Las selvas cromáticas de Carlos Jacanamijoy

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Las selvas cromáticas de Carlos Jacanamijoy
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Carlos Jacanamijoy
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Utilizo elementos tales como la niebla o la lluvia, el claroscuro, el día, la noche, un amanecer, un atardecer, los
arreboles, los destellos de luz, los racimos de frutas, las semillas que se desgranan, las plumas cromadas de las
aves, las siluetas de los animales, sombras, líquidos derramados, el subfondo de un río, una cascada, la policromía
del firmamento, el fuego, los sonidos, el eco, en fin, todo va apareciendo en contrastes de cálidos y fríos.
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Carlos Jacanamijoy
Carlos Jacanamijoy, Ediciones El Museo, Pág 46, 1999
El epígrafe que abre estas páginas enumera algunas de los incidentes, las realidades y los sucesos del mundo físico
que estructuran las pinturas de Carlos Jacanamijoy y nos ilustra sobre la razón de ser de unas abstracciones
transidas de figuración o, al revés, de una figuración transida de abstracciones. El enunciado teórico del epígrafe es
absolutamente claro y tiene un complemento apropiado en la tabla de grafemas que el pintor ha dibujado para
indicar los correspondientes significados, la guía visual que permite buscar y descubrir las criaturas ocultas en unas
selvas cromáticas que nacen de vivencias infantiles del mundo indígena del alto Putumayo, mediadas por los
colores derivados del rito purificador del yagé y las creencias legendarias de la comunidad Inga del sur de Colombia.
Aunque la palabra paisaje no figura en dicho epígrafe, debemos admitir que las palabras río, cascada y firmamento
lo evocan perfectamente. La ausencia de las palabras selva y montaña, resumibles en la palabra tierra, es el signo
de una visión fragmentada del entorno físico. Porque Jacanamijoy dice niebla y pinta girones de niebla, dice lluvia y
pinta recortes de lluvia, dice claroscuro y el claroscuro se hace presente en una determinada área del cuadro, no en
su totalidad. Trabaja como si tuviera a la mano las tijeras que le permiten seccionar noches, días, frutas, semillas,
etc., para disponerlas y componerlas como si se tratara de los elementos heterogéneos y autónomos de un collage.
O como la pera, la manzana, la copa y el mantel de un bodegón a la antigua. El espacio cúbico no existe pero
queda sugerido. Reconocemos las partes que lo integran y eso basta. El escenario se despliega ante nuestros ojos,
pero matizado por las plumas cromadas de las aves, las plumas que los chamanes indígenas portan en sus
cabezas durante las ceremonias rituales. El color está asociado a creencias y prácticas mágico-religiosas como la
del yagé, no a cálculos o caprichos dictados por el gusto. No obedece a las harmonías que los pintores occidentales
han venido practicando ya que su fundamento reside en principios simbólicos que los temas exigen, no en los de
agradar el ojo. Si en ciertos casos agrada de modo evidente de reconocer que el pintor no limita su hacer a una
acertada combinación de tonos, medios tonos, texturas y brillos Piénsese al respecto en las connotaciones vitales y
poéticas de ideas tales como encuentro, intercambio y nacimiento. O como árbol del viento, flor de rezo y pluma
chamánica. La naturaleza salvaje de Jacanamijoy no ha surgido de la materialidad a secas sino de las
manifestaciones sobrenaturales que los hombres le atribuyen, actitud que permite comprender la audacia de pintar
los sonidos y sus ecos.
Si entendemos que el color puede llegarnos a parecer excesivo porque no busca agradar sino revelar, la tabla de
grafemas es el instrumento que nos pone al tanto del repertorio de potencias, o espíritus, o entes que pueblan unos
lugares que no sólo están compuestos de materia vegetal, mineral o animal sino de seres invisibles que los devotos
del pensamiento mágico reconocen, respetan e incluso reverencian en el diario convivir. Si tú crees en los
postulados generales de la metafísica y caminas por la selva, has de saber que te vigilan los animales que el follaje
oculta y te vigila el auca, por ejemplo, el espíritu que el artista evoca con más frecuencia cuando pinta.
Vivencias, colores y creencias ancestrales se entremezclan en diversos grados y construyen la memoria que define
la obra de Jacanamijoy, un artista que ha estado pintando en contraste de cálidos y fríos lo que la sociedad blanca
del primer mundo jamás había imaginado pero en adelante podrá imitar si lo desea. Obsérvese que si el medio de
expresión, la pintura, es tradicional, no son tradicionales los temas trajinados. Esos temas han sido generados por la
nostalgia del paraíso que el artista perdió al hacerse adulto y escapar al mecanismo de la mentalidad primitiva que
condicionó y orientó su niñez.
Para captar y comprender los contenidos no tradicionales de la pintura de Carlos Jacanamijoy basta comparar un
cuadro inicial como Selva Verde (1986) y las demás obras de esta exposición. Selva verde anuncia los contenidos
de las selvas cromáticas que vendrían después, pero por carecer precisamente de esos contenidos. Se trata de una
imagen retinal basada en lo que el ojo ha visto y la mano diestra reproduce. El espacio se despliega unívoco en
contraste con el espacio equívoco e inquietante atravesado de las sugerencias y fantasmas de la producción
posterior. Pintado cuando el artista era aún un estudiante, Selva verde es un escenario sin personajes o, dicho de
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otro modo, una física sin metafísica. La naturaleza se revela esplendorosa, pero no posee los contenidos que le
darán su singularidad.
Cuando las vivencias de la infancia afloren en la memoria del pintor, la selva su selva personal se llenará de signos
alusivos a criaturas no visibles. Solo entonces tomará forma el habitáculo de los espíritus que acosan al creyente
que transite bajo los follajes de una selva que, en adelante, tendrá los colores del yagé. Dicho de otro modo, Carlos
Jacanamijoy pinta lo que ningún pintor occidental ha podido pintar porque jamás lo ha experimentado: hierofanías o
experiencias ligadas a lo sagrado, propias del pensamiento mágico y hermosamente primitivo que prevalece en la
comunidad Inga del alto Putumayo.
Álvaro Medina
Bogotá, agosto de 2015
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