Cuentos para los hombres que son todavía niños [microform]
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Cuentos para los hombres que son todavía niños [microform]
W68, Retum book on or béiore the Lates! Date stamped below. A charge is made on all overdue books. this u. of I. Library JUN 1 2 "H"^v- " 'W^ >M i^&jF.ftr^ili|f.v^jn nntrs^m* •as'Qsifm T- 1'^ 'J '!•• i 't tv V ^ E NTO S PARA LOS HOMBRES QUE SON todavía NIÑOS • POR TERESA DE LA t aaaaaaaaa :> >:í 1 -il^ --'^^.i: ""* ._.;;- OTERO & CO., PERÚ, 856/58 ' — Irapresoret - Bs. Airas =- 1919 ' J.É& i \ CUENTOS PARA LOS HOMBRES QUE SON todavía NIÑOS I h -'^ * Ea propiedad del autor. •"•7^f^;j^ C VENTOS PARA LOS HOMBRES QUE SON todavía niños » POR TERESA DE LA t aaaí^aaaaa OTERO «c CO., Impretoref Perú, 856/58 - Bs. Aires 1919 C\ T DEL AUTOR Inquietudes sentimentales, (1/ y Los ^n tres 2/ edición, agotadas). cantos. la quietud del mármol. Anuari. Cuentos para los hombres que son todavía niños. EN PREPARACIÓN: V ^l ¿n r libro la del camino. (Diario íntimo). callejuela de la vida y de la muerte. (Novela). PARA MIS. HIJAS ELISITA Y SILVIA DULCEMENTE. r ) ? ^^ ^1 o te \.-^ ^; C*\ ~-:i 'I c A'enicl acá, hermanos. Sentaos a mi alrede- como criaturas de pocos años, y los ojos, así, suavemente, oídme que voy dor, quietecitos cerrando ''-^~yWw:7i^^W'^-'^-.' a contaros un cuento. Quiero refrescar vuestros corazones escépticos, rita cargados de tiempo, tocándolos con mágica de la va- Fantasía. Abriré para vosotros plo. la la El pórtico es sagrado. puerta de su tem- Debéis atravesarlo llenos de unción y de fe. T. de la ^ f ^ r Aa MAHMU 7 -^'"^ í^^-íí'f^ " MAHMÜ Mi muñeca, fea, desgarbada y triste, es una figura soñada bajo la influencia del hachish. Es de esas muñecas, que arrancan de los la- bios infantiles una risa acariciadora, y el mejor sentimiento de bondad a sus almas puras. Los niños quieren a sus juguetes compadecen; presienten un defecto inexcusable en Mi muñeca un hambriento, la vida. larga, lai^a se llama que ellos , la . como Mahmú. feos, los fealdad es . el bostezo de — 12 — Sus anchos pies están calzados por lindos borceguíes castaños jo, que al ; dos poemas de zapatero vie- coser los botincitos hilvanó en ellos sus últinías ilusiones ... Apoyada en la espejo del tocador el me mira muñeca, con sus ojos de jirafa mansa, brillantes como —¿Qué humedecen si fijos y llorasen silenciosamente. tienes muñequita mía? ¿Por qué se tus ojíeos? Pobrecita, la tráio-o a mi cama, apretada entre los brazos, le arrullo, l'e canto, juego con su cabecita, destrenzando sus sedosos cabellos color de avellana. Mi Mahmú íes la única figura que, asemeja a un ser humano; la como yo, se única que -conoce mi soledad. De tanto mirarla, en mi ansia de ser com- prendida, he traspasado un soplo de entendimiento a sus Me miembros de habla y dice: trapo. — Hace frío, ¿verdad? ; . — 13 — . — hace — respondo. — Y no hay Dónde estamos, Teresita — Ah muñequita Este tu país natal no frío Sí, sol ¿ ? ¿ ¡ es ! recuerdas porque al salir Reposabas samiento. ; ? lo de aquí no tenías pen- muy tiesa dentro de una caja de cartón, acuñados los brazos con pajitas de arroz —Entonces ¿estaba muerta? — me dice con su vocecita nasal. — eras el muñequita, Si, ídolo de guardabas frío silencio muchas criaturas que vislumbra- ron tu carita en las vidrieras de un almacén. Tú esperabas, sin imaginarte, que manecitas infantiles vendrían a darte calor, animación, —Entonces ¡ Pobre ¿ tú eres Mahmú No ! una niña ? sabe cuánto pregunta, ni se ha fijado que vuelvo •* me la duele su cara para que no vea mi angustia. —No quillas muñeca mía; no soy no conocen uiia niña. las miserias, Las chi- no han penetrar . . -le- ] do la vida, tegiéndolas, como yo a Guardamos estopa, yo en Nieva; ^las heladas Yo ' las otras — para el el Si, las besa pro- tí. silencio, ella en su corazón de, mío de piedra. cisne, caballero del invierno, deja plumas de su pecho en mi balcón. pienso, recuerdo ... —Oye, — una madre que tienfen y Teresita — i me interrumpe Mahmú muñecas ¿pueden hablar como yo? Mahmú, las que han sido compradas los niños —¿Cómo son —Ah! tú no los niños? pudd'es imaginarlo, Mahmú. Ellos son poetas vírgenes, son sabias de frente tersa, sus miradas trascienden una dulzura que da ganas de llorar. Sí, Mahmú, las muñecas ha- blan por la boca de los nenes, y gimen y rien Yo no sé por tú has caído en qué me apena decírtelo, manos d^ una juventud Mis ojos no pueden mirarte como -iíeisi.. . . pero anciana. esos ojos lím- > . . - 15 - pidos, espejos del cielo, y lo ,> que dice mi boca, un doloroso remedo de aquello que hablan es los niños i Ah, hijos los ! Habrá palabras para incomparable felicidad que cirte cual es la regalan con sus besos ellos al corazón de verlos brota del como brotan ellos ^/ madre; la son bondad, son fuente de pureza. de- Con sólo alma un acto de contrición, así espontaneáis las flores bajo la cari- cia del sol. Los hijos son tormentosa de jamás radioso lucero en la noche la vida. Si se van, se les olvida; la ausencia son capaces contra ¡Ah, — el la gloria y mueren, o se la muerte, no única de ese amor. los hijos, los hijos! Teresita, tu voz tiembla, está húmedo tu rostro, ¿lloras? —No muñequita, hace frío . . . nieva . . . hay un eterno invierno dentro de mi corazón Mahmú aflijida se esconde entre V mis brazos; ; jk::-' 7'-yif:ir:vi^;'-- — 16 — , SUS manecitas pequeñas, rellenas de algodón, res- balan suavemente por mi rostro, y nie dice al oído con voz entrecortada: —Teresita, yo tengo ganas de rezar f^j'^^iS^í? te ... quiero tanto; Teresita ^ ^ TAMBIÉN PARA ELLOS ^. =c.^j^.,Y."-' :;. t-A' . ! ^ TAMBIÉN PARA ELLOS... 1 A. i'. Job, era el nombre de un modesto que tenía por exclusiva lio al ro, le desde el tri- granero, las alforjas repletas de rubio trigo- Estaba viejo palos tariea, llevar, pollino qu-e, sin el pobre Job. La carga y mayor motivo, propinábale su habían aniquilado!. A los arrie- pesar de todo, hu- milde, resignado, cumplía con su deber, pensando, allá en las tinieblas del calaba^do cerebro. --jV?,-S« - • • I - 20 Como la el . j. ,#-ÍS|:y . - que su destino era morir, lomo, durante . las alforjas sobre el cotidiano trajín. providencia es maternal y a toda cuita da su alivio, sucedió que Job fué jubilado en repentino ablandamiento sentimental del amo. Era tiempo. Catorce años de trabajo asiduo, del alba al crepúsculo, bien merecían recompensa. Job se la ganó honradamente con abundante sudm* de sus ^^/^ costillas. Libre ya de penurias, nuestro peludo héroe fué llevado potrero, donde serpenteaba^ cual al rayo de luna, un despreocupado hilo de agU^ Verdino estaba ra, campo, mansa la prade- y extendido manto de sedas flotaba en las fal- das' de la el montaña. i Job abría grandes plando sobre las yerbas, las fosas nasales, reso- aspirando sus frescuras. Sus orejas se movían a impulsos de gracio- sos gestos, que él hacía para percibir mejor las notas bulliciosas de los miles de insectos que ame-• nizan .-m^ la gran fiesta estival. Su hocico iba de 2Í -< un lado a otro, voluptuoso de golosinas vegetales, mordiendo sin método to- da clase de malezas sabrosas. Por fin se regalaba a gusto después de una vida de privaciones. daba tud el la Entre tanto halago recor- infeliz su juventud. "¿Fué acaso juven- mía?",. se preguntaba. Nació hermoso. El cuerpecillo cubierto de rizada piel plateada, vacilaba sobre las delgadas patas. Largas, derechas, las orejas car los cuernos de la luna . Asi amenazaban to- se lo decía su ho- nesta madre, una paciente burra de noria, en tanto que amorosa hacía el aseo del hijo, lamiéndolo tiernamente. Cuando Job pudo comer cascaras de patata, corteza de melones y otras blandas cosillas, brutales los arrieros arrancáronlo de la protección materna, y sin consultar su vocación, al trabajo. t le pusieron . I. — En 22 — su joven seso, no concebía Job seres de- salmados. — ¿Por qué podían ellos existir si é! era resignado y ante todas las vilezas doblaba su larga cabeza gris? Pero había hombres crueles, pues él sentía que cargaban sus ancas con pesos que su cuerpecito endeble, de tierno pollino, apenas podía resistir. Sufría mucho. Llenaban el corralón sus re- buznos doloridos. ¿Mas quién prestaría atención a un burro? Al cabo del priiirer ducta obediente llamó mo de ccn el la ^ s la año de trabajo, su conatención del mayordo- granja, y ésüe bautizólo, irónicamente nombre de Job. También recordaba mas de el cuadrúpedo sus compañeros de establo; las amargo brosa- bor subía a su gaznate, volviéndole incomibles las jugosas verduras. Una .'?>• noche, después de rudo trabajar, ad- . — — que su corazón se abría dulcemente virtió a/mor 23 ; también La asnos tienen corazón los silueta al robusta de una hermosa yegua baya que pacía en alrededores del establo, tur- los bó su tranquilidad. Espontáneo, lleno de entusiasmo acercóse inexperto jumento puso a sus patas valiera haber Job! al la el objeto de su inquietud y ofrenda de pasión. guardado su entusiasmo. Como recompensa recibió Más le ¡Infeliz un par de coces, viniendo a amargar /éus recien nacidas tribulaciones, los rebuznos de insolente regocijo con que acojieron tan celebrado gesto los gaznápiros del corralón. Desde ^entonces, el desengañado burro es- condió sus sentimientos, dedicándose a rumiartristemente, mientras haéía los trillo el al granero y desde llo. Todo a su zas. La campiña el el camino desde granero aí tri- alrededo/r 'predicábale esperan- luminosa, inmenso racimo de . . . ''V^W _ — 24 apretados trigos; los árboles donde anidan las voces del sol y de la vida, el collado sombras, que se ofrece a quebrado en las alturas celestes en holocausto de mieses aromadas Job no parecía oir vaba muerta los burros les la fantasía. la^ilusión. ni gustar de nada: Dicen los sabios, '- ^ nación sino agonía de — ¿Qué ideales? — cuando Job es la resig- ^^Así, se encontró libre de esclavitudes, vio y dolor experimentó ali • >^ Érale angustiosa la que a basta un desengaño para curarse de El jumento aceptaba todo. drúpedo lle- la libertad; sentía el cua- melancolía de un preso que en cade- nas hubiese perdido la vista. - Estaba viejo. Jamás, jamás brotaría en su corazón aquel capullito que antaño le hiciera estrecemer de amor. ^^ Vagaba ahora por sotillos y potreros, gus- tando sólo del alimento, como un anciano teme- ?*!• '»&«?• ::-y ;'ÍSiSyíí; .- -- -'-^i;-i\ví;:?w-v:i.vi/-w- 'Syf " ; -f^ítjS.S'ig'í.-^sa!:- i — roso de soñar. . . Y 25 - ^^7: sucedió que una de esas tar- des de vagabundaje, vínole repentino deseo de aventura y echando la pena al lomo, salió a re- correr desconocidos senderos, sin volver la vista '' hacia atrás. Caminaba deteniéndose a monear en uno que otro árbol trechos, para ra- que del sendero tentaba con sus delicados cogollos su apetito de viejo. Perezosamente recorría un trayecto que no sabía adonde. lo llevaría - I i Después de mucho vagar, llamó su atención un punto que azuleaba sobresaliendo de los inci- pientes sembrados, y que se balanceaba donairoso al soplo del viento. / —¿Qué será aquello decía Job — jamás he tan herrn,ioso? — > se visto algo dé igual belle- za en la granja del amo. Pausado sam^ente, el tranco, fuese allegando cautelo- temeroso de que apareciese. X el apunto azul des- .; "#;•- i:- — 26 —¿Será una un pajarillo — — pensaba o será ^y^ flor? Job tenía sus recelos al aproximaVse, pues una vez quizo demostrar su gran admiración a una rosa y ricia, dióle pues un beso. Torpe debió la flor, vóle sin piedad en ser la ca- como creyéndose atacada, el cía-. hocico, su puñal de espinas Desconfiado, sigiloso, acercóse Job a la arro- gante mata que mantenía erguido a los vientos el objeto azul que despertara su codicia. Una g"utural de su tragadero. expresión de asombro escapó ¿ Estaría soñando? * Si, aquello era un cardo de corazón azul. Haciendo memoria, recordó nuestro burro la superficie del aljibe que, ctitrante traba en su espejo igual colorido color que según oyó decir ro, era reflejo del cielo. no sabía de día, de la mo^ flor cierf5 día a su arrieel pobrecillo Job, que latines ni entendía de cielo, creyó un pedazo de corazón a Y al el ese cielo había caído para la flor. que formar . ^-^•Sj'. , Obscurecía lentamente, montes y pinos destacábanse^ recortados en La noche empezaba cido. lias el - horizonte empalidea encender las estre- V de su cortejo. embebecido cavilaba, Job ante cardo. el Dura complicación albergaba en su opaco cumen ' ca- . La . • para hacer lor de la flor la y del agua, comparación entre si no le el co- ; era posible apro- ximarlas? Nervioso husmeaba aquí y allá yerbas que no comía; su cola iba en desordenados giros cudiendo las hojas vecinas. ¿Cómo haría él sa- para librarse de esta curiosidad que le complicaba? En movimientos rrió levantar por de interrogación se le los ' I Job quedó suspenso. ¡Milagro de la ocu- primera vez su cabeza hacia espacios. ! . cisterna quedaba lejos; ¿de qué' medios se valdría gros . bóveda era recida de cardos ,azul los mila- y estaba toda, toda flo- . — 28 — * Job ya no recuerda sus ' tristezas, no sufre por su vida desierta Cuando posan bajo sus semejantes, todavía esclavos, reel techo del establo, él los abandona silenciosamente y se interna en las llantinas obs- curecidas "Alli, cielo na . en medio de s-4r- Jfaj quietud, alza sus ojos al envolviendo en una extática mirada huma- los fúlgidos M. la cardos del campo azul. *^1?T sfi f' § t f f I: 'íií CAPERUCITA ROJA --^i % s^ .^ -- . ^.,¿^71 ^ ^^ CAPERUCITA ROJA ¡Caperucita Roja! ¡Pobre muñeca rubia, cuya historia tanto hemos 'escuchado dia de su Como alma de la penetrar nunca la trage- flor! ustedes saben, Caperucita era buena, pero curiosa. en sin Amó demasiado la plática del lobo soledad del bosque, olvidando los buenos consejos de su madre. ¡Era tan melifluo el ,^~\ ladi- ! ' :--fw- '^^^ "'. I — 32 vi no lobo! Sabía mirar tan hondo con sus ojos en- como ascuas. cendidos Caperucita no pudo escapar de esa red hábilmente entretejida de sutiles encantos, y mutriturado rió, ja. . los dientes de agu- ¡Pobre Caperucita Roja, frágil cosita de . sueño corazón entre el ! ¡ Con pena debemos llorar cjué la muerte de tu alma de flor * * En un esto hace país cuyo mucho nombre no recuerdo tiempo, — — vivía una señora de viu- da que poseía, como inmenso y único tesoro, una Era hija. la niña tan linda, tan blanca, tan ru- bia, tan suave, cual ve; era ángel rayo de sol, cual copo de nie- humano cuya carne fuese hecha de raso y pétalos. La viuda adoraba a su hijita; ella corres pondía a ese cariño con beata sumisión. Caperucita debía su nombre f ,*.1^ '•** al traje que . — 33 — siempre vestía: una hermosa capita y gorro de color rojoy que sentaba a las mil maravillas en sus cabellos de oro y nacarada tez Cuando Caperucita cumplió quince zole saber la madre todos expone una criatura obediente. las La los peligros a sin experiencia, agrados que trae consigo años, hí- la que y todos se los conducta honesta y niña, emocionada, prometió seguir amorosas enseñanzas. Como la viuda fuese pobre, ayudábala su hi- ja en los quehaceres domésticos, dedicando sus momentos de recreo a las gallinas, a las cuales daba de comer migajas de pan, y regando flores, cuvos tallos las ostentaban su frescura en las macetas del balcón. Caperucita, sol; la salía a cos, diligente, cesta bajo el veían. levantaba con el brazo, ligera y bulliciosa, hacer compras. Eran sus andares rítmi- armoniosos; había carita, se que provocaba tal gracia en la redonda el piropo a cuantos la — 34 — Ella, naturaleza humilde, borizada y sonreía como rubines el bajaba más los ojos ru- casto de los que- . ¡PobVe chiquilla rubia! Una mañana hecha de luz, de cantos, de per- fumes, Caperucita, embriagada de irresistible tentación de ir a al ; río. sol, sintió la bañar sus piececitos El agua clara era su juguete predilecto. Cuántas veces hubo de amonestarla su para que retirase las mamá manecitas casi yertas del chorro del pilón! Caperucita tenía formar un la peregrina octu'rencia de collar con cuentas de rían multicolores al Esa tan bella — si si me mañana, no pudo qué ha de enojarse el le diré nada. su atolondrada reflexión salió, — el chica sus- la río. mamá vendré a tiempo para hacer atraso, no brilla- sol. traerse al deseo de llegar hasta —¿Por agua que la — pensó- comida? y Conforme con cestito al brazo, La 35 — Y roja gorrita colgada a las espaldas daba libertad a sus rubios bucles, cuyas ensortijadas hebras flotaban desordenadas al viento. Juguetona, corcobeante, esta cabrita nueva despojóse de sus zapatos y en un cerrar de ojos estuvo dentro del agua hasta las rodillas. El un rezo de al quieto, quieto, río, follaje; parecía murmuraba apenas dormido en su urna cristal. ¡Qué En rica, qué fresca burbujeaba ansia indecible de agradecer nestar que le regalaba el el agua! dulce bie- la corriente, inclinóse Ca- perucita hasta las ondas y les ofreció sus labios. Fué tan musical como el ruido que al el chasquido de aquel beso, caer en el río haría una pie- dra preciosa. ¿Acaso no eran los labios de Caperucita, un corazón de paloma tallado en un solo rubí? Inconsciente la chica en su felicidad, no había -nbtado dos ojos como carbunclos chispeantes, . - t---í^c?í-;-- '-~í*^. — que lla la te la 36 — -5^-, í?,'" I observaban detrás de una barca eHtS^ori- opuesta. ' x ¡Qué iba a notar ella Pero la humana imagen que el lobo! estaba codiciosa de' fiera, se destacaba en medio de la brillan- naturaleza, cual una esbelta flor primaveral. De un brinco saltó a la barca, a espaldas de y acercándose sin ser notado, ella, la sorprendió con saludo amable impregnado de perfidias y de mieles — Buenos mis OJOS que días, Caperucita Roja. ven y mi corazón, que a tu son- te risa se adelanta. , — Buenos niña, — da la no le días, ( señor, — de pescar. ¿por dónde ha llegado usted, corriente me qut; ¿Te gustan trajo hasta aquí; venía los pececillos rojos, perucita? Son tocayos tuyos. V íítst£i&'^ respondió azora- he visto? —La ..: Benditos Ca- ! _ — Oh, j citas; sí — ! 37 — ' respondió juntando las mane- — y agregó tristemente. Pero no den pescar; son tan ligeros como de luz que echa morir. el sol sobre el se pue- los gusanillos cuando va a río ^ —Caperucita, a buscarlos para —¡Oh lo; ' sí! Mañana tí. ¡Oh — traeré una ¿quieres pescaditos?' sí! Yo los tendrás. — exclamó llena de júbi-' para llevar- tacita de porcelana ' los a casar^x^ —¿Me\prometes el que vendrás joven tomando una de las — y no dirás nada a nadie — ¿Por qué no podría '¡ iré — preguntó inquietas manitas ? contárselo a mamá? Se pondría tan contenta —No, tontuela; mejor es ofrecérselos de improviso. —Tiene usted razón. Pero ya es tarde y debo marcharme. Puede notar mi madre que he estado en el río. —Adiós Adiós, señor pescador. Caperucita, hasta mañana. í-ipíips^a - 38 * * * Caperucita trabajó aquel día más contenta. El gorjeo de sus cantos subía hasta anidar en las madreselvas que tapizaban de la La casuca. viuda, empapando su alma en No la madre sabía la los viejos muros embelesada, escuchaba dicha del tesoro. secreto que aleteaba el dentro del pecho juvenil, como paj arillo travieso que le A río, ^ hiciese cosquillas. la mañana sig-uiente, Caperucita volvió al pero llegó a casa sin los peces. No obstante, continuaba en su gairganta el arrullo de la alegría. El lobo, en su vida la el muchas veces porcelana cecillos. í^i ya había venenosa gota verde de Sin que de terrible lobo, notase lo al río. que la la esperanza. señora, volvió la chica Continuaba vacía había d'estilado de guardar la tacita los pe- — , Y 89 — pasaban, rápidos cual flechas a los días través de rayos lunares. Y así transcurrió seguía cantando; pero un oído Ca^perucita que fuese atento habría notado Además, canciones. ¿Qué un año. la tristeza niña palidecía. la tenía la dulce Caperucita? enferma de ese de esas Ah! estaba mal cuyo verdugo mata terrible martirizando lentamente con sus garras sedosas y finas. Caperucita amaba. Y . . fué una noche, una noche de viento, de obscuridad, de tormenta, cuando la niña aprove- chando sin el sueño de la madre abandonó un gesto de piedad para el hogar, ese inmenso dolor que dejaba dormido confiadamente. El lobo la había hechizado hasta hacerla más sagrados olvidar los La madre enloqueció dé pesar potente para encontrar ¿Y ella? sentimientos. el — me dirán ! i verse im- perdido tesoro. ustedes. fué de la pobre Caperucita? I al — ¿Ella, qué . .-''•c- ::': — Cuentan una tarde, los 40 '' - ,-'^«j" víJ^i;-;.-^ mM" - pescadores de aquel país, que cuando venia el río traron cerca de unos matorrales revuelto, enconel cuerpo de la desdichada Estaban desencajadas sus preciosas V aun conservaba las mejillas, manecitas estrechamente uni- das en gesto de imploración. Una gran herida dejaba descubierto el co^ razón de donde manaba sangre roja, tan roja como sus labios cjue triunfaron de la muerte en un regio color de rubí. Desde entonces todas el cora^zón cubierto por nuestra sangre. das por el las una caperucita roja de Porque todas hemos sido (-...., iássíi.¡,,. heri- lobo de ojos brillantes, de gestos gra- ciosos, de palabras melifluas. -. mujeres llevamos . . ¡ A LA VERA DEL BRASERO "\ ,„^--wm^m -" ^Tí'fSP^Í^fKC -"b ^!^},'-v*- •; ' iw^asj'.?ss- ,ip;«55. A LA VERA DEL BRASERO Frente a mi incensario que deja escapar por las bocas de bronce puesto a recordar. . el humo del sándalo, me he . Este humo, perfumado y azul, evoca mi ju- ventud a la vera del brasero tradicional de mi tierra; del viejo brasero los siglos; el que posee el de las buenas abuelas, secreto de el cariñoso — 44 — brasero que hace pasar las mejores noches a los nobles y trabajadores huasos de Chile. Me visita el espectro todos mis recuerdos, de mi madre sonri'e, . . . Entonces tenía yo diez años y era da de sobre mi frente con toca sus dedos de niebla y desaparece qíie, segun- la hermanas. seis Decíase que éramos bonitas y nos llamaban "las ondinas del Rhin", por nuestra larguísima cabellera rubia y nuestros ojos de turquesa. I^a mitad del año vivíamos en la otra, la pasábamos en alguna de mi padre, lugares en la las fincas y de y hermosos, internados región del sur. Cuando seis fértiles la capitaí se aproximaba la primavera, las criaturas de salón, correctas y puntillosas., familiarizadas con \la historia griega y romana, conocedoras de cuatroX idiomas, volvíanse peque- ñas salvajes, faltaban titutrices eí y aturdían a respeto a las rígidas insla indulgente madre con parloteo bullanguero de aves americanas r ' . , , . — Qué bkn i nos vamos a divertir campo! Yo, más soñadora y provocaba la risa fantástica de todas, de mis hermanas con mis sa- lidas románticas, en ta sobre la medio de una vulgar reyer propiedad de una fruta o de cualquier baratija de nuestros juguetes. Esto do de ''loca" Me el - s la en que me prodigaban me valió apo- en coro. embelesaba pensando en los lindos cin- turones y pulseras que haría de las tornasoladas pielbs de lagartija; buscaba en dibujos que ejecutaría, a con manera de las blancas semillas del da en de la el tinta, escritorio de imaginación la Achiray, mi padre, no dejaba un papel las los indios, y, encerra- manos negras ni tapa una de mis producciones cubistas o de libro sin futuristas. El campo tenía para nosotros, además de los árboles, del lago que los cuentos donde trepábamos como urracas, y el atardecer doraba, la atracción de í "Ww - 46 - Trágicas y deliciosas, aquellas noches que pasábamos a vera del brasero, en la la choza del primer capataz." Oíamos con devoción leyendas macabras las de ánimas en pena y de aparecidos en los largos caminos obscuros. Nuestros padres nos enviaban a las ocho de la frente, y ternal de "Dios te vuelva ximo tres cama noche; nos despedían con un la no beso, sobre Las la dulce estribillo el una mayores teníamos a tier- ma- santita". el dormitorio pró- cuyas manos esta- ai de la vieja criada, en ba depositada todavía confianza de la casa. Sabina nos había visto nacer. Treinta años antes, filé fella que recibiera quien llevó a nuestra madre para el agua del bautismo, mayor timbre de honor. Las sa, y eso era su llaves de la despen- del granero y de la bodega, colgaban de su cinto atadas al cordón de Santa J^ilomena ostentaba orgullosa, :í como un soldado . Las sus óonde- ! — ' áT — V;. •';>; • Cuando Sabina hablaba regañando, Curaciones. amenazciba tempestad en la cocina, y las sirvien- apresuraban sus tareas, tratando de tes jóvenes ocultarse ante los ojos investigadores del ama. Sabina nos inspiraba carino y admiración. Pensábamos : ¡ Qué honrada es ! Tiene bajo sus llaves todas las cosas ricas: galletas, caramelos, azúcar, vino, dulce, y no toca nada. una heroína digna de figurar al ¡Sabina es lado de Juana de Arco! Comparaba la voluntad de Sabina con mi ¡Oh, si hubiera yo cargado por un debilidad. momento con las preciosas llaves de la despensa ¡Qué soberbios atracones de dulce; qué largos tragos de vino de Misa tía en la ! Sólo de imaginarlo sen- garganta un cosquilleo que me daba ga- nas de gritar ... Cuando nuestros padres se retiraban a la al- coba, después de leer los periódicos vueltas de brisca, nosotras, y jugar dos "las tres grandes", ! — 48 - como solíamos llamarnos, despreciando me- a las nores, nos íbamos en puntillas a la pieza de Sabina, y ' le allí, con voz cariñosa y tono suplicante, pedíamos nos llevase a casa del capataz, para un cuento y tomar mate. oír ^¡Llévanos, Sabina! Seremos buenas. Te a5^daremos mañana a recoger los huevos en el íjalknero v a desenterrar rabanillos en la huerta para almuerzo de papacito. el —¡No, niñitas; no, puede sorprender mi señora y ben ustedes, palomas ; — \ No, Sabina persuasiva. jate, — ! el le retaría. Ya agrada que sasal- resfriarse. — Es verano, implorábamos con voz Jiace estamos transpirando. premo me a ella no gan de noche: pueden Miren que nos soles! — mucho Y calor; fí- para hacer su- argumento, besábamos cucañeras las bronceadas y redondas mejillas del ama. , —Bueno, ¡calladitas!; ni :"*í^-.. pues, vayan a ponerse abrigo y una palabra a naiden... ! _ 'J 49 - " ' . :: Sabina cogía un gran pañolón de vicuña y se embozaba en ; desprendía rosario de la pe- el y después de besar rilla del lecho, deslizaba en él el gran el crucifijo, lo de su delantal de bolsillo cuadros blancos. tela azul a —¿Está lista la — comitiva? preguntaba Luz, mi hermana mayor. vamonos — — respondíamos en coro. Sí, rato, ligerito sí, ^ para estar más ^ Salíamos, una por una, reteniendo la respi- íbamos tan ondulantes, bajo nuestros ma-, ración, r melucos blancos, que tomábamos apariencia de gigantescos gatos a quienes capricho de bailar en las arenas Leal, el arabesco que dibuja en perro guardián, era cómplice de núes- tras escapadas. En cuanto nos veía, se arrima- ba a nosotros, lamiéndonos do nuestras capas con — Chut, ¡ hubiese dado fulgor de la luna. el el el les el las vaivén de su alegre cola. Leal, despacito mamacita, y entones ... manos y azotan- se ! Que nos puede acabó la fiesta oír ' ' <i,3F/, w-.-y'^íf' T 'Tw -"T'y-'' > - .. : ' '.^ry^.i^ *'' V .'i f ,i*'í' .,". -'^•=^S5> .'"-,1 ''.- .'"i-'íV" ''' <- .v'-'-'xí""'--' 50La casucha ' del capataz quedaba dras de las casas. Se llegaba a tres ''-' cua- por una ave- ella nida de álamos que separaba a un trigal de un potrerillo de alfalfa. " Ese trayecto hacíamos corriendo y saltan- lo do, envalentonadas por las risas de Sabina y pro- tegidas por la noche. mamá Seguras de que no nos vería, apro- vechábamos en disfrutar de todo .Quitándonos dar sobre pantando el las capas, nos lo prohibido. echábamos a ro- aplastando las espigas y es- trigal, las perdices que anidaban. allí Tam- bién jugábamos a las escondidas con Leal, que, al sorprendernos, se volvía implacable contra nuestros fundillos. Eran de ver do las cavilaciones de la institutriz le llevaba esa mamá prenda de cuanvestir, pidiendo género para remendarla. —Pero Miss Ketty. ^jm. si estos ¿Cómo mamelucos es posible que son los nuevos, rompan -m-- así De ? - 61 . , . 1 seguro que estas niñitas riñen en sueños — decía nuestra buena madre. — ¡Basta palomas! — Así daba voz de alarma Sabina. — Vamonos niñas, que con las fieras ... la se les puede pegar en ropas uno de esos cucarachos las venenosos, y picarlas. Ante insecto el — terror que nos inspiraba el famoso queN tomaba en nuestra mente dimen- — como movidas por un siones de bue}^, resorte, nos escapábamos del trigo, rogando a Sabina nos mirara, y tirándole una del pañolón, delantal, la arrastrábamos al la otra del claror de la luna para que nos examinase bien. — Ya está ; si no tienen nada . Vamos ros a casa del compaire; puede que tenga lentito y matecito de leche Tres golpecitos a se abría, pataz, la mostrando en un "roto" alto, manera llamativa y . . luce- pan ca- . puerta de caña, y ésta el umbral al primer ca- fornido, vestido tie una pintoresca. -:-,-j*ító ; , ,-,,,--.,.,,,,jy,iip,g„5pv 4 52 - Ajustaban sus pantorrillas pantalones an- como gostos, cosidos en las piernas, y desde cuello hasta las rodillas colgaba el clásico poncho Los botines amarillos, con tacones chileno. tos y puntiagudos, tenían la ña barca de río . Adheridas el al- forma de una pequeal calzado, dos es- puelas con grandes rodajas de plata, imitaban dos estrellas. El sombrero de alas anchas y copa en for- ma de pan de azúcar, no tenía otro adorno que un cordón rojo con dos borlas y un barboquejo anuda:lo bajo las mandíbulas. — Buenas noches mis señoras, pasen ustedes, ^ que yo rnuy contento de tenerlas por acá. — ¡Oye r*es de amitas. avivar la casuca; A el Matea! — gritaba para los interio- — aquí está la comaire con las traer panecillos frescos y carbón para* fuego del brasero. Después que Matea pasaba un trapo sobre los asientos, unas banquetitas de bejuco, blandas _ 6á - y limpias, nos acomodábamos a la vera del amo- 'roso brasero, donde invariablemente, a cualquier hora del día y de la noche, hervía agua dentro de un gran cacharro. mos I —Cuéntenos un cuento, Anacleto; a eso he- Estamos locas por oír ese del animita venido. de aquel pobre arriero que mataron hace tres años i aquí, detrás de su casucha en la avenida de palmeras. mi hermana mayor, le este Y tesía las, su — se dirigía a — con su venia va a ofrecer- humide huaso el primer mate e leche. haciendo reverencioso saludo de gran cor- en el campo, con mucho ruido en Anacleto alargaba el tostada por —Gracias, Anacleto; (Jue te las espue- mate que temblaba en mano rugosa cuento , , -Su merced misia Lucesita, - las el sol. cuéntanos ahora el pedíamos. Sentábase el huaso, muy serio, y después de . _ hacer de la señal 64 cosa que nos infundía "'^ la cruz, pavor, empezaba —Este que - V 'era ' mi compaire José arriero de fundo traba ¡aor y honrao. El soló este hecho unos cuantos que ganaba en Le lo too. iba harto bien a gocito y en dei porque aemás de muías, había plantao una cha- las con maizal y crita realitos se había pu mi compaire iñor, tar 'en vez por eso, el le ne- toma- ron entre ojo argnnos picaros sin alma; y una noche que José venía por esta júnehre avenía, un bandío y salió le Cayó muerto rajó el muerto que aunque vio me ico el abrió más el corazón de una puñalá. compaire le le ''al tirito", tan re- llevaron al hespital y lo con unos aparatos, fué inútir; no los ojos. Pobre compáire; yo lo vi al pobrecillo y me dieron unas ganas de buscar por cielo y tierra al malvao mataor, pa hacer tripulas con selas después al perro. Y- ' él . y dár, . Pero na; nunca la polecía. No como pan a les — interrumpió las iñoritas sus , .; ;-'; huaso, el — mercedes, tú sabís. gusta er candial. los ojos espantados, Un . supo na y eso que se metió e Nosotras mirábamos < - dieron con su^*Vastros. "A ver Matea, tráeíes - 55 la cara de Anacleto con redondos como platillo. pequeño escalofrío nos recorría palda, y de vez en cuando, mirábamos la la es- puerta creyendo que alguien nos iba a tirar del pelo, o una mano A fría a posarse sobre la nuca. pesar del miedo, nos engullíamos necito que nos sabía a cielo y con pedíamos a Anacleto continuara —Gueno la pii, — el decía éste, la el boca pa- llena, cuento. — ahora viene parte fea, pero no se asusten mis amitas. Bspiiés que había pasao un año y se cumplía el daniversario del compaire José, una noche es- cura como un horno apagao, se hijo de ña Ufrasia, lavandera ' le apareció al del pueblo. - . /-, • . _ Se le apareció con 66 ^ elV puñal atravesao en esquilefo con todos los huesos al aire y zón colgando. Icen su cara. Venía de qiii Er hijo de el cora- gesto de montaña haciendo como la arriaba las muías pa era horrible el el el que, potrero. ña Ufrasia arrancó a perderse, "patitas pa que te quiero", gritando: ¡socorro!, y vino a caer a esta viesniita puerta que acaba de abrirse para sus mercedes. Al riño, mos en Matea y yo nos levantamos y otro crimen cuando vimos tendió, blanco como la al muchacho harina. Bspucs de friccionarlo por entro y por ra con aguardiente, aguardiente er susto al le cabo de Y tilla se del — gastamo mas pH, — porque fino, creí- e un fue- litro e paese que dio sed y cuando se alentó, nos puso lo ocurrió. acabó mi cuento y ''paso por una zapa- rota" pa que cornaire Sabina nos cuente otro. Inconscientemente nos habíamos acercado a .*•• . _ ;' •. Sabina y las tres, rrábamos al do, las - ' tomadas de - la ,;:'::;;,- ; mano, nos afe- pañolón de vicuña. —Vamonos, — vamonos . cleto; son 57 más de Sabina . — í decíamos temblan- pero que nos acompañe Ana- . las doce y es hora de trajín para ánimas Salíamos silenciosas, apretadas unas contra otras, sin osar luces de crimen a mirar hacia arras, adivinando las velas lo que señalaban el sitio las de un largo de la aveni4a de las Palmeras. Caminábamos ligero, tapándonos los no oír el silbido de las lechuzas los pavos reales que se desvelaban en y oídos para los gritos el de parque. Cuando llegábamos a casa nos deslizábamos despacito bajo las ropas de la cama, cubriéndo- nos hasta los ojos y transpirando frío de terror, escuchar el Muchas menor ruido. al - veces nos acostamos las tres juntas. y entonces más valientes, osábamos mirar hacia la \ ventana, "donde veíamos balancearse en un vie- ?i;^».?í?W<??f5P4;r:;;^'--.-^-2?;^^ jo pino, el 58 - suave fantasma de la luna. Abraza- das nos quedábamos dormidas. Frente a mi incensario, sigo recordando. Las brasas se han extinguido. Brutalmente deshace gocijo el la el viento última figurita que formó para mi re- humo perfumado. r^' / •n EL RETRATO s "X 'VS-ir 'jpfstí..-- ^. ^ '? .-^ ' «;%í«;v-t;,í ;': -W" EL RETRATO — ¿ Qué es el dolor chiquillo a su —Qué ^ ? — preguntó una vez un madre. dices hijito? — contestó enar- ella, cando sus cejas en movimiento de complejidad V duda. — ¿ Qué es el dolor zando su vocecita de ? — repitió la criatura, al- flautín, con el gesto mimo- so de su boca rosada. ¡Oh santa ignorancia de <^ las pasiones! ¿por : — 62 — qué no anidas para siempre en del cuna amorosa alma infantil? Dejó lámpara, la joven madre su labor cerca de que alumbraba tibiamente amable, y tomando ternecida, le — ¿Por ta, la el la grupito nene entre sus brazos, en- al habló qué me haces tan extraña pregun- nene de mis entrañas? ¿Quién ha pronuncia- do a tu lado esa palabra? Y la mamá, apretaba con sus manos lar- gas desnudas de joyas, manos de monja o de mujer honrada, la fina —Mamita, me jecita cabecita. lo dijo la vecina, aquella vie- que suele traerte flores para Verás. Primero Virgen. la me preguntó por tí, con esa voz que parece estuviera siempre llorando. "¿Có- mo está /fu mamitja, nene? ¿Siempre tan sola? Tienes que cuidarla mucho", dijo : pirando, mientras yo jugaba con puerta, ella hablaba solaxv Y después, sus- el gato en su murmuraba : —^ Santa — , — 63 de Dios, y dicen que hay justicia cuando en esa pobre alma parede que sañado. ¡Oh viejecita, — ¿ la tierra se exclamó tan fuerte dolor, dolor!, que yo Decía me asi ? . hubiese enla asusté y vine corriendo. . — interrogó la madre,' estre- mfeciéní^e en un impulso helado de su alma. — Sí mamita, Por eso sí. es el dolor. te pregunto qué ^ \ Palideció la mujer; un gotear de lágrimas silenciosas rompió ticos: ojos de iluminada y de bestia humilde. — Por qué — gimoteó I res! lloras el mamá ? No quiero ¡ chiquitín, núscula personita en el veía, a través de los agorero en el la Ventana donde se ca'er la espesa como un presentimiento silencio de los campos. —Tengo miedo, mamita; tengo miedo. —De qué, mío? hijito < •^ llo- acomodando su mi- cuadrados, la noche, que regazo maternal. El chico miraba hacia obscuridad de de sus ojos enigmá- cristal el i. \ : - - 64 f —De de aqui — y — No tu llanto y de la oscuridad que veo desel chiquillo señalaba la ventana. te asustes, res nene mío, no es nada. ¿Quie- dormir? — Bueno, buscó el —y mamita, hueco blando de La llama de la los la cabecita confiada, brazos maternos. lámpara tenia palpitar des- el mayado de un corazón enfermo. Colgado a los barrotes del lecho se balanceaba, imperceptible- mente, un negro crucifijo de ébano con sus brazos _(le plata, abiertos como alas lunares. Las dos camas blancas, extendidas .arruga en las simples colchas, daban de (jue ojos la la sin una impresión hubiese puesto en ellas las sonrisas de sus Madre de Dios. Suspendido entre las cabeceras, relucía un marco acerado, sosteniendo, en sus extremidades Ja i imagen de un hombre Dulce funesto el la . mirada, correcto pliegue de la boca. t el corte de la nariz., — /-=/... —¿Qué 65 es el dolor, débilmente entre sueños La — — mamita?, el hijito. balbuceó ' maidre nada dijo, pero sus dedos afilados se crisparon, y levantándose en un gesto descon- solado y rebelde, señalaron y reirá siempre menino. N la el retrato, donde reía eterna causa del dolor fe- '->ií>~--; ír^ i^"^. d QUIEN ERES ^ ':':Mmr'- ¿f ¿QUIÉN ERES? Una noche de esas noches cálidas de verano, en que todo pirar, ^1 cuerpo se vuelve pulmón para res- buscando fresco, con busca oro, me dirigí la dificultad del con paso lento a que las afue- ras de la ciudad. Después de mucho caminar y maldecii'^la temperatura, di con un rincón a mi gusto. Era éste dín. una hondonada en medio de un rústico jar- Verde abajo, blando musgo, azul arriba, ! — incendio de astros, y 70 — ' como una fuente orquesta, deslizante entre las piedras. ' Libre de inquietudes, suspirando de bienestar, despójeme de mis atavios, moderno peregrino vios de me a los espacios, pantar los — ridiculos ata- — y tendida de cara dispus>e a soñar, mosquitos, que es la dormir o diversión obliga- da de todo paseo campestre. No lejos ranas, sapos, es- <. y otros molestos ani- maluchos, oficiaban sabatinas en el saxófono de sus gargantas, cobijados bajo la espesura de las plantas enanas. 'Pardos murciélagos dibujaban misteriosos círculos en el chisporroteaban en sombra, záfiros y esme- raldas de' los árboles, perfume de ¡ jsi las luciérnagas noche abanicábase en la ración agitada. el y . Desnuda, na la aire, Qué A lanzando a la coro- los cielos su respi- sus pies, las rosas exhalaban la tierra fecunda. beatitud seráfica dentro de mi ser llegué a creer que había muerto! ! ¡ Ah : — — Tí 7 Adoro la noche que nos hace sentir la pía- cidez del alma naturaleza; la santidad de tanto \ que vive más ser allá del mi paz os decia, tal era pensamiento; interior, y, como que imaginé ha- bia muerto. No Profundo fué mi letargo. de cuenta era voz oído, to. si Comenzó aquella voz que humana supe darme hablara a mi o voz de presentimien- así —Vengo desde muy lejos a cuentro que has usurpado mi porta, quédate; mortal, el desahogaré reposarme y en- sitio. Pero no im- contigo, criatura secreto anfargo que traigo de mis an- danzas por esos mundos de seres intangibles. Presta atención \ —Los hombres nio; si te — del siglo susurró la extraña voz. pasado me llamaron ge- acercas a mi fosa, verás sobre insignia del buho sapiente . No ella, la desdeñaron elo- gios; también leerás en las preliminares pági- nas de mis obras la palabj:a inmortal. — Sentí A — i que la — 72 — En- voz se hacía irónica, despedazada. greído en mis saberes todo penetré: ciencia, tiirgia, magia, química, física, poesía, filosofía. mi loco delirio de soberbia! creí que en beza la apóstol, verdad encendía su tea. li- Me ca- proclamaron quemando ante mí humano Icono ¡ ! los in- ciensos y mirras destinados a los dioses paganos. Bajo el sayal de humildad, rebelde a la modes- pavoneábase erguido mi espíritu fatuo. In- tia, feliz Hueca estaba mi mente como de mí. es- piga sin grano. En gó el apogeo de este nefasto esplendor, la inevitable. Irritada sin duda de tanta lle- fal- sedad, de un solo tirón, despojóme de la mísera vestidura que ahora pudre entre laureles, allá en el rincón del campo Separado santo. bruscamente del mundo de los hombres, contémpleme desnudo ante los implaca- En un instante, la bles ojos de mi conciencia. muerte habíame transformado en juez de mi pro- :¥#«: - — 73 ;' Tuve horror de ver pia causa. ;;^^;' tanta bajeza reuni- da; enrojecí, vergüenza sentí de mezclarme con las otras gor de almas errantes del espacio, y huí del hasta perderme en la nebulosa. los astros Interesadas mis compañeras en _ conciencia, único arbitro de guieren mi vuelo. Una jarlas. prendiendo de Yo me ellas, la oír junto a mí ambos mundos, frágil de todas, si- com- me embargaba, me si- ^ - ruido de sus alas, apre- el suré la fuga, y de un solo envión me hundí en las sombras. frías ''Detente hermana, gritaba detente, donde alma temeraria. te te Esa región del Saos amenaza. Por Dios, retrocede, lo suplico". Como envoltura, mi perseguidora, lleva tu fatal vuelo, está inexplorada. Grave peligro Te de mi esforzaba por aventa- más que la tristeza el fallo guió llena de solicitud. Al ful- ' [ hacía poco había perdido aun perduraba movido de curiosidad k len mi mi humana los instintos, interrogué. y / . . !' ' " - 74 - -^ í Afable, plena de gracia, respondióme: "Vas hacia muchos lo ignoto, siglos nadie de diriges el vuelo. hermana. Desde hace ha penetrado Hay en él el paraje don- algo inexplicable, en vano yo y mis compañeras hemos tratado de dagarlo; talvez ocultó que rije los mundos; sé, no pero sé, no allí el creador el arcano talvez sea la nada... intentes penetrar in- la No ne- bulosa ..." Yo escuchaba y en mi espíritu nacía una peranza. Quizá encontraría en aquel sitio la ex- piación de mis pasadas flaquezas, ¡qué grande vio! Sin pensarlo más, es- ali- seguí avanzando en las tinieblas ¿Cuánto tiempo estuve silencio me allí?, lo ignoro. El envolvía en fajas de hielo, iba petri- ficándome como pedazo desprendido de planeta muerto Desesperadamente trataba de luchar contra el .X sopor que embargaba mis alas, creí sucumbir. Jamás olvidaré aunque atraviese los siglos. - Téque experimenté cuan- janlas, la dulce sensación do una mano de mujer, mano blanda cual las blandas manos de las madres humanas, tománI dome como un en hueco tibio el pajarillo entre sus dedos cobijóme jde las ^ palmas. Luego, con una voz que no escuché tan ar- moniosa en los tiempos de mi juventud, me habló de esta manera: /? Muy "Paz, hijo mío, paz. en mundo, cuando en el osado debiste ser esta región para ti des- conocida te aventuras a tan arriesgadas empresas. ¿ Qué te ha traído hasta mi solitario alber- gue? Después de Cristo no ha venido alma guna a golpear mi puerta seas el mensajero del . Habla hijo mío, acaso mundo que ha po aguardo". Nada mi al- tanto tiem- f respondí, inmenso dolor hizo inclinar frente. "Ven apóyate en mi corazón, hijo de la tie- rra amada, yo calmaré la angustia que leo en tus ojos, te daré serenidad". i v ?^ : '^'^jf^^^-^c.y'^W^^^^^^!^-' 76 —Oh mortal, escuchar tuvieses la inefable dicha de si la delicia - de esa voz, pasarias los tiem- pos de rodillas, sumido en éxtasis. Pero esa voz se escucha más allá de la muerte, y es sólo para aquellos que saben encontrarla. No continuaré hablándote de esa noble mu- jer ella es modesta, las alabanzas hieren su oído. Confiada, llena de fervor pasé entre sus ma- nos No los umbrales de una mansión incomparable. creas que en ella había fastuosidad, tono aper- lado velaba las cosas, que eran pocas. Había flores, las ras, más humildes que nacen en la allí prade- pájaros de todos los climas; libros, todas las obras modestas que en el mundo desdeñamos, y sobre una piedra de granito, abiertos los viejos brazos, un volumen donde damente grabado en letras resaltaba profun- de oro este nombre. Salomón. -i»* Observando ella que fijaba mi atención en esa páginas cuya escritura y lenguaje no conocía, díjome - 77 — **Este libro y todos los cia, que ves en esta estan- son de mi hermana menor que alberga con- migo". —Ya extrañeza me puedes imaginar tú que al encontrar tan lejos de oyes; mi a esa la tierra criatura rodeada de cosas familiares, extrañeza que aumentaba al darme cuenta del interés no >^ disimulado, que sentía por los habitantes del pe- queño planeta. Me sos, interrogó sobre los asilos de menestero- de huérfanos, de idiotas; preguntóme por las ambiciones y afanes del siglo; pero, llegó udo mi estupor, cuando la vi entristecerse al col- y de- jar caer sobre su pecho la cabeza orlada de albos cabellos. "Tengo muchos enemigos en díjome, suspirando. A los hombres/les debo mis ^ cabellos nevados. — ¿ tu planeta -t- Cómo, interrumpí yo cómo ; tu que vives tan lejos del mundo, puedes ser maltratada allí? i — t< 'Así es, ^ No puedo — 7« - dijo ella, inclinando la frente. explicarte, hijo mío; es — demasiado do- loroso, pero es así". — Díme, ¿quién eres, misteriosa te lo suplico señora, que tan afable acogida ¿Por qué vives tan sola me has hecho? y retirada con tu her- mana? "Ella y yo estamos desterrados desde hace veinte siglos. Cuando se consumó la tragedia del Gólgota, escarnecidas por los hombres, huímos de esa inhospitalaria tierra". "Pero — agregó, curioso, hijo mío. ^ ' reprimiéndose, — no seas Harto has penado purgando tus vanidades, no quiero que sufras por las miserias de los que aún vagan engañados en el mundo". —Gentil señora; dulce amiga, te estoy agra- decido. Quiero saber a quién debo la paz. "Sea ccjmo gustes, díjome severamente te. ,^¿rr,' Y plegando los labios en tris- una sonrisa que di- _ ' : 79 - " ' me bujó un t^nue refleja de ironía, Mi hermana damente: la es la Sabiduría y yo soy Eondad". 'perminando su de susurró que- la aparición, oído. levanté de extraña voz decirme adiós, se alejó pau- sin y sadamente de mi Me relato, sollozó la . un salto; revelaciones esas hundiéronse perforando agudamente mi cerebro. Cojí con precipitación mis atavíos de moder- no peregrino, y,. 'sin mirar, salí al camino. Interrogué a la noche en un afán incontenible de persuadirme que había soñado que bondad no existe ? la Y llegó hasta la palidez de las la fuente, en el mi : ¿ Es cierto la silenciosa respuesta, estrellas, en el chillar siniestro en llorar infantil de de las aves noc- turnas. Cuál reina empuñando su tras la ira, montaña, castigando al la luna, torvo mundo en un cetro, el apareció ceño, roja de azote de sangre. íí)K¥!^yv?^"F.'s:%*y' í^ EL LEGADO \ Ál^^.>£-áf^ EL LEGADO Este que era un hidalgo pobre, pero de justo y noble corazón. En sus épocas de miseria, supo encontrar medio de animar a su esposa y sonreir el al tierno^ infante su hijo. Rechazó con energía los procedi- mientos poco escrupulosos de proporcionarse bie- un nestar, prefiriendo tener privaciones;. eso le daba decía, chanceándose físico escueto mayor —y por las aire de señoría su lema fué : — "Hidalgo !í^,"---' ?>." <'*'?:'. -84 honrado, antes roto que remendado". El severo varón era de ánimo dulce, incansable amigo del bien. i Vivió en la tierra tros sabéis donde en . el año. . de verdad, lectores ? es, — ¿voso— Por los hidalgos allá tengo mala memoria, perdonadme, pero no recuerdo. Sucedió que el asiduo luchar, encaneció sus cabellos prematuramente, y encorvó sus espaldas. A pesar de ello, tro cetrino, la jamás nadie observó en su mueca de un disgusto. Proporcio- naba sumo agrado mano ros- al extranjero, estrechar esa flaca, ceremoniosa, que parecía un escudo de nobleza cuando para saludar, la apoyaba ga- lantemente contra su corazón. Crecía el infante a la vera de tan saludable sombra, repartiendo sus caricias entre ta barba llos del hidalgo, y la hirsu- los resplandecientes cabe- de su madre. Era muy pequeño aún, cuando un ^-r^ Lf í ' ^^ti i >*> traidor - 85- ^ ^ encuentro con ble señor, los moros arrebató y a su vez fieles, de los donde, olvidados de loquio, se retiraba el la vida, dormían un fervoroso muchacho con paso custodia de la fosa amada herencia sólo soli- firme, a los lirios, blancos pajes del silencio. Como los manos grandes ramos sus progenitores. Después de la de al recinto Distribuía esas flores religiosamente, la losa dejando feligreses de aquel mancebo llevando entre sus lirios. sobre «el madre. cirio los ojos de la Por mucho tiempo, lugar, vieron entrar vida del afa- pena de esta ausencia la apagó como un eterna, la •, le habían qu'edado, cuerdo del ánimo tesonero del hidalgo, y el re- la san- gre azul que circulaba en sus venas. Dedicóse el huérfano se cargo de las fincas de al trabajo, haciéndo- un burgués. No era de su agrado este deslucido oficio. Sus sueños lo re- montaban a épocas de guerra, haciendo resaltar en su mente episodios leídos en libros de caballe- y ':•'''/TW^f^!7S.¡ríilJ^^^ '¡ñfr-' l^:'-' 'V — fía, donde raptos se producían sangrientos encuentros y de hermosas doncellas, por 'enamorarse de Entregado campo, apenas distraerse. , — 86 muchacho La noche erminaban t arrogantes enemigos. los enteramente el que a '^us ,tenía labores tiempo para tumbaba rendido en lo de el fresco camastro, sin otro deseo que cerrar los ojos, y dbrmir. Los domingos se allegaba a la fuente para recrearse, mirando las caras rozagan tes de las la palabra, mozas, pero no se atrevía a dirigirles porque su carácter €ra excesivamente tímido. Guardaba su salario intacto en un carcomido arcón, con el el fondo de paciente propósito de reunir una pequeña fortunita, para emprender un largo viaje. Al cabo de varios años, casi agota- do por largas fatigas, se encontró poseedor de algunos maravedíes en oro, y pensó entonces, realizar sus ardientes Cuando tuvo todo listo, deseos de rodar tierras. suspendióse al cuello un _ 87 — : '- escapulario con la imagen de la Virgen de los Des- amparados, colgósie al cinto la espada del hidalgo, ' y partió. Los campesinos de comarca viéronlo ale- El muchacho era bueno; un jarse entristecidos. coro de bendiciones la acompañó en lo el camino. Al cabo de unos mieses, como no tuvieron noticias, lo echaron a4-^lvido, fiel compañero de los que se despiden. —Que si, que no, — disputan, en umbral el de una ri^tica vivienda, dos ancianas lugareñas. —Que no, mujer, que no puede quieres comparar a este dar vacilante, con co años; el el ser. Cómo hombre acabado, de an- joven que partió hace cin- otro era fuerte, trabajador, y este parece un mendicante. — No discuta, vecina, sobre lo que no está — — segura nozco respondió - 88 más anciana. la antiguo empleado de mi al amo Reco- en este mancebo. Sus ojos eran azules como cuentas de aderezo ma ; ahora están más turbios, pero es su mis- mirada tímida. —Ahí — ya viene — exclamaron las dos en coro sabremos a que atenernos. Un hombre un hombre, avanza por es si que así estrecho sendero, el puede llamarse a traña figura que se acerca; ¿es go? La flacura ha espigado su do del cráneo titilan los ojos, el la ex- hijo del hidal- talle, y en fon- el como próximos a ex- tinguirse. Camina sonámbulo, sitios sin fijar la vieta en los familiares; su andar es débil, lleva la ca- beza baja hasta tocar su pecho con blegado por el la barba. Do- peso de un gran abatimiento, bus- ca refugio en la tumba de los padres, tanto tiem- po abandonada. —Perdón, padres míos. He Venido arras- trándome a buscar calor de vuestros recuer- el cuando nada me quedaba de pureza. dos, Mi alma más que está pobre, pobre, el como en un campo des vastado. Tronché con inquietud todo febril, encuentro, mancillé lo bello ilusiones, que salió a alma hurgué en el vi- me cio, y en su charco dejé mi sana juventud. un amor ofreció ¡Ah pudierais ver lo enfangado y harto si que está mi sencillo, espíritu, no me maldeciríais, muertos míos! • Sólo . . Al frente del me resta terminar la obra destructo- deci;^^esto mancebo cruzó en un azote negro el del templo. sueño, cogió el en dirección taña. caviloso, apoyado en Luego, como saliendo de ancho sombrero caído sobre sas y salió del al la látigo del misterio. Largo rato estuvo muro mi el destrozé que ra. la- mendigo, y hay tanta tristeza en mi zarillo del interior . recinto, tambaleante, camino que llevaba a el uii las lo- pesaroso la mon- _ 90 - Sus manos fuertementes oprimidas contra el pecho, trataban de sentir la última caricia pu- ra, la caricia de que colgaba a su puso el el Virgen de cuello. los Desamparados, Acercándola a sus beso desmayado de su alma en bendita, y en su cinto la la la labios, imagen un impulso desesperado arrancó de espada del hidalgo, para atravesarse corazón. Pero el viejo puño de bronce cedió, abrién- dose en dos, y cayó de su hueco este amarillento pergamino. A Gonzalo de Lara ''Hijo mío: Guíame al legarte estos consejos miento de humanidad, y el ^ -f^ senti- propósito de volverte un caballero serenísimo, dueño de de firme voluntad, como un tal tus pasiones y debe ser el hombre que hereda el 91 - ] :i'r^ linaje de tu padre, n y de tanto va- liente antepasado. Estas líneas, trazadas por ciano, mano impregnada en combate por la patria y por la la mano de un an- experiencia del darán, for- la vida, te taleza en horas desfallecidas, y reconforto en tus instantes de amargura. Comenzaré por advertirte, hijo mío, que del camino que tornes dependerá tu vayas de prisa por fundos todo del mal que lo la vida, que aprende a extraer fruto que es lel No observa con ojos pro- te rodea, te acecha, felicidad. el bien. Si logras establecer una estrecha amistad con tu espíritu, no te exasperarán bles dificultades las sañudas e inflexi- que fatalmente esperan en mi- tad de la ruta, para hacer tragar al hombre el agrio polvo de que fué hecho. Quiero hijo mío, que formes para tu un ideal 'fuerte, icuyas atadas a la belleza raices estén culto, firmemente de tus sentimiientos. -V -;-.•-:-.., - ^''' Cuídate de todo fulgor, es ,i'--y:^ '^^-.'%'^^t. 92 que reluce, lo mejor medio para dejar 'el exceso de el la mente en tinieblas. Me un deber prevenirte, no tengas mu- es chos amigos; ten presente que cuando el diablo des gran importancia a los seres huma- reza engañarte quiere. No nos, ayúdalos siempre, consuélalos cuando pue- das. Tampoco tomes y alabanzas teresados . Los primeros, rara vez son desinsegundas, las ; estrictamente los consejos para lograr un propósito. tible de engañarse. nión con la la si definitivas El hombre es sucep- parece acertada naturaleza; de sabiduría; gestos Me armas son ella es te fijas bien, la comu- fuente insondable encontrarás en sus enseñanza que precises para allanar tus dificultades. Observa también a , de una ocasión Nada hay bajo te el sol tus servirán inferiores; en ellos más de provecho. que no encierre un ejemplo. . 93 No huyas - sufrimiento, hijo mío, antes el bien búscalo, sólo asi alcanzarás serenidad. Tú, con tu propio esfuerzo, debes de horadar el duro lecho de piedra donde ella se enconde. Las la primeras decepciones lucha futura, son Todo Guarda ser lleva el el • preparan para nervio de la energía. un tesoro dentro tuyo, hijo mío. del corazón. Cúbrelo con tus dos manos formándole una defensa no permitas que ; aquella larva venenosa, incansable perseguidora de la juventud, escoja en Acrecienta bondades, como la cuando playa de solo enriqueciéndolo en hormiga provee de alimentos su cueva de invierno tarde, su guarida. tesoro ese la él . El te dará pan moral, y dolorido la vida, el te más haya botado en fogoso corcel a cuyas cri- nes va asida la inconciencia Abandona el camino por donde vayan tus hermanos ataviados de relumbrantes oropeles, fantochesco ropaje, con que cubre sus miserias la .4 .7 !k 94 - hueca farsa humana. Viste de peregrino, hijo mío, y golpea rudamente con tu cayacío en terior, hasta que brote el agua limpia la roca in- del bautis- mo, agua donde deleitada, bajará a saciar su sed de bien tu alma. Adelante, y no desmayes, pon tu frente vuelta hacia los astros, y tu corazón descubierto a malos y buenos vientos. los Acoje en tu seno al desgraciado, tiende tu diestra al que te injurie, no rechaces las benditas penas que enseñan y redimen. Entonces, sólo entonces, hijo mío, recibirás la sagrada palma ,que de todos los te mundos y envía el Omniscio Señor justísimo tribunal de las alturas celestes. Paz te desea t Tu /- \'^-'' padre". — 95 /" "b , '•: * * Cuentan gos, que las crónicas de aquel país de hidal- ha muchos años, fué encontrada en lo espeso de las montañas una cueva sombría. Dentro de mía un ermitaño gada por los respetado por los siglos, dor- ella, el sueño eterno. ayunos, era la Su imagen misma de serenidad. pies, la ^ Guardando do a &ÜS faz alar- el con olvido del severo ascfeta, echalas icrines rebeldes tranquilo, custodiábalo un león. y mirar el "" , U "V V:-.4..>i- '^\ Ag., ti-l 1 £t*^^ SiP-T CONFESIÓN 'y^ CONFESIÓN Ven acá, tú anciano, que ahora cos ojos en mis páginas; para tí fijas los sólo, opa- voy a con- tar el último cuento. No desconfies de mi ^narración, y si ella te apena, te ruego ¡oh anciano! te ruego no llores. Serás cuento lo indulgente sé; con la princesita de mi porque ya veo en tus párpados anuncio del sueño que te llevará a dormir en el la gran cuna hospitalaria, hermana de aquella otra - ^- iOO — ! I de marfiil o de pino, donde te recibió, hechizada de ternura, tu amante madre. No temas descender a ;: cuna augusta, la la tierra también tiene dulzuras femeninas. , Anciano, préstame el apoyo de tu endeble pecho para c[ue en corazón que me escuche, es a En un el di a tu a quien hablaré. él reino lejano cuyos campos doraba en estío la fertilidad, a orillas del océano azul, vivió ha muchos años una princesa rir al nacer, roja con el nimbo predijeron los se magos la pensamiento. i -^ los au- "Copa de oro", No ella le hicieron caso estaba grabada frente de la princesita a raiz I estrella era mofaron de del reino. d€ la trágica advertencia, y la que debió mo- del signo fatal. gurios que, después de mirar en loca, y digo morir, porque su Sus padres, incrédulos, -,¥' -^ mi cabeza, recline misma del — La 101 — chiquilla era buena, tempestad. Su como buena espíritu hecho para los es la grandes encuentros, no tenía límite en sus audacias, en sus amores, y sus ansias. Ignorando los reyes, sus padres, el temple de esa alma juvenil, temían que aquella espontanei- dad, originara malos sentimientos y decidieron poner atajo a su desarrollo, como un torpe jardinero, que poda con filosas tijeras los brotes una encina, porque quiere que como se vuelva arbusto las otras plantas del jardín. Crecían ta, de los rasgos extraños en la princesi- a despecho de las crueles precauciones pater- — tú bien nas; para el sabes, anciano que reflujo del mar; por el no hay atajo contrario, parece que se enfurece cuando quieren cabalgar sobre sus lomos inquietos. / que la princesita Crecía : ¿No te advertí al principio, era buena esbeltamente, como cual la tempestad? los trigos — de aquel reino prodigioso, y era aficionada a soñar. .' ,,.:- " . - :"- 102 — i '. ' . '_- Todos sabemos que los " -."/¿"''^ sueños son trampa de . la fea realidad. Cuando llegó a la edad del corazón, petuosa princesita se dispuso al la im- amor, buscando entre los principes rubios, aquel qufe dijera mayo- res ternuras en su rosado oído. Para desgracia de ella, quien sedujo su alma fué un paje aventurero, que cantaba como el pá- jaro azul, y que hacía tan bien la comedia del que dolor, la princesa emocionada lo amó por compasión. Más tarde, cuando ya no había tiempo de pudo arrepentirse, ella ver el interior de ese ele- gante paje. Era de trapos raídos mo el de los títeres el corazón, co- que sirven de inocente di- versión. Anciano, anciano, que pena horrible ex- perimentó la pobre princesita; tia que tendrías ba las florecillas en el huerto dino? — tú, si la vieras que misma angusel viento derri-: plantadas por tu propia — tu tienes un huerto, mano ¿verdad an- — Uno 103 — / a uno, cayeron los castillitos que vantó su fantasía. Ella, le- todavía de pié entre las ruinas, parecía una palmera joven castigada por ira divina. rayo de el la Al verla próxima a sucumbir, todos los huracanes comienzaron a golpearla, do desatado en hacerla su víctima. el bonito rostro deseos. . el el mun- Con boca profana lanzaba en soplo amargo de sus impíos ^ la princesita, dula de sus huesos No ma- quizo pasiones . Sufrió mala? lúgubres sus los sé, ha dicho que no las sé. el hasta sentir en mé- la frío de la maldad. ¿Fué Lloraba mucho, alguien le almas que lloran tienen perdón de Dios. la princesita Sí, mente fijos, y las lloraba, con los ojos fiera- manos crispadas sobre el corazón. Era buena, buena, como la tempestad. Al cabo de algunos años de rudo combate - '• por la vida, porque 104 — /y^mM-: " i . la chiquilla quedó abandona- da de todos, silenciosamente triunfó en bien. de el ' Esa cabecita llas ella loca hecha para todas las be- frivolidades, se inclinó cargada por la el peso meditación, y sus manos, antaño mariposas traviesas, se volvieron dos moJijitas blancas de esas que amortajan a los muertos anónimos. Su boca ya no la injuriaba a la suerte, la paz había sellado con un dulce beso de resignación. Ella era buena, hija de la tierra, apasionada y calma, hija del mar, fresca y vibrante hermana de la tempestad. Para aguarda el perdón de un alma buena. ¿Quieres dárselo tú, reposar tranquila sólo anciano; tú que inclinas la frente hacia del dido que pongas ^ 4-4* * seno Señor? Al contarte o: el este cuento a como oído tí, sólo a tí, tu corazón. he pe- • ÍNDICE # I 4 ]" ^'l^ v^ »:'-,\ \V V \ii ÍNDICE Péginai Mahmú ^ ^ También para 19 ellos Caperucita roja 31 A la 43 El retrato i vera del brasero Quién 61 69 eres ? 83 El legado Confesión • 4fi^' 99 \ \ 1, ESTE LIBRO LO ESCRIBIÓ TERESA DE LA f LLAMADA ENjílE LOS PROFANOS THÉRÉSE ^ILMS MONTT Y SE ACABÓ DE IMPRIMIR EN LOS TALLERES DE OTERO ¿k C.» EL DÍA 24 DE FEBRERO 1919.