El Campanario Un hijo del buen humor quiere ser Fiscal General

Transcripción

El Campanario Un hijo del buen humor quiere ser Fiscal General
El Campanario
Un hijo del buen humor quiere ser Fiscal General
(Recopilación de Orlando Cadavid Correa)
El abogado bogotano Néstor Humberto Martinez Neira --serio aspirante al cargo de Fiscal General
de la Nación— debe su nombre compuesto al memorable binomio humorístico conformado por su
padre, el ingenioso Humberto Martínez Salcedo, y su mancorna radial, el médico Néstor Alvarez
Segura, que batía amplios récords de sintonía con su programa “La Tapa”, a través de Todelar,
cuando mandaba la parada en la audiencia nacional.
Papá Humberto impuso otra marca bien singular en la industria radiofónica: padeció regaños,
amonestaciones, suspensiones, cierres y cancelaciones de sus espacios humorísticos. Mientras
unas emisoras lo ponían gustosamente al aire –porque era sintonía asegurada— sus detractores se
las ingeniaban para conseguir que el Ministerio d Comunicaciones lo sacara del aire, silenciándolo,
pese a que no solía incurrir en fallos que contemplara el Estatuto regulador del medio hertziano.
Era el efecto de las intrigas políticas ante el “menisco” turno, como solía llamar al sucesor doña
Esmeralda Arboleda.
Por esta calle de la amargura transitaron Martínez Salcedo y Alvarez Segura con programas tan
escuchados como “El Pereque”, “La Cantaleta”, “La Tapa” y “El Corcho”.
El periodista Edgar Artunduaga incluyó esta semblanza en su libro “Cómo escriben los mejores de
Colombia”:
Ni el más ingenioso de los astrólogos podría haberse imaginado que Humberto Martínez Salcedo
hubiese colaborado en la procreación de un hombre tan serio, involucrado en temas tan densos
de la economía y de la política como Néstor Humberto Martínez Neira, quien acababa de hacer
dejación del Super-ministerio de la Presidencia de Juan Manuel Santos.
Naturalmente, a pesar de las notorias diferencias entre padre e hijo, Humberto Martínez, el taita,
estaría muy orgulloso, sin lugar a dudas, de los éxitos políticos de su retoño.
La gran paradoja es que “Don Salustiano”, el albañil de “Sábados Felices”, estuvo toda su vida
implicado en la política, pero desde la orilla opuesta: la de la crítica humorística, satírica, mordaz,
ácida, pero siempre bien intencionada.
Creador, director y locutor, en su orden, de “El Pereque”, “La Cantaleta”, “La Tapa” y “El Corcho”,
programas de radio repetidamente sancionados y censurados por los gobiernos de turno,
Martínez Salcedo hizo reir en serio a millones de colombianos durante muchos años.
Gran imitador de voces –lo cual hizo con mucha calidad—Martínez Salcedo fue también un
hombre de grandes valores humanos, bueno, ecuánime, siempre positivo y servicial, como lo
conocieron sus compañeros de trabajo.
Aunque a Martínez Salcedo le grabé este reportaje un par de semanas antes de su muerte
repentina, sucedida el 19 de enero de 1986, en un hotel de Boyacá, me envió esta síntesis como
respuesta a la pregunta general del libro “El oficio de escribir”:
“Comienzo a escribir de madrugada, a la hora insólita de las dos de la mañana, porque el humor
como el amor sólo pueden hacerse en pijama. Uso una máquina eléctrica desde hace poco,
cuando relegué la vieja Underwood de teclas volátiles y para serle fiel a esta no he podido
dominar completamente la nueva.
Mientras escribo oigo música de la llamada culta, o sea toda la enlatada en filarmónicas y
sinfónicas extranjeras y solo a las seis de la mañana sintonizo una audición colombiana, mientras
repaso la prensa y comienzo a documentarme por teléfono sobre los temas del día.
Como es obvio, me acuesto temprano para no ver el noticiero de Juan Guillermo Ríos.
Humberto me había dicho que escribía desde cuando lo alfabetizaron, siempre de madrugada, a
la hora en que duermen los cobradores, los locutores deportivos y los Samper Pizano. Sostenía
que “el humor, como el sexo, se despierta a la hora de los pajaritos”.
Para el maestro “Salustiano”, la inspiración estaba en el lomo de sus libros, el café doméstico la
mirada de su perro goterero y el teléfono descolgado.
Tenía un bonito y confortable estudio en su casa, situada en la parte alta de Bogotá, desde donde
se divisaba con esplendor la ciudad. Allí escribía en pijama, como se ha dicho, y en una máquina de
museo, “porque de los museos es de donde se sacan las ideas más frescas de Colombia”.
Mientras estuvo con una mano enyesada, tras un accidente automovilístico, debió dictarle a la
secretaria o a veces a la grabadora, pero nunca usó la pluma “porque es desaconsejable técnica de
adolescentes”.
“Es más incitante dictarle a la secretaria (decía) no por motivaciones pecaminosas, motivadas por
la mano enyesada, sino porque ella es como un auditorio que acompaña y responde. Cuando se
dicta humor es bueno hacerlo ante una secretaria receptiva que sonría o explote a carcajadas
cuando uno acaba de decir algo gracioso”.
“En cambio, la grabadora es tan insensible como una secretaria mineral. Es como contar chistes
ingleses ante un auditorio de esquimales. Disfrutaré más dictándole a ese aparato cuando los
japoneses se inventen una grabadora con sonrisa incorporada”.
Para Martínez Salcedo escribir era un placer solitario. Decía que en una oficina de ejecutivos sólo
hubiera podido redactar ladrillos tan hartos como minutas y memoriales de abogadillo parecidos a
“La espuma de los acontecimientos”.

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