ANARQUISTA def.qxd

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Copyrigth Luis E. Prieto, 2002
Los textos que figuran incluídos en esta antología han sido cedidos por los autores exclusivamente para esta edición
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Editado por: ALTERNATIVA EDITORIAL
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Galicia (Europa)
Editor asociado: OURENSE DIXITAL
Primera edición: 2.000 ejemplares en impresión offset y digital secuenciada
Impreso en: GRAFICAS GALEGAS (Ourense)
Encuadernación: SANTES ENCADERNACIONS
Depósito legal: OU - 159 / 2002
ISBN: 84-96085-06-6
Indicativos: 49.408 palabras
9.402 vocablos diferentes
Maquetación: Rori González
Ilustraciones originales de: Xabier González
Web site del autor: http://www.inicia.es/de/lepv
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Este libro se sustenta bajo la premisa de ser una publicación editorial sin ánimo de lucro. El autor
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Prólogo
Diario de un anarquista atávico:
Del atavismo desesperanzado a la rebelión melancólica
A finales de la década del 60 tanto en Europa (mayo francés) como en
Latinoamérica, empiezan a caer las utopías de sociedades armónicas y justas por sí mismas. El ser humano se encuentra frente a frente con una realidad que redimensiona
todas las formas de la negatividad de su existencia, de su destino, que lo conduce a lo
que Lyotard llamó "la condición postmoderna", alimentada por una vuelta al nihilismo,
como forma y mirada con que se interrelaciona con el mundo. De esta "nueva" visión
surge una literatura que de muchas maneras expresa a ese ser dentro de un horizonte
de negatividades, pesimismo, melancolía, crisis, ruptura; opuesta totalmente a una literatura con propuestas utópicas de armonía y bienestar, que en la literatura se mani fiesta con los finales felices, el humor, los héroes y la eterna o mediana felicidad.
El Diario de un anarquista atávico, de Luis E. Prieto, refleja todas las características
de una obra postmoderna, no sólo por la fragmentariedad del discurso narrativo, sino
también por el nihilismo de su personaje antihéroe, que dibuja a perfección la soledad,
las rupturas, las derrotas; el fin del hombre como eje y centro de su mundo, de su
entorno; el fin del héroe. Características que devienen de la modernidad literaria, que
a su vez proviene de los signos y síntomas del romanticismo artístico e histórico.
A pesar de la fragmentación de las vivencias el hilo narrativo tiene una continuidad,
siempre está presente, aunque se pudiera, al leer, dislocar el orden en algunos fragmentos sin que se altere la continuidad puesto que cierran su propia estructura de sentido en sí mismos como si fuesen relatos aislados.
Otra característica a resaltar es que en ningún momento del discurso hay preocupación
por connotar sugerencias metafóricas que expliquen poéticamente el sentido. Por el
contrario, se percibe la denotación del contar, de dejar constancia "histórica" de los
hechos, de las vivencias, sean imaginarias o tomadas de lo real. Esto nos lleva a asociarlo con obras literarias cuya intencionalidad es la confesión. Consciente o inconscientemente, hay necesidad de confesar, de plasmar los pensamientos, las vivencias
cotidianas.
Aunque "fuera del texto no hay salvación", como decía Greimás, padre de la semiótica,
llama la atención que el personaje anárquico y atávico ostente el mismo nombre que el
autor, igual que la esposa del anarquista tenga el mismo nombre que la esposa del autor.
Estos dos signos llevan inmediatamente a cualquier lector desprevenido a considerarlo
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a priori como una obra autobiográfica, sin embargo en la confesión, por la densidad de
la sustancia narrada, es posible el plantearse el doble juego. María Zambrano autora de
La confesión: género literario (1943) considera que la Confesión surge de ciertas situaciones en que la vida ha llegado al extremo de confusión y de dispersión; especialmente
cuando el hombre ha sido humillado, cuando se ha encerrado en el rencor, cuando "sólo
siente sob re sí el peso de la existencia". Es cuando más necesita que "su propia vida se
le revele". Y para lograrlo ejecuta el "doble movimiento propio de la confesión: el de
huida de sí, y el de buscar algo que le sostenga y aclare". Es que no es fácil exponerse
aún desde la ficción misma con un personaje antihéroe, excluido por sí mismo o por el
entorno, pero excluido.
Ese extraño género llamado Confesión, dice Zambrano, se ha esforzado por mostrar el
camino en que la vida se acerca a la verdad 'saliendo de sí sin ser notada' ". Es el género que se ha atrevido a allanar el abismo, "la enemistad entre la razón y la vida", entre
un exponerse desnudo frente al mundo o enmarañado entre analogías metamórficas,
novelescas o poéticas. Decir confesión es decir queja, "palabra a viva voz. Toda confesión es hablada, es una larga conversación y desplaza el mismo tiempo que el real. No
lleva como una novela al tiempo imaginario". Para esta filósofa española la confesión está
más próxima a la poesía que la novela, puesto que la poesía "es la que más a sentido la
maldición y en cierto modo todos los poetas son 'poetas malditos' ". En un poema logrado, en sus perfecta unidad, dice, encontramos lo más cerca no al tiempo puro que es el
que busca el que escribe la confesión, y que deviene desde el lenguaje de alguien que no
ha borrado su condición de sujeto. No son sus sentimientos ni sus anhelos, "son sus
conatos de ser" los que se develan en la Confesión. Diferentes del que se novela, del que
hace una novela autobiográfica, puesto que en ésta se manifiesta complacencia sobre sí
mismo, aceptación de su ser,
El Diario de un anarquista atávico, es una paradoja entre el hombre rebelde, indomable,
libertario y el hombre atado a los mandatos originarios, al orden cotidiano de vivir. El
personaje, quien narra, no busca reconstruir la vida, sino dejar constancia de ella, posiblemente desde la visión existencial del ser del absurdo, como una manera de ser, de
estar en el mundo. No narra desde la nostalgia sino desde el instante vivido,"siendo". Y
lo hace desde El hombre rebelde (Camus, 1953), rebelde sui generis que cuando pierde
la fe cae en la desesperanza, no en la desesperación que implica movimiento; más bien
desde el retiro, la ausencia, la exclusión. Suerte de fatalidad donde n ada sale bien, no
se cree en nada, no se encuentran valores afuera que permitan afirmar la vida, por lo
que nada tiene sentido. Nada vale la pena de ser defendido. No tiene sentido obrar. Se
reemplaza la acción por el diletantismo trágico desde el centro mismo de la negación y
el nihilismo. La gran diferencia de este Diario... con obras eminentemente de conciencia trágica es que además de la conciencia trágica hay una clara conciencia crítica, bien
centrada desde el ser mismo y que se acciona desde la ironía y el cinismo como recursos literarios. Víctor Bravo en su libro Ironía en la literatura (1993) considera que la
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visión irónica característica del hombre moderno es su "posibilidad de cuestionar las
evidencias y presupuestos de su cultura, y asomarse, con la lámpara de la reflexividad,
al abismo de la negatividad y de los estremecimientos: abismo donde el ser, en el resquebrajam iento de su identidad con lo divino, muestra su fragilidad y su escisión, y
asume la angustia como padecimiento y expresión". Y este cuestionar se dispara desde
la conciencia crítica que además es la que salva al personaje narrador.
La conciencia trágica marcada por la lógica del absurdo, supone para Camus (El
Mito de Sísifo (1951) la ausencia de esperanza, que surge de la de la exclusión, rechazo de los otros o de sí, insatisfacción consciente con el entorno, con la sociedad.
Inconformidad que nace de la confrontación entre la demanda silenciosa de afectos, de
atenciones, de orden, y la incomunicación, el silencio irrazonable del mundo, o la puerilidad en la comunicación, la superficialidad, Ejemplo de esto último es el fragmento inicial del diario: la ironía con la que se asume la banalidad de una gran celebración social,
extraña c elebración: un lunch con motivo de la menarquia de la hija y la menopausia de
la madre. Y así múltiples ejemplos de incongruencias con un "orden" mínimo con la "normalidad" real, como la ex esposa que pide. además del divorcio, la anulación del matrimonio (después de dos hijos y posiblemente un montón de años compartidos) porque se
quiere casar por la iglesia con su nuevo amor.
Dado el modo de asumir la vida desde lo absurdo, la desesperanza, la imposibilidad de
comunicación, hay necesidad de borrar, negar, tachar todos los escenarios que provocan desesperanza, lo que se hace desde la ironía.
Para Albert Camus el hombre cotidiano antes de encontrarse con lo absurdo, vivía esperanzado, con finalidades, con afán de porvenir, con justificación del hacer la vida, valorizando sus probabilidades, planificaba y se afanaba por los logros. Caso que se da en el
personaje narrador cuando decide reanudar su vida con un nuevo amor, Raquel, en un
nuevo intento de ser hombre cotidiano "normal", planifica con ella el alquiler de un nuevo
departamento y un viaje de vacaciones que se nota por las descripciones del narrador
que no iba a tener un buen fin a pesar de la ilusión y la fe en ese recomienzo. Como hombre de conciencia trágica, del absurdo, de la desesperanza. Cuando la ve dándose "una
paliza" con otro su reacción fue la retirada silenciosa pero firme. Un hombre "normal"
más de la desesperación que la desesperanza hubiese actuado con la violencia propia de
estos casos. Esto ahondó más su incomunicación, profundizó el ensimismamiento, la
enajenación con el entorno; enajenación que se diferencia de cualquier perturbación
mental, porque en el personaje narrador hay una clara conciencia trágica y crítica de lo
real; no hay desconocimiento del mundo real.
Albert Camus piensa que la salida sanadora para El hombre rebelde (anarquista) hombre del absurdo que se encierra en sí mismo, no es otra que reaccionar hacia fuera, gritar, vociferar si fuera posible, defenderse, enfrentar los caos y los fantasmas de la
cotidianidad. Y precisamente esto es lo que hace el personaje en la última escena que
cierra la obra. Y aunque lo hace delante de los fantasmas a los que convoca "mental5
mente" para despedir el año, es perfectamente válido como terapia regeneradora.
Este acto último liberador de fantasmas es realizado desde la abyección que según
Bataille (La abyección y las forma miserables: Obras escogidas, 1974), aparece cuando
el ser deja de esperar piedad para exigir cínicamente la aversión, porque sólo ésta terminará de romper el pequeño hilo que ata en una espera que es desesperanza. Desde
esta última e inequívoca exclusión quedará libre del acoso de los fantasma.
La abyección como forma de negativismo, de ruptura de todos los órdenes, es lo que en
definitiva le va a permitir dejar de esperar por los otros, por el orden institucional, por
el orden familiar y amoroso; es decir es la ruptura total con lo atávico, con los fantasma.
Para Julia Kristeva (Poderes de la perversión, 1980) la abyección es una de las formas
violentas y oscura de las rebeliones del ser contra aquello que lo amenaza y que le parece venir de un afuera o un adentro exorbitantes que lo hace sentir arrojado, excluido,
de lo posible, de lo tolerante. Como la familia que "lo excluye", las instituciones que no
funcionan, la amante que lo utiliza; o su propia incomunicación, su intolerancia.
Algunas de las formas que violentan o subvierten el "orden" supuesto, según Camus,
salvan al hombre rebelde de su propia destrucción, a ese "hombre lábil", de la modernidad, como lo define Ricoeur en Finitud y culpabilidad, 1991; lo salvan de su propia melancolía y desesperanza. Por ello, ese instante de abyección, de expulsión de la pedorreta,
y el corte de mangas, cierran y abren nuevas perspectivas, despide el año y los fantasma.
Las literaturas de la modernidad y de la postmodernidad han sido espejo del destino
extraviado o desencontrado del hombre contemporáneo, hombre que, al decir de María
Zambrano (El hombre y lo divino, 1955) tiene una vibración solitaria y muda, mudez que
sale desde el grito y el llanto contenido, paralizado por la angustia de vivir. Esto lo lleva
al escepticismo o a la irrisión, a una soledad casi insalvable. El reconocimiento, la conciencia de su situación trágica, sólo se da a cierto nivel de libertad, del despertar de su
conciencia trágica, al asumir su padecer trágico, hecho que se da en el personaje del
Diario, aún va más allá porque se nos revela desde una conciencia crítica irónica, que es
la que lo lleva a no convocar a las personas que lo han excluido, sino a sus fantasmas y
lo considera suficiente para hacer bo rrón y cuenta nueva. He ahí la paradoja de esta
estupenda obra para la literatura y la vida: el hombre rebelde libera al hombre atávico
que es quien lo ha llevado a ser rebelde melancólico.
María Luisa Lázzaro
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DIARIO
DE
UN
A N A R Q U I S TA
AT Á V I C O
Luis Enrique Prieto
3 - I - 200..
Hoy he recibido una invitación sui géneris:
La señora de Durán Fierro (de soltera Marisa
Claret y Doms), y su hija, señorita Marivi Durán
Claret, os invitan el día 15 de este mes en su finca
"Los Lucerillos" a un lunch con motivo de la menopausia y la menarquia, respectivamente, acontecimientos que desean celebrar con todo regocijo y
solemnidad. Se ruega confirmación
¿Confirmación de la menopausia o de la menarquia...? Confieso que tuve
que acudir al diccionario de la Real (no de la Real Sociedad, se entiende)
para enterarme qué era eso de la menarquia, que así, a bote pronto y de
primera leída, me sonaba a título político o nobiliario.
Menarquia: primera regla... ¡Dios mío! Doña Marisa había, esta vez, rizado el rizo de la novedad y el epatamiento.
Reconozco que a lo largo de mi experiencia de anarquista atávico y heterodoxo nunca había asistido a una fiesta tan curiosa, donde se celebrarían, a la par, la primera y la última regla de las féminas de la familia
Durán Fierro.
Por supuesto que confirmé mi asistencia. Después de meditarlo un poco
decidí escribir un correo electrónico a la señorita Durán Claret (porque a
Marisa todo eso de electrónico le sonaba siempre a energía nuclear y lo
detestaba entrañablemente) en los siguientes términos:
Para... [email protected]
Asunto... ENCANTADO...
"Este personaje que escribe ha quedado sorprendido, y encantado, con la invitación a tan curiosa fiesta. Por supuesto que acudiré con mis mejores galas,
pero...¿dichas galas, - por estar a tono con el origen de la fiesta-, deberán ser
de blanco y rojo, o quizá de púrpura y gualda? Ya me contarán...
Espero ansioso poder apreciar, in vivo e in situ, la "razón" de tan espectacular
evento.
Alá os guarde.
Luis, el anarquista atávico."
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Desde luego no esperaba ninguna contestación, pero me hacía ilusión, ya
que yo sería la máxima atracción provocativa y heterodoxa de la fiesta,
comenzar dándoles motivos para el escándalo y los comentarios.
¡Pobrecitos: se aburren tanto!
7 - I - 200..
Me acaban de ofrecer una honrosa prejubilación en mi trabajo. ¡A mí, que siempre luché
por el absentismo laboral y la Comuna de
Copenhague!
Se me ha acercado esta mañana mi inmediato
superior (que para mí no es más que un lacayo
del sistema y, desde luego, filosóficamente
hablando, mi inmediato inferior) y me ha dicho,
como si me ofreciera un poco de "costo":
- Luis, tenemos que hablar...
- ¿Si? -he contestado yo, en el mismo tono confidencial y de trapicheo- De asuntos laborales -me ha dicho algo más centrado-.
- Ah, bueno -he respondido, como si me cayera de un guindo-.
Me hacía gracia ver la cara de falsa preocupación y coleguismo que intentaba poner mi lacayo superior para endosarme la noticia. Seguro que llevaba, al menos, un par de días ensayando el programa, pero sus asesoras
de imagen, -Juana, su señora, y Reme, su cuñada-, en esta ocasión no
habían estado especialmente eficientes en su asesoría. Desde luego lo
hicieron muchísimo mejor cuando prepararon la campaña para que el bueno
de Alberto consiguiera el puesto de "sub-encargado de la sub-comisión de
asuntos sub-regionales del IPAME", que era lo que ahora ejercía con total
dedicación y vocación sin límites.
Entonces sí. Entonces las asesoras de Alberto, las sudodichas señora y
cuñada, montaron toda una estrategia, elaborada concienzudamente
durante días, y se la pusieron en bandeja a D. Jacinto, por entonces (aunque luego desfenestrado por turbios asuntos inconfesables) encargado de
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la comisión de asuntos regionales del IPAME. Entonces Juana y Reme, aún
de buen ver a la sazón, organizaron un "menage a trois" con D. Jacinto
en casa de Alberto que, según cuentan las malas lenguas, podría haber
servido de guión para cualquier película de la serie X. Y dicen esas lenguas viperinas que al pobre D. Jacinto una líbido se le iba y otra se le
venía ante el ataque furibundo de las hermanas, armadas con toda la gracia y donosura picarona que su tierra murciana les había regalado. Parece
ser que Alberto, mientras tanto, disfrutaba, embelesado y esperanzado,
de un soberbio partido de fútbol en el Canal Plus.
- Mira, Luis, hay que dar paso a los jóvenes... -me susurraba el memo de
Alberto con la mirada perdida en el espacio-.
- Claro, claro, Alberto... -le contesté intentando disimular la carcajada que
se me venía-.
- Ya he hablado con tesorería... -me susurró huidizo-.
- No te preocupes, hombre: ya lo tenía yo pensado -le dije para tranquilizarleA un anarquista atávico como yo se le abre ahora un abanico ingente de
posibilidades con la prejubilación a los 50 años. Pero, ahora que lo pienso: ¿qué posibilidades realmente?
No sé, tendré que pensarlo con más detenimiento...
13 - I - 200..
Bueno, aquí estoy, en mi apartamento de 70
metros con vistas al ruido y a la polución de
esta asfixiante ciudad que es Madrid, mirando
por la ventana, solo y pre-jubilado.
Hoy me cuesta trabajo escribir: es como si se
me encogieran los recuerdos de parte de mis
50 años de historia, como si me apaleasen los
silencios y las risas que ya dejé en el camino,
como si esta ventana abierta al ruido y al
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hiriente hacinamiento de las gentes se estuviera abriendo, ahora, hacia mi
alternante biografía.
Debo reconocer que no han servido para mucho mis ideas...
He estado leyendo, hace un rato, aquella carta que me encontré en la
mesita del salón aquel día, hace ya 7 años, cuando volví de mi trabajo:
"Mira, Luis: me marcho. Te tenías que haber dado cuenta de que estaba llegando a mi límite, pero parece que tu, con tus sueños y tus quimeras, tienes
más que de sobra. ¿Para qué me necesitas? En cambio yo, sí sigo necesitando
que me quieran, que me escuchen y que me valoren. Imagino que te sentirás
contrariado, pero hace tiempo que nuestro matrimonio es algo así como una
habitación con vistas...y sin sentimientos.
Espero que lo entiendas. Mi abogado te llamará.
Merche."
Desde luego que Ana y Virginia, nuestras hijas, hicieron causa común conmigo y se quedaron amortiguándome el tiempo de los primeros reveses y
de las nuevas soledades. Pero eso también duró poco. Virginia, la mayor,
que ahora tiene 25 años, tomó el petate al cabo de siete meses y se marchó a Ámsterdam, tras la estela de un rockero desmelenado y deslenguado. Creo que ahora vive en París, al menos desde allí me llegó su última
carta hace ya casi un año, e ignoro a qué se dedica y con quién vive ahora
(cualquier día de estos me voy a visitarla y a darla una sorpresa...) Y
Ana, la pequeña, a la que todo el mundo decía que era clavadita a mí, y
quizá por eso, aguantó un poco más, pero al año y medio, más o menos,
dijo que era insufrible vivir conmigo y que entendía perfectamente a su
madre, y se marchó a vivir con su novio Enrique a una buhardilla del viejo
Madrid. Creo que está muy bien colocada en una agencia de publicidad. Y
digo creo, porque nuestras relaciones no son lo que podrían considerarse
fluidas...
Y digo yo: ¡para qué carajo estoy escribiendo esto en mi diario!
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14 - I - 200..
Es curioso: me he pasado media tarde metido
en Internet (a mí la expresión navegar me
parece impropia, porque tengo un gran respeto
y admiración por el mar y por sus navegantes)
y debo de aceptar que me siento medio "grogui".
Tengo la sensación de haber estado en otras
galaxias, en otros mundos que no son mis mundos y que caminan por unos derroteros que me
han dejado ciertamente perplejo.
He visitado, y hasta intervenido, en diversas salas, habitaciones o canales de chat (teóricamente conversaciones) y he tenido que, incluso, salir
huyendo despavorido de alguno de ellos. La inmensa mayoría del tiempo la
he pasado "escuchando" (leyendo, sensu estrictu) naderías e insulseces de
todos los colores y de todos los calibres: gentes que no se cuentan nada,
que no se comunican y que dan la impresión de que sólo pretenden gastar
su tiempo y su dinero matando unas soledades que les apabullan.
¿Y qué decir de los canales de sexo, de ligues paroxísticos y de insultos
desarbolados? Hombre, uno no pretendía hablar solamente de "la metamorfosis del lagarto blanco de la Gomera", pero de ahí a ser llamado maricón y pedazo de mierda español únicamente por pedir corrección en ciertas salas donde los insultos se habían hecho los dueños, va toda una eternidad.
Me da la impresión de que este mundo que nos hemos empeñado en fabricar ha perdido el norte y que camina dando bandazos de soledad, incomunicación e intolerancia supinas. Estoy desolado. ¡Y yo que creía que mi
anarquismo en dique seco obligatorio podría encauzarse por los derroteros
de la comunicación global...!
El balance ha sido desalentador: 5 horas y un par de personas con las que
he conseguido establecer un diálogo medianamente coherente y que han
prometido escribirme...
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Al final, triste y cabizbajo, he abierto mi correo electrónico y me he tropezado con uno especialmente agrio y suplicante. Sobre la marcha le he
contestado con un poema y sin adosar ningún otro comentario:
VEN...
(respuesta a un correo del 13-1-200...)
Ven a mi árbol,
zarandea mis ramas tiernas,
recoge mis frutos esperados y presentes,
desgaja sus simientes encarnadas,
sumérgete entre mis raíces,
redímete entre el silencio de mis hojas,
suéñate entre las sombras
que juega el sol con mis silencios.
Ven a mi árbol,
deja que mi corazón de savia
te meza y te acompañe,
susúrrame tus cuitas y esperanzas,
grítame tus soledades y tristezas,
cántame tus júbilos y desencantos.
Ven a mi árbol:
llevo siglos esperando...
No sé, no sé, si esto de la comunicación global podrá ser, más adelante,
una vía de escape para mis ideas esotéricas, pero al menos hoy me siento como un zombi en un supermercado de componentes electrónicos.
( Y a más, a más, -como dice mi amigo Jordi-, yo me pregunto: ¿si a
pesar de que en todos los estudios y en todas las encuestas las cantidades y las calidades de las relaciones sexuales han disminuido considerablemente, por qué en los chats de sexo la afluencia es masiva y atosigante? Y, para que no cunda el pánico, yo mismo me respondo: ¿no será
que se tiene miedo a las relaciones sexuales y solo un medio anónimo y sin
contactos reales es capaz de estimular al personal que se está convirtiendo en onanistas dialécticos? ¡Vaya usted a saber! )
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16 - I - 200..
¡Jopé que fiesta!
Me refiero, claro, a la fastuosa celebración en
"Los Lucerillos" de la asunción de la primera
regla de Marivi y de la desaparición de las de
Marisa.
No sé por qué me recordaba a aquella maravillosa película de "Noveccento": personajes,
personajillos y personajetes de lo más variopinto de la higt society, con leves toques de la
plebe, y algún que otro aderezo de la intelectualidad y del mundo de la
farándula.
Marivi estaba ataviada con un precioso, y minifaldero, traje de chaqueta
rojo de Carolina Herrera (el simbolismo era evidente), y su señora madre,
Marisa, con un elegantísimo traje banco y largo, gaseado y efervescente, de Luis Larraízar. A la entrada unos amabilísimos sirvientes, de rojo
y blanco (¿habrían tomado en cuenta mi correo electrónico?), pasaban
entre los que iban llegando unas lujosas bandejas adornadas con montoncitos de polvos blancos y canutillos de plata ad hoc, entre canapés de
caviar rojo. Todo tremendamente "in".
Entre los invitados las indumentarias eran de lo más variopintas: los había
de rigurosa etiqueta; otros, sobre todo los más jóvenes, y sin duda por
el lugar de la celebración, al más puro estilo campero, con botas de media
caña y pellizas a lo Malboro laith; e incluso hubo una pareja que, sin
entender un ápice la invitación, apareció como para una fiesta de disfraces, vestidos, ella de enfermera sexy, y él de médico estrafalario.
Y yo, en medio de aquel barullo pantagruélico, intentando conseguir pruebas fehacientes de la señorita Marivi y de doña Marisa (sobre todo de la
señorita Marivi, para qué nos vamos a engañar) de que aquella celebración
respondía veramente al motivo exacto anunciado en la invitación. Pero
nada. Por mucho que lo intenté, el tanguita de Marivi y el tanga de
Marisa, no fueron expuestos, ni en público, ni siquiera en privado, a la
concurrencia.
Luego, el desmadre previsible. Cuando ya los polvitos blancos, "el belluga"
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y las copazas, en combinaciones más o menos esotéricas, empezaron a
hacer su agosto, el personal entró en una fase catatónica o hiperkinética
(según la particular edad o biografía de quien se tratase) y las numerosas dependencias de "Los Lucerillos" comenzaron a poblarse de parejas y
conjuntos ortodoxos o heterodoxos, homo o heterosexuales, legales o
semi-pensionistas, que hacían gala de sus mejores atributos y maneras.
Menos mal que "Los Lucerillos" tenía suficiente espacio para todos... Yo
no puedo quejarme porque, incluso, conseguí una mediana audiencia compuesta por 6 ó 7 parejas semi beodas que me escucharon embobados,
entre los efluvios del alcohol y de la coca, disertar sobre la poesía ágrafa africana y el mito yoruba de la existencia... Todo un éxito. Cuando
terminé mi docta conferencia solo Piluca, -veinteañera y sexualmente dispuesta-, me escuchaba arrebolada y ofrecida mientras el resto de los
escuchas dormían plácidamente.
Y, a ver: ¿qué podía hacer yo con Piluca que se me ofrecía como una virgen deseosa y puesta a punto?
Pues eso...
24 - I - 200..
Hoy necesitaba más que nunca sentarme en mi
mesa del dormitorio, donde se almacenan mis
libros y mis recuerdos, y dejar que las lágrimas resbalen por este diario que empieza a
convertirse en una necesidad obsesiva y liberalizadora.
A veces la magia de la vida se vuelve de espaldas y te encuentras, de sopetón, con la más
fea y sucia realidad de la existencia, esa que
solemos apartar por las esquinas del recuerdo para que no moleste ni haga
daño.
Son las 3 de la madrugada y no consigo conciliar el sueño. Se me apelotonan en el alma mil recuerdos y tristezas. Vivencias de una vida que se
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te va consumiendo y que en otros tiempos fue pletórica y llena de ilusiones. ¡Es asqueroso..!
Esta tarde he estado viendo a mi amigo Julio, viéndolo y comprobando
cómo esa miserable enfermedad le va consumiendo hasta haberlo convertido en casi un esqueleto en el que sólo sus ojos, aquellos enormes y
expresivos ojos de entonces, guardan algún recuerdo apagado de su historia.
Nos conocimos en la Universidad, en una reunión clandestina del "líquido
céfalo raquídeo", nombre coloquial y jocoso con el que apelábamos a la
L.C.R. (Liga Comunista Revolucionaria). Entonces Julio estudiaba 3º de
Medicina en la Complutense, y yo andaba por el mismo año en la Facultad
de Derecho.
¡Aquellas reuniones con "la vietnamita" hasta altas horas de la madrugada con el corazón latiendo a borbotones y el miedo detrás de cada sombra, de cada ruido! Aquellas reuniones que, por encima de las ideas y los
miedos, ensamblaban un extraño maridaje en nuestras ilusiones y proyectos, y que dejaron lazos intangibles de afectos en nuestras vidas...
Por entonces Julio era un revolucionario atípico: hijo de una familia de la
alta burguesía castellana, con latifundios y empresas en Ávila y en Burgos,
había sentido la necesidad, desde que entró en la Universidad, de luchar
por un mundo más justo y más solidario. Yo, en cambio, mucho más anarquista, mucho más desordenado y displicente, creía luchar por un mundo
menos fanático y organizado, por una libertad ingenua y casi mesiánica
donde todas las libertades, individuales y públicas, tuviesen cabida y
explicación práctica.
Siempre nos respetamos y nos quisimos, aún mucho tiempo después cuando los ideales se fueron muriendo de desidia y aburrimiento, y Julio, terminada ya la especialidad de Anestesiología, se colocó en una clínica privada que regentaban las monjas del Sagrado Corazón.
Recuerdo cómo nos reíamos rememorando los tiempos de "la vietnamita" y
del "líquido céfalo raquídeo", cómo, ante mis críticas, a veces durísimas,
Julio, poniendo esos ojos picarones, que aún persisten medio hundidos, me
decía: muchacho, c´est la vie, et aussi c´est l´evolution...
Fue entonces, quizá, cuando Julio empezó con la aguja. Primero fue esporádicamente, entre anestesia y anestesia, cuando se sentía deprimido o a
disgusto. Luego vino el escándalo, la expulsión y el derrumbe. El rechazo
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total de su familia y de sus gentes. El silencio de los que éramos sus amigos de siempre. La vergüenza. Y el largo y doloroso deambular por los
barrios más sórdidos de Madrid en busca de cualquier "caballo" y de cualquier aguja que llevarse a la vena un par de veces por jornada.
Cuando quisimos darnos cuenta, Julio estaba al borde de la sobredosis y
el coma. Entonces, sólo entonces, avergonzados, le fuimos a buscar y le
brindamos nuestro apoyo. A los 2 años, ya prácticamente rehecho de su
dependencia terrible, me llamó un día para contarme que era VIH positivo.
Hoy he visto un cadáver aferrarse a los recuerdos de antaño, y a unos
ojos, los ojos de mi amigo, que me regalaban sus lágrimas para los míos...
27 - I - 200..
Anoche me llamó mi hija Ana.
¡Qué sorpresa después de tanto tiempo! La
verdad es que la noté algo preocupada y seria,
aunque sólo quiso decirme por teléfono que
necesitaba hablar conmigo hoy. Quedamos
citados esta mañana en una cafetería de la
Cava Baja (alguna ventaja tendría que tener mi
nuevo estatuto de prejubilado).
A las 11 en punto llegué a la cafetería, y allí,
sentada en una mesa, estaba Ana, seria y algo
demacrada. Aparentaba más de los 22 años que acababa de cumplir, según
mis cálculos. Me dio un beso sin calor, un beso de compromiso distante,
como furtivo, y fue directamente al grano: estaba embarazada.
¿De su novio Enrique?, le inquirí. "Simplemente embarazada", me contestó
cortante. Y no lo deseaba, no pensaba seguir hacia delante...
De pronto me pregunté qué hacía yo allí ejerciendo de flotador de una hija
que hacía tiempo no quería saber nada de mí, y por qué, ante este incidente, de pronto, me metía de cabeza en un tema que me sobrepasaba.
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Debí poner cara de payaso asombrado porque, después de unos segundos,
me preguntó a bocajarro, como interrogándome:
- ¿Es que no dices nada?
La verdad, no sabía qué tenía que decir, ni sobre qué...
- Necesito ayuda, -continuó.
- ¿Ayuda?, ¿qué tipo de ayuda, Ana?, -intenté saber volviendo a la realidad.
- Pues económica, hijo, económica, -escupió con desdén.
¡Ah, acabáramos!: yo no estaba allí como salvador de nada, como arreglador o moderador de filosofías más o menos existenciales, de ayudador
de posibles problemas de conciencia o de praxis... Yo estaba allí de "banco
subsidiario".
- ¿Cuánto necesitas, Ana?, -pregunté distante.
- Trescientos euros, - dijo mirándome a los ojos.
Saqué un cheque que llevaba en mi "mariconera" y se lo extendí al portador por el valor de lo que me pedía.
- Gracias, -me dijo.
- Para eso estamos..., -susurré entre dientes.
A la vuelta, mientras regresaba a casa paseando entre las calles con olor
a rancio del viejo Madrid, los pulmones se me encharcaron de aire sucio
y el corazón empezó a latirme fuertemente golpeándome machaconamente
a nivel de las sienes. Me estaba mareando. Tuve que entrar en un barucho de la zona y tomarme una manzanilla para entonarme.
¡Cría cuervos y te sacarán los ojos!, casi se me escapó en alto el pensamiento. Tampoco entendía que a estas alturas, con tanta información, con
tanta educación sexual, con tantos métodos anticonceptivos a disposición
del personal, las chicas jóvenes, que por otro lado eran terriblemente "leídas y escribidas", tuvieran que pasar por la experiencia amarga de un
embarazo no deseado y de un aborto. En mis tiempos lo teníamos mucho
más crudo: todavía recuerdo las virguerías y los inventos que teníamos que
hacer para conseguir un vulgar condón o las famosas "anti-baby" que funcionaban en una especie de mercado negro y fantasma, y por rigurosa
recomendación entre los iniciados.
En fin, menudo chasco paterno me he llevado...
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Hace unos minutos ha vuelto a sonar el teléfono, y esta vez era Merche,
la madre de Ana, mi ex mujer. Me preguntaba, muy alterada, si sabía lo
de Ana y qué pensaba hacer. No estaba yo para muchas dialécticas por
lo que, indiferente y cortante, le he contestado:
- Lo que he hecho, Merche, lo que he hecho: pagar.
Y he colgado el teléfono...
28 - I - 200..
- ¿Y tu cómo te pones de marcha?, -me espetó
ayer noche Mayte.
- Pues con coca-cola en invierno, y con horchata
en verano, rica, -le contesté un poco molesto
por la pregunta.
Esto me pasa por picotear con "yougurines" de
24 años... Mayte, si no lleva encima al menos
2 ó 3 cervezas y 3 ó 4 cubatas, podría pasar
por una feminista en período de descanso (dicho
esto con todo el respeto para las feministas), pero cuando se pone de
marcha, como ella dice, y el alcohol empieza a hacer sus lúdicos efectos,
se desborda en una marea incesante de manos, piernas, ojos y risas que
es todo un espectáculo.
Y la verdad es que a estas alturas de mi película tener que ir proclamando a todas horas por ahí que soy abstemio es un verdadero fastidio. Lo
fue siempre, desde pequeñito, cuando me pasaba parte del tiempo adolescente teniendo que compensar (para no parecer "dudoso", por supuesto) mi nula afición por los vermuts y los chatos con una exagerada labor
de ligoteo paroxístico. Y desde entonces, año tras año, mes tras mes,
semana tras semana, tengo que justificar, casi pidiendo perdón, mi nula
afición por cualquier bebida alcohólica. ¡Que le pase esto a un anarquista
de siempre..!
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Pero lo que me parece más indignante, más grave, es que casi nadie se dé
cuenta, o a casi nadie le interese, que en nuestro país se ha convertido
el alcohol en un acompañante permanente de casi todas las actividades
lúdicas o laborales, que el alcoholismo social que se practica con el consenso de una mayoría de la población, está calando, irremediable y duramente, en las capas más jóvenes de nuestra sociedad, y que todos los
fines de semana multitud de chavales, cada vez más jóvenes, se lanzan a
las calles de nuestras ciudades con el firme propósito de agarrar una
buena tajada (mejor o peor acompañada de otros estimulantes) en la fiesta consensuada de la desinhibición y del desmadre.
Esto, las docenas de ingresos hospitalarios de chicas y chicos todas las
semanas en coma etílico, las decenas de accidentes propiciados por el
alcohol que se está llevando al otro barrio o a los hospitales de parapléjicos a cientos de jóvenes, esto, digo, no tiene demasiada importancia.
¡Hipócritas..!
Es mucho más importante, muchísimo más, faltaría "plus", la Santa
Cruzada contre el TABACO y los FUMADORES que va recorriendo, desde
"yankilandia", todos los países del orbe so pretexto de salud y bienestar
social, y de exquisito respeto a ese invento elucubrante que se ha dado
en llamar los "fumadores pasivos". Estoy por convertirme para siempre en
un proscrito y fundar una asociación con el nombre de FUMADORES POR
LA LIBERTAD. Igual me lo pienso, ahora que estoy prejubilado.
Y cuando cualquiera otra Mayte de turno me haga la pregunta inevitable,
¿y tu, Luis, con qué te pones?, no voy a tener más remedio que contestarle:
- Mira, rica, yo empiezo entonándome con un Davidof nº1, continuo con media
cajetilla de Partagás sin filtro, sigo con paquete y medio de una fina mezcolanza de Malboros, Cámeles y Winstons, y termino con tres coca colas en hielo
pilé y dos horchatas semi líquidas. ¿Te vale?
Y es que estoy hasta las narices...
(Ahora solo falta que me paren los civiles, me hagan la prueba del alcoholímetro, y me dé positiva.)
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7 - II - 200..
Y va de fiestas...
Me acaba de llamar Jorge para invitarme a su
fiesta de divorcio. Sí, sí, han leído bien, de
divorcio. Debe ser que me estoy quedando
obsoleto, pero no sabía yo que lo último es
celebrar por todo lo alto la disolución de un
matrimonio. Y además, según me ha contado
por teléfono, parece ser que es una fiesta
conjunta y de lo más civilizado, ya que asisten
a ella el matrimonio que se separa, las nuevas
parejas respectivas, los hijos del grupo y los invitados de todas las partes. ¡Qué bien!
Imagino que tendrán la delicadeza de relatarnos los pormenores, e incluso los pormayores, de sus propias peripecias amorosas, y puede, ¿por qué
no?, que nos pongan un video de la historia compartida de las antiguas y
nuevas relaciones.
¡Me estoy haciendo viejo!
Le he dicho a Jorge, con el que mantengo una relación cinéfila antigua y
semanal, que intentaría ir, pero no tengo nada claro qué voy a pintar yo
en semejante fiesta.
Inevitablemente me ha venido a la memoria mi propia historia y mi propio
divorcio.
Cuando terminé de leer la nota que Merche me había dejado en la que me comunicaba su decisión, me quedé vacío. Durante un buen rato no supe reaccionar: cerré
los ojos y me quedé en el sillón mientras giraban en mi interior cientos de recuerdos, cientos de momentos vividos y reñidos, cientos de proyectos realizados y fallidos. Era como si una parte importante de mi historia se estuviera cayendo a pedazos, o más bien, como si me estuvieran extirpando un órgano de mis entrañas que
no había más remedio que quitar porque estaba gangrenado o podrido. "Una nefrectomía por displasia severa", -pensé-, acordándome de la extirpación del riñón derecho de mi madre por un proceso canceroso. Pero, ¿por qué me acordaba entonces
de mi madre después de tantos años?
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Y sentí que Merche tenía gran parte de razón, que con mi anarquismo atávico y displicente hacía tiempo le había abandonado en aras de esa comodidad y ese conservadurismo tan masculino que todo lo da por ganado y por conseguido. Que me había
acostumbrado a su presencia y casi a sus ausencias cada vez más frecuentes e inexplicables, que, como a un viejo amigo al que ya se da por supuesta su participación
en la vida cotidiana, desconocía sus íntimos deseos y me importaban un bledo sus
anhelos y sus sueños de diario.
¡Y bueno, -como decía Larralde-, para que pensar en una época pasada..!
Lo que fue, fue, y tampoco voy, ahora, a retorcer los sentimientos. Pero
sí fue duro: la burocracia; las perplejidades de los hijos que no quieren,
que no desean percibir nada; los agravios guardados o venteados; los
inevitables acuerdos económicos y los no menos inevitables desacuerdos
sentimentales; la quiebra de la familia y de las amistades dando bandazos para no comprometerse con ningún lado de la historia; los agoreros del
presente y del futuro que se empecinan en revolcarse en la mierda del
momento...
Desde luego lo suficientemente triste y complejo como para celebrarlo
organizando una fiestecita. Pero, parece ser, que nos hemos quedado desfasados los que siempre creímos, a pesar de que lo practicamos demasiado poco, en el AMOR, así, en mayúsculas, como concepto filosófico y casi
antropológico.
Si me decido a acudir a la fiesta de Jorge tendré que ponerme el disfraz
de hombre moderno que guardo en el altillo del armario para estas ocasiones...
12 - II - 200..
Son las 3,30 de la madrugada y no consigo dormirme. Hace 5 minutos, desesperado ya, me he
tomado un valium-5 que tenía en una cajita del
armario del baño, y espero que pronto empiece
a hacerme efecto.
Ha sido un día nefasto, cuando, curiosamente,
el cuerpo me pedía jarana.
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A las 7 llamé a Carlos para ir al cine, pero me contestó una máquina parlante que me decía algo así como que "el señorito no podía atenderme y
que dejase mi mensaje después de escuchar los pitiditos". Llamé entonces
a Jorge que me comentó que estaba muy atareado preparando su fiesta
de divorcio (¿iría, no?). Piluca estaba en la Facultad haciendo prácticas
de histología, y Reme tenía el móvil desconectado o fuera de servicio.
Mentalmente pensé en mi hija Ana (no había sabido nada de ella desde
que hice de "banco subsidiario") pero deseché rápidamente la idea.
Marisa, la de la fiesta de la menopausia, (¿se acuerdan?), me confesó que
tenía una "cita a ciegas" con alguien con quien su hija Marivi había contactado en un chat de +40 haciéndose pasar por ella, y que no se me ocurriera hacer el más mínimo comentario (sin duda para que lo pregonara lo
más posible). Y Sebastián estaba en el gimnasio haciendo aparatos.
¡Menudo panorama!
Pero cuando el cuerpo pide jarana, alguna razón tendrá, y esa noche no
quería yo pasármela en casa tumbado frente a la tele o leyendo aquel
novelón histórico de 600 hojas que me aburría solemnemente y que cada
vez que lo retomaba tenía que volver a leer, casi desde el principio, para
poder enterarme de qué iba la vaina. Así que me vestí de viejo rockero,
con mi chupa de cuero y mis 20 pelos engominados, y me fui a la calle.
Una vez en la calle me desinflé. ¿Qué hago con mi body ahora?, -pensé.
Y no pude responderme nada que me convenciera, así que me puse a andar,
lenta, pausadamente, desde mi casa en dirección a ninguna parte. Las
gentes pasaban a mi lado, bueno, más que pasaban, corrían a mi alrededor como si fueran a apagar algún fuego, como si de pronto hubiesen escuchado por la radio que se avecinaba un ciclón tropical y tenebroso. O, a
lo mejor, no corrían y era solamente una percepción mía. A lo mejor era
yo el que no sabía qué hacía en la calle sin saber a dónde ir ni para qué.
Pero sí sentía que a pesar de que todo el mundo me rodeaba, me adelantaba, me chocaba a veces, ninguna de esas personas tenía nada que ver
conmigo, con mis pensamientos ni mis querencias...
Bueno, parece que el valium me está haciendo efecto porque ya me cuesta trabajo mantener los ojos abiertos y el bolígrafo se me resbala de las
manos.
Mañana será otro día.
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13 - II - 200..
Bueno... esta anotación tendría que haber sido
la primera de este semi-diario que con el nuevo
milenio me dio la "chalaura" de escribir, pero,
como dicen los clásicos, "más vale tarde que
nunca", e incluso, para redondear, "nunca es
tarde si la dicha es buena".
A estas alturas, creo, ya sabéis bastantes
cosas de mí, o al menos os habréis podido imaginar algunas, entresacando líneas y pensamientos que pretenden ser sinceros, lo que no significa, obviamente, que siempre lo consigan.
Nací en un pueblo extremeño, Villanueva de la Serena, y crecí y evolucioné (eso espero) entre Sevilla y Madrid por eso de la trashumancia de
algunas profesiones como la de militar, que mi padre ejercía con toda la
dedicación que sus estrictos conceptos del mundo y de la existencia le
permitían.
Estudié Derecho (porque algo tenía que estudiar el hijo mayor de un militar de carrera), sin ninguna afición, en la Facultad Complutense de
Madrid, y viví, a tope de ilusiones y de riesgos, la primera lucha universitaria heredera del Mayo 68 francés.
Trabajé en múltiples puestos y ocupaciones, casi ninguno, como debe ser
la norma, relacionado con mi profesión, y me equivoqué habitualmente en
casi todo: personal, profesional, sentimental y existencialmente.
Pero sigo vivo y con aquel anarquismo muy atávico que me anima, por mor
a los sentimientos encontrados entre mis impulsos románticos y los genéticos, que según rezan los científicos, no te puedes quitar de un plumazo
y te acompañan como una sombra pesada y bochornosa durante toda tu
existencia.
No soy alto ni bajo, ni guapo ni feo, ni delgado ni gordo, ni listo ni torpe,
ni rico ni pobre... pero curiosamente no me considero del montón, de ese
amplísimo grupo de ciudadanos grises que intentan, y consiguen casi siem25
pre, pasar desapercibidos por sus propias biografías.
Bueno, el que yo no me considere, evidentemente, no quiere decir que no
lo sea.
Asumo mis contradicciones e intento, al menos hoy, desde mis 50 años
marcha atrás, subirme a todos los carros que pasan por delante de mi
puerta o cerca de mi vida.
E tutto qua, como dice mi amigo Fabrizio... que queda muy bonito en italiano.
Creo que como catarsis y presentación es más que suficiente...
16 - II - 200..
Desde el domingo estoy hecho unos zorros: no
puedo con mi alma, y, lo que es peor, no puedo
con mi vida.
Me paso la mayor parte del tiempo en la cama,
en un duermevela doloroso y agobiante, y el
resto apalancado en el sofá delante de la televisión que apenas miro y que no consigue distraerme. Como poco, y lo poco que ingiero me
sienta como una patada en el estómago. Apenas
salgo de casa y apenas contesto el teléfono. He
enchufado el contestador automático para no tener que descolgar el teléfono, ni hablar, ni oír las llamadas.
La casa debe apestar a "pachuli" porque lo único que me seduce algo es
quemar incesantemente barritas de incienso de las que me aprovisioné hace
unas semanas en una visita dominguera al Rastro, y escuchar "ragas" de
Raví Shankar en el viejo tocadiscos que mantengo como una reliquia impoluta.
Y encima, y además de esto, tengo molestias y problemas con la micción.
No sé si será nervioso pero me paso el día en el cuarto de baño y orino
poco y con dificultad.
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He bajado a la calle esta mañana a comprar un poco de fruta en la tienda de la esquina, y el tendero, que me conoce de siempre, me ha preguntado al entrar: D. Luis, ¿se encuentra mal?
¡Lo que me faltaba!
Al volver me he mirado en el espejo y me he visto unas ojeras tan grandes como las bolsas de Alcampo.
Luego, y para no seguir auto complaciéndome, he conectado el contestador automático para escuchar los mensajes que había grabados en él.
- Pi-pi-pi... Luis, tío, nunca estás... Soy Jorge. Te recuerdo mi fiesta de divorcio del 25. Espero que no faltes.
- Pi-pi-pi... Soy Ana, tu hija. Todo salió bien. Un beso.
- Pi-pi-pi... Soy el secretario de los Amigos del Campo y la Montaña. El sábado 25 tenemos una excursión a Piedralaves. Necesitamos confirmación.
Gracias.
- Pi-pi-pi... ¿Tampoco estás hoy? Desde luego, Luis, llevas una vida disoluta.
Llámame, soy Mayte.
- Pi-pi-pi... Te llamo para decirte que lo de nuestra hija salió bien. Soy Merche
- Pi-pi-pi... Somos de la empresa Gestora de Servicios Auxiliares. Llamábamos
para ofrecerle los últimos seguros de nuestra cartera de clientes. Volveré a
llamar.
- Pi-pi-pi... ¡Luis, fue todo un descubrimiento lo de la cita a ciegas! Te contaré...
No había más. Todo un mundo apasionante en una cinta magnética. Un
mundo vulgar y aburrido como yo, un mundo sin alicientes por más que me
empeñe en darle vueltas y ponerlo de costado.
Antes de volverme a la cama me he parado en el ordenador y he abierto
el correo. El mundo electrónico me tenía reservado dos mensajes en la
carpeta de entrada:
De... [email protected]
Para... Luis
Asunto... RESPUESTA...
Recibí tu cariñoso mail hace unos días pero no he tenido tiempo de contestarlo hasta hoy. No te aflijas: el mundo de los chats es así, y si lo quieres lo tomas,
y si no, lo dejas. Nada más.
Respecto a la invitación que me hacías para viajar a Madrid y conocerte,
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lamento decirte que por ahora resulta del todo imposible. Problemas laborales
y afectivos me lo impiden.
Espero que nos encontremos cualquier otro día en el IRC.
Un saludo desde León. Eulalia.
De... [email protected]
Para... Luis
Asunto... ¡CHÉVERE!
¿Cómo estás, Luisito? Lo pasé macanudo el otro día platicando con vos en el
canal. Siento que me tuviera que recoger tan pronto para hacer las faenas de
la familia.
Acá hace verano ahora y determinamos marchar unos días a la playa.
¿Comprendés?
Cuando regrese bien que te escribo.
Espero que nos encontremos cualquier otra jornada en la red. CHAITO.
Diana.
Realidad virtual. Soledad virtual. Tristeza virtual...
Antes de acostarme voy a llamar a la Dra. Galindo, la siquiatra que me
visitó cuando mi separación, y a concertar una entrevista. A ver si puede
ser para mañana.
No sé por qué esto me está oliendo a una hermosa depresión.
19 - II - 200..
Esta semana ha sido la semana de la llamada
"fiebre asociacionista".
El lunes me apunté al Club de los Amigos del
Campo y la Montaña. El martes se me ocurrió
que ya iba siendo hora de emular a Sebastián y
de combatir la posible arteriosclerosis y el
infarto, y me aboné al Gimnasio Cuerpo´s. El
miércoles decidí que, aunque mis dotes gráficas
son más bien escasas, podía dar clases de pin28
tura y dibujo al óleo, y suscribí unos cursos de una hora diaria en una
Academia. El jueves pensé que yo tenía algunas dotes más en relación con
la música y el baile, y me pasé por una Academia, la Academia Ritmos, para
apuntarme a los cursos de Bailes de Salón. Y el viernes, -ayer-, me sugirió sobre manera un curso sobre "la filosofía Zen en el mundo de hoy" que
vi en el periódico patrocinado por el Aula de Cultura Tiempo Libre, y me
fui, sin pensármelo dos veces, a suscribir la matrícula.
Solo me ha faltado encontrar por algún sitio al PREJUMO (Prejubilados en
movimiento) y haberme enrolado en sus filas. Algo exagerado, ahora que lo
pienso. Bueno, pues a lo hecho, pecho. A lo mejor saco algo en limpio de
tantos cursos, tantos grupos y tantos asociacionismos...
Lo que más me va a "flipar", seguro, son las clases de pintura. Esta tarde
me voy al Corte Inglés y pienso comprarme todo el equipo, incluida una boina
parisién y un sobretodo a rayas de color azulito. Porque eso sí, pintar yo,
ni idea, pero la pose, el clímax y la estética adecuada, imagen rive gauche,
esa, que no falte.
Lo del Club de los Amigos del Campo y la Montaña me tiene algo preocupado. Igual les da por invitarme a unos "trekins" desmadrados y agobiantes
hacia las cumbres del Naranco y me dejan hecho unos zorros.
¡Quién me ha visto y quién me ve! Yo, que cada vez que veía a una montañera me descojonaba de la risa y criticaba con acidez esas pintas, entre
sufragistas y amargadas, que a mí se me antojaban casi permanentes en
todas ellas. Desde luego, y de momento, no pienso comprarme ningún equipo y me mantendré a la expectativa.
Igual lo cambio por los Amigos de los Castillos que, a priori, me parecen
más sosegados.
Los bailes de salón siempre me gustaron. La estética de una damisela, falda de amplios vuelos, cancanes vaporosos y melena rubia al viento-,
girando románticamente al son de un vals, un cha-cha-chá o un fox-trot,
con un caballero esmokinado y empajaritado, siempre me cautivó.
Hombre, ya sé que en la Academia Ritmos, con seguridad, no encontraré ni
a esas damas ni a esos caballeros, pero es cuestión de entornar los ojos y
dejar volar la imaginación.
En el gimnasio espero tomármelo con calma, no como mi amigo Sebastián que
se pasa el día machacándose todos los músculos de su canijo cuerpo y luego
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se merienda unos bocadillos de anabolizantes que para sí los quisieran los
del Cerro de la Mica.
Terminaré jugando al paddel, que es muy fino y muy presidencial.
Lo que sí me sugiere muchísimo es el curso sobre el Zen. Más que nada porque en estos cursos sueles encontrar a unos personajes rarísimos e interesantes. Y uno, al cabo del tiempo, está ya un poco harto de gente vulgar y
de ciudadanos mediocres. Seguro que me topo con alguna ex monja refundada (como ahora se dice) que me da cantidad de juego.
Bueno, ya os iré contando...
24 - II - 200..
He ido a ver a la Dra. Galindo y, la verdad,
tengo un mosqueo de tres pares de narices.
La cosa ya empezó mal desde el principio pues
me tuvo esperando en la sala más de media
hora, -treinta y ocho minutos, para ser exactos-, y cuando entré en el despacho ya andaba yo algo revuelto.
Elisa, que así se llama la doctora, me recibió
con un "¡hola, Luis!" y un apretón de mano
detrás de su figura distante de mujer atractiva y deseable que, creo, tan bien se sabe, y que, también creo, tanto
explota.
Me dijo que le contara lo que me pasaba, y yo se lo conté: mis pocas ganas
de vivir y de reír, mi incapacidad para moverme, mi falta de interés por
las cosas, por la comida, por el sexo, por las fiestas, por los amigos...
Me escuchó en silencio, aunque me pareció adivinar que le estaba importando un bledo mi historia porque ella estaba en alguna otra historia personal.
Al cabo de un buen rato me dijo, sentenciando:
- Bueno, Luis, creo que tienes una depresión.
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Y ahí no pude contenerme y exploté:
- Eso también lo sabía yo. Lo que a mí me interesa es saber por qué y qué puñetas puedo hacer con ella, -contesté casi chillando, como si de pronto hubieran desaparecido mi apatía y mi desgana.
La verdad: estaba muy cabreado, y si aquella consulta me iba a costar
dos billetes de 50 por lo menos, no estaba dispuesto a salir de allí con
un diagnóstico que parecía evidente hasta para un licenciado en Derecho
prejubilado como yo.
La Dra. Galindo pareció volver de su viaje astral y dijo:
- No termino de entenderte, Luis. Juegas con el masoquismo del pobre enfermo y del pobre abandonado. Precisamente tu que no deberías tener ningún problema de tránsito y adaptación... Vamos a ver: tienes una posición económica
aceptable y desahogada, y con una salud física buena -en aquel momento me
acordé que no se me podía olvidar comentarle lo de la micción-. Amigos y
amigas abundantes y que te llaman continuamente. Caes bien a la gente. Eres
divertido y suficientemente culto...
- Precisamente por esto..., -le interrumpí.
- ¿Por qué? ¿Por ser culto?, -me contestó extrañada.
- No, no... por lo de los amigos, -zanjé-. Sí, debo tener muchos amigos que
me buscan porque soy acomodaticio, porque no creo conflictos, porque casi
siempre les digo a casi todos aquello que quieren oír y aquello que desean
intuir... Pero sólo eso. No hay otra pasión detrás. Ni en mis amigos, ni en mis
hijas, ni en mis compañeros, ni en mis conocidos. Alguien que está ahí, tipo cleenex, para usar y tirar cuando no hace falta. Probablemente yo quisiera no
dejar indiferente...
- Bueno, no creo yo..., -balbuceó la doctora antes de cortarse y cambiar
de actitud-. Mira, Luis, -continuó-, ahora estás pasando por un mal momento y considero que antes de seguir y de indicarte una posible sicoterapia individual necesitas tomar esto...
Me extendió una receta de "prozac", me alabó las maravillas del medicamento, y me citó, después de mirar repetidamente la hora en su reloj,
para la semana siguiente.
Al salir a la calle aún me duraba el mosqueo. Y para más incordio, cuando, antes de despedirme del todo, le comenté de pasadas mi problema miccional, la Dra. Galindo cambió un poco el semblante y algo seria me dijo:
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- Luis, eso no lo dejes. Acude al especialista de próstata. Suena como a una
hipertrofía de la glándula. Ya sabes que estás en la edad...
¡Estupendo! Además de ser un imbécil depresivo y masoquista, ahora posiblemente tenga un cáncer de próstata.
¡Estamos buenos!
No voy a tener más remedio que acudir, con mis mejores galas y mis más
relucientes sonrisas, a la fiesta de divorcio de Jorge.
26 - II - 200..
Una bacanal, no una fiesta, fue lo de Jorge...
La anunciada y publicitada, moderna y transgresora, "fiesta del divorcio" de Jorge, comenzó y terminó como una orgía desmadrada de
libertinaje y sexo, a lo Sodoma y Gomorra.
Parece que tenía que ser así, y que así fue
consensuada por todas las partes: como una
catarsis liberalizadora de energías reprimidas en
aras de la búsqueda de la paz y la felicidad. (como
rezaba en un panfletillo que Jorge, Ana, Tomás y Asun entregaban a la
puerta del chalet donde se celebró la fiesta)
El jolgorio se ejecutó en un magnífico chalet de Pozuelo de Alarcón, lo
suficientemente amplio y apartado de las colonias más pobladas como para
que nadie molestara a los invitados.
A la entrada los compromisarios esperaban a los participantes formando
un cuarteto de lo más pintoresco: Jorge, inmaculadamente ataviado con
una terna blanca y cruzada, y una corbata rojo pasión; a su lado su nueva
pareja, Ana, con un modelito floreado a lo Laura Aslhey; al lado de Ana,
Asun, la antigua pareja de Jorge y nueva pareja de Tomás, con un elegante traje de chaqueta de color marengo; y junto a Asun, Tomás, su
nueva pareja, con un conjunto de chaqueta y pantalón en tonos azulados
a lo Adolfo Domínguez.
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Todos sonrientes y dispuestos como en una verdadera recepción japonesa.
Sólo les faltaban, para ser auténticos nipones, las genuflexiones y los
cabezazos. Pero lo que no les faltaban era una rosa y una cartulina floreada que iban entregando a los que llegaban y donde pude leer tan interesante pensamiento programático como el que he referido.
En una segunda fila de recepción se encontraban los 5 hijos de las dos
parejas, mozalbetes entre 17 y 21 años, que a duras penas podían reprimir la juerga que aquel invento les provocaba.
Dentro, música New Age, colores pastel en las habitaciones, aperitivos
variados, alcohol, mucho alcohol por todas las esquinas, y barritas de
incienso humeantes dando el toque exótico y pintoresco.
Y mucho, mucho sexo. A discreción: sexo entre alcohol, sexo entre
porros, sexo a bocajarro y sin consuelo, sexo interactivo e intercultural,
sexo inter cronológico, interracial...
La fiesta, desde el principio, fue un desmadre pensado y desarrollado
como tal. A la media noche los vahos del alcohol y del sándalo se mezclaban con los olores del sexo produciendo una extraña sensación agridulce. No sé por qué aquello me trajo a la memoria mis primeras experiencias "comunales" en la famosa comuna libertaria de Arturo Soria. Una
vuelta atrás en el tiempo y en el espacio, sólo que con 25 años más a mis
espaldas.
Pero en este espacio y en este tiempo la madurez parecía ser un mérito,
porque nunca pude imaginar tanta doncella entregada y floreciente, tantas juveniles carnes apasionadas y complacientes, y tantas bocas, pechos,
nalgas y otras exquisiteces a medio cocer, puestas a disposición de la
experiencia, como en un escaparate.
A las 3 de la mañana perdí la conciencia. A las 4 me desperté en una cama
del piso superior, sudando como un cerdo, desnudo y a los pies de una
divina damisela de piel negra y fuertes ancas que roncaba como una bendita, acompasando sus desnudas y prietas carnes.
A las 4,30 volví a desaparecer del mundo consciente, y a las 7 amanecí
en la misma habitación, en la misma cama, pero con distintos protagonistas: ahora compartíamos la cama el famoso y festejado Jorge, su ya ex
mujer Asun, y un servidor. Todos en porretas, y ellos dos con semblantes de angelotes de Murillo.
A las 7,30 me di una ducha deliciosa, y a las 8 cogí el coche y me vine
a casa.
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(Si alguien me preguntase con cuántas hembras había cohabitado en aquella fiesta, no tendría más remedio que poner cara de lila y contestar: ¡y
yo qué sé, mon ami!)
¡Joder con las fiestas de divorcio..!
1 - III - 200..
El otro día estuve en el cursillo sobre Zen...
Éramos unos doce gatos de lo más pintorescos.
Evidentemente uno siempre tiene la tendencia a
juzgar y a analizar a los demás, olvidándose de
que a uno lo andan analizando con similares
parámetros y argumentos.
El conferenciante era un diminuto coreano del
Norte muy bien reciclado y adaptado a la opulenta civilización occidental a la que, no obstante, no dejó de criticar durante toda su
exposición. El señor Chu-Lu-Nin, doctor en filosofía por la Sorbona (como
rezaba el programa) hacía tiempo ya que había olvidado la hambruna de
su Corea del Norte natal, y mucho más el fundamentalismo comunista de
sus próceres.
Enterarme, la verdad, no me enteré mucho de lo que contaba el "chinito", porque además de que no tenía yo el día receptivo para la retórica
filosófica transcendente, me interesaba muchísimo más el análisis metodológico imaginativo de la decena de personas que escuchaban con atención.
El que sentaba a mi lado, con lacias melenas largas y descuidadas, pantalón de pana y jersey de alpaca del Perú, debía ser, probablemente, un
"fugao" libertario y contracultural de las escuelas de Sumerhills y de las
doctrinas de A. S. Neill, o quizás alguien que después de participar en el
Mayo-68 francés, y decepcionado, se habría pasado 5 años en la India
buscando algún karma perdido entre los laberintos de Jaipur.
34
En primera fila había una mujer de unos 48 años que apuntaba con fruición en un cuaderno las enseñanzas del coreano. Ropas simples pero coquetas y unas gafas de astigmática profunda. A la entrada me había sonreído con enorme dulzura. Tenía que ser una ex monja. O una ex radical. O
una ex prostituta... Una ex algo, con absoluta seguridad.
En el lado de la izquierda se sentaba una señora mayor, de unos 70 años,
desastrosamente vestida y arreglada. Parecía una sufragista eslovaca de
primeros de siglo ataviada con un pantalón negro de punto, muy dado de
sí y con enormes rodilleras, una camisa que alguna vez fue rosa, y una
trenka de las primeras revueltas universitarias. Lucía un bonito muestrario de tics nerviosos que la daban un aspecto saltón y peregrino. Me pegaba como una viuda reciente que, por fin liberada de un marido gris y aburrido, había decidido soltarse la melena y retomar sus viejas pasiones filosóficas.
En la segunda fila se encontraba un personaje curioso: hombre de mediana edad, de unos 40 ó 45 años, perfectamente trajeado, aseado y encorbatado. Si no fuera por un poblado bigote negro que adornaba su rostro
podría haber pasado, perfectamente, por un "broker" de alguna consultoría comunitaria. Escuchaba atentamente sin hacer el menor gesto que no
fuera, de vez en vez, descruzar la pierna izquierda para volver a cruzar
la derecha.
Otra mujer, especialmente joven, tomaba apuntes en la tercera fila de la
derecha. Le calculaba unos 24 ó 26 años, e iba ataviada de manera informal pero con ropas de buenas marcas. No era guapa pero tenía una figura espectacular y unas piernas impresionantes. Me daba a mí que podría
ser una profesora interina de cualquier instituto de enseñanza media
haciendo méritos para el curriculum. Y lesbiana. El por qué pensaba yo que
era lesbiana no puedo explicarlo. Siempre tuve una especial intuición para
estas cosas, y casi siempre acerté de pleno. O era lesbiana o bisexual
activa. Eso seguro.
El resto eran más del montón, más de los habituales a cursos, cursillos y
cursetes de todo tipo y programación. Te los encuentras lo mismo en una
conferencia sobre "la langosta de las Cíes", como en un curso monográfi35
co sobre "Novelística didáctica de Kazakistán". (Porque cursos y conferencias haylos de todos los tipos y colores)
Se me fue el tiempo intentando el
y no me enteré de nada de lo que
A la salida, después de una larga
y conseguí, pegar la hebra con la
biana (o así).
análisis imaginativo de mis compañeros
decía y dijo el señor Chu.
hora de doctas explicaciones, intenté,
ex monja, con la viuda y con la les-
Pero eso es otra historia que posiblemente os cuente..
5 - III - 200..
Ni una, no di ni una... ¡Vaya chasco!
La presumible ex monja en realidad era una
separada, funcionaria de Correos, con ganas de
marcha y que ampliaba economías y aficiones
haciendo de futuróloga los fines de semana
para una pequeña parroquia de amistades que
iba, poco a poco, ampliándose. Le había parecido que eso de la filosofía Zen podría dar un
toque exótico y cultural a sus predicciones
basadas en el Tarot y en la pura fantasía adivinatoria.
La supuesta viuda realmente era una soltera recalcitrante que vivía no
lejos del Aula de Cultura, rodeada de perros y de gatos. Estaba tan cerca
de su casa, -lo del curso-, que se apuntó sin saber muy bien de qué iba
ni si le podría interesar. "Pero muy interesante, Luis, muy interesante...",
-me dijo, colgándose de mi brazo como si fuera una prima hermana mía, la primera vez que intercambiamos unas palabras.
La lesbiana era una recién casada, licenciada en filosofía pura, experta
en temas orientales y asesora de los cursos que este año se impartían en
36
el Aula. Estaba, de alguna manera, controlando la primera conferencia
sobre temas orientales que se impartía, y, bajo otro prisma, analizando
las disposiciones del señor Chu del que no tenía excelentes referencias, ni
didácticas ni personales.
Todo un éxito lo mío... Estoy por ofrecerme, ahora que soy prejubilado,
como experto fisonomista para el Casino de Madrid. Soy capaz de ver
entrar a Bony and Claid y hacerles reverencias pensando que se tratan del
señor y la señora Clinton.
Al final tampoco fue tan malo. Nos fuimos a California a tomarnos unas
tortitas con nata y sirope de chocolate y fresa, y estuvimos pasando un
rato de lo más distendido.
Es curioso cómo personas que nunca antes se habían conocido pueden establecer una relación de afinidad, por superficial que esta sea, con el único
vínculo en común de haber asistido a una misma conferencia. Marcan
mucho, parece ser, las actividades culturales.
La separada de Correos, mi previsible ex monja, llevaba una marcha imparable y programada. Una sonrisa se le iba y otra se le venía, un guiño se
le llegaba y otro se lo traía, cuando me lanzaba preguntas incisivas sobre
mi vida. Se le notaba a la legua, a la futuróloga adivina, que estaba en
disposición de pesca y de enganche, y que aún le debía quedar tiempo libre
para intentar pescar otro marido en el proceloso mundo de las conferencias culturales.
La viuda, que no era viuda sino soltera eterna, estaba como una regadera. Militante, por supuesto, de la Sociedad Protectora de Animales, se
pasó la mayor parte del tiempo hablando de sus gatitos y de sus perritos
y de la insensibilidad del mundo moderno ante los animales.
La lesbiana, aparentemente mono y heterosexual, era más bien tímida.
Tenía algo aquella chica que me excitaba enormemente. Y ese algo, estaba claro, era su majestuoso cuerpo: una figura apocalíptica, -como decía
mi amigo Antonio-. Cuerpo tierno y de deseo con unas piernas impresionantes y lúdicas enfundadas en unas excitantes medias negras que se perdían por el borde de una falda tubular, más bien corta, que contorneaba
unos glúteos poderosos y firmes. Espalda ancha, pechos de pecado y una
cintura tierna y tímida como ella misma. No era guapa pero su fácil sonrisa destacaba de sus ojos más bien apagados de filósofa orientalista.
37
Habló poco y dejó un gran deseo libidinoso, y casi seguro inconsciente,
entre mis carnes, mientras yo intentaba, por otro lado, zafarme de las
embestidas directas e indiscretas de la futuróloga de Correos que cada
vez atacaba con más insistencia.
Al final quedamos para la siguiente conferencia, -de allí en una semana, y tuve que utilizar toda mi imaginación y mis recursos para no tener que
acompañar a la separada a su casa so pretexto de tener una cena de compromiso "ahora mismito, uff, si ya llego tarde, perdón..."
(Con lo a gusto que estoy yo ahora haciendo de mi capa un sayo, si no
fuera, claro, por la depresión, la soledad, la jubilación, la próstata, y
otras cuantas zarandajas...)
6 - III - 200..
Al final me llamó Marisa para contarme, con
pelos y señales, su "cita a ciegas".
La verdad, no me interesaba mucho, pero si
Marisa no me lo cuenta seguro que estalla como
un globo con exceso de aire. Esta mujer, a la
que conozco ya desde hace 15 años, es como
una olla a presión, -siempre lo fue-, y ahora,
con eso de la menopausia, más parece una olla
ultrarápida.
Imagino que todo lo que me contó sería cierto
porque, entre otras cosas, no tiene ninguna
razón para mentirme como no fuese por adular su propio ego, cosa que
dudo ya que puedo certificar que Marisa, a pesar de sus 49 años, está
pero que de muy buen ver.
Me citó en California (de nuevo California) para contarme su historia y yo
le dije que prefería en Riofrío, que me venía más cómodo y para no repetir escenarios.
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Hacía años que yo había tenido un pequeño "afair" con Marisa del que los
dos salimos más bien contrariados pero que, curiosamente, dejó luego un
poso de amistad y confianza casi perfectas. Marisa estaba casada con un
hombre mucho mayor que ella y hacía tiempo que se voluptuosa sexualidad, o quizá su coqueteo inagotable, la habían convertido en una experta
"picaflor" de toda aventura masculina (y creo que hasta alguna femenina)
que se le pusiera por delante.
No llegó puntual a su cita, como estaba mandado, ya que Marisa pertenecía al antiguo grupo de féminas a las que la impuntualidad les parece un
atributo de su especie, e incluso llegar a tiempo una imperdonable falta
de cortesía.
Media hora después, y cuando ya me había leído parte del periódico que
llevé para la ocasión, la vi entrar más guapa y más radiante que nunca.
- Hola, Luis, -me saludó desde lejos con una enorme y pícara sonrisa.
La verdad, -pensé-, estaba impresionante con aquel conjunto verde de
jersey sin mangas y minifalda plisada. Llevaba en el brazo una chaqueta
de ante preciosa de Godelia.
- Hola, Marisa -le saludé con un beso.
Me dio la impresión de que su beso fue más caliente de lo esperado. Se
sentó coqueta y me miró.
- ¿Bueno?, -inquirí.
- ¿Te lo cuento todo? -Afirmé con la cabeza- Bueno, Luis, pues fue increíble...
- ¿Increíble de bueno o de malo?, -le pregunté malicioso, pues bien sabía
yo que si hubiera sido malo Marisa no estaría ahora sentada allí conmigo.
- De bueno, de nuevo... Ya sabes, -continuó-, que se trataba de una cita a
ciegas que Mariví había concertado haciéndose pasar por mí en el chat de
demasiado.com. Bueno, pues acudí a la cita y, ¿a que no sabes con quién había
quedado citada?
- Evidentemente no, -respondí.
- Pues con un chico de unos 25 años y con una figura de película. Yo no sabía
qué hacer cuando lo reconocí en la barra de la cafetería con una revista de
Casa y Jardín en la mano derecha, como habíamos quedado. Me quedé "petrifi". Por un momento pensé en marcharme sin decir nada, pero luego me dije:
pero vamos a ver, Marisa, tu todavía estás de buen ver y porque una mujer con
experiencia acompañe a un chico joven por una vez tampoco se va a hundir el
39
mundo. No va a ser siempre el viejales con el bomboncito. Casi, Luis, me parecía que estaba institucionalizando un acto de revancha social y feminista...
- Sí, sí, de revancha social..., -comenté irónico-. ¿Y el chico qué hizo?
- En un primer momento se quedó confuso, ruborizado, nervioso, -contestó
Marisa-. Pero le duró poco... Te juro que era la estampa perfecta de uno de
los anuncios de Malboro. Tomamos unas cervezas, le conté lo de Mariví que le
hizo mucha gracia... ¡y cómo estaba cuando se reía, Luis!... y nos fuimos...
- ¿Os fuisteis? ¿A dónde?, -pregunté haciéndome el tonto.
- ¡Pero pareces lelo, Luis! ¿A dónde va a ser?, -contestó Marisa con picardía.
- Ah, no sé...
Se acercó un poco más a mí inclinándose sobre la mesa y poniendo voz de
confidente del CESID
- Alquilé una suite en el NH Avenidas.
- ¡No jodas!, -dije poniendo cara de asombro.
- Sí, sí, de eso todo..., -a Marisa se le transformó el rostro y puso los ojos
en blanco-. Todo lo imaginable y lo inimaginable, Luis. Por arriba y por abajo;
por delante y por detrás, de pié y a cuatro patas...
- Exageras, Marisa, -comenté para tirarla aún más de la lengua.
- ¿Qué exagero?, -dijo Marisa como en un sueño-. Estuve 24 horas sin
poder andar, con eso te digo todo. Fue un palizón erótico como nunca pudiera
haber soñado. ¿Sabes, Luis?: los jóvenes de hoy son inagotables e incombustibles...
- ¿Y bien?, -pregunté, dejando un largo espacio para que mi amiga volviese de la realidad pasada a la realidad presente.
- Y bien, ¿qué?, -pareció caerse de una nube.
- ¿Que si vais a volver a veros?, ¿que cómo quedó la cosa...?, -indagué.
- Pues muy liada, Luis, muy complicada.
- ¿Por...?
- Pues porque también ha intervenido Mariví que al contarla mi experiencia se
ha puesto como una gatita en celo y pretende que la historia se convierta en
un trío. Y yo no sé, Luis, no sé. Ya sabes que soy muy moderna y liberal, pero
lo de hacérmelo con mi hija me supera...
Me quedé callado a propósito para intentar no involucrarme en algo que
me empezaba a resultar bastante embarazoso. Esperaba que mi amiga
Marisa no tuviese la desfachatez de preguntar mi opinión al respecto. Pero
Marisa, al cabo de un rato, me miró fijamente y me espetó:
40
- ¿Tu qué opinas, Luis?
- ¿Yo..? Yo no opino, Marisa, -dije bajito e intentando ser cortante.
- ¡Y unas narices!, -se enfadó Marisa-. Te he contado todo, con pelos y señales, para que me des tu opinión y tu consejo.
- No, Marisa, no, -intenté ponerme muy serio y convincente-. Tu me has
contado la historia porque te apetecía, porque tu ego tenía que auto-adularse
y porque necesitabas un confidente masculino de tu edad para sentirte entendida y complacida. Nada más. Pero de ahí a que me pidas ahora que haga de
consejero sentimental, sexual y moral, va todo un abismo. Creo que lo entiendes...
Mi amiga se quedó callada y pensativa. Era evidente que estaba preocupada y no sabía cómo resolver una situación que se le escapaba. Por un
lado no deseaba, bajo ningún pretexto, dejar escapar a su efebo sexual,
pero por otro le parecía demasiado fuerte entrar en una historia morbosa de la mano de su hija Mariví...
- ¿Y tu marido?, -pregunté al cabo de un rato para intentar dar un giro
de 240 grados al asunto.
- ¡De campo y playa, Luis! Con su bolsa y sus negocios. Cada día más viejo y más
en el limbo...
No dije nada. Marisa entendió que no me iba a sacar ninguna opinión sobre
el asunto y decidió hacer mutis por el foro so pretexto de que había quedado con su amiga Mamen para comer.
Cuando se iba, a toda prisa, la rocé con mis labios su oreja derecha y le
susurré:
- ¡Suerte, Marisa!
11 - III - 200..
A las 5 de la mañana ha sonado, aterrador, mi
teléfono.
El teléfono, de madrugada, suena con un timbre distinto, terrible y bronco, como de alarma aciaga. Dormido, y a trompicones, he conseguido llegar hasta el sinfonier donde está el
teléfono y he podido descolgarlo.
41
-
¿Sí?
..........
¿Cómo?
..........
Un momento, un momento... Espera...
..........
¿Antonio? ¿Nuestro amigo Antonio Paredes?
..........
Perdona, Paco, perdona... Empieza de nuevo.
..........
¡La madre que le parió! ¿Pero cómo ha sido?
..........
Paco, te llamo en media hora...
Me dejé caer en la cama aturdido y abatido. La habitación me daba vueltas, y mi cuerpo pesaba como un fardo absurdo y denso. ¡Qué coño estaba pasando! Ahora Antonio, otro de los amigos de la Facultad, se había
ido. Y no se ha ido, digamos, de una forma natural, aunque morirse a los
52 nunca puede ser muy natural que digamos. No, Antonio ha hecho la
cabronada de suicidarse, de espanzurrarse desde un 6º piso contra el
suelo de esta ciudad anónima y miserable.
No hacía ni siquiera un mes que habíamos estado juntos Paco, Antonio y
yo, cenando en el Viridiana donde antaño se reunían la progresía madrileña de la época, y donde aún hoy se sigue comiendo por una relación calidad-precio más que razonable.
Estuvimos recordando los viejos tiempos del L.C.R., e, inevitablemente,
hablamos de nuestro común amigo Julio y su enfermedad terminal. Antonio
estaba bajo. Hacía ya casi un año desde que Mª Isabel, su mujer, le dejó
y se fue con un compañero de la oficina. Nunca lo entendió y nunca lo
aceptó, a pesar de la separación y del divorcio, que fueron traumáticos.
¿Por qué a él?, preguntaba continuamente. Entró en una fase catatónica
y ausente en la que nada le importaba ni le interesaba.
Y todo se precipitó entonces: a los 6 meses le despidieron, después de 15
años como jefe de ventas de la zona centro de Whisterpause, una empresa mundial de neumáticos, que curiosamente entró en expediente de crisis.
Estuvimos con él, arropándole e intentando ayudarle, aunque no era fácil.
42
Casi todas las conversaciones solían terminar con el "¿por qué a mí, Luis,
por qué a mí?", que llegó a ser insoportable.
Luego, de pronto, en el paro y separado, abrazó con fruición el activismo naturista y la causa ecologista. A los amigos nos pareció que podía ser
una salida y, de alguna manera, un sistema de compensación y de equilibrio. Y vimos de repente a Antonio entre los activistas encadenados contra la macro-cárcel de Soto del Real en el entorno del Parque Natural de
la Cuenca Alta del Manzanares, y nos enteramos que se había ido a vivir
a Minglanilla para, todos los días, junto con un reducido grupo de ecologistas radicales de Cuenca y Valencia, intentar boicotear el comienzo de
las obras de la autovía A-3 a su paso por las Hoces del Cabriel.
Fueron unos meses de sobresaltos y de continuas llamadas telefónicas, de
ayuda, e incluso de algún que otro dinerillo depositado en los habituales
juicios de faltas por disturbios. D. Antonio agradecía poco nuestro apoyo
e intentaba hacernos seguidores de sus causas con largos e inflamados
discursos demagógicos en los que, inevitablemente, se entremezclaban
razonamientos lógicos y sensatos con ideas rancias de un troskismo trasnochado y caduco.
Había hasta propuesto la creación de los GEAS (Grupos Ecologistas
Activos) que, a semejanza de los GEOS (Grupos Especiales Operativos) de
la policía, fueran una fuerza de respuesta rápida para la defensa del
medio ambiente.
Hace un mes, en Viridiana, tuve la sensación de que la idea ecologista
empezaba a desinflarse dentro de Antonio, y me dio la sensación de que
estaba pasando por una fase vacía y baja. Incluso recuerdo que me pregunté: ¿cuál será la próxima de Antonio? Desde luego sin sospechar, en
ningún momento, que la próxima iba a ser la definitiva...
- Soy yo, Paco.
- ..........
- Sí, ya sé que es tarde... Pero me da igual. No pienso ir.
- ..........
- Lo que has oído. No me da la gana desayunar hoy con su ex esposa, sus ex
hijos y sus ex amigos.
- ..........
- Bueno... alguna razón tendría.
- ..........
43
- Dile a Mª Isabel que no me has localizado.
- ..........
- De suprema cobardía, Paco, o de absoluta valentía... ¿Tu lo sabes?
- ..........
- Lo siento, Paco, en estos momentos NO ESTOY.
Hace un rato Paco ha estado en casa. No he querido preguntarle nada.
Me traía un sobre que Antonio había dejado para mi en su mesilla de
noche. Lo he abierto con una mezcla de respeto y miedo reverencial inexplicable. Había una hoja blanca con unas letras, escritas a mano y en
mayúsculas, que decían:
ESTO ES UNA MIERDA. GRACIAS.
12 - III - 200..
He dormido mal.
He visto correr el tiempo y la distancia en un
goteo de minutos y de horas pegajosas.
He tenido sueños y pesadillas deslumbrantes y
agoreras hasta que el valium tardío ha conseguido hacerme su relajante efecto.
Recién levantado, sonámbulo aún, tocado y
ofendido, he abierto el correo electrónico sin
leerlo y he escrito un nuevo mensaje a todas
las direcciones que tenía en la libreta:
PARA: [email protected]; [email protected];
[email protected];
[email protected];
[email protected]; bancazhao@ciudadch; [email protected];
[email protected];
[email protected];
[email protected]; coñ[email protected]; [email protected];
[email protected]; [email protected]; [email protected];
[email protected]; [email protected]; [email protected]; [email protected]; [email protected]
44
ASUNTO: ÚLTIMO AVISO
Antonio Paredes ha dicho antes de suicidarse:
"ESTO ES UNA MIERDA. GRACIAS."
Lo que comunico haciéndome eco de su última voluntad.
Luis.
20 - III - 200..
Si no llega a ser porque en los dos últimos años
no había asistido, y porque hacía casi un mes
que lo había reservado, no hubiera ido a la
comida anual de la Promoción-73 de la Facultad
de Derecho de la Complutense.
Malditos los ánimos que tenía yo después de lo
de Antonio para pasar un día de "intercambio
afectivo" con mis antiguos compañeros de
carrera. A la inmensa mayoría no los había
vuelto a ver hasta aquella primera comida
anual, hace 5 años, a la que asistí, más que
nada y sobre todo, por pura curiosidad. A
otros, a los que nunca faltaban , los veía con
cierta frecuencia en las páginas de los periódicos y en los telediarios televisivos. Eran los
famosos de la política o de las finanzas, o de, lo más frecuente, las dos
cosas a la vez.
De los 70 de la "orla" (majestuosa foto de familia que con el tiempo se
vuelve irónica cuando no ridícula) apenas acuden 35 cada año. A uno le
apetecería llevar la sudo dicha foto al ágape e ir pasando lista y preguntando por los logros y fracasos profesionales y personales de cada uno...
pero me temo que este ejercicio no sería bien recibido por la concurrencia.
45
La verdad es que me interesaba más bien poco volver a encontrarme con
mis antiguos camaradas de Facultad con los que, dicho sea de paso, tuve
una relación más bien exigua y superficial, exceptuando algunas honrosas
excepciones.
Era una Facultad muy conservadora y "carca", y cuando la creación de la
FUDE (Federación Universitaria Democrática de Estudiantes) la inmensa
mayoría de los compañeros se alinearon sin recato al lado del SEU
(Sindicato de Estudiantes Universitarios) de marcado cariz franquista,
derechón y antidemocrático.
Yo era uno de los "rojillos" del curso, y ahora, después del tiempo, me
apetece mucho volver a ver a aquellos conservadores cachorros que, de
pronto, aparecieron como flamantes socialistas en las filas del PSOE cuando este partido era el rey del mambo de la política y del gobierno de
España.
Allí estaban, pomposos, ufanos, saludantes y risueños, los señores ex subsecretarios y ex directores generales de anteriores gobiernos, reciclados
ahora a presidentes y directores de empresas públicas, semipúblicas o privadas, con esa versatilidad de cargos que sólo es comprensible y entendible por su "enorme valía y capacidad de entrega". Más ufanos, si cabe,
se paseaban , saludando, como los toreros, -a troche y moche-, los subsecretarios, directores generales e incluso ministrables del actual gobierno, pavoneando sus biografías y sus calvas ante sus antiguos camaradas
menos afortunados o menos chaqueteros.
Disfruté como un enano contestando a las preguntas, bien intencionadas o
tendenciosas, de algunos compañeros:
- ¿Y tu, Luis, a qué te dedicas ahora?
- Pues yo, -contestaba risueño-, soy un mantenido del Estado. Un prejubilado en paro.
La comida fue vulgar: la típica comida prefabricada para 35 comensales
que se supone que lo que pretenden es charlar y confraternizar. A mí me
adjudicaron plaza al lado de un tal José Antonio, al que ni siquiera recordaba, y que trabajaba como director de no sé qué en una compañía de
seguros, y de Ángel, una de las honrosas excepciones de mi época universitaria, y una de esas honrosas excepciones que sigue casado y feliz,
46
y con un bufete propio especializado en laboral y matrimonial. Menos mal,
porque el dicho José Antonio era un cretino estandar de seguros multi
riesgo, de electroencefalograma plano, y locuaz narrador de chistes burdos y sin gracia.
Ángel me había preguntado por los antiguos compañeros del "museo", ese
grupito que, sobre todo durante los primeros años, nos reuníamos en aquel
viejo bar de la calle San Bernardo a jugar al "mus" después de las clases. No habían asistido a la comida ninguno: ni Esteban, ni mi tocayo Luis,
ni Federico, ni Pedro "el maquis"...
Solo Ángel y yo. Ni siquiera sabíamos si estaban vivos. Nada.
De pronto, entre el tumulto y las risas, se me vino al pensamiento una
idea triste: ¿cuántos compañeros, todos de la misma edad más o menos,
estarían ya criando malvas? Se lo comenté a Ángel.
- ¡Joder, Luis, qué cosas tienes!, -protestó Ángel.
- Bueno, era sólo por curiosidad, -me disculpé.
- Que yo sepa, entre accidentes de circulación, infartos, y cáncer de próstata se nos han ido al menos 11... Que yo recuerde.
Me quedé pensativo y recordé que mis problemas urinarios continuaban y
que no había tenido el valor de llamar al especialista que me recomendó
la Dra. Galindo. Tenía que decidirme...
A los postres hablaron los de siempre y dijeron las mismas memeces de
siempre: el espíritu universitario, el compañerismo, la profesión...
Palabras huecas que nadie se creía y que para nada servían.
Estaba deseando que terminase el cónclave para dedicar un sonoro y
majestuoso corte de mangas a la parafernalia y a las mentiras consensuadas.
Me hubiera gustado, como buen anarquista atávico, haber tenido el valor
de coger el micrófono antes de que se terminase el ágape y, como mi
amigo y difunto Antonio, haber dicho a la concurrencia:
"ESTO ES UNA MIERDA. GRACIAS"
Pero los anarquistas atávicos nos caracterizamos, sobre todo, por nuestros silencios metafísicos...
47
27 - III - 200..
Los Amigos del Campo y la Montaña son incansables...
Todas las semanas me llaman para que participe en una excursión a los puntos más inverosímiles de la piel de toro. La última vez me dio
vergüenza seguir poniendo excusas y, puesto
que el lugar elegido no me era conocido, terminé apuntándome.
Se trataba de una excursión al nacimiento del
río Asón, a sus cuevas, sus paisajes y la gastronomía de la zona.
- ¿Y eso por dónde cae?, -le pregunté al secretario del club.
- Está en Cantabria, cerca de Ramales de la Victoria. ¿Lo conoce?
- Pues no mucho, -contesté.
- Vamos a ver si nos situamos, -se puso didáctico el señor secretario-.
Cerca de Laredo y de la provincia de Bilbao, pero en Cantabria. En la antigua
carretera que iba de Madrid a Bilbao...
- Ah, ahora sí, -le comenté sin ningún convencimiento.
Cuando colgué el teléfono me fui raudo a mirar la guía y, después de localizar la zona, se me ocurrió llamar a Tomás que era un experto en viajes
y gastronomías.
- Oye, Tomás, háblame de Ramales de la Victoria y del nacimiento del río
Asón, -le pregunté directamente.
- Hombre, Luis, pues un sitio muy bonito... Por cierto, hace poco han inaugurado por allí un palacete cántabro que es una gozada. Se llama Hotel-Palacio
Las Torres de Ruesga, creo. Yo no he estado, -continuó Tomás_, pero Alicia
y Pedro ya han ido varias veces y dicen que es increíble.
- Vale... ¿Y qué más?, -pregunté.
- Pues, y ese sí que le conozco, uno de los restaurantes más famosos y apetecibles del país, -comentó Tomás.
48
- ¿Cómo se llama?
- Precisamente Restaurante Río Asón, en Ramales. Es buenísimo y la relación
calidad-precio estupenda.
- Me lo apunto, Tomas -concluí-. Y gracias por la información. Ya te contaré.
La excursión y el fin de semana de campo y montaña fueron un desastre.
La cosa ya comenzó mal con los horarios pues me citaron a la intempestiva hora de las 7 de la mañana para salir en autobús desde la Plaza de
Toros de las Ventas. ¿Pero es que no podía ser a otra hora más prudente? No, parecía que no. Los Amigos del Campo y la Montaña no son trasnochadores, y sí, en cambio, madrugadores. ¡Acabáramos!
El personal que me encontré era de lo más variopinto, pero abundaban los
feos y las feas. Y no lo digo con segundas, ni siquiera por un mero afán
esteticista, sino por pura evidencia y con sorpresa. La media de edad
andaría por los 45 años con algunas escasas excepciones jóvenes y algún
que otro talludito que sobrepasaba los 60.
Se conocían ya la mayoría y reinaba un espíritu jovial y lúdico. ¡A las 7
de la mañana! No sé por qué pero aquello me recordó los tiempos de la
OJE (Organización Juvenil Española) y los campamentos de Falange.
La primera en la frente se produjo al poco de iniciar la marcha por la
autovía de Burgos, cuando, tranquilamente, saqué un cigarrillo y me dispuse a encenderlo. ¡Madre mía, ni que hubiera sacado una bomba inflamable! Fue una reacción unánime y violenta. ¿Cómo se me ocurría fumar
en un lugar cerrado? Evidentemente se me olvidaba que, lógicamente, los
adictos al campo y la montaña eran, no faltaba más, no fumadores: ni
activos ni pasivos, por supuesto.
Me dieron el viaje que, además, fue larguísimo. Por otro lado en el autobús reinaba una jovialidad que a mí, desde mi parapeto encabronado y contrariado, me parecía totalmente pueril. Esperaba que, de un momento a
otro, alguien propusiera cantar aquello de "ahora que vamos de marcha
vamos a contar mentiras..."
No sucedió pero a punto estuvo. Alguien entonó, sin mucho éxito de participación, gracias a Dios, el "de colores..."
¿Dónde me había metido? Un anarquista atávico y curtido compartiendo
vivencias con un grupo, -seguro-, de ex flechas y de numerarios infiltrados del Opus.
49
Luego, -reconozco que fue culpa mía y que me tomé mi parte de revancha-, cuando llegamos por fin a Ramales, nos pararon en una especie de
Hotel-Pensión de estrella y media que tenía, al menos por fuera, una pinta
siniestra. Y ahí fue la mía: comuniqué educadamente al secretario que el
"chachi", un servidor, se alojaría en el Hotel Torres de Ruesga que, según
me dijeron, estaba en el vecino pueblo de Valle. Dura y extraña ofensa
para los ex flechas que me miraban perplejos y sorprendidos. Cuando vieron que no me convencerían y que mi decisión era firme me citaron para
las 8 de la mañana del día siguiente para hacer la escalada a las fuentes
del río Asón y ver las cuevas. ¡Alas 8 de la mañana! Ni que las quitaran
más tarde... Esta gente no tenía remedio. Les dije que sí y me marché
al precioso hotel de Valle donde, después de meterme entre pecho y
espalda una suculenta cena cántabra, les dije que no me molestaran por
la mañana bajo ningún pretexto, y que si me llamaban por teléfono dijeran que el señor había dejado dicho que no deseaba recibir llamadas.
Así terminó mi primera y última excursión con el Club de los Amigos del
Campo y la Montaña. El nacimiento del río Asón no lo conocí, pero al día
siguiente degusté, solito, sosegado y fumando, una maravillosa comida en
el Restaurante Río Asón que tardaré tiempo en olvidar, mientras mis compañeros excursionistas estarían sudando como locos y degustando, seguro,
unos maravillosos bocadillos de mortadela y tortilla de patatas a las finas
hierbas.
La vuelta a Madrid, fuera ya y desconexionado de los numerarios del Opus
y de los ex flechas, fue de lo más curioso. El hijo de los dueños del
Palacio-Hotel tenía que viajar a Madrid y me trajo, eso sí, a 160-180
kmts/hora, en un Porsche especial, que me transportó, acojonado pero
contento, a mis locos años de juventud.
Cualquier cosa mejor que volver con aquella panda de seminaristas no
fumadores en un autobús rancio cantando aquello de "de colores, de colores se visten los campos en la primavera, de colores, de colores es el arco
iris..."
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30 - III - 200..
¿Qué está pasando...?
Cada día me siento un poco más "isla" dentro
de un continente social que no entiendo y que
me es hostil.
Cabría pensar que a los 50 años uno tendría que
haberse familiarizado ya con los comportamientos sociales de la mayoría, uno tendría ya que
conocer y prever las reacciones y las agresiones de los que siempre llamé "mis compañeros
de viaje".
Pero no, cada día, casi cada minuto, me acomodo inevitablemente en una
perplejidad que me daña y que me aparta.
¿O soy yo el raro, el anormal, el extraño? ¿O es esa especie de depresión instalada aleatoriamente en mi vida la que me hace ver las cosas diferentes y juzgarlas desde una perspectiva insolidaria?
No sé... Pero lo que sí sé es que el mundo en que vivo, sus relaciones
sociales (o más bien su falta de relaciones), sus comportamientos, sus
modas, me son cada día más ajenas, más lejanas.
Aprendí a vivir y a relacionarme en una normas y en unos principios de
comportamientos elementales que ahora se me escapan por todos los lados,
posiblemente porque esas normas, esos principios, esos valores, ni se
desean, ni siquiera se consideran válidos. Pero, curioso es, que un anarquista vocacional, por atávico que sea, esté hablando de valores y de principios cuando, aparentemente, lo más alejado del anarquismo sean precisamente normas y principios. ¡Craso error!
Hay que recordar que las comunas libertarias y anarquistas de la preguerra española tenían un sistema de normas y valores mucho más rígidos que
los pueblos de sistemas conservadores, y que nunca fueron entendidos porque casi siempre se identificó anarquismo con el "hacer de mi capa un
sayo".
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Decía que me estoy auto-aislando y auto-limitando. Muy a pesar mío, o
quizá con mi colaboración inconsciente, pero juro que no sé cómo adaptarme a la falta de valores y de normas de comportamientos que yo considero lógicas y probablemente imprescindibles.
En el momento actual ando perdido en casi todos mis principios básicos, y
ya no sé si es correcto y bueno saludar cortésmente, ceder el paso a quien
lo necesita, decir la verdad, no estar permanentemente a la defensiva,
anular telefónicamente una cita que habías previamente concertado ante
la imposibilidad de acudir a ella, no decir solamente aquello que el otro,
o los otros, están esperando que digas para quedar bien, discrepar educadamente en una tertulia o conversación, sentirte solidario con las minorías, pensar que el fin no siempre justifica los medios, creer en el amor
y gozar con la poesía, amar las flores y la belleza de cualquier signo,
creer en la libertad que no ofende ni mutila, sonreír aunque la sonrisa no
vaya dirigida a un fin exclusivamente crematístico, gozar con la felicidad
de los otros, aceptar el valor y la importancia de los que han trabajado
con esfuerzo y dedicación sus futuros...
A lo mejor es que no soy un anarquista atávico. A lo mejor es que tengo
de anarquista lo que de chino, y de atávico lo que de anarquista.
7 - IV - 200..
Al fin me lié la manta a la cabeza y tomé una
cita con el Dr. Montesinos...
Debo reconocer que estaba muy nervioso cuando entré en aquella consulta del Barrio de
Salamanca que parecía una oficina de una
Agencia de Publicidad ultramoderna. Había 3 ó
4 personas en la sala de espera, pulcra y funcional, con cómodos sillones de cuero negro y
música ambiental, y, en aquella ocasión, no solo
no me molestó la espera, sino que íntimamente agradecí tener tiempo para
recuperarme del "acojono" que llevaba por mi revisión de próstata.
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Es curioso, pero el hecho médico es, en sí mismo, un acto de entrega y
de confianza, cuando no de absoluto salvamento. Y a pesar de que la posición del paciente (es interesante cómo los médicos nunca te llaman cliente sino paciente, que algo tendrá que ver con paciencia) es siempre la peor
por definición, muchas veces me he preguntado cómo se tendría que sentir el médico, sobre todo en aquellos casos donde fuera grave el diagnóstico y las posibilidades de curación escasas o nulas.
No sé si esa "pasta" especial de la que imaginaba tenían que estar hechos
todos los médicos era una condición previa de su vocación, o sería, quizá,
un elemento añadido a estos profesionales que, dicho sea de paso, nunca
me cayeron especialmente bien por su excesivo corporativismo y la sensación permanente de estar por encima del mundo impartiendo bendiciones, consejos y recetas.
En esas elucubraciones estaba cuando una señorita con pijama verde se
asomó a la sala de espera y me dijo que podía acompañarla. Yo hubiera
acompañado a aquella señorita, de unos 22 años, en aquellos momentos
sobre todo, al fin del mundo, pero la cosa no tenía remedio y se trataba
de acompañarla, solamente, al despacho del Dr. Montesinos.
- Hola, buenas tardes, -se levantó el Dr. de su sillón para saludarme.
- Hola, -contesté tímido.
- ¿Cómo está?, -intentó romper el hielo el Doctor.
- Pues si le digo la verdad, acojonado, -dije en el mismo tono.
- Bueno, tranquilo, hombre, tranquilo... -respondió el Dr. Montesinos mientras sacaba una ficha en blanco para, sin duda, hacerme la historia clínica- . ¿Cuál es el problema?
Y yo le conté mi problema a trompicones, sin orden ni concierto, tartamudeando de vez en vez. No sé qué me asustaba y me molestaba más: si
el hecho de que pudiera tener un verdadero problema grave, o el tener
que írselo contando a un señor desconocido del que no tenía más remedio
que fiarme.
Luego me estuvo haciendo un montón de preguntas personales sobre mi
vida, mis costumbres sexuales y mis enfermedades pasadas que terminaron de ponerme de mal humor y a la defensiva. Aquel tío no irradiaba precisamente simpatía ni confianza, sino más bien cierto distanciamiento
aséptico, adobado con unas gotitas de altanería y una pizca de aburrimiento.
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Cuando dio por terminado el interrogatorio, y casi sin mirarme, me dijo,
más bien me ordenó:
- Bien, tengo que explorarle.
Estuve a punto de replicarle que explorara a su señora madre, o más bien
a aquel bomboncito de enfermera que tenía, pero el miedo me atenazó y
no dije más que:
- De acuerdo.
- Pase allí, -me dijo señalándome una sala contigua a su despacho-, se desnuda, y se pone en posición genu-pectural.
- ¿Genu qué?, -salté como un resorte.
- Perdón, -se disculpó-, creía que estaba familiarizado con la posición para
el tacto rectal.
Ese tío era un imbécil, de ese gremio que tanto abunda y que se refugia
en los tecnicismos para despreciar e ignorar a los que se sienten desvalidos o aterrados, como era mi caso. Me hubiera gustado, en aquel momento, tomar "las de Villadiego" y dejarle plantado con su estupidez y su posición genu-pectural, pero a pesar de todo mi anarquismo intrínseco, a uno
le cuesta trabajo quitarse de un golpe toda la educación de colegios de
pago.
Salí con una batita ridícula y con una mala leche impresionante.
Después de un tacto rectal que, aunque fue corto, a mí se me hizo eterno y totalmente vejatorio, el doctor me dijo:
- Ya puede vestirse.
Cuando salí, disfrazado de nuevo de persona, le pregunté:
- ¿Y...?
- Pues de entrada, mi amigo, tiene usted una próstata como un balón de rugby,
-comentó irónico el Dr. Montesinos.
- ¿Y?, -volví a preguntar, sin duda sin atreverme a preguntar lo que en
verdad deseaba.
- De momento nada más, -dijo distante-. Tengo que realizar análisis y otras
pruebas funcionales para poder darle un diagnóstico... Probablemente estemos
hablando de una hipertrofia de próstata que habrá que operar... Posiblemente
benigna, -dejó caer-, pero es difícil asegurarlo...
¡La madre que parió al Dr. Montesinos!: probablemente...posiblemente...quizá benigna...
Me estaban dando ganas de darle un puñetazo en su geta altanera y
ponerle las gafas por montera. No dije nada porque si hubiera abierto la
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boca, "probablemente", "posiblemente", "quizás", le hubiera insultado.
Opté por recoger los impresos y marcharme, después de abonar al bomboncito del pijama verde, que era lo único agradable en aquella oficina
lujosa y siniestra, los 120 euros del tacto rectal. ¡Si seré gilipollas!
Cuando salí a la calle respiré hondo y todo mi cuerpo se llenó de vida y
de paz.
En aquellos momentos solo me apetecía olvidarme de aquella experiencia,
por lo que decidí meterme en el primer cine que encontrase de paso y dormirme la primera película que pusieran.
Y eso hice...
9 - IV - 200..
Esperanza me ha llamado pidiéndome "árnica"...
No me ha querido decir por teléfono qué le
pasaba y para qué quería hablar conmigo, pero
no ha hecho falta, la verdad, porque de antiguo y de tiempo bien me sé yo cual es el problema fundamental de Esperanza.
La he invitado a cenar en casa y me he puesto la careta de hombre ecuánime barruntando
lo que se me venía encima.
Esperanza lleva casada casi 25 años con Rafael, un energúmeno altisonante y lleno de complejos que, desde su incapacidad y su chulería, lleva años
ejerciendo los malos tratos síquicos y físicos con mi amiga Esperanza.
Nos conocimos hace ya muchos años en el primer trabajo en el que coincidimos, una compañía de reaseguros y caución, y aunque después tomamos rumbos distintos, nunca dejamos de relacionarnos. Es una mujer
curiosamente bastante alta, 1,75, y de una dulzura y una bondad poco
frecuentes. Había sido esposa y madre tempranas, y, a pesar de que
siempre trabajó, era una gallina clueca de toda su prole, compuesta por
tres chicos y una chica que ya superaban los 18 años.
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Cuando sonó el timbre y abrí la puerta me encontré con una mujer aviejada, agotada y triste, con gafas oscuras a pesar de la nocturnidad, y
con un chaquetón por encima de los hombros antiguo y deslucido.
- Pasa, Esperanza, pasa, -le saludé dándole un beso.
Entró sin quitarse las gafas y se dejó caer en el sofá del saloncito sin
decir palabra. Al momento rompió a llorar. Me acerqué a ella y la tomé
la mano con cariño y sin decir nada. Estuvimos los dos callados durante un
tiempo. Al final se quitó las gafas oscuras dejando ver un tremendo moratón sobre su ojo derecho.
- Es el último, Luis, -me dijo entre sollozos, señalándose el ojo y mostrándome otros hematomas en brazos y espalda.
- ¿Cómo lo permites, Esperanza?, -me atreví a preguntar.
- Ya no lo permito, Luis. Te juro que se acabó, -sollozó.
- Te ha costado 25 años decidirte, Esperanza..., -le comenté.
- Es como una droga, Luis... No sabes ni cómo empieza, ni cómo sucede, ni cómo
desengancharte... Al principio fue la esperanza, la esperanza de que cambiara,
de que fuera pasajero... La esperanza y el amor... Porque, ¿sabes, Luis?, yo le
he querido, y mucho. A Rafael... Luego los hijos, -continuó su soliloquio-, el
miedo al escándalo, la frustración de toda una vida y de todos unos proyectos...
- Para, para, Esperanza, -interrumpí-. No puedo entenderlo... Tiene que
haber un momento en que tu propia autoestima te sirva para decir alto, se
acabó...
- No es tan sencillo, Luis...
Esperanza tenía una mirada perdida y vacía de enorme pena y frustración. Hablaba para ella misma y apenas reaccionaba cuando yo interrumpía su triste discurso.
- Pero tu tienes tu trabajo, tu economía, tus amigos..., -insinué.
- Para nada, Luis. Es todo un proceso, no sé si consciente o inconsciente, de
anulación sistemática. Fuera de Rafael yo no era nada. Fuera de su genio y su
violencia, alternadas eso sí con momentos maravillosos, yo no era nadie. -Se
quedó callada unos minutos y continuó-. Nunca pude tener amigos o amigas
porque fuera de él nada merecía la pena. El trabajo me lo dejó mantener porque le venía bien mi sueldo, pero totalmente controlado y dirigido.
- ¿Y tus hijos, Esperanza?, -inquirí.
- ¿Mis hijos? -Esperanza puso un gesto raro antes de contestar-. Mis
hijos en sus mundos particulares y cómodos. No han visto, no han querido ver
nunca nada. Sólo les ha importado tener bien cubiertas sus necesidades (y eso
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sí que Rafael ha sabido hacerlo siempre), su dinero para divertirse, sus coches
a la puerta y bien a punto... Nunca, Luis, nunca me han prestado el más mínimo
apoyo. Han mirado para otro lado...
- ¡Joder, Esperanza, qué fuerte!, -se me escapó.
De nuevo el silencio se apoderó del saloncito. No sabía ni qué hacer ni qué
decir. Esperanza tenía la mirada perdida detrás de unos ojos morados y
vacíos. Parecía imprescindible que hiciera o dijera algo.
- ¿Y ahora, Esperanza?, -pregunté.
- Ahora todo ha cambiado. Creo que Rafael tiene una amante joven y ha abierto algo la mano del control. Y yo me he enamorado, Luis...
- Bueno, es importante..., -comenté.
- Importante y difícil, Luis, -continuó-, porque me he enamorado de una
mujer. Se llama Marta y tiene 10 años menos que yo.
No sabía que decir: de nuevo las confidencias femeninas me superaban y
me aprisionaban en un callejón sin salida.
- Bueno, -me atreví a comentar-, si tu estás decidida...
- Ha sido la única que ha sido capaz de desengancharme... Es una mujer maravillosa, ¡y tan dulce! Me está ayudando mucho y me está dando las fuerzas que
necesitaba, -ahora Esperanza estaba más lúcida y real-. Me voy a vivir con
ella, Luis. Lo dejo todo y me esfumo...
- ¿Y no tienes miedo del escándalo?, -pregunté-. ¿Estás segura, Esperanza?
No de dejar a Rafael, que eso parece evidente y necesario, sino de irte con la
tal Marta.
- Estoy segura, Luis, -sentenció Esperanza-, todo lo segura que se puede
estar...
- ¿Y los hijos, el trabajo...?, -pregunté de nuevo.
- ¡A freír espárragos todos y todo! He dado 46 años de mi vida a gentes que
me han utilizado y masacrado. Creo tener derecho ahora, Luis, a ser yo misma,
a ser feliz, a intentarlo al menos, quizá a equivocarme...
- No sé, Esperanza, creo que sí..., -afirmé hecho un mar de dudas.
- Quiero que sepas que me voy dentro de una semana a Colombia con Marta.
Solo tu lo vas a saber. Espero que no se te ocurra contárselo a nadie, ¡a nadie,
Luis!, -Esperanza me miraba ahora con una mirada dura y resuelta.
- Descuida, -contesté-. Pero no tenías que habérmelo contado. Ni siquiera a
mí.
- Lo necesitaba, Luis. Creo que eres el único amigo de mi vida pasada, -sonrió
Esperanza.
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Estuvimos luego hablando de sus proyectos, de sus sueños, de sus amores
homosexuales. La verdad era que me sentía muy incómodo y me limité a
escuchar, a hacer de nuevo de esponja y de paño de lágrimas, de confidente imparcial.
Aquello me estaba haciendo daño: por un lado me dolía el frecuente,
demasiado frecuente, comportamiento brutal de los de mi sexo, y por otro
me angustiaba la narración de esos placeres homosexuales que respeto
pero que me son muy difíciles de entender. Así mismo me encontraba incómodo con una confidencia que no sabía que consecuencias me podría acarrear. Y sobre todo, sobre todo, estaba hasta las mismísimas narices de
ser permanentemente el paño de lágrimas y la esponja de los problemas
de los demás.
¿Para cuándo alguien hará de recogedor de mis miserias y mis angustias...?
13 - IV - 200..
Me acabo de quedar perplejo...
Recién empiezo a reaccionar y a estabilizarme
de la noticia.
Hace una hora, más o menos, me ha llamado mi
hija Virginia desde París para darme la noticia
de que soy abuelo.
A poco me quedo sentado de la impresión...
¡Abuelo!
No sé ni qué pensar... Hacía más de dos años
que no sabía nada de Virginia, y la primera
noticia que recibo es para decirme que ha tenido un niño. Creo que es un
varón...
Ni siquiera he tenido fuerzas de preguntarle con quién. Tampoco ella ha
estado muy explícita que digamos. Sólo que nació en Enero y que está
bien.
¿Se parecerá a mí? ¿Tendrá padre?
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Porque estoy convencido que Virginia es capaz de haberlo tenido por inseminación de donante desconocido...
¿Será francés el padre? ¿O chino? ¿O senegalés?
Bueno, no sé tampoco por qué me preocupo tanto por esto... Hace tiempo que no ejerzo de padre, y probablemente casi nunca ejerceré de abuelo...
Y, además: ¿quién me ha pedido permiso a mí para ser abuelo? ¿Quién me
ha consultado para que yo acepte ese título y esa responsabilidad? Sí, ya
sé que habitualmente no se consulta... pero a mí eso me importa un rábano.
La verdad, yo no me siento preparado para ser abuelo. Soy un clásico y
siempre vi a los abuelos con bastón, pelo muy blanco y sonrisa de cuento.
Y una cosa es que esté prejubilado, y otra bien distinta es que esté acabado. ¡Faltaría más!
No, no me apetece un pimiento ser abuelo. No quiero.
Se me ha debido notar mucho por teléfono, porque Virginia, que suele ser
muy habladora, se ha quedado algo parca de ideas. ¿Qué se pensaba?
¿Que me iba a poner a dar saltitos de alegría y sollocitos por teléfono?
No sé nada de ella durante dos años, y pretende que tenga un orgasmo
por nombrarme abuelo... ¿Qué quería, que me pusiese a tirar cohetes...?
Una cosa es que yo vaya de moderno, y otra cosa es que me parezca ideal
que mi hija, a la que no veo desde hace un porrón de tiempo, me llame
por las bravas para decirme que soy abuelo. ¿O es que pretendía que la
mandase un cheque al portador como regalo por tan fausto acontecimiento?
Quizás...
¿Y el marido, o el padre, o lo que puñetas sea..?
Intento ser respetuoso y aceptar que tengo unas hijas que apenas son más
que un recuerdo, y, a veces, unas noticias desmadradas, pero de ahí a
involucrarme emocionalmente en el negocio, va todo un mundo.
¡No me da la gana ser abuelo! ¡Que conste!
(Y ahora tendré que soportar, seguro, la llamadita de Merche, mi ex, para
recomunicarme la noticia y decirme que haga algo...)
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16 - IV - 200..
Aun no me he repuesto del todo de lo de ser
abuelo...
Me llamó Mayte para invitarme unos días al
Valle del Jerte, a una casita maravillosa y alejada del mundanal ruido que le había dejado una
amiga. Me auguraba una Semana Santa especial, en paz y en pasiones mundanas. No lo
pensé mucho: le dije que no, que ya estaba
comprometido.
La funcionaria de Correos, y maga a tiempo parcial, me llamó (¿de dónde
había sacado mi teléfono?: puede que se lo pidiese a la licenciada en filosofía pura, la de las piernas inmensas y perfectas, a la que se lo entregué el primer día por si lo necesitaba para cualquier cosa) para invitarme
a las procesiones de Calanda, en Teruel, y a sus famosas tamborradas.
Tenía una amiga íntima en la ciudad, pitonisa importante por cierto, que
la prestaba un apartamento monísimo.
Tuve que inventarme que ya había quedado con mi amiga Mayte para pasar
unos días de meditación en el Valle del Jerte.
Merche, mi ex mujer, me llamó porque quería que tuviéramos una entrevista, bis a bis, para hablar de nuestro nieto, durante estos días de vacaciones que estaría más libre. Le dije que me hubiese encantado pero que,
desgraciadamente, no iba a poder ser porque me había invitado una
amiga a las procesiones de Calanda, en Teruel, y ya me había comprometido.
Que no se preocupase, que cuando volviera le llamaba de inmediato.
Marisa quiso que pasase estos días de Pascua en la finca los Lucerillos, en
plan relax. Se iba a quedar sola puesto que Mariví se marchaba a Ibiza
con el de la cita a ciegas, y su marido a París, a una reunión importantísima de la Asurance. Tenía que hablar conmigo de amiga a amigo y "lo que
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fuera", según palabras textuales que entendí demasiado bien.
¡Qué mala suerte, Marisa, -me excusé-, porque hace solamente una hora
me he comprometido con Merche, mi ex mujer, para arreglar durante
estos días unos papeles que teníamos pendientes en Cádiz, y no puedo
dejarla plantada ahora!
¡Cuánto lo siento, Marisa, porque me apetecía cantidad!
Y Tomás me ofreció un safari en 4 por 4 con unos amigos por los desiertos de Túnez, y unas mágicas noches de blanco satén y lujuriosas orgías
a la luz de la luna y de los luceros de África.
¡Qué pena, -le dije-, acabo de quedar con Marisa para pasar estos días
en los Lucerillos... Y Marisa, -comenté-, es de las que no admite cambios ni negativas.
¡Si me hubieras avisado tan solo unas horas antes..!
¿Qué estaba pasando?: les había dado a todos un ataque agudo de
"Semana Santitis". Estaba yo como para andar por ahí aliviándome con
unas vacaciones, pagadas por el Estado, que se habían convertido, para la
mayoría, en una obsesión y en una huida hacia cualquier sitio.
A uno, que además de atávico anarquista ejerce de agnóstico programático y humanista, ya empieza molestándole la idea del nombrecito de la
semana, continua no entendiendo los tótenes procesionales, y termina
jorobándole esa curiosa obsesión de los "urbanitas" de salir corriendo
fuera de su habitat, como almas que persiguiera el diablo, a costa de
soportar estoicamente caravanas y molestias sin límite, sólo por el deporte de unos días de asueto laboral en los que, normalmente, ni siquiera se
plantean la posibilidad de ejercer una vida más digna, cómoda y tranquila dentro de su entorno habitual.
¡Y más a mí que ejerzo como prejubilado administrativo y estoy de vacaciones peremnes!
Espero, sinceramente, que esta ciudad, habitualmente ofensiva y molesta, se quede vacía y me permita darme grandes paseos por sus calles, y
enormes sesiones continuas de cine, sin agobios ni colas.
A ver si hay suerte.
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20 - IV - 200..
Rebuscando en el cajón de los recuerdos, por
un impulso inexplicable, o, acaso, predeterminado por esa moriña del alma que se le agarra
a uno ciertos días de "chirimiri" denso y de
nostalgias, ha llegado a mis manos una revista
del Colegio de la Salle, y he encontrado mi foto
en el curso de Preuniversitario con mis compañeros de Sevilla.
Me ha costado encontrarme y reconocerme, y
he tenido que echar mano de los nombres que
venían a pié de foto para aceptarme. Es curioso, pero he reconocido antes a antiguos compañeros que nunca más he vuelto a ver, y en
cambio he dudado con mi imagen.
¿Qué habrá sido de todos aquellos muchachos que ahora tendrán mi misma
edad? Me encantaría poder hacer un sortilegio y que se me fueran apareciendo, uno a uno, con sus especiales y particulares biografías, con sus
realidades presentes y sus proyectos antiguos.
¡Cuántos fracasos! ¡Cuántas alegrías y cuántas tristezas en la cuneta de
la vida!
Allí estaba, -lo he reconocido al instante-, Cohén, aquel judío religioso,
y pragmático como una roca, dentro de un mar católico intolerante. Y
Mahíllo, infantil y siempre con la sonrisa puesta de domingo. Y Pérez de
Oteyza, de quien alguien me comentó hace poco que estaba en Filadelfia
como director de un laboratorio de genética. Y Baguani, el indio, alto y
serio, trascendental e ingenuo, que parecía la caricatura de todo el Ganjes
trasladado a la ciudad del Guadalquivir. Y Gonzalo Gámez, el hijo de aquel
pediatra famoso de Mairena y que tenía tan clara su especial vocación
familiar que siempre nos estaba recetando píldoras para las cosas más
inverosímiles. Y José Zarza, católico, guerrillero de Cristo Rey, militan62
te de la ultramontana fe y de la defensa espiritual del Occidente. Y
Montero, y Ruano, y Carrascosa...
De pronto mi memoria me ha trasladado, nítidamente, a aquel colegio religioso de mi adolescencia, a los Tarsicios, a los Congregantes del Niño
Jesús, a los Jóvenes de Acción Católica, a las Novenas de María
Inmaculada, a los Cursillos de Cristiandad: apostolados a "marcha-martillo" bien comprimidos en aquellas almas juveniles que se debatían entre las
primeras pasiones y las últimas entregas sublimes.
Y también a las preguntas sin respuestas sobre el futuro, los grandes
coloquios metafísicos y apasionados sobre la personalidad y el yo, la amistad como una experiencia y como una huella, el amor y el sexo como una
presencia dura y fuerte que asaltaba tu alma tierna educada para un
cuento inexistente.
¿Qué habrá sido de mis compañeros de colegio? ¿Cuántos habrán hecho
ciertos sus proyectos? ¿Cómo serán ahora, después de que el tiempo y la
experiencia les vapulearan sin consuelo?
Inevitablemente mis recuerdos se han vuelto hacia mis adentros y han
dejado correr la memoria de aquellos tiempos. Inevitablemente han aparecido entre mis canas, sonrisas y lágrimas, desamores, proyectos inconclusos, pasiones que nunca hubiera pensado que acabasen, y que acabaron, sueños de adulto que se quedaron en el inicio, pretensiones de poeta
que se fundieron entre el pragmático relucir de los oropeles económicos...
He dejado la revista del colegio guardada en el cajón.
Había pensado tirarla al cubo de la basura, pero un soplo de nostalgia y
de silencio ha recorrido mi alma de viejo trapecista de los sueños, de
anarquista antiguo del presente, y me ha dejado un regusto de recuerdos
agridulces entre mis manos.
Ahora, que sigue cayendo un "chirimiri" imperceptible y continuamente...
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24 - IV - 200..
Las clases de pintura, un muermo impresionante...
Aparecí el primer día por allí con mi equipamento perfecto, recién comprado para la ocasión en el Corte Inglés, y fue como si me
hubiera metido vestido de frac en un concierto de los Sex Pistols.
El ridículo más espantoso hice.
El profe, un viejo amargado y poco comunicativo llamado D. Fernando, me miró de arriba abajo, torció el gesto de por
sí bastante torcido de natural, y me dijo:
- ¿Viene usted de Montmatre?
El resto del personal, mayoritariamente joven, no pudo reprimir la carcajada. Era un colectivo desarrapado pero uniformado en sus vaqueros y en
sus polos raídos que más parecían un grupo de guerrilleros mapuches de
descanso, que aspirantes a artistas.
- Pues no, mire usted, -contesté mosqueado-, vengo de aquí cerca, de la Villa
y Corte...
(Aunque pensándolo bien me lo había ganado a pulso por esteta.)
Los siguientes días, y para mantener mi postura y mi disconformidad, aparecí en todas las clases perfectamente trajeado y encorbatado, lo que me
obligó a sacar del armario mi eterno traje gris a rayas de las grandes
solemnidades y a pedirle unas corbatas a mi amigo Tomás. El guarda polvos de pintor lo dejé colgado en el perchero, pero los mapuches se enteraron de lo que era pintar al óleo vestido de ejecutivo agresivo en día de
convención.
Al tercer o cuarto día D. Fernando se me acercó y me susurró bajito, con
la mueca amarga y desabrida:
- ¿No estaría más cómodo con ropa algo más informal?
- Pues no, usted perdone, -contesté de mala leche-, porque yo me inspiro
más vestido como un señor. Lo siento, pero no lo puedo evitar...
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Por el contrario, decidí, y para mosquear más al personal, dedicarme a la
"pintura conceptual". ¿Que qué era la pintura conceptual?: y yo qué sé,
pero cuando se lo dije a D. Fernando me pareció que sonaba bien y que
probablemente le molestaría a aquel viejo gruñón amargado.
Como se trataba de fastidiar, me pasaba toda las clases pegando brochazos histéricos a los lienzos y convirtiendo los cuadros en un sin fin de
manchas de colores que yo intentaba valorar y jalear con grandes y sonoros aspavientos para jorobar a la concurrencia.
Y como, también, de lo que se trataba, por lo visto, era de pagar la
cuota, y yo la pagaba religiosamente, se me dejó ir en esa pintura simbólica y conceptual, estrafalaria y patética, que para nada servía.
Un día sí, un día tuve que hacer esfuerzos para seguir con mi pose: fue
una mañana en que apareció una joven modelo de unos 22 añitos y empezó a desnudarse con mucha seriedad y paciencia hasta quedarse como
"Dios la trajo al mundo", y en un escorzo forzado por D. Fernando que la
hacía, al menos para mí, mucho más provocativa.
Ese día sí tuve que echar mano de toda la sangre fría de mis 50 años para
seguir manteniendo el tipo y los brochazos. De verdad: un brochazo se me
iba y otro se me venía detrás de aquellos muslos, aquellos pechos, y aquellos glúteos impolutos y recientes de la modelo. Pechos, muslos y glúteos
que yo, erre que erre, convertía paranoica y apasionadamente en brochazos paroxísticos y de un cromatismo inenarrable.
Pero lo que no podía imaginar era que al final de la sesión de una hora de
pose en escorzo, y cuando ya la señorita (Ada se llamaba) se había vestido y paseaba acompañada del viejo por entre los cuadros de los alumnos
observando con sonrisa distante los lienzos, se parase ante mi horrendo
retablo de colores furibundos y me dijera:
- ¿Me has visto así?
- Más o menos, -contesté muy cortado.
- Curioso, curioso..., -se quedó pensativa.
D. Fernando se había alejado ya para recoger los bártulos y la señorita
Ada seguía mirando mi cuadro, embelesada.
- A lo mejor necesitarías una nueva oportunidad, -susurró, más que contestó, la modelo de pronto saliendo de su embeleso.
- A lo mejor..., -repliqué cada vez más cortado.
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La chica buscó en su cartera, sacó un bolígrafo y un papel, escribió algo
en él, y me lo entregó mientras se alejaba diciendo:
- A lo mejor...
Cuando ya pude reaccionar, una vez que la chavalita hubo desaparecido
por la puerta del fondo de la sala y casi todos los alumnos abandonaban
el aula pictórica, abrí el papel doblado y pude leer:
ADA - 91-8354877
¡La leche! ¿Y ahora qué hacía yo? No entendía nada. ¿Era una provocación a mi chulería anarquista, o acaso era de verdad un ofrecimiento? ¿Y
sería una oferta pictórica, o quizá solo una excusa para una aventura amorosa-sexual?
Estaba anonadado. Lo único que se me ocurrió fue guardarme el papelito
y pensarme con detenimiento la actitud que debería tomar.
A lo mejor eso de ser pintor conceptual "mola-maza-cantidad" entre las
modelos jovencitas...
27 - IV - 200..
Sí, sí... "Cantidubi" molaba lo de la pintura
conceptual...
Después de reflexionar durante unos días, de
estar a punto de llamar varias veces y luego
arrepentirme, de sacar el curioso papelito de la
modelo pictórica y volver a guardarlo al minuto, por fin ayer me decidí y marqué el número
enigmático.
- ¿Hola?
- Buenos días, -contesté a la pregunta reconociendo la voz especial de Ada-. Soy Luis, el de la pintura conceptual.
- ¿Cómo?, -dijo algo sorprendida-. ¡Ah, sí, el de las clases de pintura!, comentó al cabo de unos segundos.
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- En efecto, -dije.
- ¿Y?
- Bueno, me diste el teléfono y he decidido conocerte algo más a ver si cambio mis conceptos y te siento de otra manera, -dije armándome de valor e
intentando relacionar las palabras con las ideas.
- Me parece muy bien, -contestó Ada-. ¿Sabes mi dirección?
- No, ¿cómo iba a saberla?, -respondí.
- Claro, tienes razón... Apunta: Orense 47, 2º, letra G. ¿La tienes?
- Sí, ya la he apuntado.
- Puedes venir cuando quieras, te espero, -comentó la chica sin mucho énfasis.
- ¿Cuándo quiera?, -dije.
- De 3 a 12 de la noche menos los lunes, -respondió Ada de una forma rutinaria.
- Pues es posible que esta tarde vaya a verte... ¿Te parece?, -le pregunté.
- Me parece bien, -contestó escueta.
- ¿Debo llevar los bártulos de pintor?, -me atreví a comentarle.
- No, hombre, no... No fastidies, -contestó Ada riéndose.
Me quedé pensativo. Había sido todo demasiado fácil y demasiado sobrio
para que al menos no me quedase un regusto extraño entre mis neuronas
que se habían puesto a trabajar como locas. ¿Era posible que aquella chica
jovencísima y macizísima se hubiera quedado prendada de mí, con mi incipiente barriga cincuentona y mis capilares entradas a lo seminarista? ¿Y
sólo con verme y charlar conmigo durante 5 minutos? Raro sí que era, pero
imposible desde luego no, ya que todavía no me había olvidado de lo de la
fiesta de divorcio de Jorge y el extraordinario éxito de este carroza con
la muchachada juvenil. A lo mejor es que ahora estamos de moda los cincuentones separados, pensaba a todo ritmo de neuronas.
En cualquier caso no las tenía yo todas conmigo y, aunque deseaba no
retorcer demasiado los acontecimientos, lo cierto y verdad era que alguna sombra de duda me acompañaba mientras me ponía mis mejores galas
y perfumes para ir a encontrarme con la bella Ada.
El portal era uno de esos lujosos portales de la zona alta de Orense, y
mientras esperaba el ascensor se me ocurrió que era mucha casa para una
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jovencita modelo de aulas pictóricas a tiempo parcial, pero,- pensé-, quizás aquello de la pintura fuera tan solo un divertimento y su verdadero
trabajo fuera otro, o quizás fuera una niña-bien que se divertía haciendo, una vez por semana, de exibicionista de tan espléndida figura para
solaz de los alumnos de pintura...
Cuando se abrió la puerta me quedé petrificado. Allí estaba Ada con una
"desabillé" cortísima y trasparentísima que dejaba a la vista de cualquier
observador, que tuviera menos de 20 dioptrías de miopía en cada ojo, unas
mamas espectaculares y no pasadas por la estética, un cuerpo fabuloso,
y un tanguita rosa que era la mínima expresión en ropa interior que debía
fabricarse en las "lingeries" de Francia.
Su sonrisa era de programa estético, y su voz, forzada y afectada cuando me saludó, evidenciaba que no me había reconocido.
- ¡Hola, mi amor! ¡Pasa, cariño!
- Hola, -dije más cortado que un mono.
- ¿Cómo estás, mi cielo?, -me susurró mientras cerraba tras de mi la puerta del apartamento.
- Pues si te digo la verdad, Ada, extrañado..., -comenté rojo de vergüenza.
- ¿Extrañado? ¿Y eso?, -me susurró comiéndome la oreja mientras me acariciaba el trasero.
- Es que yo... Yo soy el pintor conceptual..., -dije a media voz y cada vez más
cortado.
- ¿El pintor conceptual?
Ahora la desconcertada era, evidentemente, Ada. En un momento su cara
se iluminó y de pronto cambió su gesto forzado de vampiresa por una
mueca de sorpresa y de contrariedad. No quiso, sin embargo, cambiar del
todo su actitud y me comentó:
- Bueno, ya sé quien eres, pero eso no cambia nada... Imagino que no creerías
que íbamos a tomar unas copas y a hablar de política...
Y antes de que pudiera abrir la boca me puso, con una sonrisa maliciosa,
su dedo en mis labios y dijo:
- Espera
Al poco apareció con un recorte de un diario de Madrid y extendiéndomelo me sugirió:
- Léelo, por favor.
Me senté un momento en un sillón, me puse mis gafas de presbicie, y leí:
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ADA 22
MODELO ESPECTACULAR, TÍMIDA PERO MORBOSA.
HAGO TODO LO QUE ME PIDAS: FRANCÉS, BESO NEGRO, LLUVIA
DORADA, GRIEGO, ETC.
TE RECIBO EN MI LUJOSO APARTAMENTO CON LA MÁXIMA
DISCRECCIÓN. 200 euros
Después de hacer como que lo releía con atención varias veces para darme
tiempo a tomar una decisión lógica, me levanté del sillón, devolví el anuncio a la chica, y la comenté mientras comenzaba a andar hacia la puerta
del apartamento:
- Bueno, Ada, creo que hoy no es mi día. Lo siento...
Ya en la calle no sabía si reírme o ponerme a llorar.
¡Vaya patinazo!
Uno que estaba empezando a creerse un "latin lover" imparable, y resulta que lo que había sido era un canelo que no se había enterado de que
las chicas bien podían ser modelos a tiempo parcial, y chicas poco bien a
tiempo real.
(No sé si a un jovencito se la hubieran dado con queso tan fácilmente como
a mí...
Seguro, seguro, que no...)
30 - IV - 200..
Esta semana, graciosamente, he rechazado un
bonito apartamento en Denia, una multipropiedad en el Valle de Arán, y un adosado monísimo en Punta Canela (Huelva).
He dejado pasar, sin inmutarme, dos interesantísimos viajes a Torrevieja y a Benidorm, y
un crucero espectacular, de lujo, por el Caribe
para dos personas con todos los gastos pagados durante 10 días.
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Y no quiero ni contaros la cantidad de Porsches últimos modelos, de
Mercedes, y de millones de euros en efectivo que he regalado, también
desinteresadamente, a sus ofertadores...
¡Chulito que es uno!
Me estoy refiriendo, evidentemente, a las super-ofertas, los super-regalos, y las super-suertes de empresas tan sui géneris como Vitrina
Fantástica y sus excelsas compras por teléfono, como el Club Mundial del
Panfleto Ilustrado y sus promociones mágicas, o el Internacional Catálogo
Compra y sus facilidades promocionales de compra por catálogo. Sin olvidar, por supuesto, al Club de la Buena Mesa, Compra Exquisita,
Multipropiedades Estupendas S.A., o Enciclopedias del Mundo Unidas S.L.
Cada semana, cada mes como muy tarde, recibo en mi buzón de correos
2 ó 3 sobres que, antes de abrirlos, ya harían temblar al usuario más
estoico con reclamos, a grandes letras rojas en la cubierta, como:
NO LO DEJE PARA MAÑANA
EL PORSCHE 928 YA ES SUYO
Y PREMIO ESPECIAL DE 5 MILLONES POR RESPUESTA PRONTA
o muy similares, como:
SR. LUIS P. USTED ES YA UN GANADOR SEGURO
SU NÚMERO DE LA SUERTE HA SIDO ELEGIDO
ABRA ESTE SOBRE Y COMPROBARÁ SU SUERTE
o, acaso:
¡ENHORABUENA!
UN APARTAMENTO EN DENIA (O SU EQUIVALENTE EN DINERO)
LE ESPERAN:
SOLO TIENE QUE PEGAR SU ETIQUETA DE PREMIO SEGURO EN EL
CATÁLOGO DE COMPRA
Y SI ES DE LOS 10 PRIMEROS EN CONTESTAR UN TELEVISOR SONY
COLOR DE 18 PULGADAS Y MANDO A DISTANCIA PARA USTED
¡ESTAMOS ESPERÁNDOLE!
70
Uno, después de sobreponerse al susto, o a la alegría (dependiendo del
estado de ánimo en que a uno le pille el evento y la noticia), decide abrir
el sobre y es entonces cuando se tiene que sentar, a ser posible cómodo
y sosegado, en un sillón confortable y dedicarse durante varias horas a
intentar entender y digerir toda aquella maraña de palabras, marketing y
promesas acumuladas en 4 ó 5 hojas de papel a todo color y plagadas de
etiquetas de premio seguro. Toda una maestría sin par en las técnicas de
la mercadotecnia y el engaño más sofisticado.
Uno, que no se auto-cataloga precisamente de estúpido, tiene que hacer
enormes esfuerzos intelectuales y releer, durante 5 ó 6 veces más, los
papelotes de colores para sacar una conclusión medianamente fiable de lo
que me ofrecen, regalan, venden o engañan.
Los maestros más sofisticados y retorcidos en la prosa comercial han sido
elegidos y especialmente preparados para configurar unas exquisitas trampas en forma de premios y regalos fabulosos y seguros, que sólo los mayores y más avezados expertos en la prosa del marketing son capaces de
entender, sin olvidar la sofisticada letra pequeña, joya del retorcimiento
y del barroco dialéctico puro, donde uno puede leer, si tiene la paciencia
de hacerlo y no se ha dado un tiro cuando a ella llega, lo contrario de lo
que lleva leyendo en todas las hojitas con etiquetas brillantes y firmas de
"directores gerentes" y de "notarios colegiados".
En el fondo estas estafas legalizadas tienen su enorme mérito, si no fuera
por la gran cantidad de ingenuos que terminan hundiéndose en el laberinto dialéctico de las promesas y de los fabulosos premios.
Uno, que ya es un experto en rechazar estoicamente Mercedes seguros,
Apartamentos seguros, Viajes seguros, y Joyas y Televisores seguros de
toda índole, al final se queda con la maestría literario-epopéyica de los
redactores de estas hojas de venta catálogo y con los leguleyos asesores
de tan conspicua mercadotecnia.
(Si algún día decido montar una empresita, no del todo ética, tendría que
hace una llamada a alguno de estos estupendos redactores y a alguno de
estos avispados leguleyos)
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5 - V - 200..
Me llamó mi hermano Juan para contarme lo de
nuestro tío Jacinto...
Juan es mi único hermano, vive en San
Sebastián desde hace mucho tiempo y mantenemos una relación cordialísima, tanto que
desde hace 7 u 8 años no sabía nada de él.
Creo que ni siquiera conoce que estoy separado, y, desde luego, yo no tengo ni idea de si
sigue conviviendo con aquella holandesa, -Karen
creo que se llamaba-, que parecía su madre, o
más bien una camarada de las SS en excedencia.
Este es, desde luego, un sistema estupendo para mantener una buena
relación con tu familia: vernos poco y hablar lo imprescindible.
Parece que cualquier otro tipo de convivencia hace muchísimo más complicadas las relaciones entre los hermanos, y al menos Juan y yo, desde
siempre, lo entendimos así y decidimos querernos en la distancia y entre
silencios.
- ¿Cómo andas, Luis?, -me preguntó.
- ¡Hombre, Juan!, ¿qué es de tu vida?, -le contesté repreguntando.
- Todo bien, -me dijo.
- Tutto bene, -le comenté.
Hechas ya las presentaciones y los comentarios de 7 u 8 años sin noticias, Juan fue directamente al grano:
- ¿Sabes que se ha muerto el tío Jacinto?
- No, no lo sabía... Normal, ¿no?, -contesté.
El tío Jacinto era el único hermano de mi madre y residía en Sitges desde
hacía mucho tiempo donde había convivido durante años con Klaus, un berlinés bizarro y bastante autoritario, que había fallecido hacía tres años.
Jacinto era una buena persona y en sus últimos años se había encerrado
en su Torre de Sitges rodeado de 5 perros que fueron, parece ser, los
que dieron la voz de alarma a los vecinos (más bien los ladridos de alarma) cuando "dobló el tirante", según dicen, de un infarto masivo.
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- Sí, claro, -dijo Juan-, pero lo curioso es que hay un testamento.
- Bueno, también normal, ¿no?, -comenté escueto.
- No seas ácrata, Luis, -se mosqueó un poco Juan ante mis comentarios-.
Parece ser que nos ha nombrado herederos universales...
- ¿A nosotros?, -pregunté sorprendido.
- En efecto, -sentenció Juan-. He recibido un telegrama de una notaría de
Vilanova i la Geltrú donde me comunican que tenemos que personarnos antes
del 30 de Mayo para leer el testamento.
- Oye, pues muy bien... ¿Y qué nos deja el bueno de Jacinto?, -pregunté intrigado a mi hermano.
- No lo sé muy bien, -comentó Juan-, pero el oficial de la notaría me ha
comentado, extraoficialmente, que poseía una Torre en Sitges y un velero de
unos 10 metros de eslora en el pantalán de la Marina D´aiguadolç, además de
una cuenta corriente en la Caixa con unos 15 millones...
- Hombre, pues no está mal. Un pellizquito que al menos yo no tenía en el pensamiento, -comenté como para mis adentros.
- Lo que sucede es que hay un pequeño problema, Luis, -dejó caer Juan.
- ¿Un problema?, -pregunté.
- Sí. Parece que el tío Jacinto un mes antes de cascarla se casó con una tal
María, que era la señora que una vez por semana iba a limpiarle la Torre.
- ¿El tío Jacinto...? ¡Pero si era totalmente gay!, -solté sorprendidísimo.
- Pues ya lo ves, Luis, -dijo Juan-. Parece ser que sólo lo hizo en señal de
agradecimiento a esta señora y para que su pensión de Funcionario de
Hacienda no se la quedara el Estado, según me ha comentado el oficial de la
notaría.
- Joder, Juan, la tal María parece que además de limpiar la Torre debe ser
una experta en otro tipo de limpiezas, -comenté entre jocoso y sorprendido-. ¿Y eso que significa en la práctica, Juan?, -le interrogué.
- Pues un follón... Porque aunque no la ha dejado más que lo que marca la ley,
o sea, la "cuota legal usufructuaria" y la pensión, la tal María es una señora de
armas tomar y nos puede organizar un pifostio con el testamento a pesar de
que el tío nos nombrara herederos absolutos y universales de todos sus bienes.
- ¡La leche!, -respondí.
Se produjo un silencio largo de esos que aparecen cuando uno no sabe bien
qué decir ni qué hacer. Al cabo de un rato, Juan, que aparentemente tenía
73
casi todo pensado y meditado antes de hablar conmigo, me contó sus proyectos para ver si yo le daba mi asentimiento. Tenía pensado llamar a la
tal María para hablar con ella y comprobar en directo qué era realmente
lo que la señora pretendía. Se le notaba bastante indignado y contrariado, y daba la impresión de que él, o la holandesa, o los dos a pachas, no
tenían ni la más mínima intención de que la señora de la limpieza compartiera ni una peseta más de lo que estipulaba la ley con nosotros. Me habló
de la conveniencia de contratar a un abogado en Barcelona y me preguntó si yo daba mi conformidad.
- Mira, Juan, -le comenté luego de haberle escuchado en silencio-, yo voy
a hacer lo que tu creas conveniente, pero ya me conoces: el dinero de los muertos lejanos me da un poco de grima...
- Ya salió el anarquista, -dijo Juan un poco molesto.
- Bueno, vale, lo que tu digas..., -accedí-. Pero ya sabes cual es mi postura.
Si hay que pelearse por unas cochinas pesetas, tienes mi conformidad teórica,
pero nada más.
- ¿Pero nada más...? ¿Y eso qué significa?, -preguntó mi hermano.
- Pues que allá tu y tus peleas con la tal María, o con el "susum corda", pero
que yo no participo de facto... Aunque tienes las manos libres por mi parte, intenté dejar clara mi postura.
- Vale... Es simple justicia, Luis, -comentó Juan.
- ¿Justicia...?, -repetí extrañado-. ¿Sabes, Juan? Hace poco un amigo mío
se espanzurró desde un 6º piso, y antes de suicidarse me dejó un escrito que
decía: ESTO ES UNA MIERDA. GRACIAS.
- ¿Y eso qué tiene que ver?, -preguntó mosqueado Juan.
- Pues eso, Juan, que todo es una mierda, que hagas lo que te dé la gana...
7 - V - 200..
Escribo desde París...
¿Que qué hago yo aquí? Pues os lo voy a contar: hace una semana estuve hablando por
teléfono con Marisa (sí, mi amiga Marisa) y le
comenté la llamada de mi hija desde París para
74
anunciarme que había sido abuelo. Marisa, muy maternal ella, y muy racial
e hispánica, puso el grito en el cielo y después de ponerme de "chupa de
dómine" casi me forzó a comprar un billete en Air France y venirme para
aquí para conocer a mi nieto y dar un fuerte beso a mi hija.
Y aquí estoy, intentando digerir el acontecimiento, sentado en un café de
la Rue Montparnase y con el cerebro girándome, a ritmo lento pero imparable, dentro de mi cabeza. O más bien los que me dan vueltas son los
conceptos de un mundo tradicional que se me va cayendo...
Esta mañana me presenté de improviso en la dirección que antes de venir
había recabado de mi ex mujer, Merche, y tuve la suerte de encontrar
allí a mi hija Virginia y a mi nieto. Debo decir, en honor a la verdad, que
Virginia estaba guapísima, y que mi nieto (Lu, le llamaban) estaba, -¿cómo
decirlo?-, pues muy tranquilo en su cunita. Mentiría si no admitiese que
me quedé helado cuando mi hija me enseñó a Lu. Al principio un sudor frío
recorrió todo mi cuerpo porque el primer pensamiento que me vino a la
mente fue que el niño era un mongólico (perdón, un síndrome de Down),
pero no, quiá, el tema era mucho más simple. Mi hija, al ver sin duda mi
expresión, me comentó cariñosa:
- Papá, es que el padre es vietnamita...
(¡Acabáramos! ¡Menos mal!, pensé respirando aliviado)
- Ah, bueno, es que no sabía nada..., -comenté entre dientes.
No tardó mucho en aparecer por la habitación diminuta que hacía de saloncito-comedor-cocina un curioso personaje que enseguida identifiqué como
la pareja de mi hija y el probable progenitor de mi nieto. Se llamaba
Nguyen Tao Li, era originario de un pueblecito cercano a la actual Ciudad
Ho-Chi-Minh, antigua Saigón, y no hablaba ni una palabra de español como
era previsible. Sonreír sí que sonreía con bastante facilidad el vietnamita, y se notaba en su rostro que estaba contentísimo de que el abuelo de
su hijo y padre de su pareja hubiese tenido la deferencia de honrar su
humilde casa.
¡Y yo más cortado que una mayonesa preparada por una menstruante...!
Sería el choque entre dos culturas, pensé para mis adentros para intentar justificar de algún modo esa extraña sensación que me embargaba y
que no podía eliminar de mi mente.
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Uno cree que está preparado para todo y que ha superado, en los avatares de la vida y en las luchas de la experiencia, ciertos tabúes raciales y
culturales, y de pronto y ante la cruda realidad que se te presenta inapelable, uno se queda tocado y tambaleante entre lo razonable y lo lógico,
entre lo deseable y lo evidente, sin saber qué pensar ni qué decir.
Imagino que Virginia, consciente o inconscientemente, percibiría mi lucha
conceptual e ideológica porque debo admitir que estuvo especialmente cariñosa conmigo, y se empeñó, animada por el tal Nguyen, en que me quedara a comer y compartiera con ellos su hospitalidad y sus "manjares".
Mi francés no era lo suficientemente fluido como para entender al vietnamita, y Virginia tuvo que hacer de traductora simultánea durante toda
la mañana. Mi nietecito, que dicho sea de paso era más bien feito, desde
luego era un santo oriental y sólo se inmutó durante los biberones que
engullía con verdadera fruición y sin dejar una gota.
De la comida, para qué hablar: una extraña mezcla de mejunjes orientales y occidentales con un toque mas bien "grounche" y picantón que me
dejaron un dolor y una acidez de estómago que ahora, aquí sentado en el
cafetín de Montparnase, trato de contrarrestar con un Almax Forte que
tenía en mi bolsillo y con una "camomille" humeante que tengo, muerta de
risa, delante de mis ojos desde hace media hora.
Después de comer Nguyen tuvo que retirarse de inmediato porque entraba a trabajar a las 3 de la tarde como empleado del Metropolitain du París
(es sólo transitorio, -se apresuró a decirme Virginia-, porque está a punto
de terminar la carrera de ingeniero informático...), y mi hija tenía cita
con el pediatra para una revisión rutinaria de Lu. Me invitó a que la acompañara pero por ese día ya había tenido yo suficientes emociones contradictorias y decliné amablemente la invitación so pretexto de que tenía unos
encargos que hacer, y de que mañana nos veríamos y les invitaría a cenar.
Preferí, por aclarar mis ideas y mis sentimientos, volver andando hasta
mi hotel en el viejo Latin Quarter, y respirar, hondo y profusamente, el
sabor y el color de las calles parisinas.
Ahora, aquí, ante la ya casi fría "camomille", y después de haberme
empapado en ese largo paseo hasta el café de Montparnase de la evidente multiracialidad de esta ciudad cosmopolita y abierta, mi ánimo comienza a serenarse y este anarquista atávico y melancólico empieza a sentir
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que la vida vale mucho más que el color de una piel y la diversidad de una
cultura.
¡Qué le vamos a hacer: lo que es, es..!
(Imagino que mi "ex" aún no lo sabrá, y desde luego no seré yo quien se
lo diga, porque me puede montar un numerito que ríanse ustedes del
Desastre de Anual y de la Toma del Gurugú en la guerra de África)
14 - V - 200..
Parece mentira las cosas que pueden suceder
cuando está uno una semana fuera de casa...
Porque estuve en París una semana intentando
metabolizar el choque de ser abuelo, de aceptarlo, de intentar ejercerlo, y de conseguir
verme como un posible nexo de unión, un puente, entre Oriente y Occidente.
Esto no quiere decir, por supuesto, que tuviera necesariamente que acudir de nuevo a casa
de Virginia y de Nguyen, ni siquiera que al día siguiente de mi primera
visita, como prometí, les invitase a cenar a los tres. No, qué va. Pensé
que como primer combate ya había sido suficiente y me monté una excusa más o menos convincente para justificar mi teórica partida urgente.
- Perdón, Virginia, -le dije por teléfono-, pero me ha llamado el tío Juan,
mi hermano, para decirme que tenemos que personarnos en la notaría de
Vilanova i la Geltrú por lo de la herencia del tío Jacinto.
- ¿Del tío Jacinto?, -se sorprendió.
- Bueno, sí, Virginia, -dije-. Es una historia que no te he contado y que es un
poco larga. Ya te contaré...
- Bueno... ¿Y cuando te vas?, -me preguntó Virginia.
- Dentro de una hora, lo siento..., -mentí descaradamente.
- Vale, -noté algo triste la voz de mi hija-, a ver si vuelves pronto y con
un poco más de tiempo.
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- Te lo prometo, -volví a mentir necesariamente.
El resto de los días que estuve en París hice de todo lo que un turista
solitario y pensativo debe de hacer en estas circunstancias: Versalles,
Chantilly, Sacrai Coeur, Pigalle, Place Vandome, paseos por el Sena de
noche y de mañana, Champs Eliseé, L´ile de France, museo Pompidou...
Recordar tiempos antiguos y entristecerme con los tiempos presentes,
recorrer, solo conmigo mismo, las viejas calles de Mayo del 68 donde jugué
a la esperanza de un mundo nuevo y diferente...
Y ahora que estoy de nuevo en mi apartamento del viejo Madrid me estoy
arrepintiendo de haber vuelto tan rápido a esto que se suele llamar
"hogar".
A las pocas horas de estar aquí me ha llamado Paco para contarme que
nuestro amigo Julio, nuestro viejo amigo médico con Sida, había muerto
hacía 5 días y que me había estado llamando a todas horas. Realmente me
alegré de no haber estado aquí, de no haber tenido que ver de cerca la
sucia y descarada muerte de un amigo, de no haber tenido que acudir a
los funerales y al entierro, que, por otro lado, según me contó Paco, fue
de lo más triste. (¡Otro que nos deja!)
Hace un rato me ha llamado Mayte para contarme lo de Alberto y Concha,
unos amigos que se habían casado hacía sólo siete meses y que acaban de
separarse.
- ¡Todo un récord, Mayte!, -la comenté irónico.
- Se veía venir, Luis, -dijo Mayte llena de razón.
- Pero mucho antes de que se casaran, chica, - apunté.
- Claro, claro, -contestó Mayte-. ¿Tu por qué crees que se casaron?, -me
preguntó a bocajarro.
- Bueno, no sé, Mayte...yo creo que para justificarse..., -comenté.
- ¿Para justificarse? Explícate, por favor, Luis.
- Otro día, Mayte, ahora no estoy inspirado...
Ahora acabo de colgar el teléfono a mi ex, a Merche, que también me
estado llamando toda la semana para hablar conmigo "de un montón
cosas serias que nos afectan a los dos, Luis", en palabras textuales,
según quedaba y colgaba a Merche, el espantoso timbre del teléfono
78
ha
de
y,
(a
ver si me acuerdo de cambiarlo por algo menos hiriente) volvió a sonar
otra vez y he tenido que escuchar a través del hilo a mi hermano Antonio
que me pedía encarecidamente un Poder Notarial para él poder arreglar,
ya que a mí no parece interesarme mucho, el tema de la herencia del tío
Jacinto...
¡Joder, cuántas cosas en una semana!
27 - V - 200..
Merche me estaba esperando desde hacía más
de media hora, mirando a través de las ventanas que daban al parque de Eva Perón, en la
que fue nuestra antigua casa de casados y de
la que, por "mutuo acuerdo forzado", me tuve
que ir cuando hicimos las medidas preliminares
de la separación.
No fue, sin duda, involuntario mi retraso: sabía
de sobra que a Merche le enojaba en grado
sumo la impuntualidad, y, aunque de "habitud"
yo no lo era, esta vez, sin duda para compensar el fastidio que esta
entrevista, pedida insistentemente por mi ex mujer me había producido,
hice todo lo posible para llegar tarde a la cita.
Cuando me abrió la puerta estaba caliente aunque trató por todos los
medios de disimularlo con una sonrisa y un beso de bienvenida. (¡Uy, mal
síntoma, -pensé-, aquí hay gato encerrado!)
- ¿Cómo andas?, -le saludé devolviéndole el beso en la mejilla.
- Pues tirando, -me contestó.
Me precedió hacia el salón, aquel salón que tan bien conocía y que apenas
había cambiado más que en la tapicería de los sofás y en algún que otro
mueble auxiliar más bien cursi que había adosado para darle su toque personal.
Me sirvió una coca-cola con hielo y limón, y se sentó frente a mí mirándome a los ojos:
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- Si te parece bien, Luis, vamos al grano, -explotó como si de un guión bien
estudiado se tratase.
- Pues bueno, Merche, pero más bien irás tu al grano: yo me quedaré en el granero escuchando, -solté para incordiarla.
- ¡Muy gracioso, Luis, muy gracioso!, -se mosqueó levemente Merche-.
Bueno, pues deseo el divorcio y la anulación matrimonial.
- ¿"Lo qué"?, -contesté esta vez realmente sorprendido pero intentando
hacer un poco el ganso para fastidiar.
- Ya me has oído, Luis, no te hagas el gracioso conmigo, -se enfureció
Merche.
- No, perdona Merche, es que me has dejado boquiabierto... Paso por lo del
divorcio, pero lo de la anulación me parece, ¿cómo te lo digo para no ser hiriente?, iconoclasta, a estas alturas..., -contesté tratando de reubicarme después de la sorpresa.
- ¡Nada de iconoclastias ni de estupideces!, -dijo cortante Merche-.
Simplemente estoy enamorada y me quiero volver a casar.
- ¿Por la Iglesia de nuevo?, -pregunté cada vez más sorprendido.
- Por la Iglesia... ¿Pasa algo?, -me retó con la voz y la mirada mi ex.
- No, nada, Merche... Me parece muy coherente... Lo que no sé es si después
de 8 años de separación y de dos hijas y un nieto, el Tribunal de la Rota tragará..., -comenté irónico.
- Eso es cosa mía, Luis, no me "empreñes". Lo tuyo es si estás de acuerdo en
favorecerme los trámites, -preguntó todavía bastante agresiva Merche.
- Por supuesto... Faltaría más, Merche... Lo que tu digas... Además, -mentí,
descarada y voluntariamente-, pensándolo bien, me favorece indirectamente, porque es posible que yo también quiera casarme...
- ¿Tu?, -los ojos de Merche se abrieron como platos-. ¿Y quién es la desafortunada, si puede saberse?
- Top secret, Merche. Como tu dices: "lo tuyo es estar de acuerdo en favorecer los trámites..." C´est tout, -contesté con mala uva.
Bueno, bueno: ¡qué guardadito se lo tenía mi ex mujer!
Hombre, uno está ya bastante baqueteado por la vida como para que las
cosas no le sorprendan en demasía, pero debo confesar que lo de la Rota
me pareció de lo más esotérico, por no decir paranoico.
Se había hecho un silencio complaciente y cómplice entre ambos, y daba
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la impresión de que ninguno de los dos quería dar "su brazo a torcer" para
levantar el gusanillo de la curiosidad que nos enzarzaba como un latiguillo
penetrante.
Sinceramente no me encontraba a gusto, y no tuve más remedio que desbloquear la situación preguntando:
- Merche, ¿has visto ya a tu nieto?
- No, desgraciadamente todavía no, pero me han dicho que es monísimo, -se
puso tierna Merche.
- Bueno, monísimo, monísimo, no sé, pero chinísimo bastante, -dije con una
mala leche imponente.
- ¿Chinísimo? ¿Es una metáfora de las tuyas, Luis?, -preguntó asombrada
Merche.
(¡La óstima: pues era cierto que Merche no sabía nada de la procedencia
paterna de su nieto! Deseé que me tragara la tierra y no haber sido tan
bocazas.)
- Pues algo así, Merche..., -me excusé-. No, es que el padre del niño es vietnamita...
- ¿Pero qué dices, hombre? Me lo hubiera contado Virginia...
Merche estaba a punto de un infarto o de una de esas tremendas escenas tormentosas y desbocadas que tan bien conocí de otras épocas.
Lo único que deseaba era salir pitando antes de que estallara del todo la
tormenta. No podía permanecer allí por más tiempo si no quería verme
envuelto en el torbellino sin freno. Y, además, no tenía por que soportarla: que lo hiciera su "futuro marido eclesiástico".
- Bueno, Merche, -me levanté decidido mientras enfilaba el pasillo-, yo me
tengo que retirar. Me esperan unos amigos. Ah, -casi grité desde la puerta, y antes de explotar te aconsejo que hables con Virginia: Nguyen me pareció
un tipo estupendo...
Cerré la puerta y volé, más que corrí, escaleras abajo antes de que se
desencadenase el ciclón. De alguna forma, y posiblemente más inconsciente que conscientemente, me había vengado del Tribunal de la Rota de mi
ex mujer.
¡Faltaría más!
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19 - VI - 200..
Digo yo que no siempre van a ser tristezas las
cosas que cuento en este diario que un día
comencé para sentirme más enlazado con el
mundo circundante.
Hoy estoy que no quepo en mí de gozo... ¿O
será de sorpresa? ¿O de preocupación, a la
postre?
Parece evidente que los sentimientos, al menos
en mí, siempre deben estar entremezclados
para no dejarme disfrutar del todo de los acontecimientos.
Os cuento: yo habitualmente no soy adicto a los juegos de fortuna, pero
hace unos días, paseando por la calle Mayor, se me ocurrió pararme en el
puesto de una viejecita que, como en los antiguos tiempos, cantaba aquello de "ocho décimos me quedan para mañana, tengo la suerte hoy", y a
uno, que es un nostálgico en el fondo, se le ocurrió comprar aquellos ocho
décimos que le quedaban a la vieja lotera. Cincuenta euros al 27.735, un
número anodino, vulgar, diría yo...
¿Ya estáis imaginando lo que ha pasado? Sí, pues es cierto: contra todo
pronóstico he sido agraciado en el sorteo de la Lotería Nacional de esta
semana con la bonita cifra de 480.000 euros.
Así, como quien no quiere la cosa...
Mis reacciones ante el hecho extraordinario han sido de lo más variopintas: primero, de una absoluta incredulidad, ya que siempre pensé que esto
de la lotería, o de las quinielas, era un invento para que el Estado sacara impunemente las pelas a unos pobres ingenuos que se dejaban embaucar por unos premios a todas luces inexistentes; más tarde, de una alegría incontenible, por poseer, con el mínimo esfuerzo, una suficiente cantidad de dinero que a buen seguro me ayudaría a conseguir la felicidad; y
al final, de una tristeza honda que se iba tiñendo de una gran preocupación al preguntarme para qué quiero yo de pronto todo ese dinero, y sobre
todo qué puñetas podía hacer con él.
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Reconozco que soy un caso patológico y que uno está tan condicionado por
su propia historia biográfica que sólo a un personaje como yo este tema
le podría crear más problemas que satisfacciones.
¿Pero qué puede hacer uno sino dejarse llevar en el rocambolesco devenir
de sus sentimientos?
La noche ha sido espantosa. No he conseguido dormir más que a tirones,
y mi cabeza se ha convertido en una olla a presión sin válvula que ha estado a punto de estallar. Mi cerebro ha sido una cabalgata de preguntas sin
respuestas, de proyectos inciertos, de futuros sin certidumbres...
¡Si seré gilitonto! ¡Con lo fácil que hubiera sido estar simplemente contento y feliz!
Pero no, quiá, parece evidente que además de anarquista atávico, uno debe
ser "tonto de capirote", una especia a extinguir y que debería ser protegida por la legislación vigente.
Cientos de dudas, decenas de proyectos posibles: ¿debería buscarme
ahora, aprovechando el ditirambo de mi ex, Merche, una novia oficial y
casarme?; ¿o mejor una casa nueva, en un barrio bien, con su aire acondicionado y su jacuzzi privado?; ¿un coche deportivo para epatar a mis ex
compañeros de trabajo y para fardar entre mis jóvenes, y menos jóvenes, amigas?; ¿o quizás invertirlos en un buen negocio con futuro?; ¿pero
en qué negocio...? No, mejor repartir el dinero entre varias ONGs... ¿De
verdad que quieres repartirlo entre asociaciones sin ánimo de lucro? ¿Pero
existen? Lo mejor sería entregarle un suculento bocado a mis hijas, les
vendría de perlas... ¿Y lo sabrán apreciar y administrar? ¡Pero a ti qué
puñetas te importa lo que hagan con él! ¿Y si apadrino a unos cuantos niños
de América? ¿O lo invierto en Bolsa? ¿O simplemente lo meto en mi cartilla del banco y me olvido de todo? ¿O me dedico al "dulce far niente"...?
¡La leche!: lo que probablemente para cualquier mortal hubiera sido un
motivo de satisfacción y alegría, para mí se ha convertido en un quebradero de cabeza y de sentimientos contrapuestos.
En ciertos momentos, la verdad, me gustaría tener un amigo, de esos que
dicen que existen de verdad, para compartir con él mis dudas y que me
ayudara a salir de este estúpido atolladero.
¿Pero dónde estará ese amigo?
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21 - VI - 200..
Hoy he leído en un diario importante, y en la
sección CARTAS AL DIRECTOR, una carta que
con el título de "Mundo Loco" decía así:
"¡Enhorabuena, Raúl! Al enterarme a través de las
noticias de la televisión de que te han subido "un
poquito" la nómina, he sentido una profunda emoción y una gran alegría por ello. No es para menos,
pues te lo mereces. Tu contribución a la "ciencia"
de darle patadas a un balón no tiene por menos que verse recompensada con
esos mil millones que ganarás, a partir de ahora, cada año. Muchas gracias por
tu sabia aportación a la humanidad, que tantas vidas salva y que tanto bien nos
hace a todo el mundo.
Posdata: que se pare el mundo que yo me bajo.
Francisco Sevilla Talavera. Úbeda. Jaén."
Y a mí, después de leer esta carta, concisa, irónica y triste, también me
han dado ganas de dirigirme a no sé qué ventanilla del negociado de paradas del mundo para rogar que durante cinco minutos dejaran quietecita la
bola y poder bajarme con él.
A lo mejor es que estoy todavía tocado por lo del Tribunal de la Rota,
pero tengo la sensación de que la estulticia, la demencia, la desmesura y
la paranoia se han apoderado de este mundo que me ha tocado vivir y con
el que cada día me siento menos solidario en sus ideas.
Ayer hasta deseaba (¡yo, un patriota antiguo a pesar de mi anarquismo
atávico!) que perdiera España en su partido contra Yugoeslavia de la maldita Eurocopa para que de una puñetera vez radio, periódicos y televisiones me dejaran de dar la "coña marinera" a todas horas.
Porque malo es tener idiotizado a medio país (¿me quedaré corto?) con ese
negocio que han dado en llamar Fútbol, y que consiste, básicamente, en
ver como unos 11 muchachotes vestidos de corto, y que suelen percibir
por esta gracia unas retribuciones mensuales de unos millones de euros,
correr detrás de una cosa redonda, llamada balón, intentando que otros
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11 muchachitos de las mismas, más o menos, retribuciones, no lo cojan
o/y lo introduzcan en una especie de marco llamado portería... Decía que
malo ya es esta curiosa afición que convierte en "forofos" destemplados
y pesarosos a cientos de personas, pero curiosamente mayoritariamente a
gentes que se "escuernan" todos los días como locos en trabajos de a
1.000 euros al mes mientras sus admirados divos se pasean en lujosísimos
"lamborginis" o "masseratis" descapotables, pero lo insoportable, lo más
doloroso aún, es que se atrevan a hacer de referentes culturales, sociales o económicos, de toda una sociedad, y que tengan la desfachatez, eso
sí, empujados por sus mentores y sus presidentes y entrenadores, de salir
a la palestra pública a decir obviedades o perogrulladas.
¡Y que no me vengan con la "milonga" de que la vida ya es bastante complicada y triste como para que al menos me permitan el desahogo del fútbol!
Aunque debo reconocer que ando caliente porque, ni por esto, ni por otras
cosas que no consigo entender, no me permiten que se pare cinco minutillos el mundo y yo pueda apearme.
Hay cosas que superan ampliamente mi capacidad de comprender y de
tolerar: ¡será que estoy viejo y soy un estúpido...!
(Y perdone, D. Francisco, por utilizar, sin su permiso expreso, su lúcida
carta)
30 - VI - 200..
La verdad es que no he contado mucho en este
Diario (más bien Semanario) sobre la Academia
Ritmos, pero no ha sido porque asistiera poco a
sus cursos de Bailes de Salón, ni siquiera porque
fueran especialmente aburridos o pesados, ¡no,
qué va!, sino probablemente porque fueran, precisamente, poco especiales, digamos convencionales,
dentro de lo que cualquiera podría haber esperado de una academia de bailes clásicos de salón.
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Lo cierto es que no me he enrollado maravillosamente bien en estos cursos, y la verdad es, también, que a nadie puedo echar la culpa del fenómeno porque todos, desde los profesores hasta mis compañeros de curso,
siempre fueron de lo más amable conmigo y han intentado siempre que he
aparecido por las clases, (que no ha sido mucho, dicho sea de paso), ser
especialmente galantes y simpáticos conmigo.
Quizás no han respondido, (lo digo en mi disculpa), al arquetipo romántico que yo me había forjado en el cerebro: desde luego no he encontrado
en el salón a ninguna Ginge Rogers de larguísimas y bien moldeadas piernas, con aquellas largas y vaporosas faldas que se movían como embrujadas al ritmo de la música.
No, lo siento, era todo más sórdido, mucho más vulgar y sin encanto. Se
trataba de una larga sala rectangular, formada sin duda por dos vulgares
habitaciones unidas, de una vulgar casa de alquiler, en la que sus dos
paredes más largas estaban tapizadas de anchos espejos delante de los
cuales se alineaban unas cuantas sillas. No sé por qué me recordaba, salvando los espejos, a los añejos recintos de los viejos "guateques" de mi
juventud. Sólo faltaba el "toca-discos", que en este caso estaba sustituido por un no muy moderno equipo de CDs apoyado en una mesita en una
esquina de la sala.
Y la mayoría de mis compañeros bien podían haber sido mis amigos de guateque de los 16 ó 17 años, ya que casi todos rondaban o sobrepasaban los
50. Es cierto que a veces aparecía, como por equivocación, alguna damisela que no llegaba a los 40, pero, una de tres: o era verdaderamente
menos afortunada físicamente que una estaca, o venía con su pareja acoplada, o desaparecía como por ensalmo, y si te he visto no me acuerdo...
Hace una semana, sin embargo, apareció por las clases Raquel, una chica
de unos 25 a 30 años que me ha dejado totalmente colgado. Desde su
aparición no he vuelto a perderme una clase y todos los días me descubro
a mí mismo acicalándome, arreglándome y perfumándome como un colegial
antes de la conquista. Hasta ayer ni siquiera me había dirigido la palabra, y desde luego yo no había osado más que contemplar cómo "volaba"
al ritmo de cualquier música, con una gracilidad y una elegancia que me
dejaban perplejo.
Ayer, después de terminar una samba con uno de los carrozas del grupo,
se sentó fatigada en una silla que estaba a mi lado. Olía a una mezcla de
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azahar y sándalo que me turbaba. Pequeñas gotitas de sudor resbalaban
por sus sienes después del esfuerzo.
- Hola, me llamo Raquel, -dijo extendiéndome la mano y ofreciéndome una
encantadora sonrisa.
- Ya lo sabía, -me atreví a responder-. Yo Luis...
- ¿Cómo que ya lo sabías?, -sonrió más abiertamente Raquel.
- Sí, desde hace una semana... No me he perdido una clase desde entonces, contesté sacando toda mi artillería.
- Estupendo, Luis, -contestó coqueta-. Y, cambiando de tema, ¿cuál es tu
baile predilecto?
- La salsa, -respondí por decir algo.
- ¡Qué casualidad, hombre, lo que más me apasiona!, -dijo abriendo mucho los
ojos y con un mohín encantador entre los labios.
Y me habló de la rumba y del vallenato, del montuno, de la bossa nova,
del guaguancó y de la bachata, del merengue, del son, de la samba, de
la cumbia... ¡Qué sé yo! Era una experta en ritmos caribeños, y, a lo que
parecía, una estudiosa de ese tipo de música caliente.
La casualidad hizo que "la profe" pinchara en aquel momento esa cumbia
inigualable que se llama "la pollera colorá". Raquel me tendió la mano y me
dijo:
- A ver, demuéstrame cómo se mueve la cintura...
Me faltarían palabras para describiros lo que pasó después: me emborraché de sus caderas y de sus piernas, y me perdí, embobado, en su sonrisa. Lo de menos fue el ridículo que seguro que hice como pareja de baile.
Lo de más fue Raquel... Aquello si era parecido a lo de Ginge Rogers ,
pero de carne y hueso.
Estaba tan emocionado que sólo recuerdo bien que cuando terminó "la
pollera", Raquel me dio un beso y me dijo:
- Ay, picarón, picarón... Mañana nos vemos, ¿vale?
(¿Puedo deciros que creo que me estoy enamorando? Pues eso...
Espero, sinceramente, que no se trate de la segunda edición, corregida y
aumentada, de Ada, la modelo de las clases de pintura.)
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7 - VII - 200..
Calor rima con amor... o al revés.
Desde hace una semana el verano se ha presentado con su calor, y desde hace una semana Raquel y yo compartimos bailes, comidas, y
cama...
Al día siguiente de nuestro primer encuentro
musical Raquel apareció en la Academia más
bella y radiante que nunca. Yo la llevaba esperando ya más de media hora y empezaba a desesperar. El fantasma del
chasco con la modelo de las clases de pintura me había acompañado toda
la noche, y, aunque había desistido de hacerme ningún tipo de ilusiones,
inevitablemente a las 4 en punto de la tarde estaba yo esperando cerca
del portal a que llegaran los profes de la academia. Me había puesto como
un figurín: por la mañana me acerqué al Corte Inglés y me compré un conjunto de polo y pantalón de lo más moderno.
Le había dicho al dependiente:
- Deseo algo moderno, pero clásico y elegante...
- No se preocupe el señor, -contestó raudo el dependiente recorriéndome
con la mirada de arriba abajo.
Y me fui con mi polo "Lacoste" en azul y amarillo y mi pantalón "Burberrys"
tirando a beige, que hacían juego, sin duda, con unos náuticos "Yanko" en
azul y marrón de lo más esportivo.
Cuando llegó Raquel, con su sonrisa inmensa, vino directamente hacia mí y
me saludó con un beso. Creí que me iba a marear...
- ¿Estás dispuesto?, -me dijo.
- Pues depende de a qué, -le contesté mientras recuperaba el aliento.
- A bailar, chico, a gozar..., -me respondió guiñándome un ojo y con una sonrisa encantadora.
Luego recorrimos juntos todo el muestrario de salsas calientes. Yo me
dejaba llevar y hacer por Raquel que se deslizaba por el salón de baile
como una patinadora sin patines y con alas.
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Cuando terminaron las clases nos fuimos juntos a tomar una copa, y desde
entonces apenas nos hemos separado durante más de 2 horas.
¡Joder con el amor de los tiempos futuros!
Raquel tiene 30 años y lleva 6 meses separada. Se había casado hacía un
año y medio con su novio de toda la vida, un tal Carlos, y al año ya no
soportaba la intransigencia y el machismo posesivo de su eterno novio que
pareció trasformarse con el nuevo "status" de casado.
- No soporto ni que me dominen ni que me programen, -me confesó en un
momento de nuestra primera charla íntima.
- Lo entiendo, Raquel... Por ese lado puedes estar tranquila, -me sentí obligado a responder sin saber muy bien por qué lo decía.
- ¿Y tu?, -me espetó Raquel en un minuto de silencio.
- ¿Yo qué?, -repregunté.
- ¿Qué si estás casado, o qué..?, -me dijo con su sonrisa picarona.
- Pues yo creo, más bien, que "o qué": oficialmente estoy separado y creo que
en trámites de anulado... ¡Vaya usted a saber!, -contesté haciéndome el mártir.
Después, y durante esta fantástica semana, hemos tenido tiempo de
hablar de todo lo divino y lo humano. Hemos reído y gozado como hacía
tiempo que no reía y gozaba con una mujer. Recuerdo que ayer, después
de hacer el amor, en ese momento mágico de paz que acontece después
del orgasmo, le dije a Raquel, mientras echaba el humo de mi obligatorio
cigarrillo:
- ¿Te das cuenta, Raquel, que te llevo 20 años?
- Pues no lo parece, -contestó tranquilamente Raquel mientras jugueteaba
con mi cabello.
- ¡Aduladora!, ¡mentirosa!, -me quejé.
En ese momento sonó el teléfono de mi habitación. Era mi hermano Juan
para contarme que lo de la herencia del tío Jacinto ya estaba casi resuelto, y que en un mes, como mucho, tendría mi parte en el banco. Por pura
curiosidad le pregunté a cuanto ascendía esa parte, y Juan me contestó
que estimaba que sería de unos 120.000 a 150.000 euros.
- ¡La leche!, -se me escapó mientras Raquel me interrogaba con los ojos
desde la cama.
Cuando colgué el teléfono le conté a Raquel la conversación y el suculen89
to pellizco que gracias a mi hermano iba a heredar de un tío con el cual
no había tenido una relación nada íntima.
Raquel sonrió, y, sentándose en la cama, me preguntó:
- Por cierto, Luis, ¿es verdad que ganaste en la lotería 400.000 euros hace
poco?
- ¿Y tu cómo lo sabes?, -respondí al más puro estilo gallego.
- Pues ya ves, lista que es una, -se salió por la tangente Raquel con un
encantador mohín entre los labios.
La cosa quedó ahí, porque volvimos a hacer el amor apasionada y dulcemente...
¡Joder con los amores de la segunda edad!
14 - VII - 200..
La búsqueda de un piso para Raquel y para mí,
no sólo es de una pesadez insufrible, si no que
se está convirtiendo en toda una pesadilla...
La pobre Raquel no quería que me metiera en
este "embolao", pero, sinceramente, ni mi confortable pisito de soltero en el centro de
Madrid, ni, mucho menos, su apartamento compartido con una amiga en la Avenida
Donostiarra, reunían las condiciones básicas para una convivencia medianamente confortable.
¡Y para esto está el dinero!, digo yo...
Pero desde luego no imaginaba lo tremendamente complicado que puede ser
encontrar un apartamento en una zona elegante de la ciudad y a un precio razonable. A veces me ha dado la impresión de estar rodeado de AlíBabá y los cuarenta ladrones.
Comenzamos mirando las reseñas de los periódicos hasta que comprobamos
que lo usual en el tema era anunciar "gato por liebre". Raquel había suge90
rido la zona de Arturo Soria y un piso en alquiler que, ya que me metía,
fuera amplio y elegante. No parecía, a priori, tan complicado...
Pero, sí, sí... Encontrar un piso en alquiler, con o sin muebles, en Arturo
Soria y de unos 120 metros cuadrados por un precio que no fuera el de
uno en la 5ª Avenida de New York, se convirtió en todo un trabajo de
selección digno de un investigador policial en año sabático.
Visitamos más de 15 pisos, y, o lo de la zona de Arturo Soria correspondía a apartamentos que desde la terraza y con unos potentes prismáticos podías ver con suerte la calle Arturo Soria, o las peticiones económicas eran como para pensarse en comprar dos o tres apartamentos en
otra zona de la ciudad.
¿O a lo mejor era que se nos notaba cara de tontos y enamorados..?
Visto lo visto hemos decidido recurrir a una Agencia Inmobiliaria, y esta
tarde vamos a visitar con el agente dos pisos en la zona por unos módicos alquileres de entre 1.500 y 1.800 euros al mes. En fin, algo exagerado me parece, pero habrá que tener en cuenta tanto la zona como la
piscina y el "padle".
Otra movida, no menos curiosa y estrafalaria, al menos para mí, que nunca
tuve ese problema, es la de encontrar un hotel en la costa para pasar 15
días de vacaciones en la playa.
Catálogo en mano Raquel y yo nos hemos dirigido a una Agencia de Viajes,
después de discutir un poco entre nosotros qué era lo que más nos apetecía. Y digo un poco porque, la verdad, yo lo que más deseaba era quedarme en Agosto en Madrid y aprovechar para acondicionar el nuevo piso.
Pero Raquel me espetó:
- Pero Luis, ¿estás chiflado? ¿Pasar Agosto en Madrid sufriendo los calores
y la soledad de una ciudad casi muerta?
- Hombre, Raquel, tendremos la piscina del nuevo piso..., -se me ocurrió
sugerir.
- No me fastidies, pichoncito -algunas veces cuando se ponía tierna me llamaba así-. En Agosto en Madrid sólo se quedan las moscas. Al menos quince
días, anda..., -me suplicó mientras me comía el lóbulo de la oreja.
En lo que sí me había mantenido incorruptible era en lo de no coger un
avión en plena canícula para viajar al Caribe. Ahí me mantuve intransigente...
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- Bueno, -dijo Raquel cuando vio que lo del Caribe no colaba-, pues nos
vamos a un hotel confortable con golf.
- ¿Con qué?, -pregunté boquiabierto.
- Con golf, -recalcó Raquel-. ¿Es que no has practicado nunca el golf a tu
edad?
Lo de "a tu edad" me sonó un poco ofensivo, pero lo pasé por alto por no
discutir, ya que el tema, básicamente, me resultaba un pelín hostil.
- Pues, mira por dónde, no. Nunca ha estado el golf entre mis deportes predilectos, -dije con cierto retintín.
Al fin, y después de estar toda una mañana en la Agencia, hemos conseguido una "suite junior" (¡ y gracias a los contactos especiales del agente, porque estaba todo hasta la bandera hasta el 15 de Septiembre!) en
el Hotel Barrosa Palace en la costa de Cádiz, en un lugar que se llama
Novo Sancti Petri y que ni Raquel ni yo conocíamos, y rodeado, por
supuesto, de tres maravillosos campos de golf.
Y todo por la módica cantidad, eso sí en pensión completa y con "puttinggreen" incluido, de 6.000 euros durante los 15 días.
Cuando salimos de la Agencia, Raquel estaba exultante. No se lo pregunté en el momento, pero lo estaba mascullando: ¿y ahora tendría que comprarme el equipo completo de golf?, ¿con cady incluido, o eso lo pone el
campo?
¡Quién me ha visto y quién me ve!: ya de anarquista, incluso de atávico,
me debe quedar menos que a un cheroki de sus montañas sagradas en
Montana...
23 - VII - 200..
Éramos pocos... y parió la abuela.
En Septiembre no tendré más remedio que operarme de la próstata. El Dr. Corrales me lo ha
confirmado ayer después de ver todas las
pruebas que me había mandado el Dr.
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Montesinos y de que yo le contase en su consulta mis últimas molestias,
que se han agudizado precisamente desde que mantengo una relación continua con Raquel.
Realmente no le ha dado excesiva importancia, pero me lo ha dicho muy
gráficamente: "Luis, a esto hay que meterle mano, sin prisas pero sin pausas..."
Corrales es un amigo de Marisa y tuve que recurrir a él porque últimamente las molestias mingitorias han ido aumentando descaradamente. En
las últimas semanas la frecuencia y la dificultad de micción han experimentado un sospechoso incremento. Cuando le pregunté al doctor si esto
tendría algo que ver con mi reciente aumento de actividad sexual, Corrales
me miró por encima de sus gafas y me preguntó:
- ¿Me estás contando una milonga?
- No, por supuesto que no, -contesté algo cortado.
- Pues claro que sí, Luis, - me respondió entonces el Dr. después de comprobar que aparentemente hablaba en serio-. Tu hipertrofia de próstata
ha ido aumentando, y una excesiva actividad sexual no hace más que aumentar
los síntomas.
Después, lógicamente, le pregunté si él creía que podría tener algo maligno, pues el miedo es libre y uno no se considera, precisamente, un samurai en acto de servicio, pero Corrales me explicó, con mucho cariño y comprensión, que en principio, y salvo errores diagnósticos bastante improbables, se trataba de un crecimiento exagerado y benigno de un órgano como
la próstata que termina en muchos casos haciendo la puñeta a los varones
de cierta edad.
- Nada, nada: la quitamos, y tutti contenti..., -concluyó risueño.
Hombre, no es que me apetezca en absoluto tener que pasar por el quirófano, pero al menos cuando salí de su consulta con la promesa de volver a primeros de Septiembre para hacerme las pruebas pre-operatorias,
mi ánimo estaba bastante calmado.
Por el camino estuve pensando si contárselo a Raquel, o no decirle nada
de momento, al menos hasta después de las vacaciones, por miedo a empañar un poco su alegría. Pero la verdad es que tampoco he tenido mucha
oportunidad porque cuando llegué a casa de Raquel me estaba esperando
con cierta prisa para hacer el contrato de alquiler de nuestro nuevo piso.
Por el camino me contó que había llamado mi hija Ana y que quería hablar
urgentemente conmigo.
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- ¿Seguro que era Ana?, -le pregunté algo alarmado.
- Pues creo que sí, Luis, pero tampoco te lo podría jurar, -me contestó sin
ninguna convicción.
Me dejó preocupado. Hacía tiempo que Ana no me llamaba para nada, y
todavía recordaba la última vez que me llamó y para qué. Deseaba en lo
más profundo que no se tratase de una segunda edición, más de lo
mismo...
Cuando terminamos de firmar en la Agencia, y después de dejar bien claros todos los puntos del contrato (de los que desde luego no me enteré
demasiado), llamé a mi hija desde mi móvil porque, honradamente, estaba algo preocupado.
- ¿Ana?
- ..........
- Soy Luis, tu padre... ¿Querías hablar conmigo?
- ..........
- ¿Que te casas? ¿Cuándo?
- ..........
- ¿Y contra quién, Ana?
- ..........
- Oye, que era solo una broma... Pues me alegro muchísimo, Ana. Ya nos reuniremos para hablar largo y tendido.
- ..........
- Es una amiga. Se llama Raquel. Ya te contaré...
Lo dicho: éramos pocos y parió la abuela.
Dentro de unos días nos vamos de vacaciones a un hotel a juzgar al golf,
aunque sigo sin saber muy bien qué puñetas de golf voy a jugar yo todavía. Cuando volvamos de las "vacances" nos espera la casa nueva y todo lo
que inevitablemente conllevará el evento. En Septiembre me tengo que
operar de próstata, y en Octubre se casa mi hija Ana, y parece ser que
a la "grand du monde", por la Iglesia y a lo grande...
¡La leche!
94
8 - VIII - 200..
Raquel se lo está pasando "bomba".
Llevamos una semana en el hotel y ya casi
conoce a todos los famosos y famosillos que por
aquí pululan detrás de sus polos Lacoste y sus
bermudas de colorines. Y hasta parece íntima
del Sr. Lecumberri, que se pavonea por el hall
del hotel y por la piscina seguido de sus dos
guardaespaldas con cara de lelos.
Sí, ya sé que he dicho Raquel y no yo, pero es
que a mi, la verdad, este ambiente de celofán
y coliflor, como yo lo llamo, me interesa más
bien poco, y suelo aprovechar para quedarme en la piscina, bien protegido por una sombrilla, y leer algún libro interesante mientras Raquel desarrolla toda una completa gama de actividades socio-deportivas, que
comienzan ya en el desayuno-buffet, continúan con las clases de aerobitacuático, siguen con los partidos de padle y posterior jacuzzi en la piscina cubierta, un masaje turco antes de comer con algunos de los nuevos
amigos en el Restaurante El Velero, partida de canasta al wisky después
de la comida, y por la tarde su programa de iniciación al golf, su horita
de equitación por la playa, algún que otro revolcón desapasionado con un
servidor (por eso del calor y la humedad), la cena bien empingorotados y
perfumados, casi siempre compartiendo mesa y sonrisas con algún famosillo del tres al cuarto, y, luego de las copas al borde de la piscina iluminada y con la música sensual al fondo, una larga sesión de discoteca
entremezclados con toda la muchachada adolescente y ofensiva (lo digo
por su ofensiva juventud y casi siempre belleza) hasta bien entradas las
tres de la madrugada.
¡Lo que se dice un programa completito de festejos!
Y si digo la verdad, de todo, de todo... pues no hay nada que me interese demasiado. Ni siquiera ya los revolcones que intuyo cumplidores y
programados.
Tengo la sensación de que si ahora yo desapareciera, como por ensalmo,
de este emporio del relax y la diversión, Raquel tardaría unos días en per95
catarse y luego se preguntaría, extrañada, por qué me habría ido desaprovechando tanta diversión y confort.
Ayer, cuando nos íbamos a la habitación después de toda una jornada de
dinamismo inter-relactivo, a eso de las tres y media de la madrugada, le
pregunté a Raquel:
- ¿Lo estás pasando bien?
- Fenomenal, Luis, realmente estupendo, -dijo Raquel, y luego de un
momento en el que pareció percatarse de que yo también existía, me contra preguntó-, ¿y tu, Luis?
- Pues, hombre, mujer, no tiro cohetes precisamente..., -intenté explicarme.
- ¿Qué quieres decir?, -preguntó Raquel haciéndose la sueca con varios
cubas-libres de más.
- No, nada... tonterías mías a estas horas de la noche, -comenté a lo bajo en
el convencimiento de que a Raquel le importaba un bledo lo que yo opinara del tema.
Cuando llegamos a la habitación Raquel se quedó dormida, totalmente vestida, encima de la cama.
13 - VIII - 200..
Raquel me pone los cuernos con el imbécil de
Javier Lecumberri...
Estaba yo en mi sacrosanta siesta, en la habitación, cuando sonó el teléfono como si fuera
la sirena de una ambulancia. Medio dormido aún
atiné a descolgar el auricular, y, de sopetón,
escuché a través del maldito aparato una voz
femenina, pretendidamente distorsionada, que
me dijo:
- Luis, tu mujer está en las dunas de detrás del Golf con Javier Lecumberri...
Cuando intentaba reaccionar sonó el clic y la comunicación se cortó.
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Pensé que podía ser una equivocación ya que yo no tenía ninguna mujer,
pero lo de Luis, y lo de Javier, me pareció, de pronto, que podría tener
algún sentido. Raquel debería estar en esos momentos con Piluca , Merche
y Mami en el jacuzzi. ¿Y si era verdad lo de la voz fingida y anónima?
¿Sería acaso la legítima del estúpido de Lecumberri la que me habría llamado en un ataque agudo de celos y mala leche? Lo que era absolutamente inapelable es que me habían fastidiado al completo la siesta. Porque,
vamos a ver, ¿qué puñetas me importa a mi si Raquel anda festeando con
Javier? ¿Cómo que qué me importa?: ¡por supuesto que me importa! Al fin
y al cabo yo soy el paganini de estas vacaciones y creo tener algún derecho... ¿O es que sólo lo que me da por saco en mi orgullo de macho es
que Raquel se lo esté haciendo con otro y yo sin enterarme? Porque lo
jodido del tema, desde luego, es enterarse. Aquello de ojos que no ven
corazón que no siente, es una verdad como una catedral. ¿Y ahora qué
hago?
Cuando me dirigía a las dunas me crucé con Piluca y con Merche que salían del jacuzzi. Por precaución no les pregunté por Raquel y ellas tampoco me comentaron nada.¿Y si fuera tan solo una broma pesada de una de
las múltiples neo-amigas desocupadas de Raquel?
Mis pasos me seguían llevando, casi sin quererlo, hacia las dunas. A lo
lejos pude divisar a los dos guardaespaldas de Javier Lecumberri que hacían como que observaban el mar desde dos lugares opuestos de las montañas de arena. Era una señal evidente de que el imbécil andaba por allí.
Pero podría no estar Raquel...
Cuando me acerqué lo suficiente, intentando no ser visto, me quedé de
piedra: la buena de Raquel, mi Raquel, se estaba dando una paliza de
padre y muy señor mío con el señorito Javier. Casi, casi, me llegaban los
jadeos y los suspiros.
Apuesto a que después le enseñará a bailar la salsa, -pensé-, mientras
permanecía inmóvil, incapacitado para reaccionar. Aunque quizá, -recordé-, los jerifaltes de Televisión ya llevan tiempo con la salsa aprendida
por damiselas variadas...
Me di la vuelta con una sensación de vacío en mi interior. Llegué a la habitación, hice mi maleta y escribí una nota en el bloc del hotel en letras
mayúsculas que decía:
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ME VOY, RAQUEL. BUEN VIAJE DE VUELTA.
ESPERO QUE NO TE VUELVAS A CRUZAR EN MI CAMINO.
La dejé encima de la cama, me monté en el coche, y le di, con rabia, a
la llave de contacto.
Casi 700 kilómetros me esperaban para emborracharme de olvidos...
25 - VIII - 200..
He tenido la suficiente sangre fría para descolgar el teléfono de mi apartamento, para escribir una carta a la Compañía Telefónica pidiendo, por razones personales, el cambio de número de abonado, para comprarme un móvil nuevo
de distinta Compañía y con distinto número, y
de escribir otra carta a la Agencia Inmobiliaria
certificándoles que por razones estrictamente
personales y coyunturales sólo podría hacer
frente al primer mes de alquiler, -más el mes
de fianza, por supuesto-, del piso no estrenado de Arturo Soria.
Lo suficiente para no aburrirme y mantenerme ocupado entre bocadillos de
Prozac y de Valium...
Llevo diez días a dieta dialéctica sin relacionarme con nadie, y he conseguido, casi, no acordarme de Raquel, ni de Lecumberri, ni de Piluca...ni de
las madres que parieron a todos juntos. Aunque, la verdad sea dicha, no
es del todo cierto que no me acuerde de Raquel. A pesar del Prozac y del
Valium su imagen me acompaña casi constantemente, pero no es una imagen real, no, es una Raquel disfrazada de Hada Madrina con una diadema
de estrellitas en la cabeza, un vestido de tul amarillo, con capa y capirote, y una varita mágica de rayos láser resplandeciente. Y casi siempre se
me aparece riéndose a carcajada limpia y señalándome con su varita refulgente. Detrás, siempre en un segundo plano y entre nebulosas, una cohorte de personajes variopintos se ríen y me hacen burla: me ha parecido distinguir, entre otros, a Ada, la maniquí de las clases de pintura; a Merche,
98
mi ex; a mi casi yerno el vietnamita; a la doctora Galindo; a Marisa; a
Antonio, el suicida; a Lecumberri... van todos disfrazados de payasos
haciendo cabriolas y señalándome con el dedo.
En estos días he intentado exorcizar a los fantasmas que me perseguían
entrando en Internet, aprovechando el anonimato del medio, pero ha sido
todo un fracaso: la mayoría de los sitios por donde me he movido eran
estúpidos o de una cursilería inaguantable. Una noche, en los grupos de
Yahoo, topé con un foro llamado Sensibilidades, y al leer su presentación,
me pareció que podría ser un sitio interesante y donde, de alguna forma,
podría calmar esta sensación de extra-terrestre burlado que me atenaza,
pero el cretino de su moderador me pidió algo así como un currículum vitae
para poder darme de alta. ¡Para currículum estoy yo! ¿Qué podría decirle: gilitonto cincuentón, en otro tiempo pasota-anarquista-contracultural,
recién burlado y corneado, busca sitio donde calmar sus frustraciones?
Demasiado...
Y me imagino que el cretino del moderador me daría un corte de mangas.
Acabo de regresar del Club Selene, una afamada sauna en las afueras,
donde dos señoritas no profesionales (¡seguro que estudiantes de
Empresariales!) han intentado aplacar mis congojos por la módica suma de
300 euros más las copas.
Al menos, en esta ocasión, ha sido voluntariamente, y no he tenido que
soportar milongas amorosas ni mentiras disfrazadas...
1 - IX - 200..
Esta mañana, a primera hora, ha sonado el
timbre de la puerta...
Llevaba días esperándolo y temiéndolo, por eso
tenía bien echados los cerrojos de seguridad.
Evidentemente era Raquel. La he visto a través de la mirilla y estaba realmente exuberante. Y, evidentemente, no sólo no he abierto la
puerta, sino que cuando ha intentado entrar
99
utilizando su lleve se ha encontrado con las dos cadenas de seguridad de
los cerrojos.
A través de la rendija me ha gritado:
- Luis, abre la puerta, por favor, tenemos que hablar...
- No hay nada de que hablar, Raquel, lo siento..., -contesté.
- Venga, Luis, cariño, déjame al menos que te explique...
- ................................................................
- Pero, hombre, dame al menos la oportunidad...
- ................................................................
- No seas crío y cabezón, Luis...
- ................................................................
- Me han llamado los de la Inmobiliaria para decirme que les habías escrito
una carta...
- ................................................................
- Lo de Javier fue una tontería, Luis.
- ................................................................
- Bueno, aquí no me voy a quedar como una tonta...
- Estoy de acuerdo, Raquel, -dije en voz muy baja.
- En fin, parece que la cosa no tiene arreglo..., -musitó Raquel con voz contrita.
- Estoy de acuerdo, Raquel, -contesté mientras volvía a encajar la puerta
y me resbalaban dos lagrimones involuntarios.
Oí como se alejaba, y noté latir a mi corazón como a un caballo desbocado.
Imaginé que estaba cerrando una etapa más de mi vida afectiva, una
etapa corta y fugaz, de la que siempre me quedaría el resquemor de haber
hecho el primo, de haber sido burlado, simplemente, y probablemente, por
el poderoso caballero don dinero que era capaz de disfrazarse de rumba
o de merengue con tal de conseguir sus macabros tejemanejes.
Imagino, también, que no volveré a ver a Raquel, y que, durante bastante tiempo, ninguna otra Raquel, salsera o no, tendrá patente de corso
para entrar en mi vida y arrasar mis sentimientos. Aunque, ¿se trata
solamente de sentimientos arrasados, o es exclusivamente puro y duro
orgullo de macho burlado?
En estos momentos, con mi próstata a punto de ser tirada al cubo de la
100
basura, tampoco me interesa en demasía el análisis etiológico del fenómeno. Lo que es tristemente una verdad incuestionable es que mañana
tengo que madrugar para ir a hacerme las pruebas pre-operatorias, y que
dentro de una semana, este "menda-lerenda", estará a merced de las
manos y del bisturí del Dr. Corrales y de su equipo de hombres de verde.
Y eso, eso sí que tiene usía, y no los devaneos mefistofélicos de la salsera de turno...
8 - IX - 200..
Dentro de unas horas, si no surge un cataclismo inesperado, me van a quitar la próstata...
Y, hombre, uno no es que tenga un amor obsesivo por sus órganos de nacencia, pero un poco
de cariño sí que se les toma en cincuenta años
de convivencia.
Hace un rato apareció por la habitación el Dr.
Corrales, y, al verme, solamente comentó:
- Pero, Luis, ¿no ha venido nadie a acompañarte?
Y yo, en un rasgo de ingenio de los que me caracterizan, le contesté:
- ¡Ah, no sabía, doctor, que necesitase a alguien más que a mi próstata para la
operación!
Corrales me ha mirado algo confuso, y luego ha esbozado una sonrisa antes
de comunicarme que mi intervención se efectuaría después de comer (¿de
comer, quién?, porque a mi me tienen a dos velas), y que procurase estar
tranquilo. Por cierto, le acompañaba una ayudante que estaba como un tren
y que tenía una sonrisa de pícara molinera de tres pares de narices...
Una vez de nuevo solo en la habitación se me han venido las paredes encima, porque una cosa es la salida ingeniosa y puntual, y otra, bien distinta
y bastante más trágica, es la pura y dura realidad. Y la realidad, sin más,
es que estoy solo porque no tengo a nadie que me acompañe. ¿A quién iba
a llamar? ¿A mi hija, a la que no veo desde hace meses y que estará histérica con los preparativos de su boda? ¿A mi ex, metida ya de lleno, seguro-, en los preparativos de su nuevo casorio? ¿A Marisa, que, quizá,
101
por zafarse unos días del plasta de su marido, hubiera accedido encantada y me hubiera vuelto loco en el post-operatorio con sus historias? ¿A mi
hermano Juan que estaría pleiteando como un loco, animado por su froilam,
para conseguir arrancar unos euros más de la herencia del tío Jacinto? ¿A
Maite... a Tomás... a Ángel..., a los que solo veo de Pascuas a Ramos y
con los que no tengo ninguna intimidad? ¿O a mi yerno el vietnamita? ¿O
quizá a la buena de Raquel, por los servicios prestados?
¡Joder, ahora que lo pienso estoy más solo que la una! Y si soy sincero,
ahora, aquí, en esta habitación aséptica y artificial donde todo huele a
viejo, a nuevo pero a rancio, hubiera necesitado una mano amiga, unos ojos
amigos, una voz amiga, que hubieran amortiguado algo mi angustia. Porque
el miedo es libre, y yo, Luis, anarquista atávico bragado en mil contiendas
filosóficas, en cientos de soledades y silencios, en decenas de batallas
donde la muerte estuvo acechante, estoy que me voy por las patas abajo...
Lo peor no es, en mi opinión, que a uno le duerman y no vuelva a despertarse (que ya tiene narices, sin duda, aunque a la postre no sería más que
una dulce transición a la muerte), lo peor es el dolor y el sufrimiento, el
que puedas quedarte imbécil o impedido para esta jungla de caníbales que
vamos llamando vida.
Porque de todo puede suceder cuando a uno le meten en ese mundo medio
mágico donde unos hombres disfrazados de hechiceros se empeñan en
revolver en tus entrañas.
Y, desde luego, sería estupendo que, además de más solo que la una, me
quedara tocado de la mollera o inválido para siempre...
¿A quién le pediría que ejecutase mi Testamento Vital?
16 - IX - 200..
Sinceramente lo pasé de pena en el postoperatorio inmediato. No sólo los calmantes me tenían medio drogado, sino que cada vez que se me
pasaban sus efectos y veía el drenaje que me
colgaba de mis partes mingitorias, todo él bien
coloreado de rojo sucio, me daba como una
alferecía. Tenía la impresión de que me estaba
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desangrando progresivamente sin que nadie se enterase o me hiciera el
más mínimo caso.
La enfermera, una bruja menopáusica y desaprensiva, me trataba como si
yo fuera un paranoico medio lelo, y sólo las visitas diarias de Corrales,
con su amplia y transparente sonrisa, me reconfortaban.
Hoy, a la semana de la operación, el médico se ha presentado en la habitación y me ha dicho a bocajarro:
- Bueno, Luis, hemos tenido suerte...
- ¿Hemos?, -he preguntado sin saber muy bien por qué. (En aquel momento no recordaba haber jugado a la Lotería con el doctor)
- Es cierto, Luis, hubiera sido más adecuado decir HAS TENIDO suerte. matizó Corrales sin enojo-. La biopsia de tu próstata no demuestra ninguna
patología maligna...
- Pues, aleluya, -he dicho, lo más irónico que he podido, para ocultar mi
miedo.
- En fin, enhorabuena, -sentenció Corrales-. Y ya va siendo hora de que te
vayas a casa: no hay nada como estar en casa para terminar la recuperación...
- Ya lo creo, doctor, -no tuve más remedio que decir mientras se me caía
el mundo encima.
- Nada, nada, mañana te doy de alta y sigues en reposo en tu hogar, -comentó el médico mientras salía de la habitación.
Me quedé anonadado. ¿Cómo le decía yo a Corrales que preferiría quedarme en aquella habitación impersonal y putrefacta, con aquella enfermera que más parecía la regidora de una Casa de Citas de permiso, que
irme a un hogar inexistente y donde no sabía cómo me las iba a arreglar
para efectuar las mínimas tareas domésticas y de sustento?
Pero uno, que es de natural más bien tonto y está forjado en mil batallas, -todas perdidas, desde luego-, no se atrevió a decirle nada, ni a
hacerle la más mínima sugerencia al matasanos de que preferiría quedarme otra semanita más en la clínica.
Menos mal que la providencia, vestida de Marisa, vino a echarme una
manita telefónica esa misma tarde:
- ¿Luis?
- Sí, ¿quién eres?
- Soy Marisa, so pendón... ¿Dónde te metes?
103
- Meterme, meterme, Marisa... pues ahora mismo estoy metido en una cama...
- ¿Estás enfermo?
- Jodido, Marisa... Me han operado hace una semana de la próstata.
- ¡No me digas, Luisito! ¡Eso te pasa por darla tanta caña!
- Anda, no seas estúpida, Marisa...
- ¿Y cómo estás, Luis?
- Parece que bastante bien, tanto que mañana creo que me van a dar el alta.
- Oye, ¿y quién te va a cuidar en casa? Porque me he enterado que lo de
Raquel...
- Es cierto, Marisa. Y eso mismo me estaba preguntando yo...
- Espera, déjame que piense... Ya sabes que yo iría encantada a estar contigo,
pero es que precisamente mañana salgo con Ana para San Sebastián, al
Festival de Cine... Me han dicho que hay unos chavales que quitan el sentido...
- Claro, Marisa, no te preocupes...
- No, pero tranquilo, Luis: ya tengo la solución.
- ¿Si?
- Te voy a mandar a Neska. Es estupenda...
- ¿A Neska? ¿Y puede saberse quién es Neska?
- Una chica eslovaca que viene a mi casa y a la de Ana a limpiar y a cocinar.
Como ahora no la vamos a necesitar...
- ¿Estás segura de que querrá venir?
- Segurísima. Y además es una joya. Hablar español, no habla mucho, pero por
lo demás es increíble.
- Si tu lo dices... Bueno, Marisa, no te puedo decir que no porque realmente la
necesito...
- Nada, nada, Luis, no te preocupes. Mañana, a la hora que me digas, te estará esperando en tu piso.
- Yo preferiría, si puede ser, que se acercara a la clínica sobre las 12...
- Por supuesto, mi amigo, allí la tendrás: es rubia y debe tener unos 30 años.
Y ten cuidado, viejo verde, que estás convaleciente...
- Gracias, Marisa, no sabes cómo te lo agradezco.
- Para eso estamos, Luis... Yo te iría a visitar hoy si no fuera porque, como bien
sabes, no soporto los hospitales... además tengo que hacer las maletas que
mañana salimos a primera hora.
- Tranquila, Marisa, me hago cargo...
- Bien, Luisito, que te repongas. Te llamaré a la vuelta de Sanse para contarte...
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- Ciao, Marisa, y muchas gracias.
El gong había sonado poco antes de K.O. técnico.
¡Lo que me faltaba: un anarquista atávico convaleciente, y una eslovaca
posiblemente desclasada y probablemente devoradora de divisas!
24 - IX - 200..
La tal Neska no era ni rubia ni eslovaca...
Era morena y letona, aunque desde luego si
parecía una mujer solícita y encantadora.
Apareció de pronto en mi habitación el mismo
día de mi alta, y, antes de sentarse en una silla
sin quitarme el ojo, me dijo:
- Hola...yo Neska...yo Marisa para ti...
Y desde entonces no se ha separado de mi ni un
solo instante. Se ha convertido en mi amiga,
compañera, camarera, ama de lleves, e, incluso, confidente.
En estos siete días que lleva conmigo he podido aproximarme a su vida y a
su historia, y hasta creo que sus progresos con el español han sido realmente espectaculares con mi ayuda.
Neska vino hace ya dos meses a España a través de un anuncio que leyó en
la puerta de una tienda de bebidas en su ciudad natal de Liepaja. El anuncio pedía chicas con estudios intermedios para ser empleadas en España
como secretarias bilingües. Neska llamó al teléfono de contacto y fue a
entrevistarse, en la capital, Riga, con un sujeto llamado Valerio que oficialmente regentaba una empresa de importación-exportación de productos
de artesanía eslava. El tal Valerio, después de comprobar minuciosamente
sus antecedentes, su origen bielo-ruso, su formación universitaria y su
pasaporte en regla, le prometió hacer las gestiones pertinentes para conseguir un billete de avión, un visado y un trabajo en una empresa española. A los pocos días Neska recibió la llamada esperada en la que se le informaba su partida para España acompañada de otras chicas y bajo la supervisión de un tal Antonov que haría de guía hasta su llegada a nuestra patria.
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Lo que sucedió después, a su llegada, Neska me lo ha ido contando durante esta semana que llevamos juntos y sin poder aún controlar su ira y su
miedo. Parece ser que nada más pasar el Control de Inmigración del
Aeropuerto de Madrid-Barajas, el tal Antonov, un estonio irritable y mal
encarado, reunió a las siete chicas que trasportaba, las acomodó en una
furgoneta más bien destartalada, y las condujo a unos cien kilómetros de
la capital de España, dejándolas ubicadas en un Club de Alterne de una
carretera comarcal a las afueras de un pueblo de Castilla, no sin antes
quedarse, so pretexto de agilizar los trámites de empleo, con todos los
pasaportes de las chicas. Una compañera que tuvo el valor de quejarse del
lugar y del presumible engaño fue contestada, por el mal encarado de
Antonov, con una soberbia bofetada que la hizo tambalearse y la dejó un
ojo a la funerala.
Neska ha tenido la delicadeza de no pormenorizar en demasía las dos
semanas que permaneció en el Club Bonanza antes de fugarse, junto con
una compañera ucraniana, una noche poco antes del amanecer descolgándose desde una ventana del segundo piso del Club donde dormían, en una
especie de cuchitril comunal y compartido por una veintena de mujeres de
distintos países.
Sí me ha podido contar cómo fue recogida por un campesino manchego que
se dirigía a la capital para hacer una gestión, y cómo tuvo la suerte de
contactar en Madrid con un trabajador ucraniano, como su amiga Irina que
le acompañaba, que estaba empleado para el marido de Marisa como recadero.
El resto es ya mi historia actual, una historia en la que Neska, con el pelo
recién teñido de moreno para sentirse más española, ha entrado en mi vida
de convaleciente solitario por la puerta grande de la necesidad y del afecto.
Ahora Neska, divorciada ya hace años de un troglodita letón que la trataba como una esclava, vive en mi piso y ofrece todos sus cuidados a este
solitario anarquista desatávico que esto escribe lleno de una emoción primigenia...
(Y no penséis que Neska será una segunda Raquel: no, tengo cubierto por
ahora el cupo de fracasos...)
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7 - X - 200..
Si hay algo que soporto mal y poco son los casorios, y si, además, son de alta alcurnia, entonces para qué contaros...
Quince días antes de la boda, mi hija Ana llamó
por teléfono a casa. Como siempre Neska lo
descolgó:
- Aló, casa de Luis...
- ¿Quién está al aparato?
- Yo Neska, ¿y tu?
- ¿Está Luis?
- Sí, ¿quién llama?
- Soy su hija Ana... ¿Puede decirle que se ponga?
Era evidente que Ana estaba molesta cuando me puse al teléfono, y se pasó
más de quince minutos tratando de sonsacarme quién era la "guiri" que lo
había cogido y si formaba parte de mi harén habitual. Ni siquiera tuvo la
delicadeza de preguntarme qué tal estaba, por lo que no me dio la oportunidad de contarle lo de mi operación. Respecto a Neska, y como es habitual en mi, me salí por la tangente: en el fondo le importaba un pimiento
quién fuera y qué estuviera haciendo en mi casa. Realmente Ana sólo deseaba saber si yo querría ejercer la potestad de ser padrino de su boda, ya
que las normas sociales imponían que fuera el padre de la novia el padrino
aconsejado.
- Pero no te preocupes por mi, Ana, ya sabes cómo soy..., -le dije para limar
asperezas.
- Por eso, Luis, por eso... Pero mi obligación era decírtelo, -se excusó mi hija
sin ningún convencimiento.
- Además, ¿es necesario llevar chaqué?, -le pregunté para poder justificarme.
- Por supuesto, Luis, faltaría más. La ceremonia es en Los Jerónimos, y en el
Palacio del Infantado el banquete, -exclamó medio enfadada Ana.
- ¡Madre mía!, -se me escapó-. No, ya sabes, Ana, que yo me sentiría como
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un payaso así vestido, -me disculpé-. Tranquila, hija, por esta vez no importa
que rompas la tradición y sea el padrino quien tu desees...
- Bueno, pero quería que lo supieses, -cortó Ana más bien seca.
- Pues muchas gracias, hija, -dije intentando ser amable y cariñoso-. Y no
te preocupes que estaré en tu boda lo más elegante que pueda...
- Faltaría más..., -comentó Ana.
Y para qué contaros: realmente el Carnaval de Venecia se quedó chico ante
el sarao que montó mi hija y su futuro, un notario con cara de merluzo con
el que llevaba saliendo apenas hacía cuatro meses.
Yo acudí con Neska porque me apetecía infinito no solo no ir sin compañía
a la boda para no dar la imagen del pobre ancianito solitario, sino, sobre
todo, porque deseaba epatar lo más posible a la concurrencia, que, a buen
seguro, estaría pendiente del rarito del padre de la novia, ese autotitulado anarquista atávico en desuso. Y Neska que, casi sin palabras, lo entiende todo, tuvo la delicadeza no sólo de aceptar encantada mi invitación, sino
de desteñirse de moreno y encajarse un vestido rosa, ajustado y minifaldero en sus prietas y exuberantes carnes.
El carnaval ya comenzó en la Iglesia de los Jerónimos donde la familia del
novio (militantes confesos del Opus Dei), seguro que con la ilusionada colaboración de mi ex, Merche (que, por cierto, andaba por allí, vestida como
para la Pasarela Cibeles con un traje largo de nazareno y oro, acompañada de su futuro, que ya no cumplía los sesenta y con pinta de funcionario
de hacienda), habían preparado el recinto como si de la boda de la princesa de Mónaco se tratara, con sus alfombras rojas y su coro de "pueris
cantoris" con voces de castrattis. ¡Qué curioso: Ana, que no era en absoluto creyente, haciendo el peripé con las altas jerarquías diocesanas, obispos incluidos!
Yo me quedé en la puerta, que para eso uno va de agnóstico humanista y
revanchista, además de fumador empedernido, todo hay que decirlo...
Lo del banquete: arrebatador. Las mil y una noches de la elegancia y el
poderío social y económico se daban la mano en los elegantísimos salones
del Palacio del Infantado de Segovia, un palacio dieciochesco venido a
menos y reconvertido, por el Rey del Pollo Frito, en lugar de fastos casamenteros.
Rechacé ocupar la mesa presidencial para no epatar aún más con mi cor108
bata floreada y mi querida Neska, que lo estaba pasando de perlas a juzgar por la sonrisa permanente que adornaba su rostro. Al menos se lo debía
por los servicios prestados. Pero lo que más me gustaba, lo que verdaderamente me hacía disfrutar como un enano, era cada vez que algún antiguo conocido de la familia se me acercaba, y al ver a Neska exuberante y
feliz, me preguntaba:
- ¿Qué, Luis, tu nueva pareja?
Y yo, muy serio, con cara de pócker, le contestaba:
- No, qué va: es mi cuidadora y mi concubina. La saqué de un prostíbulo...
Tuve que explicarle a Neska lo de concubina para que no se sintiera ofendida, y fue curioso porque al terminar de explicárselo, Neska, con ojos de
pícara molinera, me dijo:
- Aún no, anarquista, aún no...
No nos quedamos mucho tiempo porque, a pesar del epatamiento y la provocación, llega un momento que esos festejos no los aguantas ni harto de
ron.
Cuando nos retirábamos Ana y su marido vinieron a despedirnos. Y estuve
a punto de decirle a mi hija al oído mientras la besaba: Ana, este merluzo no te dura ni un invierno...
Pero me contuve a tiempo. La buena de Ana no me lo hubiera perdonado
nunca, aunque estuviera totalmente de acuerdo conmigo...
15 - X - 200..
Al día siguiente del bodorrio de mi hija Ana
recibí en mi domicilio una carta de la Delegación
de Hacienda que decía así:
Esta Delegación le comunica que el día 14-X-200...
se le va a efectuar una Inspección Tributaria, por
lo que se le informa que la subinspectora Gisela
Jiménez de la Torre se personará en su domicilio
tributario, a las 9 horas de dicho día, con el fin de
proceder a la inspección.
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¡Lo que me faltaba! Parece que últimamente me ha mirado, no ya un tuerto, sino más bien un ciego, un ciego, y además, con mala leche... Porque
eso de que Hacienda Somos Todos no se lo cree ni el ministro del ramo
vestido de penitente en Semana Santa. Y para más escarnio y bofa he
tenido la suerte de que me tocara una subinspectora. Ya me la estoy imaginando: cincuentona, soltera o separada, con cara de mala uva, intransigente y poco agraciada... Y, además, probablemente insobornable. Me
están dando unas ganas terribles de irme a Bora-Bora, y que le den
muchas morcillas al ministerio y a la subinspectora inspeccionante.
Porque, vamos a ver, ¿alguien me preguntó nunca a mi sobre si yo deseaba pagar impuestos? ¿Alguien, alguna vez, pidió mi opinión sobre si me
parecía justo y equitativo que de mi trabajo, o de mi suerte, tenga yo
que mantener a una panda de vagos, entre los que, por supuesto, incluyo
a los políticos? ¿Alguien, en algún momento de mi alternante biografía, me
explicó por qué los que teóricamente deberían ser estamentos para proteger y defender al ciudadano se habían convertido en unos monstruos de
acoso y derribo a ese mismo ciudadano con el pretexto de una distribución equitativa de los bienes? Que uno es un anarquista, por muy atávico
que vaya siendo, y esto de los poderes omnívodos del Estado siempre le
han parecido un ataque a la libertad individual e intransferible de la persona...
Pero no me fui a Bora-Bora. La señora Gisela Jiménez apareció en mi casa
a la hora en punto, con un trajecito de chaqueta azul y con cara de pocos
amigos. A primera vista pensé que era una absoluta amargada y que mis
naturales encantos con las féminas en esta ocasión me iban a servir más
bien de poco.
A pesar de mis ideales inquebrantables yo había preparado el día anterior todos mis papeles de las declaraciones tributarias de los cinco últimos años. La subinspectora, luego de rechazar con frialdad un cafecito
que le ofrecí, se sentó en la mesa del comedor y me dijo:
- Bien, creo que ya sabe, D. Luis, que este trámite es importante y serio...
- Bien, Dña. Gisela, pues yo quiero que sepa también que yo me he declarado
siempre OBJETOR DE IMPUESTOS, -repliqué con mala baba para tantear
el terreno.
- Déjese de estupideces y no enrede más las cosas, señor, -contestó con
mala uva la subinspectora.
110
Se hizo un silencio tenso y extraño. Estaba claro que mi órdago no había
causado la más mínima impresión en la recaudadora del ministerio. La
subinspectora ojeó, poco detenidamente, los papeles que yo tenía encima
de la mesa con mis declaraciones anuales al fisco, y, al cabo de unos minutos, mirándome fijamente, me espetó:
- Le voy a ser franca, D. Luis. Yo tengo dos opciones bastante claras: una, la
de hacer un estudio tenaz y pormenorizado de todas sus cuentas y de todos
sus pagos a Hacienda, lo que me llevaría varias semanas, transcurridas las cuales le levantaré una infracción por evidentes errores en su tributación fiscal...
- ¿Y la otra?, -le interrumpí antes de que continuara, viéndome venir el
tema.
- La otra es mucho más simple y cómoda, -prosiguió la subinspectora más
relajada intuyendo que yo comenzaba a comprender la jugada-. Se trata
de pactar una multa simbólica por los errores involuntariamente cometidos y
dar luego el visto bueno a sus últimos cinco años tributarios.
- Estupendo, -exclamé alucinado-. ¿Y cuánto importaría, si puede saberse,
esa multa simbólica?, -pregunté con cara de ingenuo reprimiendo mi indignación.
- Veamos... A simple vista y teniendo en cuenta las aportaciones de una
Herencia no declarada correctamente y las ganancias de una lotería medio
ocultas al fisco, digamos que se trataría de una multa de unos 600.000
euros..., -dijo con absoluta tranquilidad la recaudadora.
- ¡Menos mal que la multa es simbólica!, -salté irónico conteniendo mi mala
leche.
- Así están las cosas..., -sentenció Dña. Gisela.
- ¿Puedo hacerle una pregunta?, -dije intentando ganar tiempo para recomponer mis ideas y mi leche amarga.
- Usted dirá..., -contestó la damisela.
- ¿Qué comisión se lleva usted de la multa?, -pregunté intentando hacerle
daño.
- Un diez por ciento, -contestó la subinspectora con absoluta tranquilidad.
Me quedé patidifuso. Aquello me parecía un ataque a mano armada, un
ataque legalizado e institucionalizado por el Estado, pero no tenía muchas
opciones donde elegir. Al menos aquella individua, sicaria del Sistema,
había tenido la delicadeza de ser franca y concreta. Me tendría que haber
marchado con Neska (que escuchaba atentamente, sentada en una silla del
salón, sin entender nada) a Bora-Bora definitivamente.
111
- De acuerdo, -dije al fin-, las ofensas cuanto más cortas y rápidas mejor
son, señora. Y espero que la sanción podré pagarla a plazos, ¿no?
- Por supuesto: en tres cómodos plazos sin recargo alguno, -replicó la subinspectora con una sonrisa maliciosa.
Luego me hizo rellenar un sin fin de formularios y papeles que ni siquiera
me tomé la molestia de leer, y al final aceptó el cafetito que de primeras me había rechazado. La tal Gisela era una separada con un indudable
sentimiento aversivo hacia el sexo que represento, y que había canalizado sus frustraciones al servicio de un Estado aborrecible y ávido de
recaudos, como una Hidra de Siete Cabezas deformes.
Cuando se marchó de casa le dije a Neska que desinfectase con un spray
de rosas todo el salón. La pobre Neska, que no entendía nada, me preguntó:
- ¿Quién era esa señora, Luis?
Y yo, a punto de un infarto y saliéndome la rabia por todos los poros de
mi vieja piel, le contesté:
- Una Hidra de Siete Cabezas al servicio del Estado, Neska...
Evidentemente Neska se quedó como estaba, sin entender nada, pero como
era de natural inteligente y de vocación respetuosa no me volvió a preguntar y se puso a rociar la sala con el spray de rosas silvestres.
(Tendré que desgravarme de Hacienda el spray de rosas silvestres...)
25 - X - 200..
Desde que me tocó la lotería no me suceden más
que miserias...
Últimamente estoy que lo tiro: primero me asalta el fisco por obra y gracia de una subinspectora amargada y me levanta unos miles de euros
de la cuenta corriente, y ayer las mafias letonas
me dejan la casa patas arriba, como si del decorado de una película del Bruce Willis se tratase.
No, no estoy de broma. A eso de las 12 del
112
medio día Neska y yo salimos a dar nuestro paseo habitual por el parque,
y cuando regresamos a casa para comer, nos encontramos todo el pastel:
la puerta forzada y todas las habitaciones revueltas como si hubiera pasado un tornado. Nos quedamos perplejos e inmóviles mirando el panorama,
con esa sensación estúpida de que lo que estás mirando y viendo nada tiene
que ver contigo, aunque muy bien sabes que sí. Cuando por fin nos pudimos sobreponer del trauma sorpresivo, y luego de revisar someramente el
destrozo, me percaté de un papel que habían dejado en la mesa del salón,
bien visible, en el que habían escrito algo en un idioma que no entendí.
Neska me lo quitó de las manos y luego de leerlo se puso a llorar.
- ¿Qué pasa, Neska?, -le inquirí.
- Han venido a por mi..., -dijo entre lágrimas.
- ¿Pero quién ha venido?, -le interrogué algo nervioso.
- La gente de Antonov, -comentó entre hipidos.
¿Qué podíamos hacer? Lo lógico hubiera sido llamar a la policía, pero
Neska era en esos momentos una inmigrante ilegal y, además, indocumentada, por lo que tal posibilidad se esfumaba directamente so pena de que
yo quisiera quedarme sin la compañía más querida y deseada en estos
momentos. Pero algo había que hacer...
De pronto me acordé de Lucio Sevilla. Lucio era un compañero mío de la
Facultad, del grupo de los rojillos izquierdosos, que había terminado, con
el tiempo, como inspector de policía al servicio, más o menos represor, del
Estado todopoderoso. Hacía tiempo que no le veía pero imaginé que nuestra vieja amistad universitaria sería suficiente para sincerarme con él sin
la presencia de Neska que había quedado en casa intentando poner un poco
de orden al desaguisado de las mafias letonas.
Me recibió en su despacho de Inspector Jefe de la comisaría de La Latina.
Estaba más o menos como siempre, pero un poco más gordo y bastante
más viejo.
- Bueno, Luis, ¡cuánto tiempo!, -dijo tendiéndome la mano.
- Sí, Lucio, ya ha llovido y ha escampado, -le respondí en su mismo tono.
- En fin... Anda, cuéntame de nuevo el tema desde el principio..., -me comentó
Lucio en plan profesional mientras se repanchingaba en su sillón y ponía en
marcha una grabadora.
Y le conté todo el tema de Neska: desde mi operación de próstata hasta
lo de la casa patas-arriba. Lucio me escuchó sin pestañear haciendo ges113
tos extraños de cuando en cuando. De pronto me interrumpió, y, acercándose hacia la mesa, me dijo:
- ¿Te la beneficias, Luis?
- ¿Cómo dices?. -contesté cortado.
- Que si te la tiras, hombre... porque por lo que cuentas debe de estar bastante buena, ¿no?, -insistió Lucio con cara libidinosa.
- No, no, Lucio... Además ese no es el asunto, -intenté dejar claro lo más
serio que pude-. El asunto es la situación de ilegalidad de esta chica y la persecución que le están haciendo las mafias del Norte de Europa.
- Ya..., -Lucio puso ahora de nuevo pose de comisario en jefe-, el tema es
complejo, Luis, y me sobrepasa. Estos asuntos de mafias lo llevan directamente los de la Brigada Antimafias. Veré lo que puedo hacer...
Estaba claro que el bueno del inspector Sevilla, el rojillo de los tiempos
universitarios, mi compañero de aventuras y protestas de entonces, estaba dando por cerrada la entrevista con un carpetazo en toda regla al
asunto. Al muy imbécil solo le interesaba el morbo y la mierda que rodeaban al caso. ¿Cómo podría cambiar tanto la gente con el tiempo?
- Ya, me hago cargo, Lucio, -dije haciendo ademán de levantarme.
- Ya veremos lo que se puede hacer, -me contestó levantándose el inspector jefe en una clara invitación de despedida-. En cualquier caso mándame
una nota con todos los datos de que dispongas, Luis.
- No te preocupes, Lucio, lo haré..., - le respondí casi desde la puerta con
el convencimiento absoluto de haber perdido el tiempo.
Cuando llegué a casa, absolutamente desanimado y con la moral por los
suelos, Neska no estaba. Se me puso un nudo en la boca del estómago
cuando recogí una nota que encontré encima de la mesa del salón, impoluto y bien ordenado, como si nada hubiera acontecido en la casa.
La nota decía así:
Adiós, Luis. Gracias por todo.
No puedo seguir viviendo aquí porque la gente de Antonov es mala y no quiero
que te compliquen la vida. Intentaré yo sola resolver este asunto.
Me has hecho feliz. Intenta serlo tu también.
Neska.
Se me cayeron dos lagrimones mientras me desfondaba, triste y solo, en
el sillón de siempre del salón de mi apartamento.
114
29 - X - 200..
De nuevo la soledad...
¡Cuántas veces, mientras vivía con Merche, había
pensado en estar solo, en disfrutar, yo solo, de
ese silencio y esa paz que nadie debería importunarte!
¡Y cómo cambian los conceptos y las ideas cuando
la soledad y el silencio se apoderan de ti, no como
una opción voluntaria, sino como una evidencia!
¿Qué hago yo ahora con este silencio?
¿Salgo a la calle y pongo un puesto de venta de
paces y soledades diversas?
¿Me alisto, quizá, en las Delta Forces o me largo con los talibanes afganos disfrazado de fundamentalista en vacaciones?
Lo de Neska me ha hecho daño. Y es curioso porque no existió el más
mínimo trato carnal entre nosotros. ¡Quién me ha visto y quién me ve!:yo,
el rey del ligoteo clandestino, el desfacedor de cientos de virginidades
metafísicas, el aniquilador de tabúes religiosos y de moralinas seudo-místicas, el conquistador de carnes y sexos imposibles, conviviendo dos semanas bajo el mismo techo con una mujer de carnes exuberantes y prietas
sin que ni siquiera se me ocurriera tentar a la bicha que, me imagino, sigo
llevando dentro.
¿Me estaré haciendo viejo? ¿Habrá sido, quizá, la próstata, -que ya no
tengo-, la que ha hecho esfumarse mis incomparables potencias?
Lo cierto es que le pregunté a Marisa por Neska, y, ¡en qué hora! No, no
sabía nada, pero me obligó literalmente a contarle toda la película con
pelos y señales. Y no sólo esto, sino que no tuve más remedio que tragarme toda su nueva historia con un jovencito de Donosita, que, además,
anda flirteando con la kale borroka y la lucha independentista. Esta
Marisa no tiene arreglo. Cualquier día me la veo en la Sección de Sucesos
de los periódicos...
Llevo una semana sin Neska y las paredes de mi apartamento se me están
viniendo encima. Apenas como, ni duermo, y no he vuelto a salir a la calle
115
desde la infortunada entrevista con el cretino de Lucio Sevilla. Enchufo la
caja tonta y me quedo ensimismado viendo cómo aparecen ante mi, dentro del cuadrado maldito del aparato, múltiples historias y personajes que
no me interesan nada, que no me sirven para nada, que no me estimulan
nada.
Ayer, mientras comía un yougurt bio que la mujer del portero había tenido la amabilidad de subirme, me sorprendí viendo un noticiero en el que
hombres, mujeres y niños yacían aplastados entre las ruinas de un bombardeo. Luego vi a miles de personas armadas con largos palos y caras
ensangrentadas por el odio. Más tarde unos aviones supersónicos que arrojaban bombas incendiarias en un terrible aquelarre luminoso y nocturno. Y
arengas, muchas arengas de importantes personajes de todo el mundo.
¿Pero qué estamos haciendo con nuestro planeta tierra?
Realmente lo de Neska es "pecata minuta" en comparación con esta locura que se ha apoderado de mis congéneres.
Menos mal que todo es en nombre de Dios.
Menos mal que todo es en nombre de la Libertad y la Justicia.
Menos mal que todo es en nombre del Equilibrio Universal y de la
Democracia.
¿Y si mando parar al Mundo y me bajo?: al fin y al cabo yo nunca creí en
tan elevados conceptos...
5 - XI - 200..
Paco me sacó ayer tarde de las miserias que
arrastraba desde hacía semanas. Tuvo la oportunidad de enseñarme, sin ni siquiera él mismo
enterarse, -porque Paco es más bien simplón y
elemental-, un mundo que es como una tómbola de
vanidades diversas y un mercado de miserias
compartidas.
Se presentó, sorpresivamente, en casa con esa
sonrisa medio lela que siempre tuvo, y me dijo:
- Como no respondías al teléfono, he decidido que la
montaña venga a Mahoma...
116
Estuve a punto de cerrarle la puerta en sus narices porque no estaba yo
precisamente para cretineces metafísicas, pero me dio pena su simpleza
bien intencionada. Detrás de su sonrisa panoli escondía dos entradas
exclusivas para un desfile de moda donde, según dijo, nos codearíamos con
la "creme du la creme" del mundo del cuore y del famoseo.
- Gracias, Paco, , pero no tengo yo el ánimo..., -traté de disculparme sin
mucha fuerza.
- Pues precisamente por eso, Luis, -dijo absolutamente convencido de su
terapia exquisita-. Hay que airear las miserias compartiéndolas con la vida...
La leche, -pensé-, el cretino de Paco andaba ahora metido a filósofo conceptual. Uno no gana para asombros, porque Paco fue siempre, desde que
le conozco, el verdadero representante del hombre corriente, del individuo medio de pasiones e ilusiones compartidas con la mayoría en una complicidad voluntaria y manifiesta.
- De verdad, Paco, te lo agradezco..., -intenté defenderme.
- Nada, nada de agradecimientos, -me cortó convencido-. Ahora nos vamos
a comer a un chiringuito que conozco estupendo y esta tarde nos conectamos
al mundillo de la fiesta y la farándula...
Y nos fuimos. Siguiendo su programa extraordinario de terapia preparada, primero estuvimos en un restaurante sofisticado en el que nada se llamaba por su nombre, donde las raciones deberían haber ido acompañadas
de una lupa y de una linterna y donde sólo el precio final no necesitaba
grandes esfuerzos interpretativos por lo descabelladamente elevado que
resultó.
- Joder, -le dije a Paco al ver la cuenta-, parece que la penumbra y la escasez están en alza en el mercado...
- Claro, Luis, pareces tonto, -contestó Paco haciéndose el sobrado-. Lo que
aquí se paga es la creatividad...
Y de creativos estuvimos toda la jornada, porque el desfile del nuevo diseñador Coque del Toro, un amanerado personaje de edad híbrida e indefinida, con el pelo azul y disfrazado para la ocasión con un guardapolvos
salpicado de purpurinas de todos los colores, fue todo un espectáculo de
creatividad cretina que a mi, con perdón, y posiblemente por mi estado
anímico, me pareció un festival de nenas famélicas salidas para el evento
de una sala de anoréxicos de cualquier hospital de los alrededores. Eso
117
sí, las anoréxicas habían sido ataviadas con las últimas tendencias de la
creatividad sofisticada del señorito Coque, que no había escatimado en
imaginería barroca: hora aparecía una famélica con un largo trapo que se
extendía desde el cuello hasta los pies dejando al aire la mitad asimétrica de su escasa anatomía; hora desfilaba dando saltos otra anoréxica
infanto-juvenil ataviada con un gorro frigio y una casaca victoriana en azul
rabioso; hora una adolescente de costillas puntiagudas se contorneaba,
hasta el límite del golpe, disfrazada de barril de vino añejo; hora la
escuálida de turno se balanceaba por la pasarela vestida de velero con las
braguitas al viento...
Y la docta concurrencia, que abarrotaba la sala, aplaudía enfervorizada y
transida de emoción seudo-mística ante tan portentoso evento creativo.
¡La leche!
Allí estaba Tere Bermúdez con sus plastias mamarias recién estrenadas
del 125 y de la mejor silicona del momento. Y la Condesa de Barrionuevo,
que ya no cumplía los 50, acompañada de Raúl, su efebo cubano que la
miraba arrebolado y con cara de imbécil desde sus 25. Y Pepe Genio, el
abogado de los pleitos imposibles. Y los doctos futbolistas Karentau y
Kristental acompañados de sus no menos intelectuales esposas. Y la maga
Cornelia, vestida con su túnica ritual y dos velas en las orejas a modo de
pendientes. Y Nélida Fierro que ahora ya no trabajaba en culebrones
venezolanos pero que sigue siendo conocida por el número de supuestos
abortos con los hombres más famosos del momento. Y Mar Aciaga, con
sus tres aguerridos pretendientes. Y Diego Dieguito, el conocido y millonario locutor deportivo, con su rubia novia adolescente...
Lo mejor de la fauna y de la flora del momento se daban la mano en tan
creativa y exclusiva representación mundana.
Indefectiblemente estaba perdiendo el carro de la vida y del progreso, pensé turbado por tanta fermosura y tan excelso acontecimiento-. Paco,
que se lo estaba pasando bomba mirando con ojos libidinosos a las anoréxicas de la pasarela, me dio un codazo y me dijo:
- ¿Qué, Luis, qué te parece?
- ¿Que qué me parece, Paco?, -le contesté conteniendo mi mala uva-, me
parece simplemente vomitivo.
- Hombre, tampoco hay que ser tan especial, Luis, -terció Paco intentando
quitar hierro a mis palabras.
118
Cuando terminó el jolgorio, luego de los aplausos, los saludos y las flores,
me topé de frente con Ada, la de las clases de pintura, la modelo de día
y prostituta de tarde y noche, que iba agarrada de un maromo de mi quinta con más "colorao" colgando que la Virgen de la Macarena en procesión
de lujo. Ella ni me reconoció, claro, pero yo me quedé estupefacto. Le
pregunté a Paco, que era todo un experto en el mundillo:
- Oye, Paco, ¿conoces a esa jovencita?
- Pues claro, Luis: es María Gracia, la famosa vedette del Pasapoga...
- ¿Y a él, también le conoces?
- Por supuesto: es Roberto Campos, el empresario de hostelería y presidente
del Fútbol Club Atalanta...
¡Joder, y uno tuvo en su momento reparos éticos en acostarse con tan
linda y liberal muchachita!
Está claro que no somos nadie, y en ropa interior mucho menos...
8 - XI - 200..
Ahora que me he codeado con la flor y nata del
famoseo actual de mi tierra parece que he decidido reintegrarme, voluntariamente, a la vida
social de mi mundo circundante...
De Neska no sé nada, a pesar de las intensas
gestiones que he realizado, tanto a nivel de
embajadas, como en los lugares donde habitualmente los inmigrantes se suelen encontrar los
fines de semana. Pareciera como si se la hubiera tragado la tierra. Confío en que esté bien oculta y que las mafias letonas no hallan podido ponerle sus garras encima de nuevo. ¡Cuánto sigo añorando a Neska!
Paco, cuando le conté el tema, me comentó que tampoco entendía ese cuelgue tan especial que yo había llegado a tener con una persona con la que
apenas había convivido un par de semanas y con la que ni siquiera había
tenido relaciones sexuales. ¿Cómo podría explicárselo? Afortunadamente
119
las emociones y los sentimientos no siempre son razonables o explicables,
pero son, están ahí, implicados de una manera terca y desordenada. De
cualquier modo sí intenté explicarle a Paco que la medida del tiempo en los
sentimientos casi nunca es una medida lineal y ortodoxa, que se puede vivir
toda una vida con alguien y permanecer con el tiempo afectivo congelado e
inmune, y que, por cambio, puedes estar cuatro horas con una persona y
dejarte el tiempo emocional ocupado por larguísimo plazo.
Creo que no lo entendió, porque ya he comentado que Paco es más bien
simplón y poco dado a las elucubraciones filosóficas.
Pero, como decía, he decidido volver a la realidad real que me rodea: es
demasiado peligroso para este anarquista atávico y perplejo quedarse en
una isla de silencios y pérdidas afectivas...
Esta mañana, sin ir más lejos, andaba yo escuchando la radio y me topé
de pronto con algo que me dejó totalmente conmocionado. Bajo el título de
La Salud Tradicional, un personaje, auto-presentado como Dr. León, daba
consejos, recetas y tratamientos radiofónicos a docenas de ingenuos
radioescuchas que llamaban por teléfono para comentar sus enfermedades
y trastornos. Hasta ahí pudiera tratarse, simplemente, de un programa de
información médica, más o menos correcto, pero, ¡quiá!, se trataba de uno
de esos programas de para-medicina o de para-farmacia que juegan con la
ingenuidad de los pacientes y la poca vergüenza y la desfachatez (cuando
no del más puro y duro engaño enmascarado) de los pretendidos doctores
radiofónicos.
Según lo escuchaba no salía de mi asombro y no terminaba de entender
cómo, ni los Colegios de Médicos, ni las Autoridades Sanitarias, tomaban
cartas en el asunto.
De aquesta guisa eran, más o menos, las consultas y las respuestas:
- Las Hierbas Salvajes de la Salud Tradicional, ¿dígame?
- Verá usted, doctor. Mi hija tiene unas migrañas muy fuertes y quisiera yo
saber...
- Nada, nada, tranquila... Que se compre unas perlas de iridiana que son muy
buenas para limpiar el hígado y las complementa con dos cucharaditas de la
Fórmula China 28. Ya sabe, señora, dónde las puede adquirir..............
....................................................................................................................................
- Mire usted, Dr.: yo tengo la menopausia y no aguanto los sofocos que me vienen...
120
- Tómese 6 comprimidos al día de Aceite de Onagra y los mezcla con dos
cucharaditas de Aceite de Prímula y una Lavativa de Café. Pásese por nuestra
tienda donde se le explicará cómo debe hacerlo...
- Perdone, doctor, pero es que, además, tengo bastante reumatismo...
- No se preocupe, señora: el Aceite de Prímula y la Lavativa de Café limpian las
vías
biliares
y
van
muy
bien
para
el
reumatismo........
....................................................................................................................................................
.........
- Yo llamo, Dr., porque estoy en tratamiento con radioterapia por un cáncer y
querría saber qué me aconseja usted para esto...
- Pues mire usted, señora: sería muy beneficioso para su caso la Fórmula China
28, que ya sabe que tiene la propiedad de eliminar de su cuerpo las radiaciones,
y la Vitamina B 31, que le limpia el hígado de todos los tóxicos. Y puede tomar
también Energical, ese tónico de nuestra tienda que le da fortaleza a su sistema defensivo. Y una Lavativa de Café cada semana para purificar sus intestinos...
Yo estaba anonadado con lo que iba escuchando, y no tuve más remedio que
llamar al teléfono de contacto:
- Las Hierbas Salvajes de la Salud Tradicional, ¿dígame?
- Hola, doctor, soy Luis. Le cuento que hace unos meses me han operado de
próstata y quería saber varias cosas: ¿Las Lavativas de Café son con café
torrefacto, con café capuchino o con café con leche? ¿La Fórmula China 28
podría sustituirla por la 27 o por la 29 puesto que estas las tengo repetidas?
¿Me valdría el Energical para poder encontrar a mi amiga Neska?
Cuando terminé mi pregunta, hecha a toda prisa, sentí como la comunicación se cortaba automáticamente y sonaba la señal de comunicando.
¡Qué vergüenza, qué bochorno y qué desmadre!
De pronto había desembarcado, con toda mi carga de ingenuo habitante del
planeta de los bussiness, en el mundo real y cotidiano.
¿Y si me monto una consulta, por ejemplo, de Asesor Sentimental, que
podría promocionar por Internet, como LUIS, EL ATÁVICO, MAESTRO
DEL PRESENTE, TE SOLUCIONA TUS ASUNTOS AMOROSOS..?
Igual me forro: solo es cuestión, probablemente, de echarle publicidad y
cara dura...
121
15 - XI - 200..
Hoy ha sido un día algo aciago...
Esta mañana el correo me dejaba una carta,
fechada en Colombia, de Esperanza. Antes de
abrirla se me ha puesto un nudo en el estómago porque he tenido el pálpito de que no iban a
ser buenas noticias. Cuando estuvo en casa,
antes de irse con su amiga Marta a Colombia,
yo ya intenté de alguna forma ponerla en guardia sobre el riesgo de su aventura, pero tampoco pude, ni quise, hacer demasiada fuerza
porque Esperanza escapaba de una situación
insoportable de malos tratos de tiempo y era
la única salida que se le brindaba.
Intenté hacer fuerza mental para que las noticias de Esperanza fueran
positivas, jubilosas, antes de decidirme a leer la carta, que decía así:
Hola, Luis. Perdóname que, como siempre, te convierta en mi paño de lágrimas,
pero estoy sola y desesperada, y sólo tu, aún en la distancia, creo que podrás
entenderme. Ya sabes que me vine ilusionada a Colombia con Marta, de la que
me había enamorado como una colegiala después del infierno de Rafael... Sí, ya
sé que, de alguna forma, tu intentaste avisarme, pero también sé que entenderás que el amor apasionado, sobre todo en mis circunstancias personales, es
como una venda que todo lo tapa y lo oculta. En fin, que desgraciadamente
tenías razón, Luis. A los pocos meses de estar aquí Marta cambió radicalmente. Lo que en un principios habían sido caricias y dulzuras comprensivas se
tornó, como por ensalmo, en gestos agrios y en reproches. Y te juro, Luis, que
yo no había cambiado, entre otras cosas porque a mi edad, y después de lo
sufrido, ni siquiera sabría cómo hacerlo. Soporté con paciencia y con miedo la
situación pensando que podría ser algo transitoria y adaptativo al nuevo país y
a una situación económica que no estaba siendo fácil, pero hace quince días
Marta apareció de pronto en casa con un hombre joven, un tal Efraín, un guerrillero de las FARC, de semblante insolente y poco agradable. Intenté hablar
con Marta pero lo único que recibí como respuesta fue que si me interesaba
122
hacer un trío hablaría con Efraín y se lo pediría por mi ya que a él no le gustaban las burguesas mayorcitas.
Se me cayó el alma a los pies, Luis: me había salido de Málaga para meterme
en Malagón, y además a miles de kilómetros de distancia de mi tierra y de mis
gentes... Estoy deprimida y confundida, mi amigo, y siento que todo me sale
mal, que tengo mala suerte en la vida y que me aterroriza tener a un guerrillero metido en casa acostándose con mi amor mientras a mi me utilizan de
criada, y puede que de tapadera para no sé qué extraños intereses...
No he podido seguir leyendo la carta de Esperanza. Una mezcla de rabia,
dolor e impotencia se me ha subido barriga arriba y he apretado con mis
manos el papel dejándolo como una bola. ¡Desde luego la pobre Esperanza
es de ese tipo de personas a la que le crecen los enanos antes de montar el circo!
De pronto no sé qué cosa se me ha removido por dentro de mi corazón de
viejo anarquista solidario y he decidido hacerme un viajecito a Colombia a
ver a mi amiga Esperanza.
Y bien, esa decisión firme se ha trocado en teórica desde hace solamente una hora. Hace una hora he recibido una llamada telefónica desde París
de mi hija Virginia:
- Hola, Luis, ça va?
- Ça va bien, Virginia, -he contestado sorprendido por la llamada, pero
reconociendo a tiempo la voz de mi hija para no tener que preguntar quién
era.
- Pues no muy bien, Luis, para qué voy a engañarte..., -me ha dicho Virginia
con la voz entrecortada.
- ¿Qué te pasa, hija?, -le he preguntado en mi papel de padre solícito.
- Pues que me separo de Nguyen, Luis, que el vietnamita de las narices me
tiene hasta los ovarios y me marcho con Lu..., -me ha escupido compungida
Virginia.
- Bueno, bueno, tranquila, hija, -he intentado calmarla porque hoy tenía yo
el día bondadoso y blando con lo de Esperanza-. ¿Y dónde te vas?, -le he
preguntado.
- Había pensado que contigo..., -me contestó Virginia con voz de falsete.
¡Madre mía! ¿Y ahora qué digo?, -pensé, agitando mi cerebro a mil revoluciones por segundo-. Ahora la de los enanos no era sólo Esperanza, sino
123
también el que suscribe, viste y calza. Necesitaba un respiro para recomponer mis ideas...
- Oye, ¿estás segura de tu decisión?, -inquirí intentando ganar tiempo.
- ¿De cual, Luis? ¿De la de separarme de Nguyen, o de la de irme contigo?, me contestó ruda y maliciosa.
- De las dos, hija, de las dos..., -contesté intentando seguir ganando tiempo.
- Por supuesto, Luis. ¿Es que crees que si no fuera una decisión bien pensada
y segura te habría llamado?, -dijo algo molesta mi hija.
- Vale, vale, tranquila..., -me defendí-. Y, oye, ¿no has pensado que estarías
mejor con tu madre?, -me atreví a preguntarle.
- Pensarlo, lo he pensado, Luis, pero mamá se casa un día de estos y el imbécil de su futuro, por lo que sé, es inaguantable, -me respondió tranquilamente Virginia.
- Pues debe ser cierto..., -comenté-. Visto así, Virginia..., -titubeé.
- Oye, Luis, puedes ser franco conmigo, leches, que soy tu hija..., -me espetó Virginia con la voz algo más dura.
- Pues adelante, Virgi... ¿Cuándo vienes?, -contesté al fin como si hubiera
tomado la decisión de ir voluntario a la guerra.
- Creo que dentro de una semana tendré todo listo, Luis. Te llamaré en dos o
tres días para confirmártelo y decirte el vuelo.
- Vale, Virginia. Yo haré todos los cambios precisos para acogeros a ti y a tu
hijo Lu, -le dije abatido y desarmado.
- Oye, Luis, que es tu nieto..., -me reprendió cariñosamente Virginia.
- Oye, Virginia, que ya lo sé... pero que yo, además de Luis, también soy tu
padre..., -le dije tomándome la revancha gentilicia.
¡Lo que me faltaba para el duro!: de pronto, solo, sin Neska, y convertido en padre y abuelo amantísimo y novedoso.
Joder, joder, esto sí que no me lo esperaba...
124
20 - XI - 200..
Estoy de obras, y mi casa parece Kandahar
después de haber sido visitada por los superbombarderos de la venganza divina...
De pronto, -ingenuo de mi-, pensé que si
Virginia y mi nieto Lu se iban a alojar en casa
necesitaría desfacer lo que hace un año hice, y
volver a reconvertir mi gran dormitorio de soltero, del que estaba yo (mira por dónde) tan
orgulloso, en dos dormitorios como primitivamente eran.
Nada, nada, -pensé-, busco un albañil mañosito, un carpintero y un pintor, y en un pis-pas tengo de nuevo mi apartamento preparado para recibir a mis vástagos.
¡Tururú! Encontrar, sí, los encontré pronto, pero a fe que los tres laborantes parecen, más que tres obreros españolitos y olé, tres afganos de
distintas tribus y que se odian entre sí, porque no hay forma humana de
que se pongan de acuerdo, ni en horarios, ni en trabajos, ni en la dinámica filosófica de la obra.
Total: poner un tabique, una puerta y una pintadita...
Pensaréis que estoy exagerando, pero os juro por la santa Maimona, que
es una santa muy milagrera del Norte de África, que para nada... Yo pensé
que en un par de días la magna obra estaría finiquitada, pero llevamos ya
cuatro y sólo veo escombros, polvo y porquería a mi alrededor.
El albañil, un tal Paco, con cara de rokero disfrazado de paleta y con unos
cascos puestos permanentemente sobre sus oídos escuchando bacalao,
comenzó a levantar el tabique con toda la parsimonia del artista que está
creando, entre cervezas y bocatas, algo así como una reproducción del
Monasterio del Escorial, pero a lo bestia, dejando todo pringadito de
cementos y cascotes.
Y en esto que apareció el pintor, un tal Angelillo, un hombre diminuto y
saltarín, vestido, ¿para la ocasión?, con un inmaculado mono blanco y gorri125
ta de visera también blanca haciendo juego. Después de realizar una mirada profunda y técnica sobre el habitáculo en construcción frunció el ceño
y dijo:
- Temple picado... gotelé... muro en construcción... Bien: llámenme cuando el
artista termine de levantar el muro de la habitación. Espero poder atenderle.
Y se fue: menos mal que el otro artista, el paleta, estaba enfrascado en
su música bacalaera y que no se percató de la indirecta del divino maestro de la pintura rupestre...
Y esta tarde, mientras el gran arquitecto de los ladrillos se tomaba su enésimo bocadillo de tortilla con cerveza, apareció el carpintero, Juan, un
hombre rudo y soberano con unos bigotes a lo Dalí que hacían juego con sus
manos alargadas y toscas. Se plantó en jarras delante del tabique en construcción, y, con cara de analista económico de la Bolsa de Valores, me dijo:
- ¿Y la puerta de qué medida la quiere?
- Pues una puerta normal, -me atreví a contestar tímidamente.
- Ah, no, -exclamó violento-, todas las puertas son normales. Necesito saber
el tamaño exacto, la textura, la forma, la calidad, el eje de apertura...
- Pues..., -titubeé de nuevo asustado-, yo había pensado en una puerta como
las del resto de la casa...
- ¡Acabáramos!, -contestó-. Entonces es imprescindible que el albañil deje las
medidas exactas para el marco y para la hoja. Intentaré traerla dentro de quince días.
- Pero hombre, -me atreví a sugerir-, si mi hija viene dentro de cuatro o
cinco días...
- Pues usted verá: lo toma o lo deja, -sentenció el artista carpintero con
aplomo y desprecio.
- Lo tomo... Pondré unas cortinas mientras tanto, -contesté abatido-. ¿Pero
podría darse la mayor prisa posible?
- Ya veremos, -dijo el carpintero mientras tomaba las de Villadiego.
La verdad es que estaba desolado. Y todo porque en mi juventud nadie osó
enseñarme bricolage autosuficiente, que si no les iban a dar a los tres
artistas de la construcción por donde amargan los pepinos...
Me retiré a mi despachito y me puse a navegar por Internet para matar
la rabia. Al poco noté, por encima de mi hombro, la mirada curiosa de Paco,
el artista del ladrillo y del cemento, sin cascos y observando con atención
la pantalla
126
-Hombre, -me dijo-, esto sí me interesa. Estoy pensando en comprarme un
"ordenata". ¿Es difícil esto de Internet?
- Pues depende, -le contesté dándome la vuelta y poniendo voz y cara interesantes-. Primero tienes que comprarte un PC con suficiente memoria RAM,
y un disco duro de más de tres GIGAS. Luego puedes contratar una BANDA
ESTRECHA o una BANDA ANCHA, ya sea ADSL o RSDI, o incluso vía CABLE.
Luego ya es fácil: solo tienes que convertir en FLASH el lenguaje HTML, vertirlo en una URL adecuada y ponerte a NAVEGAR...
El paleta me miraba con cara de alucinado. No se atrevió a contestarme,
se caló los cascos de música y se retiró por el foro hacia el tabique abandonado.
¡Pues no tenía yo ganas ni nada de desquitarme de tanto artista conceptual de la construcción hogareña!
22 - XI - 200..
Hoy no quiero, o no puedo, o no debo, anotar
nada en este Diario (más bien semanario) que
llevo escribiendo desde hace ya casi un año.
Hay ocasiones en que a uno se le vuelcan por
dentro aquellos fantasmas acechantes que
andan medio dormidos, o posiblemente solo
silentes, esperando el momento propicio para
dar guerra y hacer la pascua.
Suele acontecer en horas bajas, cuando pequeños acontecimientos de la vida cotidiana se juntan en un manojo de contrariedades. Entonces
los fantasmas se despiertan, se ponen chulos y te gritan: ¡eh, señorito,
deje usted de esconder la cabeza debajo de su ala!, ¿no ve que se le van
amontonando los reproches y que el mundo le va "ninguneando" en un pinpan-pun de la feria cotidiana?
Y uno, a veces, despierta y se encorajina, y otras, por el contrario, le
dan ganas de meterse en un agujero de silencios y tristezas.
No sé, serán los bio-ritmos, o quizá los malos-ritmos, pero la verdad es
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que no estoy, precisamente, para tirar cohetes...
¿Serán los escombros que me rodean en la casa?
¿O mi próxima y temida paternidad y abuelez convivencial que se me avecina?
¿O la úlcera que se me ha revolucionado en estos días?
¿O puede que las próximas Fiestas Navideñas que he detestado desde
siempre?
¿O, quizá, que se me acumulan las mentiras razonables y las hipocresías
necesarias en un mundo que no me gusta y del que apenas me siento partícipe?
Pues no lo sé, y tampoco me importa demasiado en estos momentos. ¡Qué
carajo!
Lo que sí me asombra es que yo hoy no pensaba escribir nada en este
Diario y aquí estoy dejando, imperceptiblemente, mis lamentos a pesar
de mis primitivas intenciones.
¡Esto de ser atávico anarquista, cumplidor y responsable, a pesar de los
pesares, debe marcar tanto que es casi imposible sustraerse de los compromisos adquiridos, aunque estos lo sean, tan sólo, conmigo mismo y con
este Diario!
25 - XI - 200..
Hace ya tres días que "los parisinos" desembarcaron en mi apartamento, y éste, tan
coqueto, personal y tranquilo, se ha convertido,
de pronto, en una especie de jaula de grillos con
olor a cacas, leche agridulce y pises de diversas cataduras.
Reconozco que mi nieto Lu es un chavalote
encantador de once meses, con una carita de lo
más exótica, entre vietnamita y celtibérica, y
que mi hija Virginia está bastante hecha la
puñeta por su fracaso convivencial con el hijo
del Oriente, pero tampoco uno es, precisamente, el Santo Job, ni Santo
Tomás de Aquino disfrazado de anarquista cincuentón en un programa de
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ONG solidaria para la ayuda a los desamparados exóticos... Porque, vamos
a ver, ¿de dónde saco yo ahora la pericia y el cariño para aceptar a una
hija que hace tiempo me dejó colgado cuando más la podía necesitar?, ¿de
dónde el conocimiento y el aguante para las cacas, los lloros, los horarios
y los incordios de un chavalote de un año que de pronto tuve que aceptar
sin más como mi nieto, sin saber apenas nada de sus antecedentes y de
sus consecuentes?, ¿cómo aprendo en unos días la alta definición sentimental de ser padre y abuelo solícito, cariñoso y tolerante? La verdad es
que no lo tengo demasiado fácil, pero estoy dispuesto a hacer todo lo que
esté en mi mano para que esta convivencia actual (y espero, por todos,
que transitoria) sea lo más positiva posible. En última instancia cuando uno
decide tener un hijo, -aunque yo no tengo nada claro a estas alturas eso
de las decisiones cuando se tienen veintitantos años-, debe de asumir
todas las consecuencias y apechugar con ellas. ¡Pero que conste que las
cacas y los lloros me tienen ya hasta las meninges, a pesar de que me
puedan llamar derrotista iconoclasta..!
Y para más inri, escarnio y bofa, esta mañana no he tenido más remedio
que asistir a una Junta Extraordinaria de la Comunidad de Propietarios del
edificio donde tengo mi apartamento, ahora en obras y con cortinilla en
la puerta del nuevo e inconcluso dormitorio, donde se acomodan mi hija
Virginia y mi nieto Lu.
Sinceramente yo no sé si la gente es tonta, insensata, retorcida, mala, o
simplemente es que se aburre y le gusta tocar las narices al personal para
ir matando el tiempo, porque la reunión, si no fuera por lo alucinante, bien
hubiera servido como texto para cualquier obra de teatro de las llamadas
del absurdo.
El cónclave representativo estaba casi al completo ya que el personal jubilado y desocupado era absolutamente mayoritario en la finca. La reunión,
como de costumbre, se había convocado en el garaje de la casa, y la
inmensa mayoría de los asistentes, acompañados por sus legítimas, aguardaban a que el Señor Presidente y sus adláteres apareciesen sin apenas
saludarse, y, desde luego, sin entablar ninguna conversación entre ellos.
Diome la impresión que más que estar entre un grupo de vecinos había ido
a caer entre un grupo de contrincantes dispuestos a la lucha. Al llegar el
Presidente el cotarro pareció animarse, y la escenificación del ritual guerrero se puso en marcha:
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- Bueno, -dijo el presidente-, pasaremos a leer, en primer lugar, el Acta de
la Junta anterior para su aprobación...
- ¡Un momento!, -saltó uno de los vecinos que ocupaba las primeras filas
del cónclave-, quiero dejar bien claro que yo y un grupo de vecinos, -y señaló al aire del garaje-, hemos impugnado en el juzgado tanto esa junta anterior como la legalidad de todos los acuerdos, por lo tanto...
- ¡Ya empezamos!, -interrumpió levantándose iracundo otro personaje al
que su compañera femenina intentaba tirar de la bocamanga para que se
sentase y se callase-, así no habrá forma de entenderse ni de tomar nunca
ninguna decisión...
- Mire usted, -terció otro vecino con bigotes a lo Zar de todas las Rusias, ya estamos hasta las narices de sus impugnaciones. Lo que podría usted
hacer, y sus amigos, es retirarse de la reunión y dejarnos tranquilos...
- Exijo, -respondió el aludido intentando poner calma a sus palabras-, que
esta convocatoria de Junta se suspenda a la espera de la decisión de los juzgados.
Se oyó un abucheo colectivo del grupo contrario al impugnador, y unos
aplausos, algo más tímidos, de la parte de los amigos del licitador. El presidente miraba y remiraba los papeles que tenía entre las manos sin decir
nada, y yo, nuevo en estas lides y sin saber mucho de qué iba la guerra
establecida, observaba patidifuso la contienda. ¿Pero es que no eran suficientes las guerras cotidianas y salvajes del planeta como para fabricarnos nuestras propias, particulares y miserables guerras vecinales? ¿No
eran suficientes los Afganistanes, Palestinas, Kosovos, Indonosias,
Etiopías, para seguir fabricando agravios y luchas en todos los terrenos?
- Un momento, atención un momento, -intentó decir el presidente por encima de todo el revuelo.
- Señor presidente, -dije entonces yo, levantándome de la silla y alzando
la voz todo lo que pude.
- ¿Sí?, -me dijo el presidente mientras el cotarro se callaba, sin duda
extrañado por mi presencia novedosa.
- No, sólo quería decirle a usted y al resto de mis convecinos que me marcho,
que en este instante me retiro de la reunión, y que espero no volver nunca más
a pasar por un espectáculo tan bochornoso y lamentable como el que hoy he
presenciado aquí, -dije tomando carrerilla y evitando mirar a los rostros
de mis convecinos-. Y espero que algunos de mis vecinos tengan a bien meterme alguna querella para que así en la próxima reunión de la comunidad todos
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tengan alguna razón más para discutir y cabrearse. Buenos días.
Y con las mismas me giré, recogí mi silla, y me subí de nuevo al apartamento para seguir aprendiendo a convivir con las cacas, los pises, los lloros y las tristezas de mi nueva familia convivencial y necesaria.
29 - XI - 200..
Hace unos días recibí, por correo ordinario, una
invitación muy curiosa que decía así:
AKELARRE POÉTICO
El Grupo Akelarre Poético, -la poesía nunca
dicha-, te invita al cónclave bianual que se celebrará el 28 de este mes, a las 12 de la noche, en
los bajos del Café Paris.
¡Atrévete a preñar las palabras nunca dichas!
¡Atrévete a dislocar el mundo que te circunda!
UN AKELARRE ÚNICO Y PROVOCATIVO.
Me sorprendió. No sé a quién se le había ocurrido mandarme tan esotérica invitación porque yo no frecuento habitualmente tales conciliábulos,
pero me pareció que podía ser interesante asistir, más que nada por eso
de romper un poco mi monotonía actual de lloros, cacas y pises.
Llamé a Marisa, que suele estar siempre dispuesta para estos menesteres especiales y contraculturales, sobre todo por matar un aburrimiento
crónico que su señor marido, y sus altos negocios mundiales, le producen
de una manera sistemática, y, si acaso, por si pesca algún ligue curioso
que llevarse a la boca y al catre.
- Oye, Marisa, ¿qué tal tu con la poesía?
- Ah, pues yo bien, Luis, ¿por qué?
- Porque tengo una invitación para un Aquelarre poético...
- Estupendo... Escucha: volverán las oscuras golondrinas...
- ¿No me dirás que es tuyo, Marisa?
- No, creo que no, pero me reconocerás que es muy linda...
- Bueno, me temo que en el aquelarre a que te invito, el bueno de Gustavo
Adolfo no se comería muchas roscas...
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- Creo que también me sé una de Rubén Darío...
- Anda, Marisa, estate calladita, que eres más antigua que la momia de
Tutankamen...
Los bajos del Café Paris estaban abarrotados cuando Marisa y yo llegamos. Olía a pachuli y a humanidad humana y humeante. Una fauna de lo
más abigarrado compartía las mesas con velorios encendidos sobre ellas lo
que confería al antro un aspecto aún más misterioso y provocante. Los
atuendos y las pintas eran de lo más variado, aunque destacaban los disfraces desgarrados y los vestidos contraculturales.
Nuestra llegada fue un flash: yo me había puesto para la ocasión mi
mejor traje, un terno cruzado de Príncipe de Gales con su corbata morada haciendo desjuego, y Marisa se había marcado un vestidito de cóctel
con un abrigo de visón marrón con bocamangas amplias a lo Marlene
Dietricht. Parecíamos dos afganas con la burka en una convención de feministas radicales. Nos sentamos, aguantando el tipo, en una mesita lo más
alejada posible de la presidencia donde un personaje curioso, que no contaba ya los 60 y ataviado con un pañuelo palestino a modo de bufanda,
charlaba animadamente con otros dos mendas de parecida edad y calaña
vestitoria.
Al poco, el personaje del pañuelo palestino, que ejercía evidentemente de
presidente del cotarro, agitó un cencerro inmenso de vaca que tenía a su
derecha, y el cónclave se dio por aludido, callóse y escuchóse:
- Mis queridos akelarradores, -dijo el menda-, queda abierta la velada.
Vuestra es la voz de la imaginación y del discurso. Este cencerro marcará las
pautas y los tiempos.
En segundos uno de los de las mesitas próximas a la presidencia se levantó de su asiento y, dando la cara a la concurrencia, dijo:
- CONDONES PÓSTUMOS. Lectura de un poema que me rompe las entrañas:
¿A dónde han ido los espermas
que nunca fecundaron?
¿Qué hacer con las gomas silicosas
que besaron tus vaginas?
¿De qué inquietudes y blasfemias
se librarán los orgasmos nunca vistos?
La mugre de un mundo masacrado
solo servirá para parir malformaciones
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de oscuros cementerios.
¿Qué hacer con todos mis condones
perdidos en el tiempo del silencio?
El cencerro sonó impresionante y la concurrencia se alborotó en una algarabía de aplausos, gritos y abucheos.
Marisa y yo estábamos acongojados y nos mirábamos perplejos sin atrevernos a decir palabra. Luego saltaron a la palestra otros espontáneos con
títulos poéticos como FECALOMAS, TU AMOR ME JODE Y ME EMPANTANA, ME RÍO DE TI MISMO, BUSCH, LA GUERRA-GUARRA, o PARIRÉ
PALABRAS ASESINAS, por reseñar algunos de los más destacados.
El antro cada vez olía más a humo y el ambiente se iba desmadrando por
momentos al compás de las distintas intervenciones de los rapsodas contraculturales.
De pronto, -y juro que no sé qué extraño impulso me obligó a ello-, me
levanté zafándome de los tirones de la pobre Marisa que me observaba
con los ojos aterrados, y dije:
- Yo, ahora yo...
El palestino presidente me miró con ojos de besugo asombrado al ver mis
pintas de ejecutivo en convención de ventas, pero zarandeó el cencerro y
dijo:
- Atención todos a otro akelarrador que nos habla...
Yo no llevaba nada escrito ni preparado, pero una vez de pie y con cientos de ojos clavados en mi, recompuse el ánimo y la hidalguía y solté:
- CACAS Y PISES. Poema de lloros cotidianos.
Las cacas han llegado del Oriente
con tintes parisinos en el alma:
un fragor de pises y de lloros
han escocido la soledad atemporal
de un silencio tocado de pasiones.
Cacas infantiles,
infantiles lloros,
pises olorosas,
olorosas ignominias.
Las cacas orientales no son de hambres ni de guerras
sólo son de olvidos encontrados...
133
1 - XII - 200..
Ayer me di de bruces, en la cola del
Supermercado, con Santiago Sarrió.
Al principio no lo reconocí porque habían pasado
más de quince años desde la última vez que
había coincidido con él, y con su mujer Silvia, en
una fiesta de cumpleaños en casa de Beatriz, y
su aspecto era muy diferente a como lo recordaba. A Santiago Sarrió y a Silvia Segura les
llamábamos en la Facultad las S.S., no sólo por
las iniciales de sus nombres, sino también, y
sobre todo, porque eran dos pijitos fascistoides
de los de abrigo Loden, corbatita o lacito a juego y peinaditos a lo Musolini
y a lo Clara Petacci. Después de observarnos unos segundos, ambos los dos
con cierta perplejidad, Santiago me dio en el brazo y me dijo:
- ¿Pero no eres tu Luis, el de la Facul?
- El mismo, -contesté-, y si no me equivoco tu tienes que ser Santiago, el de
las S.S.
- Bingo, -contestó Santiago dándome la impresión de que el encuentro, de
alguna forma, le había emocionado.
- ¡Pero chico, cuánto tiempo!, -exclamé sin querer decir de verdad lo que
estaba pensando, pues Santiago estaba hecho una calamidad.
- Pues ya lo ves, Luis, por aquí seguimos, -dijo Santi medio abrumado.
Nos fuimos a una cafetería. Realmente estaba interesado en saber algo
de la historia actual de mi antiguo compañero, el pijito de la Facultad de
Derecho, porque su aspecto era más bien lamentable, comparativamente
hablando. Por otro lado yo no tenía nada especial que hacer, y sólo la idea
de volver a casa y de encontrarme a Virginia y al niño me revolvía un poco
las tripas. Le invité a unas cervezas con un pincho de tortilla e intenté
conocer algo más de su vida preguntándole por los viejos tiempos. El tiempo siempre me preocupó, sobre todo cuando los estragos parecían más que
evidentes.
- Bueno, Santi, bueno, -le dije en tono cariñoso-, ¿y cómo te va la vida?
134
- Pues regular, Luis, tirando a peor. Soy del conocido grupo de los PAySE, -me
contestó Santiago.
- ¿De los PAySE?, -le pregunté sin entender nada.
- Sí, hombre, de los PARADOS y SEPARADOS del establecimiento social, comentó con un rictus de tristeza en su sonrisa.
- ¡Ah, ya!, -dije dándome por enterado-. ¿Pero no haces nada, Santi, o es que
eres el presidente de los PaySE?, -le pregunté intentando quitar hierro a su
tristeza.
- No, si trabajar sí trabajo, -me contestó-. Ahora mismo desempeño tres
trabajos muy sui géneris. Podríamos decir que soy un pluri-empleado de la economía sumergida del gran mundo capitalista, -me dijo animándose un poco.
Las vueltas que da la vida, -pensé-. El bueno de Santi, el de las S.S. y
sus abriguitos de pijito-fascistoides enrolado ahora con el mundo marginal
de la economía sumergida y del trapicheo...
- Cuenta, cuenta, Santi, -le dije realmente interesado.
- Pues verás: mi primer trabajo es el de Manifestador..., -me confesó con ojos
de pícaro.
- ¿Cómo de Manifestador?, -le pregunté intrigado.
- Pues sí, muy simple... Tu sabes que en Madrid confluyen todas las manifestaciones y protestas del Estado en lo que se ha dado en llamar el manifestódromo, -contestó-. Pues bien, dada la alta cantidad de manifestaciones de todos
los tipos y colores, yo formo parte de una cuadrilla casi fija que nos apuntamos,
previo pago, claro, a todas las manifestaciones y protestas, del signo que sean,
para hacer bulto...
- Perdona, -le pregunté-, ¿quieres decir que te pagan por ir a manifestaciones y que tu vas, gritas y desfilas sean del tipo que sean?
- Exactamente, -me contestó Santi con cara angelical-. Bueno, pagar no
pagan mucho, y depende si son de izquierdas o de derechas, sindicales o empresariales. De los 90 euros por día, más dietas, no suelen pasar, pero trabajo una
media de dos o tres por semana lo que supone un pequeño sueldecito. La semana pasada, sin ir más lejos, trabajé en una mani de los de Danone, en una del
Movimiento Gay, y en una del Grupo Pro-vida contra la clonación de embriones...
- Joder, Santi, me dejas perplejo..., -le dije sin salir de mi asombro.
Realmente estaba anonadado. Me imaginaba al bueno de Santi, supongo que
sin su abriguito Loden, de manifestador continuo por las calles de la Villa
y Corte con una pancarta y el bocata de chorizo en ristre. Santi miraba
en esos momentos a su segunda caña de cerveza como hipnotizado por los
135
acontecimientos, y a mi me atraía sobre manera conocer algo más de sus
otras actividades.
- ¿Y los otros trabajos, Santi?, -le pregunté haciéndole salir de su ensimismamiento transitorio.
- Pues por el estilo, Luis, -me contestó esbozando una sonrisa-. Otro de mis
trabajos es el de Avisador de Vendedores Ambulantes Clandestinos..
- ¿Cómo qué?, -pregunté alucinado.
- Pues eso, -dijo tranquilamente Santi-. Ya sabes, mi amigo, que por las calles
de Madrid existe una trouppe de vendedores ambulantes de todas las nacionalidades que tienden sus tenderetes sobre sábanas, habitualmente en las puertas de los Grandes Almacenes, e intentan vender de todo, desde bufandas y
pañuelos hasta CDs regrabados y piratas...
- ¿Y..?, -inquirí.
- Bueno, pues un día pensé, -me comentó Santi-, que esta pobre gente necesitaba a alguien que les avisase cuando los municipales se acercaran para que
pudieran recoger a toda prisa sus mercancías y salir corriendo antes de que se
las requisaran. Así llegue a ser contratado por ellos aprovechándome de mi
capacidad silbatoria y de que mi aspecto carpetovetónico no producía ningún
recelo a la policía.
- ¿Y tu qué haces?, -le volví a preguntar muy interesado.
- Yo controlo las esquinas próximas, y cuando veo venir a los municipales silbo
para dar la alarma, -me contestó con toda tranquilidad mi amigo-. No me
pagan mucho, pero es un sueldo fijo mensual y además, de paso, me tomo la
revancha contra el capitalismo...
¡Alucinante!: el pijito fascistoide de antaño enrolado ahora contra el capitalismo. Las vueltas que da la vida...
- Joder, Santi, me estás dejando de una pieza, -le dije absolutamente sincero.
- Pues aún tengo otro trabajo, Luis, -me contestó mucho más animado el
bueno de Santi.
- Cuenta, cuenta..., -le dije.
- Pues el tercero de mis trabajos es el de Jefe de Cuadrillas de Voluntarios de
Reventas, -me confesó Santiago con cara beatífica
- ¡La leche!, -exclamé al oír el nombrecito-. ¿Y de qué se trata?
- Pues muy simple, Luis, -me respondió Santi-. Tu sabes que en los grandes
acontecimientos deportivos, musicales o cinematográficos la reventa de entradas funciona como loca...
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- Sí, ¿y qué?, -inquirí.
- Pues que yo soy el encargado de buscar, apalabrar y dirigir los turnos de una
serie de personas que pasan la noche a las puertas de las taquillas de estos
eventos para que cuando las abran poder coger la mayor cantidad de entradas
posibles para luego vendérselas a los grandes revendedores que, a su vez, las
venderán con recargo a los posibles compradores del espectáculo, -explicó
tranquilamente Santi.
- ¡Mare Deu!, -exclamé en valenciano porque ya se me habían acabado los
epítetos admirativos.
- Ya ves: y no creas que es un trabajo sencillo, Luis, -me comentó Santi confidencialmente-, porque habitualmente tengo que lidiar con gentes de las peores calañas que son difícilmente controlables...
- No, no, si me hago cargo, Santi, -le dije por decir algo ya que mi capacidad de sorpresa había tocado fondo.
En ese punto no me atreví a preguntarle por el otro miembro de las S. S.,
la ínclita Silvia Segura, pero imaginé que andaría viviendo en concubinato
con algún trapecista de circo, o, quizá, vendiendo esencias de plantas aromáticas por los mercadillos de los pueblos de la sierra con algún hippy
reconvertido.
Sinceramente el bueno de Santi me había dejado absolutamente epatado y
circunflejo. ¡Y me quejaba yo, con mi prejubilación programada y bien
pagada, con mis rentas de herencias y loterías y mis amistades iconoclastas, de las cacas y de los lloros de mi nieto Lu!
Antes de que Santiago convirtiera la oración por pasiva y comenzara a
indagar en mi vida y milagros le comenté:
- Bueno, Santi, me tengo que marchar. Me has dejado alucinado con tu carrera. Realmente son trabajos de lo más pintorescos y novedosos...
- Es lo que hay, Luis, -me contestó con un deje de tristeza.
- No, no, si son muy interesantes, -exclamé en tono de disculpa-. Por cierto, Santi, si te enteras de que queda libre algún puesto de Avisador de
Vendedores Ambulantes no dudes en decírmelo.
- Descuida, Luis, pero me temo que están muy solicitados, -me contestó Santi
totalmente en serio.
Cuando volvía a casa iba maldiciendo, entre los dientes, mi suerte injusta
y benefactora: con una vida como la mía lo de ser anarquista atávico no
tiene ningún mérito especial o manifiesto...
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7 - XII - 200..
Cuando volví de charlar con Santiago y sus exóticos empleos, Virginia me estaba esperando en
el saloncito con una cara de tristeza indefinida...
- Tenemos que hablar, Luis, -me dijo.
- ¿Te pasa algo, Virginia?, -repregunté.
- Bueno, no especialmente... Sólo quiero decirte
que Lu y yo nos vamos, -me dijo pausadamente y
haciendo hincapié en las palabras.
- ¿Y eso?, -pregunté sorprendido.
- Vamos, Luis, no seas cínico, -contestó seria
Virginia-. Nuestra estancia aquí no ha sido más que un estorbo para ti.
Apenas ha existido algún día en que yo no percibiera tu molestia o tu disgusto, (poco y mal disimulados, por cierto), bien por los lloros de Lu, bien por sus
comidas entre horas, bien por lo que fuera...
- Pero..., -intenté defenderme.
- Déjalo, Luis, no digas nada, -me cortó Virginia-. Si yo te entiendo...
Realmente era difícil que ahora te pidiera, después de tantos años sin apenas
convivencia, que entendieras lo que es un nieto, e incluso lo que es una hija que
lo está pasando mal con su fracaso. Me pongo en tu lugar, Luis, y te comprendo perfectamente. Ha sido una equivocación por mi parte...
- Bueno, Virginia, aún podemos arreglarlo..., -dije con sinceridad y con la
lágrima en la punta de los ojos.
- No, Luis, no serviría para nada: ambos lo sabemos, ¿no?, -contestó Virginia
con aplomo.
- ¿Y qué piensas hacer?, -pregunté después de unos minutos de silencio que
parecieron siglos.
- He hablado con mi hermana Ana e iré a vivir con ellos, -respondió VirginiaAna está recién casada y parece que le hace ilusión que me vaya con Lu a vivir
con ella. Y yo pienso que podremos entendernos...
- Espero que sí, hija, -dije con la voz muy apagada.
- Yo también lo espero, papá, -me dijo Virginia mientras se levantaba del
sofá-. Mañana nos iremos, Luis...
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Me quedé hundido en la butaca como si tuviera 200 kilos de plomo en cada
pierna. Cuando al fin tuve fuerzas para levantarme y acostarme, el sueño
me hizo una finta de engaños y me abandonó dejándome una potente
moviola en la cabeza: durante horas pasaron por mi mente cientos de imágenes angustiosas, miles de detalles de una vida, la mía, que me pasaba
cuentas. Se me agolparon en la noche los fantasmas: los fantasmas cabezones y contrahechos de mis egoísmos y de mis contradicciones de hombre alternante y confundido. Al final el sueño se hizo un hueco entre mis
angustias y me quedé dormido a altas horas de la madrugada.
Cuando me he levantado, ya cerca del medio día, la casa respiraba un
silencio denso y acusador: ¿por qué seré tan fascista con mis propios sentimientos?
11 - XII - 200..
Desde hace días no duermo en mi casa.
De pronto el silencio, que tanto me había acompañado con sus constantes regalos y esa paz de
tranquilas consecuencias, se me vino todo encima como una losa de reproches. Me faltaron los
olores y los lloros, se me cayó la soledad o la
certeza de saberme un navegante sin pasado y
con un futuro incierto y egoísta. La casa me
acusaba con ese ronroneo de largas complicidades que no pueden ser metabolizadas sin que el
cinismo te salga a saludar a cada paso.
Cierto era que la decisión de Virginia fue tan sólo suya, pero yo no podía
engañar a la evidencia de haber ninguneado, por pura comodidad, por un
vulgar instinto de protección de egoísmos no compartidos, las más mínimas
intenciones de afecto. ¡Tenía que demostrar, de alguna forma, que mi yo,
absoluto y soberano, estaba muy por encima del vosotros! Yo, que siempre
intenté luchar contra el rencor y la revancha, había caído, por omisión
voluntaria, en el más puro ejercicio de revancha con mi hija y con mi nieto.
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Me vestí con lo primero que encontré, y salí a la calle con mis tristezas y
mis culpas pisándome los talones.
La ciudad empezaba a engalanarse con las luces de la fiesta programada,
y todo, las luces, las gentes, los coches, los ruidos de la vida que intentaban rodearme, me resultaban extraños y ofensivos. Estuve andando
varias horas, quizá en círculos, dando rodeos con mis pasos a un espiral de
un cuestionario que se me ofrecía irreverente y pertinaz, con preguntas sin
respuestas, con reproches de silencios y recuerdos de una vida de fracasos.
Sin saber muy bien cómo me encontré de pronto en la recepción del Hotel
Aitana pidiendo una habitación individual donde cobijar mis soledades
detrás de la soledad, cómoda y apersonal, de una habitación de cuatro
estrellas. El recepcionista me miró con sorpresa fijando sus ojos en mi
aspecto más bien desaliñado y en mi ausencia de equipaje. Puse mi Visa
Oro en el mostrador, y el hombre desconfiado me obsequió con una hipócrita sonrisa ofreciéndome los formularios de inscripción mientras me
decía:
- ¿Cuántos días se quedará el señor?
- No lo sé, no lo tengo previsto, -le contesté como un autómata.
- ¿No trae equipaje el señor?, -insistió el recepcionista.
- No... Bueno, traigo un equipaje pesado pero invisible, -comenté mientras
ponía mi firma en los papeles.
- No entiendo..., -intentó excusarse el funcionario.
- No me haga mucho caso, -le dije tomando la llave de la habitación.
Me he pasado varios días tumbado en la cama de mi cuarto, con la televisión encendida y comiendo, de vez en cuando, algún bocadillo y algún vaso
de leche que he pedido por teléfono al Servicio de Habitaciones del Hotel.
He podido comprobar como nunca, en carne propia, el efecto somnífero y
embrutecedor de la televisión: nada como este mágico aparato para anestesiar los dolores y producir en la mente un efecto de seudo-estulticia subaguda. Durante horas la angustia se ha tornado, por el efecto balsámico
de la caja tonta, en un dolor suave y llevadero que las imágenes se encargaban bien de difuminar. Pero el dolor existe y también el fracaso...
Hace un rato decidí salir de mi enclaustramiento transitorio, medio asearme y afeitarme con una cuchilla desechable del hotel, y bajar al bar de la
recepción.
140
No me había percatado de que eran ya las 0,30 de la madrugada y el bar
estaba casi desierto. Sólo una mujer, de edad indefinida, y de más de
siete cubatas entre pecho y espalda, permanecía en la barra absorta en el
líquido elemento. Giró levemente la cabeza cuando entré, y con una voz
aguardientosa me dijo:
- Bienvenido al Universo...
- Así sea, -le contesté mientras pedía una vozka con hielo.
- ¿Hace otra ronda?, -me preguntó señalándome su vaso como si nos conociéramos de toda la vida.
- Hace... para qué vamos a andar con miserias, -le dije sin saber muy bien
por qué.
- Me llamo Rosa y sólo estoy un poco borracha..., -me comentó la interfecta
acercando su banqueta a la mía.
- Y yo Luis, y espero estarlo pronto, -le dije haciéndole el juego.
- ¿Hace un polvo en tu cuarto?, -me dijo Rosa acercando mucho su boca carnosa a mi oído.
- Hace, -le contesté sin pensarlo.
Alcohol y sexo: definitivamente la mejor receta para ahogar las evidencias...
14 - XII - 200..
La juerga de alcohol, sexo y marihuana terminó
como el rosario de la aurora...
La tal Rosa y yo, luego de unas cuantas rondas
bien escanciadas de cubatas y de vozkas, subimos a mi habitación tambaleándonos y nos liamos unos canutos con una bien dotada "china"
que la interfecta sacó de su bolso. De sexo, la
verdad, no sé si hubo mucho, poco o regular,
porque no lo recuerdo con nitidez, pero sí
recuerdo las risas y el colocón que ambos los
dos teníamos. Nos debimos dormir como angelotes despiezados, y a eso
141
de las cinco de la mañana me desperté sobresaltado, y con la cabeza como
el bombo de un bingo, al ver que Rosa, dando tumbos, se estaba vistiendo para marcharse. Y ahí me dio la paranoia: no sé por qué extraña razón
pensé que me estaba robando y la tomé, mientras ella salía despavorida
de la habitación, con el mobiliario del cuarto. De un puñetazo seco rompí
el gran espejo de enfrente de la cama que saltó en mil pedazos haciéndome, de paso, un corte muy sangrante en la mano. De esta guisa, como
un poseso descontrolado, continué dando golpes, patadas y empujones a
todo lo que adornaba la habitación , desde las mesillas hasta el televisor,
que fue acertado de pleno por un cenicero lanzado con enorme certeza, a
pesar de mi coloque, desde la cabecera de la cama.
A estas alturas un guardia de seguridad del hotel ya estaba aporreando
la puerta de la habitación y gritándome desde el pasillo para que abriera. Yo seguí por unos minutos más destrozando y pataleando todo lo que
se me ponía por medio.
No tardó mucho el conserje en abrir la puerta y con él aparecieron dos
policías uniformados y dos guardias de seguridad del hotel que en un
segundo me tumbaron boca abajo sobre la cama y con las manos esposadas a la espalda consiguiendo reducirme.
La comisaría a las seis de la mañana era como un mercado de frutas y
verduras en hora punta del viernes: una variopinta fauna de personas de
todas las edades y condiciones , aunque ciertamente predominaba la fauna
más bien desarrapada y extraña, pululaba, se reunía, entraba y salía, de
las distintas dependencias y despachos alborotándose en los pasillos y en
la sala de espera. Me sentaron en un banco escoltado por los dos propios
que me habían detenido en el hotel, y al cabo de un rato otro probo funcionario me tomaba declaración:
- Su nombre...
- A usted se lo voy a decir yo, estaría bueno..., -le solté con mi coloque rondándome las narices.
- ¿Qué dice este imbécil?, -preguntó el probo funcionario a mis escoltas.
- No sé, señor, si va a poder interrogarle, -exclamó el más joven de los dos
señalándome y haciendo un gesto con la mano-, tiene una tajada de aúpa.
- No me jodas, no me jodas...que me lío la manta a la cabeza y le quito la tajada a ostia limpia, -refunfuñó el funcionario-. Vamos a ver, -se volvió a dirigir a mi-, tendrá usted que recurrir a un abogado...
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- A mi abogado lo llevo colgado..., -le contesté entre grandes risotadas.
El funcionario estaba perdiendo la calma. Me miraba con ojos asesinos y
con unas ganas tremendas de darme un par de bofetadas. Luego de observarme durante unos minutos y comprobar mi sonrisa de estúpido beodo le
dijo a los policías:
- Llevároslo al gabinete y hacerle la prueba del alcoholímetro. Luego le dais un
par de cafecitos bien cargados, y cuando esté más presentable se lo pasáis al
comisario Bermúdez para que termine de espabilarlo...
Cuando me pasaron al despacho de Bermúdez ya me habían hecho la prueba del soplido y me habían metido entre pecho y espalda tres cafés solos
y dos vomitadas acompañadas.
El comisario era un elemento de la vieja guardia, con su bigotito a lo fascista y un gesto marcado de ir perdonando vidas y enterrándolas.
- Su nombre, por favor
- Luis Bermúdez Lorca, -contesté más sobrio.
- Joder, tocayo y tonto, -comentó el comisario.
- ¿Edad?
- Cincuenta y dos pasados...
- ¿Profesión?
- Oficialmente, abogado. Realmente, mantenido del Estado.
- ¿Y no le da a usted vergüenza?
- ¿De qué: de lo de abogado o de lo de mantenido del Estado?
- No se ponga chulo que me lo cargo, rico... Del destrozo que ha hecho en el
hotel, leche. Y de los 3,5 de alcoholemia.
- Pues ahora mismo, ¡qué quiere que le diga!, no mucho, señor inspector...
- Joder, leche, puñetas... El mundo se ha vuelto loco... Ya no tenemos suficiente con los chorizos, violadores, sicópatas, trileros, descuideros y asesinos
variopintos, sino que también los ejemplares prejubilados del Estado se dedican a delinquir impunemente...
- Si me permite... No fue impunemente, sino con alcohol, marihuana y alevosía...
El comisario Bermúdez me miró con cara de asesino reprimido y antes de
que su natural instinto justiciero le traicionara firmó unos papeles que
entregó a mis guardaespaldas uniformados y me dijo:
- Es usted un imbécil, y además sin solución.
Luego, dirigiéndose a la pareja, comentó:
143
- A este leguleyo cretino lo metéis en el calabozo hasta que el juez de guardia lo empapele por el destrozo.
Me dolía tanto la cabeza que pensé que un tiempecito en la soledad y en
el silencio del calabozo me vendría bien para descansar. Como estaba provocativo y chulesco cuando me retiraba escoltado por los dos pretorianos
le dije al comisario Bermúdez:
- Felices Navidades, tocayo...
El funcionario me volvió a mirar con cara de odio, y despacio masculló:
- Si de mi dependiera, cretino, el que tendrías inolvidables navidades serías
tu...
17 - XII - 200..
El "pupas" llevaba más de cinco años saliendo y
entrando del calabozo de la comisaría y del de
los juzgados de guardia a razón de dos o tres
veces por mes. Era un especialistas en alunizajes nocturnos, que desde luego nada tenía que
ver con aterrizajes o amerizajes, sino con la
distinguida profesión de empotrar un coche contra la luna de un escaparate de cualquier tienda y, a la carrera, dejarla desprovista de
género para después venderlo por una miseria a
cualquier perista de los alrededores. Con veinticinco años recién cumplidos tenía ya un expediente de lo más abigarrado: conocía prácticamente todos los correccionales de la ciudad y la mayoría de las cárceles del entorno, pero nunca le habían caído más de un par
de meses porque tenía buen cuidado siempre en no mancharse las manos
de sangre, ni siquiera de arma blanca (¡como si hubiera de verdad algún
arma blanca y no fueran todas negras!).
Juan, en cambio, ya había pasado largas temporadas en el Penal de
Santoña y en la macro-cárcel de Soto del Real por delitos relacionados
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con el robo con escalo y violencia, cometidos siempre bajo la presión de
un Síndrome de Abstinencia más o menos intenso. Era yonqui desde los
veintidós años, y aunque desde los treinta llevaba en el Proyecto Hombre,
la heroína le había ido ganando todas las batallas que, últimamente y a
pesar del programa de metadona, cada vez eran más cortas y menos sinceras. Aparentaba bastantes años más de los treinta y cinco que confesaba tener, y su aspecto era realmente lamentable: de una delgadez
extrema y con un temblor constante en las manos y en los ojos que parecían siempre huir de todas las miradas.
Ernesto no había dicho una sola palabra desde que lo trajeron. El "pupas",
nadie sabe cómo, se había enterado que aquel hombrecillo diminuto y grisáceo se había cargado el día anterior a su ex mujer y a su ex suegra
con una escopeta de caza. Debería tener unos cuarenta y cinco años y su
mutismo absoluto hacía juego con sus ojos permanentemente fijos y no
parpadeantes en una esquina de la celda.
Menudas cuatro patas para un banco, -pensé-, mientras recorría con mis
ojos las figuras de mis compañeros de calabozo.
Ya llevábamos casi veinticuatro horas juntos y apenas habíamos intercambiado más que palabras sueltas. ¿Y qué hacía yo allí? ¿Cómo había ido a
parar a aquel siniestro reducto con ese trío de perturbados delincuentes?
Yo, un anarquista atávico, forjado en mil batallas contraculturales, codeándome ahora con la flor y nata del marginalismo social y con la créme du
la créme de la delincuencia...
- ¿Y a ti, pibe, por qué te han enchiquerao?, -me preguntó a bocajarro el
pupas.
- Por imbécil, -contesté sin pensarlo-. Bueno, realmente me emborraché y
me empedé con "maría", y en un ataque de paranoia destrocé la habitación de
un hotel. Además me reí del comisario...
- ¿De Bermúdez?, -intervino Juan medio tartamudeando.
- Sí, de mi tocayo Bermúdez, -dije.
- Joder, tío, manda huevos, -exclamó el pupas-. ¡Con lo formalito que pareces!
- Si es que sois gilipollas: os bebéis dos cubatas y os fumáis un par de "petas"y
os volvéis majaras..., -escupió Juan con enorme desprecio.
- Este lo ha tenío más claro, -comentó el pupas señalando a Ernesto.
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- ¿Qué ha hecho?, -le pregunté mirando a Ernesto a ver si se daba por
aludido.
- Que te cuente él, -contestó el pupas dando un codazo a Ernesto que
pareció salir de su ensimismamiento.
- Ya se lo había dicho, -musitó entre dientes Ernesto-. La cosa no iba a quedar así, me las tenía que pagar. Y la puta de su madre también... -Ernesto
ahora se había levantado y las palabras salían de su boca como disparosLa puta de su madre era la culpable de todo. Nunca le parecí bueno para su hija
porque no era de una familia lo suficientemente importante para su princesa.
Todo el día malmetiendo, todo el día lavándole el cerebro hasta que consiguió
que me abandonase...
- ¡Eh, tu, gachó, para y cálmate, que aquí somos gentes pacíficas!, -dijo Juan
intentando frenar a Ernesto que estaba muy excitado.
- Naturaca, -terció el pupas-, a ver si te va a dar el punto y se te ocurre
seguir con nosotros... No me toques las pelotas, tío, que a mi los asesinos me
dan mucho gato y me revuelven las tripas...
Yo estaba aterrado. La verdad es que hubiera dado cualquier cosa para
salir de allí. Me sentía como un extra terrestre entre aquellos personajes marginados a los que en realidad no quería reconocer como compañeros de vida y de viaje. Mi mundo era otro, un mundo amable con problemillas de andar por casa y filosofías metafísicas más bien inventadas en
el devenir de una vida especialmente normal y confortable.
De nuevo me salvó la campana, porque antes de que Ernesto volviera a la
carga apareció en el pasillo de las celdas un policía y dijo:
- ¿Luis Bermúdez Lorca?
- Yo, soy yo, -dije acercándome a los barrotes como un náufrago que divisara un barco salvador.
- Acompáñeme, -dijo el policía-, tiene que declarar ante el Juez de Guardia.
- Joder, -dijo el pupas-, la clase siempre es la clase..., -y se sentó en el
suelo junto a Juan en la otra esquina de donde se encontraba Ernesto.
- Ya estoy preparado, -exclamé angustiado acercándome a la puerta y sin
mirar ni despedirme de mis compañeros de celda.
Su Señoría Ilustrísima Gerardo Hierro, a la sazón juez de guardia en el
día de autos, era un absoluto cretino y no se le ocurrió otra cosa que condenarme a quince días de arresto domiciliario, 4.200 euros de multa, y
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1.500 más en concepto de reparación de daños habidos en el hotel.
La condena no es que me pareciera injusta, ni mucho menos, pero me obligaba a regresar a casa, y eso era lo que en aquel momento menos hubiera deseado.
Porque, ¿qué hacía yo en casa todas las navidades como un fantasma solitario y de mala leche?
24 - XII - 200..
Y llegó la hecatombe...
Volví a casa por imperativo legal acatando la
sentencia del juez de guardia, y me encontré el
buzón de correos de mi casa repleto de cartas,
cartulinas y postalitas de todos los tamaños,
formatos, colores y sugerencias que me felicitaban la Navidad. Una verdadera avalancha de
christmas (¿por qué les seguiremos llamando
chritsmas, palabreja que siempre me sonó a eso
de "romperse la crisma"?) de gentes que apenas
conocía, o que sólo en alguna ocasión puntual
había tenido alguna relación con ellas, y que se afanaban en felicitarme
las fiestas. Una invasión de maravillosos y cariñosos deseos de paz, amor
y felicidad que me arrullaban en todo tipo de increíbles presentaciones:
desde los pesebres renacentistas o las vírgenes con caras dolorosas, hasta
los dibujos abstractos, epigramáticos y esotéricos; desde los paisajes
nevados con arbolitos llenos de regalos (tengo yo que enterarme algún día
dónde se encuentran esos árboles que dan de fruto invernal regalos bien
envueltos y brillantes), hasta bellísimos trineos arrastrados por renos
bondadosos que soportan a un personaje obeso, avejentado prematuramente, bien cargado de sacos pesadísimos; desde las ecologistas estampas de ONGs solidarias, hasta los voluntariosos dibujos de los artistas sin
brazos, o sin piernas, o sin vista, o con alguna enfermedad reclamatoria...
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Toda una galería de lo más sugestiva y variopinta. Pero lo más interesante, con mucho, era la literatura acompañante. Verbigracia:
- Feliz Navidad y próspero año nuevo...
- Que el Niño-Dios te colme de venturas...
- Felices Fiestas para ti y tu familia... (¿qué familia?)
- Te deseo un año lleno de venturas...
- Feliz Navidad y próspero año nuevo...
- Felices Fiestas para ti y toda tu familia... (¡y dale!)
- Que la paz de Jesús te acompañe siempre...
- Felices Fiestas y próspero año nuevo...
- Que seas feliz en el nuevo año...
- Paz y amor para todos los tuyos... (¿cuáles?)
Me pasé toda la mañana abriendo, leyendo y disfrutando tan plural egiografía con un placer sólo similar al que un orgasmo mantenido y total puede
producir.
Pero aún no había yo saboreado todo el placer inmenso de la iconografía
navideña y de los sentimientos bondadosos y deseables. Después de
meterme entre pecho y espalda una bien surtida siesta carpetovetónica se
me ocurrió la dicha inenarrable de abrir mi correo electrónico que, por
cierto, hacía meses que no utilizaba. Y ahí se produjo la eclosión, el desbordamiento procaz de felicitaciones navideñas de todos los tipos, texturas, colores músicas y literaturas poéticas. Personas virtuales con direcciones electrónicas que para mi eran todo un misterio me regalaban sus
altas creaciones, habitualmente animadas y musicadas, sin pedirme ni un
duro a cambio. Tardé, eso sí, casi media hora en poder abrir y recibir
los 123 mensajes acumulados en mi buzón electrónico, pero a fe que mereció la pena.
Aquí la variedad era, si cabe, mucho más exultante y enriquecedora:
desde correos simples con poemas bien salpicados de rimas consonantes,
asonantes y disonantes, hasta "virgueras" creaciones animadas con villancicos populares; desde lacrimosas llamadas a cristianismos coyunturales
con imágenes de vírgenes con niño en los brazos, amaneceres de rayos
divinos y celestiales o pesebres animados, hasta pomposos "power points"
con mensajes de fraternidades misteriosas y esotéricas; desde fotografías de grupos familiares para mi totalmente desconocidos, hasta enigmáticas advocaciones a una paz sobrenatural y esperada desde el comienzo
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de los tiempos... Y decenas de avisos de postales y tarjetas electrónicas,
que fui disfrutando con parsimonia de anacoreta impasible, con papás noeles que salían de cajitas milagrosas, arbolitos navideños iluminados plagados de sorpresas animadas, o canciones navideñas en inglés que arrullaban mis oídos con sus tiernos mensajes de amor. Eché en falta, eso sí,
algún correo o tarjeta navideña de los señores de la guerra afganos, o de
la quinta compañía de Marines de la U.S. Force con una fotito de Jhony
clavando la banderita de las barras y estrellas en la cabeza de algún malvado talibán abatido y con la leyenda, por ejemplo, de "por la Paz hasta
la muerte: Feliz Navidad"
Cuando los placeres orgásmicos no cabían ya de tan excelso gozo en mi
pobre cuerpo emocionado por tanta donosura poética, intelectual y solidaria, el ratoncillo travieso y satisfecho de mi PC se paró sobre un correo
que venía sin Asunto y que rezaba así:
- Macho, sé de buena tinta que estás más solo que la una y que si no lo remedia un milagro pasarás una Nochebuena sin más cantos que tus propias soledades...
Pero no te aflijas: siempre fue mejor estar solo que mal acompañado.
El escribiente anónimo.
A eso de las diez de la noche, cuando cómodamente me disponía a comerme un bocadillo de chorizo ibérico con un vasito de tinto Ribera del Duero
delante de la tele, sonó el teléfono:
- ¿Sí, dígame?
- Hola, Luis, soy Ana...
- Pues Feliz Navidad, Ana.
- Que hemos pensado Virginia y yo que podías venirte a cenar con nosotras...
- No, muchas gracias, hijas. Estoy a punto de comenzar a cenar con un grupo
de amigos y amigas. Os lo agradezco mucho...
- Bueno, pues me alegro de que no estés solo en esta noche.
- Yo también, Ana. Y felices fiestas a todos...
El programa de Nochebuena de la tele fue, simplemente, excelso...
149
31 - XII - 200..
Ha sido una labor titánica, pero al fin lo he
conseguido...
Desde el día de Navidad, y ya que no podía salir
de casa por orden expresa del juez de guardia,
me puse manos a la obra, y hoy, fin de año, me
siento totalmente exultante y recompensado.
Decenas de llamadas telefónicas, largos y complicados correos electrónicos y variadísimas
conversaciones bis a bis me han mantenido ocupado durante toda esta semana, pero han
merecido la pena.
Prácticamente he conseguido que todos los conjurados asistieran a mi fiesta. Sólo se ha escusado, a última hora, Antonio, mi amigo suicida, que me
ha mandado un fax que decía:
- Lo siento, Luis, pero incluso en donde me encuentro sigo pensando que la vida
es una mierda, y ni siquiera por ti me voy a bajar del burro. Dile a la concurrencia que se metan las doce uvas por donde amargan los pepinos... Ciao.
Lo entendí. Aunque ha supuesto mi único fracaso comprendí perfectamente que mi amigo Antonio no estuviera para muchas celebraciones sociológicas.
Todos los demás han venido con sus mejores galas y andan por la casa
charlando amigablemente en grupitos bastante definidos.
En el grupo que se podría llamar de mis amigos o conocidos está Santiago
Sarrió, el de los trabajos variopintos, charlando animosamente con el
comisario Bermúdez que, con un wisky en la mano, se codea, seguramente sin adivinarlo, con "el pupas" y con Javier Lecumberri, el presentador
de televisión que me birló a Raquel en la playa. En ese mismo grupo se
encuentra D. Fernando, mi profe amargado de las clases de pintura, que
no sé cómo puede estar tan alegremente hablando con Paco, el que me
sacaba de casa cuando la depresión de Neska, con Ángel, mi compañero
de la Facul, y con el poeta de los condones póstumos del Aquelarre. A
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buen seguro que éste, con varias copas ya encima, les está soliviantando
con algunas de sus creaciones malditas.
En otro grupito, más sobrio y comedido, están mis familiares más o menos
directos: mi ex, Merche, está abrazada a sus hijas, -y también las mías, Ana y Virginia , que vigilan de cerca a Nguyen, el ex marido vietnamita de Virginia, que anda jugando con su hijo, -y también mi nieto-, Lu.
También están en este grupo mi hermano Juan y la "froilan" holandesa de
su esposa, la bizarra Karen. Los que no han aparecido han sido el nuevo
marido de mi ex y el novísimo también de mi hija Ana. No sé por qué me
pega que ambos los dos han pasado a mejor vida matrimonial...
Sentados en la mesa del salón se encuentran las fuerzas vivas de lo profesional y el curanderismo: los doctores Corrales, Montesinos y Galindo
comparten mesa y bebidas con la subinspectora de Hacienda, Dña. Gisela,
y con D. Alberto, el ex jefe de mi último trabajo. Marisa, la buena de
Marisa, siempre al quite, anda de allá para acá intentando agradar a
todos y siempre con su sonrisa bien dispuesta por si cae algo que merezca la pena.
Pero el grupito más emotivo, y más sugerente con mucho, lo componen el
de mis amores frustrados y perdidos del último año: en él está Neska,
reaparecida nadie sabe cómo ni de dónde y con esa belleza serena y pesarosa que me cautiva. Y Raquel, mi "Ginge Rogers" particular por algunos
meses, mi pasión vestida de danza y de lujuria. Y Ada, o mejor María
Gracia, la modelo excitante de las clases de pintura, ahora gran vedette
del Pasapoga. A este grupo, en animadísima concurrencia se había unido
Esperanza, mi pobre amiga maltratada, vuelta desde Colombia para el
evento, que charlaba relajada y jocosamente con Rosa, la de la borrachera imponente y la "maría" riquísima. Estaba por apostar que la intrépida Rosa ya le había endilgado algún quita-penas de su cosecha a la pobre
Esperanza...
Allí estaban todos mis fantasmas, los gozosos y los lúdicos, los transitorios y los perpetuos, los emotivos y los olvidables, para celebrar conmigo
las doce campanadas de Fin de Año.
Allí estaban todos, con sus miserias y sus sueños y proyectos. Y allí estaba yo, sin sueños y con el único proyecto de poder salir corriendo el día
uno del nuevo año al Aeropuerto y tomar el vuelo de mi viaje programado
a Nueva Guinea y Papua, con escala en Australia.
151
La hora bruja se acercaba y mis fantasmas seguían departiendo sin percatarse de ello. Cuando ya sólo faltaban diez minutos para que el reloj
comenzara a bajar las bolas del Nuevo Año me subí a una silla para que
todos me vieran y escucharan, y, dando unas palmadas de atención, dije:
- Buenas noches, mis queridos fantasmas. Os agradezco a todos la deferencia que habéis tenido de acompañarme para despedir al año que se va y para
recibir con alegría al año que comienza. No podré olvidar jamás vuestra compañía. Este anarquista atávico, medio loco o medio cuerdo, quiere dedicaros,
antes de que suenen las doce, un regalo bien gráfico que espero nunca olvidéis.
Todos los congregados posaron sus ojos en mi con total impaciencia y sorpresa. Entonces, medio loco o medio cuerdo, pero con una sonrisa amplia
que me llegaba de oreja a oreja, les dediqué a todos los presentes un
ostentoso corte de mangas y una sonora pedorreta.
Y entonces, y como por mágico ensalmo, todos los invitados concurrentes
se esfumaron de mi casa desapareciendo con los últimos sonidos procaces
de la sonora pedorreta.
En ese momento la televisión comenzaba a trasmitir para todo el país las
doce campanadas, y yo comencé, parsimoniosa y lentamente, a tomarme
las doce uvas de la suerte, junto con las otras doce de cada uno de mis
veinticuatro invitados que habían tenido la indelicadeza de dejarme solo
ante tan previsible empacho.
Cuando por fin terminé con las trescientas uvas establecidas, - que uno
para estas cosas es de lo más clásico y preceptivo-, descorché dos botellas de Cava Gran Reserva de Juvé y Camps, y otras dos de Champagne
Brut Imperial de Moët & Chandon , y me las fui empapando en veinticinco copas que tenía preparadas para la ocasión.
Menos mal que el avión de Quantas para Nueva Guinea y Papua, escala en
Sydney, no salía el día siguiente hasta las tres de la tarde...
F I N
Luis E. Prieto
152
Epílogo
(Así, en bajito, antes de escribir las primeras frases de este epílogo... le pregunto al viento: ¿Quien no se ha sentido anarquista bajo la
luna llena?)
La fuerza conceptual y la precisión de las palabras empleadas en el
título abrieron en mi, por pura deformación personal, los lógicos interrogantes. Aparentemente el " D i a r i o d e u n a n a r q u i s t a a t á v i c o " debería tener
una traducción formal muy próxima a los "libros de Caballería", anticipando
una trama llena de aventuras y hazañas en las que el esforzado paladín fuere
un ciudadano (el "anarquista" propiamente dicho) que, a semejanza de sus
abuelos o antepasados lejanos (de ahí el carácter de "atávico"), decidiese salir
a la calle en plan Don Quixote de nuestros tiempos, dispuesto a pelear contra
todos los molinos de viento que se cruzaran en su camino y, si de ser necesario, "fenecer" en el intento de abolir cualquier forma de Estado o de gobierno...
Pero estaríamos errados...
"Anarquía" define también, figuradamente o por extensión, estados
de "desconcierto", "confusión", "incoherencia", etc... de la misma manera
que, de forma figurada, el "atavismo" es una "tendencia a imitar o mantener formas de vida, costumbres". Si unimos ambas definiciones estaremos
frente a frente con la realidad de este libro: las tribulaciones de un ciudadano de nuestro tiempo, sumido en bastante más desorden y confusión
de lo que es capaz de aceptar y empujado a imitar las formas de vida o
de supervivencia de sus coetáneos.
A mi modo de ver, es lógico que nuestro protagonista escribiese un diario... quizás con el subconsciente afán de poner un poco de orden en su caos
existencial, en el que no faltan las imágenes iconográficas de la sociedad "del
momento". Si yo fuera su psicoanalista no les quepa duda de que le hubiera
recomendado esa terapia hace tiempo.
Por pura lógica inercial y a través de una prosa "cini-cotidiana", que a
mi me recuerda mucho a la empleada por E v a r i s t o A c e v e d o , va asomando el
153
L u i s B e r m ú d e z L o r c a que nunca se deja ver en público... el hombre cincuentón, infelizmente separado y desorientado, golfillo pero mucho más dubitativo de lo que cabría esperar... inseguro en cuanto al lugar que ocupa en la
sociedad (es un burgués muchísimo más conservador de lo que él mismo se da
cuenta)... en síntesis: un "urbanita" casi permanentemente a la defensiva y
bastante incapaz de controlar lo que sucede a su alrededor...
Este libro es el retrato crudo y fiel de una capa social en la que los
problemas económicos no son algo preocupante, pero que deambula por la vida
buscando su razón de ser y existir, tratando desesperadamente de encontrar
un horizonte en el que fijar sus ojos y dándose cuenta de que, lo quieran o no,
"su" utopía más lejana está dentro de un contenedor y a la vuelta de la esquina.
Mención aparte merecen la ingenuidad y el trasfondo de frustración
sexual del protagonista que, casi imperceptiblemente, se convierten en los
ejes del libro. Ambos aspectos, en mi opinión, hacen del libro un sobresaliente
"retablo literario" y un documento notarial de los tiempos presentes cuya lectura se antoja imprescindible para entender lo que muchas veces no entendemos..
Leerlo fue un placer y "pensarlo" es aún mucho más placentero...
(Y ahora que nadie nos oye, amigo Luis, cuéntame hasta donde
llega la ficción literaria y en donde empezamos todos a sentirnos anarquistas bajo lunas de niebla...)
Xabier González
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