MARA MARA 1_73 - Jaume Funes Artiaga
Transcripción
MARA MARA 1_73 - Jaume Funes Artiaga
!"#$"%"#&"%'() !"#$%&& '%(&)"$*+(&,"#&& $+& "''+&& )%*& !')"&& $+&-'"& "''+. Siempre hay padres y madres que tienen sus dificultades para tratar a los hijos cuando son pequeños. Hay quien incluso tiene dificultades para conciliar el sueño pensando que puede pasarles algo durante la noche, cuando no pueden seguir al pie de su cuna. Pero, por norma general las preocupaciones de mayor intensidad suelen aparecer cuando ellos y ellas dejan la niñez y comienzan a hacerse jóvenes, a entrar en esa etapa que llamamos la adolescencia. Empiezan a estar lejos no sólo de nuestra vista, también parecen estar lejos de nuestro alcance. Desaparece poco a poco toda posibilidad de tutela y nos da la impresión de que, además, van metiéndose en todos los riesgos posibles. La casa parece que deja ser su lugar predilecto. Conjugan con un gran entusiasmo el verbo salir y a la pregunta nuestra sobre a dónde se dirigen sus pasos contestan con un “no sé”, un “por ahí”, un “a la calle”. Por si la incertidumbre no fuera todavía suficiente comienza la batalla de los horarios y la discusión sobre las actividades de fin de semana. Casi sin saber por qué parece que nuestras preocupaciones se han centuplicado. Junto al dónde van y el qué hacen no sabemos cómo acertar para comunicarnos con ellos, para no entrar en las mil y unas provocaciones. Aún así, a ratos todavía nos parecen encantadores y encantadoras, o más bien insoportablemente encantadores. De todas las formas, no es la pretensión de este texto describir cómo son y cómo podemos relacionarnos adecuadamente con ellos y ellas. Tan sólo pretendo referirme algo a su vida de calle y a nuestras preocupaciones por su vida de calle. Habrá que recordar, no obstante, que pasan por una etapa de gran inestabilidad, que la mayor parte de las cosas que hacen son provisionales, que su “locura” es más aparente que real, que a pesar de las broncas nos necesitan, que aunque no se note nos quieren,… que tienen y hacen más cosas positivas que negativas. Puestos a recordar habremos de hacer lo propio con los riesgos. Nadie madura sin correr riesgos, no es posible educar sin permitir que se arriesguen. La adolescencia es claramente una etapa de tanteo, de ensayos, de pruebas y provisionalidades. Permitir que los chicos y chicas corran riesgos suele ser difícil para cualquier padres o madre; nadie nos ha dado un certificado de garantía, nadie nos puede asegurar siempre un final feliz. ¿Es la calle tan sólo un mundo de peligros? ¿De qué debemos preocuparnos y cómo debemos preocuparnos cuando nuestros hijos e hijas están en ella? ¿Quién ha de ejercer el control cuando y donde nosotros no estamos? Convendría evitar seguir imaginando la calle como el reino de todos los males. Hoy la calle la forman un conjunto entrelazado de lo que solemos llamar territorios adolescentes. La calle son los pasillos, el patio o el bar de la escuela. Son los bares benévolos de los alrededores. Lo son otros bares donde pueden estar un rato con tranquilidad, otros espacios de diversión. Son los bancos del parque, el descampado o las aceras. En todos estos territorios ellos se dedican fundamentalmente a relacionarse con los que son como ellos y ellas, a comportarse de maneras diferentes, probando su cambiante personalidad. Es en esos lugares donde intentan escapar a la mirada del adulto, por el que se siente irremediablemente incomprendido y, a menudo, leído como un problema. Son los espacios donde