Humanismo y tradiciones africanas: el improbable reencuentro

Transcripción

Humanismo y tradiciones africanas: el improbable reencuentro
ANÁLISIS
FERRAN INIESTA
Humanismo y tradiciones
africanas: el improbable
reencuentro
xiste una confusión de términos: el humanismo es un pensamiento dualista, alejado de las tradiciones o sistemas de pensamiento teo o cosmocéntricos. Pero sobre todo hay una creciente divergencia histórica entre la
modernidad europea y las vías tradicionales africanas: la colonización ha sido la
piedra angular de esta ruptura entre dos grandes modelos de concebir la vida.
E
En África, tras un siglo de modernización, la realidad del nuevo modelo con base
humanista (liberal o socialista), es innegable, pero su progresión no está asegurada
y su victoria no es ineluctable. Se habla de resistencias jerárquicas ante los principios igualitarios, se constata la disfunción tecno-económica frente a las teleologías
sociales no utilitarias, se concede un interés creciente a los criterios identitarios de
etnia o de cosmovisión para intentar dominar estos factores indóciles ante el paradigma moderno. Recolonizar África, pedía Mazrui.
Y el humanismo –aunque dividido en dos ramas, meridional y nórdico o protestante– no comprende las causas profundas de la disfunción africana, puesto que las
bases del imaginario humanista no son otras que las del conjunto moderno y su mitología igualitaria y progresista.
¿Cómo efectuar un dia-logos entre una tradición africana, deteriorada pero todavía viva, y un humanismo, con buena voluntad, que está en la base filosófica de la
ruptura entre Antrhopos y la Naturaleza, entre Anthropos y la Divinidad? Se puede
escuchar, visto el equilibrio de fuerzas a escala global, pero el Logos de Juan no
puede pasar puesto que ha sido reemplazado por el pequeño logos humanista, aristotélico, y su pequeña razón dualista.
Sin pretender desmotivar, este texto es una invitación a la reflexión moderna –occidental o africana–, para que se someta a un balance duro y poco complaciente
sobre quinientos años de hegemonía mundial en nombre de una humanidad divinizada. Bajo este punto de vista, la variante latina no es mejor para África que la del
Ferran Iniesta, Universitat de Barcelona.
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análisis
norte, a causa de la mayor presencia tradicional en el seno del pensamiento neolatino: pero esto no es una cualidad humanista, sino una prueba de la persistencia tradicional en las sociedades mediterráneas. Es la tradición, en versión mayoritaria
africana o minoritaria en Europa, que puede establecer un puente de diálogo entre
los dos continentes, pero nunca una modernidad sorda y ciega, pese a su buena voluntad humanista.
Lejos de los campus universitarios, lejos también de los dualismos nacionalistas o
religiosos, las tradiciones se hacen un hueco como único espacio dialogal entre las
culturas y los humanos. En los bosques, en las sabanas y en los barrios, los senderos
africanos de la tradición despliegan sus modelos de sociedad con un horizonte distinto al de las utopías humanistas, siempre hacia adelante. El humanismo podría
aprender, en África, a hundirse para la mejoría de un mundo enfermo de universalismos engañosos, como pedía Pathé Diagne en 1981. Pero, sin duda, el humanismo no tiene actualmente los medios, cuando su pensamiento se ha convertido en
global y su utopía, una prisión mundial.
■ Una revisión conceptual
■ Las tradiciones africanas en el paroxismo humanista
Plantear las tradiciones como un problema es ignorar la principal responsabilidad
en la actual situación: el modelo moderno, llevado hoy a su paroxismo. Es necesario sustituir la problemática de las tradiciones ‘locales’ en el seno de la historia, y la
historia en el seno del sentido profundo de la especie. No se puede comenzar el
análisis por abajo, lo ‘local’, la tradición ‘africana’, sin cometer un error elemental.
■ Humanismo: lo particular globalizado
El dualismo moderno. Desde hace 500 años –pero en alza desde 1700– la vieja
cosmovisión dualista de los sofistas (tierra-tierra) se ha extendido en la teoría y en la
práctica sobre el planeta, hasta alcanzar al fenómeno llamado de la globalización.
Separar al hombre de la naturaleza, del cosmos, de la divinidad conduce a una carrera desenfrenada contra los límites, por tanto hacia la destrucción (Guénon).
Las bases del humanismo. Ha sido edificado como la expresión teórica de una
multiplicidad de individuos, iguales y aislados (Tocqueville). Pero el humanismo y
su Estado, así concebidos, son el trampolín para las clases menos aptas y enseguida
de los individuos más rapaces: el humanismo está actualmente dominado por un
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pensamiento oficial estéril y el Estado moderno se encuentra bajo el control de los
‘chandalas’, los sin casta, los individuos más vacuos (Deyme de Villedieu).
La deriva esclavista africana. No es casual que los comienzos del cáncer moderno se volcasen sobre una África donde, rápidamente, los poderes pactaron con
Europa. Los poderes negros, ya proclives a una visión escindida de lo real, salvo excepciones de mérito, se aprovecharon pronto de la subversión de los límites tradicionales que Europa les ofrecía: 400 años de dolor, traiciones, violencias prepararon África para el advenimiento moderno.
La colusión colonial en el siglo XX. Ha habido una colusión, una colaboración,
un acuerdo entre la rapacidad del dualismo moderno y la rapacidad dualista africana, reforzada por 400 años de prácticas impopulares, en el justo sentido de la palabra. Los dos dualismos, el moderno y el posnegrero, han establecido su pacto de
larga duración sobre la base del Estado colonial (Clapham).
La autoridad llamada ‘local’. De hecho, frente a la expansión de la modernidad
bajo su forma capitalista, todos los poderes tradicionales –centralizados o no– han
sido despreciados al ser calificados de ‘locales’ (Godelier). Lo universal ha sido reservado a la modalidad más particularista y miserable de lo local: el individualismo
en su variante del ‘farmer’ norteamericano, el WASP. Pero los términos ‘chefferie’,
‘local’ son velos que pretenden ocultar la existencia de las sociedades todavía tradicionales.
Del insulto a la adulación. Durante cien años (el siglo XX), se han perpetrado deportaciones y humillaciones modernas –europeas y africanas– contra los ‘potentados locales’, ‘big man’, ‘régulos’ y otros ‘jefes de aldea’, incluso si se trataba de califas o de reyes para millones de autóctonos. Pero, finalmente, el fracaso ha quebrado
el discurso moderno y ahora se habla del peso de lo ‘local’ (Cahen) e incluso de la
conveniencia de reconocer los poderes tradicionales como un hecho molesto pero
incontestable (Mappa).
■ Las tradiciones frente al estado humanista
La tradición local es lo universal. Cada forma antigua, clásica, tradicional, en
Europa o fuera, ha sido una expresión local, particular, rica, única, de la concepción de lo humano, del universo, de lo Absoluto. Cada idea, institución e historia
local eran y todavía son un aspecto, un lado del prisma único de la sabiduría elemental de nuestra especie. Y la realeza divina ha sido el eje de esta antigua comunión (Hani): las sociedades acéfalas han sido una invención de la antropología colonial.
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análisis
Jerarquía y límites en las tradiciones africanas. Nadie ignora los fallos prácticos
de los sistemas africanos tradicionales, tras 400 años de trata negrera y 100 de modernización. Empero, la única jerarquía legítima –por su origen y por sus posibilidades– continúa siendo la tradicional: los límites del poder son los de la tradición, pero también los –ilegítimos– del Estado (Kopytoff). Los dos poderes deben transigir,
abiertamente o a escondidas, puesto que no es el momento de una victoria fácil del
universalismo humanista o de las estructuras tradicionales.
Jefes y administradores. La relación de fuerzas –sobre todo a escala mundial– se
impone, y al poder, de hecho del Estado, se le llama autoridad. Pero la autoridad es
solamente aquella que se desprende de una herencia tradicional, del mantenimiento de esta herencia y de una transmisión fiel de los principios de dicha herencia. De
hecho, el administrador es un extranjero, incluso si pertenece al mismo grupo que
debe gestionar por cuenta del Estado. El administrador africano del siglo XXI tiene la
intuición que es superado en todo por la autoridad tradicional: un delicado equilibrio se puede establecer sobre la base de la no injerencia en la gestión ‘local’
(Adler).
La tradición africana frente a la moderna subversión. Precisamente porque los
africanos modernos más inteligentes han comprendido la razón del fracaso de sus
países, enmiendan las constituciones para dar cabida a las autoridades tradicionales. Intentan debilitarlas, pero el hecho está ahí, un poco por todas partes (Uganda,
Suráfrica, Etiopía, Camerún). Otras modificaciones están en marcha con respecto a
la ‘laicidad’ de sociedades tradicionales en el ciento por cien (Senegal), puesto que
el individualismo escasea al sur del Sahara.
Una retradicionalización de las sociedades africanas. Como de costumbre en
tiempos oscuros, los dirigentes –incluso los tradicionales– van con retraso con respecto a sus pueblos, siempre menos miedosos, más intuitivos. Frente al vacío espiritual aportado por la modernización, África se mira a sí misma para superarse. No es
el integrismo –moderno, musulmán o cristiano– quien marca el futuro, sino el retorno a las fuentes holistas y cosmocéntricas de las sociedades: sobre el plan fundamental, las gentes de Mbog, de Cristo o de Alá se reencuentran en un sentimiento
compartido –Maat, Logos– que escapa a los dualismos (A. H. Bâ).
Acción tradicional y ociosidad estatal. El buen administrador, al igual que su patrón –el estado perspicaz– se limita a los asuntos superficiales y no se inmiscuye en
las cuestiones de fondo. La pujanza cultural, la riqueza multiforme africana sale a la
superficie y recupera parcelas enteras de poder: enseñanza (Senegal), farmacopea
(Suráfrica), justicia (Camerún), preeminencia en las celebraciones populares (en todos los países).
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■ El fraude conceptual desvelado
La sacralidad del mundo. A menudo, los humanistas hablan de ‘sacralización’ de
un espacio, un objeto, una acción. Nada de eso: puede ser cierto para el racionalista moderno que va a misa el domingo, a la sinagoga el sábado, a la mezquita el
viernes o al bosque sagrado de los ancestros cuando el calendario lo impone, pero
no se puede sacralizar aquello que es divino desde los albores cósmicos. Los tradicionales –de cualquier cultura o continente– lo han sabido siempre: la Manifestación es sagrada, puesto que es una chispa del Infinito, de la Eternidad. La realidad
es sagrada, puesto que pertenece a la Realidad absoluta, como una de sus posibilidades. Y nosotros estamos en su interior (jefe Seattle, 1855).
Axialidad del sentido del mundo. No se puede aceptar que se obtengan las migajas, en espacios privados, de aquello que nos pertenece por naturaleza, por realidad, por conciencia íntima: la centralidad de las tradiciones, su vida consciente y
regulada de forma histórica de cada pueblo o nación (en el noble sentido antiguo).
La vida tradicional en África no es marginal, está todavía en la actividad social
(Ndaw). Las constituciones modernas no pueden ‘otorgar’ nada a los pueblos africanos, puesto que la legitimidad les pertenece desde hace miles de años.
Rehacer el consenso no es la democracia. Los estudiantes de los campus africanos, y a veces también los profesores-investigadores, hablan a menudo, con la mejor intención, de ‘antiguas democracias africanas’. Pero no se deben hacer mezclas
y, mucho menos, confusiones favorables a una referencia democrática como valor
clave: el consenso es holista, sabio, lento, prudente y pertenece a las culturas tradicionales, por tanto jerárquicas (L. Dumont). El consenso no excluye el sentido profundo de la jerarquía, sea metafísica, cosmológica, científica o tecnológica, en orden decreciente, pero lo exige.
La democracia no es posible en las sociedades teo y cosmocéntricas. El modelo
político moderno no es únicamente un sistema electoral, sino el reflejo de una concepción atomista del mundo y de la humanidad, un paradigma cuya base es el rechazo de la Divinidad, por consiguiente de la sacralidad inagotable del mundo (R.
Panikkar). Su éxito ha sido el resultado de un doble fracaso: la degeneración del
modelo antiguo europeo y el ascenso de las fuerzas dualistas en Europa. Somos
Iguales frente al Ser, al Uno, al Mbog, pero somos diversos, múltiples y jerárquicamente articulados en el seno del Universo: los egipcios antiguos no se engañaron
como más tarde lo harían los griegos dualistas, unos aceptando aún una realidad
trascendente per lejana (Aristóteles), otros no viendo más que una simple realidad
terrena sumida en el absurdo (Demócrito).
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análisis
La tradición africana no es humanismo. La hegemonía globalizante de la modernidad intenta dotarse de ancestros que nunca han sido los suyos, pero consigue
sembrar la confusión por todas partes. El humanismo es un pensamiento dualista,
que ve la realidad escindida, al situar los efectos como base generadora de lo real:
la parte nunca ha explicado el todo, y el todo no es el subproducto de una suma de
las partes (los sabios y los poetas lo saben). No se puede encubrir la emergencia del
dualismo humanista como si no formara parte íntima de la propia expansión moderna (Iniesta). Y aún más, no podemos ignorar por más tiempo la voluntad desarraigante, homogeneizante y liquidadora del humanismo globalizado, dirigido contra
todas las tradiciones, de África y del mundo. Las tradiciones, por tanto, son lo
opuesto al humanismo, que siente horror ante la diferencia.
¿Qué Renacimiento africano? Es necesario preservarse del bolivarianismo en
África: Bolívar ha promovido una América Latina moderna, y esto ha empobrecido
los pueblos, roto las tradiciones que permanecían e, involuntariamente, ha puesto a
las sociedades en un seguidismo mendicante respecto a América del Norte, la más
moderna de las sociedades de Occidente. El bolivarianismo, con las mejores intenciones, ha desviado las mejores fuerzas hacia la banalidad, y sus pueblos han perdido su esencia histórica, su razón de ser en el mundo. El Renacimiento Africano, de
Museveni y Mbeki (Mavimbela), tiene la simpatía de los pequeños Davides que se
levantan frente a los Goliats, pero su proyecto es en lo esencial moderno, con ribetes tradicionales: esto prueba la fuerza de las tradiciones en el continente, pero no
deben confundirse los efectos secundarios con las causas profundas. El verdadero
renacimiento está en marcha, fuera de los medios de comunicación: son las tradiciones que retoman su lugar, que depuran los errores históricos, que rebautizan la
elite de África. Y esto pasa lejos de las cancillerías, salvo notables excepciones: el
bolivariano –neofaraónico o panafricanista– es un reformista moderno, no un tradicional.
Paths in the Rain Forest. Se había escrito sobre los antiguos senderos (Vansina).
Pero hablamos aquí de las vías de la diversidad, la multiplicidad, la unidad teleológica profunda perseguida desde todas las fracciones de la especie. En los campus
africanos, las inquietudes se multiplican, se interroga al islam, al cristianismo, a las
antiguas tradiciones, siempre vivas. La opción dualista –religiosa o moderna– es la
más fácil de seguir, con estos ejes destructores del Bien y del Mal (humanistas, islamistas, tradicionalistas y todos los ‘istas’), pero la tranquila fuerza de las tradiciones
emerge en la emergencia teórica africana y en la gestión tradicional en los pueblos
y las ciudades. Son los caminos de la Ennéada, del Múltiple (Fall-Guèye), y están lejos de la derrota ansiada por el Leviatán Global.
Nuevos ojos sobre el mundo. Es necesario recuperar la antigua sabiduría, las certidumbres elementales y ver la historia humana, y la de África en particular, con los
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ojos abiertos, liberados del velo conceptual moderno. Es necesario, en cada especialidad, en cada oficio, en cada función de África, mirar el sentido profundo de los
hechos, del pasado, del presente. Incluso si las aguas globales bajan turbias, la tarea
intelectual de la gente de tradición es percibir el sentido de cada acontecimiento, y
colocarse correctamente, discretamente, con firmeza: África, tierra de sufrimiento
desde hace 500 años, es todavía el lugar privilegiado para plantar cara a la confusión humanista. La tarea es ardua, pero el deber impide el desfallecimiento, puesto
que Maat (Logos, Mbog) no ha dejado el Universo donde existimos, y esto da fuerza
inagotable a las tradiciones.
Texto escrito en octubre de 2003
Traducción del francés: Antoni Castel.
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