XII El aura - Fraternidad Blanca Universal Española

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XII El aura - Fraternidad Blanca Universal Española
La Armonía
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XII
El aura
I
Todo lo que existe, los humanos, los animales, las plantas, y hasta
las piedras, emite partículas, produce emanaciones. Y os dije que esta
atmósfera
fluídica,
luminosa,
sutil,
que
envuelve
al
hombre,
precisamente, es lo que se llama aura. Evidentemente, no la vemos,
excepto los clarividentes, y muchos ni siquiera saben que existe. El aura
es, pues, esta luz que envuelve al hombre, a todos los hombres, con la
diferencia de que en algunos es muy grande, muy ancha, muy vasta,
tiene vibraciones intensas y unos colores espléndidos, y en otros, al
contrario, es pequeña, apagada, borrosa y fea.
Podemos comparar el aura con la piel. Conocéis la importancia de
la piel para el cuerpo físico. Tiene numerosas funciones. En primer lugar
tiene una función de protección, exactamente como un escudo, como un
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caparazón: protección contra los choques, contra las sustancias
nocivas, contra las diferencias de temperatura, etc… Después, tiene
una función de intercambio, porque la piel absorbe, respira y expulsa.
Finalmente, la piel juega el papel de un aparato de sensibilidad y a
través de ella sentimos la temperatura, los contactos, el dolor, etc…
Pero no me detendré en eso porque éste no es mi trabajo y, si queréis
informaciones detalladas, las encontraréis en los libros de anatomía y
de fisiología. Lo que a mí me interesa es establecer un paralelismo
entre la piel y el aura, porque el aura posee las mismas funciones que la
piel. El aura es, pues, como la piel del alma; la envuelve, la protege; le
da la sensibilidad y, finalmente, es la que hace pasar las corrientes
cósmicas y permite los intercambios entre el alma humana y todas las
criaturas, hasta las estrellas, entre el alma de una criatura y el Alma
universal.
Podemos también comparar el aura con la atmósfera que envuelve
la Tierra. La Tierra posee una cortina de protección, su piel; es un poco
más espesa que la nuestra, es cierto, pero juega exactamente el mismo
papel. Gracias a su atmósfera, la Tierra evita muchos peligros en su
viaje a través del espacio. Todos los cuerpos que vienen del espacio y
que podrían producir catástrofes si llegasen hasta la Tierra, se ven
obligados a entrar primero en contacto con las capas de la atmósfera en
donde a menudo se desintegran. La atmósfera nos protege también de
otros peligros que no conocemos; algunos rayos cósmicos, por ejemplo,
serían sin duda mortales para nosotros, pero al atravesar las capas de
la atmósfera son neutralizados por los elementos químicos de los que
ésta está impregnada.
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A través de nuestra aura se produce, pues, un intercambio
ininterrumpido entre nosotros y las fuerzas de la naturaleza. Todas las
influencias cósmicas, planetarias, zodiacales, que atraviesan el espacio
penetran en nuestra aura y, según su calidad, según su sensibilidad, su
pureza y los colores que posea, recibimos tales y cuales fuerzas, o no
las recibimos. El aura representa, pues, nuestras antenas; es un
aparato que capta mensajes, ondas, fuerzas. Y suponed ahora que
haya en el mundo ciertas influencias nefastas. Si tenéis un aura muy
poderosa, muy luminosa, estas fuerzas no pueden pasar y llegar hasta
vuestra conciencia para tocaros, quebrantaros, haceros caer, ¿Por qué?
Porque antes de penetrar deben encontrarse primero con vuestra aura.
Así pues, el aura es una barrera, si queréis, un muro, o como la aduana
de una frontera, y en esta aduana se encuentran unos empleados que
no dejan pasar a nadie sin verificar lo que lleva en las maletas, en los
sacos, en los coches. Estas fuerzas actúan fuera de nuestra
consciencia, pero nos advierten. Podemos diferenciar las funciones del
aura, pero, en realidad, todas están conectadas. La sensibilidad, el
intercambio y la protección, todo se hace al mismo tiempo.
Ahora, ¿cuáles son los factores que actúan para la formación del
aura? Exactamente los mismos que para la formación de la piel. Hay
pieles que son toscas, rudas, secas, y otras que son, al contrario, finas,
dulces… Cualquiera es capaz de juzgar la calidad de una piel. Nos
damos cuenta a simple vista. ¿Y de qué depende la calidad de una piel?
De todo el organismo, del funcionamiento de lo fisiológico y también de
lo psíquico. Es el hombre el que forma su piel.
Sí, la piel revela muchas cosas. Si es verdaderamente fina y
espiritual, es que el hombre es espiritual, porque el hombre no puede
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formar una piel que no le corresponda. Inconscientemente, claro, es él
el que trabaja sobre su piel y, si supiese cómo proceder, podría
cambiarla incluso. Evidentemente, es muy difícil, pero es posible, y es
muy importante. Todo el destino del hombre depende de su piel, porque
sus relaciones con los humanos y el mundo exterior dependen de la
piel.1 Os digo eso para que lo reflexionéis. Cada detalle de la piel tiene
un significado. Incluso su consistencia (lisa, flexible, dura, fofa, blanda)
refleja las cualidades, las características esenciales de un ser: su
resistencia, su voluntad, su actividad, o, al contrario, su debilidad, su
pereza y sus deficiencias.
El destino del hombre, sus éxitos, sus fracasos, todo está en la piel.
Ya, al estrechar la mano de alguien, así: “¡Buenos días! ¿Cómo está
usted?” podemos descubrir sus cualidades esenciales. Si conociésemos
las correspondencias, con sólo estrechar la mano de alguien podríamos
tener una idea precisa de sus cualidades y de sus debilidades. Pero
como los hombres se estrechan las manos automáticamente, no
prestando atención a nada… no descubren nada. Se estrechan las
manos para establecer un contacto, para hacer un intercambio con otra
persona, y en este intercambio le damos lo que tenemos de bueno, y
ella, por su parte, hace lo mismo.2 Si este gesto no tiene que aportar
nada, mejor no hacerlo.
Pero, volvamos al aura. Como os dije hace un rato, son
emanaciones, y no solamente emanaciones del cuerpo físico, porque
las emanaciones del cuerpo físico no serían suficientes para formar el
aura. El aura es algo mucho más complejo, es una combinación de
todas las emanaciones de todos nuestros cuerpos sutiles,3 y cada uno
de ellos, con sus emanaciones particulares, añade nuevos matices. El
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cuerpo etérico del hombre forma un aura que penetra el aura del cuerpo
físico, y este aura de los cuerpos físico y etérico revela su salud y su
vigor. Sus cuerpos astral y mental, con su actividad o su inercia, sus
cualidades o sus defectos, añaden también otras emanaciones, otros
colores a este aura primera, y revelan así la naturaleza de sus
sentimientos y de sus pensamientos. Y si los cuerpos causal, búdico y
átmico están despiertos, añaden todavía otros colores más luminosos,
otras vibraciones más poderosas.
Son las emanaciones de estos tres cuerpos superiores las que
forman el cuerpo de gloria, que San Pablo menciona en sus Epístolas. A
menudo os he hablado de él. Se le llama también cuerpo de
inmortalidad, cuerpo de luz, o cuerpo de Cristo. Cuando, en el momento
de su transfiguración, en el monte Thabor, Jesús apareció, con Moisés
y Elías, ante sus discípulos Pedro, Santiago y Juan, era tan luminoso y
resplandeciente que no pudieron soportar este resplandor y cayeron de
bruces al suelo. “Su rostro resplandeció como el Sol, dice el Evangelio,
sus vestidos se volvieron blancos como la luz.” Esta transfiguración fue
una manifestación del cuerpo de gloria.4
El cuerpo de gloria, como el aura, es una emanación del ser
humano, pero, mientras que el aura expresa la totalidad del ser –sus
defectos, lo mismo que sus cualidades- el cuerpo de gloria es la
expresión de la vida espiritual más intensa. Por eso el cuerpo de gloria
se manifiesta solamente en los grandes Maestros. Gracias a este
cuerpo tan puro y luminoso curan a los enfermos, aportan bendiciones
por todas partes por donde pasan y viajan por el espacio.
El aura es, pues, la fusión de todas las emanaciones del ser entero.
Por eso, cuando un Iniciado quiere conocer a una persona, no observa
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demasiado su apariencia exterior: su fisonomía, sus gestos, su
lenguaje; no, pero procura sentir su aura. Todos los colores, las fuerzas
y las emanaciones fluídicas que se escapan del hombre, y que éste no
puede esconder ni controlar, esto es lo que observa el Iniciado. Algunas
personas son verdaderos artistas en el arte del camuflaje: dominan
perfectamente sus gestos, su voz, su mirada, su lenguaje. Pero lo que
no saben es que no tienen ningún poder sobre las manifestaciones
sutiles de su vida interior. Sus pensamientos, sus sentimientos, crean
formas, colores, que no tienen ningún poder de cambiar ni de esconder.
Por eso, para un verdadero Iniciado todo está claro: si los seres están
en la armonía o en el desorden, si emana de ellos algo de constructivo,
de benéfico, de vivificante, de luminoso, una atmósfera en la que nos
reforzamos y purificamos, o si, al contrario, nos encenagamos;
inmediatamente lo siente. Y hasta la salud es visible en el aura, porque
el estado del hígado, de los pulmones, del cerebro, etc., todo se refleja
en el aura.
El aura representa, pues, un libro, pero un libro de una sutileza tal
que es difícil hacernos una idea. Y, lo mismo que no existen dos
criaturas que tengan las mismas huellas digitales, tampoco existen dos
criaturas que tengan la misma aura, porque el aura representa la
totalidad del ser humano.
La atmósfera de la Tierra está impregnada de todas las
emanaciones de los humanos, de los animales, de las plantas, de las
piedras, de las aguas, de las montañas y de todas las fuerzas que
vienen de los planetas y de las estrellas. Lo mismo sucede con el aura
humana; es una síntesis muy vasta, muy rica, de todo lo que se
encuentra en el hombre. Por otra parte, los minerales, las plantas y los
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animales también tienen un aura, pero un aura solamente física. Los
minerales, los metales y los cristales proyectan ciertas fuerzas que
forman alrededor de ellos una especie de pequeño campo magnético
coloreado.
En las plantas, el cuerpo etérico añade su vitalidad, su necesidad
de crecimiento y hace su aura más intensa, más viva que la de los
minerales. En los animales, el aura es más intensa todavía, más rica,
porque ya tienen un cuerpo astral, el cuerpo de los deseos. En general,
todavía no han empezado a desarrollar su cuerpo mental, salvo
algunos, como el perro, el caballo, el elefante y el mono… en los que los
biólogos disciernen una facultad de pensar. Es un pensamiento
rudimentario, claro; pero, con la vecindad de los humanos, su cuerpo
mental empieza a desarrollarse, porque los humanos, al ocuparse de
los animales, al amarlos y cuidarlos, contribuyen mucho a su evolución.
En cuanto a los humanos, actualmente están desarrollando su cuerpo
mental de una manera prodigiosa; no siempre lo hacen en el sentido
más favorable, pero aquéllos que saben dirigir y controlar su
pensamiento refuerzan enormemente su aura.
En cuanto a los santos, los profetas y los Iniciados, por su
adoración y su amor al Creador, desarrollan su cuerpo causal, su
cuerpo búdico y su cuerpo átmico, formando un aura de un esplendor
extraordinario, con unos colores en perpetuo movimiento, como fuegos
de artificio. Su aura es también muy vasta, incluso cuentan que el aura
de Buda abarcaba varias leguas. Sí, los grandes Maestros son capaces
de ensanchar su aura para tomar toda una región bajo su protección y
penetrar, al mismo tiempo, el aura de todos los hombres que la habitan,
para impregnarles e insuflarles la nueva vida. No tienen otro deseo ni
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otra meta que ensanchar su aura para alcanzar y tomar bajo sus alas,
como se dice, al mayor número de criaturas. ¡Éste es su ideal! Es
grandioso, sublime. Con su aura curan, purifican, embellecen, iluminan y
resucitan a las criaturas. Con ella trabajan sobre las semillas y la
vegetación y cambian las corrientes atmosféricas. Sí, ¡el aura de los
Iniciados es algo divino!
Gracias
a
esta
aura
inmensa,
que
les
permite
alcanzar
innumerables regiones en el universo, los Iniciados llegan a una
comprensión profunda de las cosas, que no es una comprensión
intelectual. Por eso, vosotros también debéis cesar de ocupar vuestro
intelecto con preocupaciones que no os aporten ni visiones celestiales
ni beatitud, y lanzaros, gracias a un aura poderosa, luminosa, hacia las
regiones sublimes, en las que aprenderéis cómo creó Dios el mundo y lo
que ha escrito a través de las estrellas, de las montañas, de los lagos,
de los pájaros, de los animales, de las plantas. Pero, para aumentar la
intensidad, la pureza y el poder del aura, lo esencial es tener este alto
ideal de trabajar sobre uno mismo, de hacer actos nobles y justos, de
tener pensamientos puros y sentimientos puros.
Aquéllos que encuentran que la naturaleza de sus actos, de sus
pensamientos y de sus sentimientos, no tiene importancia, porque la
moral y la religión son ahora algo anticuado y de lo que hay que
desembarazarse, afean su aura y sólo producen colores apagados y
sucios, vibraciones caóticas y desarmoniosas, e, inconscientemente, los
demás, que lo sienten, se alejan. Amamos lo que es puro, luminoso,
armonioso, y el que quiera ser amado debe comprender que debe dejar
entrar en él fuerzas puras y luminosas. Para aquéllos que buscan el
amor, el poder o la luz, no hay otro método que el de trabajar con su
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aura para quitarle los colores apagados que destruyen con sus
vibraciones todo lo que hay de bueno en los demás. Lo sabéis, algunos
están apenas cinco minutos junto a vosotros y, después, buscáis en
vano vuestra inspiración, vuestro gozo y vuestra fe en Dios… Todo ha
desaparecido. Otros están cinco minutos con vosotros, y resucitáis,
vuestras viejas células han desaparecido, y de nuevo tenéis fe, de
nuevo tenéis entusiasmo. Debéis saber que la causa de estos cambios
es el aura.
Por eso el aura es como un instrumento mágico en manos de los
Iniciados. Como forma parte de ellos mismos, por todas partes a donde
van mejoran el reino de los minerales, de las plantas, de los animales y
de los hombres. Y su acción no se para ahí. Con su aura los Maestros
ayudan incluso a los desencarnados, que son miles de millones en el
espacio… Sí, incluso allá, en el otro mundo, su aura llega a alcanzarles.
Yo conozco esta cuestión, la he estudiado y verificado. Los Maestros
mejoran el destino de una cantidad innumerable de seres en el mundo
astral y en el mundo mental, y si, en la Tierra, se ocupan solamente de
un puñado de hombres, en el otro mundo están continuamente en
contacto con multitud de criaturas que vienen a calentarse, a iluminarse
con su aura y a tomar un poco de vitalidad para evolucionar.
Sí, el verdadero trabajo de los grandes Maestros ni siquiera está
aquí, entre los humanos; es en el otro mundo donde su trabajo es más
intenso, aunque no se vea nada de ello. Los grandes Maestros, que han
realizado con todo su corazón, con toda su alma, con todo su espíritu, el
ideal de servir a Dios, han despertado sus cuerpos causal y búdico,
cuyas vibraciones alcanzan incluso a las criaturas que viven en los otros
planetas. De la misma manera, los Maestros que están en los otros
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planetas alcanzan a las criaturas terrestres, y así se establece un
intercambio, no sólo en el sistema solar, sino en el cosmos entero. Dios
no ha establecido ni límites ni fronteras en el universo y, si se dice que
el amor es todopoderoso, es porque puede atravesar el espacio para
alcanzar las estrellas y tocar a las entidades más alejadas.
¿Por qué siempre se ha pintado a los santos con una aureola
alrededor de la cabeza? En el pasado existía toda una ciencia de los
colores que explicaba que cada virtud se expresa a través de un color
particular, y que los colores producidos por estas virtudes son los que
forman el aura. Los santos son seres que meditan, que quieren
acercarse al Señor, fundirse con Él para conocerle y llegar a ser como
Él y, con este deseo, adquieren una penetración tal, una sabiduría tal,
que un color amarillo dorado brota de lo más profundo de ellos mismos
y los envuelve. Existe toda clase de matices del amarillo, desde el que
es muy fino, muy delicado, hasta el amarillo dorado. Cada matiz tiene
también un significado, y habría mucho que decir sobre este tema,
porque toca un problema alquímico: cómo transformar toda materia en
oro fluídico.
Si el discípulo no desarrolla ciertas cualidades y virtudes para
protegerse, los enemigos se infiltran en él y ya
no puede
desembarazarse de ellos. ¿Cómo protegerse entonces? Trabajando con
el aura, con su pureza, su luminosidad, su belleza, su poder y su
grandeza. Cada una de estas características depende de las virtudes
con las que el hombre haya trabajado. Si el hombre es puro, su aura se
vuelve límpida y transparente. Si es inteligente, su aura es cada vez
más luminosa. Si vive una vida intensa, vibra enormemente. Si tiene
una gran voluntad, se vuelve muy poderosa. Si se concentra mucho en
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cuestiones espirituales, se amplifica y se vuelve inmensa. Y la belleza,
es decir, la belleza de sus colores, depende de la armonía entre todas
las cualidades y virtudes. El aura tiene aún muchos matices, pero os he
dicho lo esencial.
Así pues, todos aquéllos que tienen buenos pensamientos, fe,
esperanza, bondad, pureza, reciben todas las riquezas de la naturaleza,
y lo que es malo ya no puede penetrar en ellos. Entonces, están
protegidos como por un escudo. Y, justamente, el escudo que lleva el
caballero en los cuentos no es otra cosa que el símbolo del aura. ¿Y la
espada del caballero? Son las proyecciones de luz que salen del
hombre. ¿Veis?, son dos símbolos. El aura, que es este recinto que nos
rodea, representa el principio femenino; y el pensamiento que el hombre
proyecta, su espíritu que se lanza hacia el espacio, representa el
principio masculino, activo, dinámico. Estos dos símbolos del escudo y
de la espada, que se remontan a la más remota antigüedad,
representan, por tanto, los dos principios; el principio femenino, el aura,
y el principio masculino, activo, el pensamiento sostenido por la
voluntad, que vuela como una flecha. Por otra parte, la espada, la
flecha, la lanza, siempre han representado el principio masculino, activo.
En astrología, Sagitario, que lanza flechas, es el símbolo del Iniciado
que proyecta su pensamiento. Tira con el arco para proteger la ciudad
de los Iniciados, para que ningún enemigo pueda penetrar en ella.
Mirad cómo, en el plano físico, los humanos han sabido
perfeccionar los utensilios y los aparatos con los que deben trabajar o
defenderse. Las aspiradoras han reemplazado a las escobas, los
tractores han reemplazado a las carretas, los tanques, los cohetes y los
misiles han reemplazado a las flechas, las lanzas y las bayonetas. Pero,
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en el plano espiritual, los humanos siguen siendo pobres, siguen
estando desprovistos. Y, sin embargo, existen en él medios y armas de
todas clases. Todo lo que han podido encontrar en el plano físico tiene
su equivalente en el plano espiritual. En el plano físico, son la piel y los
vestidos los que protegen nuestro cuerpo y, en el plano espiritual, es el
aura la que juega este papel.
No existe protección más eficaz que un aura pura y luminosa. Claro,
todos los objetos, las figuras o las fórmulas mágicas mencionadas por la
tradición esotérica tienen su razón de ser, todos tienen un sentido
profundo, pero ninguna fórmula, ningún talismán es tan poderoso como
el aura. Antes de dirigirse a los espíritus, y sobre todo a los espíritus
infernales, un mago traza un círculo para inscribir en su interior los
nombres de Dios, o símbolos; este círculo es un recuerdo del aura. No
puede dar órdenes impunemente a los espíritus tenebrosos si no tiene a
su alrededor un círculo protector, un aura poderosa. Generalizando,
podemos decir también que no obtendremos resultados espirituales si
no tenemos a nuestro alrededor un círculo de protección, es decir, el
aura compuesta de virtudes y de fuerzas divinas que simbolizan los
nombres de Dios inscritos en el círculo.
Pero muchos chapotean en las prácticas mágicas sin conocer el
origen de los símbolos que utilizan, ni comprender el sentido de lo que
hacen. Se contentan con conformarse a los ritos indicados en los libros,
sin pensar que hay que trazar también un círculo interiormente e
inscribir los nombres de Dios interiormente, es decir, adquirir las virtudes
que forman un aura de pureza, de santidad, de luz y de amor. Ignoran
todo esto, y por eso son vulnerables, a pesar del círculo. Sólo han
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trazado el círculo exteriormente; interiormente no están a punto y, por
tanto, no están protegidos.
Cuando se dice que el mago sostiene en su mano una varita, o una
espada, que se pone dentro de un círculo y que lee fórmulas en un libro,
es completamente exacto, pero, para el Iniciado, cada uno de estos
detalles corresponde a una condición que debe cumplir, en primer lugar,
en sí mismo.5 El Iniciado debe tener la varita mágica interiormente, la
espada interiormente, y el libro también, interiormente. El Iniciado lee, y
el libro representa el conocimiento de todas las fuerzas y de todos los
espíritus. La varita mágica, o la espada, representa la voluntad con la
cual debe operar. Si no tiene esta varita, quiere decir que no posee la
voluntad, y que no podrá conjurar a los espíritus.
Y ahora, ¿cómo hay que trabajar con el aura? Podemos hacerlo de
dos maneras. En primer lugar, con la voluntad consciente, es decir,
concentrándonos, imaginando que nadamos en los colores más puros,
más luminosos. Para tener una idea exacta de los siete colores debéis
serviros de un prisma. Los colores que veis en la naturaleza en las
flores o los pájaros no son nunca exactamente los de la luz solar.
Mientras que con el prisma veréis lo que son verdaderamente el rojo, el
naranja, el amarillo, el verde, el azul, el índigo y el violeta… Después,
podéis hacer un ejercicio imaginándoos que los colores salen de
vosotros y se propagan por el espacio, que estáis sumergidos en esta
luz, en estos colores, que estáis rodeados por una esfera luminosa y
que enviáis vuestro amor a todo el universo. ¡Son unos ejercicios tan
agradables que quizá ya no queráis dejar de hacerlos!
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El segundo método es trabajar con las virtudes: la pureza, la
paciencia, la indulgencia, la generosidad, la bondad, la esperanza, la fe,
la humildad, la justicia, el desinterés. Este segundo método es más
seguro. Trabajáis con las virtudes, y son las virtudes mismas las que
forman el aura. Evidentemente, si podéis trabajar con los dos métodos
será todavía mejor. Con las virtudes se realiza de forma natural; con la
voluntad consciente también se realiza, pero es menos eficaz. Porque,
supongamos que os concentráis todos los días en los colores del aura,
pero que, al mismo tiempo, vivís una vida completamente ordinaria,
transgrediendo las leyes divinas: por un lado, construís, pero, por otro,
destruís. Por eso es mejor juntar los dos métodos: vivir una vida
honesta, pura y llena de amor y, al mismo tiempo, trabajar
conscientemente con el aura, con la imaginación.
Como os dije, el aura, a medida que se desarrolle, os permitirá
comulgar con todas las regiones del espacio. Estudiad los planetas de
nuestro sistema solar: unos de otros están separados por millones de
kilómetros pero, en realidad, se tocan, están fusionados y forman una
unidad. Sí, sólo en apariencia están separados. Tomemos el ejemplo de
la Tierra: los continentes tienen cierta extensión, pero las aguas cubren
una superficie todavía mayor; a su vez, la atmósfera gaseosa que
envuelve al planeta ocupa varias veces su volumen; y, más allá de la
atmósfera, la Tierra tiene un cuerpo etérico, un cuerpo astral y un
cuerpo mental, todavía más vastos… Porque la Tierra es una criatura
animada, inteligente, que tiene también un alma y un espíritu.6 Y como
sucede lo mismo con los demás planetas, ¿veis?, todos se
interpenetran. Sus cuerpos físicos están alejados, pero sus auras, sus
emanaciones, se fusionan. Así
es como se pueden explicar en
astrología las influencias planetarias; porque, gracias a su aura, los
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planetas se interpenetran y actúan unos sobre otros y sobre las
criaturas que los habitan.
Hay muchas cosas sobre el aura que todavía no están explicadas,
pero lo esencial es aprender a ocuparos de vuestra aura, lo mismo que
os ocupáis de vuestra piel. Tomáis baños, os laváis, os ponéis cremas,
¿verdad?… Pero, evidentemente, para el aura es un poco más difícil.
En todo caso, ¡no se pueden aplicar lociones, cremas… o filetes para
suavizarla! Por otra parte, tampoco para la piel es esto muy
aconsejable. Hay mujeres que no se lavan la cara, dicen que para no
estropear su piel. ¡Pero si no hay nada más maravilloso que el agua!
Dejad estas lociones y estas cremas, porque algunas incluso son
peligrosas: de esta manera no sabéis lo que penetra a través de
vuestros poros.
Actualmente la gente está acostumbrada a mejorar únicamente la
apariencia, pero en el futuro la humanidad insistirá más en lo interior y,
en vez de correr a todos los institutos de belleza terrestres, las mujeres
entrarán en su instituto de belleza espiritual, es decir, trabajarán con su
aura. Éste es el verdadero instituto de belleza. Un aura intensa,
luminosa, aporta el embellecimiento… ¡y este embellecimiento, al
menos, es duradero! Porque una mujer que sale de un instituto de
belleza es bonita durante veinticuatro horas… y, al día siguiente, ¡qué
vejestorio! Sí, porque la mejora no viene de dentro, y todo lo que no
viene de dentro no dura.
Las partículas emanadas por un gran Maestro son vivas, intensas,
luminosas, poderosas. Al penetrar nuestra aura, estas partículas entran
en nuestra estructura y transforman nuestro ser. Los que han recibido
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con amor estas emanaciones, empiezan un día a pensar como su
Maestro, a actuar como su Maestro, y se vuelven libres como él. Claro
que eso sólo sucede años después, pero sucede. Desgraciadamente, la
gente no se para nunca en lo invisible. Sólo cuentan con lo que se les
puede mostrar o pueden tocar. Lo demás, lo ignoran. Y, sin embargo,
¡es tan importante!
Decidíos, pues, a trabajar con el aura y comprenderéis muchas
cosas. Cuando estáis coléricos, estáis sumidos en un color rojo fuego,
pero sombrío, sucio, que es muy diferente del rojo rosado del amor. Y si
no tenéis fe, si no tenéis paz, el azul de vuestra aura es apagado, feo;
mientras que, cuanto más aumenta vuestra fe, tanto más el color azul
se parece al azul del cielo.
Tratad de hacer cada día este ejercicio. Procuraos un prisma, y,
orientándolo hacia la luz del Sol, veréis cómo, al atravesarlo, la luz se
descompone en siete colores. Y, después de haber contemplado bien
los verdaderos colores, cerrad los ojos e imaginad que estáis envueltos
en el violeta, después en el azul, después en el verde, y así
sucesivamente… O bien empezad con el rojo para ir hasta el violeta,
manteniendo unos minutos cada color a vuestro alrededor. Practicando
cada día este ejercicio llegaréis a purificar vuestra aura, a reforzarla, y
os sentiréis tan bien que estaréis asombrados. Incluso cuando alguien
de vuestra familia o alguno de vuestros amigos está enfermo, o es
desgraciado, o está desanimado, si queréis ayudarle verdaderamente,
haced lo mismo con él, enviadle los más bellos colores del prisma. Sí,
¡cuántos ejercicios se pueden hacer con el aura y los colores!
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Todos estos ejercicios con los colores podéis hacerlos yendo por la
mañana a la salida del Sol. Mirando al Sol, viendo el aura que le rodea y
cómo brotan los colores de él y se propagan por el espacio, decís: “Yo
también quiero rodear mi ser de luz, de oro, de naranja, de azul, de
violeta…”7 Y bañaos durante un buen tiempo en este esplendor, en
estos colores, contempladlos, imaginaos que van muy lejos, muy lejos, y
que todas las criaturas se mueven en esta atmósfera maravillosa, que
nadan todas en esta luz, que están impregnadas de esta luz… y vuestra
aura será para ellas una bendición. Podéis conseguirlo, porque no hay
límites. Son los hombres los que siempre se crean límites. Hay que
tener una ambición insaciable para el bien y decir: “¡Iré hasta allí!” Un
Maestro, un discípulo muy elevado, envían su amor a toda la creación, a
todo el universo, y este amor va más lejos que las estrellas… Sí, para
algunos, ¡es una realidad! Envían su amor hasta las estrellas y, como
una ola, el amor de las estrellas rompe sobre ellos, y nadan en el amor,
viven en el amor cósmico.
Notas
1.Cf. “En espíritu y en verdad”, Col. Izvor nº 235, cap. IX: “La piel, órgano del
conocimiento”.
2.Cf. El Libro de la Magia divina, Col. Izvor nº 226, cap. XII: “La mano”.
3.Cf. “Y me mostró un río de agua de vida”, Parte III, cap. I: “El sistema de los seis
cuerpos”.
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4.Cf. “Sois dioses”, p. 168 p. 543 – 544.
5.Cf. “Buscad el Reino de Dios y Su Justicia” Parte VI, cap. 3 – II: “Círculo, varita y
palabra mágicos”.
6.Cf. Los frutos del Árbol de la Vida – La tradición cabalística, Obras completas, t.
32, cap. XX: “La Tierra de los vivos”.
7.Cf. Los esplendores de Tiphereth. El Sol en la práctica espiritual, Obras
completas, t. 10, cap. XI: “Los espíritus de las siete luces” y cap. XII: “El prisma,
imagen del hombre”.
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II
Una de las funciones del aura es asegurar los intercambios entre
los astros exteriores y los astros que hay dentro de nosotros. Si nuestra
aura es impura, sombría, no sólo no puede captar las buenas corrientes,
sino que capta las malas. Se dice que existen planetas benéficos y
planetas maléficos. Pero, entonces, ¿por qué un mismo planeta actúa
favorablemente en algunos y desfavorablemente en otros? Es sencillo:
el que sólo recibe sus malas influencias no está preparado para captar
las buenas. En realidad, todos los planetas son benéficos, pero su
acción sobre el hombre depende del aura de éste. Si en su aura se
encuentran elementos que no permiten que las influencias benéficas de
un planeta penetren en él, las corrientes que este planeta envía se
alteran, se rompen y producen efectos nocivos. Mientras que si su aura
es pura, poderosa, todas las influencias, incluso las malas, se vuelven
buenas para él.
No os extrañe oír que los planetas existen también en nosotros… El
hombre es un reflejo del cosmos, todos los planetas existen igualmente
en él y, como en el universo, giran en torno a su Sol interior. 1 Hay
muchas cosas que decir sobre esto. Esta ciencia era conocida en el
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pasado; ahora está casi perdida, pero, en el futuro, se enseñará de
nuevo.
Marte, Saturno, Urano, Plutón, son considerados como planetas
maléficos; en realidad lo son, sobre todo, para las criaturas que no
dejan pasar sus virtudes. Las buenas cualidades de Marte son la
voluntad, la audacia, el deseo de vencer las dificultades, de alcanzar la
meta que uno se ha fijado; y las malas son, evidentemente, la crueldad,
la violencia, la necesidad de destruir. Las buenas cualidades de Venus
son la belleza, el encanto, la delicadeza, y las malas, la sensualidad, la
ligereza, la infidelidad. Son los buenos o los malos aspectos de estos
planetas los que se manifiestan en el ser humano, según que el aura de
éste sea pura o esté obstruida por elementos que, por afinidad, atraen,
justamente, sus buenas o sus malas influencias.
Estas leyes también son válidas para los demás planetas. Es la
calidad de nuestra aura la que atrae las virtudes de Saturno (la
paciencia, la estabilidad, el deseo de conocer) o sus defectos (la
tristeza, la obstinación, la acritud), las virtudes de Júpiter (la grandeza,
la generosidad, la bondad, la clemencia) o sus defectos (la ambición, la
vanidad, el deseo de dominar a los demás, incluso de aplastarles). La
cuestión que se le plantea al discípulo, pues, es la de saber trabajar con
su aura para que ésta reciba solamente las influencias favorables de los
planetas. Porque, contrariamente a la opinión de la mayoría de los
astrólogos, las influencias buenas o malas de los planetas sobre un ser
humano no dependen exclusivamente del signo y de la Casa en los que
se encuentran, ni de los aspectos que forman entre sí; según el grado
de evolución de la persona, estas influencias van a manifestarse de
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forma diferente. Por eso se dice que “los astros inclinan, pero que no
determinan”.
¿Veis lo importante que es la cuestión del aura? Si vuestra aura no
es pura, no sólo las buenas influencias de los planetas, sino tampoco
las bendiciones que los seres angélicos envían a la Tierra, podrán
penetrar en vosotros por culpa de todas las capas espesas que ocultan
a vuestro verdadero ser. Cuando las nubes son espesas, ocultan el Sol,
que ya no puede calentar ni iluminar a las criaturas. Lo mismo sucede
en toda persona angustiada, turbada, llena de ira o de odio: hay nubes
en su aura. Por otra parte, el aura tiene una infinidad de vibraciones
sutiles; está animada por movimientos rápidos, varía constantemente,
en función de nuestros estados de conciencia, o incluso nuestro estado
de salud. El hombre posee, claro, un aura que es constante y que
muestra lo que es él profundamente, pero hay matices que varían de un
momento a otro. Es como para la cara: a lo largo de la jornada ésta
pasa por todas clases de expresiones, sin que cambie por ello la forma
de la nariz, de la frente o de la boca. Lo mismo sucede con el aura: está
compuesta por ciertas radiaciones, por ciertos colores que revelan la
verdadera naturaleza de un ser humano, aquello que no va a
modificarse en el transcurso de su existencia, mientras que otras
vibraciones van y vienen, expresando estados pasajeros.
Así pues, aquéllos que se dejan llevar por ciertas emociones o por
ciertas debilidades, enturbian sin cesar su aura, y, cuando las fuerzas
benéficas quieren penetrar en ellos para hacer su nido, se ven
impedidas por verdaderos caparazones de colores apagados y opacos.
Suponed que viváis una vida poco razonable, caótica; vuestra aura
estará atravesada por tantos torbellinos y vibraciones desordenadas
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que ya no será una pantalla suficientemente poderosa para poder
resistir los ataques y las hostilidades del mundo invisible. Además, los
intercambios que hagáis con el universo y con todas las criaturas
tampoco serán armoniosos. De acuerdo con la ley de afinidad, sólo
recibiréis del universo lo que es desordenado, caótico y sombrío, y todo
lo luminoso será rechazado. La luz atrae la luz, la pureza atrae la
pureza.2 Por tanto, si vuestra aura es impura, apagada, caótica, todas
las fuerzas armoniosas, puras y luminosas se quedarán fuera, y sólo lo
apagado y feo se precipitará en ella, porque sólo dejará pasar aquello
que se le asemeja. Como decimos en Bulgaria: “Los borricos que tienen
sarna se huelen por encima de siete colinas”… ¡y se encuentran!
Por tanto, si vuestra aura no es luminosa, no es una buena cortina
de protección, ni un buen aparato para percibir el mundo invisible y el
lado oculto de las cosas, y no tenéis ni intuición, ni presentimientos.
Tampoco podéis hacer intercambios con el Cielo, y los seres de las
regiones lejanas ni siquiera se dan cuenta de vuestra existencia; los
seres del mundo invisible, que viven muy arriba, no os ven. Mientras
que, si vuestra aura es luminosa, os ven. ¿Cómo? Suponed que
navegáis en el océano durante la noche; si vuestro barco no está
iluminado, nadie lo verá. Pero, si hacéis señales, si proyectáis luces, os
verán inmediatamente y la comunicación se establecerá. Se trata de
una imagen, evidentemente, porque en nuestros días existen muchos
otros medios para establecer comunicaciones, pero os da una idea de lo
que quiero haceros comprender.
La Tierra es como un océano sobre el que navegamos de noche;
estamos en la oscuridad, y si no proyectamos, desde dentro, señales
luminosas, los seres invisibles, los ángeles, los arcángeles, no nos
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verán. Debemos, pues, proyectar luces, y es el aura la que las proyecta.
Así pues, el que posee un aura muy luminosa es visto por los obreros
del Cielo y, si les llama, éstos pueden dirigirse hacia él, a causa de su
luz. Esto también es una imagen… porque, si los espíritus angélicos
quieren encontrar a alguien, podéis imaginaros que tienen, para ello,
más de un medio a su disposición. Desde siempre se ha dicho que la
Tierra es un valle de lágrimas, de sufrimientos y de tinieblas. Sí, y no
tiene nada de extraño si los hombres pasan desapercibidos cuando
sufren, gimen, se rebelan: ¡no emiten ninguna luz! Deben enviar señales
luminosas, y pueden enviarlas con su aura.
El aura sirve, pues, para atraer sobre vosotros la atención de los
seres celestiales. Pero os permite también tener acceso a las regiones
en donde habitan estos seres. Para poder ir a ciertos lugares debéis
tener un salvoconducto: en cuanto lo habéis obtenido, las puertas se
abren. Así es en el plano físico, y así es también en el plano espiritual.
Para penetrar en ciertas regiones del mundo invisible hace falta un
salvoconducto, y este salvoconducto es el aura, los colores que ésta
contiene. Así, para ser admitidos en una región determinada tenemos
que poseer en nuestra aura los colores de esta región. Si poseéis, por
ejemplo, el color amarillo dorado, seréis recibidos en las bibliotecas de
la naturaleza y todos los secretos os serán revelados. El azul os llevará
a las regiones de la música o de la religión, el rojo a aquéllas en las que
extraeréis la esencia misma de la vitalidad. El aura es, pues,
determinante para ser recibidos en el mundo invisible. Los colores que
se manifiestan en ella son salvoconductos para aquéllas regiones que
les corresponden, y los espíritus que habitan en estas regiones os
reciben y vienen a ayudaros.
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Pero el estado del aura, su pureza, su limpidez, dependen de la
manera de vivir del hombre. Si éste se deja llevar por la pereza interior,
por el desorden, por los vicios, su aura se vuelve semejante a una
ciénaga de donde se escapan todas clases de miasmas malsanas que
los demás sienten. Aunque no vean nada –porque, a menos de ser
clarividente es difícil ver el aura de los humanos- sienten una atmósfera
pesada, oscura, como junto a una ciénaga. Mientras que un Iniciado, un
Maestro, que durante siglos, durante milenios, ha trabajado para
desarrollar en él el amor, la sabiduría, la pureza, el desinterés, posee un
aura inmensa, en la que las criaturas vienen a bañarse y en donde se
sienten alimentadas, serenas, reforzadas, llevadas en una dirección
divina. Por eso, los discípulos pueden recibir muchas bendiciones del
aura de su Maestro, pero sólo si son conscientes, porque, si no son
conscientes, haga lo que haga su Maestro, seguirán cerrados a su
influencia.3 Pero el discípulo no debe contentarse con beneficiarse del
aura de su Maestro; él también debe trabajar sobre su propia aura, y,
para trabajar sobre su aura, debe cambiar de vida. Mientras no haya
hecho nada para cambiar su vida mediocre de debilidades y de
estupideces, todos los ejercicios de concentración sobre el aura que
pueda hacer no servirán de gran cosa. Sucede exactamente como con
la salud: si nos contentamos con tomar medicamentos, sin cambiar
nuestra manera de vivir, los medicamentos sólo serán paliativos. Pero
es muy difícil hacer comprender a los humanos que el único método
verdaderamente eficaz es un cambio en su manera de vivir.
El aura pura os aporta mejoras, en primer lugar a vosotros mismos;
pero transforma también el ambiente a vuestro alrededor, y por eso los
demás empiezan a amaros: sin saber por qué, se sienten bien a vuestro
lado. En realidad, lo que sienten es una presencia, la presencia de los
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seres luminosos que vuestra aura ha atraído. Las entidades celestiales
aman los colores puros y, cuando divisan a un ser rodeado de esta luz y
de estos colores, corren hacia él, lo mismo que las entidades
tenebrosas van junto a los hombres viciosos y malvados, que se
vuelven repugnantes para los que les rodean. Pero los humanos son tan
inconscientes que no saben ni por qué, ni cómo, atraen las cosas
buenas o las malas.
El aura es un mundo organizado, jerarquizado. Igual que el Árbol de
la Vida, está dividida en regiones en donde habitan los arcángeles, los
ángeles, los espíritus de la naturaleza, y también las entidades
inferiores. Ello depende de la vida del hombre. Aquél que tiene esta
gracia de estar habitado por los espíritus luminosos se manifiesta a
través de unos dones extraordinarios de clarividencia, de clariaudiencia,
de sanación… ¡hace milagros! Mientras que para aquél que ha atraído a
las entidades maléficas, hablamos de posesión, de embrujamiento…
Es todo un trabajo, pues, el que hay que hacer sobre uno mismo,
durante años, para hacer de su aura una antena capaz de atraer todo
aquello que es verdaderamente bello y benéfico en el universo. Si os
pregunto: “¿Os interesan verdaderamente vuestra salud, vuestra
belleza, vuestra paz, vuestra felicidad? ¿Queréis verdaderamente ser
amados?”, responderéis: “Sí, claro, ¡no queremos otra cosa!” Y,
entonces, ¿Por qué no hacéis nada para obtenerlo? Todas estas
bendiciones no os pueden llover encima, así como así, por casualidad.
El mejor medio para atraerlas es trabajar con el aura: con el amor la
vivificáis, con la sabiduría la hacéis más luminosa, con la fuerza de
vuestro carácter la volvéis poderosa, con una vida pura la volvéis
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límpida y clara. Las cualidades que le dais a vuestra aura dependen de
las virtudes que lográis desarrollar.
No hay que creer que desarrollando una sola virtud obtendréis
todas las bendiciones. No, cada cosa está determinada en el universo, y
cada virtud atrae una bendición determinada. Sería demasiado largo
hablaros de todos los matices, pero podéis reflexionar sobre ello
vosotros mismos. Si sabéis observaros, habréis debido notarlo en
circunstancias muy sencillas de la vida. Alguien habla, se expresa con
fuerza y convicción, y esta convicción influye en los demás. Pero,
analizad bien sus palabras, y os daréis cuenta, quizá, que ha dicho
muchas tonterías. Inversamente, existen personas inteligentes y que
hablan inteligentemente, pero carecen de la capacidad de convencer;
no les escuchan. La fuerza de persuasión es una cosa, ¡y la inteligencia
es otra! De la misma manera, son virtudes diferentes las que le dan al
aura sus diferentes cualidades. Debéis reflexionar sobre esto y
comprender que, trabajando cada día para enriquecer vuestra aura con
cualidades nuevas, obtendréis todo lo que deseéis.
Notas
1.CF. Del hombre a Dios – Sefirots y jerarquías angélicas, Col. Izvor nº 236, cap. XI:
“El cuerpo de Adam Kadmon”.
2.Cf. Las leyes de la moral cósmica, Obras completas, t. 12, cap. XVI: “Si eres luz,
irás hacia la luz”.
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3.Cf. ¿Qué es un Maestro espiritual?, Col. Izvor nº 207, cap. X: “La presencia
mágica de un Maestro”.

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