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Lluvia de recuerdos AUTOBIOGRAFÍA SONORENSE LLUVIA DE RECUERDOS AUTOBIOGRAFÍA SONORENSE Primera edición. 500 Ejemplares Julio 2008 Diseño de portada: Magdalena Durán Castillo Diseño de Interiores: Emmanuel Avalos Ríos Impreso en México Printed in Mexico (c) Taller de Literatura Autobiográfica de Casa Club de Jubilados y Pensionados de ISSSTESON (c) Derechos Reservados INDICE PRÓLOGO pag. 8 BERTHA CASTILLO CARRILLO 13 El Mensajero 14 Fin de semana en la sierra 16 Mi paraíso 19 El teatro, juego de niños 21 Marte y las burbujas 23 MA. CARMEN ESCALANTE CELAYA 27 Maestra Ignacia E. de Amante 28 Los Gemelos 30 El Alhajero Verde 33 Encuentro con la Música de Arte 35 Papá Chiquito 36 JESÚS JOSÉ GARCÍA ROBLES 41 Confieso que he comido 42 Teatro dentro del teatro 45 Vesícula ya… próstata no 48 Mis alumnos de la escuela nocturna 51 Agosto en Zacatecas 54 ARMANDO GASTÉLUM ALCARAZ 59 Encuentro con Verónica Castro 60 La vez que canté en un palenque 62 Encuentro con “Las Torcacitas del Norte” 64 El día que arriesgué mi vida por la bandera 66 La noche que dormí con un payaso 69 MA. TRINIDAD GERMÁN JARA 73 Santiago de Ures visita Roma 74 Perdida en la Capilla Sixtina 77 Navegando por el Río Nilo 79 Las Tortillas de harina “Sobaqueras” 82 La Receta gracias a la cual estoy con vida 84 JOSÉ FRANCISCO GUTIÉRREZ QUIROZ 89 El Largo 90 Mi maestro de primaria 93 Sociedades de Padres de Familia 96 Cambio de potenciales 100 SILVIA MARTÍNEZ DE BOLADO 105 Mis indisciplinas laborales 106 Alicia Alonso y el Ballet Cubano, mi recepción 110 Paraje “El Gorguz” 114 Mi vida, mosaico gastronómico 117 La Esgrimista ALBA IRENE MARTÍNEZ MARTÍNEZ (COORDINADORA DEL TALLER DE LITERATURA DE CASA CLUB)121 La casa de Mamanina 122 Mi escuela primaria 126 Las vacaciones de mi niñez 131 La niña, papá y el ferrocarril 135 Sueños de concertista 141 MONSERRAT OLIVEROS TERRAZAS 145 Un regalo inesperado 146 Generación del 67 149 Devociones 153 La Dieta 155 JOSÉ RAMOS RODRÍGUEZ 159 A falta de peces… pericos 160 Una experiencia en Mazatlán 161 Un día en el rancho 163 Mi arribo a Hermosillo 166 OLGA ROBLES DE PONCE 169 Recorrido de mil sorpresas 170 Nuestra compañía de teatro 173 Aromas y Recuerdos 175 Sucedió en un carnaval 177 Mis hermanos 179 FRANCISCA SAGASTA DE IBARRA 183 Cruzando el Río San Miguel 184 Aprendiendo a aprender 187 Recuerdos 190 El vicio de fumar 192 Crónica de un viaje anunciado 195 ARTEMIZA SOQUI REYES 199 Mi viaje a Nacozari 200 Gratos recuerdos 203 Una hazaña del “Loco” Arnulfo 210 El héroe de la familia 213 La Mantilla 217 PRÓLOGO En el mundo del libro cabemos todos Si los libros no nos sirven para ver al mundo de otra manera, para ofrecer nuevas soluciones a los teoremas de la realidad, de nada nos sirven entonces. Porque la dicha de estar vivos tiene mucho que ver con los libros, que se abren como abanicos para refrescarnos el alma: ya sabemos que las personas, como los jardines, se cultivan, no se domestican. Debemos tener en claro que en algo habremos fallado si no tenemos la capacidad de hacer ver que lo importante en la vida no es brincar para alcanzar las estrellas, sino aprender a saltar por el gozo de hacerlo; que no se trata de ser sabios, sino aprender a discernir entre las múltiples opciones que la realidad ofrece, que la intuición es un rasgo de la inteligencia y que la vocación literaria es también una manera sutil de pintarle una raya a la realidad con la tiza maravillosa de los recuerdos. Y es que la literatura, por fortuna, seguirá siendo deliciosa, amorosa y libertariamente subjetiva: como la mirada de una mujer de gran corazón, los aromas de la piel o un mezquite frondoso. Y nos dará la razón continuamente. Estará de nuestro lado. Nos mostrará que no siempre los imperios tienen razón, que la guerra y los intransigentes pueden irse al carajo junto con todos los fanáticos de las armas y de la muerte. Porque escribir en estos tiempos, después de un siglo Lluvia de recuerdos que ha condensado prácticamente todas las infamias de la historia humana, supone un compromiso con nosotros mismos, como individuos y como sociedad, además de establecer una comunión especial con un lenguaje muy particular: el escrito. Ya sabemos que en el mundo del libro cabemos todos: gigantes y enanos, feos y guapos, gordos y flacos, solteros y casados, jóvenes y ancianos... porque a todos, azules y colorados, nos marca la imaginación con su carga de seres mitológicos, personajes bíblicos o fantasmas trasnochados. La imaginación es la piedra fundamental de todas nuestras fantasías. Y en ella habita ese otro yo que todo lo puede, como un Dios menor que nunca descansa porque está construyendo siempre mundos alternos con la música, la pintura, la escultura, la danza, el teatro, la literatura. Todos llevamos a ese Dios menor con nosotros: lo alimentamos a veces sin saberlo y aparece cuando el amor nos toca con su fragancia primaveral, aún en la mitad más congelante y salvaje del invierno. Todos estamos habitados por el Dios de las maravillas, el que nos convierte en individuos sensibles y sociables, susceptibles al dolor y a la felicidad. Y es que somos por vocación seres perfectibles que se echan a andar por la cuerda floja de los días sin más red de protección que esa sensibilidad silvestre a flor de piel. Y aquí es donde libros como éste adquieren una relevante presencia, pues nos ayudan a recoger el agua Lluvia de recuerdos sensible de los recuerdos, el agua de lluvia que cae de la memoria tempestuosa de un cabalístico grupo de 13 personas que sin más ambición que compartir su pasado para revivirlo una y otra vez en los lectores, enfrentaron el reto de escribir una mínima parte de su vida como para decirnos que la felicidad es la arcilla con la que se han moldeado los días desde siempre, y que es tan relativa como la propia existencia de cada cual. Aquí está este libro que nació de la memoria de Alba Irene, Armando, Artemiza, Bertha, Francisca, Jesús José, José, José Francisco, María del Carmen, María Trinidad, Monserrat, Olga y Silvia; un libro escrito con cariño y que, en rigor, nos induce a ser mejores ciudadanos del mundo porque nos permite ver hacia el pasado con cierta nostalgia para valorar la esencia del presente con todas sus amarguras inclusive. Y, de paso, busca alimentar nuestra vocación humana con esas pinceladas de memoria, esos fragmentos de lo que el tiempo ha guardado en las páginas sepias de un álbum que ahora va por la vida con arrullas, con el cansancio reflejado en el rostro y con la mirada atenta a las sombras escurridizas del día, pero igualmente con un corazón inacabable hecho de voluntad, talento, intelecto y ese carácter que resulta necesario para seguir andando la vida. Pero las vocaciones no se cultivan por decreto: es necesario que haya un mínimo interés por aprender, escuchar y aplicar los consejos. De otra manera, las semillas que libros como éste siembran generosamente tendrán como fin preguntas simples pero igualmente totalizadoras: ¿Para qué hacer literatura en un mundo amenazado por la guerra en una época en la que el desencanto por la vida echa raíces en los noticieros de televisión? 10 Lluvia de recuerdos Porque a fin de cuentas, se trata de llegar un poquito más allá cada vez, de brincar la raya de la desesperanza y asumirnos como seres vivos, con una propuesta personal, acaso solitaria, pero única e irrepetible. Decir lo que pensamos y escribir lo que sentimos es como dejar impresa la huella digital del alma en todo lo que hacemos y haremos hasta el último minuto de la última hora del último día de nuestra existencia, en un camino remojado buenamente por la lluvia, una generosa lluvia de recuerdos. El libro está aquí, y lo bienvenimos: sólo faltan Ustedes para completar la ecuación de la magia literaria. Pasen, adelante. Armando Zamora Aguirre Hermosillo, Sonora, diciembre de 2006 Lluvia de recuerdos 11 INTRODUCCIÓN En esta “LLUVIA DE RECUERDOS” están plasmadas las vivencias de quienes formamos el Taller de Literatura Autobiográfica de la Casa Club del Jubilado y Pensionado del ISSSTESON, personas a las que el único afán que nos mueve es que nuestros hijos, nietos y amistades conozcan episodios de nuestra vida que muchas veces no comentamos personalmente por que no nos hemos permitido el tiempo para hacerlo verbalmente, o quizá por que con las ocupaciones diarias no lo consideramos importante pero que hoy, que hemos llegado a la edad donde los recuerdos se agolpan en nuestra mente, podemos escribirlos, aunque no es tarea fácil trasladar los pensamientos al papel. Ninguno de los que aquí mostramos nuestras vivencias somos escritores, cuando mucho seremos “aprendices de”, pero eso no obsta para que lo hagamos con la mayor seriedad y pensando que lo estamos haciendo “muy bien”. En realidad para nosotros, el grupo, el asistir cada viernes a la Casa Club con algún trabajo, más que una obligación es un deleite, pues la convivencia que allí tenemos vale la pena, lo tomamos como una terapia; todos nos nutrimos del pasado, pero no para refugiarnos en él, sino para reconocer, con orgullo, nuestro presente y el de nuestras familias. Cada una de las letras que conforman este tomo están esculpidas con la punta de un lápiz que ha hurgado en lo más profundo de nuestra memoria y, como toda práctica, entre más escribimos más detalles encontramos, y así, entre todos tejemos la historia de la vida de cada quién. Es verdad, somos autodidactas, pero echamos mano de cuantos libros de redacción encontramos por lo que esperamos contar con la benevolencia de quienes lean este libro elaborado con el más grande de los cariños. 12 Lluvia de recuerdos BERTHA CASTILLO CARRILLO Nació en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Hermosillense desde los dos meses de edad, cursó sus estudios en el Jardín de Niños “Juan Amós Comenio”. Sus estudios primarios los hizo en la escuela primaria “Profr. Heriberto Aja” y Profr. Ángel Arreola”, continuó en la secundaria de la Universidad de Sonora. Cursó la carrera de SecretarioContador en la Escuela Federal de “Enseñanzas Especiales No. 26”, mejor conocida como “Prevocacional”. Se desempeñó en empresas particulares de la localidad y por último, en el Sector Salud, propiamente en el Hospital General del Estado. Actualmente es pensionada del Gobierno del Estado desde 1999. En 1998 inició cursos en el Taller de Literatura Autobiográfica en la Universidad de Sonora, bajo la dirección y asesoría del Dr. Francisco Gonzáles Gaxiola (creador de este método de escritura). Participó junto con todos los talleristas para la edición del libro “Las Grietas del Olvido”. Asiste al Taller de Literatura Autobiográfica de la Casa Club del Jubilado y Pensionado del ISSSTESON, donde ha compartido trabajos en la presentación de dos libros, “La sonrisa del tiempo” y “Las huellas del camino”. Además de una revista bimestral que lleva el nombre de “Tosalicoba”. También colabora en el taller que dirige la profesora Luz Consuelo Córdova Casas con personal jubilado del IMSS. En este libro ella es autora de los siguientes textos: • El Mensajero • Fin de semana en la sierra • Mi paraíso • El teatro, juego de niños • Marte y las burbujas Lluvia de recuerdos 13 EL MENSAJERO Hay frente a mi casa un arbolito de sombra que sembré con mucho cariño y para que no se sienta solitario, pongo a su rededor varias plantitas que florecen y son un aliciente par mí en las tardes calurosas. Hoy por la mañana un petirrojo lanzaba con insistencia sus trinos mientras brincaba de rama en rama como contento de su libertad. Este hecho trajo a mi memoria un recuerdo que no he podido olvidar. Corría el mes de agosto de 1973. Mis hijas mayores se encontraban en Guadalajara, Jalisco, en casa de sus abuelos -mis padres-. A mi lado tenía a mi hijo pequeño de dos años y contaba con un embarazo de seis meses. Todas las tardes, después del quehacer cotidiano, descansaba tomando una taza de café que en ocasiones compartía charlando con la tía Carmela. Una de esas tardes, llegó un petirrojo y se puso a cantar en las ramas de un limonero que, estando en el patio vecino, compartía generosamente sus ramas hacia el nuestro. Yo lo contemplé y sentí en mi interior una fuerte zozobra, mi pensamiento voló hacia mis padres y mis hijas, sentí una gran urgencia de ir por mis pequeñas y auxiliar a mis padres. A partir de esa tarde el petirrojo llegó a visitarme todos los días a la misma hora, sus cantos simples pero desesperados hacían latir mi corazón con angustia, pues aún hoy no puedo explicarme el porqué de su trino me hacía sentir tanta tristeza. Debido a mi embarazo y a que padecía de alta presión, mi esposo prefería que viajara a Guadalajara en ferrocarril en el “carro Pullman” para mayor comodidad, porque yo quería llevar a mi hijo conmigo. En ese tiempo 14 Lluvia de recuerdos se dificultaba la salida de aquí de Hermosillo pues en esas fechas esos carros eran ocupados mayormente por extranjeros ya que desde Nogales se llenaba el tren, aquí apenas si se detenía. Así que después de una semana de intentos para viajar, mi esposo se fue a Nogales una noche para poder asegurar mi salida. La tarde anterior, el petirrojo cantó mucho más tiempo que de costumbre, y caía la tarde cuando se fue. Entonces yo comenté a mi tía: - No sé qué me quiso decir este pajarito, pero ya no va a volver, siento que se está despidiendo y que sus trinos tenían un mensaje importante, ¡cómo quisiera saber qué es lo que sucede! - No te preocupes -contestó mi tía-, ahora que llegues a Guadalajara lo sabrás. Al llegar con mis padres, supe que papá se encontraba hospitalizado en el ISSSTE de esa ciudad, gravemente enfermo y por consiguiente mi madre estaba llena de pesar y con la responsabilidad de sus nietas, de inmediato me comuniqué con la familia y de acuerdo con mis hermanos nos llevamos de regreso a nuestra ciudad primero a la gente menuda y después, Luís, mi hermano, se hizo cargo del traslado de nuestro padre a su querido Hermosillo, donde el 9 de septiembre de 1973, partió para siempre. Tal vez se me juzgue excéntrica visionaria, imaginativa o cursi ilusoria, pero no importa porque jamás podré explicar porqué sentí que aquel pajarillo era un mensajero de Dios. Lluvia de recuerdos 15 FIN DE SEMANA EN LA SIERRA La noche del jueves 23 de septiembre de 1999, mi hermana y yo nos reunimos con un grupo de personas dispuestas a pasar un fin de semana recorriendo poblados de la sierra, en la frontera de Sonora y Chihuahua. Mi corazón rebozaba de alegría, pues mi esposo y yo tratamos varias veces de realizar ese viaje, sin haberlo logrado. La salida, que había sido programada para las veintitrés horas, se prolongó dos más para disgusto del grupo, que dado el alboroto no queríamos perder más tiempo. Ensimismada en mis pensamientos trataba de guardar en mi memoria todos los acontecimientos y se inició el viaje con rezos y cánticos, el trayecto fue tranquilo, dormité a ratos y cuando empezaba a clarear di gracias a Dios por un nuevo día. La aventura comenzaba: los verdes campos presentaban su reverencia al sol quien hacía sentir apenas su resplandor; la flora silvestre mostraba su multicolor encanto y hasta imaginaba escuchar una agradable melodía susurrada por el suave viento. Llegamos a una parada y bajamos a tomar café. Entretenida en la contemplación y sintiéndome como un punto infinitesimal en el gran concierto de la naturaleza se me olvidó preguntar dónde estábamos. Recogimos flores de diferentes formas, tamaños y colores, formamos un ramillete que esparcía su aroma de exquisita y natural fragancia, admiramos también el cuidado del jardín de aquel mesón donde había una gran 16 Lluvia de recuerdos cantidad de rosales en flor, sus cercas estaban cubiertas de floreados laureles y en grandes macetas había plantas de gardenias que bañadas aún de rocío dejaban escapar su inconfundible perfume. Minutos después proseguimos el camino rumbo a Yécora y llegamos cuando los primeros rayos de sol se dejaban ver en un cielo limpio y claro. Nos detuvimos en el pueblo y aprovechamos para hacer un pequeño recorrido por sus calles; fuimos a la iglesia y nos tocó la primera misa. Paseamos por la plaza respirando aquel aire fresco que llevaba a nuestros sentidos mensajes de paz, así también nuestra vista se recreaba con aquel paisaje campestre. Cruzamos el arroyo que llevaba bastante agua, pues en días anteriores había llovido por esos rumbos, llegamos a las cabañas y nos instalamos de inmediato. Las horas pasaron sin sentir, vagamos entre pinos recibiendo su fuerte olor y registramos en nuestra mente emociones varias. A medio día otro olor, el de carne asada con su respectivo complemento, nos hizo salir de nuestro encanto para recordarnos que el cuerpo también exige que cubramos sus necesidades. Se rompió el hielo entre el grupo y convivimos algunos instantes en armonía general (éramos alrededor de 45 o 50 personas). Fueron momentos muy agradables. Cuando cayó la noche, una hermosa luna llena de color naranja apareció entre los pinos iluminando aquel cielo despejado, y como en una estampa de cuento, me parecía ver a todos los hermanos de la naturaleza, miembros de la floresta: Duendes, Gnomos, Ninfas y Hadas, bailando a la luz del divino astro, y para completar aquel momento mitad materia mitad espíritu, una estrella fuLluvia de recuerdos 17 gaz dejó su estela de luz en un espacio sin medida en el limpio cielo, arrancando un suspiro de alabanza al Gran Señor del Universo. A la mañana siguiente, poco antes del alba, partimos rumbo a la cascada de Basasiáchic tomando por el camino de Talayote. En el camión meditaba: “Qué bonito estado, ¡tierra de contrastes!, comparaba el tramo de Magdalena-Ímuris-Nogales: lugar de preciosas arboledas formadas de álamos donde el viento hace mover sus hojas de diversas tonalidades en una danza ritual que embelesa. Comparaba también las regiones desérticas con grandiosos sahuaros que imponen su presencia. A diferencia de otros lugares, la sierra nos ofrece generosamente su esplendor en abundancia. Pasamos por Maycoba, y ya en Chihuahua, la cascada robó nuestra atención por algunas horas, ahí descansamos disfrutando del bello panorama haciendo el recorrido kilómetro por kilómetro cubiertos de pinos. Las araucarias parecían las damiselas elegantes de una sociedad privilegiada. Continuamos nuestro viaje recorriendo Temochic, Valle de los Monjes, San Juanito, Baycocha y otros, hasta llegar a Creel, ahí donde se rinde culto a nuestra raza rescatando la cultura Tarahumara. Pudimos apreciar sus artesanías, las tiendas cargadas de “souvenires” que llaman la atención de los turistas que en grupos recorren su plaza al caer la tarde. Yo por mi parte, sentía un gran regocijo de conocer estos pueblos, por haber experimentado la sensación de tocar el cielo al contemplar la neblina espesa que cubría las hondonadas como un gran manto de hielo que me hizo como estar sobre las nubes, por haber admirado las montañas rocosas de gigantescas proporciones figurando monjes, reyes y personajes inolvidables, como 18 Lluvia de recuerdos inolvidable será haber conocido otra pequeña parte de mi querido Sonora y su estado vecino. Al caer la noche emprendimos el regreso rumbo a las cabañas de Yécora y una vez más llegamos al amanecer donde fuimos recibidos con un rico menudo que fortaleció nuestro cansado organismo. Otra vez la camaradería y simpatía de las organizadoras se manifestó en forma de juegos y charlas, sin dejar de recorrer las veredas circundantes tratando de guardar en nuestro subconsciente el bello recuerdo de un paseo más. Ese mismo día, después de la comida, nos regresamos a Hermosillo. MI PARAÍSO Hay un lugar donde los seres humanos pueden llegar y todo cuanto desean está allí, exactamente como lo imaginan. Es el mundo que todos queremos, es una frase escrita convertida en imagen y esa imagen es tan real que la palpamos. ¿Qué estoy loca?, quizá, pero yo he visitado ese mundo tantas veces como quiero y me permite retomar mi camino con más fortaleza, con la mente más abierta al hoy, a la gente que me rodea y a la vida porque en este mundo te ves tal cual eres. Cuando era niña lo visitaba con más frecuencia, era mi mundo un paraíso, flotaba en el aire y me transportaba de un lugar a otro, los colores del Arco Iris me envolvían Lluvia de recuerdos 19 acariciándome y las voces de mis seres queridos eran melodías armoniosas en mi entorno. Un “¡Bertha!” dicho en voz muy fuerte me sacaba de mi ensueño y me volvía a la tierra. Y no es que yo fuese una niña autista o mucho menos, sólo que me gustaba ir a ese mundo que, como la nube en el cielo, se transforma en mil maneras. Después, cuando fui creciendo, mi paraíso cambió: los colores y las voces, porque buscaba un objetivo, éste tenía forma y sentido, me confundía en conceptos, y las dudas me hacían aterrizar de golpe en mi tercera dimensión, más confusa y hasta cierto punto frustrada porque no podía disfrutar a mis anchas mi paraíso, sentía que se me escapaba (porque en ese mi mundo de imaginación todo es hermoso, no hay guerras, no hay fronteras, no hay poder, todos somos hermanos. Los arroyos cantan y en sus aguas cristalinas los peces brincan y gozan su libertad, las flores exhalan sus perfumes y los cantos de las aves elevan una bella melodía que endulza los sentidos produciendo bienestar. El aire mece al transportarse, el sol y la luna iluminan mi camino y los hombres... ¡Ah, los hombres!, brindan la mejor de sus sonrisas contagiando su alegría que habla de paz en los corazones, y sus ojos brillan con la sinceridad y la pureza del amor genuino, estrechando la mano, haciéndome sentir hermano. Porque ahí no hay temor ni engaño, no existe la codicia, todos somos uno en armonía universal). Traté de organizarme, pensé que no había porqué temer, mi mundo siempre estaría ahí para cuando yo quisiera o pudiera ir a él. Ahora, cuando el recorrer los espacios del tiempo ha dejado en mi haber tantas cosas como tropiezos, desca20 Lluvia de recuerdos labros, ausencia, conocimiento, amor, momentos felices y amargos, pero sobre todo la dicha y el valor de vivir, vuelvo como niña a visitar mi mundo; cuento con un amigo, el más fiel, que me condena, me corrige y es severo cuando me juzga; con él platico de mis cosas más íntimas y profundas. Él es mi conciencia, mi Yo interno, y en mi mundo de maravillosa imaginación, juntos gozamos de nuestro paraíso. Cuando llegue el momento en que yo tenga que devolver a la tierra el traje que se me prestó al nacer, quiero pedirle a Dios me permita visitar mi mundo en completa integración con mi Yo, para después continuar mi camino hacia sus designios. EL TEATRO, JUEGO DE NIÑOS Y, pues lo paga el vulgo, es lo justo cantarle en necio para darle gusto. (Félix Lope de Vega y Carpio) No me cabe la menor duda, la vida es un eterno teatro donde cada uno de nosotros representa un papel, y en mi niñez fue un juego preferido y mucho muy divertido. Por allá en los años cuarenta vivíamos en la calle Rayón, entre San Luís Potosí y Fronteras. Los chiquillos de aquel entonces jugábamos al aire libre, juegos que poco a poco han ido quedando en el olvido. Yo, por ser niña, no podía seguir a mi hermano, pero en casa nos divertíamos jugando al teatro. Nuestros vecinos, varones todos, Lluvia de recuerdos 21 me aceptaban en sus juegos por que cuando el papel correspondía a un personaje femenino, ahí estaba yo para representarlo. Las historias eran sacadas del “Tesoro de la Juventud”, colección de libros que leíamos con avidez, o bien, de las novelas de Yolanda Vargas Dulché: “Lágrimas, Risas y Amor”, eran revistas que salían semanalmente y que todo mundo leía pues su costo estaba al alcance de todos los bolsillos. Un sábado, mi hermano y sus amigos se fueron a cortar el pelo con “La Mimí”, joven mujer con un hijo a quien llamaba Josesito. Su domicilio estaba muy cerca del nuestro, en el lugar donde hoy se encuentra La Casa Hogar La Providencia, tenía un patio muy grande, con muchos árboles, y mientras ella atendía a uno, los demás jugaban al Teatro. En esa ocasión yo no estaba con ellos, pero me enviaron a llamar a mi hermano y como no le había tocado turno todavía decidí esperarlo y, estando allí, me tocó ver el desarrollo de una escena que aún recuerdo así: Una pareja de enamorados se encontraban en el lugar convenido, detrás de un guayabo, sale uno de los chiquillos diciendo: - ¡Oyuki, mi hermosa Oyuki! Y el otro, acercándose, le contesta: - ¡Irving de mi alma! Tras esto, se escuchó sonoro beso que el supuesto Oyuki esquivó rápidamente y con enojo dijo: 22 Lluvia de recuerdos - ¡No soy mujer, no me vuelvas a besar! A lo que Josesito, entre inocente y pícaro, contesta: - ¡Ah!, ¿qué no eres Oyuki tú? - Sí -dijo el afectado- pero estamos jugando ¡Baboso! Entonces Mimí, muy oportuna, llamó al que seguía y palmeando, decía a los demás: - Anden, vuelvan a empezar, y tú Josesito no lo hagas tan real. Todos volvieron a sus lugares y otra vez anunciaron la obra: Y ahora, la pequeña Susuki, en el papel de Sumiko para “El Pecado de Oyuki”. La representación en tres actos dejó satisfechos a todos los participantes, y a Mimí, que con cariño le daba un coscorrón a su hijo por malora. MARTE Y LAS BURBUJAS Cuando uno puede darse el lujo de reservarse grandes espacios porque los años vividos nos proporcionan remansos de paz, las reflexiones nos permiten ver las cosas de diferente manera. Así, en días pasados me sorprendí analizando un Lluvia de recuerdos 23 acontecimiento que no volverá a repetirse en mi vida: cuando el planeta Marte se acercó a la Tierra, suceso que no les tocó a quienes se fueron de este mundo antes del día señalado: 27 de agosto de 2003. Entonces pensé: “He vivido cosas interesantes de diferente índole, como el crecimiento de mi ciudad, antes llena de confianza y tranquilidad, casas con las puertas abiertas, pocos automóviles y muchas carretas por doquier”. En los veranos, durante el día los buquis bichis y por las noches, los catres y poltronas hasta en las banquetas. Ahora, las casas enrejadas, las puertas cerradas, los vecinos que apenas se saludan y un sin fin de carros chuecos y derechos que no permiten al peatón cruzar las calles a paso normal porque por todos lados pasan rozándolo a uno. Pero ha sido interesante ver la transformación, ejemplo de muchas otras, buenas o malas, según la forma como las veamos. Me tocó vivir los momentos de psicosis social cuando la aparición del cometa Haley, e igualmente el fin del Siglo XX. Fue interesante escuchar cómo a muchas personas el temor les hacía perder su fe en la vida. También viví catástrofes como el terremoto de 1985, recordé las horas y días de angustia por no tener noticias de mi hija y de mi hermano, que vivían en la ciudad de México. Uno registra en la mente sucesos bellos, otros tristes y va creciendo. Testigo he sido de los intentos del hombre por conquistar el espacio después del allanamiento a la Luna, y me he asombrado una y otra vez con los avances tecnológicos y científicos. Yo aprendí a mecanografiar 24 Lluvia de recuerdos en una máquina manual Underwood, lo que yo presumía porque en una igual se escribió la Constitución de nuestro país; después usé una Rémington, también manual, luego una Olivetti eléctrica y ahora presumo de experimentar con la computadora. Me percaté de la desaparición del tren de vapor para después viajar en uno de diesel y con ello se fueron mis lindos viajes por tierra hacia el sur de nuestra república, dejando sólo recuerdos. Supe de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial y la transformación del modo de vivir en el mundo entero, de la muralla que separó a Alemania por algunos años, y de tantas guerras que han cambiado nuestro hábitat... (Y una vez más me dije: has vivido, Bertha). Interesante también ha sido el surgimiento de los ¡hippies!, fenómenos sociales que aparecen y desaparecen dejando sus huellas. Y para no extenderme demasiado, mencionaré la reciente desaparición de las Torres Gemelas de Nueva York, motivo de una guerra más. En fin, todo eso meditaba antes de ir a ver el planeta Marte. De pronto recordé la ocasión en que estuvo de visita Saúl, mi nieto de dos años; yo jugaba con él al aire libre como queriendo compensarlo de la libertad que carece en el Distrito Federal y que aquí en provincia aún podemos gozar. Una mañana se me ocurrió hacer pompas de jabón y el niño, divertido, las seguía y extendía sus brazos hasta que las burbujas explotaban; en eso surgió una pompa de gran tamaño, el niño dejó de reír observándola detenidamente y antes de que ésta explotara, volteó hacia mí y poniendo sus manitas con las palmas hacia arriba, dijo: ¡¡Plaff!! Sorprendida por su manifestación, sentí tal Lluvia de recuerdos 25 ternura que lo estreché entre mis brazos preguntándome ¿qué significó para el niño aquella observación?, tal vez nada, tal vez mucho ¿quién puede saber lo que piensan los niños a esa edad? Lo cierto es que cuando miraba yo hacia el firmamento queriendo ver al planeta Marte, creí verme como Saúl tras la burbuja y ahí comenzó un pensamiento a taladrar mi cerebro. Me preguntaba cómo nos verán los seres evolucionados cuando nos contemplan buscando una respuesta a nuestras incógnitas. Sentí ser observada con ternura ante la limitada comprensión de la grandeza de la creación y reflexioné diciendo: Gracias Señor, porque me has permitido vivir hasta hoy y aunque yo no comprenda más allá de mis límites, sé que voy buscando siempre mi Gran Pompa de jabón. 26 Lluvia de recuerdos MA. DEL CARMEN ESCALANTE CELAYA Nació el 8 de de Julio de 1941, en Hermosillo Sonora. Estudió la primaria en la Escuela Prof. Alberto Gutiérrez, la secundaria y comercio en el Colegio Ignacia E. de Amante. Trabajó en varias empresas durante 20 años, los últimos 10, fue secretaria de la Tesorería de la Arquidiócesis de hermosillo. Pasatiempos: Literatura, música. Pertenece al grupo del Taller de Literatura Autobiográfica del Club de Jubilados y Pensionados del ISSSTESON. Su colaboración en este volumen, es la siguiente: • Maestra Ignacia E. de Amante • Los gemelos • El alhajero verde • Encuentro con la música de arte • Papá chiquito Lluvia de recuerdos 27 MAESTRA IGNACIA E. DE AMANTE En 1954, a finales de agosto, fue mi mamá a matricularme al Colegio Ignacia E. de Amante, en Sufragio Efectivo y Garmendia; acababa de terminar la primaria y ella decía que no había mejor escuela que ésta, dada la trayectoria de doña Nachita en el magisterio. Empezamos a ir a clases el primero de septiembre. Las iniciamos bajo la dirección del profesor Adolfo Huerta, subdirector, ya que la señora regresaría de México hasta el mes de octubre. Llegada la fecha, había mucha expectación por conocerla porque la mayoría de los chamacos no la habíamos visto nunca. Al fin, una tarde del mencionado mes, se presentó: una señora mayor, bajita, blanca, regordeta, con su pelo recogido en un chongo detrás de la cabeza, vestida sencillamente; traía bajo el brazo un grueso abrigo negro y fue lo que más me llamó la atención porque todavía hacía calor. Inmediatamente empezó a trabajar, principalmente en la disciplina; durante las clases no debía oírse ningún ruido, ni atravesarse por los corredores ningún alumno. Salir a la calle ¡ni pensarlo!, la pesada puerta de la fachada quedaba cerrada después de las 8:00 a.m. para abrirse a las 12:00 de medio día. Una disciplina militar, pues. En primer año ella nos impartía las clases de Español, Geografía y Civismo; además aumentaba las clases con diferentes temas didácticos, formativos (ética, mo28 Lluvia de recuerdos ral), materias interesantes que captaban nuestra atención. La maestra tenía en su escuela algunos muchachos yaquis y seris; ella se hacía cargo de los chicos, vivían en la escuela y asistían a clases conviviendo con todos los demás. Una labor callada de la maestra, nunca dada a la publicidad. Los lunes nos hacía cantar el Himno Nacional con todas las estrofas; a veces le gustaba oír “Sonora Querida” y “La Cárcel de Cananea”. No le agradaban los estadounidenses, nunca iba al vecino país y cuando Nena su hija iba de compras al otro lado, se molestaba mucho. La única materia que no daba en su escuela era inglés. Era muy dura, muy exigente y claridosa, en clase y fuera de ella. Andábamos derechitos para que no nos lanzara el grito. Sólo después, ya siendo yo mayor, me di cuenta de la importancia que tiene una formación de esta naturaleza. La señora era muy humilde en su forma de vestir y de vivir, aún con toda su fama de maestra distinguida, reconocida por toda la comunidad. Cuando se enojaba en clase, nos decía que cuando se muriera no osáramos presentarnos ante su féretro porque se iba a levantar a corrernos; así, lindezas como ésta tenía. Pero nosotros, como todos los chamacos de esa edad, la pasábamos muy bien, principalmente cuando el hermano de la maestra, don Alfredo Echeverría, nos alegraba las largas horas de clase tocando una gran variedad de piezas en el piano; lo hacía con mucho ritmo y sentimiento y las notas se desparramaban por toda la escuela aligerándonos el día. Lluvia de recuerdos 29 Un jardín de niños (El Mundito), lleva su nombre, una calle de la ciudad también, y su único hijo varón, el Dr. Ramón Ángel Amante Echeverría, además de reconocido médico de la localidad, fue Presidente Municipal de Hermosillo. Dona Ignacia Echeverría de Amante, conspicua maestra, formadora de generaciones de niños y jóvenes, orgullo del magisterio sonorense, fue mi maestra en mi adolescencia y le guardo cariño y agradecimiento por todas las enseñanzas que dejó en mí. LOS GEMELOS Mis hermanos más chicos son gemelos: Ricardo Alberto y Consuelo Silvia, son diez minutos mayor uno del otro. Nacieron en el Seguro Social cuando estaba enseguida de la Gasolinera Araque, a la salida norte de Hermosillo, el 19 de junio de 1956. Mi abuela, mamá Chuy, decía que los cuates nacían muy pequeños y que raramente sobrevivían, pero mis hermanos nacieron grandes y fuertes; Ricardo Alberto siempre fue más grande que Consuelo. Crecieron normalmente, pero a la edad de siete y ocho años empezaron con sus travesuras. Un primo de mi mamá tenía un taller mecánico en el patio de la casa, cuando salía a “probar” un carro o a hacer algún mandado, se llevaba al niño, pero cuando iba lejos no le gustaba llevárselo. En una ocasión le dijo el niño: 30 Lluvia de recuerdos - Quiero ir contigo, Lalo. - No, Cuate, voy muy lejos y tu mamá va a estar con pendiente, otro día será. Lalo se subió al carro, quiso prenderlo pero no funcionó; lo revisó todo, le movió todo y el carro “amachado”, volteó dubitativamente a ver al niño y lo convidó: - Dile a tu mamá que vas a ir conmigo. El chamaco voló a pedir permiso y en un momento se encaramó en el carro, éste arrancó inmediatamente, “como sedita”, dijo Lalo, contándolo como chiste después. En casa no creían en hechizos pero muy seguido se quedaban los carros encaprichados en no prender cuando Lalo no quería llevarlo con él. Ricardo Alberto era muy travieso y muy seguido le llovían nalgadas y cintarazos. Algo hizo un día para que mi mamá le diera una buena zurra: a los días mi madre le comentó a mi abuelita que no aguantaba una “reuma” en el brazo derecho que no la dejaba hacer tortillas ni lavar. Acordándose de lo que Lalo había platicado, llamó al niño y le pidió que le sobara el brazo porque tenía un dolor muy fuerte, el pequeño lo hizo de muy buena gana y el día siguiente ya pudo hacer tortillas y lavar la ropa. Ya adulto, casado, estaba en la post boda de una de sus cuñadas y a media tarde llegaron con una vaporera de barbacoa para la comida. Su niño de dos años andaba de metiche en la cocina y no supieron cómo, al pasar por un lado de la vaporera que habían puesto en el piso mientras la subían a la estufa, se dio un sentón sobre ella, sin haber Lluvia de recuerdos 31 caído hasta el fondo y gracias al pañal y “pants” grueso que traía, no se quemó; mi hermano se molestó mucho por el descuido de mi cuñada, casi le da el soponcio. Pero la “gracia” fue que cuando sirvieron la barbacoa, estaba espumosa, no la pudieron componer con nada y toda la comida se perdió. Su compañera gemela, Consuelo, no hace malos quesos, siempre ha sido muy golosa, disfruta grandemente de la comida, aun la más sencilla; se le hace agua la boca con todo, mete la mano a cualquier plato, al tuyo, si te descuidas, aunque está consciente de que es una mala costumbre pero su deseo de “manosear” es superior a las buenas maneras. Mi cuñada dice que seguido le dan retortijones, cuando llega Consuelo y está comiendo alguna cosa, aunque le ofrezca y no acepte, ella sabe que ya se le antojó a mi hermana, y claro, se le suelta el estómago. Cuando estaba haciendo este relato le pregunté a mi hermana Consuelo si últimamente no había hecho travesuras y rápidamente se devolvió y empezó a contarme algo que le acaba de suceder y que no había considerado como tal: me platicó que en la parroquia en donde ella trabaja, el padre René compró 36 plantas de nochebuenas para Navidad, servirían para adornar los patios del templo, seis maceteros de cantera, cuatro para colocarlos fuera de los salones de catecismo y dos para el atrio. Cuando Consuelo vio las plantas se le fueron los ojos, le dijo al padre que le vendiera una, éste accedió regalándosela, pero con el trabajo diario a ella se le olvidó recogerla. Al otro día en la mañana fueron los del vivero a trasplantarlas en los maceteros dejando instrucciones al sacristán de cómo atenderlas. En la tarde llegó Consuelo a la oficina, vio todas las plantas ya en los maceteros, entre ellas la 32 Lluvia de recuerdos que le había regalado el padre. A los días llegó el sacristán muy compungido a decirle que las nochebuenas se estaban “achorando”, en una palabra, marchitándose todas. Ni el padre ni él se explicaban qué era lo que pasaba ya que se habían seguido al pie de la letra las instrucciones de cómo cuidarlas. Hoy mis hermanos gemelos tienen 48 años y nos siguen mortificando con sus “travesuras inconscientes”. EL ALHAJERO VERDE Tenía ocho o nueve años cuando iba con mi abuela a visitar a una familia en el Barrio del Cerro de la Campana, subiendo por la calle Garmendia. El señor de la casa era carpintero y tenía su taller en el patio, pequeñísimo por cierto; curiosamente el fondo del mismo lo formaban las piedras del cerro, lo que era una novedad para mí. Ahí vivía mi tía Lupita, quien había sido novia de mi tío Beto, hermano de mi mamá, muerto muy joven en 1937. Yo no lo conocí, pero mi familia siguió frecuentando a la que había sido su novia y a quien nos acostumbramos a llamar “tía”. Mientras los mayores platicaban, me iba a la sala a curiosear adornos, fotos, cuadros y la cerámica que tenía mi tía pulcramente acomodados. Me llamaba especialmente la atención un alhajero de cristal opaco color verde que tenía en la tapadera una pareja antigua con una niña, del mismo material. Me pasaba largo tiempo mirando la pieza. Lluvia de recuerdos 33 Pasaron los años... muertos sus padres, mi tía quedó sola, ya mayor, vivía con una u otra hermana ayudándoles en la casa con el aseo, haciendo los mandados, etc. Ella seguía visitando a mis papás, ya que habían sido muy amigos de jóvenes. En una ocasión, estando de visita en casa y siendo yo una jovencita de 20 años, le pregunté: -¿Tía, tiene aún aquel alhajero verde tan bonito? - Aún lo conservo -contestó- porque es un regalo que me hizo tu tío Beto, el amor de mi vida, cuando éramos novios. Jamás lo he olvidado, ese alhajero tiene más de 40 años conmigo -dijo con las lágrimas corriendo por sus mejillas- y cuando escucho “Amor Indio”, el llanto acude a mis ojos porque era nuestra canción. - Cuando vuelva a visitarlos -siguió diciendo- te traeré el alhajero para que tu lo conserves; yo estoy sola y vieja ¿qué tardaré en morirme?, mis hermanas tirarán todas mis cosas, yo sé que tú lo conservarás. Han pasado muchos años desde entonces, el alhajero aún se encuentra adornando mi tocador. Mi tía Lupita murió casi de noventa años, fue quedando ciega, pero su cara recobraba la alegría de su juventud al recordar a “su Indio”, a quien tanto quiso y jamás olvidó. Quizá el alhajero no sea una pieza valiosa, pero el tiempo que tiene es la prueba de un amor intenso y profundo, verdadero y fiel... eterno. Es un regalo que recibí y aprecio muchísimo por todo lo que representa. 34 Lluvia de recuerdos ENCUENTRO CON LA MÚSICA DE ARTE La Casa Fátima dependía del templo de Fátima y ahí, atendidas por un grupo de señoritas auxiliares parroquiales, pasábamos gran parte de nuestra vida de chamacas, ya que el padre Jaime Salcido nos tenía una gran variedad de juegos de salón para que nos entretuviéramos: damas, damas chinas, lotería, turista, además de mesas de pingpong, etcétera. Mientras jugábamos, se escuchaba la música que acostumbraba oír el padre Salcido: música clásica a todo volumen. En la sala había grandes bocinas que desparramaban las notas por la casa entera todo el día, la cual salía hacia la calle hasta casi llenar la cuadra, aunque al padre solamente lo veíamos cuando llegaba a comer, y a media tarde, a tomar café. Con el tiempo, sin proponérnoslo, nos fuimos acostumbrando a esas composiciones musicales y por curiosidad preguntábamos cómo se llamaba tal obra, quién era el autor, qué nacionalidad tenía y el padre Salcido nos explicaba extensamente acerca de los autores, instrumentos y orquestas, ya que era un gran conocedor del tema, que le fascinaba. Así empezamos a conocer a Tchaikovsky, sus conciertos y ballets; a Bethoven, con sus hermosas composiciones para piano y sus sonatas; Chopín, Brahms, Vivaldi, Bizet, Verdi, y su Trovador, Aída, etcétera; Bach, las alegres oberturas de Rossini: La Urraca Ladrona, La Escala de Seda, Semiramis y demás; toda la gama de múLluvia de recuerdos 35 sica clásica que se escuchó durante muchos años en esa cuadra del templo, ante los oídos y ojos asombrados de generaciones de niñas y estudiantes de la Academia de Fátima, que sin darnos cuenta fuimos tomándole sabor a esas melodías, y muchas de nosotras nos fuimos aficionando a ella. Después nos dábamos el lujo de escoger lo que queríamos escuchar y recuerdo que muy a menudo se dejaba oír la Serenata para Orquesta de Cuerdas de Tschaikovsky, que me encantaba, a diario pedía que la pusieran en la trona mesa. Desde entonces me incliné a esta clase de música, que no es necesario entenderla, sino sentirla, no obstante, me gusta también la instrumental, la coral, folclórica, bailable, etcétera. Dios nos ha dado, entre otras cosas, la capacidad de disfrutar de su inmensa grandeza, principalmente de la naturaleza y las Bellas Artes que nos hacen más sensibles para apreciar lo bello que hay en este mundo y estar en armonía con todo lo hecho por el Creador. Agradezco al padre Jaime Salcido (1926-1995) esa oportunidad de abrirnos el mundo maravilloso de la música de arte, para nuestro disfrute. PAPÁ CHIQUITO Mi papá Chiquito era el hermano más chico de mi mamá. Él y mi mamá Chu (mi abuela), vivieron siempre con nosotros, o mejor dicho, nosotros con ellos. 36 Lluvia de recuerdos Fue un hombre fuera de serie: adusto… serio… solitario, imponía con su carácter fuerte, imperativo; con su voz de trueno nos llamaba y empezábamos a temblar y es que nos asustaban con él: “ahora verán cuando venga tu papá Chiquito”, era la frase consabida cuando hacíamos alguna travesura, y así se convirtió en inquisidor, en quien recaía el deber de castigar al culpable, pero yo, a través de mi vida, comprendí todos los detalles que lo pintaban como hombre bueno y generoso, porque con mi papá compartió los deberes y obligaciones de la casa y de nosotros; por eso no sufrimos de chicos, tuvimos pobremente todo lo necesario. Se enojaba mucho si mi mamá Chu le cocinaba algún antojito: – “Para todos o para nadie” –decía, o regañaba a mi mamá porque nos daba de cenar papas fritas. - “Son indigestas para las criaturas” –aconsejaba. A la hora de las comidas no se cansaba de llamarnos la atención: “Siéntate derecha”, “come despacio”; si estaba alguna visita y entrábamos sin saludar, regañada segura: “Sean educadas, atentas, saluden, despídanse”; él fue quien nos corrigió siempre, el que nos dio nalgadas a nosotras y cintarazos a mis hermanos. Cuando crecimos, él se alejó más, no hubo ya regañadas ni reprimendas, permanecía solo en su cuarto; vinieron los achaques con la edad, ya no trabajaba como antes, pero también llegaron los sobrinos nietos, los niños de Martha, ¡cómo los quiso!, les “alcahueteaba” todo. Lluvia de recuerdos 37 A Temo mi hermano le prestaba el “Forito” para que se fuera a “bulevarear” cuando era estudiante de la UniSon; casi se infartó cuando Temo le dijo, armándose de valor, que le había quebrado un vidrio y gracias a eso no le quitó el carro. Presumía mucho con sus amigos de su sobrino, porque era universitario, pero jamás le dijo un cumplido o algún estímulo, aunque sabía que trabajaba y estudiaba. Así fue pasando el tiempo, murió mi mamá Chu y él siguió solitario a pesar de tener tantos amigos; cuando estaba en grupo, siempre llevaba la voz cantante, él era el centro de atención y tenía una carcajada fuerte y contagiosa, pero si nos encontraba en la calle, pasaba como un extraño y ni siquiera nos saludaba. Después vino la enfermedad que a la larga lo vencería, aunque luchó como un gigante contra ella: “la insuficiencia renal”, esa enfermedad traicionera. ¡Cuánta diálisis! ¡Cuánto dolor! ¡Cuánto desvelo! ¡Cuántas complicaciones! Los médicos decían que no pasaba la noche, sin embargo seguía aferrado a la vida; durante cuatro meses fue el hospital nuestra segunda casa hasta darlo de alta en diciembre de 1979. Lo recibimos en casa llenos de alegría, esperanzados en que hubiera un cambio en su carácter, pero siguió igual. Lo que no cambió fue lo “mandón”; para mis hermanos y para mí sus deseos eran órdenes, y enfermo, con más razón. Dos años más le regaló Nuestro Señor, pero la enfermedad avanzaba y le atrofiaba su cerebro, a veces éramos sus enemigos y se ponía agresivo conmigo y mi mamá; tenía que hacer acopio de todas mis fuerzas para evitar que se saliera a la calle. ¡Qué impotencia!... ¡qué frustra38 Lluvia de recuerdos ción!, no podíamos hacer nada… un infarto cegó su vida una noche de febrero de 1982, a los 62 años. Ahora ya descansa de sus dolores, de sus fatigas y angustias que llevó con resignación. Allá “donde la vida se transforma, no se acaba”, está tranquilo y en paz. Estoy segura que SIEMPRE supo cuánto lo amamos y a pesar de su carácter, él nos quiso también. Vayan unos pequeños versos para él: AGONIA Señor, qué sendero tan largo y escabroso, qué niebla tan espesa lo recubre, qué negros nubarrones lo envuelven; estoy perdido, Señor, en el camino: ¡Desorientado… solo… temeroso! Señor, haz tú de faro, sé mi guía en este caminar tan fatigoso, alúmbrame, te pido, no veo nada, en la noche no hay luna ni hay estrellas. Todo se me confunde, es como un sueño Lluvia de recuerdos 39 plagado de fantasmas, de figuras difusas, de formas tan lejanas y confusas que a ratos me persiguen y amedrentan. Estoy cansado, Señor, cansado y débil, No me sostengo ya, todo se nubla, mi mente divaga y desvaría, de ideas raras mi razón se puebla. No me dejes, Señor, ve tú delante no obstante mi fatiga, he de seguirte hasta llegar al fin de la jornada, a descansar contigo para siempre. 40 Lluvia de recuerdos Desgraciadamente el Profr. Jesús José García Robles abandonó su vestidura corporal este Mayo de 2008 para seguir esceibiendo al lado de nuestro Señor. JOSÉ JESÚS GARCÍA ROBLES Escribe y dibuja con el pseudónimo de Gustavo Kaffner; maestro, hijo de maestros, tiene casi seis décadas escribiendo y, en esta ocasión por tercera vez, participa en esta colectiva obra literaria autobiográfica con los temas: • Confieso que he comido • Teatro dentro del teatro • Vesícula ya... Próstata no • Mis alumnos de la escuela nocturna • Agosto en Zacatecas Comenzó a laborar para el Estado de Sonora el 22 de septiembre de 1952 en el Ejido de Providencia, Río Yaqui y se jubiló el 11 de septiembre de 2002 como supervisor, en la Zona Escolar 06 de Nacozari de García. Ha recibido medallas de 20, 30 y 40 años por servicios docentes al Estado. Se tituló con la Licenciatura en Pedagogía (UPN) y en la Escuela Normal Superior de Sonora con la especialidad de Español, antes Filosofía y Letras. Dirigió el Taller de Literatura Autobiográfica en la Casa Club del Jubilado y Pensionado dependiente del ISSSTESON, en esta ciudad. Sus pasatiempos predilectos son: el dibujo, la pintura, la escultura y la música. Lluvia de recuerdos 41 CONFIESO QUE HE COMIDO Un antecedente que yo he llamado nefasto, marcó el resto de mis días por su significación. Se trata del “concurso del niño sano” cuya convocatoria, firmada por doña Margarita de Macías Valenzuela, primera dama del Estado, circulaba por los principales centros de población a nivel Sonora. Mi hermana y yo ganamos diplomas y premios pero no supe en qué lugar quedamos. Lo que sí es fácil intuir es que era yo uno de los niños más altos y pesados, que mi pelo era abundante, brilloso, y mis mejillas chapeteadas, como quien dice, era el becerro mejor desarrollado de la EXPO-GAN de ese año. Casi siete décadas después del anterior suceso -y por las mismas características- una doctora de la Clínica Chávez del ISSSTESON me ha llamado: ANCIANO OBESO. ¡Cómo cambian las ideologías y se ha perdido la ética profesional! La verdad es que fue hasta 1973, que el Instituto Nacional de la Nutrición elaboró una tabla de pesos y medidas basándose, como debió haber sido desde hace un siglo, en los antecedentes genéticos, nutricionales y climatológicos que caracterizan a los niños y regiones de Latinoamérica. Antes de aparecer este documento nos pesaban y medían tomando como parámetro las escalas que traían adjuntas las cajas de Emulsión de Scott con el pescador cargando su botín, sólo que, esos datos estaban tomados de niños de raza nórdica. 42 Lluvia de recuerdos Muchos años más tarde, trabajando en una dependencia del Seguro Social (IMSS) que llamaron “Casa de la Asegurada”, primero, y “Centros de Seguridad Social” después, escuché en una plática que daba un nutriólogo a las socias-alumnas de Higiene y Nutrición, hubo una pregunta que me impactó: - El desayuno de mis hijos -dijo una señora- consta de avena o crema, plátanos, leche, pan o pastel. Les preparo las hojuelas de maíz con crema y mermelada... ¿estoy cometiendo -por ignorancia- algún error nutricional? - El error consiste en que usted no está nutriendo adecuadamente a sus hijos -contestó el profesionista- sino que los está engordando como cochinitos, porque los almidones, azúcares y grasas que les proporciona no los está balanceando, se los da simplemente en cantidades y a las horas que ellos los solicitan. La señora se quedó pensativa pero yo, que sólo estaba de mirón, me preocupé muchísimo porque a los 34 años de edad que tenía en ese tiempo, y con apariencia saludable, pesaba 142 kilogramos, con una circulación sanguínea deficiente. En el baño no alcanzaba a enjabonarme los dedos de los pies. A partir de ese día comencé a mortificarme y, los resultados de mi primer análisis me confirmaron todas mis sospechas: hipertenso y diabético, palabras decisivas para el resto de mis días. Tuve problemas severos de salud entonces -y los sigo teniendo ahora- los daños que me ha causado el sobrepeso son irreversibles. Tomo pastillas con los tres alimentos, si hago ejerLluvia de recuerdos 43 cicio se me dificulta la respiración, llevo una dieta bastante insípida, les aseguro que es una cruz muy pesada la diabetes II a la que, los médicos y las enfermeras, llaman Diabetes Mellitus. Tratando de llevar los padecimientos, en estos diez últimos años me han operado de la vesícula, de la próstata y del ojo izquierdo. He perdido la dentadura total y más de la mitad del cabello, ya va a ser un año que padecí una embolia cerebral de carácter nervioso que aún me tiene convaleciente de una parálisis parcial del lado derecho. Hace poco tuve que reaprender a escribir. Actualmente peso 88.500 kilogramos y -no puedo precisar desde cuándo- mido 1.87 metros del 1.92 que medía al terminar la escuela normal básica. Comprendo que he iniciado el “crecimiento regresivo” tan temido por todos y mi propósito, por el que aún lucho desesperadamente, es perder seis kilos más (por prescripción médica). Cuando estoy sentado a la mesa de comedor, procuro relajarme y olvidar los problemas porque me contaron que al comer estresado se produce la superasimilación de los alimentos. También tengo muy presentes, a cada bocado que ingiero, aquellas sabias palabras que con frecuencia nos repetía el abuelo: - “Desayunen como reyes, coman como príncipes, pero cenen como mendigos”. 44 Lluvia de recuerdos TEATRO DENTRO DEL TEATRO El 22 de septiembre de 1952 -antes de cumplir los 16 años de edad- fui nombrado maestro de primaria en la escuela de un ejido. Me tocó laborar en una época en que los maestros éramos muy queridos y respetados como seres extraordinarios; lo mismo bautizábamos a un niño moribundo, que levantábamos un acta de defunción en un accidente o prestábamos auxilio a una parturienta en apuros. En ese ambiente de trabajo y con la emoción del primer año en que hacerle al “mil usos” era lo máximo -estaba puestísimo para cualquier comisión escolar- hice mi debut teatral en una obra que se llamó: “Se alquila un cuarto”, creo que es del dramaturgo Héctor Azar. No tenía ni la más remota idea de lo que era la actuación y para colmo, actuábamos al aire libre, sin micrófonos, sin iluminación adecuada y con una escenografía que daba lástima (el apuntador electrónico aún no llegaba a México); pese a todas estas limitaciones, el público -poco exigente- nos aplaudía con entusiasmo y había ocasiones en que nos pedían que cantáramos, ¡que masoquistas! Hubo una obra que se llamó “Al fin mujer” en la que me acompañó, haciendo su debut, una guapa dama joven que por motivos que nunca averigüé, tropezó en el escenario con un sillón y, en un abrir y cerrar de ojos cayó de rodillas a cinco centímetros de la primera fila del público. El libreto decía que yo la iba a detener tomándola del brazo, en el centro del foro, pero con el tropezón, tuve que salir corriendo, levantarla del suelo y cambiar el Lluvia de recuerdos 45 parlamento original diciendo: - ¡Por Dios, no es para tanto! ¿Acaso quieres matarte? Para mi sorpresa ella también improvisó y, haciendo que sollozaba, me gritó: - ¡Sí, quiero matarme! ¿Para qué quiero seguir viviendo si no estoy a tu lado? Me quedé con la boca abierta porque en ninguno de los ensayos habíamos pronunciado esas palabras. Sólo se me ocurrió contestarle: - ¡Bah!, que sea menos. La subí del brazo al escenario y entonces comenzamos la obra memorizada como si nada hubiera pasado. El director teatral nos felicitó pero el público creyó que así era el inicio de la obra. En los veranos de 1959 a 1962, becado por el IMSS, asistí a los cursos que impartía el INBA de la Cd. de México, en donde recibí -y practiqué- técnicas de actuación teatral. Ahí tuve la fortuna de ser alumno de los grandes: Salvador Novo, Conchita Sada, Graciela Doring, Isabela Corona y algunos más que escapan a mi memoria. Ya en Ciudad Obregón, ingresé al Taller de Teatro del IMSS, debutando, esta vez, en mejores condiciones con “El suplicante”. No recuerdo el autor pero lo que no puedo olvidar es que por ser una obra de “teatro dentro del teatro”, tuvimos problemas de estreno pues ¿qué sabía nuestro público de teatro vanguardista? 46 Lluvia de recuerdos Los enredos comenzaron con la obra misma, ya que, para sorpresa de todos, no se corría el telón: un supuesto el maestro de ceremonias era quien daba la cara diciendo: - Respetable público: Todos los que formamos esta compañía teatral pedimos a ustedes, con gran pena, mil perdones porque la función preparada para esta noche, “El Suplicante”, no será posible presentarla. En su lugar los deleitaremos con unos entremeses de Sor Juana Inés de la Cruz, “Los Empeños de una casa”... que disfruten del espectáculo y pasen una feliz velada, ¡Buenas noches! El maestro de ceremonias hizo “mutis” pero, el “público” disgustado, comenzó a protestar: -“¡Más respeto, eso no se le hace al público! -era parte de mi parlamento¿por qué anuncian una obra y presentan otra? No queremos a Sor Juana, queremos El Suplicante... el suplicante ¡Ya, ya, ya! Cuando me puse de pie sentí bonito que el auditorio gritara junto conmigo, pero de pronto me di cuenta que la gente no había comprendido y se lo tomaron muy en serio. Un policía que cuidaba la única puerta del local, se contagió de la efusividad de los asistentes y exclamó: -“¡Aquel buey fue el que comenzó todo este desbarajuste...!” Se refería al primer actor que, como todos, estaba asustado en un rincón. Dirigiéndose a él, el policía le advirtió: -“Por aquí ni te vayas a acercar... ¡Porque soy capaz Lluvia de recuerdos 47 de sacarte a la calle a punta de fregadazos!” Alguien explicó al maestro Reyes y Quilantán lo que pasaba y éste -muy cordial y sonriendo-tomó el micrófono para dirigirse al público: -“Señoras y señores: Les pido disculpas por no haberles dado a conocer -con toda oportunidad -lo que es una obra de “teatro dentro del teatro”. Ahora ya lo han descubierto: algunos de nuestros actores participan desde las butacas, confundidos con el público y, por lo tanto, esto ha ocasionado equivocaciones y malos entendidos. No hay por qué preocuparse ya que la función tiene que seguir. Gracias por su comprensión y por el apoyo que han sabido dispensar a los actores” “¡Tercera llamada... tercera llamada... tercera”. VESÍCULA YA… PRÓSTATA NO Por vez primera iba a festejarme como abuelo, era el 28 de agosto del año 2000, pero no contaba con mi vesícula que, precisamente ese día -a las cinco de la mañana-, comenzó a emitir avisos de que algo no marchaba bien. Me internaron de emergencia y doce horas más tarde, ya estaba en recuperación con una súper cortada cuya cicatriz no me permitirá volver a lucir -con elegancia- mi colección de bikinis. Para el 12 de marzo del 2001 ya estaba programado para extirparme la próstata que, por problemas técnicos 48 Lluvia de recuerdos de la clínica, no se pudo realizar hasta el 19 de abril del mismo año. Dos intervenciones en menos del año y... ¿así tienen el descaro de nombrarme ADULTO EN PLENITUD? -El crecimiento de la próstata es peligroso -opinó el “viejólogo”, perdón, el geriatra- operársela es la mejor opción. El urólogo opinó lo mismo. Para consuelo de los afectados de prostatitis les comento que no es doloroso, molesto sí, ¡muuucho! Lo que me lastimó -hasta las lágrimas- fueron dos momentos diferentes pero relacionados entre sí: el primero, que en la auscultación te desnudan de la cintura para abajo y te ponen en “posición de parto”, te introducen un súper tubo que toma, como el ultrasonido, diapositivas de los órganos afectados. El segundo, cuando ya estás en recuperación, te colocan una sonda a la vejiga con dos ductos: por uno entra el suero limpio y, por el otro, sale con las impurezas y desechos que dejó la extracción. Tienes que padecer, además, las vergüenzas de las curaciones, las bañadas (con toalla) y las cambiadas de sonda. Cuando miras aquellas muchachitas, tan jovencitas, tan recatadas, tan bonitas, te pones a pensar ¿cómo es posible que a tan temprana edad anden batallando con viejos climatéricos y apestosos? Después de todo me considero afortunado porque hasta la fecha no he tenido complicaciones, pese a la diabetes y a la hipertensión. Lo único que sí me gustaría dejar bien claro es que, sin próstata... ¡ya nada es igual! Lluvia de recuerdos 49 Al mes de haberme dado de alta visité el departamento de oncología para saber los resultados (análisis del órgano extirpado para la detección de cáncer). Los papeles venían equivocados a nombre de un JESÚS JOSÉ GARCÍA RUIZÁBAL. La secretaria había anotado sólo la inicial del segundo apellido y JESÚS JOSÉ GARCÍA ROBLES soy yo. Pasé tres días como loco enjaulado, sin comer y sin dormir, sintiéndome ya en las últimas como canceroso. Ya iba decidido a la “quimio”, a las radiaciones o a lo que fuera, cuando me encontré al Dr. Baltasares que me operó y, al contarle mi problema, muy extrañado me tranquilizó diciendo: - El día que lo atendí en el quirófano sólo se le practicó la extracción a usted... por otra parte ¿no se ha dado cuenta que esta boleta no le pertenece? Este paciente tiene 44 años, ¡mire, por favor!, vaya al archivo y que chequen fechas, nombres completos, credenciales, factores sanguíneos y no se mortifique antes de tiempo, su cara no es de canceroso... ¡es de miedoso! Jamás había caminado tantos pasos en 30 segundos. La jefa del archivo hizo las comparaciones y descubrió que los números de las credenciales estaban cambiados y que mi tocayo no era jubilado ni pensionado, pero por desgracia, su diagnóstico era positivo. Algunos compañeros me aconsejaron que pusiera una demanda pero recordé a mis abuelos que me repetían: - “Los pleitos ni ganados son buenos...”. Por otra parte, y pensándolo con más prudencia: ¿no estaba feliz con los resultados del error? 50 Lluvia de recuerdos Salí de la Clínica Chávez con todas las lágrimas que había aguantado en las últimas 72 horas y caminé sin rumbo -no llevaba automóvil- pero cuando me tranquilicé tomando conciencia de mi entorno, estaba arrodillado frente al altar mayor del Templo Guadalupano. Nunca supe cómo dieron conmigo pues ni yo mismo sabía el camino que seguirían mis pasos... al bajar los escalones de la entrada a la iglesia, miré mi auto estacionado y ¡lleno de nietos! que, con sus “molachas” sonrisas me gritaban: - ¡Hola, tata guapo! ¿No nos quieres llevar a las hamburguesas? Y tuve que hacer un esfuerzo enorme para no soltarme llorando delante de toda la “palomilla”. MIS ALUMNOS DE LA ESCUELA NOCTURNA No puedo precisar si ha sido para bien o para mal que desde mis primeros años de trabajo como maestro, al terminar mis labores del día, atendía al grupo de adultos por la noche. Algunos eran completamente iletrados, otros se habían quedado rezagados en segundo grado de primaria y deseaban terminarla para obtener su certificado de sexto. La Tesorería General del Estado nos pagaba, en aquellos tiempos, la cantidad de veinte pesos por alumno alfabetizado. Para comprobarlo y autorizar el pago, el director de la escuela citaba a las autoridades (educativas Lluvia de recuerdos 51 y gubernamentales) para que, en la primera semana de junio, asistieran como sinodales a un examen -oral y escrito- después del cual se levantaba un acta con los nombres de los alfabetizados. A estos exámenes asistían el supervisor escolar, el presidente municipal, el director de la escuela, el personal docente y, en los lugares como en el que yo trabajaba, se acostumbraba a invitar a la directiva de la Sociedad de Padres de Familia, al médico del lugar, al juez y al sacerdote… además de los “colados” que se enteraban de que iban a repartir sodas y galletas. El número de alfabetizados, que se consignaba en el acta, era el más importante pues de éste dependía el pago. Yo tuve la suerte de que la presidencia municipal me doblara el pago que me hacía la Tesorería Estatal y, por otra parte, me fue muy satisfactorio trabajar con un presidente municipal que se preocupara por erradicar el analfabetismo. Hasta dos policías me puso, exclusivamente para sacar a los alumnos de cantinas y billares llevándolos al salón de clases a “macanazo” limpio. Una de esas “noches de gala”, estaba yo listo a demostrar lo trabajado con mis 32 alumnos. A los que no leían bien les dije que el año escolar ya se había terminado y por lo tanto, nos veríamos hasta el próximo septiembre pero uno de ellos -el señor Machijiza- se enteró de la visita de las autoridades y aunque no había aprendido a leer ni a escribir, hizo acto de presencia y llegó con el sombrero hasta las orejas, saludando a todos de mano. La señorita directora -que no nos había visitado durante el ciclo escolar lectivo- esa noche se presentó vestida con sus mejores galas, se “faroleaba” entre las filas como “la flor más bella del ejido”. Mi alumno reprobado 52 Lluvia de recuerdos traía algunos tragos en la barriga y al ver a la directora, le hizo una caravana medieval y ésta, ignorante del “Caso Machijiza”, lo presentó a los visitantes como un ejemplo de los deseos de superación, alumno ejemplar y padre modelo. De pronto se emocionó y, tomando una CARTILLA de mi escritorio, quiso hacer leer al “borrachales”, faltista, burro, que no había aprendido ni a escribir su nombre: -Vamos a ver señor Machijiza -le dijo con dulce e hipócrita voz- repita conmigo: PE-PE PIN-TA LA PE-LOTA y ahora, júntelas… ¡es muy fácil! -¡Mmm, muy fácil ha de ser! -pujó el borrachito¡Pos si, pa’juntalas… ay’stá el pedo! Las carcajadas y el desorden que siguieron fueron de tal magnitud que los esperados exámenes de fin de año tuvieron que posponerse para la noche siguiente. Un poco después, en 1962, trabajé con grupos de iniciación cultural en los centros del Seguro Social. Aquí no sólo asistían iletrados sino trabajadores que a veces sólo por flojera o ignorancia no poseían su certificado de primaria y querían seguir estudiando. Con el tiempo tuvimos grupos de secundaria y preparatoria en la modalidad de “abiertas”. En uno de tantos grupos, se me presentó un caso difícil -muy raro- el muchacho listo para las matemáticas, con una lectura clara, no sabía escribir una sola letra. Para colmo, ¡era empleado de mantenimiento en el propio Instituto! Lluvia de recuerdos 53 Cuando el ciclo estaba por terminar yo me encontraba muy orgulloso de mi trabajo como docente, pero una ocasión me encontré al muchacho solo en el aula buscando algo, al darse cuenta de mi presencia se disculpó: -Había extraviado mi carpeta nueva -me dijo- pero ya la encontré, mire: la marqué con una “R” y una “H”, que clarito dicen Juan Sánchez, ¡o sea, yo! AGOSTO EN ZACATECAS Zacatecas, Zacatecas, a 19 de agosto de 1987. Estimado compadre: Uno de mis últimos años de trabajo bajo la protección del “águila verde” del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) y, tal vez a manera de premio, me mandaron becado a un curso de tres semanas que se desarrolló en Zacatecas, capital del estado del mismo nombre. Comenzaré relatándole el camino, aunque de Ciudad Obregón a Guadalajara en avión no trajo mucho chiste pero, desde “La Perla Tapatía” hasta Zacatecas por tortuosos caminos serranos y persistente lluvia, ya es otro cantar. Hubo un tramo de muy mal camino, en lo más alto de la serranía, donde pudimos observar -allá muy abajouna tormenta con rayos y demás efectos de un meteoro de esa naturaleza. Después de nueve horas de camino, llegamos bien cansados pero muy satisfechos del recorrido: Juchipila, Jerez, Ruinas de Chimostoc, Jalapa, Tayahua (la hacienda de Tony Aguilar) y otros bellos lugares que con frecuencia olvido su nombre. 54 Lluvia de recuerdos A estas alturas de mi relato estará pensando: ¿para qué me escribió el compadre?, ¿qué motivó ese viaje?, ¿cuál será el provecho que se obtuvo de semejante gasto? Y yo le pido, como un favor especial, que me deje continuar y no se me desespere. El viaje no fue de placer, sino de estudios. Se trataba de incentivar -en todos los niveles de la educación- al alumno apático, al somnoliento, al distraído. Que hablara bien el tartamudo, que cantara el desentonado, que bailara el arrítmico y, a todas estas propuestas de participación, se le dio el nombre de “DESAPRENDIZAJES”. De eso le platicaré después porque tocaría temas de didáctica y en esta carta sólo quiero narrarle lo referente a las bellezas que encontré en el lugar visitado y que ignoramos algunos mexicanos. Lo que más me impresionó, compadre -dedicando a Zacatecas y a los zacatecanos mi admiración y respeto- es ese abrazo con el que amalgaman ruinas, tesoros y tradiciones, desde hace siglos, con la tecnología de vanguardia como lo es el teleférico que, construido en 1979, une al “Cerro del Grillo” en la mina “El Edén”, con el “Cerro de la Bufa” en un tramo de 1650 m., pasando sobre las coloniales calles y casas adoquinadas en cantera rosa a una altura de 115 m. y a una velocidad de 1.5 m/seg. Es algo maravilloso observar esa panorámica desde arriba. Eso que le acabo de contar lo supe hasta otro día de mi llegada porque la primera noche la pasé en la clínica hospitalaria del IMSS con la presión disparada por la altura del lugar (2496 m. sobre el nivel del mar). Al día siguiente, muy “alivianado” ya con las medicinas, madrugué de la consulta médica al hotel pues dentro de una hora y media sería la inauguración del “encuentro”. Tomé Lluvia de recuerdos 55 un mini-taxi tratando de ganarle a la lluvia cuya cortina se miraba avanzar de la serranía a la ciudad. De los 192 participantes de todo México, yo fui el primero en enfermarme causando -a mi llegada- mucho escándalo: fotos, preguntas de los periodistas, mi opinión sobre los talleres y otros temas que desconocía por completo. Sobre lo que sí opiné y pareció no agradarle a los sureños, fue sobre la pobreza que se observaba por todas partes. Recuerdo que les dije: - Vengo del Valle del Yaqui, “Granero de México” -así le llamaban entonces, no sé ahora- y observé por el camino que aquí siembran en la montaña y con yunta de bueyes… ¿cómo es posible que los periódicos hayan publicado que Zacatecas es el primer productor de maíz de México? Las preguntas ya no siguieron y el comité de recepción que me había detenido me indicó el camino para desayunar. El “buffet” era magnifico pero antes, me acordé del taxista que aún me estaba esperando. Como la dejada costaba $1,500.00, le pagué al chofer con un billete de $2000.00, ¿se acuerda de ellos? y, al fin sonorense, le dije que se quedara con el vuelto… ¡no lo podía creer el zacatecano! Se persignó tres veces con el billete pero lo que no me esperaba fueron sus palabras: - “Lo importante, señor, es que su salud esté bien y conserve un bonito recuerdo de mi tierra que, desde este momento, le da la bienvenida… Muchas gracias y que Dios lo proteja”. Después de desayunar me dirigí a mi cuarto, subía los escalones de dos en dos pues me tocó hasta el quinto 56 Lluvia de recuerdos piso (fue hasta el tercer día que descubrí que había elevador). Las palabras del taxista, los medicamentos y las carreras del curso, hicieron más leves mis achaques y, cuando mi organismo comenzaba a asimilar la altura, los talleres llegaron a su fin y vino la clausura. Recuerdo con nostalgia “El Portal de los Rosales”, “El Mesón de Tacuba”, el museo dedicado al Maestro Goitia, la Basílica, que data del Siglo XVII y duró más de 152 años su construcción. Es de estilo salomónico y su fachada principal (en hoja de oro) la hace única en toda América. Las “callejoneadas” son algo típico de la ciudad y consisten, como su nombre lo indica, en un paseo -a piepor las calles tan angostas que parecen callejones. Por ahí no caben los automóviles. La noche de la despedida fue en el “pent-house” y aunque nos reunimos todos los que participamos en el curso-taller, los asistentes ya entrados en copas, tuvieron la gentileza de dedicarme la “Cumbia Yoreme” y “Mi Yaquecita” cantadas en el dialecto yaqui… ¿para qué quería más gloria? El regreso fue un poco accidentado pues había llovido mucho en Nayarit y Sinaloa, por lo que tuvimos que rodear por Durango y Chihuahua, entrando por Yécora. Cuando divisé las características montañas de nuestra serranía, respiré con tranquilidad porque ya me encontraba con los míos. Compadre: espero haberlo distraído con este relato deseando que, al leerlo, goce tanto como yo al escribirlo. Lluvia de recuerdos 57 58 Lluvia de recuerdos ARMANDO GASTÉLUM ALCARAZ Su nombre completo es Armando Luis Gastélum Alcaraz, originario de Pitiquito (“El Pitic” pequeño), Sonora. Estudió la normal básica en Hermosillo en cursos de verano y, durante el ciclo lectivo estudiaba derecho en la UNI-SON, trabajando -al mismo tiempo- como maestro en las escuelas del Estado. Así batalló hasta llegar a titularse. Ha publicado algunas trilogías: en nuestro primer libro “La sonrisa del tiempo” fueron de escritores famosos como Renato Leduc; en el segundo libro titulado “Las huellas del camino”, las dedicó a sacerdotes ilustres del Estado, como el Padre Cornides, y en esta edición, “Lluvia de recuerdos”, se inspira en las cantantes que han asistido a la EXPO-GAN desde que este evento se celebra en Sonora. Tiene trabajos publicados en la Revista “Encuentro” y en el rotativo “El Imparcial” de esta ciudad. De su autoría tiene un poemario. Está jubilado por ISSSTESON desde 1994. Sus pasatiempos favoritos son el canto, la literatura (muy especialmente los epigramas) y las peleas de gallos. Su contribución en este libro es con los siguientes títulos: • Encuentro con Verónica Castro • La vez que canté en un palenque • Encuentro con las Torcacitas del Norte • El día que arriesgué mi vida por la Bandera • La noche que dormí con un payaso Lluvia de recuerdos 59 ENCUENTRO CON VERÓNICA CASTRO Un beso de la “Vero” en el Palenque de la EXPOGAN de Hermosillo, Sonora, en la década de los 80’s. De todos es conocido el celebrado éxito y la algarabía que, con “bombo y platillo”, se difunde por todo el estado al desarrollarse, en Hermosillo, la tradicional fiesta de los ganaderos en el mes de mayo de cada año con el atractivo espectacular -entre otros- de la presentación de los más famosos artistas en el ámbito nacional: Vicente Fernández, su hijo Alejandro, Verónica Castro, Thalía, Joan Sebastián, entre muchos; con variedades de primera línea durante la semana que dura el tradicional festejo al que asistimos decenas de miles de personas de diferentes “status” socio-económicos y culturales. El caso es que, un día de tantos -mayo de 1980- y una vez dentro del “embudo” llamado palenque, después de las consabidas peleas de compromiso, se presentó la variedad prevista para esa noche de gala: gala en el vestir de las damas y caballeros, gala en la ingestión de bebidas espirituosas, el caso fue que ya imbuido en el ambiente “bohemio”, lo menos que puedes hacer es pedir un líquido ambarino que se distribuye por atractivas edecanes vestidas para el momento que se vive, o que se “bebe”, porque no hay de otra. Llegando el momento esperado, es decir, la presentación de la famosa VERO, ésta cantó -si no todo su repertorio, sí gran parte de él- yo sentí la necesidad de salir al baño pero también presentí que la actuación de Veró60 Lluvia de recuerdos nica estaba por terminar. Me encaminé hacia arriba, a los baños y, cuando yo bajaba, miré a la estrella subiendo las escaleras seguida por sus elementos de seguridad y detrás, como en una persecución, numerosas “fans” en busca del habitual autógrafo. El caso es que al pasar junto a mí, tropezó y sin querer -creo yo- se apoyó en mi brazo para no caer y ahí es donde me aproveché para estamparle un soberbio beso en la mejilla. Tartamudeando de emoción, le dije: - “¡Vuelve pronto, Vero, esta es tu casa…!” Cuando pasó “marabunta”, mi única reacción fue seguir a los fanáticos y, ya en la parte superior, las escoltas abrían las puertas de un lujoso “New-Yorker” blanco, del año -tipo “limousine”- y la VERO trepaba a él cual veloz paloma blanca. La multitud se lanzaba sobre el automóvil, tocaban los cristales, acariciaban las ventanillas o tiraban besos al aire y yo, satisfecho de mi hazaña por haberle dado un beso -físicamente real- a Verónica, celebraba la dicha que las circunstancias me habían brindado porque, si yo hubiera querido hacerlo en forma premeditada, jamás lo habría logrado. Así fue como le di un beso a la VERO sin proponérmelo, ni buscarlo. MORALEJA: -“Las suerte debe de ser hallada, no buscada…” Lluvia de recuerdos 61 LA VEZ QUE CANTÉ EN UN PALENQUE Continuando con la cronología de mis encuentros con cantantes de palenques paso a relatar mi segundo encuentro, esta vez, con SILVIA FELIX (sobrina de “La Doña”, dicen) y sin querer queriendo, encaminé mi periplo rumbo a la famosa “Expo”. Me dispuse -antes que nada- a visitar a mi amigo “El Mexicano” Morales que vende a diestra y siniestra dentro de la “Expo-Gan” los famosos “cantaritos locos”, porque han de saber que mi amigo recorre todo el país con sus remolques acondicionados para la venta de toda clase de bebidas espirituosas -tropicales y regionales-, siendo la especialidad los ya citados cantaritos que contienen: “medias de seda”, “piña colada”, “clamatos” y cuanta cosa rara se le ocurra a usted pedirle, teniendo entre su clientela preferida la formada por el sector femenino que acude a sus establecimientos. Después de pasar por la taquilla me encaminé al área de las sillas del redondel donde pelean los gallos, pero ya había comenzado la variedad que ese día de mayo estaba a cargo de la cantante SILVIA FÉLIX. El caso fue que en cuanto tomé asiento, la cantante se enfrentó a mí colocándome el micrófono junto a la boca para que cantara y, como yo soy risueño cuando me hacen cosquillas, no me aguanté las ganas de reír… ¡menos las de cantar! Y ahí me tienen cantando “Mi viejo San Juan”, rola que hiciera famosa Javier Solís. 62 Lluvia de recuerdos Quiero dejar asentado que se me hizo tan bonita y fuerte mi voz cuando la escuché reforzada por 20 bocinas… pero la artista siguió su camino por el redondel y, a la segunda vuelta, que se le ocurre hacer lo mismo, pero ya venía cantando “De qué manera te olvido”… nuevamente me acercó el micrófono y canté, esta vez con mayor aplomo y seguridad pues lo hacía por segunda ocasión. Y… pasó lo mismo: la artista continuó su rutina y de regreso llegó frente a mí. Esta vez cantaba “Si nos dejan” y yo, que ya estaba picado porque la gente me aplaudía, le dije: -“Si nos dejan yo canto contigo…” -Y sin esperar respuesta, me paré, abrí la portezuela que daba acceso al redondel, y terminé en medio de la pista cantando “de cachetito” con Silvia Félix, para terminar así la variedad de la noche. De esta manera fue como canté -por primera vezcon pista para profesionales del canto; cosa que recuerdo obviamente con mucha satisfacción. Todo esto sucedió por hechos circunstanciales porque, en caso de que Silvia Félix no hubiera querido que yo entrara al redondel, no entro ni en brazos del gobernador porque a estas artistas siempre las rodean de varios elementos de seguridad para protegerlas de cualquier atrevido que, en lugar de convivir, haya “conbebido” demasiado… o para resguardarlas de los periodistas, ya ven lo que pasó con Lucero. Así terminó para mí una noche más de palenque con las vivencias y desenlace que ya les he platicado. Lluvia de recuerdos 63 ENCUENTRO CON LAS “TORCACITAS DEL NORTE” Saliendo, como salía casi invariablemente los fines de semana a hacer mi acostumbrada ronda por las calles de Hermosillo, coincidentemente me encontré con la celebración de la rumbosa fiesta ganadera “Expo-Gan Sonora 1995”, (obviamente por la noche). No podía escapar a la bohemia moderada de un cerveza bien helada en el mes de mayo; mi hija Maribel me había pedido permiso -con anterioridad- para ir al palenque con su entonces novio, hoy su esposo Alejandro. El caso es que después de dar unas vueltas por la ciudad, enfilé rumbo al famoso palenque de la Expo con ganas de presenciar, más que las peleas de gallos, la variedad, esta vez sin precisar con quién: ¿Thalía, Alejandro, Paquita? No sé cuántos artistas más. Ya dentro me enteré que se presentaba un dueto femenino: “Las Torcacitas del Norte”. Lo primero que traté de localizar fue a la familiar pareja: mi hija y su novio. Una vez que los localicé traté de ubicarme cerca de una puerta de salida para evitar los tumultos; llevaba un cigarro encendido entre los dedos (mentolado, por cierto). Al llegar a la puerta me encontré con una niña de unos 20 ó 22 años; iba vestida con un traje negro de diminutos tirantes y con una minifalda que dejaba ver sus encantos superiores e inferiores. Mirándome coquetamente me dijo que quería fumar… yo saqué la cajetilla y le ofrecí uno de mis mentolados a lo que protestó: - “No- me dijo con suave tono de voz -yo quiero fumar de ése, del que tienes en la mano…” Me sorprendió su actitud y pensé “ésta quiere PLEI64 Lluvia de recuerdos TO”, cruzamos algunas palabras y me preguntó si ya me retiraba y que si iba a pasar por el centro de la ciudad. Le respondí afirmativamente y me pidió que la trajera, acepté pero entonces me informó que iría con nosotros una amiga, su compañera TORCACITA y -desde luegotambién estuve de acuerdo. Así salí del palenque, con el dueto de “Las Torcacitas del Norte” colgadas de mis brazos. El temor era que mi hija me encontrara y… ¡la que se me armaría al llegar a casa! Lo curioso fue que, en lugar de que mi hija se cuidara de mí, yo me andaba cuidando de ella. A la salida, la muchachada me gritaba: - “¡Pase una suegro… ¿para qué quiere dos?” Por fortuna no me encontré con mi hija ni ella me divisó. Subimos al auto, llegamos a Hermosillo (Centro)… quisieron quedarse en un “table -dance” que queda por Periférico Norte y ahí terminó mi odisea, nadie me vio en esos trances que las circunstancias, y la casualidad, me ofrecieron sin yo buscarlas. Así fue mi encuentro con las “Torcacitas del Norte” al salir de un palenque, de la Expo-Gan, en Hermosillo, Sonora. Lluvia de recuerdos 65 EL DÍA QUE ARRIESGUÉ MI VIDA POR LA BANDERA Transitaba la primera parte del sexenio del Ing. Rodolfo Félix Valdez cuando fui llamado a la Secretaría de Educación y Cultura (SEC) para hacerme cargo de labores administrativas y, mi primera comisión fue la de supervisar el funcionamiento de todas la cooperativas escolares a nivel Estado, cosa que parece fácil pero resulta difícil y más para mí que, habiendo estudiado leyes -para no llevar matemáticas- caía con esa comisión en un inmenso mar de números que era para agobiar a cualquiera. No podía decir que no porque era una comisión política oficial y no quería echarme para atrás, así que tuve que afrontar aquella tremenda situación y, para que ustedes se den una idea de mi alergia por los números, yo digo -a manera de broma- que si le marco a una sumadora 2+2, me salen 5 y como no es correcto, vuelvo a marcar… ¡y me salen 3! Sufrí enormidades con esa comisión pero tuve que apechugar la situación. De vez en cuando se me comisionaba para llevar la representación del Secretario de Educación, Prof. Ernesto López Riesgo, a algunos actos públicos en los que yo me desempeñaba mucho mejor porque estaba en mi ambiente de las relaciones públicas. Poco a poco me fui despojando de los números y asumí la comisión de Coordinador de Eventos Especiales, que se acomodaba mucho mejor a mi manera de ser y de actuar; ahí, en esa comisión como en todas, nunca falta un “prietito en el arroz” y, al llegar el mes de septiembre, venían los grandes problemas porque el comisionado, y en mi carácter de coordinador en jefe, tenía que organizar y conducir los eventos de la ceremonia del izamiento y 66 Lluvia de recuerdos arrío de nuestra Enseña Patria -a mañana y tarde- los 30 días (incluyendo los sábados y domingos, ¡ah! y prohibido enfermarse). Para dar una idea de lo ardua y cansada que era esta comisión, tenía que organizar y coordinar a todas las secretarías de gobierno, desde un día antes, con un programa riguroso de honores en la Plaza de la Bandera, auxiliados por una escuela secundaria diferente. Para el caso, contaba con el apoyo de los soldados del Ejército Nacional que traían y llevaban nuestro Lábaro Patrio; el programa era más o menos así (mañana y tarde): HONORES A LA BANDERA: 1) Juramento. 2) Discurso o palabras alusivas, 3) Toque de Bandera por los soldados. Izamiento o arrío, 4) Intervención de los alumnos (poesía), 5) Entonar el Himno Nacional Mexicano, 6) Eventualmente otra intervención no programada. Este era, puntos más puntos menos, el programa diario todo el mes de septiembre pero eso no era todo, porque cuando la ceremonia sale bien, ¡qué bueno!, pero cuando falla alguno de los puntos del programa ¿qué hacer si no llegan a la hora los soldados con la bandera?, ¿qué hacer si no vino el niño (a) del juramento?; o ¿si no estuvo a tiempo el aparato de sonido, o se les olvidó el “cassette” Lluvia de recuerdos 67 del Himno Nacional, o falló el aparato de sonido o no hubo corriente eléctrica? Este último fue el caso por el cual una tarde de un domingo cualquiera del mes de septiembre de los 80’s, me encontré con que el edificio del ISSSTESON contiguo a la Plaza de la Bandera de donde tomaríamos la corriente eléctrica, se encontraba cerrado y no había conserje a la vista, ningún velador; estaba en mi primera encrucijada y con la responsabilidad de llevar adelante el acto. ¿Cómo hacer funcionar los aparatos de sonido? Los soldados, la bandera, toda una escuela esperando: los alumnos, maestros y el director. Los señores y las damas de las secretarías… expectantes. ¿Qué hacer en esas circunstancias?, ¡trágame tierra!, o como dicen los cubanos: -“¡la muelte, chico!”-. Por fin apareció en escena un conserje del ISSSTESON que había quedado de guardia: ¡Gracias a Dios! Pude respirar tranquilo -pero sólo por un momentoporque se vino un problema más grande y peligroso para mí: tomé el cable de la corriente para pasárselo al conserje por la celosía para que lo conectara pero, después de algunos minutos, regresó para decirme que no lo podía hacer porque, en el lugar de la conexión, estaban los aparatos de refrigeración y habían tirado mucha agua, la cual le daba hasta los tobillos. ¿Qué hacer con estos imprevistos? ¿Suspender el acto? ¿Dejar a la gente plantada?, o meterme yo al agua y conectar el cable con el riesgo (no de López Riesgo) de morir electrocutado. 68 Lluvia de recuerdos Y tomé la decisión más estúpida de mi vida… ¡conecté el cable! El agua empapaba mis zapatos pero… la ceremonia de nuestro Lábaro Patrio se llevó a cabo con felicidad, por lo menos sin desgracias personales. Esto nadie lo supo, sólo ustedes y yo. A Dios gracias, lo estoy contando. LA NOCHE QUE DORMÍ CON UN PAYASO Transitaba el segundo tercio del sexenio del Gobernador de Sonora Ing. Rodolfo Félix Valdez y me encontraba yo como coordinador de eventos especiales de la SEC (Secretaría de Educación y Cultura), con varios programas culturales que, para bien de Sonora, habían instrumentado en Gobernación. Estos programas eran multisectoriales, es decir, involucraban a la SEC, al Sector Salud, a la Secretaría de Agricultura y Ganadería, al DIF, etcétera. En esta ocasión se trataba de apoyar un programa contra el narcotráfico y tuvimos que trasladarnos a diversas ciudades del Estado de Sonora para dar conferencias a la población… aquí entraba la Secretaría de Salud representada por el Dr. Filiberto Pérez Duarte, con especialistas en este ramo de los estupefacientes. La SEC -que yo representaba- llevaba un mensaje a las escuelas auxiliado por los maestros de los diversos niveles educativos. Al DIF le tocó llevar la diversión a los niños: pláticas de interés para los padres impartidas por especialistas; psicólogos, trabajadoras sociales, educadoras y no podía faltar un payaso para divertir a la población infantil. Lluvia de recuerdos 69 En esta ocasión llevamos nuestro programa: “Combate al narcotráfico” a la población serrana de Sahuaripa, armándose todo este circo, aquí en Hermosillo. Algunos compañeros partieron un día antes; otros madrugaron y yo, por motivos de fuerza mayor, no pude partir con el convoy… el caso fue que llegué a Sahuaripa en un camión ya bien entrada la noche, estaba lloviendo a cántaros. Llegué al hotel y me presenté con el encargado diciéndole que necesitaba un cuarto dónde descansar y pasar la noche, a lo que me respondió: - “El hotel se encuentra totalmente lleno…” -(No vacancy, dirían los gringos). ¿Qué hacer en esas circunstancias, si aún estaba lloviendo? Estaba yo muy cansado y ni a quién comunicarle mi desdicha, por eso supliqué al encargado que, como un favor muy especial, me hiciera un campito… Como recordando, me dijo que en un cuarto había un solo huésped y que esa era la única solución que podía ofrecerme: acepté y me abrió la puerta; yo no quise encender la luz para no molestar a mi desconocido compañero, el cual -por razones obvias- se hallaba profundamente dormido. Me acomodé como pude en una camita individual en la que pasé la noche sin hacer el menor ruido, pero… ¡qué sorpresa me llevé por la mañana, cuando desperté! Contiguo a mi cama se encontraba otra y, en ella, una persona vestida y pintada como payaso. Era “PAQUITO CHAPOY” que iba en la comitiva hermosillense. Cuando despertó me explicó que no acostumbraba a dormir así pero había actuado la noche anterior y se recostó sólo para descansar un rato, quedándose como yo lo encontré. Así fue como en esta aventura programada a Sahuaripa, 70 Lluvia de recuerdos pasé la noche -sin darme cuenta- con un señor payaso. NOTA ACLARATORIA: Si yo hubiera tocado al payaso, o él me toca a mi… hubiera amanecido totalmente pintarrajeado y… ¡NO FUE ASÍ! Lluvia de recuerdos 71 72 Lluvia de recuerdos MARÍA TRINIDAD GERMÁN JARA Nació un día muy especial para los latinoamericanos, llegó el 12 de octubre del año de 1940, muy tempranito, a las cinco de la mañana. Ocupó el lugar décimo tercero de una familia de 19 hijos y cuentan que el 13 es número de buena suerte. Primaria y secundaria las hizo en Ures, Sonora, pues su casa paterna estaba en Santiago, un pueblito alegre y sencillo a seis kilómetros de “La Olvidada Atenas”. Le parecía divertido y romántico cruzar el Río Sonora a pie o en “carreola”. También le gustaba montar a caballo y jugar carreras. Es maestra normalista egresada en la Generación 58-61, fue enviada a Rayón, Sonora, en donde trabajó, sin interrupciones, sus primeros ocho años de magisterio. De este lugar se cambió a Nacozari, Guaymas, San José de Bácum y aquí, en Hermosillo, en donde se jubiló prestando sus servicios en la Escuela “Club de Leones No. 1”, en el año de 1988. Por vez primera se animó a escribir AUTOBIOGRAFÍA y lo hace con: • Santiago de Ures visita Roma • Perdida en la Capilla Sixtina • Navegando por el Río Nilo • Las tortillas de harina «sobaqueras» • La receta gracias a la cual estoy con vida Sus pasatiempos predilectos son: armar rompecabezas (cuya colección llega a 200 cajas), platicar con “todo mundo”, escuchar música, conocer lugares pintorescos con historia, además de coleccionar “fotos” de la familia… ¡y como no tiene! Lluvia de recuerdos 73 SANTIAGO DE URES VISITA ROMA Tuve la fortuna de nacer en un pueblito tranquilo, muy cerca, quizá a sólo cuatro kilómetros de la que fuera Capital del Estado de Sonora, Ures, “La olvidada Atenas”. Desde niña soñé con conocer otros mundos y cuando me llevaban a pasear en una “carreola” -especie de carreta tirada por dos caballos- imaginaba que las bestias no trotaban, ni corrían, sino que volaban llevándome lejos, muy lejos. Los años pasaron, y cuando comencé a trabajar, mi nombramiento decía “profesora de grupo en escuela primaria”, y se me asignaba a otro pueblo un poco más grande que el mío: Rayón. Las cosas no cambiaron mucho pues cada fin de semana hacía una visita a mis padres y hermanos. En el pueblo todo permanecía igual pero yo, aunque se rieran de mí, seguía soñando en conocer otros mundos… así se fueron pasando los años y, ¡primero me jubilé que conocer Europa! Había salido a la Ciudad de México algunas veces, a Tepic, a Puebla; conozco algunos lugares de Estados Unidos del Norte, muy especialmente Los Ángeles, Tucsón, Pasadena… pero cuando estaba más tranquila y menos lo esperaba, sonó el teléfono y: - “Me dieron su nombre como posible candidata a 74 Lluvia de recuerdos viajar por 21 días visitando lugares del Viejo Continente. El costo del boleto -viaje redondo- es de 3000 dólares y comprende: pasaje en avión de primera clase con desayuno continental y cena, hospedaje en hoteles de cinco estrellas, con transporte terrestre y marítimo a los lugares que se vayan a visitar. La comida principal, las salidas a paseos nocturnos, los antojitos y los “souvenirs” o recuerdos correrán por su cuenta. Debe pagar el 50% al inscribirse y el resto, tres días antes de partir… ” Y la informante siguió dándome detalles pero yo ya no escuchaba. Acariciaba el momento de hacer realidad el sueño esperado toda una vida. Por nuestros medios cada quien se dirigió a Tucsón y de ahí a Los Ángeles. En este punto realmente dio inicio la aventura, pues aquí abordamos un “jumbo-jet” que nos llevó a Chicago, donde trasbordamos a otro, aún más grande, en el que atravesamos el Océano Atlántico. Después de 18 horas sin tocar tierra -se siente horrible, se los juro- llegamos a Roma, “La Ciudad Eterna”, y nos recibieron en un elegante hotel con una cena consistente en sopa de pasta (“al dente”), decorada con unos cuantos granos de frijol cocidos acompañados con un vaso de agua. Salimos a estirar las piernas y a ver qué podíamos comprar de comida. Comenzamos a añorar los tacos, las gorditas, los “burritos” de machaca y el champurrado. Los “hot-dogs”” en Roma los hacen en arepas, que son una especie de panes planos y duros: no llevan mostaza, ni mayonesa, mucho menos jitomate, champiñones o salsa, sólo el pan y el “Winnis”. Me comí la pura salchicha porque el pan estaba durísimo, como para apedrear a un peregrino que va -por primera vez- a Tierra Santa. Lluvia de recuerdos 75 Roma es bellísima y muy extensa. La encontramos algo deteriorada en sus calles y edificios porque los preparativos para recibir al tercer milenio traían a todos muy ocupados… ¡hasta el Coliseo Romano estaba en proceso de embellecimiento! Pero nosotros traíamos a Asís y Jerusalén en nuestra mira, pues eran nuestros objetivos máximos como peregrinos. Si me piden ustedes que les diga en qué lugar de todo el recorrido que hice me sentí más impresionada, o más sorprendida, les diré: en El Vaticano, en el Santo Sepulcro, en el Huerto de Getsemaní, en el Mar Muerto, en el Vía Crucis de la Vía Dolorosa, en Samaria y Judea, en el Río Jordán, en Jericó, y en el Muro de los Lamentos. Pero si hablamos de arte, sin duda, la Capilla Sixtina. Debo confesarles que al regreso, rendida de tanta caminata, me quedé dormida en el cómodo “jet” lo que me costó la cena a bordo, pues nadie me despertó de mi trasatlántico sueño. Llegamos directo a Los Ángeles y de ahí a Tucsón, donde ya nos esperaban las añoradas caras de nuestros seres queridos. Cada quien por sus propios medios regresó a casa y… ¡qué sabrosa la contaminada agua de Hermosillo! ¡Qué delicioso calorcito sentimos en pleno octubre! Allá se sentía un poco de frío y yo, que de “chiripa” me había llevado un grueso saco, anduve, en ciertas ocasiones, como gallina con pollos cobijando a mis compañeras y nuevas amistades que había hecho en el viaje. 76 Lluvia de recuerdos PERDIDA EN LA CAPILLA SIXTINA De las cerca de 240 salas de arte que reúnen El Vaticano y La Capilla Sixtina, sólo pudimos visitar seis, y algunos compañeros, a regañadientes. Entre todos los lugares visitados fue aquí donde sentí mi enorme ignorancia respecto a las obras de arte que se exponen. Ya sabemos que Miguel Ángel fue un genio, pero no sólo de él hay obras en las exhibiciones de la Sixtina. Aproveché para preguntar en dónde me encontraba con relación a mi tierra y qué tan lejos estaba de mi soñada Venecia. También supe que de ahí partiríamos para hacer una visita a Tel-Aviv, que es el centro financiero del Israel actual y que su nombre, en árabe, significa “monte de la primavera”. Si te animas a viajar en próximas temporadas no estaría por demás que leyeras acerca de algunos hábitos, alimentos, bebidas, saludos que se acostumbran por allá, porque vas a extrañar los baños; no son muy aficionados a la ducha de regadera pues, entre ellos, el aseo con toalla se acostumbra como un afrodisíaco ritual; allá te sorprenderá el tráfico. Es raro ver gente gorda, fuman mucho, muchísimo -igual los hombres que las mujeres- y, pese a los perfumes, no huelen nada bien. La comida es muy condimentada con hierbas de olor y utilizan, para la mayor parte de sus aderezos, el aceite de oliva. Conviene viajar en pantalones o llevar algunos. Vestido largo sólo para la cena de bienvenida y para la bendición del Papa. Lluvia de recuerdos 77 ¡Ah!, pero les voy a platicar que me perdí en los extensos corredores de la Capilla Sixtina. Pues sí , de pronto me di cuenta que me encontraba sola en aquella inmensidad de pasillos y puertas, cuando desperté de mis ensoñaciones, lamentando demasiado tarde, no haber visitado los castillos medievales de Inglaterra… frente a mí tenia un ventanal que me indicaba -muy a lo lejos- la escalera por donde encontraría la salida. No miré a un solo compañero de viaje y el único recurso que me quedaba fue correr y alcanzar a un policía (“carabinieri”) guardián del edificio y pedirle el favor: - “Signorino, belo bambino: ritorno presto a la mía casa…”. No sabía lo que decía pero, el policía, riéndose de mi italiano de “Bataconcica”, me llevó del brazo muy amablemente hasta donde había quedado estacionado mi autobús… ¡si hubiera sabido! Las burlas no se hicieron esperar diciéndome que me había rezagado intencionalmente para que el guapo vigilante me condujera hasta la salida. Lo peor vino cuando, de despedida, le dije: - Molto graci… ¡arriverderci! - “¿A qué hora volviste, muchacha? No pude dormir pensando que te habías ido de “picos pardos” con gente desconocida y de costumbres distintas a las nuestras…” -me dijo el cura que nos acompañaba. El regreso a casa fue accidentado pues nuestras maletas -más listas que sus dueñas- se fueron hasta Berlín por equivocación y llegaron con diez días de retraso, pero llegaron: robadas (incluso las que llevaban candados), 78 Lluvia de recuerdos maltratadas y remojadas pues no supimos en qué puerto aéreo pasaron en banda a la intemperie y estaba lloviendo copiosamente. Por fin las recuperamos quedando convidadas, por el momento, a no volver a viajar. Bueno, esas fueron mis impresiones personales. El próximo viaje parece que va a llegar hasta Egipto. Luego les platico cómo me fue por allá. NAVEGANDO POR EL RÌO NILO “Hay cosas que suceden una sola vez en la vida” por lo menos, así pensaba cuando caminaba por las calles de Jerusalén en mi primer viaje a Tierra Santa -como peregrino- “y no obstante ando aquí, navegando sobre las apacibles aguas del Nilo en mi segundo viaje”. Esta aventura fue mejor planeada aunque, siguiendo la ruta ya conocida, dejamos tierra continental partiendo en un “súper-jumbo” de Nueva York, entrando por Ámsterdam (Holanda). Nadie me quiere creer que pude identificar Londres desde las alturas, pero yo no pienso estar equivocada. Nos encontramos todo nuevo, recién reparado y pintado, pues ya estábamos en el Tercer Milenio. Las ciudades lucían como recién bañadas y, en cuanto pusimos pie en tierra, comenzamos a buscar rutas nuevas para nosotros. En el recorrido anterior -“Los Caminos de Jesús y El Vaticano”- ya lo he descrito en la narración de mi primer viaje, ahora lo más significativo, aunque para mí fue decepcionante, era la llegada a Egipto. Dormimos en un Lluvia de recuerdos 79 magnífico hotel en el corazón de El Cairo, conocimos El Faro de Alejandría (una de las siete maravillas del Mundo Antiguo), Las Catacumbas, en donde se hallan los restos del los faraones; navegamos -en velero- sobre el Río Nilo; pudimos tocar las milenarias Pirámides de Keops, Kefrén y Micerino, y contemplar el funcionamiento del Canal de Suez, escuchando las interesantes explicaciones de alta ingeniería naval… en fin, un agasajo de historia rodeado de descuidos, desaseo y supersticiosas costumbres religiosas. Sin embargo, no todo fueron decepciones: estuvimos y nos retratamos junto a Nefertiti y La Esfinge, trajimos nuestros nombres y signos zodiacales dibujados en hoja de papiro… un poco después admiramos los más bellos ejemplares equinos de carreras. En El Cairo pasamos un gran susto pues nos despertaron a las 4:30 de la madrugada unos fuertes y dolorosos lamentos que -después supimos- eran la oración de “gracias por haber amanecido a la vida”. Estas acciones religiosas se repiten al bendecir los alimentos (medio día) y al encomendarse a Alá, para pasar bien la noche. Es sobrecogedor el fuerte murmullo que se escucha a esas horas en las que los visitantes teníamos que permanecer en actitud de absoluto respeto. Para salir de Israel rumbo a El Cairo no ocupamos transporte aéreo ya que, escoltados por cuatro motocicletas, atravesamos un camino árido y solitario aunque no me atreví a preguntar de qué desierto se trataba. Hubo tramos en el que tuve la corazonada de que éramos vigilados o perseguidos, aunque, entre rezos y más rezos, no dejaba de preguntarme: - “¿Qué problema puede ser para “los talibanes” 80 Lluvia de recuerdos deshacerse de los cuatro escoltas que llevamos”? Después de éste y otros sustos, y cuando por fin llegamos a Tierra Egipcia, estábamos muy cerca del lugar en el que la princesa, hija del faraón, encontró la canastilla de mimbre con el pequeño Moisés. Me daban ganas de llorar y de reír a un mismo tiempo pues de estas tierras partieron los hebreos en su famoso EXODO a través del milagro ocurrido en el Mar Rojo, según Las Escrituras. A pesar de tantos siglos de historia, de tantos monumentos y de tanta religiosidad, al llegar a las horas de la tarde -le echaba de menos al “café colado en talega”- me entraba la nostalgia y comencé a cantar y a bailar al estilo de “Lawrence de Arabia”, en esas estaba una noche en el “lobby” del hotel, cuando vi llegar a una novia y toda su comitiva. Me puse a “mitotear” pues las bodas allá son distintas a las nuestras: comenzaron con su musiquita de cuento de Alí Babá, me puse de pie e imité los movimientos de la Danza del Ombligo que, entre los egipcios son cosa de todos los días y a todas horas, ¡nunca lo hubiera hecho!, del cortejo salió un señor mayor, de canitas pero muy guapo y… me invitó a través de un intérprete, a celebrar las nupcias de su hija en el décimo piso del hotel. Yo andaba en pantalones y con tenis, le respondí que me diera una hora para vestirme adecuadamente y… ¡nunca volví! Lo más curioso fue que el sacerdote que nos acompañaba desde México, me dijo otro día por la mañana: - “¡Trinidad!, ¿fuiste a la boda? - “¡Nooo, padre!, ¿cómo cree? Estos son algunos “tips” para un viaje por El Medio Oriente: Lluvia de recuerdos 81 El saludo mujer-hombre, deberá ser breve y desviando la mirada la mujer. Por ningún motivo deberá retenerse la mano del varón entre las nuestras. Ella no debe mirar directamente a los ojos de un hombre, a menos que quiera que se malinterpreten los saludos. No debe subirse el tono de voz, mucho menos gritar. A menos que sea por una imperiosa necesidad. Tener cuidado al pasear en camello pues, al igual que en los burros, hay algunos muy viejos y mañosos. Independientemente del dólar que cuesta la subida, hay que pagar otro para la foto en el animalejo. Por último les aconsejaré: al hombre europeo no se le puede “vacilar” en broma… luego luego se la cree y te sigue. Son tercos, carismáticos, hipócritas; pero guapísimos y muy malolientes… Después vino el bombardeo a Jerusalén, el asunto de “Las Torres Gemelas” y las amenazas del Osama… muchos problemas en el Medio Oriente para andar despreocupadamente de peregrino. Donde sí me hubiera gustado estar presente -todavía lo tengo “en la mira”- es en las Islas del Mar Pireo, (Grecia), que ahora, con las Olimpiadas 2004, me estuvieron incitando a visitarlas. Dios nos lo permita dándonos vida y salud. LAS TORTILLAS DE HARINA “SOBAQUERAS” He preguntado a la gente más vieja que yo si saben el origen de las tortillas de harina extendidas, que les llaman 82 Lluvia de recuerdos también tortillas de agua o vulgarmente “sobaqueras”, pero nadie me ha podido responder satisfactoriamente. El dato más importante que he recogido es que, contra lo que se piensa, esta clase de tortillas -grandotas y delgaditaslas comenzaron a tortear los hombres en los herraderos ya que se iban al monte por tres, cuatro o más días y como la mujer se quedaba en casa con los niños y cuidando los animales domésticos, los hombres tenían que prepararse la comida cuando se les acababa el “lonche” y tal vez hasta asearse algo de ropa. Yo comencé a hacerlas como jugando pues tenía siete años de edad y no alcanzaba a echarlas al comal. Un poco más grandecita, sin que mi mamá se diera cuenta, iba a la casa de unos vecinos que tenían a su madre en cama y, subida en una silla, les hacía tortillas de harina, luego me regresaba a casa sin decir una sola palabra. Cuando me descubrieron, no premiaron mi buena obra ni me dedicaron algún elogio sólo me dijeron que ahora, por obligación, tenía que “tortear” por lo menos una vez al día. No vayan ustedes a pensar que eran dos o tres kilogramos de harina los que amasaban -éramos una familia numerosaya que fuimos diecinueve hermanos. Obviamente nunca estuvimos sentados a la mesa al mismo tiempo, pero sí llegamos a reunirnos doce hermanos comensales, más los papás, dos o tres tíos, algunos primos y las visitas que nunca faltaban… mi madre nunca preguntaba, simplemente servía lo que hubiera. Así pues, que ahora me pongo a calcular que consumíamos dos quintales de 44 kilos. Cada uno a la semana y, no creo exagerar. Los años han pasado, mis padres han partido y algunos de mis hermanos también, pero cuando amaso por antojo de tortillas para la carne asada o por encargo -pues Lluvia de recuerdos 83 han de saber que mis tortillas han viajado a Europa y a los Estados Unidos- me da risa “tortear” tan poquita harina, se me figura que estoy jugando a las comiditas. De las tortillas que les llamamos “guachas” porque son pequeñas, salen 24 de un kilo de harina; de la tortilla extendida, como las hago yo, salen seis. Mi comal es grueso -plano y de fierro- mide 1.03 m. de diámetro y de circunferencia 3.234 m. No tengo flojera amasar ni extender las tortillas, lo que pasa es que aquí, en la ciudad, los espacios son cerrados: estiras el brazo y chocas con el vecino, hablamos fuerte o cantamos, y se despierta el otro. No hallas la leña adecuada, la harina no siempre es de calidad, atizas en el patio y si la vecina tiene ropa blanca tendida, arde Troya. Total, que las tortillas de harina grandotas y calientitas sólo pueden saborearse en un día de campo o en la playa. Ahora sólo pueden hacerse en el rancho y traerse a la ciudad. No son económicas, quitan mucho tiempo… ¡pero qué sabrosas son con una carnita tierna, bien asada, y con hambre! LA RECETA GRACIAS A LA CUAL ESTOY CON VIDA A raíz de haber perdido a mis dos últimas criaturas -eran gemelitos, hombre y mujer- me vinieron una serie de trastornos ginecológicos. Tenia muchos problemas, algunos de difícil solución, como la edad, por ejemplo, y la circunstancia de que mi hijo (el único), ya tenia 20 años. También influyó que me encontraba trabajando y la escuela me quedaba muy lejos de casa, por otra parte, 84 Lluvia de recuerdos ya me habían advertido que se trataba de un embarazo de alto riesgo. Siempre he tenido la costumbre de cambiar las camas por lo menos, cada tercer día. Colchas, cameras, sábanas y fundas de almohadas, razón por la cual mis tendederos siempre están ocupados, muy especialmente, con ropa interior y de cama. Ese día -andaba en mi cuarto mes de embarazo- tenía dos colchas “king zize” remojadas por que no cupieron en la lavadora y tenía que tenderlas a secar al sol… si enjabonarlas, restregarlas y exprimirlas era ya un gran esfuerzo, ¿se imaginan para tenderlas? Del lavadero a los tendederos había que saltar una pequeña barda cargando las colchas húmedas… ¡y lo hice!, pero no pude llegar. Sentí un dolor intensamente agudo en el vientre y me olvidé de todo para irme a recostar. Creí que así podía salvar lo que ya latía con vida dentro de mí, pero… ¡todo fue inútil! Después tuve otros trastornos y ya nada fue igual, creo que a partir de esta fecha comencé a cambiar de vida como mujer: no tenia ganas de salir, ni de conversar, me chocaban las visitas que vinieran a mi casa sólo por el morbo de averiguar: “¿Ya no vas a encargar?”, “¿te llegó la menopausia?”, “¿ya tienes más de cuarenta?”, “¡la profesora Alicia encargó a los 44!”, y así sucesivamente… puro mitote. Achaqué lo que sentía -y lo padecía- a los cambios de mi edad y a trastornos hormonales pero abrigaba, cada vez más, dudas que crecían y se acumulaban hasta que ¡no soporté más! y me sometí a un reconocimiento médico minucioso y muy molesto. Los análisis, los laboraLluvia de recuerdos 85 torios, los especialistas que de una a otra cita dejan pasar tres meses; todo era desesperante para el estado de ánimo en el que me encontraba. En esas circunstancias, a mi hermana mayor le dieron el nombre y la dirección de un ex sacerdote que tenía fama de haber hecho curaciones muy atinadas, en Tepic, Nayarit. Este ministro de Dios ya no ejercía porque en la iglesia donde oficiaba, le habían puesto una disyuntiva: - “O atiendes a los rebaños del Señor o te dedicas a las curaciones con hierbas y “chochos” -y él prefirió lo segundo. Bueno pues, ya tenía el nombre del sacerdote, su dirección y teléfono, además de relacionarme con una conocida de mi hermana a cuya casa iba a llegar. Salí en autobús rumbo a Tepic y localicé al padre, muy humilde y gentil, como toda persona que en verdad vale, sabe y tiene la virtud de transmitir sus conocimientos. Comenzó el interrogatorio: Edad, lugar de origen, síntomas, maternidades, alimentación, ejercicio o deportes que se practican, hábitos, costumbres, vicios, etc.; la pócima que me recetó contenía algunas de las hierbas que tuve que traer de allá -aquí no se obtienen con la misma facilidad- y algunos de los ingredientes como los cangrejos, que hay que asarlos vivos, obviamente los tenía que conseguir aquí, en los esteros. Debo confesarles que el líquido que se bebe -con la frecuencia que el “sacerdote” indique- tiene un sabor a hiel con azufre mezclada con agua de fango. Beberlo es un verdadero sacrificio pero también debo decir, en honor a la verdad, que el cambio en los síntomas del organismo 86 Lluvia de recuerdos comienzan a sentirse desde la primera semana. Pensando en tantas mujeres que como yo se han sentido acabadas y sin fuerzas para luchar -sin fe en Dios, diría yo- les copio la receta que me salvó la vida y que, para bien o para mal, me tiene aquí hasta que el divino Hacedor disponga otra cosa. RECETA: Nº 1. Hierba de víbora (fresca, con raíz, si tiene espigas, inclúyalas) 28 gramos, un manojito de perejil, una cucharada de toronjil, 2 cucharadas de hierba de pollo, todo el cristal de una penca (de regular tamaño) de sábila sin cáscara y un trozo de músaro de 5 picos, del tamaño y grosor de tres dedos. Se cuece todo junto en dos litros de agua hasta que quede un litro y medio. Tomar una taza antes de comer, descanse una semana y otro mes la toma; descanse una semana y un mes más la toma. Al agua que sobre exprímale un limón, cuélela muy bien en un lienzo y con esta agua, fresca, se aplica un lavado vaginal al acostarse, cada tres días. Menos en los que no tome la bebida porque le toque descanso. Nº 2. Cardón de Sonora y cangrejos de mar. Un pedacito de cada cosa, todo junto, en una taza y media de agua que hierva por 10 minutos. Tomar una taza caliente a diario -en ayunas-poniéndole una cucharadita de polvo de carbón de ocote. Se toma sin endulzar por 21 días; 10 días no, 21 días, sí; 10, no; 21 sí y 10 no. Los cangrejos hay que dorarlos vivos (en un comal sin aceite, ni nada), una vez dorados déjelos enfriar y, hechos polvo, los guarda en el refrigerador. Lluvia de recuerdos 87 Haga una pomada -ni muy espesa, ni muy aguadacon un poco de manteca de puerco y polvo de carbón de ocote. Diario al acostarse úntese esta mezcla (estando desnuda), desde lo pechos hasta el vello púbico; sobre la pomada que ya se aplicó, coloque unas hojas de repollo (crudas), machacándole las nervaduras que tienen y, sobre ellas, envuélvase con una tela bien limpia. Esta operación es diaria, menos los días que toque descanso. D I E T A: No carne de puerco, ni res, ni sus caldos. No chile, ningún irritante, ningún refresco, nada enlatado, no conservas, mermeladas, pescados o mariscos. No manteca de puerco, bebidas embriagantes. Nada que contenga vinagre, no café -ni con leche-, no exceso de sal, no jitomates crudos, no pepinos. Bañarse con agua tibia, no exponerse al viento recién bañada, ni caminar bajo los rayos del sol. No radiaciones, no quimio, ni rayos X. No legrados ni operaciones quirúrgicas. No medicamentos, ni tratamientos que posiblemente puedan curar. Use trastos nuevos, de barro, y no tome ni use estas medicinas preparadas un día antes. Suspenda el tratamiento en sus días de regla y, después de la primera toma, CERO relaciones sexuales. En caso de embarazo esta receta, en vez de curarla, la perjudicaría. 88 Lluvia de recuerdos JOSÉ FRANCISCO GUTIÉRREZ QUIROZ Nació en Esperanza, Río Yaqui, Sonora, un domingo 1 de diciembre de 1935. Hizo sus estudios de primaria y secundaria en Ciudad Obregón, después salió a continuar su preparación a la Universidad de Sinaloa en la capital del estado, Culiacán. Obtuvo su título de Contador Público y Auditor en el Instituto Tecnológico Autónomo de México, en el Distrito Federal. Laboró en la iniciativa privada en la Ciudad de México durante veinte años y después con el gobierno del Estado de Sonora, veintiún años. Se pensionó en el año de 1995 y desde entonces se dedica a actividades no lucrativas. Acude al CERESO de Hermosillo en calidad de voluntario, desde hace 16 años, con un equipo Pastoral Penitenciario Católico. Perteneció al Patronato de Reincorporación Social durante cinco años. Sus pasatiempos favoritos son la lectura y escribir para el Taller de Literatura Autobiográfica de la Casa Club del Jubilado y Pensionado del ISSSTESON, donde además, para superar problemas auditivos, formó parte del coro; allí estudió también Computación. La convivencia familiar es su mayor alegría pues tiene cuatro nietos que lo hacen vivir intensa y felizmente. Colabora en esta obra con los temas: • El largo • Mi maestro de primaria • Sociedades de Padres de Familia • Cambio de potenciales Lluvia de recuerdos 89 EL LARGO “El Largo” era de Buenavista, Sonora, hijo de Carmen Armenta y de Jesús Gutiérrez, “El Caneno”, su padre murió en un acto de heroísmo en la Batalla de Santa Rosa, él iba con las fuerzas del general Álvaro Obregón y tenía el grado de Mayor, fue jefe distinguido por su valor y muy querido por todos, su muerte enardeció más lo ánimos de sus compañeros que lucharon hasta arrancar las posiciones que los federales ocupaban reduciéndolos a las casas de Santa Rosa. Carmen Armenta, su mamá, tuvo ocho hijos, cuando enviudó, “El Largo” tenía sólo ocho años, por lo que él y sus hermanos fueron educados por aquella señora con valores universales que se fueron dando a conocer a través de sus vidas. Cuando “El Largo” tenía catorce ya era operador de draga en el canal Porfirio Díaz y su mamá le pidió que dejara la draga y le ayudara a su hermano en el negocio de abasto (carnicería) que tenía en el mercado de Esperanza, ahí estuvieron los dos hermanos hasta que se fueron a Ciudad Obregón, trabajando el mismo negocio. Fue en Esperanza donde conoció a una muchachita que venía de un mineral que se llamaba “Lluvia de Oro” en Chihuahua, lo cautivó con sus encantos a pesar de ser muy curiosita pues mientras que “El Largo” medía 1.93 metros, ella medía 1.60, se casaron, tuvieron once hijos, de los cuales sobreviven ocho, todos profesionistas; vivió lo suficiente para llegar a ver a sus primeros nietos. “El Largo” no heredó riquezas, su padre le dejó el 90 Lluvia de recuerdos valor de la justicia y el amor a sus metas u objetivos, fue amante de tres señoras doñas: doña Tencha, doña Seve y doña Prude. “El Largo” dejó un testimonio de vida pues su entrega a doña Tencha lo manifestó con la constancia en su trabajo, nunca, así lloviera o relampagueara, dejó de trabajar un solo día de su vida, fue tenaz, obstinado y para lograr darle educación a sus hijos, no lo rindió el trabajo; yo lo vi trabajando desde las cuatro de la mañana a las tres de la tarde, llegar a su hogar a comer, descansar un rato y, como ahí tenía un abarrotes con molino de nixtamal, le quitaba las piedras, las “picaba” (marcar con un cincel la huella en la piedra para que volviera a funcionar); hacía “pinole” (maíz especial que se ponía a dorar para después triturarlo), volvía a picar la piedra para que estuviera en condiciones de moler masa para las tortillerías y venderla a la clientela compuesta por los vecinos. “El Largo” tenía un ideal y por eso era un amante de la perseverancia (doña Seve), pues cuando se ama como él supo hacerlo, se tiene capacidad para lograr lo que se quiere, se mantiene firme el entusiasmo y se va dando el resultado o consecuencia de esa actitud. La otra “doña” era la Prudencia (doña Prude): “El Largo” era muy parco al hablar, su gran discurso era su actitud ante la vida, recuerdo que cuando alguno de sus hijos se ganaba un castigo, éste no consistía en regaños pues los sermones se los dejaba al sacerdote, él se sacaba el cinto, se lo enrollaba en la mano y así, sólo daba tres cintarazos, no más, nunca más, pero no hacía falta, con eso era suficiente, si el castigado lloraba, le decía: “cállese ca...” y se le entendía perfectamente, no hacía falta decir nada y no se repetían los errores. Lluvia de recuerdos 91 “El Largo” logró su sueño, sus hijos son profesionistas y sus nietos han hecho maestrías y doctorados en Harvard, la Sorbona o Japón. Como consecuencia de la diabetes le fue amputada una pierna, pero no se amedrentó, practicaba unos ejercicios para usar las muletas mientras le arreglaban una prótesis: los inició con dos lagartijas, pero al poco tiempo estaba haciendo veinticinco y fue muy grato ver que las arrugas del cuello habían desaparecido y estaba con un semblante mucho mejor, pero recuerdo un día en que platicando con uno de sus hijos añoró la presencia de su esposa pues se le adelantó en el viaje quince años antes y preguntó que si cuando él muriera ella lo iba a ver con muletas, su hijo se dio cuenta del conflicto que tenía “El Largo” porque no quería que su esposa lo viera “limitado” y le dijo que en la otra vida la cosa era distinta, que Dios le devolvía la vida a uno en la mejor época de su existencia terrena, en plenitud, y así, todos éramos felices ante la presencia de Él. “El Largo” suspiró conforme porque ella no lo vería con las muletas, el hombre, enamorado, se quedó feliz. Se me olvidó decir que “El Largo” se llamó José Gutiérrez Armenta y en este Día del Padre, como siempre, me acordé mucho de él, pues fue mi padre. 92 Lluvia de recuerdos MI MAESTRO DE PRIMARIA En el año de 1943 asistí por primera vez a la escuela. Estaba ubicada en la esquina de las calles Colima y Galeana, en Cd. Obregón, se llamaba “Profra. Manuela Rojas y Taboada”. El Director era el profesor Basilio Ruiz, un maestro irrepetible, todos los sábados nos juntaba en el patio y nos contaba cuentos muy bonitos, de los que se deducía una enseñanza moral; al narrarlos ponía alma, corazón y vida, a todos los niños nos gustaban. Recuerdo sus pasos largos, sus brazos extendidos, su voz, en verdad no he escuchado a nadie como a él, era admirado por esa manera especial de ser autoridad escolar y su entrega con la muchachada, mantenía el orden dentro de la escuela dividiendo el patio por un canalito que había para regar las moras a fin de que en un lado estuvieran las niñas y en el otro los niños, nunca nos dejó solos en el recreo, siempre se paseaba entre nosotros y nos gustaba estar cerca de él. Mi primera maestra fue una profesora muy buena, nos ponía atención, así fuéramos aplicados o traviesos, luego se ganó el respeto de todos, a mí en lo personal me hizo sentir que era lo más importante para ella, y como en mi casa teníamos molino de nixtamal, en él se molía también pinole. Yo hacía un cartuchito que llenaba del sabroso producto y se lo llevaba a la maestra porque vi que le gustaba. Un día eché a la bolsa del pantalón el cartuchito pero por andar jugando antes de entrar a clase se rompió, cuando entré al aula me dio tristeza mi irresponsabilidad porque ya no lo iba a poder entregar, pero la maestra se dio cuenta y puso su mano cerca de la bolsa para que le vaciara el pinole desparramado, nunca he olvidado ese Lluvia de recuerdos 93 detalle por lo que siempre la recuerdo con cariño. Cuando pasé a segundo año, me tocó el profesor José María Ruiz. Maestro muy joven, hijo del director. Él despertó en nosotros el gusto por los números, Español e Historia. La escuela “Profa. Manuela Rojas y Taboada” cumplió su misión cuando yo cursaba el tercer año y los alumnos fuimos trasladados e incorporados a la escuela Prof. Fernando F. Dworak, que se inauguró con nosotros; en ese entonces era la más grande en el estado. Nombraron a un nuevo director cuyo nombre era Enrique Peña, que había sido director en la Escuela Cajeme, por lo que tuvimos nuevos tiempos, nuevos aires, más espacio, mejores juegos. De nuevo entramos en contacto con el maestro José María Ruiz en cuarto y sexto años. Él, con sus inolvidables clases de Historia, su actitud y valores como la pulcritud, el orden, la puntualidad, disciplina, prudencia, tenacidad y profesionalismo, fue muy importante en mi formación, por lo que siento que es al que más le debo. Recuerdo, como si no hubieran pasado tantos años, aquellos juegos de béisbol; cuando estábamos en cuarto año, el profesor Ruiz, nos hizo jugar, y jugar duro, pues nos exigía condición física a todos, fuéramos buenos o malos para el deporte. ¡Cómo olvidar aquellas jugadas! de Vacaricia, o de Rafael Valdez, a quien el profesor apodó “El Gancho”, por una bola que pasaba por el plato del “jom” después de una doble curva y el bateador “abanicaba” de lo lindo; tuvieron que pasar casi cincuenta años para que de Echohuaquila surgiera el “Gordo de Oro”, Fernando Valenzuela, con su “tirabuzón” o “escrubol”, como dicen en Los Ángeles. 94 Lluvia de recuerdos Claro que el nuestro fue el arranque de una época de gloria deportiva para la Escuela Dworak, pues desde el cuarto al sexto año fue la escuela con mejor equipo, gracias al entusiasmo y exigencia del profesor Ruiz. Este maestro venía de Tepic, Nayarit, allá aprendió a jugar fútbol “sóquer”, aquí en Sonora no lo conocíamos, tuvo la paciencia de entrenarnos en él y después lo practicamos, pero sólo mientras tuvimos la oportunidad de estar bajo su tutela, después, en la secundaria, ya no nos llamó la atención. Cuando uno llega a la secundaria no quiere voltear para atrás, sin embargo, nosotros seguimos yendo a visitar la primara, nada más el primer año, luego ya nos envolvió la adolescencia y suspendimos esas visitas, teníamos otras cosas qué hacer. Terminamos nuestra preparación y muchos salimos de nuestra ciudad a continuar estudios superiores, sin embargo en mi recuerdo siempre está presente el Prof. José María Ruiz, quien dejó páginas llenas en el libro de nuestras vidas, pues como antes digo, nos enseño con su ejemplo cualidades que perduran a través de los años, mismas que hemos tratado, en lo posible, de trasmitir a los niños que han estado cerca de nosotros. Creo que esta práctica es el mejor elogio y reconocimiento que podemos darles a nuestros maestros. Agradezco la oportunidad que tenemos en el Taller de Literatura de escribir estas remembranzas, sé que a través de ellas, muchos viejos compañeros de estudios volverán a sentir la alegría de aquellos tiempos de nuestras mocedades. Lluvia de recuerdos 95 SOCIEDADES DE PADRES DE FAMILIA EN PRIMARIAS En el año escolar de 1981-1982, en la Escuela Prof. Alberto Gutiérrez, se me nombró coordinador de las mejoras de las instalaciones eléctricas, hidráulicas y sanitarias en la Sociedad de Padres de Familia, por lo que de inmediato procedimos a hacer un diagnóstico de la situación en que se encontraba la escuela: las instalaciones tenían cerca de cuarenta años y daba servicio a los niños en el turno matutino, y por la tarde, a jóvenes que estudiaban la secundaria nocturna, pero con muchas dificultades, porque los focos parecían copechis por la escasa luz que daban. Los baños estaban destrozados y había fugas de drenaje por lo que hacía falta una visita de la Secretaría de Salubridad para la protección del alumnado, así que lo primero que hicimos fue tomar fotos de los lugares en que el apoyo era más apremiante y las llevamos a palacio de Gobierno para que nos ayudaran a resolver el problema; vimos al Lic. Eduardo Estrella, que era Secretario de Gobierno, y nos atendió muy bien, se llevó a cabo el presupuesto y se cumplió con las obras con toda oportunidad por lo que, como ya teníamos arreglado todo lo de plomería, drenaje, instalaciones eléctricas, baños nuevos con azulejos y bebedores, entregamos buenas cuentas al finalizar el año. Al iniciar el curso de 1982-1983 recayó en mí el cargo de presidente de la Sociedad de Padres de Familia y con mucho gusto lo acepté pues como secretario estaba 96 Lluvia de recuerdos el Prof. Rafael León Paco y como tesorero el señor José Guadalupe Griego, quienes eran personas conocidas e identificadas con la escuela y sus necesidades. Hicimos un equipo muy bueno y presentamos un proyecto con el que lograríamos los recursos suficientes para la compra e instalación de 17 coolers para la escuela; por si algún padre de familia tenía duda de la necesidad de esos aparatos, los invitamos a permanecer en las aulas media hora después del recreo de los niños cuando ellos regresaban a clase después de corretear en el recreo, la invitación fue suficiente pues no quisieron la prueba, entonces fue cuando estudiamos la estrategia a seguir para dar comodidad a nuestros hijos. Nos repartimos blocs de bonos a cada padre de familia para que entregaran el importe de los mismos del 16 de septiembre al 15 de diciembre, así que del 24 de diciembre al 25 de marzo se llevaron acabo 25 sorteos con premios para el primero y segundo lugar con un estímulo de $1000.00 y $500.00 a quienes vendieron los bonos premiados con el primero y segundo lugar respectivamente. Se cuidó muy bien de tener informados a los padres de familia del resultado de cada sorteo y por supuesto de cuál fue el desenlace final del evento; creo que vale la pena señalar que la Sociedad de Padres obtuvo, en premios y estímulos, el 51.74% del total de lo entregado en virtud de que a la fecha límite de venta, los bonos no vendidos los tomó la directiva como vendidos y así fue que entre primeros y segundos lugares acumuló 24 premios. Cada mes se les comunicaban los resultados de cada sorteo y al final se presentó un cuadro informativo del evento completo, quiero dejar constancia de la labor y entrega con todo su entusiasmo del Prof. Rafael León Paco Lluvia de recuerdos 97 y el caballeroso amigo José Guadalupe Griego, quien se nos adelantó en el camino y es seguro que también él se acuerde de nosotros. En el siguiente año de 1983-1984, aquellos niños egresados de la primaria llegaron a la secundaria, mi hijo se inscribió en la escuela Prof. Carlos Espinoza Muñoz, “La Prevo”. Ahí también se dieron de alta muchos de los alumnos de nuestra escuela primaria “Prof. Alberto Gutiérrez”; grande fue mi sorpresa cuando al nombrar la nueva mesa directiva, la maestra Victoria Félix de Félix hizo la propuesta de mi persona para la presidencia en la que resulté electo. En este nuevo compromiso supimos que nuestra escuela obtuvo, el año anterior, el primer lugar en un concurso de mecanografía a nivel nacional; era de admirarse ver las máquinas en que escribían nuestros muchachos, las teclas ya no tenían más que el fierro y al escribir se lastimaban los dedos... si así fue como ellos ganaron su primer lugar, era necesario estimular a los que habían tomado la estafeta por lo que nos comprometimos a comprar cincuenta máquinas nuevas y nos pusimos a trabajar todos para conseguirlo. Pensamos en realizar la rifa de un carro y la Secretaría de Gobernación nos pidió el aval del gobierno del estado para que la pudiéramos llevar a cabo. Fuimos y buscamos al secretario de gobierno, Lic. Manlio Fabio Beltrones Rivera, y con sus buenos oficios ante el gobernador, el Ing. Rodolfo Félix Valdez, obtuvimos su aval. Llevamos a cabo el sorteo y adquirimos las cincuenta máquinas de escribir de la marca Olimpia. No he sabido que se haya utilizado otro aval como ese para algún sorteo posterior pero considero que es posible buscar la manera de resolver necesidades con propuestas. 98 Lluvia de recuerdos Cada vez que tengo oportunidad me veo en la necesidad de platicar que en ese año los alumnos que tenían problema estudiantil en el primer semestre, llevaron a su casa una invitación para que sus padres se presentaran de 8:00 a 9:00 de la mañana para recibir unas pláticas con el fin de poderlos apoyar en sus estudios. Fueron 50 niños a cuyos padres se les envió cita, de los cuales sólo se presentaron 25 el lunes; el martes acudieron nada más 15 y esos quince permanecieron constantes hasta el viernes en que se terminó el curso; había que ver las caras apergaminadas de los padres de familia cuando llegaron aquel lunes y compararlas con las que tenían el viernes: ahora platicaban, se comunicaban y hacían amistad entre ellos; el curso lo impartió una licenciada en sicología que supo cómo llegarles, la Lic. Psic. Rosa María Ortiz Encinas, que ahora está en el Centro de Integración Juvenil. Gracias a ella los muchachos salieron bien en sus cursos y seguramente en sus estudios superiores también hayan tenido éxito. Al manifestar esto, por una parte me gustaría dejar establecido que sí se pueden lograr beneficios y que la participación de los padres de familia es muy importante; por otra, me interesa mucho comentar esta experiencia porque en la escuela primaria se viven conflictos que no se solucionan por decreto. En las escuelas públicas, principalmente, un alto porcentaje de alumnos tienen problemas familiares: falta de escolaridad de los padres, comunicación difícil, y los niños y jóvenes quieren libertad sin compromisos, normas o reglas que les limiten su “crecimiento”, por lo que debería buscarse la manera de subsanar esta situación y pienso que es en la escuela primaria, tanto en quinto como en sexto grado, donde debe definirse quiénes son los estudiantes con dificultades, y Lluvia de recuerdos 99 hacer lo que se hizo en “La Prevo”, para que esos pequeños se vean beneficiados con la preparación de sus padres, así no habría tanta inquietud en la adolescencia y tendríamos jóvenes con más amor a la camiseta. Mi deseo es que estos comentarios suban hasta llegar a mentalidades capaces de lograr cambios y que éstos sean realidades. CAMBIO DE POTENCIALES Recibí carta de Juan Manuel, a quien conocí aquí en el CERESO de Hermosillo pero fue trasladado a Colima, donde radica su familia. Me cuenta que allí logró su libertad y desde entonces trabaja en una línea de transportes, viaja de Colima a Mazatlán. Para mí es muy grato recibir sus cartas pues siempre escribe como si estuviera platicando en persona. Al leer su correspondencia, me hizo recordar cuando lo conocí en el trayecto del bulevar que en el CERESO lleva a las aulas, lugar donde nos reuníamos semanalmente con el fin de hacer los “Cinco minutos de reflexión” sobre las Lecturas del domingo, lo invité y me dijo que después iría, insistí algunos domingos, no era fácil de convencer pero un día me acompañó y después de unas semanas ya llegaba solo, callado, serio, pero no huraño como lo había observado en el bulevar; un domingo, al despedirme de él le di la mano y un abrazo, en el abrazo me di cuenta de que traía una “punta” -varilla con punta en un extremo- en la parte de atrás de la cintura y le pedí que me acompañara a la salida porque tenía algo para él, 100 Lluvia de recuerdos así lo hizo y entonces le previne: - Por la “punta” que traes fajada te pueden mandar al calabozo de castigo. - Del calabozo salgo pero del pozo no –me contestó. Dos meses después, al llegar me lo encontré y bajo el brazo traía su Biblia, como vio mi mirada me dijo: - Con ésta me respetan. Y así fue, se ganó la admiración de sus compañeros gracias a que él estaba cambiando su manera de ser y de comportarse, se daba cuenta de ello y le gustaba esta nueva forma de pensar. Era tan manifiesta esta actitud que fue nombrado Delegado del Pabellón Psiquiátrico y ahí dejó escuela de cómo se debía tratar y cuidar a los internos en ese lugar; lo quiso tanto que en ellos vio el rostro de Jesucristo, los cuidó al grado de que cuando los más enfermos, por su mismo mal perdían el control de sus necesidades más primitivas, él los bañaba y les cambiaba la ropa; pedía a sus superiores todo lo que les hacía falta a sus “muchachos”, lo solicitaba de tal manera que no podían negársele. Un Jueves Santo fue escogido para “apóstol” y ahí, en el auditorio, el señor Obispo le lavó los pies, a él y a otros “apóstoles”. Nadie hubiera pensado, quien los viera, que ellos fueran presos, sus caras y actitudes proyectaban unas vidas totalmente diferentes, ellos eran otros, definitivamente otros hombres llenos de la paz que sólo Dios da a sus elegidos. Lluvia de recuerdos 101 En una ocasión, estando en el auditorio en la celebración de una Eucaristía, se me nubló la vista, no vi nada, sentí frío y empecé a sudar, me llevaron a descansar a una cama en los vestidores y cuando volví en mí, ahí estaba el amigo fiel, cerca, con los ojos muy abiertos y pendiente de mí, me gratificó mucho que estuviera conmigo, le dije que no lo había visto y me aclaró que llegó tarde pero que cuando se dio cuenta que me llevaban a los vestidores se dejó ir para estar conmigo. Siempre recuerdo este momento y siento la fuerza de su presencia llena de paz y armonía en todo su ser. Todo estos recuerdos se me vinieron a la cabeza al leer su carta, y me doy cuenta de que así como él, ha habido otros internos que se han entregado al servicio de los más débiles y en los últimos años hemos tenido delegados y subdelegados en el Pabellón Psiquiátrico, aunque también hay delegados en otros pabellones en donde la labor es importante y muy meritoria por la responsabilidad de mantener el orden y atender las necesidades de los internos, aunque éstas son mayores en el Psiquiátrico porque es donde hay quienes no pueden atender sus más indispensables necesidades. La Pastoral Penitenciaria Católica está en la búsqueda de la reincorporación social de los internos en el CERESO y para ello tiene los siete días de la semana ocupados con distintos grupos de formación tanto en el área de varones como en la femenil, no es mucha la gente que acude a prestar sus servicios pero afortunadamente la que acude lo hace con convicción y compromiso. Existen grupos de otras religiones que acuden también con la finalidad de ayudar a los internos, y todos par102 Lluvia de recuerdos ticipan en armonía dando testimonio de la vida cristiana pues es el amor al prójimo lo que todos los participantes llevan como meta. Se tienen definidos los objetivos de cada grupo de la Pastoral Penitenciaria Católica, su estructura descansa en acciones proféticas, litúrgicas y sociales que buscan la superación de los internos y su integración familiar y social, de tal modo que lleguen a formar un proyecto de vida que les merezca el respeto de la sociedad a la que pertenecen. Cuando se habla de educación no se puede hacer a un lado el rezago que tenemos en nuestro México y si esto lo analizamos dentro de los CERESOS, nos damos cuenta que la situación es más crítica, pero ahí es donde tenemos la oportunidad de atacar el problema de fondo. En el CERESO se tiene reunido al potencial negativo de la sociedad, vamos cambiándolo a potencial positivo y tendremos otro mundo. Lluvia de recuerdos 103 104 Lluvia de recuerdos SILVIA MARTÍNEZ DE BOLADO Originaria de Puebla de los Angeles, Puebla, vivió en esta ciudad los primeros diez años de su vida, realizando estudios de educación primaria en una escuela de religiosas, el Colegio Esparza. Al cambiar su residencia a Hermosillo termina la Primaria en la escuela Alberto Gutiérrez y la Secundaria y Preparatoria en la Universidad de Sonora. Vuelve a su ciudad natal para realizar estudios profesionales de Licenciatura en Químico Farmaco Biologo en la Universidad Autónoma de Puebla y simultáneamente una carrera artística. En 1960 recibe título profesional tanto de Química como de Maestra de Danza. Finca su residencia en Hermosillo donde contrae matrimonio con el Médico Cardiólogo Enrique Bolado Retana formando una familia integrada por tres hijos, Enrique, Ernesto y Silvia Irene. Su profesión científica la ejerció en el Laboratorio Clínico del Hospital General del Estado donde estuvo a cargo del área de Microbiología por 30 años y en la Jefatura del Departamento por más de 25 años, jubilándose en el año 2000. En 1961 funda la Academia de Danza Ballet Clásico de Hermosillo en la cual se mantiene activa hasta la fecha como directora y maestra. Laboró en la Casa de la Cultura de Sonora en la especialidad de Danza Clásica desde su fundación hasta 1985. Recibió reconocimiento como Mujer del Año en 1984, otorgado por el Club de Mujeres Profesionistas y de Negocios de Hermosillo. Pertenece al Taller de Literatura de la Casa Club del Jubilado y Pensionado del ISSSTESON desde abril de 2002. En esta obra colectiva presenta sus trabajos: • Mis indisciplinas laborales • Alicia Alonso y el Ballet de Cuba, mi recepción • Paraje «El Gorguz» • Mi vida, mosaico gastronómico • La esgrimista Lluvia de recuerdos 105 MIS INDISCIPLINAS LABORALES La microbiología es una de las ramas de la medicina que siempre me ha fascinado, y en el Laboratorio Clínico del Hospital General del Estado estuve al frente del departamento dedicado a esta especialidad por más de 30 años, por voluntad propia. De los 36 que laboré en dicho hospital, los últimos 25 estuve como Jefe del Laboratorio, lo cual implicaba tanto la responsabilidad del trabajo que ahí se realizaba como el manejo del personal, lo que incluía la disciplina. Un Laboratorio de Análisis Clínicos es un departamento donde se trabaja con diferentes muestras biológicas y eso conlleva el riesgo de contaminar al personal o que ellas sean contaminadas por el mismo. Debido a esto, hay que observar algunas reglas básicas, una de las cuales es NO ingerir alimentos en las áreas de trabajo. En esos años tuve contacto con todo tipo de gérmenes, bacterias y hongos, desde los más inofensivos (contaminantes) hasta los más patógenos, y pienso que gracias a eso adquirí inmunidad pues jamás padecí de ninguna infección, hasta que me jubilé: mis primeros 10 días como jubilada los pasé con una neumonía que aunque me tumbó en cama una semana, se controló y no provocó mayor problema. Siempre he opinado que la higiene es fundamental en nuestra vida, pero sin exageraciones; cuando me di cuenta que mis niños chupaban los barandales de la cuna 106 Lluvia de recuerdos y todo lo que se les ponía enfrente, dejé de hervir biberones. Recuerdo una anécdota de mi hijo Enrique: tenía como cinco años y comía una manzana, se le cayó al piso y cuando la secretaria de su papá se la quiso lavar, la recogió rápidamente y salió corriendo diciéndole: “Mi mamá dice que no es tan malo si a veces comemos “microbitos”. (Gracias a Dios mis hijos también han sido muy sanos). Pienso que más que pelearnos con las bacterias debemos aprender a convivir con ellas, no permitir que se nos adelanten, pero dejar que la naturaleza actúe en la formación de defensas y, claro, ayudar un poco a dicha naturaleza; está demostrado que es más efectivo un buen lavado de manos que una dosis inadecuada de antibiótico; además de tratarlas con mucho respeto, la verdad es que nosotros nos vamos a ir y ellas se van a quedar aquí tan campantes. Algo que me impresionó muchísimo hace algunos años fue leer sobre la vida de Alejandro Magno. Según varias versiones la causa de su muerte fue una neumonía, o sea que unos bichos tan pequeños que no se pueden ver a simple vista, sólo al microscopio, lograron lo que no pudieron conseguir miles de soldados durante más de 10 años. Bueno, después de este “pequeño prólogo”, vamos a dos anécdotas que quiero contar: Muchas veces, en el Laboratorio Clínico del Hospital, no me quedaba más remedio que hacerme de la vista gorda con respecto a alguna regla disciplinaria que se Lluvia de recuerdos 107 violentaba, pues pensaba: “estos pobres salen de su casa antes de las 6:30 de la mañana y regresan casi a las 3:00 de la tarde... y los sueldos no son como para comer fuera con frecuencia. Sucedió que una mañana, estando trabajando en el laboratorio de microbiología, se presentó un doctor que venía como inspector a verificar el trabajo de dicha área. Muy amablemente se presentó y en el mismo tono procedí a explicarle lo que requería. Al llegar al tema de esterilización le mostré un autoclave bastante antiguo pero muy efectivo (lo llamábamos Sptunik), se utilizaba para la destrucción, por medio de altas temperaturas y vapor de agua, de todo el material biológico infeccioso, muestras clínicas y cultivos; y otro autoclave, un poco más moderno, destinado exclusivamente a la esterilización de material limpio. Me encontraba yo parada a un lado de este aparato y con una mano abrí la puerta para mostrar al doctor la capacidad interior cuando me sorprendí por la palidez en la cara de Lichita, mi ayudante, y sus ojos que se abrían como platos, al mismo tiempo oigo el comentario del inspector: - Ah, ¿también hornean pan? Me asomé al interior del autoclave y veo en una hoja de papel de empaque, un cerro de “cochitos”, listos para acompañar el café. Lo único que se me ocurrió decir fue: - No lo horneamos, nada más lo calentamos. El gesto divertido del doctor me hizo pensar que ahí iba a quedar la anécdota, y supongo que así fue pues no recibí ninguna llamada de atención. 108 Lluvia de recuerdos El otro relato es el de una ocasión en la que, por algún motivo especial que no recuerdo, los compañeros me pidieron autorización, la víspera, para llevar comida. Indebidamente lo autoricé, pero indicándoles que debían utilizar un área donde se realizaban exámenes especiales sólo una vez a la semana y se encontraba aislada e independiente del resto del laboratorio. Al día siguiente inspeccioné el sitio autorizado y con sorpresa vi, sobre la mesa de trabajo, de más de dos metros de largo, un sin fin de botanas variadas, vasos, platos, servilletas, sodas, etc., amén de una enorme olla con barbacoa y otra igual con frijoles; yo no me imaginaba de esa magnitud el festejo, pero ya ni modo de dar marcha atrás. Con el alboroto del convivio todo mundo se dedicó a sacar su trabajo rápido para desocuparse temprano, y en esas estábamos, concentradísimos en nuestra labor, cuando llega un grupo de cuatro o cinco supervisores, creo que de México, ya ni sé. Empezaron a recorrer el Departamento y me acerqué yo a una de las Químicas con la boca chueca para que las palabras salieran de lado y no llegaran a los visitantes, nada más alcancé a decirle: “la comida”. Me solté dando explicaciones de más para hacer tiempo, pero llegó el momento en que había que entrar al “área prohibida”. Con las piernas temblorosas abrí la puerta. El sitio estaba impecable, a un lado el equipo analizador de sangre con su cubierta de plástico, y enfrente la mesa de trabajo, vacía, limpia y reluciente; al centro un solitario florero con una tierna rosa, en el ambiente un aromatizante artificial. Lluvia de recuerdos 109 Instintivamente dirigí mi vista a la puerta del fondo y lo mismo hizo el Jefe de Inspectores. - ¿Y esa puerta? -preguntó. - Es un baño pequeño, pero está ocupado. Voy a llamar a ver si le falta mucho. - No, no, no lo moleste, está bien. Aquí terminó la inspección. Cuando estuvimos seguros que el peligro había pasado, reuní a todo el personal y les advertí que era la última vez que permitía esa situación. Les dije: - Me estaba muriendo de pensar que abrieran la puerta del baño, capaz que sobre el excusado estaba la olla de frijoles. A lo que uno de los Químicos contestó: -¿Y dónde cree usted que estaba? Sólo espero que esto no lo lea alguno de mis ex jefes. ALICIA ALONSO Y EL BALLET CUBANO MI RECEPCIÓN Por dos períodos diferentes, durante los veranos de 1984 y 1986 tuve la oportunidad de asistir, en La Habana, Cuba, a los cursos de CUBALLET organizados por la Escuela Cubana de Ballet; fueron de tres a cuatro semanas en cada ocasión, en las cuales, además del conocimiento, 110 Lluvia de recuerdos actualización y práctica en los aspectos didáctico y artístico, conviví con el pueblo cubano, tanto en la escuela como fuera de ella; visité sus casas, conocí su modo de vida, sus carencias y sus ventajas, vi pobreza y racionamiento, pero no miseria ni hambre; pude caminar por sus calles a cualquier hora del día y de la noche sin temor ni inseguridad, y pude comprobar su alto nivel de educación y cultura. Los cursos consistían en Técnica Clásica, Adagio, Danzas de Carácter, Folclor Cubano, Kinesiología, Actuación y Maquillaje, además de conferencias y funciones del Ballet Nacional de Cuba. La clausura de dichos cursos consistían en la presentación de un Ballet a cargo de los participantes en ellos; en 1984 fue “LA FILLE MAL GARDEE”, y en 1986 “COPPELIA”. La participación era voluntaria y cuando supe que “COPPELIA” sería puesta en escena, decidí integrarme al elenco pues pensé que no era fácil que volviera a tener otra oportunidad de bailar en el GRAN TEATRO GARCÍA LORCA, afortunadamente las alumnas que me acompañaban y yo, quedamos en el mismo grupo. La experiencia fue maravillosa pues además pude “vivir” desde el interior la organización de un ballet que tiene una duración de dos horas, con personal altamente calificado; todo mundo sabe exactamente qué hacer y en el momento adecuado. El vestuario, propiedad de la Escuela, se adapta a cada persona de acuerdo al papel que representa; un ejército de costureras realiza esa labor en menos de un día, y queda perfecto. Yo pensaba “si esto es en una función, digamos de escuela, ¿cómo serán las profesionales?”. La verdad no podía evitar comparar con la Lluvia de recuerdos 111 situación que se vive aquí, donde se es al mismo tiempo: directora, maestra, bailarina (actualmente ya no), coreógrafa, ensayista, costurera, publicista, productora, tramoyista, mecenas, tameme y única receptora de opiniones diversas. Pero el tema es el Ballet Cubano y Alicia Alonso, no se pueden separar. Había leído y oído mucho acerca de ella, me moría por conocerla, pero todo lo que yo esperaba quedó corto ante la personalidad de esta mujer a quien a los 19 años de edad (actualmente rebasa los 80), la ciencia médica le prohibió bailar o realizar cualquier ejercicio por un problema en la retina. Después de un año de obediencia y reposo absoluto, decidió volver a bailar y prácticamente su carrera como bailarina la hizo con una visibilidad mínima, acomodándose a los diferentes escenarios, memorizándolos, apoyada por luces especiales y confiando plenamente en su pareja de baile. Generosa por naturaleza, durante varios años -algunos de los más críticos por los que ha atravesado su país- ayudó a sostener la escuela que llevaba su nombre en la Habana con los ingresos que obtenía como bailarina profesional en compañías extranjeras. Esta es la actual ESCUELA CUBANA DE BALLET y el granero donde se nutre el BALLET NACIONAL DE CUBA. Ahí ha trasmitido sus experiencias, buenas y malas, a muchas generaciones de bailarines. Es increíble lo que se puede aprender de ella en tan sólo unos minutos. Los ballets El Lago de los Cisnes, Las Sílfides y Giselle II Acto (basado en la leyenda de las Willis, las prometidas muertas antes de su matrimonio que por las noches salen de sus tumbas ataviadas con su 112 Lluvia de recuerdos vestido de novia), se representan con el clásico tutú blanco y los tres son del género romántico. Alicia, sin el apoyo de la música, vestuario ni escenografía, es más, sin un solo paso de baile, nos mostró con un leve movimiento de brazos, cuello, y la expresión de su rostro, la enorme diferencia que hay entre un cisne, una Sílfide y una Willis. La última vez que la vi bailar fue hace 16 años, no sé cuándo dejó de hacerlo, pero a los 75 años de edad todavía practicaba sus clases. Ya no lo hace por un problema de la cadera pero sigue trabajando incansablemente en la Compañía, que precisamente el día de hoy, 18 de junio de 2003, se presenta en la Ciudad de México para de ahí seguir a España y otros países. Un mito que han destruido en Cuba es que el ballet es elitista, al que sólo asisten personas conocedoras o de cierto nivel cultural o social. Para ellos es un arte al alcance de todos, a cuyas funciones asisten en la actualidad estudiantes, obreros militares, campesinos, profesionistas, etc., y todos lo conocen y disfrutan. Considero necesario mencionar el papel tan importante que tiene el elemento masculino en el ballet cubano, ellos han roto los prejuicios tradicionales y los bailarines, además de poseer una figura y condición física extraordinaria, proyectan un baile varonil y de gran plasticidad. Para cualquier padre de familia en Cuba es un gran honor y satisfacción que sus hijos, niñas o varones, ingresen a la escuela y al Ballet Nacional. Cuba es el principal país exportador de bailarines; para finales de este año se inaugurará una nueva escuela de Ballet que será la más grande del mundo, con sus 20 Lluvia de recuerdos 113 salones perfectamente acondicionados, muchos con piano de cola inclusive, en los que se recibirán becarios de todos los países. Por último quiero comentar que gracias a los contactos que hice las dos veces que asistí a cursos, pude darme el “lujo” de traer durante tres años seguidos a una Maestra a impartir clases aquí, en mi Academia, y además a una pareja de bailarines en dos ocasiones para participar en nuestras funciones anuales. PARAJE “EL GORGUZ” La familia de mi mamá, de apellidos YBARRA URUCHURTU, estuvo formada por seis hermanos: Eloísa, José María, Guadalupe, Fortunato y los cuates Carlos y Everardo. Los varones fallecieron hace algún tiempo y las dos mujeres les sobrevivieron bastante, este año (2003), se nos fueron las dos, mi mamá el 25 de enero a los 92 años, y mi tía el siete de junio a los 98. Entre ambos decesos, platicando con unas primas, comentamos que sólo nos veíamos en los funerales y que era conveniente que lo hiciéramos aún sin un motivo especial. Después de la partida de mi tía volvimos a tocar el tema conscientes de que terminaba una generación y seguíamos nosotros, que ya no nos cocemos al primer hervor, así que formalizamos el asunto y nos organizamos para reunirnos periódicamente aportando cada quien una parte del menú y rotando por las casas de cada una. 114 Lluvia de recuerdos El equipo, al que podríamos llamar “CLUB DE LA PEQUEÑA LULÚ” pues los varones no están incluidos, lo conformamos Lupita, Lorena y Ma. del Carmen Ybarra Mendoza; Martha, Eloísa y Rosa Ma. García Ybarra; Martha Margarita Ybarra Encinas, Vicky Ybarra López, Yolanda, esposa de Gustavo Ybarra Hilton, Margarita, Lupita y Silvia Martínez Ybarra y Flora de Lucero, por adopción. La verdad la pasamos muy bien aunque siempre hay ausencias por viajes o por compromisos familiares. En una de esas reuniones, platicando mis experiencias en el Taller de Literatura, hablamos acerca del árbol genealógico de la familia y salió a colación “El Gorguz”, un rancho muy grande y que actualmente está dividido en muchas partes pues entre los descendientes de la dueña original, doña Josefa Gastélum de Dávila (hasta ahora lo supe), estamos las familias Dávila, Puebla, Contreras, Uruchurtu y un etcétera muy largo. La plática se animó y recordamos que una pequeña parte de ese rancho correspondía a nuestros padres. Decidimos investigarlo. No voy a entrar en detalles acerca de la búsqueda, pero metimos las narices en archivos, Catastro, Registro Público de la Propiedad, Reforma Agraria, etc., hasta encontrar una escritura maravillosa, copia de la original de 1900 (manuscrito seguramente) y que me recordó a LOS HERMANOS KARAMAZOV (novela que nunca he terminado de leer, por cierto) pues doña Josefa, en cierto momento, cambia de nombre a Dominga, para más adelante volver a ser Josefa. En dicho documento se especifica que “para dar validez a la escritura se apersonaron las autoridades en la Lluvia de recuerdos 115 casa parroquial donde el cura atestiguó conocer a quienes se indicaban”. Aseguraba que eran personas de buena recomendación y estaban en los libros de registro del bautizo de sus hijos. Todo en orden. ¡Menos mal!, si no fuera por esos testimonios no habría constancia de mi origen, yo provendría de la nada. Al final aclara que se había revisado el documento minuciosamente sin encontrar ningún error. (Yo de una ojeada ya había detectado cuatro, como que doña Josefa había fallecido a los 142 años, se equivocaron sólo con 100). Como colofón, todo quedaba perfectamente validado por: FIRMA ILEGIBLE. Logramos ubicar un pequeño predio, que está en regla y ya iniciamos los trámites para la “desmancomunización” (no sé si será correcto el término), pues está a nombre de los seis hermanos Ybarra Uruchurtu. Es muy importante regularizarlo no sea que dentro de 100 años el ”PARAJE EL GORGUZ” traiga en jaque a autoridades y ciudadanos como está pasando actualmente en el Distrito Federal. Al hacer las investigaciones apareció otra fracción mancomunada entre la familia Ybarra Uruchurtu y una tía abuela, Teresa Uruchurtu de Almada, que falleció sin dejar descendencia, aquí el asunto se complica pues no está formalizada ninguna escritura y además aparece un adeudo de predial de 25 años; coincidimos en que era conveniente tratar de regularizarla más adelante. 116 El día de hoy, 30 de octubre de 2003, al prender la radio oí que estaban dando facilidades y descuentos en el pago de prediales atrasados. Sin pensarlo más, me cambié de ropa y salí a hacer el trámite, para no perder tiempo decidí dejar el baño para más tarde, pero como iba terminando de barrer los patios, pensé “si me encuentro algún Lluvia de recuerdos conocido y me saluda de beso le va a dar el tufo”; regresé y me di una rociada con mi loción “Aires del Tiempo”. Arreglé satisfactoriamente el pago, descontaron los recargos de los 25 años y no me topé con ningún conocido, pero al llegar a pagar, la cajera amablemente me dijo: “Qué bonito huele”. Agradecí el cumplido aunque me quedó la duda de si era por “Aires del Tiempo” o lo dijo con doble intención. Este es el primer capítulo de la novela “PARAJE EL GORGUZ”, mantendremos informados sobre los avances a esta misma hora y por esta misma emisión. MI VIDA, MOSAICO GASTRONÓMICO Mi familia por el lado materno es originaria de Sonora, la línea paterna proviene de Oaxaca. Al casarse mis padres se fueron a vivir a Puebla, ahí nací y viví mis primeros años, luego nos vinimos a Hermosillo. Esta pluralidad naturalmente influyó en mis hábitos alimenticios que han sido variados y muy ricos a lo largo de mi vida. Según confesaba mi mamá, ella no sabía cocinar al momento de casarse, con excepción de calabacitas con queso, su recetario estaba en blanco y aprendió a guisar con el apoyo de Carmelita y doña Luchita, unas señoras originarias de Oaxaca que trabajaban con la familia de mi papá y que naturalmente dominaban los secretos tanto de la comida oaxaqueña como de la poblana. Más que enumerar las delicias gastronómicas de estos lugares, ampliamente conocidas, prefiero recordar Lluvia de recuerdos 117 algunos detalles relacionados con nuestra alimentación, como el acompañar a mi mamá y mis tías al mercado; esa gran variedad de aromas a medida que lo recorríamos de punta a punta, desde el área de los chiles secos, pasando por las verduras, frutas, carnes, quesos, sobre todo las hierbas de olor: cilantro, perejil, pápalo, orégano, laurel, etc., y qué decir de los puestos de comida: molotes, tacos, tortas, quesadillas, elotes cocidos, semitas de queso de cabra y aguacate, mole poblano, en fin, ¡ah!, sin faltar el maravilloso aroma de las flores que ocupaban un espacio muy importante del mercado. A medida que voy escribiendo mi olfato vuelve a recrearse como si lo viviera nuevamente. Hace más de 50 años Puebla era ya una ciudad grande y la casa donde vivíamos -ahorita puede considerarse en el mero centro- entonces estaba a dos cuadras de un establo. Sí, digo bien, un establo lleno de vacas donde íbamos a diario a comprar leche, no teníamos refrigerador, el clima permitía prescindir de ese lujo, y en una ocasión mi mamá nos mandó a que devolviéramos la leche porque olía mal; el comentario del ordeñador fue: “¡Ah, sí!, es que la vaca se enojó y metió la pata en la cubeta”. Jamás nos enfermamos por esos detalles, eso si, mi mamá la hervía muy bien y en la noche cenábamos unas conchas con nata deliciosas. También teníamos cerca, a sólo una cuadra, una panadería; aunque conocíamos la hora en que salía el pan, el olor llegaba hasta la casa avisándonos que teníamos que ir corriendo para alcanzar de las primeras tandas. Siempre nos quedábamos un rato disfrutando del espectáculo de aquellos hombres con el torso semidesnudo y empapados en sudor (yo supe lo que era sudar hasta que me vine a 118 Lluvia de recuerdos Hermosillo), manejando esas enormes bolas de masa, y luego con unas paletas de madera -que a mí me parecían gigantescas- metían y sacaban el pan a los hornos. Todo al alcance de nuestra mirada. El pan era riquísimo y la verdad nunca nos importó que parte del sudor cayera sobre la masa. Igualmente las tortillas de maíz las comprábamos en un lugar que distaba una calle de la casa; en el patio de una vecindad un grupo de inditas, hincadas frente a su bracero, torteaban sin parar. Había que hacer cola pero con frecuencia nos regalaban una tortilla caliente con sal para que no se nos hiciera tan larga la espera. Al venirnos a Hermosillo, el panorama cambió; llegamos en julio, en plenas vacaciones y nos fuimos directo al rancho de uno de mis tíos. Ahora las tortillas eran de harina, grandes, y por las tardes todos los “buquis” nos instalábamos alrededor de un gran bracero instalado por fuera de la casa. Cómo admiraba la paciencia de Isidora y Balbina, nunca se desesperaban de que, tortilla que salía, tortilla que se devoraba y en la cocina mi tía haciendo quesadillas con la leche que había quedado de la ordeña de la mañana al mismo tiempo que vigilaba el sartén de frijoles ante la amenaza infantil que los merodeaba. Los días que madrugábamos, alcanzábamos a tomar un vaso de leche casi directo de la vaca, calientita, pero había que llegar al establo bien temprano. Otra rutina del rancho era comer sandía fría a media tarde, pero tenía que ser hasta que mi tío se levantara de la siesta, así que nos la pasábamos rondando la mesa hasta oírlo toser, señal de que había despertado, y todos corríamos a tomar asiento. Lluvia de recuerdos 119 Nuestro menú diario aquí en Hermosillo resultó una alternancia entre Puebla, Oaxaca y Sonora, y no me atrevería a hacer ninguna comparación, cada una tiene lo suyo. ¿Qué voy a decir del mole poblano, los chiles en nogada, camotes y fruta cristalizada?, ¿los moles oaxaqueños de todos colores, tasajo y cecina?; por otro lado la machaca, tamales de elote, menudo, pozole y la reina de todos: ¡la carne asada! Actualmente no puedo evitar el mortificarme al ver a mis nietos indefensos ante la avalancha de comida chatarra, bombardeados por la publicidad que pretende imponer lo extranjero sobre lo nacional, que es incomparablemente superior. Yo siempre he sido muy saludable y así como en Puebla me encanta ir a comer chalupas en San Francisco, en Oaxaca me fui al mercado a desayunar tamales en hoja de plátano con chocolate caliente, y aquí, hace apenas unas semanas, al atravesar el Mercado Municipal a las 7:00 de la mañana no pude evitar la tentación de disfrutar un gran plato de menudo con una taza de café colado. 120 Lluvia de recuerdos ALBA IRENE MARTÍNEZ MARTÍNEZ Por azahares del destino vio la luz primera en Empalme, Sonora; cuarenta días después fue llevada a Carbó, Sonora, donde transcurrió su niñez hasta el término de sus estudios de secundaria después de los cuales se trasladó a la ciudad de Hermosillo para continuar su preparación en la Universidad de Sonora donde obtuvo su título de Farmacéutica en la Escuela de Farmacia al mismo tiempo que cursaba su enseñanza preparatoria para poder ingresar a la Facultad de Ciencias químicas, por sólo tres años pues contrajo nupcias con Alfredo Pérez Navarro y cambiaron su residencia a la Ciudad de México, primero, y posteriormente a la ciudad de Colima, Colima. Procrearon dos hijos, Alba Patricia y Leonardo Alfredo. Habiendo perdido a su esposo en un accidente, regresó a Hermosillo y volvió a trabajar al Hospital General del Estado donde anteriormente ya había prestado cuatro años de servicio en la Farmacia. Permaneció en este departamento por diez años, luego fue designada Encargada de la Biblioteca de la misma Institución, puesto que desempeñó por 28 años más. Colaboró con el Dr. Ignacio Cadena Herrera en la elaboración de sus memorias, es allí donde le nace su inquietud por la redacción. Ha escrito autodidácticamente dos libros sin fines de lucro y de ediciones limitadas: Breve Historia del Hospital General y Bajo la Sombra de mi Vida, éste, autobiográfico. La Biblioteca del Hospital General lleva su nombre. Posee una gran colección de ranas y su “hobby” es resolver crucigramas (sobre todo una variedad que se llama “autodefinidos”), escuchar música y leer. Se jubiló el año 2000, después de 38 años de servicio. Actualmente juega boliche, pertenece al Taller de Literatura Autobiográfica de la Casa Club del Jubilado y Pensionado del ISSSTESON desde el año 2003, colabora en la revista TOSALICOBA y sigue visitando “su” Hospital General del Estado. En este volumen participa con los siguientes temas: • La casa de Mamanina • Mi escuela primaria • Las vacaciones de mi niñez • La niña, papá y el ferrocarril • Sueños de concertista Lluvia de recuerdos 121 LA CASA DE MAMANINA La casa de mi abuelita materna, a quien llamábamos Mamanina, era de adobe, muy bien construida. Allí vivían ella, mi Yaya y mi tía Emma. Al frente tenía un jardín lleno de flores; se entraba por un pasillo donde había dos poltronas de madera y macetas hechas de latas de lámina donde se envasaba la manteca, estaban pintadas de color café. A la derecha de este pasillo estaba la sala a la que nunca nos dejaban entrar, siempre permanecía con las puertas (de dos hojas) cerradas, yo creo que para que no nos subiéramos a los sillones que tenían asientos de terciopelo guinda y respaldos de bejuco, había una mesa en la esquina y sobre ella un florero largo de cristal. Las paredes estaban adornadas con fotos enmarcadas, en una de ellas estaba Gloria mi prima, como de tres años -hija de mi nino Pascual y mi tía Conchita- luciendo un vestido rosa y sentada sobre una mesa; conformaban el decorado otros dos cuadros (todos parecían pinturas), uno de ellos con la imagen de Mamanina y el otro con la de su esposo, Papanino Pascual, ambos muy jóvenes. Había un cuadro más con una foto de mi Lupe, hermana de mi abuelita. He de confesar que de vez en cuando, sin que nos vieran, nos metíamos a la famosa sala sólo por darnos el gusto de desobedecer. Frente a la sala, teniendo de por medio el pasillo, había una recámara con ventana hacia la calle, allí se encontraba una cama grande con cabecera tubular, una cómoda de madera en una esquina, en la otra, una mesita llena de santos con su lamparita de petróleo permanentemente prendida y flores, que no podían faltar; también había un 122 Lluvia de recuerdos gran tocador con un espejo cuya luna estaba un poco opaca. Esta recámara, se comunicaba con otra -muy oscurapor una puerta cubierta por unas cortinas de tela floreada, tenía una ventana hacia la “ramada” y otra puerta hacia el comedor por donde también se llegaba a través del pasillo de entrada. Luego seguía la cocina, que era el lugar más acogedor de la casa. Allí estaba la tradicional estufa de leña que tenía horno, placas sobre las que se cocinaba y en la parte superior dos pequeños cubículos; su chimenea de lámina, color negro, era un tubo que emergía de ella y salía hacia el exterior por un agujero en la pared. Había, además, un trastero de madera muy alto, en la parte de arriba tenía una vitrina donde se guardaban platos, tazas, vasos de cristal, copas, azucareras también de cristal y unos floreros largos y delgados, de color rosa. Recuerdo que no alcanzábamos a divisar, desde nuestra altura, qué otras cosas contenía el dichoso trastero porque por más que nos empináramos para escudriñar, no se nos ocurría subirnos a una silla para salir de dudas pues estaba prohibido y nosotros, en esa época, nos ceñíamos a la disciplina y respeto que se nos imponía. La parte inferior de este trastero era usado como alacena; enseguida de éste se encontraba el lava trastos, que consistía en una mesa en la que se empotraba una palangana grande, había que estar intercambiando el agua jabonosa y la limpia para enjuagarlos. Una mesa pegada a la pared, con mantel de hule y sobre la que siempre estaba una azucarera de aluminio y un salero. Allí generalmente desayunábamos y cenábamos en invierno, la comida se hacía en el comedor donde había una mesa redonda, la máquina de coser y una tinaja colocada en una estructura de lámina pintada de negro en la que se encontraba colgando de un gancho un cucharón Lluvia de recuerdos 123 redondo o una jícara para sacar el agua con sabor a barro, la que bebíamos deliciosamente, ya que estaba muy fresca... La dichosa tinaja siempre estaba resudando, sobre todo en tiempo de calor. En verano la primera y última comida se hacía bajo la enredadera, en el patio. Éste era más o menos grande, había un corredor formado por una gran enredadera de vid cuyas uvas paladeábamos gustosamente a escondidas, pues mi Yaya las cubría con bolsas de papel para que los pájaros no se las comieran, pero había otros “pájaros” que nos atiborrábamos con ellas. También estaba la “ramada”, que era una especie de cuarto sin una pared, allí estaba el lavadero y el “estrado”, que era donde se colocaba el comal para las tortillas grandotas de harina, muchas veces mi Yaya nos las entregaba calientes para untarlas con manteca de puerco que se derretía sobre ellas, nosotros saboreábamos ese suculento bocado. En esa hornilla también tostaba café, cuando esto sucedía el exquisito aroma invadía toda la casa. Allí también estaba una columna de madera que tenía atornillado un molino para moler el café y un metate donde machacaban los granos de elote para hacer tamales, lo mismo que el nixtamal para la masa de tamales de carne o, muy de vez en cuando, para tortillas; con masa también nos hacían las “migas” que era un atole endulzado con piloncillo. Mi Yaya además, cuidaba de los pájaros a los que amaba profundamente y cuyas jaulas pendían de los alambres colocados en la enredadera de la vid, tenía zenzontles, canarios y cardenales (ellas les llamaban “cadernales”), pero por sobre todas las cosas, era la responsable del precioso patio donde había dos limoneros, un árbol de toronja, un granado, un guayabo y una higuera además de 124 Lluvia de recuerdos una pequeña parcela de donde se surtían de verdura. Esto, que podríamos llamar el huerto, estaba separado del verdadero jardín por un pasillo de tierra; aquí había rosales, laureles, lirios del valle, y flores de temporada, cubriendo la ventana de la cocina estaba un “esprin” planchado, muy socorrido para adornar los ramos de novia. Pero mi Yaya también sembraba amapolas de varios colores. Un día llegó muy preocupado el juez, don Pancho Navarro y le dijo: “Tulita, tienes que cortar las amapolas porque me avisaron que va a venir la Acordada (la Judicial de los años 40-50) y que es malo tenerlas sembradas en las casas, dicen que es un delito, yo no sé por qué, pero mejor deshazte de ellas”, y mi Yaya, con los ojos anegados en llanto, las cortó y las arrojó a la letrina.De ese jardín nos abastecíamos el mes de mayo para ir a ofrecerle flores a la Virgen, inclusive -inocentemente- llevábamos las bellas flores de amapola. El patio no tenía barda de material sino que era resguardado por una gran alambrada como la que se usaba para los gallineros. Sobre una de ellas, había una enredadera llamada “San Miguelito”, en una gran tina vieja de aluminio estaba sembrada una planta de “confituría”, que daba unas florecitas amarillas. Había una puerta, también de alambre, por la que se salía a otra calle y tenía hacia la derecha un gran pimiento (pirul), y a la izquierda un arbusto de mirto, como centinelas de la casa. En una esquina del fondo se encontraba el excusado, era un cuartito de madera con una letrina, el piso era de tablas y no sé por qué no olía mal, siempre estaba limpiecito. Luego estaba el gallinero, de donde la familia se proveía de huevos, y una que otra vez de alguna gallina para elaborar un sabroso caldo. En la esquina que daba Lluvia de recuerdos 125 hacia la calle, estaba el “cuarto chino”, llamado así porque allí guardaban toda clase de trebejos que no cupieran en la casa, pero además, era el lugar donde tomábamos el baño, que se hacía a jicarazo, para lo cual había un tambo que contenía agua, y estratégicamente colocada, una tina, misma que naturalmente después había que vaciar para que fuera usada por otra persona. En invierno, metían la tina y dos baldes a la cocina, uno con agua fría y otro con caliente para templarla según el gusto de quien se bañaba y no dejaban de meterle leña a la estufa para que el ambiente permaneciera tibio. Alicia, mi hermana, vivió toda su niñez en casa de Mamanina, pero a Ana y a mí nos encantaba pasar los días allí pues tanto la abuelita como las tías nos cobijaban con su amor y ternura, además de que nos permitían hacer una que otra travesura. MI ESCUELA PRIMARIA Carbó es el lugar donde crecí y del cual me considero originaria, a pesar de haber nacido en Empalme pues nunca viví allí. Una vez terminada la escuela secundaria, emigramos a Hermosillo en busca de mejorar nuestra educación. Siempre recuerdo con nostalgia, como suelen ser ahora mis recuerdos, a la Escuela Primaria “Francisco I. Madero”. Era preciosa, mi escuela: las aulas formaban un cuadrado con uno de sus lados semiabierto ya que la otra mitad albergaba a primer año, donde quien las mandaba cantar era la señora Rita Grijalva, inolvidable maestra, 126 Lluvia de recuerdos muy exigente, pero a quien todos los de mi generación recordamos con cariño. En otro lado estaban las aulas de segundo y tercero, con ventanas hacia la calle Escobedo; cuarto y sexto estaban divididos por la dirección, donde había un escritorio grande, tras el cual se encontraba una vitrina llena de libros mal acomodados y en una esquina estaba, en un nicho, la Bandera Nacional. ¡Cómo nos inspiraba respeto entrar allí!, el piso de cemento se veía muy negro y brillante de tanto que se trapeaba con petróleo y cera, todavía hoy me parece percibir el olor que emanaba de él. El cuarto lado lo constituían quinto y una habitación que servía como desayunador escolar, aquí había un gran corredor. El patio estaba dividido en dos: uno, era el regular espacio que quedaba en medio de las aulas y que se comunicaba a otro de gran tamaño por la abertura del cuadrado no cerrado donde generalmente jugaban los niños varones. En una de sus esquinas se encontraban los baños de hombres y mujeres, nunca entré al de hombres, pero los nuestros eran tres letrinas, con asientos de madera y piso de cemento. En el primer patio jugábamos a “las encantadas”: corríamos por todos lados para que no nos tocaran pues si lo hacían quedábamos “encantadas”, es decir, estáticas; al “avioncito”, que consistía en que niñas y niños en dos filas, una frente a otra, entrelazaban sus brazos sobre los cuales se tiraba algún niño para que, a medida que los compañeritos subían y bajaban los brazos, se moviera de un extremo a otro el que iba arriba, de vez en cuando había algún canijo que soltaba los brazos y era cuando uno caía dándose un buen costalazo; también jugábamos al “carro” una distorsión del béisbol pues uno lanzaba la pelota mientras otro, con los manos la golpeaba tan fuerte como se pudiera, los demás jugadoLluvia de recuerdos 127 res tenían que tomarla en el aire o pepenarla en el suelo, quien la había golpeado podía correr las cuatro bases o tantas como alcanzara antes de que le hicieran “out”. En algún rincón, donde no hubiera mucha bulla jugábamos a la “bebeleche”: se dibujaba en el suelo algo parecido a una escalera con alas y con un semicírculo en un extremo y, por turnos, se tiraba una “prenda” que tenía que caer dentro de los cuadros, pero debía hacerse brincando en un solo pie, excepto en las alas donde se posaban los dos, se evitaba pisar las rayas pues esto era penalizado sacándose del juego a quien lo hacía, y se seguía así hasta llegar al semicírculo. Irma Valdez, una de mis compañeritas, era muy buena para esto, siempre nos ganaba. El patio, además, tenía un templete en el que se hacían los honores a la bandera todos los lunes, invariablemente me tocaba recitar. Los días festivos, como el 5 de Mayo, 15 de Septiembre y otros, la fiesta escolar se llevaba a cabo en un alto entarimado que levantaban en la plaza y allí todo el pueblo asistía, sobre todo los orgullosos padres de los niños que actuarían en el espectáculo que la escuela brindaba. Mis hermanas y yo siempre éramos de las escogidas, yo creo que por la buena disposición de mi mamá para ayudarnos a ensayar las declamaciones o porque le gustaba hacernos los vestidos de los bailables que nos ponían, lo cierto es que en todas las fiestas allí estábamos Ana, Alicia y yo. Una vez bailé la “Zandunga” con una falda anchísima, en otra ocasión bailé las “Jícaras de Michoacán” ¡Qué apuradas nos vimos buscando las famosas jícaras, que eran unos platos de madera grandotes que tenían pintadas unas flores! 128 Lluvia de recuerdos Otro suceso importante fue un lamentable accidente: la profesora Amalia Camou era la maestra de segundo año; en aquel entonces tenía dos hijos: Oscarito, que era mi compañerito, y Panchito. Ella y el profesor Quihuis, de tercero, organizaron un paseo como a un kilómetro de la estación del ferrocarril, a un arroyo, al que llamábamos el “arroyón”. Mi mamá me dio permiso de ir -mis hermanas no fueron, pues Ana estaba enferma y Alicia era muy pequeña- con el compromiso de regresar temprano pues mi papá no estaba en el pueblo así que tendría que venirme con mi tío Jesús María Martínez, que tenía una milpa cerca de allí,. Llegamos al arroyón y unos nos pusimos a jugar en la arena, otros se subieron a los árboles. Ya teníamos rato allí, cuando nos dio mucho calor y nos fuimos, mi prima Chiqui y yo, a jugar en las paredes que formaban el cauce, eran lo suficientemente altas como para hacer covachas en las que apenas cabíamos. Había varias de ellas y por supuesto en cada una, niños que escarbaban con sus manos la pared para hacerlas más grandes. Desde donde estábamos yo alcanzaba a ver a Fernando López y a Oscarito. Chiqui y yo nos reíamos al golpear la pared y ver que caía arenita. Empezamos a cantar aquello de: “Una mosca parada en la pared, en la pared, en la pared...” a lo que se unieron los demás formando un coro medio desentonado. Chiqui y yo nos aburrimos y nos bajamos, jugamos unas “carreritas” haber quién llegaba primero al otro lado pero... apenas íbamos a la mitad cuando escuchamos un fuerte ruido y horribles gritos, alcanzamos a ver que el paredón donde instantes antes estábamos jugando, se estaba desgajando. De pronto todos corrían, algunos niños salían de entre la arena, los maestros nos ordenaron que formáramos una fila, todos estábamos menos OscariLluvia de recuerdos 129 to. La profesora Amalia empezó a gritar y nosotros junto con ella, lo hacíamos tan fuerte que mi tía María, mamá de Chiqui, que se encontraba con mi tío Jesús María en la milpa, escuchó el escándalo y bajaron a saber qué pasaba, todos estábamos asustados, todos queríamos ayudar a escarbar con nuestras manos para encontrar a Oscarito, de pronto alguien gritó, la profesora Amalia corrió hacia donde estaban sacando el cuerpecito sin vida de su hijo. Aquello se volvió un caos y nosotros regresamos a nuestras casas consternados y asustados. Cuando estaba en quinto año, la profesora Socorro Vindiola me puso una declamación llamada “Marciano”, era la primera recitación larga que tendría que memorizar. Para representarla, a mi lado colocaron a otro niño con unas cadenas que retorcía en las manos como si verdaderamente fuera un prisionero, me emocioné tanto al describir al cristiano a quien Nerón echó a los leones por defender su religión católica, que terminé llorando de verdad. El niño se llamaba Ramón Gutiérrez, era fornido y más alto que yo. A partir de esa larga declamación, fui la preferida de la profesora Vindiola para esos menesteres. En otra ocasión declamé “México, creo en ti”, yo pienso que desde entonces empecé a amar a mi país con todo el corazón pues recuerdo que al pronunciar algunas frases de la poesía se me llenaba de emoción el alma. En estas fiestas también actuaban Olga Valle, Ana Aurora (Ani) y Magda Zúñiga, Ma. Elena Martínez, en fin... Ani, María Elena y yo una vez cantamos en una fiesta que hubo en el Casino, a la hora que nos tocó salir a cantar, ninguna de las tres queríamos empezar, ya frente al auditorio, paradas, sin saber qué hacer, nos decíamos: “empieza tú”, “no, tú”, “no, tú”, hasta que la maestra nos 130 Lluvia de recuerdos regañó y empezamos la canción -Piel Canela- que fue muy aplaudida. En esa fiesta mi hermanita Ana salió de una caja de cartón vestida de muñequita en un acto que no recuerdo bien el nombre de la canción. Seis años de dicha, seis años de inocencia pueblerina, seis años que no se olvidan. LAS VACACIONES DE MI NIÑEZ En mi niñez, Carbó era un pueblito pequeño y alegre donde vivía parte de la familia de mi mamá: su mamá y sus hermanas, Gertrudis y Emma, pues sus otros hermanos, Félix, Eva y Pascual vivían con sus respectivas familias en Empalme. En vacaciones largas mis papás nos llevaban a mis hermanas Ana Esther, Alicia Aurora y a mí, a ese lugar pues así convivíamos con nuestros primos y mi papá nos tenía cerca por un buen tiempo. El era ferrocarrilero y casi siempre en esa época le tocaba trabajar para el sur del estado, así que a nos caía muy bien este hecho ya que podíamos disfrutar nuestras vacaciones en ese pueblo rielero que a mí tanto me gustaba. Empalme era un centro ferroviario muy importante, allí se encontraban los talleres en donde se reparaban todos los furgones, carros y máquinas, era principio y término de muchas “corridas”, estaban las oficinas regionales del ferrocarril y era semillero de gente dedicada al tren. Llegábamos a casa de mi tía Eva, quien estaba caLluvia de recuerdos 131 sada con mi tío Jorge y tenía siete hijos, a saber: Jorge Alberto, Guadalupe Armida, Sergio Alonso, Eva Alicia, Francisco Javier, Araceli y Fidelina. Como era costumbre, cada uno tenía su propio apodo y así los llamábamos por orden de aparición: “Coqui”, “Pipí”, “Checo”, “Pituka”, “Pachuco”, “Chely” y “Fide”. También estaban los hijos de mi tío Félix y mi tía Cuca: Berta, Félix, Cuquita, Ana Elsa, Rosalva (Chavi), Oscar y Rigoberto. Asimismo allí vivía mi tío Pascual -quien junto con Mamanina me levó a bautizar- y mi tía Conchita con su familia, ellos eran: Gloria Angélica, Raúl Edgardo (“Pelón”), Víctor Manuel “(Pachi), Carlos Enrique y Cecilia; la que menos hijos tenía era mi mamá pues sólo éramos tres hermanas. Me encantaba ir porque había luz eléctrica, así que los primeros días nos pasábamos aplastando los interruptores para que se prendiera y se apagaran la luz y los abanicos de techo, hay que recordar que en esa época Carbó estaba muy lejos de contar con esa modernidad del fluido eléctrico. Además allí había “agua de llave” por lo que nos bañábamos con regadera, lo cual era un festín pues en nuestro pueblo sólo teníamos agua si la sacábamos del pozo y nos bañábamos a jicarazo. El pueblo en sí me gustaba mucho porque estaba lleno de árboles; en todas las casas había mínimo uno, ya sea de frutales o los frondosos yucatecos; la pequeña ciudad estaba conformada por calles que eran una angosta seguida de otra ancha; las casas y los cercados de los jardines muy floridos, eran de madera. Cerca de la casa de mi tía Eva, por la misma calle vivía mi tío Félix, así que la convivencia con esos primos era mayor, todo el día era correr de una a otra casa. Mi 132 Lluvia de recuerdos prima Chavi y yo éramos muy parecidas cuando niñas, teníamos la misma estatura y complexión, así que nuestra mayor diversión era cambiarnos la ropa y caminar juntas de tal manera que cuando veíamos a nuestras mamás nos poníamos de espalda para que no supieran quién era quién cuando nos llamaban. Yendo para la casa de mi nino Pascual se pasaba por “El Tinaco”, una gran plaza en cuyo centro había precisamente un gran un tinaco... nunca supe para qué o qué tenía adentro; estaba llena de árboles, a toda la muchachada le gustaba ir a jugar allí a pasear, los días 20 de agosto hacían una gran fiesta. La casa de mi nino y mi tía Conchita era de lo más bonita, muy grande -también de madera- pero recuerdo que en el jardín había un gran yucateco bajo cuyas sombras nos poníamos a jugar, nos encantaba pisar las bolitas que caían de él. Pero lo más divertido era que nos llevaran al “Cochorit”, la playa en la que mi nino Pascual tenía una casita. Allá nos llevaban el fin de semana y por las noches, mientras todos los chiquillos nos quedábamos en casa, los “grandes” se iban a bailar a las “ramadas” que hacían las veces de casino de baile, hasta allá escuchábamos la música de la “Rocola” emitiendo los compases del “mambo” y otros ritmos, algunas veces con miedo a que nos regañaran, nos dábamos nuestras escapadas para verlos bailar. En una ocasión sí nos pescaron y por supuesto que nos dieron una buena reprimenda, pero aún hoy creo que valió la pena. En Semana Santa era otra historia. Nos quedábamos en Carbó y nos gustaba ira a la iglesia a rezar el Via CruLluvia de recuerdos 133 cis porque nos permitían quedarnos a jugar un rato en la “cancha” con algunos de nuestros primos de Empalme y otros amiguitos de familias que venían de visita al pueblo. Tomábamos raspados con don Chema o con Don Pilar, que eran las dos refresquerías que había en la placita y nos entreteníamos viendo a los muchachos pasear a caballo por la calle principal. Durante todo el año mis papás cebaban un puerco para que estuviera muy bien alimentado para matarlo el Sábado de Gloria. ¿Por qué ese día, precisamente?, bueno pues porque además de que ya terminaban las festividades religiosas, venía mi prima Gloria Angélica de Empalme y así le celebrábamos su santo. Tanto ella como nosotros esperábamos ansiosas ese día pues la casa adquiría un carácter de fiesta. Muy temprano por la mañana llegaba Jesús María, el señor que le daría “matarili” al puerco, lo ataba de patas y manos para lograr su objetivo, pero recuerdo que una vez el tal cerdito se soltó de sus amarres y hubo que corretearlo por todo el corral con el consabido llanto de él y las risas del chamaquero. Una vez llevado a cabo el sacrificio, nos entreteníamos viendo cómo lo rasuraba con un cuchillo muy filoso, luego sacaba las tiras de cuero y grasa y después iba cortando las piezas de la carne. En otro lugar ya estaba dispuesta la lumbre sobre la que colocaban un gran cazo y allí el mismo matador se encargaba de hacer los chicharrones; mientras, mi mamá molía carne para el chorizo, otra elaboraba la moronga o “morcilla” y una más hacía tortillas y por supuesto que nosotras haciendo la algarabía, pues tortilla que salía tortilla que nos comíamos con chicharrones bien calientes. 134 Lluvia de recuerdos Luego venía la distribución de la carne pues mi papá empezaba a regalarla entre los demás parientes, así que era un desfile de gente todo el día. El alboroto se terminaba cuando los primos se regresaban a su lugar de origen y nosotras nos quedábamos esperando las siguientes vacaciones… LA NIÑA, PAPÁ Y EL FERROCARRIL Había una niña y sus hermanitas que vivían en un pueblito llamado Carbó en honor de un general que nada tuvo que ver con la región. Era alegre y próspero porque el ferrocarril hacía su parada reglamentaria en la estación del lugar. En esa época era el principal medio de transporte el ferrocarril, pues no era común que las familias contasen con automóvil propio ya que en esos tiempos no existían las carreteras como tal, sino que todos los caminos eran de brecha, por lo tanto, la mayoría de los habitantes del pueblo vivían, de una forma u otra, del ferrocarril. Su padre era ferrocarrilero y los tíos y primos, en fin, toda la familia era tradicionalmente rielera. La Estación, que era una casona de madera a la que llegaban todos los ferrocarrileros a registrar su llegada o salida en el tren, tenía una Sala de Espera con bancas de madera pintadas de amarillo, el piso también era del mismo material. En un cuartito anexo, estaban la oficina y el telégrafo. Siempre estaba llena de gente, ya que allí se daban cita todos quienes querían tener noticias frescas, o los treneros que por un día o dos les tocaba descansar en sus hogares o en los tres hoteles del pueblo, Lluvia de recuerdos 135 Había dos clases de trenes: los de pasajeros y los de carga. Cada uno estaba bajo la responsabilidad de una tripulación compuesta por un CONDUCTOR y un MAQUINISTA, ambos considerados como jefes de los mismos, con iguales jerarquías de mando y eran garantes de la seguridad y operación en sus movimientos. Además, bajo sus órdenes existía un FOGONERO encargado de proveer de carbón para alimentar el caldero y tener, de esa forma, suficiente vapor para la operación de la locomotora. También llevaba tres GARROTEROS, considerados como auxiliares del Conductor. Éste recorría todos los coches comprobando que los pasajeros trajeran su boleto, estaba pendiente de alguna irregularidad y resolvía los problemas que se presentaran en su área, era el responsable de llevar a buen término el viaje. Había dos trenes pasajeros: iniciaban su viaje en Guadalajara (rumbo al norte) y en Nogales (rumbo al sur). Según sus categorías uno era de “SEGUNDA” y otro de “PRIMERA” en ambas direcciones. Cada tren tenía una parada en el pueblito que nos ocupa con estadía aproximada de treinta minutos, tiempo que se aprovechaba para llenar de agua el tanque de la locomotora y surtir con este mismo líquido los coches y especialmente para revisar concienzudamente todos los aditamentos de seguridad de los trenes que hacían el recorrido. En el tren de SEGUNDA viajaban las personas de escasos recursos económicos en atención a sus bajas tarifas. Los coches estaban equipados con asientos de madera, limpios, pero no muy cómodos. Las niñas, como hijas de ferrocarrilero, podían viajar en PRIMERA. Estos coches estaban equipados con asientos reclinables, muy confortables, dotados de aire 136 Lluvia de recuerdos acondicionado para las inclemencias del clima. Éstos y los de segunda contaban cada uno con su propio WC y bebederos para que los pasajeros no padecieran sed. Cuando el viaje era muy largo, viajaban en el “PULMAN”, que eran un complemento de los trenes de primera: eran dos vagones dormitorio para quienes podían pagarse un recorrido más placentero. Aquí los asientos eran sillones muy cómodos, el piso estaba tapizado con alfombra donde a ellas les encantaba jugar. Por las noches los asientos eran convertidos en literas a las cuales vestían con unas impecables sábanas blancas y unas cobijas mullidas que invariablemente eran de color café, se podía dormir tranquilamente. Ellas querían hacerlo siempre en la cama de arriba. El interior de cada coche dormitorio contenía: un GABINETE, que era un cuarto privado en el que había un excusado, un lavabo y dos camas bajas y una alta, además, dos COMPARTIMIENTOS, con un sillón doble, que también se transformaba en una cama, de la parte lateral del coche se bajaba otra, ambas igualmente ataviadas como las de los vagones anteriores; estos compartimientos se comunicaban entre sí, de tal manera que si una familia numerosa no quería viajar en el vagón general y deseaban gozar juntos el viaje, podían pasar de un cubículo a otro como si fueran los cuartos de una casa. Cada uno de estos dormitorios se cerraba con puertas cuya parte interior era un espejo del tamaño de las mismas, tenían seguro por dentro, Este convoy contaba con un carro “restaurante” que estaba constituido en dos partes: una era la cocina, la otra, lo que propiamente era el comedor: tenía mesas dispuesLluvia de recuerdos 137 tas a lo largo y a ambos lados del vagón dejando la parte media para que se desplazaran las personas. Allí se podían hacer las tres comidas del día, ya que por la lentitud con que se movía el tren se hacían casi 48 horas de México a Nogales y viceversa. Las niñas de nuestro cuento disfrutaban de los desayunos pues los “hot cakes” eran deliciosos. También había ocasionalmente otro vagón denominado “Lunch Bar”, que era un lugar donde se expendían refrescos y bebidas, contaba con una barra, pero además había pequeñas mesas y sillones colocados en tal forma que se convertía en un sitio agradable para descansar, fumar, jugar baraja, en fin, para relajarse. Estos últimos servicios eran administrados y atendidos por personal bilingüe, calificado y preparado en Estados Unidos, por lo que su cortesía era sin igual: muchos de los viajeros que ocupaban este servicio eran turistas del vecino país. La llegada de este tren al pueblo armaba todo un jolgorio. Había familias enteras que se sostenían de elaborar comida y venderla a los pasajeros; algunos la ofrecían a gritos para interesar a los hambrientos a comprar un taco, un sándwich o un café. Sus voces se oían cadenciosamente: “¡tacos, tacos!”, “¡changüich, changüich!”,”tamalis”, “tamalis”, “¡cafí, cafí!”, unos con voz alta, otros con voz más apagada, pero sobre todo la “i” del “cafí” era la que más se notaba, pues era muy aguda. Había otros que acomodaban mesitas con sillas para aquellos arriesgados que, sabiendo que iban a permanecer media hora esperando, se bajaban del tren para comer sus alimentos tranquilamente. En esos lugares el menú era diferente, pues allí se comía sabroso menudo, tostadas, gorditas y el infaltable café. Como no había otra cosa que hacer por las noches en el pequeño pueblo, las muchachas casaderas acostumbra138 Lluvia de recuerdos ban ir muy guapas, muy bien presentadas, “a dar la vuelta” a la llegada del tren, lo cual era muy justificable si se toma en cuenta que la mayoría de los jóvenes trabajaban en el ferrocarril. También iban las señoras cuyos esposos venían en la tripulación que iban de paso hasta el término del recorrido pues sólo así sabrían de ellos ya que de otra forma tendrían que esperar dos o tres días a que les tocara descanso y pudieran permanecer en casa. Cada vez que la niña de nuestra historia iba a la estación en compañía de su madre y sus hermanitas a ver pasar a su padre que venía en el tren de pasajeros, escuchaba a lo lejos la máquina pitando, con su columna de humo negro elevada al cielo y le asombraba ver cómo iba aumentando su tamaño en la medida que se aproximaba a la Estación. No sabía realmente qué sensación le daba al oír el “chaca”, “chaca” cada vez más fuerte que producía el roce de la ruedas de hierro con los rieles, todo el conjunto de ruidos hacía que le entrara cierta angustia, o alegría, no sabía identificar lo que sentía, aún más cuando el convoy poco a poco iba parando y el vapor salía expulsado horizontal y fuertemente por entre las ruedas y el cuerpo de la máquina produciendo un ruido para ella espantoso, le daba tal horror que cubría sus ojos aferrándose a la falda de su madre. Pero luego, al divisar a lo lejos al padre que venía con los brazos extendidos para abrazarlas a sus hermanas y a ella, desaparecía todo el horror y la angustia y se transformaba en alegría pues él ya estaba con ellas. Los trenes de carga eran diferentes, en ellos los garroteros tenían la responsabilidad del cuidado de ella, ya que la llevaban los vagones de “su” tren, y junto con el conductor -que era la autoridad inmediata superior- deLluvia de recuerdos 139 bían tener una vigilancia estrecha de los mismos, para lo cual revisaban, en cada estación, cómo venían enganchados unos con otros o si la señales que había en los rieles cada determinado trecho les indicaban si debían hacer algún movimiento extra del convoy, etc., al final de cada tren de carga iba el vagón llamado “cabús”, servía de “oficina” o de carro de descanso pues en él había bancas de madera y una mesa, arriba de la estructura de dicho vagón iba una pequeña terraza con ventanas. La niña no se explicaba por qué pero generalmente este último vagón era de color amarillo. En el pueblo existían, a cierta distancia de la Estación, corrales en los que se depositaba al ganado que de allí se transportaba hacia varias partes no sólo del Estado sino de la República. Pero también transportaban mineral, petróleo, grafito, etc. Cuando su padre trabajaba en el tren de carga, su madre les informaba qué día iba a llegar a casa. Así, cuando escuchaban a lo lejos el silbato de la máquina, las tres hermanitas salían corriendo fuera de la casa pues sabían que él vendría parado en la cima de algún vagón para saludarlas, lo que era como avisarles que dentro de poquito tiempo estaría en casa. Si “iba de paso”, esto es, si tenía que seguir de largo hacia el sur o hacia el norte, le llevaban “lonche” o sea comida de casa para que la tomara ya fuera durante el viaje o mientras el tren hacía su parada reglamentaria en el lugar. Cuando le tocaba descansar en casa, invariablemente llegaba cargando su maleta y algún bulto extra que para ellas representaba una sorpresa. Era feliz observando el rostro de sus hijas cuando abrían aquellos bultos. Era un padre muy proveedor pues si venía del sur, les traía fruta, cajeta de Celaya, pescado o mariscos. Si venía del norte, ¡Uff! ¡Cuánta cosa traía! Unas veces juguetes, otras ropa, 140 Lluvia de recuerdos o latas de comida, lápices de colores, libros para colorear, etc., pero, sobre todo, traía “La Opinión” de los Ángeles, California, que en esa época era el único periódico que se editaba en español en Estados Unidos, él lo compraba en Nogales, Arizona y a la niña le gustaba leer, en compañía de su padre, los acontecimientos mundiales. Hoy, la niña ya es abuela, ya no existen papá ni mamá, pero en su mente y en su corazón están vivos los recuerdos del ferrocarril ligado estrechamente a su padre. Este cuento-biografía está dedicado al padre de la niña principalmente, pero también a todos los ferrocarrileros de la época en que Carbó era habitado por familias netamente rieleras. (Al terminar de transcribir este cuento recibo la mala noticia del fallecimiento de don Roberto Marián, quien me hizo el favor de corregir las palabras técnicas usadas en el mismo. Una oración para él.) SUEÑOS DE CONCERTISA Quetita Romo era una señora que vivía frente a nuestra casa, en Carbó. Tenía cuatro hijos: Socorro, Atenógenes (el Jito), Agustín y Evangelina. Quetita tocaba el piano y el órgano, era quien acompañaba a las cantoras en las pocas misas que, por falta de sacerdote, se celebraban en el lugar, pero lo que sí había a diario era el rosario, sólo que en los meses de mayo y junio era cantado, pues todos las niñas y niños íbamos a ofrecer flores a la Virgen María Lluvia de recuerdos 141 y al Sagrado Corazón de Jesús, respectivamente. Su hijo Agustín tocaba la trompeta y era miembro de la Orquesta Magallanes, que era la que amenizaba todas las fiestas y acompañaba a los alumnos de la única escuela, la Primaria Francisco I. Madero, en los desfiles. A mi me gustaba mucho ir cuando Quetita estaba al piano ejercitándose en las canciones de la iglesia o en las que estaban de moda; calladita, me sentaba en el piso cerca del piano, allí me podía pasar las horas escuchándola tocar. Evangelina, de la misma edad que yo, era mi compañera de juegos; su mamá quería enseñarle a tocar el piano pero ella se negaba, entonces a Quetita se le ocurrió invitarme de vez en cuando a que me sentara al piano con su hija. Poco a poco me fue gustando el sonido que salía de las teclas al yo seguir las instrucciones que me daba, tanto así que le pedí que me diera clases, aceptó gustosa pues veía que Evangelina se colocaba a mi lado y al mismo tiempo tomábamos las lecciones. Ella quería que hubiera una inocente competencia para que su hija ¡al fin! quisiera seguir sus pasos... y así fue como el piano se convirtió para mí en un sueño que no se realizó. Cuando Evangelina vio que mis clases eran en serio, ya no quiso acompañarme a tocar, perdió el interés de tal forma que al llegar yo a practicar mi lección ella tomaba su lugar en el mismo banco pero se ponía a platicar, lo hizo por muy poco tiempo pues su mamá se dio cuenta que no hacía sus ejercicios y le prohibió que me quitara el tiempo. Yo sí seguí aprendiendo pero... Aproximadamente a los dos años de iniciado mi aprendizaje, Evangelina enfermó, nunca supe de qué pero su padecimiento fue minándole fuerzas hasta que 142 Lluvia de recuerdos sólo permanecía acostada; en verano la colocaban en un catre en el pasillo para que le diera el aire y allí la acompañaba yo después de mi clase, no me despegaba de ella, inclusive cuando salía de la escuela lo primero que hacía era ir a verla, pero al pasar los días ya no me dejaban que la visitara tanto pues la pobre niña hacía un gran esfuerzo para respirar y había momentos en que yo quería hacerlo igual al ver cómo le subía y bajaba el pecho pero me ponía pálida y rápidamente me retiraban de allí. Mi amiguita duró poco tiempo pues falleció dejando un gran dolor para su familia y para mí. Su mamá ya no quiso continuar con las clases y realmente tampoco yo quería ir a esa casa. Mis papás, viendo que estaba muy triste, le pidieron a Olga, la “Chata” Navarro, hija de don Pancho Navarro, el Juez de Paz, que ella me siguiera instruyendo, así que allá fui; su casa quedaba atravesando las vías del ferrocarril por lo que mi mamá se preocupaba cuando iba a la clase, aunque ésta era en horario en el que no pasaba el tren. No recuerdo por qué razón no seguí mi educación musical con Olga, el caso es que pasaron otros dos años cuando de México llegó una pariente de mi mamá que además de cantar muy bonito -pues era de familia cuya madre y tías tenían bella voz- y además tocaba el piano, así que le pedimos a Alicia Garza Martínez me diera clases. Con ella duré casi los tres años de secundaria -interrumpidos en muchas ocasiones- hasta que nuevamente se fue a México y yo concluí mis aspiraciones de concertista... por el momento. Una vez terminada mi educación secundaria emiLluvia de recuerdos 143 gré a Hermosillo a estudiar Farmacia a la Universidad de Sonora. Aproximadamente a los seis meses de haber llegado conocí al profesor Mauricio Sáenz, él tenía una escuela de música en su casa, por la calle Niños Héroes, pero además allí se asistían estudiantes de ambos sexos de diferentes lugares del estado. Virginia Osuna, de Huatabampo, mi compañera y amiga, se hospedaba allí y fue así como hice contacto con el profesor. Cuando estaba para terminar el segundo año de Farmacia entré a trabajar al Hospital General del Estado por lo que ya no pude seguir con mis clases. Casi diez años después, ya casada y viviendo en Colima, llevé a mis dos niños (de tres y medio y dos y medio años) de “visita” al jardín de niños de un colegio de monjitas -el Colegio Cuauhtemoc- donde vi un letrero que decía: “SE DAN CLASES DE PIANO”, me brincó el corazón, lo consulté con mi esposo que le pareció muy buena idea pues en aquel tiempo había muy poco en qué entretenerse en esa ciudad, por lo tanto... allá fui, nuevamente en la búsqueda de realizar mi sueño. A mi esposo le tocó escucharme en una ocasión y se puso feliz de que REALMENTE tocara el piano pues no había creído mucho en mis aspiraciones de “concertista” y quiso que interpretara nuevamente la melodía e inclusive que hiciera algunos de los ejercicios más complicados que ya me salían bien. Desgraciadamente meses después él pereció en un accidente que truncó no sólo mis deseos de pianista consumada sino muchos sueños más. 144 Lluvia de recuerdos MA. MONSERRAT OLIVEROS TERRAZAS Nació en el corazón del Valle del Yaqui en el mes más caluroso del verano, cuando empieza la canícula. Fue recibida por su abuela y su bisabuela. Creció atrapando ranas y correteando lagartijas, entre los canales de riego, juntando guamúchiles y yendo a la escuela hasta los 17 años en su pueblo y a los 20 en la capital del estado, en la Escuela Normal. Hoy es profesora jubilada y miembro del Taller de Literatura Autobiográfica de la Casa-Club del Jubilado y Pensionado del ISSSTESON. Son de su autoría los siguientes escritos: • Un regalo inesperado • Generación del 67 • Devociones • La dieta Lluvia de recuerdos 145 UN REGALO INESPERADO La Escuela Presidente Alemán está en un sector de Ciudad Obregón, Sonora, llamado “Plano Oriente”, tal vez por estar situado en ese punto cardinal, aunque la colonia se llama Benito Juárez. Fue el primer asentamiento del Valle del Yaqui cuando la compañía Richardson llegó para colonizar esas tierras, es por eso que esta escuela es una de las más antiguas, la primera fue la primaria Enrique C. Rébsamen, que se encuentra a un lado y a la que asistían, en esos tiempos que narro este suceso, solamente niñas. En enero de 1970 llegué a la Alemán, como le decíamos, me llamaban la atención sus grandes aulas altas con enormes ventanales que daban hacia la calle y los pasillos a los patios de juego; tenía ventanas cuadradas casi pegadas al techo en la parte superior de la pared. Como me asignaron el segundo grado, mi salón estaba en la planta baja con una vista panorámica del jardín, mis alumnos, que eran sólo varones y cuyas edades fluctuaban entre 8 y 11 años, centraban sus intereses más en jugar que en aprender, yo aprovechaba esta situación y les explicaba algún tema que acaparara su atención, como me pasó una mañana cuando inesperadamente se hizo presente una lagartija que pronto fue descubierta por uno de los niños que empezó a dar enormes gritos como si hubiera visto un dinosaurio, me apuntaba hacia el borde de la ventana diciéndome: - Mire la cachora, profesora, no se le acerque porque puede saltarle encima. 146 Lluvia de recuerdos Yo no me reí para no quitarle a ese momento la magia de la ingenuidad, y pensé: “Si supiera que me crié entre estos animales y más aún, que los perseguía con un tirador hasta que un día soñé que me perseguían montones de ellos”. Al mismo tiempo que el pequeño me hacía la advertencia, tomaba el borrador para asestarle un golpe y borrarla de la naturaleza sin importarle que estaba en desventaja con él pues aquel animalucho no medía ni 10 centímetros de la cabeza a la cola, no se movía, entonces tomé la escoba, hice algunos movimientos “barredores” y se fue por donde vino, ahí empecé mi clase: - Ese inofensivo saurio no nos hace ningún mal, al contrario, se come los insectos que hay en las plantas y evita que algunos de ellos nos hagan daño, si los matáramos tendríamos abundantes alimañas, a ver, vamos a dibujarlo y colorearlo, luego escriban debajo de su ilustración una oración que nos diga de qué se trata lo que quisieron representar. Pero no faltó un atrevido que dijera un tanto burlesco: - ¿Así que le gustan? Luego le siguió otro: - Es decir que no les tiene miedo. Y otro: - ¿Usted las ha tocado? - Claro, si son inofensivos y simpáticos -les contesté-, aunque la realidad era otra, me causaba urticaria su áspero aspecto. Lluvia de recuerdos 147 Ese día era viernes, anotaron algunas frases acerca de las lagartijas y de tarea les pedí que les preguntaran a sus papás o hermanos qué sabían de ellas. El lunes, después de los honores a la bandera, pasamos al salón para empezar con el trabajo escolar correspondiente a ese día: primeramente revisar la tarea, se me acercó uno de los niños y me dijo: - Profesora, abra el primer cajón del escritorio, le trajimos un regalo. Al abrirlo casi me desmayo, sobre un cartón estaba uno de esos animales que parecían de piedra, y me miraba en forma acusadora como diciéndome “mira, por tu culpa dónde estoy”. Luego se me acercó otro de los niños y me entregó un frasco con un animal adentro, después uno más con una caja de zapatos y otro con una bolsa de papel en cuyo interior había algo que se movía, pero la que más me presumían era la que estaba en mi cajón, pues estaba pegada sobre el cartón... - Esa nos dio mucho trabajo atraparla, si viera cómo hay en el panteón. Éste se encontraba cerca de donde ellos vivían. Haciendo un gran esfuerzo tomé mis regalos y uno a uno los arrojé al jardín, el problema fue con la que estaba pegada, no me atrevía a tocarla así que tomé unas tijeras y le corté alrededor de las patas y ¡ahí va una cachora enzapatada! caminando en forma chistosa mientras los niños festejaban sus raros movimientos, no sé si sobreviviría, pero si lo hizo, seguramente tuvo hijos ya con zapatos. Este suceso confirma que los niños son capaces de traernos hasta un león de la cola. 148 Lluvia de recuerdos GENERACIÓN DEL 67 Una tarde calurosa del mes de agosto de 1963 llegó mi papá a la casa con una noticia que me dejó muda, sin saber qué decir: - El domingo se van tu madre y tú a Hermosillo porque el lunes es el examen de admisión para que estudies en la Escuela Normal del Estado. - ¡Gulp! ¿Es internado? –acerté a decirle después que me pasó el susto. - No, es donde estudian los que quieren ser profesores –me contestó. - ¿Acaso yo le había dicho que quería estudiar para eso?, ¿no habíamos quedado en que iba a ser licenciada? Sin respuesta, me entregó un papel donde estaba escrita una dirección y una recomendación para que nos recibiera la dueña del domicilio al que estaba dirigido, dicha recomendación estaba suscrita por el director de la escuela secundaria del pueblo. Iba a salir de ese lugar que constituía mi mundo (ni siquiera en su totalidad, pues las escuelas a las que asistí por nueve años me quedaban a unos cuantos pasos de donde vivía), así que irme a vivir a una ciudad desconocida totalmente -y por si fuera pocola capital del estado, a más de 300 Km. de distancia de mi terruño, me parecía que era como ir a la luna. Abordamos el autobús mi mamá y yo el domingo siguiente, ella dejaba en orfandad temporal a ocho hijos, yo dejaba el lugar que me vio crecer y al que ahora sólo Lluvia de recuerdos 149 regresaría por temporadas y después ocasionalmente, con razón mi melancolía de ese día. Llegamos a la capital al medio día, ella ya la conocía pues aquí vivió por corto tiempo cuando mi padre estaba al servicio del Ejército en el cuartel de caballería y yo era pequeña. - Mira -me dijo cuando el taxi pasó por el citado lugar- ahí diste tus primeros pasos. - Vaya, cuando menos hay algo mío aquí -le dije bromeando. Al llegar al domicilio que llevábamos anotado nos recibió una persona ya mayor y puso su casa a nuestra disposición sin más garantía que nuestro agradecimiento. (En el transcurso de mi vida he encontrado personas como ella y el director de la escuela, mi agradecimiento está siempre al recordarles). Otro día no tuvimos que tomar camión para ir a la escuela pues se encontraba cerca de la colonia Modelo donde nos hospedábamos, junto al Seguro Social, caminamos cruzando la calle Juárez, luego atravesamos el Blvd. Morelos y ya estábamos frente al edificio grande y espacioso, mis latidos se aceleraron, si antes no tenía pensado estudiar para profesora, ese día me dio la corazonada de que lo iba a lograr, sin saber todavía qué iba a ser. Al traspasar el umbral me encontré a cientos de jóvenes que, como yo, esperaban el tiempo para realizar el examen de admisión, sólo se admitirían 100, yo quedé entre ellos y fui becada, además, como sorpresa mayor, pasé a formar parte de la mesa directiva de ese ciclo escolar. Ahí, en la Escuela Normal del Estado, conocí a mis 150 Lluvia de recuerdos compañeros de generación originarios de distintas partes de la entidad con los que me unió la experiencia inolvidable de haber vivido esos años que decidieron mi quehacer como profesora. Eran los famosos años 60, en pleno auge del rock and roll, el wash and wear, los hipies, la moda sicodélica, la píldora anticonceptiva, la talidomida, etcétera, pero para mí era la posibilidad de hacer camino, incorporarme a la civilización y así, en una mezcla de las corrientes filosóficas, pedagógicas y psicológicas que me envolvían en el magister dixi de excelentes mentores; mi propia manera de ver ese nuevo mundo me involucró en sucesos que tuvieron su origen en la manipulación y control que sobre los jóvenes se tenían en la época. Me gusta solazarme y asomarme a ese pasado donde contemplo los rostros jóvenes de mis compañeros, sus risas, sus voces, sus gritos, sus cantos, y me detengo a la hora de clases con el maestro Aragón, quien con su solemnidad y seriedad me impedía hablar, mas no así con Bustamante, “el Chapis”, o Crispín, con ellos el nervio se relajaba un poco pero con López Miranda la psicosis cundía; la voz sosegada y calmada del director Cevallos invitándonos a la reflexión nos devolvía la cordura; siempre regañada por Carmelita, la secretaria, pero que me consolaba en el coro, tomaba cada nota con tal intensidad que se me olvidaba todo al ver las manos de la maestra sobre el piano y ella, derechita sobre el banquillo mientras el metrónomo iba y venía marcando el tiempo de la música. Fue en esa época cuando nos llevaron a formar la fila de entrada de la escuela y por ser la de menos estatura estaba casi al frente. En una ocasión que vino el presidente Lluvia de recuerdos 151 Adolfo López Mateos y me tocó saludarlo, precisamente por mi posición en la fila; era apuesto, alto, con una sonrisa franca que le devolví al tomarle la mano. Después me enteré de su “Plan de 11 años”, cuando empecé a trabajar con su lema: “Mejores escuelas harán de nuestros hijos mejores mexicanos”, los desayunos escolares y el Instituto de Protección a la Niñez, que formaron parte de su gobierno. La obediencia a los deseos impositivos de mi padre -así me parecieron cuando determinó por mí que viniera a la Normal- me permitió pertenecer a esa generación de profesores que demostró que el eros pedagógico “no es privilegio, sino que se lleva en cada corazón comprometido con su conciencia”. Para mí la decisión de aquel día de verano fue el “fiat” (hágase) que constituyó la brújula de mi existir hasta que me jubilé en el año de 1996; después de esa fecha me convertí en ama de casa de tiempo completo con todas las prerrogativas, consideraciones y responsabilidades de una mujer de casi 50 años que vislumbra un tiempo que se acorta con las posibilidades de una vida plena, coartada por las consecuencias de la edad. Hoy sólo espero conservar mi lucidez mental para seguir escribiendo en este oficio sin beneficio que escogí cuando empecé a asistir a la Casa Club de Pensionados y Jubilados del ISSSTESON, mientras tanto seguiré recordando, pues dicen que “recordar es vivir”. 152 Lluvia de recuerdos DEVOCIONES La fe viene del ver y oír esas experiencias que nos convierten en devotos de algún santo o creencia religiosa que mantiene viva la devoción por que hay testimonios que avalan su manifestación más allá de toda explicación lógica o científica. En 1954, el 4 de octubre -para ser exacta- apenas contaba yo con siete años, me encontraba asustada, en la cama, junto a mis dos hermanas menores, mientras caía una lluvia que más que lluvia parecía que el agua que caía la vaciaban de un enorme recipiente sobre Pueblo Yaqui, Sonora. En unos cuantos minutos ya había inundado totalmente las calles, el cielo había oscurecido y estaba “cerrado” -así decían en el pueblo- sólo se veía iluminado por momentos por los relámpagos zigzagueantes que amenazaban con caer sobre mi casa. Preocupada, sentada en una silla de madera, estaba mi mamá amamantando a mi hermana más pequeña, y no era para menos su preocupación pues unos días antes había dicho, mientras confeccionaba un hábito que le habrían de poner a la hermana que me seguía en edad, que estuviera como estuviera el día de San Francisco la llevaría a la iglesia y le pondría la prenda que la distinguiría como devota del santo. Mi “Mana”, como le decía yo, había sido muy enfermiza desde que nació y le aconsejaron que se la endonara a ese santo, ya tenía cinco años cumplidos y no había recaído pero hacía como unas dos semanas que la Lluvia de recuerdos 153 notábamos muy desmejorada. - Se lo dije, comadre -le decía la abuela- ese santito es muy cobrador, ahora tiene que cumplirle si no quiere que se agrave la niña. Todo esto recordaba mi madre, por eso su gran pesar. - Y ahora ¿cómo le voy a hacer? -se decía. Como si la hubieran llamado, llegó mi “Grande”, se dio cuenta de la situación y se ofreció llevar a su nieta a la iglesia que se encontraba a más de dos kilómetros de donde vivíamos, así que tomó a la niña en sus enormes brazos -así me lo parecían- y envolviéndose en una lona se lanzó a la calle oscura, aunque era de día. A mi corta edad pensé que podría ayudarla así que me fui con ella. Recorrimos la enorme distancia enfrentándonos a las corrientes de agua lodosa, sintiendo sobre las espaldas la fuerza del líquido que se desprendía en grandes chorros de las enormes nubes negras, pero íbamos resueltas a cumplir la promesa ajena de ella, y yo, solidaria, queriendo saber qué era una “manda”. Llegamos a la iglesia y ahí, en una enorme urna de vidrio, yacía Él, como si durmiera, del tamaño de un hombre común, vestido igual al traje confeccionado para la manda. Mi Grande despojó a mi hermanita de la ropita medio húmeda y le enjaretó el hábito café de tusor, el cual ciñó a su cinturita con un cordón blanco; tal vez rezó, yo estaba asombrada, veía todo mientras la niña se observaba su vestido nuevo, el que llevaría hasta que se le acabara desgastado y descolorido. 154 Lluvia de recuerdos Ahí, en el quicio de la iglesia esperamos a que amainara el aguacero y volvimos a hacer el recorrido atravesando el pueblo de oriente a poniente, ahora siguiendo la corriente del improvisado río que se había formado por la calle principal. Cada año no dejo de acordarme de esto, especialmente cuando veo a tanta gente caminar por la orilla de la carretera de Nogales a Magdalena que van a cumplirle a San Francisco, el día de su santo las mandas y penitencias que le hicieron, siento que tienen razón de hacerlo y yo no estoy exenta de ello. LA DIETA Era media noche, cuando las madrugadas aún son muy frías y las noches se van acortando después del equinoccio de la primavera; me despertaron unos quejidos, rápidamente me bajé de la cama buscando al autor o autora de ellos; la oscuridad me impedía ver por lo que usé mi tacto: con mis manos fui tocando a cada una de mis hermanas, eran tres, dormían tranquilamente; fui a la cama de mi mamá, al tocarla sentí en su estómago brincar algo y luego seguía aquel sonido lastimero, como de un animal herido. Cuando ella se dio cuenta de que estaba ahí parada, descalza, enfriándome y asustada, me dijo: - Ve con tu mamá Grande y dile que venga. “Qué ocurrencia”, pensé a mi edad de nueve años, con el miedo que me daba pasar por los pinos que rodeaban la escuela primaria que se encontraba a una cuadra de Lluvia de recuerdos 155 mi casa y a dos de la de mi abuela, sus sombras fantasmales dieron origen a decenas de historias de desaparecidos; al momento que mi madre me hizo la petición, se me engarrotó el estómago, pero había que ir, salí corriendo sin importarme si me espinaba o tropezaba con los terrones que tenía la calle o caer en un hoyo de los que quedaban después de la lluvia... largo se me hizo el camino. Cuando llegué, los perros me desconocieron: - ¡Cállense! ¡úzale!, soy yo. Pero ellos seguían ladrando; siempre hubo en esa casa buenos canes y hasta nombre de personajes importantes les ponían, como “Káiser”, “Nerón”, etc., los reté y les lancé un grito que despertó a toda la familia: - ¿Qué pasa? ¿Qué tienes? -me dijo una voz que conocí al instante. - Es mi mamá que dice que vaya -contesté muy agitada. La esperé un rato y nos fuimos seguidas por sus eficientes guardianes, iba envuelta en su rebozo preguntándome si ya había llegado el doctor, al acercarnos a la puerta oímos unos pequeños gritos, como maullidos, afuera estaba mi papá con una de mis hermanas en sus brazos que le decía asustada: - ¡Ese gato que se calle! - ¿Qué fue, compadre? -le preguntó mi acompañante. - Una niña -le contestó. 156 Lluvia de recuerdos Con razón estaba tan serio, con ese pequeño ser que recién había llegado, ya éramos cinco mujeres. Yo sabía lo que seguía después del nacimiento de un niño en mi familia: en esos tiempos, en el gallinero había tres camadas de pollos que engordaban para tal evento: “la dieta”, además tenía que haber carne seca y una lata de nixtamal. Diariamente se sacrificaba un animalito, ahí me hice experta en matar a estas indefensas aves a las que les apretaba el pescuezo, les daba vuelta y vuelta y luego los tiraba al suelo; hubo veces en que lo hice tan mal que resucitaban y corrían despavoridos. Cuando el pollo estaba bien muerto le echaba agua caliente para desprenderle las plumas (éstas se colocaban en un cartón pues se hacía almohadas con ellas); después de desplumarlo lo lavaba con agua y jabón y lo flameaba sobre las llamas para que no quedara ninguna plumita, luego lo volvía a lavar, ahora con sal, lo abría en canal para sacarle las vísceras y después lo asaba sobre la hornilla. Asar la carne era lo más fácil así como preparar el atole y la salsa de tomate, las tortillas no las hacía yo pero sí las tostaba, así que la dieta consistía en pollo asado con tortillas tostadas, carne asada con atole de maíz, mismo que se hacía después de moler el nixtamal y sobre agua hirviendo se echaba la masa disuelta en agua fría; la salsa se hacía con tomates asados. Cuando terminaba la dieta, la madre y la infanta rebozaban de salud, rubicundas, con cachetes sonrosados y ya empezaba la madre a prepararse para la próxima procreación, que por cierto fue un varón al que siguieron cuatro más. Esta dieta sólo quedó para la historia familiar, en Lluvia de recuerdos 157 1970 nació mi primer hijo y no hubo pollos en el corral para sacrificarlos, ni carne seca ni mucho menos nixtamal para el atole, a más de 20 años, la situación de la nueva parturienta fue diferente, los pollos estaban en el refrigerador listos para hacer el caldo o los bajaban de un aparato donde, a fuerza de tantas vueltas, se asaban por radiación de calor, o por electricidad, sin humos o grasas y la carne se oreaba sobre la estufa en un comal; la leche envasada en frascos de vidrio y el pan de barra, al que sólo se le untaba mantequilla, saltaba del tostador. Estos elementos fueron los que completaban mi dieta. Hoy, a treinta años de lo anterior, se vuelve a repetir el mismo evento y los componentes de la dieta son los mismos sólo que ahora son cocinados en el horno de microondas o en el horno tostador. (Pueblo Yaqui, Cajeme, Sonora, 27 de marzo de 1956). 158 Lluvia de recuerdos JOSÉ RAMOS RODRIGUEZ (EL CORA) El apodo de “El Cora”, se le adjudicó por su origen, ya que nació en el estado de Nayarit. Llegó muy jovencito a nuestra ciudad, desempeñándose en diversas labores. La composición poética es el género con el que se siente más a gusto escribiendo pues se le da con facilidad la rima, sin embargo, no lo hace mal contando sus experiencias en cuatro escritos llenos de sensibilidad. En este nuestro tercer libro, contribuye con: • A falta de peces... pericos • Una experiencia en Mazatlán • Un día en el rancho • Mi arribo a Hermosillo Lluvia de recuerdos 159 A FALTA DE PECES... PERICOS Nací en el estado de Nayarit. Mi padre, como ejidatario, tenía unas tierras de cultivo divididas en dos partes: unas cercanas al ejido, las otras colindaban junto al río, nosotros llamábamos a esta últimas, “El rillito”. Cuando mi padre sembraba la tierra, ya sea con frijol o maíz, a los cinco días de haberlos sembrado empezaba a reventar el grano o a germinar la semilla, entonces era el tiempo de “pajarear” (es decir, espantar a los pájaros pues se comían el retoño tierno de las plantas), esto había que hacerlo antes de salir u ocultarse el sol pues era el tiempo en que más comían las aves: al amanecer o al oscurecer. También cuando el maíz estaba en elote había que cuidarlo de los pericos, que llegaban en parvadas, éstos eran más latosos pues no tenían hora para comer, lo hacían en la mañana, a medio día o en la tarde, si se descuidaba uno le dejaban los puros olotes. Para espantar a los pájaros usábamos una honda, que era de puro ixtle, cuando la accionábamos, hacía un ruido como un latigazo, que los espantaba; en la actualidad se usan cohetes para hacer el mismo efecto. Debo haber tenido doce años cuando esto sucedía, muchas veces me mandaban a “pajarear”, me ponían de lonche puras tortillas con sal, si a esto se le podía llamar alimento, pero llevaba una cuerda con un anzuelo, lo lanzaba al río y como siempre había peces, sacaba uno o dos, no necesitaba más para comer, hacía una fogata, los po160 Lluvia de recuerdos nía a asar y me daba una hartada con ellos, los aderezaba con limón, pues debo aclarar que en Nayarit esta fruta crece en el monte, así como mangos, plátanos, guayabas, ciruelas, chirimoyas, y en tiempo de verano también hay nanches. Una vez, me entró el hambre, lancé el anzuelo al río hasta que se me cansó el brazo y no pesqué nada, entonces me dije: - Pues ni modo, “Chepe” -“Chepe” era mi apodo-, a comer puras tortillas con sal. Entonces vi que venía una bandada de pericos, agarré mi honda, le puse una piedra y la lancé al aire matando dos y pensé: “a falta de peces... pericos”, raudo y veloz hice una fogata y ¡a comer loritos asados!, a lo mejor por eso soy tan hablantín. UNA EXPERIENCIA EN MAZATLÁN En una ocasión en que nos fue mal en la cosecha porque las lluvias escasearon, mi papá me mandó a Mazatlán a vivir con mi abuelita. Ella tenía su casa al pie de un cerro, no había agua potable, tenía que acarrearla en palanca (un trozo de madera de la que cuelga una cubeta en cada extremo) desde una toma pública que distaba a cuatro cuadras. Una que vez fui a traer agua y me salió un grupo de muchachos que no me dejaban pasar, uno de ellos me dijo: Lluvia de recuerdos 161 - De todos los que estamos aquí ¿con quién te gustaría darte unos catos? Me quedé mirando al grupo, obviamente escogí al más chaparro y flaco, pero me salió un león rasurado, me puso como santo Cristo; después de que me pegó, me levantaron y me invitaron los refrescos, me aceptaron en el grupo dizque porque no corrí. En la casa de mi abuela carecíamos de casi todo. Tenía un tío peluquero que apenas ganaba para comer; un día, una señora que vendía tortas me dijo que si le ayudaba a vender, le pidió permiso a mi abuela y ella aceptó, pues la penuria que había justificaba el que yo también colaborara con los ingresos, así que tomé mi canasta y me fui al muelle; para llegar allá tenía que abordar un camión urbano, me costaba 20 centavos. Mi sueldo era de $10.00 pesos a la semana, con un peso compraba un refresco, dos panes de dulce, un birote con queso, un chile jalapeño y todavía me sobraban 20 centavos (todo esto pasaba en el año de 1957). Una vez que andaba en los muelles con mi canasta y mis tortas, llegó un submarino americano, lo empecé a recorrer con la mirada y la boca abierta, medía casi una cuadra de largo, se juntó la muchachada pues era una novedad, se decía que era el primer submarino que visitaba el puerto. Se bajaron los gringos y a todos los plebes nos invitaron a ver unas caricaturas del Ratón Miguelito, entré con recelo apretando mi canasta pues en el ejido nada más había visto burros, caballos y uno que otro tractor. Apagaron las luces para empezar la proyección que duró 162 Lluvia de recuerdos veinte minutos. Cuando las volvieron a encender, me dije: ¡Trágame tierra!, me habían robado todas las tortas mientras me reía con el ratoncito. Ya no volví a casa, agarré un “raite” y ¡fui a parar hasta Nayarit!, la pobre de mi abuela pagó las tortas, con lo amolada que estaba, dicen que las pagó en abonos. Cuando me doy cuenta de lo que me puse a recordar, confirmo lo dicho... comparada con mi infancia ¡qué fácil y en ocasiones aburrida es la vida de mis hijos en la ciudad! UN DIA EN EL RANCHO No sé por qué de pronto mis pensamientos me llevan a mi rancho: Me levantaba a las cinco de la mañana, ensillaba mi caballo, iba por los animales al potrero, los metía al corral y les arrojaba manojos de milpa; mientras comían, sacaba agua del pozo para que bebieran. Entre tanto, mi hermano más chico molía el nixtamal en un viejo molino que rechinaba como si se estuviera quejando; mi mamá, después de haber amasado, prendía la lumbre para echar las tortillas al comal y gritaba: - Atízale al fuego y ve a ver a quién le ladran los perros, es la cochi de la vecina que se metió al corral, ¡ya les dije que tapen el hoyo y no hacen caso! Luego llegaban los trabajadores, les poníamos los arreos a los animales, les pegábamos el arado y nos íbaLluvia de recuerdos 163 mos a la labor, en total eran cuatro yuntas. Se nos iba media mañana arando, y pensaba: “a ver cómo nos va con la cosecha este año, ya que casi todo el tiempo nomás sacamos para malcomer, pues cuando falta la lluvia se nos seca la milpa y cuando llueve de más, se nos ahoga”. Una vez, a la hora de medio día me mandaron a hacer una fogata, cuando se hicieron las brasas, nos arrimamos para calentar los tacos que cada quien traía, uno de los trabajadores hizo un comentario refiriéndose a la comida de un compañero: - Sus tacos son unos cobardes porque lloran mucho, miren los míos, ninguna lágrima les sale. Y es que sus tacos eran de frijoles y no tenían nada de manteca, los molieron sin guisar. Regresábamos casi al ocultarse el sol, les quitábamos los arreos a los animales y los metíamos al corral para darles comida y de beber, luego, mientras sacaba agua del pozo, me quedé mirando a las gallinas: subían a dormir a un árbol, me reí de un guajolote gordote que no se podía subir, como al tercer intento lo consiguió; ya que terminaron de comer las bestias las llevé nuevamente al potrero, ahí es donde dormirían. A un lado del corral había sembrados pepinos y calabazas, más o menos como media hectárea. Un vecino tenía una vaca mañosa que se brincaba casi siempre el cerco de púas para comerse la verdura, un sábado por la noche, estábamos todos dormidos, cuando de pronto no sé qué me despertó si los ladridos de los perros o los gritos de mi madre: 164 Lluvia de recuerdos - ¡Ya se metió la vaca! Enojado, ensillé el caballo y me fui tras ella: saqué la chivanda (una soga tejida de cuero crudo) y la lacé, como traía una cobija vieja de suadero (lo que lleva debajo la silla de montar), le arranqué unos pedazos y le retaqué los orificios de la nariz, la solté para que empezara a respirar por la boca de tal manera que la abriría y arrojaría espuma por ella. A la mañana siguiente la vaca corría como loca con el hocico lleno de babas y espuma, al verla, el vecino gritaba: - ¡Vieja, tráeme la escopeta, le pegó la rabia a este animal! Y sin decir ¡aguas!, le disparó y la mató. Naturalmente que no dije nada... estaba en una hamaca debajo de unos árboles de mango... cuando pasó el vecino arrastrando la vaca con dos caballos, le pregunté: - ¡¿A dónde vas?! - A tirarla, ¿creerás que le pegó la rabia? -me contestó. No aguanté la culpa, así que le dije lo que le hice al animal... no me dijo nada, se dio la vuelta, llegó a su casa y se puso a destazarla. Lluvia de recuerdos 165 MI ARRIBO A HERMOSILLO Llegué a Hermosillo en una tarde-noche del siete de septiembre de 1963, estaba recién formada la colonia de “El Choyal”, todas las casas eran de lámina negra de cartón, ahí vivía mi hermano, quien me dijo: - Llegas a tiempo, mañana sale una cuadrilla de albañiles para Bahía de Kino, don José, mi suegro, que es el mayordomo, te dará trabajo. Fue un cambio drástico para mí que de las labores del campo ahora me dedicaría a ser ayudante de albañil. En aquel entonces estaban construyendo una residencia, creo que era del licenciado Luís Encinas Johnson, gobernador de Sonora. Ese año echamos un colado de concreto desde las ocho de la mañana hasta las once de la noche. Quizá por la falta de costumbre, duré tres días con calentura, tenia apenas diecisiete años de edad, era muy delgado y no aguanté, a la semana me regresé a Hermosillo. Volví nuevamente al Choyal con el poco dinero que me pagaron, esa noche me fui al cine -había una carpa de húngaros por ahí cerca- el problema surgió cuando salí de ver la función, como no había energía eléctrica, la colonia estaba sumida en la oscuridad, añadiendo que estaba nublado, así que aquello parecía boca de lobo; me puse a buscar la casa de mi hermano pues como todas, era de cartón, en la noche se veían iguales, cansado de caminar me recargué en una casa cualquiera y ahí amanecí sentado. 166 Lluvia de recuerdos Me puse a buscar trabajo, claro que no encontraba, me preguntaban si sabía hacer cosas que ni soñaba que existían; en el ejido eran diferentes para eso del dinero que por cierto ya se me había terminado. En una ocasión me fui a pie desde El Choyal hasta el Cerro de la Campana a pedirle trabajo a los albañiles que estaban construyendo el camino o caracol, me dijeron que regresara la próxima semana y estando arriba del cerro mire hacia El Choyal y nomás distinguí los puros tinacos de la zona de tolerancia que estaba a un lado de la colonia. Me regresé a pie otra vez, atravesé los campos de la universidad y ahí me senté a descansar observando a unos jardineros que estaban trabajando; para eso, ya pasaba de medio día, me rezongó el estómago y yo sin dinero, como estaba sentado bajo la sombra de un naranjo, volteé para arriba, “¡mama mía!”, estaba el lonche de un jardinero colgando como diciéndome: “invítame a ir contigo” y claro que lo invité, eran tres burritos de frijol y un pedacito de pastel que me supieron a gloria. Así comenzó mi peregrinar: trabajé de tortillero, bolero, jardinero y hasta paletero, nomás que apostábamos a los volados por las paletas, a veces me iba muy bien; cuando vendía tortillas, éramos una flotilla de tortilleros en triciclos, jugábamos a las carreras por tres o cuatro paquetes, había unos baldíos grandes en “La Huapalaina” y los agarrábamos como pista de carreras. Una vez andaba buscando trabajo en la colonia Pitic, me dijo una señora: - Muchacho, ¿sabes jardinería? Lluvia de recuerdos 167 - Claro que sí –le contesté, lo que quería era trabajar. Sacó un machete grande y me dijo: - ¿Lo sabes usar? En el ejido lo usaba mucho así que con prontitud respondí que sí. -Me cortas ese árbol -me dijo- y se metió a la casa; salió un poco más tarde de la residencia; no había dado ni seis machetazos cuando por una ventana se asomó una señora mayor, que me gritó: - ¡Déjame dormir! - Es que me ordenaron cortar este árbol -le dije. - Cuando despierte lo tiras -me ordenó enojada. Me senté recargado en el árbol y me quedé dormido, así me encontró la señora de la casa, ese fue mi debut y despedida, no me dieron la oportunidad de demostrar mi habilidad con el machete. 168 Lluvia de recuerdos OLGA ROBLES DE PONCE Nació en Esperanza, Sonora, un venturoso 24 de diciembre, rodeada de muchos hermanitos muy contentos por el “regalito” de Santa Claus. Estudió su educación primaria en la escuela Leona Vicario, la secundaria en la inolvidable “Prevo”, de gratos recuerdos para muchos. Empezó a trabajar como educadora en el Jardín de Niños “Juan Amós Comenio”. Por varios años recibió cursos de verano para perfeccionar y completar su educación profesional. En 1982 formó, con la ayuda y participación de sus hijos Carlos y Olga, la Compañía de Teatro Guiñol Educativo de la que fue directora, se presentaban con el nombre de “Fantasiñol” -hoy Títeres del Desierto (en receso). Actualmente goza de la jubilación otorgada por el gobierno del Estado de Sonora y forma parte del Taller de Literatura Autobiográfica en la Casa-Club del Jubilado y Pensionado del ISSSTESON, donde trata de plasmar sus recuerdos lo mejor que puede tanto en la revista TOSALICOBA como en este libro en el que colabora con los temas: • Recorrido de mil sorpresas • Nuestra compañía de teatro • Aromas y recuerdos • Sucedió en un carnaval • Mis hermanos Lluvia de recuerdos 169 RECORRIDO DE MIL SORPRESAS En el verano de 1968 tuve la oportunidad de hacer un muy grato viaje en compañía de mis hermanos Manuel, Tencha y Margarita mi cuñada, por los hermosos estados del sur de nuestro país: Sinaloa, Nayarit, Michoacán, Jalisco, Zacatecas, Durango y Chihuahua. Salimos de aquí como a las seis horas de una mañana fresca, sumamente agradable. Pasamos por Guaymas, Obregón, Navojoa, etcétera, llegando al anochecer al Puerto de Mazatlán. Como era temporada de vacaciones no hallábamos hotel donde hospedarnos hasta que encontramos uno muy bonito y grande. A mi hermana y a mí nos tocó un cuarto muy cómodo, mientras nos instalábamos nos llamó la atención un gran espejo de cuerpo entero, y en una de las esquinas, cerca de la salida, había una especie de repisa movible como para poner botellas, el baño también estaba equipado con varios aditamentos que no supimos usar; ninguna de las dos nos comentamos nada. Al día siguiente, cuando ambas describimos la habitación a nuestros hermanos, soltaron la carcajada en complicidad con mi cuñada y nos aclararon que habíamos dormido en un “hotel de paso” (aunque de lujo, eh?); a partir de entonces procuramos llegar temprano a cada lugar en el que íbamos a pernoctar. Sinaloa es el estado donde he visto las más grandes, deliciosas y variadas clases de mangos, tan baratos que casi eran regalados, ¡qué enormes y hermosas huertas! Seguimos nuestro camino y llegamos a Nayarit, tierra de exuberante vegetación, lluviosa, y con gente amable. En la noche pasamos por un bellísimo parque donde me lla170 Lluvia de recuerdos mó la atención una gran barda con preciosas figuras de diferentes animales regionales hechas de pequeños mosaicos multicolores. El siguiente punto fue Michoacán, también de una vegetación increíble, hermosos parques donde se puede pasar el día entero sin aburrirse, como el “Parque Enrique Ruiz”, en Uruapan, que invita a soñar, pienso que así debe ser el Paraíso, ¡de veras! En Zacatecas, “Rostro de Cantera, Corazón de Plata”, viví unos momentos muy emocionantes al bajar hasta el último nivel de la impresionante mina “El Edén”, allí pudimos observar hasta los últimos rincones donde trabajaban los mineros para extraer las diferentes riquezas famosas en todo el mundo. La vista desde el teleférico por donde se llega al Cerro de la “Bufa”, es impactante. A San Luis Potosí y Durango llegamos casi de “volada”, se puede decir que sólo para descansar y comer, por supuesto que pasamos cerca de la famosa “Zona del Silencio”, en la que de verdad se siente algo extraño, quizá influya lo que uno ha leído sobre este sitio tan singular que atrae a muchos visitantes nacionales y extranjeros. Al otro día llegamos a Chihuahua, donde dormimos y descansamos en un acogedor hotel colonial para proseguir después hasta la población de Estación Creel. Allí alquilamos una cabaña en la que el calor de la chimenea hizo que olvidáramos el frío vientecito que soplaba a nuestro alrededor. A la mañana siguiente, muy temprano fuimos a desayunar a un pequeño restaurante, muy limpio, que estaba cerca, salimos muy satisfechos y listos para caminar entre el verde y hermoso bosque de altísimos y fragantes pinos hasta llegar a los impresionantes paisajes de la “Barranca del Cobre”. Sus enormes relieves Lluvia de recuerdos 171 y laderas cubiertas de vegetación nos invitaron a correr el riesgo de bajar hasta sus plateados y fríos arroyos que se van perdiendo entre las arenas sin fin. Al regreso, ya en Sonora, nos agasajamos con el camino que nos llevaría a otro lugar privilegiado de nuestro estado: Yécora, hermosísimo pueblo de la sierra donde el cielo se confunde con sus grandes y aromáticos pinares y diversos árboles frutales. Tiene limpias y cómodas cabañas donde se puede pernoctar para después encaminarse a disfrutar del paisaje que hay en la famosa “Cascada de Basasíachic”, lugar digno de que los sonorenses conociéramos aunque sea de pasada. Más tarde llegamos a un pueblito que me encantó por lo tranquilo: Tecoripa, con muchas flores, gente amable y alegre, allí saciamos nuestras ganas de tortillas de harina calientitas (teníamos más de diez días de no saborearlas), con quesadillas recién hechas y un buen café acompañado de unas ricas empanadas de calabaza que nos llenaron de energía para seguir el final de nuestro viaje. Con todo este bagaje de experiencias, retornamos a nuestro lindo “Hermosollo” (como dicen algunos “defeños”), caluroso pero muy nuestro y querido. Así concluyó el único viaje que realizamos con mi hermano Manuel, su esposa Margarita y mi hermana Tencha. Hasta la fecha sólo de recordarlo lo disfruto. Ojalá que cada vez hubiera más y más personas que se aventuraran a conocer primero nuestro estado y país, ya que tiene lugares y personas maravillosas, aún con las cosas negativas que pueda tener, como en todo el mundo ¿o no? 172 Lluvia de recuerdos NUESTRA COMPAÑÍA DE TEATRO Desde muy niña me ha gustado el teatro, recuerdo que mis hermanas me decían “Chabela Corona” (por la famosa actriz Isabela Corona), porque me posesionaba de mi papel cuando quería obtener algo pues dramatizaba demasiado las cosas, dependiendo del motivo o el objetivo deseado. También me decían “alumna de Seki Sano”, creo que era un director de teatro de origen nipón. Me fascinaba ver a las bailarinas de ballet en Bellas Artes, sobre todo en “El Lago de los Cisnes”, con el cual yo me sentía protagonista de la historia, sueños guajiros, siempre fui y soy muy soñadora. Después, cuando me casé y mis dos hijos Olga y Carlos eran jovencitos, maduré un plan que siempre tuve desde mi trabajo como educadora de jardín de niños: los títeres, que ejercían sobre mí una fascinación extraordinaria, esto me hizo concluir la idea de formar una compañía familiar independiente de títeres con programas educativos y recreativos a través de los cuales podríamos mandar mensajes a los niños y a los no tanto. Un día del año de 1982 llegó a casa un amigo de mi hijo y platicamos sobre estos planes ya que a él también le gustaba el teatro, pues era actor. Pusimos manos a la obra y con gran apoyo de mi esposo, mis hijos, sobrinos y uno que otro amigo, logramos formar un bonito grupo al que dimos por nombre “Fantasiñol”, que nos unió más como familia. Nos llenaba de alegría, diversión y conoLluvia de recuerdos 173 cimientos el grabar los programas en los que todos participábamos elaborando desde los títeres, escenografía, utilería, en fin, todo lo que se necesita en el teatro. Convertimos en un gran escenario el espacio desde la cocina hasta la sala, después, en la terraza armábamos el teatrino y ensayábamos los programas donde nos turnábamos para ser público y actores, siempre entre risas y bromas pero poniendo gran responsabilidad en lo que estábamos haciendo. Hubo ocasiones en que a las dos o tres de la mañana estábamos grabando voces, efectos especiales, música, etcétera, en la enorme sala que tenía nuestra casa, puesto que al otro día tendríamos presentación en el Mall de Mazón, en La Farandula o en el Teatro Zubledía, etcétera. Fueron años de grandes satisfacciones profesionales, familiares y personales, ya que nos aplaudían por igual niños, adolescentes y adultos, creo que ha sido una de las mejores formas en que el teatro influyó en mi vida con sus muchas anécdotas que quedaron grabadas para siempre en mi mente y corazón. Un domingo que nos presentamos en La Farandula tocó salir a escena a un número que estaba integrado por varios “negritos”, cuya escenografía constaba de palmeras, pericos y todo lo concerniente al trópico, se llamaba el “Son de la Loma”, cuando más entusiasmado estaba el público llevando el compás del la música con las palmas, de repente, por lo giros y brincos que daba, a uno de los títeres (negrito) ¡se le cayó la cabeza!, botó hasta el público más cercano, como le quedó un poco largo el “cogote” donde iba incrustada, se veía muy chistoso el descabezado haciendo movimientos sólo con el cuerpo como vol174 Lluvia de recuerdos teando para un lado y para otro buscando la cabeza, las carcajadas no se hicieron esperar y nosotros adentro todos “hechos bola” tratando de enmendar errores, pero gracias a Dios mis hijos eran muy buenos para improvisar y pudimos salir del apuro con muchos aplausos y alegría. Esta es una de las muchas y variadas anécdotas que tuvimos en este fascinante mundo de los títeres, en el que de una manera u otra seguimos en él, sólo cambió el nombre a “Títeres del Desierto” y por el momento estamos en receso. AROMAS Y RECUERDOS No sé si a ustedes les pasa pero a mí, cada aroma de comida, dulces, panes y ciertos alimentos, traen a mi mente las voces, gestos, reacciones, etc., de alguna persona muy querida que ya no está conmigo, y aún de las que permanecen aquí. Recuerdo a mi esposo Carlos, cómo le gustaba el “Puch” de gallina (caldo que se cocina en Yucatán y que es el equivalente al “cocido” de nosotros), con todas las verduras, sólo que éste, además de las papas, zanahorias, repollo, elotes y ejotes, lleva chayote, yo le ponía camotes y a veces, hasta membrillo (en octubre-noviembre, cuando era temporada). Le gustaba que le sirviera un plato sólo con la carne y caldo, y en un platón aparte, todas las verduras; el caldo lo aderezaba con un salpicón hecho de rabanitos picados finamente mezclados con cilantro, naranja agria y sal, a un lado de todo esto le ponía dos chiles habaneros tatemados y cortados (este chile es el más Lluvia de recuerdos 175 picoso del mundo); decía que el sólo hecho de pasarlos por encima del caldo era sabrosísimo, pero se daba unas enchiladas que lo hacían sudar, yo nunca lo probé así, lo cierto es que él lo disfrutaba muchísimo y yo, de verlo, también. A mi suegra la visualizo en SU cocina (no le gustaba que nadie, excepto yo, entrara a ella cuando cocinaba), amasando el pan de levadura con una maestría increíble, le añadía agua de azahar, lo que le daba un sabor exquisito, después formaba unas riquísimas hogazas, enormes trenzas o pan de muerto al que adornaba con sus huesitos, azúcar y canela, además del rico santo olor a panadería se extendía por toda la casa; luego los disfrutábamos con exquisito chocolate de tableta, espumoso, el que hacía en batidor de madera, me encantaba cómo se oía el “tras, tras”, del molinillo en el recipiente también de madera; además de que yo aprendí a hacer no sólo pan sino muchas comidas de su tierra, lo que agradezco infinitamente, y mi hija Olga también. A mi mamá la recuerdo siempre, sobre todo cuando me da el aroma de las tortillas de harina “gorditas”, las amasaba con leche cuajada, manteca de res amarillita, granulosa, muy olorosa y manteca vegetal; las medio cocía en la placa de una “elegante” estufa de leña (pintada de amarillo y franjas verde claro) y luego las ponía sobre los carbones encendidos de un pequeño brasero que estaba encima de un tambo grande de fierro. ¡Qué aroma tan delicioso al cocerse y qué doraditas quedaban! Nunca he vuelto a comer unas tortillas como esas. También la recuerdo cuando voy a “Comercial Zazueta” y compro los “globitos” de anís transparentes. 176 Lluvia de recuerdos Las “enchiladas” traen a mi memoria a mi querida hermana Oralia, parece que la veo sacándolas del sartén con sus manos tan bonitas que tenía y colocándolas en un platón para luego adornarlas con lechuga, rábanos y queso, esparciéndoles una salsita de chile restante sobre todo esto; cómo sonreía al estar comiéndolas decía: “¡Hummm, hummm... qué buenas me quedaron!”, al tiempo que servía un vaso con limonada o cualquier refresco que hubiera hecho; ella siempre tenía algo que ofrecer a las visitas. Por eso hoy, cuando voy a comer a casa de mi hija Olga y me da el aroma de sus guisos, al comentárselo, ella me dice: “Mamá, es que quiero que mis hijos -al igual que yo y mi hermano lo hicimos contigo- disfruten al llegar de la escuela con hambre y, huelan ese aroma tan atractivo para el padre, los hijos y demás “agregados” de un hogar donde hay comida sabrosa y nutritiva (incluyendo panes y postres), y no me olviden como yo no olvido el olor de tu comida. SUCEDIÓ EN UN CARNAVAL En los carnavales de mi juventud uno se divertía sanamente viendo los paseos de carros alegóricos donde la imaginación y colorido competían reñidamente, luego nos íbamos por la calle Serdán “a dar la vuelta” caminando hasta el Edificio de Correos y llegábamos a la Plaza Zaragoza en la que nos reuníamos amigos y amigas para celebrar las tradicionales fiestas de carnestolendas donde, entre cascaronazos, confeti, serpentinas y piropos, disfruLluvia de recuerdos 177 tábamos ingenuamente nuestra adolescencia hasta que las campanadas del reloj de Palacio nos recordaban, como a la Cenicienta, que se nos terminaba el permiso y teníamos que regresar a casa. En los años 46-47, en la plaza había un señor que vendía paletas heladas de frutas naturales, ese año, en carnaval -en pleno febrero-, mis amigas degustaban plácidamente estas golosinas y ¿por qué no habría de hacerlo yo? Excuso decir cómo me empecé a sentir a la tercera vuelta que dimos a la plaza, me dolía el pecho, me atacó la “tosedera” y el frío. Por fortuna el papá de una de mis amigas, que había ido por ella, traía un carrito sedán 38 y me llevaron a casa, no sin que todas se hayan asustado al ver cómo me había puesto en un momento. Mi mamá, al verme, me dijo: - ¿Qué te pasa, muchacha? - No sé –le dije –me siento muy mal. Apenas alcancé a darle las gracias al señor y a mis amigas, me metí apresurada a recostarme en mi cama. Mi mamá me tocó la frente y me dijo: - Hija, estás ardiendo en calentura. Seguidamente puso a calentar agua en una palangana, le echó polvos de mostaza y me hizo que metiera los pies en ella para que me bajara la temperatura. Mientras, una de mis hermanas fue a hablarle al Dr. Espinoza, quien después de auscultarme pronosticó pulmonía casi fulminante. Yo sentía como que iba cayendo en un pozo profundo y parecía que me cubrían miles de “burbujitas”, 178 Lluvia de recuerdos parecía que flotaba, lo que me llenaba de una sensación relajante y alivianadora... y allá, como en una bruma, veía a mi mamá que cogía unos trapitos suaves a los que les untaba una pasta rosa y fina, de olor penetrante (después supe que era Antiphlogestina), la cual calentaba sobre el foco de una pantalla, lo colocaba en mi espalda cuidando de no quemarme y esto me producía un enorme alivio junto con los antibióticos e inyecciones recetados por el médico. Duré como dos o tres día aletargada, pero después empecé a recuperarme y a comer, hasta llegar al restablecimiento total. Nunca olvidé el nombre de la medicina: Antiphlogestina; tampoco he olvidado las manos suaves de mi mamá dando masajes a mis pulmones. Desde entonces pienso que les tengo fobia a las paletas heladas ya que ni siquiera en los “agradables” veranos de nuestro estado me animo a probarlas y menos se me antoja comerlas. MIS HERMANOS Los recuerdos de mis hermanos me llegan desde cuando vivíamos en Esperanza y Hermosillo, Sonora en los años de 1938-1939 y hablar de ellos es hablar de una “tribu” muy grande, como decía mi papá, Prof. Manuel Robles Tovar, ya que en este tiempo se “acostumbraban” las familias numerosas, complejo y cuestionable fenómeno de esos tiempos. Hoy se planifican los hijos más responsablemente y creo que viven mejor. Mis hermanos, de mayor a menor, son: Gonzalo, Lluvia de recuerdos 179 Ofelia, Leopoldo, Lilia, Oralia, Edmundo, Hortensia, Manuel y Guadalupe, la “socoyota”. Son tantos y variados los recuerdos cuando niños, adolescentes y adultos, que es difícil hablar de cada uno de ellos, sólo mencionaré a mis hermanas, con las que siempre conviví de forma especial. Ofelia, la mayor, era mi abogada defensora y consejera por aquello de las preferencias e “injusticias” familiares, ya que me regañaban más a mí, pues reconozco mi rebeldía y que era muy amiguera. Hortensia (Tencha) y yo, cuando tendríamos unos 10 u 11, años siempre andábamos juntas para todos lados, ella era la más bonita, dócil y tranquila (rango que yo nunca alcancé), muy sonriente siempre y solidaria conmigo; compartíamos juegos, secretos y hasta algún “galán”; más tarde aparecieron los novios formales a los 17-18 años, los que afortunadamente eran grandes amigos y así la pasábamos muy bien. Después nos casamos y ella se fue a vivir a Mexicali, donde reside actualmente con sus hijas y nietas. Mi hermana Lilia era morena, de pelo abundante, muy rizado, gordita, un poco introvertida; siempre estaba a dieta -al menos eso decía-, el problema radicaba en que era muy buena para la cocina. Con ella y su esposo Manuel tuve una época muy feliz y de muchas anécdotas de cuando éramos vecinas en la calle José María Mata, en la colonia Constitución (por allá en los años 65-66). Nos gustaba mucho ir al monte, de “cacería” a traer liebres para los dos enormes perros pastores que ellos tenían. Recuerdo cómo me encantaba ver salir el sol a las 4:30 180 Lluvia de recuerdos –5:00 de la mañana mientras preparaba el “bastimento” para ese emocionante día, y qué decir del café calientito acompañado de ricas “pedradas” que ella nos hacía: panes de levadura dulzones y recién hechos. Por lo general el lugar para nuestra excursión era atrás del “Cerro de las víboras”. El subir al carro todo lo que se acostumbra para un día de campo era parte del disfrute y más lo era subirnos en mi charanguita Ford 38 que me regaló Carlos, mi esposo, le pusimos por nombre “La abuela pata”, aún visualizo con nostalgia y alegría la admiración que causaba a quienes nos veían pasar en esa “cafetera” antigua y que manejarla fue para mí uno de los muchos retos que he enfrentado en mi vida. Mi esposo me regaló un bonito y corto rifle, de nylon, con el que aprendí a tirarles a las liebres y los conejitos que andaban entre los sibiris, chollas, viznagas y gobernadoras. Ahora me cuestiono cómo pude tener entonces “valor” para colgar a los pobres animalitos de un “palo fierro”, “mezquite” o “palo verde”, abrirlos, pelarlos y sacarles las entrañas, aún recuerdo el crujido que hacía la piel al despegarse de la carne para después colocarlos en una hielera para llevarlos a casa y alimentar a los canes (secretos de la mente, la vida y las circunstancias, creo); y hoy, pasados tantos años, cuando veo, oigo o leo que llegan los cazadores de otros países a matar a nuestros borregos, venados, etcétera, con rifles de alto poder y miras telescópicas pagando enormes cantidades de dinero, “trato”, sólo “trato” de expiar un poco mi culpa de esos lejanos e irreflexivos días, sin dejar de remorderme la conciencia, eh? Lluvia de recuerdos 181 A todos mi hermanos los quiero y respeto por igual. En esta ocasión mis hermanas fueron objeto de inspiración, pero Mundo y Manuel, con quienes viví también aventuras y anécdotas sumamente interesantes e increíbles, merecen capítulo aparte y muy especial. 182 Lluvia de recuerdos FRANCISCA SAGASTA DE IBARRA La niña Francisca Sagasta Ruiz vio la luz primera en Suaqui de Batuc un día quince de febrero. Hizo los primeros estudios en su lugar natal, después en La Misa, municipio de Guaymas, y en Hermosillo, la capital del Estado. La juventud dorada la vivió trabajando como maestra rural (auxiliar) en diverso lugares, pero en Punta de Agua, municipio de Guaymas, Sonora, fue donde encontró a su media naranja y -desde entonces- se convirtió en la señora Francisca Sagasta R. de Ibarra. Madre de cinco hijos: dos mujeres y tres hombres. Los pasatiempos favoritos de doña Panchita (como la llamamos cariñosamente en la Casa-Club) son: la cocina, comentar programas culturales de la televisión, cuidar las plantas de su jardín y las numerosas jaulas de pajaritos. En esta obra colectiva participa con: • Cruzando el río San Miguel • Aprendiendo a aprender • Recuerdos • El vicio de fumar • Crónica de un viaje anunciado Lluvia de recuerdos 183 “CRUZANDO EL RÍO SAN MIGUEL” Entre tantas y tantas sorpresas que nos ha dado la vida, hay algunas emociones muy fuertes que parece que no la vamos a hacer. Dios nos ha dado voluntad y fortaleza y… ¡brincamos el charco! Mi impresión fue muy dura cuando le atacó la “polio” a mi primer hijo, fue un trance que, afortunadamente, según los médicos Humberto Estrada y Federico Sotelo que lo atendieron, fue muy leve. En esa época, mi niño tenía un año cuatro meses. El tiempo fue pasando y me llevó a otra emoción fuerte: siempre he sentido pavor del agua que corre por los ríos, arroyos y canales. De niña, y viviendo aquí en Hermosillo, temía pasar sobre las acequias que corrían por entre las casas o las huertas. Por ese entonces vivían mis parientes por la Avenida Yáñez, entre Yucatán (hoy Avenida Luis Donaldo Colosio) y Oaxaca; yo tenía trece años y caí al resbalarme. Aparte del susto, me era muy difícil salir, caía, me levantaba y volvía a caer, pues había mucha lama. Cuando he ido al mar, por ejemplo, me baño en la orillita, porque si viene una ola muy fuerte, siento que me jala, ¡de verdad que no exagero! Otra situación que experimenté fue en 1977, cuando una de mis hijas se fue a estudiar psicología a la Ciudad de México y cortó el “cordón umbilical” de su ámbito paterno. Estaban por allá dos de mis hijos mayores que se habían ido en 1973; cuando la muchacha se fue, se me vino el mundo encima sin tres de mis hijos. Ahora sólo 184 Lluvia de recuerdos me quedaban dos, los más chicos, la chamaca de 14 y el niño de 11. Lloraba yo a diario por ella, pues la recordaba tan tímida y callada. Cayeron sobre mí muchos achaques: la presión alta, las reumas, el colesterol y una gripe horrible -con tos en pleno agosto-. Mi esposo se quedó aquí en Hermosillo, pues no sembró maíz en el Valle del Yaqui porque había dejado las tierras descansando para el trigo. Un primo, que tiene unas tierras para el lado de Pesqueira, lo había invitado a sembrar maíz y él aceptó. La milpa se puso muy bonita en ese año y no recuerdo de dónde surgió la idea de “sembrar nubes” para que llegara agua a la presa. Se comentó que salió muy caro el “puentecito”. El día de mi relato me fui con mi marido a la labor: preparamos trastos con agua, hice lonche para tres -ya que mi hijo menor también se alborotó- y estando ya en la milpa observamos dos aviones pequeños que iban y venían tirando una especie de humo blanco que era el que formaba las nubes y, efectivamente, antes de que comenzara a soplar el aire, se retiraron los aviones. Como a las tres de la tarde ya habíamos comido y mi marido oyó de pronto que venía el arroyo crecido, y nos dijo: - Vamos a bajar a la milpa, está al otro lado del Río San Miguel. En ese lugar se ensanchaba más y era plano; teníamos que pasarlo a pie, porque el carro no podía cruzar la arena del arroyo y éste tenía una anchura como de 500 metros, aproximadamente. No lo había visto, pero el arroyo venía rebozando de agua café… había arrasado con algunas milpas a su paso; traía elotes, calabacitas, ejotes prendidos a la planta de frijol, en fin… Entonces mi esposo, siempre precavido, enterró un largo palo a la orilla Lluvia de recuerdos 185 para observar el nivel del agua y calcular cuánto bajaba para poder pasar pues nos habíamos quedado al otro lado del río. En ese momento comencé a ponerme nerviosa; el sol casi se ocultaba y, por suerte, parecía que el agua iba bajando. Lo que más me angustiaba era que mi hija se había quedado sola en casa. En ese momento me dice mi esposo: - Voy a pasar, a ver si no hay mucha arena, luego pasas tú. Me quise morir del susto al verlo atravesar la corriente llevándose al perro “Baby”, que se había venido con el chamaco. Vi que el agua le llegaba hasta los hombros, dio la media vuelta y que nos grita: - ¡Vámonos, agárrate de mí! Del otro brazo se prendió mi hijo y él -sin soltar el famoso palo que enterraba para tantear el terreno y sostenerse- nos repetía: - ¡Vamos, vamos, ya casi alcanzamos la orilla! Por fin llegamos, pero sentimos momentos de terrible angustia, a veces el agua me llegaba hasta la cintura y en otras, hasta los hombros. ¡Y que voy viendo que el perro se vino a encontrarnos! Al regresar a casa, mi hija ya nos tenía la cena preparada; nos bañamos y yo tomé el “botiquín” de mis pastillas para ver cuál me tomaba primero, si las de la tos, las de la presión o las de dormir, y mirándome muy serio, me dice mi esposo: 186 Lluvia de recuerdos - No tomes ninguna. Con esto que pasó, se espantaron tus achaques y hasta te vas a aliviar. Efectivamente: un baño caliente, mi cena y a dormir tranquila. Del susto que pasé, puedo decir que me alivié; fue una experiencia angustiosa al tener que cruzar el Río San Miguel… Dios es grande y nos ayudó. Gracias a Él. APRENDIENDO A APRENDER El primer trabajo que tuve lo desempeñé por atrevida, así de sencillo lo puedo describir. Mi inquietud era saber, aprender, entender, pues sólo estudié hasta el cuarto grado de primaria en la escuela elemental de La Misa, municipio de Guaymas, Sonora. Fue muy positivo mi atrevimiento; ahora, a estas alturas de mi edad, lo reconozco. Sería como el año de 1945cuando a mi hermana mayor la solicitaron para que ocupara la vacante de maestra en un rancho cercano al pueblo de La Misa, que se llamaba “Punta de Agua”, hoy convertido en ejido. El rancho “Punta de Agua” tenía su pista de aterrizaje, había “taste”, un llano grande para jugar béisbol, llegaban equipos de los minerales “La Misa”, “San Francisco”, “El Cochi”, “San José de Moradilla”… se ponía alegre el ambiente de vez en cuando. Ahí tuve mi primera serenata un cuatro de octubre con la orquesta de Pancho Othón. Ahora vayamos a lo de mi trabajo. Mi hermana tenía Lluvia de recuerdos 187 estudios de la escuela normal y fue fácil para los rancheros sacarle el permiso para ejercer el magisterio. Comenzamos en una escuelita muy humilde, pero con una gran riqueza en libros, papelería, documentación y material didáctico; se notaba que habían sido señores educadores los que nos antecedieron: el profesor García Flores y María Luisa Zazueta, muy buenos maestros, pero no aguantaron, había muchas carencias y dificultades de transporte. Nos dejaron la base para cultivar lo que ellos ya habían sembrado. Los alumnos eran dóciles y bien educados, había jovencitos de mi edad. Algunos sobreviven y nos encontramos de vez en cuando. Las clases se daban en una parte de lo que había sido el cuartel; hubo un destacamento de soldados en un tiempo, pues por este lugar pasaba el camino real que acortaba el trayecto por la sierra de “El Bacatete”, teniendo que enfrentar a los yaquis. También pasaban las mulas cargadas con barras de plata y oro rumbo a Álamos, Sonora, que era donde acuñaban las monedas… ¿en qué año?, nunca lo supe, ni se me ocurrió preguntar. El que debe saber es Don Gilberto Escobosa. Volviendo al trabajo: todo marchaba muy bien, los alumnos aprendiendo y yo aprovechando que me encontré con una biblioteca. Ahí descubrí lo que había deseado siempre: me gustaba mucho la lectura. Encontré libros de doña Enriqueta de Parodi: “Reloj de Piedra”, “El Guayacán”… Esos nombres se me han grabado, pues ya han pasado 56 años. Ahora les aclaro por qué digo que fue mi primer trabajo: un día mi hermana tuvo que venir a cobrar a Hermosillo, era cuestión de una semana -ida y vuelta-. Yo 188 Lluvia de recuerdos encantada de quedarme a cargo de los niños, y así fue como les agarré cariño. Mi hermana se “apoltronó”, les daba clases a los adultos y enviaba la estadística -cada mes- a la SEP. En la clase con los adultos, mi hermana, revisando las tareas de los alumnos, pregunta al Sr. Mungarro: - Señor, ¿quién le ayudó con la tarea? - Nadie, señora. La tarea era una plana de “El gato bebe leche en el plato” y el trabajo del señor decía: “Mungarro teguas peludas”. El señor alumno no hallaba qué decir, pues él hacía sus propias teguas y el cuero estaba mal curtido; en los pueblos todos los habitantes son autosuficientes, por lo menos lo éramos en la época que a yo viví. Fue una época que recuerdo con mucho cariño. A mi hermana le tocó la puerta Cupido y se casó con un señor de Ciudad Obregón y a mí me ofrecieron que me quedara en la escuelita para que no fuera a “Punta de Agua”, una comunidad sin maestros. Yo he sido muy dependiente de esa hermana y, en esa época, tuvo un hijo que yo crié y lo adoraba. Todo cambia y, en el año de 1953, hallé a mi media naranja casándome en Pueblo Yaqui y… ¡hasta la fecha! Lluvia de recuerdos 189 RECUERDOS Mi primer viaje a México me trae gratas vivencias y alegría. Fue en el año de 1974 en el tren Sud-Pacífico, o “Sud-Paciente”, como le decíamos, pues para llegar a México se hacían tres días y medio. Aprovechamos esta salida cada año en julio, precisamente en la “Peregrinación Guadalupana”, hacia la capital. Primeramente decidí apuntarme en la lista de los interesados al viaje en Catedral, de ahí posteriormente avisaban para la compra de los boletos en la oficina de Ferrocarriles. La travesía la iniciamos medios incómodos; llevaba conmigo a mi hijo Fernando, “El Chipilón”, muy inquieto y mal acostumbrado. Hacía ocho meses que mis hijos Pablo y José Alfredo cursaban, en la Ciudad de México, las carreras de mecánico aeronáutico y geólogo, respectivamente. Aquí, en la Unison, no había esas carreras y tuvieron que entrar a la UNAM. El caso es que, aprovechando la peregrinación, fui a verlos para saber dónde residían, cómo vivían, con quién estaban… hasta entonces tendría un sueño tranquilo y reparador. Pues bien, salimos el día 27 de julio de 1973, después de la misa de “bendición a los peregrinos”, por el señor arzobispo Carlos Quintero Arce y, por la noche, a las ocho, llegó el tren que venía de Nogales con cuatro vagones llenos de peregrinos. Lo abordamos rápidamente y en Empalme se unieron más vagones y otra máquina, porque el trayecto era de subida. Llegamos a Ciudad Obregón y, al igual que en Navojoa, subieron más. Esa noche no pu190 Lluvia de recuerdos dimos dormir por el “estrés” y el temor a lo desconocido, a la vez que por la emoción de que me iba a encontrar allá con mis dos hijos. Hasta que amaneció apreciamos el paisaje, muy bonito, sobre todo el estado de Nayarit; recuerdo los pueblitos, mas no sus nombres. Hasta estos momentos saludamos a familiares y conocidos pues a la hora de embarcarnos era de noche y no podíamos identificarnos con los demás compañeros de viaje. A cada tantas horas se aparecía el Padre Torres (QEPD), encargado de este viaje. También me encontré con gente de Pueblo Yaqui y con el sacerdote Domingo Arteaga. Llegamos a Guadalajara y escuchamos misa en Zapopan; después tomamos otro camión para Tlaquepaque a comer birria, oír mariachis y conocer lugares diferentes de los ya vistos… ¡Qué emoción! Y a continuar el viaje. En la madrugada pasamos por Pénjamo, Guanajuato, y nos “asaltaron” los vendedores: café, tacos, pan, dulces… ya amaneciendo llegamos a México, que nos recibió con cielo cerrado, mucha brisa y cayendo una fina llovizna de esa que le llaman “moja a tontos”. Todo fue hermoso para mí: hijos, amigos, mariachis que nos esperaban con nuestro himno “Sonora Querida”. Después supe que los mariachis los había llevado el Lic. Luis Encinas Johnson, ex-gobernador del estado de Sonora. Otro día, por la Calzada de los Misterios, llegamos directamente a la Basílica de Guadalupe. ¡Qué sentimiento tan indescriptible para mí! Créame, soy católica, no fanática, pero aquí me ganó el sentimiento y la emoción me hizo -por unos momentos- quedar completamente muda. Lluvia de recuerdos 191 Fue un feliz viaje que nunca olvidaré, a pesar de las incomodidades. Ya después, doña Francisca, esta servidora, viajó en avión, pues mis dos hijos, al terminar sus carreras, se colocaron bien en Gobernación y pagaron mis boletos aéreos desde 1973 a 1985, año en el que el terremoto corrió a mi psicóloga y a mis dos geólogos (orgullosamente sono-guachos). ¡Bendito sea Dios que salieron bien librados de ese horrendo movimiento telúrico! “EL VICIO DE FUMAR” Fue en 1942, tendría entre doce y trece años de edad, cuando fui enviada del mineral San Francisco al poblado de La Misa, ambos pertenecientes al municipio de Guaymas, Sonora. En este lugar viviría bajo la tutela de mi tía Aurelia, que era una señora muy fumadora: encendía un nuevo cigarro con la “bacha” del anterior. Era originaria de Tecoripa, donde había dejado familiares que se dedicaban al cultivo del tabaco. Ellos la surtían con bultos que contenían macitos de hojas para 20 cigarros cada uno, venían atados en hojas de maíz; de éstos, mi tía elaboraba sus cigarros y los torcía con tanta pericia que no descansé hasta aprender a torcerlos con la misma facilidad. Hacía un pan riquísimo que vendía al menudeo entre los vecinos y también surtía a los changarros del pueblo. Viéndola amasar, me acomedía a prenderle el cigarro que tenía que llevar, por fuerza, en la boca para que no se apagara. En el trayecto, para mantenerlo encendido, le daba una o dos “jaladas”, iniciándome así en el vicio al 192 Lluvia de recuerdos gustarme la sensación porque, de verdad, se trataba de un tabaco muy fino y oloroso. Cómo dejé de fumar Entrando 1990, mi hermana mayor que vivía en Mexicali, se puso grave y no hallaban cómo avisarme porque yo ya traía problemas con la alta presión. Entre ambas había una relación muy estrecha, fue muy duro para mí saber que luchaba entre la vida y la muerte: cáncer crónico y sin dolor en el hígado y páncreas, que se le complicó con una neumonía y enfisema pulmonar, producto de tantos años de fumar. La noté muy callada y triste; diariamente, junto a sus hijos y nietos, la acompañábamos en su oración acostumbrada: - Prométeme que vas a dejar de fumar. Invariablemente, le respondía: - Te lo prometo, hermana… Pero ya afuera, en la antesala, me ponía a llorar y a fumar para calmar mis nervios. Horas tremendas que pasamos a la espera de lo inevitable. Mi hermana se fue el 17 de enero de 1990. Había corrido la noticia de su enfermedad y cuando falleció, de muchos lugares aledaños a Mexicali llegaron personas a retribuirle el amor que siempre prodigó, pues era “sobadora” y atendía a la gente con mucho gusto y sin cobrar jamás un cinco. Lluvia de recuerdos 193 Cuando se cumplió el primer año, mi hijo menor me acompañó a visitar su tumba en Mexicali, los dos solos nos fuimos al panteón en taxi. Ahí, ya más tranquila, me senté en el césped a “platicar” con ella; salía del alma mi “plática”: - Mi “cochita güera” –le dije- por más que lo intento, no puedo dejar el vicio del cigarro. Yo estoy segura de que Dios te tiene cerca de Él porque fuiste muy buena; pídele que me conceda cumplir la promesa que te hice a ti de dejar de fumar... Ese día, le sobrevino a mi hijo una fuerte gripe con fiebre muy alta. No me arriesgué a regresarnos, pues estaba haciendo frío y temí que se le fuera a complicar con una pulmonía. Nos hospedamos en un hotel a descansar, esperando que el medicamento hiciera su efecto. Instalados ya, bajé, sola, a cenar y a fumarme un cigarrillo. Traía mi cigarrera con el respectivo encendedor, total que prendí el cigarro y no lo pude fumar. Después de la cena, el consabido cigarro de sobremesa... tampoco pude fumármelo. No presté atención al hecho porque había ocasiones en que el organismo lo rechazaba, así que dormí tranquila viendo a mi hijo que descansaba, ya con la fiebre cediendo. Nos levantamos temprano a desayunar, mi hijo pudo deglutir sin problemas y con apetito. Tomamos un taxi que nos llevó a la central camionera y de ahí a casa. Llegamos a Hermosillo y mi nuera nos esperaba ya, comimos y prendí el cigarro de costumbre; nuevamente mi boca rechazó el tabaco y así... ¡hasta la fecha! Gracias a Dios ¡¡Bendita seas, hermana!! Mis hijos y yo nos encomendamos a tu alma y creemos que velas por nosotros. 194 Lluvia de recuerdos “CRÓNICA DE UN VIAJE ANUNCIADO” Desde hace tiempo tenía la invitación de mi hijo menor y señora para llevarme a Phoenix, Arizona. Se habían encontrado, en uno de sus viajes a dicha ciudad, a una comadre y amiga mía que había enviudado recientemente, prometiéndole que pronto me llevarían a verla. Se presentó la oportunidad y programamos el viaje para el 16 de julio del 2001. Con un mes de anticipación empezamos con los preparativos en virtud de que era el período vacacional y -además- habían concedido a su hija, de once años de edad, la oportunidad de viajar en el Grupo 10 de “Scouts de Hermosillo” para participar en una reunión nacional de tropas en la ciudad de Puebla, Puebla. Los dirigentes del grupo habían conseguido un paquete económico de transporte aéreo vía Hermosillo, Sonora – Tucson, Arizona – Dallas, Texas – Ciudad de México, D. F. La encomienda que le dieron a mi hijo fue la de ir a recibirlos, hospedarlos y trasbordarlos en Tucson, economizando al máximo en traslados y comisiones. Una vez embarcados, nos trasladamos a Phoenix en plan de “shopping”- “fayuca”, y de visita. En la preparación del viaje tuve que poner mi granito de arena en eso de los sacrificios, resultando esta “crónica de unas vacaciones anunciadas” que, con mucho placer, voy a relatarles: me di cuenta que el visado americano Lluvia de recuerdos 195 lo tenía vencido y, para colmo de males, estábamos en vísperas del período vacacional (junio). La entrega ya no se hacía el mismo día, sino en un término de quince y por mensajería. Mi hijo me acompañó al consulado americano y -como hacía un calor de 40 grados- repetía con frecuencia: - ¡Madre mía! ¡A qué hora se te ocurrió renovar la visa! . Después, siguió mi peregrinar con la consiguiente aportación de canas en el compás de espera de la ansiada “visa”. En fin, se llegó el día de la partida y no llegó el documento esperado... ¡Cómo soñé ese infeliz papel para, a fin de cuentas, no necesitarlo! Me fui a la brava, sólo con el pasaporte mexicano vigente y la ficha de la visa en trámite... No obstante, nuestros primos del norte, los “hijos del Tío Sam”, se portaron a la altura de las circunstancias ni vieron mi pasaporte: muy sonrientes y respetuosos, los “gringos” en la aduana me dijeron: - ¡Oh, mami! ¿Paseo? ¿Las Vegas? OK! ¡Qué Las Vegas ni qué ocho cuartos! Con llegar a Phoenix me conformaba. Por fin llegamos al aeropuerto de Tucson y recibimos a mis nietos. Venían contentos, pero asustados, pues era su primer vuelo sin llevar a sus padres al lado... ¡Qué orgullosa me sentí de mis retoños portando con distinción sus uniformes de “scout”! Llevaban sus mochilas y un equipaje en el que sobresalían sus “sleepings”, carpas, utensilios de cocina, etc. 196 Lluvia de recuerdos Todo me pareció muy bello y lo disfruté enormemente; valió la pena lo sufrido y los sacrificios de esta abuela que -dando gracias a Dios y a la vida por permitirme participar en los quehaceres de los nietos- se sentía orgullosa de ver a aquellos chamacos tan maduros y formalitos. Cuando los vi partir al día siguiente, los nervios me traicionaron y, aunque traté de controlarme, solté el llanto. Después de esto continuamos nuestro viaje a Phoenix, conforme a lo planeado. Lluvia de recuerdos 197 198 Lluvia de recuerdos ARTEMIZA SOQUI REYES El municipio de Cumpas, Sonora, distrito de Oposura, vio nacer a Artemiza, quien una vez que su familia se trasladó a Hermosillo, realizó sus estudios primarios en varias escuelas debido a los diferentes domicilios en los que residió. Su preparación secundaria la cursó en la famosa “Prevo”, de donde pasó a la Universidad de Sonora a cristalizar su deseo de ser enfermera, lo que no concluyó por causas ajenas a su voluntad. Solicitó trabajo en el magisterio, el cual obtuvo y fue enviada a una escuela del Ejido Monumentos, en el municipio de San Luis Río Colorado, Sonora. Durante el gobierno del Lic. Luis Encinas Johnson se les dio la oportunidad a todos los maestros que no hubieran concluido sus estudios secundarios y de Normal, para que lo hicieran en el Instituto de Capacitación del Magisterio, donde Artemiza completó su preparación. Desarrolló su profesión durante 33 años. Actualmente es jubilada por el gobierno del estado y pertenece al Taller de Literatura de la Casa-Club del Jubilado y Pensionado del ISSTESON desde su fundación. En esta obra participa con: • Mi viaje a Nacozari • Gratos recuerdos • Una hazaña del «Loco» Arnulfo • El héroe de la familia • La mantilla Lluvia de recuerdos 199 MI VIAJE A NACOZARI Mi viaje a Nacozari es un recuerdo que guardo con gran felicidad. Era el día 27 de agosto del 2002, a eso de las siete de la mañana cuando abordé el camión con destino al mineral más importante de Sonora y, por qué no decirlo, el más bello lugar de la región, conocido por todos como Nacozari. Desde niña yo deseaba conocer mis raíces por parte de mi señor padre, así que a estas alturas de mi vida, me propuse viajar al lugar donde ellos se casaron, y nacieron mis hermanos Carmen y Manuel: “Nacozari Viejo”. ¡Tuve la fortuna de obtener todos los datos que deseaba! Salimos por la mañana y en Ures desayunamos exquisitos tamales que vendían en el restaurante de la Terminal de autobuses de Víctor Martínez. Continuamos nuestro viaje llegando al poco tiempo a Mazocahui, pueblito que desde hace dos décadas es punto de partida de tres distritos: Ures, Arizpe y Moctezuma (Oposura); el camino de este último fue el que tomamos para después llegar a la Central de Camiones de la Sierra (“Transportes de la Montaña”). Allí desayunaron los choferes, la especialidad de la fonda eran los “burritos de machaca” en tortillas de harina, después de lo cual tomamos la salida rumbo a Cumpas, pueblo de donde era originario mi abuelito Francisco. Pasamos por hermosos lugares como “El ojo de 200 Lluvia de recuerdos Agua” y “Los Hoyos”, para después decirle adiós a la Comisaría de “Bella Esperanza”. En ese lugar fue mi nacimiento y fui registrada en “El ojo de Agua”, Municipio de Cumpas. Entramos ya de lleno al municipio de Nacozari. Yo recreaba la mirada en aquel hermoso camino lleno de bellas flores adornando el campo y aspiraba el aire fresco del lugar. Allí estaba el río que se transformó en un arroyo sin agua, muy seco, pero a la orilla del mismo corren aguas negras, motivo por el cual aquellos ejidatarios de Nacozari “Viejo” ya no siembran maíz, producto indispensable para alimentar a la región, nada siembran ya... ¿por qué? pues porque las autoridades municipales y estatales han descuidado ese lugar, en pocas palabras: No se preocupan. Es una lástima que se desaprovechen tierras fértiles, tan escasas en este parte desértica de nuestro México. Sentí un fuerte nudo en la garganta porque vinieron a mi mente tantas historias que mis padres me contaron. ¡Todo es verdad!, ¡cómo me hubiera gustado haber vivido en ese tiempo y, por supuesto, con ellos! Sé que eso no pudo ser. Al llegar al caserío noté que el chofer iba bajando la velocidad porque a cierta distancia una mujer estaba pidiendo la parada. Tomó asiento en el lugar vacío junto al mío, dijo llamarse María Concepción Hoyos. Entablamos conversación y ella contestó amablemente cuanta pregunta le hice, también iba a Nacozari. Cuando llegamos a nuestro destino, mi nueva amiga me acompañó al Palacio Municipal a sacar las actas que tanto necesitaba para conocer mi origen, es decir, MIS RAÍCES. Lluvia de recuerdos 201 Al despedirse, mi joven y recién conocida amiga me dijo: - Voy al Seguro Social, ya tarde regresaré a casa, si gusta puede pasar la noche con nosotros en casa de mi suegra, cuando usted se desocupe tome el camión de las cuatro de la tarde, se baja en el lugar que yo subí, procure a mi suegra Celia, la va a recibir con mucho gusto y también sus hermanos. Lo más probable es que ellos le den la razón completa de lo que usted desea saber... Le tomé la palabra, Celia y sus hermanos me recibieron con mucho gusto, me saludaron con respeto y afecto a pesar de que nunca nos habíamos visto, con decirles que hasta muy altas horas de la noche nos dormimos. Por cierto que empezó a caer una lluvia con muchos relámpagos pero me sentía segura en esa casa, rodeada de personas tan cordiales, tanto así que me olvidé de todo, especialmente del miedo que le tengo a las tormentas, además de que verdaderamente esa familia me proporcionó datos importantes. El miércoles 28 de agosto tomé el camión de nueva cuenta al Mineral; fui recibida amablemente por el joven Lic. Oficial Mayor, Francisco Javier Moreno Figueroa, a quien ya había conocido el día anterior por haberme dado informes. Conocí también a otro joven ¡y muy guapo, por cierto!: al director del DIF Municipal, Pedro Morgan, quien cortésmente se puso a mis órdenes. Salí de ese lugar complacida por tantas atenciones, principalmente las del Oficial Mayor, quien puso a mi disposición una enorme cantidad de libros que contenían las actas de nacimiento y defunciones desde 1900 hasta la 202 Lluvia de recuerdos fecha. Ante tales muestras de confianza, le dije: -¡Cómo me gustaría trabajar con usted en esta oficina sacando las actas, aunque no me pagaran sueldo!, nomás para leer la forma tan elegante de redactar las actas, con esa letra tan bonita que tenían en ese tiempo las personas que desempeñaban los puestos de jueces civiles (como se les llamaba antes)... Regresé el mismo día 28 (“Día del Abuelo”), a mi bella ciudad de Hermosillo, muy contenta y con muchos deseos de volver a visitarlos alguna ocasión posterior. Otro día de mi llegada, mi hijo Francisco ya me esperaba y le platiqué todas las bellas experiencias que había tenido y el encuentro con aquellas gratas personas que me recibieron con tanto cariño en su casa, y saber, a través de sus padres, las virtudes y cualidades de los míos, que siempre fueron muy humanos y muy apreciados. Un olvido imperdonable: no he dicho que mi madre trabajó como maestra y directora en la Escuela “Benito Juárez” de Nacozari, por los años de 1916. En mi poder consta el nombramiento firmado por el entonces gobernador del Estado de Sonora, Gral. Adolfo de la Huerta. Es un tesoro que guardo por siempre de mi señora madre. GRATOS RECUERDOS A muy temprana edad mi madre me enseñó a leer y escribir, por ende, todas las mañanas asistía, en compaLluvia de recuerdos 203 ñía de mi hermano Manuel, a la escuelita del lugar. Cierro mis ojos y me veo sentada en mi mesa banco dentro del salón de clases al lado de mi prima María de Jesús, a quien cariñosamente llamábamos “Machú”. Una mañana, mi prima y yo nos presentamos ante nuestra maestra para comunicarle que mi mamá nos había enseñado el número siete. Ella nos tomó a ambas de la mano y nos llevó castigadas al patio de la escuela, a una distancia bastante considerable de donde se encontraban las aulas. Como no sabíamos cuál había sido nuestro pecado, lloramos mucho, lo más curioso es que ni mi prima ni yo le teníamos miedo a la profesora Nachita. Ella era originaria del Valle del Yaqui, era una yaquecita muy celosa de su profesión, yo creo que nos castigó porque mi madre no era la indicada para enseñarnos los programas de la escuela, supongo que esa era la razón de su coraje... Se hubieran asomado a este siglo en el que son los padres y los abuelos quienes hacen las tareas. Desde las ocho de la mañana que nos sacó al patio, ella se metió al salón de clases y ya no la volvimos a ver. Un niño que nos vio castigadas llamó a mi hermano y a mi primo quienes inmediatamente fueron a avisarles a nuestras madres que nos habían sacado del salón, no sabían a dónde. Ellas preguntaban a quienes se encontraban si no nos habían visto pero nadie les daba razón, así que, llorando a grito partido, se vinieron a la escuela porque creían que nos habíamos caído a un represo que existía cerca y quizá nos habríamos ahogado... ¡Así se hacen los chismes! Todo esto sucedió cuando vivíamos en el Llano Colorado, un pueblito habitado en su mayoría por gambu204 Lluvia de recuerdos sinos, ya que se caracterizaba por la existencia de oro en abundancia, lo cual hacía que familias enteras vivieran de esa actividad. Mucha gente de diferentes partes del estado y de otras entidades acudía allí, haciendo que el pueblo creciera rápidamente en todos sentidos, como es el caso de las tiendas de abarrotes, ropa y calzado que algunos llamaban “tanichis”, de los cuales existían como seis o siete. Se vendía de todo y mi familia no estaba exenta de esta ocupación ya que mi madre comerciaba con muchas de estas cosas. Recuerdo que una de esas tiendas quedaba cerca de mi casa, ahí me mandaba mi madre a comprar lo que hacía falta. No me gustaba ir ya que su propietario, cada vez que llegaba, me tomaba de los brazos y me subía al mostrador diciendo: - Cuando mi hijo Adancito sea un jovencito, lo casaré contigo. Más tardaba en subirme al mostrador que yo en bajarme y salir de la tienda corriendo hasta llegar a mi casa muy enojada, llorando, le decía a mi madre: - Mamá, no me mande a comprar al changarro del “Compa”, no me gusta que el dueño me diga que me va a casar con Adancito... Mi padre se reía y le decía a mi madre: - No la mandes al changarro del “Compa”, no hay necesidad de que nuestra hija se enoje. Lluvia de recuerdos 205 Con ese simple comentario de mi padre me quedaba tranquila y conforme. Los dueños de la tienda eran doña Margarita y don Jesús, a quienes hoy recuerdo por el cariño que me tenían... En mi mente repaso aquel día en que llovió mucho en el pueblo y todas las familias tenían mucho miedo. En mi casa había una preocupación muy grande porque antes de que cayera la tromba mi papá había mandado a mi hermano a que llevara al campo a pastar a los animales. Ya empezaba a llover y él no regresaba porque una cabra, a la que llamábamos “Torina”, se le antojó parir en plena tormenta. Le nacieron un par de chivitos a los que llamamos “Torinitos”, los quisimos mucho, pues al llamarlos por su nombre nos obedecían. Mi padre tenía por costumbre ordeñar primero a la chiva para que yo tomara la leche en una jícara y me quedara el bigote marcado de blanca espuma, lo que le causaba mucha risa. Me acuerdo cuando mi padre nos llevaba a lomo de bestia (caballos) a mi hermano Manuel y a mí a la milpa, donde tenía una siembra de hortalizas que él cosechaba cada temporada, además, había vacas, becerros, cabras, asnos y muy bonitos caballos; al llegar, lo primero que hacía era lavarse las manos para amasar y hacernos unas ricas tortillas “arrieras”, también café “colado de talega” (¡muy rico, por cierto!) y nos asaba costillitas de cabrito... Debo dejar constancia de que la pasábamos muy a gusto. Éramos felices con nuestro padre. ¡Cómo voy a olvidar tan gratos y bonitos recuerdos!, como cuando nos decía: - Hijos, voy a campear, los voy a subir al árbol... 206 Lluvia de recuerdos Era un “palo blanco” que tenía hermosas flores y que mi padre le dio forma de canasta. Nos subía agua, costillitas asadas, nos abastecía de comida suficiente para no dar lugar a que bajásemos. Yo me entretenía viendo cómo iba enredando el tronco del árbol con crines de caballo, de esa manera no se subirían a nuestro refugio ninguna clase de bichos venenosos, especialmente víboras. Mi padre se encontraba por los campos a muchos rancheros amigos suyos, y a cada uno le decía: - Cuando pases por mi casa llega y pregúntales a mis hijos qué se les ofrece y ayúdalos, te lo voy a agradecer mucho. Legaban los señores junto a nosotros y le preguntaban a mi hermano: - ¿Necesitas algo? -Sí -contestaba- dígale a mi papá que venga porque la niña está dormida y tengo miedo que se me vaya a caer... Al rato llegaba mi padre gracias a que aquellas buenas personas le avisaban. Aquel lugar era un vergel, pues la mano de Dios había colocado sobre el campo un jardín de flores bellísimas y de variados colores, entre ellas destacaba la “amapola”, que por aquellos años no causaba daño alguno. No sabíamos que era el “opio”. Mi padre me trenzaba el cabello con correas de gamuza, y me adornaba la cabeza con esas flores tan hermoLluvia de recuerdos 207 sas y me decía: - Dime el poema de la “Amapola” y te voy a hacer jamoncillos. El sabía que me gustaban... –y ¡me siguen gustando mucho!–. Para esta actuación él me subía a una mesa y comenzaba diciendo: - ¡Silencio los aquí presentes! Mi padre y mi hermano me aplaudían pues eran el único auditorio. Una vez que terminaba de recitar, se hacía presente con un plato de jamoncillos, hechos de leche bronca y azúcar. - Repítela, por favor -me pedía mi padre-, me gusta mucho. Y allí estaba yo: “Amampolita del campo, de los llanos de Tepic, si no estás enamorada, ¡enamórate de mí!” Era una de recitar todas las noches... yo creo que me aburría bastante al repetirla tanto porque en ocasiones le decía: - Ya no quiero jamoncillos, papá, ahora le voy a cantar otra. 208 Lluvia de recuerdos - Sí, mi hijita -me respondía- cántame “El tiempo”. Y tomando de nuevo aire, comenzaba: “Al tiempo le pido tiempo y el tiempo, tiempo me da, y al mismo tiempo me dice que él me desengañará”... Desde luego que había más aplausos y más dulces. Además a mi padre le gustaba que le cantara el “Pajarillo barranqueño”, “Amor chiquito” y el “Capullito de alelí”. El me cantaba una canción que se llamaba “Mi Artemiza”. Raras veces me llamaba por mi nombre, siempre me decía “Artemicilla”. Me dormía en sus muslos sobre una mecedora muy bonita que había en casa... ¡Qué días tan felices pasé con mi padre! Mientras tenga un hálito de vida, siempre lo recordaré. “¡RECORDAR ES VOLVER A VIVIR!...” Cuando dejamos mi bonito pueblo de “El Llano Colorado” para venirnos a la capital de Sonora, Hermosillo, recuerdo que llegamos a la casa de una familia Acosta, allá por la calle Segunda y Tamaulipas. Al poco tiempo mi padre compró un solar en la Colonia “5 de Mayo” donde construyó nuestra casa, en la cual, gracias a Dios, sigo viviendo. Aquí mismo formó un ranchito de cabras que trajo del pueblo... Vienen a mi mente escenas como ésta: Mi hermano Manuel y yo, al punto del medio día, Lluvia de recuerdos 209 nos íbamos al campito donde nos entreteníamos, él con su resortera matando lagartijas y yo de bruces tirada en el suelo buscando unos hoyos muy pequeñitos, con la boca les soplaba aire o a veces con un cartón para que salieran de ahí unos animalitos que se llamaban “camaleones”... cuando aparecían, me asustaba porque no era uno, sino muchos los que emergían de los agujeritos, así que pegaba de gritos y con el escándalo que yo armaba, mi madre nos gritaba para asustarnos y hacernos regresar a casa: - ¡Vénganse ya, les va a salir la “Malora”! Claro que no nos íbamos a casa inmediatamente, sino a un arroyo que llevaba mucha agua y ahí nos bañábamos. Siempre andábamos “bronceados” de la piel. Mi hermano y yo fuimos inmensamente felices jugando juntos y divirtiéndonos en miles de formas. La separación de él fue muy triste para mí, aunque sólo se me adelantó en el camino. Ruego a Dios por que en Gloria esté. UNA HAZAÑA DEL “LOCO ARNULFO” Voy a relatar el suceso de un personaje que fue pintoresco en la Colonia 5 de Mayo y que en vida llevó el nombre de Arnulfo Tapia, a quien apodaban el “Loco Arnulfo”, pero de loco no tenía nada. No recuerdo fechas exactas de este hecho que sacudió a los habitantes del Hermosillo de ayer y que en lo personal me impresionó sobremanera, porque se trató de un crimen, triste y doloroso, cuya victima fue un jovencito, sobrino del Loco Arnulfo. 210 Lluvia de recuerdos Este muchacho se dedicaba al cuidado de un rebaño de ovejas cuyos dueños eran Jesús y Juana. Querían mucho al jovencito porque desde muy pequeño vivía con ellos y cuidaba sus animales. Una mañana de agosto el muchacho salió, como de costumbre, al campo llevando a pastar a los animales. El cielo estaba despejado, pero por la tarde se dejó venir una tormenta eléctrica que sorprendió al pastor y al rebaño en pleno monte. Ya oscureciendo pasó por mi casa, tan asustado, que mi padre lo notó raro y le preguntó: - ¿Por qué vas llegando tan tarde? El muchacho respondió: - Es que se me perdió una chiva y no la encontré... me da mucha pena con mis patrones. - No te mortifiques -le dijo mi padre- te aseguro que no se van a enojar. Llegó con los animales a casa y lo recibió Juana muy inquieta: - ¿Qué te pasó, mi muchacho? - Entre la tormenta se me perdió una chiva y no la pude hallar. En ese momento Jesús entraba a la casa y preguntó: - ¿Y por eso vienes preocupado? ¡Una chiva no es nada!, no has tomado alimento en todo el día, ¡anda, vente a cenar! Lluvia de recuerdos 211 - Nos tenías con pendiente -agregó Juana- sobre todo cuando se soltó la tormenta, pero ya pasó y lo que cuenta es que estamos todos bien y que estás con nosotros... Agazapado en una bodega, un trabajador de la pareja estaba escuchando todo, le tenía odio al chamaco porque los patrones lo trataban con cariño y, sin poder contener sus bajos instintos, ni medir las consecuencias, tomó un rifle y disparó al muchacho quitándole la vida. Estaba ya purgando su condena cuando supimos que este individuo venía huyendo del estado de Michoacán, donde tenía cuentas pendientes con la justicia y que se había refugiado en Sonora. El difuntito, sobrino del Loco Arnulfo, fue sepultado pero éste, cada vez que recordaba la manera tan vil en que había sido asesinado, procuraba cometer algún pequeño delito para que lo encerraran en la cárcel y cuando lo pescaba la “julia” (la única patrulla que existía en la ciudad en esa época), gozaba porque su plan era encontrarse con el asesino en su celda, y una vez allí, lo golpeaba hasta dejarlo casi muerto... Nunca se supo a ciencia cierta pero cuentan que el criminal falleció a causa de una de esas golpizas. El Loco Arnulfo siempre se sintió perseguido por la policía; una mañana que estaba conmigo en casa una amiga muy querida, llegó el Loco y casi al mismo tiempo vimos que se acercaba una patrulla, lo escondimos acostándolo dentro de una pila sin agua, le gritamos: - ¡Corre y acuéstate, que no te vean los policías porque no tienes a qué ir a la cárcel! 212 Lluvia de recuerdos Muy obediente hizo lo que le pedimos y no salió hasta que pasó el peligro. Pero lo más curioso fue que los “polis”, crédulos e inocentes, aceptaron de buena gana que nosotras ni siquiera conocíamos al “Loco Arnulfo”... se fueron; mi amiga y yo, nos apresuramos a sacar a Arnulfo de su escondite llevándolo a un lugar llamado “La Nopalera”. En el camino le aconsejamos: - Arnulfo, no regreses a tu casa porque no te vas a escapar de la “julia”, ni vamos a estar nosotras presentes para esconderte dentro de la pila... ni vamos a poder sacarte de la cárcel- y no vuelvas, por favor. Arnulfo siguió con su vida igual y murió muchos años después en la “Nopalera”. EL HEROE DE LA FAMILIA Muchas veces, encontrándome sola, entran por mi ventana los recuerdos, entre todos, escucho la dulce voz de mi madre que allá en mi pueblo me decía: - Ya pronto tu abuelita Matilde me avisará qué día habrá confirmaciones en el Pueblo de Tónochi..., te llevaré para que te confirme la señorita Luz Torres. Mi madre prosigue alimentando mis recuerdos infantiles: - En Tónichi -me comentaba- tendré el gusto de saludar a Su Señoría don Juan Navarrete y Guerrero, así como también platicaré con el padre Porfirio Cornidez... Lluvia de recuerdos 213 En ese bello pueblo de aquellos años, cuando se celebraban las fiestas de la santa patrona, la Virgen de la Purísima Concepción, se aprovechaba la visita del señor obispo para que se llevaran a cabo las confirmaciones, y sí, efectivamente, la señorita Luz Torres fue mi madrina; además mis padres se valieron de la ocasión para visitar a los familiares y amistades, disfrutando al máximo esos días. No preciso mi edad porque no me acuerdo cuántos años tenía, pero sí recuerdo con claridad que mi madre le dijo a mi abuelita que me llevara con ella a Punta de Fierro, a casa de mi tío Loreto. ¡Claro que me llevó!, pero no de la mano, sino que se valió de otro medio. Para llegar a la casa se atravesaba el río, se trataba del Río Yaqui, caudaloso por naturaleza. Sucedió que la panga que se usaba para el trasporte de un lado a otro ya estaba completamente llena, así que a mi abuelita se le hizo muy fácil llevarnos a nado ya que ella sabía hacerlo muy bien, me dijo: - Súbete a mi espalda, te voy a pasar al otro lado del río... Antes observé que pasó a mis primas Consuelo y Socorro, yo fui la última, pero cuando ya me tocó el turno, me entró mucho miedo y comencé a sollozar, para consolarme, la abuela me aconsejó: - No mires el agua porque te vas a marear, fija tu vista en la orilla. Yo lloraba con más ganas y pedía que mis padres 214 Lluvia de recuerdos vinieran a rescatarme y me llevaran con ellos... Yo estaba tan confundida que lo que quería era que mi madre llegara a casa del tío para que me descongojara, pero no fue así, sufrí mucho ese día, nunca lo olvidaré. Llevarme a casa del tío Loreto era como un premio, pues en ese lugar se encontraban muchos familiares y amistades. Entre tantísima gente, se destacaba un hombre de dos metros de estatura que, muy preocupado por mi incesante llanto dijo, agachándose para no chocar con el marco de la puerta: - Voy a llamar a los padres de esta niña para que vean las condiciones en las que se encuentra... Y así lo hizo: fue por ellos. Aquel caballero tan alto, de potente y varonil voz, siempre dispuesto a ayudar al prójimo, era mi tío PEDRO SOQUI URÍAS, “El Héroe de Navojoa”, ferrocarrilero que salvó a ese poblado de una segunda explosión el 15 de agosto de 1933. Sucedió que en esa fecha azotó al pueblo de Navojoa una tormenta en la que además de viento y lluvia caían sobre la ciudad y sus alrededores centenares de rayos que preocupaban a los vecinos. Y así estaban las cosas cuando una descarga eléctrica se abatió sobre la Estación del Ferrocarril, que inmediatamente empezó a incendiarse e hizo cundir el pánico entre los trabajadores y otras personas que por algún motivo estaban presentes. Justo en ese momento se estaba estacionando por la vía No. 2, al frente de la estación, un tren carguero con siete carros-tanque con gasolina y un vagón cargado con dinamita. El edificio era de madera, junto al cual había una bodega que contenía materiales inflamables, lo que llenó de terror a quienes de lejos observaban el estrago Lluvia de recuerdos 215 que estaba ocasionando el fuego. Cuando el incendio se encontraba en su apogeo, el señor PEDRO SOQUI URIAS escuchó las señales de alarma, y no obstante que disfrutaba de su día de descanso semanal, se presentó voluntariamente en la Casa Redonda (lugar donde se encuentran máquinas que no están trabajando), de allí salió con la locomotora 602 y sin tomar en cuenta el peligro que corría su propia vida y la de sus compañeros, también trabajadores trenistas, señores Jesús E. Tapia y Bonifacio Martínez, enganchó los carros-tanque y el vagón de la dinamita, los llevó a la vía de la toma de agua, colocó el furgón debajo de la válvula, la abrió y logró apagarlo. Después de que la Estación del Ferrocarril desapareció debido al fuego producido por el rayo y que todo estuvo en calma, se comentó que si no hubiera intervenido el señor Soqui Urías con la máquina 602, gran parte de Navojoa hubiese desaparecido por la explosión. Con relación a este acto heroico, el 10 de noviembre de 1983 el señor licenciado Eduardo Estrella Acedo, presidente municipal de Cajeme, dirigió un oficio al gobernador del estado, señor doctor Samuel Ocaña García, con el siguiente texto: “El 7 de noviembre, entre los festejos que organizó el Ayuntamiento, hubo uno que me hizo sentir orgulloso, rendimos un homenaje este día a DON PEDRO SOQUI URÍAS, un viejo trenero que radica actualmente en Estación Corral y quien salvó a Navojoa el 15 de agosto de 1933 en condiciones muy similares a las del Héroe de Nacozari.” 216 Lluvia de recuerdos “Me permito adjuntarle una copia de la constancia del Ferrocarril del Pacífico en las que se resalta lo anterior...” (*) El señor Pedro Soqui Urías nació en 1898 y fue jubilado por la empresa del Ferrocarril Sud Pacífico cuando contaba con 30 años y 9 meses de servicio. En nuestra familia el sólo hecho de mencionar el nombre del tío Pedro nos llena de orgullo pues recordamos el acto heroico que protagonizó salvando a Navojoa de una gran catástrofe. * Tomado de la Revista “Historia de Sonora”. LA MANTILLA Recuerdo, como si estuviera viviendo esos momentos tan felices, cuando la maestra Lolita nos decía a mi hermano Manuel y a mí: - Los espero en casa, tenemos doctrina, no se les olvide. Esa invitación era diariamente y lo hacía cuando íbamos saliendo de la escuela. Como siempre, fieles a la recomendación y por supuesto muy obedientes, asistíamos a la clase de catecismo. Cómo olvidar aquellos días cuando entraba a la sala de la casa de mi maestra y, directamente me iba al banco Lluvia de recuerdos 217 de carpintería que tenía su señor padre don Aurelio, quien cuidaba con mucho esmero su taller; lo mantenía siempre muy limpio para que no fuéramos a sufrir un accidente, recogía todos los clavos y tachuelas que veía en el suelo. Así fue como aprendí a rezar, corriendo de un extremo a otro, repitiendo el Padre Nuestro, los Mandamientos de la Ley de Dios y otras oraciones que ella nos enseñaba. El pobre de don Aurelio corría detrás de mí para que no me fuera a caer, además de que yo creo que avergonzaba a mi hermano porque siempre le decía: - Tengo pena, señorita Lolita, porque mi hermanita no la obedece, su papá siempre se preocupa por ella y no se sienta en una silla para estudiar Y volteándose hacia mí, me amenazaba: - ¡Le diré a mi mamá que no te deje venir mañana y los demás días porque eres muy inquieta y no me obedeces! Mi hermanito sufría mucho, jamás comprendí que yo hacía algo malo al subirme al banco y, trepada allí, rezar o cantar las alabanzas tan bonitas que ella nos enseñaba y nosotros repetíamos a voz en cuello. La señorita Lolita tenía una hermana que se llamaba Crecencia y nosotros de cariño la llamábamos “Chencha”, también de parte de ella recibíamos muestras de afecto. No solamente aprendimos a rezar sino que a pesar de que nuestro pueblo estaba muy lejos de Hermosillo, por medio de sus enseñanzas pudimos conocer el inglés. 218 Lluvia de recuerdos A la maestra Lolita le gustaba mucho bordar, lo hacía magistralmente en géneros muy delicados: sábanas, fundas y manteles, pero sobre todo, su labor más hermosa eran unas mantillas bordadas en cantón; dibujaba unas rosas que al rellenarlas con hilaza fina de colores fuertes y variados, quedaban como las más bellas mantillas españolas, era lo que yo más admiraba, por lo que me atreví a decirle: - Maestra, quiero que me enseñe a bordar, le prometo que algún día lo haré como usted, pero además voy a aprender bailes españoles para lucir una mantilla como las que usted borda. Y aprendí a hacerlo. A mis padres les gustaba verme muy aplicada con mi aguja e hilos, me estimulaban, pues decían que lo hacía muy bien. No cabe duda que el mundo da muchas vueltas pues quién iba a creer que aquella persona que tanto me quiso en mi niñez nunca olvidaría lo que dije cuando niña, ya que dio la casualidad que, muchísimos años después, fui al a bella Magdalena de Kino, lugar donde ella residía, a invitarla para que me acompañara a recibir la medalla que por 30 años de servicio al magisterio me iba a otorgar el Gobierno del Estado de Sonora el 15 de mayo de 1986. Ella aceptó de mil amores y me dijo que la esperara, que ella iba a estar presente. Desgraciadamente no fue así porque el autobús en el que venía se retrasó, de tal forma que mientras yo estaba recibiendo mi reconocimiento ella llegaba a casa donde mi mamá le dio la bienvenida. Lluvia de recuerdos 219 Cuando llegué orgullosa a enseñarle la medalla a mi madre, me encontré con la sorpresa de que allí estaba mi querida maestra, quien, rodeándome por los hombros, me colocó una hermosa mantilla igual a las que yo veía que ella bordaba cuando yo era niña. Recordó lo que yo le dije tantos años atrás: “Un día bordaré con hilazas de variados colores una mantilla como las que usted hace”. Esa mantilla la conservo con mucho cariño y cuando la porto, lo hago con dignidad, pues no olvido que la bordaron unas manos maravillosas. Siempre llevaré en mi recuerdo a mi maestra Lolita con respeto, admiración y agradecimiento. 220 Lluvia de recuerdos Lluvia de recuerdos AUTOBIOGRAFÍA SONORENSE IMPRESO EN LOS TALLERES GRÁFICOS DE LA SECCIÓN 54 DEL S.N.T.E. “Profr. Francisco Félix Bernal” TEL. 259 99 50 correo electrónico: [email protected] Obregón 64 Col. Centro Hermosillo, Sonora, Mex. Se terminó de imprimir el 15 de Julio del 2008 PRIMER EDICIÓN DE 500 EJEMPLARES MÁS SOBRANTES DE REPOSICIÓN