Cuentos para los hombres que son todavía niños [microform]

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Cuentos para los hombres que son todavía niños [microform]
W68,
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I.
Library
JUN 1 2
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SON todavía NIÑOS • POR
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PERÚ, 856/58
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Bs. Airas
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1919
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CUENTOS PARA LOS HOMBRES
QUE SON todavía NIÑOS
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*
Ea propiedad
del autor.
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VENTOS
PARA LOS HOMBRES QUE
SON todavía niños » POR
TERESA DE LA t aaaí^aaaaa
OTERO
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CO., Impretoref
Perú, 856/58
-
Bs. Aires
1919
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T
DEL AUTOR
Inquietudes sentimentales, (1/ y
Los
^n
tres
2/
edición, agotadas).
cantos.
la quietud del
mármol.
Anuari.
Cuentos para
los
hombres que son todavía niños.
EN PREPARACIÓN:
V
^l
¿n
r
libro
la
del camino. (Diario íntimo).
callejuela de la vida
y de
la muerte.
(Novela).
PARA
MIS. HIJAS
ELISITA Y SILVIA
DULCEMENTE.
r
)
?
^^
^1
o
te
\.-^
^;
C*\
~-:i
'I
c
A'enicl acá,
hermanos. Sentaos a mi alrede-
como
criaturas de pocos años, y
los ojos, así,
suavemente, oídme que voy
dor, quietecitos
cerrando
''-^~yWw:7i^^W'^-'^-.'
a contaros un cuento.
Quiero refrescar vuestros corazones escépticos,
rita
cargados de tiempo, tocándolos con
mágica de
la
va-
Fantasía.
Abriré para vosotros
plo.
la
la
El pórtico es sagrado.
puerta de su tem-
Debéis atravesarlo
llenos de unción y de fe.
T. de la
^
f
^
r
Aa
MAHMU
7
-^'"^
í^^-íí'f^
"
MAHMÜ
Mi muñeca,
fea,
desgarbada y
triste, es
una
figura soñada bajo la influencia del hachish.
Es de
esas muñecas, que arrancan de los la-
bios infantiles
una
risa acariciadora, y
el
mejor
sentimiento de bondad a sus almas puras.
Los niños quieren a sus juguetes
compadecen; presienten
un defecto inexcusable en
Mi muñeca
un hambriento,
la vida.
larga, lai^a
se llama
que
ellos
,
la
.
como
Mahmú.
feos, los
fealdad es
.
el
bostezo de
—
12
—
Sus anchos pies están calzados por lindos
borceguíes castaños
jo,
que
al
;
dos poemas de zapatero vie-
coser los botincitos hilvanó en ellos
sus últinías ilusiones ...
Apoyada en
la
espejo del tocador
el
me mira
muñeca, con sus ojos de jirafa mansa,
brillantes
como
—¿Qué
humedecen
si
fijos
y
llorasen silenciosamente.
tienes
muñequita mía? ¿Por qué
se
tus ojíeos?
Pobrecita, la tráio-o a mi cama, apretada entre los brazos, le arrullo,
l'e
canto, juego con su
cabecita, destrenzando sus sedosos cabellos color
de avellana.
Mi Mahmú íes
la
única figura que,
asemeja a un ser humano;
la
como yo,
se
única que -conoce mi
soledad.
De
tanto mirarla, en
mi ansia de
ser
com-
prendida, he traspasado un soplo de entendimiento a sus
Me
miembros de
habla y dice:
trapo.
— Hace
frío,
¿verdad?
;
.
—
13
—
.
— hace — respondo.
— Y no hay
Dónde estamos, Teresita
— Ah muñequita Este tu país natal no
frío
Sí,
sol
¿
? ¿
¡
es
!
recuerdas porque
al salir
Reposabas
samiento.
;
?
lo
de aquí no tenías pen-
muy
tiesa dentro
de una
caja de cartón, acuñados los brazos con pajitas
de arroz
—Entonces ¿estaba muerta? — me
dice con
su vocecita nasal.
—
eras
el
muñequita,
Si,
ídolo de
guardabas
frío
silencio
muchas criaturas que vislumbra-
ron tu carita en las vidrieras de un almacén.
Tú
esperabas, sin imaginarte, que manecitas infantiles
vendrían a darte calor, animación,
—Entonces
¡
Pobre
¿
tú eres
Mahmú No
!
una niña ?
sabe cuánto
pregunta, ni se ha fijado que vuelvo
•*
me
la
duele su
cara para
que no vea mi angustia.
—No
quillas
muñeca mía; no soy
no conocen
uiia niña.
las miserias,
Las
chi-
no han penetrar
.
.
-le-
]
do
la vida,
tegiéndolas,
como yo a
Guardamos
estopa, yo en
Nieva;
^las heladas
Yo
'
las otras
—
para
el
el
Si,
las besa pro-
tí.
silencio,
ella
en su corazón de,
mío de piedra.
cisne, caballero del invierno, deja
plumas de su pecho en mi balcón.
pienso, recuerdo ...
—Oye,
—
una madre que
tienfen
y
Teresita
—
i
me
interrumpe
Mahmú
muñecas ¿pueden hablar como yo?
Mahmú,
las
que han sido compradas
los niños
—¿Cómo son
—Ah! tú no
los
niños?
pudd'es
imaginarlo,
Mahmú.
Ellos son poetas vírgenes, son sabias de frente
tersa, sus
miradas trascienden una dulzura que
da ganas de
llorar. Sí,
Mahmú,
las
muñecas ha-
blan por la boca de los nenes, y gimen y rien
Yo no
sé
por
tú has caído en
qué
me apena
decírtelo,
manos d^ una juventud
Mis ojos no pueden mirarte como
-iíeisi..
.
.
pero
anciana.
esos ojos lím-
>
.
.
-
15
-
pidos, espejos del cielo,
y
lo
,>
que dice mi boca,
un doloroso remedo de aquello que hablan
es
los
niños
i
Ah,
hijos
los
!
Habrá palabras para
incomparable felicidad que
cirte cual es la
regalan con sus besos
ellos
al
corazón de
verlos brota del
como brotan
ellos
^/
madre;
la
son bondad, son fuente de pureza.
de-
Con
sólo
alma un acto de contrición,
así
espontaneáis las flores bajo la cari-
cia del sol.
Los hijos son
tormentosa de
jamás
radioso lucero en la noche
la vida.
Si se van,
se les olvida; la ausencia
son capaces contra
¡Ah,
—
el
la gloria
y
mueren,
o
se
la
muerte, no
única de ese amor.
los hijos, los hijos!
Teresita, tu voz tiembla, está
húmedo
tu
rostro, ¿lloras?
—No muñequita, hace
frío
.
.
.
nieva
.
.
.
hay
un eterno invierno dentro de mi corazón
Mahmú
aflijida se esconde entre
V
mis brazos;
;
jk::-'
7'-yif:ir:vi^;'--
—
16
—
,
SUS manecitas pequeñas, rellenas de algodón, res-
balan suavemente por mi rostro, y nie dice
al
oído
con voz entrecortada:
—Teresita,
yo
tengo ganas de rezar
f^j'^^iS^í?
te
...
quiero
tanto;
Teresita
^
^
TAMBIÉN PARA ELLOS
^.
=c.^j^.,Y."-' :;.
t-A'
.
!
^
TAMBIÉN PARA
ELLOS...
1
A.
i'.
Job, era
el
nombre de un modesto
que tenía por exclusiva
lio al
ro,
le
desde
el tri-
granero, las alforjas repletas de rubio trigo-
Estaba viejo
palos
tariea, llevar,
pollino
qu-e, sin
el
pobre Job.
La carga y
mayor motivo, propinábale su
habían aniquilado!.
A
los
arrie-
pesar de todo, hu-
milde, resignado, cumplía con su deber, pensando, allá en las tinieblas del
calaba^do cerebro.
--jV?,-S«
-
•
•
I
-
20
Como
la
el
.
j.
,#-ÍS|:y
.
-
que su destino era morir,
lomo, durante
.
las
alforjas sobre
el
cotidiano trajín.
providencia es maternal y a toda
cuita da su alivio, sucedió que Job fué jubilado en
repentino ablandamiento sentimental del amo.
Era
tiempo. Catorce años de trabajo asiduo, del alba
al
crepúsculo, bien merecían recompensa. Job se
la
ganó honradamente con abundante sudm* de sus
^^/^
costillas.
Libre ya de penurias, nuestro peludo héroe
fué llevado
potrero, donde serpenteaba^ cual
al
rayo de luna, un despreocupado hilo de agU^
Verdino estaba
ra,
campo, mansa
la
prade-
y extendido manto de sedas flotaba en
las fal-
das' de la
el
montaña.
i
Job abría grandes
plando sobre
las yerbas,
las
fosas nasales, reso-
aspirando sus frescuras.
Sus orejas
se
movían a impulsos de gracio-
sos gestos, que
él
hacía para percibir mejor las
notas bulliciosas de los miles de insectos que ame-•
nizan
.-m^
la
gran
fiesta estival.
Su hocico
iba de
2Í -<
un lado a
otro, voluptuoso
de golosinas vegetales, mordiendo sin método to-
da clase de malezas sabrosas.
Por
fin se
regalaba a gusto después de una
vida de privaciones.
daba
tud
el
la
Entre tanto halago recor-
infeliz su juventud.
"¿Fué acaso juven-
mía?",. se preguntaba.
Nació hermoso.
El cuerpecillo cubierto de
rizada piel plateada, vacilaba sobre las delgadas
patas.
Largas, derechas,
las orejas
car los cuernos de la luna
.
Asi
amenazaban
to-
se lo decía su ho-
nesta madre, una paciente burra de noria, en tanto
que amorosa hacía
el
aseo del hijo, lamiéndolo
tiernamente.
Cuando Job pudo comer cascaras de
patata,
corteza de melones y otras blandas cosillas, brutales
los
arrieros arrancáronlo de la protección
materna, y sin consultar su vocación,
al trabajo.
t
le
pusieron
.
I.
—
En
22
—
su joven seso, no concebía Job seres de-
salmados.
—
¿Por qué podían
ellos existir si é!
era resignado y ante todas las vilezas doblaba su
larga cabeza gris?
Pero había hombres
crueles, pues
él
sentía
que cargaban sus ancas con pesos que su cuerpecito
endeble,
de tierno pollino,
apenas podía
resistir.
Sufría mucho. Llenaban
el
corralón sus re-
buznos doloridos. ¿Mas quién prestaría atención
a
un burro?
Al cabo
del priiirer
ducta obediente llamó
mo
de
ccn
el
la
^
s
la
año de trabajo, su conatención del mayordo-
granja, y ésüe bautizólo, irónicamente
nombre de Job.
También recordaba
mas de
el
cuadrúpedo
sus compañeros de establo;
las
amargo
brosa-
bor subía a su gaznate, volviéndole incomibles
las
jugosas verduras.
Una
.'?>•
noche, después de rudo trabajar, ad-
.
—
—
que su corazón se abría dulcemente
virtió
a/mor
23
;
también
La
asnos tienen corazón
los
silueta
al
robusta de una hermosa yegua
baya que pacía en
alrededores del establo, tur-
los
bó su tranquilidad.
Espontáneo, lleno de entusiasmo acercóse
inexperto jumento
puso a sus patas
valiera haber
Job!
al
la
el
objeto de su inquietud y
ofrenda de pasión.
guardado su entusiasmo.
Como recompensa
recibió
Más
le
¡Infeliz
un par de
coces,
viniendo a amargar /éus recien nacidas tribulaciones, los rebuznos de insolente regocijo con
que
acojieron tan celebrado gesto los gaznápiros del
corralón.
Desde
^entonces,
el
desengañado burro
es-
condió sus sentimientos, dedicándose a rumiartristemente, mientras haéía
los
trillo
el
al
granero y desde
llo.
Todo a su
zas.
La campiña
el
el
camino desde
granero
aí
tri-
alrededo/r 'predicábale esperan-
luminosa, inmenso racimo de
.
.
.
''V^W
_
—
24
apretados trigos; los árboles donde anidan las
voces del
sol
y de
la vida, el collado
sombras, que se ofrece a
quebrado en
las alturas celestes
en
holocausto de mieses aromadas
Job no parecía oir
vaba muerta
los
burros
les
la fantasía.
la^ilusión.
ni
gustar de nada:
Dicen
los sabios,
'-
^
nación sino agonía de
— ¿Qué
ideales? —
cuando Job
es la resig-
^^Así,
se encontró libre de esclavitudes,
vio y dolor
experimentó
ali
•
>^
Érale angustiosa
la
que a
basta un desengaño para curarse de
El jumento aceptaba todo.
drúpedo
lle-
la
libertad; sentía
el
cua-
melancolía de un preso que en cade-
nas hubiese perdido
la vista.
-
Estaba viejo. Jamás, jamás brotaría en su
corazón
aquel
capullito
que
antaño
le
hiciera
estrecemer de amor.
^^
Vagaba ahora por
sotillos
y potreros, gus-
tando sólo del alimento, como un anciano teme-
?*!•
'»&«?•
::-y
;'ÍSiSyíí;
.-
--
-'-^i;-i\ví;:?w-v:i.vi/-w- 'Syf
"
;
-f^ítjS.S'ig'í.-^sa!:-
i
—
roso de soñar.
.
.
Y
25
-
^^7:
sucedió que una de esas tar-
des de vagabundaje, vínole repentino deseo de
aventura y echando
la
pena
al
lomo, salió a re-
correr desconocidos senderos, sin volver la vista
''
hacia atrás.
Caminaba deteniéndose a
monear en uno que otro árbol
trechos, para ra-
que
del sendero
tentaba con sus delicados cogollos su apetito de
viejo.
Perezosamente recorría un trayecto que
no sabía adonde.
lo llevaría
-
I
i
Después de mucho vagar, llamó su atención
un punto que azuleaba sobresaliendo de
los inci-
pientes sembrados, y que se balanceaba donairoso
al
soplo del viento.
/
—¿Qué será aquello
decía Job — jamás he
tan herrn,ioso?
—
>
se
visto algo dé igual belle-
za en
la
granja del amo.
Pausado
sam^ente,
el
tranco, fuese allegando cautelo-
temeroso de que
apareciese.
X
el
apunto
azul
des-
.;
"#;•-
i:-
—
26
—¿Será
una
un
pajarillo
—
—
pensaba
o será
^y^
flor?
Job tenía sus recelos
al
aproximaVse, pues
una vez quizo demostrar su gran admiración a
una rosa y
ricia,
dióle
pues
un beso. Torpe debió
la flor,
vóle sin piedad en
ser la ca-
como creyéndose atacada,
el
cía-.
hocico, su puñal de espinas
Desconfiado, sigiloso, acercóse Job a
la
arro-
gante mata que mantenía erguido a los vientos
el
objeto azul que despertara su codicia.
Una
g"utural
de su tragadero.
expresión de asombro escapó
¿
Estaría soñando?
*
Si,
aquello
era un cardo de corazón azul.
Haciendo memoria, recordó nuestro burro
la
superficie del aljibe que, ctitrante
traba en su espejo igual colorido
color que según oyó decir
ro,
era reflejo del cielo.
no sabía de
día,
de
la
mo^
flor
cierf5 día a su arrieel
pobrecillo Job, que
latines ni entendía de cielo, creyó
un pedazo de
corazón a
Y
al
el
ese cielo había caído para
la flor.
que
formar
.
^-^•Sj'.
,
Obscurecía lentamente, montes y pinos destacábanse^ recortados en
La noche empezaba
cido.
lias
el
-
horizonte empalidea encender las estre-
V
de su cortejo.
embebecido
cavilaba,
Job
ante
cardo.
el
Dura complicación albergaba en su opaco
cumen
'
ca-
.
La
.
•
para hacer
lor de la flor
la
y del agua,
comparación entre
si
no
le
el co-
;
era posible apro-
ximarlas?
Nervioso husmeaba aquí y
allá
yerbas que
no comía; su cola iba en desordenados giros
cudiendo
las
hojas vecinas.
¿Cómo
haría
él
sa-
para
librarse de esta curiosidad que le complicaba?
En movimientos
rrió levantar por
de interrogación se
le
los
'
I
Job quedó suspenso. ¡Milagro de
la
ocu-
primera vez su cabeza hacia
espacios.
!
.
cisterna quedaba lejos; ¿de qué' medios
se valdría
gros
.
bóveda era
recida de cardos
,azul
los mila-
y estaba toda, toda
flo-
.
—
28
—
*
Job ya no recuerda sus
'
tristezas,
no sufre
por su vida desierta
Cuando
posan bajo
sus semejantes, todavía esclavos, reel
techo del establo,
él
los
abandona
silenciosamente y se interna en las llantinas obs-
curecidas
"Alli,
cielo
na
.
en medio de
s-4r-
Jfaj
quietud, alza sus ojos al
envolviendo en una extática mirada huma-
los fúlgidos
M.
la
cardos del campo azul.
*^1?T sfi
f'
§
t
f f
I:
'íií
CAPERUCITA ROJA
--^i
% s^
.^
--
.
^.,¿^71
^
^^
CAPERUCITA ROJA
¡Caperucita Roja!
¡Pobre muñeca rubia, cuya historia tanto
hemos 'escuchado
dia de su
Como
alma de
la
penetrar nunca
la
trage-
flor!
ustedes saben, Caperucita era buena,
pero curiosa.
en
sin
Amó
demasiado
la plática del
lobo
soledad del bosque, olvidando los buenos
consejos de su madre. ¡Era tan melifluo
el
,^~\
ladi-
!
'
:--fw-
'^^^
"'.
I
—
32
vi
no lobo! Sabía mirar tan hondo con sus ojos en-
como ascuas.
cendidos
Caperucita no pudo escapar de esa red hábilmente entretejida de sutiles encantos, y mutriturado
rió,
ja.
.
los dientes
de agu-
¡Pobre Caperucita Roja, frágil cosita de
.
sueño
corazón entre
el
!
¡
Con
pena debemos llorar
cjué
la
muerte
de tu alma de flor
* *
En un
esto hace
país cuyo
mucho
nombre no recuerdo
tiempo,
—
— vivía una señora
de
viu-
da que poseía, como inmenso y único tesoro, una
Era
hija.
la
niña tan linda, tan blanca, tan ru-
bia, tan suave, cual
ve; era ángel
rayo de
sol,
cual copo de nie-
humano cuya carne
fuese hecha
de raso y pétalos.
La viuda adoraba
a su hijita; ella corres
pondía a ese cariño con beata sumisión.
Caperucita debía su nombre
f ,*.1^
'•**
al
traje
que
.
—
33
—
siempre vestía: una hermosa capita y gorro de
color rojoy que sentaba a las mil maravillas en
sus cabellos de oro y nacarada tez
Cuando Caperucita cumplió quince
zole saber la
madre todos
expone una criatura
obediente.
las
La
los peligros a
sin experiencia,
agrados que trae consigo
años, hí-
la
que
y todos
se
los
conducta honesta y
niña, emocionada, prometió seguir
amorosas enseñanzas.
Como
la
viuda fuese pobre, ayudábala su hi-
ja en los quehaceres domésticos, dedicando sus
momentos de recreo a
las gallinas,
a las cuales
daba de comer migajas de pan, y regando
flores,
cuvos
tallos
las
ostentaban su frescura en las
macetas del balcón.
Caperucita,
sol;
la
salía a
cos,
diligente,
cesta bajo
el
veían.
levantaba
con
el
brazo, ligera y bulliciosa,
hacer compras. Eran sus andares rítmi-
armoniosos; había
carita,
se
que provocaba
tal
gracia en la redonda
el
piropo
a
cuantos
la
—
34
—
Ella, naturaleza humilde,
borizada y sonreía como
rubines
el
bajaba
más
los ojos ru-
casto de los que-
.
¡PobVe chiquilla rubia!
Una mañana
hecha de
luz,
de cantos, de per-
fumes, Caperucita, embriagada de
irresistible tentación de ir a
al
;
río.
sol,
sintió la
bañar sus piececitos
El agua clara era su juguete predilecto.
Cuántas veces hubo de amonestarla su
para que retirase
las
mamá
manecitas casi yertas del
chorro del pilón!
Caperucita tenía
formar un
la
peregrina octu'rencia de
collar con cuentas de
rían multicolores al
Esa tan
bella
—
si
si
me
mañana, no pudo
qué ha de enojarse
el
le
diré nada.
su atolondrada reflexión salió,
—
el
chica sus-
la
río.
mamá
vendré a tiempo para hacer
atraso, no
brilla-
sol.
traerse al deseo de llegar hasta
—¿Por
agua que
la
— pensó-
comida? y
Conforme con
cestito al brazo,
La
35
—
Y
roja gorrita colgada a las espaldas daba
libertad a sus rubios bucles, cuyas ensortijadas
hebras flotaban desordenadas
al
viento.
Juguetona, corcobeante, esta cabrita nueva
despojóse de sus zapatos y en un cerrar de ojos
estuvo dentro del agua hasta las rodillas.
El
un rezo
de
al
quieto,
quieto,
río,
follaje; parecía
murmuraba apenas
dormido en su urna
cristal.
¡Qué
En
rica,
qué fresca burbujeaba
ansia indecible de agradecer
nestar que
le
regalaba
el
el
agua!
dulce bie-
la corriente, inclinóse
Ca-
perucita hasta las ondas y les ofreció sus labios.
Fué tan musical
como
el
ruido que
al
el
chasquido de aquel beso,
caer en
el río
haría una pie-
dra preciosa.
¿Acaso no eran
los labios
de Caperucita, un
corazón de paloma tallado en un solo rubí?
Inconsciente la chica en su felicidad, no había -nbtado dos ojos
como carbunclos
chispeantes,
.
- t---í^c?í-;-- '-~í*^.
—
que
lla
la
te
la
36
—
-5^-,
í?,'"
I
observaban detrás de una barca eHtS^ori-
opuesta.
'
x
¡Qué
iba a notar ella
Pero
la
humana
imagen que
el
lobo!
estaba codiciosa de'
fiera,
se destacaba en
medio de
la brillan-
naturaleza, cual una esbelta flor primaveral.
De un
brinco saltó a la barca, a espaldas de
y acercándose sin ser notado,
ella,
la
sorprendió
con saludo amable impregnado de perfidias y de
mieles
— Buenos
mis OJOS que
días,
Caperucita Roja.
ven y mi corazón, que a tu son-
te
risa se adelanta.
,
— Buenos
niña, —
da
la
no
le
días,
(
señor,
—
de pescar.
¿por dónde ha llegado usted,
corriente
me
qut;
¿Te gustan
trajo hasta aquí; venía
los pececillos rojos,
perucita? Son tocayos tuyos.
V
íítst£i&'^
respondió azora-
he visto?
—La
..:
Benditos
Ca-
!
_
— Oh,
j
citas;
sí
—
!
37
—
'
respondió juntando las mane-
—
y agregó tristemente.
Pero no
den pescar; son tan ligeros como
de luz que echa
morir.
el
sol
sobre
el
se pue-
los gusanillos
cuando va a
río
^
—Caperucita,
a buscarlos para
—¡Oh
lo;
'
sí!
Mañana
tí.
¡Oh
— traeré una
¿quieres pescaditos?'
sí!
Yo
los tendrás.
— exclamó
llena de júbi-'
para llevar-
tacita de porcelana
'
los a casar^x^
—¿Me\prometes
el
que vendrás
joven tomando una de
las
— y no dirás nada a nadie
— ¿Por qué no podría
'¡
iré
—
preguntó
inquietas manitas
?
contárselo a
mamá?
Se pondría tan contenta
—No,
tontuela;
mejor
es
ofrecérselos
de
improviso.
—Tiene
usted razón.
Pero ya
es
tarde y
debo marcharme. Puede notar mi madre que he
estado en
el río.
—Adiós
Adiós, señor pescador.
Caperucita, hasta mañana.
í-ipíips^a
-
38
*
* *
Caperucita trabajó aquel día más contenta.
El gorjeo de sus cantos subía hasta anidar en
las
madreselvas que tapizaban
de
la
La
casuca.
viuda,
empapando su alma en
No
la
madre
sabía la
los viejos
muros
embelesada, escuchaba
dicha del tesoro.
secreto que aleteaba
el
dentro del pecho juvenil, como paj arillo travieso
que
le
A
río,
^
hiciese cosquillas.
la
mañana
sig-uiente,
Caperucita volvió
al
pero llegó a casa sin los peces.
No
obstante, continuaba en su gairganta
el
arrullo de la alegría.
El lobo,
en su vida
la
el
muchas veces
porcelana
cecillos.
í^i
ya había
venenosa gota verde de
Sin que
de
terrible lobo,
notase
lo
al
río.
que
la
la
esperanza.
señora, volvió la chica
Continuaba vacía
había
d'estilado
de
guardar
la tacita
los
pe-
—
,
Y
89
—
pasaban, rápidos cual flechas a
los días
través de rayos lunares.
Y
así transcurrió
seguía cantando; pero un oído
Ca^perucita
que fuese atento habría notado
Además,
canciones.
¿Qué
un año.
la tristeza
niña palidecía.
la
tenía la dulce Caperucita?
enferma de ese
de esas
Ah!
estaba
mal cuyo verdugo mata
terrible
martirizando lentamente con sus garras sedosas
y
finas.
Caperucita amaba.
Y
.
.
fué una noche, una noche de viento, de
obscuridad, de tormenta, cuando la niña aprove-
chando
sin
el
sueño de
la
madre abandonó
un gesto de piedad para
el
hogar,
ese inmenso dolor
que dejaba dormido confiadamente.
El lobo
la
había hechizado hasta hacerla
más sagrados
olvidar los
La madre
enloqueció dé pesar
potente para encontrar
¿Y
ella?
sentimientos.
el
— me dirán
!
i
verse im-
perdido tesoro.
ustedes.
fué de la pobre Caperucita?
I
al
—
¿Ella, qué
.
.-''•c- ::':
—
Cuentan
una
tarde,
los
40
''
-
,-'^«j" víJ^i;-;.-^
mM"
-
pescadores de aquel país, que
cuando venia
el
río
traron cerca de unos matorrales
revuelto, enconel
cuerpo de
la
desdichada
Estaban desencajadas sus preciosas
V aun conservaba
las
mejillas,
manecitas estrechamente uni-
das en gesto de imploración.
Una gran
herida dejaba descubierto
el
co^
razón de donde manaba sangre roja, tan roja
como
sus labios cjue triunfaron de la muerte en
un regio
color de rubí.
Desde entonces todas
el
cora^zón cubierto por
nuestra sangre.
das por
el
las
una caperucita roja de
Porque todas hemos sido
(-....,
iássíi.¡,,.
heri-
lobo de ojos brillantes, de gestos gra-
ciosos, de palabras melifluas.
-.
mujeres llevamos
.
.
¡
A LA VERA DEL BRASERO
"\
,„^--wm^m
-"
^Tí'fSP^Í^fKC
-"b
^!^},'-v*-
•;
'
iw^asj'.?ss- ,ip;«55.
A LA VERA DEL BRASERO
Frente a mi incensario que deja escapar por
las
bocas de bronce
puesto a recordar.
.
el
humo
del sándalo,
me
he
.
Este humo, perfumado y azul, evoca mi ju-
ventud a
la
vera del brasero tradicional de mi
tierra; del viejo brasero
los siglos; el
que posee
el
de las buenas abuelas,
secreto de
el
cariñoso
—
44
—
brasero que hace pasar las mejores noches a los
nobles y trabajadores huasos de Chile.
Me
visita el espectro
todos mis recuerdos,
de mi madre
sonri'e,
.
.
.
Entonces tenía yo diez años y era
da de
sobre
mi frente con
toca
sus dedos de niebla y desaparece
qíie,
segun-
la
hermanas.
seis
Decíase que éramos bonitas y nos llamaban
"las ondinas del
Rhin", por nuestra larguísima
cabellera rubia y nuestros ojos de turquesa.
I^a
mitad del año vivíamos en
la otra, la
pasábamos en alguna de
mi padre, lugares
en
la
las fincas
y
de
y hermosos, internados
región del sur.
Cuando
seis
fértiles
la capitaí
se
aproximaba
la
primavera,
las
criaturas de salón, correctas y puntillosas.,
familiarizadas con
\la
historia griega y romana,
conocedoras de cuatroX idiomas, volvíanse peque-
ñas salvajes, faltaban
titutrices
eí
y aturdían a
respeto a las rígidas insla
indulgente
madre con
parloteo bullanguero de aves americanas
r
'
.
,
,
.
— Qué
bkn
i
nos vamos
a
divertir
campo!
Yo,
más soñadora y
provocaba
la risa
fantástica de todas,
de mis hermanas con mis sa-
lidas románticas, en
ta sobre la
medio de una vulgar reyer
propiedad de una fruta o de cualquier
baratija de nuestros juguetes. Esto
do de
''loca"
Me
el
-
s
la
en
que
me prodigaban
me
valió apo-
en coro.
embelesaba pensando en
los lindos cin-
turones y pulseras que haría de las tornasoladas
pielbs
de lagartija; buscaba en
dibujos que ejecutaría, a
con
manera de
las blancas semillas del
da en
de
la
el
tinta,
escritorio de
imaginación
la
Achiray,
mi padre,
no dejaba un papel
las
los indios,
y,
encerra-
manos negras
ni tapa
una de mis producciones cubistas o
de libro sin
futuristas.
El campo tenía para nosotros, además de
los
árboles,
del lago que
los
cuentos
donde trepábamos como urracas, y
el
atardecer doraba, la atracción de
í
"Ww
-
46
-
Trágicas y deliciosas, aquellas noches que
pasábamos a
vera del brasero, en
la
la
choza
del
primer capataz."
Oíamos con devoción
leyendas macabras
las
de ánimas en pena y de aparecidos en
los largos
caminos obscuros.
Nuestros padres nos enviaban a
las
ocho de
la frente,
y
ternal de "Dios te vuelva
ximo
tres
cama
noche; nos despedían con un
la
no beso, sobre
Las
la
dulce estribillo
el
una
mayores teníamos
a
tier-
ma-
santita".
el
dormitorio pró-
cuyas manos esta-
ai de la vieja criada, en
ba depositada todavía confianza de
la casa.
Sabina nos había visto nacer. Treinta años
antes, filé
fella
que recibiera
quien llevó a nuestra madre para
el
agua
del bautismo,
mayor timbre de honor. Las
sa,
y eso era su
llaves de la despen-
del granero y de la bodega, colgaban de su
cinto atadas al cordón de Santa J^ilomena
ostentaba orgullosa,
:í
como un soldado
.
Las
sus óonde-
!
—
'
áT
—
V;. •';>;
•
Cuando Sabina hablaba regañando,
Curaciones.
amenazciba tempestad en
la cocina,
y
las sirvien-
apresuraban sus tareas, tratando de
tes jóvenes
ocultarse ante los ojos investigadores del ama.
Sabina nos inspiraba carino y admiración.
Pensábamos
:
¡
Qué honrada
es
!
Tiene bajo sus
llaves todas las cosas ricas: galletas, caramelos,
azúcar, vino, dulce, y no toca nada.
una heroína digna de figurar
al
¡Sabina es
lado de Juana
de Arco!
Comparaba
la
voluntad de Sabina con mi
¡Oh,
si
hubiera yo cargado por un
debilidad.
momento con
las preciosas llaves
de
la
despensa
¡Qué soberbios atracones de dulce; qué largos
tragos de vino de Misa
tía
en
la
!
Sólo de imaginarlo sen-
garganta un cosquilleo que
me daba
ga-
nas de gritar ...
Cuando nuestros padres
se retiraban a la al-
coba, después de leer los periódicos
vueltas de brisca, nosotras,
y jugar dos
"las tres grandes",
!
—
48
-
como solíamos llamarnos, despreciando
me-
a las
nores, nos íbamos en puntillas a la pieza de Sabina, y
'
le
allí,
con voz cariñosa y tono suplicante,
pedíamos nos llevase a casa
del capataz,
para
un cuento y tomar mate.
oír
^¡Llévanos, Sabina! Seremos buenas. Te
a5^daremos mañana a recoger
los
huevos en
el
íjalknero v a desenterrar rabanillos en la huerta
para
almuerzo de papacito.
el
—¡No,
niñitas;
no,
puede sorprender mi señora y
ben ustedes, palomas
;
—
\
No, Sabina
persuasiva.
jate,
—
!
el
le
retaría.
Ya
agrada que
sasal-
resfriarse.
—
Es verano,
implorábamos con voz
Jiace
estamos transpirando.
premo
me
a ella no
gan de noche: pueden
Miren que nos
soles!
—
mucho
Y
calor;
fí-
para hacer su-
argumento, besábamos cucañeras
las
bronceadas y redondas mejillas del ama.
,
—Bueno,
¡calladitas!; ni
:"*í^-..
pues,
vayan a ponerse abrigo y
una palabra a naiden...
!
_
'J
49
-
"
'
.
::
Sabina cogía un gran pañolón de vicuña y
se
embozaba en
;
desprendía
rosario de la pe-
el
y después de besar
rilla del lecho,
deslizaba en
él
el
gran
el crucifijo, lo
de su delantal de
bolsillo
cuadros blancos.
tela azul a
—¿Está
lista
la
—
comitiva?
preguntaba
Luz, mi hermana mayor.
vamonos
—
— respondíamos en coro.
Sí,
rato,
ligerito
sí,
^
para estar más
^
Salíamos, una por una, reteniendo la respi-
íbamos tan ondulantes, bajo nuestros ma-,
ración,
r
melucos blancos, que tomábamos apariencia de
gigantescos gatos a quienes
capricho de bailar en
las
arenas
Leal,
el
arabesco que dibuja en
perro guardián, era cómplice de núes-
tras escapadas.
En
cuanto nos veía, se arrima-
ba a nosotros, lamiéndonos
do nuestras capas con
— Chut,
¡
hubiese dado
fulgor de la luna.
el
el
el
les
el
las
vaivén de su alegre cola.
Leal, despacito
mamacita, y entones ...
manos y azotan-
se
!
Que nos puede
acabó
la fiesta
oír
'
'
<i,3F/,
w-.-y'^íf'
T
'Tw
-"T'y-''
> -
..
:
'
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.,".
-'^•=^S5>
.'"-,1
''.-
.'"i-'íV"
'''
<- .v'-'-'xí""'--'
50La casucha
'
del capataz
quedaba
dras de las casas. Se llegaba a
tres
''-'
cua-
por una ave-
ella
nida de álamos que separaba a un trigal de un
potrerillo de alfalfa.
"
Ese trayecto
hacíamos corriendo y saltan-
lo
do, envalentonadas por las risas de
Sabina y pro-
tegidas por la noche.
mamá
Seguras de que
no nos vería, apro-
vechábamos en disfrutar de todo
.Quitándonos
dar sobre
pantando
el
las capas, nos
lo prohibido.
echábamos a
ro-
aplastando las espigas y es-
trigal,
las perdices
que
anidaban.
allí
Tam-
bién jugábamos a las escondidas con Leal, que,
al
sorprendernos,
se
volvía
implacable
contra
nuestros fundillos.
Eran de ver
do
las cavilaciones de
la institutriz le llevaba esa
mamá
prenda de
cuanvestir,
pidiendo género para remendarla.
—Pero
Miss Ketty.
^jm.
si
estos
¿Cómo
mamelucos
es posible
que
son
los
nuevos,
rompan
-m--
así
De
?
-
61
.
,
.
1
seguro que estas niñitas riñen en sueños
— decía nuestra buena madre.
— ¡Basta palomas! — Así daba voz de
alarma Sabina. — Vamonos niñas, que
con las fieras ...
la
se les
puede pegar en
ropas uno de esos cucarachos
las
venenosos, y picarlas.
Ante
insecto
el
—
terror que nos inspiraba
el
famoso
queN tomaba en nuestra mente dimen-
— como movidas por un
siones de bue}^,
resorte,
nos escapábamos del trigo, rogando a Sabina nos
mirara, y tirándole una del pañolón,
delantal,
la
arrastrábamos
al
la
otra del
claror de la luna
para que nos examinase bien.
— Ya
está
;
si
no tienen nada
.
Vamos
ros a casa del compaire; puede que tenga
lentito
y matecito de leche
Tres golpecitos a
se abría,
pataz,
la
mostrando en
un "roto"
alto,
manera llamativa y
.
.
luce-
pan
ca-
.
puerta de caña, y ésta
el
umbral
al
primer ca-
fornido, vestido tie
una
pintoresca.
-:-,-j*ító
;
,
,-,,,--.,.,,,,jy,iip,g„5pv
4
52
-
Ajustaban sus pantorrillas pantalones an-
como
gostos,
cosidos en las piernas, y desde
cuello hasta las rodillas colgaba
el
clásico
poncho
Los botines amarillos, con tacones
chileno.
tos y puntiagudos, tenían la
ña barca de
río
.
Adheridas
el
al-
forma de una pequeal
calzado, dos es-
puelas con grandes rodajas de plata, imitaban
dos estrellas.
El sombrero de alas anchas y copa en for-
ma
de pan de azúcar, no tenía otro adorno que
un cordón rojo con dos borlas y un barboquejo
anuda:lo bajo las mandíbulas.
— Buenas noches mis señoras, pasen ustedes,
^
que yo rnuy contento de tenerlas por acá.
— ¡Oye
r*es
de
amitas.
avivar
la
casuca;
A
el
Matea!
—
gritaba para los interio-
— aquí
está la comaire con las
traer panecillos frescos y carbón para*
fuego del brasero.
Después que Matea pasaba un trapo sobre
los asientos,
unas banquetitas de bejuco, blandas
_
6á
-
y limpias, nos acomodábamos a
la
vera del amo-
'roso brasero, donde invariablemente, a cualquier
hora del día y de
la
noche, hervía agua dentro
de un gran cacharro.
mos
I
—Cuéntenos un
cuento, Anacleto; a eso he-
Estamos
locas por oír ese del animita
venido.
de aquel pobre arriero que mataron hace tres años
i
aquí, detrás de su casucha en la avenida
de
palmeras.
mi hermana mayor,
le este
Y
tesía
las,
su
—
se dirigía a
— con su venia va a ofrecer-
humide huaso
el
primer mate e
leche.
haciendo reverencioso saludo de gran cor-
en
el
campo, con mucho ruido en
Anacleto alargaba
el
tostada por
—Gracias,
Anacleto;
(Jue te
las espue-
mate que temblaba en
mano rugosa
cuento
,
,
-Su merced misia Lucesita,
-
las
el sol.
cuéntanos
ahora
el
pedíamos.
Sentábase
el
huaso,
muy
serio,
y después de
.
_
hacer
de
la señal
64
cosa que nos infundía
"'^
la cruz,
pavor, empezaba
—Este que
-
V
'era
'
mi compaire José arriero de
fundo traba ¡aor y honrao. El soló
este
hecho unos cuantos
que ganaba en
Le
lo
too.
iba harto bien a
gocito y en dei
porque aemás de
muías, había plantao una cha-
las
con maizal y
crita
realitos
se había
pu
mi compaire
iñor, tar
'en
vez por eso,
el
le
ne-
toma-
ron entre ojo argnnos picaros sin alma; y una
noche que José venía por esta júnehre avenía,
un bandío y
salió
le
Cayó muerto
rajó
el
muerto que aunque
vio
me ico
el
abrió
más
el
corazón de una puñalá.
compaire
le
le
''al tirito",
tan re-
llevaron al hespital y lo
con unos aparatos, fué inútir; no
los ojos.
Pobre compáire; yo
lo vi al pobrecillo
y
me
dieron unas ganas de buscar por cielo y tierra al
malvao mataor, pa hacer tripulas con
selas después al perro.
Y- '
él
.
y dár,
.
Pero na; nunca
la polecía.
No
como
pan a
les
—
interrumpió
las iñoritas sus
,
.;
;-';
huaso,
el
—
mercedes, tú sabís.
gusta er candial.
los ojos espantados,
Un
.
supo na y eso que se metió
e
Nosotras mirábamos
<
-
dieron con su^*Vastros.
"A ver Matea,
tráeíes
-
55
la
cara de Anacleto con
redondos como
platillo.
pequeño escalofrío nos recorría
palda, y de vez en cuando,
mirábamos
la
la
es-
puerta
creyendo que alguien nos iba a tirar del pelo, o
una mano
A
fría a posarse sobre la nuca.
pesar del miedo, nos engullíamos
necito que nos sabía a cielo
y con
pedíamos a Anacleto continuara
—Gueno
la
pii,
—
el
decía éste,
la
el
boca
pa-
llena,
cuento.
—
ahora viene
parte fea, pero no se asusten mis amitas.
Bspiiés que había pasao un año y se cumplía
el
daniversario del compaire José, una noche es-
cura como un horno apagao, se
hijo de
ña Ufrasia, lavandera
'
le
apareció al
del pueblo.
-
.
/-,
•
.
_
Se
le
apareció con
66
^
elV puñal
atravesao en
esquilefo con todos los huesos al aire y
zón colgando. Icen
su cara. Venía de
qiii
Er
hijo de
el
cora-
gesto de
montaña haciendo como
la
arriaba las muías pa
era horrible
el
el
el
que,
potrero.
ña Ufrasia arrancó a perderse,
"patitas pa que te quiero", gritando: ¡socorro!,
y vino a caer a
esta viesniita puerta que acaba
de abrirse para sus mercedes.
Al
riño,
mos en
Matea y yo nos levantamos y
otro crimen cuando vimos
tendió, blanco
como
la
al
muchacho
harina.
Bspucs de friccionarlo por entro y por
ra con aguardiente,
aguardiente
er susto
al
le
cabo de
Y
tilla
se
del
— gastamo mas
pH, — porque
fino,
creí-
e
un
fue-
litro e
paese que
dio sed y cuando se alentó, nos puso
lo ocurrió.
acabó mi cuento y ''paso por una zapa-
rota" pa que cornaire Sabina nos cuente otro.
Inconscientemente nos habíamos acercado a
.*••
.
_
;'
•.
Sabina y
las tres,
rrábamos
al
do,
las
-
'
tomadas de
-
la
,;:'::;;,-
;
mano, nos afe-
pañolón de vicuña.
—Vamonos,
— vamonos
.
cleto; son
57
más de
Sabina
.
—
í
decíamos temblan-
pero que nos acompañe Ana-
.
las
doce y es hora de trajín para
ánimas
Salíamos silenciosas, apretadas unas contra
otras, sin osar
luces
de
crimen a
mirar hacia arras, adivinando
las velas
lo
que señalaban
el
sitio
las
de un
largo de la aveni4a de las Palmeras.
Caminábamos
ligero,
tapándonos
los
no
oír el silbido de las lechuzas
los
pavos reales que se desvelaban en
y
oídos para
los gritos
el
de
parque.
Cuando llegábamos a casa nos deslizábamos
despacito bajo las ropas de la cama, cubriéndo-
nos hasta los ojos y transpirando frío de terror,
escuchar
el
Muchas
menor
ruido.
al
-
veces nos acostamos las tres juntas.
y entonces más valientes, osábamos mirar hacia
la
\
ventana, "donde veíamos balancearse en un vie-
?i;^».?í?W<??f5P4;r:;;^'--.-^-2?;^^
jo pino,
el
58
-
suave fantasma de
la luna.
Abraza-
das nos quedábamos dormidas.
Frente a mi incensario, sigo recordando. Las
brasas se han extinguido. Brutalmente
deshace
gocijo
el
la
el
viento
última figurita que formó para mi re-
humo perfumado.
r^'
/
•n
EL RETRATO
s
"X
'VS-ir
'jpfstí..--
^.
^
'?
.-^
'
«;%í«;v-t;,í
;':
-W"
EL RETRATO
—
¿
Qué
es el dolor
chiquillo a su
—Qué
^
?
— preguntó una vez un
madre.
dices hijito?
—
contestó
enar-
ella,
cando sus cejas en movimiento de complejidad
V duda.
—
¿
Qué
es
el
dolor
zando su vocecita de
?
—
repitió la criatura, al-
flautín,
con
el
gesto
mimo-
so de su boca rosada.
¡Oh santa ignorancia de
<^
las pasiones!
¿por
:
—
62
—
qué no anidas para siempre en
del
cuna amorosa
alma infantil?
Dejó
lámpara,
la
joven madre su labor cerca de
que alumbraba tibiamente
amable, y tomando
ternecida,
le
— ¿Por
ta,
la
el
la
grupito
nene entre sus brazos, en-
al
habló
qué
me
haces tan extraña pregun-
nene de mis entrañas? ¿Quién ha pronuncia-
do a tu lado esa palabra?
Y
la
mamá, apretaba con
sus
manos
lar-
gas desnudas de joyas, manos de monja o de
mujer honrada,
la fina
—Mamita, me
jecita
cabecita.
lo dijo la vecina, aquella vie-
que suele traerte flores para
Verás. Primero
Virgen.
la
me preguntó por
tí,
con esa
voz que parece estuviera siempre llorando. "¿Có-
mo
está /fu mamitja, nene?
¿Siempre tan sola?
Tienes que cuidarla mucho", dijo
:
pirando, mientras yo jugaba con
puerta, ella hablaba solaxv
Y
después, sus-
el
gato en su
murmuraba
:
—^
Santa
—
,
—
63
de Dios, y dicen que hay justicia cuando en esa
pobre alma parede que
sañado.
¡Oh
viejecita,
—
¿
la tierra se
exclamó tan fuerte
dolor, dolor!,
que yo
Decía
me
asi
?
.
hubiese enla
asusté y vine corriendo.
.
— interrogó
la madre,' estre-
mfeciéní^e en un impulso helado de su alma.
—
Sí mamita,
Por eso
sí.
es el dolor.
te
pregunto qué
^
\
Palideció la mujer;
un gotear de lágrimas
silenciosas
rompió
ticos: ojos
de iluminada y de bestia humilde.
— Por qué
— gimoteó
I
res!
lloras
el
mamá ? No quiero
¡
chiquitín,
núscula personita en
el
veía, a través de los
agorero en
el
la
Ventana donde se
ca'er
la
espesa
como un presentimiento
silencio de los
campos.
—Tengo miedo, mamita; tengo miedo.
—De qué,
mío?
hijito
<
•^
llo-
acomodando su mi-
cuadrados,
la noche,
que
regazo maternal.
El chico miraba hacia
obscuridad de
de sus ojos enigmá-
cristal
el
i.
\
:
-
-
64
f
—De
de aqui — y
— No
tu llanto y de la oscuridad que veo desel
chiquillo señalaba la ventana.
te asustes,
res
nene mío, no
es nada.
¿Quie-
dormir?
— Bueno,
buscó
el
—y
mamita,
hueco blando de
La llama
de
la
los
la cabecita confiada,
brazos maternos.
lámpara tenia
palpitar des-
el
mayado de un corazón enfermo. Colgado
a los
barrotes del lecho se balanceaba, imperceptible-
mente, un negro crucifijo de ébano con sus brazos
_(le plata, abiertos
como
alas lunares.
Las dos camas blancas, extendidas
.arruga en las simples colchas, daban
de
(jue
ojos la
la
sin
una
impresión
hubiese puesto en ellas las sonrisas de sus
Madre
de Dios.
Suspendido entre
las
cabeceras, relucía
un
marco acerado, sosteniendo, en sus extremidades
Ja
i
imagen de un hombre
Dulce
funesto
el
la
.
mirada, correcto
pliegue de la boca.
t
el
corte de la nariz.,
—
/-=/...
—¿Qué
65
es el dolor,
débilmente entre sueños
La
—
—
mamita?,
el hijito.
balbuceó
'
maidre nada dijo, pero sus dedos afilados
se crisparon,
y levantándose en un gesto descon-
solado y rebelde, señalaron
y reirá siempre
menino.
N
la
el
retrato,
donde reía
eterna causa del dolor fe-
'->ií>~--;
ír^ i^"^.
d
QUIEN ERES
^
':':Mmr'-
¿f
¿QUIÉN ERES?
Una
noche de esas noches cálidas de verano,
en que todo
pirar,
^1
cuerpo se vuelve pulmón para res-
buscando fresco, con
busca oro,
me
dirigí
la dificultad del
con paso lento a
que
las afue-
ras de la ciudad.
Después de mucho caminar y maldecii'^la
temperatura, di con un rincón a mi gusto. Era
éste
dín.
una hondonada en medio de un
rústico jar-
Verde abajo, blando musgo, azul
arriba,
!
—
incendio de astros, y
70
—
'
como
una fuente
orquesta,
deslizante entre las piedras.
'
Libre de inquietudes, suspirando de bienestar,
despójeme de mis atavios,
moderno peregrino
vios de
me
a los espacios,
pantar
los
—
ridiculos ata-
— y tendida de cara
dispus>e a soñar,
mosquitos, que es
la
dormir o
diversión obliga-
da de todo paseo campestre.
No
lejos ranas, sapos,
es-
<.
y otros molestos ani-
maluchos, oficiaban sabatinas en
el
saxófono de
sus gargantas, cobijados bajo la espesura de las
plantas enanas.
'Pardos murciélagos dibujaban
misteriosos círculos en
el
chisporroteaban en
sombra, záfiros y esme-
raldas
de' los árboles,
perfume de
¡
jsi
las luciérnagas
noche abanicábase en
la
ración agitada.
el
y
.
Desnuda,
na
la
aire,
Qué
A
lanzando a
la coro-
los cielos su respi-
sus pies, las rosas exhalaban
la tierra
fecunda.
beatitud seráfica dentro de mi ser
llegué a creer que había muerto!
!
¡
Ah
:
—
—
Tí
7
Adoro
la
noche que nos hace sentir
la pía-
cidez del alma naturaleza; la santidad de tanto
\
que vive más
ser
allá del
mi paz
os decia, tal era
pensamiento;
interior,
y,
como
que imaginé ha-
bia muerto.
No
Profundo fué mi letargo.
de
cuenta
era voz
oído,
to.
si
Comenzó
aquella
voz que
humana
supe darme
hablara
a
mi
o voz de presentimien-
así
—Vengo desde muy
lejos a
cuentro que has usurpado mi
porta,
quédate;
mortal,
el
desahogaré
reposarme y en-
sitio.
Pero no im-
contigo,
criatura
secreto anfargo que traigo de mis an-
danzas por esos mundos de seres intangibles.
Presta atención
\
—Los hombres
nio;
si te
—
del siglo
susurró
la
extraña voz.
pasado
me
llamaron ge-
acercas a mi fosa, verás sobre
insignia del
buho sapiente
.
No
ella, la
desdeñaron
elo-
gios; también leerás en las preliminares pági-
nas de mis obras
la palabj:a inmortal.
—
Sentí
A
—
i
que
la
—
72
— En-
voz se hacía irónica, despedazada.
greído en mis saberes todo penetré: ciencia,
tiirgia,
magia, química,
física,
poesía, filosofía.
mi
loco delirio de soberbia! creí que en
beza
la
apóstol,
verdad encendía su
tea.
li-
Me
ca-
proclamaron
quemando ante mí humano Icono
¡
!
los in-
ciensos y mirras destinados a los dioses paganos.
Bajo
el
sayal de humildad, rebelde
a
la
modes-
pavoneábase erguido mi espíritu fatuo. In-
tia,
feliz
Hueca estaba mi mente como
de mí.
es-
piga sin grano.
En
gó
el
apogeo de este nefasto esplendor,
la inevitable.
Irritada sin
duda de tanta
lle-
fal-
sedad, de un solo tirón, despojóme de la mísera
vestidura que ahora pudre entre laureles, allá en
el
rincón del
campo
Separado
santo.
bruscamente
del
mundo de
los
hombres, contémpleme desnudo ante
los implaca-
En un
instante, la
bles ojos de
mi
conciencia.
muerte habíame transformado en juez de mi pro-
:¥#«:
-
—
73
;'
Tuve horror de ver
pia causa.
;;^^;'
tanta bajeza reuni-
da; enrojecí, vergüenza sentí de mezclarme con
las otras
gor de
almas errantes del espacio, y huí del
hasta perderme en la nebulosa.
los astros
Interesadas mis compañeras en
_
conciencia, único arbitro de
guieren mi vuelo.
Una
jarlas.
prendiendo
de
Yo me
ellas, la
oír junto a
mí
ambos mundos,
frágil de todas,
si-
com-
me embargaba, me
si-
^
-
ruido de sus alas, apre-
el
suré la fuga, y de un solo envión
me
hundí en
las
sombras.
frías
''Detente hermana, gritaba
detente,
donde
alma temeraria.
te
te
Esa región
del
Saos
amenaza. Por Dios, retrocede,
lo suplico".
Como
envoltura,
mi perseguidora,
lleva tu fatal vuelo, está inexplorada.
Grave peligro
Te
de mi
esforzaba por aventa-
más
que
la tristeza
el fallo
guió llena de solicitud.
Al
ful-
'
[
hacía poco había perdido
aun perduraba
movido de curiosidad
k
len
mi
mi humana
los instintos,
interrogué.
y
/
.
.
!'
'
"
-
74
-
-^
í
Afable, plena de gracia, respondióme:
"Vas hacia
muchos
lo ignoto,
siglos nadie
de diriges
el
vuelo.
hermana. Desde hace
ha penetrado
Hay
en
él
el
paraje don-
algo inexplicable, en
vano yo y mis compañeras hemos tratado de
dagarlo; talvez ocultó
que
rije los
mundos;
sé,
no
pero
sé,
no
allí
el
creador
el
arcano
talvez sea la nada...
intentes
penetrar
in-
la
No
ne-
bulosa ..."
Yo
escuchaba y en mi espíritu nacía una
peranza. Quizá encontraría en aquel
sitio la ex-
piación de mis pasadas flaquezas, ¡qué grande
vio! Sin pensarlo más,
es-
ali-
seguí avanzando en las
tinieblas
¿Cuánto tiempo estuve
silencio
me
allí?,
lo
ignoro.
El
envolvía en fajas de hielo, iba petri-
ficándome como pedazo desprendido de planeta
muerto
Desesperadamente trataba de luchar contra
el
.X
sopor que embargaba mis alas, creí sucumbir.
Jamás olvidaré aunque
atraviese los siglos.
- Téque experimenté cuan-
janlas, la dulce sensación
do una mano de mujer, mano blanda cual
las
blandas manos de las madres humanas, tománI
dome como un
en
hueco
tibio
el
pajarillo entre sus dedos cobijóme
jde las
^
palmas.
Luego, con una voz que no escuché tan ar-
moniosa en
los
tiempos de mi juventud,
me
habló
de esta manera:
/?
Muy
"Paz, hijo mío, paz.
en
mundo, cuando en
el
osado debiste ser
esta región para
ti
des-
conocida te aventuras a tan arriesgadas empresas. ¿
Qué
te
ha traído hasta mi
solitario alber-
gue? Después de Cristo no ha venido alma
guna a golpear mi puerta
seas
el
mensajero
del
.
Habla
hijo mío, acaso
mundo que ha
po aguardo".
Nada
mi
al-
tanto tiem-
f
respondí, inmenso dolor hizo inclinar
frente.
"Ven apóyate en mi
corazón, hijo de la tie-
rra amada, yo calmaré la angustia que leo en
tus ojos, te daré serenidad".
i
v
?^
:
'^'^jf^^^-^c.y'^W^^^^^^!^-'
76
—Oh mortal,
escuchar
tuvieses la inefable dicha de
si
la delicia
-
de esa voz, pasarias los tiem-
pos de rodillas, sumido en éxtasis. Pero esa voz
se
escucha más
allá
de
la
muerte, y es sólo para
aquellos que saben encontrarla.
No
continuaré hablándote de esa noble
mu-
jer ella es modesta, las alabanzas hieren su oído.
Confiada, llena de fervor pasé entre sus ma-
nos
No
los
umbrales de una mansión incomparable.
creas que en ella había fastuosidad, tono aper-
lado velaba las cosas, que eran pocas. Había
flores, las
ras,
más humildes que nacen en
la
allí
prade-
pájaros de todos los climas; libros, todas las
obras modestas que en
el
mundo desdeñamos, y
sobre una piedra de granito, abiertos los viejos
brazos,
un
volumen donde
damente grabado en
letras
resaltaba
profun-
de oro este nombre.
Salomón.
-i»*
Observando
ella
que fijaba mi atención en
esa páginas cuya escritura y lenguaje no conocía,
díjome
-
77
—
**Este libro y todos los
cia,
que ves en esta estan-
son de mi hermana menor que alberga con-
migo".
—Ya
extrañeza
me
puedes imaginar tú que
al
encontrar tan lejos de
oyes;
mi
a esa
la tierra
criatura rodeada de cosas familiares, extrañeza
que aumentaba
al
darme cuenta
del interés
no
>^
disimulado, que sentía por los habitantes del pe-
queño planeta.
Me
sos,
interrogó sobre los asilos de menestero-
de huérfanos, de idiotas; preguntóme por las
ambiciones y afanes del siglo; pero, llegó
udo
mi estupor, cuando
la vi entristecerse
al col-
y de-
jar caer sobre su pecho la cabeza orlada de albos
cabellos.
"Tengo muchos enemigos en
díjome, suspirando.
A
los
hombres/les debo mis
^
cabellos nevados.
—
¿
tu planeta -t-
Cómo, interrumpí yo cómo
;
tu que vives
tan lejos del mundo, puedes ser maltratada
allí?
i
—
t<
'Así es,
^
No
puedo
—
7«
-
dijo ella, inclinando la frente.
explicarte, hijo mío; es
—
demasiado do-
loroso, pero es así".
— Díme,
¿quién eres, misteriosa
te lo suplico
señora, que tan afable acogida
¿Por qué vives tan
sola
me
has hecho?
y retirada con tu her-
mana?
"Ella y yo estamos desterrados desde hace
veinte siglos.
Cuando
se
consumó
la
tragedia del
Gólgota, escarnecidas por los hombres, huímos de
esa inhospitalaria tierra".
"Pero
— agregó,
curioso, hijo mío.
^
'
reprimiéndose,
— no
seas
Harto has penado purgando
tus vanidades, no quiero que sufras por las miserias
de
los
que aún vagan engañados en
el
mundo".
—Gentil señora; dulce amiga,
te estoy
agra-
decido. Quiero saber a quién debo la paz.
"Sea ccjmo gustes, díjome severamente
te.
,^¿rr,'
Y
plegando
los labios en
tris-
una sonrisa que
di-
_
'
:
79
-
"
'
me
bujó un t^nue refleja de ironía,
Mi hermana
damente:
la
es la Sabiduría y yo soy
Eondad".
'perminando su
de
susurró que-
la aparición,
oído.
levanté de
extraña voz
decirme adiós, se alejó pau-
sin
y
sadamente de mi
Me
relato, sollozó la
.
un
salto;
revelaciones
esas
hundiéronse perforando agudamente mi cerebro.
Cojí con precipitación mis atavíos de moder-
no peregrino,
y,. 'sin
mirar,
salí al
camino.
Interrogué a la noche en un afán incontenible de
persuadirme que había soñado
que
bondad no existe ?
la
Y
llegó hasta
la palidez
de las
la fuente,
en
el
mi
:
¿
Es
cierto
la silenciosa respuesta,
estrellas,
en
el
chillar siniestro
en
llorar infantil de
de
las
aves noc-
turnas.
Cuál reina empuñando su
tras la
ira,
montaña,
castigando
al
la luna,
torvo
mundo en un
cetro,
el
apareció
ceño, roja de
azote de sangre.
íí)K¥!^yv?^"F.'s:%*y'
í^
EL LEGADO
\
Ál^^.>£-áf^
EL LEGADO
Este que era un hidalgo pobre, pero de justo
y noble corazón.
En
sus épocas de miseria, supo encontrar
medio de animar a su esposa y sonreir
el
al tierno^
infante su hijo. Rechazó con energía los procedi-
mientos poco escrupulosos de proporcionarse bie-
un
nestar, prefiriendo tener
privaciones;. eso le daba
decía,
chanceándose
físico escueto
mayor
—y
por las
aire de señoría
su lema fué
:
—
"Hidalgo
!í^,"---'
?>."
<'*'?:'.
-84 honrado, antes roto que remendado". El severo
varón era de ánimo dulce, incansable amigo del
bien.
i
Vivió en
la tierra
tros sabéis
donde
en
.
el
año.
.
de
verdad, lectores ?
es,
— ¿voso— Por
los hidalgos
allá
tengo mala memoria, perdonadme,
pero no recuerdo.
Sucedió que
el
asiduo luchar, encaneció sus
cabellos prematuramente, y encorvó sus espaldas.
A
pesar de
ello,
tro cetrino, la
jamás nadie observó en su
mueca de un disgusto. Proporcio-
naba sumo agrado
mano
ros-
al
extranjero, estrechar esa
flaca, ceremoniosa,
que parecía un escudo
de nobleza cuando para saludar,
la
apoyaba ga-
lantemente contra su corazón.
Crecía
el
infante a la vera de tan saludable
sombra, repartiendo sus caricias entre
ta
barba
llos
del hidalgo,
y
la hirsu-
los resplandecientes cabe-
de su madre.
Era muy pequeño aún, cuando un
^-r^
Lf
í
'
^^ti
i
>*>
traidor
- 85-
^
^
encuentro con
ble señor,
los
moros arrebató
y a su vez
fieles,
de
los
donde, olvidados de
loquio, se retiraba el
la vida,
dormían
un fervoroso
muchacho con paso
custodia de la fosa
amada
herencia sólo
soli-
firme,
a los
lirios,
blancos pajes del silencio.
Como
los
manos grandes ramos
sus progenitores. Después de
la
de
al recinto
Distribuía esas flores religiosamente,
la losa
dejando
feligreses de aquel
mancebo
llevando entre sus
lirios.
sobre
«el
madre.
cirio los ojos de la
Por mucho tiempo,
lugar, vieron entrar
vida del afa-
pena de esta ausencia
la
apagó como un
eterna,
la
•,
le
habían qu'edado,
cuerdo del ánimo tesonero del hidalgo, y
el re-
la san-
gre azul que circulaba en sus venas.
Dedicóse
el
huérfano
se cargo de las fincas de
al
trabajo, haciéndo-
un burgués.
No
era de
su agrado este deslucido oficio. Sus sueños lo re-
montaban a épocas de guerra, haciendo
resaltar
en su mente episodios leídos en libros de caballe-
y
':•'''/TW^f^!7S.¡ríilJ^^^
'¡ñfr-' l^:'-' 'V
—
fía,
donde
raptos
se
producían sangrientos encuentros y
de hermosas doncellas,
por 'enamorarse de
Entregado
campo, apenas
distraerse.
,
—
86
muchacho
La noche
erminaban
t
arrogantes enemigos.
los
enteramente
el
que
a '^us
,tenía
labores
tiempo para
tumbaba rendido en
lo
de
el
fresco camastro, sin otro deseo que cerrar los
ojos,
y dbrmir. Los domingos
se allegaba a la
fuente para recrearse, mirando las caras rozagan
tes de las
la palabra,
mozas, pero no
se atrevía a dirigirles
porque su carácter €ra excesivamente
tímido.
Guardaba su
salario intacto en
un carcomido arcón, con
el
el
fondo de
paciente propósito de
reunir una pequeña fortunita, para emprender un
largo viaje. Al cabo de varios años, casi agota-
do por largas fatigas, se encontró poseedor de
algunos maravedíes en oro, y pensó entonces,
realizar
sus ardientes
Cuando tuvo todo
listo,
deseos de rodar tierras.
suspendióse
al cuello
un
_
87
—
:
'-
escapulario con la imagen de la Virgen de los Des-
amparados,
colgósie al cinto la
espada del hidalgo,
'
y partió.
Los campesinos de
comarca viéronlo
ale-
El muchacho era bueno; un
jarse entristecidos.
coro de bendiciones
la
acompañó en
lo
el
camino. Al
cabo de unos mieses, como no tuvieron noticias,
lo
echaron a4-^lvido,
fiel
compañero de
los
que se
despiden.
—Que
si,
que no,
— disputan,
en
umbral
el
de una ri^tica vivienda, dos ancianas lugareñas.
—Que
no, mujer,
que no puede
quieres comparar a este
dar vacilante, con
co años;
el
el
ser.
Cómo
hombre acabado, de an-
joven que partió hace
cin-
otro era fuerte, trabajador, y este
parece un mendicante.
— No
discuta, vecina, sobre lo que
no está
—
—
segura
nozco
respondió
-
88
más anciana.
la
antiguo empleado de mi
al
amo
Reco-
en este
mancebo. Sus ojos eran azules como cuentas de
aderezo
ma
;
ahora están más turbios, pero es su mis-
mirada tímida.
—Ahí
— ya
viene
—
exclamaron
las
dos en coro
sabremos a que atenernos.
Un hombre
un hombre,
avanza por
es
si
que
así
estrecho sendero,
el
puede llamarse a
traña figura que se acerca; ¿es
go? La flacura ha espigado su
do del cráneo
titilan los ojos,
el
la ex-
hijo del hidal-
talle,
y en
fon-
el
como próximos
a ex-
tinguirse.
Camina sonámbulo,
sitios
sin fijar la vieta
en los
familiares; su andar es débil, lleva la ca-
beza baja hasta tocar su pecho con
blegado por
el
la
barba.
Do-
peso de un gran abatimiento, bus-
ca refugio en la
tumba de
los padres, tanto tiem-
po abandonada.
—Perdón,
padres míos.
He
Venido arras-
trándome a buscar
calor de vuestros recuer-
el
cuando nada me quedaba de pureza.
dos,
Mi alma
más que
está pobre, pobre,
el
como en un campo des vastado. Tronché
con inquietud
todo
febril,
encuentro, mancillé
lo bello
ilusiones,
que
salió a
alma
hurgué en
el vi-
me
cio,
y en su charco dejé mi sana juventud.
un amor
ofreció
¡Ah
pudierais ver lo enfangado y harto
si
que está mi
sencillo,
espíritu,
no
me
maldeciríais, muertos
míos!
•
Sólo
.
.
Al
frente del
me
resta terminar la obra destructo-
deci;^^esto
mancebo
cruzó en un azote negro
el
del
templo.
sueño, cogió
el
en dirección
taña.
caviloso,
apoyado en
Luego, como saliendo de
ancho sombrero caído sobre
sas y salió del
al
la
látigo del misterio.
Largo rato estuvo
muro
mi
el
destrozé
que
ra.
la-
mendigo, y hay tanta tristeza en mi
zarillo del
interior
.
recinto,
tambaleante,
camino que llevaba a
el
uii
las lo-
pesaroso
la
mon-
_
90
-
Sus manos fuertementes oprimidas contra
el
pecho, trataban de sentir la última caricia pu-
ra, la caricia
de
que colgaba a su
puso
el
el
Virgen de
cuello.
los
Desamparados,
Acercándola a sus
beso desmayado de su alma en
bendita, y en
su cinto
la
la
la
labios,
imagen
un impulso desesperado arrancó de
espada del hidalgo, para atravesarse
corazón.
Pero
el
viejo
puño de bronce
cedió, abrién-
dose en dos, y cayó de su hueco este amarillento
pergamino.
A
Gonzalo de Lara
''Hijo mío:
Guíame
al
legarte estos consejos
miento de humanidad, y
el
^
-f^
senti-
propósito de volverte
un caballero serenísimo, dueño de
de firme voluntad, como
un
tal
tus pasiones y
debe ser
el
hombre
que hereda
el
91
-
]
:i'r^
linaje de tu padre,
n
y de tanto va-
liente antepasado.
Estas líneas, trazadas por
ciano,
mano impregnada en
combate por
la patria
y por
la
la
mano de un
an-
experiencia del
darán, for-
la vida, te
taleza en horas desfallecidas, y reconforto en tus
instantes de amargura.
Comenzaré por
advertirte, hijo mío, que del
camino que tornes dependerá tu
vayas de prisa por
fundos todo
del
mal que
lo
la vida,
que
aprende a extraer
fruto que es
lel
No
observa con ojos pro-
te rodea,
te acecha,
felicidad.
el
bien. Si
logras establecer una estrecha amistad con tu espíritu,
no
te
exasperarán
bles dificultades
las
sañudas
e inflexi-
que fatalmente esperan en mi-
tad de la ruta, para hacer tragar al hombre
el
agrio polvo de que fué hecho.
Quiero hijo mío, que formes para tu
un
ideal 'fuerte, icuyas
atadas a
la belleza
raices estén
culto,
firmemente
de tus sentimiientos.
-V
-;-.•-:-..,
-
^'''
Cuídate de todo
fulgor, es
,i'--y:^
'^^-.'%'^^t.
92
que reluce,
lo
mejor medio para dejar
'el
exceso de
el
la
mente en
tinieblas.
Me
un deber prevenirte, no tengas mu-
es
chos amigos; ten presente que cuando
el
diablo
des gran importancia a los seres
huma-
reza engañarte quiere.
No
nos,
ayúdalos siempre, consuélalos cuando pue-
das.
Tampoco tomes
y alabanzas
teresados
.
Los primeros, rara vez son desinsegundas,
las
;
estrictamente los consejos
para lograr un propósito.
tible
de engañarse.
nión con
la
la
si
definitivas
El hombre es sucep-
parece acertada
naturaleza;
de sabiduría;
gestos
Me
armas
son
ella es
te fijas bien,
la
comu-
fuente insondable
encontrarás en sus
enseñanza que precises para allanar tus
dificultades.
Observa también a
,
de una ocasión
Nada hay
bajo
te
el sol
tus
servirán
inferiores; en
ellos
más
de provecho.
que no encierre un ejemplo.
.
93
No
huyas
-
sufrimiento, hijo mío, antes
el
bien búscalo, sólo asi alcanzarás serenidad. Tú,
con tu propio esfuerzo, debes de horadar
el
duro
lecho de piedra donde ella se enconde.
Las
la
primeras
decepciones
lucha futura, son
Todo
Guarda
ser lleva
el
el
•
preparan
para
nervio de la energía.
un tesoro dentro
tuyo, hijo mío.
del corazón.
Cúbrelo con tus dos
manos formándole una defensa no permitas que
;
aquella larva venenosa, incansable perseguidora
de
la
juventud, escoja en
Acrecienta
bondades, como
la
cuando
playa de
solo
enriqueciéndolo
en
hormiga provee de alimentos
su cueva de invierno
tarde,
su guarida.
tesoro
ese
la
él
.
El te dará pan moral,
y dolorido
la vida, el
te
más
haya botado en
fogoso corcel a cuyas
cri-
nes va asida la inconciencia
Abandona
el
camino por donde vayan tus
hermanos ataviados de
relumbrantes
oropeles,
fantochesco ropaje, con que cubre sus miserias la
.4
.7
!k
94
-
hueca farsa humana. Viste de peregrino, hijo mío,
y golpea rudamente con tu cayacío en
terior,
hasta que brote
el
agua limpia
la
roca in-
del bautis-
mo, agua donde deleitada, bajará a saciar su sed
de bien tu alma.
Adelante, y no desmayes, pon tu frente vuelta hacia
los
astros, y tu corazón descubierto a
malos y buenos vientos.
los
Acoje en tu seno
al
desgraciado, tiende tu
diestra al que te injurie, no rechaces las benditas
penas que enseñan y redimen.
Entonces, sólo entonces, hijo mío, recibirás
la
sagrada palma ,que
de todos los
te
mundos y
envía
el
Omniscio Señor
justísimo tribunal de las
alturas celestes.
Paz
te
desea
t
Tu
/-
\'^-''
padre".
—
95
/" "b
,
'•:
* *
Cuentan
gos, que
las crónicas
de aquel país de hidal-
ha muchos años, fué encontrada en
lo
espeso de las montañas una cueva sombría.
Dentro de
mía un ermitaño
gada por
los
respetado por los siglos, dor-
ella,
el
sueño eterno.
ayunos, era
la
Su
imagen misma de
serenidad.
pies,
la
^
Guardando
do a &ÜS
faz alar-
el
con
olvido del severo ascfeta, echalas icrines rebeldes
tranquilo, custodiábalo
un
león.
y
mirar
el
""
,
U
"V
V:-.4..>i-
'^\
Ag.,
ti-l
1
£t*^^
SiP-T
CONFESIÓN
'y^
CONFESIÓN
Ven
acá, tú anciano,
que ahora
cos ojos en mis páginas; para
tí
fijas los
sólo,
opa-
voy a con-
tar el último cuento.
No
desconfies de
mi ^narración, y
si
ella te
apena, te ruego ¡oh anciano! te ruego no llores.
Serás
cuento
lo
indulgente
sé;
con la princesita
de mi
porque ya veo en tus párpados
anuncio del sueño que
te llevará a
dormir en
el
la
gran cuna hospitalaria, hermana de aquella otra
-
^-
iOO
—
!
I
de marfiil o de pino, donde te recibió, hechizada
de ternura, tu amante madre.
No
temas descender a
;:
cuna augusta,
la
la
tierra también tiene dulzuras femeninas.
,
Anciano, préstame
el
apoyo de tu endeble
pecho para
c[ue
en
corazón que
me
escuche, es a
En un
el
di a tu
a quien hablaré.
él
reino lejano cuyos
campos doraba en
estío la fertilidad, a orillas del
océano azul, vivió
ha muchos años una princesa
rir al nacer,
roja con
el
nimbo
predijeron los
se
magos
la
pensamiento.
i
-^
los
au-
"Copa de oro",
No
ella
le
hicieron caso
estaba grabada
frente de la princesita a raiz
I
estrella era
mofaron de
del reino.
d€ la trágica advertencia, y
la
que debió mo-
del signo fatal.
gurios que, después de mirar
en
loca,
y digo morir, porque su
Sus padres, incrédulos,
-,¥' -^
mi cabeza,
recline
misma
del
—
La
101
—
chiquilla era buena,
tempestad.
Su
como buena
espíritu hecho para los
es la
grandes
encuentros, no tenía límite en sus audacias, en
sus amores, y sus ansias.
Ignorando
los reyes, sus padres, el
temple de
esa alma juvenil, temían que aquella espontanei-
dad, originara malos sentimientos y decidieron
poner atajo a su desarrollo, como un torpe jardinero, que
poda con
filosas tijeras los brotes
una encina, porque quiere que
como
se vuelva arbusto
las otras plantas del jardín.
Crecían
ta,
de
los
rasgos extraños en la princesi-
a despecho de las crueles precauciones pater-
— tú bien
nas;
para
el
sabes, anciano que
reflujo del
mar; por
el
no hay atajo
contrario, parece
que se enfurece cuando quieren cabalgar sobre
sus lomos inquietos.
/
que
la princesita
Crecía
:
¿No
te advertí al principio,
era buena
esbeltamente,
como
cual
la
tempestad?
los
trigos
—
de
aquel reino prodigioso, y era aficionada a soñar.
.'
,,.:-
"
.
-
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102
—
i
'.
'
.
'_-
Todos sabemos que
los
"
-."/¿"''^
sueños son trampa de
.
la
fea realidad.
Cuando
llegó a la
edad del corazón,
petuosa princesita se dispuso
al
la
im-
amor, buscando
entre los principes rubios, aquel qufe dijera
mayo-
res ternuras en su rosado oído.
Para desgracia de
ella,
quien sedujo su alma
fué un paje aventurero, que cantaba
como
el
pá-
jaro azul, y que hacía tan bien la comedia del
que
dolor,
la
princesa emocionada lo
amó por
compasión.
Más
tarde,
cuando ya no había tiempo de
pudo
arrepentirse,
ella
ver
el
interior de ese ele-
gante paje. Era de trapos raídos
mo
el
de
los
títeres
el
corazón, co-
que sirven de inocente
di-
versión. Anciano, anciano, que pena horrible ex-
perimentó
la
pobre princesita;
tia
que tendrías
ba
las florecillas
en
el
huerto
dino?
—
tú, si
la
vieras que
misma angusel
viento derri-:
plantadas por tu propia
— tu tienes un huerto,
mano
¿verdad an-
—
Uno
103
—
/
a uno, cayeron los castillitos que
vantó su fantasía.
Ella,
le-
todavía de pié entre
las ruinas, parecía
una palmera joven castigada
por
ira divina.
rayo de
el
la
Al verla próxima a sucumbir, todos
los
huracanes comienzaron a golpearla,
do
desatado
en
hacerla su víctima.
el
bonito rostro
deseos.
.
el
el
mun-
Con boca profana lanzaba en
soplo
amargo de sus impíos
^
la princesita,
dula de sus huesos
No
ma-
quizo
pasiones
.
Sufrió
mala?
lúgubres
sus
los
sé,
ha dicho que
no
las
sé.
el
hasta sentir en
mé-
la
frío de la maldad.
¿Fué
Lloraba mucho, alguien
le
almas que lloran tienen perdón
de Dios.
la princesita
Sí,
mente
fijos,
y
las
lloraba, con los ojos fiera-
manos crispadas sobre
el
corazón.
Era buena, buena, como
la
tempestad.
Al cabo de algunos años de rudo combate
-
'•
por
la vida,
porque
104
—
/y^mM-:
"
i
.
la chiquilla
quedó abandona-
da de todos, silenciosamente triunfó en
bien.
de
el
'
Esa cabecita
llas
ella
loca hecha para todas las be-
frivolidades, se inclinó cargada por
la
el
peso
meditación, y sus manos, antaño mariposas
traviesas,
se volvieron dos moJijitas blancas
de
esas que amortajan a los muertos anónimos.
Su boca ya no
la
injuriaba a la suerte, la paz
había sellado con un dulce beso de resignación.
Ella era buena, hija de la tierra, apasionada y
calma, hija del mar, fresca y vibrante hermana de
la
tempestad.
Para
aguarda
el
perdón de un alma buena. ¿Quieres dárselo
tú,
reposar
tranquila
sólo
anciano; tú que inclinas la frente hacia
del
dido que pongas
^
4-4*
*
seno
Señor?
Al contarte
o:
el
este cuento a
como oído
tí,
sólo a
tí,
tu corazón.
he pe-
•
ÍNDICE
#
I
4
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»:'-,\
\V
V
\ii
ÍNDICE
Péginai
Mahmú
^ ^
También para
19
ellos
Caperucita roja
31
A
la
43
El
retrato
i
vera del brasero
Quién
61
69
eres ?
83
El legado
Confesión
•
4fi^'
99
\
\
1,
ESTE LIBRO LO ESCRIBIÓ TERESA DE LA f
LLAMADA ENjílE LOS PROFANOS
THÉRÉSE ^ILMS MONTT Y SE
ACABÓ DE IMPRIMIR EN LOS
TALLERES DE OTERO
¿k
C.» EL DÍA 24
DE FEBRERO
1919.

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