
Tiene cara de loco. Es PhD en esto y aquello. Es un
tipo importante. Acaba de regresar al Perú con su
esposa –que también es PhD o algo así en lo de allá
y acuyá- y con sus hijos pequeños. Hemos chupado
bastante, han corrido tiros y la conversación llega al
punto de la política. No sé si hablamos de Toledo o
de Fujimori pero dice que está bien que (uno de esos)
sea presidente. “Nosotros (los blancos) ya cagamos
el Perú. Ahora le toca a ellos (los cholos) cagarlo
también”. Sonó muy amargo. Hasta antes de esa
conversación creo que nunca he calificado algo –más
allá del sabor- con la palabra amargo.
-
Amargo era el llanto de Nikita Mikhalkov en
Sol ardiente, cuando ve alzarse los globos levantando
banderas rojas enormes con la caraza de Stalin.
-
Jorge avisa que ha suspendido la cata pisquera
de mañana en su casa. La pasa para el domingo que
viene. Supongo que podré ir. Será mi último domingo
en Lima antes de volver al frío de Nueva York.
-
Me gustó el frío. Me gustó la nieve. En esa
primera nevada de mi vida, no pude evitar sonreír
mientras caminaba por la calle. Qué bonito. Claro, bien
abrigado. No creo que tenga puta gracia la nevada
para un miserable callejero.
-
El viento que entra por la ventana es cálido.
Antes de ir a Nueva York, me hubiera parecido fresco.
Después del cuchillazo que es el viento de allá, esto
es una caricia. Me recuerda –exagero- el viento que
llegaba del Jordán, en Israel. Esa brisa era realmente
cálida, caliente. Nunca había sentido un viento tan
caliente. En una banca nos sentamos a ver el río. Hice
fotos. Una tras otra, para ponerlas juntas y armar un
paisaje panorámico. A Mariela, le gustaron esas fotos.
Estaba para tirársela. ¿La señora, tan decente, hubiera
atracado? Recuerdo las fotos pegadas en la pared de
mi cuarto, en Lima, hace medio año con más nitidez
que aquella tarde en Israel. Pero recuerdo con total
nitidez el viento caliente que llegaba desde la otra
orilla del río, del desierto.
-
De regreso de aquel viaje termino con Beatriz.
Llego al depa. Ella está en la casa. Arrastro mis
maletas. Cierro la puerta. Nos besamos. Me alegra y
me alivia sentir que la he extrañado y que me gusta
mucho estar con ella otra vez. La empujo al cuarto.
Tiramos. Hablamos. Tirados sin ropa al pie de la
cama. He estado pensando dice. Yo también, digo.
No le gustó que me fuera. A mí no me gustó que no le
gustara. Ahí no hubo culpa.
-
Terminamos poco después. Qué feo. Llanto.
Vacío en la panza. Echados en la cama, mirando el
techo trazamos la logística de la separación. Me siento
mal durante semanas. Una noche me tengo que pedir
disculpas a mí mismo. Estoy en el malecón, en el
mismo parque donde está el busto de Pedro Paulet y
el diagrama de su nave espacial. Una de las primera
veces que salimos pasamos por ahí. Veníamos de
ver una casa que ella había remodelado. Me gustó
mucho ver su trabajo. En ese malecón fue, también,
una de las despedidas. Casi lo había olvidado. Fue
el día que hablamos dos horas. La conversación más
larga desde que ella se fue del depa. Al día siguiente,
se fue a España. La veo una vez más, muchos meses
después, en el Juanito. Ya pasaron años. Qué bonita
es Beatriz. ¿Cómo estará?
-
Sonidos. Pasan carros. Luces de un auto.
Musiquita –no es musiquita, digo- de luces de Navidad.
-
La nuca me duele menos. Casi no me duele.
Creo que si enderezo la espalda, me baja el dolor.
-
Hago sonar mi quijada. Se desencaja. La
pongo hacia la izquierda. Yo siento que está hacia
la izquierda pero, si me veo en el espejo, mi cara se
ve recta. Me tomó tiempo recordar que era hacia la
izquierda hacia donde debía moverla. Se me ocurrió la
palabra izquijada. Espero que funcione.
-
No quiero terminar con la cara torcida de
Lourdes Flores Nano (candidata a la presidencia
del Perú).
-
Quizá el tumor me afecte la parte del sexo.
Nunca más podré tirar. ¿Será mejor o peor? Uno piensa
tanto en tirar y en masturbarse, uno mira tantos culos,
imagina tantas tetas que, si pudiera no pensar en todo
eso, quizá sobraría energía mental para iluminar una
ciudad pequeña. Uno hasta es capaz de imaginar que
una chica es inteligente para que le guste y que le
provoque, realmente, tirársela. Alguna enamorada de
Jorge decía: “él está jodido, busca a una mujer con el
cerebro de Simone de Beauvoir y el cuerpo de Brooke
Shields”. Ella también estaba jodida, evidentemente.
No duraron mucho.
-
Shields, escudos. Jaimito Página, Nicolás
Jaula, Rogelio Aguas. Las traducciones del Perro. Me
da risa. A esa española también le daban. Y yo, como
un huevón, no hice nada con ella más que discutir.
Qué manera de haber necesitado terapia la mía. Un
reprimido de espanto.
-
Por lo menos empecé a la terapia antes de
comprarme una pistola. Era simpática esa española.
Recordar su cara de desconcierto cuando yo llevaba
la conversación por cualquier lado que no tuviera que
ver con chapar me avergüenza. Y uno que piensa que
son los demás los que tienen problemas. Jaime vio
todo. Yo también lo he visto haciendo huevadas. No le
digas a nadie y yo no le digo a nadie.
-
“Lo importante es que todo lo que te pasa
sirve para echarlo a la olla. Mientras más cosas haya
55
Astronauta
en harapos
1
Gasté todas mis propinas
usé todos mis juguetes
y robé los de mis amigos
A hurtadillas
aprendí a usar las herramientas de mi papá
–leí sus manuales fotocopiados–
Me tomó 40 años construir la nave espacial
Y calcular la parábola,
que todos se hartaran de mí
56
2
Es medianoche
una sirena anuncia el lanzamiento
Nadie viene a despedirme
En lo alto de la plataforma
enfundado en mi traje plateado
con mi casco bajo el brazo
me sitia el vértigo
Sonrío,
como Armstrong y Aldrin
Recién hoy entiendo su gesto:
“¿y si mejor
mantengo los pies en la Tierra?”
3
Doce,
once,
diez,
nueve punto ocho metros sobre segundo al cuadrado
después
–¡fue un siglo, créanme!–
me arrastro
afuera de mi crucero desintegrado
Soy un astronauta en harapos
Un viejo se me acerca
(un agujero negro
en su sonrisa)
“Igualito a una estrella fugaz
–me dice–
Hasta pedí un deseo”
57
dentro de la olla, mejor será el caldo”, dice Jaime. Es
de noche, salimos de la facultad, con frío. Estamos
en el paradero, frente a la universidad. Tenemos las
monedas contadas.
-
Acabo de mear. La casa está vacía así que
no tuve que evitar hacer ruido con el chorro en el
agua del inodoro. Ese ruido me parece, a veces, tan
impúdico como sería ver mear o ser visto meando. La
gente cierra la puerta para ir al baño, pero la puerta
solo oculta la visión, no el sonido. ¿Para qué cierra la
puerta uno entonces?
-
Hay chicas que, cuando mean, hacen un ruido
igual de contundente que el de los hombres. Que el
de la mayoría de hombres. Digo, a los hombres les
ayuda la altura desde la que cae la pila sobre el agua
del inodoro. Las mujeres están a la mitad de esa
altura. Pero hay chicas cuya pila suena como la de
un hombre y, cuando las escucho, por alguna razón,
pienso en una columna de tanques.
-
La calle se ilumina de naranja. Pasa una
ambulancia con las luces giratorios prendidas pero
con las sirenas apagadas. ¿Cuál es propiamente
la sirena? ¿La luz que da vueltas o el sonido fuerte
y ululante? A Ulises lo amarraron por una cuestión
de sonido. “Que nadie me ate, cuando las sirenas
canten”, dice la canción. No recuerdo que nadie haya
hablado de luces giratorias en la Odisea, que tampoco
he leído, dicho sea de paso y que debería leer.
-Tipeo.
-
Tipear es un anglicismo. En mi colegio, había
clases de tiping. Nunca las llevé. Odiaba escribir a
máquina. En lugar de eso llevé clases de taquigrafía
en inglés. Recuerdo algunas letras. Había una que la
profesora describió como un lomito de ballena.
-
Mi papá encuadernó las hojas donde venían
las lecciones del curso. Eran hojas mimeografiadas
mal encuadradas en el papel. Él las encuadró bien
y las refiló con una guillotina. Les puso de tapa el
cartón de un block con manchas de colores verdes,
negras y blancas. Los demás tenían sus cuadernos
mal engrapados.
-
Aquella profesora me llama al periódico. Me
dice que el colegio cumple no sé cuántos años y que
58
ella está orgullosa de ver mi nombre en el diario. Sé lo
que quiere y se lo hago saber para no hacerla larga:
quiere que entreviste a la directora. Es la misma que
había cuando yo estaba estudiando. Una inglesa
vieja, flaca, de ojos celestes secos. Una vez me tuvo
agarrado del cuello de la camisa porque la camisa, que
sobresalía por el cuello de mi chompa, estaba amarilla.
“Se percudió, pues”, me dice un amigo. Gringa de
mierda. Esa fue la única vez que tuve contacto con
ella. Antes de eso no la odiaba. Solo le tenía miedo.
Siempre le tengo miedo a la autoridad. Recelo. A
cualquiera. Incluso los papas de mis amigos, por más
buena gente que sean, me recuerdan la autoridad.
-
Me duele la nuca. Ya me cansé.
Lima, 29 de diciembre de 2009, 11:22 p.m.
-
Extraño el sonido de las teclas sonando sin
detenerse. Uno de los chicos de la maestría me dice,
en la biblioteca, al verme escribir sin parar, que ver a
la gente así de pronto le provocaba mucha envidia.
A mí también. Siempre me provoca envidia ver a mis
amigos pintar en la facultad. Verlos pintar sin parar, con
seguridad de saber lo que están haciendo. En cambio,
yo, saber qué hacer con seguridad, a dónde ir, me pasa
muy poco. Y dura poco tiempo. Me alcanza para un
cuadro, o menos de uno. Después, no sé qué hacer.
Me dedico entonces a hacer ejercicios formales. Alejo
(el profesor) dice que no están mal. A mí tampoco me
parecen mal pero no significan nada para mí. En cambio,
en los cuadros que sí me convencen, no encuentro
una buena razón para trabajarlos formalmente. Al final
quedan descompuestos, desintegrados. ¿Por qué
deberían estar integrados?, me pregunto. Esa misma
pregunta está aquí, en esta maestría, en Nueva York,
más de diez años después. ¿Por qué el texto tiene
que funcionar? ¿Por qué no basta con que diga lo que
se me ocurre, guiándome por criterios que dependan
únicamente de mí? ¿Por qué tiene que tener una
forma, una estructura, un ritmo, una poética y todas
esas cosas? Porque hay que convencer al lector de
que siga con nosotros. Eso no se necesitaba con un
cuadro. Para un cuadro, parece que el mero hecho de
existir, de haber sido hecho, ya otorga una especie de
valor. Alejo dice eso de las esculturas: tallar un bloque
de granito a cincelazos ya representa un esfuerzo
que, en sí mismo, tiene un cierto peso. Pero, Alejo, la
escultura puede ser una basura. Sí, pero el esfuerzo
que ha demandado ya tiene algo. Un texto malo,
simplemente, es abandonado.
-
¿Era orgullo necio, incomprensión o incapacidad
de resolver un problema formal simplemente lo que
me mantuvo en alguna medida trabado en la pintura?
¿Qué impedía que me entusiasmara -aunque no sé
si esa es la palabra- pintando? El grabado sí me
entusiasmaba. En el grabado las exigencias técnicas
y las limitaciones son mayores. Ahí sí me sentía
cómodo. ¿Razones? En el grabado es válido dibujar.
En la pintura, no tanto. No lo sentía así, en todo caso.
Por otra parte, en el grabado, hay texturas y colores
que resultan interesantes visualmente y que proceden
de mecanismos técnicos que dejan mucho espacio al
azar. Eso, cuando uno lo sabe, le otorga cierto misterio
al resultado. Y eso es interesante, para uno mismo,
precisamente, porque no es resultado de la creación o
del cálculo propios que, a fin de cuentas, no encierran
novedad para uno mismo.
-
Recuerdo a Rodríguez Larraín (pintor, escultor,
arquitecto) hablar del azar dirigido. Viejo increíble.
Qué solitario, carajo. Qué insoportable. Lo echaban
de los cafés por peleón. No lo aguantaban ni quienes
lo querían. Jodido. No quiero acabar así.
-
Si me pidieran que hiciera un trabajo solamente
con, digamos, palitos de helado, haría algo mejor que
todos los demás. Es como si superar una condición
técnica adversa o tener que sacarle las posibilidades
de expresión a una situación estrecha, me hicieran
sentir cómodo. ¿Será una forma de trabajar de mi
imaginación? Si hay inteligencias diversas, ¿por qué
no habrían imaginaciones diversas? ¿Qué clases de
imaginación podría haber? ¿Clasificadas por sentidos:
visual, musical, culinaria, aromática, literaria –aunque
lo literario no tiene que ver con un sentido-? ¿O con
estructuras: espacial, combinatoria, generativa…?
¿O, ya qué tanta vuelta, dramática, de acción,
pornográfica…?
-
Mente en blanco.
-
Repaso lo escrito. Nada me convence.
-
No tiene que convencerme. Esto no es
una tesis, ni un cuento, ni un artículo. Recuerda el
fundamento: es una mecánica. Estás tratando de
atrapar lo que pasa por la cabeza. Es todo.
-
Hoy no siento angustia. ¿Por qué? Siempre
la siento. Hoy no. No hay dolor de barriga tampoco.
¿Serán las vacaciones? ¿Será estar en Lima?
-
Al aterrizar en Lima, sentí angustia.
-
Tengo que ir a la playa. Por lo menos aquí
abajito, nomás. Para regresar con algo de color y
evadir esa blancura mate, opaca, que tiene la gente
que tenía color y que lo pierde en NY.
-
La señal de Internet es fuerte. No te pongas a
webear. No hay nada importante que ver, igual.
-
Tengo que pasarle facturas a Martha. ¿Dónde
habrán quedado mis recibos? Creo que los dejé
donde Pajares y el huevón no los encuentra. Dónde,
si no. Donde Capa. Tengo que ver a Capa. Es buen
amigo. La hermana de su novia está en algo. ¿Podría
entrar a mi cuarto y pedirme algo muy sucio? ¡Sal de
la porno, amigo! Ximena me hace reír. A las chicas hay
que decirles ¡salte de la telenovela, amiga!
-
Para las mujeres, los programas de cocina
son como la pornografía, leí en un periódico de NY.
“Vemos lo que nunca vamos a hacer pero nos parece
delicioso”. O algo así decía.
-
Las palabras en la escritura ganan a las del
pensamiento. Estoy escribiendo más rápido que las
palabras que se me van ocurriendo. Es como viajar
en el tiempo unas fracciones de segundo en el futuro.
Algo así como los jedi, que pueden ver el futuro un
poquito más adelante. Por eso pueden rebotar rayos
con su espada, manejar a toda velocidad sin estrellarse
y asuntos como esos.
-
En blanco. Ahí está la piedra. Antes tenía que
invocar la piedra. Ahora llega nomás. Imagina que,
justo detrás de tu frente, hay una piedra, un canto
rodado, pequeño, oscuro, sin color ni olor. Enfoca
en esa piedra todos tus sentidos. No te concentres
en ella, concentrarse es pensar y estamos tratando
de no pensar en nada. Eso me dice ese profesor de
59
El arsenal
Bajo mi cama estaba mi arsenal. Para cuando cumplí
diez años, éste tenía dos pistolas de rayos: una de
cañón ovoide y luz roja –con un selector de doce
sonidos- y otra como las de la tripulación de la nave
Intrépido, tenía un solo sonido pero era más cómoda
de ajustar en el cinturón, por eso la usaba seguido. Mi
arsenal incluía también un viejo fusil ametralladora, tipo
Thompson, con un gatillo metálico que producía chispas
de pedernal –esa no me gustaba mucho, pero su culata
larga la hacía ideal para hacer fuego desde trincheras-;
tenía un revólver Colt plateado, de mango con acabado
de madera; dos granadas tipo piña y una pistola Luger
verde que tiraba chorritos de agua. Siempre eché en
falta un rifle con mira telescópica –el décimo piso era
la fantasía de cualquier francotirador-. Una vez, mi papá
me dijo que le gustaban las Luger, que al dispararlas la
corredera se levantaba hacia arriba, expulsando humo y
fuego hacia los lados -como un dragón.
No recuerdo si yo tenía seis o siete años cuando
mi papá me llevó a disparar con su revólver, un Smith &
Wesson, de cañón corto. Estábamos en unas pampas.
Él acomodó un blanco, un pedazo de corcho, como los
60
que usan los pescadores para hacer boyas, tomó mis
manos con las suyas, agarró el revólver, se agachó
para que su cabeza quedara a la altura de la mía, y me
enseñó a apuntar: pon la mirilla sobre el blanco. Fácil.
Traté de apretar el gatillo pero no pude. Era muy duro.
Mi papá, entonces, apretó su dedo sobre el mío. El dedo
me dolió. El disparo seco y agudo me sobresaltó. Y en
la boca, sentí ácido. Al costado del blanco, una nube. La
bala levanta un poco de polvo, dijo mi papá. Nada más.
Odié el ruido, el gatillo, el sabor. Nunca quise saber de
pistolas de verdad.
Cuando yo estaba en secundaria -mi arsenal
se había reducido a una Espada del Augurio prestada
que usé para una escenificación de las cruzadas-,
conversamos del hecho y mi padre me dijo que me
había llevado a disparar a esa edad precisamente
para que no me gustaran las armas. Usó un revólver
porque tienen el gatillo duro. Una automática tiene el
gatillo muy suave. Uno puede dispararla sin cansarse.
Me contó de unos amigos suyos que les prohibían los
juguetes bélicos a sus hijos. Él sabía que lo prohibido
era provocativo. Mi padre había coleccionado armas. Y
solía andar armado. Uno de sus mejores amigos murió
por arma de fuego. No sé si se disparó voluntaria o
accidentalmente. De su colección, que vendió, mi padre
sólo conservó aquel revólver en la casa. Después lo
vendió también. Me explicó que uno sólo debe tener un
arma si está dispuesto a usarla. Si no es así, tenerla es
más peligroso que no tenerla porque uno se convierte
en una amenaza. Por eso tener un arma cargada con
balas de salva es estúpido, como hacer tiros al aire o
apuntar a una pierna o a un hombro. Si llegas a tener un
arma y decides usarla, apunta a matar.
A los 25 años quise inaugurar mi arsenal
comprando un arma. Me daba miedo que algo pudiera
pasarle a mi novia. Yo me decía que necesitaba poder
defenderla. En realidad, estaba ansioso porque alguien
me diera motivo para dispararle. Gasté ese dinero en
psicoterapia. No compré la pistola y terminé con mi
novia. Recién disparé un arma de verdad durante una
visita a una base militar. Era una pistola automática. Sí, el
gatillo era muy suave. Gasté la cacerina sin cansarme. Y
mi puntería no estuvo nada mal. Me provocó llevármela
a casa.
61
meditación. ¿Era suizo o había vivido en Suiza? Hago
lo que me dicen algunas veces, hasta que me olvido.
Pensé que podría despegarme de mí mismo, pero no
ha sucedido.
-
Eres un niño. Estás sentado la sala de la casa.
Empiezas a ver la lámpara de la escalera cada vez más
cerca. Te aproximas a ella flotando en el aire, pasando
sobre la mesa. De pronto, estás nuevamente sentado
en el sofá pero, entonces, sientes el peso de tu propio
cuerpo. Eso te da la certeza de que te has despegado:
sentir tu propio peso.
-
Fuenzalida dice que los duendes existen,
que las hadas también, que hay vida dentro de los
cerros, que hay mucha gente a lo largo de la historia
de la humanidad que cuenta estas cosas y que hay
coincidencias imposibles de explicar de relatos entre
pueblos incomunicados entre sí y entre individuos
incomunicados entre sí. Armando dice que uno de
los asistentes al taller sobre hadas y duendes fue a
tirar piedras a su casa. ¿Está loco?, pregunto. Sí. No
es raro que gente medio loca vaya a las clases de
Fuenzalida.
-
Como periodista, cuando encuentro que
alguien que cuenta historias raras, digamos,
paranormales, me gusta hacer preguntas como ¿qué
ha visto dentro de los cerros? Fuenzalida dice que hay
ferias. Si su descripción no se ajusta a eso, me baja la
confianza en el relato. Gran periodista. Preguntando
huevadas sobre fantasmas.
-
Impaciencia. ¿Escribir así tendrá resultados
alguna vez? ¿O tendrá el mismo sentido que el
experimento de los monos con máquinas de escribir?
Cientos de monos tipeando al azar podrían, en
algún momento, escribir LA novela. Una máquina
combinatoria de letras al azar puede generar todos
los textos posibles. Bastaría determinar la longitud del
texto. ¿Registrar la mente en blanco podría generar
algo así? No creo. De mi mente no va a salir nada
que radicalmente diferente a lo que pueda resultar de
mezclar o potenciar lo que la ha alimentado. Lima, 3
de enero de 2010, 11:30 a.m.
-
Cuando uno es el que se está quedando,
mejor es irse. Pero cuando uno ya se ha ido, irse
62
no parece la gran cosa. Irse a NY es bueno pero
circunstancialmente. La ciudad tiene sus pro y sus
contra (sí, Felices, sus pro y sus contra, no sus pros
y sus contras; cómo jodes con tu Diccionario de
la Real Academia).
-
Ahora estoy de regreso. Ha dolido estar de
vuelta. Conversar de todo esto con Gabriela. Casi se
acaba todo. Pero no quieres dejarla completamente.
Hay un sentimiento. Pero no pretendes que
ese sentimiento se vuelva un compromiso. ¿Le
tienes miedo al compromiso? No creo. No quiero
comprometerme. ¿No querer algo es tenerle miedo?
No necesariamente. Pero, a un observador externo,
no hay manera de demostrárselo. Sería como el chiste
del tipo que está seguro de que no es gay y que, cada
tanto, prueba tirar con hombres para reasegurarse de
que no le gusta.
-
Una vez que la cosa con Gabriela está bien,
dejas de pensar en el asunto. Deberías seguir pensando.
A ver, piensa. No lo sueltes. ¿Qué pasa con ella
(ahora sí estás pensando en algo)? ¿Te gusta? Sí. ¿La
quieres? Sí. ¿Te parece chévere? Sí. ¿Te reta? Joder,
que me reta. ¿Qué no te gusta? Quero sentir que no
me incomoda en lo más mínimo. Pero me incomoda en
algunos momentos. ¿Momentos como cuáles? Siento
que debo estar pendiente de ella. Y de hecho lo estoy
y no me disgusta estarlo, en alguna medida. ¿Por qué
te tomas tan a la tremenda estar pendiente de alguien?
Todos los seres humanos están pendientes de lo que
hacen otros seres humanos. ¿Por qué te haces tanta
bola con estar pendiente de uno?
-
Soy un autista. La doctora Liliana Mayo tiene
razón. Todos somos autistas en algún grado.
-
Antes de venir a NY, vivía en un cuarto de
cien dólares al mes en una casa compartida con un
amigo. En realidad, pasaba muy poco tiempo en casa.
No tenía televisor, no tenía auto, no tenía más que
una refrigeradora pequeña, una cocina pequeña, mi
computadora y fotos y libros. Ni siquiera tenía colchón.
Dormía en un colchón de aire. No vivía con mi novia, a
pesar de tener algunos pocos años juntos. No quería
vivir con ella. Ni ella tampoco vivir conmigo, valga
la aclaración. Estaba viviendo como si estuviera de
campamento. Como si estuviera listo para irme. Hasta
que salió la oportunidad. Irme con solo dos maletas
en las que entró el 50% de mis pertenencias resultó
coherente con la forma en que había estado viviendo
desde hacía años.
-
No quiero tener que ver con el mundo. Por eso
me pesa tener que ver. No me molesta tener amigos.
Ese formato de relación no es exigente. ¿Cómo será si
llego a tener hijos, carajo? Podría enloquecer. Aunque,
supongo, entonces vendrá en mi ayuda la tradición, la
sociedad e, incluso, el instinto de conservación de la
especie. No menospreciemos la carga genética que
traemos con nosotros. Al contrario, confiemos en que
hará su parte de la chamba.
-
Hiciste números. Pensante que Gabriela ni
siquiera te exige exclusividad. Tú tampoco. Te está
pidiendo que asumas tus libertades. Algo así habría
dicho Nietzche.
-
Demostrar que uno quiere amor es la mejor
forma de no conseguirlo. Esa desesperación solitaria
se filtra por las grietas del carácter de la gente. Me
espanta. Como esa arquitecta que se aparece en la
casa y empieza a conversar y no se quiere ir y ya te das
cuenta -demasiado tarde, para variar- de lo que quiere
y, al final, ya pues, veamos qué pasa, un poco más de
conversa y está metida en tu cama. Qué manera de
doblar la espalda la suya. Pero sus pezones no eran
bonitos.
-
Y la otra, que jodió y jodió y, al final, no quiso.
Bueno, hizo su movida en Cusco, no seamos injustos.
Allá estuve vomitando toda la noche. Le habían dado
la beca a la Flaca, había que celebrar. El vómito de
litros de vino morado contrastaba sobre el amarillo
de la puerta del taxi, que iba a toda velocidad. El
viento helado extendía la mancha. Si hubiera estado
en la facultad, podía haber hecho un cuadro con ese
‘motivo’. No, no lo hubiera hecho. En ese momento no
le daba importancia a divertirme pintando.
-
“Piensas mucho, Chueca. Pinta nomás”. Odié
al profesor que dijo eso.
q
63
R. E. Toledo (México)
Vacío
El poeta se cansó de escribir y no tecleó nada
más. Después cerró también la libreta y tapó
cuidadosamente el bolígrafo. Cerró los ojos y estiró
las piernas. La música que sonaba en el fondo había
parado hacía un rato. No esperaba a nadie. No tenía
en aquel día particular, ninguna cita a la cual acudir,
ninguna periodista al cual atender. Se llevó las manos
a la nuca y masajeó la cansada base del cráneo. Por
un momento deseó que se le ocurrieran historias
fantásticas que contar, o ideas trascendentales que
defender, pero ninguna de ellas se le vino a la cabeza.
Tal vez por el hecho de que su vida no podría ser
más ordinaria. Llevaba ya meses, si no es que años,
hundido en una vida absurda, plana como un papel,
dejándose llevar con un empujón leve, a través del
tiempo. Cómo si los pies se le movieran al ras de una
superficie lisa, sin defectos, y que un colchón de aire
le hiciera flotar. No se rozaba con nada, no pasaba
cerca de ningún mueble filoso. No se aproximaba a
ninguna pendiente, no se veía ningún obstáculo en el
camino, ningún borde que esquivar, ni por los lados,
ni por encima, y la fuerza que lo movía por la vida era
firme pero leve, nada más alejado de violento, nada
más alejado de vertiginoso.
No había anécdota personal de drama, ni de
aventura que pudiera contar y sin nada en su vida su
imaginación se había cerrado. No había asociación de
palabras que le funcionara, el saco de las metáforas y
las similitudes se le había vaciado. Le asqueaba que
su vida se redujera a lo cotidiano, a las relaciones y
reacciones humanas, que ya de por si se le hacían
enredadas, y que ahora además de complicadas se
le figuraban aburridas, e incontables. Era como si le
hubieran robado el espíritu.
Se imaginó como un vaso de agua y se vio
vacío –transparente y vacío y al borde de la mesa.
El cristal del que estaba hecho era todavía bastante
cristalino, no había perdido su transparencia brillante.
Se adivinaba viejo. No tenía ninguna quebradura,
ni despostillo en el filo, pero era absolutamente
transparente y estaba inevitablemente vacio. Esta
imagen le causaba una angustia infinita. Se frotó lo
ojos y la misma imagen le volvió a la mente. Un vaso
vacio. Le hubiera gustado ser un vaso de plástico
transparente igual, pero desgastado y por lo mismo
con un plástico opaco que le diera más carácter. Que
proporcionara algún matiz a ese vacío que tenía por
dentro. Más aun le hubiera gustado ser una taza de
loza china, vieja, despostillada inclusive –que sugiriera
una vida extranjera o de vicio—y con algún invitante
té de hierbas exóticas humeando por dentro. Ya
por lo menos le hubiera gustado tener algo dentro,
aunque fuera algún líquido gelatinoso, de olor y color
nauseabundo y que se afirmara imbebible. Pero no,
una y otra vez se volvía a él la imagen del vaso de
cristal vacio al borde de la mesa alta de la cocina y
ahora podía ver claramente el piso de baldosa italiana
esperándole abajo, invitándolo a tomar un paso extra.
Ahora se explicaba el por qué de la imagen de vaso
vacío. No podía tener nada dentro, porque al caer no
solo se quebraría en mil pedazos, sino que salpicaría
la baldosa italiana del piso de la cocina y se haría un
desbarajuste de líquido y vidrios que alguien tendría
que limpiar y no podía imaginarse quién en su vida
personal, pudiera hacer tan molesta tarea. Le daba
pánico ser una carga para cualquiera, aun que fuera
para recoger los pedazos rotos del piso. Se sintió mal al
figurarse a su amante, cortándose al levantar los vidrios
del suelo. Sacudió la cabeza para borrarse esa imagen
que le turbaba. Se imagino la expresión de lástima de
una alguna persona cualquiera juntando los pedazos,
indagando en la calidad del cristal, y viendo que no
era ningún cristal fino, no era de Murano, tampoco
estaba labrado, no tenía ningún tinte interesante, ni
burbujas inyectadas en el cristal. Que no era un vaso
caro, ni importado, estaba claro. Era un ordinario vaso
de cristal… y estaba vacío—gracias a dios. Después
pudo ver claramente a esa misma persona viendo
hacia los lados, poniéndose de pie, con la bolsa de
papel llena de los pedazos rotos del vaso, mirando en
la mesa, tratando de explicarse que era lo que había
provocado que el vaso se precipitara hacía el piso y
se rompiese, pero no había ningún indicio de alguien
rondando los perímetros de la cocina—hábitat natural
del vaso—y no recordaba ningún temblor de la tierra,
tan cotidianos en la Ciudad de México, que hubiese
producido la caída.
Era mejor estar así… v-a-c-í-o. Perdurablemente
vacío. Si, perdurablemente e irrevocablemente vacío.
Por si caía, que no se hiciera desbarajuste tal. Pero
ya pensándolo más detenidamente, no caería nunca.
¿Qué fuerza lo empujaría al borde de la mesa y lo
haría caer? No tenía forma de encontrarse con ese
precipicio. No. La imagen del borde de la mesa solo
estaba allí para subrayar la inmovilidad del vaso.
Para que el quiebre se le antojase, y el final se le
presentara apetecible pero no porque existiera una
fuerza de cambio. No había tal. Era de una inmovilidad
absolutamente constreñida por las leyes de la física.
Si no había una fuerza que moviera el vaso, este
podría pasar una eternidad ahí postrado al borde de la
mesa, sin tener forma de remediar su vacío. No tenía
65
la libertad de llenarse con algún ponzoñoso veneno, o
refrescante elixir. Estaría allí esperando a que alguna
fuerza natural, o fuerza del destino, llegara a hacerse
cargo de su principio o de su fin. Estaría allí esperando
a que algún agente externo –ser animal, o material,
fenómeno natural o ley divina—se acercara a poner
fin a su desgraciada existencia –porque no se le
podía llamar vida a aquel estado inerte en el que se
encontraba. O tal vez esperaría a que un ser vivo, se
acercara a dar sentido a su vida y lo llenara de una
fresca limonada en una tarde de verano. Le reconfortó
inmediatamente el sentir lo fresco y lo límpido del
agua deslizándose por sus paredes lisas. Le hubiera
gustado probar lo dulce, y ácido del líquido, pero su
carácter poco poroso se lo impidió. Se imagino las
rodajas de limón amarillo dejándose ver a través de sí,
brillando con el reflejo del sol y se sintió más erguido
y orgulloso que en muchos años. Sintió los hielos
produciéndole no solo una música con su tintineo,
sino también un baile gozoso por dentro. Percibió el
frio de la charola de metal a sus pies. Le causó vértigo
el movimiento al ser transportado a otro lugar… ¿a
la mesa del salón tal vez? No. A la mesita del jardín.
Percibió la brisa de afuera golpeando sus rígidas
paredes. Tardó un poco en comprender la sensación
nueva e incomprensible que le causaba el líquido frio
dentro de sí al contrastar con el ambiente caluroso de
fuera y empezó a sudar. Sintió los dedos firmes que
le sostenían, suspendido en el aire, con un precipicio
esperándole abajo, pero se abandonó con confianza y
descansó todo el peso de su ser entre esos delicados,
pero firmes dedos. Se deleitó con el roce de los labios,
hinchados de sed, que recogían el líquido de su finísima
boca de vaso de cristal. El orgasmo vino al sentir unos
suaves dedos jugando con el líquido dentro de sí,
haciéndole cosquillas, jugando a atrapar un hielo, que
se escabullía de los dedos indagadores, y se deshacía
en sus entrañas. Después de unos tragos más, largos,
rotundos, esa sensación de vacío le inundó una vez
más. Le quedaba un poco de sudor por fuera, que
el viento suave fue secando poco a poco. Quiso
llorar pero no pudo. Pretendió que aquellas gotas
condensadas en sus paredes externas fueran sus
66
Infinidad de
un momento
Sentada en la escalera de escape
helada hasta la médula de los huesos observas
desde el punto preciso de tu espacio
tus sueños
Iluminando tus ideas
rompiendo tu ensueño
alimentando tu espíritu
con la novedad del momento
Sueños de una trayectoria nueva
que se traduce ahora
escalera oxidada
viento puro
brisa brooklyniana de mar y río
pasillo de luz que llega hasta la orilla del agua
y se regresa hasta tus ojos
momento tuyo, exclusivo
infinitamente suave
porque solo tú estás sintiendo el vértigo del quinto piso
llenando tus pulmones de un aire incorruptible
que manchas
con el humo del cigarrillo
porque te empeñas en saborearlo
en sentirlo por dentro
tus ojos se van
recorren en un instante
el rato amargo por su soledad
mas por su sencillez afable
lágrimas pero comprendió que no le servía de nada
engañarse a sí mismo, se encontraba solo y vacío
una vez más. Encontró consuelo en el sol apacible
de una tarde que se aleja y se sumió en un estupor.
Volvió en sí al percibir un revoloteo a su alrededor. Se
quedó tan quieto como al principio para investigar lo
que pasaba. La sensación le recordó el sentimiento
de vértigo de los primeros días de un enamoramiento.
Dos abejas se entretenían chupándole. Primero se
designaron solo a los bordes de la boca, produciendo
un cosquilleo profundo. Más adelante se aventuraron
a su interior al percatarse de los residuos de aquel
brebaje dulce que horas antes le había causado
muchas otras sensaciones. Se limito a estar, a sentir
el enamoramiento que aquellos dos seres ajenos le
causaban. No quiso moverse y recordó que aunque
hubiera querido, no hubiera podido hacer nada por
hacer perdurar o por darle fin a esos instantes de
goce, y se limitó a sentirlos con una felicidad leve.
Cuando las juguetonas abejas se alejaron finalmente,
calló la noche vertiginosamente. Por algunos instantes
reparó en el hecho de que había otros vasos a su
alrededor, pero su carácter de vaso vacío no le dejaba
entretenerse cuestionándose qué era lo que estos
otros pudieran estar pensando, o percibiendo. No
sabía si ellos, como él se cuestionaban su existencia.
No se le antojó hacer conversación u organizar una
reunión para encontrarle solución a su falta de libertad.
Tampoco se interesó mucho en que algunos de los
vasos que le rodeaban eran más finos, más elegantes
o más coloridos que él. A estas alturas su carácter
de vaso lo había inundado completamente y todas las
preocupaciones humanas que le habían entretenido
en algún momento le llegaron a abandonar y aunque
hizo un intento por recordar la profunda felicidad que
le había causado estar lleno de una dulce limonada
a penas esa misma tarde, su vacío se apoderó de él
y sus átomos se helaron con el frío de la noche a la
intemperie. Ahora sí estaba completamente vacío,
rígido, inerte.
q
67
Isabel
Baboun
(Chile)
Me dijo que tuviera
buena noche y que
me cuidara de
los gatos
No había salido de casa en todo el día. Era viernes, seis
de la tarde y en treinta minutos el Cleaners donde dejé
un vestido negro cerraría hasta el día siguiente. Decidí
ir por él como único paseo y porque ya va casi una
semana que lo había dejado ahí para lavar. Apagué las
luces, me coloqué una chaqueta, zapatillas y cerré la
puerta. Serían solo cinco o seis cuadras caminando. El
celular que llevaba en la chaqueta emitía un sonido cada
tanto advirtiendo que se descargaría por completo.
Camino al ascensor percibí en el departamento del
4B un olor poco habitual. Me acerqué, evitando eso sí
que el agujero de la puerta que permite ver quién está
del otro lado no coincidiera con mi cabeza. Me agaché
y respiré hondo. Era un olor fuerte, tal vez comida en
descomposición, me dije, pero no había nada que lo
confirmara. No provenía desde ese lugar, no era del
4B, de eso estaba segura. Cuando el ascensor llegó
al cuarto pisó y subí, un hombre que ya estaba ahí
me dijo -Hey, nice look- era alto, demasiado, y con un
gorro de lana en la cabeza que llevaba los colores del
reggae. Thanks, dije, y volví a presionar el botón del
primer piso, el que ya estaba iluminado. Luego agregó
algo así como que los ascensores no eran saludables
para el medio ambiente, su acento era extraño y no
quise pedirle que repitiera el comentario. Sonreí y
le dije oh sure, sure, yes. Me dijo que tuviera buena
noche y que me cuidara de los gatos. Esto último en
parte es lo que supongo me quiso decir, pero no lo
entendí realmente. Ambos salimos hacia la puerta de
calle del edificio. Él primero y luego yo.
Junto a nosotros un hombre vestido con ropa
militar, botas negras y el pelo trenzado pero corto,
se dirigía a la puerta de salida. Lo había visto dos
veces. Llevaba una botella de cerveza en la mano y
una escoba. A un costado de la puerta, un hombre
en bicicleta hablaba por citófono para hacer entrega
de un pedido de comida china. Me sonrío de manera
exagerada y eso me molestó. No le devolví la sonrisa
y me fui, aún sintiendo el olor a fritura que salía de las
bolsas plásticas que colgaban de su bicicleta (todas
tenían una carita color amarillo con una sonrisa y la
frase “thank you” en color negro). Es chino, creo, o
coreano, no lo sabía y me fui pensando en esto mientras
caminaba hacia el Cleaners. Había una limusina
blanca estacionada justo en frente del edificio. Corría
viento y a pesar que llevaba una chaqueta y zapatillas
no era suficiente, la ropa deportiva que traía encima
era delgada para la temperatura de ese momento.
Miré el celular para cerciorarme de la hora, estaba
descargado. Caminando avanzaba a un ritmo normal,
pero constante. Había luz roja e intenté cruzar de
todas formas. Cuando conseguí hacerlo el semáforo
ya cambiaba a verde. El hombre que estaba a mi lado
con bastón no cruzó. Ya en la vereda del frente una
mujer cerraba una cortina de metal en una tienda de
sombreros “The Harlem’s Heaven” se llama, y mientras
lo hacía cargaba en su vientre a un bebé que sostenía
con una especie de arnés sujetado a la espalda. Junto
a los sombreros, “The Real Bakery” aún seguía abierta
y no me detuve. Ya en el Cleaners dije mi nombre y
número de teléfono, y luego de ingresar mis datos en
una computadora el japonés me entregó el vestido.
Pagué once dólares. Le pregunté por qué once
dólares y me dijo –sobre una música orquestal como
de Beethoven- que ellos usaban detergente orgánico,
y que los vestidos a media pierna se pagan más caros
que los que se usan sobre la rodilla. Cuando salí me
quedé pensando en eso, en cómo él sabe a qué altura
de mis piernas llega el vestido si nunca me lo ha
visto puesto; y Beethoven seguía sonando desde la
tienda, a un volumen más bien alto, si es que no era
Schubert o Schuman.
q
69
Pedro,
Compré pan, y algunas cervezas. También azúcar flor
para los alfajores ¿Te tinca? Lo siento pero marraquetas
no quedaban. Del vino tinto se encargan los mellizos y
la tía Ana. Las llaves del auto las dejé sobre la mesa.
Para cuando llegue la gente coloca el mantel rojo que
dejé secando en el patio. No lo dobles. El queso y todo
lo que sea para picotear lo tienes que ir a comprar tú.
El dinero está en el primer cajón de mi escritorio. Si
llama Teo, dile que tuve que ir a Valparaíso, o que me
fui al Valle del Elqui a meditar, no sé, invéntale algo pero
no te rías. A mamá no le menciones que vendrá la tía
Ana. Si por descuido le dices, las pastillas para el colon
también están en el primer cajón del escritorio, junto
con el dinero. No te quedes con el vuelto. A papá no
le pidas ayuda con la carne, sólo con el fuego. Víctor
se encargará de lo demás. Si papá insiste con apagar
la música, tú insístele que en dieciocho toda la gente
escucha cuecas, folklore, que son fiestas, que no joda…
dile lo mismo pero con respeto o ya sabes, sucederá
lo del año pasado. No le pongas demasiada cebolla al
tomate o la Nona sufrirá del estómago y después no
va a querer irse. Si se queda a dormir, que sea en tu
habitación y no en la mía. Y si hay que ir a dejarla a su
casa no manejes tú, prefiero que lo haga la Nona y te
quedas con ella. A Max y a Roky ya les di de comer.
Que papá no te vea dándoles lo que sobra o dirá que
compraste mucha carne con demasiada grasa, que la
plata no sale de los árboles y que los perros de hambre
no se van a morir. Si se queja porque hay pollo, dile que
te equivocaste y lo cocinas igual. Cuida de la Toña, el
Roky le dio un mordisco en la cola y sigue delicada. La
marihuana cuando el papá se vaya a dormir. Te veo en
media hora. Pero si me atraso, ya sabes.
Isabel
70
71
Isabel
Cadenas
(España)
Comprensión
escrita (20 puntos)
Lea los siguientes textos y elija la(s) opción(es) correcta(s).
1. Isabel Cadenas Cañón descubrió Nueva York de la siguiente manera:
a) Friends? Bay Ridge
Una mujer aterriza en JFK. Lleva apuntados dos o tres
números de teléfono de conocidos de conocidos a los
que sabe que nunca va a llamar.
Hace mucho que está acostumbrada a ser sola en los
aeropuertos, pero ahora, debajo del cartel de arrivals,
le hace señas una mano que ya sabe cómplice. La
espera el sonido de un cuarto vacío y, antes, un
transbordo, del tren al metro, en el que se alzan
rascacielos y maletines negros que corren de un lado
a otro y alcantarillas con humo. Todo como desde
lejos, sin embargo, como si siempre hubiera estado
allí. Hay ciudades a las que una nunca acaba de llegar,
piensa.
No tiene planes para Thanksgiving y hay quien la mira
con tristeza, pobre chica que acaba de llegar, pobres
extranjeros que no entienden el sentido último de esta
gran nación. Recibe una llamada que no sabría muy
bien si es ya amiga, acepta, claro, compra el cava
más caro que encuentra, se le rompe la botella porque
la mete en el congelador y no en la nevera y por la
mañana va a llorar a la tienda donde la compró y como
es acción de gracias y la gente es feliz y buena, le dan
otra gratis y además le desean un felicísimo día y de
ahí sigue a Bay Ridge, y entonces el mar que no veía
desde. Cena pavo, aprende qué son los arándanos. Se
ríe en cinco o seis acentos diferentes y se siente parte
de cada uno de ellos. Es como si todos los desterrados
de Nueva York se hubieran juntado en esa casa clara y
allí nomás estuviera su sitio preciso. No existe en esos
momentos ningún otro lugar más suyo.
Dice Susan Sontag que viajamos para reconocer
paisajes que ya sabíamos. La mujer entiende que
Nueva York ha dejado de ser viaje; sus lugares se han
convertido en gente.
b) Dating? Park Slope
Una mujer llega al Upper West, botas de tacón, falda
mínima. Entiéndanla, viene de Buenos Aires: bajaba
de casa a comprar el desayuno y antes de pagar
las medialunas ya le habían caído dos hermosa y un
tené cuidado en aquella esquina, que andan robando
muñecas. Y eso, sin peinar y en pijama de franela.
Ahora, cuando camina por la séptima avenida, no
sabe cómo convencer a sus caderas para que
abandonen el contoneo porteño y se ajusten a las
nuevas latitudes del norte. Billy la espera en el cine.
La ha invitado a una comedia italiana y la mujer se
alegra porque es un hombre culto al que le gusta el
cine europeo y acepta porque hace un mes que no
sale con nadie y eso no es lo que le han contado de
Nueva York. Él ya ha comprado las entradas y un
paquete enorme de palomitas y, cuando se sientan en
la sala, estratégicamente situados en el centro pero
siempre un poquito más atrás, empiezan a proyectar
Ladrones de bibicletas. El hombre mira a la mujer
para comprobar si ella también está sorprendida
y al no encontrar respuesta dice oh, es en blanco y
negro. Y unos minutos después, como para confirmar,
me gustan las películas viejas. Y se ríe. En todas las
escenas; cuando el padre llora, cuando el niño ve,
cuando los persiguen y una quisiera que durara para
siempre y que no existiera nunca esa tristeza fina. La
intenta abrazar, también, mientras ríe. La mujer no se
mueve, pero pasa la noche con él. Por la mañana, se
visten y él toma un taxi para ir a su trabajo y se ofrece
a llevarla hasta el metro más cercano. En el camino, él
le explica sus importantes responsabilidades en una
importante empresa financiera y ella asiente enfática
mientras piensa no me puedo creer que me hable en
este tono cuando hace unas horas estaba gimiendo
debajo de mí. Se despiden con un abrazo errático,
prometen llamarse pronto, para ver otra película quizá,
quizá esta vez francesa. Una hora después está en
Park Slope, tomando el segundo café de la mañana;
se ha despertado en el Upper West, desayuna en
Brooklyn, cenará en el East Village y ha tenido sexo
casual con un hombre al que nunca volverá a ver. No
hay retorno posible; se ha vuelto neoyorquina.
c) The loft ? Williamsburg
Una mujer llega a Williamsburg. Su casa sólo tiene dos
ventanas. Y ahí viven cuatro. Al entrar por la puerta
principal, si la bombilla roja del hall no está encendida,
la oscuridad es casi total. Hay que dar pasos
minúsculos, ir tanteando los bordes de las cosas; las
paredes no, porque al ser placas mínimas de metal,
el simple roce podría despertar a quien estuviera
durmiendo del otro lado. Tras la confrontación con la
nada y los tropiezos de rigor, se llega al pasillo y su
charco mullido de luz azul que lo cubre todo de a poco,
posándose gradualmente sobre la madera del suelo.
Desde que vive en esa casa, está descubriendo la luz
de la noche. Un día se despierta de golpe en medio de
la madrugada y el dilema de siempre: encender la luz
o no, coger un libro o no, levantarse o no. Todo con los
ojos cerrados, hasta que se he acuerda de un libro en
el que un preso mira todas las noches el techo de zinc
de su celda. Pero eso no es zinc. Está la lámpara sin
bombilla, el entrepiso cálido de su casa de Balvanera,
pero sobre todo la luz sutil de esa ventana enorme, las
cortinas y su forma etérea de interrumpir la claridad.
73
Esa noche hay algo contenido en ese estar despierta
en horas ajenas. El silencio cae entero sobre las cosas
del cuarto, todo suspendido, todo quietud del aire.
La mujer es apenas un objeto más recibiendo ese
resplandor purpúreo. Afuera está el árbol enorme,
ahora sin ardillas, sin nieve, iluminado también en
los bordes. Se da cuenta de que nunca lo ha visto
con hojas. Y le gusta así; saber que la primavera va a
cambiar la luz de su ventana.
q
Espinas
cuando el
eclipse
Construir una columna de humo
hacia donde no se termine de ver
y declararla primigenia y propia
como un relato
como marzo.
Escarbar el betón
hasta encontrar agua invertida. Lodo.
Convertirla en inmensidad que arde
en retrato opuesto
en miedo.
Así el ovillo único de los hilos todos
así la mancha de no poder mirarse
así lo blanco nunca tan viciado.
Nos instalaron en el contorno invisible de la apnea.
De lo real, hablar sólo cuando caiga
74
75
Guillermo
Astigarraga (Argentina)
“El baño es amplio y tiene un empapelado que imita un
bosque: hay árboles altos y hojas secas por todas partes.
Se oye un sonido de pájaros a la distancia”
Dispenser
Museo Guggenheim de Nueva York
En los baños del museo Guggenheim hay un
dispositivo de metal del cual se pueden obtener dos
productos, a veinticinco centavos cada uno: tampones
y toallas femeninas. Los letreros tallados sobre la
ranura en la que debe introducirse la moneda dicen
eso, en inglés: Tampon y Napkin. Ahora me arrepiento
-como siempre- de no haber revisado mis bolsillos en
busca de monedas para ver si realmente es posible
adquirir en ese baño, por tan módica suma, esos
dos productos (es decir, si el dispositivo funciona y si
es debidamente recargado cada vez que uno u otro
producto se agota).
Mosca
Aeropuerto Kennedy, Nueva York
Llegamos temprano al aeropuerto. La terminal que nos
corresponde es la número cinco. Antes de atravesar
el control de seguridad voy al baño y descubro algo
que me sorprende: los mingitorios tienen una mosca
grabada en la loza, un poco por encima de la rejilla
adonde van a parar los líquidos. La mosca parece
real: es negra, gorda, con alas recias y gruesas patas.
Parado bajo la luz fluorescente la observo durante
un lapso de tiempo largo. De repente me sobresalto:
no quiero que mi conducta resulte extraña. Procedo,
con la firme intención de ignorar el hallazgo, pero la
tentación me domina y orino directamente sobre la
mosca, que no se da por aludida. Dos horas después
estoy sentado en la butaca 25F (clase turista) mientras
otros pasajeros continúan subiendo al avión a través
de la manga. En voz muy baja, le cuento a mi hermana
sobre la mosca.
Botón
Port Authority Bus Terminal, Midtown Manhattan,
Nueva York
Los baños públicos en Estados Unidos están
equipados con un sensor de movimiento que hace
correr el agua apenas uno se aleja del inodoro. Hay
dos sistemas: algunos baños tienen el sensor en una
plancha de metal empotrada en la pared, otros en el
caño plateado que parte de los azulejos y lleva el agua
a la taza. En todos los casos el sensor es una ventanita
con una luz roja cubierta por una placa de vidrio o
de plástico transparente. Debajo de la ventanita
hay siempre un botón pequeño, redondo, oscuro
y sin ningún letrero que indique para qué sirve. Sin
embargo, conozco muy bien su función: allí es donde
uno presiona para que corra el agua si el sensor está
descompuesto.
Ayer estuve en la terminal de ómnibus de Port
Authority, en Manhattan (la zona de Times Square). Fui
al baño, en el segundo piso. Cuando me paré frente
al inodoro vi el cartel. Estaba impreso en una hoja de
papel blanco y pegado con cinta adhesiva a la plancha
de metal. El mensaje era bilingüe:
PLEASE PUSH BUTTON TO FLUSH
OPRIMA BOTON PARA FLUSHAR
Sabiendo que me esperaba un viaje de varias
horas me dispuse a eliminar los residuos líquidos.
Después oprimí el botón y me lavé las manos –no
había jabón. Salí del baño intentando conjugar el verbo
flushar en el pretérito imperfecto del modo indicativo
Bosque
Librería McNally Jackson, Soho, Nueva York
Entro a la librería y bajo al subsuelo para ir al baño,
pero tropiezo con un obstáculo: hay que pagar. Leo las
instrucciones en la cerradura tragamonedas, pago y
abro la puerta. El baño es amplio y tiene un empapelado
que imita un bosque: hay árboles altos y hojas secas
por todas partes. Se oye un sonido de pájaros a
la distancia, un sonido de viento (veo un pequeño
parlante negro atornillado a la pared, en una esquina).
Cuando levanto la tapa del inodoro, sobre un estante
que sostiene además varios rollos de papel higiénico,
advierto el cartel:
Estimados clientes,
Me da mucha vergüenza tener que cobrarles
para entrar al baño. Es una medida provisoria
hasta que encontremos otra manera de evitar
que la gente que usa drogas intravenosas tire
jeringas al inodoro, ya que cambiar los caños
cada vez que esto sucede nos cuesta mucho
dinero. Si alguno de ustedes tiene sugerencias
para impedir que estas personas arruinen las
cañerías, por favor, comuníquense conmigo.
Atentamente,
Sarah McNally
[email protected]
Fotografío el cartel y hago un esfuerzo para
quitarlo de mi cabeza: estoy en el bosque, entre los
pájaros (acepto el juego que me proponen). Defeco
tranquilamente, salgo del baño y tomo de los estantes
una revista de jardinería, que luego compro. Regreso a
mi habitación y le escribo un mensaje a Sarah McNally.
77
Crónica de viaje
Ocho y medio
Nueva York, Estados Unidos.
3 de marzo de 2010.
Iba caminando por Prince Street: un hombre con los
mismos anteojos de sol que Mastroianni usó en el
papel de Guido en Fellini 8½, en la escena inicial del
balneario (supuestamente un modelo de Prada cuyo
nombre es una sigla algo extraña: SPR07F). Como al
mendigo que hacía pis en una botella de plástico, a
este hombre tampoco le pude sacar una foto.
Observaciones
Atlanta, Estados Unidos.
12 de noviembre de 2010.
Llego al aeropuerto y tomo la línea de metro que me
lleva hacia la zona céntrica de la ciudad. El servicio
de transporte público se llama MARTA, palabra que
se forma al combinar las iniciales de “Metropolitan
Atlanta Rapid Transit Authority”, y que en clave de
broma silenciada se lee de otro modo: “Moving
Africans Rapidly Through Atlanta” (Transportar
africanos de manera rápida por Atlanta). La línea que
viene del aeropuerto transporta a muchos viajeros
que acaban de aterrizar así que, en la primera parte
del recorrido, los descendientes de africanos no son
mayoría, aunque su número aumenta de manera
lenta pero muy sólida hasta llegar a la estación
central del tendido, Little Five Points, lugar que ya sí,
no cabe duda, les pertenece. En esa estación hago
el transbordo y tomo la línea que me lleva hacia el
este. Bajo seis paradas después, en el suburbio de
Decatur, una zona que de a poco se vuelve más cara
y más exclusiva, entre otras cosas por su ubicación,
próxima a la prestigiosa Emory University y a otros
barrios de clase media alta. Allí en Decatur me espera
Roland, mi amigo, no porque Decatur sea la parada
más cercana a su casa sino porque las paradas que
78
siguen, que sí quedan más cerca, pueden llegar a
generar en nosotros cierta incomodidad racial. Subo
a su auto y después de los saludos del caso (hace
casi un año que no nos vemos) emprendemos otro
viaje de cuarenta minutos por autopistas, carreteras
y avenidas hasta Snelville, un suburbio imperturbable
con grandes arboledas y casas que hacen pensar
en islotes solitarios. Tanto la zona metropolitana de
Atlanta como los vastos suburbios que la rodean
responden en su diseño a las necesidades de un único
elemento: el automóvil. Autopistas de seis carriles
que se disuelven en rutas secundarias interminables.
Complejos de departamentos separados del camino
por muros altos o profundos jardines, equipados
con portones automáticos que se operan a control
remoto desde el interior del auto. Edificaciones
rectangulares o cuadradas, bajas y sin otras aberturas
que las puertas y los ductos del aire acondicionado,
como cajas de cartón de inescrutable contenido:
son oficinas o depósitos, aislados en medio de
estacionamientos enormes que invariablemente
transmiten una sensación de desierto pavimentado
(en el que siempre se está lejos de todo). El dominio
del automóvil se manifiesta a tal punto en esta
ciudad que cualquier peatón que intente deambular
de un lugar a otro descubrirá que en algunos lugares
las veredas no existen o, en el mejor de los casos,
cuando están ahí, no tienen razón de ser porque se
encuentran completamente vacías. Si dicho peatón se
anima a transitarlas será leído como homeless, como
loco que desvaría o como una combinación de ambas
categorías. Notar que atreverse a ser peatón puede
llamar la atención de la policía. Notar también que los
que observan a ese peatón, protagonista dislocado
de un espectáculo extraño, serán siempre el mismo
grupo de espectadores: conductores que circulan a
una velocidad estable en cualquier dirección, en un
habitáculo sellado a 70 grados Farenheit -21 grados
centígrados- y que a menudo mueven los labios, ya
sea porque cantan alguna canción que no alcanzamos
a escuchar del otro lado de los vidrios o porque
dialogan con el cable del audífono que les baja de la
oreja derecha. Notar, por último, que los espacios de
interacción no mediada por un vehículo en esta ciudad
se limitan generalmente a negocios y restaurantes,
agrupados a menudo dentro de un shopping mall o
en una plaza comercial. Se comprende entonces que
Atlanta es un lugar al que nunca se acaba de llegar
(es inaprensible por naturaleza) y responde además
a una gravedad de pulsión horizontal (uno tiene la
impresión de que los únicos movimientos posibles
son de desplazamiento lateral). El sonido típico de la
ciudad es el ruido parejo del caucho sobre el asfalto.
Luz matinal
Tallin, Estonia.
8 de marzo de 2007.
Salgo a caminar por el casco viejo de la ciudad a las
siete de la mañana. La luz del día aún no alcanza a
imponerse, lo que hay es un resplandor extraño para
mí porque nunca antes lo he visto: es una luz azul -en
realidad es gris, azulada y en algún punto también
amarilla, pero lo que predomina es el color azul, un
halo azul que cubre el cielo cargado, la claridad de
la nieve sobre el empedrado y todo lo que es blanco
entre estos dos límites (desde las nubes hasta el abrigo
de la mujer que acaba de pasar a mi lado, sin omitir las
chimeneas y los marcos de las ventanas). Comprobaré
después que este resplandor no es atributo exclusivo
de mi primera mañana en Tallin: sucede todos los días
durante el invierno, al punto que para nadie aquí es
un hecho que merezca ser comentado (el fenómeno
común de una circunstancia que la repetición instala
entre aquello que no se ve).
Iglesia
Helsinki, Finlandia.
10 de marzo de 2007.
A un policía finlandés no le llama para nada la atención
que un argentino y un japonés le saquen fotos a una
iglesia ortodoxa rusa una mañana helada en que la
niebla cubre casi completamente las cúpulas doradas
y la humedad sobre los muros oscurece cualquier otro
detalle que valga la pena fotografiar. Por todo eso,
además de nueve fotos inútiles de la iglesia, saco
cuatro de un patrullero con un oficial muy aburrido al
volante: aunque me ve, el tipo me ignora. Me entero,
de todos modos, que en finlandés policía se dice
POLIS y que el número al que hay que llamar (si en
Helsinki a uno lo asaltan) es el 112.
q
Novio
Union Square, Nueva York, Estados Unidos.
24 de abril de 2010.
Chica rubia hablando por teléfono (uñas largas
pintadas de rosa, botas de cuero blancas con taco
aguja, abrigo de piel probablemente sintética; podría
ser rusa):
- WHAT? You’re already there drinking beer and not
even thinking of me?
79
Nancy
Ross
(Canadá)
Solamente tengo un
cuerpo
solamente tengo un cuerpo
y mi cuerpo me falla
la casa del sueño tiene dos partes:
el sector de los niños
y el sector de los hombres
me desperté muy triste: de repente todos se mueren:
Bramwell, Emily, Anne. Jane todavía no ha muerto
pero es probable que ya haya contraído tuberculosis
en el sueño me grita:
you choose bad boyfriends
es como si estuvieras detrás de una cortina
y de vez en cuando la abres y me ves
en la playa hay tres muchachos con una cámara
Lucy eats the fortunes in fortune cookies
so that they come true
and her cousins drink milk with soda
because they like bubbly milk
El río
cada noche en Los Ángeles donde viven
los Kardashians hay luna llena
pero aquí en Nueva York
la luna al lado del edificio
está en cuarto creciente
mi hija dice que no puede asistir al bar mitzvah
her clothes aren’t fancy enough
la amiga, el tumor que vive en su pulmón
habla de las películas
donde la madre se muere
me dice: I can’t watch them anymore
ella se sienta en nuestra mesa mientras cocino
como una madre
pongo los trozos de pollo
primero en la harina
luego en el aceite caliente
uno después del otro
luego en la charola
para cubrirlas de salsa y luego
meterla al horno
me pregunta: si el misterio existiera en otra parte
existiera aparte de mi cuerpo
del cuerpo, los pulmones de mi amiga
fuera de los azulejos color turquesa
donde están plantados mis dos pies
tal vez en el río afuera, el ancho río,
o tal vez aun más lejos en alguna parte
que todavía no conozcamos
encontraste el único médico en el último
hospital de Nueva York que te dijo que
el tumor en los pulmones no es cáncer
81
Escribo en el
cuaderno amarillo
An owl opens its eyes in deep woods.
- Mei Mei Berssenbrugge
escribo en el cuaderno amarillo
con los huesos que tengo
y todas las tardes me pongo a mirar
Keeping up with the Kardashians con los platos
sucios en la fregadora
el sueño acecha y de repente
me quedo dormida en el sofá y
los Kardashians imposiblemente bellos siguen sin mí
una vida paralela a la nuestra, mis tres hijos y yo
en la sala, y los trastes que me esperan hasta mañana
la grasa de la carne coagulada flotando
en la superficie del agua
en el cuarto piso del edificio, cada uno en su cuarto
mi cama es más grande aunque ya mis hijos son más
altos
los poros de mis huesos se abren y se cierran con
cada respiro
los días uno trás otro y entre los días, las noches
la imagen del padre dentro del marco, un fantasma
como el padre de los Kardashians y vivimos con sus
papeles
los libros las cartas guardados en los closets
82
La madre
que no
se ve
porque
es un
símbolo
cuando me voy de New York
en el sueño la cara de mi amiga se ve angustiada
porque la he dejado
como si en el verano la ciudad solamente estuviera
llena de escombros
esperada de llamadas y voces de enfermeras
me despierto y no sé si es de noche o de día
en el sueño me reclama por télefono
me habla desde la subida donde viven mis padres
yo estoy abajo
sin carro
con mis obligaciones
mi hijo esperándome
la cena que preparar
las tres mujeres en el café
hablan de otra
she’s a nice looking
girl, smart
educated, what’s she
doing with a loser
she’s afraid to be by
herself, lonesome, not
alone
la orilla del río llega al borde de la ciudad
como un mar negro
la muchacha tira el vaso
y explota como estrellas
83
Daniel
Jove
(Venezuela)
Polvo para lavar
Door locks when machine starts,
and remains locked until cycle is completed.
-Thoroughbred 600
Remojo
7:34 a.m. Deco se despierta. De una vez sabe que
el día no tendrá nada espectacular. Es enero, y en el
hemisferio norte hace frío. Coloca los pies sobre el piso
de madera pulida, glacial. Con la uña del dedo índice de
la mano derecha se desencaja las lagañas de ambos
ojos. Luego bebe un vaso de agua y desenmaraña su
mente de los enredos del sueño. La existencia le pesa,
pero no lo suficiente para quejarse. En su cuarto, el
más grande del apartamento, Deco llena una bolsa
verde de lavandería con la ropa sucia de las últimas
tres semanas. Con la mano derecha agarra el saco, y
con la mano izquierda toma un libro un libro forrado
con papel amarillo. Lidia, su compañera de piso, aún
no se ha levantado. Es Domingo.
7:46 a.m. La señora Ng llena la lavadora 8 con la ropa
que corresponde al recibo 9628-B. En ese mismo
instante Deco entra en la lavandería. La señora Ng
ignora con ligereza acrobática la presencia de Deco.
La luz del día apenas se asoma por las grandes
ventanas del local. En esta época del año la luz del
alba es azul como las baldosas limpias de una sala
de emergencia de un hospital. Faltan los sesos, las
gasas, la sangre, el descuido, las suturas, los llantos,
la muerte, los huesos, todo aquello que desfibrila la
vida. Deco descarga su ropa sucia en la lavadora
14, introduce seis monedas de 25 centavos, y pone
a andar la máquina. Por un momento le crujen los
pensamientos, pero él apenas se da cuenta de lo que
pasa en su cabeza.
7:52 a.m. Deco entra de vuelta en su apartamento. El
perfume de un incienso que encendió la noche anterior
para encubrir el olor a mariguana lo confunde por unos
instantes. Lidia quizá duerme aún. Por un momento
Deco considera la posibilidad de que Lidia no haya
llegado la noche anterior, pero de inmediato desecha
esa idea. Él sabe que ella está en su cuarto. Se prepara
dos rebanadas de pan tostado con mantequilla y se
las come con paciencia mirando el congelado cielo
de la mañana. El aire que entra por la ventana sabe
a metal. Deco se arrepiente de su aburrida vida. Un
rumor metafísico se escucha en el fondo de la escena,
como si el orden del mundo estuviese conspirando,
pero de inmediato se da cuenta de que apenas son
los vecinos.
8:10 a.m. La alarma de la lavadora 14 chilla por el ancho
y largo espacio que es la lavandería. Instantes después
entra Deco y camina en línea recta hasta la máquina
14. Contra las paredes del local retumba el sonido de
una radio que toca con desánimo la Séptima Sinfonía
de Beethoven. Para su adentros Deco adivina: Es el
segundo movimiento. Allegretto. La señora Ng, esta
vez descargando la secadora K, vuelve a ignorar la
presencia del cliente. Por su parte, Deco saca la ropa
de la lavadora 14, y después de caminar unos ocho o
nueve pasos empujando una cesta de metal, mete la
húmeda bola de telas en la secadora F. En cuestión
de segundos la lavandería se inunda con el aullido de
una sirena de un camión de bomberos que pasa por la
calle. El día por fin comienza. En el apartamento Lidia
se despierta.
8:16 a.m. Deco entra una vez más al apartamento y
enciende la radio de la cocina. Continúa la Séptima de
Beethoven. Separada por una puerta, Lidia se pasea
por la angostura alienante de su pequeño cuarto.
Parece un capitán nervioso en su camarote. Deco
abre un poco más la ventana de la cocina, dejando
escapar las últimas malas almas de la noche anterior.
Mientras Deco lava los platos sucios de la cena, Lidia
sale de su cuarto. El aire frío que entra por la ventana
le encogen un poco el ánimo. Se sirve un vaso de jugo
de naranja, saluda a su amigo, y luego saca del bolsillo
izquierdo de su pantalón de pijama una pequeña bolsa
de cocaína. Se da dos toques en cada fosa nasal y le
ofrece un poco a su compañero. Deco acepta. Al igual
que Lidia, Deco se maquilla un poquito la nariz y se
sienta a leer el libro de forro amarillo.
9:04 a.m. En el instante en que la secadora F se
apaga, el único interior blanco que tiene Deco cae con
descuido sobre el pilón de ropa seca. Mientras tanto,
la señora Ng dobla con rigor comunista las camisas
que corresponden al recibo 9628-B. Deco entra una
vez más a la lavandería, y esta vez mira fijamente a
la señora Ng. Ésta lo mira de vuelta y asienta con la
cabeza. Existen. Con cierto apuro innecesario Deco
llena su bolsa verde de lavandería con la ropa limpia.
El saco se hincha tibio. Irrumpe la necesidad de
regresar al apartamento para leer su libro. En el mismo
momento en el que Deco sale de la lavandería, entra
un chico pelirrojo vestido con una vieja chaqueta de
cuero y unos Converse azules. En el aire del umbral de
la puerta de la lavandería se entrecruzan los alientos
de los dos. Deco detecta una ligera fragancia a
acero y maldición.
9.05 a.m. El chico pelirrojo se planta en el medio de la
lavandería. Mirando a la señora Ng directamente a los
ojos, el chico saca un revolver, se lo lleva a la sien, y
de un tiro se vuela la tapa de la razón.
85
9.06 a.m. La ropa limpia del recibo 9628-B queda
empapada de pasta roja y trocitos de carne. La señora
Ng la tiene que volver a lavar.
Lavado
9.06 a.m. Mírala, mírala, mírala.
9.05 a.m. Lo hago no lo hago lo hago no lo hago lo––
lo tengo que hacer. Detesto esas arrugas, esos ojos
demasiado horizontales. Y esta lavandería también,
aborrezco este olor a limpio. Todo es tan cristalino,
tan transparente. No me queda otra. ¿O sí?
9:02 a.m. En algún momento me imaginé a mi profe de
preparatorio masturbándose en un carro abandonado
en los estacionamientos de un centro comercial. No
sé por qué. Algo de eso me excitaba. Es que era
bella. Su pantaleta translucida, llena de mermelada
vaginal, el olor a grasa y cambios, las ratas muertas,
la posibilidad de un recoge-latas que hacía de testigo.
Cuando pensé en eso se lo metía con más fuerza y
salía más y más sangre, y–– ¿y ella lloraba? Sangre.
Me parece que lloraba sangre, que la vida se le salía
por los ojos, en la voz, en el sudor, que todo estaba
manchado con sangre, que todo era un enorme cuajo
rojo. Aunque seguro solo se reía. Alguien tenía puesto
a Tom Waits. El dj se había ido. Pero ahora solo me
queda hacerlo. La vida continúa. Hacerlo hasta el
final. Solo una cuadra más. La puerta de la lavandería.
Desde aquí la veo.
8:16 a.m. Me fijé que tenía el brazo tatuado. Me
acuerdo de eso. Flores. Muchas flores. Me parece que
brillaban. Su vestido no tenía mangas. Ella me quitó el
pantalón. Este pantalón. ¿Cómo se quita la sangre de
esto? La puerta estaba cerrada, aunque a ella como
que no le importaba nada. Se lo metió en la boca y
comenzó a mamar. ¿Cómo es que tengo tanta ropa
sucia? Me dijo que quizá era suficiente con eso. Me
volvió a decir que tenía la regla. Pero yo le dije que me
la quería coger, que no me importaba. Le expliqué que
era la última vez. Le conté lo de hoy. Igual, ¿qué podía
86
hacer ella? Pero estaba tan drogada que pensó que
era un chiste. Ella no entendió –Lidia no entendió–,
pero se entregó. Este saco va a pesar demasiado. Aun
tengo que desayunar. Mejor dejo la bolsa y ya. ¿Y ya?
8:10 a.m. Recuerdo que cuando entré al cuarto estaba
sentada en el centro de la cama, vestida, pero con
las piernas abiertas. En ese momento sonaba algo de
Shy Child. Vestida, piernas abiertas, falda negra hasta
las rodillas, medias oscuras bordadas con flores, y un
pequeño espejo con cuatro líneas de cocaína en el
medio. Hay que lavar todo. Todo. Es la última lavada, y
luego no más. Nunca más. Me ofreció una línea. Estoy
seguro que era mi propia merca. Solo la vendo, fue lo
que le dije. La ropa negra de un lado, y la ropa blanca
de otro. Morir con la ropa limpia. La vida tiene un
orden. Pero mi orden tiene una vida. Después de eso
se me salió: te quiero coger. Tengo la regla, me dijo.
No me importa. Será la última vez que lo haga, le dije.
7:52 a.m. Llegué a las diez y veintitrés a la fiesta. De
eso sí me acuerdo bien. Sarah llamó para decir que no
venía. Tenía que preparar una clase. Pero seguro era
mentira, como siempre. Ya no importa. Llamó a las
diez y veintitrés, pe eme. Celular. Luego vi a Felipe y a
Lope y al Chino y al Alfredo y a––. Debería lavar estas
toallas también. A las once ya había vendido todo el
monte. Veinticinco bolsas en total. Pero recuerdo que
me quedaba blanca. Y pastillas. También pastillas.
Cuatro bolsas de coca y dos de dandys. A las doce ya
había vendido todo. Revisé el reloj del celular después
de haber vendido la última bolsa. Las doce y tres
ah eme. Esa era la hora. El dj mezclaba algo de The
Roots y el Chino cantaba el coro y me parecía que la
vida se repetía para siempre y para siempre y–– Luego
Lidia. ¿Cómo se lava este suéter? El dinero se lo
dejo a mi hermana.
7:46 a.m. Lo tengo que hacer igual, de la misma
manera que lo pensé. La vida continúa. Nada que
ver con lo de anoche. Pero anoche fue bueno, ¿no?
Esta sangre no es mía, para nada mía. Toda de ella.
La he visto antes a esa Lidia. Pantalón, franela, suéter,
maldito frío de mierda. La he visto por estas calles.
Lidia. La chaqueta para después. En la lavandería,
en el parque, en la bodega, en el autobús. ¿Llena de
sangre ella? Sin duda la vi anoche en la fiesta. Medias,
zapatos, revolver. Y esta pila de ropa. Ropa. ¿Por qué
no me acuerdo de nada de anoche? Lavar. Matar. La
idea era acordarte de lo que hiciste la última noche,
idiota. Poseer el recuerdo para lavarlo de nuevo. El
jabón. Y las monedas. Ayer vendí todo. Y todo sigue
igual. Igual lo voy a hacer.
7:34 a.m. Levantarse para hacerlo. La vida continúa.
Me parece que tengo plomo en las venas. Me pesan
demasiado. Quizá fue demasiado whisky y cerveza y––
Pero lo tengo que hacer. Recuerda. Recuerda. ¿Esta
sangre? ¿De quién es? Lisa, Laura, Dilia, Lidia. Lidia.
Era Lidia. ¿La de la falda negra? Toda la ropa negra.
Aunque los labios eran rojísimos. La ropa. Tengo
que ir a la lavandería hoy. Hacer todo como siempre,
como si nada. ¿Pero cómo? Dinero. Ayer vendí todo.
¿Esta sangre salió toda de ella? ¿Cuánto fue todo?
Este cuarto huele mal. Las siete, y treinta, y cinco, ah
eme, aún en cama. Mierda. Lo tengo que hacer, la vida
continúa. ¿Me da tiempo? El piso frío. Estas sombras
incorrectas de inverno. Baño, agua, pasta, menta,
dientes, agua de nuevo, espuma, manos. Siempre he
odiado este pelo rojo.
Exprimido
7:56 a.m. El cuarto es tan blanco que las paredes
gritan. No hay cuadros, ni afiches, ni fotos, nada.
Solo hay una ventana cubierta con unas cortinas
blancas que apenas filtran la luz de la mañana. Estar
en el cuarto, en realidad, es como estar adentro de
un bombillo encendido: es como si el espacio se
iluminase a sí mismo. Lidia está acurrucada sobre
su cama formando una amorfa bola de edredones,
sábanas y piel. En el suelo hay un pequeño montículo
de ropa negra que por momentos da la impresión de
ser como un animal dormido. Por debajo de la puerta
se cuela el riguroso sonido de un cuchillo raspando
un pan tostado. Luego tintinea algo como metal
sobre porcelana, y segundos después vuelve a sonar
la tortura de un pan tostado. El nudo de telas que
envuelve a Lidia se mueve un poco hacia al sur y luego
otro tanto hacia al oeste. De debajo de las sábanas
se asoma un largo y asoleado brazo envuelto en una
colección de tatuajes de flores. El cabello negro de
Lidia se desparrama como si una lata de pintura negra
se hubiese derramado sobre la cama. De un momento
a otro los rumores que produce Deco en la cocina
dejan de filtrarse por los resquicios de la puerta. El
aire en el cuarto se siente frío y delgado, como en
la cima de una montaña. Dormida, Lidia mueve su
cuerpo ligeramente hacia el norte y la pintura de las
paredes del cuarto empieza a deshojarse, los pedazos
de pintura seca caen transformándose en pequeños
montículos de arena que poco a poco van cubriendo
todo el piso, las paredes quedan desnudas revelando
un laberinto visual de cemento y ladrillos, las paredes,
rígidas, pronto se vuelven desmedidamente flexibles,
como si fuesen cuatro cortinas en vez de ser cuatro
paredes, empiezan a moverse con una leve brisa
que viene del sur-este, de golpe las cuatro paredescortinas caen en perfecta sincronía dejando a Lidia
a la intemperie en un interminable desierto de arena
dolorosamente blanca, el escritorio, la cómoda, el
pilón de ropa negra, los estantes de libros y la cama
son los únicos objetos en el mundo, y Lidia, la única
persona en el mundo, abre los ojos, mueve su piernas
hacia el borde de la cama y se sienta, observa el lugar
donde antes estaban las ventanas de su habitación,
su mirada nace de la costumbre y se arquea con
al curva del planeta, adormilada Lidia se levanta y
camina sobre la arena hasta su escritorio, se sienta,
y abre su laptop buscando leer correos, mecánica,
teclea, luego achica un par de ventanas en la pantalla,
inicia el chat, y empieza a conversar con su hermana
quien está en otro mundo, el cielo se torna de un verde
sombrío y de golpe desaparece absolutamente todo
lo que rodea a Lidia con excepción de su escritorio, su
silla, y su computador, por unos escasos segundos la
rodea una vibración felpuda entre gris y marrón, y un
instante después Lidia se encuentra en una biblioteca
repleta de gente, un laberinto de libros que está
abarrotada con cientos de personas, todos menos
87
ella llevan batas para dormir y gorros de baño, todos
están ocupados y en silencio, moviendo libros de un
lado para otro, catalogando, leyendo, archivando,
escribiendo, caminando, guardando, etcétera, la
biblioteca contiene centenares de estantes, y los
anaqueles de los estantes están colmados de libros
cubiertos todos con forros amarillos, Lidia por su
parte sigue chateando con su hermana, un sujeto con
bata y gorro de baño se le acerca y le dice: la verdad
es que nadie sabía que ibas a venir hoy, pero Lidia lo
ignora, y continúa chateando con su hermana,
[email protected]: entonce, q haces?
[email protected]: nada. escribiendo, como siempre
[email protected]: sabes?
[email protected]: y q escrbes?
[email protected]: escribo el suegno que tuve esta tarde
[email protected]: sogne que estaba enferma, pero no me acuerdo bien como era la cosa
[email protected]: ok
[email protected]: y entonces?
[email protected]: que? quieres que te cuente?
[email protected]: claro gafa, cuentame algo. stoy ladillada
[email protected]: bueno, no se. ok.
[email protected]: estaba como enferma en el suegno
[email protected]: y lo que me acuerdo es que estabamos en un carro
[email protected]: estabas tu, mi papa y mi mama. mi papa iba manejando, mi mama de
copiloto, y nosotras dos atras
[email protected]: ok
[email protected]: yo estaba en el asiento que esta justo detras del chofer, y tenia fiebre,
mucha fiebre. tenia la cabeza recostada contra la ventana, como
mirando hacia arriba. y tu me tenias agarrada de la mano.
[email protected]: yo estaba envuelta como en 10 o 15 cobijas, demasiadas cobijas, todas
super suaves. riquisimo. pero enferma.
[email protected]: y mi papa y mi mama estaban hablando, pero no me acuerdo bien de que. me parece que
hablaban sobre la guerra en afganistan, pero también hablaban de la casa de la playa, y tambien de los abuelos.
elllos como que no sabian que yo estaba enferma, pero no estoy segura
[email protected]: ok ok
[email protected]: y entonces yo miraba por la ventana, hacia arriba, hacia el cielo que estaba tapado con unas
nubes amarillas. y en el suegno me empece a quedar dormida.
[email protected]: tu me decias que no me qudara dormida. pero a mi no me importaba nada. estaba muy
mal,muy cansada
[email protected]: entonces me quede dormida, y empece a sognar dentro del sueno.
88
[email protected]: pero estaba sognando lo mismo. en el segundo sugno estaba sognando el mismo suegno!!!
todo igual. yo enferma en el carro, contigo y mi papa y mi mama hablando adelante.
[email protected]: que raro.
[email protected]: totalmente
[email protected]: como un suegno dentro de un suegno?
[email protected]: asi mismo
[email protected]: todo era igual, solo que esta vez mi mama era la que estaba manejando. ellos estaban
hablando igual que en el primer suegno. Yo estaba arropada otra vez con miles de mantas, y tu me agarrabas la
mano.
[email protected]: en este suegno sin embargo en la radio estaba sonando la canción videotape, de radiohead.
sabes?
[email protected]: esa cancion me encanta>
[email protected]: bueno. esa cancion. y sonaba durisimo. tanto que no escuchaba las voces de mi papa y mi
mama. sabia que estaban hablando. pero no los escuchaba. y tu me decias que no me quedase dormida, que me
aguantara.
[email protected]: yo tenia la cabeza igual, recostada contra la ventana, y veia el cielo, que esta vez si era azul.
pero era un azul trisitisimo. era un azul que nunca habia visto antes en mi vida. era un azul que no le pertenecia a
ese cielo. como si el cielo y el azul no se quisieran mas. despues de un rato de andar en el carro, nos detuvimos
porque habia un accidente en la via. y por al lado de nuestro carro paso una ambulacia con una sirena que ahogaba
todo en el aire. y tu me agarrabas la mano y me decias que no pasaba nada
Lidia deja de teclear y usa sus manos para taparse los oídos, se escucha la sirena de una ambulancia que satura
agobiante el espacio de la biblioteca, Lidia empieza a llorar y se tapa la cara, las personas en batas y gorros de baño
siguen deambulando por la biblioteca como si nada,
luego de un rato Lidia cierra su laptop y se voltea al
darse cuenta de que Irene, su hermana, está parada
a su lado, lleva un uniforme militar desgastado, Lidia
se levanta y empiezan a caminar juntas por uno de los
pasillos llenos de libros, Irene le toma la mano a su
hermana pequeña y se asegura de guiarla, después
de un largo trecho Irene se detiene y le pregunta a un
hombre por el nombre de un libro, Lidia no entiende
bien lo que dice su hermana, pero sí escucha al
hombre decir: ese libro está dos pasillos a la derecha,
en el tercer tramo, es imposible no reconocerlo, Irene
continúa caminando y Lidia la sigue, cuando llegan
al tramo indicado por el hombre, Lidia observa a su
hermana mayor tomar con su mano derecha el único
libro negro que hay entre el infinito océano de libros
amarillos, Irene lo abre en la página 1989 y se lo
entrega a Lidia, la página contiene una sola oración: la
realidad explotó. Lidia abre los ojos y se voltea boca
89
arriba. El techo, las paredes, el piso, el escritorio, la
cómoda, las ventanas, la ropa, todo está en su lugar.
Incrédula, se queda un momento observando el techo
del cuarto. Un sueño dentro de un sueño, piensa Lidia.
Digiere la idea, pero le cae pesada. Imposible saber
lo que significa a esta hora de la mañana semejante
amasijo de imágenes. Para eso voy a terapia, piensa.
De golpe se encoge un poco por el frío que hace en el
cuarto y se estanca en su ser. Pero el temor de llegar
tarde a ninguna parte un domingo por la mañana la
convence de despertar por completo. Se sienta en el
borde de la cama y se toca el vientre. Por un momento
las flores tatuadas en su brazo izquierdo parecen estar
vivas, como si siempre estuviesen a punto de respirar.
Lidia se levanta y se pone un pantalón de pijama para
abrigarse las piernas. Sin saber aún qué hacer con
su día, ni con si vida, camina de un lado a otro por la
limitada longitud de su estrecho cuarto. Después de un
par de minutos, la certeza del día cala en su cuerpo.
Lidia agarra un diminuta bolsa de plástico que se
encuentra sobre su escritorio y se la mete en el bolsillo
izquierdo del pantalón de pijama. Es lo que le sobró
de la noche anterior. Luego abre unas cuantas gavetas
de su cómoda y saca una muda de ropa limpia para el
día. Admira la ropa por unos instantes, desdoblándola
y explayándola frente suyo. La vida en un día, piensa
Lidia, mi vida en un día. Menos mal que ayer lavé
toda mi ropa, continúa cavilando. Dobla la ropa que
planea ponerse después de bañarse y la deja sobre
la cama. Por último, saca una toalla sanitaria de un
pequeño paquete que está sobre su cómoda. El dolor
se me está yendo, piensa una vez más, quizá la cogida
ayudó. Se sacude un poco los recuerdos de la noche
anterior y se sonríe desabrigando un poco su malicia.
Luego se mete la toalla sanitaria en el bolsillo derecho
del pantalón de pijama, da cuatro pasos hacia la puerta
de su cuarto, y gira el pomo que pronto la dejará salir.
q
90
ultrasecreto
• una cosa está • rodeada por Ojotsk y Bering • al norte lo supera • Magadán y Chukotka • al sur-este se extiende
la fosa • de las Kuriles • (abriendo un hueco de 10.500 metros hacia el centro de la tierra) • su vecino • Sajalín •
fue tragado por un sismo • en 1995 • y yo tengo un amigo ahí • sentado sobre eso • una cosa rodeada por mares
y hoyos • por las noches • mi amigo y su cosa • tragan carbón • oro • y tungsteno • de día deshacen • platino
• mica • y pirita • es como una fiesta • me escribe • sólo hablan los sonidos de las muelas • desde adentro de
su cuarto • mi amigo • nunca sale • sólo come • minerales • y hace gases • y me cuenta que todo • vibra • que
la cosa sobre la que se sienta • rodeado de hoyos y mares • vibra • como un taladro • o una licuadora • cuando
me escribe una carta • las letras • me llegan intercambiadas • 7,9 sobre la escala de Richter • dice él • rosbe
lascae 9’7 teRchir • me llega a mi • descifrarlo • es como un castigo soviético • me dice que hace un frío irracional
• los pensamientos • se le congelan • los entierra en la nieve • que se acumula • afuera de su ventana • los
sentimientos y los recuerdos • sin embargo • resisten bajas temperaturas • debe ser todo el tungsteno que estás
comiendo • le escribí • hace dos días me llegó una caja • con el remitente de • mi amigo en una esquina • la abrí •
y adentro • había una bola de nieve • sentí la necesidad de comérmela • desde ese momento solo puedo pensar •
en una • cosa • Kamchatka • Kamchatka • Kamchatka •
***
De 1250 km de largo y hasta 440 de ancho (97 km en el istmo), la península del Kamchatka está recorrida por dos
cadenas de montañas volcánicas que la hacen muy sensible a los terremotos, como su vecina la isla de Sajalín,
dañada por un sismo en la primavera de 1995. Separada de Moscú por once zonas horarias, esta gigantesca
casi-isla y su capital estuvieron completamente prohibidas a los extranjeros durante cincuenta años, hasta 1990,
debido a la presencia de infraestructuras militares ultrasecretas. La península está rodeada por los mares de
Ojotsk y de Bering; entre la península y el océano Pacífico se extiende la fosa de las Kuriles de una profundidad de
10.500 m. El clima es frío y húmedo. Al norte, Kamchatka está rodeada por las regiones de Magadán y Chukotka.
Los recursos naturales de Kamchatka incluyen el carbón, el oro, el tungsteno, el platino, la mica, la pirita y el gas
natural. El río Kamchatka y el valle central, por el cual pasa, están rodeados por grandes cadenas que incluyen
alrededor de 160 volcanes de los que 29 están activos. La región está sometida a un gran riesgo sísmico: en la
primavera de 2006, un terremoto de 7,9 sobre la escala de Richter afectó al distrito de Koriakia. (sic)
(fuente: wikipedia [http://es.wikipedia.org/wiki/Pen%C3%ADnsula_de_Kamchatka])
91
love me tender
me voy de Kotzebue
a primera hora mañana
a esconderme en Nome
un pueblo fantasma
me inventaré escritor
y pegarlas por las calles
por los bares
despertaré paranoias comunales
inventaré bestias
con premios en oro y diamantes
pero no puedo irme
sin antes enviarte única que tengo tomada por un amigo
una noche de tormenta
refugiados en su casa
para escribir locuras
en los árboles
pegaré afiches de WANTED
esta imagen
de FANG
• me voy de Kotzebue a primera hora magnana • a entregarme a Nome • que
es como un pueblo fantasma • a convertirme en un escritor fantasma • escribiré
locuras para pegarlas por las calles • y los saloons • despertaré paranoias
comunales • inventaré monstruos • pegaré afiches de WANTED • con premios
en oro •
• pero no puedo irme de Kotzebue sin enviarte esta imagen • única que tengo
de FANG • tomada por un colega una noche de un blizzard • que tuvimos que
refugiarnos en su casa • y bebiendo Tang • FANG • toqueteando una guitarra a
la que le faltaban dos cuerdas • se puso a cantar • love me tender de Elvis • muy
sublime aquello •
bebiendo Tang FANG
toqueteaba su guitarra
a la que le faltaban
solo dos cuerdas
se puso a cantar una canción de Elvis
love me tender
para siempre
92
93
en Nome
hay una biblioteca
de nomos
en plena playa
llamada
Emily Ivanoff Brown Library
tienen libros de Boecio
de Jung y de Hume
sospecho que tienen
la Fenomenología del Espíritu
traducida al Iñupak
por Feblam Rock
un nomo
poco más grande
que el libro mismo
lo he visto
de lejos
creo
me refiero al libro
no al nomo
lleva como título
Salapqiqsuq Ixitqusiq
en la portada: una morsa
mutando en estrella
ahora sí
amigo
me retiro de
la filosofía
from: a-- <m-- @gmail.com>
to: daniel jove <i-- @gmail.com>
date: Wed, Apr 1, 2009 at 5:03 PM
subject: la clave morsa!
mailed-by: gmail.com
Glover!
Aqui descubri otra biblioteca en Nome, en plena playa, llamada Emily Ivanoff
Brown Library. Esto es imposible! Este lugar no existe. Tienen libros de Boecio,
de Jung, de Hume. Imaginate que tienen la fenomenologia del espiritu traducida
al Iñupak, por un tal Feblam Rock. Mira, tengo el libro en mis manos y me cuesta
creerlo. Lleva como titulo salapqiqsuq ixitqusiq y en la portada tiene un Walruss
convirtiendose, como mutando, en estrella.
Mira, esto es demasiado! Ahora si que me retiro de la filosofia.
Esto de LOCOS!
Bloobert!
• descubrí otra biblioteca • en Nome • en plena playa • llamada Emily Ivanoff Brown
Library • esto es imposible • este lugar no existe • tienen libros de Boecio • de Jung •
de Hume • imagínate • tienen la Fenomenología del Espíritu traducida al Iñupak • por un
tal Feblam Rock • tengo el libro en mis manos • me cuesta creerlo • lleva como titulo:
Salapqiqsuq Ixitqusiq • en la portada tiene un morsa • mutando en estrella • ahora si que
me retiro de la filosofía •
Bloobert!
94
95
Vanessa
Luma
(España)
Made in Spain
Mi país (1975)
Calor
sangría
y toros para los más puestos
también flamenco
En el imaginario colectivo del extranjero
sí
y también dentro
para qué engañarnos
Las lenguas nacionales recuperan su estatus
después de años disfrazadas de dialecto
Pero la gente bien no habla catalán
eso
lo hablan los de pueblo
Mi país (2010)
Para mi hija
¿qué es España?
Un lugar al que se refiere cuando alguien le pregunta
¿y tú de dónde eres?
Ella responde
de España
Si le preguntan más
como
¿de dónde de España?
Ella me mira y ríe
se encoje de hombros
y se va a jugar
Mi hija dejó su país de nacimiento con dos años
Se ha criado vagabunda
por Latinoamérica
Tiene ojos de sudaca
Y pelo bueno
le dicen en el cole
también la llaman hembra
también en el colegio
Mi hermana es una tía a la que mi hija se aferra
pero que apenas conoce
Mi hermana tiene una hija
mi sobrina
a quien yo me aferro
y tampoco conozco
Mi sobrina habla catalán
ahora
la gente bien habla catalán
el castellano
es de inmigrantes
Mi sobrina no entiende a mi hija
a quien se le escapan las eses
Mi hija no entiende a mi sobrina
quien aprende inglés y francés en el colegio Una vez a la semana
recibe clase de español
97
Mi país (1985)
Manhattan (2010)
Una texana habla de Gaudí
en portugués
A la texana le ha encantado mi país
¡Fabuloso!
¡Precioso!
¡La comida!
¡El vino!
¡La playa!
Añade a Gaudí
La texana ha descubierto algo increíble
se habla un dialecto en Barcelona
El dialecto parece francés
Por suerte
ella
dice
reconoce los acentos
El estrecho de Gibraltar se ensancha
los pirineos son más bajos
Los españoles empezamos a viajar a Europa
no todos
claro
la gente bien viaja
Los hijos de la gente bien pasamos el verano en Inglaterra
Sin idiomas en diez años no habrá trabajo
dicen nuestros padres
En el avión de British Airways me dan huevos revueltos
y salchichas de desayuno
Lo anoto en la libreta de cosas que contar
Viajo con maletas de cuero
con correas con hebillas de acero
Las maletas pesan más
vacías
que todo lo que llevo dentro
Dentro
lo llevo todo
por si hace frío
por si hace calor
no vaya a ser que llueva
¿y si llevan a la niña a una fiesta?
algo para los domingos
no olvides decir que eres católica
no hay una triste virgen en esas iglesias
Las niñas bien nos vestimos de domingo para ir al aeropuerto
Nos ponemos pantalones de lino
la arruga cara es fina
dice mi madre
Nos ponemos camisa de manga larga
Cinturón del color de los zapatos
Zapatos
cerrados
enseñar los dedos es de campesina
Medias
por supuesto
medias
Y el pelo recogido
98
99
Manhattan (2010)
Londres (1985)
¿Por qué vas así vestida?
¿Por qué no llevas trajes de volantes?
¿Acaso no vestís trajes de volantes en España?
Mi hija en Central Park
no va vestida de domingo
O sí
de domingo
de martes
de jueves
Va disfrazada de pirata
lleva un traje marrón de terciopelo
ribetes dorados
mangas anchas
falda corta
botas altas negras
y un sombrero con una pluma
Femenina
con espada
Y pelo suelto
Nos detenemos a preguntarle a un guía
cómo llegamos al zoológico?
El guía nos indica amablemente
Traza el recorrido en un papel
first to the right
TO- THE- RIGHT
then to the left
TO-THE-LEFT
Mi hija pregunta
sin ironía
¿cree que somos sordas mami?
Me hace reír
El guía termina su explicación y pregunta
where are you from?
Spain
dice mi hija
Oh great
responde el guía
How wonderful
Añade
también él sin ironía
Do you always wear this kind of dresses in Spain?
100
101
Si a≈b, b≈c--->a≈c
Yo soy sujeto político
Yo soy sujeto político
Yo soy sujeto político
Yo soy sujeto político
Luciano
Piazza
(Argentina)
Bocaditos políticos
¿Y tú?
No
Tú no
Tú eres gay
Si no eres sujeto » eres objeto
¿Eres político?
Sí eso sí
Tú eres objeto político
102
#1
Redunda como duda metódica
o por decirlo así como se escucha
el sonido del que piensa
que pensar es reiteración
que niega en pleno acto
que todo bocado es político.
#2
En contra de lo que uno imagina en la periferia
siempre hay alguien que huye hacia el centro. Y siempre
hay alguien que se ve más abajo que el resto.
#3
El desperdicio es rico
como un postre que se
disuelve segundos antes
de que llegue la cuenta.
El peso le saca el gusto
a la boca y en la lengua
nada es gratis.
#4
Cada vez que despierto
porque no me convence el sueño
de la sensación de pesadilla
la copa inconsciente rebalsa
usando la imaginación
de otro, copiando gratis
como inventando.
#5
Lo de Ronnie es puro formalismo
para obtener ese sabor inconfundible
de las papas de McDonald’s
no importa la papa sino la grasa
para freírlas sumergidas.
#6
Que la analogía conquista con invasiones
es una hipótesis pero sobre todo opaca
con la falta de contraste, por intuición
por la gracia del eco puede
sostenerse un rato
y arrastrar micro mundos
antes de derrumbarse.
104
#7
Nunca es claro
cuánto tiempo hay que quedarse callado
ante una pregunta y menos
cuándo empieza el dolor.
#8
Cuál es la diferencia del silencio
en un ómnibus en la madrugada
del lunes y el del avión sobre el océano
con aeromozas. El motor constante le da autonomía
total al tiempo de la idea, o lo que tarde
el reflujo en viajar por la huella de lo que duele.
#9
La cultura se mete por un escote, se filtra
con un movimiento de piernas de una mujer
que hasta antes de mostrar su tanga era una hembra
de temprana madurez recolectando comida
en un supermercado.
# 10
Existe una trama, solapada con ésta,
en la que todos somos soldados
de alguien. Dependiendo del ángulo
se ve con mayor claridad que incluso
la mente más brillante es un mecanismo tonto
sin criterio.
105
Felipe Martínez
Pinzón
(Colombia)
El Palacio de
Justicia
A Carlos Cortés Castillo
(6 de noviembre de 1985)
Orillaron el carro atigrado por las llamas, apagaron el radio, y
al borde de la cordillera, en corbata, se bajaron.
Tomándose la cabeza vieron (y el verbo se me nubla),
abajo, en la falda oscura de la montaña,
el Palacio de Justicia en llamas, alumbrando único,
como un pozo de lava, el resto de la ciudad guardada,
iluminada por los televisores, adentro de las casas.
Con el rostro de ignorancia prendido, adivinaron
lo que el fuego ocultaba, las voces que adentro gritaban
o callaban, los cuerpos que corrían y se agachaban,
los mil soldados tragando ceniza, sus rifles temblando,
empujados a las llamas para encontrar ahí
el oscuro regalo de una muerte impúber;
oyeron también las proclamas asfixiadas, los insultos,
los escupitajos sobre los cadáveres humeantes,
la espesa saliva de la locura correr por los teléfonos.
Sin embargo poco puede prepararnos el oído
para el odio, el momento donde la memoria se incendia
y se hace estática, inaudible, como una fogata detenida.
Me cuenta mi padre que
a las siete de la noche volvía del trabajo en un Renault 4,
con un amigo, bordeando la cordillera de Los Andes.
En la oscuridad oían por el radio, también secuestrado,
de la toma, los guerrilleros, los rehenes, los tanques,
en tanto el humo del Palacio subía hasta empañarles los vidrios.
Mi padre y su amigo se volvieron silenciosos al carro.
Arrancaron, sintiéndolo bajo sus pies hacerse semilla
que un río revuelca por la noche.
Se llevaron para siempre el calor del incendio en sus caras.
q
107
Bethsabé
Huamán
(Perú)
Fragmentos
y tijeras
María cepilla sus largos cabellos negros azabache
frente al espejo, que le devuelve una imagen
fragmentada de sí misma. No sabe con exactitud
cuándo se quebró el espejo, quizá siempre estuvo así
y ella no lo había notado. Repasa una y otra vez su
cabellera lacia, en un procedimiento casi automático,
enajenado y cruel. Primero es lento y delicado, luego
incesante y furioso, casi agresivo contra sí misma.
Odia su cabello, su boca, sus ojos, sus senos, el ancho
de sus caderas, se odia a sí misma, se odia toda.
De pronto, se escucha un leve golpe en la
puerta de su habitación que eriza su cuerpo, desde los
pies hasta la cabeza. Se queda inmóvil preguntándose
a sí misma si cerró o no con cerrojo, su corazón
late a toda prisa, teme que el sonido sea tan fuerte
que la delate. Nuevamente los golpes en la puerta
e imperceptiblemente María derrama unas leves
lágrimas, mudas, saladas. Recuerda entonces que
cuando era pequeña imaginaba que las lágrimas venían
del mar, que así como la lluvia era una evaporación
del agua de la tierra, por un procedimiento semejante
los cuerpos exhumaban agua del mar, que ella era
por tanto parte del océano, de todos los océanos:
Pacífico, Atlántico, Índico. Se los había aprendido de
memoria en la escuela porque sentía que eran parte
de sí misma. Ella era el mar, el infinito mar, espeso,
inalterable, salado, embravecido mar.
Los golpes vuelven a retumbar en la estrecha
habitación y un murmullo se oye detrás de la puerta.
María no escucha, observa con detenimiento su
imagen en el espejo, esa nariz aislada y deforme, los
ojos atravesados por diferentes tajos, la boca llena de
esguinces. Será que es así verdaderamente percibida
por los demás, con esas grietas que atraviesan su
mirada, su figura, su ser; se pregunta. Oye su nombre
detrás de la puerta, la llaman. Recuerda la primera vez
que oyó ese mismo tono de voz y corrió a su llamado,
con la sonrisa en la boca, ignorante. Papá solía
no tomarla en cuenta, no era afectuoso ni amable,
siempre que la veía le ordenaba algo, era silencioso y
entre ellos había un acuerdo tácito de no intercambiar
más que señas frente al televisor. Sin embargo, de
pronto se hizo más atento, le preguntaba cómo iba en
la escuela, le daba algunos dulces debajo de la mesa
y le guiñaba el ojo e intercambiaba su plato de comida
por el de ella cuando habían preparado algo que no le
gustaba. Todo, hasta el día en que oyó su voz detrás de
la puerta y esos golpecitos aparentemente inocentes.
Quiere pensar más en ello pero su mente es
una caja negra donde es imposible distinguir nada,
es la oscuridad. La puerta retumba, sus manos han
dado un salto y el cepillo ha caído al suelo en un leve
estrépito apenas ahogado por los golpes de la puerta.
Al menos puso el cerrojo, ese pequeño cerrojo que
le ayuda a dar la batalla. Ese es su único refugio, su
único aliado, un pequeño trozo de metal, que alguna
vez alguien inventó e incorporó en las puertas.
Obsesivamente empieza a repasar en su
mente la tarea del día siguiente, la que ha estado toda
la tarde escribiendo en su cuaderno, el esquema de los
huesos del cuerpo y sus respectivos nombres. Los ha
aprendido de memoria: homóplato, fémur, radio, tibia
y peroné. Es ya hora de acostarse, pero la insistencia
de los golpes es cada vez más notoria, más estridente,
más agresiva. María ha dejado de llorar, las lágrimas
se le han secado de los ojos, se para con parsimonia
y se dirige a la puerta, está ya resignada a abrir,
pero entonces divisa encima de la cama las tijeras,
las tijeras con que recortó en la tarde los esqueletos
para pegarlos en su cuaderno y enumerar los huesos:
radio, tibia, peroné. Así que en vez de abrir la puerta
va hacia ellas en un gesto mecánico y lúcido.
María, se oye nuevamente del otro lado de
la puerta, ¿estás bien hijita? Muchas veces se ha
preguntado por qué la voz de su madre le duele tanto,
quizá porque siempre esperó su comprensión, quizá
porque de bebé siempre andaba al ritmo de sus
pasos, en el mercado, en la calle, en la noche oscura.
Ha querido muchas veces al menos percibir en esa
voz un leve tono de dolor, de llanto, de ira. Pero su
madre es tan inescrutable, tan incomprensible, tan
aterradora, aún más que su padre. Le viene a la
memoria el día en que juntó fuerzas, que esperó a que
su padre saliera para la cantina y se acercó a su mamá
con los ojos vidriosos y al tratar de articular palabras
ella la mandó a dormir, pero mamá, tengo que decirte
algo muy importante, creía ella que podía haber algo
más importante que el trabajo que su madre hacía
diariamente para que pudieran vivir decentemente,
algo más importante que los sacrificios que hacía su
padre por mantenerlas. Se le cortó la voz entonces
y sólo pudo decir es que papá, y su madre la miró y
sus ojos parecían vacíos y duros como una pared de
cemento, ten mucho cuidado antes de decir cualquier
cosa de tu padre, y María no soportó más y gritó con
todas sus fuerzas, fuera de sí que era un canalla, que
la había tocado, que había abusado de ella y la había
amenazado, que ella era su madre y debía ayudarla y
entre el llanto y su garganta seca apenas y se hicieron
legibles su voz y sus palabras. El golpe fue firme y
preciso, le atravesó la cara de par en par y se tragó
también todas sus esperanzas.
Tu padre quiere verte, te ha estado tocando
109
“Mira sus pequeños ojos
marrones, silenciosos y
profundos y esa mueca de sus
labios que no es ni una sonrisa,
ni un llanto, sólo un contorno
rojizo en el vacío.”
110
hace rato, ¿estás bien hijita?, ¿vas a abrirme? María
abre unos centímetros la puerta y se perfila la silueta
de su madre, abrigada bajo su chal tejido de lana y
sus trenzas de cabellos negro azabache como los
suyos. Mira sus pequeños ojos marrones, silenciosos y
profundos y esa mueca de sus labios que no es ni una
sonrisa, ni un llanto, sólo un contorno rojizo en el vacío.
Su madre al verla grita espantada. Al instante
llega su padre presuroso, el prominente vientre y los
pantalones de buzo oscuro que siempre le cuelgan
demasiado anchos para sus magras piernas. El
bofetón la empuja hacia el marco de la puerta y le
pega en el ojo izquierdo, haciéndolo sangrar. ¿Qué
mierda has hecho? Mamá sigue horrorizada con
las manos tapándose la boca. ¿A quién has pedido
permiso? ¿Acaso crees que puedes hacer lo que te da
la gana? Nuevamente esa mano nudosa y oscura de
su padre le atraviesa el rostro de par en par. ¿Cuántas
veces su cuerpo ha sido cortado por esas manos, por
tantas manos, dolores, miembros, deseos? ¿Cuándo
alguien le ha preguntado lo que siente, lo que quiere?
No es acaso suyo su cuerpo, sin embargo parece
no pertenecerle a ella más que a la dependienta
de la esquina. Y cortarse el pelo es un ejercicio
válido de sí misma. Pero mamá y papá la miran
horrorizados, porque en esos cabellos se concentra
toda su identidad, toda su fuerza de mujer, de la
mujer que ella ya no quiere ser más, porque acaso y
nunca lo ha sido.
María sigue en silencio, así como sus ojos.
Con las tijeras que ha cortado sus cabellos presiona
una y otra vez el vientre prominente de su padre, sin
percibir el barullo, ni las súplicas, ni las pataletas de
su madre. Cuando él finalmente deja de moverse,
ella levanta los ojos, ahora ambas tienen la misma
mirada inescrutable.
111
Lima de
veras
Así es la Lima que quiero y ésa es la Lima que lloro,
la ciudad de mil quimeras, la del trapío que adoro,
la que dio la marinera, la que sabe a resbalosa,
a qué volverla modosa si ésa es la Lima de veras
Chabuca Granda
Decía Abraham Valdelomar que el Perú era el Centro
de Lima, el Centro de Lima era el Jirón de la Unión
y el Jirón de la Unión era el Palace Concert. Hoy,
con el crecimiento de la ciudad a ocho millones de
habitantes, es imposible marcar un lugar de encuentro
que no sea parcial y arbitrario, fácilmente refutable.
Pero concuerdo con Valdelomar en que el centro de
la capital tiene todavía un especial candor que no ha
perdido y que se ha recuperado desde que los alcaldes
desearan preservar el damero de Pizarro para la
población, librándolo a ladrones, pirañas y ambulantes.
Quizá mi experiencia en el centro no sea tan
contundente como la de Valdelomar. Pero sí recuerdo
con borrosa claridad un barandal de bronce con una
escultura de un león. Mi papá trabajaba entonces en
una empresa de seguros, fuimos a buscarlo una vez.
Eso me ha contado mi mamá. Yo sólo tengo en la
cabeza el león dorado y su tacto frío bajo mis manos
pequeñas que se sostenían de lo que hallaban a su
paso para poder mantener el equilibrio.
Con la mala fama que adquirió luego el centro,
realmente yo no lo frecuentaba. Hasta que estando en
la universidad, quince años después, la profesora de
112
arte nos mandó ver varias exposiciones, en el Museo
de Arte, en la Casona de San Marcos y en el Palacio
de Asambela, en Conde de Superunda, ahí mismo, la
calle antes del Puente Rímac. En esa época todavía
no se había cerrado el centro histórico. Y al bajar no
más del micro, pasaron delante nuestro sin vernos,
un grupo de piñaritas. Estábamos Paty, yo y Pedro.
La exposición nos encantó, pero al salir, tomamos
una calle en la que empezó una pelea, se rompieron
vidrios y saltó la sangre. Eran las 12 del medio día,
pleno sol, plena luz. Pedro corrió con nosotras y no fue
ningún consuelo haber ido con él. Tenía tanto miedo
como nosotras.
Ir al centro era como una excursión peligrosa,
como adentrarse en la jungla. Pero volví todos los
años que se presentó la Bienal de Arte en el centro.
Eso sí, no era para ir y regresar, así que llegábamos
tempranito cargadas de comida, agua, abrigo, todo lo
necesario para sortear esa experiencia peligrosa.
Otra época memorable fue cuando participé
de editora en la revista Dedo Crítico, en otras
publicaciones literarias y en mis propios libros.
Tenía que ir al centro a trabajar con Rodo. Su oficina
quedaba en Jirón Caylloma, es decir, la mera calle
del movimiento. Era siempre un poco estresante
llegar pero ya estando ahí me sentía más tranquila. Le
empecé a coger cariño al centro, al tener mis propios
recuerdos de él.
Rodo conocía una panadería donde hacían el
mejor tacu tacu con bisteck de la ciudad. Y era sólo
los sábados. No había cartel, no había anuncio. Sólo
para conocedores. Así que un sábados nos citamos
a trabajar y para el consabido almuerzo. Trajeron un
plato que medía al menos un metro de largo y unos
cincuenta centímetros de alto. Rodo esperaba tener
que ayudarme a terminarlo, pero yo me lo comí
todo y al terminar, todavía nos pedimos un café
con un pedazo de torta. Dice que ese día cambió la
concepción que tenía de mí. Desde entonces somos
los mejores amigos.
Antes de salir fuera del Perú por largas
temporadas, siempre he pedido que me lleven a dar
una vuelta al centro, a pasear por la Plaza de Armas,
caminar todo el Jirón de la Unión hasta la Plaza
San Martín, mi favorita, ahí pasar al bar del Hotel
Bolívar, con la intención siempre de tomar un pisco
sour y terminar por pedir una cerveza: Cuzqueña
antes, Pilsen ahora.
La última vez, de igual manera, yo andaba
olvidándote en todos los bares tradicionales pensando
que ya habías abandonado el país, mientras que
tú hacías un recorrido similar sin saber que nos
andábamos pisando los pies, irremediablamente, sin
encontrarnos, como ha sido nuestra historia.
El centro de Lima tiene ese encanto de
lo antiguo, la plaza pequeña y acogedora, los
viejos meseros a quienes no les entran balas.
Se congregan congresistas, hombres de traje y
corbata, con obreros, turistas, personas de todos los
estratos, todas las creencias, religiones, todas las
edades y pensamientos.
Lima, en un sentido, sigue siendo el Perú y el
Jirón de la Unión su epicentro.
113
Naturaleza
muerta
a todas las mujeres que murieron por ser mujeres…
Sintió un golpe seco y un claxon agudo antes de
perder completamente el conocimiento, su mente
repetía despacio los pensamientos que la rondaban
entonces. Había salido a las ocho y cuarto de su última
clase, quince minutos más tarde porque había faltado
el día anterior y debió fotocopiar los cuadernos de sus
compañeras para no llegar despistada a la clase de
geografía. Nunca había sido buena para la geografía,
le costaba saber hacia qué dirección debía ir, cuando
le parecía que era hacia delante, era para atrás,
especialmente en días nublados en que era imposible
identificar con exactitud la posición del sol. Caminó
entonces hacia el paradero más cercano, pero esos
quince minutos de retraso redujeron su posibilidad
de coger el autobús que la dejaba en casa, de modo
que decidió, mejor, caminar las cinco cuadras que la
separaban de la otra parada, mucho más concurrida
y donde otros buses pasaban hasta altas horas de la
noche, aunque la dejarían algunas cuadras más lejos
de su destino. El bus llegó repleto, así que tuvo que
lidiar contra los apretujones, los roces sospechosos,
el calor de los cuerpos trajinados de todo el día y el
viento húmedo que circulaba por alguna despistada
ventana abierta. No se pudo sentar en todo el trayecto
y su mochila, que pesaba en exceso, la mantenía
alerta al movimiento de los demás pasajeros, para
acomodarse, arrimarse y dejarlos pasar. Llegó una
hora y media después y se bajó a cinco cuadras de
su casa, eran pasadas las diez de la noche, así que
114
caminó con cierto apremio y desaliento porque aún
le esperaban varias horas de desvelo para ponerse
al día por la clase a la que faltó y además hacer las
lecturas que le habían dejado esa misma tarde. A la
mañana siguiente en el trabajo no estaba permitido
ocupar las horas de ocio del banco en leer separatas
de la universidad, había que sonreír y esperar, dejando
la mente en blanco: órdenes desde arriba.
Así que el golpe la sorprendió precisamente
cuando repasaba su rutina diaria en el trabajo.
Hacía nuevamente el recorrido que la había llevado
hasta ahí, sin poder distinguir con exactitud dónde
se encontraba, tenía la vista empañada y la mente
confusa, trataba de reconocer su situación. Más que
pensar sólo podía sentir, reconocía el terreno irregular
y áspero del asfalto que se extendía bajo ella, el frío
de la noche que avanzaba y cierto dolor que iba en
aumento pero que no podía ubicar en ninguna parte
concreta de su cuerpo, porque no reconocía todo su
cuerpo, sólo en breves punzadas por aquí y por allá.
Sus ojos se abrían y cerraban a intervalos imprecisos
entre los cuales percibía un murmullo incierto, tan
incierto que no podía distinguir si eran hojas o voces,
pasos o el viento. Su mente se fue hundiendo más en
una aterradora oscuridad, donde el dolor aumentaba
sin saber con exactitud de dónde venía y mucho menos
hacia dónde iba. Un vaivén repentino la mecía, algo
ajeno a ella la invadía, era una sensación imprecisa
que acentuaba aun más su dolor. Al abrir ligeramente
los ojos vio a alguien recostado sobre ella, podía sentir
su peso descansando sobre su cuerpo.
Sin duda, se encontraba más cerca de la
muerte que de la vida, creyó, porque ya no reconocía
ninguna parte de sí al haberse toda convertido en
un único dolor insoportable, sin voz para quejarse ni
capacidad para identificar lo que sucedía, nada la podía
respaldar. Sin embargo, cierta lucidez la embargó de
pronto, dicen que antes de morir uno puede aislarse
de su propio cuerpo y verse a sí mismo, ver toda su
vida, como en un adiós, como en un movimiento de
la mano. Había un carro estacionado a unos cuantos
metros de ella que yacía tendida en la pista. Podía
comprender que el auto la había arrollado cuando trató
de cruzar absorta como estaba en sus pensamientos,
apresurada y confiada como iba, ya tan cerca de
casa. El hombre que pesaba sobre ella sin duda era el
conductor, porque el carro, al parecer viró tarde para
esquivarla y había ido a dar contra un poste, la puerta
abierta invitaba a pensar que era el dueño del vehículo.
La noche era cerrada y la calle, una desviación de
una avenida principal, casi deshabitada, alrededor
de la cual se extendía una escuela que ocultaba la
situación. No sabía cuánto había permanecido ahí,
no sabía con exactitud qué parte de su cuerpo sufría
más, un hombre, el hombre que la había atropellado,
antes de llevarla al hospital, si acaso pensaba hacerlo,
había creído buena idea abusar de ella. No podía
distinguir su rostro, desdoblada de sí misma, viéndolo
de espaldas, pero podía sentir lo vil de ese acto, lo
inhumano. Quiso preguntar, señor, qué piensa, qué
pasa por su mente en este momento, qué lo lleva
a hacer lo que hace, qué le he hecho yo, qué le ha
hecho alguien. Era tal su indignación, su impotencia,
su dolor, que hasta esa otra presencia suya sintió bajo
la piel que no tenía un escalofrío, una intensa yaga en
el corazón. Ganas de gritar sin voz, de levantarse y
huir muy lejos de esa escena. Si viviera pensó, acaso
valdría todavía la vida. No sabía que esos minutos
eran cruciales para la posibilidad de esa continuidad
de su existencia, agotados, segundo a segundo. El
hombre acabó, se levantó, permitiéndole distinguirse
a sí misma: la falda levantada, ensangrentadas y
magulladas las piernas, el rostro inerte e inexpresivo,
el charco que iba aumentando bajo la espalda o bajo la
cabeza, era imposible de saber. El hombre ni siquiera
vio sus ojos abiertos mirándolo marcharse, en realidad
mirando tan solo una sombra alejarse más allá de
la oscuridad. ¿Era un hombre aquel? Fue su último
pensamiento y apenas alcanzó a decirse, no, sin duda
era el demonio o la muerte y pudo haberlo sido en
efecto porque nada más ya pasó por su mente.
[María Rodríguez fue atropellada por alguien
que se dio a la fuga y violada por desconocidos que
luego la llevaron al hospital. De haber llegado a tiempo,
hubiera podido sobrevivir. Diario Ajá. Lima, 25 de abril
del 2001.]
115
Salvador Gómez
Barranco
(España)
Coordenadas
Imaginarias:
Estambul
Uno lo ve como algo literario: sin más, sin dolor.
Me cuenta que su profesora de Sociología en la
Universidad Sabanci, en Estambul, se ha suicidado.
Que se ha lanzado al Bósforo desde algún puente.
Uno cualquiera: la imagen de un puente sobre un río
me vale. Jamás he estado en Estambul, pero puedo
imaginar un puente, cualquier puente, cruzando de
lado a lado una ciudad grande y vieja. Un río viejo y
grande. La belleza de su abrigo en el breve vuelo en
picado hacia el agua, y después su tela algodonada
empapándose de las sales del río, haciéndose pesada
y oscura. O antes, los ojos de ella fuera del agua,
quizás azules bajo los párpados. O abiertos, como
las puertas de una catedral, mirando hacia arriba (las
pupilas, en la caída, trazando dos líneas paralelas,
perpendiculares a las vallas protectoras del puente),
invocando acaso la salvación en el último momento,
sin arrepentimiento y sin culpa, sólo con urgencia y
con zapatos y con frío. Su profesora de Sociología
se ha suicidado lanzándose al Bósforo, y para mí es
todo belleza: sin más, sin dolor. Algo literario, y ya.
Un poema: el querer penetrar ya sin vida sobre las
aguas, el querer amarrarse al fondo, como una piedra
grande que se cayera, el querer ser piedra –una de
esas piedras que sin duda ha de haber bajo el agua-,
sumergida y oculta, en el fondo, y entonces someterse
ya sólo a los vaivenes de las mareas y a la erosión
propia de los objetos submarinos. Me cuenta que
había logrado una hermosa complicidad con ella:
—Los dos fumamos. Los dos fumábamos
–dice, separándose un cigarro de los labios-. Ella
también fumaba, quiero decir. Solíamos coincidir antes
de la clase en las escaleras de afuera. Fumábamos
juntos y hablábamos. A menudo, fumar se convierte en
una excusa perfecta para conocer a gente maravillosa.
Parece que se estableciera una complicidad especial
en las conversaciones en las que ambos hablantes
fuman. ¿Sabes? Debes empezar a fumar.
Yo me quedo callado, sin cigarros, viendo
cómo el humo se escapa de su boca y viaja hacia
arriba con vaivenes relajados (al contrario que el vuelo
del abrigo de su profesora, cayendo en picado hacia al
Bósforo, con esos aleteos enérgicos y desesperados
provocados por el viento y por la fuerza gravitatoria).
Me gusta verlo fumar. A él sí. A mi padre, por ejemplo,
un cigarrillo sostenido entre los labios le otorga
cierto aire ridículo, como el de uno de esos actores
secundarios que envejecen mal y sin fama y se pasan
las noches fumando en un bar –con un piano en una
esquina al fondo- esperando algo, a alguien, alguna
vez. No me gusta ver fumar a mi padre, pero a él sí.
Me gusta que prepare con sus propias manos –unas
manos más pequeñas que las mías- los cigarrillos: esa
ceremonia de papel, de saliva, de hebras y de fuego.
Y que después los encienda y los consuma, siempre
sin prisas, en su boca. Su boca. Tu boca. Debería
decirte esto a ti. Deberías saber que a veces escribo
evocando tus palabras y tu boca. Debería, en realidad,
decirte:
—Quiero fumar contigo. Quiero fumar hasta
que tengas un profesor sustituto o, al menos, alguien
“Debería decirte esto a ti. Deberías
saber que a veces escribo evocando
tus palabras y tu boca.”
con quien forjar una complicidad nueva en las
escaleras de tu universidad. Entre clase y clase.
Debería ir a Turquía a decirte todo esto.
A arrancarte el cigarro y comerte la boca, a fingir
que salto desde un puente o que desde un puente
saltamos. Debería ir y, sin embargo, aquí me quedo: te
escucho y sólo alcanzo a imaginar tu dolor (el dolor de
los demás debería también pertenecerme) y bicicletas
y rocas y zapatos sobre el suelo fangoso del Bósforo.
La imagino a ella (¿por qué ahora no recuerdo su
nombre?), de nuevo, en los instantes previos a la
muerte, entrando de cabeza al agua, explorando
torpemente la profundidad, con esos dos ojos
abiertos, turbados ante los últimos reflejos brillantes,
salados, acuáticos. Separándose un momento de sí
misma: su alma mezclándose con la arena, su cuerpo
acomodándose entre las bicicletas y las rocas y los
zapatos. Observándose, tal vez desde el fondo, en
el proceso de la caída, o desde la superficie, durante
la desaparición de su cuerpo entre las aguas turbias
y agitadas. No puedo sentir dolor por ella: es todo
belleza en su muerte. No puedo sentir dolor por ti:
en tu vida es todo belleza. Os imagino envueltos en
una misma nube de humo, en mitad de las escaleras
de la Universidad Sabanci, con cada pie apoyado en
un escalón, con cierta inclinación en los hombros, en
los abrigos sobre vuestros hombros, hablando acaso
de la reforma constitucional turca. O de flores. Tal vez
la complicidad derivada de que los dos fumaseis os
permitiría hablar sobre flores. Sí: sin duda hablaríais
de flores a veces. Conmigo nunca hablas de flores. Te
imagino diciéndome:
117
“te pregunto, dándome
cuenta de que, aunque no
me importe demasiado,
tú y yo jamás hablaremos
de flores o de cualquier
otra cosa que no implique
necesariamente una
reflexión profunda”
—Si fumases, entonces hablaría de flores
contigo.
Lo dirías justo antes de ensalivar el papel del
cigarro. La secuencia exacta sería así: sostendrías
con las dos manos el trozo de papel con las hebras
de tabaco, dirías Si fumases, entonces te hablaría de
flores, después te acercarías el cigarro a la boca –o
la boca al cigarro-, lo ensalivarías, y alzarías la vista:
tus ojos azules como flores azules se encontrarían con
los míos y yo guardaría silencio. Después vería cómo
prendes una cerilla y cómo el extremo de tu cigarrillo
se consume rápidamente. Y ardería. Y no conseguiría
entender por qué en ti sí, por qué el humo en tu boca
sí me parece indudablemente bello.
Sí, debería tal vez decirle que, en algunas
ocasiones, le recuerdo con nitidez, y que la evocación
me reconforta y me agita: el peso de sus rodillas
sobre las mías, la indefinición de sus pezones en
la penumbra, su pasaporte, sus lúnulas, sus pies
descalzos enredándose con cautela en mis tobillos,
su olor y sus palabras en el desayuno. En otras
ocasiones, sin embargo, prefiero imaginarlo. No me
cuesta agrupar esos detalles de la memoria, y hacer
surgir de ellos imágenes nuevas e improbables. Ahora
mismo, por ejemplo, lo imagino –como lo hacía con su
118
profesora-, saltando desde un puente al río (el mismo
puente, el mismo río). En este caso, por el contrario,
la idea sí me duele, sí me hiela las manos y los pies y
me escuece en los ojos. Me resulta fácil imaginarlo (allí
arriba, en el inicio mismo de la caída) porque una vez
lo vi llorando: y si él saltase –si alguna vez lo hiciese-,
lo haría llorando, anticipándose tal vez a la humedad
del río, a su caudal. En aquella ocasión, la única en que
le vi llorar, se abrazó a mí primero y se soltó después,
diciendo:
—Vete. Vete. Vete.
Aquella vez, de nuevo, percibí antes su belleza
que su dolor. Su dolor. Tu dolor. Deberías saber que
acabé encontrando tu dolor, y que enseguida lo
acomodé sobre mi espalda como si fuese un dolor
propio. Que terminaste doliéndome, de alguna manera
profunda, como un hueso que se quiebra o como
un músculo grande que se desencaja. Te abracé en
mitad de la calle, en mitad de la noche. Nos dimos
varios abrazos, o tal vez sólo fue uno: un solo abrazo
donde cupieron varios. Lloraste sin cesuras. Te vi
llorando cuando te despegué de mi regazo porque se
me hacía tarde: tenía que volver a casa en coche, y
estaba a más de tres horas de camino. Me dijiste vete,
vete, vete, y yo te hice caso. Le hice caso y me fui.
Jamás después le conté que me llevó casi una hora
encontrar el coche. La ciudad, en la que apenas había
estado una sola vez antes, estaba desierta. Confundí
el sentido y las direcciones, los nombres de las calles,
las fachadas de los edificios, los leves puntos de
referencia. Hice y deshice el camino varias veces,
completamente desorientado, como un vagabundo
que no se dirige –porque no tiene adónde dirigirse- a
ninguna parte, arrastrando los pies y el dolor (su dolor
que era mío) y la sombra, que se iba y se venía de mi
lado en aquel transitar bajo las farolas.
Jamás le conté que comencé a llorar y que
volví al lugar donde nos habíamos despedido, con
la esperanza de que, acaso, él aún siguiera también
llorando, sentado en mitad de la calle o con la espalda
apoyada sobre la pared, esperando mi abrazo o mis
ojos o mis indicaciones, rezando por que sus últimas
palabras le retrocediesen súbitamente al paladar
para reconvertirlas en ven, ven, ven, y que, al igual
que lo habían hecho las otras, éstas también surtieran
un efecto inmediato. Pero en mitad de aquella
noche, en mitad de aquella calle, ya no había nadie,
excluyéndome a mí, con su dolor y con su llanto.
Por eso puedo imaginarle subido en las vallas del
puente sobre el Bósforo: porque conozco su llanto
como conozco el mío. Y porque si alguna vez saltara
(debería evitar imaginarlo porque me duele), una racha
breve de viento movería su pelo en el último momento,
desordenándolo, y lloraría.
—¿Y por qué lo hizo? –te pregunto, dándome
cuenta de que, aunque no me importe demasiado, tú
y yo jamás hablaremos de flores o de cualquier otra
cosa que no implique necesariamente una reflexión
profunda, un tono de solemnidad y de trascendencia-.
¿Por qué se ha tirado?
Das una calada a tu cigarro, y su extremo
apenas brilla un instante con una levísima
incandescencia. Acabo de darme cuenta: las
conversaciones establecidas entre dos personas que
fuman alcanzan una complicidad especial porque
habitualmente existen silencios amplios entre las
intervenciones. Esto es: a menudo uno habla y el
otro, antes de responder, se lleva el cigarro a la boca,
aspira, expulsa el humo, y sólo después, al final de este
silencioso proceso, pronuncia sus palabras. Después
de expulsar el humo, pronuncias estas palabras:
—He estado pensando mucho sobre eso,
sobre las razones de ella –dices, y una racha breve de
viento te desordena el pelo-. Supongo que lo habrá
hecho por amor. En este país, la gente no sabe amar.
O no puede amar. Existe un hueco. En este país,
donde debiera haber amor, hay un hueco. Un hueco.
Dices hueco tres veces. Y dejas tres
breves silencios, uno cada vez, como si fuese una
sílaba transparente al final de la palabra. Pareces,
ciertamente, haber reflexionado mucho acerca de las
razones que llevaron a tu profesora de Sociología a
tomar esa decisión y, sin embargo, tu conclusión me
parece frágil, imprecisa: sin corporeidad suficiente,
de hecho, para ser referida como conclusión en un
sentido riguroso. Apuesto a que es más bien una
intuición primitiva o poética, algo que más bien nace
de ti mismo, de algún lugar hueco dentro de ti mismo, y
que quieres extrapolar a ella para lograr entenderla. Te
pediría que ahondases en tu teoría, que desarrollases
tu hipótesis, pero sé que alargarías más de lo habitual
la calada a tu cigarrillo (y con ella el espacio de silencio)
y que después pronunciarías unas palabras que ni a ti
ni a mí acabarían de convencernos, pero que incidirían
de nuevo en la incerteza, en la incógnita, en el vacío
sobre el que convergen algunas de las preguntas que
te hago, que me hago.
Le pediría respuestas, pero no las quiero
(es mejor que algunas cuestiones se sostengan
eternamente sobre unas explicaciones móviles,
enclenques, vaporosas). El río, bajo el puente,
recuperaría su estado habitual -un denso oleaje
sucio y lento- tan sólo unos segundos más tarde de
la salpicadura y del remolino. Su cigarro, finalmente,
se consumiría, y una última fibra de humo escaparía
desordenada desde sus labios. De vuelta a casa, en
el peaje de la autopista, una pareja de policías se
asomaría con una linterna al interior de mi coche y
se me derramarían las lágrimas y las monedas de
los bolsillos. La Universidad Sabanci designaría a un
profesor sustituto de Sociología dos semanas más
tarde. Estambul se haría cada vez más vieja y más
grande, y el Bósforo cada vez más grande y más
viejo. Él tardaría meses en volver a hablar de flores: su
nuevo profesor no fumaría, y yo no comenzaría jamás
a hacerlo. De forma secreta y privada, me tentaría con
cierta recurrencia una misma idea: recuperar la imagen
del salto al Bósforo de la socióloga, y escribir sobre
ella pensando en él. Pensando en ti. Viéndolo todo
como algo literario, invocando a una intuición primitiva
o poética, tratando inconscientemente de llenar –sólo
tú sabrías que de manera inútil- ese hueco.
q
119
Mariana
Graciano
(Argentina)
El grito
Oye el silbido del maestro que anuncia el final de la
jornada y Clarita sale del agua. Va al vestuario con sus
compañeras. Se seca bien. Se pone sus pantalones
amarillos cortos y la remera blanca. Se peina y se
recoge el pelo para que su mamá la vea más linda.
Sale.
La mamá, Ana, la espera en el hall. Está
transpirada porque es enero y acaba de caminar doce
cuadras para ir a buscarla. Las mismas cuadras que
van a caminar juntas ahora para volver a casa. Clarita
corta el abrazo para pasarle la mochila a su mamá.
Piensa que ojalá el pelo mojado le dure todo el camino
así no le agarra tanto calor. Su mamá la toma de la
mano, le dice “vamos, hija” y salen juntas a la vereda.
En la primera esquina, doblan.
-¿Qué hay para comer, ma? Tengo hambre.
-Compré galletitas para que comas con la
leche.
-Pero hace mucho calor.
-Bueno, te tomás una chocolatada fría.
Clarita avanza en zigzag buscando saltar todos
los canteros de árboles que hay en el camino mientras
canturrea una canción que le acaban de enseñar en la
colonia.
121
-Esa es nueva, no te la escuché nunca.
-Me la enseñaron hoy pero no me la acuerdo
bien.Creo que dice estaba la Catalina sentada bajo un
laurel, mirando las…de las aguas al correr…mirando
las (no sé qué)... de las aguas la correr… Después dice
algo de un soldado…
-Ni idea, yo no la conozco.
-Creo que dice entonces pasó un soldado
alto y rubio (y no sé qué) y ella dice deténgase usted
soldado que una pregunta le quiero hacer… ¿Usted
no ha visto a mi marido en la guerra alguna vez? Nara
nána, nara nána, na na na…
Ana mira a su hija y le dice que le gustaba más la otra.
-¿Cuál?
-La que cantás siempre del pajarito.
-Ya me cansó esa a mí.
Vuelven a doblar en la esquina y toman una
calle tranquila, con poco tránsito, que bordea un
edificio público. Clarita empieza otra vez a cantar.
-Estaba la Catalina sentada bajo el laurel,
mirando la pureza de las aguas al correr. Mirando la
pureza de las aguas al correr…
Pasa un colectivo que tapa por unos segundos
el canto de la niña. Apenas se aleja, la calle se vuelve
más silenciosa que antes. Entonces Ana se detiene
bruscamente y frena con ella el paso de Clarita que
deja de cantar, se vuelve hacia su madre y le pregunta
“¿Qué pasa, ma? Dale. Tengo hambre.” Ana se queda
quieta. Se oye un grito nítido y desgarrador de auxilio.
Esta vez hasta Clarita lo ha escuchado y por eso
aprieta la mano de su mamá fuerte. Ana mira hacia
atrás. Nadie. Hacia delante. Nadie. Clarita copia el
gesto. El grito se repite y ambas se dan cuenta de
que viene del edificio. Ana se acerca un poco a la
pared para estar segura. Viene del sótano. Ese es el
lugar y el grito es de una mujer. Clarita observa cómo
su mamá vuelve a mirar en todas las direcciones sin
encontrar a nadie. Le vuelve a apretar la mano.
-Hola, ¿quién está ahí?- pregunta Ana sin
levantar mucho la voz, dirigiéndose al sótano-¿me
oye?
-Auxilio- repite la voz y Clarita piensa que
122
“Apenas se aleja, la calle
se vuelve más silenciosa que antes.
Entonces Ana se detiene
bruscamente y frena con ella el
paso de Clarita”
es imposible saber si eso fue una respuesta para su
mamá o qué.
-¿Qué pasa, ma?
-Ssh, pará hija
Clarita aprieta la cara contra la pollera de Ana
y se muerde los labios. Ana vuelve a mirar en todas las
direcciones. Ve una ventana abierta en la vereda de
enfrente.
-Disculpe. ¿Hola?- dice mientras hace señas
con la mano.
Escabullida entre las piernas de la madre,
Clarita alcanza a ver a una mujer que asoma la cabeza
por la ventana, analiza a Ana y a Clarita con la mirada
y se mete adentro. Cierra la ventana y las cortinas.
Ana intenta asomarse al sótano por un
pequeño tragaluz. Trata de encontrar un ángulo que le
permita ver hacia adentro pero no logra ver nada. Sólo
empiezan a oírse golpes y, otra vez, un grito de mujer.
-Vamos, ma- dice Clarita, clavándole en el
brazo las uñas a su madre.
Ana la mira, la carga en brazos, la aprieta contra
su pecho, vuelve a mirar en todas las direcciones y no
ve a nadie. Comienza a caminar a pasos cada vez más
rápidos. Se alejan.
q
Pedro Plaza
Salvati
(Venezuela)
Los Bodies
Estaba enfrente de la taquilla. Los afiches exhibían
las interioridades y se me revolvían las tripas; una
pequeña muestra de lo que había adentro (de uno y de
la galería fantasmal). Entonces recordé aquel primer
episodio y la razón por la cual me encuentro aquí, en
contra de mi voluntad pero por decisión propia. Fue
en la adolescencia:
El acelerador lo tenía a fondo, la muñeca
flexionada. En la parte de atrás del asiento de la moto,
mi amigo Alfredo. Recorríamos los caminos como
moscas hambrientas, cuando una zanja profunda nos
catapultó al aire. Al caer, una certera piedra clavó su
afilada extremidad en mi rodilla. Me senté al borde de
la carretera de tierra y observé mi ropa ensangrentada,
las telas rasgadas. Mi cuerpo empezaba a reaccionar.
Halé el pantalón, poco a poco, y me encontré con un
boquete como los que deja una granada fragmentaria.
A través de la tela rota de aquel pantalón de rayas, como
un depósito de bichos, observé el horrible espectáculo
de mis interioridades. Lo grotesco superaba el intenso
dolor por la magnitud del golpe. Un hacha en forma
de pensamiento se clavó sobre mi cabeza: ¿De qué
estamos hechos? Lo había estudiado en el colegio, de
manera superficial. Pero ahora lo había descubierto
en la herida de mi rodilla; aquel cráter cacheteaba
mi cara para decirme: ¡Estúpido!, ¿ahora entiendes?:
¡todo es una fachada!
Me llevaron de emergencia al hospital. Me
pusieron anestesia local. El médico sugirió, no sé
por qué motivo, que observara la operación. A través
de la herida podía ver, en detalle: huesos, tejidos,
sangre y los cartílagos rotos que sustraía con pinzas
y depositaba como pedazos de espagueti en una
bandejita plateada cubierta por una tela blanca. La
cicatriz quedó como testigo imborrable. Desde ese
entonces, cuando veo una intervención quirúrgica en
la televisión, cambio de canal; cuando observo un
accidente, disimulo la mirada.
Me había propuesto superar el trauma de la
adolescencia presenciado esa exhibición de cuerpos
humanos, enfrentando mis temores para dominarlos.
Recuerdo que lo había intentado pero fracasé, no por
culpa mía, debo aclarar. ¿Saben el cuento de cuando
llevaron los Bodies a Caracas? Olvídense de realismo
mágico. Esto es realidad pura y cruda. Aquellos
cadáveres habían viajado a la capital de las balas
como si fuesen un grupo de rock que se va de gira por
el mundo. Superestrellas. Pero habría de enterarme en
el periódico que, a las pocas horas de la inauguración,
cuando los cadáveres ya se encontraban listos para
mostrarse ante el público en el Centro Comercial
Sambil, alguna autoridad con mayor poder que la
que aprobó los permisos de la exhibición, ordenó
clausurar la misma por razones de necrofilia. Un
batallón de guardias, policías e inspectores fiscales
apareció en el sitio. La policía investigativa, además,
debía averiguar la proveniencia que tenían esos
cuerpos antes de que abandonaran la capital, como
cuando se les da una prohibición de salida del país
a criminales sospechosos. Para ello, sin permiso de
los organizadores, tomaron muestras de los tejidos
corporales alegando que, en la aduana, habían
124
sido declarados de una manera fraudulenta como
cuerpos plásticos. Al comprobarse en el laboratorio
policial que, en efecto, se trataba de restos de seres
humanos, se dio un plazo máximo de diez días para
sacarlos el país. Las sociedades médicas y científicas
protestaron por la decisión de las autoridades,
considerándola anacrónica, por decir lo mínimo, de
un estado de suma ignorancia. Los estudiantes de
medicina cerraron calles y tiraron piedras y botellas
hasta que fueron repelidos con gases lacrimógenos y
perdigones. La empresa organizadora de la exhibición
sacaba anuncios para informar al público que todos
los permisos se habían cumplido. En represalia, los
órganos impositivos clausuraron también las oficinas
de la compañía. Los Bodies (admito que suena a
pandilla Mara salvadoreña) estuvieron secuestrados
varios días hasta que abandonaron el país. Ya no nos
asombraba ni siquiera un secuestro de cadáveres:
bien era sabido como los cuerpos sin vida quedaban
amontonados en la Morgue de Bello Monte durante
días con los familiares llorosos en las puertas del
recinto. ¡Secuestro en la Morgue!, aquella pila de
cadáveres amontonados unos sobre otros, esperando
a ser atendidos. Pero no quiero desviarme, aunque
hablemos de cuerpos sin vida. No deseo que esto
se convierta en una denuncia. No se trata de eso.
Ya es bien sabido lo que recomendaba Chejov a
los escritores: no inmiscuirse en política. Lo que
nos ocupa es bien concreto: Mi asco por el cuerpo
humano, por ello enlacé el tema de los Bodies de la
exhibición prohibida con la de los bodies de la morgue.
Mi intención es contarles sobre mis traumas con las
interioridades del cuerpo humano y cómo pretendo
superarlos. Permítanme concluir: Un año más tarde
del conato de exhibición caraqueña, me encuentro
enfrente de otro centro comercial, cuando se da inicio
a este relato, en la primera línea del primer párrafo.
Estaba en South Street Seaport, desde donde se ve
el East River y Brooklyn, cerca de Wall Street. Me
reencuentro con los Bodies. Hacía calor y estaba en
pantalones cortos y franela. Veía a la gente caminar,
sobretodo turistas, con sus caparazones epidérmicas
(blancos, mestizos, morenos, amarillos, negros)
contentivas de sangre, huesos, músculos, tripas y
demás. Pensaba que la piel era más resistente que
el Kevlar (la tela con que se fabrican los chalecos
antibalas), para poder aguantar todo su contenido
corpóreo durante décadas. Y me resonaba de nuevo
aquella revelación cuando me operaron de la caída
en moto: ¡Estúpido! ¿ahora entiendes?, ¡todo es una
fachada! Me preguntaba si la interioridad del hombre
está en el alma o en sus entrañas. Aturdido, compré un
ticket. One Body, please, pedí con cierta ironía; como
para burlarme de mi atrevimiento. Estaba tembloroso,
las piernas flácidas, el corazón latía con velocidad,
los genitales se me encogían de tamaño. Un frío
recorrió el área lumbar de mi espalda y me entraron
deseos de ir al baño. Comencé a caminar por los
pasillos que me mostraban los cuerpos en distintas
funciones: el hombre que juega beisbol; el fumador;
el corredor. Los síntomas de alerta empezaron a
normalizarse. No sé si fue por la valentía del acto
o por desensibilizarme a los miedos, pero veía con
aplomo irreconocible los cuerpos petrificados en su
cruda realidad anatómica. Pensaba en la gente afuera,
en la ciudad, con sus envoltorios perfectos y los
comparaba con estos cuerpos de corazón detenido,
sin impulsos electromagnéticos, con ese descarado
nudismo extremo que exhibían sin pudor, más allá
de cualquier playa nudista. Terminé de recorrer con
calma la exhibición, unos doscientos cuerpos, según
decía un panfleto. A veces me tropezaba con alguna
persona y la comparaba con la de la vitrina: hombre
vivo-hombre muerto; mujer con piel-mujer sin piel.
Busqué la salida. Me sentía como una de esas veletas
que cruzan las aguas un día domingo de cielo azul. Me
encandilé con la luz del sol. Dirigí mi mirada hacia mi
rodilla. Levanté un poco el pantalón corto que cargaba
puesto. Pude ver una pincelada tenue pero imborrable:
la caída, el pantalón roto, el médico, la sutura.
q
Calina
El timbre anunciaba la llegada del taxi que me llevaría al
aeropuerto. Tenía las maletas colocadas enfrente de la
puerta del ascensor. Avisé que bajaría dentro de cinco
minutos. Quería dar una última mirada al interior del
apartamento y hacia la ventana de la sala. La montaña
todavía surcada por líneas rojas; incendios que
producían una niebla con olor a pestilencia que tornaba
la visión turbia, que se aparecía para estrangular las vías
respiratorias, brotar la piel de alergias adolescentes.
Esa bruma era como una dictadura hipócrita: todo lo
hacía turbio y nauseabundo, pero sin decirlo de frente,
como invasores de sistemas que se van apoderando
de la integridad de las personas, para hervirlas a fuego
lento sin darse cuenta; como a las ranas La amenaza
de la muerte en manos del hampa resguardaba a
la población como avestruces. La ruptura de los
valores, la glorificación de la ineptitud, el viaje a la
ignorancia, la decadencia, la fiesta chabacana las 24
horas. Consumir electricidad se convertía en delito:
cierre de negocios y multas que invadían los hogares
como facturas de robos autorizados. Las tierras eran
expropiadas, los servicios públicos en decadencia, la
pérdida de ética del trabajo. Leyes, leyes, leyes: todas
salían como pedidos de comida rápida que taparían
las arterias del país con el colesterol de su contenido
represor y punitivo del siglo veintiuno. El cerco era
perimetral. El ataque era por todos los flancos. A
medida que el termómetro de la intolerancia subía
de temperatura, cada vez había menos razón para
no marcharse; una nación de extraños conocidos.
Las familias se habían separado. Los que todavía
se quedaban también se sentían extranjeros en su
propio país, como si un día te despiertas y encuentras
todo cambiado; alienado por el humo de la calina y
la niebla de la bajeza humana... Antes de cerrar la
puerta veo el reflejo de lo que soy y dejaré de ser: el
125
Buda en la mesita de la entrada, el espejo, las flores
marchitas, la foto de la boda. Me sentía extranjero
en ambos sitios: del que te vas y al que no has
llegado. Llevo las maletas cargadas de mi vida ahora
portátil: documentos, fotografías, libros y ropa. No ha
amanecido. El taxi inicia su recorrido; mi despedida
en movimiento. La calina se deslizaba dentro del carro
a través de los ductos inertes del aire acondicionado,
arrejuntada con los titulares sofocantes del diario
matutino que yacía como un cadáver sobre el asiento
trasero. Sentía la glotis estrecha. El país partido en
pedazos agonizantes. Me quedé mudo. Suspendido
en el tiempo.
Ruidos
He tenido un día agobiante. Los taladros son
implacables en su perforación constante. La ciudad
se regenera a través de su continua autodestrucción.
Me tapo las orejas para no escucharlos mientras
cambia la figura de la mano roja a la del hombre
blanco que camina. La alarma de los bomberos, la
sirena de la patrulla, la corneta de los taxistas, el grito
de los locos: Nueva York. Mientras avanzo pienso que
los ruidos y las bacterias son los vasos comunicantes
entre la ciudad y el cuerpo. Observo a la gente que
sale del metro. Camino en dirección contraria a la
multitud. Llego a mi destino. Apurado, saco el carnet
de mi cartera. Deslizo la tarjeta plástica en la posición
señalada, con la banda magnética hacia abajo. Entro.
Mi cerebro está sobrecargado como una computadora
cuando se guinda y aparece un círculo azul que gira y
gira. A esta hora, al final de la tarde, hay mucha gente.
Entran con prisa, temerosos de perder una cita consigo
mismos. La sumatoria de todas las cabezas arroja
cientos de miles de pensamientos angustiosos que
flotan en el espacio arrejuntados de manera invisible
con los míos. Son muchas las historias de los que,
no soportando la presión existencial, se suicidan aquí.
Pienso en Vila-Matas y sus Suicidios ejemplares. Lo
126
tendré que pedir algún día, creo que lo tienen. La gente
carga maletines, morrales, carteras, computadoras,
periódicos, aparatos de música, libros. Me acerco
justo al borde donde se abre la puerta de metal.
Siento un aliento desagradable que se posa sobre
mi nuca, un vientecillo humano cargado de bacterias.
Dicen que esta ciudad está llena de miles de bichos
microscópicos provenientes de todas partes del
mundo, esperando a que algún tonto abra la boca,
para entrar dentro de ella, como polizonte que se
desliza por la tráquea, para incubarse y reaparecer
agrediendo al cuerpo. Dicen que este lugar es un
zoológico humano. Llega la unidad de transporte. Se
enciende una luz. Sale gente, entra gente. Se cierran
las puertas. Bostezo al momento en que se escucha
un estornudo que suena como una bomba y esparce
sus esquirlas de saliva en el espacio confinado. Se
desplaza la unidad a través del túnel o cavidad.
Primera parada. Sale gente, entra gente. Busco
donde sentarme. Encuentro una esquina solitaria.
Saco mi libro y comienzo a leer. Pienso que me va a ir
bien. Pero los ruidos empiezan a subir a medida que
se colman los asientos. No puedo concentrarme. Es
insoportable. Cierro el libro con rabia. Tengo deseos
de golpear a alguien, pero nunca he sido violento;
me lo repito en silencio para no olvidarlo. Me paro.
Camino hacia la puerta de metal de la unidad de
transporte. Se desplaza con un estruendo mecánico
que no escuché la primera vez que me monté, quizás
no estaba tan aturdido como ahora. Otra respiración
nasal sobre la nuca. Sale gente, entra gente. Última
parada. Camino. Antes salir a la calle, de frente, me
encuentro con el buzón metálico que asemeja un
contenedor de basura pero que dice Book Return.
Por alguna razón volteo hacia arriba. Veo la altura
que produce una sensación de vértigo invertido. El
Washington Square de frente. Los gritos de los locos.
Me dirijo al metro.
Kadiri J. Vaquer
Fernández
(Puerto Rico)
Si fuese capaz de
hacer un puente
Si fuese capaz de hacer un puente,
más allá del pretexto del texto,
con miniaturas, alfileres singulares,
y tus manos. Abrir a la fuerza la boca
de una bestia arrinconada
detrás de los árboles,
pero pensar en los niños
arropados con pieles ajenas.
“Caminan sonámbulos,
los ojos vendados
con trapos de telaraña.
La imagen cuarteada
por fragmentos de
polifonía. Y no recuerdan
cómo nombrarse, porque
las plegarias se escupen
con vehemencia hacia el vacío.”
Y decir, decir que el anonimato
es un cliché necesario, para vernos,
más transparentes que la luz,
más humanos de lo que somos.
Si fuese capaz de hacer un puente,
agrupar caracoles como agujeros
y hacer un sólo vacío de los dos,
desdibujar perfiles como
se desenredan sonrisas.
Alcanzar el nicho más recóndito
donde nace el animal que [me] corroe.
Si fuese capaz de hacer un puente,
desdoblar los límites intangibles
que [te] persiguen, moldeándo[nos]
a cada paso.
[que son piedras en los bolsillos,
sin puente, ni manera de achicar
la distancia, porque de tu boca
a la mía insiste lo deshabitado.
Y tú huiste del tropiezo,
cuando yo salí a buscarle.]
Si fuese capaz,
[si fuese capaz]
de forjar este puente,
tu seguirías alejándote,
y yo,
siempre,
con los brazos
vacíos.
128
Lorea Canales
(México)
Hace 41 meses
i.
hospital, jueves, ocho de la noche, dos días de retraso, contracciones, segundo parto,
doctores en lugar de comadronas, el mito del parto en el bosque ya lo sufrí sin éxito, vengo de
una larga línea de mujeres que tuvieron hijos sin anestesia, ni mi madre, ni mi abuela, ¿cuántos
partos para llegar a mí? ¿cientos? ¿miles? Larga, larga línea de mujeres bravas, yo no, en el
bosque nos hubiéramos muerto ana y yo, pido anestesia, no hay cuartos, lo están limpiando,
dicen, salita de espera, me ponen la bata, monitor fetal, checan mi dilatación y piden que
espere, mis gritos, mi dolor, la doctora se va
ii.
mi dolor incrementa, las contracciones se acercan, se me rompe el agua, siento calor,
algo de alivio y vergüenza como si me hubiera meado, no hay doctor, no hay cuarto, tu padre
intenta apaciguar mi dolor y mi angustia actuando con calma, como si no pasara nada, más
dolor, sudor, desespero, me quiero mover, quiero pararme y caminar, en ausencia de doctores
y anestesia quiero que me dejen hacer lo mío, ponerme en cuclillas, gatear, todo para aliviar
este dolor, para aliviarme
iii.
no dejan que me mueva, el monitor no puede mandar señales, tengo que estar quieta,
intenta la enfermera en vano ajustar el monitor a lo que una vez fue mi cintura hoy un enorme
vientre hiriente, cada contracción un grito, ya no puedo más, rujo con todas mis fuerzas,
quiero que me oigan, que me atiendan, que limpien el cuarto, que llegue la anestesia
yo, dormida, anestesiada, se ocupaban de mí, la sangre perdida, las vísceras desgarradas
de pronto
tu papá nos veía a las dos, al borde de la muerte
un dolor más allá del dolor
verdadero electroshock
mi espina dorsal fuego
de mi garganta el último instinto
grito terremoto
la doctora ahí
(ahora sí)
el bebé ha roto mi útero
peligra entre mis vísceras
el reloj marca las 10:00 de la noche
me pidió perdón y salió contigo, te llevaban, mi chiquita, a cuidados intensivos
en el camino
cuatro minutos después
te sacaron niña mía
morada y desvalida
casi muerta
un nada de vida
2. no hubo tiempo de asimilar el terror
sólo heridas
y un grito
la electricidad del daño
shock
sangre
el miedo llegó después
de lo que pudo haber sido
de lo que no pasó
10: perfectamente sano, rosado, vivaz
0: los muertos
1.
cuatro minutos sin respirar, es mucho tiempo
de 0 a 10 califican la vida
a ti te dieron un 1
con tus manitas de recién nacida, de recién desvalida, sacaste el respirador de tu garganta, lo arrancaste,
los médicos no podían creerlo, se apresuraron a reinsertarlo, pero el jefe de neonatal dijo: déjenla! nos está diciendo
algo, y te dejaron respirar sola
tu solita
3. Julia Mar
Saber, que mis entrañas se desgarraron
que he sentido el dolor
tengo mis heridas de guerra
nadie me va a decir
lo que es sufrir
Saber, cada vez que te veo, que pudiste no ser
un ápice de vida
te inyectaron
te entubaron
Saber, que la vida es tan frágil y en cada momento
te puedo perder
intentaron revivir tu cuerpo flácido y grisáceo
moribunda
y que te quiero, y que te adoro
y que eso a la muerte no le importa
Saber, que todo es momentos
130
131
Edgardo Núñez
Caballero
(Puerto Rico)
Expecting Rain
Everybody is making love
or else expecting rain.
Bob Dylan
Que los pájaros se estrellen
contra el pecho de los vientos,
que los vientos se abalancen
sobre el vientre de los muros,
que los muros se despeñen
sobre el filo de la herida,
que la herida se acurruque
entre los pliegues de la cama,
que la cama quede intacta
bajo el peso de los cuerpos,
que los cuerpos beban sed
y que la sed se abra camino,
que el camino se abra paso
entre las piernas de la muerte,
que la muerte se sonroje
si la miras a los ojos,
que en los ojos crezcan patios
y en los patios crezcan niños,
que los niños se repartan
lo que quede de la casa,
que la casa se hunda intacta
30 Rue Didot
cuando llueva desde abajo,
que de abajo surjan flores
entre escombros de muñecas,
que la piel de las muñecas
sea más tersa en los espejos,
que el espejo se parezca
mucho más a la ventana,
que ventana sea otra forma
de llamar a la escalera,
que se empape de escaleras
la salida del infierno,
que el infierno se distraiga
si volteo la cabeza
si evaporo tu mirada,
que me mires con los dedos,
que los dedos sean imanes,
que imagines que el olvido
está pactando su derrota,
que derroten a la bestia
con la sed de sus colmillos,
que el colmillo sea la sombra
del futuro que no vino,
que con vino se emborrachen
de certeza los derviches,
que el derviche gire y gire
y que del giro tiemble el suelo,
que el temblor se haga oleaje,
que la ola te devore
bajo el peso de su lengua,
que la lengua no descanse,
que el cansancio lance piedras
y las piedras lancen flechas,
que las flechas lancen dados,
que los dados nunca acierten.
Si amanece (digo, es un decir),
que no se te escape la súbita
serpiente de la sangre subiendo
ilesa a la fiesta precaria
de la sístole y la diástole,
la noche atada a una pata de tu cama,
la noche atada al ritmo inexacto
de tus ojos quietos: esa trampa perfecta
que has inventado para dormir
junto a la muerte sin despertarla.
Las aves lo
intuyen:
no es el calor, es la alegría
criminal de los parques.
Los perros la huelen.
Los viejos la albergan latiendo
discretamente en los riñones.
Los niños la cantan:
la brisa babosa jadeante
ya casi está cerca la brisa
jadeante ya viene babosa
manchando solapas
matando cigüeñas
babosa jadeante rabiosa
ya casi está cerca la brisa.
133
Manuel
Fihman
(Venezuela)
Receta
Al pasar mi lengua por tu horno
me convertí en ornitólogo
capaz de identificar faisán
emú
dodo
codorniz
buitre
ánsar
Al hundirme en tus ollas
tengo ojos
garzos
firma y firme
Escoffier fue un ornitorrinco
135
Navajo Joe
en Herald Square
Sus manos encierran un alcornoque
para cuando extraña el vino
piensa hacerse santo en las calles
de Santa Fe
no de Yootó
Nos conocimos en la plaza del mensajero
sin nombres
claro él se llama Joe
Intercambiamos
comida trago bendiciones
él comió él tomó
yo me hice santo
todo en las calles
de Nueva York
no de Santa Fe
tenía implementos de plata de turquesa
esas trenzas de mujercita tan indianas
Nos hicimos gordos en la avenida de las américas
Apache de Nabajó
te imagino cuervo y cosmonauta
te sueño apache del soviet
abrazando un Gagarin de peluche
te convierto en la luna
para que otro vaquero
de brazo fuerte
te pisotee
136
Elvira Liceaga (México)
Accidente con
ballena cesa la
producción de
alternativas hasta
nuevo aviso
Elvira Licéaga, corresponsal
Hace unos días en la Isla Bogart, donde no
caben más de trecientos cuarenta y siete habitantes,
razón por la cual el índice demográfico es estrictamente
controlado, un desastre natural causado por el acto
cirquense de una orca, erradicó a ciento cuarenta
trabajadores de la productora de segundas opiniones
más importante del mundo, La Otredad.
El director general de La Otredad, Nemesio
Arbitrio, manifestó sus condolencias a los familiares de
las víctimas, e informó a los mismos que la compañía
cubrirá todos los gastos funerarios, a través de un
comunicado en el diario corporativo Dialéctica:
“En nombre de todos los que conformamos La
Otredad, expreso la profunda tristeza, desconsuelo,
aflicción, pesar, que nos provoca, causa, origina, el
fallecimiento de los ciento catorce empleados que
recientemente perdimos y que cada día durante
novecientos ochenta y cuatro años sirvieron
honorablemente a la libertad a partir de la necesidad
de tantos clientes a quienes satisficieron.”
La producción de diferencias, oposiciones y
demás contrarios que La Otredad ofrece al resto del
mundo será cancelada hasta nuevo aviso, debido a los
severos daños que la planta y su archivo de once mil
doscientos sesenta y ocho millones de alternativas,
sufrió. Además de la necesaria contratación de nuevos
empleados del exterior.
Los efectos secundarios de la clausura de
la fábrica resultan inconmesurables para la toma de
decisiones de la población global.
De ahora en adelante, los juicios, dictámenes,
decisiones, proyectos, diagnósticos, sentencias,
determinaciones, preferencias, postulados, hipótesis
e incontables primeras ideas que son consultadas
cada hora, se llevarán acabo sin disyuntivas hasta la
reapertura de la industria, sin fecha estipulada.
Por lo que respecta al consejo ecuménico,
la preocupación por la aceptación de lo inmediato
como lo verdadero, un cambio radical en la vida de
los individuos, es urgente materia de análisis: “Las
consecuencias de la escasez de relatividad son aún
inimaginables.”
Mientras las autoridades gubernamentales
desarrollan un plan para contrarrestar certezas, se
recomienda la autocuestión en la medida de lo posible,
para trascender el automatismo continuum rutinario
de la existencia cotidiana.
138
q
“La producción de
diferencias, oposiciones y demás
contrarios que La Otredad ofrece
al resto del mundo será
cancelada hasta nuevo aviso”
Oswaldo
Luis Cintrón
(Puerto Rico)
La perra de mi
vecina
“¡Dejen el drama, puñeta, pal carajo el drama!” Anda al
peo, aquí se va a formar. Carla Capalli corre desnuda
por el pasillo del Centro Judicial de Bayamón mientras
un viejo le dispara con un rifle de Gotcha! con balines
que explotan sobre su piel con un líquido rojo que
parece sangre. Se manifiestan en contra del abuso de
animales en Puerto Rico. El alguacil saca a la famosa
militante cuya desnudez llama más la atención que
la mismísima protesta. Mientras, mi padre no pierde
tiempo para insultar: “¡Sácala pal carajo, está bueno
ya de tanto circo!”. Los manifestantes enfrentan a
papi tildándolo de insensible. Lo insultan con cierta
elegancia, sin malas palabras. El parece molesto
pero en el fondo disfruta que lo tilden de vulgar. El
reportero gráfico de Noticentro aprovecha y enfoca
todo de cerca. Más adelante Guillermo José Torres
lo dirá frente a cámara en el noticiero de las cinco.
Le añadirá la credibilidad que le falta. Subrayará la
desmesurada crueldad de mi padre. La Comay, a falta
de bochinches, no resistirá la tentación de incluirlo
en SuperExclusivo. La marioneta se autoproclamara
abogada del pueblo y pedirá que le echen todo el
peso de la ley.
Entraremos en sala. Se ventilará lo que se
supone sea la verdad. Acusan a mi padre de haber
matado a la perra de mi vecina. No es el asesinato de
otra persona. Aunque, siendo honesto, hay personas
que si no existieran le harían un favor al mundo.
¿Cuánto de verdad tiene este asunto? Les pinto el
cuadro.
La vecina de mis papás tiene su “background”.
Cuando joven se casó y tuvo dos hijos, un varón y
una hembra. Esos nenes tienen de padre a un hombre
que estuvo en la cárcel y que cuando lo enviaron a
un programa de desvío se ganó el apodo de “Crea”.
Siendo adicto a la heroína- que no se inyectaba pero
que olía- hacía la calle para pagarse el vicio. No
era feo, aunque se puso feo, y su clientela era bien
amplia porque -como la constitución- no discriminaba
por razón de sexo. Los hijos eran pequeñitos, y
a veces usaba al varoncito para pedir en las luces.
Mi vecina no pudo más con el asunto y se divorció.
Como era de esperarse la patria potestad le tocó a
ella. La abuela de los chiquitos, para ayudarla, la
acomodó en la casa de sus fenecidos padres. Esa fue
la herencia que le dejaron a ella y a su hermano que
está muy enfermo y que quiere venderla. La mamá
de mi vecina no quiere venderla en espera de que se
muera y así evita dividir el dinero. Por esto, acomodó
a su hija ahí para asegurarse de que alguien le diera
mantenimiento a la casa. Y sí, mi vecina con sus dos
chiquitos la ha mantenido- sucia- siempre, con basura
en la marquesina, periódicos que solo atraen ratas
y cucarachas. Aledaño a mis padres destaca este
aposento como un verdadero vertedero clandestino.
La fachada permanecía el año entero llena de
hojarasca y ganchos secos. Tan es así que al frente
tenía un árbol enorme que nadie plantó y que era el
terror de la vecina de enfrente quien todos los años
pronosticaba la caída del armatoste encima de su
casa en época de huracanes. Mi mamá se quejaba
porque “tanta podredumbre amenaza la higiene y el
ornato del vecindario”. Iban y alegaban a la custodia
sobre el asunto de tanta porquería. Ella rápido les
decía que le era indiferente lo que le pasara al árbol o
a los viejos adyacentes que pudieran verse afectados
140
por el imaginario fenómeno atmosférico. Los vecinos
se unieron y enviaron una carta al Municipio para que
lo tumbaran. Fuera el árbol, acabaron con el problema.
No pasó mucho tiempo para que la vecina
volviera a ser la comidilla de los habitantes de tan
distinguido vecindario de urbanización que de a poco
iba transformándose en barrio. Ella y sus hijos, que
crecían nada despacio, adoptaron una perra sata. Ser
sata no era el problema, la complicación venía cuando
entraba en celo y se sobrepoblaba la calle de perros que
venían de todos lados y de todas las razas, incluyendo
los ya ilegales pitbulls. Un boquete en la enmohecida
reja del balcón de la casa- daba acceso expreso a la
perra y sus secuaces. Los canes respondían prestos
al llamado de sus instintos. Peaje de libertad que la
perra también aprovechaba para contonearse por
la vía custodiada por sus pretendientes tan pronto
su dueña se montaba en la guagua-van y se iba.
Prontamente la perra, como era de esperarse (pues
los animales no conocen de preservativos) se preñó. Y
después de ese embarazo volvió una vez y otra vez, y
muchas veces más, hasta llegar a todas las veces. La
vagina de esa perra logró convocar más perros que el
mejor partido político local. Llegar a mi urbanización,
o por lo menos a mi calle, era formar parte de una
jauría “espectacular”.
Aquellos perros eran invasores de propiedad
privada y ladraban a carros, bicicletas y patinetas.
A tecatos de los que andan con carros metálicos de
esos de hacer compra que con la brea y el bitumul de
la calle suenan como cascabeles; y a otros adictos,
los discretos, esos que ni se oyen cuando pasan. Los
perros se convirtieron en la alarma que nos avisaba
del paso de transeúntes, sin embargo ignoraban a los
gatos. Un día, una viejita que iba a llevarle merienda
a su nieto en uno de los colegios aledaños, cayó de
culetazo ante la sorpresa imprevista de los ladridos de
aquella ganga furiosa. Ese momento coincidió con la
salida de Papi de casa que les tiró furioso con un par
de piedras. La viejita apenada con la afrenta decía: “Ay
bendito, no le haga eso”, y mi papá sin encomendarse
a ningún gran poder del cielo le dio su buena mandá pal
carajo: “Ah, pues deje a ver si se la comen y de una vez
141
le pegan rabia, canto e’ vieja cabrona malagradecía”.
Bregar con mi papá es imposible pero no había caso
en llevarle la contraria porque en efecto la perra de mi
vecina se había acostado ya con tantos que un aire de
sarna acompañaba la orquesta de perros.
La jauría endemoniada motivó nueva asamblea
de vecinos y mi papá se autodenominó portavoz del
tan esperado encuentro con la vecina, a lo que la
susodicha no dudó en responder que esos perros no
eran de ella, que la suya era la perra. “Sí, pero a tu perra
la siguen todos esos sarnosos y te voy a decir una
cosa, si uno de ellos muerde a alguien y te demandan
voy a ser el primero en testificar en tu contra”. Pero, ya
tú ves, no hizo falta. No tuvo que testificar por nadie.
Un buen día en que los perros trataron de morder a
mi sobrina mi papá los liberó del sufrimiento de no
tener dueño. Salieron corriendo y nunca más volvieron
cuando el viejo le cayó a balinazos a la perra de mi
vecina matándola.
Salimos de sala porque se suspendió la vista a
causa de que faltó uno de los abogados. En el pasillo
ya no habían manifestantes, Carla Capalli se había
ido, obviamente vestida, y al reportero de las noticias
le informaron de la suspensión del juicio por teléfono.
Ahora mi vecina es la nueva portavoz pro derechos de
los animales. Nunca soñó ser tan famosa. Tanto que
El Nuevo Día le dedicó un reportaje a página completa
en la edición especial del domingo.
142
Mi tía y
mi prima
Llegado el momento la desnuda en el cuarto. Acomoda
la silla con ruedas junto a la cama. Le pone el freno.
Mientras la sostiene por el brazo, las dos piernas se
juntan para apoyarla, se impulsa y en un pivotazo cae
sentada en la silla. Le musita palabras tiernas mientras
la cubre con una frisa calientita. Ella agradece el
gesto. Estar desnuda le da pudor extremo. La dirige
empujándole la silla hasta ubicarla justo al lado de la
ducha.
- Tienes que hacerme un favor.
- Dime.
- Quiero que busques a Frieda y le digas que venga.
- Claro. Se lo digo.-mientras, le ubica el jabón y la toalla cerca.
- Yo no sé donde se ha metido esta muchacha.
- Pero déjala, Frieda es una mujer adulta.
- No. ¿Cómo me pides que la deje y me haga de la vista larga?
- ¿Cómo quieres el agua? ¿Calientita o fresquecita?
- No me cambies la conversación que aquí
hay que hacer muchas cosas y no es justo que al final
termines tú haciéndolas todas.
- Pero no te preocupes, tenemos un ama de
llaves que nos envía el Municipio…-le dice mientras le
rocía con el agua- y viene dos veces por semana.
- No me lleves la contraria.- casi se agita.- Esa
muchacha se pasa todo el día pa’ rriba y pa’ bajo en
ese carro. No para la pata. Luz de la calle oscuridad
de la casa.
- Está bien, cuando la vea le digo que
preguntaste por ella.
- Es una desconsiderada. ¿Y Vitín, dónde
está?
- Vitín se mudó a un terreno en el campo donde
hay muchos árboles.- con el tedio de lo repetitivo se
comienza a fabular.
- ¿Al campo? ¿Sólo?
- No. Con abuelo y abuela.
- ¿Con papi y mami? Pero si mami y papi están
muertos.
- Por eso, murió hace tres años.- Mi tía se
vuelve y la mira.
- Pero si tú eres Frieda.
- ¡Aja! Te diste cuenta. ¡Te cogí hablando mal
de mí, pícara!
Tiernas y traviesas madre e hija se abrazan.
En el desagüe aparece el ojo de un huracán.
El culo de
Ernesto
“Impresionante como algo minús(culo)
puede significar tanto en la vida” - Ernesto
A Ernesto se le empezó a complicar la vida el
día que se dio cuenta de que su culo no le respondía.
Cuando una parte del cuerpo se rebela, como es de
esperarse, desencadenará todo un cha-cha-cha de
complicaciones muy serias.
Ernesto era contador en una de las agencias
aseguradoras españolas establecidas en la isla
desde hacía más de una década. Su alto sentido
de profesionalismo le permitió conseguir un puesto
destacado en su empresa, porque los más altosobviamente- eran reservados a los legítimos hijos de
la península ibérica.
Luego de un primer matrimonio fracasado
conoció a Melina y, reconociendo que no era hombre
para estar solo, volvió a casarse. Durante cinco años
intentaron generar prole porque su mamá insistía en
el asunto de querer ser abuela, pero el reloj biológico
de Melina ya había pasado a la medianoche de la
infertilidad.
Muy a pesar de esto, Ernesto le dio pichón
y se dedicó a disfrutar la vida. Viajó con Melina
casi el mundo entero. Compensó su carencia de
hijos dándose tender loving care, acicalándose, y
convirtiendo el gimnasio en su templo. Allí desarrolló
pectorales y bíceps, incrementando el atractivo de
estos atributos. También jugaba baloncesto un par de
veces a la semana, y era distinguido entre todos por
su carro deportivo rojo. Los viernes sociales iba con
la gente de la oficina a darse unos tragos. No bailaba
nada. Por eso, gran parte del tiempo que pasaba en
el chinchorro lo invertía jugando billar o discutiendo
los temas más candentes del momento en los que
siempre imponía su criterio.
Un día alguien no pudo más con su fronteo y
le robó el culo. Estaba entrado en palos y no se dio
cuenta. “Yo que tenía poco, ahora no tengo nada”se lamentaba. Toda su vida había sido chumbo. Dio
vueltas por el local a ver si se le había caído o sipor una distracción- lo había dejado tirado en algún
lugar. Pero nada. Ni rastro. Ahora sí que le ajustaba a
perfección el apelativo de Sinatra (Sin- ná- atrás).
Llegar a la casa y explicárselo a Melina iba a
ser un calvario. “Esta va a pensar que yo doy culo a lo
loco por ahí”- pensaba angustiado Ernesto. Cuando
se lo dijo, la asustó mucho pues nunca- en sus 15
años de casados- lo había visto llorar a moco tendido.
Le explicó.
- Te lo tengo dicho. Si vinieras derechito pa la
casa los viernes en la noche esto no te pasaba.
- ¿Y ahora qué hago?
- Lo obvio. Una querella en el cuartel.
- ¿Para qué? ¿Para qué se rían de mí?
- Y entonces, ¿qué vas hacer?
- Ayunar hasta el lunes para ver qué me
sugiere el médico.
El lunes hizo lo correspondiente. Llamó al
trabajo enfermo para justificar su ausencia.
- Te conseguiré otro.- le dijo el médico.
143
Menos mal que el médico era amigo suyo.
Fue él que le curó varias veces de ladillas y gonorrea,
cuando bajo los efectos del alcohol le daba por rescatar
flejes de la calle para bajarse el queso. Gracias a la
complicidad machista, el médico, lo curó rápido y la
mujer ni se enteró de los cuernos.
- ¿Tengo que esperar mucho por un culo?
- Casualmente ayer donaron uno. Déjame ver.
- Yo pago lo que sea. A estas alturas no me
voy a poner exigente.
El médico hizo las llamadas pertinentes. Un
par.
- Estás de suerte. Tenemos uno. El único. ¿Lo
quieres?
- Seguro. Pa seguida.
Así fue como Ernesto adquirió un nuevo
trasero y regresó a su casa tranquilizado.
***
La semana transcurrió sin ningún evento
extraño. Las nuevas posaderas le funcionaban
perfectas. Ernesto diría que hasta mejor que las
propias. Estas, en lugar de restarle atributos, le
ayudaban.
Frente al espejo, hasta donde podía mirar,
lucían firmes y levantadas, como dos simétricas
burbujas. Ernesto ahora contaba con dos cualidades
adicionales de las que nunca había presumido.
En sus años de juventud perteneció al grupo de
los acomplejados por el nalgudo delirio de la
escasez trasera, pero ahora, por primera vez, podría
vanagloriarse de sus posteriores protuberancias.
Cabe señalar que aunque chumbo nunca faltó mujer
que le dijera “--lo que te falta atrás lo tienes alante”.
Por ende, nunca se quejaba. Pero la vida- en un
viraje insólito- volteó la moneda, concediéndole un
nuevo nalgatorio. De pronto los paupérrimos glúteos
robados dejaron de ser motivo de añoranza y Ernesto,
por una suerte del destino, era ahora portador de un
nuevo sol, blando y tuerto, yaciente en lo más oculto
de su cuerpo; fuertemente amurallado por el contorno
de dos carnosas asentaderas capaces de proteger su
tan indefenso cíclope.
144
Saldría a confirmar si su nueva abundancia era
capaz de acelerarle nuevas conquistas.
Se fue de viernes social a donde siempre. El cuchitril
estaba lleno de gente. Compañeros de la compañía
que nunca faltaban. La música, como de costumbre,
sandunguera. Luces intermitentes coloreadas parecían
celebrar alegóricas su nuevo ojete. Pero, después
del primer whiskey, Ernesto comenzó a notar que el
fondillo, además de adiposidad, tenía mente propia.
¿Mente propia? Más que mente, ritmo. Algo de lo que
también había adolecido. Dos congas eran suficientes
para que el contorno de Ernesto quisiera contonearse
como tembleque, proveyendo al caderamen de una
noche de furiosa tembandumba.
“Diablo- pensó Ernesto- ¿qué carajo es esto?”
Más adelante se daría cuenta de que ni en
los boleros se abstenían las cachas. Tanto fue el
nerviosismo de Ernesto que prefirió pensar que lo
de la culata era un tic nervioso controlable si seguía
bebiendo. ¡Error craso! A medida que la noche seguía
el trasero cocolo se ponía cada vez más amistoso,
jacarandoso, ostentando movimientos atrevidos y
arriesgados. Las chicas culófilas lo adoraron. Rendían
pleitesía a las mellizas pellizcándolas, frotándolas y
hasta traviesamente golpeándolas.
En la bachata se manifestaron discretas, en la
salsa más o menos; un terremoto fueron en el merengue
y en el reggaeton- ¡Ah, el regaeton!- entonces fue de
apaga y vámonos. ¡Cómo culeaba el hijoeputa!
Eso fue lo último que Ernesto recordó
de esa noche.
- ¿De veras quieres saber?
- Olvídate, ya el daño está hecho.
- Pertenecieron a uno de los bailarines que
más odiaba La Chacón.
- ¿Y por qué lo odiaba?
La vedette interpretaba la abundancia
nalgatoria del bailarín como una afrenta personal
contra ella. Decía que le hacía competencia y que
sería capaz de distraer la atención de sus fans. Por
eso lo mandaba siempre a que bailara al fondo, no
porque bailara mal.
- ¿Todo eso puede hacer un par de nalgas?
- Y contra las de Iris Chacón, que no son
cáscara de coco.
- O sea que soy un privilegiado por tener unas
nalgas memorables.
- Las más temidas por La Bomba de Puerto
Rico, después de las de sus hermanas.- añadió el
médico revelándose farandulero.- Imagínate que Iris
le tenía prohibido a los camarógrafos del canal que
enfocaran al tipo.
- ¿Tanta cosa por un par de nalgas?
- Más que nalgas, fueron glúteos mortificantes
para ese pobre muchacho. Por eso terminó
donándolas, renunció a su carrera de bailarín y se
convirtió en cómico.
Ernesto salió del consultorio regocijado.
Ni siquiera alzar pesas le había proporcionado
tanta satisfacción. ¿Un buen par de nalgas en un
hombre se compara a un buen par de tetas en una
mujer? Ernesto tendría el resto de su vida para
comprobarlo.
***
***
Preocupado visitó el siguiente lunes a su
amigo- el doctor.
- ¡Dios mío, qué vergüenza!
- ¿Pero no te quejabas de que antes no
bailabas? Saliste de lujo. Con doble premio.
- Yo decía que tenía dos pies izquierdos.
- Pues, ahora te enteras. El ritmo se lleva en
las nalgas.
- Dime la verdad, ¿de dónde salieron?
No. Da pena decirlo pero no todo resultó
satisfactorio. Como por ejemplo, cuando salía a la
calle y alguien tenía la música a to jendel en el carro.
No se veía apropiado que un macho anduviera por la
encendida calle antillana dando bandazos, masa con
masa. O en ocasión de un viaje a Nueva York, cuando
a la altura de la cuarenta y dos -en el tren 5- un par de
congueros encendieron el bembé en medio del pasillo
del furgón hasta llegar a Union Square, Ernesto impuso
disciplina a las meninas y se cambió de vagón.
Mil veces tuvo que inventar una excusa
para ausentarse a algún tambor de santería porque
el chékere y las congas eran una combinación
enajenante, capaz de convocar el desquicio en las
ancas. Sin respetar, las pompis de Ernesto llegaron
al colmo de la herejía y la irreverencia. El repiqueteo
era capaz de convertirlas en protagonistas burlando
irrespetuosamente la solemnidad de los orishas.
Todos al final exclamaban “Aché pa tus nalgas” y
“Maferefun, tu culo”. El culo era su hijo y como tal lo
trataba. Por eso se vio obligado a condicionarse a qué
fiestas asistía.
Por tanto, no es correcto afirmar que tener
un culo contento es razón para sentirse privilegiado.
Una carnosidad trasera alegre trae consigo ciertos
sacrificios. Ernesto lo tenía claro, y podía escribir de
eso- si se lo pedían- tomos enteros. Sin embargo,
prefería obviar esos pequeños detalles pues le
resultaba más conveniente abundar sobre los
otros beneficios.
***
El destino no le dio tregua y volvió a jugarle la
trastada. Fue en un viaje a Nueva York. En González
& González se lució como todo un Travolta hispano.
Durante el receso con el “si nos dejan, nos vamos a
querer toda la vida” de fondillito musical, el nuevo
culo de Ernesto desapareció.
- Yo quiero mis nalgas de vuelta.- llamaba larga
distancia a Melina para contarle con desesperación.
- ¿Vas a seguir? Ven adonde el médico a que
te consiga otras.
- No quiero vivir eternamente con nalgas
ajenas. Yo quiero el culo que tenía. El que lo tenga que
me lo devuelva.
- ¿Qué vas hacer ahora?
- A reportar el robo en el cuartel de la policía.
- ¿En Nueva York?
- Aquí no me conoce nadie más que mi
hermano y por rescatar ese culo hago lo que sea.
145
Ernesto, armado de coraje, salió a reclamar lo
que era suyo, o por lo menos lo que la vida se había
encargado de otorgarle y que algún inoportuno le
había arrebatado descaradamente.
Llegó a la jefatura y en su inglés sin barreras
le explicó a los uniformados su infortunio. Ellos, entre
labios, disimulaban la gran carcajada. Ernesto se dio
cuenta. Esta sería una jornada muy cuesta arriba que
probablemente tendría que hacer sólo porque para
unas nalgas no existía un amber alert, y de seguro no
le iban a permitir poner una hoja suelta con número de
contacto y foto, en postes y subways. Cada minuto
que pasaba Ernesto se sentía más frustrado.
- Lo que pasa es que a los gringos les importa
un culo el culo que tengan. Sabe Dios si se lo han
robado a mitad de la población y ni se han enterado.le decía por teléfono a Melina.
- Ya han pasado dos semanas, Ernesto.
¿Piensas quedarte?
- Esperaré lo que tenga que esperar.- insistió
obstinado.
- Vente pa ca, pa la isla. Yo hablé con el
médico amigo tuyo y dice que esta semana le llegó el
culo de un senador espiritista. Quizás con ese puedas
ver el futuro y encontrar el otro.
- Muy graciosa.-nadie parecía tomarlo en
serio- Ya te dije. No quiero culos ajenos.
- Pero si ese culo no era tuyo.
- Quiero el que hasta ahora era mío.
- Ernesto, Ernesto…
- Dejo de llamarme Ernesto si no recupero
esas nalgas.
- El tiempo corre. Más vale que resuelvas
antes de que te boten del trabajo.
- Estoy bregando en eso.
De nuevo se personó en la oficina policial de
distrito. Ellos, para sacárselo de encima, se inventaron
que del aeropuerto les habían informado que su
trasero iba de regreso a Puerto Rico. Que no lo habían
interceptado pues el avión ya estaba en el aire cuando
se dieron cuenta. “Menos mal- pensó Ernesto- que no
salió para Sur América o Uganda, porque entonces sí
que me iba a salir bien caro”.
146
Sin hacer maletas se fue para JFK. Menos mal
que tenía millas acumuladas y el pasaje no le salió
tan caro. “Que obsesión tiene la gente con los jodíos
culos”- pensaba. “¿Se habrá ido en primera clase?”
Mientras esperaba en el Gate 25 de la remodelada
terminal de Jet Blue, le asaltó el recuerdo de Los
Comandos. “¿Será sólo a los puertorriqueños que
nos fascina esto?” se preguntaba pensando también
en aquella crónica de Rodríguez Juliá que leyó alguna
vez en la universidad y que fue inspirada por La
Chacón. “Coño pero esos son otros culos. El mío es
masculino.” Ernesto prefería afirmar el no-género de
sus retaguardias, sin pensar que la proximidad del
tuerto a los lugares pudendos, en un desliz inesperado,
puede ampliar la visión hacia un júbilo trascendental
reservado sólo a los más arriesgados.
Llegó el momento de abordaje. “Hemos
pasado dos semanas separados”- se lamentaba
Ernesto mientras caminaba. Ya adentro de la nave
se sentó en la fila de emergencia, en la butaca
11D que daba justo al pasillo. Cerraron la escotilla
de entrada. Oía a la azafata dar las instrucciones
pertinentes cuando le asaltó una duda: “Y si ese culo
me abandonó voluntariamente porque ya no era feliz
conmigo.” Pensamiento maldito que lucubró hasta
convertir en respiro relajado convencido de que un
espíritu de cordialidad los había unido. “Pensar que
se dio a la fuga es inaudito. Fue que me lo robaron.”
Un aire de satisfacción iluminó su cara cuando rodó
la nave por la pista. “Mi culo tiene mente propia pero
yo no he sido un mal amo.” El piloto, seguidamente,
anunció por los altoparlantes que serían los próximos
en turno para el despegue. “Creo que también tiene
sentimientos”. Ernesto se sintió dichoso. Estaba a
sólo 3 horas y 55 minutos de la misión más importante
de su vida; recuperar su culo. “Porque culo no es el
que te dan sino el que te llega”.
El avión comenzó a desplazarse rápidamente
por la pista, impulsándose en el aire.
Cuando el avión alcanzó por fin los 35,000
pies de altura, Ernesto reventó como un siquitraque.
Mamie Blues
- Quieren que venga para que me ayude.
- ¿Cuál es su problema?
- Mi marido.
- ¿Disfunción eréctil?
- Entre otras cosas.
- ¿Por qué no vino con usted?
- Porque soy yo la que sabe lo que él necesita.
- ¿Qué?
- Es bipolar.
- Señora, ¿usted sabe lo que es eso?
- No mucho pero la palabrita me gusta y está de moda.
- Ese diagnóstico requiere pruebas, estudios…
- Usted tampoco me cree.
- ¿Quién más no le cree?
- Mis hijos.
- ¿Vino con alguno de ellos?
- ¿Para qué? Son unos malagradecidos.
- Ayudaría para tener una visión más amplia.
- Ellos dicen que hay causas…
- ¿Causas? ¿De qué?
- Que nos gusta ir al casino.
- ¿Y?
- Particularmente a mí.
- Ok.
- Según ellos despilfarro dinero, lo malgasto, que tengo un vicio.
- ¿No cree que tengan un punto?
- ¿Cómo se atreve? Una mujer como yo, que lo he dado todo por ellos.
- A veces la gente ve cosas desde afuera…
- … que se tapen los ojos. El dinero se hizo para gastarse. No pienso llevármelo en el ataúd.
- Separe algo para las exequias.
- Que me entierren en un saco de papas, de esas que se consiguen en la plaza del mercado. Si eso es lo que valgo
para ellos. (Se enjuaga una lágrima discreta)
- ¿Puede traer su estado de cuenta?
- ¿Para qué? ¡Está loca! Yo no consulto mis finanzas con nadie.
- No se trata de eso, señora.
147
- Ir al casino no es pecado. Y si lo fuera, yo siempre voy primero a misa.
- No entiendo.
- ¡Cuentas claras!
- Con lo que debo interpretar…
- No interprete nada, a menos que sea cantante. Estoy aquí por conducto del magistrado.
- Señora, pero es que yo quisiera ayudarle…
- Pues necesito que me dé la bendita pastilla.
- ¿Qué pastilla?
- No le he dicho. Clonopil se llama. Pero puede ser Valium.
- Esos son medicamentos controlados.
- No pienso matarlo. Yo sería incapaz de dárselos todos de cantazo.
- Entonces…
- Las quiero para machacarle una en el café de la mañana… ¿Eso logrará apaciguarlo? Para vivir tranquila.
- ¿Y su vivir tranquila sería…?
- Irme a echar pesetitas.
- ¿Sufre usted de estados depresivos?
- ¿A qué viene eso ahora?
- Sólo preguntaba.
-- No. Cuando me pasa pongo música del ayer y me esmeleno, porque me acuerdo de mis años de jovencita en
Ciales. Fueron años de pobreza.
- ¿Llora con frecuencia?
- A veces.
- ¿Cuándo?
- Cuando me falta dinero.
- ¡Ah!
- ¿No le pasa a usted?
- ¿Tiene algún mal muscular?
- Nada que un par de pesetitas locas no alivie. Si jalo la palanca con fuerza y veo que el Jackpot está en $30,000…
¡Ja! ¿Alguna vez ha ido a un casino?
- Cuando voy a convenciones.
- Esos números en lucecitas rojas vuelven loca a cualquiera.
- Cuénteme. ¿Le ha pasado?
- ¿Pegarme? Varias veces.
- ¿Y qué siente?
- Se me resuelve la vida.
148
- ¿No ha intentado otras alternativas?
- ¿Cómo qué?
- ¿No ha pensado nunca en unirse a los Caminantes de la Tercera Edad que caminan por Plaza?
- ¡¡¡Ese chorro de viejos!!!
- Le ayudaría para mantenerse en forma. ¿Qué tal leerse un libro?
- Ya me leí el de las cabronas. Y “Si Dios conmigo quién contra mí” de María Elvira. Me encantan los de Isabel
Allende y Paulo Coelho, también. ¡Si me oyera mi hijo!
- ¿Qué pasa?
- Dice que no puede decir eso en su universidad. Los académicos piensan que decirlo es peor que tirarse un peo
en una catedral.
- Esos libros los venden hasta en Walgreens.
- Sí, además yo era maestra. He leído de todo.
- Ejercitarse sería una buena costumbre a su edad.
- No me insulta que me diga vieja. Yo tengo artritis, reuma, colesterol del malo alto y osteoporosis. Me operaron…
me hicieron una angioplastia.
- Se fija.
- Y también soy diabética.
- ¡Qué bien!
- Tomo pastillas para todo eso. ¡Que por cierto, me dan nauseas!
- Si es diabética el peso no la ayuda.
- También, llámeme gorda. (Lo que hay que soportar por culpa de una corte. Después que me dé algo para controlarle
los nervios al marido).
- Tienen que mejorar su calidad de vida. Perdone que le diga.
- Lo de las nauseas es porque tengo una hernia en el esófago. Para eso tomo Nexium por la mañana. Aunque igual
vomito. Sobre todo si como grasa. Me encanta el lechón y las morcillas, picantozas…
- ¿Come pique?
- Por eso me gusta el casino, porque allí no como grasa.
- ¿Pero come?
- Claro. Por ser clienta asidua las muchachas me sirven sanguichitos.
- ¿Sándwiches en el casino?
- Sí, dan sanguichitos y café.
- Con alta presión tomando café…
- La mesera ya sabe que me gusta con dos cucharaditas de azúcar.
- ¿Pero no dice que es diabética? Su caso es complicado, señora.
- Yo no tengo ningún caso. El del caso es mi marido. Yo estoy como coco. Son él y mis hijos que me quieren ver
loca.
149
- No entiendo.
- Siempre quedo en medio de cada trifulca para terminar llorando, que me sale tan fácil.
- ¿Cómo así?
- No es que esté fingiendo. A veces he llegado a pensar que de placer lloro.
- ¿Placer?
- Sí. Sin esfuerzo.
- ¿Será una actriz frustrada?
- Dramática, algo que me viene de otra vida.
- ¿Cree en la reencarnación?
- Los cristianos no creemos en eso pero algo debe haber. Mis hijos dicen que soy la gata de Flora, que si se lo
meten grita y si se lo sacan llora.- se le ahoga la voz- ¿Tú ves? Eso es suficiente razón para llorar. Que la prole sienta
confianza de faltarle a una el respeto de esa manera… Después que una ha dado la vida por ellos…
- Es verdad. Pero la confianza entre padres e hijos es buena. Producto de una buena comunicación.
- Eso es lo menos que hay en casa. Diálogos muchos, como en las novelas brasileñas…
- Pero ‘comunicación’...
- Estas pidiendo mucho, mi’ja.
- ¿Por qué?
- Porque en casa yo soy la que tiene las respuestas, y si me pierdo, le paso la palabra a mi marido.
- O sea, que él tiene la última palabra.
- Jamás. La última palabra siempre es mía. ¿Eso es malo?
- ¿Y eso es así por…?
- Mi marido fue un mujeriego… Por eso me sentí aludida cuando mencionó la disfunción eréctil. Después de vivir
una vida metiéndolo en cuanto roto encontraba le llegó el tiempo del na’ ni na’. Imagínese después de un tripol
baipas ¿a quién se le va a parar? Me deben dar un Oscar por las veces que le hago creer que… ¿Se creerá que lloro
por la misma razón que lloré en la luna de miel?
- Pienso que cree en la mujer sensible que proyecta ser.
- Todo esto es culpa mía. Es lo único que -a conciencia- reconozco.
- ¿Cómo así?
- Tanto le pelié. Porque quería que me fuera fiel. Pero siempre fue un enamorao, se perfumaba y emperifollaba al
frente mío.
- Un promiscuo…
- Malo. El peor de todos. Dios me concedió el fiel, ahora. Justo cuando ya ni se le para por las mañanas para ir al
baño.
- Patético, señora.
- Patético es poco. Oye WKAQ Radio veinticuatro horas, sin audífonos. La misma estación en todos los radios de
150
la casa, hasta en el baño. Los vecinos se han quejado. Mi casa parece una tumbacoco.
- ¡Qué horror!
- Tortura china. ¿Usted sabe la vieja esa que pide pan en los programas de Sunshine y que anda enamorada de
Ojeda? Pues eso mismo es mi marido, sin silla de ruedas, pero con Dávila Colón. Porque mi marido, sobre todo, es
anexionista.
- Eso es característico de la edad.
- ¿Querer que Puerto Rico sea un estado de la nación americana?
- Me refiero a que le guste escuchar temas de política en la radio. Lo hace la mayoría.
- ¿Pero to’ el santo día? ¡Maldita sea! Como si con eso fueran a cambiar la política de este país que no existe.
- Esto no lo cambia ni el médico chino.
- Y lo peor de todo es que de tanto escucharlo he terminado creyéndomelo. Todo.
- ¿Cómo todo?
- TODO. Lo de la crisis familiar, la enfermedad, la infidelidad, la política…el saco e papas.
- La entiendo. Es como para volverse loca.
- Ya la estoy convenciendo, ¿verdad?
- ¿De qué?
- De lo de la pastillita.
- Bueno.
- Fíjese usted. Que si no le dicen lo que él quiere oír cambia de estación.
- ¿Y si no encuentra nada que le guste?
- Se jode la cosa. Se pone iracundo y estrella el aparato contra el piso. Por eso fue que mató a la perra de la vecina.
- Señora, su marido es un…
- Asesino. ¿Usted se cree que no lo he pensado?
- Energúmeno.
- No es fácil.
- ¿Y, frente a todo esto, usted qué hace?
- Lo más lógico. Cuando no me funcionan las lagrimas, me quedo callada, me monto en el carro y- chinguín,
chinguín- me voy pal casino. Vamos, ¿me va a dar la pastillita? Demela pronto para aprovechar que estoy en el área
metropolitana y irme a echar un par de pesetitas.
151
Anoche
soñé con
Junior
Cápsula
Septiembre 10, 2010
Querido Junior:
Desde tu entrega a las autoridades no hago otra
cosa que pensar en ti. Por eso quise comunicarme
de nuevo. Para afirmarte que estaré contigo en las
buenas y en las malas y que, en definitiva, nuestro
futuro cambiará si nos juntamos.
¡Cómo me han molestado esos videos tuyos con
Sobeida! Hubiese tolerado cualquier otro asunto,
incluso un surveillance video de tus viajes a España
llevando perico en los intestinos, pero esto ya se pasó
de castaño a oscuro.
De mi te digo que distraigo la mente estudiando.
Últimamente leo como un loco y escribo como un
desquiciado. Imagínate que en una de las clases
nos toca criticar lo que escriben los compañeros.
Hasta ahora han sido generosos, aunque nunca
falta quien diga cosas terribles. En la crítica literaria
la gente siempre se sirve con cuchara grande. Me
siento aliviado porque yo- a diferencia de otros- no he
publicado ni siquiera un clasificado. Ya sabré qué tal
me va cuando me toque entregar, y prometo dejarte
152
saber. No te preocupes pues estoy confiado de que
serán considerados conmigo pues siempre que puedo
les sonrío y trato de ser lo más cordial posible.
Todos los días veo el noticiero para mantenerme
al tanto de lo que pasa contigo. Si me escribieras me
evitarías todo este julepe. Déjame saber cuándo será
tu próxima audiencia y si permiten visitas para irte a
ver en navidades.
Tuyo siempre,
Yo mismo
(lo busque en Wikipedia después de ver “Infamous”).
Afortunadamente, la ejecución queda pospuesta. Sí,
para cuando llegues a la Gran Manzana.
Extrañando tus ejecuciones,
Yo mismo
***
Septiembre 24, 2010
en El Mercurio). Así me olvido de esta mierda de hacer
maestrías y de que me anden criticando.
Contigo siempre conectado,
Yo mismo
***
Octubre 1, 2010
Querido Junior:
Querido Junior:
***
Septiembre 17, 2010
Querido Junior:
Ya me di cuenta. Hiciste los videos con Sobeida
para que vieran el cuero de mujer que es ella. Pero
sobre todo para demostrarme que lo tuyo y lo mío
es legítimo. Ahora entiendo por qué nunca grabaste
cuando lo hacíamos. También vale decir que, de
haberlo grabado, nuestro video se hubiese vendido
como pan caliente- y jamás a un precio tan barato
como el de ellas. Me convenciste, eres un caballero.
¡Qué tronco de ser humano! Los noticieros hablan mal
de ti porque no te conocen. Eso sí, ha quedado claro
lo putas que son esas mujeres. ¿Es mucho pedir un
poco de decoro? ¿Esas mujeres tienen hijos? ¡Me da
vergüenza ajena de sólo imaginarlo porque todavía no
me atrevo a verlos!
La vida de estudiante es maravillosa. ¿Ya te
dije que estoy escribiendo un cuento? Nuestra historia
de amor, a lo Romeo y Julieta, sin que alguien termine
suicidándose. Todo lo contrario. Yo te espero frente a
la cárcel federal y cuando sales te mudas conmigo a
Nueva York para enseñarte la Estatua de La Libertad.
Y para llevarte a las lecturas del departamento. Van a
quedar locas cuando vean el machazo que me gasto.
Y el día de mi lectura en el taller de ficción haré que
me esperes afuera por si alguien me critica mal para
que le des una pela.
Me siento Capote y tú eres mi Perry Smith,
Estoy hecho añicos. Me despedazaron. Dijeron de
todo, desde escolar hasta poco original. ¡Créelo!
Y si, entre todos me hicieron papilla, cuando le
tocó a la jefa fue como si me flosharan por el toilet.
Tuve que tragarme las ganas de llorar. De tú haber
estado hubiéramos formado tremendo salpafuera.
Hubiésemos puesto a los guardias que oyen radio y
chequean ID’s en el lobby a trabajar.
Todos los días me pregunto si valdrá la pena
esto de ser escritor. Los autores se mueren de hambre,
aunque sean reconocidos. Todos lo saben. A menos
que enseñen en una universidad prestigiosa, ganen
algún premio o tengan un mecenas que los apadrine
publicándolos. Si soy tan malo entonces, conviértete
tú en mi patrocinador. Todos los días publica un autor
malo. Los hay que hasta se hacen ricos. Yo puedo ser
uno de esos, de los que tiene tarjetitas inspiracionales,
agendas y hasta calendarios.
Promocióname. Si hubo una generación “lite”
yo puedo precursar la ‘No Trans-Fat’. Escribir es una
industria como otra cualquier. Es cuestión de crear el
producto y encargar a alguien que haga las relaciones
públicas. Así hicieron ustedes con el regaetón. ¿Por
qué no hacemos un pacto? Me consigues trabajo en
un periódico famoso y yo me encargo de limpiar tu
reputación.
Dale. Chequea con tus contactos y conéctame.
Mis compañeros y la profesora morirían si se enteran
que el invertebrado intelectual se ganó un premio (el
de Alfaguara, por ejemplo) o que trabaja full time en El
País (por favor, que en la clase ya hay uno que trabajó
De una vez y por todas me atreví a ver los videos que
hiciste con esas mujeres. ¡Qué asco! (Llegaron a mi
mente tantos recuerdos gratos; ¿no te molesta que
te hable con lugares comunes, verdad? ¿Sabes lo
que son?). A mí nunca me trataste como un objeto, ni
siquiera llevarme a moteles de mala muerte. Yo sé que a
nadie has amado como a mí. (Eso fue un lugar común).
Odié oírlas repetir el “ao, ao, mierda” para excitarte.
Conmigo- a diferencia- mientras más me dabas más
te pedía. ¿Quién mejor que un hombre para satisfacer
a otro? Y al final- ¿recuerdas?- compartíamos en la
penumbra un mismo cigarrillo. (¿Cogiste lo común?)
Los hombres que viven al filo de la vida cada vez que
chingan es como si fuera la última – lo oí en un film de
Almodóvar- y estoy totalmente de acuerdo.
Creo que cuando vengas deberíamos hablar
en serio. Los estudios de postgrado me están
desilusionando. No sirvo. Hacen todo tan complicado.
Sin embargo, contigo será todo miel sobre hojuelas.
(¡Ojo, común!). Nuestro amor como corcel de paso
fino, saltará las vallas de esta impúdica sociedad
amarga que nos margina. (¡Qué maravilla de metaforón!
¡Alabado, Nicanor!- Después te explico).
Aquí en Nueva York todavía no reconocen los
matrimonios entre hombres, pero podemos llegarnos
hasta Vermont o Canadá... Porque en Puerto Rico ni
soñando.
Quiero
ponerme
a
tu
disposición
incondicionalmente. ¿Me entiendes? A ver si me
levantas el ánimo. Yo prometo hacer lo propio.
153
Encapsularnos y dejarme hacer de ti todo. TODO.
Dispuesto a ti sin reserva, (¿Esto es un qué?
¡Correcto!)
Yo mismo
***
Octubre 18, 2010
UNITED STATES DISTRICT COURT
for the
DISTRICT OF PUERTO RICO
Junior:
***
Octubre 8, 2010
Junior querido:
Ayer me fui de compras a Marshall’s donde conseguí
tremendo juego de sábanas blancas 100% algodón
de las que a ti te gustan. Compré jabones y muchas
cremas para mantenerte la ropa y la casa olorocita.
Me gasté como $100 pesos, sobrante del préstamo.
Cuando regresaba en el tren vi un tipo con
tus mismos tatuajes. Iba con una mujer menudita –
que creo era su mujer-y con 4 muchachitos, dos
en cada coche. Esos carros entorpecen y ocupan
tanto espacio. Y si a los chiquitos les da con llorar
forman un coro que eclipsa el sermón genérico de
los predicadores ambulantes. El tipo-tu gemelo- iba
parado porque no había asientos. Me le paré al lado
y comprobé que tenía tu misma altura. (No te pongas
celoso, tus bíceps son más protuberantes y te lucen
mejor los tatuajes). Cuando habló noté que tiene tu
mismo acento dominicano, aunque todos saben que
eres puertorriqueño.
Aquí las parejas tienen muchos hijos para que
el gobierno los mantenga. Menos mal que tú no tienes
ninguno. Pero si te empeñas podemos. Ahora se ha
puesto de moda eso de rentar vientres, como hizo
Ricky Martin. ¿No lo has pensado?
Si quisieras, ¿cuántos te gustaría tener
conmigo?
¿Por qué nunca me contestas? ¿A quién le confías los
mejores rincones de tu cuerpo que es mío, solo mío,
siempre mío? No necesito entrar más en You Tube
para recordar tu semblante porque hasta en sueños
me sales. Sácame de esto. La gente comenta que
estas cantando allá adentro como si estuvieras en un
bingo y que tuviste que ver con el operativo federal
donde arrestaron policías corruptos. Hablas como
cotorra allá adentro y conmigo eres una tumba. No
seas canalla. ¿O es que quieres que vaya a la televisión
y le cuente a todos como en la cama te virabas como
una media?
Me conformo con que me llames. Que me digas algo.
Llámame, te lo suplico.
¿Dime qué esconde la elocuencia de tu silencio?
Triste y desorientado,
Yo, el mismo
Federal Bureau of Investigation
(FBI)
v.
Usted Mismo
Civil Action No. 69690280
Notificación Date: 11-02-2010
Estimado caballero usted mismo:
Lamento informarle que sus cartas nunca llegaron a su destinatario. El señor José Figueroa Agosto, alias Junior
Cápsula, ya no se encuentra en nuestra jurisdicción habiendo sido trasladado a la hermana República Dominicana
donde será debidamente procesado. Sin embargo, le recomendamos invertir mejor su tiempo en algo más provechoso
que andarse ofreciendo a cualquier narcotraficante.
Ya que se dedica a la escritura por qué no aprovecha mejor su imaginación buscándose gente que esté a la
altura de sus preferencias sexuales. Hemos cuestionado al señor Cápsula, incluso sometiéndolo al polígrafo, y nos
garantiza que no le conoce.
De todos modos yo en mi carácter personal estaré contactándolo para interrogarle y conocer si en efecto ha
existido algún tipo de vínculo entre ustedes.
Quedo muy de usted,
Luis Vizcarrondo Sancha
Comisionado Federal de vicios y delitos sexuales
Embarazosamente tuyo,
El mismo. Yo.
154
155
Cristina
Colmena
(España)
EXILIOS
Irremediablemente, Arturo se levantaba cada mañana
con la certeza de ser un exiliado, de pertenecer a
otro sitio. Desvistiéndose del sueño y del pijama
contemplaba con extrañeza a la mujer que dormía
a su lado, después tomaba una ducha, desayunaba
apenas un café y salía hacia el trabajo. Cogía el metro,
hojeaba sin ganas el periódico gra¬tuito, esperaba en
los semáforos, cruzaba pasos de cebra, llegaba por
fin a la oficina. Y mientras tanto, la nostalgia imprecisa
de algún otro lugar.
157
Su día transcurría entre expedientes y
contabilidades, frente a una pantalla llena de números.
Pero de vez en cuando, en los descan¬sos del café
o cuando miraba su reflejo en el ordenador, sobre
inter¬minables cifras y cuentas perdidas, intentaba
reconocerse a duras penas en ese traje de empleado
gris, en las gafas metálicas, en la cor¬bata azul. Cierta
soñolencia le acompañaba todo el día con vagos
re¬cuerdos de montes y llanuras azules, de ejércitos
que se cuadraban a su paso, mientras él, sobre un
caballo blanco, conquistaba castillos y prin¬cesas,
sometía a tiranos y derrotaba dragones. A la noche,
llegaba a casa, cenaba, miraba la tele, besaba a la
esposa, se iba a la cama. Y en¬tonces, cuando cerraba
los ojos y se dejaba invadir por el sueño, retor¬naba a
aquel reino perdido del que era desterrado con cada
despertar.
Se acostumbró a vivir en esos intervalos de
irrealidad y rutinas, esperando con ansiedad la llegada
de la noche. Y del regreso. Lo difí¬cil era reconstruir
cada mañana aquel universo que se le escapaba
con las últimas briznas del sueño, luchar contra la
amnesia…, pero poco a poco, aferrándose cada noche
a un recuerdo, fue recuperando geogra¬fías y gestas,
escudos y banderas. Una mañana retuvo entre sus
labios el nombre de su amada, tan distinta a la mujer
que dormía a su lado. Días después despertó con el
sabor de la sangre en la batalla. Recordó también su
fortaleza de murallas infinitas, el peso de su espada,
el nombre de sus generales. Y el de sus enemigos.
Pero de repente, llegó el insomnio y las noches en vela
le alejaron aún más de su reino. Des¬poseído de su
nombre y de su trono se resignó a vivir en el destierro.
Y nunca regresó. Lo olvidó todo. Quién era y de dónde
venía. Olvidó también la sonrisa de aquella malvada
bruja que conspiraba entre trai¬dores para arrebatarle
la corona. Esa sonrisa, tan parecida a la de su esposa,
cuando cada noche después de cenar, le ponía un
café. Descafeinado, decía.
158
V.O.
Se casaron, a pesar de todo. Al anunciar su propósito
la gente intentó disuadirles, pero ellos siguieron
adelante. Después la convivencia dio la razón a los que
auguraban su fracaso. Cuando ella le pedía besos, él
le traía un vaso de agua, si en la tarde él proponía dar
un paseo, ella encendía la tele. Era difícil. Y no es que
no se quisieran, es que, no se entendían. Literalmente.
—Estás muy guapa con ese vestido. Es nuevo ¿no?
—Sí cariño, he llamado al fontanero, vendrá mañana
para arre¬glar la cisterna.
—Deberías dejarte más el pelo suelto.
—Tienes razón, quizás podríamos aprovechar y que
mire tam¬bién el fregadero.
Ella era rusa, él chino. Ninguno de los dos sabía una
palabra del idioma del otro, tampoco dominaban
ninguna lengua ajena que me¬diara entre ambos,
y evitara tantos equívocos. Recurrían a dibujos, a
señas, a ruidos, pero como pronto se quedaban sin
vocabulario co-menzaban a darse besos. Para eso
no hacían falta palabras. Sin em¬bargo no era una
casa silenciosa, él hablaba, ella hablaba, cada uno
en su idioma. Dos monólogos entrecruzados con que
ensartaban como podían las actividades cotidianas,
los desayunos y las cenas. También se observaban, y
atentamente, intentando encontrar en los ojos del otro
algún subtítulo, pero aún así era imposible esquivar
desencuen¬tros y malentendidos. Al principio
intentaron compartir palabras, pero no resultó, la
fonética se interpuso. También acabaron por aburrirse
del hablar lento con el que confiaban, ingenuamente,
que alguna vez se comprenderían, así que con el
tiempo, se resignaron a no enten¬derse y sustituyeron
las palabras ininteligibles por sonrisas cada vez más
lejanas. Y por silencio. En las tardes él leía el periódico,
reencon¬trando entre sus líneas las palabras que no
podía escuchar de ella. Mientras tanto, en la otra
esquina, ella tocaba el piano, intentando contarle a
través de sus teclas todo aquello que se le quedaba
enquis¬tado en la garganta. Pero Chopin también
tiene sus límites. Poco a poco dejaron de reírse, y de
besarse, y de tocarse, y de mirarse y de leer subtítulos,
y entonces, cuando al fin olvidaron los otros idiomas
que hablaban al principio, ya no tuvieron nada que
decirse.
Curiosamente en aquella casa no hubo nunca un
diccionario del ruso al chino. Ni viceversa.
159
Sherezade
Le gustaba el sexo oral, hacerlo con la boca, y no sólo
devorar y ser de¬vorada, a besos y a mordiscos, sentir
la caricia de la lengua entre las piernas y deshacerse
en gemidos, o comerse al otro hasta hacerlo
des¬aparecer. Sabía que la boca también servía para
otra cosa, para llenarla de palabras e ir deslizándolas
poco a poco a lo largo de la piel, hasta empapar de
fantasías y saliva sábanas y oídos.
El secreto estaba en disfrazarse, ya sin ropa,
de otra cosa, y a la vez, transformar al que estaba
a su lado. No sólo cambiarle de nombre, de edad
o de sexo, sino convertirlo en animal, en lluvia, en
árbol o en río, para ser ella también, selva, cueva,
serpiente o duna.
Acompasando frases y vaivén, construía
historias fabricando nuevas fantasías con las que
disfrazar las rutinas y las caras, y tam¬bién dejar de
ser ella misma durante aquel rato, desvanecerse en
otra piel y en otra vida, dejar de existir. Darle la vuelta al
espejo, no mirarse, de alguna manera, dejar el miedo
en la mesita de noche, al menos por unas horas.
Y después, al terminar, volver a ser la misma,
recoger el dinero, dejar atrás la cama que había sido
precipicio y meseta, ponerse otra vez las ropas y salir
de nuevo a la calle, a buscar otro cliente.
Y sobrevivir otra noche.
160
161
Ruidos
No recuerdo muy bien cómo empezó aquel ruido.
No me di cuenta. Al principio fue un sonido, apenas
perceptible, que se fue deslizando entre sus palabras
y las mías, un zumbido molesto que se hizo cada vez
más fuerte. Hoy es lo único que escucho. Sé que ella
también siente esa pun¬zada en los oídos, por la
forma en que aprieta la mandíbula cuando me habla,
por las ojeras que antes no tenía, la frente arrugada, la
boca triste. Ya ni los discos ni el volumen del televisor
nos permiten obviarlo. Está ahí, todo el tiempo.
Ninguno de los dos, sin embargo, hace nada
al respecto, casi diría que poco a poco nos estamos
acostumbrando. Fingimos ignorarlo e incluso hablamos
a gritos para escuchar nuestra voz, aunque la mayor
parte del tiempo callamos y dejamos que el ruido lo
invada todo. A veces, me pregunto de dónde vendrá.
Descartadas ya las cañerías y la instalación eléctrica,
comienzo a sospechar que sale de nosotros, como
una máquina vieja cuando sus piezas se empiezan a
desajustar, cuando ya no funciona y tan sólo queda
esperar a que se rompa del todo. Con¬fío en que
pronto parará. Mientras tanto, tendremos que seguir
oyéndolo y acompasar nuestra vida a este ruido, al
fin y al cabo, en los últimos años se ha convertido
en algo tan familiar.
162
163
Consuelo Martínez-Reyes
Los
autores
(Según ellos mismos)
Obtuvo su doctorado en el Departamento de Lenguas
Romance de la Universidad de Pennsylvania. Su
proyecto de tesis trata la representación de ‘lo
femenino’ y ‘lo lésbico’ en el Caribe hispano. En 1999,
ganó el Certamen de Cuento Infantil (nivel universitario)
del periódico El Nuevo Día. Ha publicado en las revistas
Contornos y Pterodáctilo, en el periódico Diálogo, y la
Revista de Crítica Literaria Latinoamericana publicará
pronto su artículo crítico “Un Caribe seducido por sí
mismo: consumación de la nación en el reflejo”.
Florencia San Martín
Nació el 27 de Octubre de 1982 en Santiago, Chile
y desde Agosto de 2010 vive en Nueva York. Es
artista visual y escritora. A realizado exposiciones
individuales y colectivas en Chile y en el extranjero
así como también textos críticos sobre Artes Visuales
y curatorías. Se ha desempeñado como docente en
los cursos Seminario de Arte Chileno y Fotografía
básica y avanzada en las Universidades UNIACC
y UDD y como profesora asistente en Universidad
ARCSIS y UDD.
Soledad Marambio
Nació en Santiago de Chile, pero vive en Nueva York.
Escritora y periodista. Ha publicado en numerosas
revistas y diarios chilenos.
Idalís García Reyes
Nació en San Juan, Puerto Rico, en 1984. Estudió
danza por nueve años. Al terminar la escuela
realizó su bachillerato en la Universidad de Puerto
Rico en el recinto de Río Piedras, en la facultad de
Humanidades con una concentración en Estudios
Hispánicos y con un amplio desempeño en el
programa de Escritura Creativa del departamento
de Estudios Interdisciplinarios. Es colaboradora del
periódico Conboca.
Margarita Larios
Nació en el Distrito Federal, despuecito del terremoto,
en 1985. Después de contar cuentos en fiestas infantiles,
se hizo licenciada en Literatura Latinoamericana por
la Universidad Iberoamericana y colaboró como
escritora y editora de diversas revistas de “Grupo
Editorial Expansión”. Actualmente es alumna del MFA
en NYU y trabaja en su primer éxito editorial, la novela
Erosión. Vive en Nueva York.
Karen Sevilla
Poeta, narradora y ensayista. Ganadora ex aequo del
Certamen de Cuento “El Nuevo Día”. Autora de la
plaquette de poesía “Sesión 2” y del libro “El mal de
los azares” (Sótano Editores, 2010; Primer Premio de
Poesía en el II Certamen Interuniversitario de Literatura,
Universidad de Puerto Rico). Varios de sus textos han
sido traducidos al inglés, italiano y próximamente al
uzbeco.
David Gil
Estudió filosofía y literatura en en la Universidad de
Antioquia. En 2010 se le concedió una de las Becas
de Escritura Creativa del Banco de Santander y NYU
donde adelanta el M.F.A.
Joseduardo Valadés
Tiene una columna en el periódico de su ciudad. Es
escritor pero no ha escrito nada todavía. Trabaja a
marchas forzadas su primera novela. Es editor de esta
revista y de otro par de cosas y también es practicante
de shiatsu.
José Gabriel Chueca
Nació en 1972, en Lima, Perú. Estudió Arte -y algo
ha hecho al respecto-, pero es periodista. Colabora
regularmente con el diario Perú.21 y la revista Poder,
edición peruana, e irregularmente con otros medios.
Actualmente, radica en Nueva York.
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R. E. Toledo
Nació y creció en la ciudad de México. Obtuvo su
licenciatura en comunicaciones de la Universidad de
Texas en Austin y la Maestría en Literatura en Español
de la Universidad de Tennessee. Tiene experiencia en
el campo de radio y televisión, producción y ventas
de publicidad. Estuvo a cargo del Club de Cine y
del taller de escritura creativa de Casa HoLa, TN.
Escribió la columna bimensual “De Tocho Morocho”
para el periódico Hola Tennessee y era anfitriona del
programa de radio “De Todo un Poco” para WKZX, La
Líder. Escribe poesía y prosa.
Isabel Baboun
Es actriz de la Pontificia Universidad Católica de Chile
(PUC 2008). Cursa una Mestria en Escritura creativa
en NYU gracias a una beca que le fue otorgada por
el sistema bicentenario Becas-Chile (2009). Cuentos
suyos y artículos han sido publicados en diversas
revistas de Chile. Actualmente está dedicada
a escribir su proyecto final en poesía. Vive en
Nueva York.
Isabel Cadenas
Es autora del poemario Irse (Madrid, Vitruvio, 2010,
ganador del III Certamen para jóvenes poetas Caja de
Guadalajara - Fundación Siglo Futuro). Es fotógrafa,
traductora e Insigne Vaivodesa del Longevo Instituto
de Estudios Patafísicos de Buenos Aires
Guillermo Astigarraga
Se graduó como Traductor de inglés en la
Universidad Nacional de Córdoba. En 2001 obtuvo
una beca de Georgia State University para hacer
estudios de posgrado en literatura inglesa y se
trasladó a Estados Unidos. Desde 2009, gracias
a otra beca, cursa la maestría en escritura creativa
en español mientras trabaja en su blog de crónicas,
http://kronicasdeviaje.blogspot.com/.
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Nancy Ross
Es escritora independiente y editora. Tiene maestrías
en No-ficción creativa y Poesía, ambas del Sarah
Lawrence College. Actualmente está traduciendo
“Cartas a Ricardo”, de Rosario Castellanos.
Daniel Jove
Nació en Caracas, Venezuela. Vive Brooklyn, Nueva
York. Es filósofo y escritor. Ha publicado en las revistas
venezolanas Platanoverde y 2021 Pura Ficción.
También es entusiasta del bidé.
Vanessa Luma
Su padre prefiere que no use su apellido para escribir
estupideces. Nació en Barcelona, España, en 1974.
Es politologa y desde el verano del 2003 madre de
una niña. En el invierno de 2010 se publico su primera
novela, Reina de Bastos. Actualmente vive en Nueva
York, donde todo apunta a que no plantara su árbol.
Luciano Piazza
Nació en Buenos Aires en Junio de 1978. Contrapaso
es su primer libro de poesía. Estudió letras en la
U.B.A. Obtuvo beca Conicet para realizar el doctorado
en los problemas de traducción de Poesía. Escribe
crítica para algunos medios gráficos y digitales. Le ha
gustado traducir a poetas como Kenneth Koch, John
Ashbery, y James Schuyler.
Felipe Martínez Pinzón
Nació en Bogotá y vive en Nueva York. Es candidato
a doctor en literatura latinoamericana en NYU. Ha
publicado los libros de poemas Sólo queda gritar
(2006) y La vida a quemarropa (2009), además de
varios ensayos de literatura latinoamericana.
Bethsabé Huamán
Nació en Lima. Cursa la Maestría de escritura
creativa en Nueva York. Es licenciada en literatura,
magister en estudios de género y escritora. Ha
publicado los libros de cuentos Sábadopm (2003) y
Memento Mori (2009).
Salvador Gómez Barranco
Es Licenciado en Periodismo y Máster en Creación
Literaria por la Universidad de Sevilla. Ha participado en
la antología de cuentos Máscaras y ha editado la antología
de haikus Vidabreve. Actualmente, vive en New York y es
alumno de la maestría Creative Writing in Spanish de New
York University.
Mariana Graciano
Nació en Rosario, Argentina en 1982. Es Profesora y
Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires.
Ha publicado cuentos, poesías y una obra obra de teatro.
Actualmente vive en Brooklyn.
Pedro Salvati
Nació en Caracas.
Internacionalista, The American
University, Washington D.C. M.B.A. Diplomados de
Escritura Creativa, Caracas. Finalista 1er concurso de
cuentos UNIMET-ICREA. Ha publicado Los frascos rotos
y La caja. Invitado a publicar en varios blogs. Trabaja en su
primera novela.
Kadiri J. Vaquer Fernández
Nace y crece en Juncos, Puerto Rico, en 1987. Ha sido
publicada en la editorial en línea Paxtiche. Se graduó de
la Universidad de Puerto Rico Recinto de Río Piedras con
énfasis en Escritura Creativa. Trabaja con una selección de
poemas inéditos como parte de un estudio independiente.
Lorea Canales
Va a publicar su primera novela Apenas Marta este verano
con Random House, nació en la Ciudad de México en 1972
y vive en Nueva York desde hace 10 años.
Manuel Fihman
Nació en Caracas, Venezuela. Se graduó de Cornell
University antes de mudarse a Nueva York donde
se desempeñó principalmente como actor antes
de empezar la maestría. Vive con su
amor, dos perros salchichas y cuatro gatos.
Elvira Liceaga
Locutora y protoescritora mexicana que actualmente
reside en Nueva York. Autora de Shubidubi.net.
Oswaldo Luis Cintrón
Nació en San Juan, Puerto Rico. Su carrera ha
estado vinculada a una de las compañías teatrales
de mayor trayectoria en Puerto Rico, Teatro del
Sesenta, con quienes estrenó como dramaturgo
dos piezas de carácter educativo: “¡Mete mano...
es cuestión de bregar!” (1991) y “Otra nota” (1993).
Su primera novela publicada en 2000 se titula “De
buena tinta...la historia que los libros quisieron
callar”. Actualmente trabaja en su tesis de maestría,
la obra de teatro “No todos somos Lorca”.
Cristina Colmena
Nació en Sevilla y vive actualmente en Nueva
York. Licenciada en Periodismo y Comunicación
Audiovisual, ha trabajado como guionista y
realizadora de televisión y en gestión cultural.
Ha publicado el libro de relatos “La amabilidad
de los extraños” y colabora haciendo críticas
cinematográficas en la revista Criticalia.
Edgardo Núñez Caballero
Nació en San Juan, Puerto Rico, en 1981. Es autor de
Esa arena que caía en los relojes (Premio de Poesía Joven
Olga Nolla, 2002). Desde 2006 pertenece al consejo de
redacción de la revista de arte y literatura Mordisco, con
sede en Sevilla, España. Ha publicado poemas, relatos
y traducciones en revistas y periódicos de Puerto Rico,
España, Francia y Estados Unidos.
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Textos ilustrados por:
Isabel Cadenas Cañón (Comprensión escrita, Receta)
Florencia San Martín (Autopista del Sol, De lo irremediable)
Soledad Marambio (Sin título, El culo de Ernesto)
José Gabriel Chueca (Tentativa de agotar un lugar interior)
Constanza Valderrama (Astronauta en harapos, Bocaditos políticos)
Elisa García de la Huerta (El grito, Navajo Joe en Herald Square)
Diego Lorenzini (Fragmentos y tijeras)
Antonia Cruz (Pedro,)
Alejandro Gil Carrasco (Portada, Exilios, Sherezade, Ruidos)
Maximiliano Matayoshi (Betta splendens)
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