SOBRE LÍMITES DIFUSOS: HACIA EL “FORMATIVO” EN LA PUNA

Transcripción

SOBRE LÍMITES DIFUSOS: HACIA EL “FORMATIVO” EN LA PUNA
SOBRE LÍMITES DIFUSOS: HACIA EL “FORMATIVO” EN
LA PUNA ARGENTINA Y SU BORDE ORIENTAL
Salomón Hocsman. ISES-IAM. Investigador Adjunto CONICET - Profesor Adjunto, UNT.
[email protected]
María del Pilar Babot. ISES-IAM. Investigadora Adjunta CONICET - Auxiliar Docente
Graduada, UNT. [email protected]
María Beatriz Cremonte. IGyM-FHyCs, UNJu. Investigadora Independiente CONICET Profesora Titular, UNju. [email protected]
María Gabriela Aguirre. IAM. Jefa de Trabajos Prácticos, UNT. [email protected]
Aldo Agustín Gerónimo. IAM. Auxiliar Estudiantil, UNT. [email protected]
Alfredo Dionicio Calisaya. IAM. Becario CIN. Auxiliar Estudiantil, UNT.
[email protected]
“Se discute el concepto de Formativo, categoría
que ha sido central en la definición de los
procesos que se desarrollaron en América, pero
que, en el estado actual de la cuestión, muestra
su incapacidad para dar cuenta de la historia de
los Andes…” (Lumbreras 2006: 11)
Introducción
Información generada en los últimos años ha permitido conocer con mayor profundidad
el proceso de tránsito de cazadores-recolectores a sociedades agro-pastoriles en la Puna Argentina
y su borde oriental. En este trabajo se presenta información en este sentido, que ha implicado el
abordaje de múltiples líneas de evidencia: artefactos líticos tallados y de molienda, datos sobre
alfarería temprana, restos vegetales (silvestres y domesticados), arte rupestre, interacciones,
asentamiento, entre otros aspectos; todos, estudiados desde la luz de la problemática de la
transición. Los datos empleados proceden de las áreas de Antofagasta de la Sierra (Puna de
Catamarca) y de El Aguilar (Puna de Jujuy y su borde oriental). Asimismo, se consideran en
forma complementaria evidencias éditas generadas por otros equipos de investigación de la Puna
Argentina y del desierto del norte de Chile, de interés para el problema abordado.
Se parte de la base de que, para entender el denominado “Formativo” en la Puna,
necesariamente se deben conocer los antecedentes y características de las trayectorias locales -lo
que se conoce clásicamente como “Arcaico”-. En este marco, los contextos “Formativos” y los
de cazadores-recolectores transicionales no serían tan diferentes, como parecerían serlo a primera
vista, al considerar distintos tipos de evidencias, al conjugarlas y al estudiar las trayectorias de las
sociedades en el largo plazo. Priman los contextos “difusos”, donde los límites tradicionales no
son claros. Cabe preguntarse, entonces, si el concepto de “Formativo” ofrece una alternativa
adecuada para el problema del tratamiento del cambio, esencial para el momento de transición
aquí abordado, donde puede delinearse la continuidad local del proceso.
Las nociones de Arcaico y Formativo
Interesa aquí abordar la transición de cazadores-recolectores a sociedades agro-pastoriles
como un proceso continuo y gradual, por lo que emergen como inadecuadas dos unidades
analíticas de amplia utilización: los conceptos de “Arcaico” y de “Formativo”.
La perspectiva común, marcadamente contrapuesta a lo que se sostiene en este trabajo (cf.
Smith 2001), es ver a la transición como rápida y radical. El problema fundamental de esta última
postura es que, al abordar el cambio entre dos estadios estáticos o soluciones adaptativas estables,
sólo se capturan los puntos de inicio y final de los procesos de cambio, seleccionados
arbitrariamente, pero se falla al considerar qué sucede entre ambos. Cabe preguntarse si la
aparente naturaleza “episódica” del registro arqueológico no es producto de información
insuficiente que transforma en “hitos” los hallazgos que surgen como resultado del avance
progresivo de las investigaciones.
Ahora bien, los dos conceptos en discusión presentan una serie de limitaciones de índole
teórico-metodológica. Desde lo teórico, dichas categorías se plantearon como estadios de desarrollo
sucesivos de cambio sociocultural, en una secuencia unilineal de evolución de lo más simple a lo
más complejo (ver, por ejemplo, Willey y Phillips 1958), siguiendo una lógica de cambio
esencialista que presupone una tendencia inherente al progreso (Muscio 2001). Por otra parte,
está implícita una concepción del cambio como transformación abrupta, donde estas
subdivisiones dan una falsa idea de reemplazo (Borrero 1993).
Al considerar lo metodológico, dado que resultan de la identificación de “paquetes” de
rasgos culturales característicos, de diversa índole (tipológicos, tecnológicos, económicos, etc.),
parten de la búsqueda de recurrencias, más que de diferencias; de tendencias, más que de
variaciones. De esta forma, el cambio cultural implica conjuntos de rasgos que se transforman
abruptamente. Un ejemplo de lo expresado es la diferenciación propuesta por Aldenderfer y
Barreto (2004) para el sitio Jiskairumoko, situado en la cuenca del río Ilave, al oeste de la porción
sudoeste del Lago Titicaca, en la que se discrimina entre un Arcaico Final (ca. 4500-3800 AP), un
Arcaico Terminal (ca. 3800-3200 AP) y un Formativo (ca.3000 AP), en base a los tipos de puntas
de proyectil y a la presencia de cerámica. Es evidente, en primer lugar, que la adscripción a cada
etapa se basa en la presencia/ausencia de clases particulares de artefactos y, en segundo lugar,
aunque es clara la continuidad del proceso, manifestada por la cronología de los fechados
radiocarbónicos, que la segmentación propuesta particiona arbitrariamente la secuencia.
Se destaca que estas nociones registraron un cambio de contenido muy importante en la
arqueología del Noroeste Argentino a partir de las propuestas de Olivera y Aschero de
caracterización del Formativo y del Arcaico, respectivamente, con implicancias de interés. Así,
Olivera (1992, 2001) considera al término Formativo no en referencia a un Estadio cultural sino
en relación a un tipo de sistema de adaptación que implica estrategias puntuales de organización
socio-económica basadas en prácticas productoras y básicamente sedentarias. Aschero (1994: 13),
por su parte, presenta una posición similar, al considerar al Arcaico como formado por “...
diversas estrategias socio-económicas postpleistocénicas organizadas en torno a ciertos recursos
básicos de caza, pesca y/o recolección, con diversas alternativas de experimentación hacia la
domesticación animal y vegetal...”.
Es remarcable la ventaja de estas últimas definiciones, ya que incorporan la idea de
variabilidad de contextos y situaciones, y se fundamentan en cuestiones organizacionales. Sin
embargo, no pueden eludir partir de la conformación de paquetes de rasgos. Asimismo, no
ofrecen una alternativa adecuada al problema del tratamiento del cambio, esencial para el
momento de transición aquí abordado. De hecho, Aschero (1994) aboga por la continuidad en
dicho proceso, pero está sujeto a las limitaciones de las unidades analíticas empleadas.
En general, explícita o implícitamente, se relaciona al Arcaico con los cazadoresrecolectores y al Formativo con los grupos agro-pastoriles, pero si tales términos no son de por sí
equiparables, lo son menos aún al tener en cuenta el tratamiento de la variabilidad. En efecto, al
igual que los términos Arcaico y Formativo, las nociones de cazador-recolector y grupo agropastoril son constructos, es decir, construcciones ideacionales derivadas de cuerpos de ideas o
teorías formalizadas (Ramenofsky y Steffen 1998), pero presentan tres diferencias fundamentales
con los primeros, que les revisten de utilidad: a) no refieren a estadios de desarrollo, b) no aluden
a paquetes de rasgos y, por ende, no es necesario partir de la identificación de umbrales, y c) es
posible tratarlas como un continuum.
Límites desdibujados: El Arcaico y el Formativo vistos desde dos casos de estudio
Sobre límites difusos I: El caso de Antofagasta de la Sierra (Puna de Catamarca)
Antofagasta de la Sierra cuenta con una serie de bases residenciales que han sido
consideradas casos arquetípicos de ocupaciones del “Arcaico Tardío” de la Puna Argentina. La
cronología de las mismas esta comprendida entre los 5500 años y los 3200 años AP
aproximadamente.
Los sitios más conocidos son Quebrada Seca 3 (QS3) y Peñas Chicas 1.1 (PCh1.1), siendo
los primeros en ser caracterizados como tales. Posteriormente, se sumaron Punta de la Peña 4
(PP4) y Peñas Chicas 1.3 (PCh1.3). Estos sitios se caracterizan por ser bases residenciales en
reparos rocosos, sean cuevas y/o aleros, con espacios acondicionados y/o equipamiento de sitio.
Presentan superficies reparadas que van de los 16 a los 200 m2 aproximadamente; es decir, que se
trata de contextos residenciales de reducidas dimensiones, que posiblemente fueron ocupados
por unidades familiares (Hocsman 2006; Aschero y Hocsman 2011). Los contextos remiten a
ocupaciones típicas de cazadores-recolectores.
El patrón de asentamiento para este momento se caracterizaría por bases residenciales
dispersas a nivel microregional, pero algunas de ellas muy cercanas entre si. Es el caso de los
sitios PCh1.3, PCh1.1, y PP4, con cronologías cercanas a los 3600 AP y distancias entre si
menores a 700 m en línea recta.
Pese a que la mayoría de los sitios residenciales se presenta en reparos rocosos, se
evidencia en estos momentos una diversificación de los mismos, ya que presentan espacios
acondicionados (estructuras de piedra de pirca seca o camadas de paja) y/o equipamiento de sitio
(artefactos de molienda). A partir de los 5500 AP se registran cambios en la organización del
espacio. Así, por ejemplo, en los niveles 2b5 a 2b2 de QS3 se observa un emplazamiento
diferente de los fogones y de las dispersiones de tecnofacturas y ecofactos, a lo que se suman
posibles estructuras de cavado en 2b3, ya sea que se trate de relictos de pozos de almacenamiento
o de lugares preparados para asiento (Aschero et al. 1993/94). Tales espacios acondicionados se
encuentran también en otros sitios en forma de estructuras de piedra adosadas, con cronologías
absolutas entre 4000 y 3000 años AP. Un ejemplo de esto es el sitio PP4, con 4 estructuras
circulares parcialmente desarmadas construidas contra la pared del alero, que no pueden
adscribirse a corrales. Responde a estas características también PCh1.3, ya que el alero bajo roca
cuenta con una estructura de piedra en parte desarmada bajo la línea de goteo del abrigo.
La presencia y recurrencia de ciertos diseños de artefactos líticos tallados característicos
de contextos del Arcaico Tardío de la porción meridional de los Andes Centro-Sur, como ser
diseños de puntas de proyectil apedunculadas lanceoladas de distinto tamaño o de cortantes de
filo retocado extendido o perimetral pequeños, convalidaría este panorama a primera vista
consistente con el “Arcaico”. Hoy en día se cuenta con un panorama más preciso de la diversidad
de diseños presentes en la micro-región entre los 5500 y los 3200 AP y es posible afirmar que el
componente lanceolado esta acompañado por una importante diversidad de puntas de puntas de
proyectil pedunculadas y apedunculadas (Hocsman 2006, 2010), aunque esto no refuta lo dicho
precedentemente, ya que estos materiales por sus características morfológicas (tecnológicas y
tipológicas) y métricas pueden ser rotulados perfectamente como “pre-Formativos”.
En realidad, más allá de los instrumentos diagnósticos, en los conjuntos de artefactos
líticos tallados hay aspectos tecnológicos y tipológicos que son temporalmente sensibles y que se
asocian al “Arcaico”, como ser la presencia de bifaces y de la técnica del adelgazamiento bifacial;
una importante inversión de trabajo en la confección de los artefactos formatizados, y de una
marcada complejidad en el instrumental de procesamiento/consumo, entendida como la cantidad
de partes por pieza -combinación de filos y/o puntas- (Hocsman 2006, 2011).
Los artefactos de molienda son otro elemento a tener en cuenta, para los que valen
consideraciones similares a las precedentes. La diferencia entre el “Arcaico” y “Formativo” en el
Noroeste argentino, en general, y en la Puna en particular, implicó tradicionalmente una situación
de ausencia o presencia, respectivamente, de esta clase de instrumental, panorama que se
consideraba acorde con la dependencia de los grupos “formativos” hacia los recursos vegetales
comestibles, asumidos como destinatarios por excelencia de las tareas de molienda y por
oposición a lo arcaico, más tipificado por la centralidad de las tareas de caza y manejo de
camélidos (Babot 2007) -véase discusión en párrafos posteriores-.
El comienzo de los estudios específicos de esta tecnología trajo nuevamente a la discusión
la antigüedad de esta práctica en las secuencias de ocupación regionales (Babot 2006), situación
que anteriormente había sido documentada por Fernández en la Puna Norte (Hocsman et al.
2011). De este modo, los contextos “Arcaicos” puneños meridionales se completaron con un
elemento “típico” del período en el resto de los Andes Centro-Sur. En la Puna Meridional los
conjuntos de molienda “Arcaicos” se componen de artefactos de tamaño reducido, manipulables
con un brazo y diseñados para el procesamiento de cantidades acotadas por sesión de molienda.
Se trata de piezas manufacturadas sobre formas-base nódulo, en materias primas locales con
texturas abrasivas y formas anatómicas, siendo éstos, atributos naturales en las rocas, que fueron
parcialmente potenciados por la manufactura y mantenimiento por picado, en particular, en el
caso de las manos. Así, la inversión en la manufactura de estos artefactos está ausente o bien es
moderada, aunque el mantenimiento da cuenta de una vida útil prolongada mediante repicados y
rotaciones de las piezas, que formaban parte del equipamiento permanente del sitio (Babot 2010).
En Antofagasta de la Sierra dominan los molinos y sus manos, correspondiendo a tipos
morfológicos básicos de oquedad plana que devienen en tipos morfológicos transformados de
oquedad cóncava, compatibles con pequeñas manos planas y cóncavas, respectivamente. El
número de artefactos de molienda en los sitios residenciales es bajo y se relacionaría con sesiones
de molienda individuales de corta duración (Babot 2007).
Un aspecto que ha sido recurrentemente identificado con el Arcaico Tardío en la Puna
Argentina es la domesticación de camélidos, en función de que ésta y la “opción pastoril” serían
procesos y estrategias “naturales” en la Puna, dadas sus características ambientales. En
Antofagasta de la Sierra, desde prácticamente los inicios de las investigaciones fue manifiesto el
interés en establecer la ocurrencia de procesos de cambio de tamaño en camélidos, aunque las
evidencias fueron endebles hasta época muy reciente.
Sin embargo, durante años no hubieron evidencias osteométricas seguras de cambio en el
tamaño de los camélidos. Así, si bien en los niveles correspondientes al lapso 5500-4500 AP de
QS3, se identificaron dos grupos de tamaño de camélidos a partir de análisis osteométricos, uno
comparable a la vicuña (Lama vicugna) actual y otro al guanaco (Lama guanicoe), predominando las
formas pequeñas (Elkin 1996a, 1996b). Lo único que podría apoyar la presencia de camélidos
domesticados sería la existencia de falanges robustas y de huesos de tamaño coincidente con
llama (Lama glama) actual, pero la evidencia en ese sentido era débil (Elkin 1996a, 1996b). es
preciso tener en cuenta que muy posiblemente QS3 no contara, en realidad, con evidencias de
este tipo. Yacobaccio (2001) señala, en este sentido, que es significativo que la secuencia de QS3
termina hacia el 4500 AP, unos 500 años antes de las primeras evidencias de cambios en el
tamaño de los camélidos detectables en los huesos en otras áreas puneñas.
Por su parte, Reigadas (2000-2002, 2008) señala, desde las evidencias de fibra, una
instancia de experimentación en QS3, involucrando un contexto de control intencional con
cronología entre los 4700 y los 4500 AP.
Para PCh1.1, con fechas de ca.3600 años AP, es decir, en momentos en los que deberían
registrarse cambios por lo dicho inmediatamente arriba, el hecho de que el material óseo se
presentaba, en general, en un muy mal estado de conservación y altamente fragmentado,
condicionó el reconocimiento de taxones a criterios osteométricos sobre unos pocos
especimenes, con resultados coincidentes con los estándares actuales de vicuña (Olivera y Elkin
1994).
En definitiva, la ambigüedad de los resultados llevó a que no se descartara la posibilidad
de un proceso domesticatorio local (Elkin 1996a; Olivera 1998).
Recientemente, el análisis osteométrico de una muestra faunística del sitio Peñas Chicas
1.5, fechado hacia 3.800 AP, resultó en la identificación de dos camélidos similares en tamaño a
llamas de los morfotipos intermedia y carguera, que debe ser vinculada con el incremento de la
variabilidad de los huesos de camélidos por procesos de domesticación (Aschero et al. 2012). PP4
también suministró información de sumo interés, puesto que en el sitio se identificaron más de
una docena de camélidos con tamaño asignable a llama, con fechas entre 4100 y 3200 años AP
aproximadamente (Urquiza 2009; Aschero et al. 2011a).
Cabe remarcar que la aparición de animales domésticos no es sinónimo de presencia de
pastoralismo (ver, por ejemplo, Yacobaccio y Vilá 2002). Evidentemente, ambos sucesos se
encuentran ligados aunque no necesariamente tienen que darse en el mismo lugar (Yacobaccio et
al. 1997-98). Siguiendo a estos últimos autores, el pastoreo surge a partir de la intensificación de
la explotación de animales domesticados en un contexto cazador-recolector. Así, los contextos
pastoriles aparecen con la domesticación efectiva, es decir, cuando hay un sistema productivo en
pleno funcionamiento (Reigadas 2000-2002), el cual implica una dependencia de los animales de
rebaño que no necesariamente va a encontrarse durante los momentos de captura, amansamiento
y cautiverio (Yacobaccio et al. 1997-98).
Es difícil establecer el inicio de las prácticas pastoriles como tales en Antofagasta de la
Sierra; sin embargo, la recurrencia en la explotación y consumo de un camélido de tamaño llama
en PP4, podría tener algún significado en este sentido. El no contar con información sobre
cambios de tamaño en los restos óseos en los sitios relativamente sincrónicos PCh1.1 y PCh1.3 es
problemático. Lamentablemente, la conservación de materiales orgánicos en las bases
residenciales de fines del Holoceno Medio-inicios del Holoceno Tardío en Antofagasta de la
Sierra, con excepción de QS3, no es buena, pese al supuesto generalizado de excelente
conservación en los sitios puneños bajo reparo rocoso.
Como datos colaterales pero que son significativos, se puede mencionar, en primer lugar,
el arte rupestre local que está suministrando información relevante para la discusión precedente.
En distintos sitios se observan, dentro de la modalidad estilística Río Punilla, camélidos de
tendencia figurativo-analítica versus camélidos de tendencia figurativa-sintética y geométrica.
Además, los primeros se diferencian de los segundos por una cierta dinámica del movimiento
contra un marcado estatismo, distinguiéndose camélidos silvestres y domésticos, respectivamente
(Aschero 2006). Esto se vería corroborado por el hecho de contar con un camélido figurativo
sintético del tipo señalado con clara evidencia de carga y bozal, en el sitio Peñas Coloradas 1.
Cabe destacar que esta modalidad estilística fue fechada en forma relativa entre los 3500 y los
2500 años AP;. Estos datos fueron precisados recientemente sobre la base de una serie de
fechados radiocarbónicos que rondan los 3500 AP en el sitio Alero Sin Cabeza, que cuenta con
motivos de camélidos asignables a esta modalidad estilística (Escola et al. 2011; Escola et al. 2012).
En segundo lugar, destaca la presencia en un depósito intencional de objetos, sea una ofrenda o
un enterratorio, de hilos zurdos de fibra de camélido que envuelven rocas de ignimbrita, prácticas
que se asocian tradicionalmente a rituales de pastores de Bolivia (López Campeny, com pers.),
situado en Peñas Chicas 1.5, con cronología de 3800 años AP, aproximadamente.
Hasta aquí, todos los elementos considerados señalarían una situación coherente con lo
que se esperaba para contextos “Arcaicos Tardíos” de la Puna Argentina. Sin embargo, los
procesos fueron mucho más complejos que lo que previamente se había avizorado. Así, los datos
reseñados de producción animal temprana están acompañados por estudios sistemáticos sobre
microfósiles en artefactos de molienda realizados por Babot (2004, 2011), que resultaron en el
hallazgo de mofotipos afines a una importante variedad de recursos vegetales comestibles y no
comestibles, presentes en taxones actuales silvestres y domesticados, en sitios datados entre 4700
y 3400 años AP (raíces de Ciperaceae, tubérculos/raíces no diferenciados, partes aéreas de
especies de Arecaceae y Poaceae, corteza del fruto de Lagenaria siceraria, vainas de Prosopis sp.
“algarroba” y frutos de Juglans australis “nuez criolla”). Dentro de lo que caracteriza a los
repertorios “Arcaicos”, es importante el inicio del procesamiento de frutos (Opuntia sp.
“airampo” y otros) y de semillas o granos. Con respecto a estos últimos, se trata de morfotipos
afines a los cultígenos Chenopodium sp. aff. C. quinoa/C. pallidicaule, quínoa y cañahua,
respectivamente, y Zea mays “maíz” (Babot 2004, 2011). Asimismo, deben incluirse a las
tuberosidades de Oxalis tuberosa “oca” y Solanum tuberosum “papa común” que también han sido
registradas en puntas/cuchillos de QS3 (Babot et al. 2012). Otros cultígenos (semillas afines a
Amaranthus caudatus/A. mantegazzianus “amarantos”, rizomas y también semillas de Canna edulis
“achira”), procederían de pisos altitudinales más bajos. Independientemente de que en tales
fechas se tratara o no de los taxones domesticados como se los conoce en la actualidad, es
importante destacar que los mecanismos de selección que impactaron en elementos del fenotipo
a un nivel microscópico en las partes útiles de esas plantas para la alimentación (los granos y
tubérculos), ya estaban siendo empleados. Probablemente se tratara de especímenes transicionales
y que representaran variedades locales que no necesariamente perduraron hasta el presente.
En lo que refiere a las prácticas culinarias, destaca la obtención de harinas con distintos
fines, a partir de las semillas deshidratadas contemplándose la posibilidad del descascarillado y
tostado previos a la molienda. La obtención de harinas permite inferir el manejo de nuevas
prácticas de cocción como el hervido que, aunque en baja escala, se agregarían a las pautas más
tempranas en donde domina el tostado o asado y el asoleado post machacado. Así, los grupos
“Arcaicos” dispondrían para el consumo de semillas y tuberosidades tostadas y asadas,
respectivamente, de sus harinas y sopas, de preparaciones con los frutos deshidratados
machacados o molidos, por ejemplo. Destaca el manejo extendido del almacenamiento, una
práctica relacionada con el consumo diferido de los elementos vegetales, que habría impulsado el
papel de la molienda en el “Arcaico” (Babot 2011).
Se remarca que los artefactos analizados fueron recuperados de los cuatro sitios
arqueológicos considerados aquí, tres de los cuales son relativamente sincrónicos (PP4, PCh1.3 y
PCh1.1), mientras que el restante está muy próximo temporalmente (QS3). Todas las piezas
provienen de estratigrafía. La práctica de la molienda en el lapso citado no sería ocasional, sino
más bien regular, y planificada o programada, aunque a una escala reducida (Babot 2004).
Asimismo, los recursos de molienda se habrían consumido con cierta regularidad y en relativa
cantidad, lo que sugeriría que tuvieron un papel importante en la subsistencia (Babot 2006).
Un punto clave es establecer que dichos recursos no fueron “introducidos” a la
microrregión vía interacción. Efectivamente, pudieron provenir también de otras áreas de la
Puna, o bien de la Prepuna, siendo obtenidos por intercambio o mediante acceso directo. Para el
caso del género Chenopodium, las características ambientales del área se corresponden con los
requerimientos ecológicos de distintas especies silvestres y cultivadas del género; para la
microrregión se ha detectado la presencia actual de paico (Ch. ambrosioides) (Olivera, 2006), especie
silvestre con distintos usos actuales, de “cañahua” (Cuello 2006) y de “quínoa” (Babot 2011).
Asimismo, prosperan variedades de maíz de maduración temprana, la “papa común” y la “oca”
(Babot 2011). Por su parte, el ambiente local y próximo a la microrregión pudo ofrecer a grupos
cazadores-recolectores una gama de plantas silvestres con las cuales establecer diferentes tipos de
relaciones (Casas 2001), algunas de las cuales ya han sido reconocidas mediante el estudio de los
conjuntos de macrorrestos vegetales, de tecnofacturas sobre materias primas vegetales (Rodríguez
2004) y de instrumental de procesamiento como los anteriormente citados, artefactos de
molienda (Babot 2011) y puntas/cuchillo (Babot et al. 2012).
En lo que refiere particularmente a los cultígenos, las evidencias de una producción local
proceden del registro macrobotánico. Así, en PCh1.3, se recuperaron tallos de una
quenopodiácea doméstica identificada a partir del estudio de la anatomía de los mismos (Aguirre
2007, 2009), que es consistente con los datos de procesamiento por molienda para el mismo sitio
y para los vecinos PCh1.1 y PP4 (Babot 2011). Este registro es relevante ya que permite discutir
el manejo de este recurso en el seno de grupos cazadores-recolectores y hacerlo extensivo a otros
cultígenos microtérmicos (para una discusión sobre este tema ver Hocsman 2007; Aschero y
Hocsman 2011; Babot 2011). Se parte del concepto de manejo de recursos vegetales, porque de
esta forma se pueden abordar las distintas variaciones en la relación que grupos humanos
establecieron con las plantas.
Estudios etnográficos y etnobotánicos realizados en diferentes lugares del mundo dan
cuenta que en grupos móviles es posible el laboreo del suelo para eliminar rocas, favorecer el
drenaje y lograr el posterior crecimiento de ciertas plantas (Lepofky y Lertzman 2008); también se
conoce el manejo de especies silvestres a partir de la constante tala selectiva a fin de beneficiar la
presencia de ciertos taxa (Polititis et al. 1997) o el favorecimiento de hierbas a fin de atraer
rebaños o animales herbívoros (Harlan 1975). Se ha registrado también que en períodos de
adversidad, los cazadores-recolectores pueden cultivar temporalmente, sin que esta práctica
esporádica genere efectos genéticos discernibles entre las plantas colectadas (Evans 1993).
Existe consenso en que el término cultivo no es sinónimo de domesticación (Harlan
1975). El cultivo de una planta representa una condición necesaria pero no suficiente para la
domesticación ya que la domesticación completa conduce a una falta de aptitud en los ambientes
naturales, de modo que los organismos no pueden sobrevivir por sí mismos en la naturaleza
(Gepts 2004). Lo que continúa aún hoy en discusión, es si el proceso de domesticación fue
consciente o inconsciente. Si bien la domesticación vegetal como problemática arqueológica es
central, es necesaria y fructífera también la discusión de otras formas de relación con las plantas.
Esto posibilitaría contemplar la biodiversidad vegetal manejada por grupos cazadoresrecolectores y agro-pastoriles dentro de contextos ambientales particulares, como el de la Puna, y
así entender estas prácticas en función de trayectorias sociales concretas y temporalmente
profundas.
Volviendo a la discusión del registro de PCh1.3, información etnográfica (Tagle y Planella
2002; Muscio 2004; Aguirre 2005), sobre la cosecha de quínoa da cuenta de una siega cortando la
planta en el tallo a unos 20 cm desde la superficie del terreno. También se puede arrancar de raíz
la planta completa. Posteriormente, los cortes o las plantas completas se recogen en fardos para
su posterior trilla y aventado. Esto implicaría que los fardos con la quenopodiácea ingresaron al
alero para su tratamiento post-cosecha. Así, la identificación de los tallos arqueológicos y de otros
restos arqueobotánicos, plantea la posible ocurrencia de una producción a pequeña escala en la
microrregión hacia el 3600 AP, dada la confluencia de indicadores micro y macro. Sin embargo,
no es posible discriminar al presente si tales tareas productivas refieren a procesos de
experimentación y domesticación o bien, a un ingreso del cultivo como práctica consolidada.
El contar con tallos de una quenopodiácea doméstica implica que en algún lugar
relativamente cercano a PCh1.3, indudablemente en las proximidades del Río Las Pitas, existieron
uno o más campos de cultivo, en sentido genérico. Sin embargo, las posibilidades de
identificación en el registro arqueológico de terrenos empleados para prácticas agrícolas
tempranas, de baja envergadura, son escasas, por su pequeño tamaño, falta de delimitación
perimetral con arquitectura en piedra o tierra y diversidad florística (Pochettino y Lema 2008). Al
respecto, son pertinentes las características de una parcela cultivada actualmente por la Familia
Morales, propietaria de Punta de la Peña y Peñas Chicas. La misma, realizada sobre la terraza baja
del Río Las Pitas, cubre un área rectangular aproximada de 50m2, estando definido su perímetro
por una combinación de cerco vivo y barrera de arbustos espinosos secos. La acequia que le
proveía de agua no había sido sometida a ningún tratamiento particular en las paredes y en el
fondo (Hocsman 2007). Ver discusión sobre los “huertos de altura” en Lema (2006) y Pochettino
y Lema (2008).
Otro elemento altamente significativo es la presencia en el sitio Peñas Chicas 1.5 de
prácticas alfareras que, como ya fuera señalado, cuenta con un fechado de ca.3800 años AP. Este
hallazgo involucra la introducción o el desarrollo local de un antecedente de la cerámica
propiamente dicha. Se trata de un fragmento de la pared de un recipiente de forma no
determinable, compuesto por una estructura de haces de Cortaderia speciosa “cortadera”,
recubiertos en ambas caras por una mezcla de material biogénico y arcilla, probablemente un
suelo con componentes arcillosos. Los estudios fisicoquímicos realizados con la pasta y la fibra,
permiten establecer que la pieza pudo estar, eventualmente, bajo efecto térmico suave, con
temperaturas inferiores a 200 ºC o que directamente no estuvo sometido a tratamiento térmico
(Cremonte et al. 2010). Dicha cubierta habría servido para impermeabilizar y resguardar el
contenido del recipiente. Este fragmento guarda similitudes con un recipiente recuperado en el
sitio Inca Cueva 7, en la Puna Jujeña con, cronología ca.4000 AP (Aguerre et al. 1973). Este último
se diferencia del primero en el tipo de armadura empleada, ya que se trata de un entramado de
varillas curvas y rígidas, y en la cubierta, debido a que el material sedimentario reviste sólo la cara
externa.
Por otra parte, se destaca la recuperación de una serie de fragmentos cerámicos, de
pequeño tamaño, en el sitio Peñas Chicas 1.6, una base residencial a cielo abierto unicomponente,
datado ca. 3800 años AP. A esto se suman tiestos recuperados en el nivel 1 de Cueva Salamanca 1
(E. Pintar com pers.). Es de importancia que ambos sitios cuentan con materiales líticos que por
sus características tecnológicas y tipológicas son similares a los de los sitios cercanos PCh1.1 y
PCh1.3, datados hacia los 3600 AP. No es posible por el momento establecer si su producción
fue local.
Las fechas obtenidas en Antofagasta de la Sierra, aunque levemente más tempranas, son
coincidentes con la presencia de cerámica en otros contextos arqueológicos de la Puna y
circumpuna argentina y chilena; diversos sitios con cronología entre 3600 y 2900 años AP
cuentan con esta tecnofactura (Núñez 1992; Muscio 2004).
Evidentemente, el panorama de la arqueología del área es complejo, ya que ocupaciones
con características típicas del “Arcaico Tardío”, poseen evidencias de producción vegetal y de
alfarería/cerámica. Al mismo tiempo, es posible hacer una lectura distinta de los datos obtenidos
hasta el momento, donde los quiebres son sólo aparentes. Más allá de la desventaja de contar con
un vacío de información -aunque no un hiatus- sobre bases residenciales entre el 2700 y el 2100
AP, el proceso de cambio socio-económico puede ser visto como un continuum. Al respecto,
pueden mencionarse, a modo de ejemplo que: a) la ausencia de la técnica de adelgazamiento
bifacial en contextos “Formativos” es la culminación de un proceso de reducción progresiva de la
inversión de trabajo al considerar la cuenta larga; b) las rotundas diferencias entre los diseños de
puntas de proyectil adscribibles al “Arcaico” y al “Formativo” enmascaran vinculaciones
genéticas; es decir, el origen de los diseños del primer milenio de la era se encuentra en ciertas
puntas de proyectil precedentes temporalmente; c) las diferencias entre los contextos de
cazadores-recolectores versus los agro-pastoriles, se refieren fundamentalmente a mejoras en la
eficiencia e intensidad de uso del instrumental de molienda (Babot 2006) que implican
mayormente variaciones de grado, más que rupturas marcadas en el utillaje “Arcaico” y
“Formativo” y, en el último caso, un aumento en los tipos morfológicos, una mayor circulación
de los objetos y/o las materias primas en el espacio (Babot 2006) y la definición de áreas de
molienda separadas de los espacios residenciales, que implicaron, eventualmente, el desarrollo de
tareas grupales (Babot 2007); d) en ambos casos, los artefactos de molienda se encuadran en la
noción de equipamiento del sitio que es retomado y dejado en reserva de uso durante las
ocupaciones y desocupaciones periódicas de los sitios (Babot 2010); e) la molienda aparece como
una tarea generalizada de transformación alimenticia y no alimenticia, ubicua en sitios
residenciales asociados a ambos períodos en Antofagasta de la Sierra y en el caso de los recursos
comestibles, como una práctica que posibilitó múltiples formas de consumo de esos recursos; f)
desde lo culinario, de las diversas técnicas y productos elaborados de los que dan cuenta los
contextos “Arcaicos”, el hervido y otras prácticas se ven potenciadas en el “Formativo” por la
disponibilidad de contenedores cerámicos, pero sin reemplazar a lo anterior; g) la manipulación
de taxones útiles en el “Arcaico” y el “Formativo” marca una continuidad en las relaciones de
estos grupos con ciertas plantas y da cuenta de un aprendizaje incorporado y transmitido
intergeneracionalmente que perdurará durante la secuencia ocupacional del área; y h) los
momentos finales del lapso abordado implica probablemente una mayor dependencia de los
grupos hacia esos recursos conocidos y un mayor énfasis en su producción.
Sobre límites difusos II: El caso de El Aguilar (Puna de Jujuy y su borde oriental)
Recientemente se inició un proyecto arqueológico en el área de El Aguilar, con el objetivo
de abordar allí la transición de cazadores-recolectores a sociedades agro-pastoriles y de posibilitar
la realización de comparaciones desde una perspectiva micro-regional con las trayectorias
históricas de otras áreas de la Puna Argentina como Antofagasta de la Sierra.
En este marco, se iniciaron investigaciones sistemáticas en el sitio Cueva de Cristóbal
(CdC) (Hocsman et al. 2010), que ha tenido un papel destacado en el conocimiento de las
primeras ocupaciones “Formativas” de la Puna Argentina (3000-2500 AP), brindando
información relevante sobre: 1) la aparición de la cerámica en el Noroeste Argentino (Fernández
1988/89; García 1995); 2) las características y variabilidad del Grupo Estilístico B definido por
Aschero et al. (1991) (Fernández 1988/89, 1995) para el arte rupestre de la Puna Norte y su
vinculación con capas arqueológicas datadas en el sitio en cuestión (Fernández 1988/89;
Fernández et al. 1992); 3) la presencia de cultígenos -tubérculos muy posiblemente domesticados
en carbonizaciones en el interior de los tiestos- (Fernández et al. 1992); y 4) la asociación de las
representaciones rupestres -antropomorfos- y la cerámica con puntas apedunculadas “de
apariencia Arcaica” (Fernández et al. 1992; Fernández 1996). Si bien el alero ha sido definido por
Fernández como un lugar donde se desarrollaron actividades restringidas y excepcionales en el
marco de prácticas rituales o propiciatorias (Fernández 1988/89; Fernández et al. 1992), las
nuevas evidencias obtenidas dan cuenta de un sitio residencial donde lo doméstico tiene pleno
sentido. Testimonio de esto serían la gran cantidad de artefactos formatizados tallados vinculados
con tareas de procesamiento/consumo y de restos faunísticos astillados quemados y sin quemar,
así como de numerosos tiestos con evidencias de uso (Hocsman et al. 2010a).
Con respecto a los materiales cerámicos, se incrementó considerablemente la muestra del
sitio, ya que se recuperaron en estratigrafía más de 120 tiestos, un número importante en relación
a los 22 fragmentos publicados por Fernández (1988/89). Las observaciones macroscópicas de
las superficies cerámicas y a bajos aumentos de las pastas en lupa binocular permitieron
identificar las series corrugadas, imbricadas, alisadas/alisadas y alisadas/ordinarias definidas por
Fernández (1988/89) y seleccionar una muestra para análisis petrográficos de secciones delgadas
en microscopio de polarización. El estudio cuali-cuantitativo realizado hasta el momento de las
pastas correspondientes a 11 tiestos de las series mencionadas permitió identificar 5 tipos
diferentes de pastas y 10 variedades dentro de ellas -determinadas sobre la base de las
asociaciones mineralógicas- (Cremonte et al. 2011). Si bien el estudio requiere ser profundizado,
las evidencias señalan manufactura local, coincidiendo con los datos aportados por el Dr.
Fernández y, al mismo tiempo, variantes que se vinculan con la Puna y la Quebrada de
Humahuaca, denotando una importante dinámica a nivel regional (Cremonte et al. 2011). Al
respecto, es interesante tal variabilidad en un momento considerado de producción inicial de
cerámica que podría responder a un contexto de exploración técnica que incluye un amplio
conocimiento de la geo-diversidad regional. Sin embargo, ¿cómo se entiende esta propuesta al
considerar datos como los aquí mencionados de cerámica en Antofagasta de la Sierra con fechas
de 3800 años AP o la reportada por Muscio (2001) de 3600 AP en San Antonio de los Cobres
(Puna de Salta)? Esto podría estar vinculado, por ejemplo, con eventos diacrónicos de
experimentación alfarera, algunos de los cuales no tuvieron continuidad en el tiempo, o bien es
un problema, simplemente, de falta de información, entre otras posibilidades.
Los estudios sobre las interrelaciones entre las plantas y los grupos humanos a partir de
los registros de sitios de El Aguilar están en sus inicios. No obstante, son alentadores en función
de lo que pueden contribuir a la discusión de la temática de la transición. Los datos que se tienen
proceden mayoritariamente del análisis de residuos de contenidos en la alfarería de CdC, los que
han dado cuenta de similitudes con Antofagasta de la Sierra en cuanto a los taxones vegetales
manejados. Así, se han documentado morfotipos de microfósiles afines a los granos de maíz,
semillas y hojas de quenopodiáceas actuales, “quínoa”/”cañahua”, domesticada y semidomesticada, respectivamente, y de tuberosidades de “oca” y “papa común” (Hocsman et al.
2010b). El análisis de una mano de moler arrojó un registro compatible con semillas de
quenopodiáceas.
Un dato importante que emana del estudio de microfósiles es que el aprovechamiento de
las hojas de quenopodiáceas necesariamente atestigua su recolección en fresco, documentando
indirectamente la ocurrencia de una cosecha próxima al sitio. Adicionalmente, el estudio de los
residuos ha proporcionado valiosa información sobre la culinaria de los grupos que ocuparon el
sitio ca.3000-2500 años AP. Ésta ha sido estudiada desde la perspectiva del “recetario” (Babot y
Haros 2008), dando cuenta del manejo de técnicas de cocción como el tostado, el asado y el
hervido, auxiliadas por la molienda en los procesos de descascarillado, desaponificado y molienda
propiamente dicha, para el logro de diversas preparaciones culinarias con ingredientes y texturas
varias sobre la base de las partes de plantas útiles para la alimentación (Hocsman et al. 2010b). La
correlación de las variantes culinarias con las distintas clases de pastas cerámicas del sitio se
encuentra en proceso.
El arte rupestre en CdC se corresponde con el Grupo Estilístico B (GEB) identificado
por Aschero (1979) y Aschero et al. (1991) para la cercana Quebrada de Inca Cueva. El mismo
comprende motivos figurativos tales como figuras antropomorfas aisladas, agrupadas o
articuladas, camélidos y zoomorfos indeterminados, y no figurativos, como puntiformes
alineados y agrupados, pectiniformes, trazos anchos aislados, trazos segmentados y líneas
onduladas, entre otros (Aschero et al. 1991). El GEB ha sido tomado como referencia
recurrentemente por otros investigadores (por ejemplo, Fernández Distel 1983; Fernández
1988/89, 1997; Lanzone 1988) para otros sitios relativamente próximos a Inca Cueva, como
Abrigo Quichagua II, Cueva de Cristóbal, Cueva El Portillo y Río Doncellas.
Ahora bien, algunos aspectos a tener en cuenta. En primer lugar, Aschero et al. (1991)
postularon que este arte rupestre se vincula con los momentos iniciales del Formativo de la Puna
de Jujuy. La obtención de dataciones en los sitios donde se encontraban las manifestaciones
rupestres o en sitios próximos a las mismas permitieron a los autores fechar al GEB entre los
3000 y los 2500 años AP. Por otra parte, Aschero y colaboradores no encontraron momentos
distintos en la ejecución de las pinturas o sub-agrupaciones en función de la existencia de
superposiciones de motivos tales como las que habían distinguido en el Grupo Estilístico A
Aschero y Podestá (1986), ni en Inca Cueva 1, ni Inca Cueva Alero 1 o en Inca Cueva Alero 3.
En lo que respecta al relevamiento realizado por J. Fernández en CdC sobre el panel con
arte rupestre del Sector A, se pudo apreciar que su registro se restringió a las manifestaciones
plásticas de mayor visibilidad. A partir del tratamiento de imágenes digitales, recientemente se
pudieron recuperar “nuevos” motivos rupestres que no habían sido relevados por dicho
investigador (Gerónimo y Hocsman 2011). En este sentido, se pueden mencionar una serie de
motivos rupestres, tales como uno figurativo y uno abstracto, ambos pintados en ocre que se
encuentran por debajo de los antropomorfos adscriptos al GEB (Fernández 1988/89: 167, A1);
además, trazos lineales y motivos antropomorfos asignables al GEB de Inca Cueva 1 y, también,
un antropomorfo en tonalidad anaranjada que es sincrónico en su ejecución al motivo A3 de
Fernández (1988/89), estando estos últimos superpuestos a los motivos antropomorfo y
abstracto en ocre (Gerónimo y Hocsman 2011).
Los datos obtenidos en CdC de antropomorfos afines al Grupo Estilístico B a los que se
superponen otros antropomorfos del mismo grupo estilístico, con evidencias de una diacronía
significativa en su ejecución, permiten considerar la posibilidad de que la asociación propuesta
por Aschero et al. (1991) de este arte rupestre con momentos iniciales de las ocupaciones
Formativas de la Puna de Jujuy no sea el inicio, sino que los comienzos del mismo estén, en
realidad, en momentos previos, vinculados con cazadores-recolectores en situación de tránsito a
economías productivas. De hecho, esta propuesta fue sugerida inicialmente por Aschero (1979).
Esta idea se ve afianzada por recientes investigaciones en otro sitio de la Puna Jujeña que amplían
el rango temporal del GEB, extendiéndose hacia momentos “pre-Formativos”. Es el caso del
sitio Alero Caído en la Localidad de Coranzulí (Isasmendi et al. 2007; Aschero 2010), una base
residencial de cazadores-recolectores muy posiblemente en tránsito a la producción de alimentos.
En este sitio, los antropomorfos del GEB se encuentran cubiertos por sedimentos con
ocupaciones fechadas en ca.3300 AP (Isasmendi et al. 2007), por lo que revisten mayor antigüedad
que esta fecha. Asimismo, las nuevas evidencias recuperadas en El Aguilar, en Cueva de
Cristóbal, así como en Cueva El Portillo y en el sitio recientemente descubierto Alero del Medio,
denotan claramente una diacronía significativa en la ejecución de los motivos dentro del GEB,
dando lugar a la posibilidad de comenzar a trabajar en la identificación de sub-agrupaciones
dentro de este grupo estilístico y de explorar su profundidad temporal.
Al analizar los artefactos líticos tallados de CdC se desprenden una serie de elementos
interesantes. En primer lugar, ha sido posible comprobar la asociación entre cerámica y puntas de
proyectil apedunculadas “en mandorla” señalada ya por Fernández (1988/89). Tales diseños son
recurrentes en contextos arqueológicos de la Puna Norte Argentina de mediados-fines del
Holoceno Medio e inicios del Holoceno Tardío (Aschero et al. 2011b), asociados a cazadoresrecolectores, dando cuenta de una continuidad. Estas puntas de proyectil están acompañadas por
otras de tipo pedunculado presentes en sitios de la Puna Argentina y del desierto del Norte de
Chile con cronología entre 3500 y 1800 años AP aproximadamente; Particularmente, interesan las
marcadas afinidades con piezas con pedúnculo destacado, aletas entrantes obtusas y/u hombros y
limbo lanceolado o triangular de lados convexos recuperadas en sitios de la Quebrada de Tulán
(Salar de Atacama, Chile) y de Antofagasta de la Sierra (Hocsman 2010).
Es significativo que el conjunto artefactual de CdC por sus características tecnológicas y
tipológicas es marcadamente afín a los de ocupaciones cazadoras-recolectoras del área. Esto se
aprecia claramente con la recuperación en el sitio de lascas de adelgazamiento bifacial típicas.
Esta técnica de talla, presente en el área a lo largo del Holoceno, esta ausente en contextos
“Formativos” posteriores. Al respecto, Fernández (1988/89) publicó un bifaz que, a la luz de la
información aquí señalada de los desechos de talla, es muy factible que haya sido confeccionado
en el sitio, continuando con tradiciones tecnológicas y tipológicas vigentes en el área. Distinta es
la situación de una serie de puntas de proyectil apedunculadas y pedunculadas obtenidas por
Fernández (1988/89) en su excavación y que podrían responder tanto a una manufactura en CdC
como a la reclamación de piezas de los numerosos talleres y campamentos a cielo abierto que se
encuentran en el área (Hocsman et al. 2011). No obstante estos elementos de continuidad, hay
otros que implican ruptura, como es la ausencia de técnica de hojas, estrategia de producción
ubicua en sitios de mediados-fines del Holoceno Medio en la Puna de Jujuy (Hocsman et al.
2011).
Algunas reflexiones finales
En este trabajo se presentaron dos casos que provienen de la Puna Argentina y que
permiten vislumbrar que los límites fácticos de las categorías “Arcaico” y “Formativo” no son
claros. En el primer caso, contextos que parecían “típicamente arcaicos”, en función de la
presencia de ciertos conjuntos de rasgos, dejaron de ser tan “contundentemente arcaicos”. En el
segundo caso, la que sería una ocupación “Formativa Inicial”, cuenta con una serie de elementos
que desdibujan su condición, manifestándose importantes vinculaciones con momentos previos.
De esta forma, cabe preguntarse: ¿en dónde está exactamente el fin del Arcaico y el inicio
del Formativo?. Una opción es la variación de los comienzos y de los finales de las unidades
analíticas, lo que ha sido frecuente a lo largo de la arqueología de la Puna y circumpuna
argentino-chilena; o la incorporación de nuevas unidades, entre otras ya preexistentes (la fase
Tarajne, por ejemplo, en el Salar de Atacama, Chile), Pero, ¿esto es realmente útil, para dar cuenta
de un proceso evidenciado como un continuum? ¿Tiene algún sentido?
Aquí también se hace patente un problema de escala, ¿cuánta cerámica se necesita? o ¿qué
tamaño y características debe tener un sitio? o ¿cuántos cultígenos o qué proporción de llama se
requiere en los conjuntos óseos para que un contexto dado pase a ser “Formativo” y deje de ser
“Arcaico”? Si el Formativo refiere a “una serie de estrategias determinadas para proveer a su
subsistencia en relación con el medio externo” (Olivera 2001: 84) -léase agricultura y/o cualquier
otra actividad productiva comparable-, la presencia de cultivo local en las áreas aquí consideradas
con fechas entre 4500 y 3000 años AP, ¿implican entonces que se trata de contextos
“Formativos”? ¿No hay aquí acaso una cuestión de grado? Es decir, un peso diferencial distinto
en la subsistencia de las distintas actividades económicas productivas en la cuenta larga, que va
variando con el tiempo; una cuestión de grado o intensificación. Se destaca, en este sentido, por
ejemplo, las afirmaciones de Smith (2001) sobre la existencia de sociedades productoras de
alimentos que dependen de especies domesticadas por menos del 30 al 50% de su consumo
calórico anual, a las cuáles define como “economías productivas de bajo nivel”. Esta constituye
una categoría que podría ser empleada para la Puna argentina, aunque su aplicación a través de
estudios de dieta es difícil frente la escasez de restos bioantropológicos con fechas entre 6000 y
3000 AP. Una alternativa podría ser, entonces, estimar la incidencia de los recursos cultivados o
criados, sean domesticados o no, tanto vegetales como animales, sobre la base de evidencias
indirectas tales como la presencia de tecnofacturas (por ejemplo, palas), campos de cultivo,
corrales, y el grado comparativo de recuperación de restos faunísticos y vegetales, etc., con
respecto a momentos previos (Hocsman 2006).
Distintos proyectos de investigación arqueológicos a lo largo del Noroeste Argentino
están comenzando a señalar múltiples escenarios con respuestas locales y trayectorias históricas
particulares. En los casos de Antofagasta de la Sierra y de El Aguilar, las evidencias reseñadas dan
cuenta de un proceso transicional local, pero, en otras áreas del Noroeste Argentino, los
escenarios pudieron ser múltiples: situaciones transicionales que culminan en una producción
plena o no; cazadores-recolectores con estrategias de obtención de recursos domesticados
estables y de largo plazo, mediando mecanismos de interacción con grupos agro-pastoriles locales
(coexistencia) o foráneos, sobre la base de la implementación de circuitos de mediana y gran
distancia; o bien cazadores-recolectores con dependencia exclusiva de recursos animales y
vegetales silvestres persistentes y sincrónicos con los procesos transicionales (Aschero y
Hocsman 2011).
Al mismo tiempo, hay un fuerte consenso entre los investigadores en la existencia en
estos momentos de una vasta red de circulación macro-regional de recursos, información y
conocimientos (Aschero 1994). Por ejemplo, para el caso de Antofagasta de la Sierra, el “área de
captación” de los insumos es realmente amplia, incluyendo distintos sectores de la Puna
Meridional argentina; los Valles y quebradas mesotermales; las Yungas; la Llanura chaqueña y la
costa del Océano Pacífico, e implicando distancias que superan los 500 km lineales (Hocsman
2006). Las evidencias de interacción a largas distancias son abundantes y variadas en el lapso
abordado, incluyendo, entre otros, información sobre arte rupestre y tecnofacturas diversas y el
ingreso de recursos de clara naturaleza no local. A modo de ejemplo vale el caso de los
elementos alóctonos recuperados como parte del ajuar de un enterratorio en el sitio PP11A. El
neonato, entre otros elementos, presentaba un cuchillo de valva de Anodontites trapezialis, un
molusco de agua dulce que correspondería a la llanura chaqueña, situada a mas de 200 km de
distancia. Este había sido dispuesto como pendiente, sostenido desde su cuello por un cordel
embarrilado en tiento con un alma de fibra vegetal de Acrocomia chunta, proveniente de las Yungas
jujeñas, a unos 600 km al noreste de Antofagasta de la Sierra (Aschero et al. 1999; Aschero 2010).
Evidentemente, los procesos locales tuvieron algún tipo de vinculación en función de la
interacción vigente. Datos significativos son la recuperación en Antofagasta de la Sierra, en
contextos fechados en ca.3600 AP, de artefactos confeccionados con obsidianas procedentes de
fuentes salteñas y, en CdC, de artefactos de obsidiana procedentes de fuentes de la Puna
catamarqueña, cercanas a Antofagasta de la Sierra.
Ahora bien, ¿realmente todo estaba disponible?, ¿toda la gama de objetos, conocimiento e
información circulaba por el Noroeste Argentino? Por otra parte, ¿los objetos, las prácticas y las
técnicas involucradas eran incorporados inmediatamente? En general, en la literatura arqueológica
del área se acepta tácitamente que las innovaciones se mueven rápidamente por el espacio y que
todo nuevo avance es aceptado en forma generalizada, en función de que representan una mejora
en la “eficiencia” técnica y/o funcional. Esto no debió ser necesariamente así y para dar cuenta
de ello se presenta el caso de la introducción del arco y la flecha en la Puna Argentina. Este
sistema de arma implica la realización de movimientos para el lanzamiento de la flecha
radicalmente distintos a los que habían imperado con la lanza (sea que fuere arrojadiza o no) y el
propulsor, empleados durante milenios (Aschero y Martínez 2001). Así, los hábitos corporales
pudieron haber jugado un rol temporal de resistencia a su utilización. Esto se encuadra en lo
sostenido por Lemonnier (1993) acerca de que, para ser asimilado un objeto, una práctica, etc.,
debe “encajar” con las prácticas ya existentes. Así, existen toda una serie de razones no
vinculadas con la mera eficacia funcional que deben ser tenidas en cuenta.
En palabras de Leroi-Gourhan (1989), debe haber un “medio favorable” en el que estén
dadas las condiciones para que un elemento novedoso encuentre un lugar en un sistema técnico
dado. Aquí entra en juego el concepto de “elección tecnológica” (Lemmonier 1992, 1993) que
parte de la base de que en una sociedad dada (entendida en sentido genérico), hay gente o grupos
de gente que comparten conjuntos de ideas relacionadas acerca de cómo un artefacto debe
hacerse, cómo debe verse y cómo debe ser usado, y con formas “correctas” de hacer y usar las
cosas (pòr ejemplo, prácticas concretas). En suma, un nuevo artefacto o práctica o procedimiento
técnico debe ser “compatible” con el estado de cosas vigente.
Por todo esto, y retomando el problema que aquí ocupa acerca de la transición hacia
sociedades agro-pastoriles plenas, el estudio de las “elecciones” a nivel macro-regional en la Puna
Argentina es crucial. Para ello, se requiere contar con mayor cantidad de casos estudiados bajo la
escala micro-regional, con secuencias de fechados radiocarbónicos consistentes y con un
conjunto de líneas de evidencia consideradas simultáneamente.
Finalmente, se remarca la idea de continuidad de los procesos socio-culturales acaecidos
en la Puna Argentina, con las sociedades cazadoras-recolectoras como antecedentes ineludibles
de la conformación de las sociedades agro-pastoriles locales (Aschero 1994, 2010; Hocsman
2006; Aschero y Hocsman 2011). Dicha continuidad involucró la transmisión generacional de
información y prácticas del hacer a través del tiempo, una situación que, de hecho, no deja de
lado el cambio (Aschero 2010).
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