Cargando la suerte - Real Federación Taurina de España

Transcripción

Cargando la suerte - Real Federación Taurina de España
Cargando
la suerte
Vicent Climent
Javier Vellón
Germán Adsuara
Humberto Parra
do
te
Germán Adsuara López
Climent
Ingeniero industrialVicent
de profesión,
compaginó
su formación académica
con estudios
Javier
Vellón de
piano en el Conservatorio Profesional de
Germán
Adsuara fue
Música de Castellón.
Con posterioridad,
profesor del Departamento de Tecnología en la
Universitat Jaume I. En
Humberto Parra
la actualidad, comparte
su trabajo de ingeniero
con la afición al mundo
del toro. No en vano, es
crítico taurino del
periódico Mediterráneo,
y tras haber sido
corresponsal en
Castellón para
diferentes portales
taurinos, dirige la
revista La Puntilla,
además de ser redactor
de la publicación ¡Eh
Toro! y del Anuario
Taurino de Castellón.
Humberto Parra
Humberto Parra es un torero que pinta. Por eso su
obra no podía ser más que impresionista, como
impresionista es la mirada del torero en la plaza:
mirada sabia, profunda que atisba y mezcla con
rapidez en su retina el menor gesto. Y todo a borbotones, a golpes de color y de sombras, con el matiz
propio de la tensión de la lidia.
No en vano, Humberto Parra compartió sus estudios
de Bellas Artes con su carrera de torero de clase en
su Perú natal. No es la suya una mirada de espectador
más ó menos iniciado. Es la de un torero colocado a
éste lado del lienzo y es que él torea cuando pinta,
haciendo un guiño al
profesional y al buen
aficionado, para que vean en
sus cuadros no un frío y fijo
momento escultórico sino
una lidia total; para que se
comprenda el momento, sí,
pero también su antes y su
después, sus porqués, en ese
pintar sin pintar.
El maestro de maestros
Antonio Ordoñez dijo "EL
TOREO ES UN ARTE. Y, LA
PINTURA DE HUMBERTO
PARRA ES EL TOREO".
Vicent Climent Colom
Maestro de primaria. Aficionado desde bien Edic
pronto cuando, de la mano de sus mayores, 10º A
se acercó a la Fiesta. Durante cinco años fue
el crítico taurino de Levante de Castelló y el
impulsor del cambio de la publicación Afición
del Club Taurino de la
capital. En la actualidad
es colaborador de 6
Toros 6, director del
Anuario Taurino de
Castellón, redactor jefe
de ¡Eh Toro! y
subdirector de la
revista La Puntilla, de
cuyo colectivo es
miembro. Sus artículos
han sido reproducidos
en distintas cabeceras.
Tiene la emoción y el
arte como referentes:
Curro, Paula, Morante,
Jotaté...
Javier Vellón Lahoz
Doctor en Filología, profesor del Departament
de Filologia i Cultures Europees de la
Universitat Jaume I. En el terreno de la
divulgación taurina, fue durante tres años
crítico taurino del periódico El Mundo.
Asimismo es redactor
de La Puntilla,
colaborador de la
revista ¡Eh Toro! y
participa desde su
fundación en el Anuario
Taurino de Castellón
realizado por la Puntilla.
Además ha publicado
numerosos trabajos
sobre la fiesta taurina
en la sociedad
mediática en el Aula de
Tauromaquia de la
Universidad CEU y en la
Revista de Estudios
Taurinos de Sevilla.
Cargando
la suerte
Edición conmemorativa del
10º Aniversario de la revista
!Eh Toro!
Vicent Climent
Javier Vellón
Germán Adsuara
Humberto Parra
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Edita: Federación Taurina de Castellón
Portada Humberto Parra
Imprime:
Imprenta Rosell S.L.
C/. Benicarló, 20 bajo
12003 Castellón
Tel. 964 22 47 06
Dep. Legal: CS-19-09
Todos los artículos e ilustraciones son propiedad
de sus autores, quedando prohibida su reproducción, total o parcial, aun citando la fuente,
sin autorización expresa de los mismos.
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Prólogo
Cuando la recién creada Federación Taurina de Castellón se
planteó la creación de un boletín trimestral, hace de eso algo más
de dos lustros, pocos podíamos imaginar que, en un espacio relativamente breve de tiempo, ¡Eh Toro! iba a convertirse en un referente de la afición provincial. La fórmula era bien sencilla; noticias de
los aficionados para los aficionados, un vehículo de comunicación
entre todas las asociaciones taurinas provinciales y, como suele
suceder, los planteamientos sencillos son los que con más facilidad
cuajan.
Cumplido el primer propósito, la publicación se convirtió también en voz del aficionado de a pie, que encontró un vehículo en
el que volcar, desde la más absoluta libertad, cualquier opinión
que quisiera difundir. Una opción hasta la fecha inaccesible para
la gran mayoría, lo que provocó, desde los primeros números, un
constante goteo de colaboraciones que, al margen de su mayor o
menor calidad literaria, mostraban la auténtica realidad de nuestra
afición, sus puntos de vista, sus propuestas, sus inquietudes y sus
proyectos.
¡Eh Toro! ha sido también para muchos, y aquí me incluyo
como uno más, escuela en la que se han forjado buena parte de
las últimas hornadas de críticos locales, destacando los autores de
los artículos que esta obra recoge y que durante los últimos años
han ocupado las secciones taurinas de “Levante de Castellón”, “El
Mundo, Castellón al día” y “Mediteráneo”, además de colaborar en
revistas como “6 Toros 6”, “Aplausos”, el portal “Burladerodos.com”
y ultimamente en su propia revista, “La Puntilla”.
Sus opiniones, siempre incisivas, siempre acertadas, aunque
en ocasiones dispares, se han convertido en una de las señas de
identidad de la revista, en un broche de oro que cierra cada una de
las ediciones, aumentando en muchos enteros el valor de la misma.
Un lujo que bien merecía esta recopilación, ahora que ya hemos pasado la frontera de la década, o tal vez, aprovechando como excusa
esta efemérides.
Su desembarco en las páginas de ¡Eh toro! fue paulatino, siendo Vicent Climent el más madrugador, casi en los primeros coletazos de la revista. Nuestra relación “literaria” llegó de la mano de
la revista “Afición”, que Vicent coordinaba para el Club Taurino de
Castellón y que un servidor se encargaba de editar. La posibilidad
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de escribir en la revista sedujo rápidamente a este inquieto y excelente aficionado, amante y conocedor, como pocos, de cuanto se
ha divulgado sobre el mundo de los toros. Sus escritos, siempre
magníficamente documentados y con su particular toque de ironía
trajeron un soplo de aire fresco y pronto se convirtieron en una
referencia dentro de la revista. Tras un primer acercamiento en el
verano que comenzaba el siglo, pronto paso a formar parte del pequeño grupo que sacaba adelante la revista, ocupando el “cargo” de
redactor jefe e impulsando muchos de los cambios que han ido formando la revista en su actual estructura. Excelente conversador,
sus conocimientos enciclopédicos le convierten en el compañero
ideal a la hora de disfrutar de una tarde de toros, aunque le pierdan
su pasión por “Curro”, Paula y algún que otro torero de Galapagar,
eso sí, como amigo no tiene precio.
De la mano de Vicent llegó Javier Vellón, una de las mejores
plumas con que hemos tenido la suerte de contar. Su prosa fácil,
culta pero sin perder la conexión con los humanos de a pie, ha
sabido traer siempre temas que invitaban a la reflexión, muchas
veces cargados de actualidad y buscando, más que la polémica, ese
punto intermedio donde suele residir la razón. Sus textos comenzaron a editarse en el verano del 2001, pasando pronto a formar
parte de la “plantilla” con entrevistas, crónicas y diversas colaboraciones, en las que fácilmente se adivina un sólido bagaje cultural al
alcance de muy pocos y que da, a cuanto escribe, un valor añadido,
convirtiéndolo en un pilar de referencia.
Al tercero, en este singular paseíllo, le conocí una noche épica
de toros, flamenco y algún que otro bolero, en esos primeros años
en los que luchábamos por sacar adelante la revista, sellando una
amistad que todavía perdura. Aficionado práctico, es de los pocos
críticos provinciales que sabe lo que es ponerse delante de un animal, lo que le da una visión diferente, más fresca, más a pie de calle. Sus textos destilan ironía, disfrazando con su humor inteligente
las reflexiones más profundas y ofreciendo, en muchos casos una
visión totalmente opuesta a sus compañeros, sin que, curiosamente, a ninguno de ellos le falte razón. Su “tauromaquia” se asienta
sobre los pies, sin dejarse llevar por las corrientes del momento y
huyendo de ídolos intocables, a los que siempre intenta medir con
el rasero justo, algo no siempre fácil en un mundo propenso a glorificar a sus héroes.
Son tres conceptos tan diferentes como necesarios que ofrecen,
en conjunto, una visión global de la última década del toreo con temas en muchos casos todavía frescos, pese al paso del tiempo. Pero
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son mucho más que eso y su recopilación nos da la oportunidad de
disfrutar, una vez más, de su excelente prosa y de sus acertadas
reflexiones, mientras rememoramos lo que hasta el momento ha
dado el siglo en cuestión de toros.
Éstos eran los tres pilares sobre los que se apoyaba esta obra,
pero cuando uno tiene entre manos algo verdaderamente interesante es difícil resistirse a publicarlo y si ha habido algo en ¡Eh
Toro! que ha rivalizado con nuestros tres “espadas” ha sido la pluma de Humberto Parra. Sus apuntes sobre las tres últimas ferias,
unido a sus colaboraciones trimestrales en las que ha reflejado a
figuras consagradas, ha unido presente y pasado en una colección
irrepetible que toma forma en las últimas páginas de la obra. Maestro con personalidad propia, destinado a plazas mucho más importantes que nuestra modesta publicación, ha tenido la generosidad
de lidiar a nuestro lado y es justo que reciba nuestra gratitud.
Espero que para los cuatro haya sido satisfactorio su paso por
la revista y confío en que lo siga siendo por mucho tiempo, para
goce y disfrute de cuantos se asoman a sus páginas. Para un servidor, que con más voluntad que acierto ha intentado sacar adelante
la publicación desde sus inicios, ha sido un placer contar con sus
colaboraciones, con su ayuda impagable y sobre todo con su amistad, que al final es lo realmente importante.
Pedro Mileo
Director de ¡Eh Toro!
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Saludo
Queridos amigos taurinos:
Siempre que tengo la oportunidad de dirigirme a vosotros es
una alegría y motivo de satisfacción ya que por lo general es para
comunicaros buenas noticias relacionadas con nuestra Federación
y el mundo de los toros.
Desde aquel 23 de marzo de 1996 en que nos reuníamos por
primera vez en el Hotel Doña Lola de nuestra capital y empezábamos a andar con nuestros proyectos, no hemos parado y ese mismo
día se nombro una gestora para fundar nuestra Federación. Fui
nombrado como Presidente y Pedro Mileo como secretario y, cogidos de la mano y muy bien arropados por los clubs y peñas de la
provincia, así como por una serie de colaboradores, entre todos hemos hecho que esta Federacion Taurina de Castellón siga adelante,
dando numerosos frutos.
Para una buena sintonía entre nuestros afiliados, en el mes
de octubre de 1.997 aparece el nº1 de nuestra revista ¡Eh Toro! y
comparándola con nuestro ultimo número 45, también de octubre,
pero del 2008, se aprecia una gran diferencia, en cuanto a contenido, papel, maquetación, etc. Todo ello se lo tenemos que agradecer
a los anunciantes, que han creído en nuestro proyecto y confiado
en nosotros, por lo que les quedamos muy agradecidos y les pedimos que sigan apoyándonos, pues nosotros contamos con ellos
para poder realizar proyectos venideros.
Desde el primer día hemos contado con la colaboración de
nuestros afiliados, mandándonos artículos y vivencias taurinas relacionadas con nuestra provincia, pues por mediación de nuestra
revista estamos escribiendo la historia taurina de nuestra tierra y
con el transcurso del tiempo le daremos la importancia que verdaderamente tiene. Leyendo los primeros números y viendo lo que
entonces acontecía, sientes nostalgia y te das cuenta que ya es
parte de la historia.
Entre los artículos publicados durante estos once años, los
hay que por su contenido merecen ser recordados y entre todos
ellos hemos hecho una selección de los más significativos y que
aparecen aquí en forma de libro. Nos consta que incluso algunos
de ellos han sido reproducidos en otras revistas, con la debida autorización. Se ha tenido en cuenta en el momento de elegirlos el
contenido y la calidad de los mismos antes que las personas que
los han escrito.
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Os invitamos a seguir trabajando, pues esto no ha hecho más
que empezar y la tarea que nos hemos marcado es larga y esperamos que no decaiga. Tenemos que demostrar que la afición taurina
de Castellón sigue mas viva que nunca y hasta diría que en aumento.
Por todo ello y por la labor que realizan nuestros afiliados, la
Real Federación de España, que preside D. Mariano Aguirre, ha
otorgando premios y medallas al mérito taurino a varias entidades
y personas de nuestra provincia, reconociendo la importante labor
desarrollada.
No me queda más que agradecer la colaboración prestada hasta la fecha a todos los que han hecho que cada proyecto de la Federación se convirtiese en realidad, animaos a seguir trabajando para
que nuestra Fiesta Nacional no decaiga, y que Dios reparta suerte.
Tomás García Martí
Presidente de la Federación Taurina de Castellón
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Indice
Prólogo .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5
Saludo .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .9
Indice.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
PRIMER TERCIO.. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. 13
Por naturales
Vicent Climent
Apuntes: Paco Canós
SEGUNDO TERCIO.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
Lances al viento
Javier Vellón
Apuntes: Anna Claramonte
TERCER TERCIO .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .143
Burladero de papel
Germán Adsuara
Apuntes: Pedro Mileo
DESDE LOS MEDIOS.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .181
El apunte
Humberto Parra
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PRIMER TERCIO
Por naturales
Vicent Climent
Apuntes: Paco Canós
13
AGOSTO 2000
Daguerrotipias
de un taurino
«Me voy a la Fiesta Nacional que hoy torean
en Las Ventas, me llevo a mi parienta, que
conmigo se sienta por eso me alimenta»
(Fragmento de «Maruja, dame chorizo» del grupo Espontáneos)
El diccionario de la RAE define el término taurino con un escueto:
«Aficionado a los toros». Pero el concepto es bastante más amplio. Los taurinos son personajes con rasgos comunes muy definidos.
En primer lugar podemos dividirlos en: profesionales (apoderados y
empresarios, como cabezas señeras) y aficionados. Los primeros viven del
negocio y, por tanto, acuden a todos los ciclos. Los otros, suelen vivir de
sus negocios y no se pierden una corrida importante.
A un taurino se le puede reconocer por su sempiterna sonrisa. Ya se
puede estar liando a su vera la Tercera Guerra Mundial, que no demudará
el rostro para nada. A su lado tendrá a su peor enemigo, que como si tal
cosa, muchas sonrisas y ni asomo de lágrimas.
El taurino es saludador por excelencia. Aunque se vean en todas las
ferias, es fácil encontrarlos en los patios de caballos o en los vestíbulos de
los hoteles echando el cuerpo hacia atrás, mientras se quitan el puro de
la boca, abren los brazos con amplitud y sueltan un sonoro: «Hooombre
(y aquí el nombre de su interlocutor). ¡Qué tal! ¡Cuánto bueno!», palabras
previas a un efusivo abrazo. «Oye, perdona, voy a saludar a (y aquí el patronímico de otro taurino de pro), y luego te veo. ¡A ver si comemos un día…!»
A continuación restituirá el puro entre dientes y repetirá la operación con
milimétrica precisión.
El taurino viste con pulcritud y aseo. Siempre presumido, el traje y la
corbata de marca son de rigor, y cuando se dirija a la plaza, veréis sobresalir de su solapa un clavel reventón. Los que puedan, lo harán acompañados de una atractiva dama que no les irá a la zaga en lo que a vestimenta se
refiere. En verano, si las calores aprietan y la corrida no es de demasiado
compromiso, se permitirá una guayabera de colores claros, que sobresaldrá por encima del pantalón. De sus dedos y cuello colgarán ostentosas
joyas que a buen seguro llamarán la atención de los espectadores menos
pudientes.
Las gafas son otro complemento indispensable que da personalidad.
Creadas en un principio para defenderse de los rayos del sol, son utilizadas
por los más conocidos para esconder su identidad. De los modelos, mejor
Por naturales
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ni hablar. Cuanto más obsoleto sea, más taurino será el que las porte.
El taurino, por lo general, tiene querencia a la comida opípara y abundante, regada con buenos caldos. Un buen almuerzo preludia una buena
tarde de toros, y si no se cumplen los augurios, al menos mitiga el mal
sabor de boca.
Un taurino siempre tiene un torero, distinto al de la mayoría, que
defiende a capa y espada. El coletudo en cuestión, hace proezas en plazas
tales como Villacarrillo, Valencia de don Juan o San Clemente, vistas sólo
por un puñado de lugareños que no pueden dar fe de ello. «¡Cómo estuvo!
¡No veas cómo estuvo con un torazo que tenía unos pitones así! (y eleva sin
rubor los brazos al cielo, dibujando todas las astas del mundo). Lástima
que fallara al matar el pobrecito. Con todo, le obligaron a dar dos vueltas al
ruedo. En el tentadero de lo de (y aquí el nombre de un hierro postinero), le
armó un taco a una vaca de retienta, con la que se jugó la vida. Por cierto,
estaba don ( póngase a un empresario poco conocido) y lo ha contratado
para tres corridas en… (que casi nunca se dan).
El taurino se alegra como el que más con los triunfos y sufre con
los fracasos, aunque siempre encuentra culpables para estos últimos: «El
presidente era un insensible. Esa ganadería nunca ha embestido. El piso de
la plaza estaba impracticable». Eso sí, son fieles hasta el final; con orejas
o broncas, siempre acuden a la habitación de su ídolo para compartir alegrías o penas.
Los taurinos son fetichistas por naturaleza. Hacen acopio de todo lo
que huela a toreo: carteles, trebejos de torear, entradas, fotografías, autógrafos, libros…bueno, los coleccionistas de libros son los menos si nos
atenemos a las tiradas que se
hacen.
Resulta curioso analizar el
habla de un taurino. Pasa con
suma facilidad de la hipérbole
al diminutivo o viceversa, según
le interese. Para engrandecer, la
hipérbole: «Estuvo cumbre. Pegó
un pelotazo. Agarró un estoconazo.» y, si las cosas vienen mal
dadas, se refugia en el diminutivo: «El angelito está muy nuevo.
El torito se cayó mucho y así no
hay manera. El chiquito espera
una oportunidad».
Evidentemente no todas
las maneras de obrar de un taurino quedan recogidas en este
bosquejo. De la observación cotidiana se pueden sacar muchas
más, tarea que dejo en manos
del amable y perspicaz lector.
Vicent Climent
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ENERO 2001
Annus I post C.
Todas las secuencias
han llegado a su conclusión,
el tiempo no puede esperar...
Bernardo Bonezzi
Fuera por el tremendo volteretón que sufrió su compañero de cartel,
fuera por la incomprensión de un neo empresario insolidario con las causas justas, vengativo con los que le llenaron los bolsillos a su progenitor
y de feble memoria, que le impide recordar qué torero se mantuvo en el
cartel de la frustrada corrida de la Expo cuando se cayeron las figuras
del momento, lo cierto es que una mañana algabeña Curro se marchó. En
silencio, como siempre anunció. Y como ya se ha dicho casi todo al respecto, no redundaremos en las causas sino, bien al contrario, miraremos
hacia adelante para, en la medida de nuestras entendederas, analizar el
presente del Toreo de Arte.
A Curro, al menos en Sevilla, se le ha venido buscando sustituto
desde hace más de dos décadas. Lo que ocurre es que los que apuntaron
maneritas alguna vez, creyeron que torear era sólo eso, apuntar sin disparar y, lógicamente, se equivocaron. En el camino quedó aquel rubiales
niño de Pepe Luis, que superada la cuarentena, sigue sin hacerse el ánimo, pese a su enorme calidad. Luego llegó de Gines un tal Cepeda que
torea extraordinariamente bien de capote y poco más. El último, Morante,
pone sentimiento y ha cosechado algunos éxitos, pero bien por el tabaco
abrileño, bien vaya usted a saber por qué, en ésta su temporada de afianzamiento, no ha dado todo lo que de él se esperaba. Otras flores de un día
fueron: aquél Marcos Sánchez Mejías, de linajuda procedencia; Martín
Pareja Obregón, que se arrastra por los platós de televisión convertido en
pelele de depredadores que se dicen periodistas, o Antonio Manuel Punta
al que tanto alabó (¿purita casualidad?) la extinta Toros’92.
Del escalafón de coletudos en activo, vasto cual desierto inabarcable, entresaco algunos nombres de los considerados artistas que pudieran presentar credenciales al cetro vacío. Toreros considerados de culto
por una minoría que siempre espera que rompan en algún momento, pero
éste tarda en llegar.
Javier Conde, al que unos pocos le recordamos una faena preñada de arabescos en su Málaga... y la mayoría por su noviazgo con la ex
cantante de Olé Olé, es un modelo vistiendo, se peina bien, compone la
figura... pero todo queda en fachada.
Pepín Jiménez es un crimen que sea considerado torero regional y
de Madrid. En el Sur no ha entrado como merece su toreo inspirado, de
Por naturales
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tintes modernistas, pero capaz de arrebatar óles de las gargantas más
exigentes.
El Bote huele a torero caro, sabe andarles a sus oponentes, pero las
lesiones, que casi lo dejan cojo, y el que sólo cuenten con él los empresarios sensibles, hacen extremadamente difícil su candidatura.
Julito Aparicio es muy apreciado a la vera del Guadalquivir. Tras su
incuestionable salida en hombros de Las Ventas y su retirada voluntaria
para poner en orden su vida, ha vuelto este año, interesando bien poco.
Un puñado de aficionados, fueron privilegiados espectadores en Baeza
del corte de los máximos trofeos.
Luis de Pauloba remonta levemente el vuelo tras caer en picado. El
deficiente manejo de los aceros y las terribles secuelas del percance de
Cuenca, no han mermado un ápice su ánimo ni su concepto del toreo,
pero pasan los años y no se acomoda en lugares más señeros.
Curro Vázquez, al que tras un triunfo venteño acartelado con Romero y Manolo, alguien cantó con un “Sólo hay un Curro y un Vázquez”,
es la pureza del toreo eterno. Pero como los responsables de la primera
plaza del mundo no le perdonan su adiós de hace algunos años, y en el
Baratillo nunca ha tenido su día, anda repartiendo retazos de arte allá
donde le dejan.
A “Antoñete” jamás le estaremos suficientemente agradecidos los
castellonenses por el magisterio con que nos obsequió el pasado diciembre vestido de corto. Resumió qué es torear en apenas una docena de
muletazos. Pero, frisando los setenta, poco le queda por hacer.
Entre los proscritos que ocupan el furgón de cola de la relación nos
quedamos con Frascuelo, que sólo tiene crédito en la capital del Estado
y alrededores; José Luis Parada, al que conseguirán aburrir y... nuestro
Ramón. ¡Ay, si nuestro Ramón hubiese querido!
El panorama no es demasiado alentador por lo que a matadores de
alternativa se refiere, pero si miramos a los novilleros, podemos echarnos
a temblar. No interesan a nadie. El público no los conoce y los que vamos regularmente a la plaza apenas
seríamos capaces de nombrar a tres
o cuatro. Y les puedo asegurar que,
con ángel, no hay ninguno.
Así que mucho me temo que
nos ocurra como a los Hijos de la
Gran Bretaña, que con los devaneos
del heredero Charles, la juventud de
sus niños y la buena salud de la que
goza la reina Elisabeth, no tienen
nada claro quién será el sucesor al
trono. Nosotros, al menos, podremos
consolarnos viendo a un Curro tan
inmortal como broncíneo en la estatua que de él se erija junto a su
Maestranza la próxima primavera.
Vicent Climent
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ABRIL 2001
El público
Es una verdadera corriente humana la que remonta el imaginario río formado por la calle Sant Vicent y la avenida Pérez Galdós los días en que nuestra
desconchada plaza ofrece espectáculo taurino postinero. Minutos antes de que
el alguacilillo haga el protocolario despeje, en las puertas se forman largas
colas en las que no faltan los empujones y los: “Oiga que yo he llegado antes; a
ver si la vamos a tener” o los no menos recriminatorios: “Haber madrugado; no
te digo el listo”. Alguna señora trata de apaciguar los caldeados ánimos de su
marido señalándole la inconveniencia del berrinche, por su alto índice de colesterol o por el reciente achuchón de que fue víctima su maltrecho corazón.
En los accesos de la solanera no es extraño ver a tal o cual aficionado
con una bota colgada al hombro, orgulloso de su contenido. No muy lejos, algún amigo exhibe ostentosamente un jamón al que le falta la mitad y ristras
de longanizas, chorizos o morcillas secas, junto a la indispensable hogaza. En
algún recoveco de sus bolsillos descansa la práctica y afilada navaja, muy útil
a la hora de compartir viandas con los compañeros de localidad. Las más previsoras, casi siempre son féminas, portan coquetamente sobre la palma de su
mano una bandeja de ricos pastelitos con los que dar por finalizado el festín
gastronómico y algún termo con café.
En la sombra no hay tantos agobios y la pantagruélica pitanza es sustituida por surtidos de bocaditos dulces o salados. La bebida se adquirirá en el
bar o esperará en los aledaños de los palcos de reciente construcción, servida
por uniformados camareros.
En lo que sí coinciden ambas mitades es en exhibir sus mejores galas. Los
más, se lo toman como si de una boda se tratase: trajes de marca, zapatos relucientes, pins dorados de prestigiosas sociedades locales, gafas de sol último
modelo... Los puros en ellos y el perfume en ellas, no pueden faltar a su cita
primaveral.
Una vez cubiertos los trámites del corte de la entrada y de hacerse con los
programas del día, todo el mundo se da cita en el patio de caballos. Antes de
buscar a los amigos, otra cola, la segunda, para hacerse con una no demasiado limpia almohadilla, que aparte de para sentarse mullido, tiene el cometido
de engrandecer desmesuradamente la petición de trofeos. El: “¿No tiene usted
algo más pequeño?” referido al billete de diez mil que el espectador muestra al
vendedor, puede relegarlo a una espera que no está dispuesto a soportar. Así
que rebusca en los recovecos del pantalón hasta dar con los cuarenta duros
que le dan derecho al alquiler.
Los grupos de habituales tienen sus lugares de encuentro preferidos.
Los que no quieren perderse el más mínimo detalle lo hacen bajo la tablilla
con los datos de las reses a lidiar y entretienen la espera transcribiéndolos en
una libretita. Otros prefieren la querencia del bar y la fugaz compañía de un
whisky con mucho hielo en vaso de plástico. Los hay que siguen con la mirada las evoluciones de caballos y picadores que van de aquí para allá a fin de
acostumbrarse el uno al otro.
La llegada de la banda de música interpretando un alegre pasodoble y la
de los toreros en sus albas furgonetas, se producen prácticamente al alimón.
Por naturales
18
Los cazadores de autógrafos, aquéllos que buscan una foto y los que desean
suerte a los coletudos, estrechándoles la mano y zarandeándolos muy a su
pesar, se abalanzan sobre sus ídolos en inevitable tumulto.
Al poco, todo deviene silencio y la algarabía se traslada a las gradas. Otro
parón, el tercero, ante los vomitorios que dan acceso al escaño de reducidas
dimensiones. Sin remedio posible, cada asistente va a tener en las próximas
dos horas sus piernas incrustadas en la espalda del de delante y las del de
atrás horadándole sus riñones. Con suerte, la humanidad de sus vecinos laterales no se desbordará invadiendo las rayas negras que a modo de fronteras
delimitan el espacio al que se ha hecho acreedor adquiriendo la entrada. Si se
han acordado de cogerla, los del sol cubren su cabeza con una gorra o visera
y si no, la suplen con la mano. Los más inquietos buscan con la mirada al
vendedor de refrescos y fijan su atención con grandilocuentes movimientos
de brazos acompañados de estentóreas voces que demandan líquido con que
aplacar su sed. Los hay que viendo media docena de corridas al año la radian
sin que nadie se lo pida, poniendo en evidencia sus limitados conocimientos
sobre la materia. Unos se dan a la chanza fácil sobre la aptitud de un tercero gordinflón al que le fallan las facultades a la hora de prender palitroques,
pero que no tiene más remedio que seguir jugándose la vida por esas plazas si
quiere alcanzar una pensión digna con que remediar su vejez. Algunas jóvenes
jalean la hermosura del torerito de su edad que está dando un mitin trapacero, ajenas a los secretos de la Tauromaquia. Éstos tratan de descubrir en la
grada de enfrente a su cuñado o a la vedette de revista que, esa misma noche,
verán semidesnuda agazapados en la negrura del patio de butacas. Ésos, los
más osados, se dan a fumar hierba arribada, no se sabe bien por qué ilícitos
medios, del mismísimo Ketama. Aquéllos llaman, móvil en mano, a casa para
decir que están en los toros, llevan cortadas cinco orejas, y se lo están pasando muy bien. Otros, callan, observan y sólo musitan algún juicio arrastrado
el toro.
Cada vez que el cornúpeta se derrumba víctima de una estocada, como
un resorte, la concurrencia se pone en pie para estirar las piernas. Si la faena
ha sido de su agrado, o si la mayoría lo hace, demandan del palco generosidad,
arguyendo que la oreja que piden no es la del usía, y que “¡Hay que ver qué
tío más roñoso!”. Durante la vuelta al ruedo hay que estar ojo avizor, no vaya
a ser que un ramillete de claveles lanzado de unas filas más arriba impacte
sobre la anatomía de uno y le produzca algún chichón, en su alocada carrera
hacia el inalcanzable albero. Para celebrar el éxito, nada mejor que aceptar el
bocado y el trago que nos ofrecen nuestros amigos el charcutero y el viticultor,
presentados unos párrafos más arriba.
Cuando la tarde cae y aparece el fresco de marzo, finaliza el espectáculo.
Disciplinadamente el personal abandona el recinto, satisfechos los unos, serios
los otros, según se hayan cumplido sus expectativas. Junto a la Puerta Grande,
los curiosos que no han entrado esperan que la franquee un torero izado en
hombros por los capitalistas. Los cabales se arremolinan en corrillos para comentar los detalles más inverosímiles: “¡Cómo ha pulseado el torero al quinto!”,
“¿Os habéis fijado la mirada que le ha echado el matador al picador?”, ¡Qué
manera de bajar la mano al natural!” .
Avenida Pérez Galdós abajo hasta desembocar en Sant Vicent, la multitud deshace lo andado y lentamente se van desgajando elementos, como si
el imaginario río formado a la ida, se diluyera en múltiples afluentes hasta
desaparecer.
Vicent Climent
19
JULIO 2001
A propósito de
Curro Vázquez
Cuando vimos colgados los carteles anunciadores de la Fira de Juliol
de la capital del Turia a muchos nos sorprendió el cabeza de terna de la,
a priori, terrorífica corrida de Victorino. Luego, analizándola con sosiego,
encontramos el porqué. Curro, el otrora consentido de la afición venteña,
iba a desempeñar un papel secundario en tarde de supuesta batalla: el de
mera comparsa capaz de engrandecer las actuaciones de sus compañeros.
La guerra no iba con él, como no ha ido ninguna en sus muchos años de
carrera. Se trataba de dilucidar en sangrienta lucha el cetro de la torería
valenciana: un desafiante Califa retaba en la arena (único lugar en el que
se deben lanzar los envites) al Mandón del Toreo de la Última Década.
El caso es que todo estaba preparado para la apoteósis de los locales
y se desarrollaba según el guión previsto hasta que saltó en segundo lugar
un becerrote indigno de representar a vacada de tanto renombre y que,
ironías del sorteo, le tocó en desgracia al Mandón del Toreo de la Última
Década (apelativo, escrito sin coñas, dicho sea de paso). Curro, ante el que
abrió plaza, se mostró apático, con una abulia y una desgana exageradas
y, mientras se acomodaban en sus localidades los rezagados en espera de
lo nunca visto, dio ocasión a que la afición mostrara de forma más que estentórea su repulsa y desagrado, con toda la razón del mundo. A algunos
se les congestionó el rostro, brotaron sus mejillas de roja ira y hasta se les
señalaron con abrumadora evidencia las venas del cuello. Hubo otros en la
solanera que estuvieron cerca del pasmo por la conjunción entre el berrinche y el calor; en el bar se aprestaban a servir centenares de apaciguadoras
tilas, y los otorrinos presentes se frotaban las manos pensando que al día
siguiente iban a hacer su agosto.
Lo cierto es que el Mandón recetó una serie de mantazos sin ni así de
gracia y el Aspirante mostró sus innumerables carencias técnicas, y casi
sin darnos cuenta, asomó por toriles el perfil de Gamberro en tanto que la
afición presagiaba otra debacle del linarense. Pero, hete aquí que al trigueño coletudo le afloró la casta casi como por encanto y comenzó a mecer la
embestida de su oponente con verónicas de temple exquisito, de perfecta
colocación y de ademán repajoleramente torero. Con la franela compuso
un trasteo en el que primó el Toreo Eterno, aquel que para los neoaficionados, la masa y los olvidadizos les resulta extraño por desconocido, el
tocado por un preocupante peligro de extinción: derechazos de trazo irreprochable, acompasados naturales, remates hondos a todas las alturas
que imaginarse puedan. Y, como colofón, una estocada desprendida, que
Por naturales
20
en otras ocasiones no ha sido impedimento para obtener premio.
Los tendidos se iban a poblar de pañuelos, almohadillas y fóbicas publicaciones aspirantes a opúsculos, demandando trofeos. El buen público
que en tardes anteriores y posteriores desbordó su generosidad pidiendo y
obteniendo despojos auriculares, sabría recompensar el esfuerzo del veterano... Pero ¡oh sorpresa!, apenas dos centenares de moqueros salieron del
bolsillo de sus portadores lo que hizo del todo imposible el objetivo de los
aficionados de corazón sensible. Una salva de palmas propicio la salida al
tercio del matador y cuando podía haber dado la vuelta al ruedo, máxime
teniendo en cuenta el precedente del toro anterior en el que José Pacheco
paseó el anillo por su cuenta y riesgo y nadie votó en contra, se retiró entre
barreras. Llega a apuntar el Toreo Verdadero el Mandón de la Última Década y le dan el Micalet, la Catedral y hasta la mismísima Geperudeta, porque
muchas veces ocurre, y ésta no ha sido excepción, que según quien haga
las cosas, merece un trato u otro. Idea preconcebida se llama el caso.
La tarde siguió plúmbea y pesada por parte del Retado y a la deriva,
terminando en estrepitoso naufragio por la del Retador. Pero fuera por
inercia, porque la parroquia había digerido la merienda, o porque la puesta
de sol trajo consigo un agradable airecito capaz de resucitar a un muerto,
lo cierto es que volvieron a sonar las ovaciones sin venir en absoluto a
cuento. Y cuando todo acabó y los de luces enfilaban la puerta de cuadrillas en busca de una reparadora ducha, al Curro de Madrid, a la llama que
mantiene vivo el Toreo Eterno, al único que había dibujado Arte, lo despidieron entre muestras de desagrado y algunas almohadillas lanzadas por
desalmados cayeron a sus pies.
A la salida, bajo la mirada broncínea del inmortal Manolo Montoliú,
un grupo de cabales se abrazaba y se daba la enhorabuena por la suerte
que habían tenido de alcanzar un oasis en medio del desierto, mientras,
indiferente, el resto pasaba impertérrito sin haber retenido en su memoria
nada de lo visto minutos antes.
Tengo para mí, que el empacho de toreo mecánico, ventajista y carente de ángel al que ha sido sometida durante años y de manera sistemática
y despiadada la noble afición
valenciana ha acabado con las
papilas gustativas de la mayoría y, hoy por hoy, confunde la mortadela con el jamón
ibérico, la lírica con la prosa
farragosa.
No puedo terminar sin
una cita de Jonathan Swift
que, salvando las distancias,
viene como anillo al dedo para
rematar este artículo: “Cuando
en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él”.
Vicent Climent
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OCTUBRE 2001
Soler Lázaro
Todos los inoculados con el veneno del toro han soñado con ser figuras, con alcanzar la gloria, el reconocimiento público y hacerse ricos. El
toreo, a parte de pasión, es la profesión ideal para triunfar, para catapultarse a la fama y poder ver cumplidas cualquiera de las aspiraciones que
se tienen desde pequeño. El niño Soler, allá en su Burriana natal, cuando
los años setenta dejaban paso a los ochenta no fue, a buen seguro, una
excepción, aunque una cosa es lo que se pretende y otra muy distinta lo
que se obtiene. Imaginó una despedida en una plaza repleta de gente, con
una saneada cuenta en el banco y una bien ganada reputación que le diera
derecho a varias páginas en el Cossío. Un adiós como el de Espartaco en La
Maestranza, sin ir más lejos. Pero uno dispone y el toro descompone.
Soler Lázaro se ha ido en silencio, en medio de una temporada en la
que las figuras se están justificando cada tarde y no dejan paso a los demás, en una época en la que privan las ternas rematadas y el perder pie un
solo día es casi sinónimo de olvido por parte de los que tienen la potestad
de firmar contratos. Vicente ha dejado el toro antes que el toro lo dejara a
él. Y lo ha hecho con la cara alta, con la dignidad que da el salir cinco minutos antes de que a uno lo echen, sin crearse falsas expectativas y pensar
que el año que viene será.
Los signos eran inequívocos: las exclusiones de la Magdalena y de
la Beneficencia, de los festejos de su tierra en los que el año pasado dio la
cara, no daban lugar a la esperanza de que se acordaran de él lejos de aquí.
Una oreja con los cuadri y matar un marrajo de Pedrajas condenado a banderillas negras no han sido méritos suficientes para que, al menos, tuviera
la ocasión de decir adiós en un coso y vestido de luces. Otros con menos
merecimientos han figurado este año con letras de molde en los carteles
de nuestra plaza, pero eso es harina de otro costal o compromisos entre
empresas. Se podrá argüir, y de hecho lo he oído por ahí, que si la oreja fue
o no justa o a la actuación con los guardiolas le faltó algo, pero un triunfo
en el ruedo (el corte de un apéndice y el deshacerse de aquel regalito lo
son), ha de tener premio por encima de la benevolencia presidencial o de
gustos personales.
No nos llamemos a engaño, Soler no ha sido figura porque, como reza
un cartel en la entrada de la madrileña Escuela Taurina Marcial Lalanda
“Ser torero es muy difícil, ser figura es un milagro”, pero nadie le podrá
negar que, dentro de sus posibilidades, siempre lo ha dado todo. Voluntad
y valor ha tenido tanto como el que más y se ha cuidado, ha vivido y ha
pensado en torero. De la gracia, del arte de la varita mágica con que son
ungidos algunos elegidos ha estado huérfano, pero no son condiciones
indispensables para circular en esto.
Por naturales
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Tuvo su cachito de gloria cuando de novillero sustituyó a Rivera y
media España lo vio triunfar por la pequeña pantalla. Fue a Barcelona
con una legión de seguidores y salió a hombros por la Puerta Grande. Pero
pronto empezaron los reveses y el nadar a contracorriente. La víspera de su
alternativa le comunicaron que no habría ceremonia porque a un grupo de
profesionales encuadrados en la felizmente difunta CAPT, defensores del
compadreo y de la fiesta de cartón piedra, les dio por organizar una huelga
el domingo de Magdalena. Fue recompensado televisándole la alternativa
arropado por dos figuras, mató victorinos en Vinaròs, tuvo el privilegio de
torear con el legendario Curro, pero no fueron más que exiguos oasis en
medio de un vasto e inabarcable desierto. Incluso le negaron la posibilidad
de confirmar en Las Ventas a ver qué pasaba, cuando en agosto es feudo
abonado a los modestos y a los del furgón de cola del escalafón.
Sin llegar a la treintena y con ganas de hacer cosas al otro lado de la
barrera, a Soler le espera un futuro esperan­zador. De momento su presente es la Escuela Taurina en la que transmite a sus discípulos lo que otros
le enseñaron, lo que aprendió con su propia experiencia en estos años de
dura lucha, pero sobre todo a ser honrado con uno mismo como él lo es. Y
cuenta con el respeto y la admiración de los aspirantes.
Luego aguarda su faceta de empresario en la que recientemente ha
echado a andar. Modestamente, paso a paso, empezando desde abajo y
siendo consciente que tampoco le será fácil llegar arriba, pero poniéndose
en la piel de sus hasta ahora compañeros y
dándoles lo que es suyo,
lo que algunos desalmados le pedían cuando
estaba en activo y pretendía torear. Tiene la
cabeza bien amueblada,
conoce el terreno que
pisa e ilusión no le falta.
En su pueblo debutó con los del castoreño y quiso la casualidad
que allí lidió su último
toro, como si su ciclo
vital hubiera descrito
una perfecta circunferencia...
Gira la roda del temps
per la força del vent
de les ànimes soles.
Suerte, Torero.
Vicent Climent
23
ENERO 2002
Publicidad, montajes
y famoseo
La primavera, anunciadora de una nueva temporada taurina, es época
propicia para los lanzamientos. Lanzamientos, hay de muchas clases. Unos
son sólidos, con ciertas garantías de futuro, y se sustentan en hechos contrastados, ya sea en el campo o en festejos formales. Así, a veces se presenta con
caballos en las primeras ferias tal o cual becerrista del que se tenían inmejorables referencias por boca de los que lo vieron en las novilladas sin caballos
de las escuelas o en algún pueblo perdido de nuestra geografía. Otras veces,
se trata de aspirantes que maduraron en los circuitos duros y los cazatalentos
de turno les preparan una campaña con un camino menos pedregoso, por si
cuaja y pueden recuperar con creces la inversión hecha. Los más fáciles son,
sin lugar a dudas, los de “los hijos de...” Tienen mucho ganado, pues el público
conoce el nombre de su progenitor y, sea por nostalgia si fue partidario, o por
curiosidad, acudirá a la plaza con la esperanza de ver al padre con algunos
años de menos.
El lanzamiento no resulta fácil. Lo principal es estar respaldado económicamente, condición indispensable para empezar. La espectacularidad del
mismo, depende de cómo sea la cuenta corriente del inversor. Si se tiene la
paciencia de repasar las revistas taurinas de hace algunos años, observaremos que a muchos que dilapidaron pequeñas fortunas comprando compulsivamente espacios publicitarios, no los recuerda casi nadie, porque poco o nada
consiguieron con ello. Tienen un perfil bastante parecido: hombre con enorme
afición, ya talludito y fondón, con nulas condiciones para la tauromaquia y al
que los negocios le han ido bien. Algún desalmado lo convence de que no es
tarde y que con su “saber hacer” podrá hacerse multimillonario... y le pide una
pasta gansa para empezar a rodar. Los trebejos de torear y los trajes han de
ser nuevos, ya que la imagen cuenta mucho y se ha de presentar en “sociedad”
rumbosamente, convidando a todo hijo de vecino que se le ponga por delante.
Al poco, aparece una fotografía del coletudo dando un pase a una becerra en
un tentadero, con un pie en el que, entre exclamaciones, se insta a la afición a
no perderse las próximas actuaciones del nuevo fenómeno. Unas semanas después, otra instantánea vestido de torero y llevado a hombros por los costaleros
profesionales, con los máximos trofeos asidos con fuerza, dan fe de su enorme
triunfo en un villorrio sin tradición taurina en el que han instalado una portátil a la que no ha ido casi nadie. Y así un festejo y otro, hasta que se acaba la
liquidez y el “apoderado” abandona a su suerte al “torero” que, decepcionado y
asqueado, no tiene más remedio que aceptar la realidad y volver a su ocupación
habitual. ¿Alguien recuerda alguna hazaña taurina de Fray Gaditano, Laudi
Campo, Los Poli (padre e hijo) o El Dandy?.
Hoy en día, el asunto no resulta diferente en lo sustancial, aunque tienen
gran importancia las relaciones públicas. Se trata de buscar a alguien que
Por naturales
24
quiera “vender el producto”, pues la propaganda pura y dura no engancha
como antes. Una persona que domine un medio de comunicación (si son más,
mejor), con gran poder de convicción entre sus parroquianos y que no sienta
rubor alguno en cantar excelencias que él mismo no se cree. Si se ponen de
acuerdo en la contraprestación económica, el aspirante a figura incrementará
su presencia de manera espectacular en tertulias televisivas, espacios radiofónicos o entrevistas escritas. Todo serán loas hacia él y, siempre que sea posible,
se minimizarán las tardes de petardos sin paliativos. Venga o no a cuento, se
pedirá su presencia en carteles y ferias a los que no ha hecho méritos en el
ruedo para acudir, se sobredimen­sio­naran sus triunfos en plazas del segundo
y tercer circuito, se le aislará de las críticas ingratas, hasta que se autoconvenza que es la reencarnación de los mismísimos Joselito y Belmonte... Todo
vale para conseguir un fin que sólo debería alcanzarse ante el toro y con el
beneplácito de la afición.
Hay toreros más conocidos que, cuando entran en un bache profesional,
son engullidos por el depredador juego del famoseo. Así sus apariciones son
cada vez más escasas en los medios especializados, para prodigarse en los
atípicos. Pasan, con la velocidad del rayo, de Tendido Cero a Corazón de..., de
Seis Toros Seis a Hola... Sin apenas torear, se sabe todo de su vida privada:
cómo será el vestido de boda de la novia, qué le ha regalado a su señora por su
cumpleaños, cuándo nacerá su primer vástago, con quién le pone los cuernos
o cuando se divorciarán. Resulta patético ver cada mediodía a hombres que se
han jugado la vida en la plaza, convertidos en peleles de un periodismo barribajero e inmoral. Y todo lo relacionado con su profesión se tapa con un sospechoso manto de mutismo, a no ser que se traten de los morbosos percances.
Si ha triunfado en la plaza, silencio; si va al servicio de un restaurante, una
cámara y un micrófono corriéndolo a preguntas banales del tipo: “¿Te han sentado mal las ostras y tienes ganas de devolver?”. Se me viene a la memoria, con
indignación, la gran actuación durante la pasada Fira de Juliol de un Jesulín
de Ubrique con nuevos aires, ante un jandilla al que desorejó. Pues bien, si se
les preguntara a los espectadores de los programas de esta catadura, comprobaríamos decepcionados que todavía guardan en su memoria la frívola imagen
profesional del torero de hace unos años, aquélla que hizo ruborizar a sus
compañeros, la del triunfador recogiendo prendas íntimas femeninas en sus
interminables vueltas al ruedo. Está claro que sólo les interesa el personaje que
les sacie su hambre diaria de carnaza putrefacta, no el matador de toros.
El remedio lo deberían poner los interesados, pero dudo mucho que algunos aceptaran una vida lejos de la pequeña pantalla, sin sustanciosas exclusivas de por medio. El que ha querido alejarse de este mundo superficial lo
ha hecho y, como muestra, un botón. Litri, fue durante mucho tiempo ídolo de
quinceañeras que les importaba un pimiento morrón todo lo relacionado con
los toros, pero que lo perseguían de plaza en plaza a la caza de una foto o un
autógrafo. Salía en las revistas y su popularidad iba en aumento. Un día dijo
basta y se lo engulló el anonimato.
Otro gallo cantaría si las televisiones que mantienen un programa taurino
le dieran a los toros la importancia que tienen atendiendo al número de espectadores que acuden a presenciar los festejos, si no los tuvieran postergados en
los segundos canales a horas en que sólo pueden verlos la legión de jubiletas,
los parados y algún que otro enfermo ocasional. Tengo un vecino que está convencido que la especialista en asuntos de cuernos de TVE es la escultural Anne
Igartiburu. Y, la verdad, no va nada desencaminado el hombre.
Vicent Climent
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ABRIL 2002
Non ho l’etá
Transcurrió la Feria de Abril con mucha pena y poca gloria. En líneas
generales, ni toros ni toreros han estado a la altura que el marco merece. Unos
toparon con lotes imposibles, otros con un albero que rompió ilusiones y las
extremidades de algunos animales... pero hubo un momento en que La Maestranza, Capilla Sixtina del Toreo, perdió su condición.
El caso es que Ortega Cano se puso trascendente en su primera actuación y lo que para él eran gestos de lo más torero, fueron acogidos con grandes
risotadas, general chanza y rechifla por doquier. Amanerado hasta decir basta,
desconfiado y fuera de sí, la tomó con el peonaje al que recriminó lo que no
está en los escritos. El público no respetó al torero, olvidándose de su titánica
lucha por alcanzar la condición de figura que durante algunos años mantuvo.
A la gente le traen sin cuidado los cornalones de caballo y la sangre que ha
derramado por medio mundo, la historia en suma. Lo que hoy prima del cartagenero es su imagen pública, los líos familiares y la constante y despiadada
caricaturización que de él hacen los depredadores profesionales, metidos a periodistas en los medios de comunicación rosa. Ortega pasó las de Caín durante
el invierno para hacer ese paseíllo, convaleciente de la operación de rodilla que
le causara un toro en la misma Sevilla el último San Miguel, y no se le tuvo
en cuenta. Cierto es que se le vio sin facultades y anímicamente crispado y en
su segunda comparecencia lo pagó con otra rotura de huesos, por perderle la
cara a su enemigo, como haría un principiante. Ortega, se marchó hace muy
pocos años con el reconocimiento de la afición pero, sin saber muy bien por
qué, volvió a enfundarse el traje de luces. La historia, por repetida, nos es demasiado conocida.
Se me vienen a la memoria una fotografía y unas imágenes. Aquélla,
la de un Marcial Lalanda izado en hombros por sus compañeros el día de su
despedida. Éstas, las de un canoso Domingo Ortega, en el ocaso de su carrera,
andándole al toro por la cara. Dos estampas de hombres viejos, aunque el de
Vaciamadrid sólo tenía treinta y nueve años y el de Borox cuarenta y seis. Si
comparamos sus rostros con los del diestro antes aludido, que confiesa cuarenta y ocho, parecen sus abuelos.
Es evidente e incuestionable que hoy en día la esperanza de vida ha
crecido, que la actividad profesional se puede prolongar, pero no es menos
cierto que el toreo requiere un estado físico perfecto y una preparación mental
intensa. Nadie aún le ha ganado la batalla al tiempo y, pronto o tarde, ha de
claudicar ante la evidencia. Lo deseable sería que cada uno fuera consciente
de que ha llegado su hora cinco minutos antes de que sucediera, de que ha de
irse con honor antes de que lo echen con cajas destempladas, que fuera, en
definitiva, lo suficientemente listo para interpretar los signos que envía la Providencia. Pero debe ser difícil asumirlo. Si no, no se entiende que los toreros
se empecinen en volver. Todo sucede más o menos así. Un coletudo toma la
determinación de retirarse, hace pública su decisión y la afición lo despide con
cariño. Al poco, se prueba en algún festival y, como sabe torear, está bien con
Por naturales
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el novillo. Alguien le calienta la cabeza y reaparece. Los espectadores se sienten engañados y, como entre el utrero y el cuatreño todavía hay diferencias,
muestra todas sus miserias y se tiene que ir entre el silencio y el olvido.
Lo primero que esgrimen cuando planean reaparecer es que no pueden
vivir sin el toro. Y es cierto. El tren de vida que llevan las figuras es insostenible sin una buena administración. La mayoría de los de arriba cumplen el
sueño de tener una ganadería, pero no se paran a pensar que los animales,
ajenos a los ingresos del dueño, comen todos los días. Sería interminable la
lista de toreros-ganaderos que han tenido que deshacerse de la vacada por ser
incapaces de mantenerla. Otros se meten en negocios que no pueden fallar,
pero quiebran. ¿Solución? Volver a su actividad, a la única que saben hacer
bien. Las excusas son de lo más chocantes. Así, a Ruiz Miguel le dio por decir
que quería llegar a matar cien de victorino, que lo deslumbró el sol cuando
estaba comprobando los datos, confundió un siete con un nueve y en lugar
de una le faltaban veintiuna. Chenel prolongó su carrera de manera peligrosa
aconsejado por alguien que no lo quiere bien y a punto estuvo de morir en
Burgos de un ataque al corazón. Se vendió que estaba loco, que bendita locura
y patrañas por el estilo, pero lo cierto es que un sexagenario que ha castigado
a la vida tanto como la vida lo ha castigado a él, con toda la torería del mundo
pero sin aire en los pulmones, no debe jugarse la vida. Rafael, el que callara la
música en Carabanchel, no se ha ido pero, físicamente, no puede con su alma
de artista. Verdad es que en su última comparecencia jerezana dejó retazos
de arte infinito, pero le enviaron seis recados desde la presidencia y a sus dos
enemigos al corral. Ahora sobrevive gracias al cariño de sus amigos, con toda
la dignidad del mundo, pero rayando la precariedad económica. Manuel Benítez, que a la menor ocasión que se le presenta le da por practicar estiramientos
inverosímiles ante las cámaras de televisión, anda empeñado en reverdecer
viejos éxitos en el coso de Los Califas y hasta se ha atrevido a anunciarse en
Nîmes, sin que nadie se lo pidiera. El Faraón ha sido el único que en los últimos tiempos supo acatar la evidencia. Una mañana algabeña, ante un porrazo
de Morante, se sintió incapaz de acabar con los novillos afeitados que quedaban en los chiqueros y, con toda sensatez, decidió quitarse.
Otra cosa son las conmemoraciones especiales. Don Luis Fuentes Bejarano celebraba décadas esto­queando un novillo a puerta cerrada y se tienen
noticias de que lo hizo con ochenta años. Angel Luis Bienvenida mató, rodeado
de sus íntimos, un toro al cumplir sesenta. Pero no dejan de ser anécdotas
puntuales.
Modelo de seriedad para con la afición es Diego Puerta. Un doce de octubre de hace veintiocho años, dijo hasta luego y ha cumplido su palabra.
Tiempo ha tenido de gozar del dinero que ganó con sus sudores, su sangre y
sus miedos.
Los toreros retirados que quieran, han de tener su espacio activo en la
Fiesta. Si de lo que se trata es de matar el gusanillo, nada más fácil. Se organizan festivales alrededor de las ferias más importantes para que puedan
deleitar a la afición con su arte, tal y como se hace en Sudamérica, sin olvidar
la inclusión de algún novillero aventajado. Frente a bóvidos adecuados, de astas romas, podrían desplegar todo el saber que han atesorado a lo largo de su
carrera y el público se lo agradecería. Otra cosa es prorrogar lo improrrogable.
Hoy por hoy, algunos pueden hacer suyo el título de la canción que, allá por
mil noviecientos sesenta y cuatro, hiciera popular la italiana Gigliola Cinquetti
en San Remo y Eurovisión. Y aplicárselo, claro.
Vicent Climent
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JULIO 2002
“Aperitivos Taurinos”
D.E.P.
El único programa taurino que emitían las radios de las comarcas
castellonenses ha pasado a mejor vida. De ahí la necrológica que encabeza este comentario. En el periodo de dos años han desaparecido los
tres más conocidos. A saber: “Antena Taurina”, del admirado y recordado Arenillas, por defunción del que fuera su alma durante diez lustros;
“Los Toros“ de Pedro Mileo, engullido por un magazine de mediodía y
“Aperitivos Taurinos”, oficialmente, “por falta de un técnico de sonido”.
Ni la SER, ni la COPE, ni Ràdio Vila-real, como medios informativos
que son, han tenido la sensibilidad de habilitar unos minutos semanales para que la legión de aficionados tuviéramos un referente en el que
seguir la actualidad más cercana, aquélla que se les escapa a los periodistas taurinos nacionales que se asoman a las ondas a altas horas de la
madrugada que va del domingo al lunes. Noticias puntuales, dan, pero
no es lo mismo. Nos hemos quedado huérfanos de los espacios taurinos
con entidad propia, los que contaban con un día y una hora de emisión
fijos. Ahora sólo cabe navegar por el dial a ver si hay suerte de toparse
con alguna reseña.
Juan Castillo, director del programa que nos ocupa, y su alter ego
Rafael Ataide “Rafaelillo”, comentaban las noticias de manera pausada,
tomándose su tiempo. Aquél ejercía de defensor de los aficionados más
exigentes, mientras que éste estaba muy metido en su papel de taurino
que ha vestido el traje de luces. Durante una hora, sin polémicas, pero
marcándose como único rumbo a seguir la verdad, desgranaban cuanto
acontecía a nuestro alrededor. Últimamente, se amplió el horario hasta
los noventa minutos semanales, dedicando especial atención al Bou per
la Vila. Y resulta paradójico que, en la que iba a ser última emisión, se
repasara de manera pormenorizada el juego de los astados que corrieron
por las calles de la industriosa localidad durante las pasadas fiestas de
Sant Pasqual. Del análisis, la Comissió del Bou no salió demasiado bien
parada, arreciando los reproches de los más entendidos en este apartado. A mediados de semana, se les comunicó a los responsables la decisión, se les dio la excusa pertinente, y ahí acabó una bonita aventura
que duró diez años.
La postrera ilusión del binomio Castillo-Rafaelillo, fue recuperar las
novilladas en las fiestas de Vila-real. Tarea harto difícil dado los nefastos
y cercanos antecedentes. Ellos pagaron los platos rotos de dos desalmados – valenciano el uno y cordobés el otro, para más señas -, toreros de
Por naturales
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alternativa ambos en sus años mozos, amigos del peculio ajeno, y que
vinieron a llevárselo crudito y sin el menor rubor, dejando una estela de
suspicacias y desengaños. El I Trofeo Ciudad de Vila-real – no confundir
con el Azulejo de Oro -, estaba muy avanzado y sólo faltaron los doce mil
euros – dos quilos de los de antes - del Ayuntamiento. Pero pincharon en
hueso. Todo fueron buenas palabras, gestos educados, pero las fechas
se echaban encima y, de lo dicho, nada.
El Concejal de Fiestas, Esteban Mañanós, está haciendo una labor
irreprochable y unánimemente reconocida en lo que respecta a la organización de eventos musicales. Sólo hay que repasar la lista de los cantantes y grupos que han actuado, para comprobar que no falta ni uno
de los que lideran las listas de éxito. Por eso, cuesta tanto trabajo creer
que una cantidad insignificante dentro de un presupuesto tan amplio
sea imposible de conseguir, máxime cuando las cosas quisieron hacerse
bien desde un principio.
Una novillada sin picadores para los alumnos de la Escuela Taurina
de Castelló, seis erales de garantías para que los aspirantes lucieran sus
progresos y un empresario, Vicente Soler Lázaro, que se está abriendo
camino a base de honradez y que daría la cara si hubiera habido ocasión
de recriminarle alguna cosa. La idea era que las peñas acudieran gratis,
que dieran color a los tendidos y que les entrara el veneno de la Fiesta
para, en ediciones posteriores, ampliar la oferta. Pero
ocurre demasiadas veces que los que tienen la prebenda de hacer más soportables económicamente estos espectáculos, de apoyar a la Tauromaquia no sólo
de boquilla sino con hechos, únicamente se acercan
a una plaza de toros en los días del clavel para hacerse la foto de rigor y decirles a los chicos de la prensa
que son la mar de aficionados porque, políticamente,
queda de cine.
Deberían tomar ejemplo de lo que ocurre en
pueblos de menor censo como Albocàsser, Borriol, La
Vall d’Alba, Llucena o Benicàssim, donde los toros de
plaza, de un tiempo a esta parte se han consolidado en forma de festivales o becerradas, de lo que se
cuece apenas siete kilómetros más al norte, donde la
Diputación Provincial favorece la Fiesta Nacional con
una Escuela para que los chavales no anden dando
tumbos por los caminos y unos festejos de Beneficencia que, si mejorables, ahí están como referencia.
Las fiestas de la Mare de Déu de Gràcia están a
la vuelta de la esquina y todavía tienen tiempo de retomar una buena idea. Aunque sólo fuera como postrer homenaje a un programa taurino, el último, que
ha desaparecido por “no poder contar con un técnico
de sonido”.
Vicent Climent
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OCTUBRE 2002
Generación S. XXI
Los más veteranos del lugar recuerdan la gran eclosión taurina
de la década de los cincuenta: La Edad de Oro del Toreo en Castelló.
Todos conocemos, sea por haberla vivido, por leerlas o por transmisión oral, las hazañas en el repleto coso de la avenida Pérez Galdós de
los Rodríguez Caro, Ramírez, Zabalza y Rufino. Durante casi diez años
perseveraron en su afán de ser figuras y mantuvieron las ilusiones de
sus muchos partidarios, que se deshacían en elogios para su torero al
tiempo que minimizaban las actuaciones del resto. Como los Mosqueteros de Dumas fueron cuatro y se les puede encuadrar en la misma
generación.
Con la retirada de Pepe Luis, en plenos sesenta, las vocaciones
taurinas entraron en crisis y salvo casos puntuales como Manolo Rubio
o Raúl Aranda, más en calidad de asimilados que de castellonenses, no
surge una firme promesa hasta la llegada de Álvaro Amores. Mediados
los ochenta vuelven a hacer el paseíllo en una misma terna tres toreros
que se tienen como nuestros: el mentado Amores, Curro Trillo y Juan
Manuel Cordones, un veterano novillero que tocó el cielo una tarde primaveral con un toreo de cante grande. Tiempo después irrumpieron dos
conceptos del Arte de Cúchares diametralmente opuestos. Por un lado
Soler Lázaro, que con pundonor y amor propio, tuvo un breve pero digno
paso por el escalafón superior. Por otro, Ramón Bustamante, tocado por
ése no sé qué que mandan desde arriba, pero con un carácter marcado
por la indolencia. Lo tuvo todo para ser torero de culto, pero no quiso.
Sin duda es quien ha toreado con más sentimiento de todos los que por
estos lares se han vestido de luces.
Hace un lustro, la Diputación apostó por la fórmula que tan buen
resultado daba en otras provincias y creó la Escuela Taurina. Nombró
director a Rufino Milián, un enamorado de la Fiesta que en el mundo del
toro lo ha sido casi todo. Junto a Vicente Soler, otro loco, y en tiempo récord han conseguido crear las bases para que se vuelva a soñar con fundamento. De la institución docente han salido un puñado de novilleros
con caballos con estilos diferentes. Algunos, como Meseguer y Maraya
han echado la toalla, pero los últimos han vuelto a interesar.
Como fecha del nacimiento de la Generación S. XXI hay que señalar el 18 de agosto del año en curso y como lugar Vilafranca del Maestrat. Aquella tarde volvieron a cruzar la arena tres productos surgidos
de nuestra cantera a los que analizaremos por orden de antigüedad.
Paco Ramos, tras su alejamiento voluntario, se interesó de nuevo
por los toros y el año pasado debutó con los del castoreño. Encontró
Por naturales
30
una persona que lo apoya económicamente y ha toreado casi cuarenta
festejos. Otra tema es la gestión de José Luis Cazalla, su apoderado,
que le ha hecho matar verdaderas corridas de toros sin pisar una plaza
importante y ha sido incapaz de incluirlo en ningún ciclo de novilladas
como Algemesí, Arnedo o Arganda. Un novillero con su bagaje deberá
asumir mayores responsabilidades de cara a la próxima campaña. Su
estilo variado conecta fácilmente con los tendidos y puede ser una novedad a tener en cuenta.
Miguel Calpe, con grandes vínculos familiares en Montanejos, es
todo valor. A veces le puede más el corazón que la cabeza y, como ocurrió aquella tarde, atropelló la razón y pagó las consecuencias con una
rotura de huesos. Debe atemperar sus modos y pensar que hay cosas
que se les pueden hacer a los utreros y otras no.
Alejandro Rodríguez, por contra, es un torero más frío, que entierra
los pies en la arena y no enmienda el pase. Atesora una valentía serena,
verdadera, lejos de los aspavientos en busca del reconocimiento de la
grada. Un firme valor del que se ha hecho cargo Soler en su faceta de
apoderado y al que deben prestar más atención las empresas.
Vicente Prades se presentó con caballos en su Onda natal. Casi
todo el año ha toreado sin los equinos y es un torero al que hay que esperar, ya que se ha inclinado por la calidad. En sus últimas actuaciones
con los erales se mostró más ambicioso y construyó trasteos de clase. A
medida que vaya toreando irá ganando confianza y desarrollará lo mucho y bueno que lleva dentro.
Entre los becerristas que apuntas grandes cosas se cuenta con
Jonathan Hervás, que en sus primeros pasos en la profesión asimila día
a día. Más veteranos, los pundonorosos Alfonso Valero y Joaquín Mora
siguen con las ganas intactas.
La vida hoy en día no es comparable a la de los cincuenta y es de
incautos pensar que volverán a la capital las temporadas plagadas de
novilladas. Hay otros caminos, como diversificar la oferta en otras plazas de la provincia como Vinaròs, Vilafranca, La Vall d’Alba y Onda.
No nos olvidamos del único matador en activo, Alberto Ramírez.
Tras una interesante etapa de novillero disfrutó de un doctorado de
lujo, el anhelado por muchos. Su estilo, con el tiempo, ha pasado de
la onda sevillana al de un valor inalterable apreciado en la plaza más
importante del mundo. Los contratos han disminuido durante este ejercicio, está fuera de las ferias pero ha recuperado en sus últimas comparecencias la confianza con la espada. La próxima temporada se presenta
crucial y debe perseguir un triunfo sonado en Las Ventas para salir de
su actual ostracismo.
Un puñado de becerristas, los de “el año que viene será”, soñaron
con la gloria en su no muy lejana juventud. Pero viéndole la cara al eral
en contadas ocasiones, les fue imposible romper. Hoy, algunos de ellos
son espléndidos hombres de plata que complementan a la perfección
esta generación. Los Josele, Domínguez, Carrasco o Almagro, sea bregando o con los palos, también están haciendo historia.
Vicent Climent
31
ENERO 2003
Tooro, plas, plas, plas,
tooro, plas, plas, plas
La base de la Fiesta es el toro. Es una verdad de Perogrullo, una aseveración irrefutable, la evidencia que, por consabida, se hace ocioso anunciar. Muchas veces tal certeza se pone en entredicho y la Fiesta empieza a
tambalearse. Sin un animal que emocione, muy pocos toreros consiguen
interesar. Si acaso, el puñado tocado por la Gracia de Dios, los de no se
puée aguantá pero, por fatalidad, son una especie en vías de extinción. El
resto, inmensa legión, necesitan un cornúpeta que se caracterice por su
bravura, por su codicia y su casta. Casi ná.
Castelló se ha contagiado en los dos últimos años de la moda de
presentar en su serial demasiadas ganaderías que ofrecen mansedumbre
por bravura, sopor por codicia y borreguez por casta. Es el tributo que
hay que pagar para leer bajo el nombre de la vacada el de las figuras del
momento. Éstas, repiten de manera sistemática la misma escena ante un
toro postrado a sus pies, no como consecuencia de un estoconazo, sino por
su manifiesta falta de fuerzas: endurecen su semblante, mueven la cabeza
a un lado y a otro en gesto de desaprobación mientras se lamentan de su
desgracia –”dita sea, oche”- y, al tiempo, lanzan un puñetazo al aire. Pero
al año siguiente exigirán hierros parecidos, “los propicios para el triunfo”,
dirán.
Claro que ha habido excepciones, como el encierro de Palha del 2001,
que nada quiso con los caballos pero que emocionó y equivocó al público
y a algunos aficionados que se creen - taurinamente hablando, claro está
- la Reserva Espiritual de Occidente. Por el contrario, el mejor ganadero
del momento, por más señas don Victorino Martín Andrés, trajo desde
Coria doce ejemplares que, de no ser por la A coronada que lucían en sus
cuartos traseros, jamás hubieran pasado el reconocimiento veterinario y
cuyo juego resultó un auténtico fiasco. Muy pocos gritaron su decepción.
Suceden los hechos en otra plaza más belicista y se arma la Marimorena.
Pero las gentes de La Plana son más buenas que el pan y aguantan lo que
no debieran.
Resulta paradójico que, en una tierra donde se corren por las calles
toros a cientos, en la que las comisiones de fiestas de los pueblos más pequeños son capaces de pagar verdaderas millonadas de las de antes por
aquel sobrero de Pamplona o por el morlaco que no pudo lidiarse en Bilbao
por exceso de leña, se sea tan poco exigente cuando de reclamar toros en
la plaza más importante de la provincia se trata.
A la masa que feria tras feria casi llena las gradas, le importa un pi-
Por naturales
32
miento. A unos porque han acudido a merendar y a reírse con sus amigotes, a otros porque con su asistencia cumplen un rito que no debe faltar en
la agenda magdalenera de todo buen castellonero y a algunos porque han
ido a los toreros, que no a los toros. Cuando abandonan el coso en busca
de prolongar el jolgorio, se les ve serios pero, a los dos días, todo olvidado
y, cuando apunte de nuevo la primavera, volverán con el clavel en el ojal y
la sonrisa y el habano prendidos en los labios y se disputarán las entradas
más caras de las corridas del fin de semana. Por el contrario la afición no
olvidará pero, como por número es casi insignificante, se les tendrá poco
en cuenta.
Castelló debe exigir un toro tipo, que sea reconocido con facilidad
por cualquier aficionado. Que nadie quiera leer “el de Madrid”, aunque poblaciones con menor censo que la nuestra, lo tienen – y más espectacular
si me apuran-, verbi gratia la gala Céret o la española Cenicientos. Como
plaza de segunda que es, ha de aspirar a un toro como el de Almería, pongo
por caso, que, sin ser el Buey Apis, tiene el trapío necesario para infundir
respeto a los que contemplan el espectáculo desde el otro lado de la barrera, y suficiente bravura como para propiciar el triunfo de los toreros. Un
astado con dos pitones como los parió la vaca, ni más largos pero tampoco
más cortos.
La empresa arguye que la Magdalena cae pronto, que el invierno ha
sido climatológicamente duro o que el criador les ha dado gato por liebre
o becerrote por cuatreño pero, previendo con tiempo estas contingencias,
el problema puede tener solución. Está claro que, salvo Victorino, los nombres que tiran
del abono son los de los espadas señeros, pero ante un fracaso como el de la última edición, que a nadie beneficia, se
imponen nuevas fórmulas. Así,
de bote pronto, se me ocurre
que una podría ser incrementar el presupuesto de las ganaderías en detrimento del de
los toreros. Anunciar las más
contrastadas, con espadas noveles que tengan hambre de
triunfo y dejar a los santones,
a los de ambición nula, a los
que sólo aportan sus glorias
pasadas como méritos, confortablemente arrellanados en su
sillón orejero, en el salón de su
casa, junto al silencioso teléfono. Pero, un año más, la historia tiene visos de repetirse...
Vicent Climent
33
abril 2003
¿A quién defiende
la autoridad?
¿A quién defiende la autoridad?, es la pregunta que los desamparados
aficionados se hacen a voz en grito, cuando ven lesionados de forma grave
los derechos adquiridos al comprar su entrada. A saber: un toro como lo
parió la vaca, unos diestros dispuestos a jugársela sin mirar la categoría
del coso, un espectáculo íntegro, en suma.
La autoridad, encarnada por el usía de turno, tiene encomendada
la sagrada misión de velar, con todo rigor, por el cumplimiento de lo preceptuado en el Reglamento. De ahí que casi siempre sea un representante
de la ley. Si los taurinos que de manera sistemática abrazan el fraude,
se saltan a la torera tamaña figura, no quiero pensar qué harían con un
presidente civil. Si al comisario Vicente Oliver, al mediodía del pasado 28
de marzo el entorno de El Juli –con la anuencia de Enrique Ponce, figurón
del toreo que también se anunció esa tarde–, le burló la vigilancia con un
serrucho asomando por debajo de la chaqueta, ¿qué no les harían a los vanidosos aficionados de nuevo cuño que ansían dirigir una función taurina
sin el mando y, a veces, sin los conocimientos mínimos?
Ver los pitones de un toro echando sangre a borbotones, es lo más denigrante que se puede contemplar en el ruedo, es reírse del animal más bello de todos los que pueblan el planeta Tierra y, por ende, tomarles el pelo
a los aficionados que hacen ricos a las figuritas de mírame y no me toques
que exigen esas tropelías. ¿A quién defiende la autoridad en este caso? A
lo sumo, si el escándalo es muy evidente como el que nos ocupa, envían a
analizar los pitones al único laboratorio habilitado en todo el Estado Español y poco más. La farragosa burocracia y el tiempo se encargan de borrar
de la memoria el posible delito y, al año siguiente, todos tan contentos, con
los supuestos delincuentes al frente de sus cuadrillas haciendo el paseíllo
en la misma plaza, dispuestos a enfrentarse a la ganadería de autos. De
manera excepcional, se hacen oficiales unas sanciones económicas, del
todo ridículas comparadas con la infracción, que casi siempre se archivan
por defecto de forma en el análisis o jamás se hacen efectivas.
En este punto, debería tomar cartas en el asunto la empresa, saliendo en defensa de sus clientes, los que cada primavera les llenan las arcas
–ahora de euros, antes de pesetas– y adoptar una medida ejemplar, capaz
de disuadir a los estafadores de guante ensangrentado y ponerlos a cavilar:
el veto. Si una figura no torea la Magdalena durante un periodo de tiempo
prolongado, no le supone casi nada en el total de sus ingresos. Pero si se
prescinde de ella en plazas similares, donde exigen lo mismo –Alicante,
Por naturales
34
Badajoz, Granada o La Coruña–, la cosa cambiaría, porque no podrían
amasar su fortuna sólo con los emolumentos de las grandes ferias y, al
final de temporada, las cuentas no les saldrían.
La autoridad debe tomar ejemplo de Tauro Castellón que, los días
previos al comienzo del serial, dispuso estrictas medidas de seguridad para
que nadie tuviera acceso a los corrales sin estar identificado como es debido. A los aficionados y a los periodistas que buscaban información –aunque no fueran sospechosos de portar objeto cortante alguno– un guardia
jurado les exigía un salvoconducto de la empresa. ¿Por qué no se hizo lo
mismo la mañana de autos? Antes de que saltaran al ruedo los vergonzantes remedos de toros de Victoriano del Río, corrió el rumor por las gradas
de que el padre de El Juli –don Julián López para más señas–, se presentó
en el plaza a primera hora de la mañana y que, sobre las diez, ya sabía qué
mutilados astados le correspondían a su vástago, con lo que se entiende
que el sorteo fue, como la canción de La Lupe, “puro teatro”. ¿Por qué tragó
la autoridad? ¿Por miedo a suspender la corrida vespertina? Ya va siendo
hora de que ocurra, de que se hagan públicas las fotos de los toros antes y
después del afeitado, para ver si se les cae la cara de vergüenza a los cánceres de la Fiesta, a los que presumen de taurinos cabales, los que, poco
a poco, están terminando con el espectáculo más veraz que existe y en el
que se pone en juego, nada más y nada menos, que la vida de sus actores.
Mientras esta situación sea susceptible de repetirse, habrá que convertir
los chiqueros de las plazas de toros en verdaderos búnkeres custodiados
por policías armados hasta los dientes, dispuestos a intervenir con contundencia cuando se acerque el orondo personaje de torva mirada antes
mentado u otros con similares propósitos.
El público debe exigir responsabilidades y evitar que los incapacitados para cumplir la ley hagan el papelón y den vía libre a los desmanes.
Un presidente ha de saber decir no, cuando sea preciso y un veterinario,
negarse a firmar el acta cuando las reses no estén en condiciones de saltar
al ruedo. No nos ha de valer el que “si este no lo hace, otro lo hará por él”.
Si todo el mundo vio de manera clara desde sus incómodas localidades que
los toros estaban manipulados, ¿para qué ha
estudiado cinco años
en la facultad de veterinaria Juan Tomás
Fabregat?
En la Magdalena
de 2.004, no han de incluirse en los carteles
a los que están en la
mente de todos: El Juli,
Ponce –por consentidor– y Victoriano del
Río. Lo contrario, sería
legitimar el fraude.
Vicent Climent
35
julio 2003
Toreros mediáticos
“Quien no sale en la televisión, no existe”, aseguran sin asomo de rubor los
que creen a pies juntillas que, la también llamada caja tonta, es el escaparate total, la visión cierta y real de cuanto acontece en el mundo. No se paran a pensar
que siempre aparecen los políticos de la misma tendencia, que los programas
de encefalograma plano se multiplican como los panes y los peces del milagro,
que crea héroes forjados a base del insulto procaz y del descrédito a cuantos les
rodean, que en un plis plas es capaz de arrasar los valores asumidos por el común de la sociedad y convertir a la juventud permeable en un conjunto de seres
idiotizados que repiten consignas y gestos, cual monos de las antiguas ferias.
Existen las señoras que, desconsoladas, van a llorar sus penas familiares
sobre los hombros de las presentadoras de los espacios de testimonio, los vencedores de las guerras provocadas por el oro negro, los archimillonarios futbolistas de diseño y sus esposas –eternamente vestidos de insultante blanco recalificación-, los neo cantantes que hay que encaramar al liderato en ventas…
No existen los que, de manera anónima, luchan por la paz, la solidaridad
y el medio ambiente, los científicos que buscan remedio a las enfermedades rebeldes, los escritores que no hayan muerto ese día, los pintores inasumidos por
las tendencias imperantes…
Extrapolando esta teoría al mundo del toro se han amasado tópicos tales
como que “Curro Romero era un sinvergüenza que se de dejaba vivos los animales”, “Manuel Benítez sólo sabía dar saltos de la rana” o “en Barcelona no gustan
los toros”, sin pararse a pensar que Romero alcanzó la gloria repetidas veces en
la plaza más importante del mundo, que El Cordobés tenía una zurda privilegiada y una inteligencia natural o que la Ciudad Condal daba más corridas que
ninguna otra capital. El archivo de TVE puede y debe restituir la verdad.
Hoy en día, el grueso de los teleespectadores afirma que el escalafón de
matadores se reduce a: Javier Conde, Finito de Córdoba, Rivera Ordóñez, Manuel Díaz, Jesulín de Ubrique y Ortega Cano. Coletudos cuya presencia en los
programas de cotilleo es habitual: ahora se casan, luego presentan en sociedad
a su hijo o bien ejercen de padre putativo, más tarde se separan para rehacer
su vida… Es frecuente verlos vestidos de luces en los vestíbulos de los hoteles
esquivar con evasivas las insistentes preguntas que, cual moscas cojoneras,
formulan los reporteros de calle, inasequibles al desaliento. Algunos, incluso
participan en programas concurso donde se requiere la presencia de un rostro
conocido. De ellos se sabe casi todo lo personal y muy poco de lo profesional.
Volviendo a los ejemplos: “Ortega Cano es un borrachuzo que canta “Estamos
aquí tan a gustito”, “Jesulín de Ubrique tiene una novia en cada hotel” y “Finito,
otrora amante de la Obregón, es un golfo de primera”. Nada les importan las
hazañas y los boquetes por donde se le escapaba la vida a un José pletórico de
arte, la capacidad de Jesús para despachar 160 corridas en una temporada o
el toreo al natural de Juan en su época de novillero, aunque, en la actualidad,
cierto es, que uno arrastra su inmaculado historial por plazas de pueblo, otro
Por naturales
36
está más pendiente de esquivar pseudo periodistas en busca de carroña sobre
sus allegados y el último sacrifica la calidad de su arte por la cantidad de sus
actuaciones, sin, al parecer, afectarle el hecho.
Ante la pertinaz sequía de figuras, las ferias se montan con las cartas
que quedan de una baraja mutilada de ases y reyes y, por lógica, los tendidos
aparecen semivacíos. Valga como termómetro la corrida de Beneficencia de Madrid, la más importante del año según dice la sabiduría popular: Enrique Ponce
-figurón de la última década- y dos triunfadores de San Isidro como El Califa
y Uceda Leal, fueron incapaces de acabar el papel. Inaudito en tiempos cercanos.
Durante la pasada Magdalena, fueron legión quienes se acercaron a la
plaza el día de la romería -fecha donde el público no suele asistir- ocupando tres
cuartas partes del aforo. El cartel –Jesulín, Conde y Rivera-, para un aficionado
decía bien poco, pero para los televisivos era el no va más: el marido de la Campanario, el de Estrellita y el ex de Eugenia, juntos. ¡Ahí queda eso! Toreo, lo que
se dice toreo, se vio bien poco, pero el personal salió contento al poderlos contemplar tan de cerca. ¿Cuánta gente hubieran llevado tres diestros como Pepín
Jiménez, Luis de Pauloba y Morante? Tres artistas capaces de satisfacer a los
más exigentes si intuyen que los hados están a su vera. Pues, casi seguro que
sólo a los abonados. Claro, que ni Pepín, ni Luis, ni José Antonio salen en la tele
vestidos de civil y, cuando esto sucede es, como los ladrones, de madrugada. La
televisión estatal pública tiene a bien ofrecer imágenes taurinas a altas horas,
cuando los aficionados están en brazos de Morfeo esperando la inminente jornada de trabajo. Por el contrario, los espacios rosas donde salen los mediáticos
los programan a horas de máxima audiencia. No sería descabellado colocar Tendido Cero a las diez y media de la noche en la 2 e información puntual en todos
los Telediarios, pues se trata del segundo espectáculo en número de asistentes
por lo que respecta a España. Aunque, bien mirado, se corre el peligro de que
alguien se aficione. La labor de los responsables del Ente es similar a la ejercida
por los parlamentarios catalanes y su prohibición de asistencia a los toros a los
menores de catorce años, sólo que extrapolada a la totalidad del territorio patrio
y, en consecuencia, más dañina para el futuro de la Fiesta.
Manolo Martín fue muy listo y, viendo cómo está el percal, decidió para
Vinaròs otro cartel mediático: Ortega Cano, El Cordobés y Finito. Con una campaña de publicidad inmisericorde en la que toda la comarca se dio por enterada,
consiguió la proeza de poner el “No hay billetes” en “la plaza más grande del
mundo” por lo difícil de llenar, a juicio de los nativos. Como la combinación funcionó, se vieron cosas y satisfizo al público, anuncia como cierre de temporada
al mismo Cordobés con Rivera y Jesulín.
Si la fórmula se pone de moda las escuelas taurinas tendrán que contratar
nuevos profesores en temas del corazón. Así, además de manejar con soltura los
trastos e intuir las reacciones de la res, los aspirantes aprenderán a negociar
rentables exclusivas, a hacer montajes con la actriz de moda y a sonreír de manera impostada ante las cámaras. Sólo de esa manera los que llevan el toreo en
las entrañas podrán darse a conocer.
Aunque, en pleno paroxismo, se me ocurre aprovechar a los famosotes con
aficiones taurinas y pasearlos por las plazas vestidos de luces. ¿Se imaginan
cuánta gente llevarían Máximo Valverde –matador de toros por un día- y Fran
el de GH II, aspirante a novillero? Claro que, con Pocholo cerrando terna, el
espectáculo tendría que ser sin caballos. Por el serio peligro que correrían las
rayas, más que nada.
Vicent Climent
37
octubre 2003
“Los tres han
jugado muy bien”
A Andreu i Ricard,
per la seua curiositat.
Todos los aficionados recordamos, no sin cierta nostalgia, la primera vez que acudimos a una plaza de toros. Todos, sin excepción,
fuimos acompañados por una persona mayor: nuestro padre, un abuelo, el padrino…, que ejercían de improvisados cicerones para con los
neófitos. De la mano, como si por el brazo del adulto fluyera una corriente que nos transmitiera su pasión y por el nuestro llegara a lo
más profundo del corazón, la excursión se convertía en una especie de
viaje inciático. Algunos, incluso conservan, como oro en paño, testimonio gráfico del acontecimiento. El hecho, cotidiano en otros tiempos,
resulta extraño en la actualidad: la prohibición catalana para con los
menores, la erradicación total de los toros en comunidades como la
de Canarias –que siempre se obvia, no sé por qué-, las reticencias de
ciertos progenitores que no quieren espectáculos fuertes para sus retoños pero a los que no les importa que maten enemigos virtuales en la
videoconsola o insulten fuera de sí a los jugadores del equipo rival, el
qué dirán, el transgredir normas no escritas sobre lo políticamente correcto… Resulta desolador ver los tendidos poblados –cuando lo están-,
de espectadores cada vez más mayores, sin un relevo generacional que
empuje por detrás. La historia que sigue es cierta y, con retoques, pudo
suceder en cualquier época.
Andreu es un niño de once años, curioso por todo lo que le rodea y
con una personalidad muy definida que, por ejemplo, le lleva a practicar balonmano en lugar del omnipresente fútbol o a pasar de OT’s, Los
40 y otras zarandajas por el estilo, para escuchar a The Beatles, unos
clásicos. Un buen día se da cuenta que jamás ha acudido a una corrida
de toros y se lo hace saber a su tío, un aficionado en fase escéptica.
Al hombre lo pilló fuera de juego, pero no hizo nada por disimular su
satisfacción. Ante lo avanzado de la temporada, acordaron acudir a
un festival. El tío fue a recogerlo a su domicilio y allí se quedó, nada
convencido por cierto, Ricard, su hermano pequeño, al que se le prometió que iría en otra ocasión. Los escrutadores ojos de Andreu no se
perdieron detalle de lo que ocurría en el ruedo, de tanto en tanto pedía
aclaraciones, pero, al final, le quedaron ganas de ver “una corrida donde salieran vestidos” (de luces).
Por naturales
38
Pasados unos meses, en el ocaso de la temporada siguiente, se
acopló a la agenda familiar una corrida donde ”salían vestidos”. A Ricard no iba a haber nadie capaz de convencerlo de que se quedara de
nuevo con las ganas; ya tenía ocho años y reclamó que se cumpliera la
promesa, a pesar de que pocos días antes había sufrido un accidente
escolar que lo obligó a guardar reposo en cama. Su máxima preocupación, pese a ser un niño responsable, no era faltar al colegio sino estar
recuperado para ir a los toros. El cartel, alejado de los gustos de los
del clavel y de los devoradores de prensa rosa, estaba formado por tres
modestos y una ganadería que conoció tiempos mejores.
No era cosa de descuidar la intendencia y los chiquillos cargaron
con dos enormes bolsas de pipas en las inmediaciones del coso, por
aquello del más que posible aburrimiento. El tío, satisfecho esta vez por
partida doble, se acordó de aquellos tiempos –mediados los sesenta-,
cuando protagonizó una escena similar en pantalón corto y los que lo
conducían de la mano eran su propio padre y su tío. Sólo que entonces, en lugar de pipas, llevaba rosquilletas y una cantimplora por si
apretaba la sed.
El espectáculo fue de los que cautivan la atención de principio a
fin. Sin ser un corridón, apareció el toro íntegro con los pitones como
dictó que fueran la Madre Naturaleza y no el capricho de los amigos del
serrucho; se vio torear de verdad, con series de naturales casi perfectos por su ligazón y ejecución; hubo pares de banderillas acogidos con
estruendoso clamor y también desidia y abulia en cierto coletudo que a
buen seguro dio sus últimos pasos en la profesión. En suma, un éxito
legítimo, algo de triunfalismo y un petardo que no dejaron indiferentes
a los sobrinos, que sólo reclamaron en las dos horas largas de función,
un refresco con que mitigar la sal de las pipas. Antes de que dos de
los matadores terminaran la vuelta al ruedo vitoreados por sus partidarios, el grupo bajó las escaleras con celeridad para tomar posiciones
frente a la puerta grande, por donde saldrían en volandas los héroes
de la tarde. A Ricard, debido a su altura, le sería difícil ver la escena,
así que fue elevado por encima de las cabezas de la multitud. A Ricard
le brillaron los ojos al tiempo que una sonrisa se dibujó en su rostro
cuando frente a él pasaron, camino del hotel, aquellos semidioses capaces de hacerles diabluras a los toros. Ya con los dos pies en el suelo,
el tío le preguntó qué le había parecido la corrida, a lo que imitando
la terminología deportiva, contestó un tanto benévolo: “Los tres han
jugado muy bien”.
El tío ignora si dentro de unos años –caso de que la Fiesta perviva-, contará con la compañía de Andreu y Ricard, pero de lo que está
seguro es que sus sobrinos han tenido la oportunidad de ir a la plaza
y experimentar en vivo si el espectáculo es o no de su agrado. Claro,
que mucha parte de culpa la tienen Cuca y Ferran, sus padres, nada
aficionados por cierto, pero que lejos de oponerse les han dado plena
libertad para que lo decidan por ellos mismos.
Vicent Climent
39
ENERO 2004
Solo o en compañía
de otros
La masacre de los toros de Victoriano del Río sigue trayendo cola un
año después de perpetrado el atentado contra la dignidad animal. Si todos
los litros de tinta vertidos en los papeles durante este periodo pudieran
transformarse en agua, a buen seguro los políticos hubiesen concebido
un PHN distinto. En las próximas líneas, nos dedicaremos a analizar las
consecuencias de aquellos infaustos hechos.
Roberto Domínguez, nuevo mentor de El Juli -al que todos los índices señalaron entonces como presunto inductor-, ha realizado unas declaraciones a Mundotoro.com cuanto menos reveladoras. Sea porque lo ha
traicionado el subconsciente, sea por el recuerdo de la sentencia del caso
Urquijo que encabeza este artículo o porque es imposible negar la evidencia, el caso es que el vallisoletano ha repartido culpabilidades, lo que
implícitamente significa admitir la que le corresponde a su poderdante.
Así, con el ventilador a pleno rendimiento, ha implicado a la otra figura del
cartel –Enrique Ponce-, al presidente –Vicente Oliver-, al veterinario –Juan
Tomás Fabregat- y a la empresa –Tauro Castellón-.
Sigue el ex torero, haciendo gala de una memoria tan selectiva como
interesada y detalla los éxitos más destacados de Julián en nuestra plaza,
a saber: triunfos de ley en varios festejos, el gesto de matar victorinos y
la fea voltereta que sufrió al lanzarlo uno de ellos por los aires. Y todo es
verdad. Como también lo es el pulso que su entorno echó a la autoridad el
día de la alternativa de aquel proyecto de torero de culto que fue Ramón
Bustamante, con un entradón asegurado y a sabiendas que el carácter
benéfico de la corrida pondría al usía entre la espada y la pared, como así
fue. Éste, no tuvo más remedio que tragar con los anovillados toretes de
paupérrimas defensas criados por Daniel Ruiz, efectuándose el sorteo bien
entrada la tarde porque la financiación de una buena causa dependía de
la recaudación. Y no es menos cierto que la presentación de los victorinos
en Castelló sufrió un punto de inflexión el día en que el madrileño les hizo
frente. Valgan estos argumentos para equilibrar la balanza. Termina Domínguez con una perla, tachando de ”falta de respeto” el que la empresa
no se haya puesto en contacto con él para exponerle sus intenciones de
cara a la inminente Feria. Ignoro qué entiende por tal y si calificó de alguna
manera el comportamiento de Julián la tarde de marras, al comprobar el
nulo trapío de los oponentes que asomaban por chiqueros.
Aquella noche del viernes 28 de marzo, las tertulias y los corrillos
de aficionados, eran un clamor unánime en contra de El Juli. Había que
Por naturales
40
tomar medidas para que no volviera a suceder afrenta similar. Algunos
hicieron suyo el lema de moda “Nunca mais” otros añoraron la ley no escrita que aplican los franceses en estos casos -el que la hace, la paga no
volviendo a torear en suelo galo durante una buena temporada-, las astas
se enviaron a analizar, los medios de comunicación se hicieron eco de los
acontecimientos –todos, menos el enviado de RNE que desde el palco no
pudo ver con precisión brotar la sangre de los pitones, como declaró, sin
asomo de vergüenza, en Clarín- y los representantes de clubes y peñas dieron sus opiniones encaminadas a lograr una Fiesta creíble. Todos estaban
decididos a tirar del carro de la integridad pero, unos meses después…
…Unos meses después el resultado de los análisis no se ha hecho
público. Uno reconoce ser un lego en materia jurídica y desconoce los plazos legales que se han de dar, pero es paradójico que el público asistente,
al que le dieron torete desmochado por cuatreño como lo parió la vaca,
no sepa si fueron estafados o no. Tauro Castellón, que a la postre es la
responsable última de los espectáculos que anuncia, ha decidido dar un
merecido descanso a El Juli, en postura que le honra… a medias, pues con
Enrique Ponce -mandón indiscutible, con fuerza para haber entrado en
cualquier combinación-, sí que ha contado. El argumento de que no hay
figuras que tiren del abono, aunque cierto, no convence.
Algunos de los que enarbolan la bandera de aficionado fetén y se retratan con los diestros que alcanzan el estatus de figura, se han dedicado
a taurinear, preocupándose más por las cuentas de la empresa –lo que
se ahorra al no contratar a Julián-, que por la sanción que merecen los
autores de cualquier delito. A otros les ha dado por demandar un acto de
pública contrición y… pelillos a la mar. Desconozco cual hubiese sido su
postura si en lugar de El Juli la misma acción la hubiera realizado un Juan
Perro. Ahora resulta que hay que adaptar a la jerga taurina aquel dicho
bíblico de “poner la otra mejilla, aunque sólo en el caso de que se trate de
un diestro consagrado el que dé el sopapo”.
Si el público castellonense quiere que se le respete, ha de comenzar
por hacerse respetar. Algo tan fácil
como lo que practican los paisanos
del irreductible Astérix en sus plazas, cuyas consecuencias sufrieron
en carne propia El Soro o Espartaco
cuando estaban en el cénit de sus carreras.
Retomando el espíritu del 28M, acabo con unos versos de Blas de
Otero: “Si abrí los labios hasta desgarrármelos,/ me queda la palabra”.
La única arma que esgrimen los aficionados para que nadie se atreva a
lesionar los derechos que adquieren
con la entrada.
Vicent Climent
41
ABRIL 2004
¡Hasta luego, Morante!
Morante ha dicho hasta luego. El que tenía el Toreo rendido a sus
pies hace sólo unas semanas ha decidido quedarse en su casa y renunciar
a un buen puñado de euros que le hubieran reportado los tres compromisos venteños que le quedaban por cumplir en el abono isidril. Las mentes
lógicas no lo entenderán, los corazones sensibles sí. Cosas de los toreros
de culto. Jugó muy fuerte la baza de Madrid al encerrarse con seis toros y
pasó bien poco: más de los que algunos con socarrona sonrisa enganchada
en los labios han contado y menos de los que sus partidarios esperábamos.
Las Ventas fue el Domingo de Resurrección la mismísima Maestranza: con
sus silencios, sus acompasadas palmas, su muestrario de cornúpetas –que
a más de uno le hizo pensar que estábamos en octubre y había que limpiar
los corrales– y su estrépito al acoger los contados momentos de inspiración. Por faltar, faltaron hasta los reventadores del siete, que dejaron sólo
dos unidades, por aquello de cubrir las apariencias.
Por la mañana el Parque de las Avenidas era un hervidero. Había gente guapa y pueblo llano hermanados por su condición de seguidores impenitentes del arte, por creer en lo que otros no ven. Los aficionados artistas
tienen un mucho de religiosos, profesan una fe que no está al alcance de
todos y por eso tienen que aguantar el escarnio verbal de los agnósticos
cuando pintan bastos. En esos momentos se respiraba ilusión, se hacían
cábalas sobre el número de trofeos y se suspiraba por encontrar mesa
en cualquier restaurante de los alrededores. Un imposible. La cuadrilla
regresaba del enchiqueramiento y atendía a la multitud de admiradores
que se dieron cita en el vestíbulo. Alguno de los subalternos recogía los
trastos nuevos que se había mandado hacer para la ocasión. De Morante,
ni rastro. A buen seguro se estaba tragando sus miedos y sopesando su
decisión.
El todo Madrid taurino se dio cita en Las Ventas a eso de las cinco
y media. Por el patio de caballos asomaron personajes tan dispares como
Victorino Martín –“para que no me lo cuenten”, declaró el ganadero– y Joselito, último gran triunfador en solitario en este coso, con el rostro más
relajado tras el abandono voluntario de la profesión que, solícito, atendía
los requerimientos de sus incondicionales. Ángel Luis Bienvenida, en su
sitio de siempre y en un tendido bajo del 8, Alberto Ramírez con un amigo.
Nadie se lo quería perder.
José Antonio le echó un pulso a Eduardo Canorea allá por El Pilar y
lo ganó en el último minuto al cortar un rabo al sexto de su encerrona jerezana. Jugó las mismas cartas al quedarse fuera del abono de su Sevilla,
escogió ganado de los encastes Núñez y Domecq y, a medida que transcu-
Por naturales
42
rrió el festejo venteño, se le fue desinflando el ánimo cual globo que pierde
aire de manera imperceptible, pero inexorable, por un microscópico poro.
No estuvo bien y algunos terminaron arrojándole almohadillas pero sacó
su orgullo, detuvo el paso de las cuadrillas y recibió la reprimenda él solo,
como debía ser.
Después, la decepción, el gesto adusto y la resignación convertida en
“otra vez será”, hicieron bueno el dicho aquel de corrida de expectación…
A algunos, sabedores también del descalabro madridista frente a Osasuna,
les dio por quitarse las penas a base de alcohol y, sobrepasada con creces
la hora de las brujas, de la boca de un hombretón con mando en plaza,
visiblemente cabreado y empeñado como estaba en terminar con toda la ginebra de un pub de renombre, salieron las aberraciones más grandes que
oírse puedan, arremetiendo incluso contra el Estado democrático.
En el establecimiento hostelero, ya madrugada, José Antonio Gómez
Angulo –que se despedía, muy a su pesar y por voluntad popular, como
Secretario de Estado para el Deporte–, departía con otro torero que apuntó
muy alto pero jamás disparó en la medida de sus posibilidades: Fernando
Cepeda, para quien el capote era una prolongación de sus brazos y lo mecía con toda la suavidad del mundo.
Con la temporada hecha, con un montón de contratos por cumplir,
la cabeza de José Antonio le ha gritado interiormente “¡No puedo más!”,
mientras su alma de torero le pedía seguir. Los signos se hicieron evidentes
en los pocos festejos en los que participó, empeñado como estaba en hacerles la misma faena a todos los toros, viniera o no a cuento. En los inicios
del último tercio, como si quisiera dominar unas desmesuradas fuerzas
que no trascendían a la grada, al tiempo que vencer a los fantasmas que
pululaban por su interior, echaba la muleta abajo y destroncaba a sus
enemigos. Quiso, en el último momento, anunciar una reaparición y citó a
la prensa en el sevillano hotel Alfonso XIII, pero en cuestión de horas todo
se desvaneció y prevaleció el criterio de los especialistas.
Se va Morante, muy a su pesar, a desdecir al mismísimo Machado
en aquello de vivir en paz con los hombres y en guerra con las entrañas y
armonizar la poética balanza. Pero lo esperaremos, porque le queda todo por
hacer. El Toreo necesita toreros como él capaces de ilusionar, de hacer soñar
al aficionado, de crear belleza, con sus cimas y con sus profundas simas.
Ahora mismo esto es un erial porque no queda nadie. Se fueron los Romero,
Paula, el Curro de Madrid….
y los aficionados artistas
a los que no nos importa
hacer kilómetros en pos
de unas cuantas verónicas
de las que hacen crujir las
cinturas y media docena de
naturales como los concibió quien los inventó, nos
hemos quedado huérfanos.
¡Hasta luego, Morante!
Vicent Climent
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AGOSTO 2004
Los olvidados
Los olvidados son legión: coletudos que alcanzaron cierta notoriedad,
circularon con fluidez por las ferias y, de la noche a la mañana, pasaron a
la indiferencia más absoluta, a ser devorados por las fauces de la memoria
selectiva. No se les echa de menos, parece que nunca existieron, porque la
huella que dejaron es apenas perceptible. Salvo para los aficionados de erudición enciclopédica, son invisibles al resto de la Humanidad, como lo son
los mendigos en actitud petitoria.
Los redactores del Trivial tienen en ellos una mina para confeccionar
preguntas cuya contestación está al alcance de unos pocos. Por ejemplo,
¿Quién fue Alfonso Romero? Los más morbosos contestarán que el mozo de
espadas de Salvador Vega, cogido de gravedad en Las Ventas. Otros, frunciendo el ceño y poniendo cara de pensar a tope, recordarán a aquel murciano pelirrojo que apenas hace dos temporadas hizo concebir grandes esperanzas con su toreo de calidad. En el 2001, una oreja madrileña y un rabo
al calor de sus paisanos lo pusieron en circulación. Al año siguiente, tres
paseíllos en Las Ventas en apenas dos meses, seis silencios de la cátedra, la
desconfianza de sus apoderados…y a casa. Sus números decrecieron como
el oxígeno ante el fuego inmisericorde: siete ajustes en el 2003, cuatro en lo
que va de ejercicio...
A fuerza de valor, que parecía cimentado en firmes pilares, se abrió
paso de novillero Javier Castaño. Pronto lo fichó la casa Chopera y le dio
tratamiento de figura presentándolo en los ciclos de mayor prestigio. En su
primer año de alternativa -de teórico rodaje-, firmó cuarenta y tres contratos
fallando en las plazas que dan y quitan a excepción de la Vistalegre bilbaína, donde tocó pelo con un torrealta. Casi a la mitad bajaron sus ajustes
al año siguiente, aunque estuvo presente en las plazas de influencia de sus
apoderados: Salamanca, Valladolid, Almería, San Sebastián… Cambio de representante y la espiral descendente no remontó: doce la pasada temporada
y sólo una –Madrid, tabla de salvación para náufragos desesperados- en
lo que va de ésta. ¿Le pudo la responsabilidad?, ¿no tenía la preparación
adecuada?... ¡quién sabe! Parecida suerte corrieron Jesús Millán o Domingo Valderrama, sólo que ambos tras cortar dos orejas en La Maestranza: el
maño a un Miura, el sevillano a uno de Los Bayones.
Juguemos un poco. ¿Cuándo y dónde se retiró Tono Chamaco? El reloj
comienza a funcionar… ¡tic, tac!, ¡tic, tac! Sí, hombre, sí, aquel torero pelo
pincho que, vía paterna, heredó un sentido trágico del toreo, que lo llevó la
casa Balañá y fue gente en Francia… ¡Pero si hasta un modisto de alta costura le confeccionó el traje de la alternativa!
También los hay que van y vienen, que no aceptan su situación y sueñan con ocupar lugares señeros y titulares en la prensa especializada. Son
los olvidados-guadiana. Algunos rozaron el cielo con la yema de los dedos y
Por naturales
44
por filo de su espada perdieron la oportunidad de instalarse en él. Entre estos algunos cabe citar a Emilio Oliva, muy conocido por estas tierras cuando
novillero. Cuatro orejas cuatro hubiera cortado en el San Isidro del 86 si no
se empeña en batir el record Guiness de descabellos. Una pena. Sus últimos años se han convertido en un “volando voy, volando vengo” sin tintes
camaroneros: vino en el 99 para dos ratitos, se quedó en el 2000 uno, nueva
ausencia en los dos siguientes y tres visitas de cumplido en el 2003.
Retomemos el juego. ¿He creído oír Huelva? Frío, frío. ¿Se rinden? Pues
hala, a seguir investigando que el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos.
Hace bien poco salió del ostracismo un capotero excepcional de ánimo
frágil. Unas verónicas y una vuelta al ruedo en la Villa y Corte devolvieron a
la actualidad a Fernando Cepada. Ese puñado de lances le han valido para
ajustar el 15 de agosto y la Feria de Otoño, para devolver la ilusión a sus
partidarios. La última campaña no se vistió de luces y bien pocos lo echaron
en falta. Ahora, aprieta fuertemente en su mano la moneda de la calidad, con
la que pagar al barquero el viaje hacia la orilla que nunca debió abandonar.
El mismo trayecto que emprendieron en los albores de los ochenta, ya cincuentones, Manolo Vázquez y Antoñete desde el más allá.
Varios son los motivos que hacen que un torero instalado en una posición de privilegio se derrumbe. A veces, como en el cuento, suena la flauta
por casualidad y los más optimistas echan las campanas al vuelo. En otras,
por una sola vez y sin que sirva de precedente, hacen el esfuerzo y son capaces de jugarse el pellejo sin importarles la vida. Flores de un día o, como
mucho, de una campaña. Dejen por un momento el enigma chamaquista y
anímense con una preguntita más fácil, ¿Quién fue el triunfador de la isidrada del 84? ¡Bieeen! Curro Durán, aunque luego fue incapaz de aguantar el
tirón. Lo mismo les ocurrió a los Javier Vázquez, Mariano Jiménez o Fernando Lozano, que desorejó a un toro de Aldeanueva. Los hay que impactan de
niños y después pierden frescura. Son Peter Panes en potencia. ¿Recuerdan
a aquel niño jerezano, a Juan Pedro Galán? Maravilló a propios y extraños,
hizo correr ríos de tinta para quedar casi inédito como matador. O al Niño de
la Taurina, que cortó tres orejas en Madrid con apenas diecisiete años y hoy,
hecho un hombre, da tumbos por los pueblos por si acaso.
“Ser torero es muy difícil, ser figura es un milagro”. Textual o por aproximación, es el lema que reza a la entrada de la Escuela Taurina de Madrid.
Una verdad como cien templos de la Almudena en día de regio casorio. Ser
figura, en la más vasta expresión del término, es un coto reservado para superhombres. Pero como el toreo tiene también mucho de locura, a cierto olvidado añorante de los setenta y melómano, se le escuchó dedicar a la afición
en un programa de radio “Para que no me olvides”, de Lorenzo Santamaría.
¡Riiiiing! Se acabó el tiempo. La respuesta al enigma es… Inviertan la
página y ¡ale hop!
RESPUESTA: 30 de julio de 2000 en Benalmádena (Málaga), cementerio de olvidados,
lidiando en quinto lugar un toro de la Viuda de Flores Tassara, siendo silenciado.
Compartió cartel con Francisco José Porras y Pedro Lázaro, también olvidados.
Vicent Climent
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OCTUBRE 2004
Maneras de
impartir justicia
A Ramón Mileo Dolz,
nuevo en esta plaza
La labor de impartir justicia en el mundo de los toros, de presidir un
espectáculo, es harto difícil, tanto o más que domeñar la embestida de un
morlaco de imprevisibles reacciones, aunque sin jugarse el pellejo, claro
está. Máxime cuando los usías se toman en serio su cometido e intentan
no dejar ningún cabo suelto al azar y ser honrados con ellos mismos. No
ha mucho tiempo, este mismo verano, he presenciado dos corridas en
las que han tenido dos actitudes diametralmente opuestas que no quiero
dejar pasar por alto.
Bilbao, Corridas Generales, jueves 19 de agosto y la reventa haciendo honor al mes. Dos figuras -Ponce y El Juli- y Salvador Vega, un recién
llegado que reivindicó el año anterior en el mismo ruedo un lugar entre
los elegidos, se enfrentaban a un encierro de Torrestrella. Triunfó Vega en
el 2003 en el mismo escenario y los niños de Manolo Chopera intentaron
robarle la cartera. Pedro Castillo, apoderado del novel, sacó a la luz los
trapos sucios y pudo solventarse el tema. Volvía pues Salvador al ruedo
donde dio el primer aviso de sus intenciones. Sus dos faenas fueron macizas, firmes, sin enmendar la posición, jugándose la vida a conciencia de
lo que hacía y con retazos de toreo grande. El Juli, en vías de recuperación, cortó una oreja del quinto por andar entregado, por hacer lo mínimo
que se le ha de exigir a un torero. Antes, el malagueño también había
obtenido un apéndice. Y llegó el sexto. En el palco, Matías González, un
excelente aficionado y uno de los mejores presidentes de España. Nuevo
pelotazo de Salvador que tenía a los 14.781 espectadores que afora Vista
Alegre entregados, estoconazo y…. una oreja que no le daba derecho a
salir por la puerta grande ya que en Euskadi se necesitan cortar dos en
un toro. Nadie daba crédito a lo que veía y hubo división de opiniones: los
unos se acordaron de la madre de don Matías; los otros, del padre. Las
muchas y buenas tertulias que se forman en los hoteles bilbaínos hervían
de indignación contra el señor González y se le esperaba con la metafórica escopeta cargada. Don Matías siempre da la cara y jamás rehuye las
críticas. Y a la caída de la tarde se presentó en cuantos cenáculos requirieron su presencia. La pregunta de marras -¿Por qué denegó la segunda
oreja?- fue la primera que se le hizo. Sin alterarse, el buen usía contestó:
“Porque la estocada quedó algo contraria”. Las estocadas caen contrarias
por atracarse de toro, por ejecutar la suerte suprema más allá de la pu-
Por naturales
46
reza, no por salirse de la misma o pegar un bajonazo como tantas veces
sucede. Admito la explicación aunque para nada la comparto. Así las cosas, merece igual premio el toreo de un jornalero del arado –con todo mi
respeto y admiración para tan digna profesión- como el ejecutado por El
Juli en aquella ocasión y el de altos quilates, el clásico, el que nunca pasa
de moda de un joven con futuro. Es, para que lo entiendan los gourmets,
como si la mortadela costara tanto como el jamón de Jabugo. Difícil de
asimilar, ¿eh?.
Albacete despedía el viernes 17 de septiembre, en plena Feria, a Manuel Caballero, su buque insignia. Junto al que siendo novillero abrió todas las puertas grandes de España, al que cayó en la sima tras doctorarse
y volvió a la cima por jugársela sin trampa ni cartón con los victorinos, al
que acabó siendo un funcionario más de la casa Lozano, hacía el paseíllo
su paisano Antón Cortés, un gitanito de estirpe que, sin renunciar al arte
de los suyos, puso el coraje de los payos en San Isidro y sólo el pésimo
manejo de la espada le privó de un triunfo incontestable. Caballero cruzaba la arena con la satisfacción del deber cumplido, rozando la recompensa de un merecido descanso junto a su familia; Cortés, con el alma
rota a pedazos porque el día anterior había enterrado a Carmen Vargas,
su madre. La tarde no fue lucida. Los torrestrella, la misma ganadería
que un mes antes en Bilbao, no propiciaron el triunfo de los toreros. Llegó
el quinto, Bigote, y Caballero hizo un esfuerzo por exprimirle lo poco que
llevaba dentro: le dio sitio y pausas, supo esperarlo y templó en series de
pocos muletazos. Al final, pinchó antes de dejar una entera. Puso todo
de su parte y contó con el favor del presidente, del que siento no conocer
el nombre, para salir por última vez por la puerta grande. Faltaba darle
aliento a Cortés, al de los sonidos negros. El hombre tuvo la cabeza en
otro sitio -cosa lógica- durante la lidia del tercero y se vino arriba, como
los buenos, en el sexto, combinando naturales de excelente trazo con
otros más acelerados. El presidente anónimo lo recompensó con otras dos
orejas para que ambos, el que se iba y el que se quedaba con el corazón
partido pudieran tener un grato recuerdo de esta corrida.
Con el reglamento en la mano obró con justicia el señor González y
con favoritismo el usía albaceteño pero, a veces, es necesario saber leer
el ritmo del espectáculo e interpretar libremente la norma, ser condescendiente sin pasarse, abrir la mano. Nadie le hubiese recriminado nada
a don Matías de haber mostrado públicamente el segundo pañuelo. En
cambio, ¡la que se hubiera armado si Caballero y Cortés llegan a abandonar el coso de su tierra a pie!
Lo malo, lo que ocurre muchas veces es que algunos pésimos presidentes adoptan el mismo criterio todas las tardes, sin tener en cuenta que, las reseñadas, tuvieron carácter de excepcionalidad: cicateros
algunos, los menos; verdaderas Teresas de Calcuta redivivas, los más.
Aquéllos creen que su tacañería los hace mejores, éstos le dan al pueblo,
sin mesura, lo que el pueblo pide, olvidándose ambos de formar buenos
aficionados con sus decisiones. Acaso ni ellos mismos lo sean y sólo el
afán de notoriedad les haya llevado a ocupar su asiento. Pero ésa es otra
historia.
Vicent Climent
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ENERO 2005
Solidaridad global
México agoniza en lo taurino. No hay más que ver las fotos de los chotos indecentes que Rafael Herrerías -pésimo aficionado y peor empresarioestá soltando un domingo sí y otro también en el embudo de Insurgentes.
Verlas es recordar las indignas estampas de los de Victoriano del Río lidiados en nuestra plaza en la Feria de 2003, con sus pitones estigmatizados y
todo. En tiempos no demasiado lejanos, la repercusión de tales desmanes
hubiese sido nula o casi. Nada se sabía del otro lado del Atlántico salvo
las hiperbólicas y sobredimensionadas crónicas que, con el sonido entrecortado, llegaban de madrugada a través de la radio. Todos los toreros habían estado cumbres y, cuando no se podía contar éxito alguno, era culpa
–desafortunadamente, decían-, del ganado. Pero el mundo ha cambiado
–en algunos aspectos para bien- y la información ha dado varios pasos de
gigante y se ha globalizado. Así, a través del semanario 6 Toros 6 se puede
seguir cada martes lo ocurrido un par de días antes en la capital azteca.
Las crónicas aparecidas durante el invierno están siendo fiel relato de
un rosario de monumentales estafas de las que me centraré en dos. Una,
la del supuesto ganadero Teófilo Gómez, quien envió para que Capea padre
–uno de los consentidos- le confirmara alternativa a Capea hijo, un ramillete de impresentables astados, dos de los cuales volvieron a los corrales.
Julio Delgado hizo lo propio y se tuvo que remendar el encierro con una
retahíla de sobreros con los que Ponce quiso ponerse trascendente sin importarle la deserción en masa de los espectadores. Por cierto que, una vez
más, se enfrentó a un reserva que no estaba reseñado, como aquél que le
costó una sanción de un año sin poder torear en el mismo escenario y que,
casualidades de la vida, también pertenecía al ínclito Delgado. El de Chiva
adoptó similar actitud que en la última Magdalena cuando no comprendió
por qué le habían denegado un apéndice por casi nada y entonó algo parecido a “mí, no entender”.
Juan Antonio de Labra, periodista al que no tengo el gusto de conocer, se limita a transmitir lo ocurrido y a acompañar sus palabras con
reveladoras instantáneas que hubiesen sonrojado a cualquier empresario
con un mínimo de dignidad. La respuesta de Herrerías fue lógica de acuerdo a su proceder habitual -que más adelante tendrá su espacio- y ordenó
al servicio de seguridad que requisara el material gráfico del comentarista
en el siguiente festejo. Quiso, ni más ni menos, cargarse metafóricamente
al mensajero y hacer bueno el dicho que “lo que no sale en la prensa, no
existe”, en lugar de subir el listón del trapío de las reses. Por suerte, el
periódico Récord entendió la situación y ofreció las fotos que aparecieron
en la revista española. Movió otra vez ficha el valedor del fraude y esta vez
represalió a Heriberto Murrieta -impidiéndole que retransmitiera la corriPor naturales
48
da por televisión- como responsable que es de la información taurina del
rotativo solidario. Antes habían sufrido similares vetos miembros de los
equipos de los periodistas Julio Téllez y Pablo Carrillo.
Con motivo de la despedida española de Armillita Chico aterrizó el tal
Herrerías por Madrid y se despachó a gusto declarando: “yo soy enemigo de
la prensa y de las autoridades”. Con los primeros queda claro cómo se las
gasta y pretende un reglamento más flexible, como paso previo a la erradicación del mismo, para poder campar a sus anchas. En otro orden de cosas Jorge de Jesús El Glison y el fallecido Antonio Lomelín lo denunciaron
por supuestas amenazas y Martín Arranz por falsificar su firma en sendos
contratos de Joselito y José Tomás. La réplica al apoderado no se hizo esperar y espetó: “No voy a dejar que ningún español venga a insultarme a
mi propio país”, cuando él mismo no tuvo inconveniente en vilipendiar al
Tendido 7 en una corrida que se estaba ofreciendo en directo, acordándose
de sus familiares femeninos más directos. En el reciente concurso de Las
Ventas anunció su presencia formando equipo con Paco Dorado pero, por
suerte para la salud mental de la afición madrileña, desistieron a última
hora.
No se opone a la Fiesta en México un partido separatista a quien
echar la culpa de sus males, ni ningún iluminado que arremeta indiscriminadamente contra ella a la mínima oportunidad. Bastante tienen el
Frente Zapatista de Liberación Nacional y el sub-comandante Marcos en
buscar con ahínco la anhelada justicia social para Chiapas. El cáncer,
esa enfermedad que la ha dejado postrada en un estado comatoso, hay
que buscarlo entre los que dicen defenderla, entre los que sólo pretenden
el lucro indiscriminado sin importarles dejarla abandonada a su suerte y
convertida en un erial improductivo donde no pueda crecer la esperanza.
Los enemigos del espectáculo más apasionante que conozco –y a la vez los
más peligrosos- están dentro y se camuflan bajo el término taurino, confundiéndose con los que lo son de hechos y de corazón. Y no hay que irse
tan lejos para encontrarlos. Todos
forman el tumor que se ha de extirpar
con rapidez para que la enferma recobre la salud perdida. Sujetos como
el descrito serán los responsables de
rendir cuentas cuando todo acabe, si
no se le pone remedio con una regeneración que la haga creíble. De lo
contrario habrá que retomar el título
de un emotivo libro y, con el permiso de Juan Soto Viñolo –enamorado
de todo lo mexicano- ampliarlo hasta
“Un millón de veces llanto”. Por eso,
desde esta orilla del Atlántico, vaya
mi solidaridad con los notarios de la,
por ahora, triste realidad. ¡Ya basta!
¡Viva la libertad de expresión!
Vicent Climent
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ABRIL 2005
El honor y la gloria
El héroe ha muerto. Lo han matado los defensores de una Fiesta de
mentira, aliados intelectuales, por aquello de que los extremos se tocan,
de los pseudodemócratas de Esquerra Republicana de Catalunya. La épica
y la leyenda han ido siempre ligadas a la Tauromaquia. Por valientes, se
escribieron romances a El Espartero, se cantaron las hazañas de Desperdicios, las instantáneas levantaron acta notarial para la posteridad de
los cataplines de Fuentes Bejarano al no soltar estoque ni muleta cuando
permanecía prendido de los pitones íntegros de un toro. No fueron grandes
figuras pero tuvieron su sitio y su minuto de gloria.
Ahora también los hay; toreros de una vez capaces de resolver los
problemas planteados por el sentido y la casta de las bestias a las que se
enfrentan. Por ejemplo El Fundi, que en la última de la Magdalena se la
jugó con dos victorinos de los de antes y les pudo. Sorteó mil y un derrotes
sin perder los papeles, se quedó en el sitio y toreó al uso –como mandan
los cánones tradicionales-. Estuvo hecho un tío, pero el ídem del palco, el
señor Mancebo, desoyó el clamor del pueblo soberano. Sea por no comulgar con el valor aguerrido o porque no es propenso a las emociones fuertes,
se negó a mostrar el pañuelo blanco. Dos vueltas tuvo que dar el de Fuenlabrada en las que recogió el cariño y la admiración del público. El otro
regalito le partió el muslo y, sin darle importancia al percance, permaneció
en el ruedo como si tal cosa. Ablandado el corazón, el presidente concedió
la oreja al tiempo que, con su actitud anterior, le negaba una salida en
hombros merecida y necesaria para el devenir de su temporada. Quedaban
los premios de los clubes y peñas para restañar la afrenta pero, unos por
no ser el triunfador numérico del serial, otros por conceder el suyo a la
mejor faena o por indefinición de los galardones, el nombre de este héroe
del siglo XXI sólo apareció en dos: La Revolera y la Asociación de la Prensa
Taurina. Los custoriadores de la integridad simplemente se olvidaron y no
pusieron en práctica su discurso tantas veces escuchado. Los que buscan
notoriedad en el acto de entrega optaron por diestros más conocidos para
atraer el máximo de gente a la cena. Que nadie pretenda entender que
César Rincón no estuvo a la altura. Mas, con todos mis respetos para un
diestro legendario, no es lo mismo hacer lo que hizo a un jandilla que a un
toro orientado.
Poco después, en València, plaza de primera según la normativa vigente y otra vez con los victorinos, llegó el agravio. Lo sufrió Luis Miguel
Encabo, otro madrileño profesional a carta cabal. Fue Soberbio un astado
que hizo honor a su nombre, que labró la arena con los pitones, se dejó
torear de capote y desarrolló un torrente de bravura. Luis Miguel lo cuajó, lo llevó largo, con temple, y, cosa nada fácil, estuvo a la altura. Cual
Por naturales
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no sería el clamor que el tiro de arrastre tuvo que restituir el cadáver del
toro a la plaza para que recibiera un unánime homenaje aunque los prestidigitadores de Canal 9 -televisión pública al servicio de unos pocos que
pagamos y sufrimos todos los valencianos sin excepción-, se rasgaron las
vestiduras y arremetieron contra la decisión con vehemencia, la misma
que obviaron para descalificar la chotada que un indigno ganadero como
Juan Pedro Domecq había echado la tarde anterior en la que toreaba su
amigo Ponce. Cierto que Soberbio escarbó, que no hizo una buena pelea
en el caballo, pero no lo es menos que fue una máquina de embestir. Si
hubiera que elegir entre la suerte de varas o ejemplares como el que nos
ocupa, un servidor no tendría inconveniente en quedarse con el bóvido,
so pena de excomunión y permanecer de por vida en pecado mortal. Claro
que el noventa por ciento del escalafón tendría que colgar el traje de luces
y buscar otras ocupaciones y los supuestos comentaristas taurinos no tendrían tiempo de contar los buñuelos que se meten entre pecho y espalda
durante la transmisión o de hacer publicidad descarada de sus negocios
particulares. La Diputación de la provincia vecina se dio prisa en fallar
los premios que concede en cada ciclo. Triunfador, Enrique Ponce por inventarse dos toros que no existían. No es de extrañar la decisión cuando
el noble ganadero –por lo que a títulos nobiliarios se refiere-, declaró días
después en el excelente programa de Canal Sur Toros para todos y, sin
vergüenza aparente, que a sus toros “hay que esperarlos, darles confianza
al principio para que se crean que pueden ganar la pelea”. Uno siempre ha
pensado que el toro es una bestia irracional de la que ha de cuidarse el
torero con su inteligencia, pero resulta que durante mis cuatro décadas
de aficionado activo he estado equivocado y es al revés: setenta kilos, un
trozo de tela y una espada, son más temibles que media tonelada con dos
guadañas. ¡Vamos, no me joda!
El Fundi y Encabo, Encabo y El Fundi, que tanto monta, han reivindicado con sus actuaciones una Fiesta íntegra, para toreros machos, que por
desgracia no está de moda y muy pocos
quieren que vuelva a tener vigencia. Como
muestra, el botón de La Maestranza convertida en una feria de atracciones: en
la tómbola del palco se concedieron dos
orejas por meter el pico sin rubor o por
matar después de un pinchazo y perder
la muleta. Por no faltar, no faltó el tiovivo
en que se han transformado las mulillas
dando la vuelta al ruedo a buenos, que
no excepcionales toros de Domecq, tarde
tras tarde. Incluso en un éxtasis alucinatorio colectivo –por fortuna minoritario-,
se pidió un indulto.
¡Honor y gloria para vosotros, Luis
Miguel y José Pedro, toreros machos!
Vicent Climent
51
JULIO 2005
Pagar para ver
¿qué y dónde?
Los toros -la gente que maneja los entresijos al menos- siempre han
tenido al fútbol como punto de referencia, como espejo en el que mirarse
para concitar a las masas en las plazas, para vender imagen y sacar pingües
beneficios con la mercadotecnia. Los toros y el fútbol, hoy por hoy, están a
distancias siderales el uno del otro. Comenzando porque el balompié no tiene
detractores a nivel mundial y son legión los practicantes, millones los seguidores puntuales de las noticias que genera su equipo, los lectores de prensa
diaria especializada, los compradores de cualquier objeto de culto –sin pararse a mirar el precio- que, muestran una camiseta o una bandera al resto de la
humanidad vanagloriándose de su filiación. El fútbol, a pesar de los intereses
creados y de las polémicas derivadas, es un orgullo. En cambio los aficionados a los toros estamos mal considerados, incluso algunos indocumentados
nos equiparan con los maltratadores de género, y la tauromaquia carece de
estructuras parecidas. Si alguien dijera que el deporte del balón pasa por una
crisis, pensaríamos que no está en sus cabales. En cambio, si afirmamos lo
propio de la tauromaquia, fruncimos el ceño y nos preocupamos gravemente
y con razón.
Viene al caso la reflexión anterior a raíz del novedoso invento –traslado
de una fórmula ya existente en el fútbol, para ser fieles a la realidad-, del
PPV taurino propuesto por la plataforma televisiva Digital +. En primer lugar
habría que cambiarle las iniciales por PDVPV –Pagar Dos Veces Para Ver-. En
ambas modalidades, la del cuero y la de los cuernos, es condición sine qua
non estar dado de alta en la citada sociedad para tener derecho a comprar el
partido o la corrida. Se paga, pues, mensual y puntualmente por algo que,
hasta hace bien poco se tenía gratis. Falta una cultura de pasar por taquilla y
dejarse unos euros para presenciar un enfrentamiento en el que jueguen los
culés o los merengues –el resto no interesan a casi nadie-. De ahí que el españolito medio, en el mejor de los casos, busque almas gemelas ante el televisor
de un bar o se las ingenie con aparatos conseguidos bajo mano para captar
la imagen de manera ilegal.
En el fútbol, desde la primera jornada, se suscita emoción. Un equipo
con aspiraciones no puede descolgarse del líder y está sometido a continuas
presiones para vencer al oponente, por potente que éste sea. No valen ni el
empate ni las especulaciones. El espectador cree que lo que pasa es de verdad
y que, coparticipe de una pasión, incluso a él le va la vida en cada pase, en
cada tiro a puerta errado por los suyos. Por el contrario los toros inducen al
escepticismo: los pitones están afeitados, el torero no se entrega y ha ido a
pasar la tarde, el presidente es un blando y el público no tiene ni idea.
Los dos primeros intentos realizados hasta ahora –la presentación de
Por naturales
52
Joao Moura hijo en Las Ventas, junto a su padre y Pablo Hermoso, y el mano
a mano de Santander entre Rincón y El Cid- han deparado unos resultados similares: alrededor de 25.000 abonados han cotizado 6 euros en cada
ocasión, lo que arroja un total de 300.000. No es para tirar cohetes pero los
programadores, al menos de boca para afuera, piensan seguir.
Acontecimiento fue el espectáculo de rejones: la primera plaza del orbe
taurino recién terminado San Isidro, la máxima figura a caballo, un veterano
que venía a presentar a su retoño… Además fue un domingo sin fútbol… y
con las vacaciones aún lejanas. El día de Santiago apretaba el calor, muchos
aficionados habían buscado mitigar los rigores del termómetro lejos de sus
residencias habituales, algunas comunidades celebraban un largo puente…
La víspera, en el programa que Manolo Molés dirige en la SER, se escucharon
estas consideraciones y hubo llamamiento general a la suscripción, similar al
que el Tío Sam hacía a los jóvenes yanquis para que se alistasen al ejército:
“¡Cómprala, la Fiesta te necesita!”. Por otra parte, un motivado César Rincón
aceleraba una recuperación prevista para tres semanas y la dejaba en cinco
días. Tenía puestas las miras el colombiano en la capital cántabra, no en los
compromisos anteriores, y tuvo que ser sustituido por el niño de Manzanares
el viernes en Roquetas de Mar y por El Cid el sábado en La Línea. La pregunta
que, por pura lógica se impone, es si hubiera hecho el esfuerzo de jugarse la
vida sin estar a punto de no ser televisada para unos cuantos contribuyentes.
Infiltrado, a pocos minutos de hacer el paseíllo, se le vio muy mermado de
facultades y corriendo un peligro añadido ante toros que lo apretaron varias
veces. Santander ,con todos mis respetos para una feria que va a más y que
debiera hacer recapacitar a los empresarios de su categoría, no deja de ser
una plaza de segunda sin peso específico dentro de la temporada para dilucidar el cetro del toreo. Los que presenciaron el espectáculo in situ dieron la
verdadera dimensión del coso valorando, por encima de las faenas de El Cid,
el matar con rapidez. Mas había que vender el éxito por encima de la realidad
y, así, un pitón abierto como una alcachofa estuvo menos de un segundo en
pantalla y no volvió a aparecer, se sobredimensionó lo que hicieron los toreros
y se exageraron los defectos de los toros de Jandilla –que tuvieron muchos,
pero no tantos como para resultar insalvables-. A César y a Manuel Jesús se
les dio la oportunidad de explayarse ante los micrófonos, en cambio, a Borja
Domecq -presente en un burladero con su alter ego Ricardo Gallardo-, se le
ninguneó. Un servidor recuerda la época combativa de Molés desde las páginas del extinto diario Pueblo o codirigiendo el convulsivo zoom y la estridente
música de Revista de Toros y no lo reconoció. Del “nada sirve” que pregonaba
antaño ha pasado al “todo vale”. ¡Vivir para ver y oír!
La fórmula, no obstante, puede ser factible adaptándola a lo que realmente interesa. Por ejemplo, el Domingo de Resurrección en Sevilla jamás
ha sido televisado, el no hay billetes en el coso del Baratillo está más que
asegurado y la reventa funciona a todo tren. Otrosí digo de la Goyesca de
Ronda pese a la obligada presencia -dicho sea de paso y sin ánimo de ofender- de Rivera Ordóñez, uno de los toreros más malos que circulan por ahí,
con permiso de su hermano Cayetano. O, en el otro extremo, el del torismo,
la presentación de Victorino en Pamplona podía haber sido un objetivo para
este año. O la corrida del de Galapagar en la Aste Nagusia bilbaína. Pero, en
este caso, TVE les ha ganado la mano y la veremos de balde.
Vicent Climent
53
OCTUBRE 2005
Un trocito del todo
Escribía un servidor unas páginas atrás, a propósito del inesperado
adiós de Morante, que lo íbamos a esperar “porque le queda todo por hacer”.
No ha sido fácil para José Antonio vestirse de nuevo de torero y luchar, al
mismo tiempo, con la enfermedad que le trastorna la realidad. No ha sido
fácil, pero lo ha conseguido. Volvió a principios de año y, los que tuvieron
la suerte de verlo en la inauguración del coso de Espartinas, hablaron y
todavía no han acabado de sus excelencias con capote y muleta. “La mejor
faena de su vida”, proclamaron sus más acérrimos partidarios. Por suerte,
en este 2005 ha habido muchas “mejores faenas de su vida” y, sin ir más
lejos, aquí al lado, pudimos comprobarlo en directo el 9 de octubre.
En la hora del adiós, el empresario Alejandro Sáez y los suyos programaron un festejo en el que pocos apostaban por el de La Puebla. Mano a
mano de resucitados, de toreros que han reivindicado con sus actuaciones
una mejor condición este año, con un Juli que jugó fuerte con los hierros
más bravos del encaste Domecq, los que estaban en mejor forma, y Morante, que se buscó tres a modo de sus posibilidades. Se medían en buena
lid la fuerza y la sensibilidad, lo previsible y lo impensado, la mente clara
y el alma desgarrada, la Tierra y el Cielo, en suma, dos conceptos de una
misma disciplina: la Tauromaquia. Y salió Morante de caña y oro…
Esta que nos ocupa fue la faena de València pero hubo otras en Jerez, por mayo, o en el Corpus de Granada. Y así, vestido de caña y oro con
cabos de negra depresión, nada más hacerse presente en el ruedo y para
que no hubiese la más mínima duda sobre sus intenciones, le dio por lancear a la verónica a Vivaracho de Luis Algarra. Y lo hizo con la parsimonia,
con la lentitud, con el temple de los artistas excelsos en las ocasiones de
postín. València, plaza que tiene bien ganada fama de morir por los toreros
honrados –los de la cantidad por encima de la calidad-, se rindió al sevillano y explotó en clamor. Los morantistas, llegados desde toda España, se
descubrieron repartidos por los tendidos: unos se echaban las manos a la
cabeza, otros exhibían, temblorosos, recortes de prensa doblados en cien
pliegues que atestiguaban y daban fe de aquello que tanto gusta a los taurinos, el “yo estuve allí” y todos, sin excepción, se emocionaron a una…
Emocionó la faena de València como antes lo hicieron las de Granada,
una vez más, y Aranjuez, por San Fernando.
Pajarraco, de Núñez del Cuvillo, que hizo tercero, poseyó la cadencia
precisa para que su matador creara arte del grande, del que no se olvida
con facilidad. Esta vez fue con la muleta y el trasteo tuvo la virtud de que
nadie, ni el propio Morante, sabía qué iba a suceder un pase después. Los
naturales los dibujó perfectos porque, sinceros, emanaban de su corazón
de artista en pleno proceso de creación. No fue un trasteo rumboso en du-
Por naturales
54
ración pero sí en intensidad, capaz de dejar exhausto al más exigente con
un puñado de pases. Además evocó a dos toreros muy grandes con los que,
al parecer, tiene línea directa: Juan Belmonte y Rafael El Gallo. Le hizo hilo
el toro al finalizar una serie, se le pegó a la tela y, andándole con parsimonia, como si fuera lo más normal del mundo, salió airoso enroscándose a
la fiera en un molinete patentado por el de la calle Feria. Los arabescos con
que remató las series tuvieron el poder creativo del genial hijo del señor
Fernando. En este punto, la plaza estaba loquita de emoción, supongo que
como meses antes lo estuvieron las de Alacant, El Puerto o Sanlúcar.
Sólo faltó consumar la obra con una estocada de antología, pero no
fue así y a nadie le importó. ¡Cómo nos iba a importar con lo que habíamos
podido contemplar! Un aficionado entrado en carnes, en un intento de
sacarle punta a todo, comentó que si la corrida se anunció mano a mano,
lo lógico es que el otro espada hubiera cumplido tan engorroso trámite por
estar más ducho en estos menesteres. ¡Hay gente para todo! Morante estaba en su mundo, muy distante del terrenal que ocupábamos los que nos
rompíamos las manos aplaudiendo, y no tenía intención de abandonarlo,
absorto en sus pensamientos como andaba. Lo hizo un momento, justo
para esbozar una tímida media sonrisa e inclinar el tronco hacia delante, en señal de agradecimiento, recreando el gesto de Manuel Rodríguez
cuando se presentó en El Toreo de la capital azteca. La de València fue una
faena grande e inolvidable, aunque algunos se quedan con la de Cehegín,
Salamanca o Barcelona.
Después volvió a lo suyo y no le dio tiempo de reaccionar cuando
se hizo presente Avileño, de Fuente Ymbro, sustituto de uno de Gavira.
Hubo cierta inhibición pero, a ratos, dejó su sello. No había lugar a más.
La temporada debía ser
clausurada en ese punto y, de manera particular, así lo hice. ¿Para qué
más si tuve el privilegio
de contemplar un trocito
del todo?
Morante, en su gloriosa vuelta, ha destrozado algunas teorías enquistadas desde hace siglos.
Una de ellas, la que reza
que los toreros con ángel
no pueden ser regulares
en el triunfo. Él lo ha sido
y vuelve a ser el referente
de los aficionados artistas. Pero todavía le queda
mucho por hacer y seguiremos esperando un milagro cada tarde.
Vicent Climent
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enero 2006
Las sirenas cantan
en los toros
Las sirenas, según Homero, son personajes mitológicos que con
sus embaucadores cantos llevan a los navegantes que surcan el Mediterráneo a una irremediable perdición. Cuenta el narrador heleno en su
famosa Odisea que, una vez terminada la guerra de Troya, Ulises emprende con sus hombres el camino de regreso a Ítaca. Sabe que ha de
pasar cerca de las islas donde moran esas aves con cabeza y pecho de
mujer -que nada tienen que ver con la forma asumida en la actualidady encomienda su suerte a la hechicera Circe. El astuto héroe, tirando de
ingenio, recurre a una estratagema para escuchar y satisfacer su curiosidad y no ser atraído por las melodías que darían con la embarcación
y sus tripulantes en los arrecifes. Para ello pide a los marineros que lo
amarren sólidamente al palo mayor de la nave y, a continuación, sellen
sus oídos con cera. Pronto se escucha el canto melodioso y desgarrador
que hace un sinfín de ofrecimientos irrechazables. Ulises pide a gritos
ser desatado pero sus hombres no pueden oír sus ruegos y, de este
modo, salvan la vida.
El mundo del toro reproduce constantemente, aunque con final
menos feliz, esta historia nacida en Grecia a caballo entre los siglos IX
y VIII antes de Cristo. Tanto tiempo después todavía no se ha asimilado
la enseñanza y muchas naves rotas vagan sin rumbo fijo a la deriva.
A veces, el canto de las sirenas es el de algún apoderado prometiendo
una suculenta exclusiva y una cuenta corriente rebosante de parné;
otras son los empresarios quienes en la plica de los concursos para la
concesión de las plazas ofrecen cifras estratosféricas. A la postre, algún
incipiente torero o la propiedad de tal coso sufren las consecuencias.
Ejemplo del primer supuesto. Acaba la temporada 2005 y cierto
matador manchego de novísima alternativa corta una oreja en Barcelona y otra en la feria de su pueblo. Los taurinos profesionales, ante la escasez de figuras, se interesan por su indudable calidad y a las primeras
de cambio rompe con el apoderado de toda la vida que, decepcionado
por la decisión, declara estar “fastidiadete” por los cuatro años de lucha
y sinsabores que no le han reportado beneficio alguno. Al taurino de
vocación no es la primera vez que le ocurre y su olfato de buen sabueso
le guió en su día hasta una figura gozosamente recuperada, un torero
en vías de ello y una promesa que quedó en eso, cuando estaban al
principio de sus carreras. Tajante, afirma que es la última vez que le
pasa porque el diestro en cuestión es el que le ha colmado el vaso de la
paciencia.
Por naturales
56
Primer ejemplo del segundo supuesto. Una plaza de primera categoría, de titularidad pública, anuncia nuevo concurso. Cuatro empresas
concurren con aspiraciones de hacerse con la gerencia de la misma. La
oferta de espectáculos entre ellas difiere en lo accesorio y el organismo
competente opta por primar la parte económica. Sorprende que la sociedad que al cabo gana ofrecezca 356.000 euros más que la segunda por
cada temporada, aparte de un incremento del 12’25 % de los ingresos
brutos por televisión con relación a su inminente seguidora. A nadie de
los que se han quedado fuera les salen las cuentas y con la temporada a
punto de comenzar aparecen los primeros síntomas de que a ellos tampoco. Se dice en los mentideros taurinos que la oficialidad de las combinaciones se retrasa y que los políticos que han elaborado el pliego no lo
ven claro y por eso no acuden a la presentación de los carteles, como es
su costumbre. Alguien, en este punto, se acuerda de la efímera gestión
de don Diodoro Canorea en Las Ventas cuando ofreció en 1979 la nada
despreciable cifra de 161 millones de pesetas de la época y cómo tuvo
que asociarse con José Luis Napoleón Berrocal al año siguiente.
Segundo ejemplo del segundo supuesto. Aquí mismito, Tauro Castellón acaba contrato con la propiedad. En este 2006, Patón y Torres deben afrontar un canon que ronda los 435.000 euros. Las últimas ferias
no han podido tener peor balance pecuniario: el cambio de fechas, la
meteorología... además de que cierto escándalo con las figuras vestidas
de luces influyera lo suyo. Se dice en los cenáculos especializados, generalmente bien surtidos de información privilegiada, que un grupo empresarial de la tierra, ajeno al mundo del toro, ofrece 600.000 por cada
año. El número resulta mareante teniendo en cuenta que la temporada
se circunscribe a la semana de fiestas. La oferta, de ser aceptada por
el vasto consorcio de propietarios, puede acabar como el dicho de “Pan
para hoy...” Patón ha manifestado en múltiples ocasiones que su intención es jubilarse en Castelló, siempre que las condiciones económicas se
lo permitan, y quiere zanjar la cuestión antes que el primer toro asome
por chiqueros el próximo 19 de marzo. Para ello esgrime unos resultados que inclinan la balanza de más de una década de gestión hacia el
plato de lo positivo: carteles imaginativos como los mano a mano entre
Jesulín y Cristina o el de Joselito y José Tomás; corridas de grato recuerdo como las de Victorino, Palha o Baltasar Ibán que terminaron con
la parroquia puesta en pie y una Magdalena 2006 que, sobre el papel,
ilusiona...
La propiedad tiene otra preocupación que resolver, ya que el Ayuntamiento de Castelló anda muy interesado en desbloquear la insostenible situación del inmueble cuyo deterioro físico resulta evidente. Sobre
la mesa hay un proyecto de cambio de usos para poder alzar un bloque
de viviendas en los terrenos que ocupan las taquillas y la enfermería. A
cambio, con la plusvalía, se derribaría la valla y se rehabilitaría el interior. Y esta oferta, les puedo asegurar que nada tiene que ver con los
sensuales personajes creados por Homero.
Vicent Climent
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abril 2006
El triunfo de Ponce en
Sevilla y otras consideraciones
Ponce triunfó en Sevilla con la rotundidad de los número uno. Éxito
incontestable del valenciano, de los de verdad de la buena, de los que permanecerán en el recuerdo de cuantos tuvimos la dicha de presenciarlo en
directo, de los que entran en el libro de honor de La Real Maestranza de
Caballería para ocupar una de las primeras páginas.
Esa tarde de abril, cabe el Guadalquivir, se conjuraron todos los factores necesarios para que la gesta se consumara: el marco de una plaza
primorosa llena a rebosar; la emoción de los toros de Zalduendo, que aportaron una casta imprevista y unas claras intenciones de hacer daño; la
disposición del torero que puso su vida a disposición de la Providencia en
el tapete color albero; la inspiración…
El primero le quiso arrancar la cabeza y provocó que asomara el Ponce poderoso que, guiando su muleta con mano firme -de arriba abajo, de
fuera adentro, de adelante hacia atrás- consiguió domeñar las malintencionadas embestidas de la fiera. En esos momentos se me vino a la mente
aquella expresión –“Se le supone”- que figuraba en las cartillas militares y
que daba por hecho el valor de los que fuimos soldados a nuestro pesar, lo
que era mucho imaginar. El valor probado se personificó en el ruedo porque Enrique tenía muchísimo que perder y no estaba claro que tanto a ganar. En el otro se vio una dimensión desconocida del de Chiva: la de artista
que gustó gustándose. El toro tampoco se lo puso fácil y, antes de relajarse
y darse a la creación, tuvo que emplearse a fondo para quitarle resabios.
Los tendidos y las gradas se hubieran poblado de pañuelos peticionarios
de orejas de haber manejado los aceros con igual acierto que las telas.
Servidor -que jamás ha sido poncista y por ahora no tiene intención
de apostatar de sus creencias para solicitar el ingreso en las filas de una
religión que siente como ajena, como más adelante justificará-, en el hipotético e improbable caso de haber tenido poder de decisión, le hubiera
concedido, como poco, cuatro orejas y un rabo. La recompensa era de ley
y se ajustaba a derecho, pero el matador presentó a la consideración presidencial la mácula de unos cuantos pinchazos y un puñado de yerros con
el descabello, y aurículas y cola se perdieron por la puerta grande pegadas al tronco del toro. Lo cierto es que a nadie le importó el hecho porque
las vueltas al ruedo fueron, en verdad, clamorosas. Se tomó su tiempo el
matador y se dio un baño de multitudes para disfrutar de lo que se había
hecho merecedor, del reconocimiento unánime y popular. La segunda, ya
en solitario y caminando aún más despacito, lo encaramó al Olimpo de las
Por naturales
58
deidades hispalenses de una vez por todas, con una atronadora ovación siguiendo sus pasos. Lo que sucedió el viernes 21 de abril, no tiene ni punto
de comparación con su única salida en hombros por la Puerta del Príncipe.
Servidor, que también la contempló en directo en la tarde del adiós de Litri,
puede dar fe de que los aplausos fuertes se los llevó Miguel -que se marchó
a pie- y los aficionados catedralicios pusieron muchos peros al hecho.
Los poncistas de toda la vida han argumentado que su torero no tiene
necesidad de entregarse totalmente, de pisar a fondo el acelerador porque,
a medio gas, le basta para ser el primero en lo suyo. Se conforman con
figurarse la dimensión que podría alcanzar y se quedan tan panchos. Uno
no se imagina a los seguidores de Fernando Alonso, el asturiano, o de
Michael Schumacher, el teutón, dando saltos de alegría mientras su ídolo
consume vueltas por esos circuitos a 80 por hora, manejando el volante
con la mano derecha mientras el brazo izquierdo reposa tranquilamente en
el borde del coche ligando bronce, como si de un dominguero cualquiera se
tratara. En el riesgo de un adelantamiento, en la precisión de un frenada,
en la incertidumbre de una elección de neumáticos, en la rapidez de un repostaje, se generan las emociones necesarias para que los de las banderas
azules con una cruz en medio y los de las rojas con un caballo rampante,
descarguen adrenalina y se sientan atraídos por un deporte que les obliga
a hacer muchos kilómetros por todos los autódromos del mundo tras de
su ídolo.
Ponce ha caído demasiadas veces en la tentación de la comodidad
–aquí en Castelló podemos dar fe en una interminable lista de fracasos
ganaderos-, en imponer en los carteles los toros de sus amigos aun a sabiendas de que no atraviesan ni de lejos su mejor momento, en tropezar
dos o más veces con la misma piedra -caso de los anovillados y descastados toretes de Juan Pedro Domecq en València el día de San José de los
dos últimos años-, en hacer creer que Samuel Flores es una ganadería
torista cuando en realidad son mastodontes con descomunales defensas y
un alma de nobleza que no les
cabe en el corpachón. Este
Ponce, a servidor no le interesa ni tanto así y por eso
prefiere el cara o cruz de los
genios, las faenas que tengan
un poeta para cantarlas aunque estén demasiado esparcidas en el tiempo, los toreros
de corta, pero intensa carrera. El viernes 21 de abril los
hechos me hicieron rectificar. Lástima que cuatro días
después –martes 25-, en la
misma Maestranza y con los
sonrojantes juampedros de
por medio, todo volviera a ser
Vicent Climent
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julio 2006
El entorno
El culpable de todos los males del Barça, en acertada opinión de Johan
Cruyff cuando dirigía las riendas del primer equipo de fútbol, era el entorno.
Y lo sigue siendo. El Holandés Volador englobó bajo esta denominación a
cuantas personas rodean este poderoso club con la intención de hacer notar
su voz, muchas veces con propósitos poco claros, cuando el rumbo de la
entidad está enderezado. Un ejemplo ilustrativo en el momento de redactar
este artículo son los tira y afloja entre los pre-candidatos a las elecciones
previstas para septiembre: me presento, no me presento pero... El entorno, del que algunos abandonan el anonimato argumentando un desmedido
amor por los colores para conseguir su minuto de gloria en los siempre receptivos medios de comunicación, ha frenado el desarrollo culé y, con sus
salidas estentóreas, perturbado en múltiples ocasiones la tranquilidad del
vestuario, indispensable para rendir al cien por cien en unas competiciones
de máxima exigencia, provocando que más de un título pasara a engrosar
las vitrinas de algún rival directo. Como consecuencia, sin que se pudiera
evitar, se generaba una sensación de desasosiego y de victimismo que aceleraba el nerviosismo y la ansiedad. Las ganas por hacerlo bien no se veían
recompensadas y aparecían los complejos. Las prisas son desaconsejables
en muchas facetas de la vida. Según un aserto taurino, son propias de ladrones y de malos toreros.
Los toros, en el aspecto que nos ocupa, no difieren demasiado del F.C.
Barcelona. Algunos coletudos, una vez conseguido su estatus de figura, lo
mantienen largo tiempo por la estabilidad emocional en la que se envuelven. No se puede uno jugar la vida y estar pensando al mismo tiempo en
las cuestionables liquidaciones del apoderado o en quién le hace tilín a su
despampanante señora. Pero, por desgracia, no es lo habitual y matadores
con un futuro esplendoroso dejan tiradas en el camino sus ilusiones por no
estar centrados en su profesión.
El entorno es como una matriuska en la que los lituanos esconden la
muñeca más pequeña, el torero, dentro de otras mayores que la protegen
del exterior. La más inmediata es la familia, siempre dispuesta a echar una
mano pero teniendo muy claro hasta donde han de llegar sus funciones para
dejar paso a los profesionales. Don José Camará, en tono irónico, pedía el
certificado de defunción de los padres de los toreros a quienes apoderaba.
En este punto recuerdo a un miembro del citado colectivo sentado en las
últimas gradas del tendido el día del debut con caballos de su retoño. Le
rodaron bien las cosas al chaval, se habló en tono elogioso de él y, al poco,
el hombre se codeaba con los taurinos en el callejón. Hoy, ya adulto, aquel
chaval pugna por salir del pelotón de los torpes. El amor filial, cuando se
entiende mal, apuesta por la lisonja y la alabanza desmedida, tapándole los
oídos y los ojos a la figura en ciernes ante las críticas desfavorables, pero
bienintencionadas, de quienes no tienen más interés que la nave arribe a
Por naturales
60
buen puerto. Claro que voceros y cantadores de las excelencias adivinadas
los hay a cientos, máxime si huelen un billete aunque sea de a cinco. Entonces las bocas se les llenan de palabras tales como fenómeno, colosal o
torerazo, no sentidas pero tremendamente lucrativas.
Es el taurino un experimentado sabueso en este menester, en el olfateo
del dinero fresco, y tiene un arte que no se puede aguantar cuando intuye
que su cartera, en permanente sequía, puede ser la receptora de un trasvase de euros. Un día de la reciente Fira de Sant Jaume paró en un hotel
valenciano de ambiente taurino un conocido buscavidas de larga experiencia
que ha ejercido mil profesiones alrededor del toro. Repantigado en un sillón
orejero de los clásicos y, sin bola de cristal de por medio, auguraba el inminente desplume de un mirlo blanco, nuevo en este mundillo, que presume
de hijo torero al tiempo que no se corta ni un pelo exhibiendo parné hasta
aburrir en desmedidas campañas publicitarias, en trajes nuevos o en contratar los servicios de un preparador de postín que conoció épocas mejores
en lo económico.
En otro plano se sitúan los amigos “hasta que el fracaso nos separe”. La
corte de aduladores es capaz de llegar a las manos, previa amenaza, cuando
alguien osa poner en entredicho las cualidades artísticas de su protegido.
Se autoerigen en una improvisada Guardia de Korps. A cambio se conforman con unos golpecitos en la espalda, con preservar la habitación de su
ídolo de visitas indeseadas o con una rumbosa convidada de vez en cuando.
Claro que, como las aves que emigran con los primeros fríos invernales, se
esfuman al país de Nunca Jamás a la mínima muestra de inconsistencia del
proyecto.
Reseñable es la cada vez más habitual figura del ponedor, hombre de
negocios con una cuenta corriente de infarto que se decide a invertir unos
cuantos miles en la carrera de algún chaval. No de forma altruista, faltaría
más, sino como medio para abrirse puertas y conseguir un reconocimiento
público, una notoriedad que le permita contactar con gente poderosa para
multiplicar su capital. Conseguido el objetivo, “si te he visto, no me acuerdo,
torero”. Y éste pasa de torear cincuenta tardes sin que le cueste un euro a
dos o tres con billetes por delante.
En la sociedad actual todo sucede antes: los problemas serios aparecen
en plena niñez, el éxito llega en la pubertad y algún imberbe es campeón del
mundo de motociclismo o juega en primera división sin haber terminado los
estudios básicos. Muchos novilleros toman la alternativa antes de los veinte
y, sin la formación humana y académica indispensable para sobrevivir con
un mínimo de garantías en este mundo de lobos, sucumben ante su entorno
y caen en un pozo negro, el del olvido, que los engulle inmisericorde y del
que es casi imposible salir. No han tenido tiempo material de madurar como
personas, de amueblarse la cabeza con materiales de primera calidad y ahí
es donde debiera jugar un papel básico un entorno radicalmente opuesto
al descrito, que les marcara un camino recto y les enseñara a distinguir lo
verdadero de lo falso, la gente que va por derecho de la interesada, las faenas
de postín de las impostadas, el sacrificio de los goces terrenales… De darse
el caso, en el toreo habría más figuras y el Museu del Barça estaría a rebosar
de trofeos.
Vicent Climent
61
OCTUBRE 2006
Paquitos y Juanitos
La muerte de Paquito Fernández Ochoa, el único español capaz de
conquistar una medalla de oro válida en los Juegos Olímpicos de Invierno,
ha provocado un sinfín de artículos necrológicos elogiando su figura. Todos han coincidido en que aquel muchacho que se deslizó por las laderas
de Sapporo, sorteando banderitas con valentía y temple, un 13 de febrero
del ya lejano 1972, era un hombre de bien, con su sonrisa sempiterna aflorando por los labios aun en los momentos más delicados de su dolencia, y
todos, sin excepción, han destacado su pasión por el toreo. Fue un buen
conocedor de esta disciplina e incluso se llegó a televisar cierto festejo en
el que tomó parte como aficionado práctico, en no recuerdo qué pueblo de
su sierra madrileña, allá por mediados de los ochenta. Paquito vivió la tauromaquia como un hecho cotidiano, acudiendo regularmente a la plaza y
hablando con pasión a la menor oportunidad que tuviera ante una cámara
o un micrófono. El mundo del toro, en justa correspondencia, lo acompañó
en su definitivo viaje. Una de sus postreras apariciones públicas tuvo por
escenario la plaza de Las Ventas en el último San Isidro. Costaba reconocerlo, calvo y avejentado por la inmisericorde enfermedad, pero siempre
alegre. Un torero que se había calzado los esquís en la niñez, El Fandi, le
brindó su faena a un esquiador que se había vestido de corto.
La Fiesta necesita muchos paquitos, hombres y mujeres conocidos
en otras facetas que defiendan con vehemencia el espectáculo desde sus
tribunas. Cuantos más se decidan, cuanto mayor sea el espectro de su
posicionamiento político, de su pensamiento ideológico, y más diversas sus
actividades profesionales, mejor. Sí, ya sé que algunos acuden a las ferias
y sacan pecho desde los burladeros o las barreras, pero no me valen. Suelen ser apariciones fugaces en las corridas denominadas “del clavel”, casi
siempre con la intención de que los capte un objetivo. Los que me interesan son los que se comprometen con la causa, como ese Raúl que lanceó el
viento capote en mano al sentirse campeón de Europa o ese Víctor Valdés
que desde Catalunya declaró ser aficionado.
Un día un famoso en la cúspide del éxito, Ronaldinho por ejemplo,
aparece en la pequeña pantalla zampándose unas Danets como si le fuera
la vida en ello y poco después es imitado por una legión de devoradores de
natillas que deja pingües beneficios a los fabricantes. Otro, a un asturiano
soberbio le da por ganar el título de mejor piloto mundial de Fórmula 1 y
todos sus seguidores se visten con la camiseta azul de Renault mientras
los empresarios se frotan las manos. Ninguna campaña de publicidad, por
más dinero que se invirtiera, tendría unos efectos tan benéficos como si a
uno de estos ídolos de la juventud de hoy le diera por hablar de toros con
regularidad: “Cierto que el gol que le marqué al Zaragoza por la escuadra
Por naturales
62
tiene gran valor, pero no tanto como el que hacía gala José Tomás al pasarse los pitones por la bragueta”. “Mi coche posee una potencia descomunal,
como la que tuvo que sortear El Cid y que le valió la puerta grande en Bilbao”. Muchos acudirían por curiosidad, a ver qué era aquello, quiénes los
nombrados, y alguno se quedaría subyugado por la magia y la emoción de
la lucha entre el hombre y la bestia.
Volvamos a las pistas. Ante la sequía de éxitos del esquí patrio, las
autoridades deportivas hispanas le buscaron a Paquito un sustituto a golpe de talonario. Treinta años después, a finales de los noventa, se fichó
al bueno de Johann Muehlegg, rebautizado, por similitud, como Juanito,
mientras sus paisanos alemanes no cabían en sí de gozo por el hecho. Por
algo sería… Se le dio un DNI español, aunque no tuviera ni zorra idea de
hablar en castellano, y se presumió de sus éxitos: tres medallas de oro en
esquí de fondo en Salt Lake City 2002. Hecho público el doping, la trampa,
fue obligado a devolver los metales y recobró su identidad de Johann, un
germano renegado y drogotilla que se vendió por unos cuantos millones de
pesetas. Los dirigentes miraron entonces al techo entonando una canción
para despistar y la popularidad se le esfumó,
destruida por el rayo
acusador. Con la mala
prensa que tiene la
Fiesta, ¿se imaginan
que al rubiales de rojas
narices le hubiera dado
por hacer apología de
los toros? ¡La que se
hubiera liado! Los iluminados de turno no
hubieran tardado en
relacionar la Fiesta con
las drogas y en descargar la espada de Damocles sobre cuantos
la apoyamos. Por ello
se debe huir de defensores marcados por
un oscuro pasado que
puedan enturbiar, más
si cabe, este decrépito
panorama. Como declaró Paquito al saber
de los primeros éxitos
del nacionalizado: “Ese
Juanito me chupa las
narices. No celebro sus
victorias”.
Vicent Climent
63
ENERO 2007
Doña Cristina
Cada vez que doña Cristina, la ministra de Medio Ambiente, abre la
boca se monta un guirigay de incalculables consecuencias. Esta señora
tiene obsesión por los toros, por erradicarlos, y no pierde ocasión de decir la suya, aunque no venga a cuento, en una sucesión encadenada de
meadas fuera de tiesto. Anda el mundillo taurino revolucionado con sus
últimas declaraciones en las que pide la supresión pública de la muerte
del toro, tal y como sucede en Portugal, como paso previo a la desaparición
de la Fiesta.
Ha sido tal el revuelo causado que destacados dirigentes de partidos
estatales se han apresurado a dejar clara la posición oficial de su formación. A la postura ya conocida del PP de defender los toros a ultranza se
han unido las voces de destacados dirigentes del PSOE como José Blanco,
Secretario de Organización, quien se ha comprometido a trabajar para que
este punto no figure en el compromiso electoral de los próximos comicios. El ex presidente Felipe González, nada sospechoso de ser aficionado, ha roto su silencio para desmarcarse de su compañera y declarar que
“los toros existen gracias a la Fiesta Nacional”. También discrepó, a título
personal, Gaspar Llamazares, el líder de Izquierda Unida, afirmando que
“forman parte de algo que va más allá de una legislación en defensa de los
animales” y que no se deben incorporar a las leyes españolas “los prejuicios
anglosajones respecto a nuestra cultura”. Todos de acuerdo, pues, gracias
a la ministra.
Siempre hay voces discordantes y Esquerra Republicana de Catalunya, muy en su papel, ha arremetido contra todo lo que huela a español
faltando, además, a la verdad. Joan Puig le ha dado la bienvenida a doña
Cristina al “club antitaurino en el que siempre han estado los independistas”. Serán algunos catalanes porque los nacionalistas vascos, los del todopoderoso PNV, han optado por mantener prudentemente la boca cerrada
ya que muchos de ellos se dejan ver en las butacas de Vistalegre o Illumbe
durante las Aste Nagusia de Bilbo o Donosti. Los iluminados de ERC
fueron cegados a buen seguro por el rayo celestial que les reveló la verdad
divina que proclaman y no les deja ver un pasado que ansían recobrar en
otras facetas. Así, en la tan traída recuperación de la memoria histórica,
obvian que Barcelona contó con tres cosos funcionando a la vez y que La
Monumental fue la plaza más importante del Estado, la que más toros dio
durante muchos años. Pero no les interesa más que su historia, la que le
viene como anillo al dedo a sus propuestas y a la que dotan de carácter
oficial, desechando el resto.
A la hoy ministra se le olvidan las pizzas margarita o los helados de
tutti fruti que a buen seguro le costeó en su día esta Fiesta de la que ahora
Por naturales
64
reniega cuando era estudiante de Económicas en Roma, en la época en que
su padre ejercía las labores de corresponsal de Televisión Española y Radio
Nacional. Fue Francisco Narbona, aficionado cabal, cronista de El Ruedo,
coordinador del anuario que publicaba la Asociación de la Prensa, biógrafo
de Manolete, El Gallo, Belmonte y Sánchez Mejías e investigador que plasmó sus hallazgos en el libro La Maestranza y Sevilla, 1670-1992.
Ha cometido otro grave error la señora Narbona Ruiz, el de inmiscuirse en territorios que, por ley, le han de ser ajenos. Cabe recordar en este
punto que los toros pertenecen al Ministerio del Interior y no al que preside. Bastante tiene en el suyo con intentar preservar la naturaleza que para
beneficio de unos pocos se nos expolia a velocidad de vértigo: esa costa
mediterránea tan nuestra en la que impunemente crecen cientos de rascacielos a escasos metros del mar; las montañas devastadas por el fuego; la
contaminación de todo tipo que mina la salud de la población o la redistribución de los recursos hídricos, por poner sólo algunos ejemplos. Servidor
no ha escuchado de sus labios palabra alguna en contra de la caza mayor
en la que un puñado de ricachones se divierten cargándose animales que
no tienen la más mínima posibilidad de salvar la vida como el toro. Claro
que toparía con cierto egregio practicante que ciñe corona y mejor achantar
la mui, que diría algún paisano castizo.
Doña Cristina Narbona, como ciudadana de a pie, puede expresar
sus razonamientos con total libertad y posicionarse con quien le venga en
gana. Faltaría más. Lo inadmisible es que lo haga aprovechándose de las
tribunas y de los medios de comunicación que le abren sus puertas por el
cargo que ostenta. Si ha sido designada ministra es porque una mayoría
de votantes, entre los que hay cantidades ingentes de taurinos que seguramente se habrán sentido molestos, ha legitimado a su partido. Otra cosa
sería que acudiera a las manifestaciones que proliferan en las ferias más
importantes y uniera su voz a la de los jóvenes teledirigidos que, con la
mejor voluntad del mundo, proclaman consignas
tras una pancarta desconociendo de la misa la
mitad. Si así fuera, chapeau. O se personara en
el encierro humano previo
a los sanfermines donde
los activistas acuden ligeros de ropa, ataviados
solamente con el típico
pañuelico rojo anudado al
cuello y unos cuernos de
plástico en la cabeza, casi
desnudos, como los hijos
de la mar… Pero el caso
es que, por más que lo intento, no me la imagino.
Vicent Climent
65
ABRIL 2007
Competencia
en el siglo XXI
El ambiente taurino en Castelló ha sufrido un vuelco -más aparente
que real- en sólo diez días, en el intervalo que va desde el 14 de marzo, día
del debut con caballos de Abel Valls y Diego Lleonart, hasta su repetición
en el histórico mano a mano celebrado el 24 del mismo mes. Dos jóvenes
formados en la Escuela Taurina que dirige Rufino Milián –aunque en la última etapa Diego decidiera tomar otros derroteros- han devuelto la pasión
a los pocos aficionados que quedan. Algunos, los más veteranos, ven en
ellos la reedición de la competencia que hace más de cincuenta años surgiera entre Pepe Luis Ramírez y Antonio Rodríguez Caro y forman corrillos
en los que dirimen verbalmente sus diferencias de criterio. Por desgracia
no hay paralelismo posible: las circunstancias y la época, son otras.
Hogaño, y demostrado queda con la poca afluencia de público al último festejo, al común de los mortales les importa un pito los toros, más allá
de acudir a echar la tarde mientras degustan exquisiteces, escrutan a sus
iguales y son escudriñados por ellos. Un cuarto de plaza cubierta, con la
mayoría de las entradas regaladas, dice bien poco de los que presumen de
boquilla de defensores de una Fiesta en peligro de extinción. Muchos, removerán el cielo y la tierra para conseguir entradas con las que presenciar
in situ la reaparición de José Tomás –desde la sombra y en localidades bajas- al tiempo que aducirán mil y una excusas para justificar su ausencia
de la novillada. ¡Allá ellos! Desde aquí, mi enhorabuena a Tauro Castellón
por la sensibilidad demostrada al montar el mano a mano y promocionar a
los nuevos valores predicando con el ejemplo, aun a sabiendas de la nula
rentabilidad económica que les iba a reportar la decisión.
Lo cierto es que en los dos festejos saltaron chispas, que es lo que
interesa, además de irrumpir en la arena el novillo Habilidoso –un prodigio
de bravura-, el primero que se indulta en nuestra plaza. Ni Abel ni Diego
se dejaron ganar la batalla ni hicieron la más mínima concesión al rival,
entrando en quites cuando la ocasión se prestaba y poniendo todo su saber
y entender en mojarle la oreja al otro. Hubo dos momentos claves en los
enfrentamientos que dice mucho y bien en su favor. El primero, cuando
Diego se sobrepone al incontestable triunfo de Abel -la tarde en que el
espigado novillero revienta la Feria practicando un toreo puro, templado
y macizo- y sale a por todas para arrancar a mordiscos la oreja que le dé
derecho a traspasar en hombros la puerta grande. En el otro los protagonistas intercambiaron los papeles y es Valls quien intenta borrar el clamor
que Lleonart ha dejado en la plaza tras perdonársele la vida a Habilidoso.
Por naturales
66
Nada atropellado, con la cabeza aparentemente fría y jugando las bazas
antes mencionadas, mereció dos apéndices de verdad. ¡Ole por ambos!
Desde siempre, para que haya pugna en cualquier faceta y que el
público se enganche, divida sus preferencias y surja la pasión, es imprescindible dos estilos diametralmente opuestos. En plena efervescencia de
los sesenta los seguidores de The Beatles se desmarcaban de los de The
Rolling Stones porque eran dos maneras irreconciliables de entender la
música: las baladas fácilmente asimilables y la rebeldía en la longitud de
los cabellos contra las canciones agresivas y una estética provocativa, clamorosamente repudiada por la sociedad adulta del momento. En Tauromaquia, unos años antes, Carlos Arruza y su toreo atlético, fueron el mayor rival de Manolete y su estoicismo; la valentía de Litri tuvo enfrente la
ortodoxia de Aparicio; la honradez de Diego Puerta se opuso a la sabiduría
de Paco Camino... Por mucho que se diga Curro no podía competir con
Paula, por abrazar ambos conceptos similares. Por suerte Abel y Diego son
muy distintos en todo y por ello la rivalidad es posible.
Tras el runrún de la Magdalena y la constatación de la realidad a
través de las cámaras de Canal 9, muchos taurinos han puesto a trabajar
su fino olfato y algunos –caso de Jocho y Santiago López- se dejaron ver
entre barreras. Rufino y Ruiz Miguel han hecho un excelente trabajo, pero
ha llegado el momento de que los jóvenes comiencen a volar por sí solos, de
buscar apoderados y nuevos horizontes a sus carreras más allá de nuestra
plaza. Todos los ojos son pocos para no caer en tentaciones de las que luego tengan que arrepentirse. La historia, por desgracia, tiene sus imaginarias cunetas minadas por cientos de proyectos de torero desperdigados por
ellas al haber sido fatalmente administradas sus carreras. El entorno -del
que ya me ocupé en otro comentario y no por casualidad- ha de jugar un
papel fundamental. Cuidado con las decisiones precipitadas, con los cantos de sirena y las palabras halagadoras. Al final, el mejor aval de cada uno
para subir los escalones hacia la gloria serán sus triunfos y la sensación
que deje entre los entendidos. En esto, el toreo se parece al Cielo donde,
para ocupar una plaza en propiedad, no valen ni las recomendaciones,
ni las posesiones terrenas, ni el vil metal;
sólo haber sido buena persona. Paralelamente para ser figura
es inútil poner dinero
para torear, lucir costosos trajes nuevos,
pagar publicidades en
los medios de comunicación especializados
y viajar en vehículos
caros. En este caso lo
imprescindible es ser
buen torero.
Vicent Climent
67
JULIO 2007
A collibè
Als aficionats catalans,
perquè puguin exercir
el seu dret en llibertat
El 17-JT, Diumenge de Resurrecció d’un bon nombre d’il·lusions per
als profans taurins, Barcelona i la seva Monumental es van tornar a vestir
de gala per recuperar oblidats esplendors. Estava la plaça com eixa senyora entrada en anys que encara conserva la bellesa de la joventut llunyana
i, amb una mica de maquillatge estratègicament distribuït per la cara, fa
desviar la mirada dels homes encuriosits, apreciadors de la qualitat. Cap
seient lliure ni en tendidos ni en gradas, el paper venut des de feia mesos i
la revenda pels núvols. I tot gràcies a un madrileny estrany, silenciós i solitari, forjador involuntari de milers de rumors i amb l’ànima partida –en té
un trosset de catalana- que, un dia, va decidir abandonar el retir espiritual
mexicà i tornar a vestir-se de llums a la Ciutat Comtal, on és un ídol.
Tots els mitjans de comunicació, sense excepció, es van fer ressò de
l’esdeveniment. També els que marginen per norma la informació taurina i els estrangers. Alguns per desconeixement –aquests queden eximits
de culpa- i altres per seguir ordres explícites dels polítics de torn, van
tergiversar la realitat. Em refereixo a TV3, modèlica cadena autonòmica
en tantes i tantes ocasions, que va accedir a contar una veritat a mitges,
dedicant un temps infinitament superior a allò que passava en les rodalies
de l’edifici del carrer Marina que al moment històric que es vivia a dintre.
Clar que, de fora, van obviar les provocacions dels amics dels animals
–quatre mil segons les apreciacions més optimistes- que es passejaven una
hora abans de l’espectacle posant en pràctica dues estratègies clarament
visibles. L’una consistia en enregistrar amb càmeres de vídeo els moviments dels aficionats –vint mil en total- més matiners. L’objectiu era clar:
posar-los al límit, fer-los perdre els nervis i tenir una prova gràfica d’una
possible agressió per desenrotllar les seves teories que els equiparen als
maltractadors de gènere. Un segon grup cercava la immolació infiltrant-se
en les fileres enemigues amb cartellets on es podien llegir frases del tipus:
“Con mis impuestos no se maltratan animales”. Com si la Festa hagués
estat subvencionada alguna vegada... A Els matins de l’esmentada cadena
televisiva, Josep Cuní i el seu equip tot just van dedicar vint segons al
triomf dels toreros i gairebé dos minuts als antitaurins, en una proporció
absolutament desorbitada. En altres ocasions, per exemple al llarg de la
recent campanya electoral, els redactors als que se’ls imposaven els temps
que havia de sortir cada partit polític es negaven a signar els seus reportatges. Per què en aquest cas no ho van fer?
Tendido Cero, recollia en l’ambient previ les declaracions, amb la inPor naturales
68
qüestionable finalitat de ferir la sensibilitat dels espectadors, d’una militant d’Esquerra Republicana de Catalunya –formació que, per cert, ha
perdut vots en els darrers comicis- posant en dubte el nivell intel·lectual
dels aficionats, als que ningú no els obliga a ser-ho. En les butaques de
La Monumental es concentraven un bon grapat de persones reconegudes
unànimement per la seva manera de pensar. Darrere de les pancartes no
n’hi havia cap, valgui l’observació com a contestació.
Barcelona ha estat i és una terra d’acollida que fa bandera de la pluralitat cultural que regna als seus carrers. Dia sí, dia també, es convoquen
actes solidaris per mantenir vius els problemes de les minories marginades, es multipliquen els esforços per legalitzar als nouvinguts que s’han jugat la vida per arribar des de l’altra part de l’Estret i s’organitzen trobades
mundials d’intercanvi com el Fòrum 2004, que no va acabar de funcionar.
Però, quan la cosa fa olor a Espanya... malament rai.
A tots els que pretenen dissenyar la identitat d’un poble des dels despatxos emparant-se en uns vots que, en cap cas han estat els de la majoria
de la població, cal dir-los que una ciutat o un estat és allò que volen que
sigui els seus habitants, que la idiosincràsia no s’imposa, i entre la massa que viu i treballa al Principat, n’hi ha molts homes i dones als que els
agraden les curses de braus. Com els van agradar als seus avantpassats,
que van mantenir funcionant tres places alhora: Las Arenas, El Sport –ara
Monumental- i La Barceloneta. “Qui perd les seves senyes perd la identitat”
diu un aforisme català i alguns pretenen eliminar de la memòria una part
dels trets culturals, titllats d’incòmodes pels il·luminats.
Salvador Espriu, un dels poetes nacionals més importants de la brillant literatura catalana, a la seva obra La pell de brau – quin títol més
oportú!- reflexionava en el discurs cívic sobre la diversitat i la tolerància
que semblen haver perdut els seus descendents, sobre la llibertat que, de vegades, és
sols paper mullat: “En la llei i en el pacte/ que
sempre guardaràs,/ en la duresa del diàleg/
amb els qui et són iguals, edifica el lent temple/ del teu treball,/ alça la nova casa/ en el
solar/ que designes amb el nom de llibertat”:
A l’hora baixa de l’històric 17-JT, els
cors dels assistents bategaven fort per l’emoció i el bon toreig dels destres participants.
José Tomás –el protagonista- i Cayetano –que
es va rebel·lar eixa vesprada- van abandonar
l’arena a collibè d’una multitud espontània.
Invisibles als ulls, els acompanyaven la tolerància, el respecte i la llibertat d’expressió.
Uns passos més enrere, algú enarborava una
senyera quatribarrada amb una immensa silueta negra d’un brau al bell mig demostrant
que ser català i aficionat no són conceptes incompatibles.
Vicent Climent
69
OCTUBRE 2007
Controversia del
toro y el torero
El Teatre Municipal de Benicàssim acogió a principios de julio, dentro de su programación estival, la producción de Els Joglars Controversia
del toro y el torero. La pequeña sala se caracteriza por ofrecer espectáculos de calidad contrastada que son seguidos por un público tan fiel como
minoritario. En esta ocasión el patio de butacas se llenó de habituales de
dos mundos distantes en apariencia: el de las tablas y el de la arena.
En las inmediaciones del recinto, minutos antes de dar comienzo la
función, se respiraba el ambiente propio de las corridas nocturnas. Buen
número de aficionados taurinos conversaban diseminados en corrillos,
curiosos por saber qué les iba a deparar la obra. El texto de Boadella,
vaya por delante, no defraudó. Ataca el dramaturgo catalán el controvertido dilema de “toros sí, toros no” con verdadera valentía, haciendo gala
de su fama de enfant terrible de los escenarios, huyendo de las desgastadas argumentaciones tan al uso en esta ancestral disputa.
En la práctica totalidad de los debates conocidos, manipulados hasta la saciedad por aquellos a quienes les interesa crearlos y mantenerlos,
han circulado unos estereotipos políticamente correctos pero muy manidos, presentando al aficionado como un ser irracional, machista, acéfalo y violento, que necesita de la sangre ajena para satisfacer sus bajos
instintos, teoría que queda desmontada a medida que avanza el diálogo
entre Paco –el torero que acaba de recibir una cornada mortal- y Miguel
El Pirao –compañero de fatigas que, en sus inicios, le hacía de toro en los
entrenamientos-. Miguel, además, desdobla su personalidad creyéndose
Impetuoso, el cornúpeta causante de la desgracia.
La caracterización que Ramon Fonteserè hace del veterano diestro
que vive sus últimos momentos de gloria recuerda mucho en las formas
a aquel Antonio Chenel que, a principio de los ochenta, desempolvó una
tauromaquia casi olvidada. Bastante más locuaz que el coletudo, el actor
hace una declaración de principios afirmando que el toreo es “el único
arte auténtico que queda en el mundo”. El texto se intrinca en paralelismos rayanos en el absurdo: si los hombres y los animales se equipararan,
un pollo podría tener la misma consideración que Mozart; ¿dónde alcanzan los límites permisibles del sufrimiento de las bestias?; ¿por qué está
aceptada socialmente la erradicación de las ratas o las garrapatas y no la
de los perros o los caballos?
Por una vez, esperando sirva de precedente, cambian los roles en
esta secular discusión: los tópicos, en boca de Xavier Boada, el toro –voz
Por naturales
70
del antitaurinismo militante al que se acusa de abrazar una religión basada en el vegetarianismo, la progresía, el agnosticismo y la reivindicación
de la República- mientras que Fontserè replica con argumentos nuevos,
frescos, ágiles y originales –los necios creen que los animales reflexionan
como en las películas de Disney, la naturaleza está fuera de conceptos
morales o la sustancia de una buena lidia es derrotar al pánico-.
También hay un claro posicionamiento para que en los espectáculos
públicos no se esconda un hecho tan natural y universal como la muerte:
“Asistir a la muerte de un torero engrandece el espíritu del aficionado”,
afirma con énfasis Paco en una de sus intervenciones más discutibles.
Pero que nadie se alarme, no es esto lo que persigue la disertación porque, dando un giro hacia el misticismo, remata con que “la lidia es rito de
vida, la cita del hombre con lo sagrado”.
La sociedad actual ha radicalizado tanto sus posturas que muchos
humanos pueden sentirse humillados al verse igualados, por ejemplo,
con los gatos de los más pudientes, que disfrutan de peluqueros y de psiquiatras particulares mientras infinidad de hombres y de mujeres malviven en la miseria. Albert va más allá y señala que identificar el toro con el
hombre no deja de ser una vejación para las personas y un insulto para el
cornúpeta y que la Humanidad no tiene patente de corso para instaurar
el culto animalista.
El fútbol, el espectáculo rey por excelencia, sale cuestionado en la
comparación porque genera más muertes y violencia que los toros y en
un estadio los seguidores de un equipo no admiran al rival, mientras en
la plaza un diestro puede triunfar sin que para ello haya de fracasar alguno de sus compañeros.
La obra, por
osada e insólita, es
digna de una mayor
audiencia. Castelló y
su Teatre Principal
serían el marco ideal
para hospedar este
discurso muy en la línea del Juncal recreado por Paco Rabal en
televisión y del romance de valentía representado cada tarde en los ruedos por
José Tomás quienes,
en compañía Albert
Boadella, conforman
una excepcional terna para reivindicar
con vehemencia la
Fiesta.
Vicent Climent
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ENERO 2008
Controversia entre
tomasistas y poncistas
Los periodistas especializados, y los no tanto, andan desde hace tiempo como locos tras unas palabras de José Tomás. JT se ha autoimpuesto
en territorio patrio un silencio casi sepulcral que apenas quebranta para
conceder alguna entrevista a determinados medios generalistas de tirada nacional. Prefiere hablar en el ruedo, que es donde deberían hacerlo todos sus
compañeros, sintiendo la arena bajo los pies y el miedo acariciarle la taleguilla. Fuera de España, donde la presión mediática decrece bastante, no es
lo mismo y el pasado octubre tuvo a bien contestar el formulario que Carlos
Loret de la Mora le planteó en México, en el canal Televisa. En un momento
determinado, inquirido sobre la figura de Enrique Ponce, se sinceró y dijo lo
siguiente, según trascripción fidedigna: “Creo que es un gran torero, pero él
entiende el toreo de una manera totalmente contraria a la mía. Entendemos el
toreo de manera muy diferente. Yo pienso que él entiende el toreo como que hay
que arriesgar lo menos posible. Digamos que no hay que pasar determinadas
líneas y yo no lo entiendo así. Partiendo de esa base, te digo que vemos el toreo
de manera opuesta completamente”. Y no bien hubo hecho un alto en el discurso para tomar resuello, y por aquello de la inmediatez de las comunicaciones, ya se había armado la marimorena y media España esgrimía sus armas
dialécticas contra la otra media en lo que parece ser un cisma taurino de
imprevisibles consecuencias. Mientras, Ponce guardaba silencio. Su guardia
de korps, en cambio, se encargó de la réplica afanándose en montar a toda
prisa una campaña para ningunear desde sus todopoderosas tribunas a JT y
algún que otro titiritero, que esgrime como bandera la provocación sistemática, se unió a la causa.
En un país donde cada vez se ponen en entredicho más actitudes, donde cuesta tomar decisiones por uno mismo sin que la colectividad te lo reproche, parece que es delito decir lo que se piensa. JT simplemente verbalizó lo
que muchos callan, lo que la mayoría de aficionados no se atreven a expresar
por aquello del qué dirán aunque, en el fondo, compartan todas y cada una de
las palabras. Desde épocas inmemoriales el mundillo taurino es políticamente correcto y en la mayoría de las ocasiones se rehuyen los enfrentamientos
directos cuando surge alguna controversia. Se prefiere achantar la mui o se
recurre a la siempre deleznable hipocresía para soterrar tal o cual asuntillo.
Los taurinos, sea cual sea su rango o condición, adoptan la costumbre como
dogma y reproducen incansables y sin pararse a pensar, argumentos cimentados en las nada sólidas arenas movedizas del desconocimiento. El boca a
boca hace el resto y, sin elementos de juicio fiables, se atreven a opinar barbaridades tales como que cierto mito es un cobarde que jamás ha dado un
pase pese a haber salido en hombros un montón de veces de los dos cosos
Por naturales
72
más importantes del mundo; que el mejor torero es el más honrado, el que
más trabaja, el que más muletazos da o que el único Califa vivo conquistó
merecida fama sólo con su sonrisa y atusando su sudado flequillo.
Desde hace quince años se cantan las excelencias de Ponce y bueno es
que se haga cuando se ha ganado en el ruedo su estatus de figura. ¡Faltaría
más! Ahora bien, analizando su toreo a través de la memoria, de los vídeos y
de las fotografías, es incuestionable que no se ciñe en las reuniones, que engancha al toro con la puntita de la muleta y expulsa la embestida hacia afuera, que pocas veces franquea la línea imaginaria antes mencionada. Cuando
excepcionalmente reniega de este concepto, como el día de los zalduendos en
Sevilla, chapeau.
La legión de defensores anónimos que tiene el de Chiva por estos pagos,
admiradores de su toreo cerebral y técnico, paradojas de la vida, son incapaces de seguirlo más allá de València. A algunos, esos sesenta kilómetros les
pesan como una losa y desisten de hacerlos cómodamente sentados en un
tren refrigerado. Sin embargo, muchos de ellos removieron Roma con Santiago para obtener una entrada el 17-J, día de la reaparición de su rival y
consiguieron que mi móvil echara humo. A la vuelta del acontecimiento, en
el autobús fletado por La Puntilla, ajenos al momento histórico que habían
vivido, seguían despotricando sobre la presencia de los toros o los méritos
aportados por el de Galapagar en su regreso triunfal. Ni el lleno de la Monumental, ni las orejas, ni el toreo verdaderamente templado, de planta inmóvil,
con los pitones de sus oponentes paseándose por su barriga, les satisfizo…
Dos meses después, el teléfono de servidor seguía sonando sin parar para
que les consiguiera otra entrada en la despedida de la temporada de JT. En
el intervalo, los paseíllos se contaron por llenos, la reventa hizo su agosto
también en julio y septiembre y el torero pagó con el tributo de las volteretas
y de la sangre la fidelidad a las formas de Manolete. La diferencia entre uno
y otro, la clave, se la oí a Javier Villán: “Enrique Ponce coloca la muleta donde
José Tomás pone el cuerpo”.
Durante el invierno, y de cara al inminente ejercicio, una facción del
poncismo andante pide un gesto del madrileño y pretenden que se enfrente a
una divisa dura en la Villa y Corte, cuando jamás se lo han demandado a su
ídolo. Otras partidas ansían un duelo directo con los de arriba que, sin duda,
ha de llegar. Y algunos empresarios, oídas sus pretensiones, ya han empezado a hacerle la cama: Sevilla y València, no lo verán por aquello del negocio
de la televisión. Prefieren trincar la pasta del Plus en lugar de ofrecerles lo
mejor a sus abonados. Pero en Castelló vamos a tener más suerte. Enrique
Patón, que es listo como él solo, no tiene ningún problema en casi doblar la
cifra percibida por Cayetano, el que más cobró en la pasada edición de la
Magdalena, para asegurarse la presencia de JT. Ponce no viene. Y ni habrán
manifestaciones ni se resentirá la taquilla.
La opinión de JT suena a un desafío de los de antes, actualizado. Una
de las canciones recogidas por García Lorca podría servir como modelo, y
dice así: En el café de Chinitas / dijo Paquiro a Frascuelo: / «Soy más valiente que tú, / más gitano y más torero». / Sacó Paquiro el reloj / y dijo de esta
manera: / «Este toro ha de morir / antes de las cuatro y media». / Al dar las
cuatro en la calle / se salieron del café / y era Paquiro en la calle / un torero
de cartel.
Vicent Climent
73
ABRIL 2008
La otra Marathon
des Sables
Como cualquier sábado al mediodía, después de comer jugaba ocioso
con el mando de la televisión en busca de un programa relajado que me
ayudara a conciliar el sueño. La siesta es sagrada para servidor. Arrellanado en el sofá, el pulgar de mi mano izquierda se deslizaba suavemente
sobre los botones sin encontrar el tono de voz ni la música adecuada para
tal menester. En mitad de la operación me llamó la atención un nombre
pronunciado en la sección de deportes de un telenoticias: Luis Enrique. El
locutor añadió que estaba en pleno desierto del Sáhara, en el sur de Marruecos, participando en una dura prueba llamada Maratón des Sables.
Enseguida me vino a la mente su época de esplendor como jugador
de banda en el Barça, sus explosivas arrancadas en las que, sin aparentes
dificultades, era capaz de dejar sentado con un palmo de narices a cualquier rival. Su velocidad y su potencia eran envidiadas por cuantos futbolistas intuían que habían sido rebasados por el dorsal 21 en un visto y no
visto. Sin embargo, al entreabrir los ojos, las imágenes que acompañaban
la información presentaban a un hombre, de indiscutible aspecto atlético,
en las proximidades de la meta con el piloto rojo encendido, el que señala
que las exiguas fuerzas tiran de la reserva para cumplir su objetivo. Una
gorra, de la que sobresalía una amplia tela que le circundaba el cuello, lo
resguardaba del asfixiante calor y unos desmesurados calcetines le protegían los tobillos. En su espalda transportaba en una ligera mochila cuanto
iba a necesitar, líquido incluido, ya que las reglas de la travesía impiden
cualquier tipo de ayuda externa. La aventura constaba de seis etapas en
las que los intrépidos debían sortear dunas, oasis secos, pistas tortuosas,
penurias y dificultades a lo largo de 245 kilómetros y 200 metros. Luis
Enrique terminó de manera meritoria esta 23ª edición, aunque lejos de los
mejores, con los pies llenos de ampollas y de heridas. En las últimas tres
jornadas había caminado, totalmente cojo durante más de 28 horas
Días antes fui invitado por un amigo a una tertulia radiofónica de las
que empiezan en domingo y desembocan en la madrugada del lunes. Mediada la misma salió a colación que los toreros que acabaron en lo alto del
escalafón la temporada pasada no terminaban de verlo claro en los albores
de ésta. Que les faltaba regularidad, vamos. Como Luis Enrique vestido de
blaugrana, deslumbraron en el último tramo de 2.007 pero les faltaba el
fuelle preciso para mantener su condición de figuras en el recién estrenado
2.008. Otro tanto les ocurrió a los que tiraron del carro en las primeras ferias del ejercicio anterior, que no existieron en los abonos subsiguientes.
Trazando paralelismos entre las dos arenas –la del desierto y la del
Por naturales
74
ruedo-, en el toreo pueden tomarse dos caminos: el de fondista, en el que
sólo algún que otro elegido es capaz de cubrir todas las etapas en primera
posición, y el de velocista, en el que unos pocos elegidos alcanzan la gloria un puñado de tardes, pero no se quedan a vivir en ella. No tengo claro
cual de los dos es el aconsejable porque, en el primer caso, se deben administrar al máximo los recursos, tener muy claro que cada año hay que
dar unos cuantos aldabonazos, a ser posible en plazas del primer circuito,
para mantener la posición privilegiada y el crédito intacto. Por el contrario,
ciertos coletudos optan por vaciarse cuando lo ven claro tras haber hecho
el paseíllo en compañía de las musas o de los espíritus protectores. Unos
dejan ahíta y en paz su alma al derramar chorretones de arte del de no se
pué aguantá y, si se trata de los de valor probado, están dispuestos a perder la vida cuando el marco y la ocasión así lo requieren. Los poetas loan
sus hazañas, el aficionado les rinde culto y se apasiona con los detalles.
Aquéllos ganan las guerras y éstos las batallas.
Un súbdito alauita, que atiende por Lahcel Ahansal, es el Enrique
Ponce del desierto. El angelito, que este año ha renunciado a participar, ha
vencido en 10 ocasiones casi sin despeinarse. Puede que estuviera aburrido
de ganar a su propio hermano Mohamad -que ha ocupado la segunda plaza siete veces por una sola victoria-, que el reto ya no le motivara, que para
el público seguidor de estos deportes extremos el resultado se convirtiera
en costumbre y perdiera interés por seguir la competición. Lo indiscutible
es que para conseguirlo hay que tener la cabeza muy bien amueblada, ver
más allá del presente, calibrando con frialdad lo que
puede deparar el futuro.
Pero vende más, por
inesperada, la puntual excepcionalidad de los hechos
que es acogida con clamor
por los aficionados puestos
en pie. Esas faenas rotas,
a merced de la fiera, en las
que es imposible predecir lo
que ocurrirá a continuación.
En Sevilla, por abril, se han
elogiado unas cuantas en la
preferia: la emotividad y las
agallas de El Fundi o Pepín
Liria y, en el otro plato de la
balanza, la improvisación de
Morante, las dos orejas del
nuevo Manzanares, el temple de El Cid con los victorinos. Casi siempre, los velocistas interesan más que los
fondistas…
Vicent Climent
75
JULIO 2008
Los tiempos están
cambiando sin remisión
Lo sucedido en Madrid a principios de junio ha sido revelador y no
sólo por los rutilantes éxitos de Jotaté, que también, sino por el cambio
de actitud de un público con etiqueta de intransigente. Apenas unos días
antes, cuando se hacía el recuento numérico de San Isidro, el balance era
desolador: ni una sola puerta grande y un puñadito de orejas cicateramente repartidas entre los coletudos que conformaron un abono tan vasto
como falto de interés.
Pero, terminado el ciclo clásico, comenzó el de nuevo cuño, el del
Aniversario, y las lanzas zaheridoras de siempre, se trocaron inofensivas
cañas. ¿Qué pasó para que se obrara tan inexplicable milagro? Servidor,
que en materia de enigmas sobrenaturales anda pez, es incapaz de construir una teoría sin fisuras, pero adivina que parte de culpa la tuvieron
las atractivas combinaciones y las ganaderías contrastadas en las últimas
temporadas. Está muy bien el sentimentalismo que defiende las causas
perdidas de toreros de efímera gloria engullidos sin compasión por un escalafón inmisericorde y el que apuesta por vacadas fuera de tipo y pasadas de raza, calificadas como “toristas” por los nostálgicos de laureles
marchitos… pero en las novelas.
Los números de la verdadera feria donde se ven las caras las figuras
no engañan: nueve orejas en cinco corridas hacen añicos los paupérrimos
resultados a los que tan acostumbrados estamos. Por si fuera poco, dos salidas en hombros –tres, si consideramos que Jotaté se hizo acreedor a doble premio al cortar cuatro apéndices-. El público, incluidos los polemistas
ocupantes del tendido siete, permitió que se expresara y gozaron con las
cosas de Julito Aparicio, un artista al que hay que dejar a su aire para que
se confíe. Sí, ya sé que se le fue un toro de Peñajara con las orejas colgando
pero, si no le pedimos peras al olmo ¿por qué queremos que el artista de
alma frágil someta la casta de un oponente fiero? ¡Qué lances a la verónica!, ¡qué muletazos con la izquierda! Otrosí afirmo de un Morante que, de
blanco y azabache, se apauló, invirtió la cuerda de los relojes y, toreando
con la misma expresión que el gitano Rafael, nos retrotrajo a octubre del
74 en la Chata carabanchelera. Esa misma tarde, el público que espera de
uñas a los que no juegan con las mismas cartas que el resto de sus compañeros, demandó y obtuvo una oreja para Cayetano, nuevo en esa plaza
e inédito en su época de novillero cuando se acartelaba en corridas mixtas
con las figuras sin entrar en sorteo. ¿Sería por la gran campaña mediática
de prensa y televisión? ¡Yo que sé!
Al día siguiente de lo de Jotaté y en plena resaca de la borrachera de
Por naturales
76
toreo, Perera se entendió con un nuñezdelcuvillo. ¡Cómo sería la faena, que
los aficionados que aún estaban levitando tuvieron que abandonar el Cielo
deprisa y corriendo y bajar a la Tierra moquero en mano para premiarla en
su justa medida! Y llegaron a tiempo de presenciar la resurrección terrena
de un Alejandro Talavante anímicamente perdido en los primeros compromisos del año.
Jotaté, hombre de pocas palabras y grandes hechos, firmó un escueto
pero revelador parte bélico que transcribo literalmente: “En el día de hoy,
cautivo y desarmado el ejército insurrecto, he alcanzado los últimos objetivos taurinos. La guerra ha terminado. Madrid, 5 de junio de 2.008”. Sus
detractores, que horas antes se frotaban las manos y sonreían maliciosamente en espera de un estrepitoso fracaso, se quedaron sin argumentos
y tuvieron que claudicar ante la evidencia. Las figuras que durante los
últimos treinta y seis años han paseado su ambición por el mismo ruedo
ansiaron, sin conseguirlo, igualar semejante proeza. Por si fuera poco, en
el espacio de diez días, nuevo triunfo exponiendo de manera consciente en
el arenoso tapete del azar, nada más y nada menos que la vida. Además,
hecho insólito, consiguió agotar el papel en un visto y no visto en un festejo
fuera de abono, tal y como sucediera hace unos años en la presentación de
El Juli como novillero. Y la reventa multiplicando por mucho el valor real
de las localidades.
Los tiempos están cambiando, espero que sin remisión y de manera
definitiva, a favor de un talante nuevo y con eso no deseo que desaparezca
el rigor imprescindible pero sí que se les dé una oportunidad de demostrar su valía a los que se visten de luces sin que se les pite antes de colocarse ante los pitones, neófitos
incluidos. ¿Que al final gusta la
faena?… ¡Fenomenal!, orejas y
a hombros hasta la furgoneta.
¿Que no?… ¡Fatal!, pitos y recriminación estentórea. En Las
Ventas del Espíritu Santo los
del siete son imprescindibles
–personificando la conciencia
del coso sin actitudes hostiles
preconcebidas-, pero también
los del seis, los del ocho o los del
diez, porque la corrida de toros,
como debieran serlo todos los
foros políticos, es un constante
ejercicio de democracia y caben
todas las opiniones sin excluir
a nadie. Demostrado queda que
los protagonistas más capacitados consiguen mejores resultados sin tensión añadida ni crispación innecesaria.
Vicent Climent
77
OCTUBRE 2008
Conversaciones taurinas
en la línea 5 del Metro
de Barcelona
Los aficionados, los de siempre y los que acudieron picados por la curiosidad de experimentar in situ una corrida de Jotaté, abandonaban la Monumental de Barcelona exhaustos tras la descarga colectiva de adrenalina, con las
camisas empapadas de sudor pero con una sonrisa de plena satisfacción que
les surcaba el rostro de oreja a oreja. Minutos antes habían tenido el privilegio
de vivir una jornada histórica, una actuación pletórica del Rey de los Toreros y
un indulto que fue un canto a la vida y una bofetada a quienes arguyen que los
taurinos disfrutamos con la mortificación animal. Jotaté, a hombros de Chino
y Curro Cano, sus costaleros habituales, salió en volandas del ruedo más emblemático de su carrera asiendo fuertemente en su mano izquierda, rojo sobre
amarillo, la senyera cuatribarrada, símbolo de la identidad catalana. Y con ello
desarmó de argumentos a los antis y a los excluyentes que lo esperaban en la
acera de enfrente, más callados que de costumbre y felizmente minadas sus
filas.
La instantánea, publicada al día siguiente por un buen número de diarios,
es una alegoría a la tolerancia que tanto se predica pero tan poco se practica, al
respeto entre culturas limítrofes y hermanas, a compartir hechos diferenciales
sin tener por qué caer en la esquizofrenia que predican los intransigentes adoctrinadores de mentes obtusas de rechazar unos para abrazar otros.
El indulto fue absolutamente necesario pese a que algunos puristas –un
puñadito, no se crean- se rasgaran las vestiduras sin detenerse a analizar los
múltiples beneficios que comportaría la decisión presidencial. El triunfo, la
senyera y el regreso por su propio pie del toro a los corrales provocaron buen
número de titulares en los rotativos de la Ciudad Condal. Por cierto, las tres
orejas de El Juli y las dos de El Fundi de la primera de abono pasaron inadvertidas para los lectores de estos medios porque ningún director se dignó en
reservarles una triste columna en la edición del domingo, ellos sabrán por qué.
Pau Nadal abrió el lunes su crónica en El País –sí, sí, el feudo del añorado don
Joaquín Vidal convertido en un erial en lo que a la información taurina respecta- con un expresivo “Apoteosis de José Tomás”; Juan Soto, en El Periódico,
subtituló “El diestro cierra la temporada en Barcelona desatando el delirio de
la afición” y Paco March, en La Vanguardia, encabezó su crítica con un exclamativo “¡Vivan José Tomás y los toros!”. ¿Alguien recuerda cuánto tiempo hace
de un elogio tan unánime a la Fiesta desde Catalunya? ¿Los disidentes con la
medida se han parado a pensar cuánto valdría una campaña publicitaria de
esa magnitud?
Creía que ya lo había visto todo pero no, ¡qué va! Jotaté y su arrollador
Por naturales
78
concepto del toreo ha provocado la aparición de un gen mutante que afecta a
algunos ex cabales que aseguran beber los vientos por otros diestros. La cuestión es digna de análisis por cualquier psicólogo, argentino o no, que se precie.
Resulta que van a verlo una y otra vez con el único objetivo de poner en entredicho sus cualidades. Ilusos ellos, quieren cargarle los defectos que atesoran sus
ídolos por los que, dicho sea de paso y sin ánimo de ofender, no se desplazan ni
a la vuelta de la esquina. Debe ser muy difícil sufrir un día sí y otro también el
éxito ajeno sin tener ni la capacidad ni la posibilidad de emocionarse y quieren
hacernos prisioneros de su racionalismo y de la frialdad de los números por
tal serie de más o cual natural de menos cuando la sensibilidad, el temple, la
transmisión, el vello de punta, las gargantas rotas de tanto gritar… son conceptos no cuantificables al ser consecuencia directa del arte percibido. Es, para
que quede más claro, como si servidor, culé y albinegro confeso, no viera más
que los partidos de fútbol del Madrid y del Vila-real con el único objetivo de
criticar un estilo que les ha aportado merecida gloria a ambos clubes. Acabaría
majara perdido, se lo aseguro.
El gran guitarrista flamenco Vicente Amigo compuso para el cierre de
la temporada 2.008 de su camarada un pasodoble que la Popular Sansense,
la banda que habitualmente actúa en la Monumental, interpretó durante el
paseíllo. Los más cercanos tuvieron el privilegio de escucharlo. El resto lo dejaremos para mejor ocasión. Jotaté, agradecido, le brindó la faena de Idílico al
artista cordobés pero el pueblo soberano impidió que la agrupación atacara
de nuevo las notas de la obra. El hecho, de vivir José Bergamín, su autor, merecía por su relevancia una nueva Música callada del toreo, como escribiera
el ensayista madrileño en 1.974 a propósito de una faena de Rafael de Paula
en Carabanchel.
Retomemos el relato donde lo dejamos al final del primer párrafo, con los
vomitorios del metro engullendo pacientemente a la masa que llenó tendidos
y gradas hasta agotar el papel. En los andenes se identificaba a los asistentes
porque no tenían ningún reparo en exhibir en sus manos el programa del día en
el que Escacena recrea un muletazo por bajo del protagonista con la plaza en
segundo plano. Por las escaleras no bajó la histérica cuarentona acompañada
de ninguna niña de corta edad que nos tocó sufrir con paciencia y resignación
a principios de temporada quien, a voz en grito y provocando, puso en el mismo
plano a aficionados y maltratadores de género. La línea 5, la que pasa por la
estación de Sants, olía a toreo y durante el trayecto no hubo reparo alguno en
hablar de nuestra pasión y contarnos una y otra vez en interminables monólogos lo que habíamos vivido sin que ningún otro viajero nos mirase de reojo,
como apiadándose de nuestra desgraciada condición de taurinos. Y en ese momento recordé unos versos de España en marcha, un poema de Gabriel Celaya
publicado en 1.955 en el libro Cantos iberos: “¡A la calle!, que ya es hora/de
pasearnos a cuerpo/ y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo”.
Ya en el tren de vuelta, más relajado y repasando las imágenes grabadas
a fuego en mi memoria, apareció espontánea la banda sonora de la tarde, ¡Qué
barbaridad! del tomasista y taurino Jaime Urrutia: “Vais a ser testigos de algo
especial/ si estáis preparados para flipar,/ hay tantas cosas que os van a epatar/ ... Un espectáculo sin igual/ pasotes, excesos la vida tal cual. Vais a abrir
los labios para exclamar ¡ay/ que cómo está el patio, qué barbaridad!./ …/Un
espectáculo sin igual/ que da a la vida toda su sal/ se puede reír y se puede
llorar/ es una verdadera barbaridad”.
Vicent Climent
79
SEGUNDO TERCIO
Lances al viento
Javier Vellón
Apuntes: Anna Claramonte
Javier Vellón
81
julio 2001
José Tomás: entre el
clavel y la espada
Los sucesos del día 1 de junio en las Ventas -la inhibición de José
Tomás ante el quinto adolfomartin- han suscitado airadas reacciones en
los ambientes taurinos, y hasta han conseguido hacerse un hueco en los
telediarios prime time de todas las cadenas, cuya información taurina se
reduce, como es sabido, a las imágenes de cogidas, rostros famosos en los
tendidos, o a las actuaciones de “El Juli”.
Las opiniones vertidas en torno a su actuación se han decantado
hacia los extremos, con la agresividad propia de este mundillo: por una
parte están los que la consideran un síntoma de la genialidad, de la singular personalidad de un diestro único y, así, la comparan a las históricas
espantás curristas (por cierto, un curioso articulo de Julian García Candau en La Razón pone las cosas en su sitio a este respecto); por otra, un
sector, amparándose en la protesta generalizada ante su pasividad, afirma
que todo vuelve a su lugar, y lo que se presumía como una figura de época
no es sino uno más del escalafón con ciertas pretensiones artísticas, que
desaparecen ante el toro-toro.
Desde mi admiración hacia José Tomás y, sobre todo, hacia su concepción del toreo, creo que ambas argumentaciones son erróneas, y demasiado circunscritas al apasionamiento momentáneo, en una ocasión
con gran proyección mediática y en un contexto muy especial: San Isidro,
corrida de máxima expectación, torero aupado a la cumbre en la feria de
abril, temporadas de ausencia, la polémica televisiva, ganadería de prestigio, etc.
Ahora bien, esta constatación no es óbice para extraer conclusiones
del desafortunado acontecimiento, precisamente en torno a ciertas evidencias que venían siendo apuntadas, tímidamente, en medio del fervor
josetomasista y que, ahora, es buen momento de revisar.
José Tomás ha sido un afortunado en medio del talante, tradicionalmente critico, de la afición. Lo que es una reconvención clásica a las
figuras del toreo -su excesiva comodidad, su tiranía impositiva- parecía no
afectarle: todo podía disculparse si el fin había de ser disfrutar de su muleta única y de su naturalidad en los ruedos. Pero lo cierto es que el diestro
y su entorno han actuado de manera similar e incluso se han excedido
en exigencias que en otras figuras hubieran motivado voces airadas en su
contra. La corrida de Victoriano del Río, preparada por su apoderado, para
el mano a mano con “Joselito” en nuestra plaza, en la Magdalena de 2000,
fue una novillada impresentable, afeitada y tan indigna como los atanasios
Lances al viento
82
impuestos por Ponce el día anterior, y que promovieron una justa protesta
entre los aficionados. Ese día, sin embargo, las reconvenciones estuvieron
dirigidas al palco, por no ser más generoso en el reparto de orejas de los
tullidos.
Más aún, hay que quitarse la venda para reconocer que los triunfos
de José Tomás en Barcelona, incontestables desde la perspectiva artística,
se han producido ante reses de escaso trapío, en algunos casos como los
zalduendos corridos en abril pasado, verdaderos novillos sin pitones, regordios unos, escurridos de carnes otros, pero todos ellos indignos de una
plaza de primera y de una figura del toreo.
Si se atiende al capítulo del apoderamiento, Enrique Martín Arranz,
cuyos métodos y estrategia empresarial no voy a discutir (en especial, el
controvertido tema televisivo), refleja todos los aspectos más negativos del
representante de figuras, tal como han sido señalados -con razón- apuntando a los Lozano, Ruíz Palomares, etc: deseo de aliviar al máximo a sus
toreros, sin que por ello importe la integridad y pureza de la fiesta; y ello
hasta limites que conocen bien los profesionales veterinarios y presidentes
que se han enfrentado a él las mañanas de sorteo, viéndose obligados a
aceptar su criterio bajo la amenaza de plante. Siendo realista, es lógico que
la figura desee imponer sus condiciones en todos los ámbitos (ganaderías,
fechas, dinero, etc.). Pero cuando las exigencias superan los niveles de la
racionalidad (como el caso de la petición de los juanpedros en la pasada
Magdalena), se entra en el terreno de la excentricidad, la arbitrariedad sin
sentido y el ejercicio gratuito de poder. La ausencia de José Tomás de los
carteles, ¿a quién castiga; a la empresa que igual recaudará su dinero -ahorrándose sus elevados honorarios- porque el publico feriante solo entiende de
claveles y mantillas; o a la afición que
lo ha encumbrado hasta lo más alto?
Concluyo ya. Es hora de hacer
una (auto)crítica responsable, sin necesidad de rasgarse las vestiduras.
José Tomás es y debe sentirse una de
las escasas referencias del toreo clásico
en la actualidad; ha de actuar, por ello,
sin oír a los voceros que lo descalifican
por hábito, porque es obligado meterse
con la figura destacada; pero tampoco
a los que le han encerrado en una torre de marfil que lo sitúa más allá del
bien y del mal. Conviene recordarle que
no son buenos tiempos para la pureza
artística, y que, como sucediera en la
época de Lope de Vega “quien con arte
agora” (torea), “muere sin fama y galardón”.
Javier Vellón
83
OCTUBRE 2001
De mafias y
antitaurinos
Durante el pasado verano el mundo de los toros volvió a ocupar un
espacio en los medios de comunicación nacional, no para informar sobre
una gran faena –por supuesto-, ni para realizar el seguimiento de alguna
feria importante –¡faltaría más!-, sino a propósito de la amenaza de huelga
esgrimida por el conjunto de sectores taurinos ante la administración, en
demanda de ayudas ante la situación creada por las ordenanzas sanitarias
españolas y europeas.
En un programa radiofónico de máxima audiencia –concretamente, en Onda Cero-, al dar paso a las opiniones de los oyentes en torno al
citado tema, un furibundo antitaurino se alegraba de la amenaza de plante, como paso previo a la supresión total de las corridas, y calificaba de
“mafioso” a todo el taurinismo en general. Desde los estudios radiofónicos
de la cadena le contestó Jaime Sebastián de Erice, en defensa de la fiesta,
argumentando que nadie “ama” ni se desvive tanto por el animal como el
planeta taurino, especialmente los ganaderos, empresarios y los propios
toreros.
Tras ambas intervenciones, la reacción lógica en un aficionado
fetén hubiera sido apoyar sin reservas la segunda y rechazar tajantemente
la primera. Sin embargo, tras valorarlas, sentí una extraña impresión que
dio lugar a una paradoja: mientras no me resultaba del todo desproporcionada la perorata del supuesto ecologista –siempre dejando al margen la
radicalidad de la forma-, las palabras del presidente de la Unión -sin duda,
bien intencionadas- sonaban a recurso manido y, en definitiva, falsas.
¿Qué había sucedido? ¿Mi afición se venía abajo ante las razones
–no nos equivoquemos, son dialécticamente poderosas- de los enemigos de
la fiesta? La explicación es más sencilla, y a ello se refiere el contenido del
presente artículo.
El término “mafia” aplicado al taurinismo siempre me había parecido exagerado y propio de la estrategia retórica de los debates, muy proclive a la descalificación tajante. Los abusos del negocio taurino no excedían
de lo que podría englobarse en la tradición –tan hispana- de la picaresca,
eso sí, con pretensiones. Tramposillos, vividores, monipodios, son vocablos
castizos y son –pensaba yo- más adecuados a las cuadrillas que viven alrededor del toro.
Ahora bien, el conjunto de intereses que se mueve en la actualidad
en torno a los ruedos ya no permite seguir con el apelativo light, ni por
la cantidad de dinero en juego, ni por su incidencia en la vida social. En
Lances al viento
84
sintonía con los intrincados vericuetos que sustentan el poder político de
nuestro entorno, las ferias se confeccionan a partir de una red de intereses
en la que se ven implicados los políticos –la mayoría de las plazas son un
lucrativo negocio para las diversas administraciones, los estamentos mediáticos –, los canales de pago que pugnan por incluir el espectáculo en su
oferta-, y una serie de oscuros –por inextricables- agentes de los que las
gerencias y empresas tradicionales son una simple tapadera. Basta con
observar los hechos sucedidos en los últimos años en la plaza de Valencia
para ilustrar lo expuesto.
Respecto al sentimiento de protección desplegado en torno al toro,
la verdad es que el tópico no soporta un mínimo contraste con la realidad.
La imagen del toro entre el taurinismo –no entre los aficionados verdaderos- se aleja de cualquier visión romántica, y de una idílica protección a la
naturaleza, y, por supuesto, de cualquier interpretación mítica. Es el instrumento que permite mantener la identidad del espectáculo; a partir de
aquí, todas las actuaciones sobre el animal han llevado a una degradación
de su integridad: el afeitado, absolutamente generalizado, al amparo de
una autoridad muy limitada en su actuación, y de una legislación apenas
beligerante y en manos del criterio de los “profesionales”; la droga ya no es
un invento de cierta prensa sino una realidad constatada (y rápidamente
olvidada); la edad y el cuajo de las reses en las corridas de las figuras nos
retrotrae a épocas pasadas (lo contemplado en las ferias de septiembre
debería hacer meditar al aficionado); la falta de fuerzas y de casta son el resultado de una selección vinculada a una tauromaquia que poco tiene que
ver con el espíritu original, y en la que el toro ha de ser un “colaborador”
(uno de los eufemismos más sintomáticos de esta época).
Todo ello es posible por múltiples factores, algunos de los cuales
han sido mencionados aquí. Pero todos coinciden en un criterio: están haciendo la fiesta que el público pide. El público actual; este será el tema de
futuros artículos.
Javier Vellón
85
ENERO 2002
José Tomás,
Rey del Rock
A Jesús Espín,
tomasista militante
La publicación el año pasado del libro de poemas Ciento volando, de
catorce, del cantante Joaquín Sabina, en la editorial Visor, no ha tenido
ninguna resonancia entre los ambientes taurinos, ya no sólo entre el público mayoritario que acude a las plazas (cuyo desinterés por el mundo
del toro sólo mengua los dos o tres días fuertes de la feria patronal), sino,
lo que es más grave, entre los aficionados e, incluso, en los medios de
comunicación. Sin embargo, la obra incluye en su tercera parte, titulada
Seis dedos en la llaga de Tomás y un brindis a la sombra de Antoñete,
seis sonetos dedicados a José Tomás y uno, cerrando el capítulo, al toreo
sin edad del maestro Antoñete (“en su patio de las Ventas,/descumple
años Chenel por naturales”). Habría que añadir, además, otros sonetos
no incluidos en esa tercera parte, como el LXVIII (Benditos malditos III)
dedicado a Luis Miguel Encabo, y el XLV con la explícita mención a Curro Romero (“Curro Romero jura que las prisas/son lances de balseros y
ladrones”).
Pese a que han sido muchos los escritores que han centrado su
poesía en el orbe taurino (dos magníficas muestras locales –con vocación
universal, como corresponde a la literatura con mayúsculas- hemos podido apreciarlas en las revistas del Club Taurino de los dos últimos años,
en los poemas de Pasqual Mas y de Juan Mª Calles), lo cierto es que muy
pocos textos se salvarían por su calidad en una antología histórica: los
ya conocidos de Lorca, Alberti, Bergamín, Rafael Morales, algún poema
de Gerardo Diego, y poco más. El resto, bajo un criterio literario, no pasarían de ser juzgados como jueguecillos estéticos, de rima fácil y resultona, y caracterizados por la sucesión de lugares comunes.
En el poemario de Sabina, frente a ello, nos encontramos con un
caso atípico: un cantante que no pertenece al dominio folklórico, género
de tradicional exaltación del taurinismo en su dimensión más rancia y
pretenciosa. A pesar de eso, o quizá por ello, las páginas de su capítulo
tercero ofrecen una de las visiones más completas, más positivamente
castizas y más sugestivas de la fiesta que ha dado la literatura. Hora es
ya de rescatar la tauromaquia del corsé del pensamiento único que, en
este caso, ha adoptado la forma de los valores de la España casposa y
pícara; en este sentido, el mundo del rock es una alternativa idónea, tal
Lances al viento
86
como lo demuestra Vicent Climent en su excelente artículo en la revista
del Club Taurino del presente año.
La idea que subyace en los siete poemas citados de Sabina es el
deseo de recuperar para el toreo su condición de rito, liturgia, y la figura
del diestro como dios-héroe-sacerdote, y contraponerlo a la degradación
de haberlo convertido en un espectáculo social vacío, un desfile de figurantes patéticos cuyo único interés es comerciar con la tragedia. Así,
en el poema XXV le pide a José Tomás (protagonista total de la serie)
“líbranos de turistas y cuaresmas”; en el XXIII afirma que “sin tus pies
en el platillo,/ [los toros] saben a Benidorm y a charlotada”; en el XX se
enorgullece de que se aleje del mundo del corazón: “¡Qué bien que no seas
foto de revista/qué cerca estás, José, cuando te alejas!”.
Como es habitual en sus canciones, el humor es una de las notas
dominantes. Se trata de un humor que va desde la ironía mordaz, hiriente, alimentada por una intuición crítica privilegiada, a la risa socarrona,
en la que el propio autor participa. En el poema XXIV, el primer terceto es
taxativo: “A mis cuarenta y doce ni el bombero/torero necesita un telonero/ni don Tancredo cederá su silla”; en consecuencia, el envite al maestro
es claro: “te cambio seis sonetos por un quite/de frente por detrás a una
vaquilla”.
El lenguaje se identifica por una perfecta simbiosis entre dos
campos tan aparentemente opuestos como el de los toros y el del lenguaje
alternativo de la modernidad. De este modo, aparecen vinculados –incluso por osadas metáforas- vocablos bien conocidos por los aficionados (“isleros, puerta del príncipe, Sierpes, derrote, hule, triángulo-scarpa, etc.),
con otros registros de la cultura urbana (neón, okupas, rock and roll,
taxista, etc.).
La figura del torero es presentada desde una mirada sorprendente, innovadora. La interpretación psicoanalítica –tan presente en el mundo del arte- que considera al diestro como una imagen mítica (de origen
sacro) es reinterpretada con referencias a diversas manifestaciones de la
religiosidad: “de verde samurai Buda”, “el minotauro”, “José Tomás levita
como dios”, “el verbo que predicas”, “cuélganos de tu cruz”. Más aún,
sobre el joven maestro madrileño, el autor proyecta su ideología, y rompiendo con los tópicos que sitúan al toreo formando parte del modelo conservador, derechista, integrador, reivindica su heterodoxia y su condición
de políticamente incorrecto, por lo que José Tomás es el “republicano zar
de los toreros”, se habla “del himno de riego de tu boca”, y el color rojo de
la muleta, asociado con la naturalidad de su mano izquierda, constituyen
la doctrina del nuevo programa.
Como en la música rock, sobre el toreo –especialmente el de José
Tomás- planea la eterna dialéctica entre lo apolíneo y lo dionisíaco, entre lo irracional, orgiástico, violento y la perfección clásica, geométrica,
el equilibrio. Entre el rojo refulgente de la muleta y la naturalidad de la
“mano izquierda desmayada” se encuentra el secreto de una liturgia que
se materializa en un sueño: “soñé que reinventabas conmigo el rock and
roll, José Tomás”.
Javier Vellón
87
ABRIL 2002
Franquicias y
fiesta taurina
El sistema de franquicias se ha adueñado del sector servicios en todas
las ciudades. Resulta indiferente que se pasee por las calles de Valencia,
Castellón, Barcelona o Toledo; en todas uno puede tomarse el mismo café,
tapear en una taberna vasca, comprarse las mismas marcas de ropa o acudir
a las mismas salas de cine. La globalización y la concentración de los mercados ha acabado con las particularidades locales y ha difundido una imagen
uniforme de nuestro entorno.
Tras la celebración de la feria magdalenera, no cabe duda de que el
modelo de las franquicias también ha acabado por imponerse en el planeta
taurino, pues, al margen de dos o tres hechos puntuales, ¿no tenéis una
impresión de la feria similar a una gran nebulosa, en la que todo se difumina
en una apariencia absoluta de vulgaridad, como un inacabable serial que comenzó el día 3 y concluyó el día 9 (siendo indulgentes, el día 10 hubo algún
débil foco de luz)?
Para empezar, sólo hubo un modelo de toro, invariablemente inválido, desmochado, anovillado (cuando no abecerrado, victorinos incluidos),
desfallecido desde el instante que pisa el ruedo, más que noble, insultan­
temente aborregado. Ni una excepción, ni un solo detalle a destacar, ni un
atisbo de fiereza, bravura o peligrosidad: ¡si tienen razón los abolicionistas
cuando reclaman protección para el pobre animal indefenso!¡En estas condiciones, lo es!
Sigamos el orden de la lidia. ¿Se picó algún toro? Hubo algún animal
que no llegó ni siquiera al peto lo que, por cierto, provocó una encendida ovación para el varilarguero. Más aún: ¿algún picador no hizo la carioca?, ¿hubo
alguno que no dejara llegar al toro hasta tenerlo bajo el estribo y allí señalar
el puyazo donde le convenía? Y si hubo algún osado que pretendió hacer la
suerte canónicamente, tirando el brazo por delante, ¿recordáis si entre éstos
hubo alguno que no picara en los costillares o en las extremidades del animal?
Abandonemos por un momento a los protagonistas directos y fijémonos en la actitud del público. Siempre hemos oído que el de Castellón es
un tipo de espectador exigente, por el número de toros que se corren por los
pueblos: ¿recordáis alguna protesta general por la escandalosa presentación
de los toros, por los pitones afeitados? Por el contrario sí se produjo un formidable escándalo en ocasiones puntuales que conviene reseñar (y no para
gloria del respetable): contra el palco, cuando se intentaba mantener un
cierto prestigio de la plaza, conteniendo la irracional petición de orejas (en
el caso de El Juli y de Ponce); contra el presidente, cuando sacó el pañuelo
para avisar a ambos diestros (con el agravante de que al primero le perdonó
Lances al viento
88
un aviso); contra aquellos que tienen la mala costumbre de ir a ver los toros
en silencio y recriminan a los que convierten los tendidos y palcos en una
celebración gastronómica y etílica, sin respetar, con su jolgorio ruidoso, lo
que sucede en el ruedo.
¿Y la espada? También aquí ha existido un común denominador alrededor de dos opciones (con la salvedad de Padilla y Ferrera): o bien estocadas entrando a matar saliéndose de la suerte (con el resultado del pinchazo
correspondiente), o bien bajonazos infamantes, jaleados por el público y que
no han impedido que se pidieran los trofeos de forma mayoritaria.
Ante esta situación, y con el fin de realizar un artículo constructivo
ante tan sombrío panorama, me atrevo a proponer una serie de reformas
para futuras ferias, que, con todos los reajustes necesarios, podrían ser la
base de un reglamento para la fiesta del siglo XXI:
1.- Los carteles de todas las ferias deberían realizarse en Madrid, siguiendo el sistema actual de las matriculaciones de automóviles. Puesto que
no hay diferencias entre unas y otras, y se montan según el dictado de los
apoderados de las figuras, con este método centralizado se evitarían suspicacias y polémicas en la concesión de las plazas, con lo que los políticos se
dedicarían a gobernar y no a repartir favores.
2.- Para suprimir gastos de imprenta, y evitar desplazamientos por la
geografía española, no se anunciarían los nombres de las ganaderías; sería
suficiente con un lacónico: “Saldrán X número de toros”. Puesto que ya no
hay diferencias apreciables entre ellas, y es todo un encaste, esta medida
permitiría a las figuras torear el animal más conveniente en cada situación,
sin necesidad del engorroso trámite del sorteo.
3.- Para evitar problemas con asociaciones de afectados o grupos intransigentes, tras la mención anterior bastaría con añadir un anuncio en los
carteles: “Las astas de los toros han sido manipuladas con el fin de humanizar la fiesta y evitar percances políticamente incorrectos”.
4.- En lugar del ya manido “Se picarán, banderillearán y serán muertos a estoque”, sería preferible una leyenda que anunciara la exhibición en
el ruedo de caballos y diferentes modelos de castoreño (el toro ya saldría
picado de toriles), los pares de banderillas se reducirían a uno (¿para qué
retrasar más la tan esperada y excelsa muestra de arte muleteril?), y la espada –suerte de matarifes- se sustituiría por la puntilla, labor que realizaría
un subalterno.
5.- Finalmente, la mención a “Con permiso de la autoridad”, también
debería modificarse. En lugar de que los representantes de la Administración
(veterinarios y miembros de Interior) se metan en asuntos que no les conciernen, y para que puedan dedicarse a sus verdaderas actividades (capar cerdos
o detener chorizos, por ejemplo), serán los propios profesionales los que garantizarán el normal desarrollo de les festejos y velarán por los intereses del
público. De este modo se evitarán reconocimientos, papeleos, discusiones
bizantinas, que sólo sirven para poner de mal humor a los sufridos mentores
de las figuras. Los toros llegarán el mismo día de la corrida con el Tren de
Alta Velocidad (el trayecto no durará más de dos horas), de la estación irán a
los toriles (el sorteo se realizará vía correo electrónico), y de ahí a la muleta
del artista.
¡Nos seguiremos viendo en la plaza!
Javier Vellón
89
JULIO 2002
El toro
ensangrentado
En la edición del domingo 12 de mayo de 2002, el diario El País publicaba la ya tradicional columna antitaurina de Manuel Vicent (titulada
La Lidia), coincidiendo con el inicio de la feria de San Isidro. Por cierto,
fue una edición paradójica la del rotativo madrileño en el citado domingo,
pues, junto al artículo del escritor de la Vilavella, aparecía el rostro de José
Tomás en la portada de la revista dominical, anunciando una larga entrevista al torero de Galapagar por parte de su amigo, el conocido periodista
radiofónico José Ramón de la Morena.
Con su habitual y brillante estilo impresionista (caracterizado por impactantes imágenes de contraste, dirigidas a la esfera emotiva del lector),
Manuel Vicent daba un salto cualitativo en su diatriba antitaurina respecto a años anteriores, pues, aprovechando la muerte de Joaquín Vidal y
la de José Ortega Spottorno –editor del diario-, solicitaba formalmente la
supresión de la sección taurina en su periódico, alegando para ello motivos
estéticos (no pasar por la “humillación de contemplar, entre una sinfonía
dirigida por Claudio Abbado y una conferencia de Steiner, esa morcilla
acribillada y sangrante que un día fue en el campo bello animal”), éticos (la
violencia) y filosóficos (la modernidad y el europeísmo).
A propósito del mencionado artículo, y dada su repercusión entre los
aficionados, querría comentar algunos aspectos de su contenido, refiriéndome, precisamente, a los tres argumentos que sustentan su petición.
Para comenzar, y hablando de imágenes, violencia y modernidad,
propongo las siguientes cuestiones para la reflexión (observando, a la vez,
lo sucedido en los últimos meses de competiciones futbolísticas):
1.- ¿Se imaginan al autobús de una peña, dedicada a un torero,
apedreada por los seguidores del torero rival?
2.- ¿Creen posible que, tras una corrida que ha resultado un fiasco
(¡y es tan habitual!), el público al salir a la calle se dedicara a quemar
contenedores de basura, a arrancar semáforos, a hacer barricadas con
los coches y a amedrentar al resto de los ciudadanos?
3.- O, en el extremo opuesto, tras una tarde de triunfo: ¿se concentraría toda la afición en el centro de la ciudad, arrasándolo todo a su paso,
enfrentándose a la policía e, incluso, disparando a los coches celulares?
4.- En muchas plazas se intenta imponer la prohibición de asistencia a los menores de edad: ¿de verdad hay más peligro en una plaza que
en un estadio, donde las bengalas, cohetes, objetos arrojadizos, sillas,
etc. se convierten en armas comunes contra la afición enemiga?
Lances al viento
90
5.-¿Han observado si es frecuente que se lancen contra los protagonistas de la fiesta mecheros, botellas, bolas de acero, piedras, etc.?
Sí, por supuesto, estoy haciendo demagogia defensiva, tomando
como base lo que todos hemos tenido oportunidad de ver en las jornadas
finales de la liga de fútbol, en todas las categorías, y en las reacciones
de las hinchadas en los respectivos países a lo largo de las semanas
mundia­listas. Por cierto, éste es el deporte que ocupa una tercera parte
de los informativos televisivos –imágenes de vandalismo incluídas-, y es
la sección con más páginas de numerosos periódicos, entre ellos El País.
Frente a ello, los aficionados a los toros estamos constantemente
bajo sospecha, arrinconados –informativamente hablando- en espacios
marginales de la programación (cuando no directamente eliminados). Con
frecuencia recibimos todo tipo de insultos: “sádicos”, “asesinos”, “tor­tu­­
radores”, son los gritos más coreados en las manifestaciones antitaurinas
(como la del pasado 25 de mayo en Madrid); y si usted tiene la costumbre
de ir a la Aste Nagusia bilbaina, el viernes de feria podrá ser testigo –y
partícipe- de un hecho singular: ante la puerta de la plaza de Vista Alegre se congrega una concentración de 25 ó 30 personas, rodeadas por la
ertzaintza antidisturbios (beltzas, los denominan despectivamente, por el
color negro de su indumentaria), con el fin de defendernos de ellos, no
a la inversa, que le deleitarán con frases tan afectivas como hijos de puta,
españoles, os vamos a matar, etc.
Pero hay que erradicar el último reducto de la
información taurina, y así
acabar con la fiesta. Será
el modo de conseguir un
país civilizado, moderno,
europeo, respetuoso con
los valores democráticos,
políticamente correcto y
presentable ante la opinión pública internacional. Eliminemos los comentarios taurinos y conseguiremos un periodismo
éticamente irreprochable,
cuyo objetivo sea fomentar
los valores de la ciudadanía, la paz, la libertad, el
progreso, la convivencia y
el multiculturalismo....Al
menos, en las páginas del
crucigrama.
Javier Vellón
91
OCTUBRE 2002
Reflexiones oscenses
El pasado agosto, por circunstancias vacacionales, asistí a la feria
taurina de san Lorenzo, en Huesca. La serie de festejos que la componían
no merecen ni siquiera un mínimo comentario, pues se trata del típico serial de una plaza de segunda, con todas las cualidades que caracterizan estos abonos a lo largo de nuestra geografía: toros afeitados e inválidos hasta
la desesperación (sin que ello mereciera una protesta, ni un comentario,
ya no sólo por parte del respetable, sino por parte de los periódicos locales,
el Heraldo, El Periódico o el Diario del Alto Aragón); presidente con un desconocimiento absoluto del reglamento (el día 12, otorgó dos orejas a Víctor
Puerto tras una faena de 14 minutos, que no mereció ni un solo aviso, y lo
mismo sucedió con Miguel Abellán, aunque en esta ocasión los pases de
muleta se prolongaron durante casi 15 minutos, sin ningún aviso, claro);
público que únicamente desea pasárselo bien y taurinos que llevan a cabo
sus desmanes con total impunidad. En fin, lo habitual.
El motivo de estas líneas no es, por tanto, hablar sobre la feria oscense, sino proponer una serie de reflexiones, suscitadas a lo largo de las
tediosas tardes caniculares y que confirman el hecho de que, para el aficionado, siempre sucede algo.
La primera se produjo el sábado 10, día grande de las fiestas, en el
que se anunciaba José Tomás en los carteles. Tras observar su actuación, y con el distanciamiento que supone su retirada –esperemos que
momentánea- de lo ruedos, sigo sin comprender la extrema contradicción
que ha envuelto a este diestro: las reses de Teófilo Segura, por supuesto,
impuestas por la figura, lucían un afeitado indecoroso, estaban inválidas
y la mayoría eran novillos engordados; frente a ellos, José Tomás se plantó en medio del ruedo –en el único que mató, por cogida- haciendo frente
a un verdadero huracán que hacía imposible, incluso, sujetar la muleta,
planteando una faena con toda la verdad del toreo, sin aliviarse un ápice,
con riesgo evidente de cogida en cada pase. Ante ello, he aquí la cuestión
que me planteé: ¿por qué un torero que practica con tal pureza las suertes
–es una excepción entre la legión de pegapases que puebla el escalafón- se
abandona en manos de un entorno que lleva a la práctica los peores usos
del taurinismo?
La segunda reflexión se suscitó al día siguiente, el domingo 11. A Javier Conde le correspondió un encastado animal de Javier Pérez Tabernero
(el toro de la feria, sin duda). La faena –que, por cierto, fue premiada con
una oreja- se compuso de tres pases de los denominados plásticos (aunque
sin ninguna apretura, ustedes ya me entienden), y doce enganchones en
la muleta (en el capote no hubo ninguno, puesto que no dio ni un pase). El
Lances al viento
92
toro se fue sin torear. Por tanto: ¿qué relación hay entre lo que denominamos arte y los fundamentos de la lidia?; ¿deberíamos modificar nuestras
nociones sobre el particular?
En tercer lugar voy a referirme a Curro Vázquez, que sustituyó a Enrique Ponce la tarde del día 10, y que por el percance de José Tomás hubo
de lidiar tres toros.
Durante la faena al cuarto de la tarde, se desarrolló una escena que
me impresionó vivamente y que paso a relatar. Tras la merienda –entre el
tercer y cuarto toro- las peñas, que cubrían totalmente los tendidos de sol,
decidieron alegrar la insoportable sofoquina de la hoya oscense, lanzándose todo tipo de restos orgánicos: los unos lanzaban cabezas de gambas y
las desolladas cigalas acompañadas del aceitoso arroz paellero; los otros
contestaban con lo que había sido un suculento pollo al chilindrón, con
todo el esplendor de su salsa; los de más allá se sumaban a la contienda
aportando sus albóndigas con tomate; los de acá, con sus patatas a la
riojana; los más exóticos aportaban puñados de spaghetti a la boloñesa
(ricos en carne picada y cebolla) y los más humildes pedazos de pan, harina y confetti. El espectacular intercambio de vituallas venía aderezado
con entusiás­ticos cantos corales: “¡Por Zaragoza cambiamos Perejil!”, “Chihuahua”, “Voy a ser yo”, etc...Mientras, en el ruedo, una solitaria figura
de nazareno y oro, en el final de su carrera, nos ofrecía algunos de los
naturales más hondos y hermosos de la temporada. No mereció ni el reconocimiento de un aplauso.
Ante esta realidad descrita, me pregunto: ¿debemos seguir hablando,
en un futuro inmediato, de arte taurino?; ¿no sería más propio situar el
espectáculo en un paréntesis asociado a lo festivo, a lo pantagruélico, a
lo orgiástico, al exceso puntual y limitado en el tiempo, y olvidarnos de
los parámetros tradicionales de la tauromaquia? Contemplando aquellos
trazos sin eco de Curro Vázquez me contesté a estas cuestiones, y sentí
el complejo de soledad que atenaza a los aficionados cada tarde y en cada
plaza abarrotada de espectadores.
Javier Vellón
93
ENERO 2003
El chapapote
informativo
El hundimiento del Prestige ante las costas gallegas ha sido, sin
duda, la noticia más trágica de 2002, y ha supuesto una importante
sacudida a la conciencia ecológica de los ciudadanos españoles. Pero,
además, el accidente del barco-basura ha tenido repercusiones en
la sociedad: en el lado positivo, la solidaridad del sector civil; en el
negativo, ha hecho perceptibles las limitaciones del país oficial para
afrontar una desgracia de tal magnitud, así como las contradicciones
de una clase política que ha consumido su energía en pugnas intestinas
en lugar de afrontar los hechos con coherencia desde su inicio.
En este sentido, el Prestige también ha sacado a la luz el paupérrimo
papel que la información taurina tiene en los medios de comunicación.
Las radios, las televisiones, en sus programas de máxima audiencia,
se hacían eco de las propuestas solidarias con el pueblo gallego
desde diferentes sectores cívicos, sociales, empresariales, sindicales,
etc. Especial relevancia tuvieron, en tales medios, los ofrecimientos
procedentes del mundo del espectáculo: recaudaciones de teatros,
cines, galas musicales y, la más comentada, la organización de un
partido de fútbol entre el Real Madrid (luego, también se añadió el F.
C. Barcelona) y una selección de los equipos gallegos.
Pues bien, en este alarde informativo en torno a los ofrecimientos
benéficos, no hubo ni una sola mención al mundo taurino. Cualquier
observador podría haber pensado, en consecuencia, que el taurinismo
ha sido ajeno al sufrimiento de las costas norteñas, lo que vendría a
confirmar su carácter mafioso, cruel y sanguinario, y justificaría el
calificativo de “vergüenza nacional”, lo que se traduce en una máxima
que parecen manejar los redactores-jefe de los informativos: ni una
imagen taurina en los telediarios.
Como sabemos los aficionados, la realidad es muy distinta, pues
antes de que cualquier equipo deportivo se mostrara dispuesto a
colaborar, los hermanos Lozano, empresarios de Pontevedra, ofrecieron
la plaza y su trabajo para organizar un gran festival cuyo objetivo fuera
recaudar fondos. A partir de aquí, el aluvión solidario fue incontenible:
toreros y ganaderos ofreciendo objetos para su venta; el portal de
Internet Mundotoro organizando una subasta de entradas y estancias
en hotel para las principales ferias de 2003, a la que se sumó, en
primer lugar, la empresa Canorea (con dos barreras y una noche de
Lances al viento
94
alojamiento para el domingo de Resurrección en Sevilla), luego Madrid,
Bilbao, y el resto de cosos españoles y franceses (Castellón entre ellos,
por cierto); etc.
¿Por qué se silencia lo que ha sido una respuesta masiva e inmediata
del mundo de la fiesta ante la tragedia del petrolero? ¿Es que los
toros, a lo largo de su historia, no han demostrado sobradamente su
solidaridad con las víctimas del infortunio (recordemos el macrofestival
de Valencia pro damnificados de las riadas en el año 1982)?
Lo que ha sucedido es el síntoma de una situación que cualquier
aficionado habrá percibido en los últimos tiempos: la fiesta taurina está
en trance de desaparecer –cuando no lo ha hecho ya definitivamentede los principales medios de comunicación. Para comprobarlo, basta
con fijarse en dos episodios emblemáticos.
En primer lugar, el diario de mayor difusión nacional, El País, tras
la llorada muerte de su crítico, Joaquín Vidal, parece haberse hecho eco
de las peticiones de algunes de sus colaboradores (de Manuel Vicent,
por ejemplo), y ha reducido la información taurina en sus páginas,
ya no sólo la que se ofrece durante el invierno (que tradicionalmente
ya era casi inexistente), sino incluso la que se ha dado de las ferias
señeras de la temporada.
El segundo caso es el de los medios de titularidad pública. El
programa Tendido Cero es el vagamundo de la parrilla de programación,
siempre en la segunda cadena y con horarios imposibles para los
aficionados que trabajan. Por su parte, el programa radiofónico Clarín,
que se emitía a una hora privilegiada los domingos, ha sido desterrado
a la medianoche, y los cinco minutos diarios que RNE dedicaba a
las noticias taurinas, pasa a las 21’25, físicamente integrado en el
programa deportivo (lo que supone su supresión cuando hay partidos
de fútbol internacionales entre semana, es decir, tres de los cinco días
laborables).
Si alguien desea conocer la actualidad del mundo del toro –al
menos, en la faceta dedicada a los diestros famosos- ha de sintonizar
los programas del corazón en cualquier cadena. Allí podrá enterarse
de los devaneos de las esposas, preparación de actos sociales, etc., lo
que le permitirá comprobar que Ponce, Finito, “El Cordobés”, Rivera
Ordóñez, etc. siguen vivos y se divierten en cócteles y saraos.
Ante esta situación, la alternativa es conectarse a Internet.
Portales como Mundotoro, o el renacido Burladerodos, entre otros,
proporcionan una información rápida y completa de cualquier hecho,
ofrecen artículos de opinión, entrevistas, proporcionan enlaces con
todo el universo taurino (desde plazas, hasta páginas web de toreros,
direcciones de peñas, librerías, hemeroteca, tienda, etc.) y permiten
el contacto entre aficionados a través de foros de opinión y chats. En
este caso, acceder a las nuevas tecnologías es el único modo de luchar
contra el imparable avance de la marea negra.
Javier Vellón
95
abril 2003
Guerra y toros
El sábado 29 de marzo, en la corrida de feria, como ya es tradicional,
unas decenas de jóvenes antitaurinos se manifestaron ante la puerta principal de nuestra plaza de toros. Parapetados tras la inevitable pancarta,
entonaron cánticos y consignas ya bien conocidas pues forman parte del
guión en este tipo de actos. Este año, sin embargo, me llamó poderosamente la atención que una de las frases entonadas vinculaba la afición taurina
con una disposición natural hacia la violencia, y, por ende, hacia la guerra,
por lo que se deducía claramente que el mensaje que se deseaba transmitir
era la existencia de una relación directa entre dicha afición y la defensa de
posturas belicistas, proamericanas, conservadoras y, si continuamos estirando del hilo argumentativo, cualquiera que acude a la plaza sólo puede
ser un votante del PP satisfecho con la matanza de inocentes.
En realidad el reducido grupo de ecologistas estaba llevando a la práctica –supongo que sin pretenderlo- una antigua costumbre singularizadora
del raciocinio hispano: la facilidad para elevar al grado de categoría genérica
lo que son circunstancias concretas, incluso anecdóticas, y para establecer
conexiones aventuradas entre conceptos alejados entre sí. No en vano, en
ningún lugar del mundo existen tantos filósofos de taberna, tantos sénecas
en las colas, tantos hacedores de mundos, como en nuestra amarga piel de
toro.
Más aún, esta tendencia a la lógica de la exageración, a la descalificación con voluntad globalizadora, a “mezclar churras con merinas” –como
resumiría un castizo-, no es exclusiva de los jóvenes rebeldes que persiguen
el impacto del titular de prensa. También las sólidas plumas del antitaurinismo militante han recurrido a la exposición hiperbólica, a las imágenes
demagógicas que reducen la fiesta de los toros a un entretenimiento para
señoritos panzones, horteras con peineta y aristócratas cocainómanos. Lean
estas líneas de Manuel Vicent para comprobarlo: “Arriba, el rabo desollado resplandeciente del anticiclón de las Azores; abajo, caciques, braceros,
señoritos, sacristanes y leguleyos. Arriba, la esperanza de que caiga lluvia
después de sacar en procesión la mojama del patrón del pueblo; abajo,
guardias civiles, toreros, perros ahorcados en alcornoques y la gracia del
garrote vil.” (“Más toros”, El País)
Ante esto, en la reciente feria de la Magdalena hemos tenido la oportunidad de leer excelentes crónicas claramente comprometidas con un ideario
ético y civil contra la barbarie de la guerra, contra los verdugos del pensamiento único, contra los centuriones del imperio (por cierto, el plantel de
autores dedicados a escribir de toros en los periódicos castellonenses ha
sido de lujo; salvo en dos o tres capitales es difícil encontrar columnas de
la calidad de las de Manuel Pons, José Roig, Javier Moliner, etc.). Javier
Villán en El Mundo y Vicent Climent en las páginas del Levante de Castelló,
Lances al viento
96
concluían sus comentarios diarios de las corridas con breves pero intensos
retazos en los que se apuntaba su crítica ante los acontecimientos en Irak.
Y lo han hecho desde el rigor, sin grandes pronunciamientos, con sobriedad
intelectual, no exenta del escepticismo propio de los tiempos oscuros que
vivimos.
No me resisto a citar algunas de las frases más señaladas de estos dos
autores. Primero Javier Villán. Así acababa la crónica de la corrida de Cuadri: “Al final, la gente miraba para otro lado...y firmó un armisticio global,
aunque fuese de mala gana y a regañadientes. Eso es lo que hay que hacer:
armisticios y paz a troche y moche.” Y así la de la novillada: “Va por ustedes. Y, sobre todo, va por la niña de Basora.”. Por su parte, Vicent Climent
comenzaba así su “Por naturales”del festejo de la Magdalena: “Los países
que ponen el grito en el cielo por el sufrimiento animal...andan enfrascados, junto con el iluminado de turno, en una guerra sin sentido en la que
mueren personas.” Y la concluía de este modo expeditivo: “No a la guerra
de parte de un aficionado. Y si no es demasiada molestia nunca mais”. Al
enjuiciar el comportamiento de los juampedros decía: “Como a todos se les
simuló la suerte de varas, ¡Simular la guerra sin disimulo!, pidió a gritos el
pacifista de turno, desde un palco ocupado por cabales”. Estas fueron sus
últimas palabras de la corrida que cerraba la feria: “El paseíllo se hizo sin
música. Quiero pensar que fue una doble protesta, por los desmanes de los
delicuentes aliados de las figuras y por las víctimas de la guerra incivil.”
Me consta que ambos han sido criticados por parte de lectores que
consideran que la sección taurina no es lugar adecuado para expresar puntos de vista sobre la actualidad social y política.
Olvidan estas personas, sin embargo, que los grandes maestros del
periodismo, como Mariano José de Larra (autor de numerosas críticas teatrales –género hermano de la crónica taurina-, y uno de nuestros clásicos de
la prosa moderna), trazaban constantes paralelismos entre la podredumbre
de la escena madrileña y el atraso secular de una sociedad de espaldas a
Europa y a los nuevos planteamientos democráticos.
Resulta curioso, por otra parte, que esas mismas descalificaciones no
se oyeran cuando comentaristas como Vicente Zabala, padre, (q.e.p.d.) insertaba unos primeros párrafos costumbristas, plagados de referencias a
los valores del españolismo más rancio, reivindicando un nacionalismo del
pasado, haciendo gala de un casticismo trasnochado, que servía de coartada para los que acusaban a los toros de ser la expresión de una idea excluyente de lo hispano.
La actitud de Javier Villán y de Vicent Climent reclama para la fiesta
un lugar entre los valores de una ética civil, si se quiere tradicional, pero
no necesariamente tradicionalista y, a la vez, la rescata de los avatares políticos, esos mismos que durante la década de los 80 llenó los callejones de
las plazas de dirigentes socialistas, y en los 90 de políticos de la derecha.
Ni unos ni otros han tenido la mínima preocupación para arbitrar las medidas necesarias que eviten los desmanes del taurinismo sin escrúpulos, ése
mismo que dejó a los toros sin pitones y el que ha proporcionado a los antitaurinos la fotografía que adornará su pancarta el año que viene, cuando
vuelvan a reunirse el sábado de feria.
Javier Vellón
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julio 2003
¿Son los toros
de derechas?
A Pepe Dominguín,
torero comunista.
En su ya habitual columna antitaurina, coincidiendo con el inicio de
la feria de San Isidro, Manuel Vicent (El País, 11-5-03), con la brillantez
de estilo que le caracteriza, clamaba contra la fiesta como síntoma de una
enfermedad nacional (tesis heredera de las históricas diatribas de Eugenio
Noel), y que representa “la España castiza y negra, con ese toro de Osborne
que, de pronto, irrumpe en la belleza del paisaje con el perfil de sus testículos a contrasol”. Temas y formas recurrentes en un discurso que, tras años
de insistencia, ha perdido gran parte de su capacidad sorpresiva.
Este año, sin embargo, nuestro paisano ha dado un salto cualitativo
respecto a las temporadas precedentes. Si en aquéllas ya apuntaba hacia
el tópico que emparenta las corridas de toros con el andalucismo, el señoritismo, la España de charanga y pandereta, la sangre con el belicismo
ancestral del espíritu hispano, llegando a un totum revolutum en el que
alternan los sacristanes con las romerías, los santos con la reforma agraria, el europeísmo con la paella, la tortura de perros con las sinfonías de
Beethoven, en el artículo del pasado mayo el escritor establecía vínculos
estrechos entre los toros y la derecha, trazando un paralelismo –muy propio de su estilo efectista- entre “las manifestaciones callejeras del PP”, “las
grandes concentraciones del catolicismo español”, y la afluencia masiva a
las Ventas durante la feria del patrón madrileño.
Manuel Vicent afirma taxativamente que “la derecha española asistirá cada tarde a una misa sangrienta con un codo en la maroma y, esta vez,
se le permitirá tener las piernas cruzadas”. Y, pese a admitir que “también
los políticos de izquierdas intentarán ser investidos de patriotismo en una
barrera babeando un puro”, se permite aconsejarles que no deberían acudir a tales eventos, pues “éste es un privilegio reservado para los amantes
de la España castiza”.
Es evidente que el columnista de El País, consciente de su deber cívico como elite ilustrada frente a una muchedumbre gregaria e iletrada,
ha decidido entrar en campaña para recordar a los votantes que la derecha tiene las manos ensangrentadas, tras haber asestado un volapié
por el hoyo de las agujas al pueblo iraquí. Por ello, es necesario advertir
al potencial electorado progresista que, si acuden a la plaza, serán cómLances al viento
98
plices de esa derecha asesina que sólo encuentra placer en espectáculos
sangrientos; además, estará participando en un miting de los secuaces de
Aznar, protagonizado por tres candidatos de seda y oro; finalmente, su
afición aberrante les llevará a caer en brazos del franquismo sociológico,
que gobierna la nación desde los Reyes Católicos, lo que demostrará la
debilidad de su pretendida ideología socialista. Es una simple cuestión de
implicaturas.
El problema de tan docta argumentación es que, para combatir lo que
él considera una tradición violenta, incurre en el tópico más simplista, en
una reducción maniqueísta que,como tal, es injusta y con aires de descalificación fascistoide. Lógicamente, tal exposición de imágenes grotescas
resultará insultante para los que, siendo aficionados a los toros, o no,
se sientan –legítimamente- de derechas; pero no será mejor la impresión
entre los numerosísimos votantes de izquierda que acuden a los tendidos
de las plazas, y entre los que hay tan notables aficionados como puede haberlos entre las filas conservadoras: ¿realmente la afición puede depender
del color de la papeleta?
El autor de la Vilavella, en su afán didáctico (mejor sería decir, profético), debería educar, en lo que son los principios programáticos de la
izquierda esencial, a un buen número de progresistas equivocados, desviados de la verdad por su
incontrolada pasión “por
el fulgor del vómito de los
toros”. A pintores como Picasso, Óscar Domínguez
o Miró; a escritores, como
Lorca, Alberti, Hemingway,
Miguel Hernández; a cineastas, como J.A. Bardem, Almodóvar, Agustín
Díaz Yanes, Paco Rabal;
a músicos como Joaquín
Sabina, J. Urrutia, Luis
Eduardo Aute; incluso a
políticos que, pese a su currículum izquierdista, son
verdaderos submarinos de
la derecha, como Enrique
Múgica, Alfonso Guerra,
Corcuera, Juan Antonio
Arévalo, Antoni Asunción,
José María Mohedano, etc.
Créame, para ir contra la fiesta de los toros,
sobran argumentos. Sólo
es cuestión de saberlos
elegir.
Javier Vellón
99
octubre 2003
Dos toreros.....
Fuera de la plaza
En la pasada feria de Bilbao, la Aste Nagusia 2003, dos toreros destacaron sobre el resto: Enrique Ponce que, en su segunda comparecencia
en la feria –el viernes 23 de agosto-, realizó una soberbia faena a un impresionante toro de Samuel Flores (en una corrida que los cronistas califican
como la más seria de los últimos años en Bilbao), aparentemente imposible
de lidiar, y que puso en jaque a su experimentada cuadrilla; César Jiménez, quien con su toreo espectacular, propio de un diestro bozalón, arrebató a los tendidos de Vista Alegre, pese a que el presidente no le concedió
–con buen criterio- la segunda oreja, solicitada de manera mayoritaria, en
su faena al 6º toro de la corrida de Torrealta del jueves 22.
Sin embargo, no voy a referirme a ambos diestros por su labor en los
ruedos, ni a describir las calidades de sus respectivas faenas, ni mucho
menos a glosar las excelencias de su tauromaquia, sin duda opinables, y
con las que no suelo comulgar a menudo. Lo que deseo en estas líneas es
ponderar la torería de la que ambos hicieron gala fuera de la plaza, desde
su condición preponderante de triunfadores, ante los micrófonos de las
múltiples tertulias que se desarrollan durante la semana en la capital del
Nervión.
César Jiménez, ante un pobladísimo auditorio, en los salones próximos al Hotel Ercilla, donde se lleva a cabo esta renombrada tertulia, y
frente a las preguntas de los periodistas habituales en este evento (Pedro
Mari Azofra, Juan Luis Carabias, Juan Posada, Andrés Luque, Juan Miguel Núñez), desplegó un aroma de honradez y de coherencia, cuando todo
lo tenía a su favor y lo lógico hubiera sido un ejercicio de soberbia.
Situémonos: horas antes, en el cartel más esperado de la feria, con el
“No hay billetes”, acompañado por las dos máximas figuras del escalafón
(Ponce y “El Juli”), el joven diestro había puesto la plaza boca abajo, con
una faena espectacular aunque, según mi opinión, hueca en el toreo esencial y ayuna de naturalidad. Se pidieron unánimemente las dos orejas del
6º, que el presidente no concedió. Todos los periodistas de la mesa habían
coincidido en que se merecía los máximos trofeos, por lo que, cuando llegó
Jiménez, el ambiente le era totalmente favorable. Lo sencillo e, incluso, lo
más lógico hubiera sido seguir la corriente. No fue así. El madrileño, ante
la sorpresa generalizada, pasó a pormenorizar una autocrítica que iba más
allá de lo que exigía el guión: “he fallado en el toreo al natural, pues no
he sabido ligar bien las series”, “algunos pases en redondo me han salido
despegados”, “el toro me ha tocado demasiado la muleta”. En conclusión,
Lances al viento
100
y son sus palabras: “El presidente ha hecho bien en no concederme el segundo trofeo”. Al acabar su alocución pensé que Jiménez era un torero de
dos orejas, esas mismas que yo tampoco le hubiera dado en la plaza.
El caso de Enrique Ponce es, si cabe, más digno de valorar. Tras su
faena al cuarto Samuel, una faena de dos orejas que perdió al fallar con
los aceros, y que, con el tiempo, va ganando en importancia, pues los aficionados van midiendo la solidez de su labor ante un toro complicadísimo,
astifino y de tremenda envergadura, tras esta demostración de sapiencia,
digo, Bilbao volvió a entronizarlo como máxima figura frente a sus competidores.
No hay duda de que el torero valenciano, que siempre ha demostrado
un amor propio envidiable, en las últimas temporadas habrá sentido el
empuje de diestros como José Tomás y, sobre todo, por su carácter competitivo y arrebatador, de “El Juli”, y, seguramente, en más de una ocasión
se habrá sentido dolido por la atención concedida a ambos matadores,
exultantes en su juventud, y por el olvido, cuando no desprecio, con que
se valoraba al resto de figuras, especialmente a él que había dominado la
cabeza del escalafón en los años anteriores.
Ahora se encontraba con “El Juli” en horas bajas, en uno de los momentos más críticos de su corta carrera: no había fracasado totalmente en
Bilbao, pero su apuesta de torear tres corridas este año no le había salido
bien, y el público le había tratado muy duramente. Éste podría haber sido
el momento del desquite para Ponce y tuvo oportunidad para ello. En el
Hotel Carlton, ante los micrófonos de la SER, con Manuel Molés, “Antoñete” y Suárez Guanes
en la mesa, se le preguntó por
el desencanto producido por “El
Juli”, y si era el síntoma de su
decadencia. “Todos los toreros
que llegan a la cumbre tienen
malos momentos” –contestó-;
“pero lo que ha sucedido es diferente: Julián ha estado bien
las tres tardes, toreando con la
izquierda como pocos” –continuó-; “lo que está viviendo ahora es la presión a la que están
sometidas las primeras figuras,
una presión inhumana, que
debe superar”. Y, por si no había sido suficientemente claro,
sentenció: “Julián es uno de los
toreros más importantes de los
últimos años, y va a seguir siendo el número uno”. Ponce, un
diez como persona.
Javier Vellón
101
ENERO 2004
El toreo, ¿es grandeza?
Los aficionados tenemos el hábito de argumentar en favor de la
fiesta con calificativos y tópicos grandilocuentes, del tipo “es un arte”,
“es el enfrentamiento entre la fuerza bruta y la inteligencia”, “representa
el rito mágico del círculo” o, simplemente, concluimos con un expeditivo
“el toreo es grandeza”.
Sin embargo, algunos hechos acaecidos en las últimas temporadas,
y de los que el autor de estas líneas ha sido testigo, resultan sintomáticos del sendero actual del toreo y de las reacciones del público feriante
(los llamados “isidros”, en la capital). Fruto de ellos son las reflexiones
que aquí se ofrecen, cuyo fin último es relativizar el fundamento estético
de la lidia, al menos en las condiciones presentes.
En primer lugar, situémonos en la feria valenciana de julio de 2001,
en el cartel cumbre del ciclo: Curro Vázquez (de convidado de piedra)
abría la terna que completaban Enrique Ponce y “El Califa”, ante toros
de Victorino Martín. Curro se limitó a salir del paso en su primer toro,
un albaserrada “alimaña”, totalmente a contraestilo de su concepción
del toreo. Bronca monumental. En los dos toros siguientes asistimos a
la consagración del “pegapasismo” más vulgar, ante la anuencia, cuando no complicidad, de los tendidos. Y llegó el cuarto. Curro se abrió de
capa en medio de la desaprobación mayoritaria del público que aún le
recordaba su labor anterior. En el quite, todo continuaba igual. Con la
muleta realizó una de las labores más artísticas de los últimos años en
el coso de la calle de Xàtiva, compuesta de tres series más los remates
finales, es decir, la extensión que siempre han tenido las grandes faenas. Mató con habilidad y.....apenas pudo salir a saludar en el tercio,
pues todavía persistían los silbidos.
Año 2002, feria de Huesca. En el día del patrón –San Lorenzo-,
Curro Vázquez sustituye a Ponce, formando cartel con José Tomás y el
local Tomás Luna. En el cuarto, de Teófilo Segura, el de Linares desgrana la serie de naturales de mayor hondura que vi a lo largo de aquella
temporada, en medio del jolgorio escatológico del sol, y el sonido de corchos de cava en la sombra. Ni una muestra de reconocimiento.
Feria de la Magdalena de 2003. Primera corrida de feria. La concurrencia recibe con olés maestrantes los gestos aflamencados de un
repeinado torero malagueño, a varios metros de la cara del toro, como
si el Paula de Vista Alegre hubiera revivido. En el festejo que cierra la
semana taurina, Uceda Leal construye una gran faena a un victorino,
muy ligada, tanto por naturales como por redondos, con un toreo clásico, profundo, con pases de un temple exquisito. Sin duda, la faena de
Lances al viento
102
la feria. Pues bien, tras matar de una estocada, apenas hubo petición
para la primera oreja, cuando veinticuatro horas antes “El Fandi” cortaba tres orejas por seis pares de banderillas a una enrazada corrida de
“El Pilar”.
Se ha escrito mucho últimamente sobre el público que acude a las
plazas y, sobre el índice, en franca decadencia, de verdaderos aficionados en los tendidos. Es innegable que sin esos espectadores esporádicos
(los “isidros”), cuyo interés por la fiesta no va más allá de lo que significa
participar en un acto ferial (como ir a la Romería, al Pregó o al Mesón,
por no salir del ejemplo castellonense), las corridas de toros ya no existirían. Son su sostén económico y, -conviene no olvidarlo- el reglamento
convierte a la mayoría en el referente de calidad (que ahora se mide por
orejas), sobre todo si la autoridad participa de ese ambiente de jolgorio
en el “vale todo” (lo cual, por otra parte, es lo que suele suceder en la
mayoría de las plazas). El aficionado puede reclamar el derecho a expresar su disconformidad pero, seamos claros, su voz queda cada vez más
enclaustrada en foros reducidos, bien sea en salones de hoteles, bien en
los chats de los portales taurinos de Internet.
Frente a esta evidencia que, además, tiene derivaciones económicas imposibles de soslayar, ¿convendría cambiar nuestros parámetros
sobre lo que significa el toreo?; ¿habremos de proponer nuevos argumentos y olvidar la tradicional mención de los grandes nombres del arte
vinculados con la fiesta como Picasso, Lorca o Alberti? En definitiva,
¿sigue siendo el toreo grandeza, o tendrá que vestirse con las galas de
las festeras?
Javier Vellón
103
ABRIL 2004
Barcelona antitaurina
La reciente decisión del Ayuntamiento de Barcelona de declarar antitaurina la ciudad, moción apoyada por los grupos de ERC, CiU, ICV y por
concejales del PSOE-PSC (el partido socialista afirma no tener una opinión
programática sobre el tema), ha convulsionado el habitualmente lánguido
panorama del taurinismo estatal.
Lo sorpresivo de la medida no debe hacernos pensar que es un proyecto improvisado e impulsivo. Basta haber ‘navegado’ por las numerosas
páginas antitaurinas de la ‘Red’ (movimientos estos que tienen una notable
implantación en Catalunya, por cierto) para comprender que es un acto que
se venía fraguando desde hacía tiempo, porque se pretendía hacer coincidir
con la celebración en la ciudad condal del Fórum 2004, a fin de conseguir
mayor relevancia internacional.
Además, de esta visita a los dominios animalistas podría deducirse
que no estamos ante foros aislados con sus proclamas habituales, sino ante
un movimiento perfectamente diseñado, con vínculos políticos de gran calado, más allá, incluso, del marco estatal, con ramificaciones por Europa,
y vertebrado en torno a grupos de poder socioeconómico con un nivel de
decisión y de influencia cuantitativa y cualitativamente decisivo.
Todo el conjunto de medidas programadas por estas organizaciones se
ha encontrado, a su vez, con unas condiciones objetivas favorables a sus
intereses, tanto de carácter externo como desde la propia situación interna
de la fiesta taurina.
Entre los primeros hay que señalar la situación política creada a partir
de las últimas elecciones autonómicas, con un PSC aupado a la presidencia
de la Generalitat con los votos de una exultante ERC, convertido, por tanto,
en ‘rehén’ (o socio, según se mire) de un partido que representa la exaltación
máxima de algunos de los postulados nacionalistas más beligerantes con el
‘otro’.
En efecto, el hecho de que la moción del consistorio barcelonés haya
contando con el respaldo de dos agrupaciones nacionalistas (CiU y ERC),
antagónicas en la pugna política diaria, es el síntoma de una realidad incontrovertible: la fiesta taurina era uno de los objetivos de todo un espectro
ideológico del mapa político catalán.
Las causas hay que buscarlas en los ejes programáticos de todo planteamiento identitario de corte nacionalista. El antropólogo catalán Manuel
Delgado, al estudiar la situación de las tradiciones de los pueblos inmigrantes (andaluces, sobre todo) en Catalunya, tales como celebraciones religiosas, actos cívicos, etc., concluía que el rechazo de la clase dominante
nacional a lo que se consideraba algo ajeno al ‘espíritu propio’ era consustancial a un ideario determinado: la exclusión de la multiculturalidad, el
rechazo de tradiciones consideradas como ajenas, son un resorte de las
pulsiones nacionalistas encaminadas a salvaguardar una identidad que se
Lances al viento
104
siente amenazada. Las manifestaciones de importantes representantes de
este sector político en torno al control de los flujos migratorios en Catalunya, por su potencial disgregador de la cultura autóctona, son el testimonio
de esta heterofobia.
Hay, además, en todo ello pruebas del esencialismo maniqueísta al
que son proclives las corrientes identitarias: la crueldad, lo sanguinario,
son formas de españolismo (o de andalucismo, como expresión denigrante),
pertenecen a una cultura impuesta desde fuera, mientras que el carácter
nacional opta por la civilización, la racionalidad, lo políticamente correcto.
Se trata de una simplificación muy operativa en la creación de imaginarios
colectivos en torno a una memoria histórica diseñada a medida, y que trata
de ocultar la realidad de un pasado heterogéneo. Afirmar que los toros es
una “xarnegada feixista” (testimonio recogido por Delgado de la sección de
cartas de un periódico catalán), es igual que decir que el castellano es la
lengua exclusiva de Castilla, que la cerveza es una bebida alemana o que el
fútbol es un deporte anglosajón.
Es indudable que la campaña de sensibilización colectiva frente a lo
taurino ha contado con la colaboración de los medios de comunicación. Lo
que está ocurriendo en la actualidad a nivel del Estado (la desaparición de
los toros de la parrilla de la programación en las televisiones, radios, la limitación del espacio concedido a la fiesta en los periódicos), comenzó hace
tiempo en Catalunya y ha fructificado en la desaparición absoluta de la información sobre la actualidad taurina, cuando no en abierta beligerancia.
Ahora bien, conviene ser realista. El enemigo de la fiesta no siempre
ha de buscarse fuera de ella misma. Hace años que los profesionales del
taurinismo, los que habrían de velar por su integridad y continuismo, sólo
se preocupan del dinero fácil e inmediato, haciendo oídos sordos a las voces
que han reclamado un cambio de actitud ante los serios problema detectados.
Deslumbrados por el aluvión del público feriante de las últimas temporadas, acostumbrados a llenar las arcas una semana al año, el circuito
taurino se ha despreocupado de invertir en calidad. En su lugar, se han ampliado artificialmente los abonos para hacer más rentables los ciclos feriales, con carteles de figuras y ganaderías que han multiplicado sus camadas
descuidando la selección. El resultado, un espectáculo caro y la mayoría de
las veces decepcionante.
A esto hay que añadir la falta de escrúpulos con la que se ha manejado
el negocio: el fraude se ha convertido en práctica habitual (con un público
mayoritario del clavel que sólo protesta ante casos flagrantes) y el afeitado,
los tranquilizantes, han pasado a ser el marco en el que se desarrolla el destoreo, la falta de emoción, el descastamiento generalizado, la uniformidad
y el aburrimiento.
¿A quién le extraña, por tanto, que los antitaurinos ganen terreno?
¿No es evidente que los tendidos se están quedando desiertos muchas tardes? ¿Qué fuerza tendría un partido político, o una coalición, si las plazas
–también la Monumental- se llenaran de espectadores atentos a la pureza
de la lidia, al buen hacer de un plantel sólido de figuras? Estamos en un
momento clave y, conviene no olvidarlo, los enemigos de la fiesta tienen más
y mejores argumentos.
Javier Vellón
105
julio 2004
Enrique ponce y
el guitarrista negro
Miércoles 23 de junio, 7’50 de la mañana: Radio Nacional de España,
en su espacio informativo de conexión local, informa sobre la grave cogida
de Enrique Ponce en la feria de Alicante el día anterior. La emisora pública que, hasta hace dos años, dedicaba un espacio de tiempo diario a las
principales ferias de la Comunidad Valenciana, en la actualidad ni siquiera
habla de ellas al referirse a las distintas fiestas mayores. Este era un caso
distinto, pues había habido una cogida, y el morbo y la tragedia sí que son
una mercancía que vende, aunque sea de algo tan políticamente incorrecto
como la fiesta taurina.
Volvamos al relato de los hechos. Durante 10-15 segundos (no más,
seguro), se da la escueta noticia, sin añadir una palabra más relacionada
con la corrida, con la feria, con los compañeros, ni siquiera se consideró
oportuno leer un parte médico, o dar alguna indicación respecto a cómo
había pasado la noche o si ya estaba fuera de peligro. Demasiada información –debieron pensar los programadores- para algo que sólo interesa a
una minoría de decenas de miles de aficionados que acuden anualmente a
las plazas valencianas.
A continuación, y durante no menos de un par de minutos (seguro), RNE en la Comunidad Valencina ofrece a sus oyentes una detallada
crónica del concierto de esa noche en la plaza de toros de Valencia (¡cruel
paradoja!) del genial guitarrista norteamericano B.B.King, quien a sus más
de setenta años sigue ostentando el grado de rey del blues. Se incluyen,
además, sus declaraciones a la llegada a la capital del Turia, detallando los
pormenores de lo que será su actuación.
Para quien esto escribe, que ha crecido oyendo la música negra (perfectamente compatible con su asistencia a los tendidos desde que tenía
diez años), es un verdadero lujo poder sentir la proximidad de uno de sus
referentes culturales. Ello no es óbice para que sea consciente de la clara y deliberada discriminación sufrida por quien pasa por ser una de las
grandes figuras del escalafón y, con él, de toda la fiesta que él representa.
Los dos merecían una especial atención por quienes se autodefinen como
medio de comunicación pública, al servicio de las demandas de la sociedad
al margen de los gustos de sus dirigentes. ¿O es que no son ambos capaces
de llenar el coso de la calle de Xàtiva?
El anterior relato es todo un síntoma de lo que está sucediendo en
nuestro entorno social. Si en los medios privados el mundo de los toros
simplemente no existe, en los medios públicos está en trance de desapaLances al viento
106
rición. En las radios, los programas taurinos quedan relegados a horarios
imposibles; en las televisiones, se les margina a segundos canales, sometidos a un nomadeo sujeto a los caprichos de los programadores. En los
periódicos nacionales, basta con realizar una sencilla comprobación: compárense las páginas, cuadernillos, separatas que hasta hace tres o cuatro
años se dedicaban a cada festejo de San Isidro, con la media página escasa
actual del diario de máxima difusión, El País.
Más aún, el único interés que el mundo taurino suscita en los medios
de comunicación tiene que ver con el omnipresente y agobiante universo
de la prensa rosa. Son los toreros convertidos en lo que Carmen Rigalt, en
El Mundo, denominó los pijo apartes (los finitos, jesulines, riveras, condes,
el propio Ponce), reducidos por esos programas basura a la condición de
figurones sometidos a la lasciva mirada de la curiosidad malsana. Mal
asunto cuando un espectáculo, considerado en tiempos como sinónimo de
la grandeza y de la verdad, queda encorsetado por los diseñadores de la
nueva moral y los comerciantes del bajo vientre.
Cuando asociaciones, entidades y aficionados, en general, andan inquietos por la ofensiva antitaurina de algunos grupos políticos catalanes,
conviene no olvidar que el principal problema que arrastra la fiesta no son
las ocurrencias de algunos mandatarios nacionalistas que recurren a la
bandera de lo antitataurino siguiendo la estela de la política de pancartas,
tan de moda en estos tiempos, sino la meticulosa campaña de ocultamiento, de opacidad informativa y visual, diseñada en los principales laboratorios de la programación mediática. El llamado efecto mátrix –una mano
oculta, auspiciada por un poder omnímodo, que gobierna los resortes de
la acción social- se cierne desde hace
años sobre la fiesta para convertirla
en un reducto marginado, alejado de
las cadenas televisivas, de radio, para
borrarla de las secciones del periódico. Las intervenciones políticas serían improductivas si no se estuviera
cumpliendo una de las máximas demoledoras de la sociedad de la información: lo que no está en los medios,
simplemente está dejando de existir.
Habrá que acostumbrarse a dejar de
oír pasodobles para disfrutar, desde
el tendido, de la magia de Lucille*.
*Lucille, no es el nombre de
un nuevo quite, ni el nombre de un
bravo ejemplar de victorino, ni el
de una joven promesa de la torería,
sino la poderosa guitarra del maestro
B.B.King.
Javier Vellón
107
OCTUBRE 2004
La disputa de l’ase
El título de este importante tratado catalán medieval, escrito por el
monje Anselm Turmeda una vez convertido al islam, es la licencia que me
permito para esbozar en estas líneas mis comentarios acerca de uno de
los episodios cultural-publicitario-político-esperpéntico más curiosos de
los últimos años, inscrito en la campaña contra todo lo que recuerde a la
fiesta taurina: la comercialización, desde una promotora de Banyoles, del
llamado “ase catalán”. Se trata de la pegatina de un asno, de venta en los
estancos catalanes, y también por Internet, considerado animal autóctono y representativo de la catalanidad, y que surge para contrarrestar la
supuesta contaminación ambiental de la imagen tradicional del toro de
Osborne, icono de la españolidad.
Al simpático asno le ha salido, además, un competidor para intentar
captar el mercado nacionalista, lo que no ha hecho gracia a los instigadores de una campaña que, tras lo observado, parece más económica que
ideológica. Me refiero al gato reivindicado desde Lleida, que pugna con
el équido por el liderazgo en las partes traseras de los automóviles de
nuestros vecinos del norte. Además, para hacer más explícito el mensaje
contra la iconografía taurina, en Banyoles también se ha ideado otro adhesivo, así como camisetas estampadas, en las que un asno monta a un
toro, en un alarde de ingenio contracultural que demuestra el mismo gusto que el lema que navega por la red virtual antitaurina: “Islero, Avispao,
Burlero....la lucha continúa”.
He de reconocer que siento extrañeza ante la profusión que, sobre
todo la imagen del asno, ha tenido entre la población catalana, como puede comprobarse en la cantidad de coches que la lucen, incluso por partida
doble, en la versión en negro y la plateada. Siempre he considerado que
la estampa del toro, del mismo modo que las divisas, banderillas, toreros
colgantes, no era más que un tributo kitsch, propio de cierta edad y de
cierto estatus cultural que, afortunadamente, no es el más generalizado.
La iconografía taurina sí que ha tenido arraigo entre los aficionados al
“bou al carrer”, pero muy escasa entre los que acudimos a la plaza. Fueron las versiones picassianas y mironianas en pósters, abanicos, camisetas, las que dieron una pátina de modernidad a las imágenes taurinas,
logrando una respuesta masiva.
Por esta razón, no entiendo esa urgencia identitaria que somete el
buen gusto a la necesidad de sostener pancartas zoológicas a la contra.
¿No bastaba con los acontecimientos de El Bruc, en l’Anoià, donde comenzó la batalla contra la figura de Osborne, con la destrucción de uno
de los anuncios? Bien está acabar con símbolos que agreden, por lo visto,
ciertas sensibilidades. Quiero decir que sería un tema que podría debatirse con argumentos de todo tipo, estoy seguro que razonables, por ambas
Lances al viento
108
partes. Ahora bien, esta pérdida de valores estéticos colectivos supera mi
capacidad de asombro.
La sociedad civil catalana, sin embargo, es algo más complejo y plural que el aparente gregarismo de uno de sus sectores ante campañas
más o menos institucionales. Como indicaba Joaquim Roglam, en un reportaje de La Vanguardia (15/8/04), existen aún muchos referentes taurinos en Catalunya, incluso reclamos icónicos en los principales centros
turísticos catalanes con todo tipo de productos para el guiri (incluyendo
centros regentados por el propio Ayuntamiento de Barcelona): bazares,
bares y restaurantes de ambiente taurino, gastronomía, ganaderías, festejos populares, etc.
Más aún, no es extraño encontrarse con automóviles en los que se
exhiben juntos los dos adhesivos; el ase y el toro. Resulta sugestivo especular sobre el significado de dicha actitud: por una parte, puede expresar
la compatibilidad entre dos condiciones que algunos pretenden antagónicas, ser catalán y aficionado a los toros; por otra, ya en el terreno de
la psicología, se trataría de mostrar una doble identidad, proclamando la
síntesis de contrarios; finalmente, no hay que rechazar la posibilidad de
que algunos lo utilicen como recurso burlesco, resaltando la imbecilidad
de ambas figuras.
Vuelvo al inicio, a la obra de Turmeda. El relato narra la conversación entre un asno y un monje (Fray Turmeda), en presencia del rey de los
animales, en torno a quién es el señor de la creación, el hombre o los animales. Cuando todo parece perdido para los humanos, el fraile encuentra
un argumento definitivo: el hombre ha sido creado a imagen de Dios. El
monarca de los animales capitula ante él y reconoce que “la vostra opinió
és vertadera, això és, que entre vosaltres sou de major noblesa i dignitat
que nosaltres”. Hagamos, pues, gala de de esa nobleza y dignidad, respetemos a los animales –los aficionados defendemos a ultranza la integridad
del toro de lidia- y dejemos de utilizarlos para nuestras insidias.
Javier Vellón
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ENERO 2005
Sí, me gustan los
toros...Lo siento
Las palabras que encabezan este artículo fueron pronunciadas por
el cantautor, últimamente en el terreno de la política como diputado de la
Chunta Aragonesista, José Antonio Labordeta ante el el veterano y prestigioso periodista musical Jesús Ordovás. El contexto de tal afirmación
fue el programa que Ordovás dirige en RNE, Radio 3, por las tardes cuyo
objetivo es ofrecer información sobre las novedades discográficas, sobre
todo las españolas. El músico aragonés había sido invitado a participar
con motivo de la edición de una integral de su obra. El diálogo entre ambos fue como sigue:
-J.Ordovás: ¿Es cierto que te gustan los toros?
-Labordeta: Pues sí. La razón es que un vecino de mis padres era
portero de la plaza de toros de Zaragoza y nos dejaba entrar gratis. Yo tuve
ocasión de ver a Antonio Ordóñez y las novilladas en las que debutaron
diestros como Paco Camino, ‘El Viti’, Diego Puerta. He disfrutado mucho en
los festejos nocturnos que se programaban en Zaragoza. Sí, me gustan los
toros...Lo siento pero es así.
J.Ordovás: No tienes por qué disculparte; cada uno es libre de tener
las aficiones que considere oportunas.
Las palabras de un Labordeta avergonzado por su nefando pecado,
su intento de autojustificación, el modo de pedir perdón tras ver desvelado su secreto, su argumentación posterior indicando que dicha opción
personal parece incompatible con su militancia progresista, son el síntoma de la situación de crisis por la que atraviesa la fiesta en la actualidad: en el mundo del pensamiento único, de las categorías excluyentes
(bueno/malo, verdadero/ falso, etc.) impuestas desde los conglomerados
político-mediáticos, los toros han sido trasladados al ‘lado oscuro’, el de
los hechos políticamente incorrectos, los que manchan la reputación de
quienes se aproximan a ellos o se atreven siquiera a mencionarlos.
Esta aseveración no es una simple intuición teórica, sino que tiene
una incidencia directa e inmediata sobre el desarrollo normalizado del
espectáculo en el ámbito social:
-En primer lugar, los medios de comunicación (primero los privados,
más permeables al mercado, luego los de titularidad pública) le han dado
la espalda a los toros pues prefieren ignorarlos a verse implicados en
cualquier controversia que resultara contraproducente a sus intereses,
de imagen y económicos. Además, en el actual contexto, ¿quién se atreve
a reprochárselo?
Lances al viento
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-Las empresas y marcas prefieren no vincularse con lo taurino,
por las consecuencias negativas que ello podría acarrear a su cartera
de clientes. Las campañas de asociaciones antitaurinas contra cualquier
producto que se anuncie en un cartel taurino han encontrado así contestación. Revistas, empresarios taurinos, libros, publicaciones taurinas en
general saben lo difícil que se está poniendo encontrar publicidad para
sus proyectos.
-Los personajes representativos de una imagen social prefieren no
hacer ostentación pública de su afición para no ser acusados de connivencia con torturadores, fachas, carcas, antieuropeos, etc. Como aficionados deberíamos preguntarnos si, en la situación presente, creemos que
cualquier político va a jugarse su prestigio y el de su formación defendiendo algo sobre el que pesa el sello de la deslegitimidad.
Los datos cuantitativos son suficientemente elocuentes para quien
quiera verlos: si en la década de los 80 y parte de los 90, los periódicos
pugnaban por ver quién ofrecía la mejor y más extensa información taurina durante, por ejemplo, la feria de San Isidro, con tres y hasta cuatro
planas diarias, hoy la crónica de la feria madrileña en un medio de referencia como El País no
ocupa ni una plana
completa, y si hablamos de otras ferias en
plazas de primera, la
mayoría de las veces
no merecen más que
un faldón por compromiso.
Podemos seguir
hablando de la crisis
de la fiesta, de un escalafón paupérrimo, de
la falta de casta y de
emoción. Todo eso es
cierto pero no pasan de
ser tópicos que cíclicamente se repiten en el
universo taurino. El
silencio de los medios,
la opacidad informativa, el desconocimiento
cuando no animadversión en las redacciones, la marginación
estratégicamente programada, sí que constituyen una novedad. Y
ahí está el peligro.
Javier Vellón
111
ABRIL 2005
Racistas, violadores
y aficionados
La mayor injusticia de las descalificaciones genéricas no es su potencial falsedad, ya que suelen basarse en razones inconsistentes, sino
su carácter explícitamente fascista, en cuanto que, el que las formula
no sólo es consciente de su falsedad, sino que, además, ha calculado
previamente la intensidad del daño que puede producir, irreparable en
muchas ocasiones, y, lo que es más grave, la violencia que puede generar.
Vienen estas palabras introductorias a cuento de una línea argumental que se está convirtiendo en discurso –planteamiento programático, incluso- contra la existencia de la fiesta. Uno de sus portavoces
más combativos es el diputado de ERC, Oriol Amorós, encargado por
su partido de la presentación de las enmiendas para que se prohíba
la tortura de los toros en Catalunya. En varias ocasiones –la primera,
en un foro de discusión programado por el periódico ABC el pasado
diciembre, la segunda, en intervenciones recogidas en el portal taurino
Mundotoro-, el político nacionalista ha insistido en tipificar los festejos
taurinos como actos de violencia relacionados “con otras formas de violencia hacia los miembros de la sociedad percibidos como débiles por los
agresores, como mujeres, niños, gente mayor e inmigrantes”.
Estas palabras apenas difieren de la pronunciadas, al poco de su
nombramiento, por la ministra Cristina Narbona quien, como se recordará, estableció un paralelismo entre la tradición taurina y los crímenes contra las mujeres, comparación especialmente sangrante en el
contexto de una sociedad hipersensibilizada contra esas prácticas de
terrorismo doméstico.
En repetidas ocasiones, al referirme a este tema, he expresado mi
defensa de cualquier opinión en torno a la cuestión que nos ocupa. Más
aún, considero perfectamente legítimo que, desde una opción ideológica, política e, incluso, como práctica institucional, se debata en un
parlamento democrático el futuro de este espectáculo, siempre que se
atienda a las demandas sociales sin manipularlas. Desde esta perspectiva, el Parlament de Catalunya, como órgano representativo de la
voluntad popular, puede legislar en función de las mayorías o de la política de consensos, a través de los canales instituidos por la democracia.
Sus decisiones –y es previsible que sean contrarias a la fiesta- habrán
de respetarse, aunque también puedan ser criticadas y recurridas. Esto
es el síntoma de la normalidad democrática.
Lances al viento
112
Ahora bien, especular sobre algo que se desconoce y ubicarlo ya
no sólo en el terreno de los delitos más nefandos –pedofilia, violaciones,
racismo, etc-, sino, además, en el de las imágenes que la sociedad condena, por atentar contra los más básicos fundamentos morales y éticos,
es una estrategia de orientación fascista –me reafirmo- y refleja el talante de quienes la utilizan.
Quizá estemos equivocados y los que sostienen tales ideas poseen
datos y estadísticas que las avalan. ¿Existe, entre los que acuden a las
plazas, un porcentaje de violadores y de asesinos de ancianos superior
a la media nacional? ¿El número de aficionados racistas es más elevado
que el de quienes asisten a los estadios (donde se oyen gritos alusivos al
color de la piel cuando recibe el balón Eto’o)? ¿Las mujeres que asisten a
las plazas son víctimas potenciales de sus vecinos de localidad (esposo,
novio, amigo)? Creo
que es hora de que
el CSIS muestre los
papeles que contienen los gráficos pertinentes en los que
pueda observarse la
veracidad de estas
informaciones.
Triste sino el
de los aficionados a
los toros, atrapados
entre los que nos
llaman torturadores, criminales, racistas y violadores,
y ciertos estamentos taurinos que
nos consideran el
cáncer de la fiesta
por pedir, en minoría, la integridad
del espectáculo, el
fin del afeitado, el
toreo por derecho
y que la autoridad
sea
competente
desde el palco y en
los reconocimientos. Atrapados entre dos fuegos, somos, nosotros sí,
una raza en vías de
extinción.
Javier Vellón
113
JULIO 2005
Actuaba
Carlinhos Brown
La feria de julio ha sido, tradicionalmente, el más castellonense de
los ciclos taurinos valencianos: el de las Fallas, por sus fechas y horario, presenta problemas para que los aficionados puedan desplazarse con
continuidad, mientras que en la última semana de julio –la penúltima, en
las ediciones más recientes- es más probable tener vacaciones, totales o
parciales.
En este contexto, la imagen de la antigua estación del paseo de Ribalta repleta de aficionados dispuestos a coger el tren de las 17’20, es uno de
los recuerdos imborrables, instalado por derecho propio en el imaginario
taurino castellonense.
Al cobijo de aquella sombra redentora del andén, esperábamos la
unidad de cercanías que, en plazo que iba entre una hora y media y dos
horas, nos había de llevar, día tras día, al coso de la calle Xàtiva. Aquellos
ferrocarriles, incómodos hasta la saciedad, con los asientos de escay que
humedecían las camisas, las ventanas atrancadas como única ventilación,
los horarios de vuelta sometidos a todo tipo de variaciones (no era extraño
que, al menos una de las jornadas acabará más allá de la medianoche, por
averías en la máquina, las vías, etc.)
Aquellos vagones fueron, durante la segunda mitad de los 70 y los 80,
los herederos de las antaño abundantes y formativas tertulias taurinas.
Los más jóvenes, posiblemente de cultura más libresca, escuchábamos a
los veteranos aficionados, sus experiencias, sus sucedidos, sus anécdotas más curiosas (algunas las guardo como oro en paño, pues conforman
nuestra intrahistoria taurina), sus opiniones y, ante todo, las entretenidísimas controversias que solían acabar con un versallesco: “¡ No tens ni
puta idea de bous!”.
Aquellos jóvenes aprendimos mucho en los viajes a la feria de Sant
Jaume y, lo que es más importante, nos sentimos respaldados en nuestra
afición, percibíamos que, al margen del público ocasional, el de las ferias,
por supuesto siempre mayoritario, había un sólido grupo de cabales que
siempre estarían allí, en aquel tren de las 17’20 con parada en todas las
estaciones.
Algunos de ellos ya han desaparecido: la incontinencia verbal del
maestro ‘Arenillas’, los recuerdos del abuelo Gargallo que ni su provecta
edad podían borrar, la intransigencia purista de Eusebio, aquel senyó Pepe
que nos contó cinco veces la misma historia en un solo trayecto....Y tantos
otros, algunos de los cuales simplemente han adjurado de su afición y
otros, en realidad, nunca la tuvieron y sólo vivían una moda pasajera.
Lances al viento
114
En los últimos años, el lugar de encuentro ha cambiado. Ahora tenemos una estación amplia, con aire acondicionado, párking y todos los
servicios imaginables. Los rodalies son cómodos, rápidos, escrupulosos
en el horario y hasta nos ambientan el trayecto con piezas de Mozart y
Albinoni.
Sin embargo, los aficionados de la capital apenas llenamos tres grupos de asientos, cinco los días del clavel. Y el tren de las 17’25 pasa por
Vila-real, Burriana, Nules, Moncofa, Xilxes, La Llosa, Sagunt.... El vagón
va llenándose de excursionistas, consumidores de las rebajas, estudiantes
en pos de la últimas notas que faltan, inmigrantes de visita, comerciales
que se aflojan el nudo de la corbata, más alguna pareja retozona.
Son ya las 18’10, pasamos por Puçol y, luego, por el Puig. Junto a
los piercings, tatuajes y pulseras multicolores, suben grupos de camisas
blancas bien planchadas, pantalones de tergal y aspardanyes. Cada año el
grupo es más reducido –“el senyó ....ha faltat, els anys que no perdonen”-,
y nadie ocupa el lugar vacante. Es la última generación fiel a la fiesta
hasta las últimas consecuencias: sus hijos sólo acudirán a la plaza el día
grande de las fiestas, con el cartel más rematado, y con entradas de capote
pagadas a precio de oro en la reventa; sus nietos, simplemente la ignoran,
pues han subido a los altares al “Rata”, al “Tito”, els rodaors dels bous per
la vila, que abandonan las calles por el atractivo del círculo mágico de los
ruedos.
El domingo 17, el tren de las 17’25 estaba radiante, repleto de juventud, de chavales que acudían esperanzados a la Estación del Norte. Los
cuatro supervivientes nos miramos y en los ojos de cada uno se adivinaba
la nostalgia, los recuerdos se agolpaban en las mentes, recreando tiempos,
esta vez sí, mejores. Preguntamos el motivo de semejante gentío a uno de
ellos e inmediatamente retornamos al presente: “¡Tío, hoy actúa Carlinhos
Brown en la Alameda!”
Javier Vellón
115
OCTUBRE 2005
El toreo inefable
y la televisión
La tradición mística definía la experiencia espiritual de los iniciados
como “inefable”, esto es, que no podía ser interpretada por las palabras
pues, en caso de hacerlo, la intensidad de la vivencia se desvirtuaba,
perdía todo su sentido: era tan extrema la emoción experimentada que
cualquier intento de explicarla mediante recursos racionales estaba abocada al fracaso.
La imposibilidad de traducir al lenguaje habitual lo que es un instante único, de inspiración y de ensimismamiento profundo, de sensaciones
llevadas al límite, propio del misticismo, es lo que justifica, a mi entender,
la distancia existente entre las grandes faenas, tamizadas con el sello
del arte, y el intento de encasillarlas en los esquemas convencionales,
juzgándolas con los mismos criterios con los que se valora cualquiera de
los trasteos que menudean a lo largo de la temporada. Y la mejor prueba
de esta aseveración es que esas faenas que brotan ocasionalmente en
instantes muy singulares, resisten a duras penas su plasmación en las
imágenes televisivas.
En 1987, don Joaquín Vidal, maestro del periodismo taurino y pluma muy poco dada al ditirambo y a la loa gratuita, firmaba una de sus
crónicas más antológicas: “Nunca el toreo fue tan bello”. En su página de
El País, Vidal recreó uno de los trasteos más famosos de Rafael de Paula,
el más recordado, sin duda, tras su deslumbrante actuación de Vista Alegre que inspiró otro de los textos más hermosos de la literatura taurina,
de la mano de José Bergamín.
Pues bien, tras repasar una y otra vez la grabación de la faena muleteril de Paula a aquel toro de Martínez Benavides, se deducen dos conclusiones sorprendentes: por una parte, es visible la reacción entusiasta
del público de las Ventas, en ocasiones cercana a un estado de excitación
colectiva; por otra, el trasteo contiene lances de un temple, hondura y
ritmo fuera de lo común, pases que surgen de improviso, revestidos de
genialidad y duende, como dicen que nace el cante grande por soleás,
ayudados majestuosos. Sí, pero el conjunto de la faena presenta carencias si se adopta un criterio estrictamente canónico: pases enganchados,
carencia de ligazón, muleta retrasada, la unidad general de la faena.
El día 9 de octubre algunos aficionados (remarco lo de algunos:
la plaza no se llenó, aunque resulte increíble) acudimos a la plaza de
Valencia a ver el mano a mano “Morante de la Puebla”-“El Juli”. No nos
Lances al viento
116
engañemos: íbamos a ver al sevillano, sin que ello suponga desmerecer al
madrileño que, creo, merece más respeto del que le están tributando los
públicos a lo largo de las últimas temporadas.
El saludo capotero de “Morante” al inválido de Luis Algarra que
abría plaza fue ya sobresaliente, con verónicas templadísimas, un remate
portentoso. Luego, intentó repetirlo en sucesivos quites, pero ya no tuvo
éxito. En la muleta, el toro ya no se tenía en pie y sólo anotamos algún
pase suelto de enjundia. Tendríamos que esperar hasta el 3º, para asistir
al acontecimiento taurino del año en la capital del Turia, un torete de
Núñez del Cuvillo, encastado en los primeros tercios, que llegó a la muleta con una embestida pastueña, casi al ralentí.
Ahí surgió la inspiración de “Morante” en toda su extensión, con
unos naturales arrastrando la muleta, acompasados milimétricamente
a la docilidad del animal, redondos alargando hasta el infinito la embestida, cambios de mano esplendorosos, molinetes tan barrocos como
heterodoxos. Todo ello, siguiendo una línea que recorre el camino que
va, desde la prodigiosa naturalidad del lance, al porte monumental de un
cuerpo que parece tallado para adornar los rítmicos movimientos de la
expresión artística.
Luego, en el tren, espacio para la reflexión y la glosa, hizo su aparición el mismo desencanto (o, al menos, el mismo proceso de relativización de lo contemplado) experimentado con las imágenes televisivas
de Paula. Fue Falomir el encargado de trasladar a los esquemas reales
lo que aún era para el resto las secuelas de una viva emoción: “¡Només
ha fet cinc passes bons! Lo demés no li ho consentiríem ni a un alumne
de l’escola taurina”. Tenía razón: la faena se desarrolló dando la vuelta
por gran parte del ruedo, hubo enganchones, desarmes, ligazón sólo en
ciertos compases y, además, mató fatal. Desde el punto de vista de los
cánones racionales de la tradición, desde el punto de vista de la tauromaquia científica, el trasteo de “Morante” no se sostiene ni admite una
evaluación concienzuda.
Sí, admito todos esos argumentos. Pero la intensísima experiencia
que vivimos en la plaza, con un público que recreaba los olés más sinceros que se han oído en este coso en los últimos tiempos, no puede desdeñarse, pues la faena fue aquella chispa que prendió en los tendidos, y
no el cálculo científico que se desprende tras su análisis en la grabación
televisiva, ni los juicios ordenados según dictan los parámetros normativos. En fin una muestra de lo inefable, en una época en la que sólo
parece existir el dictado de la conciencia racional.
José Bergamín describió perfectamente el sentimiento que domina
al aficionado que ha sido testigo de un acontecimiento tan artístico como
inefable. No hay imagen, grabación o discurso que reproduzca la faena
vivida: “la música callada de aquel toreo nos renace a los ojos del alma
y al oído del corazón como si la estuviéramos mirando y escuchando de
nuevo cuando la evocamos. Como si se hubiera aposentado y quedado en
el alma, en el aire, en el tiempo para siempre”.
Javier Vellón
117
enero 2006
Paula y Cayetano: la
elocuencia del silencio
La sensibilidad de los toreros artistas –‘más plásticos’ que diría Juncal- se forja en los intersticios que restan entre el miedo y el lance de temple y ritmo imposible. Por ello, poseen una naturaleza singular, basada
en un carácter retraído, lindante con la timidez patológica, en contraste
con la expresividad desbordante del instante único, ése en el que surge la
inspiración y en el que el diestro se rompe, con un quejío de autenticidad
sobrecogedora. La imagen de Rafael de Paula, exhausto en las tablas,tras
el portento de diez –sólo diez- muletazos al toro de Martínez Benavides
(Madrid, 1987), o la de Julio Aparicio, con lágrimas surgidas de las entrañas tras la serie de naturales al toro de ‘Alcurrucén’ (San Isidro 1994),
son la representación exacta de la extrema emotividad del acto creativo
en los límites de la muerte.
Sin embargo, como sucede con todos los iluminados por la chispa
artística, este tipo de diestros parecen envueltos en un misterio, en una
personalidad opaca: no participan en el sarao mediático, apenas conceden entrevistas, rehuyen los actos sociales, las tertulias en las ferias,
conferencias, programas radiofónicos y audiovisuales. No es un gesto
de presunción, ni deseos de alentar la oscuridad de una personalidad
introvertida, sino una manifestación de sinceridad y de coherencia: no
hay palabras que expliquen el momento supremo del gozo estético. Sólo
los silencios, como decía Quevedo, constituyen el “más parlero lenguaje”.
Por esta razón, he rescatado dos entrevistas, aparecidas en tribunas
ajenas al mundo del toro, en las que dos toreros, alejados en el tiempo
pero unidos por una misma vocación purista, se manifiestan abiertamente. La distancia respecto a un mundo, el taurino, demasiado lastrado por
tópicos y estereotipos, sin duda ha contribuido a canalizar una locuacidad tantas veces contenida.
La primera se publicó el 16 de mayo de 2004 en el Magazine del diario El Mundo. Se trata de una conversación entre los periodistas Antonio
Lucas y Vicente Ruiz, y Rafael de Paula, en su rincón del sur, en Sanlúcar
de Barrameda, en una experiencia mágica que cautivó a los dos avezados
reporteros, acostumbrados al trato humano pero no a convivir con un
genio tan peculiar como el del gitano.
Con la sencillez que le caracteriza, Paula comenzó reivindicando su
comportamiento en los ruedos, por coherencia: “He mantenido una forma, un comportamiento, una dignidad y una ética estética”. Tras este
Lances al viento
118
preámbulo, definió su concepción del toreo: “Yo me realizo toreando con
profundidad, con hondura, me siento hondo...Tengo claro lo que he sido,
aunque no puedo estar satisfecho...”.
Paula no recurre a misticismos o a fórmulas pretenciosas para definir las vivencias íntimas de su profesión, sino que con su lacónica intuición sentencia. “La soledad es compañera inseparable del torero”. En
cuanto al arte, como expresión de una raza peculiar, es taxativo: “Toreando me siento gitano...Yo expreso mi arte toreando. Así que, por algún
lado me tiene que salir mi vena gitana. Eso sí, yo no echo mano del baile
cuando toreo, que no me gustan las florituras ni las tonterías delante del
toro”.
Para finalizar, el jerezano, con una frase muy simple, define gran
parte del toreo actual, su imagen falseada, una pose que es mera teatralidad: “Hay toreros que torean estéticamente perfecto, pero no tienen
soplo ni transmisión”.
Más peculiar, si cabe, es el medio donde Cayetano reveló sus intimidades, sus experiencias biográficas y sentimentales más profundas. Se
trata de la revista Dona, que acompaña a la edición sabatina del diario El
Mundo, el 7 de enero de 2006, en un reportaje de Carmen Duerto.
El encuentro se produjo en Suiza, la segunda patria de Cayetano,
un mundo distante y distinto a todo lo que rodea al universo taurino. Allí,
entre montañas, lagos, relojes –a una de cuyas firmas presta su imagen-,
un Cayetano Rivera de mirada melancólica hizo repaso a los episodios de
su vida.
La imagen pública de Cayetano es la de hijo de, hermano de, lo que
le ha situado tanto en la órbita del toro como de la prensa rosa. Sin embargo, su personalidad se ha ido gestando en la más absoluta soledad.
Alejado de España desde muy niño, interno en Suiza donde pasaba grandes temporadas sin contacto con su familia, el nieto de Ordóñez confiesa
cuál es el rasgo más singular de su carácter: “He vivido mucho tiempo
solo y cuando estoy en el campo entrenando me concentro tanto que hay
días en los que no hablo nada. Estoy a gusto en el silencio. Si esto es ser
introvertido, yo lo soy”.
Es difícil precisar por qué Cayetano se ha dedicado a la profesión
taurina: estudió cinematografía, habla inglés, francés e italiano, coleccionista de arte, amante del paisaje alpino, educado en el corazón de Europa
cuyo estilo de vida admira. Evidentemente habrá razones económicas,
pero lo cierto es que con su trayectoria familiar y su condición de personaje privilegiado por las cámaras del corazón, podría haber explotado
el filón de la publicidad, de los medios audiovisuales y de los programas
carroñeros. Hay algo que se escapa de la casuística habitual, algo que se
oculta tras sus silencios y su mirada perdida. Quizá la respuesta esté en
las palabras de la intuitiva pluma de Carmen Rigalt: “Quién sabe: a lo
mejor Cayetano no habla porque no tiene nada que decir. En cualquier
caso, antes de pronunciarse ya cuenta con el favor del público. El misterio es su gran baza”.
Javier Vellón
119
abril 2006
Enrique Ponce
asciende a los cielos
Este artículo es un homenaje al ya fallecido crítico taurino del periódico El
País, Joaquín Vidal, en recuerdo de una de sus crónicas más celebradas, la que
dedicó a uno de los últimos triunfos de Curro Romero en la sevillana feria de
abril. Aquella tarde Curro cortó dos orejas en una memorable jornada de arte y
torería, glosada por Vidal en un sugestivo texto titulado “Curro Romero asciende
a los cielos”. Una década después, le tomo prestado el titular para comentar las
experiencias límites, el subidón emotivo, vivido en la Real Maestranza el pasado
21 de abril. En esta ocasión, el protagonista no fue el “Faraón de Camas” sino
Enrique Ponce.
He de comenzar como lo hacía gran parte de las columnas publicadas en los
periódicos sevillanos del día siguiente, con una declaración de intenciones sobre
el poncismo, tan innecesaria como vergonzante. Nunca he sido poncista, en realidad, nunca he sido fanático de ningún diestro, porque siempre he deseado llevar
con coherencia la idea de que el mejor aficionado es el que más toreros, estilos y
tauromaquias le caben en su mente. Tampoco he sido antiponcista, pues ir por la
vida con fobias hacia los toreros, en particular, y hacia las personas, en general, es
una estupidez que sólo sirve para crear mala sangre, la que lleva a los fanatismos
y a la intransigencia.
Lo que me mueve, por tanto, no es hacer proselitismo de una figura, que no
lo necesita, sino hacerte partícipe, lector, de una vivencia única, la del toreo en su
expresión máxima o, al menos, en una de sus posibilidades límite, en un marco
incomparable, no sólo arquitectónico o histórico, sino el que está constituido por
unos tendidos repletos con aficionados de todo el orbe taurino, en comunión total
con la labor de un diestro que acababa de transmutar el peligro y la violencia en
arte.
El viernes 21 de abril estaba previsto el cartel estrella de la feria, al menos en
lo referente a la terna anunciada: Enrique Ponce, “Morante de la Puebla” y Miguel
Ángel Perera ante toros de “Zalduendo”. Tras una semana de feria, con los carteles
toristas, la Maestranza ya había disfrutado de la casta de los toros de Cuadri y de
“Palha”, los triunfos de López Chaves, Uceda Leal, Luis Vilches, Iván García, Pepín
Liria y “El Cid”. “Una buena feria”, comentaba la afición; “La mejor de los últimos
años”, apuntaban los medios; “Veremos cuando lleguen las figuras”, planteaban
los más escépticos.
Y llegaron en un viernes lluvioso, con agua intermitente durante las horas
previas al festejo y un cielo cárdeno que amenazaba la celebración del espectáculo. Pero también las nubes se quisieron sumar al ritual que estaba a punto de
comenzar, abriéndose para que el sol cayera con fuerza sobre la vetusta piedra
maestrante. El run run durante las horas previas iba creciendo en intensidad y
aficionados venidos de los diversos rincones del universo taurino se daban cita
ante las bocanas que franquean el paso a las galerías interiores del monumento.
El primer toro de Fernando Domecq, bien presentado y ofensivo, salió encas-
Lances al viento
120
tado, violento y con muchas dificultades. Tras el segundo puyazo, el público pedía
mayoritariamente el cambio de tercio, no así Ponce, consciente del peligro que le
acechaba. El presidente, más pendiente de cumplir con la norma que de valorar el
comportamiento del toro, sacó el pañuelo. El zalduendo iba a más, y su acometividad aumentaba en la misma proporción, poniendo en aprietos a su matador.
La faena de muleta fue un portento de técnica y de poderío. Ponce dominó
totalmente las embestidas incansables y descontroladas del toro, en un trasteo
de gran calado que de haber culminado con la espada, le hubiera supuesto una
oreja como mínimo pues el público estaba totalmente entregado a una labor de
genial lidiador.
Hasta aquí, asistíamos a un nueva edición del Ponce maestro de tauromaquia, capaz de dominar a los toros mansos y dificultosos. Era el Ponce del toro de
Valdefresno en San Isidro, el de Atanasio Fernández en Castellón o el de Samuel
Flores de Bilbao, por citar tres de sus faenas más recordadas en el terreno de la
lidia.
Cuando salió el 4º toro de la corrida, “Morante” había realizado un quite
portentoso en el 2º, Perera había aguantado mucho en unas chicuelinas muy
comprometidas en el toro del sevillano y no había pasado de discreto en el primero
de su lote. El segundo de Ponce, más chico que sus hermanos, salió muy flojo de
remos, por lo que fue sustituido por otro de la misma ganadería.
El sobrero mostró desde su salida su condición: un toro encastado, con
gran movilidad y una embestida descompuesta, con coladas imprevistas. Hasta
tres hubo de soportar Ponce; la última, habría podido ser definitiva de no mediar
el oportuno quite de “Morante”, propiciando una de las ovaciones de la tarde.
Todo hacía prever que no se reeditaría lo sucedido el día anterior, cuando un
sobrero de Pereda, bravo y noble, puso en evidencia al mediocre encierro de
Victorino.
En ese instante se hizo presente el mejor Ponce que yo he visto, al menos
en una faena completa. Tras haber sufrido la última colada, cogió el capote se
dirigió al centro del ruedo, citó al bravucón para someterlo en tres delantales templadísimos rematados con una media que podría haber firmado cualquiera de los
capotistas legendarios. La plaza estaba ya en pie, y no habría de sentarse en los
diez minutos siguientes.
A ello contribuyó la excelente cuadrilla del valenciano, con una lidia perfecta
de Mariano de la Viña y tres pares pletóricos de exposición y colocación de los
hermanos Tejero. Los tres fueron obligados a saludar.
La expectación era máxima cuando Ponce se dirigió con parsimonia al toro,
para comenzar con cuatro pases por bajo, rodilla en tierra, largos, templados,
interminables. Al segundo pase, la música ya estaba sonando y la Maestranza era
una locura. A partir de aquí, sólo hubo una verdad en el ruedo, la dictada por el
diestro, quien, tras haber convertido la fiereza en nobleza, desgranó un repertorio
del mejor temple, ritmo y ligazón en dos series, por ambas manos, que pusieron
el listón del arte, la técnica y el dominio en lo más alto. Luego, el cartucho de pescado, y la locura colectiva.
Falló al matar, es cierto, pero a estas alturas de su vida y de su carrera, a
Ponce no creo que le importe demasiado unas orejas de menos. Las dos vueltas al
ruedo que dio, especialmente la segunda, él solo, lentamente, con toda la Maestranza puesta en pie, fueron sobrecogedoras. Hacía años que una celebración
colectiva no me erizaba el vello; y es que la ovación resultó atronadora, justa,
mientras el matador, desde el centro del ruedo, contemplando el cielo, perfilaba
una imagen lorquiana, “como un río de leones/su maravillosa fuerza,/y como un
torso de mármol/su dibujada prudencia”.
Javier Vellón
121
julio 2006
Miura: la leyenda
se reescribe
La primera vez que acudí a la feria de julio de Valencia fue, a mediados de los 70, para asistir a la clásica miurada que, durante años, cerró el
ciclo de San Jaime. Dámaso Gómez, Ángel Teruel y Ruiz Miguel componían
el cartel, el mismo, curiosamente, que había contemplado en mi primera
visita a San Isidro, esa misma temporada, en la que el ya veterano Dámaso
ofreció una lección de torería y temple.
Aunque estaba ya habituado a ver toros, en mi conciencia de niño el
nombre de ‘Miura’ irrumpía con toda su carga histórica y legendaria hasta
infundirme algo más que respeto, un terror ancestral que me impulsaba a
observar los acontecimientos del ruedo con un respeto reverencial. Fruto
de esa intensa experiencia somatizada en forma de impulsos de adrenalina, mis impresiones de la época me llevan a recordar las jornadas miureñas como una fecha muy especial, en la que la atmósfera general de la
plaza cambiaba radicalmente respecto a los días precedentes, algo que hoy
apenas percibo ni siquiera en la limitada expectación que despierta su presencia en los carteles. A los hechos me remito: Miuras en Valencia, el 20 de
julio, con ‘El Juli’, y media entrada real en los tendidos.
A partir de aquella -¡ay, remota!- fecha he sido testigo en directo de
notables páginas de la divisa de Zahariche. No me olvido, como tampoco
la afición de Castellón, del espectacular enfrentamiento entre ‘Botero’ y
Ruiz Miguel en la Magdalena del 79, ni de aquella novillada –la única que
he visto con este hierro- en Valencia, que se llevó por delante la carrera de
Andrés Blanco y casi la vida de alguno de sus compañeros (Camarena y
‘Morenito de Jaén’), ni de las peleas en varas de algunos ejemplares en las
ferias del 87 y del 96, cuando Javier Vázquez pasó por uno de los momentos más críticos de su vida profesional.
He sido, por tanto, un defensor, casi un guardián, de la leyenda de
Miura, hasta el punto que, como los aficionados más tradicionales, me
negué a conceder durante años la primacía del ‘torismo’ a los albaserradas
de Victorino, convencido de que la historia no mentía y de que la emoción
de la casta, la esencia ritual de la tauromaquia, tenían como máxima representación a los herederos del encaste Cabrera.
Y, efectivamente, la historia no miente, simplemente actúa como
filtro que condiciona la imagen de la realidad y, sometida al arbitrio de los
narradores, puede convertirse en una losa sobre el presente que conviene
relativizar.
Lo cierto es que la leyenda de los miuras, esa leyenda forjada a sangre
Lances al viento
122
y fuego, que arranca de los albores del toreo, la que ha convertido a estos
toros en la genuina representación de sacrificio ritual oficiado por el héroe,
se desmorona o, al menos, exige una reinterpretación que la sitúe en un
ámbito de apreciación alejado de visiones anacrónicas e hiperbólicas.
En los últimos años he visto numerosas miuradas en lugares señalados. Por ejemplo, todas las de Bilbao hasta que, hace dos años, se decidió
‘dar descanso’ a la divisa, eufemismo habitual para las ganaderías del ‘Aste
Nagusia’ que fracasan continuadamente. Esta temporada, he asistido a las
de Teruel y Valencia, además de seguir la de Pamplona por televisión.
La conclusión, incluso para los que hemos sido partidarios –un tanto
emotivamente, es cierto-, no puede ser más desalentadora: más allá de la
singularidad externa, propia de su encaste, que los convierte en testimonio
vivo de los tiempos primigenios, no hay nada en el fondo de estos toros. Ni
siquiera puede hablarse de mansedumbre, en términos actuales, a modo
de lo que es habitual en las reses de encaste Atanasio (como las del ‘Puerto
de San Lorenzo’ del día 21 de julio en Valencia), sino que su comportamiento viene marcado por una ausencia casi completa de lo que caracteriza a la
bravura, esto es, el resultado de una selección que ha señalado de manera
inequívoca la diferencia entre el toro bravo y sus ancestros.
Se ha generalizado un argumento entre los periodistas especializados
basado en el concepto de la antigüedad, según el cual las corridas de miuras son el único resto de lo que era la concepción decimonónica de la lidia,
centrada en la pelea en varas y en la capacidad de dominio del matador. A
partir de aquí -continúa esta justificación- se entiende que los públicos actuales no acepten una variante de la
tauromaquia alejada de los tiempos
que corren.
¿Quiere esto decir que la carencia absoluta de casta en los miuras debe aceptarse como un tributo
de respeto al pasado? En tal caso,
¿por qué sólo cabe admitirlo en las
reses de este hierro? Por otra parte,
la aparición en la plaza de toros que
deambulan por el ruedo topando con
todo lo que se les pone por delante
–caballos, capotes, etc.-, ¿se ha de
mantener como señal de respeto a
la historia y a la leyenda? En caso
afirmativo, quizá sería conveniente
reseñar en los carteles con miuras,
ahora que está de moda la marca publicitaria de los espectáculos
–como lo de la ‘Corrida Moderna’ de
Távora-, indicar que se va a ofrecer
una representación animada con
piezas del Museo Taurino.
Javier Vellón
123
OCTUBRE 2006
Un presidente en el
punto de mira
Matías González preside las corridas del Aste Nagusia bilbaíno desde hace 13 años. La elección de un solo presidente para todo un ciclo de
tanta relevancia como el de la capital guipuzcoana levantó recelos desde el
primer momento, sobre todo por tratarse de un hecho inusitado en el resto
de la geografía taurina.
El resultado de su gestión, lejos de apasionamientos y con la mayor
objetividad, hay que calificarlo de altamente positivo. Excelente aficionado,
como ha demostrado en sus juicios y opiniones sobre diferentes aspectos
del espectáculo taurino, valiente, pues nunca ha rehuido la participación
en los numerosos coloquios a los que ha sido invitado a lo largo de la semana de feria, ni siquiera en momentos críticos cuando gran parte de la opinión pública –y publicada- estaba contra sus decisiones, Matías González
ha logrado situar la plaza de Bilbao en el nivel de categoría que su historia
y tradición exigen, rescatándola de la corriente populista y triunfalista que
recorre el espinazo de la temporada española.
En primer lugar, ha establecido un criterio uniforme para los ocho
festejos, acabando así con el despropósito de la mayoría de las plazas, en
las que los gustos, el (des)conocimiento y las manías de cada uno de los
presidentes condicionan el resultado del espectáculo.
Además, Matías González ha seguido una línea coherente de actuación en lo que respecta a la concesión del segundo trofeo. Como corresponde a una plaza de primera, las dos orejas deben premiar lo excepcional, de
principio a fin, desde el capote a la estocada, sin olvidar la emoción de la
casta y la verdad en la composición de las suertes. Aunque en Bilbao se
dan cita los mejores aficionados de todas las latitudes, la plaza no se ha
librado del fervor orejista de los públicos actuales, por lo que la actuación
de este presidente, a costa de soportar enormes broncas, está logrando
ubicar la Semana Grande a la altura que siempre tuvo, compitiendo en
seriedad ya sólo con Madrid.
Es cierto que ha cometido errores, algunos de los cuales los ha reconocido él mismo tras una meditación en frío. Algún toro que debía haber
devuelto, por ejemplo, y, en el caso de los trofeos, en los últimos años
recuerdo el caso de César Jiménez y el de Salvador Vega como los más evidentes. En ambos casos, Matías se justificó por la mala colocación de los
aceros, lo que, desde luego, es un criterio.
También recuerdo la última concesión de las dos orejas. Fue a ‘El
Juli’, cuando un toro de ‘Torrealta’ le partió el labio y el madrileño, roto,
Lances al viento
124
ensangrentado, volvió a la cara del toro para seguir jugándosela de verdad,
poniendo a la plaza en pie. Sin duda un hecho excepcional, con una carga
emotiva única, similar a la vivida este año con la faena de Antonio Ferrera
a un toro de Victorino en Pamplona. Por cierto, este mismo presidente le ha
negado posteriormente, en más de una ocasión, los trofeos a ‘El Juli’, por
lo que no cabe la acusación de ‘julista’.
Este año, Matías González ha sido puesto en el disparadero, como
todos los años, por no conceder la segunda oreja a Sebastián Castella y,
sobre todo, a Enrique Ponce la tarde del 24 de agosto ante los toros de
‘Zalduendo’.
No soy proclive a hablar de campañas, mucho menos de campañas
orquestadas. Sin embargo, en este caso, la agresividad y contundencia del
ataque contra el presidente guipuzcoano tiene todas las trazas de una moción para defenestrarlo, organizada tanto por sectores profesionales como
por los críticos taurinos más implicados con el taurinismo militante.
En algunos coloquios –los más mayoritarios como el del Ercilla- y
en las páginas taurinas de algunos periódicos como ABC, La Razón no
sólo se le ha criticado –lo que sería legítimo- sino que se ha llegado al
insulto personal, con apelaciones demagógicas en demanda de su cese.
Por su parte, en las publicaciones especializadas, impresas y de Internet,
se han elaborado crónicas especiales en contra de su figura, enalteciendo
la faena de Ponce como una de las grandes del año, para así hacer más
evidente el erróneo proceder del usía. La actitud de algunos profesionales
en el ruedo, lanzando al público contra el palco, completó la estrategia
de derribo.
Cualquier juicio es respetable –también el del presidente, por cierto- pero la verdad es que la faena del valenciano en Bilbao fue un trasteo
larguísimo –sonó un aviso antes de ir a por la espada- a un toro tan noble
como flojo. Desde luego, el de ‘Zalduendo’ no fue el portento de casta y bravura del que se habla; otros del mismo encierro, sí lo fueron. El de Chiva
estuvo pulcro, estilista, con un remate apoteósico, pero adoleció de escasa
profundidad y ligazón, ante todo, es justo reconocerlo, porque las condiciones del toro no lo permitían. Desde luego, nada que ver con el portento de
sus faenas sevillanas frente a toros encastados y con poder.
Hasta aquí el relato de los hechos que puede comprobarse en cualquier filmación de la tarde. No creo que ello justifique la obsesiva persecución contra la autoridad. ¿O hay, acaso, otros motivos compartidos por
el taurinismo? ¿Molesta quien representa la integridad? A algunos críticos
como Javier Villán, Carlos Ilián o Barquerito no les molesta, sino todo lo
contrario, la presencia de Matías González en el palco ¿Es sólo casualidad?
En la tertulia del Hotel Indautxu, donde se reúnen aficionados de
toda España y de Francia a la conclusión del festejo, se hizo un sondeo
para saber quién hubiera otorgado la segunda oreja a Ponce. Prácticamente nadie levantó la mano. A continuación, un granadino, lamentándose del
‘fandismo’ de su plaza –y del de tantas otras, añado- propuso llevarse a
Matías a su tierra “para padrear buenos presidentes, quiyo”.
Javier Vellón
125
ENERO 2007
Argumentos antitaurinos
El ‘narbonazo’, pese a la inicial conmoción que ha supuesto para el mundo taurino, ha tenido efectos positivos, a mi entender, en dos aspectos a los que
se debería atender para poder afrontar los avatares del incierto futuro.
En primer lugar, ha sacado a la luz el potencial creativo de la literatura
taurina, con notables columnas periodísticas, tanto en su dimensióna argumentativa como, ante todo, en la estrictamente cultural, con ejemplos como
los de Arcadi Espada, David Gistau, Martínez-Simancas, Boadella y hasta del
propio Umbral. Menos brillante estuvo, sin embargo, un taurino de pro como
Sánchez Dragó, demasiado pendiente de sus obsesiones y paranoias.
Además, la sacudida de la ministra ha propiciado que salieran de su letargo las habitualmente conservadoras y acomodaticias asociaciones taurinas,
fomentando un deseo de unión contra el enemigo común que, supongo, durará
el tiempo justo de permanencia de la noticia en los medios.
La ocurrencia de la titular de Medio Ambiente también ha permitido que
los antitaurinos hagan públicos sus argumentos, no por conocidos menos relevantes en cuanto que -tengámoslo en cuenta- son los que sostienen los programas prohibicionistas, muy extendidos a través de Internet y de otros medios, y
con un peso cada vez más evidente en los estamentos del poder político, incluso
el supranacional.
Comentemos algunos de los planteamientos más tradicionales de estos grupos, a partir del artículo de Theo Oberhuber publicado en El Mundo
(24/12/06), con el original título de ‘La tortura no es arte ni cultura’.
1.- Argumento cuantitativo
La primera idea aportada por el coordinador de Ecologistas en Acción
oculta una falacia camuflada tras unos datos que se pretenden definitivos: “Según el último sondeo realizado por Gallup, el 72’1% de la población española
afirma no tener ningún interés por los espectáculos taurinos”.
Admitamos las cifras, aunque habría que analizar detenidamente los pormenores de las citadas tablas estadísticas. ¿Quiere decir el autor que ese 70%
es favorable a la prohibición de las corridas de toros? Hay una considerable distancia entre “no tener interés” y ser antitaurino militante. Querer apropiarse de
la indiferencia como base de una campaña abolicionista es una presunción.
Por otra parte, y dejando al margen el fútbol, ¿qué espectáculo público
goza del apoyo del 30% del país? Según las cifras que ofrece el EGM, lo cierto
es que los programas taurinos en los medios radiofónicos y audiovisuales,
pese a ser marginados en horarios intempestivos y cambiantes, gozan de una
audiencia millonaria, marcada por la extrema fidelidad, muy por encima de
numerosos programas y a la altura de otros del ‘prime time’.
2.- Argumentos económico
La segunda línea argumental esgrimida por Oberhuber es que la fiesta
es un espectáculo gravoso para el erario público, ya que sólo se sostiene por
el dinero invertido en él por las diferentes administraciones.
Lances al viento
126
Es cierto que algunas instituciones, como la Diputación de Castellón,
ha invertido en, por ejemplo, el mantenimiento de la Escuela Tauina. Pero
también lo es que, en muchos casos, una parte de ese dinero proviene de las
empresas que optan a regentar las plazas de titularidad pública, tal como se
recoge en el pliego de condiciones de los concursos.
Más aún, durante mucho tiempo, y aun hoy en día, la fiesta ha generado
cuantiosos beneficios económicos que han revertido no sobre la propia fiesta,
sino sobre otros capítulos de los presupuestos de comunidades autónomas,
diputaciones y ayuntamientos propietarios del coso.
Conviene no olvidar, a su vez, las aportaciones directas a través de festejos extraordinarios organizados para solidarizarse monetariamente con todo
tipo de causas sociales (víctimas del terrorismo, desgracias naturales, hospitales, ayudas solidarias, etc.)
3.- Argumento de la tradición
Los antitaurinos intentan rebatir los planteamientos de los defensores
en torno a la importancia de la tradición.
Para ello, insisten en un principio relativizador, también utilizado por la
ministra Narbona en su artículo del 29/12 en El Mundo, según el cual, cada
época tiene sus gustos y preferencias y, así, igual que ha desaperecido el “derecho de pernada o la pena de muerte” (Oberhuber), también los toros están
condenados pues suponen “lo peor de nuestra sociedad”.
Al margen de que los aficionados deberíamos reaccionar –civilizadamente, por supuesto- frente al insulto permanente que supone compararnos con
terroristas domésticos, torturadores y verdugos, lo cierto es que hay algo que
falla en esa imagen de la historia: tras siglos de cambios en la sociedad, ni
existe el derecho de pernada, ni la pena de muerte, pero los toros no sólo
siguen vigentes, sino que en cada época las mentes más brillantes del panorama cultural español han intuido en su obra la grandeza del espectáculo,
desde Lope de Vega a Valle-Inclán, de Goya a Picasso, de Góngora a Lorca, Alberti, Miguel Hernandez o Gerardo Diego, por no citar la interminable lista de
pintores, músicos, pensadores, periodistas, escritores y otros representantes
de la intelectualidad de hoy en día defensores de los valores de la fiesta.
La entidad del patrimonio cultural que nos avala a lo largo de los siglos,
más allá de cualquier signo ideológico o estético, destruye cualquier atisbo de
relativismo, además de constituir una fuerza legitimadora que nunca hemos
de olvidar.
4.- El triste sino del aficionado
Si, como creo haber demostrado, es posible responder a los ataques de
los enemigos de la fiesta, no es menos cierto que el aficionado se ve atrapado
en una situación paradójica.
Por una parte, ha de hacer frente a los que proponen leyes para acabar
con las corridas de toros. Por otra, al hacerlo defiende a numerosos taurinos
que, lejos de cualquier idealismo, no dudan en prostituir los valores más puros de la tauromaquia, aquellos por los que se puede luchar, explotando sin
escrúpulos un negocio que si ha pervivido hasta hoy es, precisamente, porque
transciende los límites de la especulación material para convertirse en un rito
arraigado en el imaginario colectivo. Son las rémoras que viven en los flancos
de un espectáculo único.
Javier Vellón
127
ABRIL 2007
Calles, sí a los toros
El pasado número EH, TORO! logró una amplia repercusión mediática merced a la magnífica entrevista realizada por su director, Pedro Mileo,
al alcalde de Castellón Alberto Fabra. Buena prueba de ello es que una periodista tan intuitiva como la jefa de Local del periódico El Mundo-Castellón
al Día, Chelo Pastor, fue capaz de deducir a partir de su lectura, en un incisivo reportaje, las claves del programa municipal del PP en torno a temas
de tanta relevancia para la afición como el futuro de la plaza de toros.
Lo lógico en este número hubiera sido hacer lo propio con el otro candidato a la alcaldía con posibilidades reales de gobernar, el socialista Juan
María Calles, pero los avatares de la actualidad, con la feria de la Magdalena recién concluida como tema estrella, han impedido que se llevara a
cabo. Por ello, he considerado un deber estético, por aquello del equilibrio,
la armonía, y porque además es condición previa a la ética, dedicar esta
página a su figura, básicamente en su condición de aficionado, aunque,
por supuesto, ello no implica obviar otros aspectos enriquecedores de su
personalidad.
El primer aspecto relevante de su relación con el mundo de los toros
es que no responde al esquema tradicional surgido en la década de los 80,
cuando numerosos jóvenes universitarios, como él, se acercaron al mundo
de los toros cautivados por la pluma de Joaquín Vidal en El País. En la
mayoría de los casos, fue una afición epidérmica que no resistió el efecto
avasallador de las columnas antitaurinas de Manuel Vicent en el mismo
periódico.
En el caso de Juan María Calles, por el contrario, la vivencia taurina
proviene de una experiencia en la propia plaza, y fue ganando gradualmente en intensidad y conocimimiento hasta el punto de desproveerla de
toda la retórica argumentativa que suele acompañar a las justificaciones
vergonzantes de los intelectuales-aficionados. Hablar con él de toros significa mantener una conversación en términos estrictamente taurinos, con
opiniones, juicios, anécdotas, historias, gustos, preferencias y hasta las
hipérboles propias de cualquier aficionado fetén.
En las pasadas Magdalenas, le pasé un cuestionario sobre temas
relacionados con sus preferencias taurinas (al que, gentilmente, también
contestó Javier Moliner, como representante del PP), con vistas a las páginas del Especial sobre las fiestas de El Mundo.
Entre las preguntas había referencias a temas como el tipo de toreo
preferido, el diestro más admirado, los instantes de mejor recuerdo en
la plaza, los toreros locales, así como las divisas y las castas mejor valoradas.
Las respuestas no dejaban lugar a la duda, apreciándose en sus pa-
Lances al viento
128
labras la coherencia de unos principios de aficionado sólidamente arraigados, sin postizos, basados en su propia competencia forjada año tras año
en la plaza. Las contestaciones revelaban su identidad taurina, alejada de
la verborrea inspirada por consejeros áulicos, algo tan habitual entre la
clase política.
En su caso, además, no puede olvidarse el aspecto literario, perfectamente contextualizado en el testimonio directo de la fiesta. En el debate
entres sus autores más apreciados, el sentir trágico de Lorca –gran poeta y
aficionado superficial- y el desdén antitaurino de Cernuda, Calles optó por
el escrutinio metafórico del toro, guiado por los sonetos de Miguel Hernández y de Rafael Morales, para crear un sugestivo libro de poemas taurinos,
El ruedo invisible (Variaciones de un tema español).
Fruto de mi amistad, saludé su llegada a los aledaños del poder con
una columna titulada Poeta en el templo. La imagen evangélica proyectaba
connotaciones de diversa índole, entre las que destacaba su condición de
solitario en territorio dominado por sus adversarios políticos. En ningún
lugar se ha escenificado mejor esa condición que en el callejón de la nuestra plaza de toros.
También algunos miembros conspicuos de su partido lo han dejado
solo, como aficionado taurino, al fomentar un ambiente hostil por su contumacia e insistencia en generar polémicas artificiales que a nadie benefician. No lo ha tenido fácil tampoco ahí.
Pero Juan María Calles ha destacado siempre por el empecinamiento
en la defensa de sus ideas, contra agresiones externas e internas, por lo
que su militancia en el bando de los aficionados es un activo que debe valorarse en su justa medida, más allá de lecturas ideológicas y políticas. En
términos taurinos, todos estamos en el mismo bando.
Javier Vellón
129
JULIO 2007
Señera con toro de
Osborne al fondo
La reaparición de José Tomás en la Monumental barcelonesa el pasado 17 de junio generó una copiosa literatura periodística, no exenta, por
cierto, de una cierta verborrea y cargado retoricismo en ocasiones, tanto en
los momentos previos como en los resúmenes posteriores al evento: columnas con vocación literaria, reportajes, noticias, entrevistas, estadísticas,
datos recordatorios, titulares de impacto, fotografías de gran expresividad,
etc.
Sin embargo, algo no ha transcendido a las páginas del comentario,
seguramente por el aluvión de crónicas laudatorias, textos mitificadores,
generados por la histórica jornada: el tratamiento informativo que el acontecimiento ha tenido en los medios catalanes.
Una revisión de lo acontecido, en este tema, resulta sintomática de la
esquizofrenia social que se está viviendo en un país admirable, culto, ilustrado, sacudido por una élite política que, en los últimos años, ha creado
un discurso alejándose de la realidad y de las verdaderas necesidades de
los ciudadanos. Los ejemplos de la altísima abstención en las últimas convocatorias electorales (el referéndum del Estatut y las municipales) revelan
ese distanciamiento que se traduce en el tratamiento mediático de asuntos
como los taurinos.
Los dos grandes periódicos catalanes, La Vanguardia y El Periódico,
pertenecientes a empresas privadas de comunicación, con sus implicaciones ideológicas e intereses claramente opuestos –el primero, en una línea
más conservadora, cercana al nacionalismo moderado; el segundo, más
próximo al socialismo- no dudaron a la hora del alarde tipográfico, editorial e informativo en torno al retorno de un diestro legendario que había
conmocionado a la opinión pública.
Pese a su opacidad tradicional en el tratamiento de los asuntos que
atañen a la fiesta, los dos periódicos hicieron alarde de profesionalismo
y, por ello, de sensibilidad social, con un olfato informativo que les indicó
por dónde iba el interés de un número importante de barceloneses y de
catalanes, esos mismos a los que se les niega un mínimo de atención comunicativa.
El resultado, espectacular, con primeras planas ocupadas por el rostro del torero madrileño, profusión de artículos dedicados a glosar al torero
por parte de intelectuales catalanes de distinto signo, y algunos textos
que merecerán ser recordados en el futuro cuando se siga hablando de la
memez de la “ciudad antitaurina”. La carta del director y el editorial de La
Lances al viento
130
Vanguardia apelan sin disimulos por una convivencia entre sensibilidades
que poco tiene que ver con las inequívocas actuaciones fascistas y provocadoras de los antitaurinos congregados a las puertas de la plaza, insultando
a los aficionados, eso sí, bajo el cobijo de la policía.
Sin ninguna duda, el seny catalán está más presente en los miles de
aficionados que, cívicamente, sin responder a los ‘hijos de puta’, ‘asesinos’,
entraron a la plaza, en las palabras de los editorialistas del diario décano,
que en la actuación de esa minoría alentada por el odio.
En el otro extremo informativo se situaron los medios de titularidad
pública, los que ejercen como portavoces del discurso político dominante e
institucional. En este caso, me refiero a Catalunya Ràdio.
En una clara muestra de información sesgada, la radio pública catalana se vio en la obligación de hablar sobre el evento, pues ocultarlo hubiera ido en contra del mínimo rigor exigible a un medio de comunicación,
más allá de sus planteamientos ideológicos o de sus compromisos con el
poder.
Ante esa situación ineludible, se optó por ‘cocinar’ la noticia, aderezándola de manera que quedara enmarcada en un contexto informativo
inequívocamente beligerante. Para ello, tras dar la noticia de la reaparición
de José Tomás, una vez concluido el festejo, sin más precisiones (ni público asistente, ni resultado del festejo-ni siquiera un adjetivo valorativo-,
sin dar ni siquiera el cartel y, por supuesto, evitando hablar de la salida en
hombros), la información se decantó hacia la manifestación antiaturina,
tildándola de ‘importante’, y dando voz a una extensa intervención de la
portavoz de los convocantes del acto, en la que desgranó toda la batería de
argumentos preparados para la ocasión.
De todos ellos, destacó uno que la emisora adoptó como propio a
través de la cita indirecta incorporada a los boletines horarios: en la Monumental barcelonesa no había catalanes, sino casi veinte mil almas foráneas, venidas de todos los rincones de España y Francia para colonizar
culturalmente a la evidentemente ‘antitaurina’ Catalunya.
No voy a juzgar la simplicidad y la demagogia explícita de esa idea.
Sólo sé que durante toda la jornada y en la localidad de sombra donde yo
estaba oí hablar catalán en todo momento. Más aún, fueron muchos los
personajes catalanes, de todas las tendencias y colores, que se dejaron
ver por la plaza sin ningún rubor: Mercedes Milá, Albert Boadella, Arcadi
Espada, Sílvia Munt, Serrat, Albert Pla, y tantos otros. Claro que, según
palabras de la nombrada Silvia Camarero, líder del grupo Libera, todos
ellos estaban en la otra acera, por tanto no eran catalanes sino españoles, algo que para la susodicha señora representa lo peor del género
humano.
Cuando José Tomás salió en hombros acompañado por una multitud enfervorizada por su tauromaquia, se encontró en frente el rostro del
odio. Desde ese extremo, sin embargo, pudieron ver como tras la figura
del mito ondeaba triunfante la histórica señera con el toro de Osborne
como fondo. Un símbolo de concordia que más de uno –también algunos
ultraespañolistas del tendido- debería adoptar como propio.
Javier Vellón
131
OCTUBRE 2007
“¿Quiénes son
los malos?”
El pasado mes de agosto estuve en San Sebastián los días previos y
en el inicio de su Aste Nagusia 2007. Siempre he sentido debilidad por las
tierras vascas, por su gente, su cultura y raro es el año en el que, además
de Bilbao –cita obligada-, no acudo a presenciar algún festejo a la capital
donostiarra y, últimamente, a la renacida feria de la Blanca en Vitoria.
Tanto en la capital vizcaína como en la guipuzcoana es ya una tradición que, coincidiendo con la celebración de sus respectivas ferias, se
convoque una manifestación antitaurina. En Bilbao se fija para el viernes,
día clave pues se produce la ya famosa ‘guerra de las banderas’, esto es, la
protesta ante el Ayuntamiento cuando se iza la enseña española. Supongo
que la elección de la fecha tiene como objetivo optimizar el tiempo para que
los asistentes a la convocatoria matinal aprovechen la jornada y acudan a
la cita vespertina ante las puertas del coso de Vista Alegre donde, parapetados tras la ertzaintza, pueden decir todo tipo de lindezas a la multitud de
espectadores que llenan tarde tras tarde el coso bilbaíno.
Sin embargo, la de San Sebastián es la que más me ha llamado la
atención en los últimos tres años, especialmente por la extrema virulencia
del cartel anunciador, con una imagen que más allá de lo repulsivo, entra
en la categoría de la demagogia gore: un modelo, en bañador y a cuatro
patas, con dos banderillas clavadas en la espalda, el cuello surcado por un
profundo corte y vomitando sangre.
La primera vez que vi la estampa citada (las calles donostiarras están
literalmente forradas con esta campaña) iba con mi hija de cinco años.
Tras asustarse y mostrar su repulsión ante la horrenda visión, me hizo la
pregunta adecuada:
“Papá, ¿qué es eso?”
Mi contestación intentó ser lo más objetiva posible:
“Son unas personas a las que no les gustan las corridas de toros y
quieren protestar.
La lógica infantil funcionó con precisión:
“Si ponen esos carteles es que son malos, ¿verdad?”
Lances al viento
132
A partir de esta contestación, la verdad es que comencé a cuestionarme los acontecimientos que suceden alrededor del mundo de los toros,
especialmente en lo referente a la extrema agresividad icónica y verbal,
desplegada por los grupos contrarios a la fiesta.
Al margen de casos muy localizados, y cada vez más raros, de personalidades que argumentan sus motivaciones antitaurinas –por supuesto,
respetables-, en los últimos tiempos se ha extendido una tendencia –supongo que acorde con los tiempos- centrada en la imagen, en el eslogan,
en el titular, caracterizada por los contenidos radicales, algunos incluso
incitando a la agresión contra los aficionados.
¿Qué sucedería si en un estadio de fútbol un número determinado de
manifestantes se ubicara en los aledaños para insultar gravemente –“hijos
de puta”, “asesinos”, “torturadores”, etc.- a la afición de uno u otro equipo,
tal como sucede en las plazas de toros? ¿Qué ocurriría y qué dirían los
medios de comunicación si, por ejemplo, los seguidores culés llenaran una
ciudad con carteles de extrema violencia visual contra los madridistas?
Los aficionados a los toros soportamos continuamente todo este tipo
de campañas provocativas dando muestras de un comportamiento estoico
y civilizado ante quienes nos consideran poco menos que terroristas, violadores y maltratadores.
Gritos, pancartas, programaciones publicitarias de increíble dureza,
acoso, manipulaciones de la información, proclamas de boicot; todo vale
para ir contra una fiesta que apenas tiene defensores institucionales, apartada de la parrilla televisiva –lo de RTVE de esta temporada ha sido vergonzoso y debería pasarle factura en el EGM- salvo para mostrar cogidas, y
con un colectivo de aficionados pacífico y conformista, que ponemos la otra
mejilla ante el insulto sistemático, pues ni siquiera sabemos ser víctimas.
Fue la intuición no contaminada de una niña, ungida por el signo
clarividente de la edad, la que me abrió los ojos: “¿Quiénes son los malos?”.
Ésa es la pregunta clave. La respuesta es evidente, ¿no?
Javier Vellón
133
ENERO 2008
Cuatro instantáneas
La temporada de 2007 ha estado jalonada por tardes que, más allá de la consideración de triunfales, pueden catalagorse sin temor a incurrir en la hipérbole,
de históricas, hasta llegar a constituir uno de los años más transcendentes de las
últimas décadas.
La realidad es que una temporada así hacía falta. Cuando menudean los ataques contra la fiesta desde instancias políticas de diverso origen (nacionalistas, nacionales y europeas), cuando la televisión pública estatal decide prescindir de la
retransmisión de corridas con argumentos que son un insulto a la inteligencia,
una serie de acontecimientos devuelven al sufrido aficionado la confianza hacia el
esplendor de la tauromaquia, a la emoción de la lidia en el ruedo, en definitiva, a la
idea de que, efectivamente, el toreo es grandeza.
Algunos de estos eventos han tenido dimensión continua a lo largo de los meses, como la vuelta de José Tomás, transcendental porque ha rescatado a un grupo
de figuras culturales y mediáticas del abrazo de lo políticamente incorrecto y ha
permitido que la gran masa de público recobrara la ilusión de acudir a las plazas; o
el fin de temporada de Miguel Ángel Perera, o la consolidación de José María Manzanares en sus postulados estéticos.
Sin embargo, ha habido cuatro hitos que han vertebrado el desarrollo de este
curso, no sólo por la calidad de lo realizado por sus protagonistas, sino por haber
accedido a la categoría de memorables, dignos de figuras en los tratados.
1.- Talavante y el juego del toro
El comienzo de la temporada estuvo protagonizada por las dos salidas en hombros de Alejandro Talavante, en Madrid y en Sevilla.
Fue en la Maestranza donde el extremeño dinamitó los fundamentos de la lógica, con un cambio de mano imposible, impertérrito mientras los cuernos sacaban
chispas de los alamares, culminando la acción con un natural infinito, en el que el
temple impuso ritmo al escarceo anterior con la muerte.
Y el menudo cuerpo aniñado, infantil y jovial, sintió la sacudida de una ciencia
de siglos, de una añeja tradición que ha convertido en arte la inteligencia para esquivar la sangre de las cornadas. En ese instante, el juego inconsciente con el animal
pasó al rango de rito.
Las consecuencias fueron demoledoras para el diestro. Como él mismo reconoció, aquel gesto de abril le marcó profundamente y el resto de su temporada se
resintió. La osadía de gestar un instante transcendente e inefable pasa factura hasta
a los ánimos más aguerridos.
2.- El Juli reivindica su espacio
La tarde isidril de El Juli representó la culminación simbólica de las diferentes
vertientes de la carrera de un diestro catalogado como genio de la naturaleza desde
sus inicios en tierras mexicanas.
El madrileño ha pasado por numerosas vicisitudes en su trayectoria. De ser
el matador mimado por los públicos, apreciado por puristas y por espectadores
ocasionales, pasó – en cierta medida, aún está en dicho estadio- a la animadversión
generalizada, en parte por errores propios, y de su entorno, especialmente, porque el
matador está ensayando un cambio en sus planteamientos, que le lleve a practicar
Lances al viento
134
un cierto clasicismo en lugar del populismo arrollador de su etapa anterior.
En pleno San Isidro emergió la fuerza y capacidad innata para la lidia de un
torero con vitola de figura desde que mató el primer becerro. El Juli es un torero
poderoso, con un sentido proverbial del temple y de la ligazón, muy por encima de
otros competidores que camuflan la falta de autenticidad tras una imagen esteticista de las suertes. Los tendidos de las Ventas refrendaron el salto cualitativo en su
carrera. Sólo el palco continuó preso de los prejuicios.
3.- El toreo roto de Morante
El gesto de Morante de la Puebla en la corrida de Beneficencia vino envuelto de
polémicas y controversias: dudas en la Comunidad, manifestaciones desmentidas,
críticas desde algunos sectores de la prensa. Un corolario de afirmaciones caóticas,
síntoma de la peculiar temporada diseñada por Rafael de Paula para un torero sostenido por los débiles filamentos de la personalidad artística.
La tensión generada por tales antecedentes así como por el riesgo de la apuesta –años antes ya había fracasado en este mismo lugar, lo que le supuso una recaída
en su frágil equilibrio mental-, aportó un suplemento de adrenalina al matador que
contemplaba cómo la tarde se diluía toro tras toro entre la monotonía y la abulia.
Hasta que llegó el 5º y con él, una cornada tremebunda en el rostro. Morante se retira dolorido a la enfermería y, tras una angustiosa espera, vuelve en el 6º
cosido por fuera y roto en su armonía interior. De esa disonancia extrema, de ese
oxímoron trágico, surgieron la serie de verónicas más profundas y misteriosas que
uno puede recordar en su ya dilatada vida como aficionado. La creación estética en
su estado puro, la locura fragmentaria de la inspiración efímera desprovista de los
anclajes de la razón, la genialidad más allá del canon marcada por el barroquismo y
las emociones extremas. Un momento único y definitivo.
4.- El Cid, cima de la tauromaquia
Manuel Jesús El Cid ha llegado a la cúspide del escalafón siguiendo la ruta
dura de la profesión, con corridas complicadas, apostando fuerte en los festejos
venteños al margen del oropel isidril y practicando su concepción clásica del toreo
a reses que buscaban su yugular en lugar de la franela. En cierta manera, su trayectoria recuerda a la de Ortega Cano: no tiene carisma ni es glamouroso para el
público feriante, no tiene apellido ilustre ni siquiera un coro de artistas glosando sus
méritos. Por el contrario, desde ciertos sectores se le ha ninguneado, tildándole de
superficial y restando mérito a sus acciones.
Sirva como ejemplo los prolégomenos de su gran cita en el Aste Nagusia bilbaíno, con seis toros de Victorino en los chiqueros. En algunas tertulias se dudaba
sobre el acierto del cartel, criticado al de Salteras por considerarlo un “torero limitado”.
Pues bien, ante un encastado encierro del de Galapagar, a El Cid sólo le hizo
falta un repertorio basado en las suertes fundamentales: la verónica y su culminación con la media belmontina, el natural rotundo, profundo y clásico, y el redondo
templado y dominador. Maestría absoluta en el arte de la tauromaquia, sin concesiones a la galería ni alardes vacuos de valor. Disposición firme ante la casta complicada de los victorinos, naturalidad en todo el quehacer, la que define a los grandes
frente al histrionismo de quienes les muda el color de la cara cuando se arrodillan
ante el medio toro.
En el 4º toro, toda la tribuna de periodistas –allí estaban las principales plumas de la crítica nacional- se levantó al unísono fundiéndose en un clamor al paso
del diestro triunfante. No recuerdo haber visto algo semejante, pero es que una
tarde como la propiciada por El Cid en Bilbao forma parte de los anales de la tauromaquia.
Javier Vellón
135
ABRIL 2008
Hooligans en el tendido
Los aficionados a los toros siempre hemos defendido la supremacía
de la cultura taurina sobre la deportiva –especialmente la futbolísticaapelando a la inexistencia de la pasión partidista, la que nubla el entendimiento e impide ver el bosque de la realidad.
Recurriendo a la cita celebre de que el mejor aficionado es a quien
más estilos y toreros le caben en su cabeza, el taurinismo ha acusado a
los futboleros de no ser seguidores de una disciplina deportiva, sino sólo
de un equipo, al que se quiere ver ganar en cualquier circunstancia,
aunque sea en el último minuto y de penalty injusto. Cierto es que existen verdaderos admiradores del fútbol como espectáculo, lo practique el
Madrid, el Barça o el Valencia, al margen de colores, pero su número es
irrelevante frente a la avalancha de forofos que desean el triunfo propio
y la hecatombe del contrincante.
Lo cierto es que desde la vuelta de José Tomás a los ruedos el
pasado año, se ha hecho evidente un fenómeno que, en muchos casos,
permanecía latente y que para los que estamos en esto desde siempre,
resulta preocupante: el enconamiento de las rivalidades entre los seguidores de las figuras más relevantes del escalafón, en una escalada cuya
radicalidad puede resultar productiva para la vuelta de la pasión a los
tendidos pero es contraproducente para el equilibrio de los juicios y la
sensatez de las manifestaciones.
El prototipo del forofo es similar en todos los casos, defienda la
causa de José Tomás, la de Ponce –los dos más destacados en litigio-, la
de Morante o la de El Juli.
El primer aspecto en su manual es la imposición del pensamiento
único que consiste en no aceptar ni las evidencias más claras del otro,
con argumentos (¿?) del tipo: “Ponce no es una figura, sino una gran
mentira”; “José Tomás es un invento mediático, incapaz de templar un
pase”; “El Juli es un simple y vulgar pegapases”; “El Cid no es figura
porque le falta carisma”. El reino del tópico y del estereotipo, recurso
habitual de la falta de ideas.
El segundo mandamiento del hooliganismo es ver la paja en el ojo
ajeno y no la viga en el propio. Si José Tomás mata un novillete tullido,
se justifica diciendo que también lo hacen otras figuras (el sujeto de
esta oración puede cambiarse poniendo el nombre de cualquier diestro),
mientras que se fustiga a quienes criticamos el hecho venga de donde
venga (tan impresentables fueron los jandillas de José Tomás –especialmente su primero-, o los toretes de su mano a mano con Joselito,
como los zalduendos de El Juli, su vergonzoso episodio con los de Victoriano del Río, o los novillos con que Ponce ha venido a Castellón en
Lances al viento
136
sus últimas comparecencias, y así debe consignarse en las crónicas y
comentarios).
Lo más paradójico de la situación es que, desde la atalaya de la
imparcialidad (que no significa no tener preferencias), se observan coincidencias muy curiosas contempladas de diferente manera según de
quien provenga. Así, a Ponce se le critica porque le sirve cualquier toro,
incluso los inválidos, como sucedió en el primer Juan Pedro del día
19; por su parte, sus defensores alaban su capacidad para “inventarse
faenas donde no es posible”. Esa frase, prácticamente literal, es la que
se ha repetido en muchas crónicas laudatorias de José Tomás, entre
otras, la del pasado Domingo de Resurrección en Málaga. Los extremos
se tocan.
La consecuencia más negativa de esta tozudez partidista es que
la razón, la clarividencia, la sensatez y hasta el placer del buen aficionado al contemplar una buena faena, desaparecen hasta el punto de
no reconocer que José Tomás alcanzó momentos cumbres en la faena
al segundo de su lote en Castellón, que Ponce rayó a gran altura en la
segunda parte de su trasteo al 4º toro el día 19 en Valencia o que El Juli
se encuentra en un momento interesante de madurez.
La obsesión por comparar al propio con el supuesto enemigo convierte la mente en un campo de hostilidades, excitando odios irracionales que afectan a
la capacidad de discernir y de emocionarse ante la verdadera lidia cuando no
la realiza el favorito,
llegando a condicionar el entorno y convirtiendo el arte de
la tauromaquia en
un continuo pugilato
sin sentido.
Los
merengues rezan para que
Leo Messi se quede
sin tibia; los culés,
para que a Robinho
le ataquen las siete
plagas. El verdadero
aficionado al fútbol
–si es que lo haydesea que ambos
salgan al terreno de
juego en la próxima
confrontación por la
liga.
Javier Vellón
137
JULIO 2008
Disfraz de torero
con ketchup
En uno de los sábados que anuncia ya la inminencia del verano, la
estirpe de los Vellón nos reunimos en nuestro entrañable trosset del Grau
para celebrar un acto de reivindicación familiar que, en los últimos años,
ha tenido un marcado signo taurino: los participantes homenajeamos a la
fiesta según nuestras posibilidades, nuestra imaginación y nuestra vergüenza, en un ambiente escenográfico y musical que también rinde tributo
a la impronta taurina.
Durante el transcurso de la fiesta, el pasado 22 de junio, uno/a de los
participantes –no recuerdo ahora quién- se extrañó de que nadie hubiera
acudido con el disfraz de moda: “el de torero con el traje hecho jirones,
repleto de ketchup, a lo José Tomás”.
Tras estas ocurrentes palabras, latía un aspecto sintomático de la
imagen del diestro en una sociedad conmocionada, desde la temporada
pasada, por la presencia constante del matador en los medios de comunicación desmadejado, roto, ensangrentado, un ecce homo impávido que
una y otra vez vuelve a los pitones del toro para continuar ofreciendo el
sacrificio de su peculiar ritual de muerte. Los espeluznantes testimonios
de su segunda comparecencia en Madrid, sumada a las que se propagaron
en 2007 de sus cogidas en Málaga y Linares, han fijado en el imaginario
colectivo –que engloba también a los no aficionados e indiferentes (un 90%
de la familia Vellón)- una impresión del torero moldeada por una pátina de
índole trágica.
En numerosas tribunas públicas y publicadas se ha discutido en torno a la citada tarde del de Galapagar ante los mansos del Puerto de San
Lorenzo. Algunas de estas voces no comulgan con lo que consideran un
espectáculo basado en la incertidumbre de la cogida, en el sufrimiento, en
el corazón encogido ante el arrojo suicida del diestro.
Sin duda, es un tema sugerente para el debate, para la conversación
acalorada acerca del concepto de tauromaquia, tal como nos gusta a los
aficionados, siempre bien acompañada por una copa y en el ambiente adecuado para el intercambio de ideas.
Sin embargo, no es éste el tema que a mí más me atrae. Lo que observo tras algunas de las críticas es el ombliguismo de muchos profesionales de la información taurina, obsesionados con su mundo cerrado e
incapaces de reconocer que, de un modo u otro, con gaoneras o sufriendo
percances, José Tomás es, como alguien decía de Joan Fuster en el plano
intelectual, el ”torero necesario”.
Recuerdo una de estas conversaciones con uno de los referidos perioLances al viento
138
distas especilizados de un medio nacional, en la que éste habla de El Juli,
Ponce, El Cid, Morante de la Puebla, como diestros capitales para sustentar
el peso de las temporadas y cuestionaba el papel del madrileño por jugar
en un circuito diferente.
No hay mayor miopía que la que uno se impone sobre ciertos temas. Es indiscutibe la valía de cada uno de los toreros citados, e incluso
podríamos añadir algún nombre más. Pero ninguno de ellos, ni siquiera
todos en conjunto, son capaces de aportar a la fiesta lo que realmente
necesita para su futuro inmediato: repercusión mediática, potencial para
enganchar a un sector amplio de la población que ni sabe de toros ni va a
movilizarse cuando vengan los envites internos y foráneos. Los analistas
políticos comentan estos días del Congreso Nacional del PP que el reto
para la derecha es aglutinar a los votantes indiferentes, incluso de otras
tendencias (supongo que es lo mismo que pretenderá el PSOE, claro). Esa
debe ser también la clave del mundo taurino, demasiado pendiente de sí
mismo.
José Tomás es el único diestro capaz de sintonizar con los nuevos
públicos de la era audiovisual, por su potencial
emotivo, por su dramatismo sincero, porque
estéticamente posee los
requisitos exigidos por
la cámara, por los géneros televisivos, por los
titulares de prensa, por
el concepto de impacto informativo que buscan las cadenas, porque
responde a nuestras demandas como voyeurs de
la pequeña pantalla. Y,
además, ha sido capaz
de generar una estela
de seriedad que sintoniza con las exigencias del
aficionado. La combinación perfecta.
¿Es el resultado de
una campaña de marketing perfectamente diseñada? Puede ser, no lo
niego, pero ¿qué no lo es
en estos tiempos? Y, en
último término, la sangre
es de verdad, no es ketchup.
Javier Vellón
139
OCTUBRE 2008
Historias del viejo
banderillero
El pasado sábado 4 de octubre, invitados como todos los años por
el insustituible e infatigable Ximo Almela, acudimos a Llucena para comer con un grupo de aficionados y profesionales del toro en las horas
previas al festival taurino que, por cierto, ya va por la XX edición.
En esta ocasión, compartimos mesa, entre otros, con el exbanderillero ondense Joaquín Piquer, quien nos amenizó la velada con las historias de su larga trayectoria en los ruedos, sobre todo de los años 50 y
60, y concretamente de sus experiencias junto a diestros como Miguel
Mateo ‘Miguelín’, Paco Corpas, ‘El Greco’ y tantos otros, recorriendo con
ellos toda la geografía taurina nacional.
El entrañable Piquer forma parte de ese grupo de profesionales
veteranos, cada vez lamentablemente más reducido, que nos ilustra
sobre lo acontecido en aquellos años de necesidad, carestía, ingenio
y privanzas, creatividad y ese punto de genialidad que sólo lo poseen
quienes han sufrido las secuelas de una tragedia terrible y han aprendido a sobrevivir: el maestro Rufino Milián y su riquísimo anecdotario en
torno a figuras como Paco Camino, sus vivencias en Tudela; ‘Rafaelillo’
y sus recuerdos de empresarios tan singulares como Balañá o de diestros como Joaquín Bernardó. En este listado también se incluyen todos
aquellos que, incluso desde posiciones más modestas, participaron en
aquellas temporadas en las que los toros constituían el epicentro de la
vida del país.
Gracias a sus narraciones hemos recorrido con la imaginación la
realidad de ciudades como Barcelona, hoy declarada ‘ciudad antitaurina’ y reinado de lo políticamente correcto, lo que nos ha permitido
completar nuestra concepción de un lugar único, convertido en construcción literaria a partir de la visión de los Vázquez Montalbán, Juan
Marsé, Pedrolo, Carlos Barral, los Goytisolo, Gil de Biedma y tantos
autores que han contribuido a crear un símbolo vertebrado a través de
constantes como la modernidad, el buen gusto, la moderación burguesa, el espíritu artístico.
Junto a ello, la Barcelona taurina se nos ha mostrado con todos
sus atractivos y miserias, con relatos por los que han desfilado pícaros, seres marginales de diversa procedencia y condición, bohemios,
artistas del Paralelo, gays de cabaret, transformistas, usureros, policías
franquistas, charnegos, militares sin graduación, apoderados y novilleros, aspirantes sin escrúpulos, becerristas macarrillas y agitanados,
Lances al viento
140
prostitutas manchegas, críticos taurinos del sobre, toreros chuletas,
funcionarios del régimen en busca de emociones. Toda una fauna que
dio lustre al lumpen urbano más abigarrado de la época.
Mi formación como aficionado, incluso mi pasión literaria y lectora, le debe mucho a estos contadores de historias, así como a los viejos
que me han hecho partícipe de sus confidencias, de sus remembranzas
en las plazas y en los diferentes foros taurinos. No olvido tampoco las
crónicas radiofónicas de personajes únicos como ‘Arenillas’ o los informadores de su época de RNE, por ejemplo, ni tampoco a los críticos que
desde las páginas de Pueblo, del ABC, de la Hoja del lunes o del Ruedo
de los 70, me mostraron con sus escritos la senda de la exigencia, de los
pormenores de la lidia, de los desmanes de los taurinos sin escrúpulos,
en definitiva, de la seriedad exigible a todo el que se viste de luces al
margen del lugar que ocupe en el escalafón.
En estos tiempos de pensamiento débil, de conocimientos superficiales, de aprendizaje epidérmico y aproximativo de los hechos, en
los que abundan los aficionados de nuevo cuño atraídos por las novedades y el esnobismo, los
espectadores ocasionales
y oportunistas del abono
en la localidad más cara
de sombra, es buen momento para reivindicar a
los viejos maestros, los
que asoleran la formación con sus experiencias
y con su conversación,
siempre atenta a los fundamentos más sólidos de
la fiesta.
Con ellos se cierra
el círculo abierto por
otra persona de edad,
también
determinante
en la biografía taurino de
numerosos aficionados:
el abuelo que acompañaba a su nieto a la plaza
cuando se programaban
los festejos menores de
las ferias –novilladas,
becerradas, charlotadas.
Fue allí, en aquellos instantes inolvidables, donde se gestó el auténtico
germen de la pasión por
un espectáculo único.
Javier Vellón
141
Burladero de papel
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TERCER TERCIO
Burladero de papel
Germán Adsuara
Apuntes: Pedro Mileo
Germán Adsuara
143
ABRIL 2004
Real Madrid 2
Zaragoza 3
Y llegó la tarde del día de san José. Y en Castellón había toros esa
tarde. Y la gente acudió a la plaza con ilusiones renovadas puesto que, la
mayoría de ellos, tenía sed de toros desde hacía un año.
El día de San José amaneció soleado, primaveral, y quizás ello incrementó la ilusión que siempre se crea cuando se celebra la primera corrida
de la temporada.
En el tendido se dieron cita los de siempre, un poco más viejos (que
todo hay que decirlo), pero con la energía de siempre. Abajo, en el ruedo,
también estaban los de siempre, y también más viejos, evidentemente.
Algarabía en el tendido, y con el público charlando de sus cosas, al
primer animal de Núñez del Cuvillo, no se le ocurrió otra cosa que salir
a la arena, interrumpiendo así las conversaciones de la gente, en un
gesto de mala educación. Alguien debería enseñar educación a los toros,
porque no se debe interrumpir a los demás cuando están hablando. Y
eso deberían saberlo los astados. Hete aquí, que a un señor de Ubrique
conocido por sus exclusivas en la prensa del corazón, le apeteció liarse a
pegar capotazos al pobre animal. Otro acto de mala educación. Porque a
los toros les gusta que les acaricien con cuatro o cinco verónicas rematadas con una buena media. Pero no es Jesulín torero de sutilezas, qué
le vamos a hacer.
Durante el tercio de banderillas, Agustín, el que siempre se sienta
en las escaleras, dio por inaugurada la temporada taurina con la apertura
oficial de su bota de vino, al tiempo que comentaba: “Real Madrid 2 – Zaragoza 3”, en alusión al partido de copa del rey disputado algunos días atrás.
Y mientras Jesulín aburría al toro y al resto de presentes con su anodino
concepto de la tauromaquia, una vecina de localidad inquirió: “¿Qué te pareció el partido?”, a lo que un servidor respondió de la forma más educada
posible: “Lo siento señora, pero es que no me gusta el fútbol”.
La cosa empeoró cuando en el ruedo hizo acto de presencia el señor
Rivera, duque consorte, que se empeñó en pegar derechazos a un toro que
no le había hecho nada malo que mereciera tal castigo. Y todos sabemos,
desde niños, que no se debe pegar. Sin embargo, al señor Rivera, duque
consorte, nadie se lo debió enseñar cuando niño, y ahora se ha convertido
en un hombre pegón. De derechazos, claro está. Afortunadamente, Agustín, el de las escaleras, comenzó a desmigar un bacalao seco que hizo las
delicias de los aficionados cercanos, que seguían comentando la conveniencia de la presencia de Raúl en la alineación, o la baja forma de Zidane.
Burladero de papel
144
Abajo, en la arena, Rivera el duque consorte, asestaba una estocada baja
al mismo toro al que antes agredió con sus derechazos. Aunque muy pocos
reparaban ya en lo que ocurría en la arena amarilla. “El Zaragoza mereció
ganar”, volvió a insistir mi vecina de localidad. “Pues a lo mejor”, respondí
sin demasiada implicación.
“¿Quién es este César Jiménez?” demandaba un espectador poco leido, “¿es extremeño?”, a lo que otro espectador instruido que se había leído
los carteles antes de ir a la plaza contestó: “No, el extremeño viene el lunes”. Súbitamente, César Jiménez, que no es extremeño, comenzó a dar
muletazos de rodillas a un toro afeitado (porque los toros, como los hombres, también se afeitan los días de fiesta), y un señor de contrabarrera,
como movido por un resorte, gritó: “Músicaaaa”. El director de la banda,
muy solícito él, inició la interpretación del pasodoble Amparito Roca, lo
cual hizo las delicias de la mayoría, no por la labor del torero de turno,
sino porque era el complemento perfecto a las viandas que iba dosificando
Agustín, el de las escaleras, siempre regadas con el buen vino de su bota. Y
a estas alturas de corrida, seguía sin quedar claro si Figo está mayor para
jugar con el Madrid, o todavía puede aguantar algún que otro año más.
Y vaya usted a
saber porqué, con la
muerte del sexto toro,
acabó la corrida. Cuando todavía quedaba mucho por discutir sobre
el partido del Madrid.
Quizás sería una buena
cosa que las corridas
de toros fuesen un poco
más largas, para que
los asistentes pudieran
acabar de merendar y
de hablar de temas de
actualidad.
Y así fue como un
servidor de ustedes,
entre
conversaciones
balompédicas y la merienda de Agustín el de
las escaleras, presenció
una corrida de toros
la tarde del día de San
José. Aunque no se habló de toros, al menos
la tarde no transcurrió
en balde. Sin embargo,
como dijo aquél, no es
eso, no es eso.
Germán Adsuara
145
AGOSTO 2004
Costillas rotas
Enrique Ponce tiene varias costillas rotas. Un toro le partió el
pecho y el muslo en Alicante. Y al olor de la sangre, las anarrosas,
aquihaytomates, y demás aves carroñeras, cuyo máximo mérito en la
profesión periodística consiste en plagiar libros de nula calidad, acudieron a sacar partido del festín, como los buitres que se alimentan de
los restos que otros animales rechazan. Enrique Ponce ha sido, desgraciadamente, protagonista de los programas de la anarrosa de turno y portada de las peores revistas del país. Las anarrosas también
sacaron, en su momento, partido de un Jesulín de Ubrique en horas
bajas, liándose a mamporros con un fotógrafo, tirado en el suelo cual
miembro de pandilla barriobajera. Y de tantos y tantos profesionales taurinos, más o menos honrados, y más o menos dedicados a su
profesión. Y es que este tipo de aves carroñeras, autodenominados
periodistas, que copan los programas de televisión, tienen especial
avidez por aquellos sucesos que despiertan los más bajos instintos
del espectador.
¿Quién se acordó de Enrique Ponce cuando el año pasado cuajó
una buena feria de San Isidro? ¿Dónde están las plagiadoras de libros
cuando Miguel Abellán se juega la vida sin trampa ni cartón? ¿Saben
las anarrosas que este año, en Madrid, un chaval de Jaén ha toreado
fenomenalmente bien al natural, y que un gitanito de Albacete se ha
abierto un hueco entre la torería andante? ¿Les interesa la fiesta a
los del aquihaytomate? Por desgracia, la fiesta sólo es rentable para
los carroñeros cuando salen a relucir hechos escabrosos e impúdicos
que, evidentemente, no hacen ningún bien al mundo del toro. Todo
lo demás, la fiesta de verdad, es para ellos simplemente un mal necesario.
Salvador Pascual, antiguo director del semanario taurino Aplausos, se hacía eco en un número de su revista en el año 87, de las
repetidas apariciones en televisión del entonces número uno del toreo, Juan Antonio Ruiz “Espartaco”, en las que el matador hablaba,
entre otras cosas, de su vida privada, cosa poco habitual por aquel
entonces. Pascual señalaba estas intervenciones como un hecho positivo, dada la escasa repercusión que durante los 70 y 80 tenían los
profesionales taurinos en los medios de comunicación. “Si todos actuaran como Espartaco, la Fiesta tendría un mayor peso específico en
la opinión pública”, fueron las palabras de Salvador Pascual en aquel
número. Lo que no sabía don Salvador en aquellos momentos es que
estaba profetizando la tendencia a seguir en la siguiente década, en
Burladero de papel
146
la que los riveras, cordobeses y jesulines usaron a las televisiones
para sumar contratos y hacerse con sus respectivas fortunas. Los
cortijos, las fincas y los Mercedes llegaron a sus cuentas corrientes
sin necesidad de pegar un muletazo, porque sus vidas se vendían a
buen precio. Pero las alianzas pronto se tornaron en arma de doble
filo, y los medios pasaron a ser entes molestos, violadores de la vida
privada, depredadores de asuntos turbios, que en lugar de ayudar a
incrementar los activos bancarios de los toreros, se dedican a hundir
reputaciones y jugar con los sentimientos de mucha gente. La retransmisión del noble cuerpecito de Jesulín arrojado en el asfalto de
una urbanización gaditana, o del señor Rivera lanzando mandobles a
un fotógrafo meses ha, son claras muestras de la degradación que ha
sufrido la calidad del pseudo periodismo en este país.
Y no vale el fácil y manido recurso esgrimido tantas veces por
las anarrosas, según el cual, hay que dar al público lo que el público
quiere ver. No. Porque al público hay que darle lo que, a juicio del
honrado y buen periodista, es merecedor de ser noticia. Entramos
aquí en el quid de la cuestión, y es que los carroñeros, vividores de la
noche madrileña y demás fauna de dudosa reputación, ni son honrados ni son buenos periodistas.
A los amantes del toro, nos interesa el número de veces que a
Curro, el gran genio de Camas, se lo han llevado en volandas por la
puerta grande de Madrid, camino de la calle de Alcalá. Pero nos da
igual cuántas veces haya pasado por el altar. Por eso, señores y señoras carroñeros, por favor, ocúpense de sus asuntos y déjennos en
paz.
Germán Adsuara
147
OCTUBRE 2004
Nos la vamos a cargar
Leo y escucho, estupefacto, relatar a un compañero, colaborador de Aplausos, la noticia de un presidente de la plaza de toros de
Barcelona denunciando ante la justicia ordinaria a Miguel Abellán
por haberle brindado la muerte de su segundo toro. Claro, que el
brindis iba con dedicatoria incluida: “a ver si entre todos hacemos de
usted un buen aficionado”, eran las palabras del bueno de Abellán,
que, otra cosa no, pero personalidad tiene para dar y regalar. Miguel
andaba cabreado porque el presidente, en su primer toro, había sacado el pañuelo con excesiva premura durante el tercio de varas. Y el
presidente decidió, ni corto ni perezoso, llevar el tema a los tribunales, alegando desacato a la autoridad. Un poquito de por favor, señores, un poquito de por favor. Una de dos: o este señor no tiene trabajo
(con la de cosas que hacer que tiene siempre un servidor), o tiene un
afán de protagonismo que ni la hija del Pajares. En cualquiera de los
dos casos, lo que está claro es que es un mal, un pésimo aficionado.
Porque ese tipo de rabietas y gestos infantiloides no hacen sino demacrar la ya de por si enferma y debilitada imagen externa de nuestra fiesta. Respuesta de la “comunidad taurina”: ninguna.
Otro hecho. En las pasadas semanas, un indocumentado grupo
de antitaurinos vizcaínos de dudosa moralidad e incluso legalidad,
que no representan más que a unos pocos centenares de ciudadanos, acudieron a Madrid para parlamentar con representantes del
Ministerio de Educación y Ciencia. Entre sus peticiones destacaban,
ni más ni menos, la demolición de todas las plazas de toros españolas. Ahí es nada. Y se quedaron más anchos que largos. Sin embargo,
ningún colectivo taurino se ha preocupado, ni ha mostrado el más
mínimo interés, en entrevistarse con nadie. Y he aquí el quid: lo preocupante no es que una agrupación de peludos consiga una audiencia con la señora Secretaria de Estado. Lo realmente inquietante es
la respuesta de la “comunidad taurina”: ninguna.
A diario nos llegan ecos de acusaciones de fraude, llámese afeitado, desde todos los rincones de la geografía taurina española. Pero,
habitualmente, los ecos no pasan de mero rumor, de tímida denuncia. Y cuando la trasgresión es palpable y notoria, cuando los pitones
sangran por las puntas, como ocurrió el año pasado en una corrida
de una ganadería de postín, con un matador puntero y en la feria
de más notoriedad del comienzo de la temporada española, las sanciones impuestas son temporales y se circunscriben al ámbito de la
Burladero de papel
148
comunidad autónoma, de tal suerte que el señor Victoriano del Río
puede seguir lidiando sus productos desmochados donde le dé la real
gana. Porque hasta en eso, la “comunidad taurina” está desunida,
divida territorialmente en autonomías. La repuesta de esta supuesta
“comunidad taurina” fue, entonces, escasa e insuficiente.
Mientras escribo estas líneas, los señores del congreso están
debatiendo, como si no hubiera cosas más importantes que debatir,
una proposición de ley sobre la conveniencia de prohibir la retransmisión de festejos taurinos en horario normal. Dicen los de IU y ERC
(quiénes si no) que las corridas de toros tienen un alto contenido
violento y de agresividad, y que por tanto, el público infantil debe
ser protegido de tamañas dosis de violencia. Nos llaman insensibles
y violentos. Desde que tengo uso de razón he visto toros por la caja
tonta, y les puedo asegurar que no sufrí ningún trauma infantil,
ni entonces ni ahora, y aseguro también que tengo más dignidad,
cultura y sensibilidad que el señor Carod Rovira y todos sus secuaces fundamentalistas juntos. Pero claro, es más fácil y demagógico
intentar prohibir las corridas de toros, que evitar las apariciones de
una profesional del sexo nacida en Chiva en los programas del corazón, emitidos también en horario infantil. Respuesta de la “comunidad taurina”: supongo que ninguna.
Más asuntos. Unión de Criadores de Toros de Lidia, Asociación
de Ganaderías de Lidia, Agrupación Española de Ganaderos de Reses
Bravas, Ganaderos de Lidia Unidos. Cuatro grupos diferentes para
lo que debería ser un bien común. Sin embargo, cada uno tira del
carro hacia su cuadra, porque no hay una cuadra común. Andan a la
greña los unos con los otros. No es necesario explicar que lo mismo
ocurre con el resto de sectores del orbe taurino. El empresario del
33% esquilma al ponedor del pobre chaval de Utrera que lo único
que quiere es ser torero, y el ponedor, en consecuencia sangra al padre del novillero, al cual le cuesta una fortuna el vicio del chiquillo.
El padre del chiquillo exige el afeitado de los novillos, por lo que el
ganadero demanda una cantidad extra de euros. En pocas palabras,
aquí no se entiende nadie. La “comunidad taurina” no se entiende.
¿Y por qué no se entiende la “comunidad taurina”? Pues sencillamente porque la “comunidad taurina” no existe.
Hagamos historia. Cuando los ejércitos nórdicos invadieron
Roma en el siglo V d.C. acabando así con el imperio romano, se
encontraron con un pueblo débil que ya no podía defenderse, porque sus propios males lo habían autodestruido. Y del mismo modo,
cuando los ejércitos antitaurinos lancen su ataque definitivo contra
la fiesta, hallarán que no hay nada que destruir. Nosotros solos habremos matado a la fiesta, sin necesidad de que nadie venga a destruirla desde fuera. Porque nos la estamos cargando. Y a este paso,
nos la vamos a cargar.
Germán Adsuara
149
ENERO 2005
Enrique Ponce Martínez
Plantado. Así ha dejado Enrique Ponce al graderío magdalenero.
Como quien no acude a una cita con su novia después de una discusión, la rabieta de Ponce ha durado el tiempo suficiente como para dejar
a más de uno compuesto y sin novio.
Y un servidor de ustedes, que ha sido más de una vez acusado de
poncista, y que no negará jamás su poncismo, no puede quedar indiferente ante este divorcio. Espero sepan perdonarme aquellos quienes
sientan su susceptibilidad herida por estas líneas, incluidos algunos de
mis vecinos de página. Va por ellos.
Enrique Ponce aportó al toreo, de forma innegable, la elegancia y
la estética perdidas durante la era de Espartaco. Ello no significa que
no hubiera toreros elegantes durante la era espartaquiana, no, sino que
por aquellos entonces, el referente era el de un torero de valor, temple
y dominio. Para muestra, los botones de los espartacos, paquirris y
capeas, toreros que estuvieron en la cúspide, pero que no poseían el
mismo sentido del refinamiento que tenía el de Chiva. Ponce mejoró las
cualidades de todos ellos, sus predecesores en el trono, y desde su natural inteligencia añadió las dosis necesarias de belleza para conjugar
la estética con la profundidad. Sí, porque al principio, señores, Enrique
Ponce toreaba profundo, mal que le pese a más de uno. Ponce era capaz de leer las cualidades de cada animal para explotarlas al máximo
y, perfecto conocedor de las distancias y los terrenos, conseguía que
las embestidas más abruptas quedaran embebidas en su muleta poderosa, comenzando muy adelante y acabando donde tienen que acabar
las embestidas, detrás de las caderas, trazando un semicírculo perfecto
alrededor de la figura del torero. Todo ello, dibujado con un reposo, una
sensibilidad, cadencia y ritmo, que sorprendieron a propios y extraños
desde el mismo momento en que el chico de Chiva, especie de niño prodigio, se presentó con picadores en Castellón, allá por el año 1988. Desde aquel día, comenzó a escribirse una página en el libro de la historia
del toreo. El mundo del toro se rindió ante aquél que podía a todos los
toros, que ejecutaba un toreo por bajo como pocos habían hecho antes,
que rindió culto al muletazo ayudado y que transformó el pase de pecho,
desterrando el pase de pecho rectilíneo y zafio para convertirlo en un
muletazo bello, siempre rematado en el hombro contrario. El mundo se
rindió, pues, ante aquél que explicaba la belleza con una muleta en la
mano, en un perfecto equilibrio entre forma y fondo.
Pero con el paso del tiempo el equilibrio se ha ido desequilibrando,
la forma ha ido superando al fondo, y lo accesorio ha ganado terreno a
lo fundamental. Al tiempo que el pico de la muleta de Ponce se ha hecho
Burladero de papel
150
más grande con los años. Los vicios y defectos de Enrique se han hecho
más patentes con el paso de los años, de modo que un torero que nunca
fue un excelente capotero ni dispuso de una mano izquierda prodigiosa,
ha acabado perdiéndose en superficialidades, y diluyéndose en corridas
de dudoso mérito y trapío, dando pie a sus detractores de siempre, y
motivos para que su público fiel empiece a negarle el pan y el agua. Porque poco poder se puede demostrar ante el toro poco poderoso, y poca
belleza se puede crear ante el medio toro destartalado. La tauromaquia
de Ponce anda últimamente vacía de contenido. Y el público, que no es
tonto, y el aficionado, que es soberano, han acabado rechazando las
formas de Ponce.
De ahí a las desafortunadas declaraciones del torero ante las cámaras de la televisión autonómica valenciana tras su actuación en la
feria de la Magdalena 2004, desacreditando al público de Castellón,
media un abismo. Craso error el de maltratar a una afición que siempre
ha sido respetuosa con él, desde el día que nació como torero.
Pr obablement e
el divorcio, o la separación momentánea,
haya sido la mejor
solución. Porque si
bien Enrique prometió no volver a pisar
el ruedo castellonense, no es menos cierto que son legión los
que recibieron con
entusiasmo y alborozo la no presencia
del valenciano en los
carteles magdaleneros. Y es que, para
bien o para mal, ni
Ponce ni el mismísimo Joselito el Gallo, si resucitara,
son imprescindibles
en ninguna feria de
España. Ahora, que
si resucitara José y
viera como está el
patio, probablemente estudiaría para
notario. Pero esa es
otra historia y será
contada en otra ocasión.
Germán Adsuara
151
ABRIL 2005
Brevísima historia
del toreo
Si uno trata de emular a Stephen Hawking, tremendo sacrilegio científico,
y se lanza desenfrenado a la búsqueda del big bang del toreo, se da enseguida
cuenta de que el origen de la fiesta de los toros no se produce en un momento finito, como la gran explosión que dio origen al universo. El rito táurico va
ligado a la historia de la civilización mediterránea de forma inherente, y por
tanto, el origen hay que buscarlo en un sinfín de celebraciones lúdicas, rituales
sagrados y sacrificios ceremoniales, que desde el neolítico, giraron en torno al
bos taurus primigenius y acompañaron al que luego sería, sin que él lo supiera,
el españolito de a pie. Por tanto, el nacimiento del rito del toro, se produce de
forma gradual y paralela al desarrollo de las civilizaciones peninsulares.
Los romanos, que de otra cosa no, pero de organización sabían un buen
rato, organizaron y dieron forma al espectáculo de la lucha entre el hombre y el
animal, en las venerationes celebradas en sus anfiteatros. En el siglo I a.C. el
gran Julio César, que antes de dar candela a las Galias y convertirse en el gran
dictador adorado por el pueblo, había pasado varios años en nuestras tierras,
introdujo el taurus hispánico en las venerationes de la capital del Imperio, que
pudo así disfrutar de la función que los habitantes de Mérida, Segóbriga, Sagunto o Tarragona llevaban tiempo degustando.
Y con la caída del Imperio Romano, en 476, Europa, y por ende el mundo
conocido, entra en una fase oscura, de la que nos llegan recuerdos difuminados
en la inmensidad de la memoria. Los pueblos nórdicos que ocupan el lugar de
los ya defenestrados itálicos, no muestran ninguna afición al juego del toro, que
cae en el olvido hasta que los árabes, fíjense ustedes, quién lo iba a decir, ocupantes de la península, lo rescatan elevándolo al rango de celebración propia de
las clases altas, de la nobleza musulmana de Al-Andalus, rango que la fiesta del
toro ya no abandonaría hasta bastantes siglos después. Y claro, los cristianos,
para no ser menos que los moros, celebraban espectáculos taurinos para dar
pompa y esplendor a los eventos en los que la nobleza era protagonista. Así,
existe conciencia de un espectáculo celebrado en 815 en León, organizado por
cristianos, o el de 1080 en Ávila, con el que se festejó la boda del infante Sancho
de Estrada. La realeza castellana se implica de lleno en la fiesta, y la coronación
de Fernando VII, en 1133, se celebra con profusión de toros corridos. A Alfonso
X, que por su apelativo sabemos que no era tonto, también le apasionó la fiesta
del toro, y habló del entretenimiento de correr toros en su valiosa Crónica General de 1256, aunque se muestra más partidario del toreo caballeresco que de
los espectáculos en los que interviene el pueblo.
La aristocracia hispánica se involucra de lleno en la fiesta, de tal manera
que, ya en el siglo XVI, el propio Carlos V gusta de alancear toros. Y de igual forma que en el siglo XXI el pueblo llano emula a sus dirigentes jugando al paddle,
por aquellos entonces, lo chic era auxiliar a los caballeros alanceadores desde el
suelo, sin más arma que la capa con la que los villanos solían cubrirse.
Y llegan los primeros detractores. Durante el reinado de Felipe II la Iglesia
Burladero de papel
152
de Roma se opone a la celebración de festejos taurinos, llegando incluso a proponer la excomunión de quienes en ellos intervinieran. Pío V, que se convertiría
así en el primer Carod Rovira de la historia, fue sin embargo derrotado por la diplomacia del monarca español, y la fiesta siguió su curso. A través de los años,
la técnica se va modificando, y la antigua suerte de alancear va dejando paso a
la de detener y picar desde el caballo, las garrochas sustituyen a las lanzas, al
tiempo que cobra mayor protagonismo el trabajo de los auxiliadores de a pie,
gente sencilla que había ido reemplazando a la nobleza que, progresivamente,
había ido dando la espalda al toro.
Y el abandono definitivo de la aristocracia se produce con la llegada de Felipe V, el primer Borbón, llegado desde Francia en el siglo XVIII, que trae desde
la corte vecina unos usos versallescos desconocidos y excesivamente refinados,
incompatibles con una fiesta que no lograban entender. El toreo queda para
siempre en manos del pueblo llano, que comenzó desde entonces a perfeccionar
la fiesta y darle la forma que hoy conocemos. Desde Francisco Romero hasta
hoy.
Porque Francisco Romero es, quizás, el primer matador de toros más
o menos profesional, que pasea su nombre por las plazas españolas, y que
perfecciona las viejas capas de las que se servían los primitivos auxiliadores,
creando la génesis de la muleta, artilugio fundamental del toreo moderno. En
la segunda mitad del XVIII se construyen las plazas de Sevilla y Ronda, y en
1761 aparecen los primeros carteles de toros, corridas en las que intervenían
nombres como José Cándido o Martincho, protagonistas de espectáculos desorganizados, sin orden ni reglas. Ante tal desorden, Costillares se erige como el
primer legislador, dando forma a las cuadrillas, estableciendo los tercios de la
lidia, depurando la suerte fundamental de la verónica e inventando el volapié.
Él, junto a Pedro Romero, de Ronda, y Pepe Hillo, sevillano creador de la primera Tauromaquia, son los puentes de entrada al siglo XIX, en el que la sucesión
de figuras del toreo es continua y bien documentada, y en el que el toreo ya es
el opio del pueblo.
El público aprecia sobremanera la rivalidad en los ruedos que tanta falta hace hoy a la fiesta, y así, tras la maestría doctrinal de la Tauromaquia de
Paquiro, son célebres las competencias, por orden cronológico, entre Cúchares
y El Chiclanero, el Tato y el Gordito, o Lagartijo y Frascuelo, quien dijo acerca
de su oponente que “el cordobés es el mejor torero que ha parido madre”, en
una muestra de torería y honradez. Tras ellos, hace su aparición en la última
década del siglo, Rafael El Guerra, genial torero cordobés, que acuñó la frase
que aseveraba que después de él no había nadie, y después de nadie estaba
Fuentes.
La entrada en el siglo XX está presidida por las figuras de Machaquito y
Bombita, Rodolfo Gaona e, indiscutiblemente, el inefable Rafael El Gallo, hermano del que junto a Belmonte protagonizaría, diez años más tarde, la Edad de
Oro del toreo. La dualidad Joselito-Belmonte marca un antes y un después en
una fiesta que, tras ellos, entra en su era moderna, y en la que grandes personalidades como Manolete pulen y dan esplendor a este grandioso rito del toro.
Miles de años de historia. Suficientes motivos para amar esta fiesta, engendrada en los albores de nuestra propia civilización y enraizado en lo más
profundo de nuestros sentimientos. Suficientes motivos para que el aficionado
a los toros no tenga que plantearse el porqué de su afición cada vez que se
siente atacado. Razones de más para luchar por una fiesta ritual que no debe
desaparecer nunca.
Germán Adsuara
153
JULIO 2005
Entre el seis y el ocho
Acababa de finalizar el arrastre del primer toro de la corrida, cuando una mujer, pertrechada en la cabeza con un moño decimonónico, y
ataviada con un traje de chaqueta gris, seguramente heredado de alguna antepasada, impregnado de un intenso aroma a naftalina, levantó
el dedo índice como protesta ante el paso del matador triunfante que,
pletórico, paseaba las dos orejas que el pueblo de Madrid le había querido conceder para premiar su entusiástica labor. Una y sólo una, quería
decir la del moño, negando así el pan y la sal a El Cid. Y la del moño,
que habita en esa singular zona de Las Ventas que media entre los tendidos seis y ocho, durmió esa noche contenta y feliz, orgullosa de haber
limpiado, fijado y dado esplendor, una vez más, a la fiesta en Madrid.
Porque la del moño, tan repeinada ella, la que habita entre el seis y el
ocho, siempre tiene razón. Aunque el resto del mundo no lo sepa.
Entre el seis y el ocho, además de buenos aficionados, coexiste una
manada de tauroineptos que, como la del moño, acuden a Las Ventas a
desatar sus propias amarguras y sus fracasos personales, disfrazando
su ira en forma de una mal pretendida erudición taurina que no va más
allá del conocimiento de un puñadito de conceptos básicos. Porque,
señores, los tauroineptos, a duras penas sabrían dibujar una ‘o’ con un
canuto en la mano. Y así, la del moño acude al siete todas las tardes de
San Isidro, con un clavel reventón en la solapa de su traje heredado,
para contagiar su dolor personal a voz en grito, aullando argumentos
que ni siquiera entiende.
No entiende porqué protesta cuando el matador de turno cita sin
haberse cruzado al otro pitón. Pero ella protesta, mirusté. Sin embargo,
no se acordó de chillar cuando Rincón se jugó la vida ante Bastonito,
ni cuando Julio Aparicio bordó el toreo ante el toro de Alcurrucén, ni
cuando José Tomás, en sus primeras salidas a hombros, toreó con la
mayor verdad que soñar pudiera un torero. Ninguno de ellos se cruzó al
pitón contrario, porque no hacía falta. Porque, en las faenas de verdad,
en las que el toro devora la muleta, es imposible dar el repulsivo paseíto
que al siete le gusta ver entre muletazo y muletazo. Eso sí, cuando el
toro repite, la velocidad de proceso mental de la del moño es demasiado
baja como para darse cuenta de que el matador no se ha cruzado, porque para ella es difícil pensar en más de una cosa a la vez. La del moño
no es multitarea, como se dice ahora.
Tampoco entiende porqué pita a casi todo lo que sale por chiqueros. A la señora del moño en el cogote le gusta ver el toro grande, ande
o no ande. El toro con carnes, gordo. El toro hermoso, según la termiBurladero de papel
154
nología que acostumbra usar mi abuela. Y es que conocida es la avidez
por las carnes de quien, como mi abuela, ha pasado hambre en esta
vida. Y cuando en la vida se ha pasado hambre, la cuestión de los encastes, procedencias y tipologías pasa a un segundo plano, porque lo
que realmente adquiere relevancia es el volumen, el peso, y la leña que
un animal pueda ser capaz de llevar en la cabeza. Y cualquier cornúpeta
que rebaje los estándares de presencia preestablecidos por los tauroineptos, es recibido por la del moño y sus convecinos al grito de miau. El
no haber visto en la vida un árbol genealógico de la bravura, el no saber
de toros, tiene estas cosas, qué le vamos a hacer.
La del moño y sus compañeros, los que habitan entre el seis y el
ocho, denotan su angustia personal, por ejemplo, llevando a los toros
un pañuelo verde, con premeditación, alevosía y hasta nocturnidad.
Mortificando a toreros otrora por ellos mismos glorificados. Prohibiendo
la vuelta al ruedo bajo pena de muerte. Tocando música de viento y palmas de tango durante todas las fases de la lidia. Creando, en síntesis,
un clima de represión, de toque de queda, y de imposición de absurdos
y torpes valores, inventados por un reducido grupo de fantoches, que
nada tienen que ver con la eclosión de arte, pureza, emoción y sentimientos que debe ser una corrida de toros.
Y que nadie me venga con la patraña de que el siete es necesario
para la fiesta. El siete de Madrid es tan necesario como el dos de Guadalajara o el diez de Castellón. Porque lo que realmente es necesario, en
cualquier plaza, son los buenos aficionados. Los tauroineptos sobran
en Madrid, en Lima y hasta en Roma, si se dieran corridas en la Santa
Sede. Ser del siete no garantiza ser aficionado íntegro, ni mucho menos.
Que yo no he nacido en el siete y a aficionado íntegro no me gana nadie,
ni la señora del moño. Y como a coraje tampoco me gana nadie, quien
se haya sentido ofendido por estas cuatro líneas, que me busque, que
yo estaré aquí, esperando, para poner la otra mejilla.
Germán Adsuara
155
OCTUBRE 2005
Sobre las
novilladas
Que el panorama en el escalafón de novilleros está mal no es una afirmación apocalíptica salida de una mente catastrofista. Que la situación es
alarmante es, sin duda, una realidad evidente y preocupante.
Háganse una pregunta sencilla. Pregúntense a cuántos de los novilleros que han acabado entre los diez primeros del escalafón de la temporada que ahora acaba, han visto actuar. En el noventa por ciento de
los casos la respuesta será uno o ninguno (y si usted está en el diez por
ciento restante, enhorabuena, es usted un privilegiado, además de un
buen aficionado). Y ello contando con que, en esta temporada, entre los
diez primeros de la lista se encuentran el hijo de una figura de época, por
un lado, y el famoso hermano del peor torero de la historia, por otro. De
los demás, pueden sonar nombres como Posada, pero poco más. El gran
público no habrá oído hablar, ni remotamente, de Marco Antonio Gómez,
el líder de esta temporada, ni de José María Lázaro, ni de Morilla, ni de
Pérez Mota, ni de Benjamín Gómez, ni de Sergio Serrano, ni de Savalli. Ni
de otros novilleros que, sin haber toreado tanto, han logrado cosas importantes esta temporada. Porque las novilladas no interesan ni al gran
público, el que acude a las ferias con el clavel reventón en la solapa, ni
a los empresarios, que están en esto para ganar dinero, a veces demasiado, sin ser conscientes de estar matando a la gallina de los huevos de
oro. Desde la era de los Jesulín, Finito o Manuel Caballero, por poner
varios ejemplos, los primeros del escalafón han sido chavales anónimos,
sin tirón de taquilla, que después de haber tomado la alternativa han
tenido sus días contados delante del cuatreño. Unas veces por falta de
base técnica y otras porque, a pesar de su buena clase y predisposición,
han acabado con su crédito agotado. Y de esta forma, Álvaro Justo, Carlos Doyague, Miguel Ángel Cañas, Javier Solís, Francisco José Palazón,
Jesuli de Torrecera, Jarocho, Luis Rubias, Antonio Bricio o Abraham Barragán, novilleros punteros en las últimas temporadas, ven sus nombres
difuminados en la cola de un inmenso pelotón, esperando una oportunidad, casi siempre merecida, que nunca llega.
Pero no es necesario remontarse a temporadas pretéritas para encontrar nombres y gestas olvidadas. ¿Quién se acuerda ahora de que el
murciano Paco Ureña fue el triunfador de las novilladas nocturnas de
Las Ventas? ¿O de que Medhi Savalli se llevó la XXXI edición del Zapato
de Oro? ¿Y de que el estilista David Mora triunfó este año en Algemesí?
Todos ellos, el año que viene, tendrán que seguir poniendo dinero para
torear, pagar por jugarse la vida. Terrible ironía de este mundo absurBurladero de papel
156
do. Porque además de la falta de tirón, o quizás a consecuencia de ello,
aparece otro problema, el del dinero. Poderoso caballero es Don Dinero.
El dinero está triunfando, ha triunfado ya, sobre la valía profesional del
novillero. Y cuando eso ocurre, no torean los mejores sino los que más
plata ponen (todo ello dicho sin ánimo de desmerecer los méritos de los
chavales que han tenido la suerte de encontrar un ponedor dispuesto a
perder su fortuna). Y al final de todo olvidamos que el escalafón novilleril
es el que nutre al de matadores, y por ende, a la fiesta. Y que si no hay
novilleros de garantía, no hay relevo en la fiesta. Y cuando no hay relevo,
nos encontramos en la situación de que el que manda lo lleva haciendo
desde hace quince años, de que las novedades de esta temporada han
sido dos matadores veteranos, y de que los que allá por el mes de marzo
pasado se perfilaban como las grandes esperanzas han acabado pegando
el petardo más estrepitoso. Y en la situación de que media comunidad
taurina anda suspirando por el posible regreso de José Tomás y por la
estabilidad emocional de Morante, sin el cual esto se queda sin referentes
artísticos. Todo ello consecuencias lógicas de que en esta bendita profesión no exista un filtrado para que sólo los elegidos, los tocados por la
varita de un ser superior, lleguen a ser matadores de toros por méritos
propios. Todo vale, con tal de que papá venda el camión para poder pagarle al chiquillo un traje de luces y tres novilladas mal contadas. Para
que el chiquillo toree, y hasta pueda un día tomar la alternativa. Y esto
así no funciona.
Cualquiera que sea la solución, ésta pasa por un urgente cambio
de fórmula en aras a conseguir tres objetivos. El primero, dar aliciente
y atractivo a las novilladas para volver a hacer de ellas un espectáculo
interesante. En segundo lugar, es necesario reducir los costes de organización. Y por último, desterrar para siempre el sistema del pay per
bullfight (o pago por torear, según la terminología inglesa tan de moda en
nuestros tiempos). De no alcanzar estos tres objetivos, el de las novilladas deja de ser un negocio rentable, y un negocio que no es rentable ni
es negocio ni es nada. Y por eso, las carreras de los novilleros se diseñan
para que el paso por este escalafón terriblemente deficitario sea lo más
efímero posible, convirtiéndolo en un mero trámite. Del eral al cuatreño,
sin paso intermedio.
Importante es reconocer la trascendencia del papel dinamizador de
las escuelas taurinas en este problema. El salto al vacío que se produce al
abandonar el amparo de la escuela taurina para zambullirse en el funesto mundo de las novilladas con caballos es demasiado vertiginoso como
para que la maniobra sea fructífera. Claramente, la fórmula tiene aquí una
carencia espeluznante, está mal concebida. Hace falta una remodelación
del sistema que permita que las escuelas taurinas, y por tanto las instituciones públicas, sigan su adoctrinamiento y custodia durante las primeras etapas de un novillero con caballos. Hablando claro, que proporcionen
novilladas sin tener que pagar ni un duro. O eso, o la desesperanza de los
novilleros sin dinero que ven un muro infranqueable en el camino hacia su
profesión. En fin, otro problema más, por si fueran pocos.
Germán Adsuara
157
enero 2006
20 años hace, 20
La feria de La Magdalena 2006 corta la cinta inaugural con una corrida
de Cebada Gago. La misma ganadería gaditana que cerró la feria de 1986.
Hace veinte años, y parece que fue ayer. Los cebadas, hoy animales calificados
de duros cuasi criminales de guerra, eran entonces elegidos por las figuras del
momento. Aquella tarde del domingo 9 de marzo fue José María Dols Abellán,
Manzanares, quien abrió el cartel, aunque parezca mentira. Los tiempos, para
bien o para mal, han cambiado mucho en estos veinte años de toreo. El artista alicantino cuajó una gran tarde de toros, y se llevó para casa tres orejas,
y de paso el trofeo Magdalena. Tres orejas de toreo artístico a una corrida de
cebada hoy nos parecerían una gesta imposible. Pero ocurrió, vaya si ocurrió.
Aquella tarde nos dejó también para el recuerdo una tremenda voltereta en el
primer tercio de uno de los oponentes del Niño de La Capea, escena que fue
inmortalizada por el sabio objetivo de Cano, y el toreo eterno del madrileño
Lucio Sandín, ¡qué gran torero fue Lucio!, que emborronó con la espada su
gran faena al sexto.
La empresa, que hace veinte años estaba regentada por Justo Ojeda y
Diego Puerta, acompañados por los castellonenses Torrent y Tirado, pese a
organizar una feria más corta de lo que ha sido habitual en los últimos años,
hizo del año 1986 una temporada intensa para el aficionado de Castellón.
Además del ciclo magdalenero, las taquillas de la plaza de toros se abrieron en
multitud de ocasiones, para celebrar varios festejos. Pero de eso hace mucho
tiempo ya.
El día grande de las fiestas de hace veinte años estuvo marcado por un
acontecimiento histórico en el devenir de la fiesta. Manuel Calvo Montoliu, enfundado en un terno gris plomo y oro, brindó a su padre el toro Correcostas, de
González Sánchez Dalp, cuya muerte le había cedido minutos antes el salmantino Julio Robles, en presencia de Espartaco, la irrefutable figura del momento. La tarde fue para el sevillano, que gracias a su carisma arrancó una oreja
de cada uno de sus toros. El recién alternativado declaró tras la corrida estar
“muy satisfecho. Esto es el principio de una historia bonita y espero que
triunfal”. Montoliu, a quien apoderaban el grupo compuesto por Casas, Patón y
Espinosa (¿les suenan de algo estos nombres?) cerró esa temporada un total de
10 corridas, sin demasiada fortuna artística. El resto de la historia, por sobradamente conocido, es mejor no recordarlo aquí.
El 86 fue el año en el que Fernández Román y Joaquín Jesús Gordillo
tomaron el relevo televisivo de Molés y Mariví Romero, con el comienzo de las
emisiones del programa Tendido Cero. Ocurrió un martes de abril, a las once
y media de la noche, por la entonces conocida como UHF. Y ya por aquel año,
Victorino gustaba de lidiar en Castellón. El lunes de feria, comparecieron ante el
público de Castellón seis victorinos desigualmente presentados, algunos de ellos
demasiado cornicortos, por los que el de Galapagar cobró 7.400.000 pesetas.
Todo un dineral para el nivel tarifario de los ganaderos de la época. En eso no
han cambiado los tiempos, curiosamente. Los hermanos Campuzano hicieron el
paseíllo junto a un Ruiz Miguel que, con el mítico Formidable en sus filas, salió
Burladero de papel
158
a hombros tras cortar tres orejas, manteniendo viva la llama de su leyenda. El
de San Fernando estuvo acompañado en su paseo a hombros por un Tomás
Campuzano, que después de haber obtenido una solitaria oreja, cruzó la puerta
grande antirreglamentariamente.
En el año en que los hijos de Paco Camino y Miguel Báez Litri, Rafi y Mike
respectivamente, irrumpían en el panorama novilleril con su debut con caballos
en la plaza portátil de Gandía, los novilleros castellonenses fueron los protagonistas de la temporada taurina en la plaza de La Plana. El viernes de feria, porque la feria sufrió un parón desde el lunes hasta el viernes, el alcorense Curro
Trillo asombró a propios y extraños con su toreo bullidor y entregado, que le valió el salir en hombros de la afición con tres apéndices en el esportón. Le acompañaron en el paseíllo, para cortar una oreja por coleta, el sempiterno veterano
Juan Manuel Cordones, siempre correcto, siempre clásico, y el grauero Álvaro
Amores. El éxito de la novillada, y la expectación que por entonces levantaban
estos tres novilleros, propició la repetición del festejo el día 23 de marzo, quince
días después del fin de la feria. En el interacto de la novillada se sorteó entre los
asistentes un magnífico Seat Panda valorado en la friolera de 700.000 pesetas.
Esta vez fue Amores quien se llevó el gato al agua, allanándose así el camino que
le llevó, esa temporada, a tomar la alternativa en la corrida de Beneficencia del
14 de junio, en la que Ruiz Miguel lo doctoró en presencia de Lucio Sandín.
Aquel año, que fue el año de la alternativa de José Miguel Arroyo Delgado,
estaba en pleno apogeo la fórmula de los banderilleros. Y así, el cartel formado
por Esplá, Victor Mendes y El Soro, hacía furor entre el público más festivo. El
sábado magdalenero del 86, la terna de banderilleros no defraudó en las carreritas y juegos con el toro en el segundo tercio. Aunque fue El Soro el único en
tocar pelo, fue Víctor Mendes, como siempre, el que puso el toreo de muleta. El
diestro lusitano sufrió, por cierto, una de las volteretas más escalofriantes que
se recuerdan en la historia reciente del toreo en Castellón.
La actividad no acabó con el fin de la feria. Además de la mencionada corrida de la beneficencia y la novillada post feria, se programó otra novillada, con
Carmelo, Cordones y Trillo en el cartel, para el día 6 de abril, que hubo de ser
suspendida por lluvia. Se aplazó para el 1 de mayo, y aprovechando la coyuntura, se organizó la feria de la Virgen de Lidón. Una becerrada con la participación
de Alfonso Carrasco y una corrida de toros, el día 3, con Dámaso, Esplá y Espartaco, completaron el ciclo. Casi ná…
Hace veinte primaveras el toreo aún podía permitirse el lujo de ayudar a
los necesitados (hoy es el propio toreo el que necesita ayuda). Y en 1986 el toreo
se volcó con la causa solidaria en el festival que se organizó en Madrid a favor de
las víctimas del Nevado del Ruiz colombiano. Y un joven Manuel Díaz aprovechó
el festival para volcarse en su propia causa, lanzándose al ruedo en el novillo de
Benítez, su presunto progenitor. Eran los tiempos en los que aún existía, aunque por poco tiempo, variedad de encastes, y diversidad en las formas de torear.
Y el público todavía iba a los toros a divertirse. Eran los tiempos en los que aún
no se escuchaban estridentes e impertinentes sonidos de pasodoble procedentes
de teléfonos móviles en la grada y el callejón. Porque el móvil ni existía ni falta
que hacía.
Ah, se me olvidaba. Hace veinte años, Carod Rovira aún no había empezado a insultar a la fiesta, ni se reunía en secreto para pactar con terroristas.
Ni hablaba todavía catalán. Porque por entonces aún cantaba jotas en las
fiestas de su pueblo, vestido de baturrico. Ahora reniega de ello. Qué pena de
hombre…
Germán Adsuara
159
abril 2006
El monoencaste
Se dice, se cuenta, que no hay encastes. Dice la afición que las
ganaderías postineras están cortadas por un mismo patrón, y que
ese patrón, a veces, anda falto de casta. Y que la procedencia de las
casas ganaderas se ha ido desvirtuando con el paso de los años, de
los siglos, hasta hacer del toro un producto comercial, lelo, y alejado
de la fiera brava que antaño fue.
Lejos de entrar en las habituales valoraciones eruditas, analicemos la veracidad de los números, fríos pero reales, de las dos
ferias más representativas del comienzo de la temporada española
en el año 2006. Madrid y Sevilla, Sevilla y Madrid. Los 15 festejos de
a pie que se programan en la feria abrileña del coso del Baratillo, y
los 22 de la calle de Alcalá suponen el mayor muestrario ganadero
de la temporada. Y cualquier aficionado medianamente leído sabrá
atisbar, a simple vista de los carteles, la razón, el porqué del tema
que nos ocupa. De los 222 toros anunciados, la gran mayoría desprenden el mismo aroma parladeño. Desaparecidos del mapa otros
encastes, el peso de la cabaña brava española está soportado casi
exclusivamente por descendientes de aquellos Parladé heredados de
Vistahermosa, que evolucionaron en 1911 en Tamarón, y posteriormente en Conde de la Corte, que a su vez se disgregó en dos ramas
fundamentales, la de Juan Pedro Domecq y la de Atanasio.
Y llegados a este punto, y no sin antes pedir perdón al lector
por los errores de precisión genealógica cometidos al intentar resumir en dos líneas la historia de un encaste, estamos en disposición
de afirmar que alrededor del 60% de las reses lidiadas en las dos
ferias, pertenecen a derivaciones parladeñas, en sus diferentes variantes. Y que sobre todas esas variantes, la reina del mambo es la
rama de los juampedros. Especialmente en Sevilla, donde, para más
INRI, el 66% de los carteles está formado por hierros andaluces, en
los que predomina de forma notoria la sangre domecq. Del resto,
sólo atisbos de otras sangres, como la de Núñez (con sus signos de
distinción, aunque también parladeña en origen), la de Santacoloma, la de Miura, o la de Cuadri (constituida en encaste propio).
El caso de la feria de Madrid, pese a tener unas miras más
amplias en lo que a encastes y procedencia geográfica se refiere,
es paralelo. Aunque Las Ventas se ha erigido siempre en trinchera
de las ganaderías históricas de más nombre que fondo, con el veto
de 2006 a ganaderías como Miura, Pablo Romero, Samuel, Capea
Burladero de papel
160
o Monteviejo, se ha cerrado la puerta a sangres cabreras, encinas,
o murubeñas que, a decir verdad, se encuentran en un momento
demasiado crítico. Un momento demasiado peligroso para su pervivencia futura. Y con ello se deja abierta la puerta a la expansión de
lo juampedro, con sus ventajas y sus inconvenientes.
No sé si es bueno o es malo. Pero es lo que hay. Dentro de 50
años les contaré…
Germán Adsuara
161
julio 2006
En Australia no
conocen a Morante
Por increíble que parezca, en algunos países del mundo no conocen a
Morante de la Puebla. En Australia, sin ir más lejos. ¿Pueden imaginarse
tamaña afrenta, semejante insulto a la fiesta de los toros? ¿Es posible vivir
feliz sin saber quién es Morante? Parece mentira, pero en Australia no tienen
ni papa de quién es el torero de La Puebla del Río. Allí están ellos, tirando
sus boomerangs y haciendo sus cositas de aborigen, pero de toros ni idea.
Hagan la prueba (yo la he hecho ya), y pregunten un día de estos a algún
aborigen australiano acerca de José Antonio Morante. El aborigen, a no ser
que sea aficionado (que no lo creo), le pondrá cara de canguro mareado, dando a entender así su total ignorancia en asuntos taurinos. Difícil de creer,
¿verdad?
Es lo que tiene la incultura. Porque en el mundo civilizado, cualquier
mindundi conoce la vida, obra y milagros de José Antonio Morante Camacho,
el torero que fue alumbrado un 2 de octubre de 1979 para redimir al mundo
taurino de sus pecados, heredando así el cetro de otros profetas anteriores,
léase Chicuelo, José el de Gelves, Pepe Luis, o el mismísimo Romero quien,
el día de su retirada en La Algaba, cedió el trono al de La Puebla, aquella
fatídica tarde en que el toreo se quedó huérfano de padre y madre.
Como buen profeta, Morante comenzó su labor evangelizadora de forma precoz. Con nueve primaveras a sus espaldas, y ante la ignorancia de
los australianos, las muñecas de Morante comenzaron a dibujar atisbos de
lo que más tarde sería su majestuosa verónica, su arrebatador natural. Así,
en 1988, en el día del Corpus como no podía ser de otra forma, se empezó a
escribir un bello fragmento de la historia del toreo, derivado en una prometedora carrera de novillero que le abrió las puertas de Las Ventas, en las que
debutó en abril de 1995 para aparecer bajo la figura de un chaval menudo y
delgado, tímido, pero impregnado de una intensa gracia sevillanista que caló
hondo en el tendido venteño. El año siguiente, con su debut en el templo
maestrante y su inclusión en la feria de San Isidro, sería el último en el escalafón de plata. El dogma de Morante estaba listo y escrito, preparado para
ser divulgado a los cuatro vientos.
Y llegó 1997, con una ceremonia iniciática en Burgos, en la que el
joven profeta se convirtió en maestro. Y 1999, que con la salida a hombros
por la puerta del Príncipe supuso el devenir de Morante de la Puebla como
guía espiritual de los sensibles de corazón, gurú de los que todavía ven en el
toreo el cauce primigenio de expresión del alma. Aquella tarde de abril, las
campanas de la vera del Guadalquivir volvieron a repicar porque el Mesías
había vuelto, encarnado en la figura frágil de un chico sevillano.
Malhaya el toro de Victoriano del Río que le partió el vientre en la Feria
Burladero de papel
162
de Abril de 2000, truncando una temporada que debiera haber sido la de
consagración del adorado ídolo, y que a la postre significó la temporada de
ruptura con la familia Canorea, y por ende, el inicio de los desencuentros
con la plaza sevillana. Si estas desavenencias marcaron el devenir de lo que
sucedió después, sólo los hados lo saben. Pero lo cierto es que el alma rota
de Morante decidió tomarse un descanso durante el año 2004, sumiendo en
la oscuridad, en el más absoluto paganismo, a una legión de fieles discípulos.
Pero la esencia de Morante ha vuelto, olvidados los meses de oscuridad, y su alma, ya reparada y reconfortada, está de nuevo entre nosotros,
para crear, a través de un cuerpo de torero, las más bellas formas inspiradas
por revelación divina. Porque la inspiración de Morante no es terrenal, sino
que viene dictada por un ser superior.
José Antonio Morante sueña sobre el tiempo, como el cantaor de San
Fernando, y su toreo es atemporal, porque el tiempo, en su obra, no existe.
Son atemporales sus eternas verónicas, tejidas con hilo de seda natural, interpretadas al compás de la soleá, y sus abigarradas medias, traídas de otro
tiempo, y cantadas por seguiriyas. ¿Y la muleta? Decir del toreo de muleta
de Morante es decir de la fusión de hombre y bestia, de la creación de un
arte hondo que nace de las mismas entrañas de los sentimientos. Redondos
y naturales por tientos, mezcla de pena y de alegría, colmados de sinceridad,
cubriendo todas las fases del toreo fundamental, creando en el ambiente un
halo emotivo capaz de cautivar
al aficionado y hacerle sentir en
el estómago el cosquilleo que
producen los estímulos intangibles, los que no pertenecen a
este mundo. Y los graciosos remates, cantados por cantiñas y
caracoles de Cádiz, suponen la
culminación, el éxtasis, el final
feliz de una obra dramática que
sólo Morante sabe representar.
El acabose.
Morante es, en suma, la
culminación de las aspiraciones del aficionado exquisito,
el alimento para el alma y el
cuerpo. La inexplicable razón
que arrastra a un pobre mortal
a cambiar un buen puñado de
euros por dos horas de plantón
en el asiento de piedra de una
plaza de toros. Es la nueva fe,
de la que sólo los incomprensibles agnósticos pueden renegar. Y en Australia se lo pierden. Pues peor para ellos.
Germán Adsuara
163
OCTUBRE 2006
Las Ventas del
Espíritu Santo
Las aguas bajan turbias y revueltas en Las Ventas, la que sigue siendo la primera plaza del mundo, y la que sigue marcando tendencias a pesar
del siete, ese núcleo antaño formado por renombrados aficionados, y hoy
convertido en un reducto de analfabetos trasnochados.
Taurodelta, la empresa de José Antonio Martínez Uranga, Chopera
para más señas, le ha ganado la partida a Tauroart, liderada por el empresario francés Simón Casas, que presentaba su candidatura acompañado
de Enrique Patón. 1,28 puntos en la baremación final tienen la culpa de
que la Comunidad de Madrid, con su vicepresidente primero Ignacio González a la cabeza del Consejo Taurino, haya decantado el concurso del lado
del Choperita. Un concurso que ha venido marcado desde sus inicios por la
falta de transparencia, y en el que ha primado el capítulo dedicado a la experiencia en la gestión de plazas de primera y segunda categoría, el único
capítulo en el que el grupo de Chopera se ha impuesto al de Casas y al de
Tomás Entero (el tercero en discordia). En el resto de apartados del pliego
de condiciones cuya baremación se ha hecho pública, Chopera perdió la
partida. Así ocurre en el apartado económico (en el que vence Entero) y en
el de programación (en el que el grupo de Casas se lleva la palma). Nada se
sabe acerca del resultado en el resto de apartados del pliego, porque la Comunidad de Madrid no ha hecho públicas la baremaciones en los apartados de valoración del equipo técnico, el plan de publicidad, la promoción y
difusión de la fiesta, la colaboración con la Escuela Taurina, o las mejoras
en la plaza. Poca nitidez en un procedimiento público en el que se mueve
algo más que un puñado de dólares.
Y es que la turbidez del proceso comenzó allá por el mes de julio, mes
en el que estalló el caso Malaya (sí, el de la corrupción urbanística en Marbella) dando de lleno en la empresa Taurovent, concesionaria por entonces
de la plaza, y formada por Chopera, Ramón Calderón (hoy presidente del
Real Madrid) y el constructor Fidel San Román, cuyos huesecitos acabaron
entre rejas por su implicación en la trama urbanística marbellí. Pese a la
existencia de un preacuerdo para la renovación del contrato de Taurovent
como gestora de Las Ventas, la detención de San Román forzó la anulación
de la posible prórroga, y la convocatoria de un nuevo concurso, creando
gran disgusto en la señora Aguirre, presidenta de la Comunidad que no
deseaba marejadas en año preelectoral.
Si hasta aquí la historia parece enrevesada, la continuación lo es más
aún. Y para entenderla hay que analizar por separado dos situaciones que
Burladero de papel
164
confluyen, según los enemigos de Chopera, en torno a la plaza de la calle
de Alcalá:
Situación 1. En mayo de 2003, los tránsfugas Eduardo Tamayo y Maria Teresa Sáez, con su deserción del PSOE, propician la victoria electoral
de Esperanza Aguirre, que accede a la presidencia de la Comunidad Autónoma en detrimento del candidato socialista Rafael Simancas, en lo que
supone un escándalo político que aún hoy sigue dando coletazos.
Situación 2. El escándalo adquiere mayores dimensiones cuando se
descubre la intervención de los constructores Francisco Vázquez y Francisco Bravo, tío y sobrino, en el proceso de transfuguismo, hecho confirmado y admitido por el propio Bravo. Jamás se demostró una financiación de
los tránsfugas por parte de Bravo y Vázquez, o al menos una financiación
por intereses inmobiliarios, pero el hecho es que relación, la hubo.
Pues bien, el nexo de unión entre el jaleo político y la concesión de Las
ventas hay que buscarlo en la persona del presidiario Fidel San Román,
que si bien fue socio del Chopera en Taurovent, también lo fue de Vázquez
y Bravo ¿Hay relación, pues, entre la concesión de la plaza de Las Ventas
(en 2004 y en 2006) y la trama política de los tránsfugas? ¿Casualidad o intercambio de favores político-inmobiliarios? Preguntas por el momento sin
respuesta, a las que nadie sino un juez debería ser capaz de dar réplica.
Y si todo esto fuera poco, hay un hecho que viene a remover un poco
más la herida de la concesión a Taurodelta. El claro posicionamiento de
la cadena SER en pos de la casa Chopera viene motivado por el hecho de
que, con Chopera al frente, el grupo Prisa tiene asegurados los derechos de
emisión de San Isidro a través de Canal Plus. El grupo de Simón Casas, sin
embargo, llevaba asociada una productora afín a La Sexta, lo que habría
dejado al Plus compuesto y sin novia. Así pues, el trabajo propagandístico
de la SER era forzosamente evidente, y seguramente ha tenido algo que ver
en la toma de decisión final.
Corrupta o no, la adjudicación definitiva ha vuelto a dejar la plaza
de Las Ventas en manos de la misma empresa que ha tenido a disgusto
a la familia taurina en las dos últimas temporadas, y que ha incumplido
claramente diversas condiciones del contrato anterior, y eso, tratándose de
la primera plaza del
mundo, la que fija y
da esplendor, sirviendo de ejemplo a todas
las demás, es cuanto
menos
preocupante. Veremos qué pasa
cuando los toros de
las ganaderías amigas
de Chopera no quieran embestir, o cuando se den de bruces
con sus cuerpecitos
en la arena.
Germán Adsuara
165
ENERO 2007
El sentido del humor
“Hace más de medio siglo actuaba en la plaza de toros de Huelva el
popular y modesto picador de la localidad Camilo González (El Tremendo).
Se lidiaba una novillada grande y con mucho poder. El cuarto astado de los
que salieron aquel día era una catedral. Bravo, de una pujanza extraordinaria y con leña en la cabeza. Cuando llegó el momento de picarlo, Camilo,
un tanto pálido, dirigiose en busca de aquel terrible morlaco, pensando en
lo poco que iba a durar sobre la cabalgadura.
En efecto, en una pavorosa acometida acometió el cornúpeta contra
caballo y jinete, levantando a ambos. El Tremendo se dio una formidable
costalada, quedando en la arena medio conmocionado. El público aplaudió la bravura y fuerza de tan hermoso novillo, deseando se le pusiera la
segunda vara.
Los monosabios levantaron del suelo al magullado Camilo y con toda
presteza lo subieron al caballo, pero con la precipitación lo colocaron al
revés. Nuestro hombre, medio atontado todavía, para no perder el equilibrio fue a agarrase al cuello del caballo, en el momento en que le decía un
monosabio:
- ¡Al toro otra vez, Camilo, que no ha sío ná!
Abrió los ojos el tremendo y exclamó desde su asombro:
- ¿Que no ha sío ná?, mardita sea, ¡y le ha arrancao la cabeza al caballo!”
Este pasaje, correspondiente al anecdotario taurino del tratado de
Cossío (aunque existe otra versión en boca del humorista Arévalo, que sustituye a El tremendo por un picador del Capea), no es más que un evidente
ejemplo de la chispa, de la ironía que envuelve al mundo del toro. Ese humor que no es incompatible con una disciplina sobria, por definición, como
es la del toreo. Antes bien, supone un contrapunto a los momentos angustiosos, a los ratos de miedo, a los percances que le son inherentes a la
fiesta. Por eso el humor, si es comedido y respetuoso, se hace necesario en
cuanto que se necesita de él para compensar la amargura de la tragedia.
La historia del toreo está salpicada de geniales protagonistas, cuyo
pellizco quedará escrito para siempre en los anales de la tauromaquia.
Conocidas son para cualquier aficionado las ocurrencias de Rafael Gómez
“El Gallo”, personaje dentro y fuera del ruedo, y conocido tanto por sus
espantás como por su socarronería. En ocasión de una de sus malas tardes, cuando un grupo de aficionados le increpó el hecho de que durante
la corrida no dejase de huir y de saltar la barrera, don Rafael respondió:
“¿Y entonces pa qué ponen la barrera?”. Más conocida aún es la escena
en la que, con el Café Lyon como escenario, tuvo lugar el encuentro entre
Ortega y Gasset y “El Gallo”. El torero, al enterarse que Ortega era filósofo,
Burladero de papel
166
y que filósofo era aquél que se dedica a pensar, pronunció su famoso “¡Qué
barbaridá! ¡Hay gente pa tó!”
Otras veces, las figuras del toreo son protagonistas, sin quererlo, de
los chistes de sus enemigos. Curro Romero, sin ir mas lejos, el más grande
torero que alumbró el siglo XX, fue particularmente propenso a ser el foco
de los chistes, por su particular personalidad. Hay quien asegura que alguna tarde, el sevillano insistía en cambiar al toro del sol a la sombra sin
solución de continuidad, con el fin de acabar con el animal de una pulmonía, evitando así el trance del volapié. También corre el rumor que dice que
eran tan pocas las vueltas al ruedo, que tenía que utilizar un guía para no
perderse cada vez que daba una. Sin duda, bromas sin importancia que no
empañan la ilustre figura del camero.
El toreo en sí también tiene su parte risible. El toreo cómico constituye una facción de la tauromaquia que no se puede olvidar. Con origen
en las “invenciones” celebradas en los siglos XVI y XVII, y que englobaban
todo aquel espectáculo que no cabía dentro de las denominaciones normales y del normal concepto del toreo, el toreo cómico evolucionó hacia
las “comparsas” y “mojigangas” del siglo XIX, en las que los protagonistas
aparecían disfrazados de los personajes populares de la época, hasta llegar a la época del toreo de Charlot, Llapisera, El Empastre o el Bombero
Torero.
Toreo cómico aparte, no conviene olvidar el carácter trascendental de
la fiesta de los toros. Porque la broma debe quedar para fuera del ruedo.
Aquí no valen las tonterías chabacanas ni las jesulinadas. Dentro de la
plaza, la cuestión se limita al desafío a muerte entre un toro y un ser humano. Sin más. No hay lugar pues, para la ropa interior femenina que hace
no demasiado tiempo se puso de moda por mor de la falta de seriedad de
alguna que otra figura. Digo yo.
Germán Adsuara
167
ABRIL 2007
El autógrafo
Acabado el tercio de banderillas, Jesulín se disponía a doblarse con el
toro para dar comienzo a su trasteo de muleta, mientras Francisco Rivera
Ordóñez, vistiendo su habitual sonrisilla, cruzaba la tronera del burladero
para acomodarse en el callejón y escuchar, como música de fondo, los gritos de “¡guapo!” que lanzaban desde la grada un millar de suscriptoras de
la revista Qué me dices. Las devoradoras de la prensa del corazón habían
comprado su entrada para acudir a la plaza, muy guapas ellas, decoradas
con kilos de corrector facial L’Oréal. Se comenta que las perfumerías castellonenses agotaron las existencias de barra labial en base acuosa y delineador khol Maxfactor, haciendo el agosto en pleno mes de marzo. Las del
Qué me dices necesitaban estar en perfecto estado de revista para cuando
el guapo les dedicara, oh fortuna, una sonrisa fugaz, y para ello se hacía
necesaria una importante inversión en polvos faciales, sombras de ojos y
todo tipo de barnices que disimularan lo a veces imposible de disimular.
Hete aquí que en el trayecto intercallejón que debía llevar al guapo
Rivera desde el burladero de la tercera al de la primera suerte, determinada dama ubicada en un asiento de barrera, notoriamente restaurada con
abundancia de productos cosméticos, llamó la atención del sonriente bello,
que mostró su blanca dentadura de anuncio a la señorita en cuestión. La
maquillada y el guapo unieron sus miradas, y la magia del autógrafo surgió
como un chispazo. Papel y bolígrafo, seguramente Montblanc, surgieron
como por arte de magia, y fueron décimas de segundo las que tardó el Rivera en apoyarse sobre las maderas del burladero de callejón para caligrafiar
con esmero la sentida dedicatoria, mientras Jesulín comenzaba a jugarse
la vida tablas afuera. Cual futbolista cualquiera, el biznieto de Cayetano
olvidó por unos momentos el traje de luces que vestía y puso su alma, la
que nunca encuentra en el ruedo, en garabatear cuatro líneas al estilo
“Para Menganita, con cariño, de su amigo Francisco Rivera Ordóñez”. Y
Menganita, que quiso morirse en aquel mismísimo momento, vio como el
bello se alejaba, para siempre, por el callejón, al mismo tiempo que Jesulín
remataba su primera tanda de muletazos.
Lo de anunciar relojes Paul Versan, los de la Swiss Made Collection,
es loable. Y mucho más anunciarlos junto a Paz Vega, que es una chica
muy mona. Por qué no. Pero seguir anunciándolos después del paseíllo
está feo, hombre. Que hay que saber distinguir entre las churras y las merinas. Entre prestar la cara para un anuncio de parada de autobús, y dar la
cara en una plaza de toros, en un ritual a vida o muerte en la que cualquier
descuido puede ser fatal, puede costar la vida. La vida de un compañero
es siempre mucho más cara que la de uno mismo, y por eso la lidia tiene
sus normas férreas, elaboradas a través de la mucha experiencia que dan
Burladero de papel
168
varios siglos de percances mortales. En la lidia, cada uno tiene su sitio,
póngame este banderillero a la salida del par, y a aquellos dos monosabios
cubriendo al picador. En la lidia todo profesional tiene su cometido, y este
no es, en absoluto, firmar autógrafos a la del Maxfactor, que para eso están
los futbolistas. Cuando no juegan a fútbol, claro.
Autógrafos sí. Por supuesto. Pero en el hall del hotel. Y si es al terminar la corrida, mejor que antes de empezarla.
Germán Adsuara
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JULIO 2007
Tratado sobre el
mal empresario
Prologuemos este tratado sobre el mal empresario con dos necesarias
definiciones:
Empresario Taurino: dícese de la persona que, por concesión o contrata, abre al público y explota un espectáculo en el que se lidian toros.
Mal Empresario Taurino: dícese del trincón sin escrúpulos que organiza un simulacro de corrida de toros con el único afán de llenarse los
bolsillos y desaparecer.
Marco introductorio
El empresario taurino es una figura clave en la fiesta del toro. En la
historia de la tauromaquia reciente, el empresario ha sido el artífice de
la celebración de la corrida, el que ha arriesgado su dinero para, unas
veces ganando y otras perdiendo, mantener viva la fiesta. El empresario,
como promotor del espectáculo, ha prestado su aportación en la evolución
económica, social y legislativa del toreo, en la transformación de la fiesta,
hasta llegar a la tauromaquia que hoy conocemos.
La evolución del toreo es consustancial con la evolución de sus protagonistas. Toreros, apoderados, ganaderos, público y medios de comunicación de nuestros días, son sensiblemente diferentes a los de dos siglos
atrás, como lo es la fiesta en sí. Y los empresarios se han visto, como no,
involucrados en esta avalancha de cambios, que han divido al mundo empresarial taurino en dos facciones. Los honestos y los no honestos. Los
buenos y los malos.
El mal empresario ha perdido la parte de romanticismo que tenían los
clásicos. El pensar balañista, que con sus pros y sus contras constituye la
línea argumental del empresariado clásico, es un bien a extinguir. Ya no
se lleva el apostar por las nuevas promesas, el pagar a los novilleros, el repetir a los triunfadores, el mantener la palabra, ni el luchar por una fiesta
digna. Las tendencias balañistas supondrían, hoy en día, una especie de
quijotismo arcaico condenado al fracaso, porque la figura del mal empresario todo lo puede.
El mal empresario tiene un único fin. Ganar cuatro duros mal contados a costa del esfuerzo de los demás. Y para ello organiza espectáculos
taurinos de la misma forma que podría organizar un campeonato de hockey sobre hielo. O un concurso de comedores de salchichas en Dakota del
Norte.
Burladero de papel
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Breviario
Varias son las facetas que permiten distinguir al taurino decente del
trincón. Listemos a continuación las características definitorias de un mal
empresario:
• Sabe leer y escribir, aunque con dificultades.
• No conoce, ni ha oído hablar jamás sobre las más elementales normas de la diplomacia ni el savoir être.
• No es aficionado a los toros.
• Sí es aficionado al fraude fiscal, a la economía sumergida, y oculta
cuantos datos le es posible.
• Pese a su limitada formación académica, posee una especial habilidad para contar billetes.
• Permite que los toros se afeiten hasta la cepa.
• Es benefactor de ganaderos de bravo, con los que contribuye en
las limpiezas de corrales, ayudando a eliminar ganado de saldo.
• Siempre se cubre las espaldas cobrando ricas sumas de dinero a
los toreros.
• En el caso, poco probable, de que los toreros vean algún dinero, lo
ven al final de temporada. Y gracias.
Caso práctico
El lector podrá complementar su opinión acerca de la especie descrita
en este tratado con un caso práctico. Para ello, sírvase analizar a la organización de la última corrida de toros celebrada en cierta localidad azulejera
castellonense, allá por el mes de mayo. El esperpento hecho corrida. En
aquella ocasión incluso se cobró entrada, a precio de oro, a los representantes de los medios de comunicación. Con organizadores así, no hacen
falta antitaurinos.
Nota del autor: para evitar suspicacias, debo decir que, mención
aparte del caso práctico descrito, no conozco a ningún mal empresario. He
tenido la suerte de cruzarme siempre con personas honestas. Afortunadamente, los trincones todavía son minoría.
Germán Adsuara
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OCTUBRE 2007
Yo quiero ser picador
“A Ángel y Luís.
Albinegros de pro.
Profetas.”
Para el aficionado habitual, la asistencia a una corrida de toros acompañado de aficionados poco frecuentes es como un soplo de aire fresco,
una revisión a la tauromaquia ancestral producto de decenas de tardes
dogmáticas a la luz de una doctrina preestablecida.
Y hete aquí que, el que estas líneas firma, tuvo la honra, una tarde, de
asistir a una corrida de toros junto al gran Luís, amigo de mi amigo Ángel.
Y Luís, letrado en personajes como Luiche, Causanilles o el mismísimo
Juanito Planelles, protagonizó un momento de filosofía de alta escuela. Un
momento histórico. Mediada la lidia del segundo de la tarde, el picador de
turno abandonó la protección del callejón de la plaza de toros para aproximarse al burladero de la primera suerte, presto a ejecutar su imprescindible labor. El oro de su chaquetilla, y lo orondo de su fisonomía llegó al alma
del improvisado pensador que, mientras observaba la comitiva formada
por picador y auxiliares, recorrer un cuarto de la circunferencia del ruedo,
pronunció las mesiánicas palabras:
-¿De dónde salen los picadores? ¿En qué momento, un niño pequeño,
le dice a su padre: “Papá, quiero ser picador”?
El “mamá, quiero ser artista” de Conchita Velasco trasladado al rito
de los toros. O el “papá, quiero ser portero, como Iker Casillas”, de nuestros días. Traduzca el lector, según sus convicciones deportivas, el apellido
Casillas, por el de Valdés (nunca por el de Cañizares, por el amor de Dios,
seamos razonables).
Es imposible calar más hondo. No hay posibilidad de, con cuatro palabras, profundizar más en los cimientos de la fiesta. ¿De dónde salen
los protagonistas de una de las suertes fundamentales de la fiesta de los
toros? ¿Salen de algún lugar, o se crean por generación espontánea? ¿Existen las “conchitasvelasco” de la suerte de varas del siglo XXI?
¿De dónde salen los picadores? Seguramente no hay respuesta a esta
cuestión filosófica. Conclusión: la suerte fundamental del toreo no tiene
explicación. Los picadores no se forman. Se crean de la nada. Y con ellos,
la suerte de varas, antaño razón de ser de la escenografía taurina, deviene
pantomima de lo que debería ser.
Porque ningún niño en su sano juicio (los niños tienen más juicio que
las personas) querría convertirse en foco de las iras de miles de personas.
En violador de los artículos 71, 72, 73, 74 y 75 del reglamento taurino.
Ningún niño querría montar un caballo-portaaviones con los dos ojos taBurladero de papel
172
pados, antirreglamentariamente. Ni con ambos oídos taponados, antirreglamentariamente. Ni hacer la carioca, es decir, tapar la salida al toro de
forma vejatoria, antirreglamentariamente. Ni barrenar, ni girar alrededor
de la res, violando el apartado 4. Ni consumar un segundo puyazo en el
momento que el astado deshace la reunión, según el mismo apartado del
artículo 72. Ningún niño querría ser villano, pudiendo ser héroe. Ser triste
protagonista de un triste espectáculo en desuso.
El bueno de Luís dio, sin saberlo, en el clavo. La suerte de varas necesita, sí o sí, una reforma. El momento culminante, la prueba de fuego de
la bravura de un animal sin parangón, no puede convertirse en un trámite
administrativo. En un “póngame este cuño aquí, fírmeme acá con letra de
imprenta”. El cuño en el expediente sólo sirve para que el torero pueda ponerse al hilo del pitón, convirtiéndose en protagonista de una fiesta adulterada, sin emoción. Una fiesta asimilable a matadero de industria cárnica,
a producción en serie de “salchichas campofrío”.
La verdadera suerte de varas, sin embargo, en la que el toro se arranca de lejos, de frente, y al galope, aporta luz a la corrida, y da esplendor
a la memoria de los buenos piqueros que en la fiesta han sido. La suerte
de varas que el bueno de Luís quiere, es la que pone a todo el mundo de
acuerdo, la que levanta al neófito del asiento, y hace estremecer al iniciado.
La que hace al aficionado sentirse orgulloso de ser aficionado.
Germán Adsuara
173
ENERO 2008
El respeto
Dice el Diccionario de la Lengua Española, que edita la Real Academia de la Lengua en su vigésima segunda edición, que la palabra respeto
viene del vocablo latín respectus, y que en su primera acepción significa
veneración, acatamiento que se hace a alguien. Y que en la segunda denota
miramiento, consideración, deferencia.
Wikipedia, la fuente de la sabiduría moderna que, vía www, soluciona
las dudas existenciales de nosotros, pobres mortales, nos dice que el respeto es el valor que faculta al ser humano para el reconocimiento, aprecio
y valoración de las cualidades de los demás y sus derechos, ya sea por su
conocimiento, experiencia o valor como personas, es el reconocimiento del
valor inherente y los derechos de los individuos y de la sociedad.
Esto empieza a ser altamente filosófico. Y si queremos más filosofía,
los grandes pensadores que en la historia han sido, con Kant a la cabeza,
se han devanado los sesos para intentar encontrar el trasfondo del concepto respeto. Y lo han encontrado, dando origen a multitud de tratados,
de páginas en las que han explicado porqué las personas, y los grupos,
merecemos respeto.
Sin embargo, ni es esta una publicación de filosofía, ni ustedes están
interesados en leer una retahíla de ñoñeces acerca de Kant o Nietzsche.
Por eso, vamos al grano. Y el grano es que en los toros, y en la vida, hace
falta respeto.
Cualquier persona, y volvemos aunque sea de refilón al concepto de
Kant, posee una dignidad por el hecho de ser persona. Y Enrique Ponce,
que se sepa, es persona. Ergo merece respeto. Sobretodo, por parte de sus
compañeros, de los que se juegan la vida como él cada vez que se enfundan
un traje de seda y oro. Incluido José Tomás Román, que a lo peor, no ha
leído a Kant y no sabe que Ponce también es persona.
El señor José Tomás, cuya figura merece mi profundo y sincero respeto, decidió, en el año del retorno, emprender una rígida campaña, discutible pero respetable, de autocanonización, consistente en negarse a
conceder entrevistas a los medios de comunicación. Pero el llegar a Méjico
lindo y querido y empezar a hacer declaraciones fue todo uno. Era ver un
micrófono y ponerse a largar como alma que lleva el diablo. Falta de respeto al periodismo español, por cierto. Por alguna extraña razón, José Tomás
siente aversión por los periodistas españoles, pero no así por los colegas
mexicanos. Pero, preferencias aparte, el atentado contra el respeto aparece
cuando el madrileño pronuncia ante el micrófono mexicano las palabras de
la discordia, metiéndose en camisa de dieciocho varas. ¿Qué onda, wey?
Es como si yo digo que yo, y solamente yo, soy el bueno, y que mi
amigo Climent, por poner un ejemplo, no sabe escribir, porque no arriesga.
Burladero de papel
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Pero eso yo nunca lo diré, porque admiro inmensamente a mi amigo Climent, aunque a veces no comparta sus opiniones. Lo admiro hasta cuando
sí las comparto. Porque Climent es un figurón del toreo. En su versión
escrita, entiéndase.
Y si las personas merecen respeto, más lo merece un figurón del toreo. No perderé tiempo en argumentar las razones por las que Ponce es
una figura que ha marcado una época. Lo es y punto. Venir ahora a decir
que no arriesga, o que no traspasa líneas, es innecesario. No hacía falta,
José Tomás.
Cuidado, porque la temporada que ahora comienza va a estar marcada por una lucha encarnizada entre varias facciones de la torería andante.
Y si olvidamos las normas más elementales del respeto, esto puede acabar como el rosario de la aurora. Para ensalzar a un torero no hace falta
desacreditar a los demás. Para encumbrar a José Tomás, no es necesario
denigrar a Enrique Ponce. Ni viceversa tampoco, desde luego. La diversidad hace grande a esta fiesta, pero debemos ser capaces de respetar la
variedad, y aceptarla como motor fundamental del toreo.
Un respeto, por favor.
Germán Adsuara
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JULIO 2008
Ídolos caídos
Hoy no quiero hablar de toros. Me apetece más hablar de ídolos caídos. Los ídolos futbolísticos que se convirtieron en tales durante el pasado
mes de junio, veinteañeros multimillonarios que han hecho olvidar, durante casi un mes, los problemas que ahogan a este país. Los mismos veinteañeros que, sin embargo, a su regreso a España, se comportaron como
si fueran personajes marginales, estibadores portuarios de una novela de
Georges Simenon, emborrachándose de whisky y otros brebajes alcohólicos, ante los cientos de miles de personas que los esperaban, embelesados,
en la plaza de Colón madrileña.
En efecto, la selección española de fútbol ha llevado la ilusión a cientos de miles de personas. Los Casillas, Puyol, Xavi y Villa, entre otros,
han jugado de ensueño, colmando las aspiraciones de varios millones de
compatriotas (sí, compatriotas), pobladores de un país que anda de capa
caída, y que ha visto en el fútbol una vía de escape frente a las presiones
del Euribor, el incremento del IPC, y la tasa de paro que está dejando a
más de uno en la estacada. Era marcarle Villa el hat trick a los rusos, y a
Fulanito olvidársele que este mes le han revisado la hipoteca. Menganito
encontró un gran alivio cuando la selección remontó ante Suecia, porque
le quitó el dolor de saber que lo han echado de la fábrica. Por no hablar de
Sotanito, que recibió la tanda de penaltis ante Italia como agua de mayo en
pleno mes de junio. ¿Y qué contar del gol de Torres en la final? Millones de
fulanitos, menganitos y sotanitos abrazados en un éxtasis colectivo como
no se recordaba desde hacía muchos lustros en este cacho de tierra. El
milagro había cobrado vida. El milagro por el que 23 chavalitos unieron lo
que los políticos no habían sido capaces de unir. El milagro de poner alma
en un himno sin letra.
Los 23 veinteañeros son (o eran, hasta el fatídico accidente de la plaza
de Colón), ejemplo de muchas cosas. De esfuerzo por llegar a lo más alto.
De espíritu de equipo, de trabajo en grupo. Ejemplifican a la gente sana. Y
ejemplifican al héroe que se levanta después de ser golpeado mil veces, al
que se sobrepone a años y años de derrotas y sinsabores. Al resurgir de la
España olvidada por el resto del mundo durante décadas.
Y precisamente por ser ejemplo de tantas cosas, los 23 veinteañeros
deberían saber que, en su vida pública, deben hacer un esfuerzo por mantener la imagen que se espera de ellos. La botella de JB pasando de mano
en mano durante el viaje de regreso desde Austria a la tierra que los vio
nacer, atenta contra todos los principios de la ética. La escena no llegará,
precisamente, a formar parte de los anales del olimpismo. La botella de JB
en manos de Santi Cazorla hace daño, porque en algún rincón de Extremadura, o de Asturias, habrá algún niño que quiere ser Cazorla de mayor. Y
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no conviene que un niño de 8 años quiera copiar el hábito de beber “a morro” de una botella de JB. El modelo de deportista a copiar no puede estar
ligado a una botella de JB, ni a un paquete de Marlboro. Porque para mal
ejemplo, ya está el de Maradona, o el del brasileño Garrincha, que acabó
siendo víctima de la cirrosis. Fueron ídolos, es cierto. Pero han caído.
Afortunadamente, en el mundo de los toros, los ídolos todavía son
ídolos. Y así debe seguir siendo. Si la fiesta quiere subsistir, el torero debe
mantenerse firme en su figura de símbolo enigmático, en su posición casi
divina. El toreo no debe perderse en chorradas. Cada uno de nosotros debe
ver en el torero las cualidades que nos gustaría tener, pero que nunca tendremos. Del valiente que no somos, y del millonario que nos gustaría ser
y no seremos. Como ha ocurrido desde que el mundo es mundo. Porque si
desmitificamos la figura del matador, vamos mal. Ello no quiere decir que
un torero no pueda desfilar en una pasarela de moda, no. Hay algunos de
apellido ilustre que lo hacen habitualmente, y a lo mejor incluso es bueno
para promocionar la fiesta. Pero cuidado. Porque la diferencia entre lo justo y lo excesivo no está tan clara.
El desfile triunfal de la selección española es como la vuelta al ruedo
de un torero. Espero no ver nunca, jamás, a una figura del toreo pegándose un lingotazo de JB mientras pasea las orejas del toro. Ese día me haré
antitaurino. Habrán caído mis ídolos.
Germán Adsuara
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OCTUBRE 2008
Vicios y costumbres
En el toreo, como en la vida misma, hay muchos vicios. Y el vicio,
que no es más que la falta de rectitud, puede a veces convertirse en
costumbre. Es decir, que lo malo puede devenir en modo habitual de
obrar, adquiriendo carácter de precepto. Cuando eso ocurre en el toreo,
el vicio convertido en costumbre resta pureza a la fiesta, devaluándola
progresivamente y apartándola del camino recto. Por eso, hay que luchar contra el vicio. Y en mi particular cruzada antivicio, se me ocurren
unos cuantos.
El primer tercio es todo un muestrario de vicios en el toreo. Dejando a un lado la suerte de varas, todo un vicio en sí que merece ser tratado en capítulo aparte, las suertes que se ejecutan capote en mano están
viciadas hasta lo más íntimo. ¿Alguien recuerda a un torero cargando
la suerte de verdad? Claro ejemplo de vicio convertido en costumbre, el
ojo del espectador se ha habituado a ver el truco de la pata atrás, por
lo que las verónicas tramposas, descargando la suerte, pasan por buenas sin que el público repare en que está siendo víctima de un proceso
viciado. El toreo descargando es una afrenta contra la esencia del arte,
y sin embargo pasa por bueno.
Y si seguimos recorriendo el catálogo de vicios del primer acto de
la lidia nos encontramos con un curioso proceder en algunos matadores en el momento de recibir al toro. Y cuanto más populista es el corte
del torero, más viciada es la acción. Empiezan toreando a la verónica
(descargando la suerte, claro), y cuando aquello empieza a calentarse,
siguen pegando chicuelinas, para rematar después con la consiguiente
revolera. Eso está muy feo, señores. Es como si yo empiezo este artículo
hablando de toros, sigo comentando los problemas del coche de Fernando Alonso, y acabo haciendo una disertación económica acerca del
plan de recuperación de la banca americana propuesto por el gobierno
Bush. Vamos a ver, cuando se torea a la verónica, se torea a la verónica,
y cuando se torea por chicuelinas se torea por chicuelinas. Mezclar ambas suertes es como mezclar bebidas alcohólicas, da un fuerte subidón
de ánimos, pero deja una resaca de aquí te espero. En efecto, el cóctel
de suertes produce la exacerbación de ánimos en el tendido, a pesar de
la pésima calidad de los ingredientes, pero lo que allí ocurre deja un
vacío en las almas puras.
Cuando nos adentramos en el escabroso mundo de las suertes de
muleta, encontramos también un rosario de vicios y costumbres censurables. Con el uso del pico a la cabeza, el muletear de nuestros días está
viciado hasta la saciedad. Al frente de la retahíla de malas prácticas,
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está la costumbre de agarrarse a los costillares (léase culo) del toro.
Este vicio consiste en que, cuando el torero está a punto de rematar
una serie, en el último muletazo antes del remate, se agarra al culo (sí,
el culo) del toro, para alargar el muletazo, produciendo un pase mucho
más largo de lo normal, pero de muy mal gusto. Feo. En primer lugar
porque el toreo se hace en la cara del toro, y todo lo que no se haga en
la cara carece de valor. Y en segundo, porque es de mal gusto agarrarse
al culo de nadie, salvo en determinadas circunstancias. Vamos que si
yo fuese toro, y alguien se me agarrase a las posaderas, le soltaba un
sopapo que a ese alguien se le quitaban las ganas de hacerlo otra vez.
Que esto no es un circo ni una película de serie X. Esto es, simplemente
toreo.
Otro. En los últimos tiempos ha proliferado como cultivo de champiñones la figura del subalterno chillón. O sea, el subalterno que, medioescondido en la tronera del burladero dicta a voz en grito a su matador el discurrir de la faena. ¡El izquierdo! ¡Engánchalo alante! ¡De pecho
hasta el rabo!, son algunos de los gritos de guerra. Algún subalterno
debe pensar que está jugando con la Wii, y que el matador es un personaje de un videojuego manejado por él. Cuando la realidad es que
el matador es un técnico altamente cualificado en la materia, que no
necesita de los dictados de nadie, porque es quien mejor sabe lo que
está pasando en la arena. Y si los dictados son indeseables, no lo son
menos los jaleos que llegan desde el burladero. Aquí los gritos son fundamentalmente ¡Bien! ¡Ámonos! ¡Torerazo! y ¡Bieeeeeen! (alargando la e
para dar mayor énfasis al bien). Vamos a ver, para dar ánimos, aplaudir
y jalear ya está el público, que ha pagado su entrada precisamente para
eso. Suplantar la figura del público desde la tronera de un burladero no
está bien. Es un vicio.
Y hablando de vicios de subalterno, nos encontramos con uno que,
además, debería ser delito castigado en consecuencia. Aparece cuando,
tras la muerte del animal, se cuece una tibia petición de oreja por parte
del público. En ese momento entra en acción la figura del banderillero
cortaorejas. Su principal atribución es la de calentar los ánimos de la
grada para hacer crecer la petición de trofeos. Y los métodos para conseguirlo, que son varios, van desde el silbido disimulado, escondido tras
la esclavina de algún capote, hasta los gestos ostensibles hacia el tendido y la presidencia. En este extremo, cuando el subalterno pide la oreja
de forma descarada, debe aparecer la sanción sin paliativos. Porque el
buen subalterno debe dedicarse a hacer su labor, y no a pedir orejas,
faltando el respeto a las buenas maneras. Mal vamos si cada cual no se
limita a hacer lo que tiene que hacer.
Acabo aquí. Y no es que no se me ocurran más cosas. Es que no
quiero cansar a nadie. Les aseguro que podría estar días relatando vicios, pero seguramente me pondría pesado. Eso sí, juro que volveré a la
carga. Porque el vicio lleva a más vicio. Y más vicio lleva al infierno…
Germán Adsuara
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El apunte
180
DESDE LOS MEDIOS
El apunte
Humberto Parra
Humberto Parra
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MAGDALENA 2005
El apunte
182
Humberto Parra
183
El apunte
184
Humberto Parra
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El apunte
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MAGDALENA 2006
Humberto Parra
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El apunte
188
Humberto Parra
189
El apunte
190
MAGDALENA 2007
Humberto Parra
191
El apunte
192
Humberto Parra
193
El apunte
194
Humberto Parra
195
MAGDALENA 2008
El apunte
196
Humberto Parra
197
El apunte
198
Humberto Parra
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APUNTES
El apunte
200
Humberto Parra
201
El apunte
202
Humberto Parra
203
El apunte
204
Humberto Parra
205
El apunte
206
Edición conmemorativa del
10º Aniversario de la revista

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