Gustav Meyrink. Mundos visibles, mundos invisibles, por Juan

Transcripción

Gustav Meyrink. Mundos visibles, mundos invisibles, por Juan
Murciélagos, de Gustav Meyrink (Eneida) Traducción de Mathias Oster | por Juan
Jiménez García
Hay escritores cuya biografía podría pasar no ya por alguno de sus libros, sino
por la obra de alguien aún más extraño. Pensemos en Gustav Meyrink. Conocido
porque escribió El golem, leyenda judía que supo plasmar con indudable maestría,
creando un nuevo mito (el libro) de la literatura fantástica, el escritor en sí
mismo era un tipo curioso. Y su vida, ciertamente, es inseparable de su obra (por
muy fantástica que sea esta igualmente). Hijo bastardo de un barón y una actriz
(ni tan siquiera una primera actriz), a los veinticuatro años, y tras algún
episodio oscuro de corrupción, ya andaba intentando suicidarse. Pero en ello
estaba cuando por debajo de su puerta alguien deslizó un folleto con el evocador y
apropiado (a las circunstancias) nombre de La vida postrera. Eso le llevó a pensar
que había otros mundos, que no todo es visible y que como decía alguien (aunque
seguramente con otras intenciones), lo esencial es invisible a los ojos.
A partir de ahí, Meyrink, que seguramente tenía procedencia judía (por parte de
actriz), llamó a la puerta de innumerables mundos ocultos, que iban desde las
sociedades secretas (perteneció a la famosa Orden Hermética de la Aurora Dorada)
hasta el estudio de la cábala, la alquimia, religiones orientales, etcétera,
etcétera. Y ahí es donde encontramos al hombre, pero también donde encontramos al
escritor. Porque su obra (y este Murciélagos editado ahora por Eneída es un
brillante ejemplo) será una traslación en toda regla de sus intereses particulares
al formato del relato, verdaderos tratados de ciencias dispersas.
Decía Jorge Luis Borges en su introducción a El cardenal Napellus (que formaba
parte de su Biblioteca de Babel) que Meyrink creía que el reino de los muertos
entra en el de los vivos y que nuestro mundo visible, está, sin cesar, penetrado
por el otro invisible. En Murciélagos cada relato será una prueba de ello. Como en
Los cuatro hermanos de la luna, todos los tiempos se confunden y también todas las
personas. El pasado, el presente y el futuro es una sola cosa, rara, extraña, pero
intensamente presente, sin que lleguemos a distinguirlas, como le ocurre también
al protagonista de Dr. Job Paupersum le llevó rosas rojas a su hija, un relato de
una rara belleza, oculta tras una invitación al circo. La monstruosidad poco tiene
que ver con la deformidad y mucho con las circunstancias más terribles de la vida.
Cada vida es un misterio, un misterio que nunca llegaremos a descubrir porque ello
provocaría acercarnos al vacío y también a la destrucción. En El juego de los
grillos, un viaje a las lejanas tierras tibetanas acabará con su protagonista
desaparecido, tras un invocación del horror y la muerte, representado por una
plaga de estos insectos que acabarán con todo, también con su curiosidad. En lo
oculto no hay ninguna invitación a la broma, aunque lo visible y lo invisible sean
dos estados de una misma cosa.
La habilidad del escritor vienés para construir atmósferas enrarecidas le permiten
crear universos simbólicos que se sostienen en una rara armonía, en un equilibrio
de fuerzas. Relatos como Maese Leonhard o J. H. Oberkit visita el país de los
devoradores del tiempo son piezas de relojería que llenan el aire del ruido de
relojes y campanadas, de ecos de iglesias lejanas dedicadas a cultos paganos.
Meyrink lo conoce todo y de ese todo, tan solo podemos intuir algunas cosas. En
realidad no importa. En El cardenal Napellus escribe que cada acto que realizamos
tiene un segundo significado mágico, y en nuestra lectura entendemos que cada
palabra esconde otra, cada lugar otro, cada relato un segundo. La lectura de
Murciélagos será pues un viaje a través de las dobleces de la vida, un viaje
enrarecido y bello, entre la fiebre y la duermevela, ese último paso hacia otros
espacios.

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