cartilla rio vicachá - Fundacion Cerros de Bogota
Transcripción
cartilla rio vicachá - Fundacion Cerros de Bogota
Agradecimientos Esta cartilla fue una iniciativa del convenio entre la Fundación ALMA y la Alcaldía Local de la Candelaria. Sin embargo, no hubiera sido posible sin los aportes de muchos habitantes, líderes, estudiantes y solidarios con la problemática ambiental de los Cerros Orientales, específicamente con el proceso de revitalización del río San Francisco-Vicachá, quienes desde sus experiencias vitales, lecturas de contexto y confianza hacia el grupo de trabajo, alimentaron lo que aquí se presenta. Su participación fue fundamental para el espíritu que se planteó desde el principio: evidenciar las lecturas locales y diversas de quienes asumen el río como territorio propio. Particularmente, agradecemos a Alejandro Prince, Berthina Calderón, Nancy Arroyabe, Julia Capurro Herrera, Ana Julia Martínez Rosa Agudelo, Hernando Villamarín, Edgar Montenegro, líderes y habitantes tradicionales que nos aportaron con sus comentarios en entrevistas, caminatas y en el Taller de cartografía social. A don Ramón Moreno y su familia en representación de las familias de la vereda Fátima. A don Jorge, representante de los usuarios de los servicios de lavado de autos. A José Baquero, Hamilton Narciso Vargas, Ricardo Martínez, y los demás operarios y vigías conscientes de la Fundación ALMA: Jorge Iván Orozco y Daniel Villamizar y, de una manera especial, a “Isa” (María Isabel Galindo Orrego ), por su gran apoyo en la investigación y los avatares del trabajo con la gente; también gracias a los vecinos que aportan en la limpieza del río. A “La Guajira” (Gladis) y a su esposo Julio, y a Nelson Enrique Buitrago, habitantes del río. A Jaime Rodríguez y Claudia Rocha, guías turísticos y socorrista que compartieron con nosotros sus conocimientos sobre el estado actual y sobre la historia de los cerros y el río. A Juan Carlos Higuera por compartirnos su experiencia y la información que ha venido recolectando sobre los cerros y a la casa comunitaria de La Concordia. Esperamos que esto se sume a las muchas iniciativas que protegen la vida de los cerros. PARTICIPARON EN ESTA PUBLICACIÓN Colectivo Encuentros Universidad Crítica: Nathaly Granados Uribe Luis Camilo Mamián Benavides María Alejandra Vallejo Castro Caterina Villa de Luiguori Sara Monzón Cáceres María Luisa Jaramillo Castillo Alcaldía Local de la Candelaria Alcalde Local: Edilberto Corredor Ramos Supervisor del Convenio: Juan Pablo Rincón Carrera 5 No. 12C - 40 Teléfonos: (571) 341 0261 / 341 6009 281 7959 / 336 6366 www.lacandelaria.gov.co Fundación ALMA Directora: Alegría Fonseca Referente Ambiental Local: Lina Maria Marín Parque Nacional, vía Carabimeros Casa del Bosque Teléfono: 338 0170 [email protected] Convenio de asociación 145 suscrito entre el Fondo de Desarrollo Local de La Candelaria y Fundación ALMA - 2013 CONTENIDO Primera parte: Candelaria Antigua Introducción: ¡¡¡Aguas, aguaaaaaas!!! 5 El origen: el agua 9 Entre ríos 10 La Bakatá ancestral: cuna de Agua 10 De Vicachá a San Francisco 12 El río San Francisco en la “modernidad” 17 El problema del río en términos de “higiene” 18 La canalización: dominación de las fuerzas naturales. Un rasgo de “civilización” 22 Segunda parte: Memorias del agua Don Jorge, el carro en manos de Ramón 25 Yo me llamo Ramón, hace tiempos trabajo aquí 26 Mucha de nuestra niñez y juventud transcurrió por los Cerros Orientales. Don Alejandro Prince 29 Tercera parte: Las luchas del agua Una cartografía con los lugareños 35 Y al final… 39 Para reflexionar 43 Bibliografía 44 Anexo 1: Historia del recorrido ecológico río San Francisco PRIMERA PARTE: CANDELARIA ANTIGUA Introducción: ¡¡¡Aguas, aguaaaaaas!!! La llegada simultánea de tres expediciones europeas a la Sabana de Bogotá hacia 1538 es un importante indicador de la relevancia que desde la época prehispánica tenía el territorio del Bakatá, región que corresponde a la actual Sabana de Bogotá. La búsqueda de “El Dorado”, el hallazgo de los “panes” de sal y de preciosas piedras de esmeralda, entre otros, hizo que Gonzalo Jiménez de Quesada desviara su campaña en búsqueda de los pueblos que comerciaban estos productos, río arriba por el río Grande de la Magdalena y hacia el oriente por el río Sogamoso. El poder militar de los expedicionarios les permitió hacerse al control de este inmenso territorio, para cuya consolidación instalaron la ciudad fundacional española Santafé de Bogotá en el piedemonte de los Cerros, justamente a orillas del río Vicachá, una de las múltiples fuentes cristalinas que descendía de los hoy llamados Cerros Orientales. Uno de los principales valores de la ciudad antigua fue el agua: ríos, quebradas y chorros para acueductos; humedales de pesca, hábitat de miles de aves y venados; densos bosques de niebla poblados por osos de anteojos; páramos inmensos de misterios, frailejones; agua constitutiva de fértiles suelos, sustento y despensa de alimentos para una ciudad entera. Siglos después, la implantación abrupta y violenta de un modelo de pensamiento correspondiente a la ciudad “moderna” acabó con las formas de protección y cuidado de los cuerpos del agua y de esa exuberante naturaleza, que durante mucho tiempo se habían mantenido gracias a los conocimientos centenarios de la dinámica del agua que tenían los pueblos originarios. Muestras de este conocimiento e inteligencia colectiva, en correspondencia a las “crecientes” y “bajanzas” del río Bogotá y sus afluentes nacidos en la cordillera, son las huellas de adaptación, como se evidencia en algunos sectores de la sabana, de los pueblos muiscas a procesos de inundación y elevado nivel freático a través de terrazas, plataformas de viviendas, túmulos, canales, camellones, agricultura y pesca artesanal milenaria. 6 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA El río Vicachá, con el transcurrir de los años, pasó de tener gran relevancia para la ciudad y ser la fuente de agua del principal acueducto colonial, a ser un problema de salud pública por su contaminación. De hecho, el proyecto recurrente de distintos gobiernos fue su canalización y ocultamiento bajo calles y viviendas del centro urbano. Huellas arqueológicas de canales y camellones en zona del actual club de Los Lagartos, parte del antiguo humedal de Tibabuyes (Juan Amarillo), zona de rebalse del río Bogotá. En la actualidad, distintas normas rigen sobre la protección de los ríos urbanos y de otros ecosistemas estratégicos. Desde 1976, los Cerros Orientales se declararon como reserva forestal protectora. Las orillas de las corrientes de agua están protegidas como zonas de “ronda” hidráulica, parte de los bienes y espacio de uso público; asimismo, desde el decreto del POT de 1990, forman parte de la Estructura Ecológica Principal como áreas protegidas. A pesar de este esfuerzo normativo, y de distintas acciones de la ciudad para darle manejo al agua de los ríos –adecuaciones hidrogeomorfológicas; separación de gran parte de las redes de alcantarillado sanitario y pluvial; instalación de reductores y disipadores de velocidad para prevenir impactos negativos de crecientes; aislamiento de algunos sectores de las rondas, entre otras–, algunos ríos presentan en la actualidad variados tensionantes y disturbios como la invasión de sus zonas naturales de crecientes y coberturas vegetales, y la contaminación, sedimentación y pérdida de sus caudales. Los cuerpos de agua de la ciudad, y en particular el río Vicachá, progresivamente se convirtieron en canales receptores de las aguas de escorrentía de la ciudad, perdiendo así las condiciones y valores naturales que tenían antiguamente. El Vicachá de hoy es un rincón escondido que se abre a la vista de quienes caminan tras La Quinta de Bolívar, una hermosa casa que se conserva hoy como museo y que fue la morada que, a principios del siglo XIX, el gobierno de la Nueva Granada, tras vencer definitivamente al ejército español, le obsequió al “Libertador” Simón Bolívar como muestra de gratitud y reconocimiento. Allí, a través de un camino hoy en proceso de recuperación por parte de la Alcaldía Local de La Candelaria y entidades del Distrito, se abre un lugar de historias PRIMERA PARTE: CANDELARIA ANTIGUA 7 entrecruzadas, de formas de uso y apropiación diversas, que se deben tener en cuenta dentro de cualquier programa para la recuperación y manejo del río. Hacia finales de los años 90, gran parte del río fue confinada y una porción importante de su caudal fue enterrado y convertido en arquitectura de ladrillo y adoquín a través de obras de arquitectos como Rogelio Salmona y Luis Kopec. Se creó así un referente de la “renovación” del centro y de recuperación del espacio público, iniciativa que fue criticada por varios sectores por el manejo “duro” que se dio al río, donde se interpretaba principalmente como una pileta, como un elemento arquitectónico, y no como un cuerpo de vida con funciones ambientales, hidráulicas, sociales y culturales que podían ser integradas a la ciudad. El río es también lugar de asentamiento de personas despojadas que no encuentran otro espacio para habitar. Aquí, personas sin otro techo se bañan, duermen y preparan alimentos. Algunos, como “La Guajira”, mujer delgada de tez recia y curtida, han hecho allí, a la intemperie, su vida entera. Según su relato, esta mujer fue testigo en su niñez, hace 40 años, de la construcción de los puentes de la circunvalar. Recientemente, familias indígenas desplazadas a la ciudad se acercan al cuerpo de agua para cocinar “ollas comunitarias”, afectando parte de la vegetación de la ronda, y haciendo un uso “indebido” para el orden jurídico ambiental de los bogotanos. Sin embargo, no se tiene en cuenta que, para ellos, algunas de estas actividades son comunes y tradicionales en sus territorios de origen, de donde fueron desplazados. El río es también lugar de esparcimiento de caminantes y de ciudadanos con ganas de hacer deporte y de separarse por un momento del “mundanal ruido”, o simplemente de respirar el aire más fresco de las montañas, incluso en el corazón mismo de la ciudad. Cuentan vecinos de la localidad que aún hay casas con aljibes y pozos. El río es también lugar de aprovechamiento económico de familias. Por ejemplo, Don Ramón y su familia usan el Chorro de Padilla para lavar carros, y según cuentan, viven en el Cerro hace cerca de 35 años, con otras 17 familias. El territorio del río también sirve como parqueadero de universidades en su zona de ronda; también es hábitat en sus partes altas de familias de origen campesino que, a pesar de restricciones de uso por ser declarado reserva forestal, aún mantienen producción agrícola y pecuaria; igualmente, es guardería de perros de compañías de vigilancia privada. 8 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA Hoy en día, la Alcaldía de la ciudad habla de recuperar y renaturalizar parte de algunos ríos, incluyendo el Vicachá, como forma de transformación de modelos de pensamiento frente al agua, adaptándolos a modelos más amigables con la naturaleza y que reinterpreten los espacios y cuerpos del agua hoy altamente perdidos en la ciudad. Dice José Baquero1, líder ambiental de la localidad La Candelaria, hablando del río: “El río Vicachá es una parte de la sangre de todos los ancestros que hubo dentro del territorio. Fue destruida una parte de él cuando los conquistadores comenzaron a quemar nuestros bosques. Este río fue el primer sitio que ellos entraron a destruir. Ahora estamos tratando de recuperar lo nuestro y la parte ancestral de nuestros indígenas; ya se está entrando en una conciencia ambiental”. Otro vecino, Ricardo Martínez Tenjicá, habla con igual afecto por el río Vicachá: “Es parte de nuestro territorio y de nuestra localidad de La Candelaria. Es el que nos da los buenos amaneceres, el fruto de una buena vida, llegar y respirar el aire fresco. Estamos comprometidos a cuidarlo, a limpiarlo. Como yo vivo en la localidad me nace mantenerlo limpio y cuidarlo”. Siguiendo las pistas del territorio, tras la ruta del agua, puede entenderse que su uso, aprovechamiento, manejo y ordenamiento es el reflejo de la estructura de pensamiento de la sociedad cambiante y dinámica con la que se ha relacionado a través de los años. De acuerdo a la concepción histórica y cultural sobre el agua y los ríos, y a la representación simbólica que exista en la sociedad sobre ellos, se adecuarán, intervendrán y protegerán, o transformarán y desaparecerán los cuerpos de agua. En ciudades como Bogotá, comprender el asunto del agua –de los lugares donde discurre, donde se deposita, donde se recarga, donde emerge– es un asunto que debe atar la ecología con la cultura, y a la naturaleza con el pensamiento social. Sólo las últimas décadas han vuelto a mirar hacia el agua. Es bastante reciente la preocupación por el Vicachá: por su cuenca, por su contaminación, por su vegetación riparia, por su recuperación y renaturalización. Tuvieron que pasar cerca de 500 años para que la ciudad redescubriera que el agua es ordenadora de nuestros territorios. 1. Entrevista personal a José Crisánto Baquero Villaba, y Ricardo Martínez Tinjacá. 4 de septiembre de 2013. PRIMERA PARTE: CANDELARIA ANTIGUA 9 La transformación constante y mutua de la naturaleza y la cultura en ella contenida han ido cambiando paulatinamente las prácticas que producen fuentes contaminadas, aguas estériles y charcos putrefactos en las orillas, por prácticas donde se da paso a proyectos de recuperación, recorridos ecológicos de colegios y vecinos y a políticas de protección lideradas por comunidades y autoridades de la ciudad. El río Vicachá ha sido uno de los protagonistas más importantes en la historia de la conformación de La Candelaria, y también de Bogotá. El río dirigió la fundación de la ciudad colonial en su génesis. Una ciudad que, en los inicios de la urbanización, vería la necesidad de canalizar esas aguas que venían desde los páramos que están ubicados detrás de Monserrate. El río Vicachá fue el escenario de muchas historias que son el testimonio de una Bogotá cambiante, llena de disputas, consensos y contradicciones, en una dinámica que ha contribuido a la conformación del panorama actual de la ciudad. Las aguas del río siguen fluyendo por sus cauces, en un fluir que ha sido testigo de las vidas que han transitado sobre su territorio, y que han tenido diferentes formas de relacionarse con el agua al pasar los años, las décadas y los siglos. El origen: el agua Dentro de los límites de la cordillera oriental se ubican dos Parques Nacionales Naturales de sobrecogedora belleza: Chingaza y Sumapaz. Esta cordillera ha sido reconocida por albergar los páramos aislados de mayor tamaño en Colombia, y por ser la zona de producción del agua que abastece a Bogotá, ciudad que cuenta con una población aproximada de siete millones de habitantes. En el sector de los páramos, nacen hacia el oeste los ríos de la cuenca del río Bogotá y, a través de éste, del Magdalena. Hacia el oriente corren algunos de los ríos de la cuenca del Orinoco que riegan el piedemonte llanero y abastecen de agua a Villavicencio. A esta altura fluye un sistema de torrentes, quebradas y riachuelos que recorre la sabana desde oriente hasta occidente y va a desembocar en los humedales y en el río Bogotá, conformando con ellos la estructura ecológica del territorio. NUESTRO CENTRO ES EL AGUA 10 Entre ríos L a historia del río San Francisco es la historia de una Bogotá que crece entre ríos, pues fueron ellos quienes determinaron sus transformaciones a lo largo de los siglos. También es la historia de los Muiscas, antes de la llegada de los españoles en el siglo XVI, y la historia de la urbanización de la ciudad después de la llegada del colonizador de estas sabanas, Gonzalo Jiménez de Quesada, en 1537. Las condiciones que tenía la región de ese entonces hacían que el agua fuera esencial para los pobladores ancestrales del territorio. Vista de Bogotá desde el páramo Cruz Verde. Lugar donde nace el río Vicachá. Fuente: http://udcaiga. wordpress.com/albun/ cruz-verde-2/. Este río nace en la laguna del Verjón, ubicado entre los páramos de Choachí y Cruz Verde, al oriente de Bogotá. Luego de cruzar por el Boquerón, descendía rápidamente y profundizaba su lecho al entrar a la ciudad por la parte alta de la parroquia de Las Nieves. Fue llamado San Francisco desde mediados del siglo XVI por el convento de franciscanos que se construyó a sus orillas, en lo que hoy es la Avenida Jiménez entre carreras 7ª y 8ª (Mejía, 19982003 ). La Bakatá ancestral: cuna de Agua Desde antes de la fundación española, la presencia del agua fue esencial para los pobladores ancestrales del territorio. Investigaciones geológicas han determinado que hace 35.000 años la actual Sabana de Bogotá era un gran lago. La cosmovisión muisca situó en el agua el origen de la vida, y el respeto que por ella tenía esa cultura se representó en los nombres de los lugares de su geografía local. Es así como el río que hoy conocemos como San Francisco, llevaba, para los Muiscas, el nombre de Vicachá, que significa “resplandor del agua en la penumbra”. Al recorrer su cauce, justo en medio de los cerros de Monserrate y de Guadalupe, puede entenderse mejor el sentido de su nombre original cuan- PRIMERA PARTE: CANDELARIA ANTIGUA 11 do se observa su forma: grandes rocas van formando pozos que a lo largo de su curso reflejan la luz del sol, mientras corre por debajo de un arco formado por la vegetación que le da sombra. El uso respetuoso que en otra época tuvo el río por parte de los pueblos originarios, cuya cercanía con el mundo natural se basa en la pertenencia y respeto del mismo, permitió que se desarrollaran formas de cultivo sustentadas en el conocimiento de los ritmos y ciclos de los torrentes. Justamente, en la parte baja de la sabana, los Muiscas utilizaron sabiamente sus conocimientos para calcular las épocas de las crecientes del río e implementar un sistema de cultivos con camellones y zanjas. La regularidad de sus cultivos está asociada a los ciclos de las aguas. Así, su modo de vida resultaba en un orden incorporado a los ciclos naturales del territorio que ocuparon. La decisión de Jiménez de Quesada para la fundación de la ciudad entre los ríos San Francisco y San Agustín, quizás tuvo que ver con las características de este territorio, refiriéndose a él como “el nacimiento de dos ríos cristalinos y rumorosos que se desprendían de la cordillera y bajaban por entre dos orillas de césped: uno de ellos, el Vicachá, salía por entre dos cerros, golpeándose contra grandes piedras, formando copos de blanca espuma y haciendo remolinos al llegar al valle, donde ambos juntaban sus aguas purísimas. El clima era fresco, el aire puro, el sol muy suave y el cielo muy azul. A aquel sitio iban los Zipas a pasar los meses de lluvias, cuando se inundaban los campos de Bacatá.” (1915). Aunque no todos los fundadores y primeros habitantes de la ciudad, que inicialmente se llamaba Santafé de Bogotá, se refirieron a la sabana muisca exaltando su riqueza y su belleza de esta manera. Retablo de los dioses tutelares de los Chibchas. Luis Alberto Acuña. Óleo sobre madera. 1935. Museo Nacional de Colombia. 12 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA Al contrario, algunos hacían notar su descontento por el clima paramuno y las fuertes lluvias que pasaban sobre la ciudad en ciertas épocas del año, lluvias que años más tarde serían las causantes del derrumbe de puentes y casas que se erigieron en las orillas del río San Francisco, también conocido como Vicachá o Boquerón. En efecto, a la llegada de los españoles, la sabana se presentaba como lo que fuera tiempo atrás, un gran sistema de lagos alimentado por ríos y quebradas. Por esto, para el año de 1640 se hablaba de ciertos requerimientos, como la construcción de puentes y alcantarillas, para enfrentar el aislamiento en el que vivía la ciudad cuando sucedían los desbordamientos del río Bogotá en las temporadas de lluvia. De Vicachá a San Francisco Ilustración de festejo muisca. Tomado de Así éramos los Muiscas. Jiménez de Quesada llegó con 166 hombres, los cuales fueron los últimos so- brevivientes de la travesía que los llevó desde Santa Marta a Bogotá –inicialmente compuesta por una flota de 1500 colonos–, y que decidieron fundar la ciudad entre los ríos Vicachá y San Agustín dada la potencialidad que estos proveían: para el consumo, para que las lavanderas enjuagaran sus ropas, para hacer funcionar los molinos y las empresas que años más tarde estarían cerca al río usando la energía del agua; también fueron usados como baños públicos de la comunidad y fuentes de descanso. Estos usos empezaron a convertirse en un problema porque afectaban la calidad del agua, generando insalubridad y contaminación de los afluentes. Es por esto que desde el siglo XVI se hizo necesaria la canalización y el manejo de las aguas, de manera que toda la población tuviera acceso a ella cómoda y eficazmente. Esto influyó en la edificación de las primeras casas que se construyeron en la ciudad, en lo que hoy se conoce como Teusaquillo. Este lugar PRIMERA PARTE: CANDELARIA ANTIGUA 13 era privilegiado porque se encontraba ubicado entre los ríos Vicachá y San Agustín, también conocido como Manzanares. El primer asentamiento colono que hubo en la ciudad se realizó allí, donde estaban ubicadas las tierras que el Zipa tenía destinadas a su descanso y el de sus mujeres en las épocas de lluvia. Los problemas de higiene que empezó a tener el río dieron como resultado la implementación de normas que, en un comienzo, necesitaban la aprobación de la Real Audiencia del Nuevo Reino para su implementación; sin embargo, debido a la lentitud de ese proceso se generaba desconcierto en los colonos radicados en la Bogotá colonial. Por lo tanto, desde 1557 se instala la primera norma para evitar el deterioro del río, que prohibía “la construcción de los molinos en sus orillas, el lavar en él y arrojarle inmundicias” (Mejía, 1998, p. 63), y también se construye el primer puente que atraviesa el río Vicachá, a la altura de la actual Carrera Séptima con Av. Jiménez, llamado San Miguel, el cual sería derrumbado en 1657. El siglo XVII se caracteriza porque durante este período se construyeron varios puentes y pilas, que tenían íntima relación con el río, y que evidenciaban, en su arquitectura de corte gótico, el vínculo cultural entre Europa y Colombia . La importancia de las pilas y los puentes radica en que eran centros sociales de interacción –resultado de la organización inicial de la colonia–, por lo que determinaban dinámicas comerciales, de recreación y de apropiación de esos espacios. Desde las primeras etapas de la construcción de la Bogotá colonial, en especial de lo que hoy se conoce como La Candelaria, el manejo de las aguas determinó considerablemente el ordenamiento de la ciudad, ya que su estructura esta- Calvi, Gian & Giraldo de Puech, María de la Luz. 14 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA ba concebida como organización urbana alrededor de las iglesias, y ellas estaban construidas entre los puntos más centrales de la creciente ciudad. Entre las parroquias, había quebradas –ramificaciones de los ríos–, que en esa época eran una suerte de linderos naturales, hijos de los ríos más grandes que permitieron erigir la ciudad alrededor de ellos. De manera que el río Vicachá atravesaba las principales iglesias parroquiales: la de Las Nieves, La Catedral y Santa Bárbara, desde su nacimiento hasta las quebradas que de él nacían, como la quebrada del Agua Vieja, la quebrada de Guadalupe y la de San Bruno, entre otras. Puente de San Francisco. (Sociedad de mejoras y Ornato, no. de re. XI-811a). Puente de Latas o Puente de Los Micos. Ubicado en el cruce de la Avenida Jiménez con cra 6. Fue construido en 1846 y reformado en 1868, cuando recibió el nombre de “Puente Gutiérrez”. Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá. Archivo José Vicente Ortega Ricaurte. Reg. VI-397a. Sin embargo, este fue sólo el comienzo de las problemáticas que se generarían alrededor del río, ya que de éste dependía el abastecimiento del agua para una ciudad que estaba en los albores de la urbanización. A la postre, estos ríos se convertirían en linderos para la ciudad, debido a las murallas que los cubrían y a la dificultad que se tenía para atravesarlos. Asimismo, configuraban los recorridos, las distancias y los tiempos de aquel entonces; igualmente, generaban dinámicas internas en los primeros asentamientos urbanos de Bogotá, por ejemplo, en el caso de las lavanderas, por la falta de acceso que había hacia ciertas zonas a causa de los ríos. Todas esas dinámicas que se desenvolvían al interior de la ciudad colonial, germinaron una serie de descontentos en los pobladores, algunos de los cuales organizaron movilizaciones cívicas en pro del agua a lo largo del siglo XVI y XVII, pidiendo que se instalaran fuentes de agua que fueran de fácil acceso y a las que llegaran las aguas más puras de los ríos cercanos. La primera movilización cívica se realizó en el año de 1583, representada por Juan de Almanza como vocero de la comunidad. Como resultado de estas peticiones, en 1584 se instaló la primera pila de agua de uso común, a la que se llamó popularmente El mono de la pila, porque allí había una estatua referente a su nombre, estatua que se encuentra ahora en el Museo de Arte Colonial. Esas aguas hacían un recorrido desde el río San Agustín hasta la plaza principal, a través de una cañería de ladrillo, piedra y cal, atravesando una zona abundan- PRIMERA PARTE: CANDELARIA ANTIGUA 15 Lavanderas del río Vicachá (Sociedad de Mejoras y Ornato XI – 847). te de arbustos de laurel. De allí se origina el nombre del “Acueducto de los Laureles”, también conocido como “Cañería de los Laureles”. La implementación de las pilas sería la primera solución para el manejo del agua durante el siglo XVI, XVII y XVIII. Estos ramos de agua, divididos según los núcleos de concentración de la comunidad, fueron epicentros socioculturales de la época, lugares de reunión donde se instauraban estructuras e instituciones de control y orden para la comunidad como la iglesia. Sin embargo, el factor predominante que determinó el rumbo de esa estructuración urbana en torno al agua era la necesidad de la comunidad de aprovisionamiento. La edificación de pilas de agua en la ciudad muestra cómo desde los inicios de la urbe los recursos hídricos se modifican y adaptan a las necesidades comunitarias. A mediados del siglo XVII, el problema de salubridad del agua había disminuido, logrando algunos avances en cuanto a su sanidad, aunque las casas que se construían en las orillas del río Vicachá tenían la característica de edificarse dándole la espalda al río porque, en algunos sectores, éste seguía siendo vertedero de basuras y se seguía utilizado para el almacenamiento de desperdicios. La contaminación del río fue una de las causas principales por las que algunas pestes azotaron a la población de la ciudad colonial, en especial a los indígenas, con la llegada del tifo y la fiebre tifoidea –pestes conocidas en su época como “epidemia de Tabardillo” y “peste de Santos Gil”–. La disposición de las aguas había sido un tema álgido en la construcción de la ciudad. Pero mientras El Cabildo y la Real Audiencia se disputaban el control Toma de la cajita de San Francisco. Parque Santander 1880-1896. 16 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA de la misma, la ciudad iba creciendo y se hacía necesaria la adopción de otros ríos para el abastecimiento a la comunidad. Es por esto que, durante el siglo XVII, se agrupan las aguas del río Fucha a las del Manzanares y comienza a funcionar una suerte de redes acuíferas que, a través de conexiones naturales y otras artificiales, soportaron el consumo de agua a gran escala –consumo que se incrementaría exponencialmente con el tiempo hasta el día de hoy–. Finalmente, se le otorga al Cabido la potestad sobre las aguas a través de la Real Cédula Sobre Aguas. Pila de San Victorino. Famosas piletas de uso público para el abastecimiento de agua. Colección Museo de Bogotá, fondo Daniel Rodríguez Reg. MdB II-112a. Pila con campesinos y burros, ca.1940. Colección Museo de Bogotá. Fondo Saúl Orduz. Reg. Mbd 27683. Para mediados del siglo XVIII, la ciencia hizo uso del agua como objeto de estudio y de experimentación. Y dado el aumento de la población durante el transcurso de ese siglo, el Acueducto de Los Laureles fue reemplazado por uno llamado Aguanueva, que a partir de su inauguración tomó el nombre de Aguavieja. Este acueducto estaba construido con mejores tecnologías e incorporaba otras fuentes de agua aledañas a la ciudad colonial. Sin embargo, “hasta finales del siglo XVIII este acueducto fue una sencilla zanja destapada que tomaba el agua del río San Francisco y que corría bordeando el camino conocido como paseo de la Aguanueva, para descender luego desde la zona de Egipto por la calle de la Fatiga (calle 10) hasta la fuente de la plaza mayor. En su camino alimentaba, además, el chorro de Egipto, el chorro del Señor Hoyos y la fuente de Celedonio, esta última situada en la calle 10 entre carreras 5ª y 6ª. Estas tres últimas tomas se construyeron en la segunda mitad del siglo XVIII.” (Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, 2003: 107). Muchas fuentes, como las de los Chorritos del Rodadero sobre la calle 13 entre carreras 4ª y 5ª, fueron obras que tenían como fin abastecer de agua a la comunidad, pero también ir conformando una ciudad digna de ser la capital del Nuevo Reino. Asimismo, estas obras crearon tensiones políticas sobre quiénes y cómo se debían manejar esos recursos de uso común. Sin la existencia de una regulación rigurosa sobre los manejos del agua a finales del siglo XVIII, el desaseo de la ciudad y la implementación de nuevas pilas y chorros genera- PRIMERA PARTE: CANDELARIA ANTIGUA 17 ban constantemente pleitos y diferencias sobre por dónde y cómo tenían que estar ubicados los chorros de agua. El río San Francisco en la “Modernidad” A finales de 1800, empiezan a aparecer algunas vías y medios de comunicación que ayudaron a mitigar el aislamiento de la ciudad con el resto del país. Ese nuevo espíritu de la modernidad llegaba en barco hasta América, arrasando con su llegada todo rasgo de lo que se concebía como “barbarie”. La modernización, como corriente de pensamiento, puede ser entendida para el caso de la ciudad de Bogotá como el cambio en las formas de percibir un espacio-tiempo. En pro de ese nuevo ideal, se tendió a transformar la forma de representar e intervenir la planeación urbana y el espacio urbano a comienzos de siglo XX. Fue una época en la que la ciudad comenzó a crecer de manera formidable. Algunos documentos muestran un fenómeno de ola migratoria entre 1913 y 1918, que es el mismo fenómeno que algunos describen como el proceso de proletarización de Bogotá. El desarrollo de la industria nacional, que requirió mano de obra, generó grandes migraciones de los campos hacia la ciudad, y al mismo tiempo, grandes diferencias sociales, como comenta Vega: La modernización, lejos de hacer desaparecer la miseria y los problemas sociales, los hizo más evidentes: la Bogotá cosmopolita aseada y lujosa de las clases dominantes y la Bogotá plebeya de las mayorías sociales de obreros, artesanos, desempleados, prostitutas, mendigos y pobres en general que ni siquiera tenían agua potable (Vega, 2002, p. 86). El crecimiento demográfico conllevó la proliferación de enfermedades infecto-contagiosas, muy posiblemente por las condiciones de hacinamiento en que se encontraba la mayor parte de la población migrante. Dichas características de vida determinaron una estructura física y una vida social particular en la Colector del Río San Francisco. Detalle de las viviendas, prácticamente hacinadas y construidas de espaldas al río. (Sociedad de Mejoras y Ornato, no. de reg. XI-851a). 18 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA ciudad. El problema radicaba en que, a pesar de la gran afluencia de gente a la ciudad capital, la frontera urbana no se amplió, y esta situación produjo congestión y aglomeración en el espacio urbano. Cuando el gobierno municipal empezó a notar la disfuncionalidad de esta situación, se crearon políticas de intervención pública, entre ellas, la que trataba de entender y dar solución al problema del río San Francisco. El problema del río en términos de “higiene” Aguas negras. Calle del Observatorio. 1842. Se conoce por documentos de archivo que, desde mediados de siglo XVI, existieron prohibiciones de la Real Audiencia de lavar ropas y montar molinos sobre el río San Francisco; sin embargo, también se tiene registro de la existencia de los molinos Ponze y Almanza por la época de 1579, por lo que se deduce que estas disposiciones no se cumplían a cabalidad. Casi tres siglos más tarde, el río San Francisco atravesaba la ciudad desde los cerros hasta su cruce con el río San Agustín en la calle sexta con carrera 13. Juntos confluían en donde actualmente se sitúa la esquina suroccidental del Parque Tercer Milenio y luego bajaban juntos por la que hoy es la Avenida de Los Comuneros, desembocando en el río San Cristóbal o Fucha y continuando su carrera hasta encontrar al río Bogotá en los alrededores de Fontibón. Su curso definió, en un principio, la forma en que se tejió la trama urbana de la ciudad y determinó en muchas instancias el movimiento y la forma de organización de las prácticas cotidianas de los pobladores de aquella época. A finales del XIX, el río resolvía medianamente los problemas de aseo de la ciudad, debido a que en sus riveras se dispusieron baños públicos para los ciudadanos. Los molinos también se ubicaron en su cauce y, por consiguiente, a él iban a dar los desperdicios que éstos gene- PRIMERA PARTE: CANDELARIA ANTIGUA 19 raban. También fue tradicionalmente el lugar con el recurso principal para uso de las lavanderas y como vertedero de aguas negras y botadero de basuras. Las aguas negras circulaban por zanjas a lo largo de la ciudad, que finalmente iban a parar al río, por lo que cumplía la función de alcantarillado. A parte del uso que la vida urbana imponía sobre el río, éste solía desbordarse en época de invierno, mientras que en verano sus aguas se reducían cabalmente hasta quedar casi seco. Algunos registros de la memoria de los habitantes de la época recuerdan, por los años de 1914, al río tan solo como un “maloliente riachuelo”, como describe Juan Dios Uribe en sus “Recuerdos de días individuales en el tiempo” (Rodríguez). También se ha encontrado que, en algunos informes presentados por reconocidos médicos higienistas de la época, se indica que las inundaciones eran probablemente causadas por la remoción de piedras naturales del lugar que antes impedían que las aguas del río se filtraran y se salieran de su cauce, pero también a causa del establecimiento de cultivos en las hoyas hidrográficas, modificando ambas actividades el cauce natural del río. El negocio de las carnes también tuvo parte en el problema de higiene ya que, camino hacia el occidente de Bogotá, se construyó el Matadero Municipal, justo a orillas del río San Francisco sobre la carrera 13 entre las calles 7.a y la 8.a. Por esta razón, era común encontrar animales muertos pudriéndose en las vertientes del río, esparciendo aguas infectadas. (Lobo) Al respecto del Matadero y las quejas interpuestas ante las autoridades por algunos pobladores, el gobierno municipal decidió comprar algunos terrenos que quedaban a orillas del río y pagar celadores de aguas que hacían el trabajo de cuidar la salubridad del agua. Años más tarde, se trasladó definitivamente el matadero hacia las afueras de la ciudad. Aunque para esta época ya se había iniciado un proceso de instalación de tuberías y casi el 30% de la ciudad, para el año de 1890, tenía conexiones a desagües subterráneos, este sistema mezclaba las aguas negras y las aguas lluvias para Tanque del acueducto en el barrio Egipto. 1895. 20 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA llevarlas a los ríos, lo cual se mantuvo sin mayores modificaciones al iniciar las obras de canalización y cubrimiento. En 1888, se terminó de construir el tanque del acueducto en Egipto, que funcionaba para épocas de escasez. Éste contaba con un azud y un desarenador sobre el caudal del río San Francisco y abastecía las pilas de Bogotá. Las impresionantes cifras de personas que enfermaban de fiebre tifoidea y disentería hacían evidente que la proliferación de enfermedades estaba directamente relacionada con la mala calidad de las aguas. Afiche del servicio cooperativo interamericano. Departamento de Educación Sanitario, Ministerio de Higiene, s.f. Fue así como, en 1886, el alcalde Higinio Cualla sostuvo públicamente que “el único remedio para evitar las inundaciones de los ríos San Francisco y San Agustín, era la canalización subterránea”. La propuesta de canalización de los principales ríos urbanos estaba encadenada al deseo de las élites de inscribir a la ciudad en un ideal modernizador que demandaba la transformación de las condiciones materiales y sociales del territorio. La medicina, en especial la corriente del higienismo, con base en la cual las autoridades gubernamentales comenzaban a tomar medidas, fue tomando forma como un campo de conocimiento que nutría de argumentos una forma de gobernar justificada en ese saber. La articulación del discurso médico con el Estado respondía a la búsqueda del progreso en las condiciones económicas y sociales, e impulsó la implementación de medidas de intervención que tenían siempre como referencia el desarrollo político y civilizatorio de las sociedades burguesas. El impacto de la llegada de la “civilización” a la ciudad capital con sus productos y su ruido bastó para transformar la mentalidad de un pueblo. Este ambiente era ampliamente experimentado por una minoría que vivía en la opulencia, mientras que la otra parte de la población apenas y se alejaba con dificultad de PRIMERA PARTE: CANDELARIA ANTIGUA 21 la vida rural y pastoril. Fue entonces el momento en que la existencia del río se planteó como un problema de higiene y, por lo tanto, de salud pública. Un análisis del higienismo en estudios de la época, se vislumbra como una práctica que más allá de preocuparse por la salud de los pobladores, buscaba tener control sobre las prácticas sociales. Un ejemplo claro es la explicación que se daba al origen de la pobreza y el atraso del país, planteando que la causa era el mestizaje y el consumo de bebidas insalubres por parte de la gente pobre, apoyándose en la tesis de la “degeneración de la raza colombiana”. De allí que ciertas prácticas como el consumo de chicha, el uso de alpargatas, ruana y sombrero fueran sindicadas de “formas de vida atrasadas y miserables” que debían ser combatidas en pro del “desarrollo” y mejoramiento de la nación colombiana. Es el caso de la prohibición de la chicha, que se sustentada también como un problema de higiene en su producción artesanal. Los médicos higienistas sugirieron que la embriaguez era una práctica cultural que provenía de los antepasados indígenas. Esta integración termina poniendo como objeto –y sujeto– de la sanción social a la que se considera una herencia bárbara de los pueblos aborígenes. El argumento más contundente surgió de la relación que se estableció entre la chicha y las condiciones de vida miserables e insalubres de la gente pobre, queriendo demostrar así que el consumo de una bebida tradicional y originaria indígena se trataba de una costumbre, ante todo, salvaje. En esta nueva “realidad”, que era ampliamente expresada en las arengas de los políticos y gobernantes de la época, se relacionaban las prácticas insalubres en torno del río con comportamientos atrasados y bárbaros. Por eso la nueva ideología fomentaba el control sobre las fuerzas naturales y que se impusiera el poderío de la civilización sobre el comportamiento azaroso –o más bien desconocido por los civilizados– de la naturaleza. Los discursos de médicos higienistas de la época, como Jorge Bejarano, permiten observar la relación que se establece entre las costumbres indígenas y los comportamientos sociales atrasados, en oposición a los hábitos higiénicos que traía la modernidad. Esta forma de pensamiento termina, con su argumentación higienista, “demostrando” la inferioridad de las “razas” originarias y esclavas, y esta noción de inferioridad se transpone a las costumbres que para la época conservaban las clases trabajadoras. 22 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA La canalización: dominación de las fuerzas naturales. Un rasgo de “civilización” E l siglo XX empieza con las obras de canalización y cubrimiento de los ríos y quebradas adyacentes al centro histórico, ratificándolos como los receptores principales del sistema de alcantarillado. Mediante la Ley 10 de 1915, se dio inicio al proceso normativo que instauraba el proyecto de canalización del río. Un año más tarde, mediante los acuerdos 6 y 10 de 1916, formalizan y planean la aplicación del proyecto. Canalización del río San Francisco, ca. 1920. Anónimo. Colección Museo de Bogotá, fondo Luis Alberto Acuña. Reg. MdB 00105 En 1921 se iniciaron los trabajos de cobertura en el parque Germania, ubicado en la carrera 3.a, en que se inicia el establecimiento de un conducto artificial para regular el cauce del río. Fue la sepultura final del que antes fuera el río del “resplandor en la oscuridad” para los Muiscas. Se determinó que las porciones de los ríos San Francisco y San Agustín fueran cubiertas y terraplenadas y se convirtieran en calles o avenidas públicas con la forma de sus cauces. Mediante el Acuerdo 31 de 1917 y el acuerdo del consejo de la Academia Nacional de Historia, se decidió otorgar el nombre de Avenida Jiménez de Quesada a la calle que reemplazaría al río. Con esta operación, mientras el agua desaparecía del paisaje urbano, se creó uno de sus espacios más significativos en la Avenida Jiménez, vía que “concentra una cierta cantidad de edificios de muy buena calidad arquitectónica, construyendo con sus fachadas una especie de profundo cañón artificial que serpentea reproduciendo las curvas del viejo cauce y generando un espacio urbano con una escala y unas condiciones de perspectiva especialmente valiosas” (Pinilla, 2008). PRIMERA PARTE: CANDELARIA ANTIGUA 23 La ley que reglamentaba su construcción estableció que en ningún trayecto ésta debía tener un ancho menor a 22 metros. Una revisión sobre las características especiales que indica la normatividad del proyecto expresa el hecho de que la realización del mismo, además de ser definida claramente por acciones técnicas y administrativas, tuvo en cuenta además algunas pautas que condicionaron las transformaciones en el espacio público a los ideales modernizadores e intereses de un grupo particular de la población. El costo ambiental de estas decisiones no podía ser advertido entonces y resultó gigantesco, generando todavía hoy repercusiones muy graves sobre la estructura hídrica. Canalización del río San Francisco, ca. 1920. Anónimo. Colección Museo de Bogotá, fondo Luis Alberto Acuña. Reg. MdB 00105 24 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA SEGUNDA PARTE: MEMORIAS DEL AGUA SEGUNDA PARTE: MEMORIAS DEL AGUA 25 Don Jorge, el carro en manos de Ramón Yo vengo por Monserrate desde que tengo el hotel. Trabajo en turismo, llevo y traigo turistas. Ya son aproximadamente 10 años que vengo por aquí. A éste lavadero desde hace tiempo. Lavar el carro aquí lo hago por dos cosas fundamentales: la primera es darle trabajo a la persona que lava el carro porque por medio de ese trabajo, esa persona consigue un sustento diario, honradamente y con trabajo; y segundo, porque como el turista siempre se demora como dos horas arriba, en Monserrate, entonces en cambio de estar durmiendo dentro del carro me dedico a hacer algo productivo que es limpiarlo y mantenerlo bien presentado. Conozco este lavadero acá, o no lavadero, digámosle el sitio donde viene gente a lavar los carros para rebuscarse un diario. Los días domingos, muchas veces, aquí no hay donde. Toca pedirle turno a Don Ramón pa’ lavar el carro. Viene bastante gente, y más que todo lavan el carro los que trabajamos con hotelería y turismo, aprovechando que el turista está arriba para ganar tiempo para poner limpio el carro. Este es más económico y bueno. En un lavadero cobran, mínimo, diez mil pesos. Aquí Don Ramón se lo lava a uno por cinco. Aquí trabajan muchos. Viven de eso, y es un núcleo familiar. El carro queda más lindo, más limpio porque es con agua pura cristalina que se lava, entonces el carro queda muy bueno. Si uno supiera cuánta gente vive de aquí, cuántas bocas comen de este oficio que está haciendo Don Ramón. Antes venían a molestarlos, a no dejarlos trabajar que porque está prohibido… que no sé qué… Antiguamente, uno podía parquear el carro no tan en la vía, pa’ lavar los carros acá. Se sacaba el agua más cerquita. Hay gente que está viviendo de eso, del agua, y no está haciéndole mal a nadie, no está robando, no está haciéndole mal. Aquí no contaminan el agua. Cogen el agua para darle uso con esos baldaditos. El carro en manos de Don Ramón queda bien. ¿Cuál fue el gasto comparando con un lavadero? 26 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA Yo me llamo Ramón, hace tiempos trabajo aquí Yo trabajo acá desde el 64. Los primeros carros que lave aquí fueron los colectivos Kennedy- Fontibón, los Ford, los Chevrolet… pero modelo 61. Daban un peso por la lavada. Yo soy nacido y criado en este lado. Yo siempre he vivido acá. Mis cuatro hijos y mis nietos viven también aquí, como viven más familias. Son 17 familias. Donde vivimos existe desde nuestros tatarabuelos, desde que eso se llamaba el barrio San Luis… de aquí pa’ allá era La Gata Golosa. Pero pasó que el barrio San Luis se acabó cuando la muerte de Jorge Eliecer Gaitán, cuando habían quienes traían todo lo que robaban en la revolución a guardar en el monte. Esto cambió hace como treinta años. Hace treinta años vivía un vigilante de la compañía de Monserrate, el señor Aureliano Rodríguez. Ahorita estamos queriendo educar a los que vienen por aquí, porque pongamos que vienen personas que viven en la calle, a las que les regalan ropa y ellos vienen y se bañan y pasa que botan la ropa por aquí. Pero ahora estamos tratando de ir educando. Sí, yo veo que alguien tira ropa en el río, me le voy y le digo “Monita, que pena. Muy buen día… muy buena tarde… No me bote esa ropita ahí en la quebrada… Sabe que estamos en limpieza del río, del agua”. Y me contesta “Ay, perdone, viejito”. Más que todo le dicen a uno así, viejito. Cuando dejan reguero, yo tengo mi escoba escondida y le pido a los señores que pasan limpiando, los de Bogotá Humana, que me regalen el taleguito y así, junto con mis hijos, recogemos basura. A los que viven en la calle y viene aquí, no hay que tratarlos mal. Uno les dice, si se van a bañar “Me hacen el favor y se ponen una pantalonetica pa’ bañarse”. Y ellos dicen “Bueno cuchito”. Siempre han venido a bañarse. Siempre. Desde antes de construir este puente, venía la gente antigua a lavar ropa, en todo este río. Sin problemas. Todos los días trabajo. Trabajo domingos y festivos. Trabajo todos los días, desde las 8 de la mañana hasta las 2 de la tarde, porque nosotros tenemos un compromiso con la Alcaldía, que hasta esa hora, aunque tengamos otro acuerdo en SEGUNDA PARTE: MEMORIAS DEL AGUA 27 Don Ramón, en su oficio, muy cerca del emblemático Chorro de Padilla el que el domingo podemos trabajar todo el día. Antes, nos ponían problema. Había quien se quejaba que por los clientes, los conductores, los que vienen a colaborarme para mi trabajo. Pero es que aquí ellos le tienen fe al agua, porque es agua limpia. Aquí no se lava ni con jabón Fab, ni nada. Aquí se lava con jabón Rey, el azul, para borrar las malas influencias, malas energías. Así es como vienen. Vienen escoltas en las camionetas del Senado para mandar lavar, y vienen, así tengan su bomba, su lavadero allá. Vienen porque dicen que prefieren ahorrar los 5000 lavando aquí, tomando tintico con miel de abejas. Yo tengo treinta y siete panales en mi casa. Yo produzco miel natural. Aquí también vienen brujas de esas que leen el tabaco, vienen a bañar… a bañar gente bien, ahí, entre ese pozo. Ellas son las que nos enseñaron que uno no debe lavar los carros de los conductores, diferente, porque cogen ellos malas influen- 28 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA cias y el jabón Fab mancha y los oscurece y en cambio, el jabón Rey desmancha y brilla y quita lo malo. Vienen viernes y martes. Nosotros como hablamos con ellas, aquí para entrar ellas a bañarse me piden permiso “Don Ramón buen día, buena tarde… vengo a bañar estas 5 mujeres”. Aquí vienen hombres y mujeres. Aquí se baña gente rica, camionetas. Yo estoy aquí pendiente y supongamos que en este momento usted está aquí y yo estoy pendiente. En la casa del molino dicen que asustan. Ahí era la empresa de acueducto. Le tenía arrendado a la sociedad de exalumnos de la Universidad Nacional, al doctor Daniel Bogollo, que era de la Universidad Nacional. Ahí era un restaurante donde alquilaban la casa para matrimonio, fiestas y venía a almorzar gente del gobierno, gente bien. Eso tenía chimeneas, yo cortaba la leña. Tenía un salón grande, habían 5 chimeneas, baños apartes, todo eso, bonito… ¿No le digo que alquilaban la casa? Entraban los carros y a veces pasaban de noche las fiestas y yo cuidaba los carros, pero luego eso se abandonó y le empezaron a botar volquetadas de tierra. Yo voy también desmarcando el agua todos los días. Tengo que subir todos los días de aquí hasta arriba, y mover la compuerta. Cuando llueve demasiado, y que crece el rio a la una, dos, tres de la mañana, me llaman. El operador de la empresa de aquí de San Diego, donde queda el colegio Ramón Jiménez, y la planta, por donde va esa tubería grande, me llama. Me toca subir a abrir la compuerta y todos los días a medir el nivel, si ha subido o ha bajado, cómo está el nivel. Y yo subo. Yo conozco todos esos caminos. De la compuerta derecho, arriba hay más… una laguna, el nacimiento. Los nietos van. Yo subo hasta la compuerta o más arriba. Esa laguna se hace entre Guadalupe y Monserrate, más arriba de donde quedó la carretera de donde una vez subieron los Suzukis, a Monserrate. Yo cumplí el 15 de julio, 64 años. Aquí vienen colegios, los estudiantes anotan que en medio de las montañas de los cerros hay un chorrito de agua muy bonito y ya, no dicen más… Entonces yo digo “perdón profesor…Yo me llamo Ramón, hace tiempos trabajo aquí y me SEGUNDA PARTE: MEMORIAS DEL AGUA 29 distinguen la empresa del funicular… Este es el chorro de padilla primer acueducto que tuvo Santafé de Bogotá… Antes, nuestros tatarabuelos en esa mucurita llevaban el agua a dos reales, cuando eran como treinta chozas”. Este río es el río San Francisco, antes lo llamaban el Vicachá. Antes, fabricaban el pan ahí, en el molino que era movido por agua con unas piedras grandotas que están ahí todavía. Yo vivo en la vereda Los Cerezos. Trabajo más que todo los domingos. El día domingo viene mucha gente, aquí… que pa’ lavar el carro, que pa’ bañarse. Que pa’ tomar de ahí. Pa’ conocer. Mucha de nuestra niñez y juventud transcurrió por los Cerros Orientales. Don Alejandro Prince Yo nací en 1944 en Ocaña, Norte de Santander, y llegué acá en 1948 porque mi papá era congresista liberal y prácticamente en el 48 fuimos desplazados por la Violencia. En 1957 mi papá compró una casa acá en el barrio La Concordia que fue construida en 1927. Ahí vivo hasta ahora. Acá en La Candelaria las casas tenían solares y sembrados de breva, cerezos, papayuelas, curubos, cerezas bogotanas, fresas y vegetales, pero eso ha venido cambiando con el tiempo volviéndolos cuartos embaldosados. Se cocinaba con carbón de piedra y el agua se calentaba en unos tanques de cobre. Bogotá era muy fría, y no era tan clara como ahora, porque eso de cada casa, cuando no había viento, se veía el humo saliendo y se veía el cielo amarillo de todas las cocinas. Si uno salía con una camisa blanca eso caía lluvia del hollín y uno terminaba sucio. Cuando yo llegué aquí a La Candelaria los bosques eran espacios públicos llenos de bosque de cerezo bogotano y recuerdo una planta que se llamaba Lulo de perro que era una maleza parecida al lulo pero era venenosa. Llamábamos al río San Francisco y no Vicachá, y por allá existía el Venado de Oro, el Roosevelt, la Casa de los pintores y escultores, funcionando con estudiantes de pintura y 30 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA escultura que ponían sus obras en los jardines. Había mucho retamo espinoso y de hoja, pero lo han ido extinguiendo porque al secarse eso generaba mucha leña, y se prendía y propagaban los incendios forestales que podían durar hasta semanas. Era que aquí en Bogotá en los meses de marzo y abril había sequías. Yo recuerdo cuando estudiaba nos decían que no hay universidad o colegio una semana porque no había agua. Cuando eso pasaba, en las casa se racionaba y se guardaba en tanques o se iba a recoger. Es que el acueducto no alcanzaba a surtir. Pues ahora tenemos los acueductos Vitelma, Tibitó, San Rafael y en el futuro tendremos el Sumapaz, por donde se hacían paseos para pasar el día llevando el fiambre. También por San Cristóbal Sur, cogiendo por el camino que va al Santuario de la Virgen de la Peña, que tiene una serie de fuentes para airear el agua y grandes tanques de tratamiento. Eso creo que fue construido por allá en la década de los treinta. Ahora sólo se puede entrar con permisos especiales. También íbamos a los parques como el de La Independencia o el Nacional. Como cometieron el error de traer tantos eucaliptos a los cerros había mucho. Lo mismo el pasto kikuyo que lo entraron creo por allá en 1891, traído de Australia y Japón. El paisaje con eso cambió afectando las especies nativas de todo el cerro. Me acuerdo que en una época tuvieron que traer a un experto norteamericano para que con aviones bombardeara las nubes con yoduro de plata para producir lluvia. Bogotá es una ciudad que funciona alrededor del agua, por eso hay que proteger los cerros y ha sido un tema importante. Nosotros fuimos como en el 76 a ver la represa que estaban haciendo en Chingaza, porque yo tenía un familiar que estudiaba geología y me mostró cómo había que hacer los túneles y toda la infraestructura. Eso estaba lleno de extranjeros. Las obras debían ser carísimas. Yo estuve también por allá en la represa de Guavio y nos contaban de los peligros de trabajar por allá en los túneles como a veinte metros, donde habían gas metano que se produce a esas profundidades. Eso una chispa de una pala o un riel es suficiente para una explosión. Yo cuando me tomo un vaso de agua todavía pienso en toda la cuestión que tiene que hacer la ingeniería para suministrarnos agua, en todos esos obreros que murieron haciendo esas obras, pero eso no lo realzan. Decían se quemaron tres o cuatro obreros, pasó y se olvidó. 31 32 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA Los diciembre subíamos a esas cumbre a coger musgo, quiches y chamizos pa’ los pesebres, porque en ese tiempo no había una cultura ecológica de protección de las fuentes de agua. Bajábamos con dos, tres bultos para la plaza y la policía no nos decía nada. Traíamos también las Bromelias y 4 ó 5 libras de mora para hacer conservas para la novena. También íbamos a pescar cuando todavía había trucha. Recuerdo que nosotros llevábamos cañas telescópicas, botas y toda esa cosa, y en el barrio había un señor que llegaba con una varita y un sedal y eso tín tín y sacaba y sacaba, y nosotros nada. El primero de enero hacían unos tamales bien buenos y nosotros y los novios de las hermanas, todos, hacíamos ascensos temerarios. Nos encaramábamos a esas alturas sin brújula ni nada. A Monserrate se iba por la carrilera del funicular y arriba del túnel, hasta llegar de frente. Lo mismo con Guadalupe. Una vez nos dio por subirnos por la carrilera del ferrocarril a las 7 de la mañana. Mis hermanos se subían por la noche. Eso era peligroso porque había bandas pero uno de joven hace esas cosas. Es que el centro antes era otra cosa y más por allá arriba. Mucha de nuestra niñez y juventud transcurrió por los cerros orientales. Íbamos por varias quebradas, la Roosevelt, la del Padre Jesús. Toda esa zona la conocíamos porque en las vacaciones de mitad y final de año las recorríamos. Había un camino empedrado por la Avenida de los Cerros, que hoy lo ocupan en parte las universidades, y era el preferido para los paseos de olla. En ese tiempo ese lugar era más importante y la gente iba todavía a sacar agua de allá. No como ahora que está descuidado. Nosotros llevábamos avío: panela, naranja, bocadillo y cosas. En agosto elevábamos cometa en toda esa zona del río, donde está ahora ocupado por las construcciones del Externado y otras universidades. Eso antes no SEGUNDA PARTE: MEMORIAS DEL AGUA 33 era prohibido el ingreso, se veían cien o doscientos niños que elevaban sus cometas llenando todo el cielo. Si no, jugábamos fútbol en las planadas o nos montarnos en los árboles. Una vez al año, a todos los colegiales de Bogotá nos tocaba ir a la Liga Antituberculosa colombiana, porque nos pedían una radiografía pulmonar y un análisis de sangre para los estudios. Ese edificio de la Liga Antituberculosa colombiana lo compró la Universidad de los Andes, porque ellos han comprado medio barrio de Las Aguas. Prácticamente la mitad de La Candelaria ya no es nuestra; unas dieciocho casas. Creo que en 1972 ó 1973 se creció el río Vicachá afectando la Quinta de Bolívar, en la Avenida Jiménez y en San Victorino. La avalancha levantó el asfalto y hubo como un represamiento. Parece que en 1882 ó 1872 por ahí también se produjo lo mismo. Recuerdo que cogí la bicicleta de mi papá, de esas inglesas pesadísimas que le dicen loras, y me subí por el Paseo Bolívar. Por el cauce avanzaban las aguas turbias llenas de ramas y mugre. Eso se creció unos diez metros y le faltaba como metro y medio para pasar el puente de Holguín. Otra parecida fue por el 90 cuando se estaba tapando la bocatoma que había por allá arriba de la Quinta de Bolívar. Tocó traer palas y destapar. Yo cuando llegué en el 57 la Avenida Jiménez tenía un separador vial que venía desde el Parque Germania hasta la 4.a, donde había una fábrica de botellas de los alemanes y por eso se da el nombre al barrio. El separador tenía a los lados zonas verdes con árboles como de 5 m de falso pimiento, ese parecido al olivo. Uno caminaba por la mitad que era adoquinado con tableta de barro, ahora le metieron palma de cera, falso laurel y pino. En esa época ya estaba subterranizado y pasaba por debajo el río San Francisco. Luego fue que lo sacó Salmona y están los espejos de agua y que le metieron Transmilenio. Así como lo conocemos hoy. ¡Ha cambiado mucho el eje! 34 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA TERCERA PARTE: LAS LUCHAS DEL AGUA 35 Cuidado con el agua silenciosa, reza el dicho que en últimas se refiere al inmenso poder contenido en el agua, ese líquido absolutamente necesario para nuestra subsistencia, por el que se han levantado ciudades, inmensas estructuras para su reparto, y también consignas y luchas, también bogotanas. Gente. Ayu, de 4 años, sabía que iba a hacer un recorrido por un río, la caminata por el sendero ecológico que se está revitalizando en La Candelaria. Por la Avenida Jiménez, haciendo equilibrio por el borde de uno de los espejos de agua –huella del esfuerzo de Salmona de hacernos ver en el agua–, y cogida de la mano de su mamá, pregunta: “¿Dónde está el río?”. “Arriba lo vemos, es que lo sepultaron”, recibió como respuesta. Revitalizar un río es devolverle la vida. Necesaria redundancia que lleva a preguntarnos a qué vida es que nos referimos, si es que el río San Francisco, como lo conocen los habitantes tradicionales de La Concordia, Egipto, Las Aguas, la vereda Fátima, nunca ha dejado de nacer allá en los cerros. Nunca sus aguas han dejado de recorrer su cauce. Ni siquiera al ser domesticado a la entrada a la zona urbana de la ciudad capital. No está ni ha estado muerto nunca. ¿Qué significa entonces hablar de volverlo a la vida hoy? Una cartografía con los lugareños Sabido es que una sola gota cayendo con ritmo constante sobre cualquier superficie sólida, por más dura y resistente que ésta sea, podrá siempre mucho más, dejando huella de su paso. Frente al aguante del agua muy poco puede hacerse. El agua es vital, y en esa medida, su vínculo con quienes la consumen, la protegen, la usan conscientemente, es un vínculo con la vida misma, la vida que se resiste a la muerte. Por eso, aunque sepultado, el río San Francisco, Vicachá o, según algunos habitantes, llamado antes Viracachá, no es un difunto. Hemos dado un rápido vistazo a la importancia de este río de El Centro en relación con el crecimiento de nuestra ciudad, enunciando cómo algunos intereses 36 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA privados han sido la sombra tutelar de medidas que le incumben a lo público. Hemos revisado, a vuelo de pájaro, algo de la historia de las aguas en Bogotá, a través de la historia del llamado, por la voz oficial, río San Francisco, y hemos conocido, a través de los Relatos del agua, algunas de las historias que se tejen entre las vidas de pobladores y el agua, como un lugar de encuentro, como fuente de trabajo y sustento, como motivo de defensa, como derecho, como referente fundamental de nuestra historia local. Como memoria, como memoria del agua. A partir de un ejercicio de encuentro entre pobladores de La Candelaria, como ejercicio que buscaba rastrear los recuerdos asociados al territorio, se obtuvo como resultado un breve recuento de los lugares comunes, de recursos naturales y de transformaciones en el paisaje y de usos sociales de los lugares asociados al agua. Se reconoció por parte de los pobladores la influencia que tuvo la siembra de pinos y eucaliptos en los cerros de Monserrate y Guadalupe, y los reconocen como especies invasoras, depredadoras. En el mapa, fueron dibujados únicamente en el cerro de Guadalupe, sobre todo en el camino que va hacia oriente y que comunica con el municipio de Choachí. Este es un rasgo que muestra algunas de las rutas más usuales de los pobladores en relación con los procesos de migración del campo a la ciudad, ya que un cierto número de personas que han llegado a vivir a La Candelaria provienen de poblaciones cercanas como Choachí, Cáqueza, Ubaque o Fómeque, como Doña Rosa Moreno, que fue una de las personas que participó en la cartografía, habitante de La Candelaria desde hace más de cincuenta años. La relación con los cerros se ve notoriamente marcada por los usos y costumbres de las personas: unas de las más recordadas son las subidas a Monserrate, una de las razones era la tradición de recoger musgo, líquenes y chamizos para 37 los pesebres en época de navidad. Estas rutas sirven para recordar lugares que se transformaron con el cambio de uso de las aguas del río San Francisco, porque así es como lo conocieron hace cincuenta años, aunque reconocen que en un lugar lejano en el tiempo, estas aguas llevaron otro nombre, probablemente Viracachá o Vicachá, que aparece entre recuerdos desteñidos como un pasado feliz que ya no existe. Cuentan cómo hubo, antes de que existiera la Avenida Circunvalar y el flujo de carros, un camino que conducía a oriente, por este llegaban a la subida de Monserrate, que recuerdan, era bastante “rústica” y que incluso se recuerda como peligrosa ya que algunas personas murieron intentando llegar al santuario. Era costumbre, “a la bajada”, ir a tomar cerveza en la que fue la cervecería más importante de la época, la Cervecería Germania. Sus memorias, aunque se hacen en torno del río, tienen la virtud de hacer aparecer otras relaciones con el agua, como en el caso de los paseos a Monserrate, recorridos por el sendero hacia el oriente, en que nombran numerosas quebradas, riachuelos y acequias. Unas de las más recordadas son la quebrada del Dragón, la quebrada del Padre XVI y la quebrada de las Brujas, en algunas de las cuales dicen que en una época se solía ir a pescar. Recuerdan la comida tradicional de los paseos al santuario: chicha, pelanga, aguardiente, tamal, aguapanela con queso, cotudos, gallina criolla, fritanga, papa salada. Por estos senderos marcan, como lugares de encuentro hacia el lado del Cerro de Guadalupe, a “la Casona”, que se ubicaba donde actualmente es el Teatro al Aire Libre La Media Torta, la casa de la escuela República del Perú, probablemente uno de los primeros lugares para la enseñanza de la danza; también en el mismo curso recuerdan una antigua urbanización que desapareció, eran los barrios San Luis y San Felipe, también por el camino a oriente, muy seguramente asentamientos cercanos, si no los mismos que corresponden a la actual vereda Mujer Emberá migrante desde el bajo Atrato, en el Río Vicachá 38 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA Fátima. Recuerdan cómo estas pequeñas urbanizaciones eran casas amarradas con chusque y guadua, muy humildes. La generalidad en este rastreo de la memoria asociada al territorio es la presencia recurrente de los recursos tanto hídricos como naturales de los cerros de Monserrate y Guadalupe, entre los que se encuentran las aguas del río San Francisco. Este ejercicio sirvió para convocar a lugareños que se encuentran involucrados en distintas iniciativas locales que buscan crear conciencia y difundir la necesidad de proteger el medio ambiente de la localidad como el lugar que habitan. El recuerdo del pasado aparece con Doña Rosa Moreno y don Alejandro Prince en el ejercicio de cartografía social datos y hechos aislados entre unos y otros. La gente dibuja los cerros en el papel como telón de fondo, mientras aparecen diferentes puntadas que recuerdan la vida de La Candelaria. El río San Francisco, en el pasado y en la actualidad, siempre ha estado presente para estos pobladores históricos, no sólo como un recurso hídrico, sino también como parte del paisaje en relación a lugares por los cuales atravesaban el río en su recorrido. El agua permitía el encuentro y la recreación de sus habitantes. Igualmente, se discutía sobre las problemáticas socio-ambientales del territorio de La Candelaria. El río muestra y demuestra el reflejo de sus habitantes, como lugar que revela los síntomas sociales, territoriales y políticos en los cuales actualmente están inmersos. 39 Y al final… A llá arriba. Arriba pero no lejos, aunque muchos confundan la lejanía con desconocimiento y con inseguridad. Allá arriba cerca, aún antes de llegar a la Circunvalar, por debajo de ella, y bordeando el inicio del ascenso al cerro de Monserrate, quizás el referente más emblemático de Bogotá, corre el río San Francisco. Corre y el murmullo de sus aguas relata el paso del tiempo sin ser escuchado. Tal vez unos de los relatos que con más fuerza cuentan son los más recientes. No por más importantes, sino por desconocidos. La historia oficial se ha encargado de relatar de esta zona la existencia de pueblos indígenas en estos territorios, la Bogotá nacida entre aguas y luego el papel del agua en el acelerado proceso de modernización, tal como lo hicimos al inicio. Sin embargo, el río San Francisco, o Vicachá, hoy sigue contando historias como las de los relatos del agua, que son sólo una de muchas. Los peregrinos, turistas y ciudadanos que transitan estas zonas a diario poco o nada saben de las gentes que trabajan, viven (sobreviven), recorren el San Francisco. Los habitantes del río, con don Ramón en representación de una vereda llena de familias, siguen siendo lavanderos, quizás no sólo de ropas sino también de carros. Quienes siguen haciendo del río, como en muchos lugares del país, fuente de ingresos para sus familias. Repitiendo los usos que tradicionalmente el río ha albergado. Allí se sigue cocinando y pasando el día, ya no por los vecinos de los barrios tradicionales que recuerdan los paseos de olla, jugar en sus aguas, comer cangrejos o pescar trucha, y que ahora temen visitarlo por inseguridad. Actualmente, en el río, los habitantes de la calle, como Nelson, “La Guajira” y su esposo, hacen de sus orillas su hogar hace más de veinte años. Allí se bañan, guardan sus pertenencias, cocinan, arman sus hogares. Allí conviven con los animales del río y con sus mascotas. Allí entierran sus perros y descansan después de una jornada de trabajo informal. Ahora, grupos de desplazados de indígenas Emberas, gentes de río, se encuentran y hacen comidas comunitarias, hallando un refugio sereno de una ciudad bulliciosa y acelerada que los margina, incapaz de resolver sus necesidades y derechos básicos de vivienda, alimentación y recreo. Sin estos usos vivos, el río sería un flujo de agua olvidada. Unas aguas con historia de libro y sin gentes que lo protejan y reconozcan como propio, que vivan 40 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA de él y con él. En este contexto, se hace necesario que la protección que los ambientalistas lideran se articule desde sus intereses vitales, integrando la visión de personas que muestren a los que vienen de visita que, aún con la historia de violencia de un río maltratado por la contaminación –pero también por tener que alojar muertos e historias de necesidad y dolor–, ellos siguen allí resistiendo y cuidando su fuente de vida. Es demasiado fácil la lectura según la cual los habitantes del río son las mayores amenazas del mismo, pero a veces olvidamos ver las razones que los llevaron allá, como el abandono de una sociedad que los ha dejado sin protección. La Guajira con uno de sus amigos junto al río Vicachá Los Cerros Orientales, además de albergar recuerdos y memorias vivas de nuestra historia, son el lugar donde convergen formidables paisajes, primordiales fuentes hídricas, variedad de flora y fauna que debemos proteger sin excusas. Pero allí también han “convivido” iniciativas de y para la comunidad, preocupaciones de ambientalistas, pobladores y pobladoras frente al impacto ambiental que han generado expansiones y construcciones, más peligrosas aún que la contaminación generada por el uso de los habitantes que se relacionan con él; con acciones de “personajes” e instituciones de carácter privado, que frecuentemente sin miramientos, han hecho caso omiso de denuncias populares, apoderándose de un territorio que es común. Poniendo en peligro un territorio en el que el agua es un asunto fundamental, y no sólo un recurso para “aprovechar”. Arriesgando el agua, que es el protagonista de nuestra historia y nuestra cotidianidad, al ser significada en nuestras vidas y en nuestra memoria con personajes, costumbres, historias, con su uso consciente. Las reivindicaciones populares de pobladores y pobladoras de los Cerros Orientales reafirman la defensa y promoción del agua como derecho, comprometiéndose con su protección y cuidado, proponiendo espacios como los que coinciden en la Mesa ambiental de Cerros Orientales, donde se fortalezca la defensa de los intereses populares y la conservación del patrimonio ambiental. 41 Como hemos visto a través del recorrido por el río, la historia oficial y las historias que nos contaron algunos habitantes, por dichas aguas no solamente corre el líquido vital. Entre el paisaje maravilloso que lo ha circundado por muchísimos años, ha sido útil para suplir las necesidades básicas, aprovechado en tareas diarias hogareñas, en emergencias, racionamientos o, simplemente, ha sido el testigo del crecimiento de la urbe. Nuestro río ha sido también uno de los principales protagonistas de la vida de uno de los pulmones de Bogotá: los Cerros Orientales. De allí que los relatos de don Alejandro enfaticen en los tipos de vegetación extraña que han sido introducidos en los cerros, o que don Ramón use el agua del río con consciencia y lo proteja de usuarios incautos. Como hemos visto, hablar del río es hablar de la relación de la gente con el agua, pero también con el contexto que hace posible que esa agua siga; el territorio del río son los cerros y sus gentes, no sólo el tramo por el que recorren sus aguas. El río Vicachá es muestra de que Bogotá es también territorio de agua y de que perviven en sus gentes aún relaciones tan genuinas y ancestrales como las que encontramos en zonas rurales aledañas a ríos en diferentes partes del país. Revitalizar el río significa que niños como Ayu, que conoce muchos ríos y no vio en los espejos de agua del eje ambiental un río, reconozcan que hay allí la memoria viva de un río en medio de la ciudad. Y que éste, el Vicachá, que ha visto pescar, lavar ropa, pasar un día en familia, también es un río vivo. Un río cargado de historia y usos responsables que los mayores le dejan para cuando crezca. Revitalizar el río es llamarlo Vicachá en reconocimiento a las historias de nuestros antepasados, pero también llamarlo San Francisco en respeto a la historia que se escribió en el encuentro de pueblos. Revitalizar el río es nombrarlo al lado del nombre e historias propias de gentes, es recorrerlo y hacerlo conocer en su complejidad. Es difundir la conciencia sobre el uso consciente de sus Caminata por los predios del Acueducto que bordean el río Vichachá 42 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA aguas, pero sobre todo, profundizar en su historia para que, conociéndola y aprendiendo de ella, podamos plantear, como ciudadanos y ciudadanas consecuentes con la vida que queremos, soluciones eficaces en las problemáticas sociales y ambientales que nos incumben a todos/as. Cuidar el río significa promover caminos en donde niños/as, jóvenes, adultos mayores, habitantes históricos y población flotante se articulen, y trabajando en red, se divulguen los procesos de protección, investigación y pedagogía que se vienen adelantando. Volver a pensar el río, reconstruyendo su historia desde la documentación de archivo, desde las imágenes que evocan los diversos pobladores en sus palabras y su memoria recreada en la cartografía social, no sólo invita a recorrer de otra forma el río, la diversidad natural y animal, también implica un llamado a la apropiación de este lugar y el reconocimiento de los diferentes sujetos que conviven día a día con estos espejos de vida, permitiendo otra mirada a los “senderos”, en donde los componentes sociales, ambientales y culturales logren tejer y dialogar de manera dinámica con la memoria y la población arraigada y flotante de esta localidad. Ayu, corriendo por el eje ambiental Iniciativas como la propuesta del Corredor ambiental, o ecológico, deben ser apropiadas por la comunidad en general, pues trabajar con y en el territorio es trabajar para el bienestar comunitario y el mejoramiento de la calidad de vida de los habitantes, quienes merecen reconocimiento pleno, pues conocen su historia y la de sus territorios, identifican sus problemáticas, sus principales conflictos y, a través de la defensa del territorio que habitan, defienden la historia que los antecedió, las luchas de quienes trabajaron por lo colectivo, y en nuestro caso, las aguas: las memorias del agua que corriendo desde la montaña nos afirman que están vivas y nos pertenecen a todos/as. 43 Para reflexionar ¿Qué recuerdos tengo del río Vicachá u otros ríos? ¿Con qué acciones concretas se puede aportar desde lo comunitario a la defensa y respeto del río y otras áreas protegidas? ¿Cómo son los cerros y ríos que sueño para mis hijos? ¿Cómo me relaciono con el agua? ¿Cuál es mi territorio y cómo lo protejo? 44 NUESTRO CENTRO ES EL AGUA BIBLIOGRAFÍA Lobo, nombre. (año) La higiene en Bogotá. Ciudad: Editorial. Mejía. Faltan todos los datos de la referencia. Pinilla Acevedo, Mauricio. (2008) Hacia un compromiso ecológico de la arquitectura local con el territorio de Bogotá. Ciudad: Editorial. Rodríguez, William. (año) Atlas Histórico de Bogotá 1911-1948. Ciudad: Editorial. Vega Cantor, Renán. (2002) Gente muy rebelde. Protesta popular y Modernización capitalista en Colombia (1909- 1929). Tomo 3. Mujeres, artesanos y protestas cívicas. Bogotá: Ediciones Pensamiento Crítico. Atuesta, María. La ciudad que pasó por el río: la canalización del río San Francisco y construcción de la Avenida Jiménez en la década de los veinte. Cuberos Acevedo, Juan Carlos. Descubriendo el Canal de San Francisco. Karpf C., Jorge A. La recuperación de los valores ambientales de Bogotá: El Río San Francisco Carreira, Ana María. De las perturbadoras y conflictivas relaciones de los bogotanos y sus aguas. Van der Hammen, Thomas. Los humedales de la Sabana. Origen, evolución, degradación y restauración. En el libro Los Humedales de Bogotá y la Sabana. EAAB. Conservación Internacional. Bogotá. 2003. Mejía Pavony, Germán Rodrigo. Los años del cambio. Historia urbana de Bogotá 1820 – 1910. Bogotá. Ed Ceja. (1998) Márquez, Germán. Ecosistemas estratégicos para la sociedad: Bases conceptuales y metodológicas. En el libro Región, Ciudad y Áreas Protegidas, compilado por Felipe Cárdenas Támara et al. Fescol. Bogotá. 2005. Pinilla Acevedo, Mauricio. Hacia un compromiso ecológico de la arquitectura local con el territorio de Bogotá. 2008 Corredor Ecológico RÍO SAN FRANCISCO La Canderia - Bogotá Historia de la Ruta Río San Francisco (Vicachá) El río Vicachá (el resplandor de la noche), llamado así por los pueblos Muiscas, era un río importante pues era considerado el río más caudaloso de la Antigua Bogotá o Bacatá y abastecía de agua a gran parte de la ciudad tanto durante la época prehispánica, como colonial y primeras décadas de la república. Con el establecimiento de la comunidad religiosa franciscana en 1.550, se construyó la primera iglesia en la Santa Fe Colonial; La iglesia de San Francisico 1.567 ubicada en el margen derecho del Río Vicachá que luego adoptaría el nombre de San Francisco. Para 1.747 el acueducto de Aguanueva, que fue el primero en la historia de la ciudad, usaba las aguas del Vicachá, y en los linderos del río, bajaba un camino de trocha que conectaba los cerros de Monserrate y Guadalupe con las plazas centrales de la ciudad. Durante la época colonial el río Vicachá era una frontera natural que dividía el centro y el norte de la ciudad colonial, así que a lo largo de su margen fueron construidos durante muchos años una serie de puentes que conectaban las rutas comerciales y los caminos reales de la época. Entrada la época Republicana, en 1.917 por el crecimiento de la población de la ciudad, el río fue canalizado y tapado para que no fuera un foco de epidemias. En 1.992 se rehabilita parte del río creando el Eje Ambiental, diseñado por el arquitecto Rogelio Salmona, como una de las atracciones urbano-ambientales del centro de la ciudad. Conocer el río Vicacha es conocer a Bogotá Convenio de asociación 145 suscrito entre el Fondo de Desarrollo Local de La Candelaria y Fundación ALMA - 2013
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