cartilla rio vicachá - Fundacion Cerros de Bogota

Transcripción

cartilla rio vicachá - Fundacion Cerros de Bogota
Agradecimientos
Esta cartilla fue una iniciativa del convenio entre la Fundación ALMA y
la Alcaldía Local de la Candelaria. Sin embargo, no hubiera sido posible
sin los aportes de muchos habitantes, líderes, estudiantes y solidarios
con la problemática ambiental de los Cerros Orientales, específicamente con el proceso de revitalización del río San Francisco-Vicachá,
quienes desde sus experiencias vitales, lecturas de contexto y confianza hacia el grupo de trabajo, alimentaron lo que aquí se presenta. Su
participación fue fundamental para el espíritu que se planteó desde el
principio: evidenciar las lecturas locales y diversas de quienes asumen
el río como territorio propio.
Particularmente, agradecemos a Alejandro Prince, Berthina Calderón,
Nancy Arroyabe, Julia Capurro Herrera, Ana Julia Martínez Rosa Agudelo, Hernando Villamarín, Edgar Montenegro, líderes y habitantes
tradicionales que nos aportaron con sus comentarios en entrevistas,
caminatas y en el Taller de cartografía social. A don Ramón Moreno
y su familia en representación de las familias de la vereda Fátima. A
don Jorge, representante de los usuarios de los servicios de lavado de
autos. A José Baquero, Hamilton Narciso Vargas, Ricardo Martínez, y
los demás operarios y vigías conscientes de la Fundación ALMA: Jorge Iván Orozco y Daniel Villamizar y, de una manera especial, a “Isa”
(María Isabel Galindo Orrego ), por su gran apoyo en la investigación y
los avatares del trabajo con la gente; también gracias a los vecinos que
aportan en la limpieza del río. A “La Guajira” (Gladis) y a su esposo Julio, y a Nelson Enrique Buitrago, habitantes del río. A Jaime Rodríguez
y Claudia Rocha, guías turísticos y socorrista que compartieron con
nosotros sus conocimientos sobre el estado actual y sobre la historia
de los cerros y el río. A Juan Carlos Higuera por compartirnos su experiencia y la información que ha venido recolectando sobre los cerros y
a la casa comunitaria de La Concordia. Esperamos que esto se sume a
las muchas iniciativas que protegen la vida de los cerros.
PARTICIPARON EN ESTA PUBLICACIÓN
Colectivo Encuentros Universidad Crítica:
Nathaly Granados Uribe
Luis Camilo Mamián Benavides
María Alejandra Vallejo Castro
Caterina Villa de Luiguori
Sara Monzón Cáceres
María Luisa Jaramillo Castillo
Alcaldía Local de la Candelaria
Alcalde Local: Edilberto Corredor Ramos
Supervisor del Convenio: Juan Pablo Rincón
Carrera 5 No. 12C - 40
Teléfonos: (571) 341 0261 / 341 6009
281 7959 / 336 6366
www.lacandelaria.gov.co
Fundación ALMA
Directora: Alegría Fonseca
Referente Ambiental Local: Lina Maria Marín
Parque Nacional, vía Carabimeros
Casa del Bosque
Teléfono: 338 0170
[email protected]
Convenio de asociación 145 suscrito entre el Fondo
de Desarrollo Local de La Candelaria
y Fundación ALMA - 2013
CONTENIDO
Primera parte: Candelaria Antigua
Introducción: ¡¡¡Aguas, aguaaaaaas!!!
5
El origen: el agua
9
Entre ríos
10
La Bakatá ancestral: cuna de Agua
10
De Vicachá a San Francisco
12
El río San Francisco en la “modernidad”
17
El problema del río en términos de “higiene”
18
La canalización: dominación de las fuerzas naturales. Un rasgo
de “civilización”
22
Segunda parte: Memorias del agua
Don Jorge, el carro en manos de Ramón
25
Yo me llamo Ramón, hace tiempos trabajo aquí
26
Mucha de nuestra niñez y juventud transcurrió por los Cerros
Orientales. Don Alejandro Prince
29
Tercera parte: Las luchas del agua
Una cartografía con los lugareños
35
Y al final…
39
Para reflexionar
43
Bibliografía
44
Anexo 1: Historia del recorrido ecológico río San Francisco
PRIMERA PARTE:
CANDELARIA
ANTIGUA
Introducción:
¡¡¡Aguas, aguaaaaaas!!!
La llegada simultánea de tres expediciones europeas a la Sabana de Bogotá
hacia 1538 es un importante indicador de la relevancia que desde la época prehispánica tenía el territorio del Bakatá, región que corresponde a la actual Sabana de Bogotá. La búsqueda de “El Dorado”, el hallazgo de los “panes” de sal
y de preciosas piedras de esmeralda, entre otros, hizo que Gonzalo Jiménez de
Quesada desviara su campaña en búsqueda de los pueblos que comerciaban
estos productos, río arriba por el río Grande de la Magdalena y hacia el oriente
por el río Sogamoso.
El poder militar de los expedicionarios les permitió hacerse al control de este
inmenso territorio, para cuya consolidación instalaron la ciudad fundacional española Santafé de Bogotá en el piedemonte de los Cerros, justamente a orillas
del río Vicachá, una de las múltiples fuentes cristalinas que descendía de los
hoy llamados Cerros Orientales.
Uno de los principales valores de la ciudad antigua fue el agua: ríos, quebradas
y chorros para acueductos; humedales de pesca, hábitat de miles de aves y
venados; densos bosques de niebla poblados por osos de anteojos; páramos
inmensos de misterios, frailejones; agua constitutiva de fértiles suelos, sustento
y despensa de alimentos para una ciudad entera.
Siglos después, la implantación abrupta y violenta de un modelo de pensamiento correspondiente a la ciudad “moderna” acabó con las formas de protección
y cuidado de los cuerpos del agua y de esa exuberante naturaleza, que durante
mucho tiempo se habían mantenido gracias a los conocimientos centenarios
de la dinámica del agua que tenían los pueblos originarios. Muestras de este
conocimiento e inteligencia colectiva, en correspondencia a las “crecientes” y
“bajanzas” del río Bogotá y sus afluentes nacidos en la cordillera, son las huellas de adaptación, como se evidencia en algunos sectores de la sabana, de los
pueblos muiscas a procesos de inundación y elevado nivel freático a través de
terrazas, plataformas de viviendas, túmulos, canales, camellones, agricultura y
pesca artesanal milenaria.
6
NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
El río Vicachá, con el transcurrir de los años, pasó
de tener gran relevancia para la ciudad y ser la fuente de agua del principal acueducto colonial, a ser
un problema de salud pública por su contaminación. De hecho, el proyecto recurrente de distintos
gobiernos fue su canalización y ocultamiento bajo
calles y viviendas del centro urbano.
Huellas arqueológicas de
canales y camellones en
zona del actual club de Los
Lagartos, parte del antiguo
humedal de Tibabuyes (Juan
Amarillo), zona de rebalse
del río Bogotá.
En la actualidad, distintas normas rigen sobre la
protección de los ríos urbanos y de otros ecosistemas estratégicos. Desde 1976, los Cerros Orientales
se declararon como reserva forestal protectora. Las
orillas de las corrientes de agua están protegidas
como zonas de “ronda” hidráulica, parte de los bienes y espacio de uso público; asimismo, desde el decreto del POT de 1990,
forman parte de la Estructura Ecológica Principal como áreas protegidas. A
pesar de este esfuerzo normativo, y de distintas acciones de la ciudad para
darle manejo al agua de los ríos –adecuaciones hidrogeomorfológicas; separación de gran parte de las redes de alcantarillado sanitario y pluvial; instalación
de reductores y disipadores de velocidad para prevenir impactos negativos de
crecientes; aislamiento de algunos sectores de las rondas, entre otras–, algunos ríos presentan en la actualidad variados tensionantes y disturbios como
la invasión de sus zonas naturales de crecientes y coberturas vegetales, y la
contaminación, sedimentación y pérdida de sus caudales. Los cuerpos de agua
de la ciudad, y en particular el río Vicachá, progresivamente se convirtieron en
canales receptores de las aguas de escorrentía de la ciudad, perdiendo así las
condiciones y valores naturales que tenían antiguamente.
El Vicachá de hoy es un rincón escondido que se abre a la vista de quienes caminan tras La Quinta de Bolívar, una hermosa casa que se conserva hoy como
museo y que fue la morada que, a principios del siglo XIX, el gobierno de la
Nueva Granada, tras vencer definitivamente al ejército español, le obsequió al
“Libertador” Simón Bolívar como muestra de gratitud y reconocimiento. Allí, a
través de un camino hoy en proceso de recuperación por parte de la Alcaldía
Local de La Candelaria y entidades del Distrito, se abre un lugar de historias
PRIMERA PARTE:
CANDELARIA ANTIGUA
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entrecruzadas, de formas de uso y apropiación diversas, que se deben tener
en cuenta dentro de cualquier programa para la recuperación y manejo del río.
Hacia finales de los años 90, gran parte del río fue confinada y una porción importante de su caudal fue enterrado y convertido en arquitectura de ladrillo y
adoquín a través de obras de arquitectos como Rogelio Salmona y Luis Kopec. Se
creó así un referente de la “renovación” del centro y de recuperación del espacio público, iniciativa que fue criticada por varios sectores por el manejo “duro”
que se dio al río, donde se interpretaba principalmente como una pileta, como
un elemento arquitectónico, y no como un cuerpo de vida con funciones ambientales, hidráulicas, sociales y culturales que podían ser integradas a la ciudad.
El río es también lugar de asentamiento de personas despojadas que no encuentran otro espacio para habitar. Aquí, personas sin otro techo se bañan,
duermen y preparan alimentos. Algunos, como “La Guajira”, mujer delgada de
tez recia y curtida, han hecho allí, a la intemperie, su vida entera. Según su
relato, esta mujer fue testigo en su niñez, hace 40 años, de la construcción de
los puentes de la circunvalar. Recientemente, familias indígenas desplazadas a
la ciudad se acercan al cuerpo de agua para cocinar “ollas comunitarias”, afectando parte de la vegetación de la ronda, y haciendo un uso “indebido” para el
orden jurídico ambiental de los bogotanos. Sin embargo, no se tiene en cuenta
que, para ellos, algunas de estas actividades son comunes y tradicionales en sus
territorios de origen, de donde fueron desplazados.
El río es también lugar de esparcimiento de caminantes y de ciudadanos con
ganas de hacer deporte y de separarse por un momento del “mundanal ruido”,
o simplemente de respirar el aire más fresco de las montañas, incluso en el
corazón mismo de la ciudad. Cuentan vecinos de la localidad que aún hay casas
con aljibes y pozos. El río es también lugar de aprovechamiento económico de
familias. Por ejemplo, Don Ramón y su familia usan el Chorro de Padilla para
lavar carros, y según cuentan, viven en el Cerro hace cerca de 35 años, con
otras 17 familias.
El territorio del río también sirve como parqueadero de universidades en su
zona de ronda; también es hábitat en sus partes altas de familias de origen
campesino que, a pesar de restricciones de uso por ser declarado reserva forestal, aún mantienen producción agrícola y pecuaria; igualmente, es guardería de
perros de compañías de vigilancia privada.
8
NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
Hoy en día, la Alcaldía de la ciudad habla de recuperar y renaturalizar parte de
algunos ríos, incluyendo el Vicachá, como forma de transformación de modelos
de pensamiento frente al agua, adaptándolos a modelos más amigables con la
naturaleza y que reinterpreten los espacios y cuerpos del agua hoy altamente
perdidos en la ciudad. Dice José Baquero1, líder ambiental de la localidad La
Candelaria, hablando del río: “El río Vicachá es una parte de la sangre de todos los ancestros que hubo dentro del territorio. Fue destruida una parte de
él cuando los conquistadores comenzaron a quemar nuestros bosques. Este
río fue el primer sitio que ellos entraron a destruir. Ahora estamos tratando
de recuperar lo nuestro y la parte ancestral de nuestros indígenas; ya se está
entrando en una conciencia ambiental”. Otro vecino, Ricardo Martínez Tenjicá,
habla con igual afecto por el río Vicachá: “Es parte de nuestro territorio y de
nuestra localidad de La Candelaria. Es el que nos da los buenos amaneceres, el
fruto de una buena vida, llegar y respirar el aire fresco. Estamos comprometidos a cuidarlo, a limpiarlo. Como yo vivo en la localidad me nace mantenerlo
limpio y cuidarlo”.
Siguiendo las pistas del territorio, tras la ruta del agua, puede entenderse que
su uso, aprovechamiento, manejo y ordenamiento es el reflejo de la estructura
de pensamiento de la sociedad cambiante y dinámica con la que se ha relacionado a través de los años. De acuerdo a la concepción histórica y cultural
sobre el agua y los ríos, y a la representación simbólica que exista en la sociedad sobre ellos, se adecuarán, intervendrán y protegerán, o transformarán y
desaparecerán los cuerpos de agua. En ciudades como Bogotá, comprender el
asunto del agua –de los lugares donde discurre, donde se deposita, donde se
recarga, donde emerge– es un asunto que debe atar la ecología con la cultura,
y a la naturaleza con el pensamiento social. Sólo las últimas décadas han vuelto
a mirar hacia el agua. Es bastante reciente la preocupación por el Vicachá: por
su cuenca, por su contaminación, por su vegetación riparia, por su recuperación
y renaturalización. Tuvieron que pasar cerca de 500 años para que la ciudad
redescubriera que el agua es ordenadora de nuestros territorios.
1. Entrevista personal a José Crisánto Baquero Villaba, y Ricardo Martínez Tinjacá.
4 de septiembre de 2013.
PRIMERA PARTE:
CANDELARIA ANTIGUA
9
La transformación constante y mutua de la naturaleza y la cultura en ella contenida han ido cambiando paulatinamente las prácticas que producen fuentes
contaminadas, aguas estériles y charcos putrefactos en las orillas, por prácticas
donde se da paso a proyectos de recuperación, recorridos ecológicos de colegios y vecinos y a políticas de protección lideradas por comunidades y autoridades de la ciudad.
El río Vicachá ha sido uno de los protagonistas más importantes en la historia
de la conformación de La Candelaria, y también de Bogotá. El río dirigió la fundación de la ciudad colonial en su génesis. Una ciudad que, en los inicios de la
urbanización, vería la necesidad de canalizar esas aguas que venían desde los
páramos que están ubicados detrás de Monserrate. El río Vicachá fue el escenario de muchas historias que son el testimonio de una Bogotá cambiante, llena
de disputas, consensos y contradicciones, en una dinámica que ha contribuido
a la conformación del panorama actual de la ciudad. Las aguas del río siguen
fluyendo por sus cauces, en un fluir que ha sido testigo de las vidas que han
transitado sobre su territorio, y que han tenido diferentes formas de relacionarse con el agua al pasar los años, las décadas y los siglos.
El origen: el agua
Dentro de los límites de la cordillera oriental se ubican dos Parques Nacionales Naturales de sobrecogedora belleza: Chingaza y Sumapaz. Esta cordillera ha
sido reconocida por albergar los páramos aislados de mayor tamaño en Colombia, y por ser la zona de producción del agua que abastece a Bogotá, ciudad que
cuenta con una población aproximada de siete millones de habitantes.
En el sector de los páramos, nacen hacia el oeste los ríos de la cuenca del río
Bogotá y, a través de éste, del Magdalena. Hacia el oriente corren algunos de
los ríos de la cuenca del Orinoco que riegan el piedemonte llanero y abastecen
de agua a Villavicencio. A esta altura fluye un sistema de torrentes, quebradas
y riachuelos que recorre la sabana desde oriente hasta occidente y va a desembocar en los humedales y en el río Bogotá, conformando con ellos la estructura
ecológica del territorio.
NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
10
Entre ríos
L a historia del río San Francisco es la
historia de una Bogotá que crece entre
ríos, pues fueron ellos quienes determinaron sus transformaciones a lo largo de
los siglos. También es la historia de los
Muiscas, antes de la llegada de los españoles en el siglo XVI, y la historia de la
urbanización de la ciudad después de la
llegada del colonizador de estas sabanas,
Gonzalo Jiménez de Quesada, en 1537.
Las condiciones que tenía la región de
ese entonces hacían que el agua fuera
esencial para los pobladores ancestrales
del territorio.
Vista de Bogotá desde el
páramo Cruz Verde. Lugar
donde nace el río Vicachá.
Fuente: http://udcaiga.
wordpress.com/albun/
cruz-verde-2/.
Este río nace en la laguna del Verjón, ubicado entre los páramos de Choachí y
Cruz Verde, al oriente de Bogotá. Luego de cruzar por el Boquerón, descendía
rápidamente y profundizaba su lecho al entrar a la ciudad por la parte alta de la
parroquia de Las Nieves. Fue llamado San Francisco desde mediados del siglo
XVI por el convento de franciscanos que se construyó a sus orillas, en lo que hoy
es la Avenida Jiménez entre carreras 7ª y 8ª (Mejía, 19982003 ).
La Bakatá ancestral: cuna de Agua
Desde antes de la fundación española, la presencia del agua fue esencial para
los pobladores ancestrales del territorio. Investigaciones geológicas han determinado que hace 35.000 años la actual Sabana de Bogotá era un gran lago.
La cosmovisión muisca situó en el agua el origen de la vida, y el respeto que por
ella tenía esa cultura se representó en los nombres de los lugares de su geografía local. Es así como el río que hoy conocemos como San Francisco, llevaba,
para los Muiscas, el nombre de Vicachá, que significa “resplandor del agua en la
penumbra”. Al recorrer su cauce, justo en medio de los cerros de Monserrate y
de Guadalupe, puede entenderse mejor el sentido de su nombre original cuan-
PRIMERA PARTE:
CANDELARIA ANTIGUA
11
do se observa su forma: grandes rocas van formando pozos que a lo largo de su
curso reflejan la luz del sol, mientras corre por debajo de un arco formado por
la vegetación que le da sombra.
El uso respetuoso que en otra época tuvo el río por parte de los pueblos originarios, cuya cercanía con el mundo natural se basa en la pertenencia y respeto
del mismo, permitió que se desarrollaran
formas de cultivo sustentadas en el conocimiento de los ritmos y ciclos de los
torrentes. Justamente, en la parte baja
de la sabana, los Muiscas utilizaron sabiamente sus conocimientos para calcular las épocas de las crecientes del río e
implementar un sistema de cultivos con
camellones y zanjas. La regularidad de
sus cultivos está asociada a los ciclos de
las aguas. Así, su modo de vida resultaba
en un orden incorporado a los ciclos naturales del territorio que ocuparon.
La decisión de Jiménez de Quesada para
la fundación de la ciudad entre los ríos
San Francisco y San Agustín, quizás tuvo
que ver con las características de este
territorio, refiriéndose a él como “el nacimiento de dos ríos cristalinos y rumorosos que se desprendían de la cordillera y bajaban por entre dos orillas de
césped: uno de ellos, el Vicachá, salía por entre dos cerros, golpeándose contra
grandes piedras, formando copos de blanca espuma y haciendo remolinos al
llegar al valle, donde ambos juntaban sus aguas purísimas. El clima era fresco,
el aire puro, el sol muy suave y el cielo muy azul. A aquel sitio iban los Zipas a
pasar los meses de lluvias, cuando se inundaban los campos de Bacatá.” (1915).
Aunque no todos los fundadores y primeros habitantes de la ciudad, que inicialmente se llamaba Santafé de Bogotá, se refirieron a la sabana muisca exaltando
su riqueza y su belleza de esta manera.
Retablo de los dioses tutelares de los Chibchas. Luis
Alberto Acuña. Óleo sobre
madera. 1935. Museo Nacional de Colombia.
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NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
Al contrario, algunos hacían notar su descontento por el clima paramuno y las fuertes lluvias que
pasaban sobre la ciudad en ciertas épocas del año,
lluvias que años más tarde serían las causantes del
derrumbe de puentes y casas que se erigieron en
las orillas del río San Francisco, también conocido
como Vicachá o Boquerón. En efecto, a la llegada
de los españoles, la sabana se presentaba como lo
que fuera tiempo atrás, un gran sistema de lagos
alimentado por ríos y quebradas. Por esto, para el
año de 1640 se hablaba de ciertos requerimientos,
como la construcción de puentes y alcantarillas,
para enfrentar el aislamiento en el que vivía la ciudad cuando sucedían los desbordamientos del río
Bogotá en las temporadas de lluvia.
De Vicachá a San
Francisco
Ilustración de festejo muisca.
Tomado de Así éramos los
Muiscas.
Jiménez de Quesada llegó con 166 hombres, los cuales fueron los últimos so-
brevivientes de la travesía que los llevó desde Santa Marta a Bogotá –inicialmente compuesta por una flota de 1500 colonos–, y que decidieron fundar
la ciudad entre los ríos Vicachá y San Agustín dada la potencialidad que estos
proveían: para el consumo, para que las lavanderas enjuagaran sus ropas, para
hacer funcionar los molinos y las empresas que años más tarde estarían cerca
al río usando la energía del agua; también fueron usados como baños públicos
de la comunidad y fuentes de descanso.
Estos usos empezaron a convertirse en un problema porque afectaban la calidad del agua, generando insalubridad y contaminación de los afluentes. Es
por esto que desde el siglo XVI se hizo necesaria la canalización y el manejo
de las aguas, de manera que toda la población tuviera acceso a ella cómoda y
eficazmente. Esto influyó en la edificación de las primeras casas que se construyeron en la ciudad, en lo que hoy se conoce como Teusaquillo. Este lugar
PRIMERA PARTE:
CANDELARIA ANTIGUA
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era privilegiado porque se encontraba ubicado entre los ríos Vicachá y San Agustín, también conocido
como Manzanares. El primer asentamiento colono
que hubo en la ciudad se realizó allí, donde estaban
ubicadas las tierras que el Zipa tenía destinadas a su
descanso y el de sus mujeres en las épocas de lluvia.
Los problemas de higiene que empezó a tener el río
dieron como resultado la implementación de normas que, en un comienzo, necesitaban la aprobación de la Real Audiencia del Nuevo Reino para su
implementación; sin embargo, debido a la lentitud
de ese proceso se generaba desconcierto en los colonos radicados en la Bogotá colonial. Por lo tanto,
desde 1557 se instala la primera norma para evitar
el deterioro del río, que prohibía “la construcción
de los molinos en sus orillas, el lavar en él y arrojarle inmundicias” (Mejía, 1998, p. 63), y también
se construye el primer puente que atraviesa el río
Vicachá, a la altura de la actual Carrera Séptima con
Av. Jiménez, llamado San Miguel, el cual sería derrumbado en 1657.
El siglo XVII se caracteriza porque durante este período se construyeron varios puentes y pilas, que
tenían íntima relación con el río, y que evidenciaban, en su arquitectura de corte gótico, el vínculo
cultural entre Europa y Colombia . La importancia
de las pilas y los puentes radica en que eran centros
sociales de interacción –resultado de la organización inicial de la colonia–, por
lo que determinaban dinámicas comerciales, de recreación y de apropiación de
esos espacios.
Desde las primeras etapas de la construcción de la Bogotá colonial, en especial
de lo que hoy se conoce como La Candelaria, el manejo de las aguas determinó
considerablemente el ordenamiento de la ciudad, ya que su estructura esta-
Calvi, Gian & Giraldo de
Puech, María de la Luz.
14
NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
ba concebida como organización urbana alrededor
de las iglesias, y ellas estaban construidas entre los
puntos más centrales de la creciente ciudad.
Entre las parroquias, había quebradas –ramificaciones de los ríos–, que en esa época eran una suerte
de linderos naturales, hijos de los ríos más grandes
que permitieron erigir la ciudad alrededor de ellos.
De manera que el río Vicachá atravesaba las principales iglesias parroquiales: la de Las Nieves, La Catedral y Santa Bárbara, desde su nacimiento hasta
las quebradas que de él nacían, como la quebrada
del Agua Vieja, la quebrada de Guadalupe y la de
San Bruno, entre otras.
Puente de San Francisco.
(Sociedad de mejoras y
Ornato, no. de re. XI-811a).
Puente de Latas o Puente de
Los Micos. Ubicado en el cruce de la Avenida Jiménez con
cra 6. Fue construido en 1846
y reformado en 1868, cuando
recibió el nombre de “Puente Gutiérrez”. Sociedad de
Mejoras y Ornato de Bogotá.
Archivo José Vicente Ortega
Ricaurte. Reg. VI-397a.
Sin embargo, este fue sólo el comienzo de las problemáticas que se generarían
alrededor del río, ya que de éste dependía el abastecimiento del agua para una
ciudad que estaba en los albores de la urbanización. A la postre, estos ríos se
convertirían en linderos para la ciudad, debido a las murallas que los cubrían
y a la dificultad que se tenía para atravesarlos. Asimismo, configuraban los recorridos, las distancias y los tiempos de aquel entonces; igualmente, generaban dinámicas internas en los primeros asentamientos urbanos de Bogotá, por
ejemplo, en el caso de las lavanderas, por la falta de acceso que había hacia
ciertas zonas a causa de los ríos.
Todas esas dinámicas que se desenvolvían al interior de la ciudad colonial, germinaron una serie de descontentos en los pobladores, algunos de los cuales
organizaron movilizaciones cívicas en pro del agua a lo largo del siglo XVI y XVII,
pidiendo que se instalaran fuentes de agua que fueran de fácil acceso y a las
que llegaran las aguas más puras de los ríos cercanos. La primera movilización
cívica se realizó en el año de 1583, representada por Juan de Almanza como
vocero de la comunidad. Como resultado de estas peticiones, en 1584 se instaló
la primera pila de agua de uso común, a la que se llamó popularmente El mono
de la pila, porque allí había una estatua referente a su nombre, estatua que se
encuentra ahora en el Museo de Arte Colonial.
Esas aguas hacían un recorrido desde el río San Agustín hasta la plaza principal,
a través de una cañería de ladrillo, piedra y cal, atravesando una zona abundan-
PRIMERA PARTE:
CANDELARIA ANTIGUA
15
Lavanderas del río Vicachá (Sociedad de Mejoras y Ornato XI – 847).
te de arbustos de laurel. De allí se origina el nombre
del “Acueducto de los Laureles”, también conocido
como “Cañería de los Laureles”.
La implementación de las pilas sería la primera solución para el manejo del agua durante el siglo XVI,
XVII y XVIII. Estos ramos de agua, divididos según los
núcleos de concentración de la comunidad, fueron
epicentros socioculturales de la época, lugares de
reunión donde se instauraban estructuras e instituciones de control y orden para la comunidad como
la iglesia. Sin embargo, el factor predominante que
determinó el rumbo de esa estructuración urbana
en torno al agua era la necesidad de la comunidad
de aprovisionamiento. La edificación de pilas de
agua en la ciudad muestra cómo desde los inicios de
la urbe los recursos hídricos se modifican y adaptan
a las necesidades comunitarias.
A mediados del siglo XVII, el problema de salubridad del agua había disminuido, logrando algunos
avances en cuanto a su sanidad, aunque las casas
que se construían en las orillas del río Vicachá tenían la característica de edificarse dándole la espalda al río porque, en algunos sectores, éste seguía
siendo vertedero de basuras y se seguía utilizado
para el almacenamiento de desperdicios.
La contaminación del río fue una de las causas
principales por las que algunas pestes azotaron a
la población de la ciudad colonial, en especial a los
indígenas, con la llegada del tifo y la fiebre tifoidea
–pestes conocidas en su época como “epidemia de
Tabardillo” y “peste de Santos Gil”–.
La disposición de las aguas había sido un tema álgido en la construcción de la
ciudad. Pero mientras El Cabildo y la Real Audiencia se disputaban el control
Toma de la cajita de San
Francisco. Parque Santander
1880-1896.
16
NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
de la misma, la ciudad iba creciendo y se hacía necesaria la adopción de otros ríos para el abastecimiento a la comunidad. Es por esto que, durante el
siglo XVII, se agrupan las aguas del río Fucha a las
del Manzanares y comienza a funcionar una suerte de redes acuíferas que, a través de conexiones
naturales y otras artificiales, soportaron el consumo de agua a gran escala –consumo que se incrementaría exponencialmente con el tiempo hasta el
día de hoy–. Finalmente, se le otorga al Cabido la
potestad sobre las aguas a través de la Real Cédula
Sobre Aguas.
Pila de San Victorino. Famosas piletas de uso público
para el abastecimiento de
agua. Colección Museo de
Bogotá, fondo Daniel Rodríguez Reg. MdB II-112a.
Pila con campesinos y
burros, ca.1940. Colección
Museo de Bogotá.
Fondo Saúl Orduz. Reg. Mbd
27683.
Para mediados del siglo XVIII, la ciencia hizo uso del
agua como objeto de estudio y de experimentación.
Y dado el aumento de la población durante el transcurso de ese siglo, el Acueducto de Los Laureles
fue reemplazado por uno llamado Aguanueva, que a partir de su inauguración
tomó el nombre de Aguavieja. Este acueducto estaba construido con mejores
tecnologías e incorporaba otras fuentes de agua aledañas a la ciudad colonial.
Sin embargo, “hasta finales del siglo XVIII este acueducto fue una sencilla zanja
destapada que tomaba el agua del río San Francisco y que corría bordeando el
camino conocido como paseo de la Aguanueva, para descender luego desde la
zona de Egipto por la calle de la Fatiga (calle 10) hasta la fuente de la plaza mayor. En su camino alimentaba, además, el chorro de Egipto, el chorro del Señor
Hoyos y la fuente de Celedonio, esta última situada en la calle 10 entre carreras
5ª y 6ª. Estas tres últimas tomas se construyeron en la segunda mitad del siglo
XVIII.” (Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, 2003: 107).
Muchas fuentes, como las de los Chorritos del Rodadero sobre la calle 13 entre
carreras 4ª y 5ª, fueron obras que tenían como fin abastecer de agua a la comunidad, pero también ir conformando una ciudad digna de ser la capital del
Nuevo Reino. Asimismo, estas obras crearon tensiones políticas sobre quiénes
y cómo se debían manejar esos recursos de uso común. Sin la existencia de
una regulación rigurosa sobre los manejos del agua a finales del siglo XVIII, el
desaseo de la ciudad y la implementación de nuevas pilas y chorros genera-
PRIMERA PARTE:
CANDELARIA ANTIGUA
17
ban constantemente pleitos y diferencias sobre por
dónde y cómo tenían que estar ubicados los chorros
de agua.
El río San Francisco
en la “Modernidad”
A finales de 1800, empiezan a aparecer algunas
vías y medios de comunicación que ayudaron a
mitigar el aislamiento de la ciudad con el resto del
país. Ese nuevo espíritu de la modernidad llegaba
en barco hasta América, arrasando con su llegada todo rasgo de lo que se concebía como “barbarie”.
La modernización, como corriente de pensamiento, puede ser entendida para
el caso de la ciudad de Bogotá como el cambio en las formas de percibir un
espacio-tiempo. En pro de ese nuevo ideal, se tendió a transformar la forma de
representar e intervenir la planeación urbana y el espacio urbano a comienzos
de siglo XX. Fue una época en la que la ciudad comenzó a crecer de manera formidable. Algunos documentos muestran un fenómeno de ola migratoria
entre 1913 y 1918, que es el mismo fenómeno que algunos describen como
el proceso de proletarización de Bogotá. El desarrollo de la industria nacional,
que requirió mano de obra, generó grandes migraciones de los campos hacia la
ciudad, y al mismo tiempo, grandes diferencias sociales, como comenta Vega:
La modernización, lejos de hacer desaparecer la miseria y los problemas sociales, los hizo más evidentes: la Bogotá cosmopolita aseada y lujosa de las
clases dominantes y la Bogotá plebeya de las mayorías sociales de obreros,
artesanos, desempleados, prostitutas, mendigos y pobres en general que ni
siquiera tenían agua potable (Vega, 2002, p. 86).
El crecimiento demográfico conllevó la proliferación de enfermedades infecto-contagiosas, muy posiblemente por las condiciones de hacinamiento en que
se encontraba la mayor parte de la población migrante. Dichas características
de vida determinaron una estructura física y una vida social particular en la
Colector del Río San Francisco. Detalle de las viviendas,
prácticamente hacinadas y
construidas de espaldas al
río. (Sociedad de Mejoras y
Ornato, no. de reg. XI-851a).
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NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
ciudad. El problema radicaba en que, a pesar de la gran afluencia de gente a la
ciudad capital, la frontera urbana no se amplió, y esta situación produjo congestión y aglomeración en el espacio urbano. Cuando el gobierno municipal
empezó a notar la disfuncionalidad de esta situación, se crearon políticas de
intervención pública, entre ellas, la que trataba de entender y dar solución al
problema del río San Francisco.
El problema del río en términos
de “higiene”
Aguas negras. Calle del
Observatorio. 1842.
Se conoce por documentos de archivo que, desde mediados de siglo XVI, existieron prohibiciones de la Real Audiencia de lavar ropas y montar molinos sobre
el río San Francisco; sin embargo, también se tiene registro de la existencia de los molinos Ponze y Almanza por la
época de 1579, por lo que se deduce que estas disposiciones no se cumplían a cabalidad.
Casi tres siglos más tarde, el río San Francisco atravesaba
la ciudad desde los cerros hasta su cruce con el río San
Agustín en la calle sexta con carrera 13. Juntos confluían
en donde actualmente se sitúa la esquina suroccidental
del Parque Tercer Milenio y luego bajaban juntos por la
que hoy es la Avenida de Los Comuneros, desembocando
en el río San Cristóbal o Fucha y continuando su carrera
hasta encontrar al río Bogotá en los alrededores de Fontibón. Su curso definió, en un principio, la forma en que se
tejió la trama urbana de la ciudad y determinó en muchas
instancias el movimiento y la forma de organización de las
prácticas cotidianas de los pobladores de aquella época.
A finales del XIX, el río resolvía medianamente los problemas de aseo de la ciudad, debido a que en sus riveras
se dispusieron baños públicos para los ciudadanos. Los
molinos también se ubicaron en su cauce y, por consiguiente, a él iban a dar los desperdicios que éstos gene-
PRIMERA PARTE:
CANDELARIA ANTIGUA
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raban. También fue tradicionalmente el lugar con el
recurso principal para uso de las lavanderas y como
vertedero de aguas negras y botadero de basuras.
Las aguas negras circulaban por zanjas a lo largo de
la ciudad, que finalmente iban a parar al río, por lo
que cumplía la función de alcantarillado.
A parte del uso que la vida urbana imponía sobre
el río, éste solía desbordarse en época de invierno,
mientras que en verano sus aguas se reducían cabalmente hasta quedar casi seco. Algunos registros
de la memoria de los habitantes de la época recuerdan, por los años de 1914, al río tan solo como un
“maloliente riachuelo”, como describe Juan Dios Uribe en sus “Recuerdos de
días individuales en el tiempo” (Rodríguez).
También se ha encontrado que, en algunos informes presentados por reconocidos médicos higienistas de la época, se indica que las inundaciones eran probablemente causadas por la remoción de piedras naturales del lugar que antes impedían que las aguas del río se filtraran y se salieran de su cauce, pero también
a causa del establecimiento de cultivos en las hoyas hidrográficas, modificando
ambas actividades el cauce natural del río.
El negocio de las carnes también tuvo parte en el problema de higiene ya que,
camino hacia el occidente de Bogotá, se construyó el Matadero Municipal, justo a orillas del río San Francisco sobre la carrera 13 entre las calles 7.a y la
8.a. Por esta razón, era común encontrar animales muertos pudriéndose en las
vertientes del río, esparciendo aguas infectadas. (Lobo) Al respecto del Matadero y las quejas interpuestas ante las autoridades por algunos pobladores, el
gobierno municipal decidió comprar algunos terrenos que quedaban a orillas
del río y pagar celadores de aguas que hacían el trabajo de cuidar la salubridad
del agua. Años más tarde, se trasladó definitivamente el matadero hacia las
afueras de la ciudad.
Aunque para esta época ya se había iniciado un proceso de instalación de tuberías y casi el 30% de la ciudad, para el año de 1890, tenía conexiones a desagües
subterráneos, este sistema mezclaba las aguas negras y las aguas lluvias para
Tanque del acueducto en el
barrio Egipto. 1895.
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NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
llevarlas a los ríos, lo cual se mantuvo sin mayores
modificaciones al iniciar las obras de canalización
y cubrimiento. En 1888, se terminó de construir el
tanque del acueducto en Egipto, que funcionaba
para épocas de escasez. Éste contaba con un azud
y un desarenador sobre el caudal del río San Francisco y abastecía las pilas de Bogotá. Las impresionantes cifras de personas que enfermaban de fiebre
tifoidea y disentería hacían evidente que la proliferación de enfermedades estaba directamente relacionada con la mala calidad de las aguas.
Afiche del servicio cooperativo interamericano.
Departamento de Educación
Sanitario, Ministerio de
Higiene, s.f.
Fue así como, en 1886, el alcalde Higinio Cualla
sostuvo públicamente que “el único remedio para
evitar las inundaciones de los ríos San Francisco y
San Agustín, era la canalización subterránea”. La
propuesta de canalización de los principales ríos urbanos estaba encadenada al deseo de las élites de
inscribir a la ciudad en un ideal modernizador que
demandaba la transformación de las condiciones
materiales y sociales del territorio. La medicina, en
especial la corriente del higienismo, con base en la
cual las autoridades gubernamentales comenzaban
a tomar medidas, fue tomando forma como un campo de conocimiento que
nutría de argumentos una forma de gobernar justificada en ese saber. La articulación del discurso médico con el Estado respondía a la búsqueda del progreso
en las condiciones económicas y sociales, e impulsó la implementación de medidas de intervención que tenían siempre como referencia el desarrollo político
y civilizatorio de las sociedades burguesas.
El impacto de la llegada de la “civilización” a la ciudad capital con sus productos
y su ruido bastó para transformar la mentalidad de un pueblo. Este ambiente era ampliamente experimentado por una minoría que vivía en la opulencia,
mientras que la otra parte de la población apenas y se alejaba con dificultad de
PRIMERA PARTE:
CANDELARIA ANTIGUA
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la vida rural y pastoril. Fue entonces el momento en que la existencia del río se
planteó como un problema de higiene y, por lo tanto, de salud pública.
Un análisis del higienismo en estudios de la época, se vislumbra como una práctica que más allá de preocuparse por la salud de los pobladores, buscaba tener
control sobre las prácticas sociales. Un ejemplo claro es la explicación que se
daba al origen de la pobreza y el atraso del país, planteando que la causa era el
mestizaje y el consumo de bebidas insalubres por parte de la gente pobre, apoyándose en la tesis de la “degeneración de la raza colombiana”. De allí que ciertas prácticas como el consumo de chicha, el uso de alpargatas, ruana y sombrero fueran sindicadas de “formas de vida atrasadas y miserables” que debían ser
combatidas en pro del “desarrollo” y mejoramiento de la nación colombiana.
Es el caso de la prohibición de la chicha, que se sustentada también como un
problema de higiene en su producción artesanal. Los médicos higienistas sugirieron que la embriaguez era una práctica cultural que provenía de los antepasados indígenas. Esta integración termina poniendo como objeto –y sujeto– de
la sanción social a la que se considera una herencia bárbara de los pueblos aborígenes. El argumento más contundente surgió de la relación que se estableció
entre la chicha y las condiciones de vida miserables e insalubres de la gente
pobre, queriendo demostrar así que el consumo de una bebida tradicional y
originaria indígena se trataba de una costumbre, ante todo, salvaje.
En esta nueva “realidad”, que era ampliamente expresada en las arengas de
los políticos y gobernantes de la época, se relacionaban las prácticas insalubres
en torno del río con comportamientos atrasados y bárbaros. Por eso la nueva
ideología fomentaba el control sobre las fuerzas naturales y que se impusiera el
poderío de la civilización sobre el comportamiento azaroso –o más bien desconocido por los civilizados– de la naturaleza.
Los discursos de médicos higienistas de la época, como Jorge Bejarano, permiten observar la relación que se establece entre las costumbres indígenas y los
comportamientos sociales atrasados, en oposición a los hábitos higiénicos que
traía la modernidad. Esta forma de pensamiento termina, con su argumentación higienista, “demostrando” la inferioridad de las “razas” originarias y esclavas, y esta noción de inferioridad se transpone a las costumbres que para la
época conservaban las clases trabajadoras.
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NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
La canalización: dominación de
las fuerzas naturales. Un rasgo
de “civilización”
E l siglo XX empieza con las obras de canalización y cubrimiento de los ríos y
quebradas adyacentes al centro histórico, ratificándolos como los receptores
principales del sistema de alcantarillado. Mediante la Ley 10 de 1915, se dio
inicio al proceso normativo que instauraba el proyecto de canalización del río.
Un año más tarde, mediante los acuerdos 6 y 10 de 1916, formalizan y planean
la aplicación del proyecto.
Canalización del río San
Francisco, ca. 1920. Anónimo. Colección Museo de
Bogotá, fondo Luis Alberto
Acuña. Reg. MdB 00105
En 1921 se iniciaron los trabajos de cobertura en el parque Germania, ubicado
en la carrera 3.a, en que se inicia el establecimiento de un conducto artificial
para regular el cauce del río. Fue la sepultura final del que antes fuera el río del
“resplandor en la oscuridad” para los Muiscas.
Se determinó que las porciones de los ríos San Francisco y San Agustín fueran
cubiertas y terraplenadas y se convirtieran en calles o avenidas públicas con
la forma de sus cauces. Mediante el Acuerdo 31 de
1917 y el acuerdo del consejo de la Academia Nacional de Historia, se decidió otorgar el nombre de
Avenida Jiménez de Quesada a la calle que reemplazaría al río.
Con esta operación, mientras el agua desaparecía
del paisaje urbano, se creó uno de sus espacios
más significativos en la Avenida Jiménez, vía que
“concentra una cierta cantidad de edificios de muy
buena calidad arquitectónica, construyendo con sus
fachadas una especie de profundo cañón artificial
que serpentea reproduciendo las curvas del viejo
cauce y generando un espacio urbano con una escala y unas condiciones de perspectiva especialmente
valiosas” (Pinilla, 2008).
PRIMERA PARTE:
CANDELARIA ANTIGUA
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La ley que reglamentaba su construcción estableció que en ningún trayecto ésta
debía tener un ancho menor a 22 metros. Una revisión sobre las características
especiales que indica la normatividad del proyecto expresa el hecho de que la
realización del mismo, además de ser definida claramente por acciones técnicas
y administrativas, tuvo en cuenta además algunas pautas que condicionaron las
transformaciones en el espacio público a los ideales modernizadores e intereses de un grupo particular de la población.
El costo ambiental de estas decisiones no podía ser advertido entonces y resultó gigantesco, generando todavía hoy repercusiones muy graves sobre la
estructura hídrica.
Canalización del río San
Francisco, ca. 1920. Anónimo. Colección Museo de
Bogotá, fondo Luis Alberto
Acuña. Reg. MdB 00105
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NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
SEGUNDA PARTE:
MEMORIAS DEL AGUA
SEGUNDA PARTE:
MEMORIAS DEL AGUA
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Don Jorge, el carro en manos
de Ramón
Yo vengo por Monserrate desde que tengo el hotel. Trabajo en turismo, llevo y
traigo turistas. Ya son aproximadamente 10 años que vengo por aquí. A éste
lavadero desde hace tiempo.
Lavar el carro aquí lo hago por dos cosas fundamentales: la primera es darle
trabajo a la persona que lava el carro porque por medio de ese trabajo, esa persona consigue un sustento diario, honradamente y con trabajo; y segundo, porque como el turista siempre se demora como dos horas arriba, en Monserrate,
entonces en cambio de estar durmiendo dentro del carro me dedico a hacer algo
productivo que es limpiarlo y mantenerlo bien presentado.
Conozco este lavadero acá, o no lavadero, digámosle el sitio donde viene gente
a lavar los carros para rebuscarse un diario. Los días domingos, muchas veces,
aquí no hay donde. Toca pedirle turno a Don Ramón pa’ lavar el carro. Viene
bastante gente, y más que todo lavan el carro los que trabajamos con hotelería y turismo, aprovechando que el turista está arriba para ganar tiempo para
poner limpio el carro.
Este es más económico y bueno. En un lavadero cobran, mínimo, diez mil pesos.
Aquí Don Ramón se lo lava a uno por cinco. Aquí trabajan muchos. Viven de
eso, y es un núcleo familiar. El carro queda más lindo, más limpio porque es con
agua pura cristalina que se lava, entonces el carro queda muy bueno.
Si uno supiera cuánta gente vive de aquí, cuántas bocas comen de este oficio
que está haciendo Don Ramón. Antes venían a molestarlos, a no dejarlos trabajar que porque está prohibido… que no sé qué… Antiguamente, uno podía parquear el carro no tan en la vía, pa’ lavar los carros acá. Se sacaba el agua más
cerquita. Hay gente que está viviendo de eso, del agua, y no está haciéndole mal
a nadie, no está robando, no está haciéndole mal.
Aquí no contaminan el agua. Cogen el agua para darle uso con esos baldaditos.
El carro en manos de Don Ramón queda bien. ¿Cuál fue el gasto comparando
con un lavadero?
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NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
Yo me llamo Ramón,
hace tiempos trabajo aquí
Yo trabajo acá desde el 64. Los primeros carros que lave aquí fueron los colectivos Kennedy- Fontibón, los Ford, los Chevrolet… pero modelo 61. Daban un peso
por la lavada.
Yo soy nacido y criado en este lado. Yo siempre he vivido acá. Mis cuatro hijos y
mis nietos viven también aquí, como viven más familias. Son 17 familias. Donde
vivimos existe desde nuestros tatarabuelos, desde que eso se llamaba el barrio San Luis… de aquí pa’ allá era La Gata Golosa. Pero pasó que el barrio San
Luis se acabó cuando la muerte de Jorge Eliecer Gaitán, cuando habían quienes
traían todo lo que robaban en la revolución a guardar en el monte.
Esto cambió hace como treinta años. Hace treinta años vivía un vigilante de la
compañía de Monserrate, el señor Aureliano Rodríguez. Ahorita estamos queriendo educar a los que vienen por aquí, porque pongamos que vienen personas
que viven en la calle, a las que les regalan ropa y ellos vienen y se bañan y pasa
que botan la ropa por aquí. Pero ahora estamos tratando de ir educando. Sí, yo
veo que alguien tira ropa en el río, me le voy y le digo “Monita, que pena. Muy
buen día… muy buena tarde… No me bote esa ropita ahí en la quebrada… Sabe
que estamos en limpieza del río, del agua”. Y me contesta “Ay, perdone, viejito”.
Más que todo le dicen a uno así, viejito. Cuando dejan reguero, yo tengo mi
escoba escondida y le pido a los señores que pasan limpiando, los de Bogotá Humana, que me regalen el taleguito y así, junto con mis hijos, recogemos basura.
A los que viven en la calle y viene aquí, no hay que tratarlos mal. Uno les dice, si
se van a bañar “Me hacen el favor y se ponen una pantalonetica pa’ bañarse”.
Y ellos dicen “Bueno cuchito”.
Siempre han venido a bañarse. Siempre. Desde antes de construir este puente,
venía la gente antigua a lavar ropa, en todo este río. Sin problemas.
Todos los días trabajo. Trabajo domingos y festivos. Trabajo todos los días, desde las 8 de la mañana hasta las 2 de la tarde, porque nosotros tenemos un compromiso con la Alcaldía, que hasta esa hora, aunque tengamos otro acuerdo en
SEGUNDA PARTE:
MEMORIAS DEL AGUA
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Don Ramón, en su oficio,
muy cerca del emblemático
Chorro de Padilla
el que el domingo podemos trabajar todo el día. Antes, nos ponían problema.
Había quien se quejaba que por los clientes, los conductores, los que vienen a
colaborarme para mi trabajo. Pero es que aquí ellos le tienen fe al agua, porque
es agua limpia. Aquí no se lava ni con jabón Fab, ni nada. Aquí se lava con jabón
Rey, el azul, para borrar las malas influencias, malas energías. Así es como vienen. Vienen escoltas en las camionetas del Senado para mandar lavar, y vienen,
así tengan su bomba, su lavadero allá. Vienen porque dicen que prefieren ahorrar los 5000 lavando aquí, tomando tintico con miel de abejas. Yo tengo treinta
y siete panales en mi casa. Yo produzco miel natural.
Aquí también vienen brujas de esas que leen el tabaco, vienen a bañar… a bañar
gente bien, ahí, entre ese pozo. Ellas son las que nos enseñaron que uno no debe
lavar los carros de los conductores, diferente, porque cogen ellos malas influen-
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NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
cias y el jabón Fab mancha y los oscurece y en cambio, el jabón Rey desmancha
y brilla y quita lo malo. Vienen viernes y martes. Nosotros como hablamos con
ellas, aquí para entrar ellas a bañarse me piden permiso “Don Ramón buen día,
buena tarde… vengo a bañar estas 5 mujeres”. Aquí vienen hombres y mujeres.
Aquí se baña gente rica, camionetas. Yo estoy aquí pendiente y supongamos que
en este momento usted está aquí y yo estoy pendiente.
En la casa del molino dicen que asustan. Ahí era la empresa de acueducto. Le
tenía arrendado a la sociedad de exalumnos de la Universidad Nacional, al doctor Daniel Bogollo, que era de la Universidad Nacional. Ahí era un restaurante
donde alquilaban la casa para matrimonio, fiestas y venía a almorzar gente del
gobierno, gente bien. Eso tenía chimeneas, yo cortaba la leña. Tenía un salón
grande, habían 5 chimeneas, baños apartes, todo eso, bonito… ¿No le digo que
alquilaban la casa? Entraban los carros y a veces pasaban de noche las fiestas
y yo cuidaba los carros, pero luego eso se abandonó y le empezaron a botar
volquetadas de tierra.
Yo voy también desmarcando el agua todos los días. Tengo que subir todos los
días de aquí hasta arriba, y mover la compuerta. Cuando llueve demasiado, y
que crece el rio a la una, dos, tres de la mañana, me llaman. El operador de
la empresa de aquí de San Diego, donde queda el colegio Ramón Jiménez, y
la planta, por donde va esa tubería grande, me llama. Me toca subir a abrir
la compuerta y todos los días a medir el nivel, si ha subido o ha bajado, cómo
está el nivel.
Y yo subo. Yo conozco todos esos caminos.
De la compuerta derecho, arriba hay más… una laguna, el nacimiento. Los nietos van. Yo subo hasta la compuerta o más arriba. Esa laguna se hace entre
Guadalupe y Monserrate, más arriba de donde quedó la carretera de donde una
vez subieron los Suzukis, a Monserrate.
Yo cumplí el 15 de julio, 64 años.
Aquí vienen colegios, los estudiantes anotan que en medio de las montañas de
los cerros hay un chorrito de agua muy bonito y ya, no dicen más… Entonces yo
digo “perdón profesor…Yo me llamo Ramón, hace tiempos trabajo aquí y me
SEGUNDA PARTE:
MEMORIAS DEL AGUA
29
distinguen la empresa del funicular… Este es el chorro de padilla primer acueducto que tuvo Santafé de Bogotá… Antes, nuestros tatarabuelos en esa mucurita llevaban el agua a dos reales, cuando eran como treinta chozas”.
Este río es el río San Francisco, antes lo llamaban el Vicachá. Antes, fabricaban
el pan ahí, en el molino que era movido por agua con unas piedras grandotas
que están ahí todavía. Yo vivo en la vereda Los Cerezos. Trabajo más que todo
los domingos. El día domingo viene mucha gente, aquí… que pa’ lavar el carro,
que pa’ bañarse. Que pa’ tomar de ahí. Pa’ conocer.
Mucha de nuestra niñez y
juventud transcurrió por los
Cerros Orientales.
Don Alejandro Prince
Yo nací en 1944 en Ocaña, Norte de Santander, y llegué acá en 1948 porque mi
papá era congresista liberal y prácticamente en el 48 fuimos desplazados por
la Violencia. En 1957 mi papá compró una casa acá en el barrio La Concordia
que fue construida en 1927. Ahí vivo hasta ahora. Acá en La Candelaria las casas tenían solares y sembrados de breva, cerezos, papayuelas, curubos, cerezas
bogotanas, fresas y vegetales, pero eso ha venido cambiando con el tiempo
volviéndolos cuartos embaldosados. Se cocinaba con carbón de piedra y el agua
se calentaba en unos tanques de cobre. Bogotá era muy fría, y no era tan clara
como ahora, porque eso de cada casa, cuando no había viento, se veía el humo
saliendo y se veía el cielo amarillo de todas las cocinas. Si uno salía con una
camisa blanca eso caía lluvia del hollín y uno terminaba sucio.
Cuando yo llegué aquí a La Candelaria los bosques eran espacios públicos llenos
de bosque de cerezo bogotano y recuerdo una planta que se llamaba Lulo de
perro que era una maleza parecida al lulo pero era venenosa. Llamábamos al
río San Francisco y no Vicachá, y por allá existía el Venado de Oro, el Roosevelt,
la Casa de los pintores y escultores, funcionando con estudiantes de pintura y
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NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
escultura que ponían sus obras en los jardines. Había mucho retamo espinoso
y de hoja, pero lo han ido extinguiendo porque al secarse eso generaba mucha leña, y se prendía y propagaban los incendios forestales que podían durar
hasta semanas.
Era que aquí en Bogotá en los meses de marzo y abril había sequías. Yo recuerdo cuando estudiaba nos decían que no hay universidad o colegio una semana
porque no había agua. Cuando eso pasaba, en las casa se racionaba y se guardaba en tanques o se iba a recoger. Es que el acueducto no alcanzaba a surtir.
Pues ahora tenemos los acueductos Vitelma, Tibitó, San Rafael y en el futuro
tendremos el Sumapaz, por donde se hacían paseos para pasar el día llevando
el fiambre. También por San Cristóbal Sur, cogiendo por el camino que va al
Santuario de la Virgen de la Peña, que tiene una serie de fuentes para airear el
agua y grandes tanques de tratamiento. Eso creo que fue construido por allá
en la década de los treinta. Ahora sólo se puede entrar con permisos especiales. También íbamos a los parques como el de La Independencia o el Nacional.
Como cometieron el error de traer tantos eucaliptos a los cerros había mucho. Lo mismo el pasto kikuyo que lo entraron creo por allá en 1891, traído de
Australia y Japón. El paisaje con eso cambió afectando las especies nativas de
todo el cerro. Me acuerdo que en una época tuvieron que traer a un experto
norteamericano para que con aviones bombardeara las nubes con yoduro de
plata para producir lluvia.
Bogotá es una ciudad que funciona alrededor del agua, por eso hay que proteger los cerros y ha sido un tema importante. Nosotros fuimos como en el 76 a
ver la represa que estaban haciendo en Chingaza, porque yo tenía un familiar
que estudiaba geología y me mostró cómo había que hacer los túneles y toda
la infraestructura. Eso estaba lleno de extranjeros. Las obras debían ser carísimas. Yo estuve también por allá en la represa de Guavio y nos contaban de los
peligros de trabajar por allá en los túneles como a veinte metros, donde habían
gas metano que se produce a esas profundidades. Eso una chispa de una pala
o un riel es suficiente para una explosión. Yo cuando me tomo un vaso de agua
todavía pienso en toda la cuestión que tiene que hacer la ingeniería para suministrarnos agua, en todos esos obreros que murieron haciendo esas obras, pero
eso no lo realzan. Decían se quemaron tres o cuatro obreros, pasó y se olvidó.
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NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
Los diciembre subíamos a esas cumbre a coger musgo, quiches y chamizos pa’
los pesebres, porque en ese tiempo no había una cultura ecológica de protección de las fuentes de agua. Bajábamos con dos, tres bultos para la plaza y la
policía no nos decía nada. Traíamos también las Bromelias y 4 ó 5 libras de mora
para hacer conservas para la novena. También íbamos a pescar cuando todavía
había trucha. Recuerdo que nosotros llevábamos cañas telescópicas, botas y
toda esa cosa, y en el barrio había un señor que llegaba con una varita y un
sedal y eso tín tín y sacaba y sacaba, y nosotros nada.
El primero de enero hacían unos tamales bien buenos y nosotros y los novios
de las hermanas, todos, hacíamos ascensos temerarios. Nos encaramábamos a
esas alturas sin brújula ni nada. A Monserrate se iba por la carrilera del funicular
y arriba del túnel, hasta llegar de frente. Lo mismo con Guadalupe. Una vez nos
dio por subirnos por la carrilera del ferrocarril a las 7 de la mañana. Mis hermanos se subían por la noche. Eso era peligroso porque había bandas pero uno de
joven hace esas cosas. Es que el centro antes era otra cosa y más por allá arriba.
Mucha de nuestra niñez y juventud transcurrió por los cerros orientales. Íbamos por varias quebradas, la Roosevelt, la del Padre Jesús. Toda esa zona la
conocíamos porque en las vacaciones de mitad y final de año las recorríamos.
Había un camino empedrado por la Avenida de los Cerros, que hoy lo ocupan en
parte las universidades, y era el preferido para los paseos de olla. En ese tiempo
ese lugar era más importante y la gente iba todavía a sacar agua de allá. No
como ahora que está descuidado. Nosotros llevábamos avío: panela, naranja,
bocadillo y cosas.
En agosto elevábamos cometa en toda esa zona del río, donde está ahora ocupado por las construcciones del Externado y otras universidades. Eso antes no
SEGUNDA PARTE:
MEMORIAS DEL AGUA
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era prohibido el ingreso, se veían cien o doscientos niños que elevaban sus cometas llenando todo el cielo. Si no, jugábamos fútbol en las planadas o nos
montarnos en los árboles. Una vez al año, a todos los colegiales de Bogotá nos
tocaba ir a la Liga Antituberculosa colombiana, porque nos pedían una radiografía pulmonar y un análisis de sangre para los estudios. Ese edificio de la Liga
Antituberculosa colombiana lo compró la Universidad de los Andes, porque
ellos han comprado medio barrio de Las Aguas. Prácticamente la mitad de La
Candelaria ya no es nuestra; unas dieciocho casas.
Creo que en 1972 ó 1973 se creció el río Vicachá afectando la Quinta de Bolívar,
en la Avenida Jiménez y en San Victorino. La avalancha levantó el asfalto y hubo
como un represamiento. Parece que en 1882 ó 1872 por ahí también se produjo
lo mismo. Recuerdo que cogí la bicicleta de mi papá, de esas inglesas pesadísimas que le dicen loras, y me subí por el Paseo Bolívar. Por el cauce avanzaban
las aguas turbias llenas de ramas y mugre. Eso se creció unos diez metros y le
faltaba como metro y medio para pasar el puente de Holguín. Otra parecida fue
por el 90 cuando se estaba tapando la bocatoma que había por allá arriba de la
Quinta de Bolívar. Tocó traer palas y destapar.
Yo cuando llegué en el 57 la Avenida Jiménez tenía un separador vial que venía
desde el Parque Germania hasta la 4.a, donde había una fábrica de botellas de
los alemanes y por eso se da el nombre al barrio. El separador tenía a los lados
zonas verdes con árboles como de 5 m de falso pimiento, ese parecido al olivo.
Uno caminaba por la mitad que era adoquinado con tableta de barro, ahora le
metieron palma de cera, falso laurel y pino. En esa época ya estaba subterranizado y pasaba por debajo el río San Francisco. Luego fue que lo sacó Salmona y
están los espejos de agua y que le metieron Transmilenio. Así como lo conocemos hoy. ¡Ha cambiado mucho el eje!
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NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
TERCERA PARTE:
LAS LUCHAS DEL AGUA
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Cuidado con el agua silenciosa, reza el dicho que
en últimas se refiere al inmenso poder contenido
en el agua, ese líquido absolutamente necesario
para nuestra subsistencia, por el que se han levantado ciudades, inmensas estructuras para su
reparto, y también consignas y luchas, también
bogotanas. Gente.
Ayu, de 4 años, sabía que iba a hacer un recorrido por un río, la caminata por el sendero ecológico
que se está revitalizando en La Candelaria. Por la Avenida Jiménez, haciendo
equilibrio por el borde de uno de los espejos de agua –huella del esfuerzo de
Salmona de hacernos ver en el agua–, y cogida de la mano de su mamá, pregunta: “¿Dónde está el río?”. “Arriba lo vemos, es que lo sepultaron”, recibió
como respuesta.
Revitalizar un río es devolverle la vida. Necesaria redundancia que lleva a preguntarnos a qué vida es que nos referimos, si es que el río San Francisco, como
lo conocen los habitantes tradicionales de La Concordia, Egipto, Las Aguas, la
vereda Fátima, nunca ha dejado de nacer allá en los cerros. Nunca sus aguas
han dejado de recorrer su cauce. Ni siquiera al ser domesticado a la entrada a
la zona urbana de la ciudad capital. No está ni ha estado muerto nunca. ¿Qué
significa entonces hablar de volverlo a la vida hoy?
Una cartografía con los lugareños
Sabido es que una sola gota cayendo con ritmo constante sobre cualquier superficie sólida, por más dura y resistente que ésta sea, podrá siempre mucho
más, dejando huella de su paso. Frente al aguante del agua muy poco puede
hacerse. El agua es vital, y en esa medida, su vínculo con quienes la consumen,
la protegen, la usan conscientemente, es un vínculo con la vida misma, la vida
que se resiste a la muerte. Por eso, aunque sepultado, el río San Francisco, Vicachá o, según algunos habitantes, llamado antes Viracachá, no es un difunto.
Hemos dado un rápido vistazo a la importancia de este río de El Centro en relación con el crecimiento de nuestra ciudad, enunciando cómo algunos intereses
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NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
privados han sido la sombra tutelar de medidas que
le incumben a lo público. Hemos revisado, a vuelo
de pájaro, algo de la historia de las aguas en Bogotá,
a través de la historia del llamado, por la voz oficial,
río San Francisco, y hemos conocido, a través de los
Relatos del agua, algunas de las historias que se tejen entre las vidas de pobladores y el agua, como
un lugar de encuentro, como fuente de trabajo y
sustento, como motivo de defensa, como derecho,
como referente fundamental de nuestra historia local. Como memoria, como memoria del agua.
A partir de un ejercicio de encuentro entre pobladores de La Candelaria, como ejercicio que buscaba rastrear los recuerdos asociados al territorio, se
obtuvo como resultado un breve recuento de los
lugares comunes, de recursos naturales y de transformaciones en el paisaje y de usos sociales de los
lugares asociados al agua. Se reconoció por parte
de los pobladores la influencia que tuvo la siembra
de pinos y eucaliptos en los cerros de Monserrate
y Guadalupe, y los reconocen como especies invasoras, depredadoras. En el mapa, fueron dibujados únicamente en el cerro de
Guadalupe, sobre todo en el camino que va hacia oriente y que comunica con
el municipio de Choachí. Este es un rasgo que muestra algunas de las rutas
más usuales de los pobladores en relación con los procesos de migración del
campo a la ciudad, ya que un cierto número de personas que han llegado a vivir
a La Candelaria provienen de poblaciones cercanas como Choachí, Cáqueza,
Ubaque o Fómeque, como Doña Rosa Moreno, que fue una de las personas
que participó en la cartografía, habitante de La Candelaria desde hace más de
cincuenta años.
La relación con los cerros se ve notoriamente marcada por los usos y costumbres de las personas: unas de las más recordadas son las subidas a Monserrate,
una de las razones era la tradición de recoger musgo, líquenes y chamizos para
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los pesebres en época de navidad. Estas rutas sirven para recordar lugares que
se transformaron con el cambio de uso de las aguas del río San Francisco, porque así es como lo conocieron hace cincuenta años, aunque reconocen que en
un lugar lejano en el tiempo, estas aguas llevaron otro nombre, probablemente
Viracachá o Vicachá, que aparece entre recuerdos desteñidos como un pasado
feliz que ya no existe.
Cuentan cómo hubo, antes de que existiera la Avenida Circunvalar y el flujo de carros, un camino que
conducía a oriente, por este llegaban a la subida
de Monserrate, que recuerdan, era bastante “rústica” y que incluso se recuerda como peligrosa ya
que algunas personas murieron intentando llegar al
santuario. Era costumbre, “a la bajada”, ir a tomar
cerveza en la que fue la cervecería más importante
de la época, la Cervecería Germania.
Sus memorias, aunque se hacen en torno del río,
tienen la virtud de hacer aparecer otras relaciones
con el agua, como en el caso de los paseos a Monserrate, recorridos por el sendero hacia el oriente,
en que nombran numerosas quebradas, riachuelos y acequias. Unas de las más recordadas son la
quebrada del Dragón, la quebrada del Padre XVI y
la quebrada de las Brujas, en algunas de las cuales dicen que en una época se
solía ir a pescar. Recuerdan la comida tradicional de los paseos al santuario:
chicha, pelanga, aguardiente, tamal, aguapanela con queso, cotudos, gallina
criolla, fritanga, papa salada.
Por estos senderos marcan, como lugares de encuentro hacia el lado del Cerro
de Guadalupe, a “la Casona”, que se ubicaba donde actualmente es el Teatro
al Aire Libre La Media Torta, la casa de la escuela República del Perú, probablemente uno de los primeros lugares para la enseñanza de la danza; también en el
mismo curso recuerdan una antigua urbanización que desapareció, eran los barrios San Luis y San Felipe, también por el camino a oriente, muy seguramente
asentamientos cercanos, si no los mismos que corresponden a la actual vereda
Mujer Emberá migrante
desde el bajo Atrato, en el
Río Vicachá
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NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
Fátima. Recuerdan cómo estas pequeñas urbanizaciones eran casas amarradas con chusque y guadua,
muy humildes.
La generalidad en este rastreo de la memoria asociada al territorio es la presencia recurrente de los
recursos tanto hídricos como naturales de los cerros
de Monserrate y Guadalupe, entre los que se encuentran las aguas del río San Francisco. Este ejercicio sirvió para convocar a lugareños que se encuentran involucrados en distintas iniciativas locales que
buscan crear conciencia y difundir la necesidad de
proteger el medio ambiente de la localidad como el
lugar que habitan.
El recuerdo del pasado aparece con
Doña Rosa Moreno y don Alejandro Prince en el ejercicio
de cartografía social
datos y hechos aislados entre unos y
otros. La gente dibuja los cerros en el
papel como telón de fondo, mientras
aparecen diferentes puntadas que recuerdan la vida de La Candelaria. El
río San Francisco, en el pasado y en
la actualidad, siempre ha estado presente para estos pobladores históricos, no sólo como un recurso hídrico,
sino también como parte del paisaje en relación a lugares
por los cuales atravesaban el río en su recorrido. El agua
permitía el encuentro y la recreación de sus habitantes.
Igualmente, se discutía sobre las problemáticas socio-ambientales del territorio de La Candelaria. El río muestra y
demuestra el reflejo de sus habitantes, como lugar que
revela los síntomas sociales, territoriales y políticos en los
cuales actualmente están inmersos.
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Y al final…
A llá arriba. Arriba pero no lejos, aunque muchos confundan la lejanía con
desconocimiento y con inseguridad. Allá arriba cerca, aún antes de llegar a la
Circunvalar, por debajo de ella, y bordeando el inicio del ascenso al cerro de
Monserrate, quizás el referente más emblemático de Bogotá, corre el río San
Francisco. Corre y el murmullo de sus aguas relata el paso del tiempo sin ser
escuchado. Tal vez unos de los relatos que con más fuerza cuentan son los más
recientes. No por más importantes, sino por desconocidos. La historia oficial se
ha encargado de relatar de esta zona la existencia de pueblos indígenas en estos
territorios, la Bogotá nacida entre aguas y luego el papel del agua en el acelerado proceso de modernización, tal como lo hicimos al inicio. Sin embargo, el río
San Francisco, o Vicachá, hoy sigue contando historias como las de los relatos
del agua, que son sólo una de muchas.
Los peregrinos, turistas y ciudadanos que transitan estas zonas a diario poco
o nada saben de las gentes que trabajan, viven (sobreviven), recorren el San
Francisco. Los habitantes del río, con don Ramón en representación de una vereda llena de familias, siguen siendo lavanderos, quizás no sólo de ropas sino
también de carros. Quienes siguen haciendo del río, como en muchos lugares
del país, fuente de ingresos para sus familias. Repitiendo los usos que tradicionalmente el río ha albergado. Allí se sigue cocinando y pasando el día, ya no por
los vecinos de los barrios tradicionales que recuerdan los paseos de olla, jugar
en sus aguas, comer cangrejos o pescar trucha, y que ahora temen visitarlo por
inseguridad. Actualmente, en el río, los habitantes de la calle, como Nelson, “La
Guajira” y su esposo, hacen de sus orillas su hogar hace más de veinte años. Allí
se bañan, guardan sus pertenencias, cocinan, arman sus hogares. Allí conviven
con los animales del río y con sus mascotas. Allí entierran sus perros y descansan después de una jornada de trabajo informal. Ahora, grupos de desplazados
de indígenas Emberas, gentes de río, se encuentran y hacen comidas comunitarias, hallando un refugio sereno de una ciudad bulliciosa y acelerada que los
margina, incapaz de resolver sus necesidades y derechos básicos de vivienda,
alimentación y recreo.
Sin estos usos vivos, el río sería un flujo de agua olvidada. Unas aguas con historia de libro y sin gentes que lo protejan y reconozcan como propio, que vivan
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NUESTRO CENTRO ES
EL AGUA
de él y con él. En este contexto, se hace necesario
que la protección que los ambientalistas lideran se
articule desde sus intereses vitales, integrando la
visión de personas que muestren a los que vienen
de visita que, aún con la historia de violencia de un
río maltratado por la contaminación –pero también
por tener que alojar muertos e historias de necesidad y dolor–, ellos siguen allí resistiendo y cuidando su fuente de vida. Es demasiado fácil la lectura
según la cual los habitantes del río son las mayores
amenazas del mismo, pero a veces olvidamos ver
las razones que los llevaron allá, como el abandono
de una sociedad que los ha dejado sin protección.
La Guajira con uno de sus
amigos junto al río Vicachá
Los Cerros Orientales, además de albergar recuerdos y memorias vivas de nuestra historia, son el lugar donde convergen formidables paisajes, primordiales fuentes hídricas, variedad de flora y fauna que debemos proteger sin
excusas. Pero allí también han “convivido” iniciativas de y para la comunidad,
preocupaciones de ambientalistas, pobladores y pobladoras frente al impacto
ambiental que han generado expansiones y construcciones, más peligrosas aún
que la contaminación generada por el uso de los habitantes que se relacionan
con él; con acciones de “personajes” e instituciones de carácter privado, que
frecuentemente sin miramientos, han hecho caso omiso de denuncias populares, apoderándose de un territorio que es común. Poniendo en peligro un
territorio en el que el agua es un asunto fundamental, y no sólo un recurso para
“aprovechar”. Arriesgando el agua, que es el protagonista de nuestra historia y
nuestra cotidianidad, al ser significada en nuestras vidas y en nuestra memoria
con personajes, costumbres, historias, con su uso consciente. Las reivindicaciones populares de pobladores y pobladoras de los Cerros Orientales reafirman la
defensa y promoción del agua como derecho, comprometiéndose con su protección y cuidado, proponiendo espacios como los que coinciden en la Mesa
ambiental de Cerros Orientales, donde se fortalezca la defensa de los intereses
populares y la conservación del patrimonio ambiental.
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Como hemos visto a través del recorrido por el río, la historia oficial y las historias que nos contaron algunos habitantes, por dichas aguas no solamente corre
el líquido vital. Entre el paisaje maravilloso que lo ha circundado por muchísimos años, ha sido útil para suplir las necesidades básicas, aprovechado en
tareas diarias hogareñas, en emergencias, racionamientos o, simplemente, ha
sido el testigo del crecimiento de la urbe. Nuestro río ha sido también uno de
los principales protagonistas de la vida de uno de los pulmones de Bogotá: los
Cerros Orientales.
De allí que los relatos de don Alejandro enfaticen
en los tipos de vegetación extraña que han sido introducidos en los cerros, o que don Ramón use el
agua del río con consciencia y lo proteja de usuarios
incautos. Como hemos visto, hablar del río es hablar
de la relación de la gente con el agua, pero también
con el contexto que hace posible que esa agua siga;
el territorio del río son los cerros y sus gentes, no
sólo el tramo por el que recorren sus aguas. El río
Vicachá es muestra de que Bogotá es también territorio de agua y de que perviven en sus gentes aún
relaciones tan genuinas y ancestrales como las que
encontramos en zonas rurales aledañas a ríos en diferentes partes del país.
Revitalizar el río significa que niños como Ayu, que
conoce muchos ríos y no vio en los espejos de agua
del eje ambiental un río, reconozcan que hay allí la memoria viva de un río en
medio de la ciudad. Y que éste, el Vicachá, que ha visto pescar, lavar ropa, pasar
un día en familia, también es un río vivo. Un río cargado de historia y usos responsables que los mayores le dejan para cuando crezca.
Revitalizar el río es llamarlo Vicachá en reconocimiento a las historias de nuestros antepasados, pero también llamarlo San Francisco en respeto a la historia
que se escribió en el encuentro de pueblos. Revitalizar el río es nombrarlo al
lado del nombre e historias propias de gentes, es recorrerlo y hacerlo conocer en su complejidad. Es difundir la conciencia sobre el uso consciente de sus
Caminata por los predios del
Acueducto que bordean el
río Vichachá
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EL AGUA
aguas, pero sobre todo, profundizar en su historia
para que, conociéndola y aprendiendo de ella, podamos plantear, como ciudadanos y ciudadanas
consecuentes con la vida que queremos, soluciones
eficaces en las problemáticas sociales y ambientales
que nos incumben a todos/as. Cuidar el río significa promover caminos en donde niños/as, jóvenes,
adultos mayores, habitantes históricos y población
flotante se articulen, y trabajando en red, se divulguen los procesos de protección, investigación y pedagogía que se vienen adelantando.
Volver a pensar el río, reconstruyendo su historia
desde la documentación de archivo, desde las imágenes que evocan los diversos pobladores en sus
palabras y su memoria recreada en la cartografía
social, no sólo invita a recorrer de otra forma el río,
la diversidad natural y animal, también implica un
llamado a la apropiación de este lugar y el reconocimiento de los diferentes sujetos que conviven día
a día con estos espejos de vida, permitiendo otra
mirada a los “senderos”, en donde los componentes sociales, ambientales y culturales logren tejer y
dialogar de manera dinámica con la memoria y la
población arraigada y flotante de esta localidad.
Ayu, corriendo por el
eje ambiental
Iniciativas como la propuesta del Corredor ambiental, o ecológico, deben ser
apropiadas por la comunidad en general, pues trabajar con y en el territorio
es trabajar para el bienestar comunitario y el mejoramiento de la calidad de
vida de los habitantes, quienes merecen reconocimiento pleno, pues conocen
su historia y la de sus territorios, identifican sus problemáticas, sus principales
conflictos y, a través de la defensa del territorio que habitan, defienden la historia que los antecedió, las luchas de quienes trabajaron por lo colectivo, y en
nuestro caso, las aguas: las memorias del agua que corriendo desde la montaña
nos afirman que están vivas y nos pertenecen a todos/as.
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Para reflexionar
¿Qué recuerdos tengo del río Vicachá u otros ríos?
¿Con qué acciones concretas se puede aportar desde lo comunitario a la
defensa y respeto del río y otras áreas protegidas?
¿Cómo son los cerros y ríos que sueño para mis hijos?
¿Cómo me relaciono con el agua?
¿Cuál es mi territorio y cómo lo protejo?
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EL AGUA
BIBLIOGRAFÍA
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Mejía. Faltan todos los datos de la referencia.
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Pinilla Acevedo, Mauricio. Hacia un compromiso ecológico de la arquitectura
local con el territorio de Bogotá. 2008
Corredor Ecológico
RÍO SAN FRANCISCO
La Canderia - Bogotá
Historia de la Ruta
Río San Francisco (Vicachá)
El río Vicachá (el resplandor de la noche), llamado así por los
pueblos Muiscas, era un río importante pues era considerado el río
más caudaloso de la Antigua Bogotá o Bacatá y abastecía de agua a
gran parte de la ciudad tanto durante la época prehispánica, como
colonial y primeras décadas de la república.
Con el establecimiento de la comunidad religiosa franciscana en
1.550, se construyó la primera iglesia en la Santa Fe Colonial; La
iglesia de San Francisico 1.567 ubicada en el margen derecho del
Río Vicachá que luego adoptaría el nombre de San Francisco.
Para 1.747 el acueducto de Aguanueva, que fue el primero en la
historia de la ciudad, usaba las aguas del Vicachá, y en los linderos
del río, bajaba un camino de trocha que conectaba los cerros de
Monserrate y Guadalupe con las plazas centrales de la ciudad.
Durante la época colonial el río Vicachá era una frontera natural
que dividía el centro y el norte de la ciudad colonial, así que a lo
largo de su margen fueron construidos durante muchos años una
serie de puentes que conectaban las rutas comerciales y los
caminos reales de la época. Entrada la época Republicana, en 1.917
por el crecimiento de la población de la ciudad, el río fue canalizado
y tapado para que no fuera un foco de epidemias.
En 1.992 se rehabilita parte del río creando el Eje Ambiental,
diseñado por el arquitecto Rogelio Salmona, como una de las atracciones urbano-ambientales del centro de la ciudad.
Conocer el río Vicacha
es conocer a Bogotá
Convenio de asociación 145 suscrito entre
el Fondo de Desarrollo Local de La Candelaria
y Fundación ALMA - 2013

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