el ayer de la princesa
Transcripción
el ayer de la princesa
Parque ferial Entrada IUT de los Llanos Antiguo Hospital Guasco EL AYER DE LA PRINCESA VALLE DE LA PASCUA Molino de la Morita Calle de El Zamuro DR. LUIS PEREZ GUEVARA CONTRA PORTADA Antiguo templo de Valle de la Pascua EL AYER DE LA PRINCESA Valle de la Pascua (Tercera edición) Dr. Luis R. Pérez Guevara A ti, Laura Requena este libro. Tu eres el candil que ilumina, el camino que comparto contigo. _________________________ PORTICO Tempranamente con este libro (El Ayer de la Princesa), el doctor Luis Pérez Guevara completa una cuarteta de textos. Los tres anteriores: Dos Selecciones de poemas: (Entreverao y Dejando Huellas) y otra de anécdotas (Desempolvando el Anecdotario). En estas nuevas narraciones, el autor se monta sobre la colina resbaladiza de la historia de su pueblo natal, Valle de la Pascua. Como es un tema tan sensible, tan general y tan supuestamente conocido e investigado, este trabajo está llamado a despertar todo tipo de sentimientos; menos la indiferencia. Este puente comunicacional tendido a través de la escritura, entre Pérez Guevara y los lectores, multiplicará, seguramente, las respuestas, tan disímiles como numerosas. Para favorecer y afianzar esta realidad, aparece la utilización consciente del lenguaje de una manera sencilla y natural. Un pueblo siempre será una tierna y expresiva metáfora que resulta de amasar a sus habitantes con las circunstancias que ellos constituyen o aceptan del entorno circundante. Por ello, en los momentos definitorios, no es distinta la biografía de un cronista a la historia que el pueblo cronicado ofrece en pasado, en presente y en futuro. Un pueblo siempre será una frágil y liviana pintura, resultado de combinar los elementos del arte pictórico con la palpitante vida diaria del poblado; por ello, sin excepción alguna, en cada fragmento del cuadro jamás faltarán fibras auténticas del pueblo dibujado; pero a la vez, ninguna de esas partes contendrá la totalidad espiritual del mismo. Un pueblo siempre será un libro sencillo que recoge, con espontaneidad de rocío mañanero, desde la pisada infantil en el arenal sediento hasta el chiste silencioso con que las soledades castigan a malos gobernantes. Más de una vez los lectores de este libro se mirarán en sus páginas conversando para intercambiarse información con personajes de otros tiempos. Más de un lector evocará a través de una reseña o por una expresión, una esquina ya borrada o a un personaje de los que marcaron el ayer. Porque como se ha dicho, atento lector, un pueblo es una metáfora, una pintura, un libro. Y éste que tienes en tus manos es un pueblo hecho libro donde germina vigorosa la vida prometedora de Valle de la Pascua. La fisonomía de los pueblos y de los hombres se formará siempre en los pequeños detalles, son microscópicos los componentes que determinan la forma achinada de los ojos, así como las grandes historias de los pueblos. De aquí, la importancia que estas reseñas, estos cuadros, estas crónicas describen la biografía viviente de la ciudad de ayer y de hoy. Y también la del futuro porque desde hoy, EL AYER DE LA PRINCESA, llega a integrar la historia de Valle de la Pascua. Profesor: José Luis Requena González PORTAL Evocando cálidos recuerdos de mi infancia y guiado por el amor al terruño, a sus gentes, acontecimientos y arraigadas tradiciones, empecé a escribir estas humildes crónicas dedicadas a Valle de la Pascua, LA PRINCESA DEL GUARICO, lar jubiloso, donde pululan hombres sencillos en calles soleadas, con sus esquinas de siempre, impregnadas de una magia divina que las hace eternas, herencia de un ayer que se retrata en las incesantes y placenteras conversaciones con los viejos moradores del pueblo, con los amigos, condiscípulos y con los compañeros de aquellos juegos, que hoy, penden en el hilo del recuerdo y a veces en el de la imaginación. Con estos segmentos aspiro proyectar, en una dimensión nueva, la geografía espiritual del pueblo, creando una fortaleza que se oponga, cual trinchera independentista, a la penetración de ciertas tendencias que deforman los sentimientos y la fe en su tierra. Ojalá que estos episodios, narrados en sencilla prosa, permitan que nos reencontremos y agrupemos alrededor de estos retazos de sueños que, agonizantes, aún hacen vibrar nuestros corazones. Sentiré que mi empeño por divulgar valores, añoranzas y cosas nuestras, ha sido recompensado cuando este libro llegue a tus adultas manos, como a las de los jóvenes de hoy y que su lectura contribuya, en ambos casos, a reconfortar la espiritualidad del SER VALLEPASCUENSE. APITULO I Luis Rafael Pérez Guevara PININOS EL NACER DE LA PRINCESA Valle de la Pascua, capital del Municipio Leonardo Infante, por su ubicación geográfica es el corazón de Venezuela. Un buen día la bauticé como “LA PRINCESA DEL GUARICO” porque así la percibo hoy y así la siento en el más recóndito y hermoso de mis recuerdos infantiles, cuando por sus calles, sin aceras ni asfalto, todas llenas de pocitos y de boñiga mojada en invierno; mientras que soleadas y polvorientas en verano, íbamos en caravana, a veces corriendo, hasta el viejo y siempre recordado Grupo Escolar Rafael González Udis. Allí recibíamos las lecciones del día, así como los infaltables regaños surgidos desde cualquier rincón de sus largos e imponentes pasillos, escenario de tremenduras que, en muchas ocasiones, al ser descubiertas por los maestros, éstas iban mucho más allá del ¡mira muchacho! y llegaban, sin consulta previa, al “pela dientes”, hecho celebrado con estridentes risas y mofas por los compañeros y el “ustedes me la pagan” del castigado. Con un ritmo de vida grato y con alegría contagiante que se percibía, sin grandes esfuerzos, en la brisa que nos traía la imperceptible melodía de una canción que alguien tarareaba quien sabe donde, así pasábamos los días en mi pueblo. Era un vivir feliz, donde casi nunca sucedía nada y los días transcurrían como pasan las hojas de un calendario al que no se quiere revisar. Aquellas vivencias perduran y ni siquiera el tiempo, que todo lo puede, ha logrado borrarlas de mi alma, sino que por el contrario, ha acrecentado el amor por el lar nativo y ha hecho que florezca en mí el deseo de conocer más de él y, a través de esta escritura, perpetuarlo para la historia humana. Desandando los caminos de su historia nos remontamos a la expedición de Sebastián Díaz de Alfaro, en la penúltima década del siglo XVI (1584-85), cuando se inicia el proceso de expansión y colonización del Alto Llano de Caracas, nombre dado a los llanos centrales por pertenecer a la Provincia de Venezuela cuya capital era Caracas. Este hecho significó la génesis de mi pueblo, dado que los vecinos de San Sebastián, de Orituco y de la misma Caracas fueron estableciendo fundaciones o sitios de hatos a la vera de los caminos, al margen de los ríos o en torno a las aguadas, lo que posteriormente originó muchos de nuestros pueblos llaneros. Así nació Valle de la Pascua: silente, sin los ecos de los clarinetes, sin la presencia rimbombante de los representantes del Rey. Nació más por el sentido gregario del hombre que por otro rasgo. Nació allí mismo, a la orilla del camino que conducía de San Sebastián de los Reyes hacia la Nueva Barcelona y Cumaná. La primera noticia que se tiene acerca de su origen está en la autorización que, en 1726, el Capitán Francisco Carlos de Herrera, Alcalde Ordinario encargado del gobierno de Caracas y terrateniente de gran fortuna, concede a José Zamora para que pueble la Aguada de Valle de la Pascua, colindante con el hato Santa Juana de la Cruz que era de su propiedad. Pero, en realidad los primeros signos del nacimiento del pueblo fueron los hatos fundados por Francisco Zamora Granados y su cuñado Gabriel Sánchez Sajonero quienes, provenientes de Orituco, llegaron en 1725 con sus familias, enseres y ganados y se establecieron en el propio sitio de Valle de la Pascua, al norte del camino real. Diez años después, en 1735, obtienen su data o título de propiedad concedida por el Cabildo de San Sebastián, abarcando 3.960 varas de este a oeste y 3.038 varas de norte a sur dentro de los siguientes linderos: Por el norte, el monte de Tucupido; por el sur, el camino real hacia la Nueva Barcelona; por el este, la quebrada de Valle de la Pascua; y por el oeste, la quebrada de El Corozo. Sin embargo, otros documentos encontrados por Monseñor Rafael Chacín Soto en los archivos eclesiásticos de la Diócesis de Calabozo nos llevan a deducir que antes de la llegada de Zamora y Sánchez Sajonero ya el sitio de Valle de la Pascua estaba poblado. Tales documentos son: Las partidas de matrimonio de los mestizos vallepascuenses: Bartolo Vargas, con fecha 17 de noviembre de 1729 y la de Juan Vargas, con fecha 9 de noviembre de 1730. Considerando que para esa época la mayoridad de edad era 25 años, tenemos que concluir que desde los primeros años del siglo XVIII, o quizás antes, ya había familias asentadas en el sitio. Andando los días, al sur del camino real, en el sitio La Vigía se estableció el canario Pedro José del Hoyo y Arzola por compra de un lote de tierra que hiciera al Dr. Don Carlos de Herrera, uno de los herederos del latifundista Francisco Carlos de Herrera. Dentro de la propiedad de Del Hoyo y Arzola se estableció, igualmente, un yerno suyo: el canario Juan González Padrón, el mismo que con el correr de los años llegó a ser el mayor terrateniente del lugar, con gran influencia y un poder casi omnímodo en las decisiones del villorio. Posteriormente, otros colonos y pobladores fueron llegando y estableciéndose a ambos lados del camino real, en el sitio de Valle de la Pascua o en la posesión Santa Juana, bien por derecho adquirido a título de parentesco, ya por licencia de los primeros pobladores o por un simple acto de compra - venta. Así se establecen los Requena, Álvarez, Arévalo, Quiroz, Gutiérrez, Pérez, Rengifo, Trejo, Ledezma y otras familias más que, con el tiempo, integraron tierras y gentes, originando una nueva unidad geopolítica. Al tiempo que el latifundio de Santa Juana se fue estrechando por sucesivas ventas y particiones iba germinando la semilla de una nueva ciudad, abonada por el trabajo creador y por la seguridad que garantizaba el convivir en grupo. Así, Valle de la Pascua iba logrando su fisonomía de manera natural y espontánea. Gran benefactor de la aldea, que para la época dependía administrativa y religiosamente del Cantón de Chaguaramas, fue el ilustre Obispo Mariano Martí, “El Hacedor de Pueblos” quien visitó al poblado en 1783 y al observar el elevado número de feligreses y las posibilidades económicas del lugar decidió darle autonomía religiosa, lo que se materializó dos años después (1785), al desmembrarlo del curato de la mencionada población de Chaguaramas y crear uno nuevo que llamó Nuevo Curato Nuestra Señora de la Candelaria de Valle de la Pascua, hecho que trajo consigo la estructura urbanística del pueblo con sus calles, su iglesia y su plaza. Con este acto de emancipación religiosa, Valle de la Pascua inicia una nueva etapa, con mayores impulsos, en la cual se le dio un lugar de destacada participación a Juan González Padrón, hombre con gran capacidad para los negocios y el trabajo agropecuario, por la donación que hizo, a pesar de su apego a la tierra, de un lote de 78 solares como ejidos donde las laboriosas manos de hombres y mujeres, contando con la orientación del Presbítero Don Francisco Roque Díaz y de Don Pedro Victores de la Cueva, Justicia Mayor y Juez de Tierras de Chaguaramas, edificaron la incipiente villa. De allí que, Valle de la Pascua nació de un grupo de hatos regados en los que se sembró la simiente de la perseverancia, el tesón y el amor al terruño, virtudes que al ser conjugadas, por aquellos primeros habitantes, la convirtieron en el sitio ideal para el reposo y el descanso de arrieros y caminantes. Era y sigue siendo una “Encrucijada de Enigmas” como la llamó el Padre Chacín. Es una importante encrucijada vial de la red nacional a través de la cual se conectan los distintos polos del país, circunstancia que favoreció su proceso de desarrollo para llegar a convertirse en la pujante ciudad que es hoy pero, sin permitir que la civilización borre su historia, sus tradiciones y sus costumbres. Valle de la Pascua es una princesa joven que se desarrolló rápidamente alcanzando belleza y lozanía a pesar que, en diferentes oportunidades, sufrió el embate de la naturaleza y del propio hombre: en 1812, el terremoto del 24 de marzo destruyó parte de ella; en 1814 fue sitiada por los partidarios del Rey y desolada por las llamas, y dos años después, en 1816, en plena gesta emancipadora fue sitiada por segunda vez por los realistas y devastada totalmente por el fuego, presuntamente, propiciado por manos patriotas, hecho que la sumió en una soledad repentina y profunda por el abandono de sus atemorizados pobladores. Sin embargo, una vez lograda la independencia del país la voz de la Princesa se dejó escuchar llamando a sus hijos al regreso, a la reincorporación al trabajo para que, mancomunando esfuerzos, le dieran vida de nuevo, lo cual se logró en los terrenos donados por el canario Juan Pedro González Padrón. Así, cual Ave Fénix que resurge de sus cenizas, renació este poblado de gente sencilla, laboriosa y con una tenacidad que raya en lo imposible. Gracias a esos atributos y a la querencia por el lar nativo, Valle de la Pascua se ha convertido en un verdadero emporio por su riqueza y su actividad agropecuaria y comercial, con esencia propia, orgullosa de un pasado lleno de historia donde destacan hechos como los siguientes: Durante la gesta emancipadora, en Valle de la Pascua también se quemó la pólvora ya que fue escenario de permanentes guerrillas llevadas a cabo por nuestros valientes patriotas, así como por los defensores del Rey. En su suelo, en los primeros días de la revolución, Pedro Zaraza dio el grito de independencia al abandonar el hato Patacón, colindante con Santa Juana, propiedad de Don Vicente Espejo, donde él trabajaba como encargado y mayordomo, para ponerse al frente de un grupo de voluntarios entre los que se contaron: Dionisio Machado, Julián Infante y los hermanos Matos, quienes lo proclamaron como jefe y juraron seguirle en la lucha que iba a comenzar, así como guardarle respeto y serle fiel en todo aquello que los condujera a la defensa de la soberanía nacional. En 1814, fue saqueada por el realista Caster, quien tomó como rehenes a honorables familias poblanas y las condujo a la selva de tamanaco. Ese mismo año la villa probó su heroísmo al soportar un sitio de 4 días del cual salió exitosa. Igualmente, en agosto de 1815, después del desastre de Morichal de Medrano recibió como rehén, bajo el cuidado del Presbítero Don José Gabriel Sutil, a Pedrito Zaraza, hijo del General Pedro Zaraza, que había sido apresado en aquel triste combate y retenido por García Luna para chantajear al padre, pretensión que no logró. Ese mismo agosto de 1815, cuenta la tradición, Valle de la Pascua albergó en sus calles a Miguel Peña, doctor en Jurisprudencia Civil y uno de los hombres de mayor inteligencia y conocimientos de la época. Después de la capitulación de Valencia y el desconocimiento de la misma por parte de Boves, Peña, que junto con Escalona habían sostenido el sitio, escapó milagrosamente disfrazado de sacerdote y buscó reunirse con el General Pedro Zaraza, por lo que llegó a Valle de la Pascua y merodeaba por sus calles vestido con sotana, cotizas, sombrero, rosario, larga cabellera y predicando extravagancias, conducta que llamó la atención e hizo que le bautizaran como “El cura loco” y que los muchachos le lanzaran piedras. Así anduvo deambulando, por los confines del poblado, hasta que el destino le permitió encontrarse, en el camino hacia Jácome, con los guerreros Juan Antonio Moronta y Faustino Sánchez quienes lo condujeron ante el General Zaraza a quien sirvió como secretario. Corría el año de 1831 y gobernaba en el país el General José Antonio Páez, contra quien el General José Tadeo Monagas encabezó un movimiento en el Oriente del país, a fin de, entre otros objetivos, reestablecer la Gran Colombia y formar un estado federal con las provincias orientales, cuando Valle de la Pascua fue escenario de la entrevista entre los dos próceres para negociar la paz y poner fin a la insurrección militar. Según narra el General Páez en su autobiografía, él envió desde Calabozo unos comisionados a ofrecer una fraternal entrevista al General Monagas, en el sitio y fecha que le conviniere. Y al respecto, una vez cumplida la misión, le escribe: Calabozo, Junio 7 “Los Comandantes Manuel Figuera y Miguel Rola me han informado del resultado de la comisión que puse a su cargo para convenir con V.S. acerca del lugar y día en que debiera tener efecto una entrevista, y estoy decidido a concurrir al Valle de la Pascua del 16 al 20 del presente mes, conforme a lo acordado...” Sin embargo, motivado al estado de las vías y al período de lluvia, la entrevista no se realizó en la fecha fijada sino los días 23 y 24 de Junio del 1831. Terminado el célebre encuentro entre los dos generales, Páez expidió un Decreto de indulto en el cuartel general de Valle de la Pascua, mediante el cual se estableció, entre otros aspectos: licencia en sus respectivos cantones de las tropas de Monagas; entrega de las armas; devolución de ganados, caballos y mulas a sus legítimos dueños y seguridad a la vida y propiedades de las personas comprometidas en el movimiento. Dicho Decreto fue confirmado por el Congreso el 03 de Julio de1831. La tradición oral, esa que hace posible que sucesos, hechos y personajes de verdadera importancia para los pueblos no se pierdan en el olvido o el anonimato, nos deja saber que dicha entrevista se realizó en el Alto de la Laguna de La Vigía, posiblemente en la casa que perteneciera a Juan González Padrón, una vivienda de rancio abolengo al estilo colonial, de una planta, cuatro corredores, techo de teja y cerca de “palo a pique” ubicada en el sector La Vigía, aproximadamente donde hoy está construida la urbanización Las Lomas. Igualmente se dice que José Antonio Páez pernoctó en la casa del Teniente de Justicia. Dicha casa estaba ubicada en la intersección de las calles Guasco y Atarraya, esquina diagonal a la Iglesia Nuestra Señora de la Candelaria, pero no se señala si Monagas también lo hizo en ese lugar, o si por el contrario decidió marcharse al oriente, una vez firmado el tratado. Dados los acuerdos, beneficiosos para ambos bandos logrados durante el encuentro, el Dr. José María Vargas, Presidente que sucedió a Páez, quiso erigir el pueblo en villa con el nombre de La Paz y así lo expresa en una comunicación enviada al Presidente de la Cámara del Senado, fechada el 27 de abril de 1835 donde destaca la conveniencia de “... perpetuar la memoria de tan magno suceso que evitó la efusión de preciosa sangre en una guerra fraticida...”. La propuesta no tuvo acogida entre los moradores, que sencillamente la ignoraron y siguieron con el nombre que habían escuchado siempre. Hoy, esa humilde ciudad no cuenta solo con siete calles horizontales y siete verticales, sino que se erige, henchida de orgullo sobre el mismo suelo que un día la vio levantarse, caer y resurgir. Esa es la tierra donde nací, crecí y como soñador que soy aspiro para nuestra princesa tiempos mejores, para que en el vesperal de nuestros días podamos, envueltos en el más hondo suspiro, vanagloriarnos al decir: ¡Yo soy vallepascuense! Calle del antiguo Barrio “El Zamuro” IGLESIA NUESTRA SEÑORA DE LA CANDELARIA El libro del tiempo tiene páginas que narran la historia de este lugar; hojas que pasan apresuradamente, como si alguien que lleva prisa por ahondar más en él, las arrastrara con tal ímpetu, que casi las arranca. Tal violencia hace casi imperceptibles los recuerdos saturados de melancolía. Pero hay algo imborrable, algo que permanece formando parte de la conciencia de la población como el más caro testimonio de esperanza: es la creencia en un ser superior, fe manifiesta desde el asentamiento, en el llamado valle, de los primeros pobladores entre los que se encuentra Don Juan González Padrón, canario que, en 1768, construyó, contiguo a su vivienda, un oratorio dedicado a Nuestra Señora de la Luz, para lo cual contó con la Licencia del Obispo de Caracas, Don Diego Antonio Diez Madroñero, el mismo que por poco convierte a la ciudad de los techos rojos en un convento, ya que dio nombres de santos a todas las esquinas de la capital y sustituyó el carnaval por procesiones y rezos de rosarios. Este oratorio, construido por Juan González Padrón y visitado por el Obispo Mariano Martí en 1783, fue el recinto precursor de la Iglesia de la Candelaria, pues el Obispo “Hacedor de Pueblos”, al observar el elevado número de personas confirmadas y comprobar la existencia de bases humanas y económicas para sustentar una parroquia, inició el auto que concluyó, en 1785, con el nacimiento del Nuevo Curato de Nuestra Señora de la Candelaria de Valle de la Pascua, la separación de la tutela de Chaguaramas y la autorización para edificar la iglesia parroquial en el “Alto de los Pocitos”, lugar que, en la Valle de la Pascua de hoy, se ubica en el sitio donde hace años atrás funcionó el viejo hospital Guasco, y actualmente es ocupado por el edificio de la Compañía de Teléfonos de Venezuela (CANTV). La acción de edificar la primera iglesia fue acometida por el párroco Dr. Don Francisco Roque Díaz, quien completó su obra en 1794 logrando una iglesia modesta, sin campanas, ni torres, ni relojes, pero que, en el poblado, era la omnipresencia de Dios, recurso de paz y amor que nutre el alma. Allí asistían los lugareños sin reparo de ninguna clase, pues iban en busca de algo más importante y satisfactorio que cualquier detalle, iban a recibir los sacramentos, a santiguarse, a alabar al creador, a hacer votos por mejores días y a reafirmar su creencia en un ser superior. Dieciocho años después, por designios de la naturaleza, la humilde ermita que había sido construida con el aporte de los moradores de la comarca, fue destruida por el terremoto del 26 de Marzo de 1812, siendo sustituida por otra de bahareque, que también desapareció. Sucedió en 1816, cuando Valle de la Pascua fue escenario de una cruenta batalla entre los partidarios del Rey y los republicanos, la cual culminó con el incendio del pueblo por parte de los patriotas Zaraza y Zamora, al no poder contener la avanzada realista, lo que provocó la huida y dispersión de la población atemorizada por el horror a la guerra. Y fue sólo a partir de 1822, una vez lograda la independencia de Venezuela con la batalla de Carabobo, cuando la población inicia su regreso y comienza, aunque lentamente, la reconstrucción del pueblo, incluyendo la ermita que, igual que la anterior, era de bahareque. Pobreza que se crece en la fe de los aldeanos y, cual chorro de luz, les ilumina el duro trajinar ofreciéndoles, después de haber navegado en un río de violencia y muerte, un remanso de ansiada paz. En “Apuntaciones para la Historia”, obra de Don Adolfo Machado, escrita entre 1875 y 1899, se lee que el patriota sacerdote José Vicente González Díaz, párroco de gran actividad llegado a Altagracia de Orituco en 1823, escribió en Junio de 1828 al I. S. Obispo de Caracas y Venezuela, solicitando permiso para llegar a Tucupido, con la finalidad de erigir un templo en dicha localidad, donde los vecinos tenían todo preparado; y al mismo tiempo le comunica que había hecho construir y bendecido una mediana Capilla en el pueblo de Valle de la Pascua, e iniciado otra en Chaguaramas, la cual quedó techada. En este devenir, llegó a Valle de la Pascua, en 1837, el Presbítero José María Poleo quien, con ayuda de los vecinos, construyó una iglesia de bahareque constante de tres naves. Así, a paso lento, la iglesia de La Candelaria echa a andar, siendo objeto de mejoras en diferentes ocasiones, pero sin dejar de ser de bahareque. En 1867 el padre dominico Don Isidro Bello, habiendo aceptado una importante donación de la señora Petronila Pérez, y después de recibir autorización del Arzobispo, inicia la reconstrucción del templo, siguiendo el estilo francés con frontis acampanado, el cual abandona totalmente las costumbres arquitectónicas de la época, que respondían al estilo colonial español. En la petición que la Cofradía del Santísimo de Valle de la Pascua hace en 1867 al Arzobispo, para que apruebe la solicitud del Padre Bello, de reconstruir la iglesia, aparece firmando como vocal, el señor José Quiterio Matos, miembro de la familia Matos Gutiérrez y fue quizás en estos tiempos, cuando la mencionada familia hizo traer desde las Islas Canarias la primera imagen de la Virgen de la Candelaria. Esta Virgen morena, con una candela en la mano, cuya aparición data del año 1392, cuando en la Isla de Tenerife, en el Archipiélago Canario, se presentó ante dos guanches (naturales de la Isla), fue traída hace más de un siglo y aún se conserva en la iglesia catedral. Allí, desde la nave derecha consuela a los feligreses. Este hermoso templo reconstruido por el Padre Isidro Bello, y trabajado en la parte de carpintería por el Padre Juan Santiago Guasco, se mantuvo en pie hasta 1954, cuando fue derribado por gestión del Presbítero Ángel Polachini, párroco de la ciudad para esa fecha y de la Junta Procreación del nuevo templo para Valle de la Pascua, presidida por el Presbítero Ramón Emilio Moreno. Ellos lograron el financiamiento de la obra por parte del Ministerio de Justicia, la Gobernación del estado Guárico y colaboración de la comunidad. Durante este tiempo las misas y oficios religiosos se ofrecieron temporalmente en la casa donde hoy funciona la Escuela de Especialidades San José, en la calle Guasco, a cuarenta metros, aproximadamente, de la iglesia catedral. Los feligreses de aquellos días, recuerdan con mucho cariño al presbítero Ángel Polachini, quien no pudo continuar todo lo que tenía planificado realizar en nuestra zona, porque los tentáculos de la política tocaron al templo y, por presiones del gobierno regional, el fue trasladado a San Sebastián de los Reyes, en el estado Aragua. El nuevo templo, de aspecto neo románico, fue inaugurado en diciembre de 1956 por el General Marcos Pérez Jiménez, Presidente de la República; y consagrado por el Obispo Diocesano Monseñor Antonio Camargo en enero de 1957. Un libanés, radicado en Valle de la Pascua, hombre de gran espíritu de trabajo y cooperación dio la voz de bronce al templo: el señor Nahón Salomón donó el reloj de carillón eléctrico, de cuatro campanas, importado de Suiza, el cual fue instalado (abarcando dos torres) por el señor Félix Bordón, iniciando así la hermosa labor de indicar la hora, cada 15 minutos, con repiques alegres y acompasados, convirtiéndose en la guía de todos los moradores del pueblo, que con nitidez, escuchaban sus llamados, aún en apartados rincones. Si un libanés dio la voz para el campanario, los vallepascuenses también se sumaron al equipamiento de la nueva iglesia: los hermanos Juan Antonio, Abigail y Pedro Ledezma Cabrera, donaron las vistosas lámparas que arropan las bombillas que cuelgan de lo más alto del templo; el Dr. José Antonio Ron Troconis, las catorce estaciones del vía crucis; el Dr. Antonio Malavé, la pila bautismal; Nicolás Soto Martínez, el santo sepulcro y así otras personas que, generosamente, apoyaron tan importante obra. Después de muchos soles con sus inseparables noches vividas, la Iglesia de la Candelaria se hizo grande. El 25 de julio de 1992 se erigió la Diócesis de Valle de la Pascua, y aquel oratorio se elevó a la categoría de Catedral. Su primer Obispo fue el excelentísimo Monseñor Joaquín José Morón Hidalgo, un trujillano venido de la ciudad jardín de Venezuela, Boconó, a estas pampas guariqueñas, quien el 26 de noviembre de 1999 presidió la ceremonia en la cual la iglesia catedral fue consagrada al señor y dedicada a la Virgen María en su advocación a Nuestra Señora de la Candelaria. El 10 de diciembre de 2006, con motivo del arribo a 50 años de su construcción, la Iglesia Nuestra Señora de la Candelaria fue declarada, en sesión solemne del Consejo Municipal, patrimonio histórico y cultural del municipio Leonardo Infante. Allí, en la Catedral, continúa cumpliendo su misión, el viejo reloj de carillón, sólo que ahora no escuchamos su agradable voz llamándonos a la misa dominical, a las decembrinas o recordándonos la hora del día que vivimos. Es casi imposible escucharla, pues el progreso, el crecimiento demográfico, urbanizacional y vehicular de la ya no tan pequeña ciudad, hace que el viejo tañido se pierda en el viento y que sólo puedan percibirlo, los que moran cerca de ella. Hoy evocamos esos recuerdos de tiempos idos, por donde se filtra la nostalgia. PARROCOS QUE HAN SERVIDO EN LA IGLESIA NUESTRA SEÑORA DE LA CANDELARIA 1785-1787 1788-1795 1796-1803 Br. Domingo Lander Dr. Francisco Roque Díaz Dr. Joseph Barela 1804-1814 1815-1836 Br. Pedro Díaz No hubo Cura propietario. Para 1836 se recibían visitas esporádicas de los Presbíteros José Vicente Polacre Burgos, de Chaguaramal de Perales (Zaraza) y José Feo de Chaguaramas. Pbtro. Don José María Poleo No hubo Cura Propietario Los servicios religiosos eran efectuados por: Domingo Artiles, de Tucupido, quien a su vez autorizó al Padre 1837-1841 1841-1856 1856-1872 Antonio Abasto para realizar servicios, los que tenían lugar en la casa llamada Camoruco, propiedad del Sr. José Antonio Díaz. Juan Santiago Guasco, de Tucupido y Chaguaramas. José Vicente Polacre, de Chaguaramal de Perales Isidro Bello de San Fernando de Cachicamo Isidoro Girón de Tucupido Santiago Álvarez de Santa María de Ipire Mariano Batanero, de Chaguaramas Fray Isidro Bello 1872-1886 Pbtro. Juan Santiago Guasco 1886-1907 1907-1912 1913-1918 1918-1931 1931-1935 1935-1937 1937-1938 1938-1941 1942-1944 1945-1946 Dr. Pedro José Miserol Dr. Julián Esparta y Garay Manuel E. Liendo Díaz Federico Marcano Br. Pedro Celestino Perdomo Antonio Hurtado Juan Ramón Ortiz Gutiérrez (Cura accidental) Federico Marcano Carlos Liévano Juan Ramón Ortiz Gutiérrez 1946-1955 Monseñor Ángel Polachini 1955-1958 R.E. Moreno (Encargado) 1958-1969 Rafael Ángel ChaCín Soto 1969-1974 Manuel Mejías 1974-1986 Victor Pérez Rojas 1986-1990 Pbtro. Luis Meza Guía 1990-1992 Pbtro. José de Jesús Nuñez 1992-1993 Antonio Chinchilla 1993 hasta la fecha Pbtro. Pedro Gijs Observación: A finales de 1996 y hasta 1999, el Pbtro José Gregorio Altuve actúa como administrador de la parroquia y es autorizado para firmar, motivado a la ausencia del padre Pedro Gijs quien viajó a realizar estudios en Italia. Debe destacarse también que en el transcurso de estos años, otros sacerdotes han visitado la parroquia ya en calidad de interinos o como curas accidentales tales como: Monseñor Ramón Loreto Rodríguez (1958); Pierre Nicolleratt (1963 y 1964); José Medrazo (1964); Martín Bermúdez (1965); José Rosario Vaccaro (1965); Francisco Sánchez (1966); Franco Barbieri (1967); Armando Ribas (1967); Ricardo Murillo (1967); Luis Antonio Díaz (1968). OBISPOS 1992-2004 Monseñor Joaquín José Morón Hidalgo 2004 hasta la fecha Monseñor Ramón José Aponte Fernández Ayer Hoy Capilla de San José LAGUNAS, JAGÜEYES Y MOLINOS La tarde era fresca, el ambiente estaba impregnado de olor a tierra mojada, las hojas de los árboles se juntaban como susurrándose lo que el enamoradizo viento les decía a cada una de ellas. Sin saber por qué, mientras recorría las calles de la ciudad en aquel moribundo ocaso, me dirigí, por la calle Guasco, hacia el este de la ciudad, quizás buscando revivir, inconscientemente, aquellos días infantiles cuando íbamos a excursionar a la LAGUNA DEL PUEBLO donde pasábamos ratos de verdadera distracción y completo esparcimiento. De repente, ante lo que veían mis ojos, surgió la pregunta necesaria: ¿Qué se hizo la laguna? Y yo, en un taciturno soliloquio, me respondí: La Laguna del Pueblo ya no existe, se secó, sólo quedan recuerdos y un charco que patentiza una triste evocación de lo que ella fue en sus días de esplendor; un pantano que se forma en época de lluvias. Ella era la última de las lagunas de Valle de la Pascua que se conservaba. Las otras que, aunque insanas, también sirvieron para calmar la sed de la población fueron desalojadas por el empuje de la ciudad misma en expansión. Ahora mi gente no puede disfrutar de la Laguna del Pueblo, cuya voz azulada apenas se puede advertir porque el manto verdoso de la bora, así como algunas plantas acuáticas cubren lo poco que queda de ella. Su lenguaje, en aquellos días que se fueron, nos hablaba del trabajo, de la fe y el cariño de los habitantes de la villa, pero se vestía de silencio cuando se trataba de las cuitas vividas en sus orillas para luego reír, con retozona alegría, al sentir el contacto de la totuma, la tapara, el barril o el chapotear de las bestias cuando mancillaban su seno para abrevar, y del imprudente muchacho que, olvidando que de allí se tomaba agua, se lanzaba en furtivo clavado buscando refrescarse. Además de la Laguna del Pueblo, otras también dejaron sus huellas en Valle de la Pascua como la LAGUNA DE LA VIGÍA O CAÑO DE LA VIGÍA, que era la de mayor data. Esta laguna fue la única fuente de agua que dispuso la población durante la época independentista. Se nutría de una de las vertientes de los llamados pocitos o manantiales, que se piensa existieron en la parte alta de la ciudad donde actualmente funcionan las oficinas de la CANTV, los cuales dejaban correr sus aguas en bajada en dos direcciones: hacia el lado sur, por la hoy calle Mascota hasta llegar a verterlas en el caño; y hacia el este, por las hoy calles Guasco y Real, hacia la cuenca de la quebrada de La Pascua, las mismas que años más tarde fueron represadas dando origen a la Laguna del Pueblo. Esta Laguna de La Vigía fue pieza clave en la estrategia militar realista durante la gesta emancipadora. Con la privación de su vital líquido quisieron los partidarios del Rey, en 1814, rendir a los patriotas sitiados en el lugar, objetivo que no lograron. Por otra parte, en sus alrededores, el año de 1815, los tenientes Gregorio Saldivia y Valerio Muñoz, enviados al pueblo por el General Pedro Zaraza para espiar y obtener información sobre su hijo Pedrito, mantenido allí como rehén por el realista García Luna; apresaron al joven Manuel Martínez, servidor de la corona, cuando se dirigía a la laguna a darse un baño. Este mozo suministró la información deseada y años más tarde, pasó a formar parte del ejército de Zaraza quien lo llamó: “valiente Sargento Martínez”. La Laguna de la Vigía, ubicada al Sur de la ciudad, fue mandada a secar por la municipalidad, en 1943, a fin de construir en ese lugar el Hipódromo de los Llanos, hoy desaparecido. Actualmente el sitio está ocupado por el Terminal de Pasajeros Juan Arroyo. Otra que dio frescor a mi pueblo fue la LAGUNA EL ROSARIO, ubicada hacia el norte de la población, donde actualmente se encuentra el barrio del mismo nombre. Según refiere el Dr. Víctor Manuel Ovalles en su libro Llaneros Auténticos, esta laguna fue mandada a construir a finales del siglo XIX por el General Pedro Arévalo Oropeza, quien fungía de Jefe Civil del Distrito y Jefe de los Liberales (Turpiales) en la zona, con la finalidad de abastecer de agua a un vecindario que estaba distante del centro de la ciudad y de las fuentes de agua utilizadas por aquellos días. Esta laguna se caracterizaba por tener una cruz de madera plantada en su corazón, símbolo que guardaba muchas incógnitas acerca de su origen. Algunos de los viejos habitantes del pueblo dicen que el autor del trabajo nunca se conoció y que la razón de su existencia era que en esa laguna perdió la vida, por inmersión, un sacerdote. Otros informan que esa cruz fue construida por el señor Miguel Ledezma y colocada allí, en 1918, como una manera de proteger al pueblo contra la terrible gripe española que azotó al país en esa época. Años después, exactamente en 1945, esta acequia, igual que la del Pueblo, fue ensanchada para hacerle frente a la sequía que confrontaba la población. Ella también fue mudo testigo del tesonero trabajo de un pueblo que luchaba por mejores derroteros. En sus alrededores, en la década de los años 20, un grupo de hombres entre los que se contaban Teófilo Bolívar, Vicente Bolívar, Juan M. Loreto, Ramón Pérez, Juan Bautista Carrillo, Jorge Arévalo y José Camero, se dedicó a la alfarería, fabricando ladrillos, que vendían a un centavo, y tejas cuyos precios oscilaban entre una locha y medio real. Posteriormente, y una vez desaparecida la Laguna El Rosario, la cruz fue trasladada a la calle Los Ilustres, a media cuadra de la Escuela Básica Rafael González Udis, donde permanece y cada año, en Semana Santa, se le adorna con palmas, olivos y flores para recibir el Santo Sepulcro. Hoy, cuando un empujón de los tiempos modernos me llevó al lugar donde estuvo la laguna y donde muchas veces el alba me sorprendió carreteando agua de su seno o jugueteando a lo largo del tapón con los amigos de infancia: Asdrúbal Cordero, Benjamín González, Pedrito Belisario, Chichí Gómez, Andrés Condales y David Pariaco, entre otros, no me queda más que cerrar los ojos para escuchar, en la lejanía del tiempo, el golpeteo del cuerpo de un infante contra sus inmóviles aguas. LA LAGUNA NUEVA también asentó su nombre en la historia local. Estaba localizada en la parte norte de la ciudad, y su tapón se ubicaba, hoy, en la confluencia de las calles Providencia y San Miguel. Esta laguna fue construida en 1945 como medida perentoria para mitigar la sed que vivió el pueblo para esa época. Sus aguas, además de servir para el consumo humano y para el solaz y distracción familiar, también fueron usadas para la evangelización de los vecinos, pues allí se hacían cultos religiosos. Otras lagunas, pequeñas pero de grata recordación, fueron: la de Ño Pilar, que estaba en un potrero de Don José del Pilar Chávez, ubicado donde coinciden la Av. Rómulo Gallegos y la calle Atarraya; la del Cardón o de Los Mudos, llamada así porque al norte de la misma vivían dos hermanos que tenían esa discapacidad, ubicada en el bajo de Chaguaramas, hoy Cristo Rey; La Totonera, en el sector El Rosario, entre calle Atarraya y Retumbo; Las Trenzas, también en el Rosario; la de Playa Verde, en Playa Verde; la Laguna de Baltazar, en Playa Verde, entre las calles Orituco y Esperanza; La Campito, en Los Bálsamos, en un potrero de Don José Camero; La Centenario, en el sector Guamachal y La Peruchera, que aún, con desesperado esfuerzo, vive y la encontramos a unos cincuenta metros del Hotel San Marcos. Con el tiempo, la insalubridad de las lagunas así como las sequías a que se veían sometidas durante los inclementes veranos, obligó a los habitantes del pueblo a buscar otros medios para proveerse de agua, abriendo espacio a los jagüeyes y a los molinos de viento. Recuerdan los viejos moradores al jagüey de Don Dimas López, que estaba en un potrero de su propiedad, predio que se corresponde con el sitio donde se levanta el hotel Montecarlo; el del Sr. Padilla, en la calle Descanso, entre Retumbo y Atarraya; el de Manuel María Loreto, en la calle El Roble, entre las calles Atarraya y González Padrón; el de Rigoberto Santaella, en la calle La Baranda. Igualmente se cuentan: el molino del Sr. Ovidio Salas, en la calle Guasco cruce con Deleite; el del Sr. Pedro García, en la zona del Escorzoneral, entre la Av. Rómulo Gallegos y la calle Esperanza; el de la Morita, en la calle La Morita, entre calles Bolívar y El Roble, el cual a pesar de no cumplir ninguna función, aún está ahí como retando al tiempo; El Calvario, en la calle Atarraya cruce con Leonardo Infante; el de Polvorín y uno ubicado en el centro de la calle Guaicaipuro, que fue de los últimos en desaparecer. Estos molinos, igual que las lagunas, eran cuidados con esmero por la municipalidad que nombró, para su cuido y vigilancia, Celadores de Lagunas y Molinos. Entre estos aún se recuerdan: José Arévalo, Juan Alvarado y Cipriano Cedeño (1903), Ramón González (1904), José Romero (1906), Delfín Prado y Andrés Delgado (1907), Luis Ramírez (1912), Salustriano Pérez (1939) y José Coronil (1942). Igualmente se creó el cargo de Inspector de Molinos ejercido inicialmente por Salvador Montalfi. Pero, a medida que trascurría el tiempo, las lagunas y los molinos resultaron insuficientes para cubrir las necesidades hídricas de la población, por lo que se solicitó al Presidente de la República, General Juan Vicente Gómez, la construcción de un pozo artesanal, tarea que le fue asignada al Ministerio de Fomento y a los Ingenieros Carlos Blaschitz y Enrique Römer quienes entregaron la obra, el 27 de Marzo de 1922, al Concejo Municipal. Esta institución procedió a disminuir en un 5% el sueldo de sus trabajadores para poder costear el mantenimiento del pozo, calculado en trescientos bolívares mensuales. A medida que el pueblo crecía exigía servicios acordes al desarrollo, razón por la que el Ministerio de Obras Públicas inició, en 1938, bajo la inspección del Ingeniero Andrés Frágenas los trabajos de construcción del acueducto para suministrar agua en pilas públicas. Sin embargo, el Concejo autorizó, a los interesados, a conectarse al acueducto pagando por el servicio diez bolívares mensuales. El acueducto de la ciudad se terminó de construir en 1941, con un costo aproximado de Bs. 853.298,35 y ese mismo año se inauguró con el siguiente personal: Mecánico, Ricardo Moreno, devengando un sueldo de 600 bolívares al mes; Vigilantes: Luis Valiente, Luis García y Agustín Aguilar, con sueldo de 144 bolívares c/u al mes y como Encargado de Llaves, Gabriel Martínez que ganaba 44 bolívares mensuales. No obstante, en la construcción del acueducto no se previó dejar pozos de reserva por si acaso el agua suministrada por los artesanales faltaba como, efectivamente, sucedió en 1945, cuando estos se secaron y solo dos de ellos quedaron activos. La población enfrentó una situación de verdadera emergencia, que obligó a la municipalidad a racionar el agua cerrando las plumas públicas que estaban ubicadas en las esquinas: El Refugio, El Bambú, El Roble, El Carmen, en la Calle El Ganado y en la Casa El Llanero. Esta situación trajo, nuevamente, a las calles a los olvidados aguadores que sobre sus burritos, cargados con barriles, volvieron a la Laguna del Pueblo y suplieron, por un buen tiempo, aquel deficiente servicio. Como se dijo previamente, ante la apremiante situación se ampliaron las lagunas: Del Pueblo y El Rosario y se construyó La Nueva para, en camiones cisternas aportados por el INOS, surtir de agua a la colectividad. Tal situación obligó a pensar en la necesidad de construir una represa, planteamiento que le fue hecho el 20 de Marzo de 1945, a su paso por Valle de la Pascua, al General Isaías Medina Angarita para entonces Presidente de la República, quien prometió realizar los estudios necesarios para tal fin. Efectivamente, ese mismo año, el Ingeniero Rafael Vegas León proyectó la construcción de la obra, la cual se ejecutó en 1946 mediante un contrato del Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS) con la Empresa Venezolana de Inversiones C.A. (VICA), siendo el Ingeniero constructor, Ángel Graterol Tellerías. Así empezó la represa “El Corozo” a servir al acueducto de Valle de la Pascua. Años después, y a medida que las poblaciones cercanas empezaron a servirse de la represa El Corozo, ésta resultó insuficiente, imponiéndose la necesidad de una fuente de agua potable de mayor capacidad. Así se contrató a la empresa Ermo-SanojaValladares Excavadora, para la construcción de una nueva represa, obra que se terminó en 1966, al retener el Río Tamanaco en el sitio Playa de Piedra, a unos 30 Kms. de Valle de la Pascua. Esta es la primera presa que colecta las aguas de la Cuenca del Unare. Actualmente la Represa de Tamanaco está en servicio con una capacidad máxima de 246.500.000 metros cúbicos a su nivel máximo. Laguna del Pueblo (1902) Molino de La Morita LOS AGUADORES Por allí pasaban siempre, madrugandito, por la calle Abajo, de Las Coleaderas, avenida Táchira, o por la hoy avenida Rómulo Gallegos, formando verdaderas algarabías. Las caravanas de adolescentes aguadores rompían el silencio matinal cuando gozosos, apresurados y llenos de impaciencia se dirigían, montados en las ancas de sus burros y con los barriles atados al sillón, hacia la Laguna del Pueblo en busca del vital líquido, que vendían a los grupos familiares pudientes económicamente. Casi en perfecta fila india llegaban hasta la Laguna del Pueblo que, al este de la ciudad, los esperaba con sus aguas cristalinas, rodeada por vetustos árboles que se recostaban de su tapón para saciar su permanente sed. Arriba, en la frondosidad vegetal, un concierto permanente de incomparables cantíos, con armonía sincronizada, regaba, cual frágil y tímida garúa, aquella estancia. A esta laguna, circundada de arenales, la misma que durante más de medio siglo sació la sed del conglomerado vallepascuense llegaban los aguadores después de establecer verdaderas batallas campales producto de rivalidades causadas, generalmente, por las burlas que hacían aquellos que, orgullosos, montaban burros de mucha vitalidad, hacia quienes, en monturas famélicas, ocupaban los últimos lugares de la caravana. También competían por la primera posesión de los jagüeyes o “casimbas” de la orilla de la laguna, los cuales, durante la noche, se llenaban de agua clara y fresca. Estratégicamente, los cargadores de agua de una misma calle o barriada se apoyaban en la lucha, formando verdaderos bandos, como los de “la calle Abajo”, o los de “la calle Atarraya”, que se enfrentaban, bien a puñetazos o con chinas, palos, piedras y pelotas de berro con barro que tomaban de la misma laguna, convirtiéndolos en efectivos proyectiles. Pero estas riñas no constituyeron hechos lamentables y de ellas solo quedaron algunas cicatrices, tanto en la cabeza como en muchas partes del cuerpo de aquellos tempraneros gladiadores. Igualmente dejaron una serie de folclóricos motes que opacaron, por completo, los nombres de pila y acompañaron a sus dueños durante toda su existencia. De allí que, de aquellas peleas mañaneras, surgieron y quedaron por siempre, apodos como: “La Tecueca”, “Siete Cueros”, “Burro Negro”, “Caballo Burrero”, “Tordita Jembra”, “Pata e’ Cartón”; “Burra Panda”, “Iguano Macho”, “Perro Fino” “Cotejo”, y otros que muchos vallepascuences recuerdan hoy vividamente. Algunos aguadores de corta edad, que por su constitución física estaban incapacitados para la faena de “pegar los barriles”, es decir alzarlos una vez llenos y amarrarlos al sillón, se veían en la necesidad de pedir auxilio a los mayores, quienes cobraban una locha, (moneda de 12 ½ céntimos), por el servicio. Los aguadores vendían la carga de agua a dos bolívares y muchas veces la cobraban en especie o, simplemente, utilizaban el sistema de trueque. El liquido se depositaba, generalmente, en unas tinajas de barro cocido colocadas sobre una horqueta natural de tres guías, enterrada en el piso de la cocina. De allí se surtía la piedra del tinajero, a la que se le sembraba, por razones de frescor, musgos y helechos. La piedra filtraba, en una tinaja colocada en la parte inferior del mueble, el agua para el consumo. Los vasos, totumas u otro recipiente se llenaban utilizando el remillón, que era una especie de vaso de aluminio con asa larga y bordes terminados en puntas para evitar, por razones de higiene, que la gente tomara agua en él. Pero la Laguna del Pueblo no solo recibía la visita de los aguadores, sino también de las vecinas del lugar que se acercaban a lavar la ropa, labor en la que utilizaban el llamado “jabón de ganado”, (manufacturado con grasa de ganado y saponificado con ceniza y agua hirviendo) con el que frotaban la ropa sobre bateas de madera que llenaban con el agua que sacaban con totumas, cuidando no ensuciar dicha fuente. Con el transcurrir del tiempo y a medida que el pueblo crecía, se buscaron otras fuentes de agua. Se recurrió a los jagüeyes o aljibes, a los molinos de viento; que luego fueron sustituidos por el acueducto instalado por el Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS) en 1940. Los aguadores tomaron nuevos rumbos y a la visitada fuente la invadió un profundo silencio. Perdió su alegría cuando se marchó la algarabía de la muchachada. Se alejó el constante coqueteo de las totumas y sus aguas; y de su orilla se perdieron las huellas de las pisadas de los asnos que le herían diariamente. La bora reinó completamente sobre la superficie tapando, con su manto verdoso, sus cristalinas aguas. Pero, a pesar de todo, la Laguna del Pueblo conservó su encanto y de allá arriba, de la fronda, de donde surgía el incansable trinar, suerte de concierto hermoso, seguía produciéndose el mismo, ahora sin las interrupciones del ya ido vocerío matutino. En la década de los 60 del pasado siglo, la Laguna del Pueblo vibró nuevamente de alegría y entusiasmo al ser tomada por estudiantes y docentes del Distrito Escolar Nº. 3, bajo la jefatura del maestro Miguel González Contreras, quienes la llenaron de risas, cantos y ¿por qué, no?, de uno u otro conato de enfrentamiento; que, irremediablemente, hacía recordar la vocinglería y las reyertas diarias y tempraneras de los aguadores. La vieja laguna pasó a ser centro del llamado Bosque Escolar Laguna del Pueblo, un acogedor lugar que cumplía fines educativos, recreativos, ecológicos y favorecía la inspiración de los visitantes al manifestarse una relación equilibrada entre el hombre y la naturaleza, pero con el paso del tiempo, aquel bello y nuevo paisaje también se fue degradando: los jardines se secaron, las chozas y casitas desaparecieron; el cantío fue a anidarse a otros lares y de la vieja laguna, hoy sólo queda un boral que cubre un triste e insalubre ojo de agua.. Ahora cuando rememoramos, creemos escuchar en la distancia el alborozo de los aguadores y revivimos los hermosos momentos que disfrutamos en ese lugar: los desfiles escolares, los reinados de primavera en aquellos mayos floridos; los actos culturales, excursiones, y las tantas horas dedicadas al estudio o a la lectura acompañados de suave brisa y cómplice silencio. Ante esta realidad muchas voces se han vestido de vuelo para pedir que la Laguna del Pueblo, guardiana de nuestra historia, sea declarada patrimonio municipal, que se rescate y se conserve como pulmón vegetal de la ciudad. A partir del año 2007, el antiguo bosque Laguna del Pueblo retomó, aunque sea por un día, la algarabía, las risas y el entusiasmo de la gente que lo visita durante el Reencuentro ferial de los vallepascuenses. Ojalá que ese vuelo no pase inadvertido ante la vista y oídos de quienes, a veces, no quieren ni ver ni escuchar. ¡Quiera Dios! Aguadores en plena actividad LOS CAMINITOS DE ANTIER La Valle de la Pascua de hoy, la Princesa del Guárico, dejó atrás su pasado de cenicienta; de pueblo pequeño con calles empedradas o de tierra, inundadas de “pelo de indio”, de “paja conejera” y de otras gramíneas, que aún entre las piedras, buscaban el aire y el sol. Aquel soleado pueblo, cuyos pocos habitantes estaban inmersos en un mundo fantástico, pleno de leyendas, cuentos de caminos, tradiciones y recuerdos, se fue perdiendo por el llamado progreso. Atrás quedaron las dulceras con sus exquisitos productos caseros como el alfeñique, torta de topocho, biscochitos de manteca, polvorosas, pancitos rellenos con dulce de topocho, caracolitos, chupetas de cucharita y las botellitas de chicha tapadas con hojas de naranja. Así mismo, ese pregonado progreso se llevó, también, a los pregoneros; aquellos que, con hermosas melodías, anunciaban sus ventas de: cachapas, quesos, conservitas, hallacas, teretere y pan de horno por las apacibles calles a las que solo ese voceo y los ladridos de los perros, despertaban de su bucólico vivir. Igualmente se marcharon las loceras, cuyas ágiles manos hacían del barro verdaderas obras de arte en forma de jarras, pimpinas, tinajas, budares y un sin fin de vasijas. Y mucho menos se escuchan los aguadores con su algarabía matutina cuando, en ancas de sus burros, iniciaban la tarea diaria de buscar el líquido vital. Con aquellos, también, se fueron las posadas alumbradas con velas de esperma, lámparas de carburo o con las modernas cóleman, a gasolina o kerosén. Atrás quedaron los aguamaniles, los tinajeros, las banquetas y unas cuantas anécdotas perdidas en sus habitaciones, pasillos y paredes. Fueron sustituidas por modernos hoteles dotados con luz eléctrica y otros servicios proporcionados por la tecnología de esta época; y las pocas casas que conservan su estilo tradicional han ido desapareciendo arrastrando, en su caída, un pasado lleno de gloria y del más puro linaje para dar paso a construcciones acordes al nuevo estilo arquitectónico. Las añejas calles, aquellas de los “pocitos” y boñiga mojada en invierno, y asoleadas y polvorientas en verano, cambiaron su figura y hasta la denominación; y las esquinas, que habían sido bautizadas por el propio pueblo, también borraron sus nombres de la nomenclatura. Ya nada es igual. El pueblo, trazado desde sus primeros tiempos en cuadrículas rectangulares con las calles orientadas en sentido norte-sur y este-oeste, dejó atrás su placida vida y, por allí, por donde antaño transitaban reses, bestias y burros, ahora se ven raudos vehículos de diversas marcas y modelos. Los recuerdos afloran con nostalgia y refrescan la memoria de los nombres de calles y esquinas que se hicieron familiares, pero estos, cual humo empujado por el viento, emprendieron un viaje silencioso con el agravante que fue sin regreso. CALLES AYER HOY Calle las Coleaderas Calle Abajo o Avenida Táchira Av. Rómulo Gallegos Calle Buena Vista Calle Paraíso Calle Real Calle Real Calle El Sol Calle Guasco Calle El Corso Calle Descanso Calle El Zamuro o Camino Real de la Nueva Barcelona Calle Las Flores Calle Zaraza Calle Bolívar Calle Deleite Calle Deleite Calle Camaleones Calle Camaleones Calle El Recreo Calle La Candelaria Calle Retumbo Calle El Comercio O Calle Sucre Calle Atarraya Calle San Rafael Calle González Padrón Calle Rondón Calle Shettino Calle El ganado Calle El Hipódromo Calle Mascota O Calle La Vigía Calle El Vigía Avenida Norte 1 Calle Leonardo infante Avenida Norte 2 Calle los Ilustres Próceres ESQUINAS EN LA AVENIDA RÓMULO GALLEGOS AYER HOY Esquina La Gran Vía Esquina El Crimen o Las Tres Rosas Esquina Los Tres Chorros Esquina Cujialito Esquina El Carmen Esquina El Polvorín Esquina La Música Av. R.G. c/c Av. Libertador Esquina La Mascota Esquina Los Paragüitos Av. R.G. c/c La Mascota Av. R.G. c/c Manapire Av. R.G. Av. R.G. Av. R.G. Av. R.G. Av. R.G. Av. R.G. c/c c/c c/c c/c c/c c/c Deleite Camaleones Retumbo Atarraya González Padrón Shettino EN LA CALLE PARAÍSO AYER HOY Esquina Cantarrana Paraíso c/c Deleite Esquina El Magüey Esquina Puerto Arturo Esquina Hotel Caracas Esquina La Canastilla Esquina Palo Negro Esquina La Florida o El Cotoperí Paraíso Paraíso Paraíso Paraíso Paraíso c/c c/c c/c c/c c/c Camaleones Retumbo Atarraya González. Padrón Shettino Paraíso c/c Mascota EN LA CALLE REAL AYER HOY Esquina Alto de la Laguna Esquina El Arenal Esquina El Salto Esquina La Casa Amarilla Esquina La Candelaria Esquina Mata Palo Real Real Real Real Real Real c/c c/c c/c c/c c/c c/c Av. Libertador Deleite Camaleones Retumbo Atarraya González Padrón Esquina El Mamón Real c/c Shettino Esquina El Limón Real c/c La Mascota EN LA CALLE GUASCO AYER HOY Esquina Mandilito Esquina El Caimán Esquina La Baranda Esquina La Torre Guasco Guasco Guasco Guasco c/c c/c c/c c/c Deleite Camaleones Retumbo Atarraya Esquina El Tesoro Esquina La Aurora Esquina Los Pocitos Guasco c/c González Padrón Guasco c/c Shettino Guasco c/c Mascota EN LA CALLE DESCANSO AYER HOY Esquina El Mango Esquina El Camarín Esquina Salsipuedes Esquina San Juan Esquina San Rafael Esquina El Paradero Descanso Descanso Descanso Descanso Descanso Descanso c/c c/c c/c c/c c/c c/c Deleite Camaleones Retumbo Atarraya González Padrón Shettino Esquina Descanso o Esquina La Fraternidad Descanso c/c Mascota EN LA CALLE LAS FLORES AYER HOY Esquina La Cruz Verde Flores c/c Deleite Esquina La Iguanita Flores c/c Camaleones Esquina El Retumbo Esquina La Piedad Esquina Sucre Esquina Las Flores Esquina El Yunque Flores Flores Flores Flores Flores c/c c/c c/c c/c c/c Retumbo Atarraya González Padrón Shettino Mascota EN LA CALLE BOLÍVAR AYER Esquina Los Mota HOY Bolívar c/c Deleite Esquina Los Camaleones Esquina Molino Viejo Esquina La Atarraya Esquina La Voz del Llano Esquina El Martillo Esquina La Vigía Bolívar Bolívar Bolívar Bolívar Bolívar Bolívar c/c c/c c/c c/c c/c c/c Camaleones Retumbo Atarraya González Padrón Shettino Mascota EN LA CALLE LEONARDO INFANTE AYER HOY Esquina El Calvario Esquina La Paz Esquina El Choque Leonardo Infante c/c Atarraya Leonardo Infante c/c Retumbo Leonardo Infante c/c Camaleones Esas esquinas, simples en su nomenclatura oral y pueblerina y, quizás, poco significativas para muchos a quienes sus nombres no le dicen nada, son testigas de una vida campestre, rústica y bucólica; reservorios de hermosas y ricas tradiciones, de historias y de leyendas que, en la generalidad de los casos, se convirtieron en la razón de las denominaciones con que se les conoció. Así pues, empecinados como estamos en preservar la historia local, el ayer de esta tierra generosa, ofrecemos, a continuación, algunos retazos de viejos recuerdos que, aunque dormidos para los jóvenes, retozan, como un valioso tesoro, en cada una de ellas. ESQUINAS DE LA AVENIDA ROMULO GALLEGOS ESQUINA LA GRAN VÍA: (Av. Rómulo Gallegos c/c Av. Libertador) Los moradores de la ciudad no han dejado que muera el nombre de La Gran Vía, el cual, como algo especial, aún pervive en la conversación cotidiana. Obedece dicho nombre al hecho de que esa intersección era el punto de partida de las vías hacia Tucupido, Las Campechanas, El Socorro, Zanjonote, Las Canoas y hacia la zona montañosa de Tamanaco, cercana a Valle de la Pascua. ESQUINA EL CRIMEN O LAS TRES ROSAS: (Av. Rómulo Gallegos c/c Deleite) Debe su primigenio, y nunca querido, nombre a un acto criminal ocurrido en ese lugar a comienzos del siglo XIX, en el cual una dama fue brutalmente asesinada. El nombre de El crimen fue sustituido por Las tres rosas, herencia de un comercio del mismo nombre que estableció en el lugar el señor Belén Álvarez. ESQUINA LOS TRES CHORROS: (Av. Rómulo Gallegos c/c Camaleones) Los viejos moradores cuentan que en esta esquina, en época de lluvias, convergían tres fuertes chorros de agua que formaban una gran charca, la cual dificultaba el tráfico vehicular, hasta tanto el agua buscaba su corriente natural, pendiente abajo, hacia la Laguna del Pueblo. De allí su nombre. ESQUINA CUJIALITO: (Av. Rómulo Gallegos c/c Retumbo) Se le dio ese nombre por ser paso obligado hacia el potrero Cujialito, uno de los viejos mini fundos aledaños al pueblo. ESQUINA EL CARMEN: (Av. Rómulo Gallegos c/c Atarraya) Muchas de nuestras esquinas tomaron el nombre de sus habitantes. Esta es una de ellas. Debe su nombre a José del Carmen González Iorondo, popularmente conocido como Don Carmen, quien ejerció, empíricamente, como médico y farmaceuta, servicios que prestaba en su casa de habitación ubicada en esta esquina. El tiempo se llevó consigo la casa colonial construida por Don Carmen y dio paso a otras viviendas más humildes, entre las que se contaba la de Don Rafael (Chicho) Chávez, quien estableció en ese lugar la, hasta hoy muy conocida empresa Funeraria La Pascua, pionera de esa rama comercial en la ciudad. ESQUINA EL POLVORÍN: (Av. Rómulo Gallegos c/c González Padrón) Otras de nuestras esquinas se bautizaron atendiendo a ciertas características del lugar, tal como sucedió con El polvorín, cuyo nombre surgió del olor característico a pólvora quemada que se percibía en su entorno, dado a que en dicha esquina funcionaba una armería donde se reparaban escopetas y revólveres, al tiempo que se cargaban cápsulas para dichas armas. ESQUINA LA MÚSICA: (Av. Rómulo Gallegos c/c Shettino) El pueblo le dio ese nombre, motivado por las notas armoniosas que se enredaban en el ambiente una pianola de manilla y rollos que había en un bar ubicado en esta esquina. En cada rollo había una melodía diferente que podía variar su ritmo dependiendo de la velocidad con que se girara la manivela. Era muy visitada por los bohemios y parranderos de siempre. ESQUINA LA MASCOTA: (Av. Rómulo Gallegos c/c Mascota) Se desconoce la razón del nombre, pero lo que si se sabe es que en este lugar existió un bar propiedad del señor Miguel Carrillo, donde, generalmente, se reunían los jugadores de béisbol para refrescarse, con cerveza, después de las prácticas cotidianas que realizaban en la placita de los motores, ubicada en la intersección de las calles Leonardo Infante con Mascota. ESQUINA LOS PARAGÜITOS: (Av. Rómulo Gallegos c/c Manapire) Heredó el nombre de la estación de servicios de gasolina establecida en ese lugar. En ella funcionó, también, una fuente de soda con sus mesas y su respetivo tapasol que eran colocadas en la calle. Los usuarios aprovechaban a refrescarse mientras se les prestaba el servicio. Hasta esta esquina, precisamente, llegaba el poblamiento y cincuenta metros más adelante se encontraba una alcabala policial. La Avenida Rómulo Gallegos, principal arteria vial de Valle de la Pascua, fue bautizada con este nombre el 1963, siendo Presidente de la República Don Rómulo Betancourt y gobernador del estado, el Sr. Juan Manuel Barrios. Esta Avenida ostentó anteriormente el nombre de Avenida Táchira, denominación que le fue dada por el Sr. Francisco Herrera Mata, el 1949, durante la conmemoración de la llamada Semana de la Patria. Antiguamente fue conocida por los pobladores como calle Las Coleaderas, debido a que durante las fiestas del pueblo cerraban las bocacalles con tallos de bambú y la transformaban en manga de coleo. ESQUINAS DE LA CALLE PARAÍSO ESQUINA CANTARRANA: (Paraíso c/c Deleite) Este cantarino nombre se debe a la proliferación de batracios que, en los charcos que se formaban en ese sector en época de lluvia, ofrecían su croar espontáneamente, impregnando el ambiente de desafinadas notas. Hasta esta esquina llegaba el poblado, ya que hacia el este estaban los potreros propiedad del Sr. José María Cachutt. ESQUINA EL MAGUEY: (Paraíso c/c Camaleones) Su nombre deriva de la renombrada gallera El Maguey, la que, a su vez, hacia honor a una planta conocida con ese nombre que existía en el lugar. Entre esta esquina y El salto, en la calle Camaleones, por allá por 1938, se instaló el primer generador eléctrico con que se iluminó parte del poblado. Aún mucha gente recuerda al “gordo Darío”, zaraceño que se desempeñó como operador de la planta. ESQUINA PUERTO ARTURO: (Paraíso c/c Retumbo) Como dijimos, era muy común en nuestro pueblo dar nombres a las esquinas, bien por las personas que allí moraban, por los comercios que existían o por algunos detalles característicos de las mismas. Tal es el caso de esta, la cual tomó su nombre del establecimiento comercial propiedad del señor Prudencio Herrera quien explicaba que dicho nombre fue motivado por la ciudad China, ubicada en la provincia de Laoming, inconquistable en las guerras de de ese país ESQUINA HOTEL CARACAS: (Paraíso c/c Atarraya) En esta esquina funcionó durante largo tiempo el, probablemente, primer hotel establecido en Valle de la Pascua: Hotel Caracas, el cual le legó su nombre. Dicho establecimiento ocupó el lugar donde hoy se encuentra la farmacia Infante. El Hotel Caracas fue fundado por la señora Delia Cherubine y luego pasó, sucesivamente, a manos de Rafael Estrada, Rafael Poleo y el Señor Azuaje, quien contrató como administrador a Alfonso Melo. Era una casa grande y fresca, donde las comodidades estaban representadas por aguamaniles, banquetas, chinchorros de moriche y otras. ESQUINA LA CANASTILLA: (Paraíso c/c González Padrón) El nombre de esta esquina obedece a que en la misma habitaban dos damas muy conocidas que se ocupaban de la elaboración de cestas, canastos y canastillas, usadas, entre otras cosas, para la recolección de leguminosas y de maíz. Esta esquina es reservorio de pasajes históricos, tal como el que se escenificó el 23 de junio de 1831 cuando por poco, producto de borracheras, ocurre un enfrentamiento bélico entre las tropas que escoltaban al General José Antonio Páez y las del General José Tadeo Monagas, oficiales que se citaron en esta población para firmar acuerdos de paz y finiquitar los deseos de Monagas de separar al oriente del resto de Venezuela. Tal enfrentamiento se produjo cuando el Capitán de caballería Juan Antonio Moronta, partidario del General Páez, planeó al Capitán Gil Abad Palma, que era monaguero, pero gracias a la intervención del comandante vallepascuense Gabriel Álvarez, de la escuadra del General Julián Infante, no hubo nada que lamentar. En este mismo lugar, el año 1901, por orden del General David Gimón se aprehendió al ciudadano Pedro Rafael Zapata, quien fue posteriormente fusilado en el paredón del cementerio viejo. Zapata capitaneaba un grupo de hombres calificados como “guapos de barrio“, junto a sus secuaces: José Ismael Toro, que fue pasado por las armas en dicha esquina, y Miguel Camaripano que logró escapar y contar con muy buena suerte porque años más tarde estaba como Comisario en el caserío Santo Domingo Requenero, al sur de Valle de la Pascua. ESQUINA PALO NEGRO: (Paraíso c/c Shettino) Aquí funcionó, hace años atrás, una pesa, es decir una venta de carne de porcino y de bovino que era propiedad de los señores Alfonso López y Saturnino Arévalo, quienes detallaban la carne por cuartas (2.875 kilogramos) según la costumbre de la época. Esta pesa tuvo por nombre Palo Negro. Ella asimiló el nombre de ese comercio. ESQUINA LA FLORIDA O ESQUINA EL COTOPERÍ: (Paraíso c/c Mascota) La Florida fue el nombre que le dio, en la nomenclatura, el Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS). Este sector es el de mayor altura de la ciudad, razón por la que se instaló allí el primer depósito de agua potable, bautizado por el pueblo como La caja de agua, la misma que hoy se encuentra vacía, solitaria, muda y testiga de aquellos días. En esta esquina existió una gallera que fue cerrada en 1927, por orden del Jefe Civil del Distrito, como respuesta a la solicitud hecha por el Sr. José Isabel Hernández, cuyo solar colindaba con dicho establecimiento. ESQUINAS DE LA CALLE REAL ESQUINA ALTO LA LAGUNA: (Real c/c Av. Libertador) Recibe esta denominación porque allí comenzaba la hoya de la Laguna del Pueblo, pequeño lago que en el pasado representó una importante fuente de agua para el consumo humano y que hoy es sólo una fuente inagotable de recuerdos, que muchos trasmiten, oralmente, a quines no la conocieron. Las aguas que alimentaban este pequeño embalse provenían en su mayor parte de las lluvias y corrían de la parte alta de la ciudad vertiéndose, a través de la calle Guasco y del “zanjón El Caimán”, en dicha laguna. ESQUINA EL ARENAL: (Real c/c Deleite) El suelo de esta esquina era muy arenoso, lo que hacia bastante difícil la movilización por esa zona, tanto a pie como en vehículo. De allí la génesis de su nombre. ESQUINA REAL O EL SALTO: (Real c/c Camaleones) En esta esquina la municipalidad instaló, en 1901, un molino de viento como medida para contrarrestar la terrible sequía que afectaba al pueblo. Igualmente, se recuerda que en ella funcionaron, simultáneamente, cuatro bodegas de nombres: El salto, Tamanaco, La creciente y La salvación, cuyo dueños eran: Don Jesús Silva Carpio, Don José María Rubín, el señor Antonio Aguilar y el señor Luis Jaramillo. El humor y la imaginación del llanero dejaron escuchar unos versos sobre esta situación, los que muy pronto se hicieron populares: Cuando en el puente des EL SALTO como un macaco, y caigas al TAMANACO le caes al muelle de enfrente. Pela el ojo Camarón que aquí está LA SALVACION, si te lleva LA CRECIENTE. Hay en La Pascua una esquina que es digna de admiración, Tamanaco, La creciente El salto y La salvación. ESQUINA LA CASA AMARILLA: (Real c/c Retumbo) Adopta esta denominación por una casa de comercio del mismo nombre, propiedad del ciudadano libanés Salomón Garzón, quien tenía como ayudante a su sobrino Aaron Benchetrit. Este joven se graduó de médico y tuvo una destacada actuación en 1918 cuando se desató en el país la pandemia, influenza española, dengue o sencillamente peste. Benchetrit, que había llegado a Venezuela a los 14 años de edad, trató el mal como un virus intestinal y no pulmonar, por lo que recetaba aceite de ricino o de tártago, medicamento que se popularizó de tal manera que la gente, cuando llegaba a las farmacias pedía, simplemente, un “Benchetrit”, por aceite de ricino. ESQUINA LA CANDELARIA: (Real c/c Atarraya) Llamada así porque en esta esquina existió una imagen morena de la Virgen de la Candelaria, figura que fue desplazada del lugar cuando Doña Rita Romero construyó allí la casa de dos plantas que aún subsiste. La casa conocida como casa vieja fue adquirida por el Sr. Abraham Isaac a comienzos del siglo XX y fue escenario de la tragedia entre los hermanos Isaac Díaz. En ella funcionó una de las primeras agencias automovilísticas que se establecieron en Valle de la Pascua: Automotores la Pascua, cuyo presidente - gerente fue el Sr. José Antonio Álvarez Hernández y, posteriormente, una agencia de loterías que fue administrada, por mucho tiempo, por Don Ernesto Alayón, razón por la que los vallepascuenses comenzaron a nombrarla esquina de Alayón. ESQUINA LA CANDELARIA: (Real c/c Atarraya) ESQUINA MATAPALO O DE BALLESTEROS: (Real c/c González Padrón) Recibió el nombre de Matapalo porque en ella existía un frondoso y centenario árbol de matapalo; y de Ballesteros, porque allí vivió Don Nicolás Ballesteros. Aquí abrió sus puertas una casa de comercio del Sr. Miguel Ortuño en la cual se expendían víveres y textiles, empresa que fue pasto de las llamas quedando totalmente destruida, pero fue reinstalada, gracias a una colecta que se hizo en el pueblo solidario con el Sr. Ortuño por el alto aprecio que le tenía la colectividad. Luego operaría una heladería llamada Eureka que, por esas cosas inexplicables, tuvo el mismo fin del negocio que le antecedió. También funcionó en esta esquina, la Agencia del Banco Caribe. Quizás sí hubiesen continuado los mismos hechos, la chispa pueblerina la llamaría: la quemazón. ESQUINA EL MAMÓN: (Real c/c Shettino) Alude su nombre a un vetusto árbol de mamón que existió en el sitio. En esta esquina inició sus labores la oficina de Telégrafos Federales de Venezuela, en la que se desempeñó como telegrafista el Sr. Luis Correa y, luego, Don José Martínez. También, en esta esquina se inauguró la agencia de automóviles Pontiac, gerenciada por los señores Rafael Álvarez Romero y José María Soto. Además fue sede del Banco Unión, antes de ser trasladado a la Avenida Rómulo Gallegos. ESQUINA EL LIMÓN: (Real c/c La Mascota) Allí había un fructífero y espinoso limonero que cayó abatido por la sierra del progreso para dar paso a nuevas edificaciones. La calle Real aún mantiene su nombre, el cual le fue dado, desde los inicios del pueblo, por tradición colonial. ESQUINAS DE LA CALLE GUASCO ESQUINA MANDILITO: (Guasco c/c Deleite) Obedece tal distinción al hábito que tenían los vecinos de secar las prendas de vestir, en los alambres que demarcaban los límites de las casas del sector. A esta ropa de uso diario, y por ende deteriorada, se le da el nombre de mandil. De allí su nombre. ESQUINA EL CAIMÁN: (Guasco c/c Camaleones) El sabio pueblo le llamó con ese nombre porque la casa ubicada al noreste de la misma posee unos desagües, en la cornisa, que tienen forma de boca de caimán. En este lugar laboró la Entidad de Ahorro y Préstamo Guárico-Apure, y posteriormente, La Vivienda. ESQUINA LA BARANDA: (Guasco c/c Retumbo) Su nombre hace honor a la antigua casa edilicia, la cual estaba protegida en su totalidad por una baranda. Dicha edificación era propiedad del señor Pedro Ledezma, quien se la cambió al Concejo Municipal por otra que la Corporación estaba construyendo. La transacción se hizo efectiva el 20 de diciembre de 1923. Aquella bonita casona desapareció y dio paso al edificio actual donde funciona, administrativamente, la Alcaldía. Esta esquina es asiento, también, de la Sociedad Socorro Mutuo, institución creada en 1923 e iniciada laboralmente bajo la presidencia del Sr. Julio Pérez y la vicepresidencia del señor Dimas López. ESQUINA LA TORRE: (Guasco c/c Atarraya) Es la esquina, sin temor a equívocos, con mayor tradición histórica de nuestra ciudad. En ella se asienta La Catedral Nuestra Señora de La Candelaria y, diagonal a esta, existió una antigua edificación de dos plantas que, se dice, fue residencia del Teniente de Justicia español y, más cerca nuestros días, del Vicario Pedro José Miserol y posteriormente de Ricardo Sutil. Hoy funciona en ella la casa de comercio: La Llanerisima que era propiedad de Basilio Yanopulos y hoy, representada por sus herederos. En el sureste se encuentra una espaciosa casa de tejas donde estuvo el abasto El Sol de Oro y en la que vivieron las hermanas González Del Hoyo y Arzola, descendientes de Don Pedro José del Hoyo y Arzola y de Juan González Padrón, de los primeros pobladores de Valle de la Pascua. Estas hermanas eran propietarias del esclavo Concepción González, el mismo que condujo a José Félix Ribas en su huida, después de la derrota de Úrica (05-12-1814), y lo llevó hasta el sitio de Las dos palmas en el caserío Jácome, hoy jurisdicción del Municipio Leonardo Infante. González guió, también, a integrantes de la tropa del Teniente de Justicia de Tucupido, Lorenzo Figueroa (Cuto Barrajola) hasta el sitio donde se ocultaba el General Ribas, quien fue hecho prisionero y conducido a Tucupido donde lo decapitaron el 31 de Enero de 1.815. Esquina: La Torre (Guasco c/c Atarraya) ESQUINA EL TESORO: (Guasco c/c González Padrón) Su nombre procede del establecimiento comercial de Rafael Álvarez Romero: El tesoro, el cual funcionó en la esquina hoy ocupada por el Bar Restaurante El Mastranto. Al frente, hacia el sur, el Licenciado Vicente González Oropeza abrió, en 1904, la Farmacia Marcano, y en el sureste estaba el almacén de Don Manuel Vargas. Cerca de esta esquina operaba la Central de Teléfonos del Oriente del Guárico, empresa promovida por Simón Zamora Hernández y Luis Adolfo Melo, la cual buscaba conectar al caserío Las Mercedes del llano y a los Municipios El Socorro, José Félix Ribas y Leonardo Infante. En el mismo lugar laboró la Publicidad Guárico y una oficina de la empresa Petróleos Caracas que era dirigida por el Geólogo, norteamericano, Thomas Wikander. ESQUINA LA AURORA: (Guasco con Shettino) Se dice que en esta esquina hubo un cementerio llamado “La Aurora”. Razón de su nombre. ESQUINA LOS POCITOS: (Guasco c/c La Mascota) Su denominación se debe a la existencia en el sitio, años atrás, de dos aguadas a las que el pueblo llamó los pocitos. Estas aguadas corrían desde el alto en sentidos diferentes: una hacia el sur, por los terrenos que hoy ocupa el cementerio viejo, la calle Mascota y esquina El Martillo para desembocar en el llamado Caño de la Vigía; mientras que la otra bajaba por la calle Guasco para caer en el Zanjón El Caimán, el mismo que al ser represado dio origen a la Laguna del Pueblo. En esta esquina se construyó el viejo hospital Guasco y actualmente es sede del edificio de la Compañía Nacional Teléfonos de Venezuela (CANTV). ESQUINAS DE LA CALLE DESCANSO ESQUINA EL MANGO: (Descanso c/c Deleite) El nombre deriva de un frondoso árbol de mango que había en una casa cercana a la esquina, en la cual habitaban las familias Álvarez y Gabante, quienes eran especialistas en preparar hervidos de gallina, que vendían al público dos o tres veces por semana. Allí también se celebraban, frecuentemente, fiestas amenizadas por orquestas populares. En esta esquina, en el sitio donde se levantó, posteriormente, la casa del Sr. Rómulo Méndez, funcionó la oficina de la Compañía Venezolana de Inversiones (VICA) la cual fue visitada en 1944 por el General Isaías Medina Angarita, Presidente de la República para la fecha. En la actualidad es asiento de dos agencias funerarias: La Fe y Fraternidad. ESQUINA EL CAMARÍN: (Descanso c/c Camaleones) Tal denominación surge porque en 1918 llegó a Valle de la Pascua la Compañía Dramática Teatral Zapata, cuyo tenor, el señor Rafael Pellicer Viana, alquiló una habitación en esta esquina para que sirviera de camerino a los actores y cantantes, es decir que allí se cambiaban de vestuario y se maquillaban antes de cada función. Este hecho hizo que el pueblo bautizara la esquina como Camerino, y más tarde, por deformación de la palabra: Camarín. Algunos años después funcionó aquí la oficina de Correos de Venezuela, y hoy, la Farmacia La Fe. ESQUINA SALSIPUEDES: (Descanso c/c Retumbo) Según la conseja, el nombre obedece al hecho de que en cierta oportunidad, habiéndose efectuado un velorio en la esquina El Camarín, dos borrachitos que regresaban de madrugada a sus casas, cayeron en un zanjón que había en la esquina siguiente. Uno pudo salir rápidamente, y el otro, que no podía hacerlo por sus propios medios, pidió ayuda a su compañero quien, en medio de su tremenda borrachera, solo atinaba a decir: Compadre ¡sal si puedes, sal si puedes! El hecho fue ampliamente comentado por el pueblo que bautizó la esquina con ese nombre. ESQUINA SAN JUAN: (Descanso c/c Atarraya) Esta es una de las pocas esquinas que tenía nuestra ciudad con nombre de santo, a pesar de su acendrado catolicismo. En ella, en 1906, en solar cedido por el Concejo Municipal, los señores Gaspar García Aguilar, Rafael María Belisario y Ramón Morean construyeron la armadura del proyectado teatro Sucre, el cual no se concluyó; sin embargo, en esa esquina se realizaron las primeras proyecciones cinematográficas, en un improvisado cine que funcionó en casa de Juan Pío Oropeza, la cual disponía de un extenso patio, ideal para tal fin y a donde llegaban los vecinos amantes del arte cinematográfico, portando sus propios asientos, situación que era aprovechada por los muchachos de entonces para ganarse algunas lochas y hasta medios, cargando sillas. Así mismo este lugar fue el escenario donde se presentó, en 1918, la Compañía Dramática Zapata con un elenco integrado por Rafael Pellicer Viana, tenor y actor; Zapata, actor, y una cantante de apellido Ramírez, que llamaban “La Quijanito”, quien interpretaba, preferentemente, tangos. Igualmente, la esquina San Juan fue sede de: la Escuela Federal Leonardo Infante, la cual laboró, en la misma casa de Juan Pío Oropeza; del cine Royal, empresa creada por los señores: Miguel Ángel García y Rafael Pellicer Viana e inaugurada en 1930 y de una especie de cervecería donde el cantante mejicano Pedro Infante, la noche de su debut en Valle de la Pascua, ingirió unos cuantos palos para “calentar el buche”. ESQUINA SAN RAFAEL: (Descanso c/c González Padrón) Su nombre le fue dado por la calle San Rafael. Ayer fue asiento de una herrería y un estudio fotográfico del Sr. Julio Pérez. Allí también estuvo la casa de la familia Hernández Barrios, una acogedora y solariega vivienda la que había sido construida por el General Santos Hernández hace mas de cien años atrás, fue, lamentablemente, derribada el 2006. ESQUINA EL PARADERO: (Descanso c/c Shettino) El nombre de esta esquina, el cual se hizo muy familiar, no se ha borrado de la memoria del pueblo, que continua nombrándola de esa manera. Fue sede del bar El paradero, propiedad del Sr. Juan Bolívar, y antes de El paradero funcionó en el lugar la molienda y trilladora de maíz propiedad del Sr. Luis Manuel Arévalo, de quien se afirma haberse adelantado a la técnica de fabricación de la harina de maíz precocida. ESQUINA DESCANSO O LA FRATERNIDAD: (Descanso c/c La Mascota) Bautizada así por ser el final de la calle Descanso, la cual desemboca en el antiguo cementerio. Los integrantes del cortejo fúnebre acostumbraban hacer una pausa en esta esquina con el fin de descansar antes de cargar nuevamente el ataúd al interior del camposanto. La calle originalmente se llamó: calle El Descanso eterno. ESQUINAS DE LA CALLE LAS FLORES ESQUINA LA CRUZ VERDE: (Flores c/c Deleite) Esta designación viene dada porque una de las construcciones aledañas a la esquina tenía una cruz en la parte alta del tejado y, frecuentemente, los dueños del inmueble la pintaban de un estridente color verde. La presencia de la cruz convirtió la esquina en escenario de velorios de cruz de mayo que, por la concurrencia y organización, se hicieron muy famosos ESQUINA LAS IGUANITAS: (Flores c/c Camaleones) Se desconoce el origen de este nombre tan singular, pero lo que si se sabe, es que el mismo se popularizó y se arraigó en el pueblo, tal como se evidencia en la siguiente copla que circuló hace tiempo atrás: La esquina e’ las Iguanitas no la veo de buena gana. “Manamás”, rajuñao e’ tigre y Pancho Gómez, de iguana . En esta misma esquina se estableció el Sr. Rito Quereigua, cuyo apellido también la identificó. Posteriormente lo hizo el Sr. Pancho Gómez. ESQUINA EL RETUMBO: (Flores c/c Retumbo) Se desconoce la razón del nombre. En ella funcionaron los Tribunales de Justicia, la agencia de automóviles Forllano C.A. propiedad de Francisco Mikuski y posteriormente de Omar Camero Zamora. Igualmente, en esta esquina, en la llamada casa de la Acera Alta, propiedad del Sr. Juan de Jesús Díaz Requena, funcionó, en 1919, el Colegio privado Eduardo Blanco y, en 1928, la Escuela Federal Graduada Leonardo Infante. Actualmente deja escuchar su voz en esta esquina, la emisora, Ambiente 96.1 F.M. ESQUINA LA PIEDAD (Flores c/c Atarraya) Se desconoce la razón del nombre. En este lugar funcionó un establecimiento comercial que expendía gasolina Wico y Kerosén. Allí funciona ahora el Centro Comercial Atarraya. ESQUINA SUCRE: (Flores c/c González Padrón) Allí existió una casa comercial registrada como Sucre, y los viejos moradores, por el uso y costumbre, le trasmitieron el nombre a la esquina. Funcionó, con el correr de los días, en esa esquina, la Oficina del Banco Agrícola y Pecuario, que se inició bajo la gerencia del señor Manuel Obregón. Hoy conseguimos las oficinas de IPOSTEL. ESQUINA LAS FLORES: (Flores c/c Shettino) El origen de su denominación está, probablemente, en las hermosas trinitarias que existían en una de las casas que formaban la esquina, las cuales se expandían hacia la calle dándole vistosidad y colorido al entorno. En este lugar tuvo su sede el Fondo Nacional de Investigaciones Agrícolas (FONAIAP). ESQUINA EL YUNQUE: (Flores c/c La Mascota) Su calificativo viene del taller de herrería El yunque que fue instalado en ese lugar. La calle Las Flores se conoció antiguamente como calle El Zamuro, nombre tomando del barrio del mismo nombre. ESQUINAS DE LA CALLE BOLIVAR ESQUINA LOS MOTA: (Bolívar c/c Deleite) Se le bautizó con este nombre por la alpargatería Mota, la cual aún existe. En el lado noreste de la esquina se acondicionó un terreno municipal para practicar béisbol, al que se llamó Estadio Bolívar. Esta denominación se arraigó, rápidamente, y motivó para que se rebautizara la calle Zaraza como calle Bolívar. ESQUINA LOS CAMALEONES: (Bolívar c/c Camaleones) Según la tradición oral, en esta esquina existió un árbol de jabillo donde vivían dos camaleones que descendían, de vez en cuando, a beber agua de la que corría de los patios vecinos. Estos reptiles llegaron a formar parte del paisaje vecinal y eran conocidos por todos los habitantes de la zona. Un mal día, no se sabe cómo ni por qué, los animales aparecieron muertos al pie del árbol que les servía de albergue. Se cuenta que fue tanto el revuelo que causo este hecho que hasta el Jefe Civil de turno, Pedro Arévalo Oropeza, ordenó la investigación del caso, la cual, a la postre, no arrojó responsables. Estos animalitos, cuya muerte se convirtió para la prefectura y su cuerpo detectivesco en un cangrejo, dieron nombre a la Esquina. ESQUINA MIGUEL DÍAZ O MOLINO VIEJO: (Bolívar c/c Retumbo) En esta esquina operaba un negocio, de larga data, propiedad del Sr. Miguel Díaz, hombre sumamente sencillo y muy apreciado por sus clientes y amigos, cualidades que permitieron bautizar la esquina con su nombre. ESQUINA LA ATARRAYA: (Bolívar c/c Atarraya) La denominación, La Atarraya, proviene de un comercio fundado en este sitio, por el Sr. Cecilio Moreno. Con el tiempo el nombre se hizo extensivo a la esquina y a la calle, tal como se conserva en los actuales momentos, a pesar que en 1924, por acuerdo municipal y como homenaje al General Antonio José de Sucre, en el centenario de la Batalla de Ayacucho se le dio el nombre de calle Sucre. ESQUINA LA VOZ DEL LLANO: (Bolívar c/c González Padrón) El vallepascuense Napoleón Rengifo instaló en esta esquina un negocio de víveres con el nombre: La voz del llano, el cual, pasó a identificarla. Este nombre se ha conservado a través de los años, tanto en la esquina como en las casas de comercio que se han establecido en ella. ESQUINA EL MARTILLO: (Bolívar c/c Shettino) Su nombre viene dado por la propia forma de la esquina: semejante a un martillo. Antiguamente se le había conocido como la esquina de Botalón de Agua y era el sitio donde se amarraban los caballos participantes en las carreras que se organizaban en el Hipódromo de Los Llanos, ubicado al frente a ella. ESQUINA LA VIGÍA: (Bolívar c/c La Mascota) Debe su nombre a su cercanía al Caño de la Vigía. ESQUINAS DE LA CALLE LEONARDO INFANTE ESQUINA: EL CALVARIO (Leonardo Infante c/c Atarraya) En esta esquina existió la capilla El calvario, la cual fue construida por el padre Juan Santiago Guasco, para prestar atención espiritual a los vecinos del barrio San Miguel. ESQUINA: EL CHOQUE (Leonardo Infante c/c Camaleones) Debe su nombre al bar El choque, propiedad de Isaac Rodríguez. OTRAS ESQUINAS: ESQUINA EL ESFUERZO: (González Padrón c/c Ilustres) Toma su nombre de un comercio de víveres propiedad del señor José Manuel Carrillo, caracterizado por ofertar una amplia gama de productos y por poseer una numerosa clientela, tanto urbana como rural. Los días feriados y los domingos, el señor Carrillo cargaba un arreo de burros con todo tipo de mercancía y se iba para los caseríos a venderle a aquellos que, por una u otra razón, no podían venir al pueblo. Actualmente, familiares del extinto Carrillo mantienen en operación una carpintería-ebanistería. ESQUINA: EL CHARRO NEGRO: (Mascota c/c San Miguel) Esta esquina es de reciente data. Su nombre, como casi todas, se debe al bar y al mismo tiempo casa de cita que se instaló en ella: El Charro Negro. Es importante resaltar que entre los habitantes del pueblo siempre hubo inquietud por dar nombres de próceres y/o de sitios históricos a las calles de la Princesa. Un ejemplo de ello fue la propuesta que presentó a la Cámara edilicia, en 1912, el Concejal Jesús María Álvarez Jaramillo, la cual se aprobó unánimemente dentro de aquel hemiciclo, pero fuera de él se perdió en las calles soleadas. Igual solicitud se presentó en 1937, ahora por parte de los empresarios, comerciantes y trabajadores en general. El Concejo Municipal respondió comisionando a los Concejales Manuel María Sánchez y Rafael Pellicer para que levantaran el plano de la ciudad y así proceder a la nueva nomenclatura de las calles; pero nuevamente la intención quedó solo en deseos. Algunos nombres de nuestras calles dicen muy poco para las nuevas generaciones, pero tienen la esencia de la villa que las vio nacer y las aquerencia por siempre y se resiste a perderlas. El paso inexorable del tiempo, sin embargo, ha borrado la mayoría de aquellos nombres de esquinas y calles, y con su acción renovadora impulsa otros. PLAZA BOLIVAR La plaza Bolívar de mi pueblo, crisol donde el vallepascuense funde su afecto con la más sublime añoranza y tradición, a diferencia de la usanza no asistió al nacimiento del sitio de Valle de la Pascua; principio por demás humilde, sin actas ni ceremonias de rigor y, menos aún, sin trazado de calles ni ubicación de iglesia, plaza y cárcel. Fue un nacer por propio impulso, allá en el hato Santa Juana, producto del amor al trabajo y a la tierra, de la perseverancia y la fe milagrosa de un grupo de hombres y mujeres que, con ardor y desfogue, se dedicaron a la actividad agropecuaria. El Párroco Dr. Don Francisco Roque Díaz, llegado al lugar cinco años después de la visita del Obispo Mariano Martí y tres de la conversión del sitio en Nuevo Curato de Nuestra Señora de la Candelaria de Valle de la Pascua, fue quien, en tierra donada por el canario Juan González Padrón, construyó una iglesia decente, trazó las primeras calles así como la plaza de armas para que sirviera de escenario a hechos importantes para la comunidad. Allí comienza a latir el corazón de la ciudad, primero muy tímidamente, pues sólo se trataba de un espacio vacío con nombre rimbombante: “Plaza de Armas”, sin cerca y sin ningún distintivo que la hiciera parecer como tal, por lo que de hecho tenía más aspecto de predio sabanero que de plaza. Los moradores del sitio, en su mayoría gentes venidas de otros lugares, con su afán de buscar el bienestar colectivo dotaron la plaza de cerca de alambre de púa con puertas para el paso de las personas, las cuales eran frecuentemente derribadas por el ganado que no se mostraba muy dispuesto a ceder, a quienes no necesitaban, el pastizal. Esto obligó a construir mangas estrechas por donde no cabía el ganado, pero si permitían el tránsito de los vecinos, aunque sin mucha comodidad. Con el correr del tiempo y a medida que la aldea crecía, la plaza también mejoró su aspecto: ahora disponía de rejas metálicas terminadas en punta de lanza, las cuales se convirtieron en un verdadero peligro para la muchachada cuyo entretenimiento era saltarlas al tiempo que planteaban animadas competencias. Ante esta situación, el General Pedro Arévalo Oropeza, padre del General Emilio Arévalo Cedeño, las sustituyó por otras que no representaban peligro alguno y que cumplieron su función hasta 1912 cuando fueron cambiadas por otras que donó el Ejecutivo del Estado. Ese mismo año la Corporación Municipal creó el cargo de jardinero de la plaza principal e instaló la iluminación, la cual se hacía mediante faroles de carburo, que un farolero, escalera al hombro, se daba a la tarea de encender antes que cayera la noche. En 1922, el Concejo Municipal, comprometido con el ornato de la ciudad, nombró una Junta integrada por los señores: Miguel Ignacio Méndez, Juan Zamora Arévalo, Juan Antonio Ledezma, Ricardo Sutil y Rafael Belisario para que procedieran a la recolección de fondos, entre los habitantes del pueblo, para reparar las barandas y construir ocho puertas para las avenidas de la plaza a fin de evitar el acceso de los animales, tarea que cumplieron a cabalidad. A la par del progreso, se mejoró la iluminación de la plaza, atrás quedaron los faroles de carburo o kerosén, y también se convirtió en pasado el aparato de gas acetileno, diestramente manejado por Don Manuel Piñero y mantenido por Don Julio Pérez, mecánico de la época. Se abrió paso a la energía eléctrica, instalada en 1929, cuando la municipalidad firmó contrato con los señores Juan Álvarez, José Lentini y Cristóbal Padilla, para el establecimiento del alumbrado público. El fluido eléctrico, aunado a los numerosos árboles y especies ornamentales que se plantaron, dio a la plaza una imagen diferente a la que los lugareños estaban acostumbrados. Era un buen augurio de que a nuestra placita la esperaban mejores días. Y efectivamente así fue. En 1983 el corazón de Valle de la Pascua revive. Como homenaje al bicentenario del natalicio del padre de la patria, se remodeló la plaza: en las calles que le circundan se construyó un boulevard, snobismo heredado de Guzmán Blanco que es utilizado para jerarquizar algunas calles en pueblos y ciudades. En lo que respecta a las efigies que se han levantado en la plaza, se tienen noticias que en el año de 1831, como respuesta a la gran religiosidad de los Vallepascuenses y, para reafirmar el tratado de paz celebrado en su seno entre los Generales Páez y Monagas, surgió la iniciativa del conglomerado, alimentada por el hecho, de erigir en la plaza principal una imagen de “Nuestra Señora de la Paz”, llamada por el pueblo María de la Paz. Estaba hecha de un asperón selecto extraído de una cantera de la selva de tamanaco y era un poco defectuosa: rolliza, de tamaño natural, usando vestido en lugar de la tradicional túnica y tenía en la mano izquierda una palma mientras que con el índice de la otra mostraba hacia abajo como indicándonos: aquí se levantará un próspero pueblo. Esta estatua se ubicó en el centro de la plaza y de allí partían avenidas, pavimentadas de ladrillos, por donde los visitantes caminaban sus pesares y contentos. Según lo expresado por el Historiador Guillermo Morón, en su obra Los Presidentes de Venezuela; el año 1876, respondiendo a su política de levantar estatuas, el entonces presidente, General Antonio Guzmán Blanco se erigió una suya, en la plaza principal de Valle de la Pascua, que fue inaugurada el 20 de diciembre de ese año con el nombre de Estatua de la Paz, coincidiendo con otra escultura pedestre que se inauguró en El Calvario-Caracas, a la que el pueblo capitalino, después de bautizarla como Manganzón, derribó en 1878, cuando el Guzmancismo llegaba al ocaso. Sin embargo, los antiguos moradores del lugar, testimonian con mucha certeza y precisión, que dicha estatua jamás existió en nuestra plaza y que la efigie de María de la Paz estuvo en ella hasta 1909 aproximadamente, cuando el General Juan Vicente Gómez giró ordenes al General David Gimón, presidente del estado Guárico, para que fuese sustituida por una del General José María Zamora, prócer independentista nativo de Valle de la Pascua. La noticia fue recibida con mucho agrado por Don Rafael Zamora Gil, Presidente del Concejo Municipal, institución ésta que había hecho la solicitud por iniciativa de un grupo de vallepascuenses. El pueblo vio el hecho como un justo reconocimiento al coterráneo que dio su vida por la libertad de la patria. Pero, la representación del indomable patricio vallepascuense también hubo de emigrar de la plaza, cediéndole el honor a quien una vez lo llamara “esforzado y valiente oficial”, al hombre grande de América, al Libertador Simón Bolívar. Efectivamente en 1937 la municipalidad, atendiendo una propuesta hecha tres años antes por el concejal José Ramírez Carpio, adquirió un busto del Libertador y lo instaló en el lugar sobre una columna de mármol donada por el General Emilio Arévalo Cedeño, Presidente del Estado Guárico para la fecha. Tal hecho se materializó después que el busto del General José María Zamora fue trasladado al salón de Sesiones del Concejo Municipal, de donde pasó, luego, al parque que lleva su nombre, en la intersección de la avenida Libertador con la calle Real. La instalación del busto del Libertador motivó a los Concejales del Distrito a cambiar el nombre de Plaza Principal a Plaza Bolívar, acuerdo que se aprobó por unanimidad en sesión extraordinaria del 20 de Abril de 1937. El busto del Libertador también fue cambiado; y la plaza Bolívar cuenta hoy con una estatua pedestre del padre de la patria, replica de la obra de Pietro Tenerani que se encuentra en la plaza mayor de Santa Fe de Bogotá, que espada en mano, y cobijado por centenarios árboles y con su mirada perdida hacia el noreste, parece decir a quien se le acerca: ahí está mi obra, no dejes que se pierda entre la desidia y el desamor por esta patria, por la que entregué mi vida y te dejé libre. ¡Continúala tu!” Mi vieja plaza, sin intención alguna, se convirtió en refugio de caminantes que venían a ella a mitigar su cansancio después de un penoso y largo viaje. En su entorno llegaban los autobuses del centro, recogían y bajaban pasajeros y proseguían su camino al oriente del país, y viceversa. Fue igualmente centro de tertulias de consuetudinarios visitantes, de reencuentro de viejos amigos, manantial de melancólicas melodías que surgían de los instrumentos de viento y percusión que tocaban, con armonía y deleite, los integrantes de la Banda Municipal dirigida por Don Emilio López y seguida, con verdadero éxtasis, por aquellas almas románticas y enamoradas que, de tarde en tarde y de domingo en domingo, asistían al obligado y mudo convite, donde una mirada fugaz, envuelta en un hasta luego hacía que, en muchos de los casos, floreciera un romance y que de aquel surgiera posteriormente el matrimonio. Pero la civilización, cual vendaval incontrolable, cambió el rostro de la plaza. Cortaron el cotoperí, aquel enorme árbol que estaba en la esquina noroeste de la misma, en la calle real, único sobreviviente de los cuatro plantados en ella; musa de inspiración de hermosas piezas musicales y sesteadero, en las tardes soleadas y calurosas del verano, para el personal de policía que laboraba en la prefectura. Igualmente, fue sitio de obligada espera para el viajero que llegaba allí, pues los vehículos por puesto de la ruta extra urbana tenían su oficina en la calle González Padrón, aledaña a ella. Además fue testigo presencial, por muchos años, del izamiento y arreo del pabellón patrio, teniendo como fondo las gloriosas notas del Himno Nacional entonadas por los agentes policiales y uno que otro civil que se dejaba llevar por cada verso del Gloria al Bravo Pueblo. Así mismo, se marchó, para no regresar jamás, el concierto canoro que por aquellos días alegraba, desde la frondosidad de los árboles, a las familias que habitaban en los alrededores de la plaza: la de Rafael Álvarez Romero, Vicente González Oropeza, Don Manuel Vargas, Dr. Alberto Aranguren, Don Ricardo Sutil, Don Juan Zamora Arévalo, Rita Romero, Epitacio Rodríguez, Los Ubieda, Los Rodríguez Celis, Silvestre Pérez, Rafael Belisario, Eusebia González y Ricardo Escobar, entre otros. Aquellos primeros vecinos, los mismos que fueron testigos de los cambios que se operaron en la plaza, envueltos en adioses a veces inapreciables y oscuros, también se partieron; pero llegaron otros, todos cargados de ilusión, energía y cariño, para ser atestantes del acontecer diario en sus alrededores. Se avecinan ahora: los Tovar, los Yanopulos, los Mathison, los Alayón y los Silva. Con los primeros, se marchó el estruendo y el humo contaminante que salía de los autobuses, ya no se verían más en la calle Guasco, por donde entraban y salían del pueblo. Por allá se fueron un día, llevándose sus transitorios compañeros de viaje con su vocerío y su carga de alegría. Por allá se fueron, dejando a orillas de la plaza la nostalgia por el ir sin regreso. TULO II Parte este de la Plaza Bolívar, escasamente se mira la cerca. COSTUMBRES Y PUEBLERIA ANIMAS DE LOS CAMINOS Valle de la Pascua, como ciudad llanera, no escapa a la condición de ser escenario ideal, y hasta natural, para que florezcan, como el mastrantal en sus sabanas, los cuentos, consejas, leyendas de espantos, de aparecidos y de ánimas donde lo imaginativo y fantaseador del llanero, aunado a las grandes soledades de los caminos y a las oscuras noches, abonan para que la fantasía se confunda con la realidad. Esto ha contribuido a que se haya formado un vasto bagaje cultural, el cual se ha ido perpetuando, de generación a generación, mayormente a través de la tradición oral. A varios años de distancia, con mis recuerdos acuestas, me dejo llevar por la evocación que trae ante mi la figura de la abuela. Aquella viejecita tierna, diminuta, de blanco pelo que, en algunas tardes hinchadas de emoción y envueltas en un viento pesado y caliente se sentaba en su vieja silla de fabricación casera y con voz pausada como quien no tiene prisa ni espera nada, nos reunía, al grupo de muchachos que felices atendíamos al llamado, para “echarnos unos cuentos”. Aquello lo disfrutábamos sobremanera, aunque en muchas oportunidades nos levantaban de allí para llevarnos a nuestro lecho aún sin terminar la conseja, por cuyo final preguntábamos bien temprano; y siempre recibíamos la misma respuesta: - quien te manda a dormilón -. Nos contaba sobre los muertos que, por no poder descansar en paz, indicaban mediante una luz el lugar donde habían dejado enterrados sus tesoros; acerca de las ánimas al borde de los caminos que concedían favores a los transeúntes, según la creencia popular, a cambio de misas, cruces, rosarios u otros ofrecimientos. De eso hace cierto tiempo, cuando éramos muchachos y ocupábamos los ratos libres en jugar, entre otras cosas: “Las cuarenta matas”, “El paralizado” y béisbol; o en extasiarnos con los relatos de la abuela, cuentos que nos aceleraba el corazón y nos llevaba después, a atisbar en la lejanía la aparición de alguno de los personajes de las narraciones. Sin embargo, ni el embate del tiempo, ni el progreso ha podido borrar estas creencias que matizan la existencia del pueblo. De la misma manera, se mantiene la costumbre de colocar cruces en los lugares donde ha fallecido una persona por lo que es común observar, al borde de los caminos reales y carreteras, cruces de madera; unas bien hechas, otras rústicas, amarradas con bejucos, tiras o con cualquier cosa que sirva para sujetarlas, plantadas sobre promontorios de piedras, donde, según la creencia popular, permanece el anima hasta tanto se le perdonen los pecados. Por tal razón, al pasar cerca de ellas, los caminantes se persignan y lanzan una piedra al pie de la cruz para librarse de la posible compañía del difunto. Otros se detienen a rezar o a implorar un favor que, de ser concedido, es obligante cumplir con la promesa. De esa manera, empezó a correr, de boca en boca, la fama de milagrosas de diversas animas, a las que, generalmente, se nombran por el sitio donde se ha fijado la cruz, más que por el propio nombre del fallecido. Así se hicieron muy populares y visitadas: el “Anima de la Vuelta del Cacho”, en La Vigía, carretera hacia Corozal; el “Anima del Toco”, en la vía hacia Las Campechanas; el “Anima de Calderón”, en la carretera nacional Valle de la Pascua-El Socorro; el “Anima del Muertito”, en la carretera Valle de la Pascua - Santa Rosa de Ceiba Mocha, los “Muertos de Semillita”, en la vía hacia la represa El Corozo; y el “Anima del Pica Pica”, cuya fama se ha divulgado a nivel nacional y se encuentra en la carretera Valle de la Pascua - Chaguaramas. Se cuenta que, en la vía que conduce de Valle de la Pascua hacia Chaguaramas, al frente de la llamada Laguna Azul existió, hace años atrás, una posada conocida como Monte Azul, sitio obligado para el reposo y el descanso de transeúntes, comerciantes y arrieros que transportaban mercancías o ganados hacia el centro del país y en cuyos potreros podían las bestias abrevar y pastar de manera segura. A ese parador llegó José Zambrano, arriero a quien el paludismo no le permitió continuar el viaje con sus compañeros, pero si tomar otra ruta, cuyo destino no se supo. Al cabo de cierto tiempo, llegó a ese hostal otro arriero a quien, en noche tenebrosa, se le dispersaron los burros. En la búsqueda, nada fácil por la oscuridad reinante y por el copioso aguacero, tropezó con una osamenta que estaba debajo de una temida mata de pica pica. Un rayo de luz le permitió determinar que era humana, y sus creencias y fe lo impulsaron a rezarle una oración y pedirle ayuda para recuperar sus burros, ofreciéndole, a cambio, darle cristiana sepultura e identificarlo con una cruz. Dice la tradición oral, que el aguacero arreció haciéndose más profunda la oscuridad y que esta fue cortada, de pronto, por un relámpago vivito que iluminó aquella estancia y le permitió ver allí, como por arte de magia, a todos sus animales agrupados. ¡El ánima le había hecho el milagro!, y el hombre, aún sin salir de su asombro, también cumplió lo convenido: sepultó los restos y clavó una cruz de pica pica en el sitio de la inhumación. El fenómeno fue, ampliamente, comentado en la posada y lugares aledaños. Los viandantes, en su diario peregrinaje, iban publicitando, cada uno a su manera, lo que ellos llamaban “un verdadero milagro”. El hecho se conoció en todas las fronteras del país y así como la noticia se dispersaba, asimismo comenzaron a llegar, de cualquier latitud de la geografía venezolana, atraídos por la fe, los visitantes. Aquellos que transitaban por la vía, así como los moradores de lugares vecinos o alejados, todos venían al sitio bendito a rezar, a buscar consuelo, a pagar promesas y a encender velas en la tumba de quien, posteriormente, llamaron y conocieron como el “Anima del Pica Pica”, identificada como José Zambrano, En el año de 1949, el Dr. Rafael Zamora Pérez, Gobernador del estado Guárico, motivado por la gran cantidad de peregrinos que llegaban al lugar, ordenó la construcción de una capilla más decente que la que existía. Dicha capilla fue consumida por el fuego, debido a las múltiples velas encendidas con que los fieles manifiestan su devoción. Repuesta la capilla, vuelve a ser pasto de las llamas, el 31 de julio de 1974, y nuevamente reconstruida ese mismo año por colaboradores del pueblo, labor encabezada por la Sra. Antonia Pérez, actualmente encargada del mantenimiento y conservación del oratorio. El Anima del Pica Pica ha sido motivo de inspiración de varias piezas musicales y poemas, como esta que le dediqué en 1991 ASI NACIO EL PICA PICA I Con el correr de los años II Y así pasaron los días la trocha se hace más larga. Y entre lucha y desengaño el hombre el destino traza, y va sembrando los hechos que luego la historia narra. Y relatándoles esto que es la verdad sin más nada, es el decir de Don Luis hombre de mucha palabra, siguió mi viejo contando, que un arriero encontraría los restos y un porsiacaso, y como andaba perdido le pidió para enterrarlo, que le encontrara su arreo que se le había dispersado; en una noche sin luna de recio y fiero chubasco, baquiano de soledades, caporal de horas pasadas, que de animar tempestades tiene la voz ya cansada, y una noche de recuerdos cuando menos lo esperaba, me dijo: yo vi a Zambrano saliendo de la posada, que llamaban “ Monte Azul”. de esas que asustan al hombre aunque sea creyente y guapo, y el poder de la creencia con la luz trajo el milagro, aún sin creerlo el hombre rezó completo un rosario. Arrieros de mil caminos sus penas fueron cargando, y entre oración y silencio Tenía lejos la mirada, y una tristeza en su rostro le noté esa madrugada. No era una pena de amor lo que a José lo mataba, y dicen que en aquel tiempo hasta la vida era carga, y así se fue cabizbajo sin saber que le esperaba, allí las iba dejando. Desde ese día, un consuelo silente vive enterrado, y entre tu pueblo y el mío a muchos ha consolado. Anima del Pica Pica, difunto José Zambrano, sigue llenando de paz a mis viejos, mis hermanos, la muerte en un pica pica y mientras unos te rezan donde velamos su alma. yo te viviré cantando. Capilla del Anima del Pica Pica Escultura representativa de José Zambrano “Anima del Pica Pica” BANDA MUNICIPAL INFANTE Mucha bruma se esparce sobre la historia de la vida musical de Valle de la Pascua, empecinada en borrar los vestigios de ese pasado apacible que, en muchas oportunidades, era guiado por los arpegios de cualquier instrumento musical y acompañado por los cantores populares de aquel momento, así como por la Banda Municipal que, domingo tras domingo, atrapaba, en la plaza Bolívar, a los habitantes del pueblo y los dejaba pasearse por sus acompasadas notas. Durante la segunda mitad del siglo XIX, el padre Juan Santiago Guasco fundó y sostuvo, en Valle de la Pascua, una escuela de música en la cual se formaron destacados ejecutantes y compositores, tales como: Emilio López, Enrique Laya, Pablo Ruiz y otros que, a su vez, continuaron la obra iniciada por el esclarecido sacerdote y, en conjunto, fueron importantes referencias para que, en mayo de 1904, los señores Jesús M. Gutiérrez, El Licenciado Valeriano López Belisario y Gregorio Méndez Matos sugirieran al Concejo Municipal la organización de una Banda Musical que tocase las retretas los domingos y convirtiera a la plaza en un oasis donde verter el cansancio del trabajo semanal. Para tal fin, pusieron a disposición de la corporación nueve instrumentos musicales con los cuales podía iniciarse la preparación de los futuros músicos. La idea fu recibida con beneplácito y, en respuesta, se aprobó la contratación del Sr. Pablo Ruiz para que se encargara de adiestrar a los noveles integrantes de la banda, la cual hizo su debut el 02 de febrero de 1905, con el nombre de BANDA MUNICIPAL INFANTE. Esta agrupación musical se afianzó rápidamente en el pueblo e incluso fue un medio para hacer relaciones sociales, tal como sucedió en noviembre de 1905 cuando se acordó, en sesión del Concejo Municipal, dedicar la banda a los Generales Pérez Bustamante y Manuel Sarmiento, además de los señores C. Arias Sandoval, Gumersindo Rivas y Pablo Ruiz como muestra de aprecio y reconocimiento. A la Banda Infante pertenecieron, entre otros, José Manuel Acevedo, Jesús María Orihuela, José Dolores Ramírez, Esteban Ruiz, Hilario Rodríguez y Ernesto Valiente, de quien se conserva una anécdota que aún los nuevos tiempos no han podido borrar. Se cuenta que Valiente se separó de la Banda sin permiso del director, falta grave que fue notificada, por oficio, al Concejo Municipal. Discutida la novedad, en sesión ordinaria, se aprobó oficiar al Jefe Civil del Distrito para que citara al representante conjuntamente con el alumno, a fin de que este último hiciera entrega del instrumento y del uniforme asignado, como paso previo a su expulsión del seno de la organización. Así de inquebrantable era la disciplina y el orden que imperaba por aquellos días en cualquier institución de carácter público o privado. La Banda Infante, con sus dulces notas, se dejó escuchar por varios años y se convirtió en la protagonista principal de aquellas citas dominicales pero, al paso de los días, un gélido viento desafinó los instrumentos de tal manera que estos dejaron de sonar y la Banda, en un mutis insospechado, guardó las partituras y bajó el telón. Salió de escena y dejó en la plaza un impresionante silencio envuelto en las más disímiles preguntas. Pero, en 1938 resurge la banda con sus alegres y armónicos compases. Se adquieren nuevos instrumentos y partituras y se nombra como director al Sr. Emilio López, quien legó la batuta a un alumno suyo, Rufo Pérez Salomón, que fue seguido, sucesivamente, por: José Oscar Guerra, Napoleón Bartolano, Aníbal Matute, Freddy Mota, y más reciente, José Flores. La Banda, ahora conocida por el pueblo como BANDA LOPEZ, contó, además de los ya mencionados, con los músicos: Miguel y Críspulo Monserratt, Manuel Martínez, Luís Alfredo Contreras, Manuel González y Carlos Montilla, a los que, con el tiempo, se fueron sumando otros ejecutantes, tales como: Ricardo Hurtado, Jesús María Bolívar, Víctor Castro, Maluenga, Bernabé Gómez, Ángel Laya, José Lima y Juvenal Cordero quienes, con el romanticismo de sus aires y la frescura de sus almas, impregnaban las tardes y noches dominicales de serena alegría. Igualmente, sus melancólicos valses y los tradicionales merengues se dejaron escuchar también en las fiestas patronales del pueblo, así como en las comunidades vecinas, al tiempo que, con sus marchas, daban dignidad a los actos oficiales, y majestad a las procesiones realizadas durante la Semana Santa. La Banda Municipal, síntesis de la vida común del pueblo, compartía la escena con las orquestas de Rufo Pérez y de José Oscar Guerra, enredando en sus arpegios los espacios de aquel sencillo pueblo. Pero, sin un razonamiento justo por parte de la Municipalidad, se les retiró el exiguo presupuesto, un mal día de 1983. La Banda dejó de filtrar sus melodías, quitándole alegría, movimiento y vivacidad al cierre de la semana. También habían dejaron de sonar las notas bailables de las orquestas de Rufo Pérez y de José Oscar Guerra y dieron paso a grupos más resonantes como: Los Nikel, de Antonio Pérez Rengifo; los Billys` Boy o Séptima Combinación, de Evencio Loreto; Juventud Square, de Carlos Montilla Rivero; Impacto Juvenil, de Juvenal Cordero y el Nuevo Grupo de Tomás Navarro. No obstante, las notas de la banda no se habían borrado y permanecían gravitando en el ambiente por lo que en 1991, nuevamente, en un esfuerzo por darle brillo al esplendido tesoro de la tradición musical enmohecida en los redoblantes, clarinetes, trompetas, baterías, trombones y saxofones, se buscó reorganizarla. Se logró el objetivo pero, al poco tiempo, el mutismo volvió a cubrirla. Como todo cambia, también lo hizo el romanticismo de aquellos días. Una nueva vida venía requiriendo de otro ritmo y abriéndose paso en el gusto de la gente; sin embargo el reconocimiento hacia aquellos que plantaron la simiente se mantiene invariable; y la esperanza de un renacer, también. Banda Municipal. Dirige Prof. Oscar Guerra. 1958 Grupo Impacto Juvenil 1990 COSTUMBRES FUNERARIAS Por las investigaciones de Monseñor Rafael Chacín Soto, sabemos que, en 1789, Don Juan González Padrón, terrateniente asentado en Valle de la Pascua, solicitó ante el Presbítero Dr. Francisco Roque Díaz, regente de la Parroquia de La Candelaria, licencia para ser enterrado, así como su mujer, sus hijos, descendientes y otros parientes hasta el cuarto grado de consanguinidad, en la iglesia que se estaba construyendo y para la cual había donado no sólo el terreno y la mano de obra, sino también el moblaje. Dicha solicitud le fue concedida por el Obispo Mariano Martí en noviembre de 1790, respondiendo a la costumbre de sepultar cristianos terratenientes en las iglesias, practica que estuvo vigente hasta la primera mitad del siglo XIX. Era así en nuestra aldea porque en esos primeros tiempos no había cementerio los entierros se hacían, bien en las iglesias, sólo los autorizados; o en los solares de las casas, marcando el lugar con toscas y rudimentarias cruces de madera. La primera noción de existencia de cementerios en Valle de la Pascua está en la licencia concedida por las autoridades eclesiásticas, el 6 de septiembre de 1808, al presbítero Br. Pedro Ruiz para construir, a su costa, un cementerio con osario, cruz y capilla en el lugar donde existía una ermita abandonada, según lo planteado en la petición hecha por el mismo Párroco. De acuerdo con los viejos cronistas, el camposanto conocido como cementerio La Aurora estaba ubicado cerca de la iglesia, en la calle El Sol, (hoy Guasco), intersección con Shettino. En él fue enterrado, según contaban los habitantes del pueblo, su propio fundador, el Padre Ruiz, quien murió en 1814 cuando buscando pactar con Centeno, guerrillero realista que dirigía una facción de indios Guapitos, para que éste y sus acólitos se alistaran en las filas del ejército patriota, fue asesinado en la selva de Tamanaco, de un tiro en el pecho. El mencionado cementerio fue clausurado y posteriormente, el Padre Juan Santiago Guasco, gran benefactor de la ciudad, construyó con su propio peculio, el llamado cementerio viejo, en la calle Mascota, entre calles Guasco y Las Flores. El osario construido por el Padre Guasco fue ensanchado en varias oportunidades. En 1904, el Concejo Municipal nombró una Junta pro ensanche del cementerio en la que tomó parte activa el General Jesús María Isturiz, quien dirigió los trabajos en ese sentido, los cuales culminaron el 15 agosto de ese mismo año fecha cuando el presbítero Ortiz bendijo el nuevo camposanto y fue puesto a disposición del pueblo. En 1923, nuevamente, se realizaron trabajos de ampliación para lo cual se utilizó un potrero del Sr. Antonio Gómez, a quien el Concejo Municipal indemnizó con Bs. 100. Igual trabajo ejecutó la Junta de Fomento en 1932, cumpliendo con un decreto del ejecutivo regional. Posteriormente, otras comisiones también realizaran trabajos de mejoras al cementerio con fondos aportados por los vecinos. Esta responsabilidad no solo fue ejercida por hombres; también recayó en el sexo femenino tal como ocurrió en 1943 cuando la Junta pro mejoras del cementerio, estuvo integrada por: María Teresa de Ledezma, Gloria de Moreno, Carmen Teresa de Belisario, Georgina de Graterol e Isabel Jiménez de Melo. El llamado Cementerio viejo contaba con los servicios de celadores o vigilantes, nombrados por el Concejo Municipal. Entre ellos se recuerda aún, a José Arévalo, Juan Vicente Arévalo, Onofre Prado, Rafael Bolívar, Jesús Jiménez, Pablo González, Juan Ochoa y Julio Segovia, quienes llevaban un registro numérico de los fallecidos que allí eran inhumados y vigilaban el cumplimiento de la reglamentación alusiva al orden de apertura de las fosas, a fin de conservar las vías de acceso y facilitar el tránsito interno. El camposanto de la Mascota funcionó hasta el año de 1973, cuando fue clausurado y, por esfuerzo mancomunado del gobernador del estado, Don Alejandro Rodríguez Guzmán, y del Presidente del Concejo Municipal, Sr. Manuel Oropeza Fraile, se construyó el nuevo cementerio, ubicado en el sector Los Bálsamos de la ciudad. A este se sumó el construido en la vía Valle de la Pascua – Chaguaramas el año 2005. Igualmente, se escucha a los abuelos hablar de los cementerios: La Morita y Mamonal, ubicados, en la vía hacia Corozal, el primero; y en el caserío Mamonal, el segundo. Se dice que ambos estaban cerrados, pero a finales de 1918, se reabrieron provisionalmente para cubrir las emergencias ocasionadas por la epidemia de gripe española que azotó al país y que acabó, prácticamente, con varios caseríos de la región nororiental del Guárico, sembrando en ellos soledad, desolación y tristeza. Los mencionados cementerios fueron clausurados, definitivamente, en 1926. Con relación a las costumbres funerarias, se sabe que, años atrás, debido a la ausencia de agencias funerarias, los velorios se realizaban en las casas de familia, cuyas puertas, ventanas y espejos se cubrían con cortinas de nylon o de tul blanco, trenzadas con cintas negras y permanecían así hasta terminar los novenarios o rezos. Durante el velatorio se buscaban los servicios de una rezandera que, seguida por los asistentes, especialmente las mujeres, rezaba, cada cierto tiempo, rosarios de cuerpo presente, mientras que los hombres, reunidos en el patio de la casa o sentados en la calle, se dedicaban a conversar o a echar chistes al tiempo que degustaban una taza de café, te, chocolate o tragos de bebidas espirituosas. La condición económica del difunto se manifestaba, ayer como hoy, en el entierro. Se decía que “tenía posibilidades” si sus restos eran trasladados en una urna, o que no disponía de recursos económicos, si lo llevaban en hamacas o chinchorros que cubrían con una cobija de pelo con el lado negro hacia arriba. Si el lado visible era el rojo, indicaba que el transportado era un paciente. Ante tal desigualdad y siguiendo el ejemplo de la iglesia caraqueña, en 1929, la Sociedad Socorro Mutuo, capítulo Valle de la Pascua, construyó y entregó a la municipalidad una urna para ser utilizada, gratuitamente, en el traslado de cadáveres hasta el cementerio, donde se enterraban envueltos en cobijas o sabanas; y la urna, forrada de charol negro y bautizada con el nombre de La panchita, se reintegraba a la Jefatura Civil, donde se depositaba hasta ser requerida por otros dolientes. Para el traslado del féretro se utilizaba la llamada Tarabita, que era un mueble rectangular con base de madera y con una especie de brazos de media luna para ser apoyados en los hombros de los cargadores, que por lo general eran familiares y allegados al difunto. El cortejo salía de la Iglesia Nuestra Señora de La Candelaria subía por la calle Atarraya, luego tomaba la calle Descanso en dirección oeste y al llegar al cruce de ésta con la calle Mascota, en la esquina de La Fraternidad o El Descanso, antes de entrar al cementerio, se bajaba el ataúd, se daba el pésame y se expresaba condolencias a los familiares. La primera palada de tierra debía echarla el familiar más cercano al difunto, mientras los otros dejaban caer flores, piedras, tierra o terrones en señal de despedida. Si el extinto era un niño, se decía que “un angelito había ido al cielo” y por tal razón se le vestía de blanco, se le ponía una corona de flores así como alitas hechas de papel rizado y se enterraba, igual que los jóvenes y las damas solteras, en urnas blancas. En lo que respecta al luto, se guardaba de manera muy rigurosa. Si una mujer quedaba viuda debía guardar luto por el resto de su vida, usando ropa de color negro, luego medio luto (blanco y negro) y finalmente colores considerados muy serios, como gris y morado. Durante los primeros meses se usaba “negro cerrado”, es decir vestido negro manga larga; luego, negro manga corta y, posteriormente, medio luto. El tiempo a guardar variaba de acuerdo al parentesco con el difunto: a los padres e hijos se les guardaban tres años; hermanos, dos; tíos, un año, lapsos que fueron disminuyendo, progresivamente, con el paso del tiempo. Los hombres, por su parte, manifestaban el duelo mediante el uso de corbata negra, botón negro en la solapa o por una banda negra o de color oscuro sobre la manga de la camisa. El luto incluía, también, la prohibición de asistir a fiestas y bailar, ya que si lo hacían se decía que “habían bailado al muerto”, siendo objeto de severas críticas. Como era de esperarse, los viejos usos y costumbres empezaron a disiparse con el progreso. El 15 de enero de 1935 se estableció en Valle de la Pascua la primera agencia funeraria: Funeraria La Pascua, propiedad de Don Chicho Chávez, ubicada en la calle Atarraya, entre la avenida Rómulo Gallegos y la calle Leonardo Infante. Se contaba ahora con una capilla velatoria que impuso cambios en las costumbres de la época. La sociedad los acepto y empezó a dejar constancia de su asistencia a los actos velatorios mediante el uso de unas tarjetas que se colocaban en un receptáculo ubicado en sitio visible. Así mismo, las personas que estaban fuera de la ciudad, una vez enteradas de la muerte de algún allegado, acostumbraban enviar cartas o telegramas de pésame a los familiares, misivas éstas que han sido sustituidas, en la actualidad, por la llamada telefónica, el mensaje de texto telefónico o el correo electrónico, medios que junto a otros adelantos científicos han ido relegando al recuerdo, aquellas costumbres llenas del más sentido humanismo. Ruinas de la entrada principal del desaparecido “Cementerio viejo” FERIAS DE LA CANDELARIA Han pasado varias décadas desde que Valle de la Pascua empezó a realizar sus ferias. Sucedió en diciembre de 1939 y se extendió hasta los primeros días del mes de enero de 1940, cuando la ciudad apenas contaba con 15 mil habitantes. Un grupo de vallepascuenses, con visión de futuro y respondiendo al dicho que reza “El llanero es del tamaño del compromiso que se le presente”, se impuso la meta de darle a la comunidad unas ferias como las celebradas en otras ciudades del país que, al tiempo que proporcionaran al pueblo un ambiente de sana euforia festiva, diesen oportunidad para mostrar los productos de la región a los comerciantes y turistas que llegasen de visita, iniciando así su proyección económica. Después de un período de preparación, el trabajo rindió sus frutos y todos los habitantes del pueblo celebraron con orgullo, entusiasmo y optimismo su primera feria, la cual estuvo adornada por su majestad: Luisa Margoth Hernández Núñez. Fue una feria ganadera, organizada por los señores: Rafael Zamora Pérez, su presidente; Ángel Rafael Arzola, Cecilio Moreno y el Dr. Ernesto Díaz Vargas, entre otros, y contó con la presencia del General Eleazar López Contreras, a la sazón Presidente de la República, su gabinete y el Dr. Rafael Zamora Arévalo, Presidente del estado Guárico, para esa fecha, y padre del presidente de la feria, Zamora Pérez. El lugar escogido para realizar la exposición ganadera fue el terreno contiguo a la Laguna del Pueblo, ya que esta fuente de agua se tenía como un atractivo especial. En ella los señores Filiberto Armas y José Ángel Ledezma hicieron construir un bar flotante a donde llegaban “los enferiados” a refrescarse, bien en curiaras hechas por indios Panares traídos desde Guayana para tal labor, o usando el muelle fabricado para ese fin. En esta primera feria, a la par de la actividad ganadera se organizaron eventos populares entre los que se vivió con acentuada preferencia las coleaderas, afición legendaria del llanero, las cuales se realizaron en la llamada calle de Las Coleaderas o calle Abajo, luego Av. Táchira y hoy día Av. Rómulo Gallegos. También se disfrutaron con mucha profusión, los infaltables bailes que se realizaban en la plaza Bolívar. Transcurrido más de medio siglo, aún se escucha en el decir de la conseja las expresiones de sorpresa e incredulidad de la gente del pueblo cuando se enteraron del comportamiento de Don José María Rubín Zamora, para ese entonces, Jefe Civil del Distrito Infante, ante el ciudadano Presidente de la República a quien, al serle presentado por el Dr. Zamora Arévalo, presidente del estado Guárico, le informó haberle impuesto una multa así como a su comitiva, por el hecho de no respetar el flechado que los encargados del tránsito en la ciudad, habían demarcado con anterioridad. La multa fue cancelada por el Ministro de Obras Públicas con materiales de construcción de acuerdo a lo fijado por Rubín Zamora, los cuales se destinaron al arreglo de algunas calles de la ciudad. Esta primera experiencia ferial se repitió en 1948, del 4 al 9 de noviembre, cuando se celebró una feria organizada por la Asociación de Criadores del Distrito Infante y patrocinada por el Ministerio de Agricultura y Cría, la cual fue prestigiada por la presencia del ciudadano Presidente de la República, Don Rómulo Gallegos, quien, junto a su comitiva, escuchó los oficios religiosos que se habían pautado para esa ocasión en el sagrado recinto de la Iglesia Nuestra Señora de la Candelaria. A la Laguna del Pueblo llevaron los criadores los mejores especimenes de sus rebaños para que fuesen juzgados y premiados por un jurado nombrado por el Ministerio de Agricultura y Cría, el cual estableció varias categorías para los animales expuestos. Para el ganado vacuno se organizaron dos grupos: criollos y mestizos, y dentro de cada grupo se evaluó: toros, novillos, vacas y novillas; así como el ganado lechero. Los equinos también se clasificaron en dos grupos: criollos y media sangre, los que a su vez se apreciaron atendiendo las categorías: enteros, castrados y yeguas; mientras que para los porcinos se establecieron tres grupos: criollos, media sangre y pura sangre de la raza Duroc Jersey y Hampshire; y las categorías macho y hembra, siguiendo igual criterio para las aves. Es importante destacar que dentro de cada categoría se otorgaron once premios, a saber: Gran campeón, campeón, reservado del campeón; primer premio, segundo premio, tercer premio y cinco menciones honoríficas, siendo algunos de estos premios, sementales finos importados por el Ministerio de Agricultura y Cría. La municipalidad, por su parte, también se sumó a la celebración ferial. Para estimular a los expositores fijó un premio de Bs. 1.000 para el ganadero que presentase la vaca más lechera, y entre otras medidas, aprobó la exposición y venta libres de todo impuesto, de los artículos producidos en el medio rural, actividad que se realizó en una casa con techo de moriche, construida especialmente para tal fin. Igualmente, la municipalidad se reservó el derecho de remate en todos los juegos que se efectuaron, los cuales fueron controlados de la siguiente manera: Remates de juegos privados, bajo la supervisión del Concejal Jesús (Chucho) María Cachutt; Remate de juegos públicos, a cargo del Prefecto del Distrito, y las cantinas que se ubicaron en los terrenos del hipódromo o Caño de La Vigía, a cargo de la Junta Organizadora de la Feria. Sin encontrar una explicación aún, después de esta segunda fiesta el letargo sopló muy fuerte por el municipio y, por espacio de 21 años, lo envolvió. Solo se rompió en 1969, cuando un grupo de hombres de espíritu emprendedor y creativo retomó la idea de realizar de nuevo las ferias del pueblo, ahora en homenaje a la patrona, la Virgen de la Candelaria. Dichas ferias comenzaron a celebrarse desde ese mismo año bajo la presidencia de Manuel Oropeza Fraile como ferias agropecuarias e iniciaron una marcha indetenible ofreciendo, durante cuatro días, mucha animación, colorido y alegría. Es la oportunidad para el esfuerzo colectivo. Es tiempo de desfiles, de carrozas y reinas; arreglos de calles de la ciudad; presentación de eventos culturales y folklóricos; competencias deportivas; exposiciones ganaderas, agrícolas, industriales y artesanales, así como visitas de personalidades, gobernantes y turistas. Es época también del anhelado reencuentro de los hijos de este terruño que han emigrado a otras latitudes, buscando mejoras en cualquiera de los órdenes de la vida. Momento de toros coleados y de las corridas de toros, alma y vida de toda feria. Ya la Feria de la Candelaria dejó atrás los días en que se celebraba en las calles del pueblo, pasado que algunos moradores rememoran con nostalgia, pues consideran que aquellas eran mejores, más populares. Ahora se realizan en el parque de exposición General Emilio Arévalo Cedeño, nombre dado en homenaje al hombre audaz que se alzó contra la dictadura Gomecista y que, durante su corto desempeño como Presidente del estado Guárico, hizo instalar molinos de viento en las diferentes sabanas guariqueñas, tratando de paliar así la terrible sequía que vivía nuestra bendita tierra. A la entrada del parque está su busto vaciado en bronce, con la mirada profunda, como esperando oír las tropas enemigas. Cara menuda que nos mira cuando entramos a su feudo y aunque parece indiferente, sabemos que se contenta con nuestra presencia y en su rostro creemos adivinar una invitación a participar de las actividades fériales, para promocionar el trabajo, como valor primordial del venezolano. Adentrándonos en el parque, al final del mismo, encontramos la plaza de toros Enrique Finelli, epónimo del motor de la fiesta brava en Valle de la Pascua y primer empresario de toros en la ciudad, quien organizó, en 1975, en una plaza portátil, la primera novillada en el marco de la feria, con un cartel integrado por: Carlos Reynaga, Jesús Salermi y Luis de Aragua, quienes lidiaron ganado de Tarapío, espectáculo que los aficionados pudieron disfrutar pagando entradas de Bs. 50 en tendido de sombra y Bs. 30 en sol. El papel se agotó a pocas horas de haberse puesto a la venta, hecho con el cual el pueblo manifestaba ese carácter taurófilo heredado de los andinos. Esa afición taurina, que siempre llenaba la plaza portátil, fue obligante para la construcción del actual coso taurino, labor realizada por trabajadores del Concejo Municipal y por un pelotón de soldados del Batallón de Ingeniería Militar Avendaño, bajo la dirección y supervisión del Ingeniero Gonzalo Melo. Se construyó en tiempo record, aproximadamente en dos meses. El Ingeniero Gonzalo Melo Morales, en Enero de 1976, antes de entregar la obra, hizo correr sobre las gradas a 200 soldados traídos del Fuerte Arichuna, con sede en Roblecito, para demostrar la seguridad de la misma y poner fin a ciertos rumores que se corrían en el pueblo, sobre su poca resistencia. A los hermanos Girón: Curro y Efraín, junto al Español Juan Martínez, les correspondió el honor de estrenar la plaza, en la cual han mostrado su arte, además; Luis de Aragua, José Manzanares, Gabriel de las Casas, El Niño de la Capea, Los Girón, con la excepción de César, Bernardo Valencia, Rafael Pirela, José Antonio Galán, El Porteño, Morenito de Maracay, Celestino Correa, Gitanillo de América, Manuel Medina “El Rubi”, Juan Contreras, Mary Paz Vega, José Antonio Valencia, Erick Cortez, El “Gitanillo de América” y otros más. Aunado a estas figuras de la tauromaquia mundial también hemos disfrutado, en nuestra plaza de toros, del espectacular arte del rejoneador José Luis Rodríguez y de su hijo Javier, quien en el 2003 y con tan solo 14 años nos trajo su incipiente arte, que demostró ante un becerro y recibió un nutrido aplauso, que de los tendidos, caía como un aguacero al redondel donde arte, hombre y bestia debatían en duelo. La primera Comisión Taurina que actuó en la Plaza de Toros Enrique Finelli, estuvo integrada por Josafat González, su Presidente; Rómulo González, Emilio Carpio, Pedro Armas y Alberto Ojeda; el Médico de Plaza: Dr. Rafael Ledezma Martínez. Con el tiempo y tomando aquel sabio proverbio que dice: “Nada es Eterno en la Vida”, la Comisión Taurina sufre modificaciones: los señores Rómulo González, Josafat González y Pedro Armas, son sustituidos por: Kanor Fariñas, Gonzalo Chávez y José López Itriago, quedando Alberto Ojeda como su presidente. Después de un largo mandato, Ojeda renuncia y da paso a Josafat González. Ante el inesperado fallecimiento de éste, toma las riendas de la Comisión el Dr. Rafael Seijas González. Para un nuevo período la jefatura es asumida por el Sr. Antonio García, a quien siguió el Dr. José Antonio Acosta, que también dimite al mando. El 2006 la comisión queda integrada por: Presidente: T.S.U. Remigio Utrera; Vocales: Médico Veterinario, Kanor Fariñas; T.S.U, Alirio Flores; T.S.U. Luis Andrés Carrillo; Médico de Plaza, Dr. Napoleón Cedeño y Asesora Técnica Sra. Blanca de Utrera. Del lado Sur del parque ferial se encuentra la manga de coleo “Campeones Guariqueños”, bautizada con ese nombre como un reconocimiento a los hombres osados, que haciendo gala de fuerza e inteligencia, y compenetrados completamente, con sus monturas, tumban los toros para anotarse coleadas efectivas y ser premiados con cintas, aplausos y besos de las muchachas que se dan cita cada vez que se anuncia esta actividad. Esta manga, “Campeones Guariqueños”, es, conceptuada hoy por hoy, por la gente que se mueve en estos menesteres del deporte nacional, como una de las mejores que tiene nuestro país, calificación que nos enorgullece. En estos recuerdos fériales no podemos dejar de mencionar a los hombres que, con dedicación y tesón han tomado la responsabilidad de presidir las fiestas, así como a las jóvenes que, como reinas, las han engalanado con su belleza. AÑO PRESIDENTE REINAS 1.969 Sr. Manuel Oropeza Fraile Perla Veitía (Agricultura) Isabel Bolívar (Industria) Piedad Campagna (Ganadería) 1.970 Dr. José Antonio Ron Troconis Marisol Alayón Camero 1.971 Dr. Rafael Seijas González Dalila Monserratt 1.972 Sr. Omar Salomón Maritza Corona 1.973 Sr. Manuel Oropeza Fraile Sr. Alfredo Milano Sr. Miguel Vilera del Corral Dorys Ortiz Armas 1.974 Sr. Manuel Oropeza Fraile Sr. Alfredo Milano Sr. Miguel Vilera del Corral Elsa Rosalía Ruiz Díaz 1.975 Sr. Manuel Oropeza Fraile Sr. José López Itriago Sr. Enrique Finelli Nancy de Jesús Guarán 1.976 Sr. José López Itriago Sr. Juan Zamora Ron Sr. Enrique Finelli Marja Camero 1.977 Sr. José López Itriago Sr. Alejandro Rodríguez Sr. Juan Zamora Ron Iris Ruiz 1.978 Sr. Bruno Ballerini Sr. José López Itriago Sr. Juan Zamora Ron María Bohórquez Zambrano 1.979 Dr. Enrique Ramírez Sr. Arturo Socorro Sr. Juan Zamora Ron Maribel Briceño 1.980 Sr. Ángelo de Benedictis Ángela Jaramillo P. 1.981 Sr. Jesús Anchietta Nélida Maita 1.982 Sr. Juan Moisés Padra Zaida Mújica 1.983 Sr. Agapito Gómez Elivict Itriago 1.984 Sr. Alejandro Rodríguez Méndez. Yanet Meza Loreto 1.985 Sr. Arturo Socorro Susana Polo 1.986 Sr. Rafael Núñez Lucía Salomón 1.987 Ing. Rafael Benito Andrade Lolimar Pérez 1.988 Sr. José Miguel García María Alejandra Belisario 1.989 Sr. Misael Flores Elsa Parra 1.990 Dr. Donato Santaella Tibisay Helena Jauvek J. 1.991 Sr. Mario Casamassima Dubraska Montilla 1.992 Sr. Manuel Oropeza Fraile Mónica Abraham Méndez 1.993 Dr. Manuel Fernández Damelys Guerra 1.994 Ing. Jesús “Pelón” Miranda Yauri Rodríguez 1.995 Sr. Carlos Montilla Merimar Sifontes 1.996 Dr. Kanor Fariñas Milagros Camero 1.997 Sr. Eduardo Peraza Jaidys Gómez 1998. Sr. Mauro Spagnoletti María Verónica Ciaccera 1999. Sr. Juan Quintero Sandra Natibel Rondón 2000 Sr. Richard Mercado Darieli Rodríguez 2001 Sr. Rafael Loreto Carolina Ramírez 2002 Dr. Manuel Pérez López Yuneidi González 2003. Ing. Freddy Quintero Shandra Rodríguez 2004. Sr. Gustavo Barreto Raquel López 2005. Sr. Rafael Loreto Samaria Machuca 2006. Ing. Rafael Zamora Ron María Fernanda Rodríguez 2007. Sr. Gino D’ Benedictus Solangel Sánchez 2008 Sr. David Moisés Magaly Pinto González Y así, año tras año, la Princesa del Guárico se embellece para celebrar sus Ferias de la Candelaria, una ventana que, anualmente y durante cuatro días, se abre de par en par a toda Venezuela, para que se asome a través de ella y pueda apreciar el hacer del hombre de nuestras pampas, ya sea surcando los fértiles suelos con los dientes del arado o bien con la antigua chícura labrada de puro corazón de acapro, herramienta utilizada en las pequeñas “rosas”, o en los tradicionales conucos y majadas. Aquí se muestra también otra actividad desarrollada con mucho fervor por estos lares, la pecuaria. En ella bestia, sabana, mugir, sudor, canto y hombre se confunden en la brega que comienza antes que despunte, detrás de la mata, el día. Labor que, diariamente y de sol a sol, entrega al país resultados que se traducen en carnes, cueros, leche y sus derivados, los cuales aportan un alto porcentaje de divisas para el movimiento económico de la zona. De allí que, las Ferias de La Candelaria constituyan una gran oportunidad para mostrar el trabajo de los expositores agropecuarios que, de cualquier latitud de este país, acuden a las Ferias de palma y sol, presencia que aprovechamos para demostrarle a nuestros visitantes una enfermedad endémica del llanero: el trabajo. Sr. Manuel Oropeza Fraile, primer Presidente de “Ferias de La Candelaria” la que presidió en cuatro oportunidades. Luis Pérez Guevara, en plena animación con artistas de la televisión venezolana Reyna de siempre de nuestras Ferias: Lolymar Pérez GOBIERNO MUNICIPAL Escribió, el poeta y escritor, Manuel Rodríguez Cárdenas: “Entonces el pueblo era Pequeño”. Esta frase, cargada de meditación y de los más disímiles recuerdos, viene a mi mente, hoy, cuando pienso en la evolución de la organización municipal de Valle de la Pascua, pueblo que, por su juventud y formación aluvional, no vivió la primera etapa de vida de aquellos cabildos o ayuntamientos de los siglos XVI, XVII y XVIII donde los funcionarios eran elegidos mediante el voto de los vasallos o ciudadanos propiamente dichos. La historia local se enmarca en la segunda época a partir del siglo XVIII cuando los cabildos perdieron su autonomía y la capacidad de representar al pueblo: los Alcaldes y Ediles pasan a ser seleccionados por la gente importante de cada ciudad, por lo que siempre serían aquellas personas que sobresalían en el campo económico, social y político. Tal situación se mantuvo hasta 1989 cuando, por medio de la Ley de Régimen Municipal y basándose en el mandato expreso de la Constitución Nacional de 1961, la historia se reempató. Aquellos cabildos con Alcaldes y Regidores de siglos pasados, que llegaban a esas posiciones mediante votación, volvieron a la escena ciudadana como instancia soberana del poder municipal. En Valle de la Pascua, la historia conocida arranca en 1882, durante el Quinquenio del General Antonio Guzmán Blanco, cuando se dispuso de un Concejo Municipal presidido por el General Pedro Arévalo Oropeza, quien, a pesar de su escasa ilustración, se esmeró, durante los dos años de sus funciones, en buscar progreso para el pueblo. Así se inicia el arreglo de las calles del casco central de la ciudad, se arboriza y se cerca la plaza Bolívar, se construye, por pedimento de los moradores del norte de la ciudad, la Laguna del Rosario y con ella se acometen otras obras de gran beneficio y utilidad para la población. Igualmente le correspondió al General Pedro Arévalo Oropeza el honor de iniciar el control administrativo del municipio. Desde entonces, la corporación municipal ha sido presidida por: 1882-1883 1884-1885 1885-1886 1887 General Pedro Arévalo Oropeza General Jesús María Isturiz Rafael Ledezma Pedro María Ascanio, Ángel María Moreno, Temístocles Pereira y Pedro Tomás Lander, 1888 Juan Bautista Zamora Gil 1888 – 1889 1889 1889-1890 1890-1892 1893-1894 1894-1897 1898 1899 1900-1902 1903 Juan Manuel Crespo Manuel Carías, Prudencio Herrera. José María Cobeña Eladio Díaz Ramírez General José Santos Hernández Rafael Zamora Gil Prudencio Herrera Valeriano López Belisario Juan Zamora Arévalo Hilario Pedrique 1904-1907 1908 1909 1910-1911 1912 1913 1914 1915-1918 1918-1921 Salvador Montalfi Miguel Lorenzo Ron Pedrique Rafael Zamora Gil General Jesús María Isturiz Luis López Arzola, Dr. Presbítero Julián Esparta y Garay Vicente González Oropeza Rafael Zamora Gil Nicanor López Borges Rafael Zamora Gil 1921 1921-1922 1922-1923 1923-1924 1924-1925 1926 1927 1928–1929 1930 Dr. Alberto Aranguren José Ángel Ledezma Cabrera Juan Zamora Arévalo Rafael Belisario Francisco Moreno Díaz José Dimas López Arzola Rafael Zamora Gil Pedro Manuel Escobar Ramírez Dr. J.E. Bastardo Flores 1931-1932 1933 1934 1934-1935 1936 1937 1937-1938 1939 Jesús María Moreno Dr. Alberto Aranguren Juan Hitcher Pérez, Dr. Ángel Vicente Ochoa José Ramírez Camero Antonio Ron Padilla, Antonio C. Belisario, Luis Adolfo Melo. Rafael Simoza, Rigoberto Santaella José Ángel Ledezma Juan Manuel Barrios 1940 Arturo Tovar 1941 1942 1943 1944 1945 1946-1947 1948 1949-1951 1952 1953 Ramón Santaella Ledezma Rafael Ortuño Suárez Alejandro Campagna José María Rubín Dr. Ángel Vicente Ochoa, Dr. Antonio Malavé Juan Manuel Barrios Dr. Juan Vicente Seijas Dr. Antonio Malavé Dr. Rafael Ángel Morean Dr. Manuel Díaz Moronta 1954 1955-1956 1957 1958 1959 1960–1961 1962 1963 1964–1968 Gaspar Franquiz Escobar Eleazar González José Celestino González ( Morocho ) Ernesto Alayón Dr. Rafael Ledezma Martínez Oscar Cobeña Manuel Esteban González Ernesto Alayón Rafael Veitía 1969 1970–1972 1973 1974–1978 1979 1980–1981 1982-1983 1983-1984 1984-1985 César Díaz Zamora Miguel Vilera del Corral Emilio Laya, Rafael López, Manuel Oropeza Fraile José López Itriago Manuel Oropeza Fraile Dr. Enrique Ramírez Pedro Arévalo González Dr. Luis López Toro Prof. Heriberto Bustamante 1985-1986 1986-1987 1987-1989 1989 Lic. Haydee Ruiz Prof. Héctor Ortega Prof. Heriberto Bustamante Lic. Haydee Ruiz ALCALDIAS 1990-1992 Arq. Manuel Matos Charmelo 1993-1995 1996-1998 1999-2004 2004-2008 Ing. Edgar Martínez Ferrer Ing. Edgar Martínez Ferrer Lic. Tomás Valmore García Lic. Tomás Valmore García Cada uno de ellos, en su momento, demostró empeño en transformar a Valle de la Pascua, superando su pasado de pueblo de callejones oscuros para convertirla en un manantial de viva llama de esperanza de la civilización universal. Sedes del gobierno municipal HIPODROMO DE LOS LLANOS Ahora, cuando vivimos la efervescencia que ha despertado las carreras de caballos no puedo dejar de evocar agradables pasajes lejanos donde, con soberbia y fanfarronería, corceles y jinetes competían por ser los ganadores de aquellas tardes dominicales en el desaparecido Hipódromo de los Llanos. Según narra el ingeniero Ángel Graterol Tellerías en su libro: Camino Andado, en 1943, él y su colega José Manuel Ruiz, quienes vivieron varios años en Valle de la Pascua, después de observar el espectáculo de carreras de sólo dos caballos, que les pareció de mucho atraso para aquel poblado que luchaba por un crecimiento rápido y sin pausa, idearon construir una especie de pequeño hipódromo donde pudieran correr varios caballos a la vez. Con tal idea, convocaron una reunión con un grupo de personas representativas de la comunidad entre los que se contaron: Alejandro, Silvio y Reinaldo Campagna; Víctor Camero; Pancho Foata; Alfredo Zamora Pérez; José Mercedes Belisario; Julián Carreño España, los hermanos Moreno; Oscar Cobeña y Pablo Aurrecoechea, a quienes expusieron la idea. La propuesta fue aceptada con entusiasmo y, de inmediato, se procedió a nombrar una Junta Pro Construcción del Hipódromo, la cual quedó integrada, entre otros, por: el Ingeniero Graterol Tellerías, Alejandro Campagna y Julián Carreño. Igualmente se acordó colaborar con mil bolívares per cápita para cubrir los costos de construcción de la cerca, la pista y la tribuna. Dichos fondos serían administrados por la recién nombrada Junta. Los ingenieros Graterol y Ruiz se encargaron de buscar el terreno adecuado y de hacer el estudio correspondiente para luego, a través de la Junta Pro Construcción, solicitarlo al Concejo Municipal. También se responsabilizaron del trazado de la pista y de conseguir con la Empresa VICA, para la cual trabajaban, las maquinarias necesarias (buldózer y patrol) para limpiar, conformar y nivelar la pista. El trabajo se efectuó de acuerdo con lo planificado. El sitio seleccionado fue el Caño de la Vigía, el cual fue segado por el Concejo Municipal. Alrededor de la laguna se trazó la pista, la cual disponía de 1.000 Mts de longitud, y se cercó con estantes de madera dura y cuatro pelos de alambre liso, siendo perfectamente divisada desde la pequeña tribuna de madera que se construyó. Ese mismo año, 1943, se iniciaron, con gran entusiasmo, las carreras en el nuevo hipódromo y se convirtieron en la actividad más importante de los domingos, a la que asistía la familia en pleno tras pagar entradas de 0,25 Bs, los niños y de 0,50 Bs, los adultos para disfrutar de aquel espectáculo en donde, además de la emoción de las competencias en si, se apostaba y se podía admirar, en toda su plenitud, aquellos ligeros y hermosos ejemplares criollos: bayos, castaños, zainos, roanos, negros, rucios, amarillos, tordillos, etc. Estos ejemplares eran seleccionados en los hatos cercanos y conducidos por veteranos jinetes que medían fuerza y desempeño en la pista, donde el nombre del hato o el del criador también estaban en juego, como una cuestión meramente de honor, de orgullo por poseer el mejor equino de la zona. Muy famoso fue, en ese tiempo, el caballo La Culebra, propiedad de Alejandro Campagna, conducido habitualmente por Celestino Fernández. Otros nombres de nobles equinos que, domingo tras domingo, iban a la pista del Hipódromo de los Llanos a defender el nombre del hato del cual provenían son: El Sapo, Pinocho, Peligro Negro, Payaso, Diablo Suelto, Careador, Trago e’ Ron, Águila Negra, Todo Amor, Niñote, Princesa, Cadete, Apendicitis, Matas Altas y Rey de Copas. Recordamos también a los jinetes que, en muchos casos, eran los mismos propietarios: José Ramón Blanca, del Stud Maniral; Baldemar Díaz, del Stud La Vica; Julio Ramírez, del Stud de Victor Camero; Juan Valiente, padre de Douglas Valiente y Alejandro Campagna que corría su caballo “Águila Negra”. Las carreras tuvieron mucho auge, llegando a organizarse el juego con papeletas de colores: blanco y verde ( Bs. 2); rosado y azul (Bs. 3) y amarillo ( Bs. 5) por ganador. El día 2 de diciembre de 1945, se realizó un emocionante programa que transcribimos a continuación: PRIMERA CARRERA 300 MTS. PAPELETA BLANCA BS. 2 CABALLO 1 DIABLO SUELTO DE RAFAEL DAVID DÍAZ “ 2 JALISCO DE ALFREDO ZAMORA “ 3 ATEBRINA DE GRATEROL 4 GUAJIRO DE LORENZO TELLERÍAS “ HERNÁNDEZ SEGUNDA CARRERA: 400 METROS. PAPELETA VERDE BS. 2 CABALLO “ 1 PAYASO DE ALFREDO ZAMORA 2 AEROPLANO DE JUAN TOVAR “ 3 REFREGON DE VICENTICO FRAILE “ 4 LIGERITO DE LORENZO CAMERO TERCERA CARRERA: 300 METROS. PAPELETA ROSADA Bs. 3 CABALLO 1 MUÑECO DE JOSE ZAMORA “ 2 CORALITO DE MANUEL GONZALEZ “ 3 TORDO REAL DE CARLOS ALVAREZ “ 4 PELIGRO NEGRO DE GRATEROL TELLERIAS CUARTA CARRERA: 400 METROS. PAPELETA AZUL BS. 3 CABALLO 1 CUANDO VUELVAS DE MANUEL GONZALEZ “ 2 MARAQUERO DE BALDEMAR DIAZ “ 3 COMO QUIERAS DE LORENZO 4 CAMPESINO DE JESÚS LORETO HERNANDEZ “ QUINTA CARRERA: 600 METROS. PAPELETA AMARILLA BS.5 CABALLO 1 PENICILINA DE MANUEL GONZALEZ “ 2 PINOCHO DE JOSE MANUEL RUIZ “ 3 EL SAPO DE NESTOR CAMERO LA PISCUA DE LORENZO “ 4 HERNANDEZ JUEZ DE SALIDA : SR. MANUEL MARIA DIAZ JUEZ DE LLEGADA :SR. HECTOR LUIS RODRÍGUEZ VALOR DE LA ENTRADA BS. 0,50....... NIÑOS: BS. 0,25 Sin embargo, de manera lenta e inexorable, que aún nadie explica con certeza, el Hipódromo de Los Llanos empezó a perder su atractivo, de tal forma que en 1948 la municipalidad ofició a la junta directiva para que informara si las actividades habían cesado puesto que, personas del pueblo, estaban solicitando solares para construir viviendas en ese lugar. El Hipódromo desapareció y se llevó el andar altanero de los caballos que en las postrimerías del óvalo, no eran solamente criollos. Partieron también los relinchos que se confundían con el galope tendido de un viento que no encontraba barrera que le detuviera. Se fueron para no regresar jamás al encuentro hípico dominical, los gritos de los apostadores y de la fanaticada infantil que no sabía de apuestas, pero si de emoción. En resguardo del recuerdo del Hipódromo de Los Llanos, en labios de la conseja popular quedaron muchas anécdotas, generalmente acerca de los enfrentamientos surgidos entre los dueños de los animales. Se cuenta que el ejemplar Matas Altas, de Víctor Camero, derrotó, en dos oportunidades, a Rey de Copas que pertenecía a Víctor Felizola, hecho que disgustó al perdedor que, ofuscado, ofendió a Camero y, pistola en mano, le retó a duelo. Ambos se apartaron del grupo y siguieron el camino de La Vigía para arreglar el asunto de “hombre a hombre”. Era una costumbre muy propia de la época y de las películas que, desde México, se proyectaban en nuestra ciudad. Hubo expectativa y ansiedad, así como los consabidos ruegos para que depusieran actitudes, pero los decididos ciudadanos no escucharon ruego alguno y se alejaron por el camino que conduce a Corozal. Pasaba el tiempo y no se escuchaban disparos, lo que hacía mas pesada la espera por el resultado. De pronto, del grupo surgieron vítores y gritos alegres matizados por la sorpresa. Camero y Felizola regresaron sanos, salvos y como buenos amigos. Nada pasó. Hoy, a varios años de aquel hecho que pudo haber enlutado a distintos hogares de la zona, nadie ha podido decirnos que privó sobre estos decididos y valientes hombres para que aquel reto no tuviera un final lamentable. “Rey de Copas” de Víctor Felizola NOMBRES CUBIERTOS DE PUEBLO Desde siempre, la historia de mi pueblo se ha desarrollado bajo una óptica humorística relacionada con hechos y personajes pintorescos y otros que, por algunas características particulares, como: formas peculiares al hablar, vestirse, caminar o comportarse, han sido motivo de chistes, tomaderas de pelo, chanzas, bromas, chuflas y hasta de rebautizo con sobrenombres o apodos de gran comicidad, muchos de ellos surgidos durante las correrías gozosas en las escuelas. Recordarlos, por ser producto de la humorística propia del llanero, llena de satisfacción porque la mayoría de los personajes aquí mencionados son más conocidos por el mote que por el nombre de pila. Así han vivido, viven y trascurrirán sus existencias, recostados del verdadero nombre. Aquí tenemos, por ejemplo; una pequeña lista de ellos: MOTE NOMBRE DE PILA Alipuche Bachaco Bambi Bereco Bicicleta Birra Boca e’ Vieja Vicente Campos Emilio Delgado Ramón Valera Eulogio Bandres Freddy Tovar Freddy Silveira Salvador López Bolita Cachirulo Caduco Camuco Cara e’ Piña Carioco Cayeya Chabelo Chaflán Angel García Ediberto Rivero Antonio Sosa Humberto Álvarez Silvestre Medina Maximiliano Seijas Julio García José Javier Díaz G. Rafael Bonilla Cheché Chela Chema Chichí Chichito Chicote Chimbo Chino Criollo Chío José Pérez Argelia Muñoz Juan V. Bustamante Juana de Hernández Pedro Celstino Díaz Israel González Alberto Alonso Rómulo González Pedro A. García Leal Chipo Manuel Matos Charmelo Chiriguare Chispita Chivo Moreno Chivo Chucha Chucho Cigarrón Coco Cuchuchá Cunaguaro Oswaldo Ponce Luis Guzmán Eusebio Moreno Luis Vásquez María Benavente Jesús Pérez Domingo Pérez Humberto Campos Modesto Pulido Gregorio Hernández Cutín El Capitán El Chivú El Flaco El Gato El Mono El Negro El Negro Machete El Ñato Carlos Figuera Cecilio Moreno Miguel Lamoglia José Gregorio Camero Gilberto Hernández José Valera José J. Rodriguez Ramón Alvarez Silfrido Olivo El Ñero El Policía El Pollo El Tarugo de la Caimana El Tigre Frijol Gallineta Gato Martínez Gora Elias Gómez Josue Márquez Arturo Coronil Encarnación Rivero Roosevelt Franquiz Alejandro González Antonio Celis Deogracio Martínez Alfredo José Tademo Jalisco Jopo Joyopa Juan Cuchara Juan Ñema La Chata La Chicha La Chinga La Muñeca José R. Seijas Rodolfo Bolívar Manuel Lugo Alfedo Yelamo Juan Álvarez Isaura Ledezma Leonor Ruiz Josefa de Camero Gladis Barreto La Ñata María de Leucci La Rubia La Ruta Lito Macúa Manga Mariquita Marusa Mata de Coco Mata La Gata Merecure Arelys H.de Figueroa José Luis Herrera Rafael Eney Silveira Ramón Piñero Romelia Ramos María M. Palacios José Mejías José Forte Juan Miguel Higuera Jesús Martínez Michicunda Miningo Minucho Mirandita Monito Mono Alumbrao Mono Moruno Nipio José M. Alvarez Manuel Fernández Franco Leucci Jesús Miranda Luis Alfredo Contreras Domingo Gómez José Mercedes Alvarez Juan R. Díaz Angel Camacho Ñaqui Ñaqui Ñato Ñegin Ñema Frita Pachá Paché Pal Palo de Hombre Pata e’ Loro Luis Euclides Díaz Infante Manuel M. Marrero Boanerge Ramírez José Gregorio Loreto Kenor Salomón Pablo Aurrecoechea José Rafael Delgado Manuel Oropeza F. Eleazar Higuera Pataruco Pato Negro Pelón Pelusa Picure Pionito Piquito Pitiminí Platanote Emilio García Rómulo Navarro Jesús Miranda César Del Nogal Alberto Moronta José Manuel Martínez Andrés Eloy Salazar Bonifacio Valera José Ramón Ramos Pocho Maritza Chávez Puño de Oro Qué Qué Querido Amigo Ramón Paleta Ranita Renco Tuy Rómulo Sabio Santa María Tapa Juan Díaz Filiberto Armas Angel Landaeta Lovera Ramón Sánchez Lugo Emilio Infante Antonio Campos Héctor Luna Salomón Figueroa Freddy Camero Rafael Bolívar Titino Tocorito Tortilla Vaquero Martín C. Alvarez Eustoquio Suárez Giovanni Diberardino Israel González Esta multiplicidad de motes son una muestra de la dinámica cultural del pueblo, un mosaico de sensibilidades, experiencias y configuraciones sociales, donde el vallepascuense funde su picardía con la tradición. POPULARES PER SE A medida que transcurría el tiempo, Valle de la Pascua fue modelando su fisonomía y sus moradores fueron afinando sus costumbres, sus recuerdos, sus tradiciones. Formaron una sociedad en la cual participaban, entre otros, criadores, agricultores, comerciantes, vendedores de granjerías, párrocos, dulceras, loceras, pregoneros y los infaltables personajes populares envueltos, unos, en atmósfera de leyenda y otros, en broma, en poesía y hasta en la enajenación mental, cuyos nombres quedaron grabados en una pincelada de recuerdos como personajes típicos pascuenses. Entre esas personas que encarnan parte del espíritu del pueblo tenemos: MARCIAL CHAVEZ, hombre humilde nacido a finales del siglo XIX y fallecido en 1980. Habitaba en el populoso sector La Vigía, donde logró reconocimiento por su habilidad y destreza para fabricar los trompos de madera, con que los jóvenes de la época amenizaban los días de la Semana Santa. Durante aquellos días era habitual ver, en cualquiera de las calles polvorientas del pueblo o en el patio de las casas, a la muchachada “picar una troya”, y a los jóvenes demostrar su puntería ante las “serenitas” o “taratateras” zarandas. Esos trompos, pintados con “túa túa”, pasaron a la posteridad con el nombre de “Marcialeros”, y su sola mención era garantía de calidad. A muchos, con orgullo, se les escuchaba manifestar: ¡esos los fabrican en mi pueblo! ¡Esos son los marcialeros! CORITA FRAILE DE DEL CORRAL, era una mujer voluminosa, de grandes senos y extraordinario sentido del humor. Por muchos años, esta dama, trabajadora y de una notable calidad humana, mantuvo, en la calle Real de la ciudad, un hotel donde también vendía comida criolla, sitio muy concurrido por el gusto exquisito de los platos y por los precios que eran realmente económicos. BIBIANO AGUIRRE, ciudadano muy conocido, en la Valle de la Pascua de ayer, por ser lo que se dice un “toero”, expresión ésta que se aplica a la persona que realiza diferentes oficios o, al decir de la gente, hace de todo. Entre sus actividades se contaba la de carpintero, oficio que le permitió demostrar su gran altruismo pues, se cuenta que en varias oportunidades, al ver el paso de cortejos fúnebres en hamacas o chinchorros, resolvía fabricar urnas de madera que donaba a los familiares del difunto. Era un artista sin parangón en la fabricación y manejo del furruco, como en la elaboración de trabucos y fuegos artificiales que utilizaba para amenizar las fiestas. También era diestro en la producción de arreglos y adornos para las cruces de las festividades de mayo. Y en todas las celebraciones de bailorios de cruz de mayo, allí estaba Bibiano, desde tempranas horas, vistiendo la cruz, adornando el altar y coordinando todo lo concerniente a la entonación de los cantos y la realización de los juegos, según fuera el caso. PEDRO JOSE HERRERA, era natural de Espino. El Dr. Rafael Caldera lo apadrinó con el nombre de “El rey del colesterol”. Hombre incansable para el trabajo, conversador y afable. En la calle Atarraya sur estableció su Restaurante “Primero de mayo”, donde se servía todo tipo de comida criolla incluidas las morcillas, tere tere, mondongo, cochino frito, queso de mano, suero, palo a pique y otros platos de la gastronomía vernácula. El Primero de mayo se convirtió en el sitio obligado de nativos y visitantes que deseaban disfrutar de la comida autóctona. El mismo Pedro José atendía a la clientela y lo hacía de manera muy peculiar: se sentaba a la mesa con el cliente, probaba la comida de éste y le preguntaba: ¿Verdad que está sabrosa?, o partía una arepa, la rellenaba con queso o natilla y se la comía, no sin antes elogiar el relleno, al tiempo que conversaba de cualquier cosa, especialmente de Rafael Caldera y Luis Herrera Campins de quienes se vanagloriaba ser amigo personal y, por si acaso alguna duda, mostraba unas fotos colgadas en la pared donde aparecía con los mencionados personajes. Y cuando de cobrar se trataba, él, ante la pregunta: ¿Cuánto debo, Don Pedro?. Respondía: “Qué te puedo cobrar yo por esa pendejada, dame mil”. Así era él. Pedro José Herrera falleció el 08-09-95 y con él se fue también el atractivo del “Primero de mayo”. Hoy el local cambió de ramo. En el otrora restaurante “Primero de Mayo” se observa al Sr. Pedro José herrera en plena actividad. Al otro extremo su esposa Ofelia JUANCITO VALIENTE, hombre muy dinámico. Se desenvolvió como preparador de cadáveres, enfermero, comerciante de cochinos y jinete. De esas ocupaciones la que más disfrutaba era la de montar caballos, lo que hacía en el desaparecido Hipódromo de los Llanos, que funcionó en el Caño de la Vigía, en el lugar donde posteriormente se construyó el terminal de pasajeros, Juan Arroyo. Uno de sus hijos, Douglas Valiente, siguió sus pasos y fue conceptuado entre los mejores jinetes del país, fama que llevó allende nuestras fronteras, porque también en la tierra del Tío Sam dejó escrito su nombre en el libro donde sólo aparecen los grandes de la fusta mundial. JUAN DE LAS FLORES, ciudadano que el pueblo bautizó con este mote por su original manera de ataviarse para cumplir con su ocupación de cantar coplas a los transeúntes, acompañado de su destartalado cuatro, por lo cual cobraba medio real. Juan de las Flores se tiznaba la cara con carbón y usaba un sombrero decorado con una flor de cayena. MARCIAL NIEVES Fue uno de los albañiles más confiables del poblado, cuya fama disfrutó; sin embargo, cuenta la tradición que trabajaba mejor cuando se “echaba unos palitos”. Habitaba en la Esquina de Cantarrana (Deleite c/c Paraíso). Murió en la ciudad de Maracay, estado Aragua ENCARNACION RIVERO: EL TARUGO DE LA CAIMANA. Nació en el barrio La Atascosa el 25 de Marzo de 1911, de la unión de Dominga Rivero y Pedro Regalado, un arriero que comerciaba con víveres. Desde niño se inició como ayudante de su padre en el trabajo de arriar bestias, el cual cambió más tarde por el ejercicio de la barbería y el comercio de santos y espejos, pero siempre reservaba un tiempito para otra de sus pasiones, las parrandas. Fue cantante de música criolla, integrante de las parrandas de aguinalderos y bailador de negros, fiesta que se celebraba el día de los Santos Inocentes. El año 1958, cuando frisaba los cincuenta años de edad, fabrica una burriquita con el fin de presentarle a Valle de la Pascua, durante las fiestas populares, esta hermosa diversión oriental. Esta burriquita, con cabeza fabricada por “El Gallito Vanezca”, miriñaque hecho por el propio “Tarugo de la Caimana” y vestido confeccionado por la esposa de este, la Sra. Cruz de Rivero, comenzó a recorrer las calles y barriadas de Valle de la Pascua, así como pueblos y caseríos vecinos. Por más de 30 años, la burriquita, el viejo pero sonoro cuatro, el hombre y sus versos, generalmente improvisados, se hicieron sentir y legaron a las generaciones futuras, esta hermosa tradición. Cuando lo visité, aquella tarde marcera, me improvisó esta copla que, a decir de su esposa, fue su última cosecha: Al doctor Pérez Guevara le quedan bien sus bigotes, y las muchachas lo quieren Pa` tenerlo de padrote. Sus versos han quedado grabados en la memoria del pueblo Oi só, oi só oi só, mi burrita, oi só Mi mujer es chiquitica porque la pasmó el verano pero tiene un quitasueño que no le cabe en la mano oi só, oi só oi só, mi burrita oi só Oi só, oi só oi só, mi burrita, oi só Las solteras son de oro y las viudas son de plata las casadas son de cobre y las viejas de hoja e’ lata oi só, oi só oi só, mi burrita oi só Oi só, oi só oi só, mi burrita, oi só No se que tiene la burra Pa’ sabé las mañas de ella El agua que a ella le gusta Tiene que ser de botella Oi só, oi só oi só, mi burrita, oi só Oi só, oi só oi só, mi burrita, oi só Esta burra que yo tengo La traje de La Atascosa Porque los hombres de allá Me la pusieron mañosa Oi só, oi só oi só, mi burrita, oi só El Tarugo de la Caimana, murió en Abril de 1997 en la Urbanización Las Garcitas, donde residía, pero dejó una bonita herencia, patrimonio cultural que otro coterráneo suyo, Claro Vilera, se ha dado a la tarea de perpetuar con el mismo ahínco, tesón, querencia y cariño con que lo hizo su creador en Valle de la Pascua, Encarnación Rivero. A raíz de su muerte y como un tributo al amigo que enalteció la cultura popular, compuse estas décimas: SE NOS MARCHO ENCARNACION Se nos murió Encarnación Rivero, el de La Caimana, nos legó pa’ divulgarla una oriental tradición. La que, con mucha pasión, difundió por Venezuela, donde dejaba una estela de cultura popular, y que hoy va a continuar el señor Claro Vilera. Un buen día en La Atascosa dio rienda libre a su ingenio, se buscó a un compañero y convenció a su esposa, y esas manos milagrosas comienzan su cometido: Doña Cruz, hace el vestido el miriñaque, Rivero, Vanezca, cual latonero le dió cabeza y sentido. Entre los tres construyeron la famosa burriquita. Estando ésta ya lista dejaron libre el tranquero, y sin pensarlo le dieron por camino la nación. Y ese día Encarnación la montó por vez primera, perdiéndose por Venezuela hombre, cuatro y versación. El Tarugo e’ La Caimana ayer temprano se alzó, y con él se fue el oi só aquel oi só que gustaba. Si la burra corcoveaba el oi só la hacía mansita, ese grito en Las Garcitas se enmudeció mi compay, cerril y que anda poray buscándolo la burriquita. TOMAS ALBERTO AREVALO MARQUEZ: CABILLA. Vallepascuense nacido en 1936 y residenciado en la Calle 19 de Abril, cuya manía consistía en amenazar a la gente mostrando el bíceps derecho al tomar el brazo por el codo, al tiempo que exclamaba: “Pura cabilla, ñero, pura cabilla”. Murió en 1993 en Calabozo, víctima de cirrosis hepática. MANUEL SALVADOR MARTINEZ: GALAVIS (RANCHO) Nativo de El Socorro. Se desempeñaba como limpiador de tumbas en el cementerio viejo de Valle de la Pascua. Tenía una úlcera incurable en una pierna, a la cual le aplicaba fósforos encendidos. Era amigo inseparable de un garrote con el que amenazaba a los muchachos que le gritaban: Rancho, Rancho, pero nunca llegó a agredir a alguien. Murió el año 1972 en el viejo cementerio donde pasaba buena parte del día. MARIA LA PREA: MARIA LA DEL M.O.P. Enajenada mental que andaba desnuda o casi desnuda por las calles del pueblo. Prácticamente vivía en las instalaciones del M.O.P., de allí su mote. Si encontraba las puertas de las casas abiertas, entraba y se adueñaba de ropas que luego ofrecía en venta, imitando a los comerciantes árabes. Para sacarla de las casas bastaba amenazarla con un baño de agua. CARMELO GARCIA: UNCIO Personaje muy popular que recorría las calles del pueblo vendiendo panes que cargaba en un saco colocado a su espalda. Su principal característica es la de ser muy salamero y al hablar reforzaba las palabras agregándoles el sufijo UNCIO, tales como: Buenuncio, borrachuncio, amiguncio. Cuentan en el pueblo que, un día, Uncio adquirió una bicicleta de reparto donde cargaba los panes y con la que auxiliaba a cuanto borrachito encontraba sentado o acostado en cualesquiera de las calles de la ciudad: a quienes preguntaba: ¿Qué pasa uncio? ¿Está borrachuncio?, y diciendo esto procedía a montarlo en el cajón de la bicicleta y se perdía, según dicen, para el cementerio viejo. La gente tomó esto en serio y cuando veían a alguien que estaba medio tono, le decían: Lo va a agarrar Uncio. - Seguruncio que va a parar al cementeruncio, y después no se haga el locuncio-. BELEN ALVAREZ: “EL NEGRO BELEN” Persona de gran jocosidad que dejó un amplio anecdotario. Tenía una bodega en la llamada esquina Las Tres Rosas, antes, El Crimen, en la intersección de la Av. Rómulo Gallegos con Deleite. En esa bodega, Belén vendía gran variedad de mercancía incluyendo licor que despachaba, cuando era por trago, en unas totumitas. LUIS ALFREDO CONTRERAS: MONITO Nació en Julio de 1.916 en el Caserío El Juajual, municipio Ribas. Desde temprana edad se radicó en Valle de la Pascua, donde dedicó su vida a la noble tarea de enseñar la ejecución de los instrumentos musicales: Cuatro, Mandolina y Violín. Las clases las daba a domicilio o en su hogar en la Urbanización Las Garcitas, hasta que, ya en avanzada edad, se estableció en la Casa de la Cultura Lorenzo Rubín Zamora donde organizó una estudiantina que dirigió hasta el momento de su muerte. Fueron muchos los Vallepascuenses que se iniciaron en el campo musical de la mano prodigiosa de este humilde maestro. JOSE MARIA MEJIAS: MARUSA Vallepascuense, del barrio El Zamuro donde nació el 28 de agosto de 1928. Es un “Toero” de la vida: pintor de brocha gorda, albañil, plomero, tapador de goteras, músico (toca arpa, cuatro, guitarra y maracas) y además, es destacado deportista en las disciplinas de béisbol y softbol, deporte este último que estuvo practicando hasta que sus condiciones físicas se lo permitieron. En referencia a él, se popularizó en el pueblo la expresión: ¡Qué maruzada! para referirse a una salida fuera de lugar como las que, cotidianamente, acostumbra José Mejías. Entre los instrumentos musicales que ejecuta muestra preferencia por el arpa, con la cual amenizó muchas fiestas familiares y populares. La de él se caracteriza porque tiene escrito, en un costado, el siguiente mensaje: SE COGEN GOTERAS A DOMICILIO, y en el otro lado, su dirección de habitación. Hoy ya no juega, casi no toca y está jubilado como entrenador deportivo en el Stadium Rosendo Segura. Vive en el barrio El Rosario en compañía de su numerosa familia. MAURICIO HERRERA: MAURICIOTE Natural del Caserío Jácome. Payador llanero de inicios de siglo, cuyo recuerdo vaga entre nosotros. Trabajó como peón en el fundo agropecuario Fajardo, propiedad de la familia Zamora y pasó a la historia regional por sus versos libres o blancos y coplas sin rima que parecen disparates, como las que exponemos a continuación, las cuales fueron recogidas por Raúl Campos en 1920. India por qué no eres blanca como la flor del caujaro, si sabes que por ti suspira el negro Mauricio Herrera. Ayer pasé por tu casa con una iguana en el hombro, y no pudiste decirme que carne tan güena llevas. Ayer pasé por tu casa y me azuzaste los perros, Si jueres a la sabana y jallas un güeso rullío, mañana güelvo a pasá pa’ ve si me muerden. no lo mires con desprecio que en un tiempo tuvo carne. Arriba de aquella loma puse mi sombrero e’ palma y relincha que relincha y las bestias no aparecen. Ayer pasé por tu casa con un piazo e’ papelón y no pudiste decirme ven pa’ jacete un guarapo. MARIA OROPEZA: LA GUERRILLERA Mujer diminuta, de andar rápido y vestimenta característica: jean, camisa a cuadros, correa de cuero y botines; cuyo tema era entrar a los distintos bancos de la localidad a reclamar altas sumas de dinero que decía tener allí depositadas. JUAN HERNANDEZ: CARICARE Compañero de parranda de Encarnación Rivero, el hombre de la burriquita. Solía disfrazarse de toro en las fiestas populares. Su mugir, en medio de las calles, era motivo de sustos y carreras para los más pequeños. JOSE RAMON RUIZ Nació en Santa María de Ipire en 1921. Se radicó en Valle de la Pascua, donde se ha desenvuelto como operador de maquinarias pesadas, fotógrafo y publicista, especialmente en el ramo del perifoneo, dejando escuchar su voz por todas las calles de la ciudad a través de varias unidades rodantes acondicionadas para tal fin. Hablar de publicidad ambulante anunciando, por ejemplo: turnos farmacéuticos, alguna defunción, misas, así como otros eventos de interés para el colectivo, es hablar de José Ramón Ruiz LAS GONZALITO Eran cuatro hermanas: Rosalía, Ernestina, Carmen Constanza y Josefa del Carmen González Zapata. Hijas de Don José Rafael González Mayz, quien se desempeñó como Jefe Civil del Municipio. Ninguna de ellas contrajo matrimonio y dedicaron su vida a la catequización, la educación y obras sociales, lo que les mereció el cariño y respeto de la gente del pueblo y caseríos circunvecinos. Las dos hermanas menores: Carmen Constanza, llamada cariñosamente “Tatá” y Josefa del Carmen, “Chichí”, sobrevivieron hasta los años de los sesenta y setenta, respectivamente, y estuvieron al frente de una escuelita en su casa de habitación, en la calle Retumbo donde enseñaban a leer y escribir con el famoso libro MANTILLA. RAMON ANTONIO ALVAREZ: “EL NEGRO MACHETE” Personaje muy popular en Valle de la Pascua, donde nació un día lluvioso y frío de agosto de 1926, en el sector Laguna Nueva. Llamaba la atención por lo estrafalario de su vestimenta, las medallas con cinta tricolor que colgaban de su cuello y los comerciales grabados en su chaqueta, además de uno que otro carnet de medios de comunicación social de la zona. Se desenvolvió en diversos campos, pero los más conocidos fueron la fotografía y el entrenamiento de la disciplina del boxeo, actividad deportiva que le dio grandes satisfacciones, al coronarse campeones, muchos de los boxeadores entrenados por él. Con gran rapidez recitaba los países visitados por Agustín Zamora, uno de sus pupilos, así como el round inicial de la pelea de este con José Aguilar en Cuba. Se desempeñó como entrenador ad honorem del Instituto Regional de Deportes (IRDEG). Murió en Valle de la Pascua el 15 de Julio de 2003. RODOLFO BOLIVAR. JOPO Este coterráneo estará siempre presente en el recuerdo de quienes lo conocimos por su peculiares características, tales como la manera de vestir: pantalón ancho a media pierna con tirantes y camisa por fuera, la cual masticaba constantemente, y por la costumbre de llamar “ñero” a todos sus semejantes. Su manía era pasear en carro, de ahí que pasaba el día pidiendo cola y yendo de un lugar a otro. Por cierto, que cuando inició operaciones el primer autobús que recorría la ruta urbana de la ciudad, el único pasajero que tenía fijo era, precisamente, Jopo, razón por la cual la empresa fracasó. Habitó en la calle El Descanso donde, con su media lengua, informaba a los vecinos los acontecimientos del día. A su muerte el poeta Vallepascuense, Víctor Vera Morales, le dedicó unos versos que publicó en su poemario: Parate pa’ que pelees, los que dejamos leer como un recuerdo para este personaje muy querido en la colectividad. Ayer se murió Jopo de mi pueblo se fue la tradición y como siempre acongojado y triste siento latir mi corazón Ayer se murió jopo de mi pueblo se fue la tradición y en el Camarín, mi madre cierra su portón y Magdalena de Rodríguez le da lágrimas a la flor y Mercedes de Montilla está haciendo como el tejedor Ayer... EMILIO GARCIA: PATARUCO. EL MANGORE CRIOLLO Individuo muy simpático cuya ocupación era la talabartería, labor que compartía con la guitarra, instrumento que ejecutaba muy bien, y con la que se acompañaba en las serenatas que, con frecuencia, ofrecía a las muchachas del pueblo. Era uno de los cantantes de la Publicidad Guárico. Murió ahogado en el Orinoco, en el Puerto de Cabruta. RAFAEL CORREA CASTRO: “EL LLANERO INQUIETO” Nativo del caserío Santo Domingo Requenero, porción de tierra perteneciente, para la época de su nacimiento, al Municipio Espino. Hombre formado en la dura brega del campo, acostumbrado a esas tareas desde el alba de sus primeros días donde, tal vez, la propia sabana inspiró su vena para cantarle a la llanura. Correa Castro es muy querido en su pueblo. Tiene una especial manera de cantar, que acompaña con peculiares movimientos que, inquietamente, hace cuando está en uso del micrófono, tal como subirse el pantalón con ambos antebrazos y algunos gestos de la cara que muchas veces arrancan sonrisas al público. Su manera de actuar me motivó a bautizarlo con el nombre artístico de “El Inquieto Guariqueño”. Así mismo, tiene Correa Castro un singular modo de saludar. Al preguntársele: -¿Cómo estás, Correa?, responde: Gracias, muchas gracias; y si la pregunta tiene que ver con su itinerario, dice: Por aquí, llanura mía. Es un seguidor de la canción y del estilo de Ángel Custodio Loyola, destacado exponente de la música criolla, forma de cantar que adoptó y plasmó en un CD que tituló: El engreído de la rompía. JOSE RAFAEL NAVAS: “EL NEGRO NAVAS” Este venezolano es muy popular en nuestra zona. Nativo de Ciudad Bolívar donde nació en el barrio “Perro Seco”. Hizo de Valle de la Pascua su patria chica, donde alternó su oficio de albañil con el canto recio y el contrapunteo. Fue premiado, después de varias participaciones, como el cantante más popular en el Festival “Panoja de Oro”. Grabó un CD, con letras de su autoría, cuyo titulo es Soy el propio Negro Navas. BENIGNO ARAY GONZALEZ Nació en Zaraza en 1916. Muy pequeño se trasladó a vivir a Valle de la Pascua y, en la calle 19 de Abril cruce con Leonardo Infante, estableció un negocio de venta de víveres donde vendía, también, chicharrones y tere tere, producto de los cochinos que él mataba. Era un hombre muy chistoso. Se cuenta que en una oportunidad, viajó a los EE.UU junto con Elio Velásquez y Donato Santaella. Al llegar al aeropuerto, donde se bajó con un paño en el cuello, se le acercó un joven y le dijo: Do you speak spanish?, a lo que Benigno respondió rápidamente: -si me pica el paño, le pico el mondongo. Murió el 23 de Abril de 1979. Estos son algunos de los personajes que le han dado calor y color a mi pueblo. Otros surgirán en el transcurrir de los días y habrá, por supuesto, otra crónica que recoja su andar, hacer y vivir. CAPITULO III VALOR, ORACION Y LUZ CAPITAN BARTOLO GONZALEZ Este valiente vallepascuense fue llamado “El Perreño” y nadie ha podido explicar, hasta ahora, el por qué de ese mote, pero en nuestra pequeña aldea de aquellos días gozó del cariño, respeto y admiración de sus habitantes por su valor, entusiasmo y temeridad, cualidades que demostraba cada vez que tenía oportunidad. Esto, aunado al amor por su patria, lo llevó a unirse al General Pedro Zaraza cuando escuchó la primera clarinada de libertad, lucha en la que se mantuvo hasta después de sellada la independencia de Venezuela. Muestra de su dimensión como guardián de la libertad, la dio este hombre de pueblo y humilde soldado, después de la sorpresa del Bajo Butaque, la que tuvo lugar la madrugada del 21 de Marzo de 1816, cuando el realista García Luna sorprendió al General Pedro Zaraza y su ejército, que estaban acampando en el paso El Butaque, cerca de Santa Rita de Manapire, a la espera de Julián Infante, de quien se había separado para despistar a sus perseguidores. García Luna derrotó a los patriotas, exterminó gran número de ellos e hizo prisioneros a unos pocos, a quienes condujo hasta la población de Espino. Entre estos se encontraba el Capitán Bartolo González a quien, según las narraciones recogidas por Don Miguel Méndez y publicadas por el Teniente Coronel Pedro Amaral Rodríguez en su libro “Rondón no ha Peleado”, mandó a matar. Al siguiente día, González fue llevado a la plaza del pueblo donde se le amarró y se hirió a machetazos, dejándolo allí tendido, en un charco de sangre, al darlo por muerto. Al cabo de unas horas, el Capitán González que sólo estaba inconsciente, volvió en sí y gateando, con gran esfuerzo, se dirigió a la iglesia ubicada, como era la costumbre de la época, al frente de la plaza. Como la puerta estaba abierta, González entró a la ermita, pero fue descubierto por los realistas que no se atrevieron a entrar al sagrado lugar. En ese recinto permaneció González hasta el día siguiente cuando, contando con la autorización de García Luna, fue trasladado, para su recuperación, a casa de una familia de aquel entorno y, posteriormente, fue llevado a Valle de la Pascua para su total restablecimiento. Recuperado plenamente de las profusas heridas que le produjeron los seguidores de García Luna, se reincorporó al ejército republicano. Cupo al Capitán Bartolo González el honor de mandar el escuadrón auxiliar que recibió, en el banco de Macanillal, camino hacia Iguana, al Coronel Juan José Rondón cuando, en Octubre de 1817, este tomó la decisión de abandonar las banderas del Rey y sumarse a la causa republicana. Este hecho fue rechazado por algunos soldados de la tropa de Rondón que molestos desertaron el mismo día del cambio, cuando se encontraban en el hato “La Barrosa”. Entre los desertores estaban: los Lamuño, Julián Rivero y el negro Enrique, llamado Enricote por su elevada estatura y fortaleza. Por cierto que este siniestro personaje, después de desertar, organizó una partida de asesinos y se dedicó a perseguir y matar salvajemente a los patriotas, pero el destino que siempre cobra el mal actuar, lo puso en el camino del Capitán González, quien lo encontró en el sitio denominado Juan Hilario, en jurisdicción del Municipio José Félix Ribas, donde vengó con la horca la sangre de sus connacionales y la renuncia al cambio de causa. El Capitán Bartolo González era un hombre sencillo, resuelto y, como un verdadero patriota, siempre llevaba prendida en su ser la llama de la tierra que lo vió nacer. En él, los vallepascuenses tuvimos, en la heroica cita, a un digno representante de nuestro gentilicio. Vivió y luchó por lo que quería: la libertad. CAPITAN JUAN ANTONIO MORONTA Da la impresión que una ráfaga de viento se llevó su nombre, porque para los jóvenes de hoy, Juan Antonio Moronta es simplemente un apelativo, uno más de los tantos que hay por aquí. La vida permitió que este humilde y campechano vallepascuense actuara en la gesta libertadora, recibiendo la oportunidad de entrar en la historia por la puerta grande pero, una vez que entró allí parece que su nombre se “congeló”; el injusto olvido lo cubrió. En el ayer quedaron aquellos días de gloria, de lucha por la ansiada libertad. Atrás existió una vida llena de sacrificios, de amor por la patria, de pleno desprendimiento, tanto que hasta la misma existencia involucró en su encomiable empeño. El Capitán de Caballería Juan Antonio Moronta fue uno de los muchos llaneros que, con el ímpetu y fuerza que da la juventud aunado a una elevada dosis de audacia y valentía, se sumó al movimiento independentista bajo las órdenes del General Pedro Zaraza, a quien acompañó en el Sitio y Batalla de La Pascua. La historia también recoge su participación en las batallas de: Aragua de Barcelona, Úrica, El Cucharo, Medrano, Fruta de Burro, El Butaque, La Hogaza, Chaguaramal de Perales, Quebrada Honda y Los Alacranes, entre otras. Don Lorenzo Zaraza lo describe como “Oficial de raza cruzada, zambo, musculoso, turbulento, amigo de pendencias, valiente y dado a entrometerse donde quiera”. Y Manuel Soto Arvelaiz dice que era “posiblemente liberto nacido de vientre esclavo”. Lo cierto es, que quizás sea Juan Antonio Moronta el soldado que más anécdotas protagonizó durante las guerras del alto llano, muchas de las cuales fueron narradas por Zaraza en su libro “La Independencia en el llano”. En 1815, habiendo llegado a Valle de la Pascua el Dr. Miguel Peña, quien andaba en la búsqueda del General Pedro Zaraza, se encontró, en la vía hacia Jácome, con Juan Antonio Moronta y su compañero Faustino Sánchez que estaban espiando la plaza, la cual había sido tomada por el realista García Luna. Peña los identificó como soldados patriotas y les pidió lo llevaran con ellos, solicitud a la que accedieron con cierto recelo. Al llegar a Iguana, donde Zaraza tenía su campamento, Moronta le dijo: “Mi General, aquí le traimos este fraire capuchino que dice que es dotol; él y que viene de muy lejo buscándolo, ¡pelelojo, que zamuro come bailando! Así de sencillo era Juan Antonio Moronta, un analfabeta pero de mucha sabiduría en el arte de la guerra y fidelidad para con sus amigos, sus jefes y la causa de emancipación, tal como lo demostró en la batalla de La Hogaza en 1817, donde salvó la vida del comandante José María Zamora, al llegar en el preciso momento que éste iba a ser ultimado. En ese instante, con la rapidez que ameritaba la ocasión, con fuerte voz le ordenó al soldado español: “¡Párate! para que veas como se lancea un pícaro”, orden que logró lo que necesitaba Moronta, un instante de vacilación por parte del efectivo realista quien vivió en carne propia y aprendió, aunque tarde para él, como se lanceaba a un contrario. El Capitán Moronta fue un gran admirador del Libertador a quien conoció de la manera más insospechada. En 1816, después de la batalla de Quebrada Honda, Moronta que estaba con su jefe Zaraza acampando en El Punche, se enteró que el Libertador había llegado a El Chaparro, lo que, dada la cercanía, despertó su deseo de conocer al jefe de los ejércitos patriotas. Bolívar, por su parte, al enterarse de la ubicación de Zaraza decidió acercarse a conversar con él, encontrándose en el camino con Moronta, a quien pidió lo llevara a donde estaba Zaraza. Moronta cumplió la misión sin saber que estaba guiando al padre de la patria, a quien, por su raída vestimenta y por cabalgar en una mula, no reconoció. A la llegada al campamento, Zaraza, al reconocer a Bolívar, ordenó de inmediato a su tropa adoptar la posición firme para rendirle honores al Libertador, y fue en ese momento cuando Moronta se enteró de la identidad del visitante. Dice la tradición, que este hecho fue narrado, en varias oportunidades, por el mismo Moronta. Se cuenta que, en 1818, el General Manuel Cedeño, Jefe del Ejército de Oriente, acampó en San Fernando de Cachicamo junto a Pedro Zaraza a quien pidió le facilitase un piquete de caballería y un oficial para que recolectara ganado y lo condujera hasta Angostura, misión que le fue asignada al capitán Moronta. Pedro Zaraza, a quien la tropa llamaba “el abuelo” según algunos por su edad, y otros por ser muy querendón y protector de su tropa, llamó a Moronta y le recomendó que no se dejara “chaparrear” por el General Cedeño, pues tenía fama de poseer mal carácter, de gustarle poner sobrenombres y castigar con su chaparro a los soldados. Al caer la tarde, después de un día de intensa faena, Moronta no quiso arriesgar su caballo, que se veía cansado, ante un toro que se había escapado de la madrina y estaba muy bravo y bien plantado, hecho que molestó a Cedeño por lo que se le encimó con amenazas y chaparro en mano dispuesto a “sobarlo”, ante lo cual el Capitán Moronta, recordando los consejos del “taita”, sacó su sable y se le enfrentó diciendo: “No deje caer el chaparro General porque hago con usted lo que no ha hecho ni Jesucristo: dos generales de un solo machetazo”. Cedeño al ver la resolución del negro, volteó grupas y se marchó a quejarse del comportamiento del subalterno, pero Zaraza, haciendo honor al sobrenombre que cariñosamente le había puesto la tropa, justificó la actitud de Moronta y lo protegió, aduciendo que era un hombre de decisiones arriesgadas y una gran disposición para la lucha. Otro incidente que muestra el carácter de Moronta fue protagonizado en Junio de 1831, cuando se realizaba en Valle de la Pascua la convención entre los Generales José Antonio Páez, por el gobierno, y José Tadeo Monagas, por la revolución, para negociar la paz. Allí se escenificó una trifulca entre Moronta y Gil Abad Palma, oficial de las tropas de Monagas, a quien aquel quería cobrarle unos comentarios negativos hechos acerca del General Zaraza y su tropa. Los soldados se enfrentaron en una pulpería ubicada en la esquina La Canastilla, en la calle Paraíso c/c González Padrón, donde los rebeldes estaban “echándose palos”. Moronta, en plena calle, le dio unos planazos al Capitán Gil Abad, lo que generó un conato de enfrentamiento entre los dos bandos que muy a tiempo fue controlado por la intervención del comandante Gabriel Álvarez, quien mandaba un escuadrón de caballería a las ordenes del General Julián Infante. Así era el Capitán Juan Antonio Moronta, un hombre nacido de las entrañas del pueblo, escenario donde moldeó, con firmeza, su comportamiento y donde desarrolló su patriotismo. GENERAL EMILIO AREVALO CEDEÑO ¡Viva la libertad! ¡Muera la tiranía! Con este grito emitido a todo pulmón, a las 8 de la noche del 19 de mayo de 1914, en la plaza de Cazorla, pequeña población al sur del estado Guárico, el General Emilio Arévalo Cedeño inició sus luchas por la libertad y en contra de la vergonzosa tiranía impuesta en Venezuela por Juan Vicente Gómez. Emilio Arévalo Cedeño, llanero de gran fama por la tenaz resistencia opuesta a la dictadura gomecista, nació el 2 de diciembre de 1882 en Valle de la Pascua. Se dice que fue en la calle Real de la ciudad, donde también vivió varios años de su existencia. Era hijo del General Pedro Arévalo Oropeza, soldado liberal de la guerra federal y de Doña Dionisia Cedeño, bisnieta del General Manuel Cedeño, el Bravo de los bravos de Colombia. Estos ascendientes le transmitieron al inquieto Emilio el valor suficiente y el espíritu revolucionario y patriótico indispensable para mantenerse, por más de 20 años, en pie de lucha contra un gobierno dictatorial, cuyo dominio se hacía sentir en todos los órdenes de la vida nacional. Un régimen despótico signado por hechos de muerte, torturas, sangre, cárceles, miedo, atraso y privación de derechos ciudadanos, cuyas garras sintió Arévalo Cedeño en carne propia, en 1913, cuando intentaba vender, en el estado Apure, una madrina de caballos, la cual, irremediablemente, debió entregar al jefe del monopolio gomero que cerraba el cerco impidiendo el libre comercio. Lo sucedido en Apure, en San Juan de Payara, despertó la innata rebeldía de Arévalo quien, después de jurar hacer la guerra al bárbaro sistema, se enfrentó al entorno tejiendo una red de hazañas, casi novelescas, a todo lo largo y ancho de nuestras pampas, así como de la inescrutable selva guayanesa, peregrinaje en el que recibió muestras de aprecio y apoyo popular que le permitieron burlar el acoso del gobierno, al no darle la oportunidad de hacerlo prisionero, a pesar de la continua persecución de que era objeto. Después del pronunciamiento de 1914, el sagaz guerrero encabezó, desde la vecina República de Colombia, 6 invasiones a Venezuela en los años: 1915, 1920, 1921, 1924,1929 y 1931. En la llamada Campaña de Río Negro, iniciada el 31 de diciembre de 1920, se mantuvo 27 días navegando en las aguas de los ríos: Casanare, Meta y Orinoco y logró capturar al terrible Tomás Funes, quien tenía su cuartel en San Fernando de Atabapo, la antigua MARACOA, y para la fecha capital del Territorio Federal Amazonas, desde donde controlaba el tráfico de caucho de la región. Tomás Funes fue apresado, juzgado y condenado a muerte. Fue fusilado en la plaza pública del pueblo, el 30 de enero de 1921, pagando con su vida los 480 asesinatos que la conseja le atribuye, así como el haber hecho de Río Negro su feudo particular. El éxito de Río Negro, aplaudido por el Orinoco, el Guaviare y el negro Atabapo, que forman dorada estrella de agua en el corazón de la selva, impulsó al General Arévalo Cedeño a continuar sus arduas luchas, en las cuales contó, básicamente, con dos elementos adversos: primeramente, el hecho de realizar una lucha aislada contra un gobierno compacto, pues no hubo unión ni apoyo de otros grupos alzados, aunado al temor que las comunidades sentían por Gómez; y por otra parte, las leyendas que sobre este personaje circulaban de boca en boca. Así, lo que pudo ser una revolución de impacto nacional que acabara con la dictadura, sólo se quedó en guerrillas aisladas. En 1936, acaecida la muerte de Gómez y exaltado al poder el General Eleazar López Contreras; Arévalo Cedeño, que se encontraba en Nueva York, regresó a Venezuela y aceptó la presidencia del estado Guárico, donde demostró su honestidad y preocupación por las comunidades. Promovió la creación de hospitales y escuelas, entre las que se cuenta el Liceo Juan Germán Roscio, de San Juan de los Morros; impulsó el transporte de ganado en camiones, sustituyendo el arreo; sembró molinos de viento en las sabanas guariqueñas; construyó vías de penetración y estimuló el establecimiento de centros culturales, entre otras obras. A su salida del gobierno regional, totalmente pobre, regresó a su lar nativo donde deambuló por sus calles, hasta el día de su muerte, acaecida en el Hospital Juan Santiago Guasco el 20 de mayo de 1965, cuando contaba 84 años de edad. Las causas de su deceso fueron: bronconeumonía e insuficiencia respiratoria. La imagen del General Emilio Arévalo Cedeño, un hombre pequeño de estatura, pero grande en tenacidad y en la lucha por sus ideales, mora en el recuerdo de todos los vallepascuenses que saben apreciar cualquier gesto que involucre libertad de acción y pensamiento. Por ello acogieron con beneplácito el reconocimiento póstumo que se le hizo al bautizar con su nombre el parque ferial de la ciudad. En su autobiografía: “El Libro de mis luchas”, relata todos los padecimientos, angustias y privaciones que hubo de encarar en la búsqueda de un sistema democrático para su país. GENERAL JOSE MARIA ZAMORA En mi lar nativo, Valle de la Pascua, donde viví parte de mi niñez, y en la esquina Alto de la Laguna, en la calle Real c/c Avenida Libertador, hay un parque infantil llamado Parque Zamora donde las familias, siguiendo la moda, generalmente celebran los cumpleaños de sus pequeños, que corren y retozan sin advertir en el busto que, sobre un pedestal y sin ninguna escritura que lo identifique, se encuentra en el lugar. Y quizás si lo mirasen no les diría nada, o tal vez se preguntarían: ¿Quién será ese señor? Ese busto es la imagen del General José María Zamora, prócer independentista que testimonia nuestra presencia en la gesta emancipadora, en la guerra federal, en la historia grande. Zamora era nativo de Valle de la Pascua, donde nació el 20 de octubre de 1794, descendiente de los primeros pobladores de la Villa, pero se hizo orituqueño por adopción, fijando su residencia, desde 1821, en San Rafael de Orituco donde se casó con la señora Josefa Antonia Pedrique dama caritativa y de gran religiosidad, virtudes que puso de manifiesto en muchas oportunidades, tal como lo testimonia Adolfo A. Machado en su obra “Apuntaciones para la Historia” donde narra que Doña Josefa mandó a fabricar una llave para el sagrario de la Iglesia de San Rafael, con unos cochanos (oro) que le regaló el Sargento Moreno, quien se dedicó, después de lograda la independencia, al contrabando de oro con pueblos del estado Miranda, especialmente Barlovento. El General Zamora fue un hombre de comprobado coraje, valor y decisión que al lado del General Pedro Zaraza, jefe nato de la llanura central, contribuyó, igual que tantos patriotas llaneros, a lograr uno de los dones más preciados del hombre: la libertad. Con el batallón “Rompe líneas” sembraron, con fuerza indomable, el terror en los enemigos. El año 1814 estuvo presente en el sitio de Valle de la Pascua impuesto a los patriotas, durante cuatro días, por el realista Bartolomé Martínez a fin de rendirles por el hambre y la sed; y en la posterior batalla librada, el 25 de Mayo de ese año, en el alto de la laguna de La Vigía, de la cual salieron victoriosos gracias a la oportuna intervención del General Manuel Piar. Posteriormente, lucha en Aragua de Barcelona, Maturín y en la desastrosa batalla de Úrica, a finales de ese año, batalla donde se canceló el segundo período republicano y murió el Asturiano José Tomás Boves. Una vez perdida la segunda república, Zaraza con un puñado de hombres entre los que se contaban Zamora, Julián y Leonardo Infante, los Belisario, Cándido Salas, Cayetano Gabante, Mauricio Zamora y otros, sostuvo junto con José Tadeo Monagas, la resistencia republicana en el alto llano, involucrándose en guerrillas y escaramuzas en franca rebeldía contra los reveses de la fortuna. Así, con firmeza y voluntad de independencia, los patriotas del alto llano y entre ellos José María Zamora, apoyaron al General Mac-Gregor en la llamada retirada de los 600, marcha que los llevó a San Diego de Cabrutica donde, siguiendo instrucciones del Libertador y respetando su lealtad, eligieron como jefe del ejército a José Tadeo Monagas y segundo, a Pedro Zaraza, hecho que les dio cohesión y les permitió triunfar, el 6 de septiembre de 1816, en la batalla de “Los Alacranes”, un poco al sur de Santa Cruz de Unare, librada contra el Coronel realista Rafael López. En esta contienda Zamora saboreó el éxito en el ala izquierda, mientras Zaraza lo hacía en la derecha, logrando abrir el camino hacia Barcelona, la heroica Margarita, y de hecho la toma de Guayana. Su actuación en este combate le ganó elogios por parte del General Gregor Mac Gregor. Fueron muchos los combates en los que participó activamente José María Zamora, durmiendo a la intemperie, comiendo poco e imponiendo respeto y temor a punta de lanza, como en la batalla de La Hogaza, 2 de diciembre de 1817, hato contiguo al caserío La Unión, donde estuvo a punto de perder la vida cuando, después del desastre y ya en retirada, le fue confiada, junto al Coronel Juan José Rondón que por primera vez peleaba bajo las banderas patriotas, la protección de un grupo de infantería, cometido que lograron con éxito; pero durante la marcha el caballo de Zamora, debido a la gran actividad de ese día, se cansó y en uno de los frentes dado a los realistas que los perseguían quedó rezagado, circunstancia que aprovechó un soldado del Rey para atacarlo a mansalva, hiriéndolo en la espalda de un lanzazo. Fue su paisano, el oficial de caballería, Juan Antonio Moronta, llamado “El negro Moronta”, quien lo salvó de morir en esa oportunidad. Sin embargo, a pesar de ser La Hogaza aciaga para los republicanos, el Mariscal Miguel de la Torre no dejó de espantarse de sus cargas. Por su actuación en esta batalla, el Libertador Bolívar reconoció al General José María Zamora: “Intrepidez, patriotismo e infatigable constancia”. El valor de nuestro prócer se puso de manifiesto además en Manapire, La Cabrera y Maracay. Llegó a compartir campos de lucha con Simón Bolívar, como lo hizo en la batalla de Semen, el 16 de marzo de 1818, donde recibió el grado de Coronel efectivo por parte del Libertador, quien al imponerle el ascenso lo llamó “esforzado y valiente oficial” y lo premió con su confianza, demostrada al hacerlo portador de un gran lote de material de guerra para el General Pedro Zaraza y al autorizarlo para que vendiera mulas, libres de derecho, con el fin de obtener recursos para la adquisición de ropas, algunos enseres y uniformes. En 1819, Zamora fue invitado a participar en el célebre Congreso de Angostura como Diputado por la Provincia de Caracas, honor que rechazó por considerarse hombre de poca ilustración y por ende incapaz de asumir como legislador los destinos del país. En julio de 1821, después de la batalla de Carabobo, el entonces Coronel José María Zamora investido con el carácter de Comandante militar y pacificador del Alto Llano, ocupó la región de Orituco en nombre del gobierno republicano inaugurado en Caracas, y le dio a la región la primera organización civil, al tiempo que nombró Juez Político al Comandante Julián Infante. Su actuación le mereció una espada de oro que fue ordenada por el Congreso de la republica. En 1830 acompaña al Libertador a Santa Marta, Colombia. El General Zamora dirigió, en 1833, la Campaña de Pacificación del Alto Llano que culminó con la captura del Coronel Cayetano Gabante. Tres años después es ascendido a General de Brigada, grado con el que estuvo al frente de la Comandancia de Armas de Carabobo (1837) y, por espacio de siete años (1840-1847) de la de Caracas, lapso en que debió enfrentar, defendiendo al gobierno y acompañado del también Vallepascuense José María Rubín, al primer movimiento revolucionario liberal acaudillado por los guerrilleros: Juan Celestino Centeno y Doroteo Herrera, a quienes venció, definitivamente, en el sitio de Oruz, en Lezama de Orituco, el 8 de noviembre de 1844. En 1858, secundó la revolución comandada por Julián Castro y participó en la guerra federal del lado de los centralistas, siendo triunfador junto con Rubín, Rito Belisario y Juan de Dios Castillo en la batalla de Chaguaramas, librada el 3 de Abril de 1862, contra las tropas de Miguel Sotillo. Participó, también, en la Batalla de Coplé (17 de febrero de 1860) y en La Cureña (11 de abril de 1861) entre otras. Ya próximo a cumplir setenta años, y después de haber prestado grandes servicios a la patria y ostentando el grado militar de General en Jefe dejó de existir en la ciudad de Caracas, el 11 de febrero de 1864. Este benemérito patriota, dejó a sus hijos el hato Apamate, colindante con el caserío Mamonal de Orituco, el cual había pertenecido a Don Vicente Espejo y en donde trabajó, como encargado y mayordomo antes de abrazar las armas de la patria, el General Pedro Zaraza El General José María Zamora, militar y político vallepascuense, quien puso su vida al servicio de la patria, es ese que, en el parque bautizado con su nombre, nos sigue mirando al pasar, quizás esperando de nosotros, sus coterráneos, que abonemos las semillas de buenos ejemplos que él y otros libertadores dejaron plantadas para que, una vez recogidos los frutos, poblemos con esas simientes el fértil suelo que un día nos vió nacer. Busto del General José María Zamora GENERAL MAURICIO ZAMORA Muy joven sintió el llamado de la patria y le respondió con toda la profundidad de sus sentimientos, con todo su ardor para la lucha y amor por su tierra. El General Mauricio Zamora fue un hijo de Valle de la Pascua que dejó huellas en todo el alto llano, al abrazar con ímpetu y valentía la causa independentista. En 1813 forma parte del célebre batallón ROMPE LINEAS, ejército que comandaba un coterráneo suyo, el General Pedro Zaraza. Con él participa en el combate de Espino contra el realista Nogales; en el sitio y batalla de La Pascua, contra el comandante Bartolomé Martínez; en Tucupido, contra el comandante Lorenzo Figueroa (Barrajola); al lado del Libertador, en Aragua de Barcelona, contra el Coronel Francisco Tomás Morales; en Maturín, contra el mismo Morales y en la célebre batalla de Úrica, donde por su arrojo salvó la vida al General Pedro Zaraza. Se cuenta que en la cruenta batalla de Úrica, Pedro Zaraza, cercado junto con sus oficiales, asumió la retaguardia de su caballería para salvarla de una derrota total, pero al paso de un morichal, cuando su caballo mortalmente herido le cayó encima, estuvo a punto de perecer en manos de los realistas, final que evitó Zamora al ofrecerle, en el justo momento, un caballo ensillado que minutos antes había arrebatado al enemigo. Zaraza supo agradecerle la acción y lo ascendió a Alférez de Caballería, grado con el cual comandó, a partir de 1815 una de las guerrillas que tenía como mandato expreso conseguir armas y otros implementos de guerra para las fuerzas patriotas. Su teatro de operaciones era las riberas del río Cucharo desde el paso de Chaparralito y abarcaba el camino de Chaguaramal de Perales, para El Socorro, Espino, Santa Rita y Cabruta hasta el paso de Limoncito. Fue protagonista en la batalla de La Hogaza (1817) y en la Campaña del Centro (1818), para luego comandar un contingente de la fuerza de la Plaza de Angostura, misión de la que desistió por no encontrarse a gusto en esas funciones, pues era hombre formado en las guerrillas a campo abierto. No sabía de reposo, por ello agradeció cuando el General Pedro Zaraza, su antiguo jefe, lo recibió, protegió y le asignó la misión de perseguir a los bandidos al sur de Valle de La Pascua y Chaguaramas, que constantemente estaban atropellando a las familias patriotas. Posteriormente, en 1822, con el grado de Capitán Efectivo participó comandando uno de los escuadrones de caballería en la campaña de Los Güires contra los realistas Doroteo Herrera, Centeno, Ramirote, Machillanda y los indios Guaiparos y, en esas funciones militares estuvo hasta 1830, cuando pasó a retiro. Sin embargo, después de cinco años, la nostalgia y el amor a la patria lo hacen regresar al servicio de las armas, reiniciándose en Barinas, para luego volver a su antiguo territorio y dejar huella en Bejuquero, Gingibral de Unare, Onoto, El Chaparral, Corocito y junto con el también vallepascuense General José María Zamora, en la Cureña y Chaguaramas. El General en Jefe, José Antonio Páez, lo ascendió a General de División como reconocimiento a los servicios prestados a Venezuela, grado que ofrendó a la tierra que lo vió nacer y posteriormente morir, un 27 de enero del año 1869. El nombre del General Mauricio Zamora; quien se casó en Titirijí, caserío del municipio José Félix Ribas, con la señorita Juana Rodríguez, ya no se escucha en estos predios. Sus pisadas se borraron y no hay ni una calle, ni un parque ni nada que muestre la inmensa gratitud que se debe tener por este hombre valiente que consumió su existencia en pro de la libertad, llegando a convertirse en héroe de la independencia. Aunque su nombre no alumbre las primeras posiciones de la epopeya libertadora, siempre estuvo entre los héroes de la resistencia al dominio español. LUIS ADOLFO MELO Cuando el Concejo del municipio Leonardo Infante acordó darle el nombre de Luis Adolfo Melo a la Zona Industrial de Valle de la Pascua, construida por el gobierno regional y ubicada al suroeste de la ciudad, estaba, justamente, reconociendo la obra y enalteciendo el nombre de un guariqueño, “vallemetido”, que, con talento indiscutible, abrió el campo empresarial de un pueblo que, en ese momento, carecía de los más elementales servicios. La vida de Don Luis Adolfo Melo fue un duro batallar por el progreso de su segunda patria chica. Llegó a Valle de la Pascua en 1919, proveniente de Altagracia de Orituco donde había nacido en los albores del siglo XX, en 1905, año centenario del célebre juramento en el Monte Sacro, donde el joven Bolívar y su maestro Simón Rodríguez prometieron no descansar hasta liberar a su patria. Melo también parece haberse jurado trabajar arduamente por el desarrollo económico del lar que un día le abrió los brazos y le dio cobijo. Se inició como barrendero y lavador de botellas en la Farmacia Marcano, la cual con el tiempo llegó a ser de su propiedad. Esta actividad comercial la compartía con el quehacer periodístico, siendo uno de sus pioneros en Valle de la Pascua. Fundó varios periódicos de circulación ocasional, tales como Santos Luzardo, La Idea, La Balanza y Deportes, en los que emitía opiniones acerca del quehacer regional, las que lo llevarían a sufrir encarcelamiento, durante la dictadura de Juan Vicente Gómez. Analizando la obra de Luis Adolfo Melo y el entorno social donde le tocó desenvolverse, llegamos a la conclusión de que él fue un hombre - símbolo, una figura progresista, un pionero del desarrollo, un visionario admirable o como expresara el Dr. Rafael Ledezma Martínez en un discurso pronunciado ante la Cámara de Comercio (1989): “Baquiano del rumbo y cabestrero del esfuerzo y del desarrollo colectivo”. La obra del viejo Melo, como cariñosamente se le llamaba, alcanzó alta jerarquía. Junto con otras personalidades gestionó la instalación, en Valle de la Pascua, de la primera entidad bancaria comercial, como fue el Banco de Fomento Regional de Oriente, de la cual fue gerente; fundó, junto con Simón Zamora Hernández, la Compañía de Teléfonos del Oriente del Guárico, que por la cantidad de veinte bolívares y usando los teléfonos “de manillita” permitía la comunicación entre los habitantes del pueblo y, más tarde, con las vecinas poblaciones de Tucupido y Las Mercedes del Llano; estableció la Compañía Anónima de Electricidad La Pascua (CAELP) con capital público y privado, la que vino a dar un toque de modernismo a aquella aldea que se alumbraba con velas o lámparas de carburo, kerosén o gas-oil; fue pionero de la radiodifusión al crear la Publicidad Guárico, especie de estación radioeléctrica que al declinar el sol, iniciaba sus actividades llevando música en vivo o grabada, además de los comerciales publicitarios, a las familias que acostumbraban sentarse a las puertas de sus hogares, donde se formaban entretenidas tertulias hasta bien entrada la noche; y estableció, también, la “Tipografía Guariqueña”, ubicada en la calle González Padrón de la ciudad. Melo fue un autodidacta, polifacético, a quien las dificultades no le inhibían, sino que, por el contrario, le motivaban e impelían hacia la búsqueda de mejoras para su colectivo, fuerza ésta que lo llevó a aceptar una concejalía en la municipalidad de Infante, así como un curul en la Asamblea Legislativa del estado Guárico. En todas las actividades que significaban avance para el pueblo, allí estaba la figura amigable del viejo Melo prestando su concurso, viajando, estableciendo relaciones o buscando soluciones. Así lo encontramos integrando las comisiones para gestionar la construcción de la represa El Corozo, del Aeropuerto Las Garcitas y para el establecimiento de la Embotelladora Guárico, empresa que representó una fuente de trabajo para los moradores. El 28 de mayo de 1954 se anotó otro éxito al fundar la Cámara de Comercio del Distrito Infante y fue el primer presidente de la institución que capitaneó el logro de importantes mejoras para la comunidad. Dicha Cámara fue reorganizada en 1964 por iniciativa del mismo Melo, después de un silencio impuesto por el gobierno dictatorial de Marcos Pérez Jiménez e inició una marcha indetenible que la ha llevado a convertirse en motor del desarrollo regional. El 4 de Junio de 1979, Luis Adolfo Melo, árbol erguido en un tiempo polvoriento y difícil, dejó de darle sombra a su familia, a la villa que tanto quiso y por la que tanto hizo. Ese oscuro día se fue y dejó, con su esposa Ana Isabel Jiménez, una herencia de tres hijos: Luis Fernando Melo, doctor en Farmacia y actual cronista de la ciudad, Gonzalo y León, Ingeniero Civil y Arquitecto, respectivamente. En 1989, con motivo de la celebración de los 35 años de la Cámara de Comercio del Municipio Infante, se impuso por primera vez la Orden Luis Adolfo Melo como homenaje al quijote del progreso vallepascuense, al padre de la organización que ha contribuido, decidida y eficientemente, a la consolidación de la región como una de las más pujantes. Valle de la Pascua, convertida hoy en polo de desarrollo agropecuario, guarda en su memoria la imagen de Luis Adolfo Melo, hombre de pueblo, campechano, humilde y trabajador afanoso a tiempo completo. Por ello a pesar del cambio de denominación de la zona industrial bautizada con su nombre, a Parque Industrial Libertador, los habitantes de La Princesa del Guárico continúan llamándola con su primigenia designación. Luis Adolfo Melo LUISA JULIETA HERNANDEZ Hace tiempo conversé con la maestra Luisa Julieta Hernández Barrios, una agradable, fina y educada dama, a quien me pareció conocer de toda la vida. La comunidad pascuense la consideraba como de su propiedad, pieza de su patrimonio, parte del pueblo, el cual se sentía orgulloso de su fructífera vida y de su prestigio de mujer honesta y educadora a tiempo completo, que supo canalizar las ideas y pensamientos de la juventud vallepascuense en una época donde apenas comenzaban a establecerse las primeras escuelas oficiales para los estudios sistematizados. La visité en su casa, ubicada en la calle González Padrón cruce con Descanso; una vivienda de amplios corredores y antigua puerta de grandes aldabones que, por ser de madera fina, se mantenía incólume ante el largo tiempo que le tocó vivir. En esa misma casona, donde los recuerdos se mecían pasivamente en una docena de chinchorros que colgaban resignados a la espera de algún visitante para sentir su contacto, y cuyos laterales estaban adornados con hermosos helechos, que tejían una especie de verde cortina que nos hizo sentir la frescura y bondad de la madre naturaleza, allí nació Luisa Julieta. Nació con el siglo XX, el 15 de marzo de 1900, y en ese mismo espacio, como árbol vencedor de mil tormentas. Enseñaba a través de su ejemplo y su palabra fluida, en la que pude apreciar cierta nota de melancolía, especialmente cuando se refería al pasado local, a la vida grata y sencilla del terruño, a los días aquellos cuando el maestro era un verdadero líder, querido y respetado en su comunidad, al ocaso taciturno cuando los faroleros daban iluminación a la placita Bolívar, época romanticona y bien distante a la que se vive hoy. La señorita Luisa Julieta, como la llamaban en el pueblo, era una mujer menuda, de finos rasgos, bien conservados, de cabello grisáceo y mirada atenta e inquisidora. Desde niña dio muestras de su vocación docente al desempeñarse como auxiliar de Doña Julita Barrios de Hernández, su madre, en la escuela para niños que ésta atendía en su propio hogar, labor que supo de la dedicación de la jovencita al tiempo que se preparaba para la misión que más tarde desempeñaría con mucha prestancia y mística. Inició su apostolado en 1928 al asumir el cargo de Maestra Nro.1 en la Escuela Federal Graduada Lazo Martí, continuando, luego, en la escuela unitaria de Jácome así como en las escuelas: Leonardo Infante, Francisco Salias, Rafael González Udis y en el liceo José Gil Fortoul, al igual que en los centros educativos nocturnos: Leoncio Martínez y Carlos José Bello donde, con innata disposición para la enseñanza, abrió una nueva dimensión al conocimiento y creó una sólida conciencia patria. En 1955, al cumplir 27 años al servicio de la educación, le fue concedida la jubilación después de recibir muestras de cariño, respeto y aprecio por parte de ex alumnos, representantes, instituciones y fuerzas vivas que hacían vida activa en la ciudad, las mismas que habían participado en la celebración de las bodas de plata profesionales de la noble y generosa educadora que supo ser bálsamo para los afligidos y torrente de luz para los que acudían a esa fuente a nutrirse del más caro conocimiento. Fue una visita corta, pero por demás agradable y encantadora. Aquella dama, muestra de la pura esencia del pueblo, me retrató con sencilla devoción, a través de su amena plática, retazos del pasado del poblado, viejos recuerdos, espléndido tesoro de la geografía espiritual de mi Princesa. Al despedirme, también lo hice de su hija putativa, Gladis Hernández, la eterna reina de los vallepascuenses, poseedora del mismo espíritu de jovialidad y coquetería que la hizo muy popular en sus días juveniles y de mocedad. A su lado, Celso Belisario el “Lame lanza de Chaguaramas”, el hombre de la casa; y de la taciturna, pero atenta, María Anare. Estaba avanzada la tarde cuando salí. Les dije ¡hasta pronto! con la satisfacción de haber conocido a una familia sencilla y apacible, y disfrutado de su cálida conversación en un ambiente donde parecía que el tiempo se había detenido en los multicolores chinchorros, en el verdor del materío, en la enramada del patio central y en el inmenso retrato del Dr. Rafael Caldera que dominaba una de las paredes del caserón. Me prometí volver. Cumplí con mi promesa de volver; pero ahora lo hice para darle el último adiós a quien consideré un ejemplo de dignidad. Luisa Julieta Hernández Barrios falleció el 28 de marzo de 1998. MONSEÑOR CHACIN SOTO RAFAEL ANGEL Aún retumban en mis oídos aquellas cinco palabras que me sobresaltaron y le llevaron tristeza a mi corazón: “EL PADRE CHACIN HA MUERTO”. Las emisoras locales difundieron, rápidamente, la noticia. Los periódicos, por su parte, reseñaron la crónica y publicaron acuerdos, entre ellos uno del Congreso de la República. Me dolía pensar que un roble de tanta firmeza y con tan profundas raíces desapareciera de la faz de la tierra. Hasta en sus últimos momentos mostró su fuerte personalidad y su develado amor por la libertad, de lo que dejó constancia al enfrentarse con valentía a la dictadura de Pérez Jiménez, sin importarle las sanciones impuestas. Pudiera ser coincidente, pero escogió como día para emprender su viaje a la eternidad, el 19 de abril, fecha de profunda significación en la independencia venezolana. Monseñor Doctor Rafael Ángel Chacín Soto, llamado cariñosamente Padre Chacín, era un hombre alto, de contextura robusta y fuerte, de mucha energía y voz clara que se imponía sobre las demás; destacaba en su rostro la mirada penetrante y cejas pobladas. Había nacido en Sabana de Mendoza, pueblo apacible de profundas y arraigadas costumbres católicas del estado Trujillo, el 10 de febrero de 1910, año centenario de aquel primer paso en la gesta emancipadora, en el hogar formado por Don Reinaldo Chacín y Doña Mercedes Soto. Después de realizar estudios en Valera, Maracaibo y Mérida, inició los eclesiásticos en el Seminario de Caracas y luego en Pamplona (Colombia), para coronar con éxito en las Universidades de Lovaina (Bélgica), Pontificia Gregoriana y Pontificium Instituto Angelicum (Roma); y la del Sacro-Cuore, (Milán). Su misión religiosa la cumplió en Pampán, estado Trujillo; Barinas, estado Barinas; Altagracia de Orituco, estado Guárico, donde llegó en 1942 y, finalmente, en 1958, en Valle de la Pascua, la Princesa Guariqueña donde una vez dijo: “DE AQUI ME SACARAN MUERTO”. Si tomamos esta expresión en sentido Strictu Sensu llegamos a la conclusión de que no se cumplió su deseo, porque ni muerto salió de Valle de la Pascua, ya que sus restos reposan en la Catedral Nuestra Señora de la Candelaria, en el lugar donde nos dejó escuchar su palabra llena fe y de sinceridad, donde recibimos, muchas veces, el consejo necesario, el aliento hecho palabra y la infaltable llamada de atención, si era el caso. Valle de la Pascua fue su patria chica adoptiva. El era un “Vallemetido” según sus propias palabras, expresión que hoy día se aplica a todas las personas venidas de otros lugares y que se arraigan en esta tierra. Nuestra ciudad se ganó a este andino, que se convirtió en piedra angular para su desarrollo, sobre todo, de la vida cultural. El Padre Chacín dejó a los vallepascuenses un hermoso legado, que le avala vida eterna. El jamás morirá: ¡aunque lo olviden, vive en sus obras!. Fue un verdadero maestro: desarrolló actividades pastorales, docentes, sociales, deportivas, musicales, de investigación histórica, y una amplia gama en otras ramas del saber humano. Como pastor hizo acrecentar la fe e impuso disciplina entre los fieles, llegando, en varias oportunidades, a ordenar a determinadas personas retirarse de la iglesia por no asumir comportamientos cónsonos con la santidad del lugar. Adaptó su misión de sacerdote al momento y a las necesidades del medio donde le tocó vivir, lo que le ganó gran respeto en la comunidad, así como fama de cura moderno. Como trabajador social, su obra fructifica al norte de Valle de la Pascua, en el sector La Concordia. Allí están las llamadas “Casitas del cura”, una urbanización que hizo edificar y en la que, incluso, prestó sus manos para el duro trabajo de la construcción, a fin de proporcionar hogares decentes a familias desposeídas, a quienes también suministró comida, medicinas y consuelo. Estos inmuebles, construidos a comienzos de la década de los sesenta, iniciaron el poblamiento del sector. Era un grupo de 20 casas distribuidas en apenas tres calles horizontales y una vertical, que fueron habitadas, entre otros, por: Pedro Ortega, Juan Guarirapa, Sebastián Gómez, Saulón Blanco, Pedro Belisario, Juan Rodríguez, Manuel Ruiz, Juan González, Luis Pérez, Juan Álvarez y Alfredo Ramón Tademo. En el campo educativo, Monseñor Rafael Chacín Soto pervive en el recuerdo de todos cuantos fueron sus alumnos en las escuelas de educación normal: Monseñor Álvarez, Simón Bolívar y Nuestra Señora del Valle; en el liceo José Gil Fortoul, donde enseñaba: Filosofía, Psicología y Literatura; en el Instituto Universitario de Tecnología de los Llanos, donde regentó las cátedras de: Lenguaje y Comunicación, y Lógica y Matemáticas; y en su sueño hecho realidad, el colegio militarizado Juan Germán Roscio. En todos ellos sembró y contagió a sus alumnos el deseo de saber y de enseñar. Aplicó una pedagogía muy propia que hacía la clase amena y vivaz: gestos, comentarios, preguntas, repreguntas, acciones y su diálogo encendido y apasionado, que no permitía la dispersión de atención. En una ocasión, estaba el Padre Chacín dando clase en el liceo José Gil Fortoul y un alumno entró retardado al aula. El Padre, muy circunspecto, después de permitirle el paso, le dijo: “OIGA, EL QUE VA A TRABAJAR CAGA TEMPRANO”. El muchacho sorprendido pregunta: ¿Cómo?, y el padre repitió: “El que va a trabajar caga temprano”. Como es lógico, todos rieron la ocurrencia del padre, y el alumno no volvió a llegar tarde, por lo menos a la clase de Monseñor. Otras veces, al hacer una pregunta sorpresiva y no recibir repuesta o no ser ésta satisfactoria, el padre se levantaba la sotana, tomaba en su mano una parte doblada de ella, y simulando una estatuilla, hacía como que se la entregaba al interrogado, diciendo: TE LA GANASTE, lo que generaba risas en el alumnado y vergüenza en el aludido. Nadie quería ganarse tal premio, por lo que todos estudiaban diariamente las materias que él dictaba. Así lo recuerdan quienes lo conocieron en sus años de mocedad, un hombre dinámico, de gran vitalidad y calidad humana, admirable erudición, profundos conocimientos de las materias humanísticas y científicas, orador de primer orden, que entusiasmaba a los más diversos públicos, ganándole prestigio. Amaba la música y el deporte, campos donde su temperamento fogoso lo impulsó a organizar, crear y promover. Fundó la estudiantina del colegio Juan Germán Roscio a la cual, saliéndose del concepto tradicional, incorporó liras y a través de ella canalizó las inquietudes musicales de sus alumnos. Fue uno de los fundadores del Festival Nacional Panoja de Oro, de cuyo jurado formó parte en diversas oportunidades. Igualmente, compuso y cantó canciones y escribió varios poemas. En él tuvimos, además, a un extraordinario deportista. Lo vimos como fanático, jugador, entrenador, promotor y dirigente. Con intensa emoción participaba en cualquier “caimanera”, especialmente de mini básquet. ¡Como aplaudía y aupaba! a sus pupilos, los Diablos Rojos y Caribes, cuando anotaban carreras o convertían alguna cesta. LA HORA CHACINERA, hora exacta, puntual, que hizo madrugar y correr a vallepascuenses y “vallemetidos”, fue una de las tantas estrategias que implementó para llamar la atención hacia el cumplimiento del deber, labor moralizante que hizo pensar a muchos, que de no haber sido sacerdote, él hubiese sido militar. Fue un hombre polifacético, de gran agilidad mental y facilidad de palabra, cualidades estas que enriquecieron su repertorio de anécdotas. Se cuenta que en una oportunidad, estando parado en el atrio de la iglesia, se le acercaron unas jovencitas para protegerse de un sujeto que tenía la intención de mojarlas. Viendo esto, el Padre Chacín le dijo al individuo: ¡no me moje a las mujeres! El joven como que escuchó la orden al revés e inmediatamente vació todo el contenido del recipiente sobre las damas; pero, con esa misma velocidad el padre Chacín le propinó tremendo puñetazo al irreverente jugador de carnaval y lo hizo rodar por tierra. Al otro día, el afectado se acercó a la casa parroquial a presentar disculpas y le dijo: Padre, pero yo no recuerdo haberle faltado el respeto. A lo que el Padre respondió, rápidamente: yo tampoco recuerdo haberle pegado a usted. La huella del Padre Chacín está impresa en todos los rincones del pueblo. Como cronista de la Ciudad nos legó un tesoro bibliográfico de un valor incalculable para los vallepascuenses: su libro Orígenes de Valle de la Pascua, cuyas páginas guardan el proceso, con sus protagonistas, sus luchas, afanes y litigios, del nacimiento del pueblo que lo acogió como hijo. Sembró su semilla entre nosotros y sus ideas y pensamientos lo elevan más allá del tránsito por esta región llanera. Por eso: EL NO HA MUERTO. Como homenaje póstumo, le escribí unos modestos versos a quien me dio palabras de aliento para que incursionara de manera definitiva en la poesía. El poema se titula: SE HA IDO PRINCESA, EL PRINCIPE, y está inserto en la página 64 del Poemario, de mi autoría, ENTREVERAO: Rasgó el silencio, del bello azul infinito un lamento. Triste, temerosa y dolida, está la Princesa en su aposento. Gélido rumor que abruma el corazón, de sufrimiento. Triste día, mustia la brisa, noche triste, se fue de ti, como llegó, tu abecedario, apagando de tu iglesia, su voz, el campanario. Se fue de ti, la lira de dulce tono que salpicó de entrega sin dobleces. De tus campos se fueron aquellas manos, que hicieron conocer tu núbil y campirano encanto. Lágrima que emerge preñada de una angustiosa soledad. aunque nunca la lleguemos a ver, por no quererlo, es lágrima. Y el adiós, cuando no tiene retorno, nos pierde en el negro profundo de la nada. Princesa, que triste, tanto que te quiso y tan poco que le diste. Se ha ido, Princesa, faltando a la promesa del eterno connubio, tu Príncipe. PADRE JUAN SANTIAGO GUASCO Al mirar, retrospectivamente, el pasado de mi Princesa nos encontramos con el rostro venerable, de frente espaciosa y sonrisa bondadosa del presbítero Juan Santiago Guasco, un trabajador incansable por el bienestar de los fieles y, especialmente, por la preparación de la gente de pocos recursos económicos a quienes, con trato afable y conversaciones amenas en donde dejaba correr algún chiste ingenioso, protegía. Los guió en el aprendizaje de oficios como: carpintería, albañilería, talabartería y sastrería, lo que permitió a los desocupados, obtener una mejor calidad de vida. También fue el padre Guasco, un excelente maestro en las áreas de música y pintura, conocimientos que impartía a los interesados parroquianos, buscando con ello un mejor cultivo y elevación del espíritu. Este “Cura de almas”, como se le decía a los sacerdotes de parroquia, había nacido en Ajaccio, Capital de Córcega (Francia) el 16 de mayo de 1816, y llegó a Valle de la Pascua el año de 1872 como Coadjutor del Presbítero Isidro Bello, quien muere ese mismo año. Ante la muerte de Bello, el padre Guasco fue nombrado Titular Propietario del Beneficio Curado de Valle de la Pascua. Antes había servido en la Parroquia El Valle, en Caracas; en Tucupido y en Chaguaramas, pueblo éste último donde, según la tradición oral, tuvo la oportunidad de demostrar su rectitud, energía y firmes convicciones. Se cuenta que un grupo de caudillos de la población intentaron sabotear una procesión de San Lorenzo Mártir, patrono del pueblo, encontrándose con el padre Guasco, que los enfrentó diciendo más o menos lo siguiente: “Sepan ustedes que muchos grandes, sólo son grandes cuando nosotros estamos de rodillas. Pueblo de Chaguaramas levántate”. El pueblo lo premió con su cariño y su respeto, sentimientos que aún se mantienen y se le testimonian cada domingo cuando los pobladores asisten a escuchar la santa palabra en la iglesia de esa población. Acá en Valle de la Pascua, el Presbítero Juan Santiago Guasco, se residenció junto a su hermana, Ana Guasco a quien el pueblo llamó La Niña Anita, en la calle San Rafael, hoy González Padrón, frente a la Plaza Bolívar, entre las esquinas El tesoro (calle Guasco c/c González Padrón) y Mata palo (calle real c/c González Padrón), en una casa ubicada en el sitio donde funciona actualmente la tienda “Nuevo fantástico”. Este inmueble tuvo varios dueños: el padre Guasco se lo regaló a su hermana Ana, quien lo dio en venta simbólica, por Bs. 1,oo, a Teresa Gutiérrez de Belisario, que a su vez lo traspasó a José Mercedes Belisario. Allí habitó también el maestro talabartero Rafael Gutiérrez y sus hijas. Después de tanto andar la población vallepascuense se considera privilegiada al poder contar entre sus habitantes, durante 14 años, a este humilde sacerdote, de alma grande y corazón sincero. El precepto bíblico: “Amaos los unos a los otros como hijos que sois de un mismo padre” estuvo presente no sólo en sus prédicas, sino, especialmente, en su forma de vida abnegada y de trabajo tesonero por el bienestar de la gente y progreso de la ciudad. En muchas ocasiones, cuenta la conseja, se le vio dirigirse, montado en una mula rucia, hacia el caserío Las Campechanas, donde organizaba procesiones y visitas a la imagen de la Virgen de La Saleta que se encuentra en el caserío Pele el Ojo. Poseía, el padre Guasco, una preparación consolidada, dominaba cuatro idiomas: francés, inglés, latín y español, y algunos viejos habitantes sostenían que dominaba también los dialectos quechua y caribe. Se adelantó al Concilio Vaticano II pues solía dar la misa en español y de frente a los feligreses, quienes aprendieron a quererlo como alguien suyo, como un excelente ciudadano que tenía la palabra indicada, clara y familiar en el momento que se requería. Prestó sus manos para la edificación de obras de bienestar colectivo, como fueron: la capilla-hospital san José de los Pobres, donde tenía una especie de asilo - hospital para enfermos mentales y leprosos, en el llamado Alto de los Pocitos, lugar donde estuvo el desaparecido hospital Guasco y ahora ocupado por el edificio de la CANTV; el cementerio viejo de la ciudad el cual construyó con su propio peculio, al final de la calle El Sol (Guasco), así como la carpintería de la Iglesia Nuestra Señora de la Candelaria, que fue obra exclusivamente suya. Como homenaje póstumo se dio el nombre del padre Guasco al viejo hospital, el cual funcionó hasta el año 1973. También se dio el nombre de Guasco a la antigua calle El Sol, a una plazoleta construida frente a la entrada del cementerio, en la cual, en 1908, por iniciativa de la sociedad infantina se colocó un busto suyo el cual lamentablemente desapareció; y a una escuela básica, ubicada en el sector La Concordia de esta ciudad. Valle de la Pascua fue su segunda patria, razón por la que no atendió el llamado de un hermano suyo que era Obispo de Ajaccio (Francia), para que regresase a su pueblo natal. Permaneció en nuestro pueblo hasta el momento de su muerte ocurrida el 31 de Julio de 1886. Hoy, a más de una centuria de la feliz entrada a aquella aldea, del abnegado y desprendido hombre que vino a traernos su talento, su cultura y su hacer, demostrados con creces, le rendimos este sencillo reconocimiento porque el padre Guasco, como se le conoció, no fue como los clásicos cenobitas o anacoretas que sólo cumplen con la celebración de la misa y después se aíslan. No, él fue algo más que eso, fue alguien especial, a quien se podía encontrar, bien con un cepillo de albañilería en la mano puliendo la rustiquez del burdo cemento, o con el de carpintería, tratando de darle forma a la inacabada madera que serviría, posteriormente, de marco a una de las puertas del templo del villorrio. Igual se le podía ver jineteando su mula rucia para llevar la palabra de aliento al moribundo que, imposibilitado de acercarse al templo, pedía, como postrera asistencia, la presencia del enviado de Dios para recibir los sacramentos y morir en paz. Con satisfacción vemos, que a pesar de la distancia que va sembrando el tiempo a este sacerdote se le recuerda con mucho cariño. El aró, sembró y cosechó en los campos etéreos del espíritu, como en duros terronales. Padre Juan Santiago Guasco SITIO Y BATALLA DE VALLE DE LA PASCUA Se vivía el mes de febrero del año 1814 aciago, por demás, para los patriotas. El Libertador Simón Bolívar, que hacía grandes esfuerzos en el centro del país para salvar la República, llama en su auxilio al General Santiago Mariño que se encontraba en Aragua de Barcelona. Este, inmediatamente, se pone en contacto con los Generales Manuel Piar y Pedro Zaraza, y deciden prestar la ayuda requerida. Mariño y Pedro Zaraza parten a cumplir su objetivo, mientras que Piar lo haría posteriormente. En Valle de la Pascua, Mariño comisiona a Zaraza para comandar el Cantón de Chaguaramas con la misión de conseguir caballos y reses, que Piar pasaría buscando para abastecer al ejército del centro, mandato de fácil cumplimiento para el “taita”, no solo por ser Chaguaramas una región rica en ganado vacuno y caballar, sino también porque Zaraza gozaba de mucho aprecio e influencia en la zona. El 20 de marzo de 1814, Zaraza se encontraba en los montes de Manapire, en cumplimiento de la orden recibida, cuando Juan José Rondón, guariqueño y para esa fecha ganado a la causa realista, lo atacó. Zaraza ripostó el ataque y pudo vencerlo, pero Rondón no se dio por vencido y 21 días después, o sea el 11 de abril, ataca de nuevo a Zaraza que ahora se encontraba en Valle de la Pascua, pero esta vez lo hace acompañado de Lorenzo Figueroa (Barrajola). Una vez más, Zaraza les enseña como se pelea en el llano y nuevamente conquista la victoria. Estas dos derrotas, en menos de un mes, propician lo que sucedería posteriormente: la Batalla de La Pascua. Una vez conocidas las noticias de los dos triunfos de Zaraza, los realistas planifican un ataque conjunto, para lo cual se unen tres cuerpos enemigos: de Orituco, Don Bartolomé Martínez; Juan José Rondón, de Espino, y Lorenzo Figueroa (Barrajola), de Tucupido. Es así como el 20 de mayo de 1814, encontrándose Pedro Zaraza en Valle de la Pascua a la espera de Piar, es informado que Bartolomé Martínez viene sobre el pueblo. Ante tan delicada e inesperada situación, Zaraza, con la esperanza de la pronta llegada de Piar y no teniendo otra alternativa, ante un enemigo superior en número, se atrinchera y se fortifica con fosos y estacadas de madera. La población vallepascuense también lo hace con la tropa de Zaraza participando en la guerra, sin desearlo. Por su parte el ejército enemigo, que estaba al acecho, se limitó a rondar y espiar cada movimiento de los patriotas. Estos, dentro del pueblo, esperaban el ataque con resignación, mientras que los realistas, el momento oportuno para, como aves de rapiña, caer sobre su pequeña presa. Cuenta Lorenzo Zaraza, en su libro La Independencia en el Llano, que al día siguiente, 21 de mayo, a las 8 de la mañana aproximadamente, se presentó en Valle de la Pascua, por el camino de Mamonal, entrada suroeste de la población, el ejército del General José Tomás Boves, constante de 2000 hombres al mando de Bartolomé Martínez, al que se había sumado, en el mencionado caserío, la tropa de Juan José Rondón. Este ejército se enfrentaría a 300 patriotas, según datos aportados por el Parte de Guerra emanado del Cuartel General de Valle de la Pascua, el 26 de mayo de 1814, firmado por el Secretario Eusebio Afanador, y publicado en la Gaceta de Caracas del jueves 9 de junio de 1814. Es de hacer notar que aunque en este Boletín del Ejército 2do. de Oriente no se señala a Bartolomé Martínez como comandante de la tropa, fue él quien se enfrentó a los valientes republicanos que con su sangre regaron la tierra, abonando la simiente de la libertad y de la gloria. El comandante Martínez, que conocía la pequeñez numérica de la guerrilla y la consideraba empresa fácil, lanzó sus tropas a tomar la plaza; sin embargo, encontró unas trincheras bien defendidas que le causaron muchas pérdidas, pero los patriotas también tuvieron bajas lamentables. En las primeras horas del asalto murió el segundo jefe de las fuerzas, Lorenzo Zaraza y sus dos hijos, Eugenio y José Antonio, quienes al ver una de las trincheras comprometida y amenazada por la presión de los asaltantes, pusieron sus pechos de balaustre para su defensa y murieron en ella. Martínez, ante este rechazo, inesperado, de los patriotas, decide cambiar la estrategia y opta por sitiar al pueblo, de manera que nadie entrara ni saliera de él, y así rendirlos, irremediablemente, por el hambre y la sed al impedirles el acceso al Caño de la Vigía que era la única fuente de agua disponible para esa época. El alto al fuego alertó a Zaraza porque intuía que los realistas estaban tramando una nueva ofensiva, lo que le preocupó sobremanera pues, aún estaban a la espera de Piar. De alli que, sin perdida de tiempo y como buen estratega militar, redobla la vigilancia y se prepara, de nuevo, detrás de las trincheras a la espera, de un momento a otro, del ataque de los soldados del Rey. Ese día 21 de mayo, no hubo paz en Valle de la Pascua ni en sus habitantes y menos en sus defensores. El temor estaba reflejado en cada uno de los rostros. Se esperaba un nuevo ataque, y hasta la misma muerte. Pleno de angustias, amaneció día 22. En el sitio reinaba, como es natural, el nerviosismo y comenzaba a sentirse la ausencia de la comida y del agua. El jefe patriota, que había resuelto enfrentar al enemigo dentro de sus trincheras contando con la ayuda de Piar, se equivocó. Piar tardaba más del tiempo previsto. Por su parte los realistas, encabezados por Bartolomé Martínez, asechaban. El Caño de la Vigía estaba fuertemente custodiado por un nutrido número de artilleros a la espera que los patriotas, doblegados por la sed, salieran a buscar el preciado liquido para cazarlos como animales. Por si esto fuera poco, incendiaban los alrededores del sitio, por periodos de tiempo, para que el calor, el fuego, la sed y el desespero los obligara a abandonar sus trincheras. Pero, una vez más, los realistas se equivocaban. El valiente pueblo vallepascuense se mantenía dentro de sus trincheras, valor aupado por, entre otros, los tenaces patriotas: Capitanes: Antonio Manzano, José Antonio Ron, Pablo Ruiz, José Félix Hernández, Juan López, Miguel Saldivia, José Ignacio García, y Salomón Calderín. Estos dos últimos desempeñaron un papel verdaderamente significativo para el posterior desenlace de aquella delicada situación. Tenientes: Juan Alcalá, Antonio Alemán, Francisco Guevara, Francisco Barroso, Pedro Figuera, Lorenzo Remigio, Felipe Hernández, Agustín Leal y Gerónimo Urquiola. Sub Tenientes: Lorenzo Machado, Bautista López, Pedro María Lamas, Ignacio Alfonso, José Siso, Domingo Perdomo y Fulgencio Fagundez. Además, contaban con el heroísmo de Julián y Leonardo Infante, José María Zamora, Cipriano Celis, Belisario, Ledezma, Camejo, Calderón, Machuca, Alfonzo, Cuárez, Machado, todos militares del llano; los hermanos Santiago, José María y Luis Suárez, caraqueños; los turmereños: José Antonio, Andrés y Feliciano Pérez. Todos oficiales distinguidos, cuyos nombres nunca podrán ser borrados de las páginas memorables de la historia grande. El día 23 de mayo, después de tres días de combate, incendios, hambre, sed y de fustigamiento por parte del enemigo, la situación de los sitiados era, verdaderamente, desesperada; pero el Todopoderoso, que no abandona a sus hijos, envió una ligera llovizna suficiente para llenar las zanjas de las trincheras, donde pudieron mitigar la sed y sosegar los ánimos. El General Pedro Zaraza empezaba a sentirse impotente para tranquilizar a su gente, por lo que, entrada la noche, el comandante se reunió con sus oficiales, en consulta de guerra, exponiéndoles la necesidad de comunicarse con Piar y notificarle la situación en que se encontraban. Esta era una misión delicada y riesgosa por el implacable asedio a que estaban sometidos; sin embargo, a sabiendas de los peligros que implicaba el cometido, los capitanes José Ignacio García y Salomón Calderín se ofrecieron para llevarla a cabo. Así, los valientes oficiales, después de ser provistos de los mejores caballos, pusieron en práctica la estrategia planeada: simular la deserción de las filas patriotas y el paso a las realistas. Aproximadamente a las diez de la noche, los oficiales saltan las trincheras y, entre un seguido fuego de artillería al aire por parte de sus compañeros, se dirigen, vitoreando al Rey, en veloz carrera hasta llegar al campo enemigo. El propio Bartolomé Martínez sale al encuentro de los supuestos fugados, pues quería informarse sobre la situación de los patriotas. Los capitanes manifiestan su disposición a hablar, pero piden les dejen tomar agua primero porque se estaban muriendo de sed. Los realistas los dejan ir hacia el Caño de la Vigía de donde, una vez traspuestas las últimas filas realistas, emprenden una veloz carrera por el camino que conduce hacia Chaguaramal de Perales (Zaraza). A la distancia, seguros que los disparos no tendrían efectividad y sumergidos en la noche, dejan escuchar un ¡Viva la Patria! y el disparo de un trabuco que era la señal convenida para informar el éxito de la operación. En la plaza, los sitiados que estaban pendientes de la señal, gritan de contento porque, por lo menos, la encomienda iba al encuentro de Piar. Al día siguiente, 24 de mayo, los capitanes José Ignacio García y Salomón Calderín después de recorrer, sin descanso, 22 leguas llegan a Chaguaramal de Perales. A su arribo, se informan que Piar ya se había movido hacia Valle de la Pascua, pero por otro camino por lo que, inmediatamente, emprenden el regreso. Redoblan la marcha con titánico esfuerzo, pues no habían dormido, descansado ni comido, pero para aquellos hombres todos los sacrificios eran pocos cuando de la patria se trataba. Por fin, después de haber andado, a galope tendido, todo el día logran, por la tarde, darle alcance a unas seis leguas de Chaguaramal de Perales, en el sitio conocido como Camoruco o Higuerote donde acampaba y, con la premura del caso, le comunican el encargo de Zaraza. Enterado Piar de la situación en que se encontraba Zaraza y su tropa, ordenó a sus subalternos levantar el campamento y se dirigió a Valle de la Pascua en marcha forzada durante toda la noche. Al amanecer, ante el cansancio que se apoderó de la infantería, Piar optó por apartar, en el sitio de Los Morrocoyes, 200 hombres con la mejor caballería y 200 infantes que montó en las grupas de aquellos, y siguió al pasitrote dejando el resto de la tropa a la retaguardia, pero en marcha para reunírsele en Valle de la Pascua. De esa manera, el 25 de mayo, llegó Piar, con sus 400 soldados, al sitio conocido como Fogoncito, lugar que ubicamos hoy en la salida hacia Tucupido, cerca del peaje. Ahí se detuvo y envió soldados de su espionaje a buscar información acerca de los sitiados, así como a alertarlos de su llegada. Los espías se acercaron a las trincheras y dejaron escuchar el clarín de guerra, el cual sonó, para los sitiados, como una diana victoriosa y un mensaje de lucha y muerte para los realistas. Un grito entusiasta de los patriotas salió de las trincheras en reto de venganza contra sus enemigos, quienes no esperaban a Piar por aquella vía y creyeron que la gente de inteligencia era la vanguardia por lo que se compactan, aceleradamente, formándose en batalla al sureste de la población, mientras que los sitiados se preparan para salir de sus improvisados parapetos. Aproximadamente a las 3 de la tarde, se presenta la División de Orientales en el alto de la Laguna de La Vigía donde Piar, levantando la mano y dirigiéndola hacia donde estaban los realistas, grita: “Viva la América libre”, y con un ademán de su brazo derecho indica que hay que irse al ataque. Cumpliendo la orden, los soldados se abalanzan al enemigo por el frente, mientras Zaraza y los desesperados sitiados lo hacen por el flanco izquierdo y fue una embestida tan ardorosa y encarnizada que sólo bastaron pocos minutos para que los patriotas, inferiores en número pero grandes en corazón, destrozaran a los realistas y los pusieran en huida, la que hicieron vía Jácome. Los patriotas los persiguen a unas cuatro leguas, hasta el sitio conocido como “La Parada de Durán”, donde los encontró la noche, y temiendo exponerse a una emboscada, desisten del empeño persecutorio y retroceden a reencontrarse con los que habían quedado en el sitio de batalla. Piar con su División acampó en el caserío La Vigía, hoy convertido en un populoso sector de la ciudad, donde permaneció hasta el día 27 cuando, una vez enterado de los reveses sufridos por el ejército patriota en el centro del país, decidió retirarse al oriente y reagruparse con otros compañeros. Después de más de un siglo de distancia, en 1983, para recordar la gesta heroica de los patriotas en suelo vallepascuense, en el lugar donde existió el llamado Caño de la Vigía, espacio hoy ocupado por el Terminal de Pasajeros Juan Arroyo, el Ejecutivo del estado Guárico, bajo al gestión gubernamental del doctor Rafael Ledezma Martínez, atendiendo sugerencias del conglomerado, construyó la llamada Plaza Piar. Allí se encuentra el busto de quien se considera el Libertador de Guayana y el salvador, en estos predios, de Pedro Zaraza. Ese espacio, reservorio de historia local, es visitado diariamente por gente que entra y sale presurosa. Unos inician el viaje, otros hacen escala o llegan a esta tierra generosa, sin imaginar que en ese escenario muchos compatriotas, con sus propias vidas, contribuyeron a delinear el futuro de la patria. DE POR AQUÍ LA ESPERANZA CAPITULO IV Busto del General Manuel Piar, en el lugar donde se desarrolló el Sitio y posterior Batalla de La Pascua CAMINOS DE LA ENSEÑANZA Han pasado muchos años y muchas cosas han cambiado desde que Valle de la Pascua, con el espíritu de progreso clavado cual lacerante daga en su alma, estableció, por autogestión, un liceo que vino a sembrar luz en la penumbra que envolvía a aquellos jóvenes del pueblo, quienes sólo tenían posibilidad de realizar estudios primarios y, en la mayoría de los casos, en colegios privados, por lo que tenían que emigrar a otras ciudades en busca de oportunidad para cursar el bachillerato. Hace más de un siglo, en 1890, el 10 de enero exactamente, según lo expuesto por Manuel Soto Arvelaiz, inició sus actividades en Valle de la Pascua el colegio Zamora con la misión de canalizar las acciones y pensamientos de aquella juventud ávida de conocimientos. Se constituyó así, el colegio Zamora, en el primer liceo que se fundó en el pueblo y nació por iniciativa privada. Fueron los promotores los señores: Miguel Lorenzo Ron, Antonio José Pedrique, Pedro Manuel Escobar, J.R. Peraza y Manuel María Vargas, los mismos que contrataron, en la ciudad de Caracas, al abogado y educador, Manuel Segura Mijares para que se encargara de la dirección del Instituto, cargo que desempeñó hasta 1894 cuando ocurrió su muerte y fue sustituido por el bachiller José Ramón Camejo Sabino. El colegio Zamora, bautizado así en homenaje al prócer vallepascuense General José María Zamora, tuvo corta vida, seis años apenas. Cerró sus puertas en 1896 por problemas económicos y por la negativa del gobierno nacional de elevarlo a la categoría de Instituto Federal; sin embargo, dio sus frutos. De él egresó una promoción de ocho bachilleres, jóvenes que, orgullosos, recibieron su titulo de BACHILLER EN FILOSOFIA, en un colegio federal para varones de segunda categoría de Aragua de Barcelona, en el estado Anzoátegui, después de presentar, ante una junta académica, rigurosos exámenes de Latín, Griego, Gramática y Retórica, y Geografía e Historia Universal, correspondientes al primer trienio; y Álgebra, Aritmética Razonada, Topografía y Trigonometría, Geometría y Caligrafía Elemental, que abarcaban el segundo trienio. Esos primeros bachilleres se convirtieron en orgullo de la ciudad auroral: PEDRO MANUEL ESCOBAR RAMIREZ: Literato, educador, orador y gran conocedor de la ciencia del derecho. Es epónimo de la biblioteca pública de Valle de la Pascua. MIGUEL LORENZO RON PEDRIQUE: Médico cirujano, periodista, escritor y político, rama esta última donde ostentó, en 1912, el cargo de Secretario general de gobierno del estado Guárico. ERNESTO DIAZ VARGAS: Médico cirujano, filántropo y poeta. JUAN ANTONIO PADILLA: insigne educador que llevó su enseñanza más allá de nuestras fronteras, específicamente a los EE.UU. donde se desempeñó como tal. JESUS MARIA ISTURIZ LOPEZ: Médico de renombre. Según lo expuesto por Lorenzo Rubín Zamora, en su libro Tres Etapas de Valle de la Pascua, a Isturiz le cabe el honor de haber practicado la primera operación quirúrgica en la Princesa guariqueña. LUIS DIAZ VARGAS: Médico que ejerció su profesión con mucha mística y con gran dedicación. Como la mayoría de sus colegas de la época, incursionó en la escritura y la poesía. MIGUEL IGNACIO MENDEZ: Dedicó su existencia a la agrimensura y al comercio. JUAN ANTEPORTAN PEDRIQUE: Respetado ciudadano que se dedicó a orientar y trabajar en todas las gestiones del Registro Público. Se desempeñó también como secretario de la Prefectura del municipio Leonardo Infante. Todos ellos realizaron gran labor civilizadora en su pueblo por lo que aún, a tantos años de distancia, sus nombres inspiran respeto. El cierre del colegio Zamora, Instituto que desafió la oscuridad de la ignorancia, coincidió con el de la Escuela Federal para Varones Nro. 807, lo que causó profunda preocupación en las familias vallepascuenses que no dieron cabida al desaliento sino que, por el contrario, con renovados bríos y fundados alicientes, lucharon por vestir a la ciudad con traje de cultura. En 1908, el bachiller Juan Antonio Padilla, integrante del grupo de bachilleres egresados de Aragua de Barcelona, fundó, junto con Pedro Manuel Escobar Ramírez, el Profesor Acevedo, Miguel Ignacio Méndez y el Presbítero Esparta y Garay, el colegio de secundaria Segura Mijares. Este centro educativo funcionó en la Calle Atarraya, entre Descanso y Las Flores, al frente de donde laboró por mucho tiempo la Farmacia Guárico, y el nombre se le dio en homenaje al distinguido educador y precursor de los estudios secundarios en Valle de la Pascua. Pero, a pesar de estar Padilla ganado a la idea de proseguir la labor civilizadora, el colegio, a los cinco meses, fue arropado por el fracaso, situación que se reinvirtió a finales del mismo año cuando un grupo de padres de familia retomaron el proyecto y, consecuentes con la labor educativa, contrataron al profesor J.J. González Narváez para que se encargase del ahora colegio Guárico. Dicho colegio, también, tuvo una existencia fugaz debido a que su director se marchó del pueblo empujado por un enfrentamiento con periodistas y escritores de la ciudad. Con él, en forma intempestiva, partieron las nuevas esperanzas puestas en ese tercer intento. Cuatro años después, nueva estrella brilló en el firmamento. Corría el año 1912 cuando los vallepascuenses recibieron, con alborozo y manifiesto regocijo, la noticia de la creación del colegio Roscio por el General zaraceño David Gimón Pérez, Presidente del estado Guárico. Dicho colegio, bajo la dirección del Dr. Rafael Acevedo, abrió, generosamente, sus brazos en procura del mejoramiento intelectual y social que merecía el poblado. Pero, así como un día llegó la buena nueva, con la borrasca de la injusticia, llegó la mala: finalizado el mandato del General Gimón Pérez el colegio Roscio fue clausurado, sin que se diera explicación alguna, cortando de manera violenta cualquier vestigio de esperanza que pudiera estar, cual simiente, brotando en el alma de un guariqueño preocupado por su cultura, por entrar a cualesquiera de las ramas del saber humano. Era la época del oprobio, de la negación al saber. Eran los nublados días del gomecismo. En la misma dirección, en 1915, el bachiller Rafael González Udis, de acuerdo con lo citado por su hijo, el profesor Miguel González Contreras en su libro inédito “Br. Rafael González Udis”, fundó en Valle de la Pascua el colegio privado Eduardo Blanco, el cual era dirigido por él mismo y por el bachiller Pedro Manuel Escobar Ramírez, como Subdirector. Dicho colegio inició sus labores en la calle Atarraya, frente a la plaza Bolívar, en la casa de Don Juan Zamora Arévalo, al lado de la casa parroquial, para atender alumnos de primaria y secundaria. Señala el mismo autor, que dicho colegio fue cerrado en 1917 y reinaugurado dos años después, en 1919, en la llamada casa de la acera alta (calle Retumbo c/c Las Flores), propiedad de Don Juan de Jesús Díaz Requena. En este plantel se atendía a niños, niñas y jóvenes, quienes recibían las clases separados por sexo, uniéndose sólo en las de gramática y aritmética, pero respetando la distancia al sentarse en bancos distintos. Hasta allá llegaban tempranito, con una carga impetuosa de ilusión juvenil, muchachas y muchachos para aprender de sus maestros, quienes los esperaban con la misma ilusión de aquellos, para dejarles escuchar la palabra orientadora y llena de sabiduría. Entre los alumnos de bachillerato del colegio Eduardo Blanco se contaron: Luisa Julieta Hernández, Juana Josefa Vargas, Parminio González Arzola, Víctor Manuel Camero Pulido, Rumeno Isaac Díaz, Humberto Moreno, Régulo Méndez, Baudilio y José Ortiz Marrero. El colegio Eduardo Blanco funcionó hasta 1926, cuando el bachiller González Udis fue llamado por la Dirección de Instrucción Primaria, Secundaria y Normalista para que se encargara de la dirección de la primera escuela federal graduada para varones que se establecía en Valle de la Pascua: la escuela Francisco Lazo Martí, la cual abrió sus puertas el 1º de enero de 1927 con el siguiente personal: Marco Antonio Mendoza, maestro de primero y segundo grado; Horacio González Manuitt, maestro de tercero y cuarto grado y el Br. Rafael González Udis, director y maestro de quinto y sexto grado. Posteriormente se sumaron, Luis Guglietta Ramos y Antonio Miguel Martínez, en sustitución de los dos primeros. Por carecer de edificación propia, la escuela Francisco Lazo Martí laboró en diversos locales: se inició en la calle Descanso este, en la casa que fuera propiedad de Don Rafael Oropeza, donde funcionó hasta 1928, cuando con el nuevo nombre de Escuela Federal Graduada Leonardo Infante, producto del cambio realizado con la recién creada escuela federal graduada para hembras, fue mudado a la calle Retumbo cruce con Las Flores, en la casa de la acera alta, y así, sucesivamente, a la calle Real, cerca de la plaza Bolívar, en casa de Simón Zamora; a la calle Guasco, entre Atarraya y González Padrón, en casa del Dr. Alberto Aranguren, donde funciona actualmente la Librería llanera; a la calle Atarraya, entre Guasco y Real, en casa de la familia Ron, donde hoy encontramos la Librería Central; luego en la calle Descanso, casa de la familia Bastidas y a la calle Atarraya cruce con Descanso, casa del señor Juan Pío Oropeza. Este largo itinerario la encontró por última vez en la calle Guasco entre Atarraya y Retumbo, donde actualmente funciona la escuela de Artes y Oficios San José. Desapareció en 1949, por fusionarse con la escuela Rafael González Udis. Por su parte, la Escuela Federal Graduada para hembras, bautizada con el nombre del bardo calaboceño Francisco Lazo Martí, epónimo que antes ostentaba la de varones, fue puesta en servicio en 1928 bajo la dirección de la maestra Juana Josefa Vargas que junto a Luisa Julieta Hernández, Antonia de Belisario, Lourdes Camero Ramírez y América de Ramírez, surcaron el abecedario del conocimiento en las muchachas del poblado, ganándose el derecho a permanecer en el recuerdo de los vallepascuenses. La escuela para hembras Francisco Salias se aperturó en 1946 y cerrada en 1955, fecha en que fue trasladada a la ciudad de Zaraza, también fue surco generoso donde brotaron espontáneamente, como la hierba cuando aparecen las primeras lluvias, lecciones llenas de amor y generosidad que nutrieron el intelecto y los corazones de aquellas infantes. Antes, y a la par de la creación de estas escuelas federales graduadas, la educación vallepascuense estuvo apoyada por la gestión privada así como por la municipalidad que, con verdadera vocación de servicio, dio el soplo vital a las escuelas municipales: Eugenio Celis (1928) cuyos preceptores fueron: Vicente Sánchez Chacín y Doña Chucha de Sánchez Chacín, la nocturna Miranda (1937) atendida por Rosario Torrealba, la Arévalo González (1938) donde impartían clases los maestros: Dimas Castillo y Carmen Susana de Pedrique, la Enrique Charmer (1938) con las maestras Lasaballett: Dilia y Carmen; y la Escuela Agropecuaria Hogar Llanero (1941) dirigida por Juan Ruiz; así como la Escuela de Comercio, Artes y Oficios (1948) regida por María Zamora. Igualmente funcionaban otras de régimen nocturno tuteladas por Críspulo Ortiz, Enrique Laya, Francisco Romero Barroso, Olegaria Sánchez de Escobar, José María Ramírez, Antonio G. Marruz, González Narváez, Héctor Medina, Joaquín Chacín, Emiliano R. Chacín y Vicente Sánchez Chacín. En este sentido, el Concejo Municipal fungía de ente rector, de allí que era el Sindico Municipal la persona encargada de fijar las fechas de los exámenes, nombrar el jurado calificador y recibir los resultados de la evaluación de los alumnos; y para un mejor control, en 1940, la Corporación municipal creó el cargo de Policía Escolar, el cual fue desempeñado, entre otros, por Carlos Rubio Santos y Eusebio Moreno, quienes tenían como función principal fiscalizar, cada sábado, las boletas de asistencia de los alumnos inscritos en los planteles. En lo que respecta a la educación privada se recuerdan: La escuela de Juana Josefa Vargas (1924); la de la Sociedad Socorro Mutuo (1924); La Libertador (1939), de Carmen Riobueno; la Rafael González Udis (1942), de Corere de Chacín; la Bartolomé de las Casas (1942), de Vicente Sánchez Chacín; la Páez (1942), de Dilia Lasaballett; el Instituto Venezolano (1943), de Alberto Ipadra; la González Padrón (1945), de Carlos Navarro y la Leoncio Martínez (1948), de Magdalena Blanco. Otros destacados maestros como Mercedes Barrios de González, Rafael Leonidas Prieto, Rafael Pellicer Viana, Alcibíades Escobar Núñez, Yudith Zamora, Rosita Pellicer y Cecilia Díaz de Vargas, también sembraron su magisterio en esta tierra bendita. Sin embargo, había un vacío en la educación de la muchachada, pues no se había abierto el necesario liceo y los muchachos que, económicamente, no podían trasladarse a otra ciudad debían conformarse con aprobar sólo la primaria. Tal situación se solventó con la creación del Liceo José Gil Fortoul, el 19 de Septiembre de 1945, por Decreto del ejecutivo del estado Guárico y gracias a las gestiones llevadas a cabo por una junta promotora, integrada por respetados y preocupados ciudadanos de la localidad. Aquel 19 de Septiembre, como preludio de lo que sucedería en la ciudad, con el alba llegó un viento saturado de colorido y alegría, que con ímpetu chocaba contra los árboles a los que casi hacia perder su verticalidad y, desde el ramaje de los mismos un nutrido trinar se dejaba escuchar por todos los rincones del hacer cultural, como interludio a la lectura del Decreto del Presidente del estado Guárico, Manuel Gimón Itriago, mediante el cual se le daba vida oficial al Liceo José Gil Fortoul, cuyo primer director fue el médico Medardo Medina. Así, Valle de la Pascua tomó la antorcha del saber e inició una ruta de progreso cultural en la que anotaron sus nombres otras escuelas que, con cara devoción, intensificaron la obra educativa: Carlos José Bello (fundado en Calabozo en 1939 y trasladado a Valle de la Pascua en 1946); Rafael González Udis (1950), Nohemí Higuera de Guzmán (1951), Instituto Carlos Barrios Padilla (1958), hoy desaparecido; Mariano Montilla (1960), María Belisario de Sánchez (1960) , Escuela Técnica Agropecuaria Luis González (1960), Juana Josefa Vargas (1962), Lourdes Camero Ramírez (1965), Juan Santiago Guasco (1968), José Manuel Fuentes Acevedo (1969), Celestino Peraza (1970), Juan José Rondón (1972), José Gregorio González (1974), Arturo Álvarez Alayón (1985), Clara Matos Arzola (1987), 12 de Octubre (1991). Asimismo, otras de dependencia privada que, con el mismo entusiasmo de sus antecesoras, salieron a la vida pública para colaborar en el engrandecimiento cultural de la población infantina, contándose entre ellas: Monseñor Álvarez (desaparecida), Instituto Simón Bolívar (desaparecido), Nuestra Señora del Valle (1954), Colegio Juan Germán Roscio (fundado en 1961 y convertido, el 2005, en Liceo Bolivariano Monseñor Rafael Chacín Soto, U.E. Gran Colombia, U.E. República de Venezuela, U.E. Andrés Bello, U.E. Francisco de Miranda, U.E., Luisa Julieta Hernández, U.E. Salvador González, U.E. San Ramón, U.E. Luis Beltrán Prieto Figueroa, U.E. Nuestra Señora de la Candelaria y los liceos José Félix Ribas y Juan Antonio Pérez Alfonso. Actualmente, Valle de la Pascua cuenta con centros educativos que atienden todos los niveles, desde la educación inicial hasta la universitaria, y su suelo sigue siendo abonado por docentes cuyo apostolado inspira gratitud y estimula a los más jóvenes a continuar la obra emprendida por los pioneros en esta rama. Promoción 1954-1955 Liceo: José Gil Fortoul Rafael González Contreras Rafael Vidal Guía Grupo Escolar Rafael González Udis COLEADORES DE MI TIERRA ¡Hoy habrá toros coleados! La voz se escucha en cada rincón del pueblo. La publicidad, entusiasta y convincente, llega a cada seguidor de este viril deporte. Allá vamos bien apertrechados y dispuestos a disfrutar del recio espectáculo. Una vez situados en la manga percibimos el ambiente de alegría que reina en la tarde cubierta de polvo: las talanqueras lucen repletas de personas donde destacan hermosas mujeres, trajeadas con jean, camisa a cuadros, botas y el infaltable pelo e´ guama, mujeres que con sus sonrisas enamoran hasta el sol que, extasiado, no quiere dejar aquel escenario. De repente el vocerío grita: ¡Cacho en la manga! A este grito de alerta lo preceden los verdaderos actores, la trilogía: caballo, jinete y toro, tres fuerzas claramente definidas por la madre naturaleza: la del toro, que siente su libertad acorralada, su pujanza mancillada y trata, con natural reacción, de escaparse de aquel bullicio y de la mano que le detiene por la cola; la del noble corcel que, altivo, entrenado y adiestrado pacientemente para la faena, procura sacarle al primero una mejor locomoción que permita a su montura lucir su destreza; y la del hombre que, como buen jinete, quiere en cada lance demostrar la superioridad de la condición humana, derribando al animal. Después de la ejecución de la coleada, donde el hombre le demuestra al animal su superioridad, la calma vuelve al escenario. El toro, doblegado su ímpetu y quebrantado su orgullo, deja la carrera y dobla la cerviz. Esta emoción la vivimos aquí, en la manga Campeones Guariqueños de nuestra ciudad, una de las mejores del país. Dicha manga fue bautizada así en honor a los hijos de esta tierra llanera que, con valor, inteligencia, fuerza y audacia, han contribuido para que el coleo sea hoy, el deporte nacional. El coleo es una competencia que identifica al llanero y cuyo ejercicio se remonta a dos siglos atrás. La tradición oral nos lleva, como una ráfaga de viento, al llano adentro, verdadero escenario donde nació la práctica de este rudo deporte por cuestiones netamente laborales. El hombre, ante la imposibilidad de enlazar o amarrar al animal por no saberse todavía del mecate y la soga, tuvo que recurrir, imperiosamente, al coleo para así, asiendo al animal por la cola, tratar de detenerlo, conducirlo o encerrarlo. Así nació esta disciplina deportiva. Esa misma tradición nos devuelve a la epopeya libertadora, pues se cuenta que el General y Jefe de los Ejércitos del llano venezolano, José Antonio Páez, fue uno de sus más entusiastas atletas, que ejecutaba coleadas a las reses que la tropa cargaba para su alimentación, cuando estas se encontraban a campo abierto y en los campamentos que, por circunstancias de la guerra, tenían que improvisar. Y fue tanta su pasión por el coleo que, en 1830, siendo Presidente de la República, ordenó organizar una tarde de toros coleados en la celebración de las fiestas patronales de Valencia, en las que participó luciéndose con coleadas efectivas. En Valle de la Pascua, tierra de campeones, el coleo siempre ha tenido lugar preferencial. En nuestra primera feria agropecuaria, en 1939, a falta de manga tuvo como escenario la hoy avenida Rómulo Gallegos, entre la calle Atarraya y Av. Libertador; mientras que en la segunda feria, en 1948, se trasladó al Caño de la Vigía, en la antigua sede del Hipódromo de los Llanos, donde los coleadores debieron adaptarse a la forma de la pista, aprovechando la recta para, una vez frente a la tribuna presidencial, ejecutar su coleada. Cuatro años después (1952), las coleaderas tomaron un nuevo rumbo. Ahora el escenario era la calle Leonardo Infante, donde se repitieron exitosamente en 1957, por lo que surgió la idea de construir una manga, objetivo logrado al año siguiente, en 1958. Esta primera manga se construyó en el lugar que ocupa actualmente. Era de madera y su edificación fue posible, gracias a la colaboración de ganaderos, comerciantes y profesionales de nuestro pueblo, entre los que se cuentan: Mónico Matos, los Hermanos Naón, Omar y Pachá Salomón, Guillermo y Enrique Armas, Guillermo y Víctor Felizola, Rafael Oropeza Álvarez, Máximo Salazar y Alejandro Campagna. En 1962, el apego a los toros coleados y la gestión y aporte económico de los anteriormente mencionados, así como de: Efrén, Rafael, José Antonio y Manuel Oropeza Fraile; Juan Moisés, Ramón Aguilar, Luis Campagna Oropeza, Tito Camero, Luis Campagna Méndez, Armando y Esteban Guzmán; Perico de Armas, Domingo Vargas y Mario Padilla (soldador) permitieron realizar mejoras a la manga al cambiar la madera por tubos metálicos, ampliar las talanqueras y darle las medidas reglamentarias, tomando como modelo la manga de Maracay - Aragua, que para la época era la mejor del país. La reconstrucción de la manga permitió que los toros coleados, pasión tradicional llanera, llenara de alegría, colorido y emoción, las tardes de coleaderas ofrecidas en ocasión de invitacionales, zonales o campeonatos nacionales. En 1969, con el inicio de las festividades feriales de la Candelaria, comenzó la programación de cuatro tardes de espectáculos de toros coleados, días cuando los amantes de este deporte concurren, masivamente, especialmente las mujeres que premian con besos, cintas, lazos y flores, las coleadas efectivas. En 1995, con motivo de la realización del trigésimo cuarto campeonato “A” y gracias al aporte de la Alcaldía del Municipio Leonardo Infante y de la Federación Venezolana de Coleo, la manga fue objeto de nuevas remodelaciones tales como: ampliación del área perimetral, cercado nuevo, ampliación de las tribunas, construcción de baños y del palco para directivos, narradores, jueces y medios de comunicación, lo que le dio una perspectiva acorde con los nuevos tiempos y con el desarrollo de esta disciplina. En esta manga se han escrito varios capítulos de la historia del coleo vallepascuense, por ello al redactar esta crónica no puedo dejar de recordar a los hombres que han dedicado parte importante de su tiempo a esta tradición y que han desfilado por esta ella mostrando su orgullo de jinetes, su habilidad y sobre todo su pasión por una actividad auténticamente venezolana. Contamos entre ellos a: Omar y Pachá Salomón; Guillermo y Enrique Armas; Armando y Esteban Guzmán; Domingo Vargas, Efrén, José Antonio y Manuel Oropeza Fraile; César García; Luis Campagna Méndez, Luis Campagna Oropeza, Fabián Zerpa, Elías y Wilfredo Camero, a los que se suman nuevos nombres, pero con la misma esencia, pundonor, valentía y coraje. Ahora vemos y aupamos a: Manuel Oropeza Zamora; Rafael Tomás Oropeza; Wolfang Camero; Víctor Felizola; Omar, Alí y Rubén Gamarra; Eufrasio Hernández; El Negro Castro y muchos más, tanto del patio como de otros lugares, que nos han deparado emociones a granel y le han dado, dan y darán colorido, movimiento y entusiasmo para el disfrute de quienes asistimos a las inolvidables jornadas de este genuino deporte. La manga Campeones Guariqueños es asiento del alma popular y en ella se han escenificado campeonatos, de las diferentes categorías, contemplados en la programación que, anualmente, fija la Federación Venezolana de Coleo. En ella también se realizó en marzo de 2003 el Cuarto Campeonato Mundial de Coleo con la participación de atletas de nueve países: Estados Unidos, Costarrica, Uruguay, Colombia, Brasil, México, Argentina. Panamá y Cuba. Esta instalación, orgullo de los vallepascuenses, es sinónimo de deporte autóctono, recio y viril; de faena heroica, de alegría y sabor. Por ella han desfilado los mejores coleadores del país y del mundo, vertiendo su pujanza así como la casta de sus monturas. La trilogía: caballo, toro y jinete ha dejado, desde el coso hasta el tapón, una historia singular. Y es que Guárico, y especialmente Valle de la Pascua, tiene pasta de campeón. Víctor Felizola, recibe trofeo como campeón de la “Copa Federación” (1997), entregan: Alcalde Edgar Martínez y la reina del campeonato Norka Miranda Omar Gamarra, el Supermán del coleo IMPRESOS POR AQUI El quehacer periodístico en Valle de la Pascua significó la apertura de un nuevo escenario: una tribuna para la información y para la difusión cultural bajo la égida de personeros que, con ingenio y afán y a pesar de los escasos recursos técnicos, tomaron el periodismo como una misión para responder a las demandas informativas y culturales de una ciudad que desde siempre ha empujado para expandirse. Entre los periódicos, revistas, órganos informativos y propagandísticos que han circularon en la ciudad, tenemos: 1894 El Ensayo Literario. Se imprimía en Caracas y era dirigido por Juan Antonio Padilla García. Su vida fue muy efímera, desapareció en su segunda edición. El Llanero. Se editó en la imprenta de Manuel María Vargas, redactado por Nicasio Camero. Desapareció al cuarto número. 1895 Chilindrinas. Periódico de circulación ocasional. Se editó, durante un año, en la imprenta El Llanero. Lo dirigió Gerónimo Escobar Ramírez. 1897 El Tábano: Dirigido por Gerónimo Escobar Ramírez. Circuló ocasionalmente. Se editaron 12 números en la imprenta El Llanero. Menudencias. Su director fue Víctor Manuel Ovalles. Las ediciones eran ocasionales El Guaro. Tuvo efímera vida; ya que solamente se publicó un número. Su redacción fue de carácter anónima y la tipografía que se utilizó para su tiraje fue la del Dr. Víctor Manuel Ovalles. 1899 El Distrito Infante. Órgano de la Junta Reinvindicadora de los Fueros Municipales. Circularon seis números. Su administrador fue Luis Jaramillo. Gaceta Municipal del Distrito Infante. Solo se editaron dos números en la tipografía del Dr. Víctor Manuel Ovalles. 1904 La Ilustración Liberal. Se editó un solo número, hecho que materializó Medardo Ojeda 1905 La Pampa. Tuvo larga duración y lo editaban, en ocasiones, Pedro Manuel Escobar Ramírez. y Juan Antonio Padilla. 1906 Unión y Progreso. Órgano que sirvió de difusión al Club Unión y Progreso. Circuló hasta 1909. Se inició bajo la dirección del Dr. Rafael Zamora Arévalo y P.R. Buznego Martínez. Posteriormente, lo dirige el Dr. Miguel Lorenzo Ron Pedrique, mientras el bachiller Juan Antonio Padilla y Nicasio Camero se desempeñaban como redactores. 1907 Eco Libre. Quincenario que divulgaba temas de interés colectivo. Emiliano R. Chacín y Benito Arias Torres eran los responsables de la recolección y publicación de los asuntos allí plasmados. El Candil. Sus redactores fueron Lorenzo Ron Pedrique y Alberto Aranguren, quienes utilizaban los seudónimos de: “Armando Ruido” y “Justo Franco”, respectivamente. La Noticia. Periódico que se editaba en la imprenta municipal 1908 Germinal. Quincenario. Fue dirigido por Pedro Rafael Busnego Martínez Eco Regional. Quincenario que se publicó durante cuatro años bajo la égida de José María Álvarez Jaramillo. 1909 La Pluma. Redacción que dirigía Alberto Aranguren, sin regularidad en la circulación. El Duende. Circuló de manera irregular bajo la responsabilidad de M. Perozo y Armando Del Valle. 1910 Letras de Molde. Circulaba, ocasionalmente, bajo la égida de Alberto Aranguren. 1911 El Aviador. Quincenario. Responsable: V.M. Lozada 1912 Véspero. Semanario redactado por José G. Celis Arzola, José Manuel Castillo, Valdemar Ovalles G. y Ángel González. El Pensamiento. Revista literaria de edición mensual. Producida por: Valdemar Ovalles G. y José Manuel Castillo. 1913 La Luz del Santuario. Semanario (Sabatino). Responsable: Pbro. Manuel Ernesto Liendo 1914 Juan Sabroso. Periódico que circuló sin regularidad temporal, editado por Eladio Díaz Vargas y Miguel Lorenzo Ron Pedrique El Alto Llano. Sólo salió en una oportunidad. Editor: Dr. Miguel Ron Pedrique El Llano Médico. Editado, ocasionalmente, por el Dr. Miguel Ron Pedrique Alba llanera. Periódico Ocasional de larga vida. Garante: Rafael Ángel Castillo 1916 La Pampa. II etapa. Circuló quincenalmente bajo la égida de Pedro Manuel Escobar Ramírez 1918 El Anunciador. De larga duración. Circuló hasta el año 1.925 y el Nro. 303 Director: Francisco Romero Barroso Deporte. Gaceta del Infante Base Ball Club. Responsable: Directiva del club, Presidida por Alberto Aranguren. 1919 Alquimia. Revista de Arte y Ciencia que editaba, mensualmente, Alberto Aranguren. 1921 La idea. Periódico ocasional, redactado por: Juan Rafael Martínez, Luis Adolfo Melo y Manuel Peraza 1922 Eco Regional. Reaparición. Redactor: José María Álvarez Jaramillo 1923 La Pluma. Reaparición. Encargados de su redacción: Alberto Aranguren y Rafael Pellicer Viana. 1924 La Idea. Segunda época. Tutelada por: Juan Rafael Martínez, Luis Adolfo Melo, Próspero Infante y Manuel Peraza. El Centro Bolívar. Medio comunicacional que editaba Lorenzo Rubín Zamora de manera ocasional. Mañana. Órgano del Colegio Guariqueño, editado ocasionalmente por Infante. Próspero Labor. Órgano de la sociedad Socorro Mutuo, cuya redacción estaba a cargo de la directiva de la institución e impreso en la Tipografía Municipal. Lámparas. Publicación de la sociedad Amantes del Progreso, redactado por las rectoras de la escuela diurna para niñas que mantenía la sociedad. Letras de Molde. Reaparición. Quincenario que se convirtió en el periódico de mayor formato publicado en Guárico. Responsable: Alberto Aranguren. 1926 Icaro. Ocasional. Redactor: Rafael Pellicer Viana. La Voz de la Fe. Publicación del Centro de la fe cristiana, cuya autoría era de las damas católicas de Valle de la Pascua. 1929 Vida Católica. Boletín de la fe cristiana, editado por la directiva de la Sociedad La familia cristiana. Ahora. Medio propagandístico de la farmacia Marcano, que circuló bajo la responsabilidad del Sr. Ángel R. González. 1932 Piedad y Labor. Periódico de la fe cristiana. Circuló irregularmente bajo la dirección del Pbro. Pedro Celestino Perdomo Pimienta. Información deportiva y de interés general. Lo producían Rafael Vargas Belisario y Ángel González. Se imprimía en la imprenta municipal, actividad que fue prohibida por la Cámara, en virtud de la publicación de un artículo titulado “Nuestro pueblo y la ley” y referido al impuesto del agua que el Concejo Municipal cobraba. El referido artículo fue catalogado de irrespetuoso. 1933 Libertador. Órgano de la Logia Libertador 89. Redactado por Integrantes de la Logia Ideas. Circuló de manera ocasional bajo la regencia de Juan Suárez Voluntad. Lo editaba esporádicamente el poeta Ernesto Luis Rodríguez Diez y Nueve. Salía eventualmente bajo la redacción de Antonio Miguel Martínez El Cóndor. Ocasional. Dirigido por Carlos Felipe Castillo y redactado por Arnoldo Baptista. Santos Luzardo. Tuvo larga duración. Circuló hasta 1935 cuando fue clausurado por hacer críticas al gobierno de Juan Vicente Gómez. Se imprimía en Tipografía La guariqueña. Antonio Miguel Martínez, Rafael Pellicer Viana, Luis Adolfo Melo, y Efrén Ponce, eran responsables de su circulación. 1934 La Idea: Reaparición. Fue clausurado este mismo año por idénticos motivos que el Santos Luzardo pero con el agravante que sus redactores: Próspero Infante, Horacio González, Juan Rafael Martínez, Manuel Peraza y Luis Adolfo Melo, fueron encarcelados. Leonardo Infante. Publicación de la Escuela Federal graduada Leonardo Infante, redactada por: Armando Bolívar Díaz y Pedro Díaz Seijas, 1936 Pobre Negro. Periódico ocasional. Responsable: Rafael Silva Díaz 1.938: Guarura. Periódico esporádico, redactado por Pedro Díaz Seijas y Armando Bolívar. 1939 El Cóndor. Reaparición. Dirigido por Pedro Seijas y Arnoldo Baptista. Trópico. Circulaba, irregularmente, bajo el patrocinio de Dimas Ortiz El Esfuerzo. Informativo de la escuela-comedor Nro. 3 del estado Guárico, con sede en el caserío Rabanito. Al frente del mismo estaba Carlos R. Navarro. 1940 Hoy. Semanario, al inicio; Quincenario, después. De larga duración. Promotores: Parminio González Arzola y Juan Rafael Martínez. 1943 AD. Publicación informativa del partido Acción Democrática. Redactado por Ángel R. González y Juan Rafael Martínez. 1944 La Balanza. Periódico anunciador de la farmacia Marcano, editado por la empresa. La Balanza. 1945 El Ganadero. Órgano de la Asociación de ganaderos del Distrito Infante, dirigido por Alfredo Zamora Pérez. 1946 Cultura Juvenil. Circuló eventualmente tutelado por Víctor Vera Morales Mario Díaz Seijas. y 1947 El Provinciano. Víctor Vera Morales y Chicho López lo editaban irregularmente. 1949 Pulgarcito. Ocasional. Órgano de la Escuela Federal graduada Leonardo Infante, editado por Luis María Osío 1950 Lea. Impreso ocasional, publicado por el Pbro. Ángel Polachini. 1951 Gil Fortoul. Informativo de esta institución. Redactado por Frank Arreaza Superación. Vocero quincenal del Grupo Escolar Rafael González Udis que tenía a Luis María Osío como responsable. 1953 El Guariqueño. Quincenario. Redactores: Manuel S. Guerrero, Luis Klissan, Elías Medina Ríos y Juan José Succar. 1956 Farol. Revista divulgativa de la unidad sanitaria de Valle de la Pascua redactada por el Dr. Manuel Montañéz. 1958 El Liceísta. Informativo del Liceo José Gil Fortoul. Antena. De circulación ocasional. Editor: Manuel Manrique Siso Candela. Quincenario. Redactado por Dimas Castillo Belisario El Revolucionario. Circuló irregularmente. Redactores: Manuel Fernández y José Rafael Hernández. 1959 La Puyita. Medio de circulación intermitente, redactado por Rafael Davonish Romero y José María Zaa. El Furruco. Medio Humorístico de la Escuela Normal Monseñor Álvarez. Redactores: Luis Fernando Melo y estudiantes de 4to. año de la Institución. 1960 La hoja. Circuló hasta 1.966 bajo la responsabilidad de Diben Gómez Laya, Juan Rafael Martínez, Juan Martínez, hijo y Alfredo Belisario. Región. Circulación mensual a cargo de Lorenzo Rubín Zamora, José Sánchez Torrealba, Witremundo Pérez Salomón y Mercedes de Zamora. 1962 El Guariqueño. Semanario, dirigido por Misael Flores El Liceista. Reaparición. Órgano informativo del Liceo José Gil Fortoul. Redactores: Enrique Ramírez, Guillermo Loreto Mata y Gonzalo Chávez. 1963 Frente Llanero. De circulación ocasional a cargo de Alfonso Camacho 1965 El Pascuensito. Sólo circuló una sola edición. Responsable: Misael Flores 1967 Remanso. Revista informativa del Liceo José Gil Fortoul, redactada por Directivos y Alumnos de la institución. 1968 El Observador. Periódico ocasional, publicado por Julio Del Nogal 1971 El Sabanero. Salía ocasionalmente dirigido por Pedro Antonio Gómez 1972 El Llanero. Quincenario. Redactor: Diben Gómez Laya Palestra Popular. Ocasional. Editor: Pedro Díaz 1973 El Mensajero. Semanario. Se publicó por más de un año. De excelente formato y variado contenido. Propulsores: Gonzalo Chávez, Luis Fernando Melo, Miguel Ruiz Camero, Josafat González y Luis F. Jaramillo. El Observador Guariqueño. Quincenario. Editado por: Julio Del Nogal 1976 Orientación. Informativo del Instituto Universitario de Tecnología de los Llanos (IUT). Impreso en sus propios Talleres, bajo la tutela de Juan Manuel Ruiz y José Ron Rojas 1978 El Orientador. No tenía fecha fija de circulación. Director: Arturo Nadales 1980 Expresión. Ocasional. Su primer Director fue el Dr. Gonzalo Chávez quien junto a Misael Flores lo redactaba. Boletín Informativo. Órgano del Centro coordinador del desarrollo agropecuario de Valle de la Pascua. Impreso en los Talleres de Reproducción del Instituto de Tecnología de los Llanos. (IUT) y redactado por: Pablo J. Aurrecochea, Francisco José Torres, Igor Arias y Cipriano Lugo. 1987. Guía Comercial e Industrial Guárico-Apure. Revista anual. Circuló hasta 1990. Director: Luis Pérez Guevara 1988 El Reportero. Quincenario. Director: Misael Flores 1990. Guía Comercial, Industrial, Profesional y Telefónica de Valle de la Pascua. Revista de circulación anual. Director: Luis Pérez Guevara 1991 Hora Cero. Diario. Director: Luis Salas 1994 El Guariqueño. Semanario en su segunda Etapa. Director: Misael Flores 1995 En Síntesis. Revista mensual editada por Héctor Luna y Francisco Finol Matos. 1997 El Negocio de Todos. Semanario propagandístico, promovido por Ernesto Guerra y Luis Martínez. La Fans. Revista mensual, cuya responsabilidad recaía en: Leonardo Ojeda, José Luis García y Víctor Figueroa. El Pascuense. Quincenario. Responsables: Emilio Rojas, Enrique Bolívar y Adán Arévalo. 1998 El Vallepascuense. Periódico quincenal. Responsables: Enrique Bolívar y Liliana de Bolívar. El Soberano. Semanario. Gerenciado por Patricia Poleo, como propietaria y directora, y Gonzalo Chávez, como subdirector. 1999 Salud y Actualidad. Revista mensual del Colegio Médico, Seccional Valle de la Pascua. Presidido por el Dr. Isaac Álvarez. Sólo circularon dos ediciones. 2000 Jornada. Diario. Impreso en los talleres del diario El Periodiquito en Maracay-Aragua. Editor: José María Arias. Director general, Manuel Arias. 2004 Estalla. Estampas Llaneras. Semanario Cultural, publicitario y de opinión impreso por Loly Asdrúbal Puerta. 2005. Los Llanos. Diario. Su primer director fue José Gregorio García. Tuvo corta vida. 2007. El Reportero. Reaparición. Editor: Misael Flores. Director Junior Martínez Saber Vivir. Revista. Guía médica coordinada por Nancy y Rebeca Beterzelián. Estos son, a grandes rasgos, los medios de comunicación impresos que han nacido, hasta hoy, en nuestra ciudad. Estamos seguros que muchos más germinarán y crecerán porque Valle de la Pascua es tierra abonada de pujanza, revestida de dinamismo en todos los campos del quehacer diario, de donde, evidentemente, se genera la noticia, materia prima que nutre y da vida a los medios de comunicación. LA CASA DEL LLANERO En la ciudad todos hablan de ella, de la Casa del Llanero: que si la municipalidad debe recuperarla, que si es patrimonio comunal, que si la vendieron, y hasta que si un “avispao” se adueñó de ella, mediante registro de un titulo supletorio; y tantas cosas que, como el viento, deambulan de oído en oído. Esa vivienda, bonita en sus primeros tiempos, de altas paredes llenas de ventanales, de amplios patios propicios para la tertulia y la reunión familiar, guarda en el alto de la calle Real, salida hacia Tucupido, trazos del pasado local que se resisten a ser borrados por el deterioro que hoy la envuelve. La Casa del Llanero, como se ha llamado siempre, fue construida por el Ministerio de Obras Públicas (MOP) en 1939, con motivo de la celebración de las primeras ferias agropecuarias de Valle de la Pascua, festividades durante las cuales se inauguró y se presentó como modelo de vivienda rural para los futuros planes habitacionales a desarrollarse en la región. Culminada la feria, en 1940, la casa fue entregada a la Municipalidad por la Dirección de Edificios del MOP de acuerdo a Oficio Nro. 41 de fecha 19-02-1940, firmado por Enrique Aguerrevere, Ministro de Obras Públicas, quien comisionó al Ingeniero Andrés Frágenas, encargado de los trabajos del acueducto que para esa fecha se instalaba en el pueblo, para que cumpliese con lo establecido. La casa fue recibida por una comisión de concejales integrada por Arturo Tovar, Presidente; Alejandro Campagna, Juan Manuel Barrios y Jesús Bolívar, quienes recibieron y dieron derecho de palabra, en el seno de la Corporación Municipal, al Dr. Rafael Zamora Pérez, presidente de la recién finalizada feria que reclamó el inmueble para la sede de la directiva ferial, aduciendo que el Ministro se lo había prometido así. El reclamo no prosperó, ya que el oficio remitido por el Ministerio de Obras Públicas, no establecía nada al respecto, y el enviado por Zamora Pérez al Ministro, no tuvo respuesta. Ese mismo año, el Concejo Municipal aprobó arrendar la casa y destinar esos ingresos para fines educativos. Fue habitada, entre otros, por Próspero Aponte, el Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS). Doña Clara de Puzzolini, que, regentaba una escuelita; y también se estableció en ella, aunque por poco tiempo, una escuela estatal. Hoy, aquella útil, espaciosa y bonita casa que albergó, en sus sombreados patios y espaciosos pasillos, al Presidente de la República, para la época, General Eleazar López Contreras, quien la inauguró, a su comitiva y demás personeros de la política nacional, regional y local, por efecto de la conjugación de factores exógenos, perdió el encanto. Donde estuvieron aquéllas hermosas ventanas, ahora vemos simples barrotes o huellas de la arquitectura que, orgullosa, lució en sus primeros días. Sus pasillos, se fueron con las pisadas que le hirieron en aquel pasado lleno de esplendor. Sus árboles, que dieron frutos y sombra a los habitantes de la otrora famosa casona, cumplieron su ciclo vital. Cuando pasamos por allí, por la intersección de la Av. Libertador con calle Real, la vemos, en sus últimos estertores. ¿Será por desidia?, ¿O por desconocer su significado en la vida de aquellos habitantes? No sabemos realmente cual es la causa, pero agoniza ante nuestra mirada indiferente. LA RADIODIFUSION EN VALLE DE LA PASCUA La Radio, ese importante medio que nos sirve, entre otras cosas, de despertador y que llevó a las abuelas a llorar con radionovelas como El Derecho de Nacer; y a los jóvenes, a vivir las emociones de Los Tres Villalobos o Martín Valiente, hoy nos ayuda a soportar el stress de una cola ocasionada por el pesado tráfico y nos tranquiliza cuando el sofocante calor nos embarga. Ese medio comunicacional también escribió su historia en Valle de la Pascua. En 1942, siguiendo los surcos marcados por A.Y.R.E. y por la Broadcasting Caracas, se dieron los primeros pasos en la Princesa Guariqueña para lograr el establecimiento de una emisora radial. Los pioneros de la idea fueron los señores Luis Adolfo Melo Infante y Francisco Moreno Díaz. Ellos solicitaron el correspondiente permiso ante el Director de Radiocomunicaciones del Ministerio del Trabajo y Comunicaciones que, para ese entonces, era J.B. García Medina, quien les respondió, el 28 de agosto de 1942, remitiéndoles copia de una Gaceta Oficial del año anterior contentiva del Reglamento de Radiocomunicaciones, con el cual podían informarse acerca de los requisitos que debían llenar para obtener la correspondiente habilitación. Las múltiples condiciones y detalles exigidos, así como la elevada inversión requerida impidió la realización del proyecto; sin embargo, Luis Adolfo Melo, hombre progresista y creativo, consecuente con la idea, había establecido, ese mismo año, en la calle González Padrón del pueblo, una especie de emisora local que bautizó con el nombre de PUBLICIDAD GUARICO, la que, equipada con un tocadiscos, dos micrófonos, cables y cinco cornetas, en el horario de seis a once de la noche, impregnaba de alegría el corazón de la princesa. En esa especie de emisora, se dejaban escuchar las voces de Facundo Camero, José de la Cruz Benavente, Alfredo Camero Velásquez y Arturo Villarroel, promocionando la música venezolana, especialmente interpretada por Magdalena Sánchez, Ángel Custodio Loyola, Mario Suárez, Rafael Montaño y Marisela, que entrelazaban música mexicana. Se escuchaba, también, a Juan Nicolás Hitcher animando un programa de concursos, diseñado para aficionados y/o artistas noveles, en el cual debutaron: Olga Bolívar, Amalia Hitcher, Emilio García, Armando Prado, las hermanas Lazaballet y los Núñez: Damaris y Pedro, entre otros y lógicamente no podría faltar el espacio de los comerciales que compensaban parte del esfuerzo y empeño de ese grupo de jóvenes que, desempeñando el rol de locutores y/o animadores proporcionaban entretenimiento a una ansiosa audiencia que se acercaba hasta la plaza para disfrutar de la programación. Como no se contaba con asientos, los espectadores permanecían de pie. De la misma manera, las familias vecinas, a las seis de la tarde, sacaban sus sillas para las puertas de las casas y se reunían a disfrutar de la pauta diaria que les llegaba a través de cornetas ubicadas en las esquinas de la plaza Bolívar y mas allá en: Las Tres Rosas, El Polvorín, El Retumbo y en la esquina de la Música. Pero, igual que una ráfaga de viento, el vespertino entretenimiento tuvo una existencia efímera pues, ese mismo agosto, la municipalidad aprobó retirar las cornetas que estaban colocadas en las esquinas antes mencionadas. Después de tan drástica medida, se impuso un silencio de diez años, que se rompió el 28 de noviembre de 1952, seis días después de haberse fundado en Caracas la Televisora Nacional, Canal 5, cuando se inaugura RADIODIFUSORA LA PASCUA. Esta empresa fue instalada por el joven profesional Carlos Poleo para servir a los 12.600 habitantes que había en el pueblo. Contaba con un transmisor de 1 kilovatio de potencia e inició sus labores en el barrio La Aurora, frente al cementerio viejo, de donde se mudó, sucesivamente, a la calle Real (entre Atarraya y Retumbo), calle Atarraya (entre Guasco y Descanso), calle Paraíso (entre Camaleones y Retumbo) y finalmente a la calle 5 de Julio (entre Deleite y Camaleones), donde funcionó, como Radio La Pascua, con el dial, 1370. En esta emisora fueron pioneros de la locución los señores: José María Zaa, Marco Antonio López, Roque Luis Martínez, José Aníbal Manzo y Pompeyo Rafael Higuera Sutil quienes, junto con Jesús Farías y Argenis Negrón, operadores de estudio; y José Mejías, operador de la planta transmisora ubicada en El Corozo, trazaron la ruta comunicacional. Más tarde, se sumaron otros profesionales del micrófono, así como operadores, quienes ocuparon lugares preferenciales en los hogares vallepascuense donde se escuchaban por unos pesados cajones de madera, marca Telefunken que tenían una especie de tornillos que permitían encender, cambiar el dial, dar volumen y apagar el artefacto. A esta segunda generación pertenecen: Edgar y Pedro Sánchez, Juan Francisco Champion, Carlos Ramón Fuenmayor, Jhonny Ponte, Reinaldo José Guedez, Juan Manuitt, Julio González, Francisco Sifontes y José Antonio Páez. Con el correr de los días, se sumaron, entre otros: Rafael González., Luis Suárez, Manuel Esteban Díaz, José Manuel Martínez (Joe Martín), Carlos Rodríguez, Omega de Sifontes, Arturo Villarroel, Antonio del Nogal, Josafat González, Israel y Héctor Sotillo, Arturo Hernández Marín, Luis Pérez Guevara, José Luis García, José Luis Andrade, Leonardo Ojeda, Ramón Correa, Juan de Mata Rengifo, Gonzalo Chávez, Rosini Pariaco, José Gregorio Camero, Frank Holder y otros de nueva data. En la sincronización de los sonidos lo hicieron: Luis “Chichí” Hernández, Jesús “Chucho” Carrasquel, Juan José Lozano, Rosa Negrón, Antonio Araujo, Tomás Hernández, Faustino Rondón, Miguel Pérez, Adriano Cathano, José Luis (Bolita) y Sergio (Cachomba) Martínez, Héctor Aguirre Muñoz y otros jóvenes talentos como José Luis Coa, José Rodríguez, Silvio Rivero, quienes contando con la dirección técnica y administrativa de Ángel Landaeta Lovera, “Querido Amigo”, y posteriormente de Pedro Arévalo González, Mario Casamassima y Tomas Montilla Rivero, profundizaron un canal que permitió conocer diariamente el acontecer regional, nacional e internacional, así como viajar a través de la fantasía a remotos lugares y alejadas épocas. Atrás quedaron los días de una estación radial única. Valle de la Pascua se ha convertido en un verdadero potencial de la radiocomunicación. El 22 de junio de 1990 nace Radio Enlace 860 AM, instalada por la familia Camero, con 25 kilovatios de potencia. Esta emisora, cuyos estudios están ubicados en la Avenida Rómulo Gallegos y su planta trasmisora en el sector El Corozo, ha sido dirigida por: Ramiro Seijas, Alexander Barrios, Héctor Ortega y Jane Zamora. Allí escuchamos las voces, además de los directores, de Armando Bolívar Leal, Valmore García, Eliana Díaz, Ernesto Albornoz, José Gerdel Morales, Pedro Ríos Prado, Teodoso Hernández, Dayanara García, Julio Herrera, Juan de Mata Rengifo, Daniel Chacón, Rafael Humberto González, Freddy Quintero, y otros que dieron realce a los sagrados postulados de la radiodifusión: informar, entretener y educar. Otra emisora que echó sus raíces en nuestro suelo es Ambiente 96.1 FM, inaugurada el 25 de septiembre de 1995 por los señores Juan Francisco Champion, Manuel Matos Charmelo y Ramón Santiago Martínez en la calle Retumbo c/c las Flores. Hoy es propiedad del Sr. Reinaldo Armas. Junto a ella están en el aire también: Vida 94.1 FM, en la Av. circunvalación de Guamachal, Autentica 90.5 FM en la calle Shettino, Alternativa 100.7 en la calle Real, Edificio Pascua Real, Rumba 106.1 en la Av. Rómulo Gallegos y en mayo del 2006 inicia sus trasmisiones, Deportiva 98.3 en la calle Páez del Sector La Represa, las cuales transformaron la radiodifusión en un instrumento de trabajo muy valioso para nuestros pueblos. Este auge de la radio, es una muestra del crecimiento de la Princesa Guariqueña. PROGRAMA ENTREVERAO, conducido por Luis Pérez Guevara y trasmitido durante 18 años a través de Radio la Pascua. Se observa: Sentados: Teo Galíndez, Pérez Guevara e Iris Gaviria. Detrás, de pie: Alexis Smith, Héctor Luna, Guillermo Gámez, Abel Rodríguez, Otto Rodríguez, Oswaldo Correa, etc. Radiodifusora La Pascua (La pionera) trasmite en vivo homenaje a Ernesto Luis Rodríguez. Locutor: José Rafael Negrón. LAS CUEVAS DE CIRILO Aquí en nuestra ciudad, se vieron y todavía se ven, aunque con menos profusión, casos donde la fantasía, la ignorancia, la creencia en lo sobrenatural y la tradición ancestral se funden para construir realidades sociales y dar paso a los hechos que van nutriendo lo que se conoce como acervo cultural. Con esta premisa, relato un singular suceso que aconteció, en predios pascuenses, hace cierto tiempo. En la calle Atarraya norte habitaba CIRILO HERRERA, hombre que entró en las páginas alusivas a personajes populares por una ocurrencia muy peculiar de la cual fue protagonista. Se cuenta que cierto día, bien entrada la noche, de esas que se ven mucho en el llano: oscuras y tenebrosas, donde ni los caminos se miran porque son noches sin luna, sin luceros, propias del invierno; Cirilo se levantó y, oteando el horizonte hacia el oeste de la ciudad, vio una luz. De inmediato, sin decirle nada a su compañera, se vistió, se puso sus alpargatas, tomó su machete y una vieja chícura, a los que sacó filo en una piedra de amolar que tenía en el patio de la casa, se acomodó el sombrero y salió a “sacar de pena” a aquella alma que le estaba avisando donde tenía enterrada su fortuna. El haz de luz visualizado estaba muy distante de su hogar, pero eso no fue obstáculo. Se dirigió hacia allá, silencioso pero resuelto. Llegado al sitio donde había visto la luz se propuso, chícura en mano, cumplir con su cometido. A partir de esa noche Cirilo sólo vivió para buscar el tesoro, misión que él mismo se impuso. Así pasaron varios días en los que sólo iba a su casa a buscar bastimento, el cual consistía en: cazabe, queso, papelón y su taparita de agua. Esta conducta, por demás atípica, llamó la atención a su sobrina Natividad Herrera que se dio a la tarea de averiguar en qué andaba su tío, labor que le facilitaron los transeúntes que se movían, a través de un potrero propiedad de Don Dámaso Prado, hacia El Corozo, y especialmente los muchachos que, con sus bolsillos llenos de piedras y sus “chinas” listas para disparar al blanco, se entretenían cazando pájaros. Ellos sin proponérselo descubrieron la primera de las “Cuevas de Cirilo” que estaba prácticamente dentro del poblado y fue abandonada motivado a las visitas de curiosos. Cirilo se internó en el monte para cavar su segunda cueva. La segunda cueva de este personaje se hizo famosa, rápidamente, y el caso fue recogido, en gráficas, por reporteros de la prensa nacional y regional. Según el vulgo, medía más de 40 metros de profundidad con la particularidad que no era totalmente vertical sino más bien horizontal y tenía una circunferencia de un metro aproximadamente, por lo que se supone utilizaba pico y chícura de mangos cortos. La construcción de esta cueva fue un acontecimiento que movió y entretuvo al pueblo por varios días, sacándolo de la rutina y dándole tema de conversación a los vecinos. Igualmente, generó, por pocos días, empleo para muchos, tales como chóferes, que transportaban a los curiosos moradores; vendedores de comida rápida y de bebidas espirituosas y hasta fotógrafos, ya que muchos de los que asistieron al lugar se tomaron fotografías a la entrada de la caverna. El acontecimiento llegó a tener tanta resonancia, bullicio y seguidores como las ferias que se hacían por esos días. Sin embargo, como el tiempo todo lo borra, de aquellas cuevas de Cirilo no queda ni rastro. Fueron cavadas en el lugar que hoy ocupa una torre de Elecentro, en el límite de la Urbanización La Púa y la Florida I. De lo narrado por los familiares de Cirilo, se deduce que él nunca abandonó su compromiso, su quijotesca intención de “sacar de pena” a una ánima que no podía descansar en paz y, hasta un año antes de su muerte, a escondidas y en horas nocturnas, continuaba en su empeño. La chispa y vena poética del tuerto Matías Betancourt recogió y popularizó el hecho en versos: “Una gran maravilla sucedió a orillas del pueblo, mujeres, hombres y niños hasta de Caracas vinieron, a ver el gueco e’ Cirilo vinieron mil reporteros; dicen que Cirilo es loco más locos son los que fueron. Como que nunca habían visto a un hombre cachicamero ” MEDIOS DE TRANSPORTE El eco de una bocina rasgó el silencio y sembró en los corazones pueblerinos una mezcla de alegría, curiosidad y admiración, pues nunca antes se había escuchado sonido tan peculiar y hasta esos días, extraño. Once años después de haber llegado a Caracas un automóvil traído de Europa, en 1904, por la señora Zoila Rosa Martínez de Castro, esposa del Presidente de la República para esa fecha, General Cipriano Castro, se vivió igual suceso en Valle de la Pascua. Aquel fue un hecho trascendente en la historia del automovilismo en Venezuela, cuyo camino abrió, en 1907, la firma Enrique Arvelo y Pheelps la cual inició la importación de automóviles europeos como Renault y Peugeot a los que se sumaron, luego, marcas norteamericanas como Dodge, Overland y Ford imponiéndose esta última por su resistencia, fortaleza, sistema de amortiguación y mejor desempeño en los caminos de tierra de aquellos días, generalmente atravesados por quebradas y ríos; así como por el precio, que era el más económico de todos los existentes en el mercado. En Valle de la Pascua, como ya se afirmó, marcó época la llegada del automóvil. El vehículo que pisó suelo pascuense por primera vez llegó proveniente de Altagracia de Orituco, hecho ocurrido el 5 de Mayo de 1915. Según las crónicas de la época era un vehículo marca Ford, Modelo T que bautizaron, no se sabe si sus fabricantes o el sabio pueblo, de “Tablita”, adquirido en el Almacén Americano de Caracas, firma de Don Williams Pheelps, por un precio aproximado de 3.600 bolívares. El auto en cuestión era propiedad del General J. Emiliano Del Corral, Jefe Civil del Distrito Monagas y de los señores Hipólito de la Cueva y Luis Camero Arocha, hermano del poeta y combativo periodista, Nicasio Camero. A su llegada, el automóvil se detuvo en la Plaza Bolívar frente a la Jefatura Civil y causó un verdadero revuelo en la población acostumbrada a ver transitar sólo caballos, carretas, burros o personas. Los vecinos que pudieron escuchar aquel ruido tan extraño salieron, en masa, a ver el objeto que lo producía. Lo contemplaban a cierta distancia sin explicarse, totalmente, como hacía aquel hombre, el caraqueño Francisco Berroterán, que era el chofer, para poner en funcionamiento tal máquina. Dicho vehículo vino a Valle de la Pascua transportando a los hermanos Nicasio y Luis Camero, así como al médico Benito Gutiérrez López que prestaría atención médica a la señora Carolina Camero de Vargas, hermana de Luis y Nicasio. Con respecto al desempeño del auto, la tradición popular cuenta que los hermanos Camero realizaron cortos paseos con sus amigos llegando hasta Jácome, recorrido en el que se invertía un tiempo considerable debido al mal estado de la vialidad y a la poca velocidad desarrollada por el vehículo. De igual manera, en diciembre del mismo año, los moradores de Valle de la Pascua revivieron la emoción de tener en sus calles otro vehículo. Este iba de paso y se trataba, según lo narrado por José Francisco Martínez en su libro “Reminiscencias. Notas Periodísticas. Zaraza 1881 – 1936”, de un ford conducido por Don Ernesto González Gorrondona que acompañado por el doctor Carlos Morales, ex canciller de la República, se dirigían a la ciudad de Zaraza. El viaje lo iniciaron en la ciudad de Caracas y pasaron por La Victoria, El Sombrero, Valle de la Pascua, El Socorro, y, finalmente, Zaraza a donde llegaron el 31 de diciembre a las 6 de la tarde, después de casi una semana de viaje. Este vehículo, que fue el primero en llegar a Zaraza, llamaba la atención en todos los lugares por donde pasaba, especialmente en Valle de la Pascua, cuyos habitantes ya conocían el importante medio de transporte y lo habían detallado tanto que, espontáneamente, se atrevían a hacer comparaciones mientras gustosos indicaban al avezado conductor, la vía a seguir hacia la población de El Socorro. Al paso del tiempo, los vallepascuenses se sumaron al modernismo que tímidamente tocaba al pueblo. Otros automóviles surcaron sus calles y se quedaron: el de Don Manuel María Aurrecochea, el del famoso médico cirujano Rafael Zamora Arévalo, quien contrató como chofer a Domingo Shettino, y los de Ricardo Sutil, Cecilio Moreno, Manuel Vargas y otros que le imprimieron cierto dinamismo a la todavía campestre villa. El tráfico automotor facilitó el establecimiento de dos estaciones de gasolina, que eran operadas manualmente y pertenecían a Don Cecilio Moreno, una, y a Don Rafael Silva, la otra. En ellas se expendía gasolina marca “Wicco” o “Benzoleo”, que los clientes, además de llenar el tanque, podían llevar en latas de 17 litros. Así, lentamente, fue aumentando el número de vehículos que circulaban en la ciudad por lo que, en agosto de 1918, la municipalidad aprobó un reglamento para automóviles y otros carros, en el cual se fijaba un impuesto de cuatro bolívares (Bs. 4,oo) que debían pagar, mensualmente, los propietarios de vehículos automotores. A esta medida le siguió la creación de la Inspectoría de Vehículos del Distrito, donde desempeñaron importante labor Guillermo Ubieda Matos y Antonio Labrador, entre otros. Este incremento en el número de vehículos, motivó a la colectividad a buscar, de manera definitiva, una nueva y moderna alternativa de transporte. Domingo Shettino, mecánico automotriz y quien, como ya anotamos, se desempeñaba como chofer del Dr. Rafael Zamora Arévalo, le compró el vehículo a su patrón para usarlo en el transporte de pasajeros, convirtiéndose en el precursor de las líneas de vehículos por puesto en Valle de la Pascua. Su itinerario era Valle de la Pascua - Caracas, travesía que hacía en dos días y solamente en época de sequía pues, en época lluviosa era imposible viajar por aquellas carreteras de tierra ya que el mal estado de las mismas solo permitía traficar en caballo, carretas, burros o a pie. A la postre se asfaltó la carretera hasta San Juan de los Morros lo que redujo el tiempo del viaje, pudiéndose realizar en ocho horas, pero la salida debía ser en la madrugada para no verse en la necesidad de pernoctar en la travesía. La única vía conocida hacia la capital de la república, en los primeros años del siglo XX era por Mamonal, cruzando el Río Manapire en una chalana del General Félix Galavis, propietario del hato Palenque, de donde se seguía rumbo a El Sombrero y San Juan de los Morros, para luego dirigirse a través de los Valles de Aragua a Los Teques y finalmente a Caracas. La experiencia de Shettino fue seguida por la empresa autobusera de Julio Azpurua y Avelino Rodriguez, la ARC, surgida de la fusión de las líneas Aragua, Roja y Carabobo, por una supuesta orden del General Juan Vicente Gómez, como estrategia para evitar la competencia entre ellas. La ARC fue vendida a Julio García quien la denomina ABC, nombre con el cual estuvo operando en una oficina ubicada en la calle Guasco entre calles Shettino y González Padrón. Se cuenta que prestó un buen servicio pues disponía de dos autobuses que se alternaban: mientras uno iba hacia Caracas, el otro venía hacia Valle de la Pascua. Estas unidades sirvieron de medio para la información y el entretenimiento del pueblo, ya que en ellas se traían los periódicos que se editaban en esa época, El Heraldo y La Esfera, así como las películas que se proyectaban en los cines de la localidad, responsabilidad asumida después por el Transporte Fílmico, exclusivo para tal fin. En lo que respecta a la cobertura de la vía hacia Oriente, se instaló en Valle de la Pascua la llamada línea LOCA (Línea Oriente Compañía Anónima) que llegaba hasta El Tigre - Anzoátegui. Posteriormente, Don Thermo Briceño, un sempiterno viajero mirandino, se sumó a la iniciativa del transporte urbano. En 1940 fijó su residencia en Valle de la Pascua e inició la cobertura de la ruta Valle de la Pascua – Zaraza. Luego funda la empresa Autobuses La Pascua, y amplía la cobertura al incorporar la ruta Caracas - Valle de la Pascua comprada a Blas Martínez, con dos unidades, mientras una venía, la otra iba hacia esa capital; y la ruta Caracas - Zaraza - Aragua de Barcelona, de la empresa C.A. Miranda, Aragua, Guárico (CAMAG). Estas rutas permitieron a la nueva sociedad diversificar el itinerario. Actualmente la empresa cuenta con una flota de unidades que supera las dos decenas, con las que cubre: Cantaura - Valencia, Valle de la Pascua San Juan de los Morros y Cantaura - Caracas - Puerto Ayacucho. A esta compañía de autobuses se sumaron las empresas de carros por puesto, entre las que se cuentan: Línea La Pascua, Mensajeros Llanos del Sur, Unión de Conductores 87.007 y Gran Orinoco. Estas líneas externas sirvieron de estímulo para el establecimiento de las internas de las cuales fueron pioneros los señores Juan Manuel Barrios y Abraham Isaac. Cada uno de ellos puso en circulación un autobús que recorría las calles del pueblo desde tempranas horas. Sin embargo, ambas empresas fracasaron, quizás por la utilización de otros medios de movilización (burros, caballos, carretas) o debido a la falta de costumbre del colectivo a utilizar ese moderno medio de transporte. En 1958, Don Thermo Briceño pone en circulación cuatro autobuses que cubrían el perímetro de la ciudad y cobraban 0,25 céntimos por el recorrido. Esos viejos autobuses azules, donde tantas veces nos montamos, solo estuvieron en circulación cinco años. Posteriormente fueron sustituidos por las camionetas de las líneas Araguaney, La Candelaria y Gran Cacique. Hoy, el envión del tiempo nos ha llevado los autobuses y las camionetitas. La gente prefiere el servicio de taxis. Pero, en Valle de la Pascua no sólo se establecieron las líneas terrestres sino, también, las aéreas, las cuales corrieron con menos suerte al no contar con la estabilidad económica necesaria para lograr su permanencia. La iniciativa del transporte aéreo la tomó el Concejo Municipal en 1930 cuando gestiona con la Compañía Aeropostal Venezolana la escala en esta ciudad. Esta idea se materializó 18 años después cuando una comisión integrada, entre otros, por: Luis Adolfo Melo, Manuel Esteban González, Nicolás Soto Martínez y Antonio Arias Moreno, asesorados por el Coronel Ramón Armas Pérez, realizaron gestiones ante el Ministerio de Transporte y Comunicaciones y lograron que el entonces Presidente de la República, Don Rómulo Gallegos, dictara, el 14 de abril de 1948, un decreto ordenando la construcción del terminal aéreo. La obra se realizó en terrenos cedidos por el Concejo Municipal en el barrio Las Garcitas, cuyos trabajos se culminaron dos años después, correspondiéndole a la Junta Militar presidida por el Coronel Carlos Delgado Chalbaud autorizar su apertura al tráfico nacional, lo cual hizo mediante Decreto publicado en Gaceta Oficial Nro. 23.437 de fecha 15 de febrero de 1951. Así pues, la primera empresa aérea que se estableció en Valle de la Pascua fue la LINEA AEROPOSTAL VENEZOLANA que se inició bajo la dirección de Luis Adolfo Melo y luego de José Antonio Guevara. Poco tiempo después comenzó a operar AEROVIAS VENEZOLANAS, S.A. (AVENSA), cuya dirección estaba en manos de Humberto Moreno y Francisco Mikuski; además las líneas de carga: Transporte Aéreo Compañía Anónima (TACA), gerenciada por Ignacio Villafañe; y RANSA, que transportaba carne entre San Fernando de Apure y Caracas y, eventualmente, hacía escala en nuestro aeropuerto. El primer avión que aterrizó en el Aeropuerto Las Garcitas, estuvo tripulado por el Capitán Ramón Díaz Borges y desde entonces Valle de la Pascua contó con el servicio de tres vuelos diarios que, posteriormente, al fusionarse TACA con AEROPOSTAL, se reducen a dos, uno en la mañana y otro en la tarde. El costo del pasaje Valle de la Pascua - Caracas era de Bs. 40, más el diez por ciento (Bs. 4,oo) y el de ida y vuelta costaba Bs. 72,oo. Estas líneas aéreas, además de facilitar los traslados permitieron a la gente de esta tierra hacer un poco de turismo. AVENSA implementó los llamados “Charter”, paseos de fin de semana a Caicara de Orinoco para conocer ese importante puerto fluvial y disfrutar del majestuoso Orinoco; y la TACA organizaba, ocasionalmente, excursiones a la Gran Sabana, Santa Elena de Uairen y Urimán. Pero, lamentablemente, la poca rentabilidad de las empresas por la escasez de viajeros, determinó su retiro de la ciudad. Otras líneas intentaron conquistar el mercado pero tampoco tuvieron éxito: ACER-CA, que en los primeros años del 80 estableció ruta hacia Maiquetía y Margarita y, posteriormente, AVIOR (1997). Ellas corrieron con el mismo destino de sus antecesoras. Para alegría de los vallepascuences, en el 2005, el Batallón de Aviones General de Brigada Tomás Montilla retomó la transportación aérea haciendo énfasis en el aspecto social. La ruta está limitada a San Fernando de Apure, Caicara del Orinoco y Ciudad Bolívar los vecinos del aeropuerto, cada amanecer, sienten emoción al encenderse los motores de las naves que apenas asoma el sol comienzan a surcar nuestro espacio aéreo. Avión de la Línea TACA (1953). Figuran en esta foto, entre otros: José C. González, Pedro J. Carreño, Rosa de Plessman, Gladis Hernández, Teresa Díaz Moronta, Ana Isabel de Melo, Mercedes García M., Diana Rengifo, Ana de Rengifo, José Miguel García, Juan Díaz y Lourdes Camero PASION BEISBOLERA Nadie puede negar que el béisbol es la disciplina deportiva que con mayor emoción sigue el venezolano. La génesis de esta disciplina deportiva tiene su asiento en 1750 cuando los ingleses lo trajeron a América. Ellos introdujeron en sus colonias americanas dos juegos: TOWN BALL, uno; y ROUNDERS, el otro. Ambos se hicieron populares entre aquellos incipientes jugadores. El Town Ball se jugaba en Boston y el Rounders, en New York. De estos juegos se derivó el béisbol, aunque la historia contemporánea toma como punto de partida de dicha actividad el año 1839, y como cuna a Cooperstown, ciudad donde funciona el HALL DE LA FAMA. La disciplina, tal y como se conoce hoy, fue inventada por el Coronel norteamericano Abner Doubleday y alcanzó su consolidación en 1845 cuando el joven agrimensor Alexander Cartwright diseñó el primer terreno de juego y organizó el primer equipo, el New York Knickerbockers. Cartwright estableció, también, las normas bajo las cuales se jugaría el béisbol; y lo hizo con tanto acierto que dichas reglas aún siguen vigentes, claro está, con ciertas modificaciones. En este devenir transcurrió un poco más de medio siglo, exactamente 55 años, antes que el béisbol llegara a nuestro país. Eso sucedió en 1894, cuando unos exploradores e ingenieros ingleses venidos a Venezuela para trabajar en las minas de cobre de Aroa, en el estado Yaracuy, lo practicaron. Un año después, en 1895, el béisbol llegó a Caracas de la mano de unos jóvenes venezolanos que cursaban estudios en Estados Unidos y Europa, quienes, antes de retornar al extranjero, instruyeron en los secretos beisbolísticos a un grupo de compatriotas que, a su vez, abrieron la senda para fundar el primer equipo de béisbol en el país, el Caracas B.B.C. Según Lorenzo Rubín Zamora, en su obra: Tres Etapas de Valle de la Pascua, este apasionante pasatiempo llegó a nuestros predios en el año 1917 por iniciativa de Salvador Camero y del periodista José María Álvarez Jaramillo, quienes formaron el primer Club de béisbol del Municipio, el Infante B.B.C, en el cual ellos fungían como manager y coach, respectivamente. Como presidente del club se designó al Dr. Alberto Aranguren y los jugadores que integraron ese primer equipo fueron: Ramón Vicente Loreto, Feliciano Hernández, Juan León (el negro), Juan Manuel Bolívar, Julián Morales, Jesús Infante, Estanislao Orozco, Luis Martínez, Jesús Ruiz, Gumersindo Mosqueda, José López Rondón, José Leonardo Rivero, Pastor Fernández, Juan Francisco Bolívar y Alejandro Lazaballet. Como es lógico suponer, al Infante le salió contendor y fue el “Independencia”, novena que tuvo efímera existencia, ya que, al poco tiempo, se fusionó con el primero para dar paso al Alianza Sport Club. Listo el equipo, sólo se requería de rivales. Según la tradición oral, el primer encuentro que realizó el Alianza fuera de su terruño fue, en la ciudad de Zaraza el 18 de Mayo de 1923, auspiciado por los Coroneles Julián Carreño España y Rafael Arturo Carreño, jefes civiles del distrito Infante, el primero, y de Zaraza, el segundo. En aquel encuentro el anfitrión Oriental perdió, 10 carreras por 7, con el visitante. La representación pascuense estuvo a cargo de: Antonio Vilera, Ramón Vicente Loreto, Manuel Peraza, Nicomedes Salazar hijo, Francisco Peraza, Puro Azuaje, Antonio Peraza, Jesús Ruiz, Antonio César Belisario y Luis Adolfo Melo. José Francisco Martínez, en su obra: Historia del Béisbol en Altagracia de Orituco, Primera parte 1907-1936, hace referencia al primer encuentro del Alianza con el equipo gracitano, Altagracia, novena que salió de su lar nativo la mañana del día 21 de Noviembre de 1931, transportados por el Sr. Oswaldo Pescador en su pesado camión, en el que viajaron no sólo los deportistas, sino también la banda Padre Sojo dirigida por el profesor José Calixto Morín, además de todos los fanáticos que cupieron en el improvisado ómnibus. Los viajeros llegaron a Chaguaramas aproximadamente a las siete de la noche, retardo debido, exclusivamente, al mal estado del camino. Allí fueron recibidos por, entre otros, Eusebio y Miguel Moreno, Luis Adolfo Melo, manager del Alianza, Don Cecilio Moreno, Coronel Antonio Rivero, jefe civil del distrito Infante y Miguel Ángel García, quienes los guiaron hasta Valle de la Pascua y específicamente al hotel Caracas, en la calle Atarraya, donde se hospedaron. Antes del merecido descanso, la banda Padre Sojo deleitó, con unas piezas musicales, a la concurrencia que los esperaba en la plaza Bolívar. Al día siguiente, domingo 22, después de un tremendo “palo de agua”, se realizó el juego en el stadium Bolívar. Se inició con el correspondiente protocolo que incluyó los tradicionales discursos: Por el Altagracia lo hizo la madrina, Srta. Raquel Vargas Belisario y el periodista Ramón Rodríguez Vargas, director del periódico El Lugareño; y por el Alianza, el Dr. Alberto Aranguren. El equipo anfitrión alineó de la siguiente manera: Picher: Ramón Vicente Loreto; Catcher: Juan Antonio Lazaballet (Totón); Primera Base: Eusebio Moreno Arzola; Segunda base: Alfonso Melo Infante (Gato Negro); Campo Corto: Valerio Machado; Tercera Base: Rafael Vargas Belisario (Gato Amarillo); Jardín Izquierdo: Marcos Jiménez (Marquito) ; Jardín Central: Belén Machado; Jardín Derecho: Antonio Belisario (Toñito), quedando en el banco: Chicho Salazar, Miguel Moreno, Luis Adolfo Melo (manager) ; y la Madrina, Srta. Mercedes Aponte Núñez. El Altagracia alineó así: Picher: Víctor García; Catcher: Juan Hernández (Maraña); Primera base: Sebastián Barrealt (Casaña); Segunda base: José Francisco Martínez; Tercera base: Eudoro Adames; Campo Corto: Sixto Sierra; Jardín Izquierdo: José Antonio Rico; Jardín Central: Manuel Jaspe; Jardín Derecho: Pedro Natalio Arévalo. Manager, Humberto D’Gregorio; madrina, Srta. Raquel Vargas Belisario. Cuando el reloj marcaba las tres de la tarde se dio el grito de ¡Play Ball!, y el primer lanzamiento del juego lo hizo la madrina del Altagracia. El equipo de la casa, Alianza, dio cuenta, fácilmente, de los visitantes con una abultada diferencia que estuvo sobre las 19 carreras. La revancha fue planificada para el 10 de enero de 1932 en tierra orituqueña y así fue: El día 9,. A las 3 de la tarde y después del acostumbrado protocolo pre-juego, se dio comienzo al encuentro, que fue ganado, nuevamente, por el equipo Infantino. A esta rivalidad siguieron otras que llevaron al Alianza a colocarse en la mira de los clubes de: Zaraza, Tucupido, Las Mercedes del Llano y El Socorro, equipo este último de gran peligrosidad para el Alianza ya que, de los antes mencionados, fue el que cayó por menor diferencia (12 a 9), lo que ocurrió cuando chocaron por primera vez. La tradición, voceada por los amantes de este regio deporte, recuerda con tal vehemencia y pasión que raya en el fanatismo, muchos de aquellos encuentros, los que generalmente tenían como sede el terreno del Bolívar. Otras veces se jugaba en el terreno de la Placita de los Motores, llamado también estadio del Alianza. Se trae al presente la confrontación que, por aquellos días, se dio entre el equipo Andrés Bello de Caracas, dirigido por el famoso “Chivo Capote” y el equipo Atarraya, cuyo manager fue Obdulio Pedrique (tío del ex-pelotero profesional Alfredo Pedrique). El encuentro terminó en un empate al concluir en el noveno ining por la negativa de los estrategas a seguir el encuentro. El año 1941 fue de gran trascendencia para el devenir y definitivo desarrollo del béisbol en la Princesa Guariqueña, motivado al triunfo que obtuvo Venezuela en la IV Serie Mundial de Béisbol Amateur, el 22 de Octubre de ese año. Este acontecimiento despertó en Valle de la Pascua, como en todo el país, una fantástica ola beisbolística que facilitó el surgimiento de nuevos equipos, tales como: Los Azules, Los Blancos, Royal Club, el Polar, equipo que contó con lo que, en el argot de la pelota, se conoce como “trabuco” conformado por: Carlos y Manuel Bolívar, Asdrúbal Vilera, Franco García, Humberto Carpio, Rudesindo Padrón, Itamar Gómez, Alejandro Palacios, Alfredo Mejías, Blas Álvarez, Ramón García y la estrella del equipo, epónimo del stadium de la Concordia, Rosendo Segura. Al paso de aquellos días, entre ponches y batazos, aumentó la pasión beisbolera. Se organizan otros equipos. Se recuerdan: El Garauno, Deportivo Bolívar, Tipografía Victoria, Atarraya, Deportivo Mi Mesa, Los Profesionales, B.A.P., Zulia, Ron Don Simón y Deportivo La Pascua. Con ellos aparecieron nuevos rostros en el escenario: Eleazar Higuera (Pata e’ Loro), Ramón Elías Morante, Jesús González, Guillermo Bolívar, Luis Padilla, Rafael Díaz, Rafael Navarro, Eleuterio Navarro, Baudilio Bolívar, Miguel Armas, Rafael Ancheta, Pedro María Salazar, Rafael Salazar, Eduardo Belisario, Roberto Bolívar, Narciso Díaz y el estelar Picher y cuarto bate: Gonzalo Chávez, entre otros. Mientras eso acontecía, también aumentaba la fanaticada. Los encuentros, ahora, eran más nutridos; sin embargo, las contiendas con equipos de otras latitudes, ayer como hoy, tenían más emoción, pues encendían pasiones y daban pie a las eternas comparaciones. Hoy, aún se recuerda la rivalidad, casi a muerte, entre el Alianza y el Saplan, equipo, este último, de las Mercedes del Llano conformado por trabajadores de una empresa petrolera que realizaba labores en esa zona. Entre sus jugadores estaban: Miguel Jurado, Carlos Ochoa (Ochoíta), Goyo Colina, Pedro Jurado, Rafael Mieres, Felipe Mijares, Tobías Jaspe, Julio García. Fueron muy seguidos, también, los encuentros entre los equipos: Deportivo La Pascua y Deportivo mi Mesa. El primero tenía como manager a Oswaldo Mejías y cuyo line up, generalmente era: Primera base, Manuel Farías, Oswaldo Mejías o Saúl Herrera; Segunda base, Rómulo Navarro (pato negro); Tercera base, Perú Alpón o Edgardo Leal; Campo corto, Manuel “mocho” Muñoz; Jardín Izquierdo, José Reyes Navas; Jardín Central: Eduardo “Chicho” Loreto, Ángel “Pelón” Muñoz o Raúl Salmerón; Jardín Derecho, Lorenzo Guzmán o Antonio Arvelaiz; Receptores, Freddy Cermeño y José Machado; Pichers, Juan Rondón, Pedro Gómez, Juan Ramírez, Iromedes Rosas y Rafael Palenzuela. Por su parte, el Deportivo Mi Mesa (fundado en 1970) tuvo como estratega a Ramón (Sanidad) Pérez y, posteriormente, a José “Jocho” Rodríguez y como Delegado a Leoncio Arévalo. Este conjunto alineaba, regularmente, así: Primera Base, Juan García; Segunda Base, Basilio Díaz; Tercera Base, Freddy Tovar o Ramón Rojas; Campo Corto, José Gil; Jardín Izquierdo, Elías Figuera; Jardín Central, Ramón Martínez; Jardín Derecho, José “cuadrao” Martínez; Receptor, Freddy Cermeño; Pichers: Rafael Palenzuela y Luis Velásquez. La roster de jugadores de este equipo estaba conformada por: Luis “Perringa” Velásquez, Pedro Salazar, Rafael Navarro, Miguel Díaz, Romer Ortiz, Jesús Gil, Douglas Barrios, Gino Barbagallo, Jóvito Díaz, Alberto Orozco, José “Marusa” Mejías, Ángel María Pedrique, Guillermo Martínez y Rafael “Chabuta” Arévalo. Mención especial para el Sr. Albino Rosso que brindó patrocinio, seguimiento y entusiasmo al Deportivo Mi Mesa. Otro equipo, muy seguido por los fanáticos del béisbol, fue el llamado “San Miguel”, cuyo nombre se podía leer en la parte delantera de la camiseta de los jugadores, mientras que en la posterior lucía “G.E. Rafael González Udis”. Allí militaban en sus comienzos: Dimas Ortiz, Lucas Castillo, Nelson Palacios (Chifle), Leopoldo “Pompa” Guevara, Vicente Herrera, el negro Sotillo, Joel y Efrén Guevara, David Gómez, Samuel Mejías, Rafael “Cariaco” Martínez, José “Cheché” Pérez, Pedro Carrillo y Efraín Tavera “Escalopio”, picher del equipo que hizo costumbre estallar niples en cualquier sala de cine de la ciudad cada vez que le daban un jonrón. En este recorrido por la historia de la pelota en nuestro pueblo, es justo hablar de La Concordia, una de las barriadas con mayor tradición beisbolística en Valle de la Pascua, sede del Rosendo Segura, primer stadium construido en la ciudad, el cual, hoy, comparte la fanaticada con el Freddy Tovar, (Banco Obrero) y el Luis Torres (Las Garcitas). En La Concordia, apoyado por el comerciante Vicente Ciaccera, nació el Floristería La Pascua, equipo que dio paso al Librería Universal, cuyo manager era Luis Torres y el coach Nelson Gómez. Regularmente, dicho equipo alineaba así: Primera Base, José Herrera, Carlos “Taluma” Delgado o César Affani; Segunda Base, Luis Gómez o Manuel García; Tercera Base, Costo Arévalo; Campo Corto, Salvador “La hormiga” Ortega, Jardín Izquierdo, Manuel “Canuto” Flores; Jardín Central, Oscar “Come mango” Guevara; Jardín Derecho, Carlos “Mosquito” Seijas, Pat Kelly o Jovanni Sánchez; Receptor, Francisco “Pancho” Díaz, Alcides “Pelotero” Valiente; Pichers, Nelson “Pan salao” Díaz, Edgar Mosqueda, Pedro Gómez y Gustavo “Topocho” Ledezma. Entre jugada y jugada, desaparece del escenario deportivo el nombre de Librería Universal y lo sustituye Yamaha rojo, plantel al que se agregan los pichers: José Hernández, Williams Flores y Williams Moreno, así como Emilio “Ranita” Infante; Receptor, Carlos Tademo; Primera Base, Alfredo Tademo, quien luego jugaría Segunda Base, al pasar su antiguo titular, Luis Gómez, a defender la antesala por el retiro, tempranero, de Costo Arévalo. Este equipo, con las dos franelas (roja y verde), estuvo activo hasta la década de los noventa cuando desaparece y da paso al Concordia, el cual tuvo una duración efímera, apenas unos pocos torneos. Luego surge el Centro Comercial La Pascua, integrado por algunos rostros nuevos, además de los ya conocidos. Su defensiva era: pichers, José “Chiricoca” Silva, Nelson “Pan salao” Díaz y José Seijas; Receptor, Emilio “Ranita” Infante; Primera Base, Enrique Cachutt; Segunda Base, Manuel García o Alfredo Tademo; Tercera Base, Ramón Moreno o Guillermo “La Mancha” Hernández; Campo Corto, Richard Pachano o José Seijas; Jardín Izquierdo, Manuel Canuto Flores u Oscar “come mango” Guevara; Jardín Central, Freddy Álvarez o Henry “El chino” Sotillo; Jardín Izquierdo, Nelson Díaz. La pasión por la pelota, en la princesa guariqueña, nunca se ha detenido, ha sufrido altibajos, pero siempre resurge con ímpetu, coraje y decisión. A tal afición se sumaron los equipos: Frutería Gutiérrez, Taller Paramaconi, Banco Obrero, que mas tarde sería Taller Baloa, Los Bálsamos, Los Carlos, Rincón Argentino, Los Olivos, Auto Repuestos El Rancho, Los Leones y Don Toba. Al paso del tiempo, el empuje de la fanaticada posibilitó el resurgimiento del equipo La Concordia el cual, huelga decir, sigue batallando. Ahora lo hace con nuevas caras, pues aquellos veteranos atletas fueron declinando por exigencias del calendario, el mismo que se llevó la época de esplendor en el béisbol y dio paso a otra más tranquila, quizás apática. Sin embargo, un grupo de jóvenes habitantes del sector: Bernardo “Tribi” Arévalo, Alfredo “Gora” Tademo, María Eugenia y José Seijas se dieron a la tarea de conformar una selección del municipio conocida como Academia de Béisbol La Concordia, la cual ha medido fuerzas contra equipos foráneos, especialmente contra las Academias de Béisbol que hacen vida activa en nuestro país. En este nuevo tiempo, se adentran en el béisbol y en el naciente equipo: Pichers, Javier Jaramillo, José Miguel Rodríguez, Bernardo Torres, Cristóbal Correa, José González y Nelson Díaz; Receptores, Emilio Infante, Jesús Belisario, Manuel Cachutt y Luis Fernando Martínez; Infilders, Oscar Vegas, Mario Prado, Celestino Aguilar, Frank Rengifo, Rosfranle Zamora, Octavio Rengifo, Wilibardo Bolívar y Jhonny Díaz; Outfilders, Julio Baute, Henry Sotillo, Jhonny Díaz, Manuel Melo, Juan “Macúa” Piñero, José Peñalver, Mario Prado y Darwin López; Manager, Simón Infante; Coach, José Seijas. A comienzos de 1994, la Academia de Béisbol La Concordia se enfrenta a la de las Fuerzas Aéreas, abriendo así su peregrinar beisbolístico; luego sería la de los Yanquis de New York; posteriormente, la de los Expos de Montreal y finalmente la de los Cardenales de San Luis. Tal como rige el precepto: “toda buena siembra da frutos”, aquí, en Valle de la Pascua, se obtuvo buena cosecha. La Academia norteamericana de béisbol Cardenales de San Luis llamó a varios peloteros integrantes de la Academia La Concordia y, después de varios días de observación, fueron firmados: Cristóbal Correa (Chaguaramas), Manuel Melo, Adrián Chávez, Celestino Aguilar, Martín Moreno, Trino Aguilar y Neomar Rengifo (Tucupido) quienes se unieron a los ya profesionales:. Juan “Macuita” Piñero, Luis Fernando Martínez, Jesús “Perolito” Belisario, Carlos Albornoz y Jhonny Díaz. Como es sabido, son muchas las personas que han contribuido a crear la plataforma para el desarrollo del béisbol vallepascuense. Algunos se mencionan en esta crónica, otros, quizás, se escaparon de nuestros recuerdos y muchos, lamentablemente, se perdieron en el anonimato, pero no podemos dejar de mencionar a: Adolfo Baloa, José Benavente, Manuel Oropeza Fraile, José Monaza, Simón Armas y las figuras de Luis Díaz, manager y pelotero utility que gozó del aprecio de todos, y Olivia Hoegl, eterna madrina del Alianza. Como sabemos, el mundo del béisbol es muy amplio. A la par de los jugadores están los UMPIRES, encargados de sentenciar cada jugada, responsabilidad que han asumido, entre otros, Roberto González, el Negro Zamora, Salvador González, Eusebio Moreno, Antonio Vilera, Domingo Rojas Anato, Arturo Coronil, Rafael Palenzuela, Tarcisio Cabrera, Ramón García, José Mercedes “El mono” Valera, Melitón Catalán, Jocho Rodríguez, Luis Quintana, Demetrio Aguilar, Obdulio Bolívar, Rafael Rojas, Fernando “Papaya” Brizuela, Guaicaipuro Cachutt, Juan Alvarez, Jhonny Ceballos, Macario, Juan y José Catalán, Germán Vegas y “Cachito” Texeira. El atisbo del hacer beisbolístico nos lleva a recordar que sin anotación no existirían las estadísticas que muestran los records, posiciones y determinan los champions, ya individual o colectivamente. En esta delicada y nunca apreciada tarea, debemos reseñar a: Leopoldo y Bernardo “Tribi” Arévalo Torres, Luis Torres, Eney “Lito” Silveira; Rafael Palenzuela y sus vástagos: Williams, Wilson y Wilmer, Elías Rodríguez, los hermanos Catalán: Macario, José y Juan, así como a Emilio y Felipe Infante. A la par de ellos, los hombres que le ponen el sabor al juego detrás de un micrófono, profesionales o no, que a través de su narración, ya sea radial o interna, han sabido mantener el ánimo y la esperanza en determinado equipo: Israel Sotillo, Carlos Rodríguez, Alfredo Rojas, Luis, Hugo y Tiberio Pérez Guevara, Carlos Elías Espinoza, Leopoldo Arévalo Torres, Adriano Cathano, Ramón Correa, Luky Luciano, Antonio Moreno, Teo Hernández, Faustino Hernández “La mancha”, “Pambelé”, Luis Quintana, Lite y Wili Álvarez, Rito Díaz y Jovanny Espinoza.. Han pasado muchas décadas desde que se escuchara por primera vez la voz de Play Ball en nuestros campos deportivos. Con nostalgia vemos que la pelota que se jugaba ayer con mística, con verdadero sacrificio, entrega total y sin aspirar nada, si acaso el reconocimiento de la fanaticada, se ha ido desvaneciendo. La actual se mueve en otro escenario, donde priva lo material. La de ayer era armoniosa, con vientos de hermandad entre los equipos y encendido amor hacia este deporte. Era una verdadera PASION BEISBOLERA. El ALIANZA POR AQUÍ NACE LA CANTA ¿Qué llanero no se alegra cuando escucha sonar un arpa? Creo que no existe quien no lo haga, porque todos cargamos, como parte de nuestro sentir, la afición por la música criolla. En toda celebración que se efectúa en nuestro pueblo siempre está presente la música llanera y popular, música que alegra nuestro espíritu y llena las soledades; música que es fiel compañera de las largas travesías, de las jornadas de ordeño y de otras faenas propias del llano. Este apego por nuestros sones y bailes ha convertido a Valle de la Pascua en una verdadera cantera musical. Ella es cuna de destacados músicos, intérpretes y compositores que han nacido con aptitudes para el arte musical; la mayoría, como nace una planta, espontáneamente, buscando luz y espacio para su crecimiento definitivo. Son muchos los ARPISTAS de mi pueblo, unos oriundos y otros venidos de lugares circunvecinos pero que han desarrollado su arte en La Princesa. Entre ellos se cuentan: Reinaldo Oropeza, Celestino Gómez, Patricio Machuca, José Mejías (Marusa), Guillermo Hernández, Ramón y Yergen Loreto, Omar Marín, Antonio Laya, Juan, Eugenio (Pepo) y Eduardo (Cachicamo) Gómez, Gerardo Velásquez, Juan Carlos Machuca, Benjamín Díaz, Lesli Requena, Alejandro y Juan Charaima, Alexis Díaz, Rodrigo Riera, Danny Díaz, Reinaldo Roldán y Javier Chicho Hernández. También de su seno han surgido excelentes CUATRISTAS, tales como: José Ramón Ávila, Cecilio y Rafael (Rafucho) Pedrique, Justo Martínez, Ángel Melo, Juan Antonio Rodríguez, Perfecto Carmona, Ángel Pérez, Puro Campos, Valerio Bolívar, Héctor Luna, Claret Rodríguez, Guermi Jaramillo, Jorge Luis y Jesús (Chucho) Seijas, Félix Meza, Williams Ledezma, Rolando Díaz, Oscar (El Maute) y Carlos Herrera, Arquímedes Seijas, a los que se suman los BAJISTAS, José Belisario, Carlos Martínez, Joel Díaz, Alexis Pedrique, Eugenio Gómez, Ángel Velásquez, Frnaklin Rondón, Alvin Charaima, Evaristo Rodríguez y Yorgin Loreto, que con los MARAQUEROS, Marino González, Janni Díaz, Juan (Pilín) Díaz, Rubén (Correíta) Jaramillo, Antonio Meza, Carlos Seijas, Júnior Díaz, José Velásquez, Leonardo Requena, Wladimir Loreto y Jorge Álvarez, engranan la armonía musical que alimenta el alma. Además del arpa, cuatro, bajo y maracas, otros instrumentos de cuerda nos han brindado hermosas melodías en las manos de los VIOLISTAS, Amado y Rafael Fernández, Juan Elías Figueroa, José de la Cruz y Baudilio Martínez, José Pereira, Juan Rafael Palacios, Eleuterio Navarro, Rafael Flores, Ismael Pérez y Germán Delgado; aunados a los MANDOLINISTAS, Ramón Modesto Santoyo, Carlos Montilla, Luis Alfredo Contreras y Rafael Toro; a los GUITARRISTAS: Juan Soublette, Tomás Blanca, Pastor Hernández, José Ortuño, Freddy Figueroa, Pedro Maracay, y los virtuosos de la BANDOLA, Ángel Loreto y Jesús Hernández, llamado cariñosamente “La bandola de Guaribe”, residenciado en nuestro pueblo desde hace varios años. A la par, de este significativo numero de músicos, tarareando una canción, están los compositores, renglón en el que se destacan: Jesús (Chucho) Moreno, Salvador González, Guillermo Hernández, Luis Pérez Guevara, Homero González, Valerio Bolívar, Palminio Hernández, Claret Rodríguez, Anselmo Zerpa Zurita, José Mercedes Charmelo y Argenis Ruiz, cuyos versos y coplas, en férrea identidad con su pueblo, vibran en las voces del Quinteto Magistral, Salvador González, Armando Martínez, Pili Hernández, Lesbia y Teresita Vargas, Adrián Bosett, Carlos Rondón, Armando González, Yolimar y Betsi Núñez, Pedro Rondón, Justo Figueroa, Tomás Loreto, José Zamora “El sentimental del Guárico”, José Humberto Castillo, Facundo Perdomo, Sandra Martínez, Magdalena y Teresa Díaz, José Luis Díaz y otros de reciente figuración en nuestra canta. Todos ellos han contribuido, en su momento, a hacer de Valle de la Pascua una ciudad - escuela de música -, donde también sembraron lecciones los hermanos Moreán Ruiz: Ramón, Rafael Ángel, Laura y Aníbal; José Antonio Torres, Juan Antonio Ruiz y Francisco Villegas. Un paso importante hacia la consolidación musical de la región fue dado por los docentes del, para aquel entonces, Grupo Escolar José Manuel Fuentes Acevedo, quienes, en 1974, proyectaron la realización del festival de música venezolana a nivel de educación primaria: Cantaclaro, con la finalidad de acrecentar el amor por nuestra música, estrechar lazos amistosos entre las diferentes escuelas de la localidad e interesarlas en la creación de grupos corales y estudiantinas. La idea se materializó y Cantaclaro nació y se hizo grande para, como el personaje gallegiano, recorrer caminos con el cocuyo de la música. Hoy es un programa organizado y coordinado por la Oficina Coordinadora de Programas de Formación y Difusión Cultural del Ministerio de Educación y se realiza en tres etapas: a nivel de planteles y Municipios Escolares (Paraulatita Llanera, en el Municipio Escolar Nro. 3); a nivel zonal (Festival Quitapesares, en la Zona Educativa Guárico) y a nivel nacional con la participación de los niños ganadores en los diferentes festivales zonales y en las distintas especialidades contempladas: voz solista, declamación, contrapunteo, joropo, ejecución de instrumentos, danzas folclóricas, teatro folclórico, afiches, investigación folclórica renglón donde participan docentes - y artesanía, en el cual, además de los maestros, puede participar el personal administrativo, obrero y padres y/o representante. Su sede permanece es Valle de la Pascua, la tierra que lo vio nacer, en el ámbito educativo, bajo el abrigo de Zelideth Ortiz Aguilar, directora del plantel, y de los miembros de la comisión planificadora: Héctor Rodríguez Pereira, Gema de Brizuela, Marlene de García, Graciosa de Carpio, Irma Laya y Milagros Albert. Desde el 12 de marzo de 2004, Cantaclaro es patrimonio cultural del estado Guárico, según decreto Nro. 39 del ejecutivo regional, publicado en gaceta oficial Nro. 21 de la mencionada entidad. Cantaclaro fue, pues, el prólogo de un amplio movimiento musical. Al correr de los días, en 1980, otro festival de música venezolana comienza a brillar en nuevo escenario: La Panoja de oro, empresa en la que, movidos por su sólida conciencia regional y por el rechazo a la hibrides de los sentimientos observados en las nuevas generaciones, se comprometieron: el Dr. Enrique Ramírez, Monseñor Rafael Chacín Soto, Dr. Luis Fernando Melo, Dr. Gonzalo Chávez, Profesor José Oscar Guerra, Arturo Socorro, Claret Rodríguez, Misael Flores, Demetrio Aguilar y otros que, posteriormente, se unieron a este primigenio grupo para sumar su aliento y hacer de La Panoja el primer festival de música venezolana a nivel nacional. Este festival, cuyo nombre rinde tributo al agricultor venezolano, especialmente al guariqueño, se inició con dos renglones, recio y estilizado, en las categorías, profesionales y noveles pero, con el paso del tiempo se eliminó la participación de los cantantes que ya habían grabado un trabajo discográfico, quedando solo para noveles. Es una tribuna donde nuestra gente muestra sus cualidades y sentir musical, bajo el marco del cordaje del arpa, el cuatro, bajo y el repique de los capachos. Las delegaciones invitadas a La Panoja, además de competir en los renglones: solistas (recios, estilizados y pasaje sabanero), baile de joropo y contrapunteo, también lo hacen en el reinado del festival para lo cual las madrinas de las mismas presentan una ponencia alusiva a la historia, geografía y/o costumbres de su región y deben demostrar sus habilidades en la ejecución de instrumentos criollos, canto y baile. Se premia, además, al cantante más popular y a las letras de canciones inéditas, tanto recias como estilizadas. A La Panoja de oro la he seguido siempre, aún en la distancia, con la devoción que se siente por las expresiones artísticas de la gente de la tierra donde se ha nacido; con el orgullo de haber sido premiado en ella como compositor y, sobre todo, con la sensibilidad y emoción que encierra el alma guariqueña. QUINTETO MAGISTRAL De izquierda a derecha: Prof. José Oscar Guerra, Dr. Luis Fernando Melo, Prof. Ricardo Hurtado, Prof. Salvador González y Prof. Rafael Zamora INDICE I.- PININOS El Nacer de la Princesa Iglesia Nuestra Señora de la Candelaria Lagunas, Jagüeyes y Molinos Los Aguadores Los Caminitos de Antier Plaza Bolívar II.- COSTUMBRES Y PUEBLERIA Animas de los Caminos Banda Municipal Infante Costumbres Funerarias Ferias de la Candelaria Gobierno Municipal Hipódromo de los Llanos Nombres cubiertos de Pueblo Populares Per Se III.- VALOR, ORACION Y LUZ Capitán Bartolo González Capitán Juan Antonio Moronta Gral. Emilio Arévalo Cedeño Gral. José María Zamora Gral. Mauricio Zamora Luis Adolfo Melo Luisa Julieta Hernández Monseñor Rafael Chacín Soto Padre Juan Santiago Guasco Sitio y Batalla de Valle de la Pascua IV.- DE POR AQUÍ LA ESPERANZA Caminos de la Enseñanza Coleadores de mi Tierra Impresos por Aquí La Casa del Llanero La Radiodifusión Pascuense Las cuevas de Cirilo Medios de Transporte Pasión Beisbolera Por Aquí Nace la Canta BIBLIOGRAFIA Amaral Rodríguez, Pedro Alejandro: Rondón no ha Peleado. Caracas 1973 Arévalo Cedeño, Emilio: El Libro de mis Luchas (Autobiografía). Caracas, Venezuela 1936. Benítez, Leo: Las Grandes Ligas 1900 - 1980. Publicaciones Seleven. Caracas, Venezuela. Abril 1980. Chacín Soto, Pbro. Rafael Ángel: Orígenes de Valle de la Pascua, Valle de la Pascua, Venezuela 1971. De Armas Chitty, José Antonio: Historia del Estado Guárico. Ediciones de la Presidencia de la República, Caracas 1982. 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