100 – Venciendo el obstáculo más grande a la oración

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100 – Venciendo el obstáculo más grande a la oración
Venciendo el obstáculo más grande a la oración
Pastor Eddie Ildefonso
Cuando el día llega a su fin, a veces miramos nuestro reloj despertador poco antes de
dormirnos, y lamentamos la falta del tiempo que pasamos con Dios. Por un momento
lamentamos el no haber dedicado más tiempo a la oración, pero luego minimizamos el
hecho y decidimos hacerlo mejor al día siguiente.
El pastor y evangelista D. L. Moody dijo una vez: “Todo gran movimiento de Dios
tuvo su origen en alguien que se puso de rodillas”. Para ver a Dios en acción y
moviéndose entre nosotros con poder, tenemos que comenzar a orar. Pero es más fácil
decirlo que hacerlo. En realidad, luchar contra los obstáculos a la oración parece ser una
batalla permanente.
Damos muchas excusas para justificar nuestra opaca vida de oración, pero un
obstáculo es fundamental. Para entrar en un tiempo de oración ferviente, una comunión
con Dios que toque Su corazón, tenemos que aprender a superar la oración superficial y a
comunicarnos íntimamente con Él. Una vez que obtengamos la victoria en esta área, los
demás obstáculos no serán tan difíciles de vencer.
Así como una amistad se debilita cuando una persona deja de llamar o escribir, de la
misma manera podemos perder el contacto con nuestro Padre si resolvemos que hay
maneras más interesantes de invertir nuestro tiempo. El doctor R. A. Torrey, un
evangelista cuyo mensaje estuvo basado en la importancia de la oración, escribió: “Para
poder orar bien, lo primero que debemos hacer es lograr tener realmente una audiencia
con Dios, entrar de verdad a Su misma presencia. Antes de siquiera pronunciar una
palabra de petición, debemos tener la clara conciencia de que nos estamos dirigiendo a
Dios, y creer que Él está escuchando y que nos va a conceder lo que le pedimos”.
La oración debe ser una conversación íntima con Dios. En ella puede haber confesión,
alabanza, acción de gracias, peticiones, comunicación de sentimientos, y una actitud de
escuchar en silencio. No es una obligación atropellada que debemos cumplir cada día
antes de salir de la casa. La verdad es que debemos retomar la “conversación” a lo largo
del día, ya que Dios está siempre allí, disponible y deseando oírnos (Salmo 17:6; 121:4).
En el primer siglo, muchos fariseos y otros religiosos oraban en voz alta en público
para que todo el mundo viera lo “santo” que eran. Oraban para que los demás los vieran,
no para que Dios los escuchara. Jesús enseñó cómo desarrollar una vida de oración, y
explicó el principio en el Sermón del Monte: “Mas tú, cuando ores, entra en tu
aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve
en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:6). Aunque esto no quiere decir
que no podemos orar públicamente con otros creyentes, sí significa que comunicarse de
manera íntima con Dios debe ser una de nuestras mayores prioridades.
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En algunas ocasiones, todos hemos tenido la frustrante experiencia de hablar con
alguien y no ser escuchados. La oración no debe ser así. Dios, por supuesto, está siempre
atento, siempre que no tengamos ningún pecado no confesado que estorbe nuestras
oraciones. Pero Él quiere que también nosotros le escuchemos. Cuando queremos tener
una conversación íntima con nuestro cónyuge o alguna otra persona muy cercana a
nosotros, debemos eliminar todas las interrupciones y centrar nuestra atención en esa
persona. Esto nos ayuda a establecer la conexión necesaria para la comunicación, lo que a
su vez nos capacita para relacionarnos de una manera más profunda. Lo mismo es cierto
en cuanto a nuestra conversación con el Señor: tenemos que apartar de la mente toda
distracción y concentrarnos únicamente en Él. Cuando tocamos su corazón al hablarle, Él
escucha y nos responde amorosamente. Esta intimidad resultante con Dios es preciosa ¡y
se vuelve un hábito! Descubrir esto puede ser el antídoto para otros obstáculos a la
oración.
Si hay sentimientos de culpabilidad y de vergüenza que pueden estorbar la intimidad
en la oración, debemos creer firmemente en esos momentos lo que Dios dice de nosotros:
que Él nos ama. No importa cuántas veces hayamos fallado, Dios se interesa por nosotros
y quiere lo mejor para nuestras vidas. En realidad, cuando fallamos Él no quiere que nos
distanciemos. El Señor quiere que nos mantengamos en comunicación con Él para darnos
dirección y enseñanza, y también para mostrarnos Su amor. Utilice esas ocasiones para
buscar el perdón de Dios (1 Juan 1:9), que siempre está a la mano (Mateo 18:22). Los
creyentes nunca deben temer la condenación de Dios (Romanos 8:1).
Dios ciertamente responde nuestras oraciones. Martín Lutero, conocido como el
Padre de la Reforma, escribió: “Nadie puede creer cuán poderosa es la oración y
cuánto es capaz de hacer, sino aquellos que lo han aprendido por experiencia
propia. Es una gran cosa, ante la necesidad extrema, afianzarse en la oración. Yo sé,
cada vez que he orado con fervor, que he sido oído ampliamente y que he recibido
más de lo que he pedido. Es verdad que Dios a veces se tardó, pero al final siempre
vino”.
Si podemos dejar atrás los obstáculos que impiden que tengamos una comunicación
íntima con Dios, haremos tiempo para orar. Cuando lo hacemos, comenzaremos a ver el
valor y el poder de la oración, como nunca antes.
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