SOBRE LÍMITES DIFUSOS: HACIA EL “FORMATIVO” EN LA PUNA
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SOBRE LÍMITES DIFUSOS: HACIA EL “FORMATIVO” EN LA PUNA
SOBRE LÍMITES DIFUSOS: HACIA EL “FORMATIVO” EN LA PUNA ARGENTINA Y SU BORDE ORIENTAL Salomón Hocsman. ISES-IAM. Investigador Adjunto CONICET - Profesor Adjunto, UNT. [email protected] María del Pilar Babot. ISES-IAM. Investigadora Adjunta CONICET - Auxiliar Docente Graduada, UNT. [email protected] María Beatriz Cremonte. IGyM-FHyCs, UNJu. Investigadora Independiente CONICET Profesora Titular, UNju. [email protected] María Gabriela Aguirre. IAM. Jefa de Trabajos Prácticos, UNT. [email protected] Aldo Agustín Gerónimo. IAM. Auxiliar Estudiantil, UNT. [email protected] Alfredo Dionicio Calisaya. IAM. Becario CIN. Auxiliar Estudiantil, UNT. [email protected] “Se discute el concepto de Formativo, categoría que ha sido central en la definición de los procesos que se desarrollaron en América, pero que, en el estado actual de la cuestión, muestra su incapacidad para dar cuenta de la historia de los Andes…” (Lumbreras 2006: 11) Introducción Información generada en los últimos años ha permitido conocer con mayor profundidad el proceso de tránsito de cazadores-recolectores a sociedades agro-pastoriles en la Puna Argentina y su borde oriental. En este trabajo se presenta información en este sentido, que ha implicado el abordaje de múltiples líneas de evidencia: artefactos líticos tallados y de molienda, datos sobre alfarería temprana, restos vegetales (silvestres y domesticados), arte rupestre, interacciones, asentamiento, entre otros aspectos; todos, estudiados desde la luz de la problemática de la transición. Los datos empleados proceden de las áreas de Antofagasta de la Sierra (Puna de Catamarca) y de El Aguilar (Puna de Jujuy y su borde oriental). Asimismo, se consideran en forma complementaria evidencias éditas generadas por otros equipos de investigación de la Puna Argentina y del desierto del norte de Chile, de interés para el problema abordado. Se parte de la base de que, para entender el denominado “Formativo” en la Puna, necesariamente se deben conocer los antecedentes y características de las trayectorias locales -lo que se conoce clásicamente como “Arcaico”-. En este marco, los contextos “Formativos” y los de cazadores-recolectores transicionales no serían tan diferentes, como parecerían serlo a primera vista, al considerar distintos tipos de evidencias, al conjugarlas y al estudiar las trayectorias de las sociedades en el largo plazo. Priman los contextos “difusos”, donde los límites tradicionales no son claros. Cabe preguntarse, entonces, si el concepto de “Formativo” ofrece una alternativa adecuada para el problema del tratamiento del cambio, esencial para el momento de transición aquí abordado, donde puede delinearse la continuidad local del proceso. Las nociones de Arcaico y Formativo Interesa aquí abordar la transición de cazadores-recolectores a sociedades agro-pastoriles como un proceso continuo y gradual, por lo que emergen como inadecuadas dos unidades analíticas de amplia utilización: los conceptos de “Arcaico” y de “Formativo”. La perspectiva común, marcadamente contrapuesta a lo que se sostiene en este trabajo (cf. Smith 2001), es ver a la transición como rápida y radical. El problema fundamental de esta última postura es que, al abordar el cambio entre dos estadios estáticos o soluciones adaptativas estables, sólo se capturan los puntos de inicio y final de los procesos de cambio, seleccionados arbitrariamente, pero se falla al considerar qué sucede entre ambos. Cabe preguntarse si la aparente naturaleza “episódica” del registro arqueológico no es producto de información insuficiente que transforma en “hitos” los hallazgos que surgen como resultado del avance progresivo de las investigaciones. Ahora bien, los dos conceptos en discusión presentan una serie de limitaciones de índole teórico-metodológica. Desde lo teórico, dichas categorías se plantearon como estadios de desarrollo sucesivos de cambio sociocultural, en una secuencia unilineal de evolución de lo más simple a lo más complejo (ver, por ejemplo, Willey y Phillips 1958), siguiendo una lógica de cambio esencialista que presupone una tendencia inherente al progreso (Muscio 2001). Por otra parte, está implícita una concepción del cambio como transformación abrupta, donde estas subdivisiones dan una falsa idea de reemplazo (Borrero 1993). Al considerar lo metodológico, dado que resultan de la identificación de “paquetes” de rasgos culturales característicos, de diversa índole (tipológicos, tecnológicos, económicos, etc.), parten de la búsqueda de recurrencias, más que de diferencias; de tendencias, más que de variaciones. De esta forma, el cambio cultural implica conjuntos de rasgos que se transforman abruptamente. Un ejemplo de lo expresado es la diferenciación propuesta por Aldenderfer y Barreto (2004) para el sitio Jiskairumoko, situado en la cuenca del río Ilave, al oeste de la porción sudoeste del Lago Titicaca, en la que se discrimina entre un Arcaico Final (ca. 4500-3800 AP), un Arcaico Terminal (ca. 3800-3200 AP) y un Formativo (ca.3000 AP), en base a los tipos de puntas de proyectil y a la presencia de cerámica. Es evidente, en primer lugar, que la adscripción a cada etapa se basa en la presencia/ausencia de clases particulares de artefactos y, en segundo lugar, aunque es clara la continuidad del proceso, manifestada por la cronología de los fechados radiocarbónicos, que la segmentación propuesta particiona arbitrariamente la secuencia. Se destaca que estas nociones registraron un cambio de contenido muy importante en la arqueología del Noroeste Argentino a partir de las propuestas de Olivera y Aschero de caracterización del Formativo y del Arcaico, respectivamente, con implicancias de interés. Así, Olivera (1992, 2001) considera al término Formativo no en referencia a un Estadio cultural sino en relación a un tipo de sistema de adaptación que implica estrategias puntuales de organización socio-económica basadas en prácticas productoras y básicamente sedentarias. Aschero (1994: 13), por su parte, presenta una posición similar, al considerar al Arcaico como formado por “... diversas estrategias socio-económicas postpleistocénicas organizadas en torno a ciertos recursos básicos de caza, pesca y/o recolección, con diversas alternativas de experimentación hacia la domesticación animal y vegetal...”. Es remarcable la ventaja de estas últimas definiciones, ya que incorporan la idea de variabilidad de contextos y situaciones, y se fundamentan en cuestiones organizacionales. Sin embargo, no pueden eludir partir de la conformación de paquetes de rasgos. Asimismo, no ofrecen una alternativa adecuada al problema del tratamiento del cambio, esencial para el momento de transición aquí abordado. De hecho, Aschero (1994) aboga por la continuidad en dicho proceso, pero está sujeto a las limitaciones de las unidades analíticas empleadas. En general, explícita o implícitamente, se relaciona al Arcaico con los cazadoresrecolectores y al Formativo con los grupos agro-pastoriles, pero si tales términos no son de por sí equiparables, lo son menos aún al tener en cuenta el tratamiento de la variabilidad. En efecto, al igual que los términos Arcaico y Formativo, las nociones de cazador-recolector y grupo agropastoril son constructos, es decir, construcciones ideacionales derivadas de cuerpos de ideas o teorías formalizadas (Ramenofsky y Steffen 1998), pero presentan tres diferencias fundamentales con los primeros, que les revisten de utilidad: a) no refieren a estadios de desarrollo, b) no aluden a paquetes de rasgos y, por ende, no es necesario partir de la identificación de umbrales, y c) es posible tratarlas como un continuum. Límites desdibujados: El Arcaico y el Formativo vistos desde dos casos de estudio Sobre límites difusos I: El caso de Antofagasta de la Sierra (Puna de Catamarca) Antofagasta de la Sierra cuenta con una serie de bases residenciales que han sido consideradas casos arquetípicos de ocupaciones del “Arcaico Tardío” de la Puna Argentina. La cronología de las mismas esta comprendida entre los 5500 años y los 3200 años AP aproximadamente. Los sitios más conocidos son Quebrada Seca 3 (QS3) y Peñas Chicas 1.1 (PCh1.1), siendo los primeros en ser caracterizados como tales. Posteriormente, se sumaron Punta de la Peña 4 (PP4) y Peñas Chicas 1.3 (PCh1.3). Estos sitios se caracterizan por ser bases residenciales en reparos rocosos, sean cuevas y/o aleros, con espacios acondicionados y/o equipamiento de sitio. Presentan superficies reparadas que van de los 16 a los 200 m2 aproximadamente; es decir, que se trata de contextos residenciales de reducidas dimensiones, que posiblemente fueron ocupados por unidades familiares (Hocsman 2006; Aschero y Hocsman 2011). Los contextos remiten a ocupaciones típicas de cazadores-recolectores. El patrón de asentamiento para este momento se caracterizaría por bases residenciales dispersas a nivel microregional, pero algunas de ellas muy cercanas entre si. Es el caso de los sitios PCh1.3, PCh1.1, y PP4, con cronologías cercanas a los 3600 AP y distancias entre si menores a 700 m en línea recta. Pese a que la mayoría de los sitios residenciales se presenta en reparos rocosos, se evidencia en estos momentos una diversificación de los mismos, ya que presentan espacios acondicionados (estructuras de piedra de pirca seca o camadas de paja) y/o equipamiento de sitio (artefactos de molienda). A partir de los 5500 AP se registran cambios en la organización del espacio. Así, por ejemplo, en los niveles 2b5 a 2b2 de QS3 se observa un emplazamiento diferente de los fogones y de las dispersiones de tecnofacturas y ecofactos, a lo que se suman posibles estructuras de cavado en 2b3, ya sea que se trate de relictos de pozos de almacenamiento o de lugares preparados para asiento (Aschero et al. 1993/94). Tales espacios acondicionados se encuentran también en otros sitios en forma de estructuras de piedra adosadas, con cronologías absolutas entre 4000 y 3000 años AP. Un ejemplo de esto es el sitio PP4, con 4 estructuras circulares parcialmente desarmadas construidas contra la pared del alero, que no pueden adscribirse a corrales. Responde a estas características también PCh1.3, ya que el alero bajo roca cuenta con una estructura de piedra en parte desarmada bajo la línea de goteo del abrigo. La presencia y recurrencia de ciertos diseños de artefactos líticos tallados característicos de contextos del Arcaico Tardío de la porción meridional de los Andes Centro-Sur, como ser diseños de puntas de proyectil apedunculadas lanceoladas de distinto tamaño o de cortantes de filo retocado extendido o perimetral pequeños, convalidaría este panorama a primera vista consistente con el “Arcaico”. Hoy en día se cuenta con un panorama más preciso de la diversidad de diseños presentes en la micro-región entre los 5500 y los 3200 AP y es posible afirmar que el componente lanceolado esta acompañado por una importante diversidad de puntas de puntas de proyectil pedunculadas y apedunculadas (Hocsman 2006, 2010), aunque esto no refuta lo dicho precedentemente, ya que estos materiales por sus características morfológicas (tecnológicas y tipológicas) y métricas pueden ser rotulados perfectamente como “pre-Formativos”. En realidad, más allá de los instrumentos diagnósticos, en los conjuntos de artefactos líticos tallados hay aspectos tecnológicos y tipológicos que son temporalmente sensibles y que se asocian al “Arcaico”, como ser la presencia de bifaces y de la técnica del adelgazamiento bifacial; una importante inversión de trabajo en la confección de los artefactos formatizados, y de una marcada complejidad en el instrumental de procesamiento/consumo, entendida como la cantidad de partes por pieza -combinación de filos y/o puntas- (Hocsman 2006, 2011). Los artefactos de molienda son otro elemento a tener en cuenta, para los que valen consideraciones similares a las precedentes. La diferencia entre el “Arcaico” y “Formativo” en el Noroeste argentino, en general, y en la Puna en particular, implicó tradicionalmente una situación de ausencia o presencia, respectivamente, de esta clase de instrumental, panorama que se consideraba acorde con la dependencia de los grupos “formativos” hacia los recursos vegetales comestibles, asumidos como destinatarios por excelencia de las tareas de molienda y por oposición a lo arcaico, más tipificado por la centralidad de las tareas de caza y manejo de camélidos (Babot 2007) -véase discusión en párrafos posteriores-. El comienzo de los estudios específicos de esta tecnología trajo nuevamente a la discusión la antigüedad de esta práctica en las secuencias de ocupación regionales (Babot 2006), situación que anteriormente había sido documentada por Fernández en la Puna Norte (Hocsman et al. 2011). De este modo, los contextos “Arcaicos” puneños meridionales se completaron con un elemento “típico” del período en el resto de los Andes Centro-Sur. En la Puna Meridional los conjuntos de molienda “Arcaicos” se componen de artefactos de tamaño reducido, manipulables con un brazo y diseñados para el procesamiento de cantidades acotadas por sesión de molienda. Se trata de piezas manufacturadas sobre formas-base nódulo, en materias primas locales con texturas abrasivas y formas anatómicas, siendo éstos, atributos naturales en las rocas, que fueron parcialmente potenciados por la manufactura y mantenimiento por picado, en particular, en el caso de las manos. Así, la inversión en la manufactura de estos artefactos está ausente o bien es moderada, aunque el mantenimiento da cuenta de una vida útil prolongada mediante repicados y rotaciones de las piezas, que formaban parte del equipamiento permanente del sitio (Babot 2010). En Antofagasta de la Sierra dominan los molinos y sus manos, correspondiendo a tipos morfológicos básicos de oquedad plana que devienen en tipos morfológicos transformados de oquedad cóncava, compatibles con pequeñas manos planas y cóncavas, respectivamente. El número de artefactos de molienda en los sitios residenciales es bajo y se relacionaría con sesiones de molienda individuales de corta duración (Babot 2007). Un aspecto que ha sido recurrentemente identificado con el Arcaico Tardío en la Puna Argentina es la domesticación de camélidos, en función de que ésta y la “opción pastoril” serían procesos y estrategias “naturales” en la Puna, dadas sus características ambientales. En Antofagasta de la Sierra, desde prácticamente los inicios de las investigaciones fue manifiesto el interés en establecer la ocurrencia de procesos de cambio de tamaño en camélidos, aunque las evidencias fueron endebles hasta época muy reciente. Sin embargo, durante años no hubieron evidencias osteométricas seguras de cambio en el tamaño de los camélidos. Así, si bien en los niveles correspondientes al lapso 5500-4500 AP de QS3, se identificaron dos grupos de tamaño de camélidos a partir de análisis osteométricos, uno comparable a la vicuña (Lama vicugna) actual y otro al guanaco (Lama guanicoe), predominando las formas pequeñas (Elkin 1996a, 1996b). Lo único que podría apoyar la presencia de camélidos domesticados sería la existencia de falanges robustas y de huesos de tamaño coincidente con llama (Lama glama) actual, pero la evidencia en ese sentido era débil (Elkin 1996a, 1996b). es preciso tener en cuenta que muy posiblemente QS3 no contara, en realidad, con evidencias de este tipo. Yacobaccio (2001) señala, en este sentido, que es significativo que la secuencia de QS3 termina hacia el 4500 AP, unos 500 años antes de las primeras evidencias de cambios en el tamaño de los camélidos detectables en los huesos en otras áreas puneñas. Por su parte, Reigadas (2000-2002, 2008) señala, desde las evidencias de fibra, una instancia de experimentación en QS3, involucrando un contexto de control intencional con cronología entre los 4700 y los 4500 AP. Para PCh1.1, con fechas de ca.3600 años AP, es decir, en momentos en los que deberían registrarse cambios por lo dicho inmediatamente arriba, el hecho de que el material óseo se presentaba, en general, en un muy mal estado de conservación y altamente fragmentado, condicionó el reconocimiento de taxones a criterios osteométricos sobre unos pocos especimenes, con resultados coincidentes con los estándares actuales de vicuña (Olivera y Elkin 1994). En definitiva, la ambigüedad de los resultados llevó a que no se descartara la posibilidad de un proceso domesticatorio local (Elkin 1996a; Olivera 1998). Recientemente, el análisis osteométrico de una muestra faunística del sitio Peñas Chicas 1.5, fechado hacia 3.800 AP, resultó en la identificación de dos camélidos similares en tamaño a llamas de los morfotipos intermedia y carguera, que debe ser vinculada con el incremento de la variabilidad de los huesos de camélidos por procesos de domesticación (Aschero et al. 2012). PP4 también suministró información de sumo interés, puesto que en el sitio se identificaron más de una docena de camélidos con tamaño asignable a llama, con fechas entre 4100 y 3200 años AP aproximadamente (Urquiza 2009; Aschero et al. 2011a). Cabe remarcar que la aparición de animales domésticos no es sinónimo de presencia de pastoralismo (ver, por ejemplo, Yacobaccio y Vilá 2002). Evidentemente, ambos sucesos se encuentran ligados aunque no necesariamente tienen que darse en el mismo lugar (Yacobaccio et al. 1997-98). Siguiendo a estos últimos autores, el pastoreo surge a partir de la intensificación de la explotación de animales domesticados en un contexto cazador-recolector. Así, los contextos pastoriles aparecen con la domesticación efectiva, es decir, cuando hay un sistema productivo en pleno funcionamiento (Reigadas 2000-2002), el cual implica una dependencia de los animales de rebaño que no necesariamente va a encontrarse durante los momentos de captura, amansamiento y cautiverio (Yacobaccio et al. 1997-98). Es difícil establecer el inicio de las prácticas pastoriles como tales en Antofagasta de la Sierra; sin embargo, la recurrencia en la explotación y consumo de un camélido de tamaño llama en PP4, podría tener algún significado en este sentido. El no contar con información sobre cambios de tamaño en los restos óseos en los sitios relativamente sincrónicos PCh1.1 y PCh1.3 es problemático. Lamentablemente, la conservación de materiales orgánicos en las bases residenciales de fines del Holoceno Medio-inicios del Holoceno Tardío en Antofagasta de la Sierra, con excepción de QS3, no es buena, pese al supuesto generalizado de excelente conservación en los sitios puneños bajo reparo rocoso. Como datos colaterales pero que son significativos, se puede mencionar, en primer lugar, el arte rupestre local que está suministrando información relevante para la discusión precedente. En distintos sitios se observan, dentro de la modalidad estilística Río Punilla, camélidos de tendencia figurativo-analítica versus camélidos de tendencia figurativa-sintética y geométrica. Además, los primeros se diferencian de los segundos por una cierta dinámica del movimiento contra un marcado estatismo, distinguiéndose camélidos silvestres y domésticos, respectivamente (Aschero 2006). Esto se vería corroborado por el hecho de contar con un camélido figurativo sintético del tipo señalado con clara evidencia de carga y bozal, en el sitio Peñas Coloradas 1. Cabe destacar que esta modalidad estilística fue fechada en forma relativa entre los 3500 y los 2500 años AP;. Estos datos fueron precisados recientemente sobre la base de una serie de fechados radiocarbónicos que rondan los 3500 AP en el sitio Alero Sin Cabeza, que cuenta con motivos de camélidos asignables a esta modalidad estilística (Escola et al. 2011; Escola et al. 2012). En segundo lugar, destaca la presencia en un depósito intencional de objetos, sea una ofrenda o un enterratorio, de hilos zurdos de fibra de camélido que envuelven rocas de ignimbrita, prácticas que se asocian tradicionalmente a rituales de pastores de Bolivia (López Campeny, com pers.), situado en Peñas Chicas 1.5, con cronología de 3800 años AP, aproximadamente. Hasta aquí, todos los elementos considerados señalarían una situación coherente con lo que se esperaba para contextos “Arcaicos Tardíos” de la Puna Argentina. Sin embargo, los procesos fueron mucho más complejos que lo que previamente se había avizorado. Así, los datos reseñados de producción animal temprana están acompañados por estudios sistemáticos sobre microfósiles en artefactos de molienda realizados por Babot (2004, 2011), que resultaron en el hallazgo de mofotipos afines a una importante variedad de recursos vegetales comestibles y no comestibles, presentes en taxones actuales silvestres y domesticados, en sitios datados entre 4700 y 3400 años AP (raíces de Ciperaceae, tubérculos/raíces no diferenciados, partes aéreas de especies de Arecaceae y Poaceae, corteza del fruto de Lagenaria siceraria, vainas de Prosopis sp. “algarroba” y frutos de Juglans australis “nuez criolla”). Dentro de lo que caracteriza a los repertorios “Arcaicos”, es importante el inicio del procesamiento de frutos (Opuntia sp. “airampo” y otros) y de semillas o granos. Con respecto a estos últimos, se trata de morfotipos afines a los cultígenos Chenopodium sp. aff. C. quinoa/C. pallidicaule, quínoa y cañahua, respectivamente, y Zea mays “maíz” (Babot 2004, 2011). Asimismo, deben incluirse a las tuberosidades de Oxalis tuberosa “oca” y Solanum tuberosum “papa común” que también han sido registradas en puntas/cuchillos de QS3 (Babot et al. 2012). Otros cultígenos (semillas afines a Amaranthus caudatus/A. mantegazzianus “amarantos”, rizomas y también semillas de Canna edulis “achira”), procederían de pisos altitudinales más bajos. Independientemente de que en tales fechas se tratara o no de los taxones domesticados como se los conoce en la actualidad, es importante destacar que los mecanismos de selección que impactaron en elementos del fenotipo a un nivel microscópico en las partes útiles de esas plantas para la alimentación (los granos y tubérculos), ya estaban siendo empleados. Probablemente se tratara de especímenes transicionales y que representaran variedades locales que no necesariamente perduraron hasta el presente. En lo que refiere a las prácticas culinarias, destaca la obtención de harinas con distintos fines, a partir de las semillas deshidratadas contemplándose la posibilidad del descascarillado y tostado previos a la molienda. La obtención de harinas permite inferir el manejo de nuevas prácticas de cocción como el hervido que, aunque en baja escala, se agregarían a las pautas más tempranas en donde domina el tostado o asado y el asoleado post machacado. Así, los grupos “Arcaicos” dispondrían para el consumo de semillas y tuberosidades tostadas y asadas, respectivamente, de sus harinas y sopas, de preparaciones con los frutos deshidratados machacados o molidos, por ejemplo. Destaca el manejo extendido del almacenamiento, una práctica relacionada con el consumo diferido de los elementos vegetales, que habría impulsado el papel de la molienda en el “Arcaico” (Babot 2011). Se remarca que los artefactos analizados fueron recuperados de los cuatro sitios arqueológicos considerados aquí, tres de los cuales son relativamente sincrónicos (PP4, PCh1.3 y PCh1.1), mientras que el restante está muy próximo temporalmente (QS3). Todas las piezas provienen de estratigrafía. La práctica de la molienda en el lapso citado no sería ocasional, sino más bien regular, y planificada o programada, aunque a una escala reducida (Babot 2004). Asimismo, los recursos de molienda se habrían consumido con cierta regularidad y en relativa cantidad, lo que sugeriría que tuvieron un papel importante en la subsistencia (Babot 2006). Un punto clave es establecer que dichos recursos no fueron “introducidos” a la microrregión vía interacción. Efectivamente, pudieron provenir también de otras áreas de la Puna, o bien de la Prepuna, siendo obtenidos por intercambio o mediante acceso directo. Para el caso del género Chenopodium, las características ambientales del área se corresponden con los requerimientos ecológicos de distintas especies silvestres y cultivadas del género; para la microrregión se ha detectado la presencia actual de paico (Ch. ambrosioides) (Olivera, 2006), especie silvestre con distintos usos actuales, de “cañahua” (Cuello 2006) y de “quínoa” (Babot 2011). Asimismo, prosperan variedades de maíz de maduración temprana, la “papa común” y la “oca” (Babot 2011). Por su parte, el ambiente local y próximo a la microrregión pudo ofrecer a grupos cazadores-recolectores una gama de plantas silvestres con las cuales establecer diferentes tipos de relaciones (Casas 2001), algunas de las cuales ya han sido reconocidas mediante el estudio de los conjuntos de macrorrestos vegetales, de tecnofacturas sobre materias primas vegetales (Rodríguez 2004) y de instrumental de procesamiento como los anteriormente citados, artefactos de molienda (Babot 2011) y puntas/cuchillo (Babot et al. 2012). En lo que refiere particularmente a los cultígenos, las evidencias de una producción local proceden del registro macrobotánico. Así, en PCh1.3, se recuperaron tallos de una quenopodiácea doméstica identificada a partir del estudio de la anatomía de los mismos (Aguirre 2007, 2009), que es consistente con los datos de procesamiento por molienda para el mismo sitio y para los vecinos PCh1.1 y PP4 (Babot 2011). Este registro es relevante ya que permite discutir el manejo de este recurso en el seno de grupos cazadores-recolectores y hacerlo extensivo a otros cultígenos microtérmicos (para una discusión sobre este tema ver Hocsman 2007; Aschero y Hocsman 2011; Babot 2011). Se parte del concepto de manejo de recursos vegetales, porque de esta forma se pueden abordar las distintas variaciones en la relación que grupos humanos establecieron con las plantas. Estudios etnográficos y etnobotánicos realizados en diferentes lugares del mundo dan cuenta que en grupos móviles es posible el laboreo del suelo para eliminar rocas, favorecer el drenaje y lograr el posterior crecimiento de ciertas plantas (Lepofky y Lertzman 2008); también se conoce el manejo de especies silvestres a partir de la constante tala selectiva a fin de beneficiar la presencia de ciertos taxa (Polititis et al. 1997) o el favorecimiento de hierbas a fin de atraer rebaños o animales herbívoros (Harlan 1975). Se ha registrado también que en períodos de adversidad, los cazadores-recolectores pueden cultivar temporalmente, sin que esta práctica esporádica genere efectos genéticos discernibles entre las plantas colectadas (Evans 1993). Existe consenso en que el término cultivo no es sinónimo de domesticación (Harlan 1975). El cultivo de una planta representa una condición necesaria pero no suficiente para la domesticación ya que la domesticación completa conduce a una falta de aptitud en los ambientes naturales, de modo que los organismos no pueden sobrevivir por sí mismos en la naturaleza (Gepts 2004). Lo que continúa aún hoy en discusión, es si el proceso de domesticación fue consciente o inconsciente. Si bien la domesticación vegetal como problemática arqueológica es central, es necesaria y fructífera también la discusión de otras formas de relación con las plantas. Esto posibilitaría contemplar la biodiversidad vegetal manejada por grupos cazadoresrecolectores y agro-pastoriles dentro de contextos ambientales particulares, como el de la Puna, y así entender estas prácticas en función de trayectorias sociales concretas y temporalmente profundas. Volviendo a la discusión del registro de PCh1.3, información etnográfica (Tagle y Planella 2002; Muscio 2004; Aguirre 2005), sobre la cosecha de quínoa da cuenta de una siega cortando la planta en el tallo a unos 20 cm desde la superficie del terreno. También se puede arrancar de raíz la planta completa. Posteriormente, los cortes o las plantas completas se recogen en fardos para su posterior trilla y aventado. Esto implicaría que los fardos con la quenopodiácea ingresaron al alero para su tratamiento post-cosecha. Así, la identificación de los tallos arqueológicos y de otros restos arqueobotánicos, plantea la posible ocurrencia de una producción a pequeña escala en la microrregión hacia el 3600 AP, dada la confluencia de indicadores micro y macro. Sin embargo, no es posible discriminar al presente si tales tareas productivas refieren a procesos de experimentación y domesticación o bien, a un ingreso del cultivo como práctica consolidada. El contar con tallos de una quenopodiácea doméstica implica que en algún lugar relativamente cercano a PCh1.3, indudablemente en las proximidades del Río Las Pitas, existieron uno o más campos de cultivo, en sentido genérico. Sin embargo, las posibilidades de identificación en el registro arqueológico de terrenos empleados para prácticas agrícolas tempranas, de baja envergadura, son escasas, por su pequeño tamaño, falta de delimitación perimetral con arquitectura en piedra o tierra y diversidad florística (Pochettino y Lema 2008). Al respecto, son pertinentes las características de una parcela cultivada actualmente por la Familia Morales, propietaria de Punta de la Peña y Peñas Chicas. La misma, realizada sobre la terraza baja del Río Las Pitas, cubre un área rectangular aproximada de 50m2, estando definido su perímetro por una combinación de cerco vivo y barrera de arbustos espinosos secos. La acequia que le proveía de agua no había sido sometida a ningún tratamiento particular en las paredes y en el fondo (Hocsman 2007). Ver discusión sobre los “huertos de altura” en Lema (2006) y Pochettino y Lema (2008). Otro elemento altamente significativo es la presencia en el sitio Peñas Chicas 1.5 de prácticas alfareras que, como ya fuera señalado, cuenta con un fechado de ca.3800 años AP. Este hallazgo involucra la introducción o el desarrollo local de un antecedente de la cerámica propiamente dicha. Se trata de un fragmento de la pared de un recipiente de forma no determinable, compuesto por una estructura de haces de Cortaderia speciosa “cortadera”, recubiertos en ambas caras por una mezcla de material biogénico y arcilla, probablemente un suelo con componentes arcillosos. Los estudios fisicoquímicos realizados con la pasta y la fibra, permiten establecer que la pieza pudo estar, eventualmente, bajo efecto térmico suave, con temperaturas inferiores a 200 ºC o que directamente no estuvo sometido a tratamiento térmico (Cremonte et al. 2010). Dicha cubierta habría servido para impermeabilizar y resguardar el contenido del recipiente. Este fragmento guarda similitudes con un recipiente recuperado en el sitio Inca Cueva 7, en la Puna Jujeña con, cronología ca.4000 AP (Aguerre et al. 1973). Este último se diferencia del primero en el tipo de armadura empleada, ya que se trata de un entramado de varillas curvas y rígidas, y en la cubierta, debido a que el material sedimentario reviste sólo la cara externa. Por otra parte, se destaca la recuperación de una serie de fragmentos cerámicos, de pequeño tamaño, en el sitio Peñas Chicas 1.6, una base residencial a cielo abierto unicomponente, datado ca. 3800 años AP. A esto se suman tiestos recuperados en el nivel 1 de Cueva Salamanca 1 (E. Pintar com pers.). Es de importancia que ambos sitios cuentan con materiales líticos que por sus características tecnológicas y tipológicas son similares a los de los sitios cercanos PCh1.1 y PCh1.3, datados hacia los 3600 AP. No es posible por el momento establecer si su producción fue local. Las fechas obtenidas en Antofagasta de la Sierra, aunque levemente más tempranas, son coincidentes con la presencia de cerámica en otros contextos arqueológicos de la Puna y circumpuna argentina y chilena; diversos sitios con cronología entre 3600 y 2900 años AP cuentan con esta tecnofactura (Núñez 1992; Muscio 2004). Evidentemente, el panorama de la arqueología del área es complejo, ya que ocupaciones con características típicas del “Arcaico Tardío”, poseen evidencias de producción vegetal y de alfarería/cerámica. Al mismo tiempo, es posible hacer una lectura distinta de los datos obtenidos hasta el momento, donde los quiebres son sólo aparentes. Más allá de la desventaja de contar con un vacío de información -aunque no un hiatus- sobre bases residenciales entre el 2700 y el 2100 AP, el proceso de cambio socio-económico puede ser visto como un continuum. Al respecto, pueden mencionarse, a modo de ejemplo que: a) la ausencia de la técnica de adelgazamiento bifacial en contextos “Formativos” es la culminación de un proceso de reducción progresiva de la inversión de trabajo al considerar la cuenta larga; b) las rotundas diferencias entre los diseños de puntas de proyectil adscribibles al “Arcaico” y al “Formativo” enmascaran vinculaciones genéticas; es decir, el origen de los diseños del primer milenio de la era se encuentra en ciertas puntas de proyectil precedentes temporalmente; c) las diferencias entre los contextos de cazadores-recolectores versus los agro-pastoriles, se refieren fundamentalmente a mejoras en la eficiencia e intensidad de uso del instrumental de molienda (Babot 2006) que implican mayormente variaciones de grado, más que rupturas marcadas en el utillaje “Arcaico” y “Formativo” y, en el último caso, un aumento en los tipos morfológicos, una mayor circulación de los objetos y/o las materias primas en el espacio (Babot 2006) y la definición de áreas de molienda separadas de los espacios residenciales, que implicaron, eventualmente, el desarrollo de tareas grupales (Babot 2007); d) en ambos casos, los artefactos de molienda se encuadran en la noción de equipamiento del sitio que es retomado y dejado en reserva de uso durante las ocupaciones y desocupaciones periódicas de los sitios (Babot 2010); e) la molienda aparece como una tarea generalizada de transformación alimenticia y no alimenticia, ubicua en sitios residenciales asociados a ambos períodos en Antofagasta de la Sierra y en el caso de los recursos comestibles, como una práctica que posibilitó múltiples formas de consumo de esos recursos; f) desde lo culinario, de las diversas técnicas y productos elaborados de los que dan cuenta los contextos “Arcaicos”, el hervido y otras prácticas se ven potenciadas en el “Formativo” por la disponibilidad de contenedores cerámicos, pero sin reemplazar a lo anterior; g) la manipulación de taxones útiles en el “Arcaico” y el “Formativo” marca una continuidad en las relaciones de estos grupos con ciertas plantas y da cuenta de un aprendizaje incorporado y transmitido intergeneracionalmente que perdurará durante la secuencia ocupacional del área; y h) los momentos finales del lapso abordado implica probablemente una mayor dependencia de los grupos hacia esos recursos conocidos y un mayor énfasis en su producción. Sobre límites difusos II: El caso de El Aguilar (Puna de Jujuy y su borde oriental) Recientemente se inició un proyecto arqueológico en el área de El Aguilar, con el objetivo de abordar allí la transición de cazadores-recolectores a sociedades agro-pastoriles y de posibilitar la realización de comparaciones desde una perspectiva micro-regional con las trayectorias históricas de otras áreas de la Puna Argentina como Antofagasta de la Sierra. En este marco, se iniciaron investigaciones sistemáticas en el sitio Cueva de Cristóbal (CdC) (Hocsman et al. 2010), que ha tenido un papel destacado en el conocimiento de las primeras ocupaciones “Formativas” de la Puna Argentina (3000-2500 AP), brindando información relevante sobre: 1) la aparición de la cerámica en el Noroeste Argentino (Fernández 1988/89; García 1995); 2) las características y variabilidad del Grupo Estilístico B definido por Aschero et al. (1991) (Fernández 1988/89, 1995) para el arte rupestre de la Puna Norte y su vinculación con capas arqueológicas datadas en el sitio en cuestión (Fernández 1988/89; Fernández et al. 1992); 3) la presencia de cultígenos -tubérculos muy posiblemente domesticados en carbonizaciones en el interior de los tiestos- (Fernández et al. 1992); y 4) la asociación de las representaciones rupestres -antropomorfos- y la cerámica con puntas apedunculadas “de apariencia Arcaica” (Fernández et al. 1992; Fernández 1996). Si bien el alero ha sido definido por Fernández como un lugar donde se desarrollaron actividades restringidas y excepcionales en el marco de prácticas rituales o propiciatorias (Fernández 1988/89; Fernández et al. 1992), las nuevas evidencias obtenidas dan cuenta de un sitio residencial donde lo doméstico tiene pleno sentido. Testimonio de esto serían la gran cantidad de artefactos formatizados tallados vinculados con tareas de procesamiento/consumo y de restos faunísticos astillados quemados y sin quemar, así como de numerosos tiestos con evidencias de uso (Hocsman et al. 2010a). Con respecto a los materiales cerámicos, se incrementó considerablemente la muestra del sitio, ya que se recuperaron en estratigrafía más de 120 tiestos, un número importante en relación a los 22 fragmentos publicados por Fernández (1988/89). Las observaciones macroscópicas de las superficies cerámicas y a bajos aumentos de las pastas en lupa binocular permitieron identificar las series corrugadas, imbricadas, alisadas/alisadas y alisadas/ordinarias definidas por Fernández (1988/89) y seleccionar una muestra para análisis petrográficos de secciones delgadas en microscopio de polarización. El estudio cuali-cuantitativo realizado hasta el momento de las pastas correspondientes a 11 tiestos de las series mencionadas permitió identificar 5 tipos diferentes de pastas y 10 variedades dentro de ellas -determinadas sobre la base de las asociaciones mineralógicas- (Cremonte et al. 2011). Si bien el estudio requiere ser profundizado, las evidencias señalan manufactura local, coincidiendo con los datos aportados por el Dr. Fernández y, al mismo tiempo, variantes que se vinculan con la Puna y la Quebrada de Humahuaca, denotando una importante dinámica a nivel regional (Cremonte et al. 2011). Al respecto, es interesante tal variabilidad en un momento considerado de producción inicial de cerámica que podría responder a un contexto de exploración técnica que incluye un amplio conocimiento de la geo-diversidad regional. Sin embargo, ¿cómo se entiende esta propuesta al considerar datos como los aquí mencionados de cerámica en Antofagasta de la Sierra con fechas de 3800 años AP o la reportada por Muscio (2001) de 3600 AP en San Antonio de los Cobres (Puna de Salta)? Esto podría estar vinculado, por ejemplo, con eventos diacrónicos de experimentación alfarera, algunos de los cuales no tuvieron continuidad en el tiempo, o bien es un problema, simplemente, de falta de información, entre otras posibilidades. Los estudios sobre las interrelaciones entre las plantas y los grupos humanos a partir de los registros de sitios de El Aguilar están en sus inicios. No obstante, son alentadores en función de lo que pueden contribuir a la discusión de la temática de la transición. Los datos que se tienen proceden mayoritariamente del análisis de residuos de contenidos en la alfarería de CdC, los que han dado cuenta de similitudes con Antofagasta de la Sierra en cuanto a los taxones vegetales manejados. Así, se han documentado morfotipos de microfósiles afines a los granos de maíz, semillas y hojas de quenopodiáceas actuales, “quínoa”/”cañahua”, domesticada y semidomesticada, respectivamente, y de tuberosidades de “oca” y “papa común” (Hocsman et al. 2010b). El análisis de una mano de moler arrojó un registro compatible con semillas de quenopodiáceas. Un dato importante que emana del estudio de microfósiles es que el aprovechamiento de las hojas de quenopodiáceas necesariamente atestigua su recolección en fresco, documentando indirectamente la ocurrencia de una cosecha próxima al sitio. Adicionalmente, el estudio de los residuos ha proporcionado valiosa información sobre la culinaria de los grupos que ocuparon el sitio ca.3000-2500 años AP. Ésta ha sido estudiada desde la perspectiva del “recetario” (Babot y Haros 2008), dando cuenta del manejo de técnicas de cocción como el tostado, el asado y el hervido, auxiliadas por la molienda en los procesos de descascarillado, desaponificado y molienda propiamente dicha, para el logro de diversas preparaciones culinarias con ingredientes y texturas varias sobre la base de las partes de plantas útiles para la alimentación (Hocsman et al. 2010b). La correlación de las variantes culinarias con las distintas clases de pastas cerámicas del sitio se encuentra en proceso. El arte rupestre en CdC se corresponde con el Grupo Estilístico B (GEB) identificado por Aschero (1979) y Aschero et al. (1991) para la cercana Quebrada de Inca Cueva. El mismo comprende motivos figurativos tales como figuras antropomorfas aisladas, agrupadas o articuladas, camélidos y zoomorfos indeterminados, y no figurativos, como puntiformes alineados y agrupados, pectiniformes, trazos anchos aislados, trazos segmentados y líneas onduladas, entre otros (Aschero et al. 1991). El GEB ha sido tomado como referencia recurrentemente por otros investigadores (por ejemplo, Fernández Distel 1983; Fernández 1988/89, 1997; Lanzone 1988) para otros sitios relativamente próximos a Inca Cueva, como Abrigo Quichagua II, Cueva de Cristóbal, Cueva El Portillo y Río Doncellas. Ahora bien, algunos aspectos a tener en cuenta. En primer lugar, Aschero et al. (1991) postularon que este arte rupestre se vincula con los momentos iniciales del Formativo de la Puna de Jujuy. La obtención de dataciones en los sitios donde se encontraban las manifestaciones rupestres o en sitios próximos a las mismas permitieron a los autores fechar al GEB entre los 3000 y los 2500 años AP. Por otra parte, Aschero y colaboradores no encontraron momentos distintos en la ejecución de las pinturas o sub-agrupaciones en función de la existencia de superposiciones de motivos tales como las que habían distinguido en el Grupo Estilístico A Aschero y Podestá (1986), ni en Inca Cueva 1, ni Inca Cueva Alero 1 o en Inca Cueva Alero 3. En lo que respecta al relevamiento realizado por J. Fernández en CdC sobre el panel con arte rupestre del Sector A, se pudo apreciar que su registro se restringió a las manifestaciones plásticas de mayor visibilidad. A partir del tratamiento de imágenes digitales, recientemente se pudieron recuperar “nuevos” motivos rupestres que no habían sido relevados por dicho investigador (Gerónimo y Hocsman 2011). En este sentido, se pueden mencionar una serie de motivos rupestres, tales como uno figurativo y uno abstracto, ambos pintados en ocre que se encuentran por debajo de los antropomorfos adscriptos al GEB (Fernández 1988/89: 167, A1); además, trazos lineales y motivos antropomorfos asignables al GEB de Inca Cueva 1 y, también, un antropomorfo en tonalidad anaranjada que es sincrónico en su ejecución al motivo A3 de Fernández (1988/89), estando estos últimos superpuestos a los motivos antropomorfo y abstracto en ocre (Gerónimo y Hocsman 2011). Los datos obtenidos en CdC de antropomorfos afines al Grupo Estilístico B a los que se superponen otros antropomorfos del mismo grupo estilístico, con evidencias de una diacronía significativa en su ejecución, permiten considerar la posibilidad de que la asociación propuesta por Aschero et al. (1991) de este arte rupestre con momentos iniciales de las ocupaciones Formativas de la Puna de Jujuy no sea el inicio, sino que los comienzos del mismo estén, en realidad, en momentos previos, vinculados con cazadores-recolectores en situación de tránsito a economías productivas. De hecho, esta propuesta fue sugerida inicialmente por Aschero (1979). Esta idea se ve afianzada por recientes investigaciones en otro sitio de la Puna Jujeña que amplían el rango temporal del GEB, extendiéndose hacia momentos “pre-Formativos”. Es el caso del sitio Alero Caído en la Localidad de Coranzulí (Isasmendi et al. 2007; Aschero 2010), una base residencial de cazadores-recolectores muy posiblemente en tránsito a la producción de alimentos. En este sitio, los antropomorfos del GEB se encuentran cubiertos por sedimentos con ocupaciones fechadas en ca.3300 AP (Isasmendi et al. 2007), por lo que revisten mayor antigüedad que esta fecha. Asimismo, las nuevas evidencias recuperadas en El Aguilar, en Cueva de Cristóbal, así como en Cueva El Portillo y en el sitio recientemente descubierto Alero del Medio, denotan claramente una diacronía significativa en la ejecución de los motivos dentro del GEB, dando lugar a la posibilidad de comenzar a trabajar en la identificación de sub-agrupaciones dentro de este grupo estilístico y de explorar su profundidad temporal. Al analizar los artefactos líticos tallados de CdC se desprenden una serie de elementos interesantes. En primer lugar, ha sido posible comprobar la asociación entre cerámica y puntas de proyectil apedunculadas “en mandorla” señalada ya por Fernández (1988/89). Tales diseños son recurrentes en contextos arqueológicos de la Puna Norte Argentina de mediados-fines del Holoceno Medio e inicios del Holoceno Tardío (Aschero et al. 2011b), asociados a cazadoresrecolectores, dando cuenta de una continuidad. Estas puntas de proyectil están acompañadas por otras de tipo pedunculado presentes en sitios de la Puna Argentina y del desierto del Norte de Chile con cronología entre 3500 y 1800 años AP aproximadamente; Particularmente, interesan las marcadas afinidades con piezas con pedúnculo destacado, aletas entrantes obtusas y/u hombros y limbo lanceolado o triangular de lados convexos recuperadas en sitios de la Quebrada de Tulán (Salar de Atacama, Chile) y de Antofagasta de la Sierra (Hocsman 2010). Es significativo que el conjunto artefactual de CdC por sus características tecnológicas y tipológicas es marcadamente afín a los de ocupaciones cazadoras-recolectoras del área. Esto se aprecia claramente con la recuperación en el sitio de lascas de adelgazamiento bifacial típicas. Esta técnica de talla, presente en el área a lo largo del Holoceno, esta ausente en contextos “Formativos” posteriores. Al respecto, Fernández (1988/89) publicó un bifaz que, a la luz de la información aquí señalada de los desechos de talla, es muy factible que haya sido confeccionado en el sitio, continuando con tradiciones tecnológicas y tipológicas vigentes en el área. Distinta es la situación de una serie de puntas de proyectil apedunculadas y pedunculadas obtenidas por Fernández (1988/89) en su excavación y que podrían responder tanto a una manufactura en CdC como a la reclamación de piezas de los numerosos talleres y campamentos a cielo abierto que se encuentran en el área (Hocsman et al. 2011). No obstante estos elementos de continuidad, hay otros que implican ruptura, como es la ausencia de técnica de hojas, estrategia de producción ubicua en sitios de mediados-fines del Holoceno Medio en la Puna de Jujuy (Hocsman et al. 2011). Algunas reflexiones finales En este trabajo se presentaron dos casos que provienen de la Puna Argentina y que permiten vislumbrar que los límites fácticos de las categorías “Arcaico” y “Formativo” no son claros. En el primer caso, contextos que parecían “típicamente arcaicos”, en función de la presencia de ciertos conjuntos de rasgos, dejaron de ser tan “contundentemente arcaicos”. En el segundo caso, la que sería una ocupación “Formativa Inicial”, cuenta con una serie de elementos que desdibujan su condición, manifestándose importantes vinculaciones con momentos previos. De esta forma, cabe preguntarse: ¿en dónde está exactamente el fin del Arcaico y el inicio del Formativo?. Una opción es la variación de los comienzos y de los finales de las unidades analíticas, lo que ha sido frecuente a lo largo de la arqueología de la Puna y circumpuna argentino-chilena; o la incorporación de nuevas unidades, entre otras ya preexistentes (la fase Tarajne, por ejemplo, en el Salar de Atacama, Chile), Pero, ¿esto es realmente útil, para dar cuenta de un proceso evidenciado como un continuum? ¿Tiene algún sentido? Aquí también se hace patente un problema de escala, ¿cuánta cerámica se necesita? o ¿qué tamaño y características debe tener un sitio? o ¿cuántos cultígenos o qué proporción de llama se requiere en los conjuntos óseos para que un contexto dado pase a ser “Formativo” y deje de ser “Arcaico”? Si el Formativo refiere a “una serie de estrategias determinadas para proveer a su subsistencia en relación con el medio externo” (Olivera 2001: 84) -léase agricultura y/o cualquier otra actividad productiva comparable-, la presencia de cultivo local en las áreas aquí consideradas con fechas entre 4500 y 3000 años AP, ¿implican entonces que se trata de contextos “Formativos”? ¿No hay aquí acaso una cuestión de grado? Es decir, un peso diferencial distinto en la subsistencia de las distintas actividades económicas productivas en la cuenta larga, que va variando con el tiempo; una cuestión de grado o intensificación. Se destaca, en este sentido, por ejemplo, las afirmaciones de Smith (2001) sobre la existencia de sociedades productoras de alimentos que dependen de especies domesticadas por menos del 30 al 50% de su consumo calórico anual, a las cuáles define como “economías productivas de bajo nivel”. Esta constituye una categoría que podría ser empleada para la Puna argentina, aunque su aplicación a través de estudios de dieta es difícil frente la escasez de restos bioantropológicos con fechas entre 6000 y 3000 AP. Una alternativa podría ser, entonces, estimar la incidencia de los recursos cultivados o criados, sean domesticados o no, tanto vegetales como animales, sobre la base de evidencias indirectas tales como la presencia de tecnofacturas (por ejemplo, palas), campos de cultivo, corrales, y el grado comparativo de recuperación de restos faunísticos y vegetales, etc., con respecto a momentos previos (Hocsman 2006). Distintos proyectos de investigación arqueológicos a lo largo del Noroeste Argentino están comenzando a señalar múltiples escenarios con respuestas locales y trayectorias históricas particulares. En los casos de Antofagasta de la Sierra y de El Aguilar, las evidencias reseñadas dan cuenta de un proceso transicional local, pero, en otras áreas del Noroeste Argentino, los escenarios pudieron ser múltiples: situaciones transicionales que culminan en una producción plena o no; cazadores-recolectores con estrategias de obtención de recursos domesticados estables y de largo plazo, mediando mecanismos de interacción con grupos agro-pastoriles locales (coexistencia) o foráneos, sobre la base de la implementación de circuitos de mediana y gran distancia; o bien cazadores-recolectores con dependencia exclusiva de recursos animales y vegetales silvestres persistentes y sincrónicos con los procesos transicionales (Aschero y Hocsman 2011). Al mismo tiempo, hay un fuerte consenso entre los investigadores en la existencia en estos momentos de una vasta red de circulación macro-regional de recursos, información y conocimientos (Aschero 1994). Por ejemplo, para el caso de Antofagasta de la Sierra, el “área de captación” de los insumos es realmente amplia, incluyendo distintos sectores de la Puna Meridional argentina; los Valles y quebradas mesotermales; las Yungas; la Llanura chaqueña y la costa del Océano Pacífico, e implicando distancias que superan los 500 km lineales (Hocsman 2006). Las evidencias de interacción a largas distancias son abundantes y variadas en el lapso abordado, incluyendo, entre otros, información sobre arte rupestre y tecnofacturas diversas y el ingreso de recursos de clara naturaleza no local. A modo de ejemplo vale el caso de los elementos alóctonos recuperados como parte del ajuar de un enterratorio en el sitio PP11A. El neonato, entre otros elementos, presentaba un cuchillo de valva de Anodontites trapezialis, un molusco de agua dulce que correspondería a la llanura chaqueña, situada a mas de 200 km de distancia. Este había sido dispuesto como pendiente, sostenido desde su cuello por un cordel embarrilado en tiento con un alma de fibra vegetal de Acrocomia chunta, proveniente de las Yungas jujeñas, a unos 600 km al noreste de Antofagasta de la Sierra (Aschero et al. 1999; Aschero 2010). Evidentemente, los procesos locales tuvieron algún tipo de vinculación en función de la interacción vigente. Datos significativos son la recuperación en Antofagasta de la Sierra, en contextos fechados en ca.3600 AP, de artefactos confeccionados con obsidianas procedentes de fuentes salteñas y, en CdC, de artefactos de obsidiana procedentes de fuentes de la Puna catamarqueña, cercanas a Antofagasta de la Sierra. Ahora bien, ¿realmente todo estaba disponible?, ¿toda la gama de objetos, conocimiento e información circulaba por el Noroeste Argentino? Por otra parte, ¿los objetos, las prácticas y las técnicas involucradas eran incorporados inmediatamente? En general, en la literatura arqueológica del área se acepta tácitamente que las innovaciones se mueven rápidamente por el espacio y que todo nuevo avance es aceptado en forma generalizada, en función de que representan una mejora en la “eficiencia” técnica y/o funcional. Esto no debió ser necesariamente así y para dar cuenta de ello se presenta el caso de la introducción del arco y la flecha en la Puna Argentina. Este sistema de arma implica la realización de movimientos para el lanzamiento de la flecha radicalmente distintos a los que habían imperado con la lanza (sea que fuere arrojadiza o no) y el propulsor, empleados durante milenios (Aschero y Martínez 2001). Así, los hábitos corporales pudieron haber jugado un rol temporal de resistencia a su utilización. Esto se encuadra en lo sostenido por Lemonnier (1993) acerca de que, para ser asimilado un objeto, una práctica, etc., debe “encajar” con las prácticas ya existentes. Así, existen toda una serie de razones no vinculadas con la mera eficacia funcional que deben ser tenidas en cuenta. En palabras de Leroi-Gourhan (1989), debe haber un “medio favorable” en el que estén dadas las condiciones para que un elemento novedoso encuentre un lugar en un sistema técnico dado. Aquí entra en juego el concepto de “elección tecnológica” (Lemmonier 1992, 1993) que parte de la base de que en una sociedad dada (entendida en sentido genérico), hay gente o grupos de gente que comparten conjuntos de ideas relacionadas acerca de cómo un artefacto debe hacerse, cómo debe verse y cómo debe ser usado, y con formas “correctas” de hacer y usar las cosas (pòr ejemplo, prácticas concretas). En suma, un nuevo artefacto o práctica o procedimiento técnico debe ser “compatible” con el estado de cosas vigente. Por todo esto, y retomando el problema que aquí ocupa acerca de la transición hacia sociedades agro-pastoriles plenas, el estudio de las “elecciones” a nivel macro-regional en la Puna Argentina es crucial. Para ello, se requiere contar con mayor cantidad de casos estudiados bajo la escala micro-regional, con secuencias de fechados radiocarbónicos consistentes y con un conjunto de líneas de evidencia consideradas simultáneamente. Finalmente, se remarca la idea de continuidad de los procesos socio-culturales acaecidos en la Puna Argentina, con las sociedades cazadoras-recolectoras como antecedentes ineludibles de la conformación de las sociedades agro-pastoriles locales (Aschero 1994, 2010; Hocsman 2006; Aschero y Hocsman 2011). Dicha continuidad involucró la transmisión generacional de información y prácticas del hacer a través del tiempo, una situación que, de hecho, no deja de lado el cambio (Aschero 2010). Bibliografía Aguerre, A.; A. Fernández Distel y C.A. 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