I D. Juan Antonio de Riaño uno de los mejores y más ilustrados

Transcripción

I D. Juan Antonio de Riaño uno de los mejores y más ilustrados
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As:IJLU le Gradit
LA DERROTA DE LAS CRUCES
I
D. Juan Antonio de Riaño uno de los mejores y más
ilustrados españoles que en Mexico coriociéronse en
aquellos dias, ültirnos de la dominación de los descen4i
dientes de Hernán GortCs.
\lu. i le trató mi padre con motivo de la buena amistad que
existió siempre entre D. Juan Antonio y D. Miguel Hidalgo y Costilla, cura de Dolores.
—iGrande bombre!—decIa éste hablando de aquel,—lastima que
entren tan pocos gachupines corno Riaño en ]as hornadas que remite a estos reinos la metropoli: este D. Juan merecla haber nacido
Criollo.
Era natural de LiCrganes en las montañas de Santander, v contaba a la sazón 53 años, como que habia nacido en iG de Mayo
de 1757. Hizo con grande hrillantez y aprovcchamiento su carrere de marina, una de las más honorilicas de España en aquellos
Episodios Históricos Mexicanos
tiempos, .y se halló en las principales funciones de guerra de su
época, deando mernorias de su valor en Argel y en la Florida, y
en la tonia de Panzacola. Caballero del hábito de Calatrava, que
dcbiO a sus rnëritos personales y no compradas recomendaciones,
se retiró del servicio militar despuës de haher ganado en 61 la efectividad de capitán de fragata, ascenso de altisima importancia en
liempos en que nadie sentaha, corno en los nuestros, plaza de general, con descrédito de la noble profesiOnle las armas y verguenza del pals que tat consiente. Vino a las Americas
formando porte, como ohf
cia!, del ejCrcito qe at mando de D. Bernardo
Gáivez
reconquistó las Floridas:
casó con D. a Victoria SaintMaxent, y después de haber
j
-
desernpcñado un breve espacio de tiempo la intendencia
ded1nre;:I4od:
la de mayor
Guanajuato Haciase en ella
estimar universal mente, V
-
.
-
D. Juan A. KiañO
si algunos restos deusticia
y gratitud quedan aiin sobre
la tierra, Guanajuato debe
adquirirlos todos, y dedi-
carlos Integros a la memoria de aquel hombre.
Algo hablé ya de Cl en ml verIdica historia de Las perlas de la
Reina Luisa; pero boy deho volver a citarle, va porque el personaje to merece, ya porque hueno es que mis lectores conozca bien
A quien va a jugar en esta parte de las Memorias de mi padre, importantIsimo papel.
Como ya dije, Hidalgo to tenia en muy alto aprecio, y no era
menor aquel con ci cual Riaño Ic pagaba.
Entendianse muy bien aquellos dos espIritus sanos C ilustrados,
y uno y otro se consultaban respectivaifnente en cuantos adelantOS
materiales emprendian.
Hidalgo iba con frecuencia a casa del intendente, convertida en
F
La Derrota de las Cruet's
una verdadera academia, en la cual se cultivaban Ia literatura y ]as
hellas aries, cuyo gusto desarrollth en Guanajuato, lo mismo que el
estudio de las matemáticas y la astronomia, y Ia práctica y conocimientos de los idiomas espailol y latino. El protegio e hizo arquitecto al célebre D. Francisco Eduardo Tresguerras, hio de Celava
y hombre superior a todas luces.
Tresguerras habiase educado en Mexico, a donde llego a los
quince oños deedad con ánirno de bacerse fraile; curóse fdcilmente
de su ficticia vocación, y pudo con toda libertad dar expansion a
su genio de artista, que Ic inclinaha al dibujo, la pintura y la nusica. Verdadero profesor en el primer ramo, y bastante maestro en
ci segundo, vivia, sin embargo, miserablemente cuando fuC conocido por Riaho.
Asi algunas veces lo dijo a mi padre, que me tiene referida la siuiente conversación en quc las frases y palabras de Tresguerras
son estrictamente históricas: las repito; porque son cuadro exactisimo de los hombres de Ia época.
—Me crie con Nebrija y los y ates, ci trompo y los papelotes, y
no podia entonces defInirse ml elecciOn entre las travesuras y los
studios; pero ''o siempre me incline al dibujo: esta inclinoçiOn
nació conmigo, me es propia.n
—Pronto sin embargo sobrcvendrIa la refiexiOn.
—Asi fuC en efecto, casual ó providencialmente. eCumpil los
quince años, y con ellos di fin a mis primeros estudios: pensC ser
frafle, y Dios, demasiado misericordioso, lo frustró por medio de
Un viaje que hice a Mexico y donde a impulsos de ml inclinación
ab andoné las letras y me entreguC al dibujo I).D
—€ Y alli permaneció usted mucho tiempo?
uEstuve como un afo absorto en tan hermosa doctrina.
—Y pasado el año regresó usted a Celaya?
- Ju stamenre. otVolvi a mi patria y tratC de casarme: me estaha
amo nestando y Fiun los frailes querian reconvenirme con mi antiguapretn5j. hablan creido virtud en ml lo que en realidad era
mo jtgatez y poco mundo. \'alga esta sincera confesiOn mia, Si.
(z) Dc ahora para adelante ativicrte i autor que cuantas frases entrecomaas ap arezcan en los
Episohos nac,onales, son originates de los personajes que
as P r::uncian y
extrajdas de libros, cartas 6 docun'intos estrictarnente histó-
Ep:soi:os Histórzos Mexi.anos
porque muy piadoso Dios. evitó ml inadvertida pretension y me
ahorré de unos cargos que, insoportabies a ml genio é inchnaciones, me huhieran prestado ci papel más disipado y delincue ii t C.
—Y qué resuitados le produjo su nueva atición?
—Ahora verds. Sobre ya casado, me dediqué a ha noble arte de
Ia pintura, a la suave y dulcisima pintura ; jpero qué dolor! nada
medraba con las producciones rnás dificiles ygraciosas de esta arte
encantadora; un estudio que exponia al ptihlico de raro pensamiento, magisterial ejecución, estilo hechicero, dibujo corregido y
en todo de muy regular menLo, se miraba con indiferencia: ni p0than mis deseos encontrar un conocedor; mas luego que embarraha
un coche de verde y colorado, que brillaba ci oro dc sus tallas,
que campeaban unos mamarrachos a modo de monos, que Se manipulaba ci maque, ci barniz y otras sandeces de esta ciase, entonces, amigo mb, ilovian admiraciones y elogios, y yo tenla que
arrinconar mis grandes estudios y papeies, y debla, coincidiendo
con tanto ignorante, sacrificar ha razOn y ci buen gusto en obsequio de tanta y casi universal estupidez.'
—. Amargo retrato de las decepciones de un artista!
—Grandes fueron efectivamente las mIas: asi es que Aenfadado,
ya, quise juntar la müsica a ml ocupación : me disipaba y me cxponia intinito; no convenfa con mi educación. Ful grahador una
ternporada. carpintero v tailista otras, agrimcnsor algunas veces. y
siernpre vacilando, di de hocios en lo de arquitecto, estimulado de
ver que cualquiera ho es con sOlo querer ser.
—Valgame, señor! jqué tal diga quien tan ilustre lo es!
—No dire que no lo he procurado; peo cuál es la historia de
ha ma y or parte de nuestros arquhtectos? Ninguna ó la peor. Desengañate: arqu;tecto a la moderna lo es cualquiera que desea senlo.'
—? Por cuáles medios?
--Para clio se requiere sOlo aprender una jerga de disparates
como la de los medicos; babosear cuaiquier autor de arquitectura
de tantos como hay, en particular lasescalas de Viñola; hablar niuy
hueco jerigonzas de anguios, dreas, tangentes, curvas, segmentos,
dovelas, imoescapos, etc... pero con cautela, siempre delante de
mujeres, cajoneros y otros que no los entiendan; despuCs enira ci
ponderar unas obras, echar por tierra otras, hablar mal de los su-
La Derrota de las Cruces
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jews, abrogarse mil aciertos y decidir magisterial mente, y hételo
ya Arquitete hecho y derecho.
—Triste pintura de la ignorancia general!
—Triste si, pero exacta y verdadera.
—Buenos están los arquitectos.
—(r Asi es Paz, que ha Ilenado a Querétaro de monumentos ridiculos, y asI son varios de cJzupa larga que giran errantes por
estos lugares. Luego yo, dije a mi sayo, puedo entrar en corro con
tanto Seor Arquitete.
—De qué manera?
—Saquá a las tablas mis pocos estudios, mis experiencias, ml
buen dibujo y otras baratijas que me adornan; y, lo que es del caso, los asocié con el engaño y alucinamiento ó tonterIa de los marchantes, y me hallé capaz de descmpeñar el papel de Arquitele, a
ciencia y paciencia de griegos y romanos, vándalos y suecos."
—;Exageracióri y nada más!
—No lo creas: pero, en fin, oya soy arquitecto, amigo mb, a
pesar de follones y malandrines: la Academia me conoce por su
discipulo y me ha licenciado para cualesquiera obras, y yo las he
eecutado hasta ahora con facilidad, no debido a mi pericia, pero
sI a ml fortuna: se me ha negado el fungir, no cabe en mi ingenuidad; v se me dió la obra del Carmen de Celaya, y la he continuado
por ci padre que ahora es obispo: a este Santo religioso Ic cal en
gracia, es vizcaIno y me valió que lo fuese: no pudieron apearlo del
juicio que de ml tal cual habilidad formó, ni las cartas de empeño
por Tapari, por Garcia, por Ortiz, arquitectos de chupa larga
—Siempre ci mérito ha engendrado la envidia.
—No es ml mrito lo que a ninguno de ellos irrita.
—Que entonces? No cornprendo.
—Pues escucha. Esta clase de obras, ruidosas y solicitadas, p1den de por si mucho dinero. y en ellas es donde hacen un sumo
negocio sus directores: no envid Ian el arte, no, se pudren por
acomodo.
—Ya alcanzo.
— ' Mas ya todos esiãn conocidos: Tapari, 1 cuán demasiado! Orti z echado con desaire de la obra de las Teresas de Querétaro;
Garcia acabó con la vida, y Paz denigrado por sus obras, tanto cii
las de su proceder como en las materiales.
ToMo 1
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Episodios Históricos Mexicanos
—Pero el gran Tresguerras está a salvo de hablillas.
—Nada de eso: acon rivales entrometidos y aduladores, cóm
no he de set cortado?
—Pero de todo triunfa la opinion.
—Ya, ya! uCOrno no he de ser envidiado por mis obrilias, en
varios lugares ejecutadas con a1gin acierto. y disfrutando en su
manipulo las rnayores confianzas en muchos miles de pesos?
—Algo vale quien conquista envidias.
—Cierto, por mal que me estd decirlo: ade agradecer son los esfuerzos dc la envidia contra nií, pues fuera muy infeliz si no fuese
envidiado: algo me donó y en mucho me singularizó Ia naturaleza
(Dios debo más decir), pues me envidian: yo me contento.n
—Y con sobrada justicia.
—Se ha dicho que mi Carmen de Celaya se parece al interior
del templo de Santa Genoveva; mintieron grandernente porque es
total su diferencia y solo coinciden en ser ambas de orden coriniio, y en este caso será idéntica a! Vaticano San Pablo de Londres,
que son del mismo orden, y otras muchas fabricas; tengo esos
papeics y podré refregárselos al que lo dudare.
—Algo he ofdo de eso efectivamente, y ci extranjero Humboldt
dice que lo encontró parecido a no sé qud ternplo de España.
—No hubo tal con ese prusiano protestante, ni la obra estaha
entonces en tal disposiciOn que pudiese compararla.n
—Otros ban dicho que el mapa vino de Roma.
—cEso no es más que una insigne menhira: tengo en casa el que
ejecuté y podrá verlo quien lo dude y vera los de los altares y algunos otros sob delineados, y vera más si quisiere, que echo yo
mapas de cualquier asunto uno pot cada dedo, porque (en paz sea
dicho estoy dotado de una invenciOn y fantasia fecundisimas, y
gozo de unas fuente*g en mis libros y papeles, que iluminan prodigiosamente, y a la prueba me remito.
—SOlo queda ci desprecio, y ci no hacer caso de cuestiones y
re n cilia s.
—Pero asi yo no he tenido cuestiOn alguna con artista grande ni
chico: huyo de fungir de arquitecto.'
—Y Cs Listed por demás modesto.
—No por de más, pero si modesto.
—Me consta.
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La Derrota de las Cruces
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—uEs menester que me sefalen con ci dedo a los extraños los
que me conocen. y digan: aquel Cs: pues de no, me con fundo critre
los espectadores y mirones: soy en eso mojigato de prirnera.
—Pero el hombre vale por Jo que habla.
—,,Jan-ids creo que puedo yo callar hablando de belias artes: en
éllas es mi afluencia inagotable: tengo bueri gusto: me atrevo a
asegurarlo.)'
—Además, justifica su crItica quien da razones de ella.
—Oh! jamás censuraré yo una obra sin dar convincentes pruebas de por qué me parece mal: no me aparto de la naturaleza y
principios, y busco la verdad a toda costa; y si no, que me toquen
con formalidad, con crianza, y Jo que es mas, con la razón, y yeran de bulto mi ingenuidad; mas 51 CS esto con charlatanerIa, guárdense, amigo, porque protesto que me sd sacudir como el que
más: por Jo tanto, Ia tal cuestión tngala por una mera invención
satIrica y abribonada.
—Quedensc, pues, a un ]ado esas miserias, y continUe usted Iabrando para su gloria los monument'os que brotan de su invención.
—Sea lo que te dicta tu afecto hacia ml, y <continUe yo en mis
obrillas, que tiempo me sobra para den menudencias, y todo Jo
ejercito con cierto aire socarrón y picaresco que vale un dineral.
La anterior conversación conclu y ó con estrechar la mano de mi
padre aquel justamente famoso D. Francisco Eduardo dc Tresguerras, a quien alguien ha iiamado ci Miguel Angel de Mxico.
II
Nada tan original y pintoresco como la bella ciudad de Guanajuato. Creación de una hada caprichosa y juguetona, sus casas parecea haberse deri-arnado sobre los declives de las montaños de la
cafiada en que se asientan, corno cayendo del delantal de un niño
travieso y enredador: en escala gigantesca áizanse las unas sobre
otras con-io buscando clevarse al cielo en un monumento de gratitud a la bondad con que ha depositado en cada fragmento de sus
arenas un grano de precioso metal.
Se rpentean los laberintos de sus calles aquel terreno generoso
sobre ci que forman jntrjncada red, en la cual prendidas qued a
1
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Episodios Históricos Mexicanos
las voluntades de los viajeros al cebo de su argentIfera nombradla
y del carácter alegre, franco y desprendido de sus naturales. Ya en
la ciudad, ásperas y elevadas alturas la circuycn, descoliando al Sur
ci San Miguel con su Ilanura de las Carreras, y al Norte el cerro
del Cuarto, asi conocido por haberse colocado en ëi una pierna 6
cuarto de un maihechor ejecutado por la justicia. Reiinense al Poniente en ruidoso y conluso torbeliino, acrecidas por las Iluvias
que recogen las vertientes de los cerros, las aguas de dos arroyos
de escaso 6 ningtn caudal en tiempo de secas, tomando entonccs
la ciudad el aspecto de un torrente babitado por castores. En su
plaza, cu y o nombre puede apenas justificarle ci espacio que media
entre los edificios que la forman, nace la cuesta nombrada udel
Marques, por haber levantado en ella su palacio ci de San Clemente, de los condes de Ia VaIencian?desputs, y mds tarde del gobierno del Estado. No faltan, si no antes bien abundan en ci
recinto de Ia población, obras de notable arquitectura. ejemplo al
par db hahiiidad en los arquitectos, y en sus propietarios de magnificencia y esplendor. Sueño real de un Diablo Cojuelo, alli Jos
hahitantes pueden entretenerse en inspeccionar el interior de las
casas circunvecinas, siendo corn tin, por la naturaleza del terreno,
que alil donde concluye el piso de la azotea de los unos, se abrart
los cirnientos y las puertas de las casas de los otros.
Entrase a la ciudad por la canada pintoresca del Marfil, a cuyas orillas se extienden las haciendas destinadas al beneflcio de Jos
metales extraIdos de esas minas célcbres de Cata y de Mellado, de
Santa Anita y Rayas, yr Ia Valenciana, cuyos productos dieron opulcnta fama a los Obregon, Perez Gálvez y Rul. A una legua de la
ciudad häilase ci lugar que da su nombre del Marfil a Ia canada y
ci rio, que después de fertilizar los campos de Silao y unirlas con
Jos del Grande, va a verter sus aguas en la esp16ndida laguna de
Chapala y mar del Sur.
Era la población de Guanajuato, en aquellos dias, de cerca de
6o,000 habitantes, de los cuales 20,000 dependlan de la mina
famosa de la Valenciana: abundaba ci dinero, y con Cl la prosperidad y la alegrfa, y en muchas leguas d la redonda haclan tales dcmentos florecer grandernente la agricuitura.
Riaño era querido, no solo por Jos europeos, en cuyas manoS
estaban casi todos Jos giros comerciales, sino tambiCn por las ía-
I
La Derrota de las Cruces
milias criollas que en muy grande nrnero disfrutaban de cómodo
tranquilo bienestar, y por ci mismo pueblo trabajador que tenia
en gruesos y nunca retenidos salarios, compensación de ]as fatigas
y riesgos del pesado laboreo de ]as minas.
A elias y al contento general dcbIa Guanajuato el movimiento,
vida v animación de la ciudad, rnuy superiores a los de muchas de
las de Nueva España, y cosa era de ver al ser de dia el ir y venir de
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las gentes, mulas y caballos que marchaban a sus labores, saludando al paso a la multitud de comerciantes que en tropel acudlan a
Una pobiación en que abundaba ci dinero y se sabla gastarle con
largueza y liberalidad.
Atento a todas las necesidades de sus gohernados, el intendenteC orregidor D. Juan Antonio dc Riaño, concibió desde 1783, conoCido por tel año del harnbre, ci provecto de construir una espaCiOsa alhóndiga donde depositar anualmente una provisiófl sufic%ente de maiz, ya para prevenir su escasez, ya para evitar ci abuso
de los negociantes en esta semilla de primera necesidad para ci
Pueblo, abuso consistente en aiterar de modo extraordinario su
o
Episodios Ilisró:'tcos Mexicanos
precio, so pretexto de la diticultad y carestia de las comunicaciones en tiempo de aguas.
Para Riaho Jos proyectos eran siempre seguidos de su inmediata
ejecución, y aizar un edificlo Ic agradaba tanto rnás cuanto que en
ello podia dar campo A sus grandes conocimientos en arquitectura
y placer a su buen gusto en ella. Las construcciones de la época se
distingufan por su soiidcz y por su aspecto de fortaleza: en la alhóndiga de Guanajuato no podIan faltar entrambas cualidades.
Eiigió para levantarla un espacio descubierto a la entrada de Ia
ciudad é impuso para construirla una contribución de dos reales
porcaga de maIz que se introdujese a Guanajuato: pronto los fondos fueron mas que suficientes para la obra y Riaño quiso imprimiria no comün aspecto de lujo.
—Mejor fuera,—decia alguno,—haberlos gastado en hacer un caniino al forte de la canada para evitar el tránsito por ésta, dificil y
peligrosa en tiempo de iluvias.
—SáIo 6 Riaño ha podido ocurrirle ievantar tin paiacio para ci
;nai.
Esto declan otros. pero todos admiraban la sencilla ciegancia del
nuevo y cxicnso ediflcio que se rcciinaha, como orguiloso de si
mismo, en la Ionia que terrnina al poniente del cerro del Cuarto,
en ci punto en que se unen ci rio que atraviesa la población y ci
arroyo de Cata.
Y aquf estará hien que tome de un autor muy conocido, a quien
el mismo préstamo han pedido otros muchos, la descripción de la
alhóndiga famosa de Granaditas:
Fórmase de un cuadriiongo cuyo costado mayor mide ochenta
varas de longitud: en ci exterior no tiene más adorno que las
y entanas practicadas en lo alto de cada troje, lo que Ic da un aire de
castillo 6 casa fuerte, y lo corona Un cornisamento dórico en que se
hailan combinados con buen efecto los dos colores verdioso y rojizo
de ]as dos clases de piedra de las hermosas cameras de Guanajuato.
* En ci interior hay tin portico de dos altos, en el espacioso patio: el inferior con columnas y ornato toscano y ci superior dOrico
con balaustres de piedra en los intercolumnios.
Dos magnuficas escaleras comunican ci piso alto con ci bajo y
en uno y o-o hay dispuestas trojes independientes techadas con
buenas y sóiidas bóvedas de piedra labrada.
wl-,,La Derrota de las Cruces
))Tiene este edificio al Oriente una puerta adornada con dos columnas y entablamento toscano que le da entrada por la cuesta de
Mendizábal, que forma el declive de Ia loma y se extiende hasta la
caile de Belem, teniendo a la derecha el convento de este nombre
y a la izquierda Ia hacienda de Dolores, situada en la confluencia
de los dos rios.
DA1 Sur y Poniente de la aihóndiga corre una calle estrecha que
la separa de la misma hacienda de Dolores, y en el 6naulo Nordeste, viene a terrninar la cuesta que conduce al rio de Cata en in pinzoicta que se forma en ci frente del Norte, donde está la entrada
principal adornada como in de Oriente, y en Ia que tambitn desembocan frente at angulo Nordeste la calle que se llama de los Pocitos y la subida de los Mandamientos, que es ci camino para ]as
minas.
))El edificio tienc en el exterior dos altos por el lado del Norte y
pane de los de Oriente y Poniente: en ci resto de ëstos y en ci lienzo del Sur tres, exigkndo10 asi ci descenso del terreno: ci piso más
bajo no tiene comunicación con el interior y en ci exterior no hay
mãs que las puertas de los trojes que lo forman.a
Este edilicio, que algunos malamente han considerado como una
fortaleza, hállase dominado y puede desde ellos ser hatido, por ci
cerro del Cuarto a! Norte y por ci de San Miguel a! Sur.
III
Riaho, ya lo he dicho. mantenia con D. Miguel Hidalgo Intiinas
Y a mistosas relaciones: ambos procurahan ci hien de sus gohernados y feligreses, y se desvelaban por el progreso de las industrias é
Ifltr oducción de las nuevas. Cualesquiera que fuesen las prohibiclones que pesaran sobre la fabricación del vino en estos reinos, ni
el intendente nj ci cura hacian gran caso de ellas, y ci primero en
In hacienda de Cuevas, próxima a Guanajuato, y ci segundo en su
Sl mpdtica repibiica do Dolores, trataron a la vez de fomentarla.
S atisfecho ci cura de sus progresos en este ramo, hizo un convite al int endente, que lo aceptó, para que fuese a pasar una tempotada a Dolores con objeto de enseñarle las manipulaciones del
Episodios Hiszóricos Mexicanos
vino que se preparaba a hacer por Setiembre, época de las co.
sec has.
—Alguien ha asegurado,—decIa nii padre,—que is intención del
cura al hacer este convite a Riaño era apoderarse de is persona del
intendente. Mintió quien tat duo. La invitación Ia hizo ci cura ha.
liándose a la mesa del intendente en Guanajuato, y D. Miguel jamás traicionó a sus amigos. Si más adelarite los sucesos de la gue.
rra los pusieron frente a frente, Hidalgo nunca dejó de nianifestar
todo ci aprecio que de Riaño hacia.
Veremos en efecto que mi padre tenIa razón.
—Pcro es firme Su carino—preguntaba Maria a su esposo.
—iVive Dios que silo es! Cuando la revolución estalic, a Guanajuato habremos de ir; pero si podernos salvar al intendente, lo
salvaremos mat quc pese a quien pese.
—Por qué no serán iguaimente buenos todos los europeos?
—Hija, porque los malos no los dejan parar entre nosotros.
—Es cierto.
—Como en su mayorIa carecen de ilustración, les molesta la
presencia de los que la tienen, por horrors! contraste que con clios
for ma n.
—Y nuestro cura bien merece ser querido.
—Ciaro que si: lejos de buscar acomodo con ci dinero de la igle.
sia, cede la mitad de sus bcneticios a otro saccrdote que Ic sustituye. N.
porcion qué a éi corresponde la emplea en el fomento de
miles industrias.
—V con fruto, pues ]as hace progresar.
—Como que la se g a del cura es tan buena ó superior 4 is misteCa, y su loza aventaja a la pobiana y se vende con estimaciOn en
toda is provincia de Guanajuato.
—Lástima que D. Miguel y Riaño no piensen de modo igual r
to que respecta al porvenir de estos reinos.
—Ldstima, Si; pero nada hay en ello que perjudique a ninguno
de los dos.
—Cierto: piensa uno como criolio; piensa el otl-o como europeo-Representante Riaño del poder de su monarca, bien cstä quc
trate de cumpiir con su obligacion. Desgracia será tenerie por enemigo; pero las luchas son Lanto más nobles y gloriosas cuanto IiIJS
no!-le y levantado es el enernigo.
La Derrota de las Cruces
233
Estas preViSiOfles de iiii padre no tardaron en hallar su completa
realización.
a
a la guerra de independencia en Ia madrugada del it,
de Setieinhre de i8io, paso a San Miguel el Grande el mismo dIa,
Lanzado el cura Hidalgo por la 1ucrza de las circunstancias
dar principio
despues de haber tornado en Atotonilco por láaroy bandera de su
ejercito una irnagen de la Virgen de Guadalupe.
Las buestes de Hidalgo hahianse considerablemente aurnentado
al paso por las haciendas y lugares del tránsito, ofreciendo el más
extraho y sin igual conjunto: la infanteria formábanla los indios
•t4.\ ¶ -
11
0^1
T.Y.
se Ic uniô todo ci regimicuto..
armados de palos, flechas, hondas, lanzas y fusiles, y dividIase en
cuadrillas 6 pueblos al rnando de sus propios capataces: la caballerIa mucho menos numerosa y para pertenecer a la cual no se necesitaba rnás que tener caballo, no era rnás uniforme en su armamenLo: todos sus soidados lievaban por distintivo en el sombrero
Ufla
estampa 6 niedalla de la misma Virgen criolla: a Ia gente de a
c aballo se Ic habia asignado un peso diario y cuatro reales
a la in.
fan
teria, cot-riendo la tesoreria y aprovisionanhiento de las tropas a
cargo de D. Mariano Hidalgo, hermano del cura.
EntrO 4ste en San Miguel sin resistencia alguna y allI se le unió
tOdo ci regirnien t o de cahalleria de La Reina, de que ya dije haber
sido Ca
pitanes Allende y Aldama: fueron reducidos a prisión Varios es pañQles
y s a1ueada Ia casa de uno de ellos. nombrado Landeta , SIfl
que Hidalgo tuviese poder para inipedirlo, no gozando aan
de Prcstigio bast
en a j ue11a
que hubitranse desbanda..
Tpo t
3o
234
Episodios Históricos Mexicanos
do si se hubiese pretendido reprimir sus excesos. Estos males son
consiguientes a todas las revoluciones y a todos los palses, y ahi
está la revolución Irancesa que no me dejará mentir y que los causo terribles, a pesar de haberse verifi ;ado en Ia capital de un pueblo
mucho más práctico y educado que ci nuestro. Los crImenes Co.
metidos en San Miguel fueron obra principal de Los presos de la
carcel püblica a quienes dieron libertad los que con ci mismo carácter hablanse saiido de la del pueblo de Dolores.
Rodeando La Sierra de Guanajuato, ci ejrcito independiente se
presentó ci jUeveS 20 de Setiembre delante de Celaya, a cuyo Ayuntamiento se dirigiO por escrito la siguiente intimaciOn:
Nos hemos acercado ci esta ciudad con objeto de asegurar las
personas de todos los españoles europeos: si se entregasen cI discrecidn serdn tratadas sus personas con hu,nanidad;pero si, por el contrario, se hiciese resistencia por Sn parLey xc tnandare dar fue8o
contra nosotros. Sc tratardn con todo ci rigor que correspwida ci
Sn resistencia: esperanos pronto La respuesta para proceder.
Dios guarde a VV. nuchos años.
Campo de batalla. Setiembre 19 de tRio.
Miguel Hidalgo.
Ignacio Allende.
P. D.
En ci ,nis,no mo,nento en que xc inande darfue8o contra ,uiestra
ente, serdn degollados setenla y ocho europeos que traemos a
nuestra disposición.
Hidalgo.
A Ilende.
Señores del Avunta;niento de Celaya.
Noticiosas las autoridades do la pohiación del ievantarniento de
Hidalgo y temiendo su proximidad, hahian solicitado, sin fruto.
auxilios de los de Querétaro, y no habicndo venido, se deterrninO
por ci subdelegado Durô, ci r. D. Manuel Fernández Solano, Co.
ronei del regimiento provincial de infanterfa, y los europeos. no
hacer resistencia aiguna y retirarse a Querdtaro, y asi se veriticó.
La Derrota de las Cruces
235
IV
lrnpuesto Hidalgo del abandono de Ia ciudad por sus autoridades, dispuso para el dia siguiente 21 su entrada solemne en ella.
Con asombro sin Ilmites viéronse tales sucesos en la población, y
nadie acertaba a darse cuenta de qué clase de poder serla aquel que
a los cinco dIas de haberse levantado, ponia en fuga a los representantes de una autoridad secular, tomando sin combate alguno los
pueblos ante los cuales se presentaba.
La multitud apiñábasc en las calles de La población, ávida de
contemplar a los atrevidos triunfadores que ya liegaban a las puertas de la ciudad.
Precedido por Un soldado que a guisa de estandarte conducia
pendiente de una Ianza la imagen de la Virgen de Guadalupe, marchaha ci cura Hidalgo vistiendo su traje habitual, y jinete en un
magnitico cahallo negro, ricamente enjaezado: segufanle Allende,
Aldama, Ahasolo y demás jefes independientes, y a éSLOS la banda
de n-iásica del regimiento de la Reina tocando marciales sonatas,
al frente de los dragones del cuerpo mandados por un aficiai: y enha detrás de estos la gente de a caballo, y por ültimo, ci grueso del
ejército formado por la infanteria y rnasas de indios con sus hijos
Y mujeres en revuelta confusion. El grito de guerra repetIase por
los unos y los otros atronando las calles del tránsito, a la vez que
los muchachos repicaban con furor los bronces de las iglesias.
Asi Ilegaron los independientes a la plaza principal, sorprendido
cada uno de la moderaciOn de los demás, cuando la casualidad hizo que a alguien se Ic escapase un tiro, que fué como La seña para
el d esbandamiento de la multitud. que, esparciendose por la ciudad,
diO principlo al saqueo y là devastación, entrando a viva fuerza Y
robando cuanto pudo en las casas de los europeos, sin que una VCZ
más pudiese
evitarlo
ninguno de los caudillos, quienes al pre-
tender reprimir el dcorden, recilier,ii pr rep.ieSta estas preguntas:
— Pues qué otros medios tenék de hac.rus partidarios?
— Quiénes os han dado autoridad para mandarnos?
— Qué podréis darnos si no nos lo buscarnos nosotros?
Episodios Thstóricos Mexicanos
.236
Tanto se irritó Aldama con estas voces, que estuvo a punto de
disparar sus pistolas contra los amotinados.
Los demás jefes procuraron calmar su indignación, tan justa como imprudenie en aquellos instantes.
La porción más moralizada del ejército, es decir, los dragones
y soldados de los cuerpos de milicias que habanseles pasado, reci-
:C-
i•
—
AM flegaron 105 indepandientes i Ia plaza principal,
bieron orden de recoger y trasladar a la tesorerla las gruesas suinas
que los europeos habIan ocultado en los sepuicros de los religiosos
del convento del Carmen, sumas que pudicron sustraerse a la rapiña dc la desenfrenada plebe.
Al siguiente dia 22, Hidalgo creyó oportuno convocar a! AyunIsmiento con el fin de dare a conocer los motivos de la iiisurrec
ción y obtener de éI que aprobse sus actos como autoridad Iegtimamente constituda por el monarca, cuya personalidad aun no
habla sido atacada por los reheldes, irritados. no contra la metrópOii, sino contra los espalioles americanos. Por más exlraño que pue
La Derrota de las Cruces
da verse tal rroceder, Hidalgo dejibase guiar por un buen pensarniento, cual era el de dar a los ojos de la multicud cierca apariencia de legalidad a sus actos.
En aquella sesión, a la que concurrieron los regidores celayenses
criollos ünkamente, por haberse fugado los europeos, Hidalgo fu
nombrado general y Allende su teniente. confiriéndose los demás
[ grados superiores a Los otros caudillos del levantamiento.
El suceso se celebró con un paseo airededor de la plaza, ilevando
el nnsmo Hidalgo Is imagen de Is Virgen de Guadalupe, y adamándole Is multitud excitada por los guerreros acordes de Is bands
milker.
Presentóse después ci general en el balcón de su alojamiento, y
desde alif dirigio la palabra al pueblo vitoreando a la libertad y
ensaizando La nueva causa.
V
Quien quiera que haya leido las dos anteriores partes de esca
historia de las luchas de nuestra independencia, recordará ci infame
acto de venganza ilevado a cabo por Miguel Garrido, ci primo de
la esposa de ml padre, contra el generoso Benito Arias Martinez.
Pocas horas después de baber el cura Hidalgo salido de Dolores
con sus huestes, ml buen padre, que prodigaba sus cuidados a Is
bella Maria, quien la noche anterior hablame dado a luz, era sorprendido por Miguel disfrazado de franciscano, y poco menos que
asesinado cobarde y miserablemente. A Is vez aquel birbaro enemigo pcnetrö en Is habitación de mi madre, llego a su lecho, Is
aterró con su presencia, y tomándome en sus brazos, salió de Is
casa y huvó it todo ci escape de Los caballos de su coche de camino.
CuIn horrible fué Is desesperaciôn de mis infelices padres!
Maria permancció un largo espacio de tiempo privada de sentido.
y misericordia grande de Dios fud que no muriese al volver en si'
'
—Mi hijo!—exclamó con esa voz terrible de Is desesperación
Maternal.
• Sacando fuerzas asombrosas de donde solo habia falta absoiuta
de elms, se levantó y cubrió honestamente saliendo en busca de ml
padre.
1pdos II,
.Jcv;ca,;,s
1 Cuál no seria su indescriptible espanto al verle en el zaguán
maniatado y revolcándose en su sangre!
Acudió, corno era consiguiente, en su ayuda, y yo dejo al lector
que ël se imagine las escenas que a todo este drama seguirlan.
El hecho es, que a los dos das del suceso, mis padres, arrostrándolo todo, se pusieron en camino para Mxico, casi moribundos, pero sostenidos por una fuerza sobrenatural, pero asequible a
la enérgica clase criolla de aquellos dIas.
Si alguna vez urto de ellos desmayaba, recordábale el otro ci
tierno hijo rob'do del seno de sus padres, y ci débil sentla renacer
y multiplicarse sus fuerzas.
Otra razón habIa para hacerlas mayores aün.
Cuantas personas hallahan a su paso les informaban haher visto
pasar al franciscano con dirección a Mexico.
Alguno añadió que le acompañaba una mujer criando un tierno
peq u en uclo.
Al fin, nuestros dos heroes ilegaron 6 la capital.
Todo era en ella movimiento y agitación indescriptibies.
El dia 13 de Setiembre el nuevo virey D. Francisco Javier Venegas, Ile-ado de Puebla con ci intendente de aquella ciudad, don
Manuel de Flon, conde de Ia Cadena, recibió en Ia Villa de Guadalupe el mando que Ic entregó la Audiencia gobernadora. El 14
hizo su solemne entrada en la capital, y tres dias desputs convocô
una junta numerosa en los salones del palacio vireinal, asistiendo
las principales dignidades eclesiásticas, los prelados de las religiones, los jefes civiles y militares, todas las autoridades, los dos vireyes sus predecesores y los titulos y principales comerciantes de la
ciudad.
Los objetos primordiales de la reuniOn, fuerori la lectura de la
proclania de la regencia española, Ilamando a participar del gobierno a los americanos; la noticia de las gracias otorgadas a los
mâs tielessUbditos de su majestad, y ci modo de colectar el nuevo
prCstamo solicitado para la continuacion de la guerra contra los
Ira nceses.
—Ya declarnos que al fin se resolverla todo con una nueva demanda de dinero.
—Solo se nos considera con-to cajeros de la metrópoli.
—El mejor dIa nos quedamos a pedir limosna.
F"
La flcrrota de las Cruces
230
—Dicen que el arzohispo Lizana se ha suscrito con treinta mu
pesos.
—Lo creo.
- Por qué?
—Porque su capital es tan grande como escaso su talento para
gobernante.
—Pues anda, que el arcediano Beristain entregó al virey corno
represeritación de su cuota Un anillo de brillantes que lievaba al
dedo estimado en cuatro mil pesos.
—Que cosa? jel dedo?
—No, hombre; el anillo.
—Le habrán otorgado alguna gracia.
—Qué hahian de otorga tie: solo aquellos que contribuyeron a La
prisión de Iturrigaray las han obtenicio.
—Veamos, veamos quiénes.
—A Lizana y a Garihav Ia gran cruz de Carlos III.
—Gananciosos ban salido ese par de inütiles.
—TItulo de Castilla a D. Gabriel Yermo.
—Sin duda habrá sjdo ci de Duque de Ia Emboscada.
—Se ignorapues no ha querido admitirle.
—Y a Catani, qué le han dado?
—Un disgusto que no habrá de saline del cuerpo.
—Cómo?
—Si . Al buen regente le ban otorgado su jubilación, con goce de
todo su sueldo.
—Es decir, cun quItese usted de en medio.
—Eso Cs.
—Y el bueno del cidor D. Guillermo Aguirre, el enemigo jurado
de los criollos, qué ha pescado?
—La regencia que deja vacante
—iVaya, huen bocado!
—Y qué se dice del levantamiento del cura Hidalgo en Dolores.
—Que Venegas no sabe cOmo salir del atolladero.
—No decIan que era hombre muy expedito?
—Lo es; ;pero de qué puede servirle su expedición si carece de
ejército de que disponer?
—Ahora coniprenderán que fué un disparate La disolución del
canton de Jalapa.
240
Episothos Histórzcos Mexicanos
—Bien es verdad que poco puede confiar en la fidelidad del ejército.
—Toma! como que se tiene noticia de que varios cuerpos de
Valladolid y San Miguel se han unido a los revolucionarios.
—Parece que el buen curita no se duerme sobre las pajas.
—Todo lo contrario, da sus primeros pasos con seguridad y rap id ez.
—Lo malo es que, segün parece, su entrada en ]as poblaciones
va acompañada de grandes crimenes y abusos.
—Dicen que en Chamacuero han preso de mala manera al cura
del pueblo, cometiendo grandes violencias para apoderarse de una
fuerte suma que aili hahia.
—Tarnbin se asegura que en ci dinero que en Cclaya han cogido, habia una respetable cantidad perteneciente a Ia mujer de
Ahasolo, que este jefe quiso recobrarla y no se to consintieron sus
camaradas.
—;MaIo, malo! esas cosas acabarán por introducir la division
entre elios y perderán todo lo que ban adelantado.
—Por fin, lo de Queretaro ya concluyó no es cierto?
—Aseguran que si.
—. Creo que ci virey está que truena contra Collado.
—Quiin? el alcaide al cuai se comisionó para la prosecuciOn
de las causas?
—El mismo.
—Por qué?
—Porque a su Ilegada ii Quertaro, lo primero que hizo fué poner
en libertad al corregidor Dominguez y restituirie su ernpleo.
—Mucho debe habler influldo en eiio Ia amistad de Coliado con
el ex-regente Catani.
—Bien puede set.
—Lo es de seguro. Catani simparizaba con los americanos.
—Hay quien dice que todo ha sido una medida politica.
—No entiendo.
—Ha querido ganarse a los independientes, zratándoios con moderación para no asustar 6 precipitar a los demás.
—No lo creo.
—AfIrmase tambitn que el gohierno recibiO un anónimo amenazándole con un levantarniento de Jos indios del pueblo de la Ca-
ILa Drrota de las Cruces
fiada, contiguo a Querétaro, si no se ponla en libertad al corregid or.
—Y con ci capitán D. Joaquin Arias que vendiO a los conspiradores, qué ha sucedido?
es nada lo que ha sucedido!
—Que es ello?
—En primer lugar, como usted acaba de decir, éi fué quien delató formalmente a los conspiradores con los cuales trabajaha de
acuerdo. Hizose poner preso para alejar de si ]as sospechas, v fué
quien perdió a esa valerosa mujer D. a Josefa Dominguez, reducida
A prisión en ci convento de Santa Clara. Collado le puso en libertad alzándole su fingida prisión, y ci muy canalia acaba de ir a
unirse COR Hidalgo que no sospecha cosa alguna de 61.
—Pero cómo se Ic permitió salir de Queretaro?
—Porque prometió a Collado que con su influjo harIa cesar la
rebelión.
—Lo que sI hará ha de ser venderlos una vez mãs.
—Ese la entieride, juega con dos harajas a fin de ganar con alguna.
—Oh! de eso hemos de ver mucho.
—Por supuesto que ci cura habrá salido va de Celaya.
—Dicen que ya ha pasado por Salamanca, Irapuato y Silao, y
que en todas cilas se le ha entregado In gentc, aumentando colosalinente su ejército. Ahora creo que se dirige a Guanajuato.
—Y de seguro le tomara.
—Ya lo creo.
—,.Por qué?
—Pues es bien sericilio. Todas aquellas poblaciones estan punto
menos que desguarnecidas. El vireinato carece de tropas que oponcr a las niuchedumbres del cura.
—Pero qué n-iaravilloso es despus de todo este alzamiento!
—Lo curioso es que los mismos españoles ban venido preparándole. Todoseguia su curso reposado y tranquilo, cuando sübito
la prisión del monarca realizada por Napoleon, conrnovió los dotfliniOs de España en uno y otro hernisferio. Dispuestos zodos a
Sa crificarse por la monarquIa, se Ic ocurre al Ayuntamiento de
Mexico echar a volar in idea de nuestra autonornIa, halagando las
airibiciones de Iturrigaray: logra Cste hacCrsenos simpático hala-
To*oj
242
Episodios Históricos Mexicanos
gando a la ciase criolla, y el atrevido golpe de mano de D. Gabriel
de Yermo, corta de uria vez todo lazo de union entre criollos y eu•
ropeos y desacredita ci poder vireinal, victims de un grave atentado
contra Is autoridad que hasta entonces hablarnos considerado corno
sagrada. Distralda España con sus combates contra NapoleOn, en
vez de enviar en tales momentos un hombre prestigiado y enérgico
que volviera a encauzar ci desbordarniento, acaba de atracr el desprestigio sobre su administración, confidndola a las manos débiles
é inexpertas do Garibay y Lizana, hundiëndoia al fin al concedrsela al enemistado cuerpo de Ia Audiencia. Al tin dV estos dos afios
do errores, cuando ya Is rebelión ha levantado poderosa su cabeza,
pretende seducirnos con gracias y concesiones tardlas, y a Is vez
justifica y da valor a nuestras quejas, confesando indiscretamente
en ci ma nifiesto de Is Regencia, que hasta hoy habIa pesado sobre
nosotros ci férreo yugo de Is oprcsión, habiendo sido omirados
con indiferencia, vejados por Is codicia y destruIdos por la ignorancla.
—Bueno ha sido ci tal maniflesto de la Regencia.
—Apenas se concibe que hays sido redactadopor espafioles.
—Por halagarnos, soltaron la sin hueso, y... por Is boca muere
el pez.
—Lo más curioso es, que ci tal manifiesto fué redactado por un
poeta español muy patriots.
—Justo; por D. Manuel José Quintana.
—Siempre les sucede lo mismo a los poetas: hablan inás de lo
que los conviene.
—Bien puede decirse esto de Quintana: por ensaizar a Is libertad, denigro a su patria.
—Y de modo que no Ic dejó ni cars en que persignarse.
—Por qué?
—Porque dl tambiën ha sido quien acusó a los conquistadores
do atro codicia é inciemente saña.
Los interiocutores salieron del café de Medina en que tan sahro
samente conversaban, y continuaron haciéridolo en voz tan baja,
que imposible fué enterarse del resto de su plática.
1
243
La Derrota de las Cruces
a
Mxico mis padres, su primera intención fué
Una vez Ilegados
dirigirse zI casa de D. Gabriel y enterarle de su desgracia y pedirle
su protecciOn; pero bien pronto reflexionó ml padre, y dijo:
—Maria, mi Maria, idolatrada, iii aun por nuestro propio hijo
debemos hacer tai cosa.
—Oh! Benito, ese es Un mal entendido orgullo.
—No, no lo es... D. Gabriel debe al presente aborrecernos.
—No lo creas: Yermo tiene un grande, un inmenso corazón, y
In generosidad de su alma no reconoce limite.
—No lo niego; pero es espafiol.
—Que quieres probar con eso? que te aborrecerá por criollo?
No le conoces ese hornbre no aborrece
a
nadic: Iucharã como
hueno por su causa, pero sin odio hacia sus enemigos.
—Lo creo tambiéri; pero no me i-elena a eso al recordarte que
es espaflol.
— Explicate entonces.
—Es espafiol,—repitió ml padre;—es decir, es de esa raza de la
que nacjó Guzman ci Bueno, que no pidió
a sus enemigos ni por
la vida de su hijo, tan inocente y mal tratado como el nuestro.
—Y qué?
a
sus plantas de—Que aunque yo le pida por el mb, aunque
r rame ci torrente de martirizadoras iágrimas, que mal puedo contener dentro de mis parpados, le pareceré despreciable é indigno
de compasjón.
— i F unesto error!
— Peru A ml no me lo parece, y no, Maria, no acudiré yo
Yerrno
— Pero y o que arno
a
i-as que tu a nuestro hijo...
-iMarial iMaria! -por piedad!—exciamó mi padre,—di que las
Palabras que acabas de pronunciar no puedes creerlas tü! 1Suplicio
a
a
orr oroso! joirte decir
nuestro hijo!...
ti misma que no amo
I . 0, no, Maria de ml alma! Desdicete é imponme tus órdenes y yo
I 'll a catare, aun cuando deba morir de dolor y de vergtienza un
a tu hijo.
a mi pobre padre, a quien abrió
instante después de haberte devuelto
_ ..
o. suPo qué contestar
Episodios His(óricos Mexican as
244
amorosa sus brazos pars que en elios vertiese aquellas iãgrimas que
ya no pudo contener
—Perdónarne, Benito, perdóname! estoy loca! -no sé lo que me
digo! ;haz lo que mãs justo estimes! jNo me Jo consultes siquieral
jpero alva a nuestro hijo!
—iOn, si, yo ic saivaré, Maria, yo le salvaré!
Y sin esperar observación
alguna, ml padre salió de Is
asa donde habIase alojado
cn su esposa.
•
Un instante despuës habia
A.
-.
...
imado su partido.
.\presuro ci paso, y
-.
-
- - -
atrnve-
sando varias calles sumidas
-L1
-
en la prolunda oscuridad de
.
una noche tenipestuosa, liegó
Al
-
-v
I "
las puertas del convento de
in Francisco.
Liamó, acudió ci ]ego potnlLkra voz,pidioyobtuvo,no
-
sin dificultad, que se abriese
•1
la puerta pars dare asilo pot
--
-
aiueiIa noche.
impulsos sintio de lanzarse
-
Ileg it ists puertas del con. eto..
sobre ci lego y corn prar su
Si-
lencio quitandole Is vida, pe.
ro reflexionó y se contuvo.
El portero Ic condujo a uno de los corredores de la plants baja
y alli Ic indicó que se tendiese sobre una larga fila de petates en
que otros mendigos dormian como en mullidolecho.
Una mala vela de sebo despedla débil ë incierta clanidad, halafl
ceándose a impulsos del viento en un pobre farol pendiente de una
cuerda.
La tempestad arreciaba por instantes, la liuvia cala a torrentes,
y el viento, silbando con violencia en las columnas de piedra
cOfl
que se rozaba, segula moviendo el farol que al fin vino al suelo
haciéndose pedazos y matando Is iuz de Is vela.
-J
Mi padre se levantó entonces y a tientas recorrió los corredorcs
y se lanzó a los claustros, apagando cuantas luces hallO en ellos y
scuhando y observando en todas las puertas de las celdas.
Buscaba la del maldecido franciscano.
Largo espacio de tiernpo ernpleó en sus pesquisas, pero todas
fueron infructuosas; el silencio y el reposo eran absolutos.
Desesperado y casi demente volvió a su petate del corredor y
sentado en ill ptsose a pensar.
Pasado un instante Se levantó y fuese resueltamente a Ia porterfa.
El lego dorrnfa como un santo varón.
Mi padre Ic tocó suavemente en el hombro y después más fuerte
hasta quc logro despertarle.
—;Qué es? qué ocurre?—preguntó con sobresalto el portero.
—Perdónerne, padre.
—;Ah! cres tü? qué liaces aquf? A tu lugar 6 te echo a la
calle.
—Perdóneme, padre.
—No soy padre, y sobre todo déjame en paz, porque Si una
palabra n-las me hablas, telanzo a puntapiés de aqul.
Mi padre estuvo a punto de acogotar al lego.
Por fin, con mil trabajos, consiguió hacerse escuchar por él, y
Supo dónde se haliaba situada Ia celda del franciscano: mi padre
habia puesto en manos del lego cuantas monedas ilevaba en el
bolsillo, entre las cuales habia onzas de oro.
—Ah, bribOn!—habIale dicho el portero,—quién te da it t
monedas de oro por ljmosna? i Hum! ilas habrás robado! pero, en
tin, las restituyes a la iglesia; sin duda Dios te ha tocado en la
concjencia. Está bien: yo las aplicaré a misas y oraciones por tu
completa contrición.
Mi padre todo lo sufrió, hasta ci cinismo con que ci lego tomaba
el nombre de Dios para disculpar su aceptación de un dinero que
Suponla robado.
—Podrë hablar a! padre Garcia Alonso?
aun cuando la lnquisidón lo mandase te abrira su puerta.
—Por qué?
—Porque liego esta noche poco antes que td y djó orden de que
por fllflgón concepto se le despertase.
246
Episodios Históricos Mexicanos
—Cómo! 4tan tarde vino?
—No lo Se: llegó hace tres dias, creo que del interior; pero hasta
esta noche no ha entrado en el convento.
Al acabar de decir estas palabras el lego, se volvió del lado de la
pared quedándose profundIsirnamente dormido.
La celda del franciscano hailábase situada en un pasillo cuya
puerta habia pasado desapercibida para mi padre por efecto de Ia
oscuridad.
Liegado que hubo a ella; penetró resucitamente en el corredor,
decidido a hacerse abrir la celda del franciscano, costárale Ia que
le costase.
Sabfa ya quin era ci misterioso personaje y no habrIa de faltarle
modo de Ilegar a entenderse con éi.
Iba a poner la mano sobre ci picaporte de la puerta, cuandG
sintio que tropezaban sus piCs con un bulto quc despidiO un extraño
gruñido.
—QuiCn va!—pregunto en voz bastante baja desnudando a Ia
vez su pufial.
El buito se enderezo tomando la forma de un hombre que le
imponla cautelosamente silencio.
Mi padre apenas pudo distinguirle; pero comprendió que nada
tenla que temer. —Quién eres y qué haces aquI?—pregunto de nuevo ml padre
cuya voz hizo larizar un grito de satisfacción a aquel a quien se
di rigia.
—Habla con mil diabios!—exclamó mi padre sin obtener respuesta alguna de aquel hombre que, imponiCndole siempre silencio,
le invitó a seguirle hasta ci lugar en que su mano, que fué rozando
sobre Ia pared, tropczó en un farol provisto de una nlortecina luz.
Cuando los dos personajes de esta escena l!egaron debajo de
aquélia, se repitió ci grito de sorpresa, pero entonces fué ml padre
quien le Ianzd.
—Padre Acufia! es usted ci padre Acuña?
El infeliz sacerdote indicó, moviendo Ia cabeza en sentido afirmativo, que en efecto era él.
Vestia un traje indescriptible, compuesto en lo absoluto de harapOs, y su rostro demacrado y enjuto haclanlo más espantoso ]as
vacias cavidades de sus ojos.
F_
La Derrota de las Cruces
247
Era en efecto aquel padre Acuña a quien el franciscano habla
hecho sacar los ojos y cortar la lengua para impedirle descubrir ci
secreto del robo de las perlas de la reina Maria Luisa.
_ 1 lnfeliz!—exclam6 mi padre horrorizado:—qué hace usted
.aq ul?
El padre Acuña señaió Ia puerta del cuarto del franciscano, y
sacando de entre sus harapos un puñal, hizo ademán de herir a un
hombre.
re.
—Quiere usted matar at franciscano?
Acuña indicó que si, sonriendo ferozmerite.
—Pero sabe usted quién es?
El desgraciado manifesto que si, y después gesticuló con violen_
cia y desesperación, como queriendo explicar algo a mi padre.
Este, quc a tan caro precio conocIa at franciscano, comprendió
lo que Acuña deseaba, y Ic dijo:
—Quiere usted decirme quién es, no es cierto?
Al scr contestado afirmativamente, dijole ml padre:
—Bien esta: yo ayudar6 a usted, padre Acuña. Ire preguntandole,
y con un movirnierito de caheza determinará si acierto 6 no acierto.
—,E1 franciscario es ci mismo granadero Miguel Garrido que
suponiamos muerto en la noche de la prisión de Iturrigaray?
Acuña contestó que si, mostrándose asombrado de to que suponia adivinaciOn milagrosa.
—Podrá demostrarlo cuando le acomode?
El sacerdote moviO negativamente Ia caheza.
—Oh!—exclamO con jábilo mi padre: ,cómo podria yo saber en
qué puede estribar esa imposihilidad?
Acuña sacó de su seno Un rollo de papeles que mostró a mi
padre, quien rápidamente los examinó: efectivamente, sin ellos,
Miguel Garrido no podrIa demostrar su prirnitiva personalidad.
—Cómo están en poder de usted?... Comprendo: han sido extrafdos de su ceida... No?... De dónde entonces?... De otra casa?...
Con que tiene otra casa?... Ya adivino: la que pasa por
Casa de su supuesto hermano ci capitán, cuyo capitán no es otro
que ci mismo franciscano... Dóndc estará esa casa? podrá usted
Conducjrme a ella?... Si? A pesar de hallarse usted ciego?...
Como para demostrar aquel desgraciado quc su carencia de vista
no le irnpedirIa cumplir su ofrecimiento, anduvo varias veces por
I-
Episodios Históricos Mexicanos
ci corredor, dando vueltas airededor de mi padre sin tropezar
nunca con dl.
—Estoy corivencido: tiene usted algcin inconveniente en venderme esos papeles?... No? ,Cuánto quiere usted por ellos? veamos
ire yo ofreciendo... Cien pesos?... Doscientos?... Quinientos?...
;Si?... Está bien: mañana podrá usted disponer de esa cantidad...
;Pero son verdaderos esos papeles?... No, no, nada tiene de extrañG
mi pregunta: el franciscano sin duda hubiera ofrecido más.
Acuña conienzó haciendo una mueca de desdCn hacia los papeles
entregandose dcspués a una pantomima que mi padre se hizo repetir varias veces hasta que suponiendo haber comprendido, observó:
—Comprendo, sin duda tiene usted algo de mayor importancia
con que perder al franciscario.
El sacerdote indicó que asI era en efecto.
—SerIa indiscreción pretender saberlo?... No?... Bien: qué
cosa es ello?
Acuña hizo ademán de arrullar una criatura de pecho.
Mi padre sintió latir con violencia su corazón.
—Lfl niño!—exciamó,—dónde está ese niño?
El sacerdote indicó que en su poder.
—.Pero ese niño es hio suyo?... Ah! Zno lo sabe usted?. . Le
tenla antes de haber salido pot ci interior?... No!... Le ha traIdc)
;Dios mb! iDios mb! jpadre
consigo al volver de su viaje?... SP...
Acuna! ese flino es hijo mio y de Maria; este hombre miserable Ic
robó del lecho de mi infortunada Maria. jCondüzcame, condüzcame a su lado, y toda mi fortuna es de usted, de usted enteramente!
10h! por todos los santos del cielo, vamos, cerca está ml casa, aqul
en ci Hospital Real, Ia segunda casa, entrando a mano izquierda,
allI está Maria que nos acompañará, haciendo antes a usted la
mismas promesas! Vamos!
Acuña y mi padre salieron del corredor.
VII
Estaban haciéndose abrir a viva fuerza por ci lego a pu'erta del
zaguan del convento, cuando en ella sonaron tres violentos
golpes.
W,
La Derrota de las Cruces
Abierta que fué, aparecieron en su dintel media docena de caballeros, de los cuales ci que parecla el principal dijo con imperio:
—Necesitamos ver inmediatamente al padre Garcia Alonso.
Lo mismo fua escuchar su voz que perder ml padre todo instinio de prudencia y lanzarse sobre el caballero, gritando:
—;Miserable! lqué has hecho de mi hijo!
Intitil me parece decir que fué inmediatamente sujetado por los
icompañantes de tal caballero, que no era otro que el capitán Garcia Alonso.
Un momento después, amordazado, vendado y agarrotado con
fuertes cuerdas, mi padre fui conducido por aquellos siete hombres a un calabozo de las cárceles de la Inquisicion.
Acuña habla logrado esca par sin ser descubierto.
Con grtinde inquietud de mi desventurada madre, amaneció ci
-siguiente dIa sin ver ilegar a su marido.
( Qué podrIa haberle sucedido?
En vano procuró explicarse su prolongada ausencia.
AsI transcurrieron las horas y volvió la noche y mi madre no
pudo esperar más y se lanzó a la calle.
Arrostrando por todo, se dirigio a Ia calle de Cordobanes, a la
casa de Yermo; pero los criados no Ic permitieron pasar: todos
eran nuevos, ninguno la conocla, y por más que les suplicó y horó, no alcanzó más que he tomaran por loca y Ic cerrasen la puerta.
Moribunda de dolor y de crueles padecimientos, Maria sintió
que sus fucrzas he abandonaban, quiso apresurarse a ilegar a su
casa, y en la esquina de Ia calle de Tacuba cayó al fin desfallecida.
Asi permaneció más de dos horas sin que persona alguna a la
cual pedir socorro, acertase a pasar por aihi.
Al tin escucháronse unos pasos, y poco después un caballero
hlego ala esquina de Tacuba, y fijándoseen mi madre, se detuvoy
La ayudó a levantarse, casi perdido el conocimiento, por lo cual
no pudo responder a ninguna de las preguntas que ci caballero ha
hizo.
Este, con ci instinto de la gente joven y enamorada, compren.
dió, a pesar de la oscuridad de ha noche, que aquella mujer era
una mujer hermosa, y haciéndoia sentar en ci poyo de una puerIa, sacó de su boisillo una pequeña linterna, hizo fuego y aiumbró
rosrO de ml desfallecida madre.
TOMO 1
32
250
Episodios His tárkos Mexkanos
Apenas hübole visto, apagó con rapidez la linterna, exciama nd 0:
—Maria! Maria! y más hermosa que nunca. Bendigo mi estreha que asI la zrae do nuevo a mis manos. Me han robado a su hijo,
pero la tengo a ella: yo la consoiarë.
Y tomándola en sus brazos siguió la calle adelante.
Pero en Ia esquina de lade Manrique, se detuvo fatigado, yvolviendo a colocarla en otro poyo, dijo:
—Maldita herida! desde que la recibi soy hombre intitil para
todo: por fortuna estoy en buen lugar: próxima está la casa del Licenciado Martinez: hare que mande poner una litera y en ella hard
conducir a mi fugitiva esposa.
Diciendo tal, abandonó a mi madre, seguro de que a tales horas
de la noche ningün peligro habIa en ello, y Ilamando a una puerta
próxima, la hizo abrir y penetró en la casa.
Maria comenzó entonces a volver en si, y con suprema energia
so incorporó, a tiempo que un hombre que liegaba resbalando una
de sus manos en las paredes viniendo en aquella dirección, tropezó
con mi madre, que estuvo a punto de perder el equilibrio.
Al golpe que sin duda recibió, comenzó a liorar amargamente
una pequeña criatura que aquel hombre conducia.
Maria intentó disculparse con ci desconocido, quien al escuchar
su voz se detuvo.
;Providencial casualidad! mi madre reconoció desde luego al padre Acuña, quien le entregO el niho; indicándole, conlo pudo, que
era ci suyo.
Maria le reconoció, en efecto, y Dios quiso por tan extraño
modo devolverme a los brazos de mi madre.
Acuiia y Maria pusidronse inmediatamente en marcha.
Apenas habian doblado la esquina opuesta, cuando ci caballero
de la hinterna, acompañado del Lic. Martinez y varios criados con
luces, salió de su casa en busca de la dama de la aventura, no encontrando ya ni rastros de ella.
—Capitán Garcia Alonso,—dijo ci licenciado,—acabas de jugarme una pesada broma.
—Te juro...
—No jures, porque al tin no he de creerte.
—Te digo que Ia dejd aqui, en este mismo lugar.
ILa Derrota de Ia.s Cruces
251
—Bien hacia yo en no creerte.
—Fatalidad y nada más.
—Vete en hora mala con tus cuentos: apoderarte de una mujer
herniosa y dejarla en mitad de la calle desrnayada, es cosa increible.
—Increible, pero cierta.
—;Cómo no la condujiste a ml casa?-soy soltero y sabes que pue'des disponer de toda ella.
—Me importaba que nada se supiese, y sin la oficiosidad del
'criado que te despertó.
—;Vaya, vaya! me has jugado una buena broma, hacióndome
dejar La cama para nada; pero en fin, lo merezco por tonto, y te
perdono, con Ia condición de que ya que me hiciste levantar, tCi
tampoco te acuestes.
—Y qué diablos vamos a hacer?—dijo el capitán procurando disimular su mal humor.
—AlIá veremos: a las dos hermanas del Dr. Gil no ha de pare. cerles mat que vayamos a despertarlas de su sueño. Vamos?
—Vamos.
Martinez dió a sus criados orden de meterse en casa y cerrar, y
lomando del brazo al capitán, dirigióse con di a La del Dr. Gil.
VIII
Desde que Hidalgo comprendió la necesidad de violentar Los
primeros pasos de su rebelión, envió por todas partes emisarios
encargados de propagar sus ideas y crear amigos y simpatizadores.
Fud uno de estos agentes un mozo de la hacienda de Santa BArbara, próxima a Dolores, ilamado Clew, quien recibió la comisión
dc dirigirse el dIa 15 de Setiembre a D. Vicente Urbano Chavez,
Tes j dente en Santa Maria del Rio.
Era este D. Vicente, amigo de D. Jose Gabriel Armijo, intimo
de D. Pedro Garcia, subdelegado del pueblo.
D iplomático nada hábil, Cleto puso desde luego en todos los
Pormenores de La revolución a los tres citados persona jes.
— Pero crees tit quc no nos comprometeremos inütilmente?-
T
22.
Episodios Hislóricos Mexicanos
—,lntti1mente? por quë inütilmente?
.—Porque no vaya a ser que el plan del cura esté tan poco meditado como ci de Valladolid.
—Nada de eso: lo que es esta vez no erraremos ci golpe.
—Pero tiene armas al menos?
—Que si tiene? ya lo creo.
—Veamos, dl cuales son.
—En la hacienda de Santa Barbara tenemos escondidas grandes
cantidades de lanzas y fusiles, monturas y cabailos. Por lo que
hace a las lanzas, yo solo he construIdo rnás de doscientas y de lo
mej or.
—(Y cuándo debe darse principio al movimiento?
—El 28 de Setiembre a lo más tarde.
—Pues mira, Cleto, puedes contar con nosotros siempre quenos traigas alguna coastancia por escrito y con la firma del cura.
—Pucs si no es más que eso, la traeré en ci tiempo indispensable para ir y volver nada más.
Efectivamente, Cleto regresO ci 17 d media noche trayendo, no
ya Ia constancia que se Ic habla pedido, sino un papel firmado por
Hidalgo, participando que en la madrugada del dIa 16 habla dado
principio a la revoiución.
Chavez, Armijo y Garcia, por medio del capitán D. Pedro Meneso, dieron parte de todo al comandante de San Luis Potosi, brigadier D. F1ix Maria Calieja, que se encontraba en aquelios instantes en Ia hacienda de Bledos, perteneciente a su esposa. Püsose
en seguida en marcha para San Luis, y con tai fortuna, que dos
horas despus de haber salido de Bledos, se prcsentó en la hacienda una partida enviada en su busca por Hidalgo.
Instruldo y activo Caileja sobre toda ponderaciOn, haciendo uso
de las facuitades omnimodas que autorizaban las circunstancias,
dispuso se pusiesen inmediatamente sobre las armas los regimientos provinciales de dragones de San Luis y San Carlos, y por medio de circulares excitó a todos los pueblos y haciendas de sus distritos para que Ic enviasen toda la gente armada que de ellos
pudiese sacarse.
El resuitado fué de lo más satisfactorio para ei, gracias a su acti
vidad y la naturaleza misma de la division de la propiedad en la
provincia de San Luis: distribuida ésta entre pocos individuos
La Derrota de las Cruces
todos aquellos opulentos propietarios pusieron en corto espacio de
dias a disposición de Calleja gran nümero de genie armada y dingida por sus propios amos 6 principales dependientes.
Distinguióse en ello D. Juan de Moncada, conde de San Mateo
i de Valparaiso y marques del Jaral de Berrio, con quien Allende
tenia tan estrecha amistad, que en algán tiempo creyó que se allliarla en ci bando independiente: lejos de hacerlo asi, se puso,
corno voy diciendo, a las órdenes de Calleja, presentándoseie con
una regular partida de sus dependientes y servidores, mandados
por ci conde en persona.
En tanto se organ izaba este pequeño cuerpo de ejrcito, que tan
temible habla de hacerse apenas entrase en campaña, ponlanse en
juego en Valladolid de Michoacán armas de otro gënero contra
Hidalgo.
El obispo de aquella diócesis, Abad y Queipo, apenas tuvo noticia dc la rebelión, publicó en 24 de Setiembre un edicto excomulgando al cura y a todos los suyos pot haber reducido a pnisión y
maltratado al sacristán de Dolores, al curade Chamacuero y varios
religiosos del convento del Carmen de Celaya. Acusábale de trastornador del orden publico, seductor del pueblo, sacrilego y perjuro, y segCLn los cánones, exhortaba y requenia a sus ej&citos a
que Ic abandonasen y se restituyesen a sus hogares dentro de icrcero dIa, incurriendo, de no hacenlo asI, en la pena de excomunión
mayor extensiva a cuantos directa ó indirectamente favoreciesen la
revolucjón.
Excusado me parece decir que Hidalgo procurd que tal edicto
no liegase a conocimiento de su genie, y que ponderIndola Ia santidad de su caisa y la felicidad y esplendor de sus primeros triunfos, la invito a caer sobre Guanajuato, rica plaza de comercio que
les briridaba con recursos sobrados para dat impulso a la lucha.
Este partido tomó Hidalgo en presencia de las noticias que recibió de haberse fortificado Quertaro, sobre el cual pensö en un
principio haberse dirigido. En efecto, para esta plaza habia salido
ci 26 D. Manuel de Flon, conde de la Cadena, intendente de Puebla, al mando en jefe de una fuerza respetable compuesta de las
tropas que guarnecian la capital y del regimiento de infantenla de
'Inca de la Corona formado pot dos batallones, mas cuatro cañones de a cuatro, quc mandaba D. Ramón Diaz de Ortega, tenienie
254
Episodios Hisóricos Mexicanos
coronel de artillerla: dispCzsose igualmente para Ia marcha otra Co.
lumna de granaderos y dragones de ilnea de Mexico y del provincial de Puebla, al ruando de I). José Jalón, oficial venido de España con D. Francisco Javier Venegas.
Ya desde ci t' habla el vireyordenado al brigadier D. Felix Ma.
na Calleja se uniese en Quertharo con la columna al mando de
D. Manuel de Flon; pero esto no pudo entonces verificarse, como
lo manifesto por escrito Calleja, por Jos rápidos progresos de Hidalgo y por ci peligro que hubiese corrido San Luis, en donde hablase descubierto una conspiración tramada por algunos oficiales,
dispuestos a pasarse a los independientes en cuanto éstos se presentasen a las puertas de la población. Fué el agente y coordinador de este plan un ciCrigo que se suicidó al verse descubierto por
Ia denuncia de un sargento de las milicias provinciales.
Calieja continuaba entre tanto organizando e instruyendo sus
fuerzas, a ]as que dotó de oflciaies de su gusto y contianza, improvisando a muchos de ellos, liamados más tarde a distinguirse en la
encarnizada lucha.
- FuC uno de éstos D. José Antonio Oviedo, administrador de la
hacienda de Bocas, con cuya gente y la del pueblo del Venado se
formO un lucido batallOn de infantenfa, que fuC Ilamado a/os tamarindos, " por habCrsele uniformado con trajes de gamuza, que tiene
el Color de aquel fruto.
—Tamarindos, eh?—exclamaba alguno de eilos;—yo les juro
que agrios nos han de encontrar.
—Que nos dé el xamo Oviedo), la sehal del combate y... ya verán.
El eanto Oviedo- era el nombre que daban a su jefe.
—Y hasta cuândo vamos a estarnos sin entrar en 'campaña?
—No te apures, que no tardaremos.
—Pero a qué esperamos? no hay ya bastante gente?
—Vaya si la hay: como que ha venido más de la que buenamente puede armarse
AsI habla sido en efecto: Calleja hizo volver a muchos a sus casas por no tener rnodo de armarlos.
—Dicen que tenemos varios cuerpos de caballeria muy bien
montados.
—Y hasta cuatro piezas de a cuatro y de a seis.
—De dOnde han salido?
La Derrof a de las Cruces
255
—;Toma! de Ia fundición.
—Si, lo creo; pero de qué fundición?
—De la que estableció el mismo D. Felix Maria Calleja.
—De dónde habrá sacado tanto peso como ileva gastado?
—En primer lugar de los fondos de las cajas reales que ascendlan
a cerca de cuatrocientos mil pesos, puestos a su disposición por el
intendente D. Manuel Acevedo.
—Pero eso no habrIa bastado.
—Ciaro; pero ha tornado también las platas de la conducta que
caminaba para Mexico.
—No estaba ya en camino?
—El subdelegado Garcia la hizo detener en Santa Maria del Rio
luego que supo ci aizamiento del cura, para impedir que cayese en
su poder.
—Buena presa!
—Como que trala un tejo de oro y trescientas quince barras de
plata.
—Asegurase tambiCn que varios comerciantes españoles le ban
prestado en calidad de reintegro doscientos veinticinco mil pesos
acuñados, noventa y cuatro barras de plata quintada y dos mu
ochocientas sin quintar.
—Valgame Dios y qué riquezas han producido las minas, y
cdrno abunda el dincro en Nueva España!
ix
En marcha para Guanajuato dejé a Hidalgo en un pérrafo del anterior capitulo: vearnos lo que alli habla pasado en los óitimos dIas.
Don Juan Antonio de Riaño tuvo noticia del levantamiento de
D. Miguel Hidalgo ci dIa iS de Setiembre a las once y media de la
ma1ana, por Un criado que D. Francisco Iriarte le mandó desde la
hacienda de San Juan de los Lianos.
Ignorando ci punto en que pudiese encontrarse ci ejCrcito del
cura é imaginandose que no tardaria en ser atacado por CI, mandó
locar generala a la guardia que halláhase a las puertas delas Casas
Reales, y con la alarma consiguiente acudieron a Ia intendencia los
Boldados todos del batallón provincial de infanterIa y los vecinos
Episodios Históricos Mexicanos
56
principales, comerciantes mineros y resto de poblacióri, armados
cada uno con lo que prirnero hubieron a la mano.
Spose entonces que D. Miguel Hidalgo habIase rebelado en
Dolores contra las autoridades españolas y que se temfa no tardara
en ata car a Guanajuato.
Las fuerzas regulares quedaron desde luego sobre las armas,
A los vecinos que las tenian se les ordenó presentarse con ellas
en ci cuartel del batallón
provincial, y a los ütiles.
pero desarmados, Se les
.
..-
• .•
previno estuvierarl pron-
tos a acudir a la defensa
en cuanto volviese a tocar-F-se generala.
Al entrar la noche, y
. :
. .•
.
cuando hubieron cesado
.
los quehaceres del dIa, ]as
..-" .
• .
gentes formaron corrilios
.
en todas ]as tiendas, conversando acerca de los su•
cesos que a todos tenlan
!.
Vn
irnpresionados.
:-
—Se celebro por fin la
1
-
•
•
•
IUu?e
i intetdente para Ia tarde de boy.
Ai
....
—Si se cclebró.
Quienes asistieron?
—El AyuntamientO, los prelados de las religiones y los vecinos
principales.
—Dicen que comenzó dando a conocer el intendente los in formes que ha recibido.
—^Qud informes ban sido esos?
—No se sabe; pero se asegura que a juzgar por ellos no ha de
tardar el cura en atacarnos.
—El intendente parece cu c está muy preocupado y que ha dicho
que dentro de pocas horas rodarásu cabeza por las calles dela ciudad.
•
.
i,x
La Der rota de las Cruces
c
-
257
—No lo quiera Dios; es Ufl excelente hombre.
—Pero algo habrán determinado.
—Dudan qu6 partido tomar.
—Parece que D. l)iego Berzábal, sargento mayor del regimiento
provincial de Guanajuato, propuso, secundado por algunos regidores, salir inmediatamente a atacar a! cura.
—A ese bravo D. Diego nada le asusta ni intirnida.
—Es un valiente como ha y pocos.
— i Viva D. Diego!
El hombre que asi excitaba el entusiasmo era verdaderamente
digno de aquella demostración: contaba cuarenta y un años de
edad y a la de doce ingresó como cadete en el regimiento de Granada.
HabIa nacido en Oaxaca ci 12 de Noviembre de 1 769, paso despus a España y de ella regresó casado con una distinguida señora
de la Coruña.
Cuando en I89 se crearon los regimientos de Nueva España,
Puebla y Mexico, D. Diego fuë colocado en ci prirnero, sirviendo
en ël hasta liegar a capitan: en 1809 Se Ic promovió a sargento mayor del hatallón provincial de Guanajuato, que puso en Un briHaute piC de guerra, uniformándolc y armándoie a expensas de Jos
fondos municipales.
Hallándose fuera de Mexico concurriO a varias acciones de guerra en la isla de Santo Domingo, distinguiendose pot su arrojo y
sereruo valor.
A Cl cornunicO ci tambor ma yor de su batallón, JosC Maria Garrido, la denuncia de la conjuración del cura Hidalgo, de cuya
persona hubiCrase apoderado si el intendente no se hubiese maruifestado opuesto a ello.
En esta historia de la vida de mi padre vengo, como mis lectores habrán observado, rindiendo justo tributo de justicia a todos
los hombres. cualesquiera que hayan sido SUS opiniones, y en
ella merece D. Diego Berzábal homenaje de consideración y respeto.
—Y se resolviO por tin la salida—pregunto ci personaje cuya
r elación interrurnpI por bacer yo la mia.
— No se resolvjó.
— No alcanzo la causa.
Tom o
33
Episodios Históricos Mextcaws
-I
—Se dijo que no sabiéndose ci nümero y fuerza del enemigo,
era una temeridad aventurarse.
—Bien pudiera ser.
—Se objetó también que existiendo en poder del intendente
grandes caudales pühiicos, podrian correr algtn grave riesgo de
perderse.
Entonces si ha quedado resuelto el punto.
—Cômo?
—Resolvidndose no salir.
—Es cierto.
—Solo Dios sabe si habrd cometido un error.
—Pero de parte de quién están ustedes?—preguntó en aquel
instante un hombre del pueblo que al pasar habla escuchado las
üitimas frases pronunciadas en ci grupo.
—1PIpila!—exclamaron algunos.
—Si, Pipila, y qué?
—A ti quién te mete en lo que no entiendes!
—Que no entiendes!—repitió el ilamado PIpila con acento despreciativo y desdefoso;—creen ustedes quc se necesita talento para
entender estas cosas: basta con tener corazón.
—Miren el tal, con la que se nos vienc! Si será agente del cura?
—No, no lo soy; pero me simpatiza ese hombre.
—Por qué?
—Porque les ha de cortar la cabeza a todos aquellos a quienes
les sirve para maldita de Dios la cosa.
—Oye tO, deslenguado, quieres que te denunciemos al intendente para que te haga colgar de una borca?
•—Si creerán ustedes que tengo miedo de n-iorir!
—No? pues rompárnosle a palos las costillas para que tenga de
qué quejarSe.
PIpila dió Un salto atrás como Un tigre, y arrancando con fuerza hercOlea una losa de la banqueta, la levantó en alto dispuesto
a aplastar con ella al primero que se Ic acercaSe.
_Eh!_dijo, —al que dé un paso adelante le aplasto como una
oblea!
En tal postura seguia cuando llegándose a éi y por la espalda un
chiquillo harapiento y desgreñado, dióle en mitad de la espalda un
golpe tal, que PIpila soltó la losa yendo a caer a los pies de sus
PLa Derrota de las Cruces
259
competidores, quienes viéndole en el suelo le aporrearorl con encono y brutalidad, echando a correr después por las calles adyacent Cs.
—Ah, cobardes!—exClamó, —S j ci cura ilega a venir, juntas me
las habrán de pagar.
Al dIa siguiente iq, la poblaciórt entera de Guanajuato, invitada
a ello por ci interidente, se ocupó en cerrar las principales calles
con parapetos de madera y piedras, abriendo a la vez arichos y
profundos fosos: asi se logró formar un recinto regularmente fortificado, que comprendla Ia plaza y las mAs importantes calles y
manzans de las casas.
Pipila, que trabajaba tanto como qualquicra otro y con menos
fatiga que nadie, se hurlaba cruelmente de todo aquel a quierl vefa
detenerse sucumbiendo at cansarlcio.
_lmhéciles!—leS decIa:—aun no liega el cura y están rendidos:
de dónde sacarán ustedes fuerzas para cuando Ilegue? EaI holgazanes! a trabajar para defender a sus amos, que ellos en premiO
ics abandonarán at furor de las tropas del cura. No to están viendo? El recinto fortiticado protegerá las casas de los ricos; las de
uste1es quedarán del lado de afuera, porque cuanto poseen no vale
el trabajo de defenderlo.
—Y tü por qué trabajas entonces, si estás en el mismo caso?
—?Por qué ha de ser sino porque ustedes trabajan
—Buena salida!
—Si que to es: si todos ustedes pensaran como yo, ninguriO trabajarIa; ni yo tampoco; todos se portan como esclavos, y yo tengo
que in-iitarlos para salvar at menos la pelleja.
—PIpila, to no sabes to que dices. No has oldo decir que los
soldados del cura vierien robando y destruyendo cuanto encuentran!
—Y 4qud tienen ustedes que se les pueda robar? Dónde están sus
harras de plata? donde sus talegas? Jornaleros rniscrables, pasan la
semana debajo detierra presos en las minas, yel salario que reciben
en la tarde del sábado se to beben en la mañana del domingo, üniCO
dia de lihertad y de expansion para ustedes. Y para quines Ilevan
esta vida? para los ricos y los gachupines que les explotan y a los
cuales van a defender para que sigan explotando a los que queden
V1V05. Dejen de ser salvajes alguna vez, y no piensen en resistir al
260
Episodios Históricos Mexicanos
hombre que ilega a darles la libertad. Que sus soldados roban,
dicen: a ustedes que nada tienen qué les ban de robar? Djenlos,
pues, hacer, ünanse a ellos y puede ser que algo les toque del hotin. Lo que nosotros no nos cojamos se lo han de Ilevar los espafloles a los franceses que boy son sus amos; con que elilan lo que
les parezca.
—Pero y si matan al Sr. Riaño?
—No lo matardn: ,no saben ustedes que es rnUV amigo del cura
y que se quieren bien? No. Todos sabemos que Riaño es bueno, y
ni el cura, ni Allende, ni Aldama, ni ninguno de cilos se habrIa
levantado contra los españoles si todos fuesen como 61.
—Es verdad, pero...
—Qué pero ni qué nada! seamos hombres alguna vez y unámonos al cura.
Una verdadera multitud habia hecho circulo al improvisado
orador, quien sabe Dios 10 que hubiera obtenido de ella, si por
ser liegada la noche no hubiese dado un clarin la orden de regresar cada cual a la ciudad.
Poco después comenzaron a salir los relevos de Jos destacamentos enviados a observar y defender las entradas más conoidas,
especialmente Jos caminos de Santa Rosa y Villalpando, por los
cuales Jos pueblos de Dolores y San Miguel apenas distan diez 6
doce Ieguas de Guanajuato.
Organizado a lo militar todo el sistema v servicio de la ciudad,
a consecuencia del estado de alarma en que los ánimos se encontraban, todos sus moradores tenlan la obligación de estar preparados al primer toque de i1amada y reunion.
COmo acataban todos esta orden, Jo demostraron en la madrugada del dIa 20, en que, a consecuencia de un aviso de la avanzada
del Marfil, se creyó que Hidalgo iba sobre Ia ciudad.
El intendente iué el primero en poiierse a Ia caheza de la columna compuesta de la tropa y paisanaje armado, y con valor y serenidad avanzO por la canada dispuesto a habérselas con ci cura.
Conocedor de su pueblo, y aostumbrado como valiente marino
r
La Dcrroa de las Cruces
que habia sido, a estudiar su gente antes de entrar en combate,
D. Juan Antonio de Riafto observó con ojo perspicaz cierta predisposición en los ánimos de unirse a los independientes Si dstos
liegaban a presentarse.
No sucedió lo Ultimo y la colunina regresó a la ciudad.
En cuanto en ella estuvo el intendente, hizo ilantar a Berzábal.
- Ha observado usted?—le preguntó lacónicamente.
._Todo,—contcstó D. Diego.
—El pueblo va a faltarnos a lo mejor.
—Me parece lo mismo.
—Y qué hacer?
—Someternos a la voluntad de Dios.
—Si. esta Hen; pero algo hay que hacer por nuestra parte.
—Luchar hasta morir.
—Si, pero ajustándose a qué plan?
—Al que V. S. determine.
—Ecba usted sobre ml solo toda la carga?
—Dc ning'in modo; pero V. S. no aprobó ml proyecto de salir a
encontrar a! cura.
—Pues salgamos, Berzabal, salgamos.
—Ya no es tiempo.
- Por qué?
—V. S. lo sabe como yo- D. Miguel triunfa donde se presenta,
los pueblos se le unen pot donde pasa: su ejército debe ser ya demasiado numeroso.
—Entonces, qué debemos hacer?
—Esperar.
—Esperar qud cosa?
—Los auxilios que hemos solicitado de Calleja, comandante de
lé brigada de San Luis, y del presidente de Guadalajara; y si nj
lOS unos ni los otros liegan, esperar al cura y venderle caras nuestras vidas.
—1 Pero debemos confiar en la adhesion del pueblo?
—Creo que no.
--Entonces hay que toniar algan partido.
—Ya le tengo y Ic propongo a V. S.
—;Cuál es?-Mezclar en las trincheras a los paisanos con los militates: ës-
L,.
Episodios Histdricos Mexicanos
tos se portarán como quienes son, yo los fio; y cuando él pueblo
yea que los independientes disparan sobre éI, disparará también,
aunque no sea más que para defenderse.
—Berzábal, no opino yo del mismo modo.
—Lo ye V. S.?
—Qué he de ver?
—Que nunca encuentra buenas mis groposiciones.
—Berzába1! ipor piedad no se ofenda!
—V. S. me conoce mal, nunca me ofendo porque un superior
piense de distinto modo que yo.
—Deje usted a un lado la superioridad y habiemos como bunos
amigos que somos. Usted cree que el pueblo nos secunde de buen
grado?
—No, señor intendente, no lo creo: en ci dc Guanajuato existe
cierta predisposicidn a secundar la rebelión de D. Miguel. Mis
provinciales, mis bravos y muy queridos provinciales, me han
dado noticia de haber oldo que la plebe estaba resuelta a no disparar sobre los irtdependientes y a pasárseies en la prirnera ocasión.
Anda por abI un tal PIpila que parece es ci agitador de semejantes
ideas. Si no hubiese sido por temor de una asonada, ya le hubiera
yo colgado de un madero en la mitad de la plaza.
—Algo de eso sabia yo, pero no le he dado crédito.
—Señor intendente,—observó Berzábal con seriedad:—lo dicen
mis provinciales y mis provinciales no saben mentir.
—No niego quc merczan fe; pero bicn puedcn haherse engañado.
—Por qué
—Porque PIpila Cs Ufl hombre excelente; pobre, pero honrado
y leal.
—Señor intendente, en ciertas ocasiones es una desgracia que
los hombres sean buenos.
—Por qué lo dice usted?
—Porque V. S. lo es.
—Berzábal!
—Si, lo es, y supone que todos lo son, y en ocasiones corno la
presente, solo puede acertar quien piense mal de todos.
—Puedo asegurar a usted que Pipila y todo ci pueblo de Guanajuato quieren a su intendente.
La Derrola de las Cruces 263
_Tambit5n lo creo yo; pero solo a su intendente.
_Qué quiere usted decir?
—Que a todos los demás nos aborrecen. V. S. ha sabido ser un
padre para su pueblo, inclinändole It ello su carItcter particular y
la misma naturaleza de su alto puesto.
—BerzItbal, no hablemos de ml,—observó con naturalidad ci
intendente;—POr qué no ban de querer lo mismo a usted?
—Porque si a V. S. lo y en armado de la vara que gobierna y regula, a ml me miran empuñando la espada que castiga. En V. S.
y en al español de nacimiento que cumple con su deber, y en ml al
criollo que sirve a sus señores.
—BerzItbal, le prohibo que hable asi: usted es hijo de español y
ha nacido en posesiones españolos, cumple, pues, con su deber.
—Lo s!, señor intendente, y no me asustan habladurias de nadie. Yo entiendo mi obiigación y mi obligación es defender los
derechos del monarca It cuya handera he jurado fidelidad. Tin militar que se respete y sepa serlo,no debe ser un politico ni un agitador, lieva las armas para defender ci orden no para trastornarlo,
y el representante del orden Cs aquel que gobierna segin ]as leyes
estabiecidas. Si hubiera de seguir y secundar a todo el que concihe
una n l ieva idea, ó se erige en vengador del pueblo, 6 en censor de
la autoridad existente, no habrIa en los reinos paz posible, pues
nadie jamIts gobierna a gusto de todos, ni puede contentar las ambiciones de todos. El puesto del militar está al lado de aquci que
una vez aceptó. Los cambios en las instituciones debe hacerlos la
nación en masa, el pueblo que arma é improvisa ejércitos no ci
militar que abusa del poder que se le ha confiado en nombre dc
una autoridad que dl reconoció al aceptarla. Pero asi es ci mundo
y por sus contradicciones se distingue. Se llama ladrón al dependieme infiel que abusando de la contianza de su amo, roba su caja
It su
y Ic hace quebrar, y no se llama ladrOn al militar que roba
obierno sus hombres, sus armas y la instrucción que en su mane)o le ha proporcionado, y antes por el contrario, se le titula héroe
Y Sc Ic premia con grados y honores que roba a todos sus compafleros fleles a su baridera. iCanallas , si ci gobierno a quien servis
flO Os acomoda, dejadle en buena hora, pero con todos sus elemenlos: cread vosotros otros nuevos y probad al menos asi, que si Os
ego la avaricia de ilegar en pocos dias 6 los altos grados del ejr-
Episodws !i:s1rzos Mcx:c.;'
cito, al menos serviréis en ellos para algo
rna
quc para airentar
con vuestros mal ganados galones y entorchados a aquelios quc,
fieles a nuestra bandera y al honor militar, vimos en el servicio de
las armas un medio de hacernos acreedores A la gratitud de la patria y no un recurso para medrar y enriquecerse.
Concluyó de hablar Berzàbal y Riaño le tendió sus brazos, Iatiendo juntos un instante aquellos dos nobles v grandes corazones
xl
La ciudad de Guanajuato habla cambiado enterarnente de aspecto
sin haber perdido por ello su animación: antes al contrario, suspendidos los trabajos de las minas, toda la multitud de los que Vivian de sus labores discurria dentro ó fuera del recinto fortificado,
entreteniendo ci ocio en murmurar sobre los sucesos del presente:
—Qué sucederá por fin, 1iega ó no Ilega ci cura? Sabes algo,
Eud u wiges?
—;Quién sabe!—contestó socarronamente el Ilamado Euduwiges,
añadicndo después:—dicen que hace tres dias entró a Ceiaya con
gran solemnidad.
—Y qué tal les habra ido a los gachupines?
—Como en todas partes, ellos han hecho ci gasto.
—;Quién les manda tener dinero?—observó un mal encarado a
quien ilamahan
el roto.
—Es claro! tiene razón
el
roto.
—No, como el cura entre a Guanajuato, algo me ha de tocar a
ml del que aqul abunda.
—Y a ml!
—Yáml!
—;SP pucs trabajillo os ha de dar el descubririo,—observó
ci
roto.
—Por qué?
-
—Potquc han comenzado los
entierros y los enzparedados.
—Cómo!
—Si: casi no se encuentra un'astal ni de yeso, ni de cal, ni de
arena en todo Guanajuato: todo lo han comprado los ricos para
tapar los socavones en que han ocultado sus talegas.
265
La Derrota de las Cruces
_—Vaya que ya se encontrarán aigunas.
—Sabes algo?
—Un cargador que intervino en la faena, me ha dicho que en la
tienda del gachupIn D. José Posadas, hay ocuita uria gruesa canti.dad de dinero en una bodega que da al patio interior.
—No vive ese Posadas en Ia casa de los Alamanes?
—Justamente.
.—Bien está, no lo echaremos en olvido.
—Pero no son criollos los Alamanes?
—Y bien que si, y castigueme Dios Si no son todas unas personas
excelentes.
—Lo mismo digo: y vaya que la señora es de lo mejor que yo he
conocido, os juro que es más buena que ci pan.
—Pues quién tiene nada que decir de su hijo ci niño Lucas? 1qu
diez y ocho años tan bien aprovechados! es un real mozo y dicen
quc tiene mucho talent-0 y que ha de hacer mucho papel. Dicen
que da gusto leer las bonitas cosas que escribe.
— i Con tal que no se pase a los gachupines!
—Pues anda,que no vale menos D. Gilberto Riaño.
—;El hio del intendente?
—El mismo: da gusto verie mandando su avanzada del puente
-de Nuestra Señora de Guajanato.
—Pobre! jquin sabe cómo Ic vaya!
—;Y el niño Lucas Alamán no tomará también las armas?
—Dicen que no, pues su señora madre, que apenas hace año y
-medlo que quedo viuda, no quiere scpararle de su lado.
—Hace bien, pobrecilla si 61 faitase, Zquidn dirigirla, andando
el tiempo, su casa de banco?
—Que casa de banco es esa
—Una de las que en Guanajuato se ocupan en fomentar la minerIa adelantando fondos para ci beneficio de metales, con un
escuento n-iódico en el valor de la plata que en pago reciben.
—Buenas gentes son todos: 114stima que tan grandes peligros
vavan a correr!
—Pues anda, quc ci pobre intendente está con un buen cuidado.
—Quë cuidado es ese?
—Que su hija D. 3 Rosita, casada con D. Miguel Septién, tiene
muv enfermo al niño que hace poco nació.
Touo[
34
6
Episodios Hstóricos Mexwanos
—Vaya! iDios querrá que se alivic!
—Pero en tin, llegan ó no los auxilios ]Lie Riaño ha pedido
Calleja?
—Dicen que boy ha Ilegado correo de 6ste, exhortando al intendente a que se sostenga y ofreciéndole que en toda la próxima semana estará con sus tropas delante de Guanajuato, avisãndole anticipadamente su aproximación.
- Pues ahi es nada! En la próxirna semana, y estamos boy a luncs
24 del mes! Si Ilega antes el cura, buena se le aguarda al intendente.
Mientras esto conversaban las gentes del pueblo, otra muy importante conferencia tenla lugar en casa de Riaño.
—Ya lo y en ustedes,—decia éste:—el brigadier Calleja no podrá
auxiliarlos hasta la semana próxima, y segcin mis noticias no tardarenios en ser atacados por el cura.
—Ya Ic haremos esperar,—observó el sargcn: mayor Berziba1;
—no ha de ser todo puñalada de pIcaro: haremos lo posible para
no rendirnos al primer envite.
—Admiro la fe de usted,—repuso el intendente,—sólo parece
que contamos con un nurneroso ejërcito.
—Siento no abrigar las mismas esperanzas de ml mayor,—dijo i
su vez D. Gilberto Riaño, que asistIa a la reunion por ser hijo de
la primera autoridad, y militar, pues servia coirto teniente en el
regimicnto de linea fijo de Mxico, hallándose en aquellos dias con
licencia en la casa paterna.
—Tambin usted?—preguntó Bcrzábal.
—Si, ml mayor; creo que cuanto más se gencralice la defensa
mãs riesgo lievamos de perder la
plaza.
—Cuãl es entonces el plan de usted?
—Que abandonemos Ia ciudad concentrando la defensa y guarda
de los caudales en un ediflcio fuerte, Ia alhOndiga de Granaditas,
por ejemplo.
—Salva mejor opinion, me parece inaceptable ese plan.
—Por qué razón?
—Porque doniinada como está la alhondiga por los cerros del
Cuarto y San Miguel seremos enteramente aplastados.
—Es verdad; pero si ha de defenderse la ciudad 6 al menos
ci
recinto atrincherado, es de toda precision contar con toda la masa
de sus habjtantes unidos. ;No lo cree asi mi mayor?
p
La flerrota de las Cruces
267
—Ciertamente.
—Y podemos contar con tal union?
—Desgraciadamente no.
—Entonces nuestro plan debe reducirse a conservar aquello que
se puede defender, para no perderlo todo.
—LOgico es el muchacho,—dio Berzábal a Riaño, sonriendo por
primera VCZ y tendiendo la mano al joven.
—Gracias, mi mayor,—contestO con reconocimiento dste.
—Sin embargo, yo no apruebo ese plan: es preciso jugarel todo
por ci todo: si ci cura ilega antes que Calieja, nos perderemos lo
mismo en la aihóndiga que en ci recinto fortificado.
—Pero quizd podamos sostenernos más tiempo en la alhóndiga.
—Qué artillerla tenemos para recbazar un ataque?
—Ya he pensado yo en eso.
—;Si? pues entonces sabrá el señor intendente que no tenemos
ninguna.
—Se engaña ci señor mayor,—contestó con seguridad D. Gilberto.
Berzábal viO al joven con asombrados ojos.
—Tendremos nada menos que granadas.
—Quë dices, Gilberto?_pregufltO ci intendente con no menos
asombro que el mayor.
—Si: disponernos de una gran cantidad de frascos de azogue: esos
cilindros de fierro serán nuestras gran9das de mano: se les ilena de
pólvora, se les atorniila La boca, se les abre un pequeño agujero
por donde pase una mecha, se les da fuego al liegar la ocasiOn, y...
yo respondo del destrozo que causen en los asaitantes.
La invención de D. Gilberto fué recibida con aciamaciones de
entusiasnio: Berzábal y Riauto estahan orguliosos del talento del
lOven.
—Yo solicito ci honor de trabajar en la improvisación de esas
granadas,—dijo, ievantãndose un simpatico crioilo tan joven como
I). Gilberto.
Uamábase D. Jost Francisco Valenzueia y era nativo de Irapuato
y teniente de La compañIa de aquel pueblo.
Por más que el partido de aquellos hombres fuese tan contrario
al mio y de seguro al de muchos de mis lectores, no podemos por
Episodios Ristóricos Mexicanos
is
menos de reconocer LjUC eran unos valientes dignos de todo nucstro respeto.
La reunion continu6 ya sin incidente alguno que mereza ser
referido: la mayorIa decidió fortiticarsc en la alhondiga, contra ci
parecer del sargento mayor D. Diego Berzábai.
XII
-
A la siguiente mañana, es decir, el 25, Ia poblacion se enteró con
disgusto y sorpresa de to determinado por el intendente.
Durante Ia noche habianse trasladado a la alhóndiga la tropa y
paisanos armados, el intendente, los principales vecinos y casi toda&
las familias de éstos.
Tambicn se habIan dcpositado alli el tesoro real, los fondos municipales, y los archivos del gobierno y ci ayuntamiento: no tardaron en unirseles los caudales de muchos ricos europeos y criollos,
y asornhra verdaderamente la riqueza que con tal motivo se acumuló dentro de aquellas paredes.
Dc las cajas reales se Ilevaron trescientas nueve barras de plata de
valor de mil cien pesos cada una; ciento sesenta mll pesos en moneda tambitn de plata, y treinta y dos mil onzas de oro: de los
fondos de Ia ciudad treinta y ocho mil pesos de ]as arcas de la provincia y treinta y tres mil de la del cabildo: veinte mil de la minerIa: calorce mil de Ia renta de tabacos y mil y pico de lade correos:
unidos a esto Jos caudales de los particulares que se acogieron a la
alhondiga, depositáronsc en ella en una noche más de tres millones
de pesos. uTal era en aquellos dias la riqueza de una simple ciudad
de provincia!
La alarma de los moradores de Ia pobiación fué indescriptibie.
—Las trincheras han sido derribadas y cegados Jos fosos,declan.
— 1 Se nos abandona a nuestra propia suerte!
—Se nos lanza a pasarnos al cura ó a set sus victimas!
— 1 Que más quieren, Ilorones!—les dijo Pipila presentándose en
el grupo,—les dan reunidos a los principales gachupines de Guanajuato, y aán se quejan?
La I)errota de las Cruces
—Pipila tiene razón: en cuanto se presente el cura nos pasamos a ei.
—Gracias a Dios que se resolvieron a aiguna cosa!
—Elios rnismos se han encerrado en la ratonera.
—Y con un buen cebo para los gatos.
—Dicen que es una maravilia ci dinero que allI se ha reunido.
—No será tanto como cuentan.
Durante Ia nochc habia*se truladado...
NON-
j
-Anda, tonto, que Si no tienes miedo, tU entrarás a verlo con
tns propios ojos.
—A verb? y también a cargar con lo que pueda.
—Ladrones!—dijo PIpiIa,—esto es lo ünico que seduce a ustedes de Ia revolución del cura: lo grande de su plan, eso no lo cornprenden.
—Pues en qué consiste lo grande?
—En abrirles a todos las puertas de la prosperidad, haciéndoles
libres para pretender por rnedio del mérito y del trabalo los altos
puestos y digniades que boy s6lo disfrutan los europeos.
—1 E1 trabajo! jel trabajo! este PIpila está loco.
Episodws lJ:t?.os ifcrzcc
—No, los locos son ustedes.
—Te parece poco trabao ci de las rninas
—Es verdad, qué mayor trabajo que dster
—Pero anda, que ya vamos a recoger ci producto. AllI está, en
Is alhondiga, y hasta acuñado y entalegado.
Los moradores del
famosopalacio del mai' Ocupábanse en tanto
de ponerie en estado de defensa
y
de sostener un sitio quc todos
conceptuaban no serla largo, fundándose en los ofrecimientos de
auxiiio hechos por Calleja.
Bajo Is dirccción de D. Gilberto construyronse tres trincheras.
una al pie de Ia cuesta de Graraditas, entre ci convento de Belén y
Ia hacienda de Dolores; otra en ]as bocacailes die los Pocitos y
subida de los Mandamientos, y Ia ültima en Is cues ?a del rio de Is
Cats.
En ci interior de Is alhóndiga amontonáronse en abundancia los
comestibles, no faltando ni aün ci agua por estar provisto ci cditicio
de un magnflico aijibe: en cuanto a maiz, hallábanse en las trojcs
nada menos de cinco mil fanegas, y veinticuatro
emplearon en haccr sutIciente provision de
tortillas
nzolenderas se
para los qui-
nientos 6 seiscientos hombres que allI se habian reunido.
El ayuntamiento vió con ci más grande desagrado Is determinadOn del intendente, y acordó invitarle a un cabildo extraordinario
que se celebraria en Is mañana del 25 en las casas consistoriales,
con asistencia de los curas, prelados de las religiones y priacipa1c
vec i nos.
Al hacérsele Ia invitación, Riaño se excusó, pars no saiir de la
alhondiga, con las fatigas y cansancio de,la noche anterior, y propuso que Is conferencia se verifIcase aquella misma tarde en ci
ediflcio de su residencia.
Liegada Is noche, se cornentaba en los grupos de vecinos Ia ci
tada reunion, en los siguientes terminos:
—La junta de nada ha servido: ci intendente se ha mantenido
firme en su resolución.
—Dicen que habló en contra y con gran acopio de razones, el
alférez real D. Fernando Pdrez MaraiOn.
—Y otros muchos también.
—Sobre todo, ci regidor D. José Maria SeptiCn que pidió se
volviesen las cosas a su primitivo estado.
T
La Derrota de las Cruces
—Marañón recomendó que regresa ran las tropas
encomendando
a sus cuarteles,
a gente de confianza la custodia de Ia ciudad.
—Se dijo que si no se procuraba restablecer la conhianza püblica, la plebe se entregarfa
a toda clase de excesos.
—;Y quë?—contestó Riafio.
—Que por ningi1n motivo saldra de la alhOndiga; que en ella
considera seguros los caudales reales, que es 511 obiigacion custodiar que la tropa ha de permanecer en aquel lugar y que cada cual
que no quiera unIrsele, se deflenda conio pueda del chubasco.
—Yalo oyen ustedes,—decIaies PIpila
a
varios individuos,—los
senores y los gachupines quieren defenderse solos, dejándorios
abandonados al enernigo.
—Y bien, quë hemos de hacer?
—Pues la cosa es clara: antes que perecer
a sus manos, unirnos
A ellos.
—Mejor serla atacar esta misma noche la albondiga, apoderarnos del dinero y colgar al intendente del pescuezo.
—CanaIla!—gritó PIpila arrojándose como un tigre sobre ci
que hahia pronunciado lo anterior.
—Ah! maldecido!—gritó
a
su vez el atacado dando un salto
atrzis y blandiendo un enorme machete;—hahlas y hablas yestabas
vend ido a! intendente.
PIpila volviO
a saltar sobre su presa, que con todo y machete
vino al suelo, quedando debajo del Hercules, quien en un dos por
tres Ic ahogo, no dejando de oprimirle el cuello, hasta que hubo
dado las Ciltimas boqueadas.
—Antigos,—dijo despus levantándose y poniéndole un
pie
so-
bre ci pecho:—cualquiera que se atreva a decir 6 pensar algo como
lo que a ese hombre ha costado la vida, morirá como Cl a mis manos. El intendente es sagrado, esctchenlo hien. Alli están en la
a lhóndiga Ia plata '' los gachupines, hagan de la una y de los otros
lo qc mcjor les acomode, pero quien toque al pelo de la ropa a!
a Dios que le he de partir a patadas la cabeza. V
a este hombre sin escupirle a la
cara pónganse en seguida a abrirle una fosa para que no apeste, y
de buena gana y de prisa, si no quieren probar a lo que saben los
IflI endenLe, juró
- ahora, los que ban escuchado
puños de PIpia.
E l xtraño personaje fuC, segan lo deseaba, obedecido.
272
Episodios Históricos Mexicanos
XIII
Vendido PIpila por los mismos que habIan temblado ante sus
amenazas y ejecutado sumisos sus órdenes, fué a los dos dias aprehendido por una patrulla que le condujo a presencia del intendente, y como ante éste Ilegase con las manos atadas a la espalda y ci
sombrero ancho puesto, antes que nadie hubiese pronunciado una
palabra, dIjole:
—Señor intendente, mande V. S. que me desaten para poder quitarme ci sombrerote y saludarle como se merece.
_Dcsatenle!—or defló el intendente.
Y como los soidados dudasen en obedecer,
_DesItenle!repitio; —Pi P iia no necesita estar atado para ser
mi prisionero.
_Desátenme!— di J O Pipila a su vcz:—V. S. me conoce Hen.
Los soldados obedecieron al fin.
—Gracias, señor intendente,—dijo PIpiia, añadiendo después:mc ban traido aqul por haber ahogado a un hombre quese atrevió
A habiar ma! de V. S.: Iiice mal, puesto que yo no era ci ofendido:
pero hecho eszá, no tiene remedio, y no me arrepiento. Venga ci
ca sti go.
—Déjcnme solo con Pipiia,—dijo el intendente con tan imperio.
so acento que todos e apresuraron a obedecer.
Cuando estuvieron solos, prcguntó ci intendente:
—.Has dicho que un homhrè habló mal de ml?
—Si, señor; pero no voiverá a repetirlo.
—Y ;qué dijo?
—Señor, para qué quiere V. S. saberlo?
—Repitelo, te lo ruego.
—Pero... si...
—Repitelo.
_;Vaya!—observô Pipiia con entereza;—pues digo que no lo
repito.
— j Pipila!
—Que no, señor; jque no lo repito!
—Me obiigarás a empear la violencia?—preguntó irritado el
intendente.
r
'
273 -
La Derrota .ie las Cruces —Emplee V. S. lo que guste, pero no lo repito.
Por qué?
—Porque yo soy más justo que V. S., y si maté a ese hombre por
decir lo que dijo, tendrIa que matarme a mi mismo por repetirlo,
y los soldados de V. S. me han dejado sin arma alguna para el caso.
Riaño no pudo disimular la emoción que le causó tal respuesta,
y levantándose apresuradamente, dió una vuelta al salon a grandes
pasos.
- Pipila! yo deseo saber en qué disposición de ánimo se encuen•
ira el pueblo de Guanajuato.
—Respecto a V. S., excelente.
—;Excelente?
—Si, señor.
—Podré entonces contar con él para Ia defensa de la ciudad?
PIpila guardó silencio.
—No respondes? Contesta: puedo contar con di?
—Pues con franqueza...
—AcabaI
—No, señor.
Riaño se sorprendió como si le tomase de nuevo la noticia.
—El cura os ha enviado sus agentes. ,no es cierto?
—No, señor, no lo es.
—Entonces...
—Con Iranqueza, señor intendente, con excepción de V. S., todos los españoles son aborrecidos por el pueblo.
—Pero Zpor qué razOn?
—No es fácil decirla, pero los aborrecen.
—Señor!...
—Habla, te lo
—Yo tumpoco quiero a nadie que sea distinto de V. S.
—(Con nadie puedo entunces contar?
—Con Pipila. siempre.
—Y con todos los tuyos también?
—No, señor.
—( Por qué?
—Porque a todos les seduce la idea del saqueo y del pillaje, y I
nadie seguirán que se los impida.
Toot
35
274
Ej':od:o 11,stoui,js j/cxicuts
—Pero entonces nada agradece mi buen pueblo de Guanuato.
—Lo dice V. S. por ci bando publicado con tanta solemnidad
en Ia mañana de boy aboliendo ci pago de tributos?
—Justamente.
—Jamás han aconsejado a V. S. cos ms contraproducente.
—PipiIa!
—Señor, yo hablo a V. S. con franqueza: si 3SI no Ic agrada,
mándeme caliar v cerraré nii boca.
—Pues qué dice el pueblo?
—Dice que ci tal bando no es mas que una conccsión del miedo.
—Micdo yo!
—\o hen s que V. S. zi nada le 1ene miedo: pero eso dicen del
band o.
-;N'
1u m:s añ.tdcn-Que mucho deben valor los ejrcitos del cura. cuando su sota
proximidad hace dictar una coricesión quc, aunquc otorgada por
la. Regencia desde 26 de Ma y o, no se habla Ilevado a efecto hasta
boy en esta Nueva España.
—Oh justicia de los sucesos! La faita de oportunidad en los manientos de una revolución, da a las más benéticas disposiciones un
resultado enteramente opuesto al que se desea.
—Señor intendente,—dijo PIpi'a con acento cortado y sin atreverse a fijar los ojos en su interlocutor,—;me rermite V. S. meterme en lo que no me Haman y dare un concio
—iVenga el consejo! —contestó Riaño.
—V. S. no debe intentar sostenerse en Guanauato.
—; PIpiia!
—No se ofenda V. S., que no hay motivo para ello.
—Con t i n a.
—V. S. es un valiente, se ha fogueado iindamente en Argei, la
Florida y Panzacola, pero ha combaddo con enemigos francos y
que luchaban frente a frente y segün las artes de la guerra.
—Y qué?
—. Que Ia lucha que va a sostener V. S. en la presente ocasión Ic
es enteramente desconocida. Nosotros no tenemos ejército fli COflocemos las leyes de la guerra.
—Nosotros dices! luego tü también...
—C A qué negarlo, señor? estoy en las manos de V. S. que puede
/
La Derrota de las Cruces
275
mandar quitarme Ia vida, y no obstante le hablo como Ic hablo:
esto abonami sinceridad, y dehe creerme. Si V. S. no estuviese de
por medio, PIpila ya habria atacado Ia aihóndiga.
—PipiIa, ;abusas de mi prudencia!
—Que tan grande idea no tendr6 de V. S. que me atrevo a hacerlo!
—Habla, pues, pero sé breve.
quien debo temer
—A la plebe de Guanajuato: odia a los europeos poseedores de
la mayor riqueza de la pohlación, y ci ejemplo de lo sucedido en
San Miguel y Celaya la tiene predispuesta al pillaje y al saqueo.
Ella será la primera en atacar Ia alhóndiga si persiste V. S. en defenderse en ella.
—Debo entonces generalizar la defensa?
—Va me permitI decir a V. S. que no.
—;Entonces?...
—V. S. debe salk inmediatamente con la tropa y caudales para
San Luis.
—PIpila! Huir yo...
—Huir, no; retirarse: esta es la palabra.
—Jamás!
—Vea V. S. quc le aconsejo en contra del inters de los criollos,
que cs ci mb.
—Nunca, Pipila: tengo la convicción de que son cortos los dias
que me quedan de vida: una voz interior inc dice que voy a inorir;
mas quicro luchar contra el destino, quicro sucumbir ante la fatalidad. pero sin retroceder ni un solo paso. Yo no deho ahandonar
A Guanajuato. Riaño no dará prestgio al cura huyendo ante sus
huestes. Además, mis elementos no son tan escasos como quizás
se supone: puedo sostenerme en Ia alhóndiga to bastante para dar
tiempo at brigadier Calleja de Ilegar en mi socorro. Una vez más
VOV a avisarle mi angustiosa situa.in.
—Seria inCitil.
-. Por quc?
—Porque desde anoche ban comenzado los hahitantes de Guaflajuato a dcsbandarse en grupos por los caminos que Ic rodcan,
los correos de V. S. no lIegarin a su destino.
— y bien-__obserró ci intertdente, - no importa: yo hare
al br igadier Calleja un nuevo correo.
y
Ikgar
276
Episodio.c Hislóricos 2irlexicanos
—Imposible, señor.
—No, Pipila, no es imposible, mi correo pasará.
—Por qué lo asegura V. S.?
—Porque mi correo Jo serás W.
—Yo!—dijo Pipila, retrocediendo asombrado.
—Tt, sI, tá, yo te Go a ti mismo.
—Señor, y ea V. S. lo que exige de ml!
—Te resistes a ello? está hien, - repuso ci intendente cop scmblante airado; y haciendo sonar una campanilla, ordenó imperio.
samente al soldado que se presentó en la puerta:—que venga en el
acto tin oficial con doce hombres!
—Lo estoy viendo y no Jo creo,—dijo Pipila para si;—va a mandar fusilarme: es un gachupmn como otr3 cualquiera. '
El oficial se presentó haciendo detner a la puerta a sus doce soldados: ci intendente, dernostrando en su voz su irritación cada vez
mis ilirnitada, dijo:
—Señor oticial : escolte usted a Plpila hasta la trinchera de la
caile de los Pocitos, y alli, entiéndalo bien, pues con la vida me
responde, déeie usted en absoluta libertad.
Pipila sintió no sé qué golpe en el corazón ante proceder tan generoso, y reponiéndose, observó con la mäs natural serenidad:
—Perdonc V. S., pero aun no me ha entregado el pliego que
debo conducir a su destino.
Riaño comprendió la mutación operada en el ánimo de PIpila,
y sentándose a una mesa escribió:
Señor brigadier D. Felix Maria Calleja.—Aqui cunde la seducnon, falld la seguridad. faltd Ia con/iana, yo rnehefortjficado en
/ el paraje de la ciudad mds idóneo,y pelcard hasta morir Si no me
dejan con los quinientos hombres que ten go d mi lado. Tengo poca
pOlvora, porque no la hay absolutarnente. y la cablleria mal mon.
tada y armada sin otra arm-i que esp..zdas de vidria por lo frdgiles,
y la infanteria con fusiles remen.ia.los, no siendo inzposible que
ctas tropas sean seducidas ten go a los insurgentes .sobre nil cahera; los i'iveres estan impedidos; los correos interceptados. El sei,r Abarca trabaja con toda actividad, y V S. y él de acuerdo
ruelen d ml socorro. porque temo ser atacado de un mo7nento 4
otro. No soy ,nas largo: porque desde el 17 no descanso ,zi me des-
La Derrota de las Cruces
277
nudo,y Izace ti-es Gas que no duermo zrna Izora seguida. GuanajuatO, 26 de Setienzbre de 181 o.
Riafio cerró ci pliego, y entregandole a PIpila, dIjole aparte:
—Toma, y adios, i hasta la eternidad!
Pipila, al tomar el papel, besó rápidamente la mario que se le enregaba, diciendo para SI:
— i Como él deben haber sido los santos!
Al salir PIpila de la habitación se cruzO con D. Diego Berzábal,
que casi sin fijarse en ël, se dirigió al intendente.
—;Quë ocurre, señor mayor?
—Nada que no pueda esperarse.
—Que es ello?
—Que ci desaliento curide en los europeos, muchos de los cuales
ban ahandonado la ciudad dirigindose a Guadalajara.
—Dje10 usted: n-icjor que mejor, asi tendremos menos compatriotas a quienes defender. Cuándo nos batimos con Hidalgo?
—;Vaya V. S. a saberlo!
—Qut quiere usted decir?
—Que las avanzadas de europeos situadas en los caminos de
Santa Rosa y Villaiparido, han huldo tambin a Guadalajara, dejando desa mparados aquellos puntOS.
—iVaya por Dios! cuantos menos seamos a defendernos, más heróica Será nuestra niuerte.
xlv
A m edia tarde del dia -, Riaño y Bcrzábai dispusieron pasar
nZueStra ó revista que boy decimos, a sus tropas: dejando una corta
gua rnicj 0 en la alhóndiga, las fuerzas del intendente comenzaron
a salir por la puerta principal que estaba al norte, y era ya Ia ünica
Practica ble, pues la de Oriente bahia sido tapiada por dentro con
Una gru 53 pared de adobes.
Cfl la plaza. formaron en bataila las cuatro compañIas del batallon provincial de infanteria, mandadas por el capitan de la primera 1). Manuel de la Escalera, por cnfermedad del teniente coronel Quin t ana. con licencia en LeOn: otra formada por los paisanos
armad05, casi todos europeos, y pot üitimo, otras dos del regi-
7
2 ,01
Episodios Históricos Mexicanos
miento de caballerla del Prfncipevenidas de Irapuatoy Silao, mandadas por ci capitán I). Jose Castillo, en total quinientos hombres
malarnente armados, una cuarta parte de ellos sin instrucción militarde ningun género.
AtraIda por los ecos marciales de ]as cajas y clarines, una porcion de los moradores de la ciudad, ya muy diezmada por haher
huIdo muhos de ellos a los cerros comarcanos, acudió a la plaza
A presenciar Ia revista.
La contemplación de tan reducido ejército inspiró a la plebe, ya
decl.aradan-iente hostil, ]as burlas y los chistes mäs sangrientos.
— 1 Se necesita ser muy cobarde para no sentirse uno entusiasmado con ejército tan poderoso!
—Parecen muchachos de escuela jugando al ejercicio.
—Lo dices por In compañia de los comerciantes
—Oh! lo que es esos han de ser invencibles.
—Por qué?
—Porque acostumbrados a despellejar a
los ;na,-chan(es, si tratan
A Hidalgo como a tal no habrán de dejarle hueso
—Si, pero acostumbrados tambin a sisal- al comprador una tercia en vara y cuatro onzas en libra, serán capaces de cogerse Ia mitad del cartucho, y las bal's no llegarán al enemigo.
—Si no es que tomando las trincheras por mostrador, r. ecihen a
los insurgentes ofreciëndoles a huen prccio chaconada de Ia China
6 chilitos en vinagre.
—Oye tü, iy por qué llamas insurgentes a nuestros amigos?
—Torna! porque dicen quc asI los llama ci vircy Venegas.
—Y de dónde ha sacado ese nonibre?
—De que asI Ilarnan los franceses a los cspañoles que se han Icvancado contra ellos en la peninsula.
—Y a los suyos que nomhre les ha puesto?
—El de arealistas.,> pues pelean pot In prolongadOn del gohierno
de su monarca en Ins Americas.
—Mira! mira!—dijo un individuo dci pueblo volviendo a llamar
in atención sobre las tropas del intendente: - mira qu satisfecho
recorre ci sargento mayor D. Diego Berzáhal su poderosa lInea de
hatalla.
—Si escos gachupines son más orgullosos que D. Diego en Ia
horca.
FLa Derrota de las Cruces
279
—Sin duda se está creyendo un nuevo Hernán Cortés.
—Por ci nümero de sus soldados bien pudiera creérselo.
—Si, pero no por la clase.
—Aquello sucedió una vez, pero no volverá a repetirse.
—^Qud signitIca ese toque?
—Que concluyó la revista y que regresan a su castilio del palacio del nzai.
—Y de la plata : dicen que hay en la alhóndiga veinte miliones
de pesos.
—No, sino tres; pero lo bastante para que se saque rnás de dar
una vuelta por alli que dos por la plaza.
—Lo quc es yo, juro quc he de dana.
—Y yo también.
—Lo que tiene es que no hay que dormirse, porque segcin cuenian, los indios de Hidalgo arrebatan con todo.
—Pucs no ha de ser lo misrno en Guanajuato: bueno fuera que
después de haber tenido nosotros el trabajo de sacar Ia piata de las
entrañas de la tierra, fuérarnos a abandonársela acuñada a los de
41 fue ra.
—Vava, retirérnonos, la revista hi concluldo entrando las tropas
en la alhóndiga.
—Es decir, que va están los gatos en acecho.
—Si, pert) en esta ocasión sornos rnás los ratones que los gatos.
—Pues hasta quc venga ci cura.
—Hasta que venga.
—Adiós!
—;Adiós!
— iHasta más ver!
La gran mayorIa de los que formaban el grupo de curiosos, se
dsoivio pronunciudas aqueltas Uitimas frases, pero algunos detuVléronse prolongando ci diálogo de la siguiente rnanera:
—t Por tin ha vueto Pipila?
—Si, yo he hablado con éI.
se ha vend jdo al intendente?
Nada de .eso: contincia del ]ado de los insurgentes.
— Pero qué noticias trae de ellos?
—Que se encuenti-an a cinco leguas de Guanajuato.
— Tan cerca?
It
Episodios II neo. I vcaw
—Si, en la haienda de Burras.
—Y bien, qué hacemos entotes-'() Os aconsejo que me sigáis.
—Pero a dónde?
—Al cerro del Cuarto, iue cstá cuhierto Lie casas que dominari
la aihóndiga.
—Pero qué vamos i hacer uHf?
—Unirnos con la gente de la mina de la Valenciana, cuyo administrador, D. Casirniro Chovell. csta de acuerdo con ci cura para
ayudarle cuando Ilegue Ia ocasión.
—Pues vanios ulki.
—\amos.
\ \r
Riaño no quedó muy satisfecho de la importancia de las fuerzas
militares a sus ordenes; pero no siendo su intención atacar, una
vez más concibió la esperanza de que podrIa defenderse dando
tienipo a la liegada de los auxilios del brigadier Calieja.
A las nueve de Ia mañana del siguiente dia, viernes 28 de Setiembre de i8io, ci destacamento situado en la trinchera de Is. Calie de Belén, al pie de Ia cuesta de Mendizábal, avisó que dos parlamentarios de D. Miguel Hidalgo pedlan permiso para tratar con
el intendente y entregarie ciertos pliegos.
Los comisionados eran los coroneles D. Mariano Abasolo y don
Ignacio Camargo.
Riaño coritestó que esperasen mientras consultaba con los deniis
jefes, y con tal respuesta, Ahasolo regresó a encontrar a! cura dejando todos sus poderes a Camargo.
Este fu introducido en la alhóndiga, vendados Jos ojos y con las
demás precauciones propias del caso, y puso en manos del intendente dos pliegos cuyo texto copio a continuación:
Cuariel general en la hacienda de Burras, 28 de Setiembre
de z8xo.
El numeroso ejdrcito que mando, me eligió par capitdn general
yprotector de la naciOn en los campos de Celaya. La ,nisma cizfr
dad, d presencia de cincuenfa mil hombres, rat Jicó esta eleccion,
L
La Derrota de las Cruces
zSi
que han hecho todos los lugares por donde he pasado: lo que darâ
4 conocer d V S. que estoy legitima;nenteautriad0POr minación
para losprilyeCtos be;zéficos que inc han pa;ccido necesari(s a sit
favor.
Estos son igualinente ijijics J h)S americanos y a los eurO]JeOs
que se halt Izecho eininio de residir en este reino, y Sc reducen a
proCla7flar la independenciay libertad de ía naczOn; deconsiguiente,yo no veo a los europeos como enemigos, Sino solamente corno
d un obstdculo que enzba,-aa el buen dxito de nuestra einpresa.
V. S. se servird manifestar estas ideas a los europeos que se han
rezinido en esa a/lzdndiga, para que resuelvan si Sc declaran por
enemigos, 6 convienen en quedar en calidad de prisioneros, recibiendo nfl t,-ato hznnano benigno. co;no lo estcln experimentando
los qzie trae:nos en izuestra coinpañia, hasta que se consiga la insinuada libertad é independencia, en cuyo caso entrardn en la c/ase de'cjudaianos, quedando con derecho d que se les rest ituya7z los
bienes de quepor aJzia. ja1-a las urgencias de la nacidn, nos serrim Os.
Si, por el c071tr4irio, no acccdicren d esta solicitud, aplicaré
todas lasfuei-as - ardidespara destruirlos, Sin que les quede esperana de cuartel.
Dios guarde d V. S. muc/zos años, como desea sit atento servidor,
Miguel Hidalgo y Costilla,
Capltdn geucral de America
El segundo pliego contenla la siguiente carta amistosa para
Riaio:
Sr. D. Juan Antonio Riaño.
Cuartel de Burras, Setzenzbrc 28 de i8io.
Mijy señor izizo:
La est j njac j cin que sieznpre he mani/estado j V. es si,zcera, y la
-creo debida d las grandes cualidades que le adornan.
La djferencia en el modo de pensar no la debe disminuir. V. scguira Jo que Ic pareca ,nas justoy prudente, sin qite esto acarree
perjujcjo a sufamilia.
Nos bat irenios como enemigos si asi St., a'etcr,ninare; pero desde
______
L
Too (
Episothos ifisliriCos .Icx:s
2
/zoy qfreco d la señora intendenfa un asilo y protecci/i deciiidt
en cualquier lugar que cizIa para sit residencia, en atención a las
en/ermedades que padece.
Esta oJ'erta no nace de remor, sino de una sensibilidad de que flO:
puedo desprenderme.
Dios guarde d V. muchos años, coino desea sit alento servidor,
Q. S.
M. B.
Miguel Hidalgoy Costilla. 1?
En Ia /zaz;iLi .:
Riaño no
Iiuir '11
c
!'71
'?
iii
J\J
Jela caria
he transcrito.
Camargo se dirigió a 61 y Ic tendió la mano que ci itca
oprimió con afecto, a la vez que le decia:
—Irnposibie, coronel, imposible!
—;Ni por Ia señora?
—Ni piir cila, ii
pr
nis
ir..
—Señor...
—Camarz.
ut--J
cli mi
ninNrc al cura. ..
rnuchas gracia!
Berzábal mientras tanto, por orden del intendente, habla hecho
formar en ]as azoteas del editcio, y separadarnenre, a los europeos
armados y al batallón provincial.
Riaño se presentó ante sus [has y con voz segura y reposada.
leciura a la intimación de Hidalgo, diciendo despus:
—Va to saben ustedes: cuál es su resoluciôn?
Durante unos mornentos, toda aquella masa de gente perniancció muda v sin inmutarse ni moverse.
Hablo pasado sobre ellos la muerte, derrihando con el vient dc
las alas que cubren toda Ia extension de to creado. 1acolurnnadciu
vida, ci pedestal de su libertad, la base de sus intereses.
Disponiase Riaño a repetir su pregunta, cuando D. Bernardo del
Cailio. capitán de la cornpañia de vecinos, dando dos pasos al
frente; dijo con no reprimida indignación:
—Señor intendente: ningün crimen hemos cometido para quc
nos quiera sorneter a perder libertad y hienes. Para defender una y
otros, nos resolvemos 6 pelear hasta morir 6 vencer.
r
La Derrota de las Cruces 83
- —Si, hasta morir 6 vencer'—repitierOfl con entusiasmO los coinerciantes y vecinos.
—Y mis hijos del batallón,—dijo entonces ci intendente dina t —podr1 dudar si están resuelios a cumplir con so
r
• debcr?
Una aciarnación unánime, resuelta, conmovedora partió de todos
y cada uno de los trescientos soidados del batallón provincial, que
'
repitieron:
--Viva el rey!
Riaño tomó piuma y papel, y sobre una mesa de campaña escribió unas cuantas lineas, y levantándose y descubriëndose su cabeza
le y ó en voz alta:
Señor cura del pueblo de los Dolores, D. Miguel Hidalgo.
No reconoco otra autoridad ni me consta que lzaj'a establecido,
ni otro Capitdn General en ci reino de la Nueva España. que ci
Excmo. Sr. D. Francisco Xavier de Venegas, Virey de ella, n rnds
leitirnas reformas, que aquellas que acuerde la Nación entera en
las Córtes genera/es que van d verijicarse. Mi deber es pelear, como
soldado, cuyo noble sent imiento anima d cuantos me rodean.
Guanajuato, 28 de Setiembre de 181 o.
Juan Antonio de Riaño.
i'
\ieclnos y soidados repitieron a una voz:
—Viva ci rey!
El intendente volvió de nuevo a la hobitación en que ci coronel
'Camargo le aguardabi y puso en sus manos las lineas que acababa
de escribir.
—Lástima de valientes'—exclamó el envido del cura, y desPUéS preguntó: ;qu centu 31 encral 'or l q c a ustcd respecta?
—Que con toda ci alma aradezcu su oferta,
v que flu obstante
miS contrarias opiniones, la admitiré si fuese necesario,—y tomando papel y pluma escribió la siguiente carta que entregó a Camargo:
Señor cura D. Miguel Hidalgo.
Muy Sr. mjo: no es incompatible ci ejercicio de las armas con la
.Sensibiiidad . ésta exige de ml coraón la debida gratitud d las ex-
284
Episodios Jjistóricos Mexicanos
presiones de V. en beneficio de nzi familia cuya suerte no rue perturba en la presente ocasión.
Dios gziarde a V. muchos año.
Guanajuato, 28 de Setie,nbre de jYiu.
Riaflo.
El coronel Carnargo satió de la alhóndiga con las mismas formalidades con que entró en ella, y ya fuera de trincheras dijo
para si:
—Necesario es que esle hombre caiga vivo en nuestro poder: la
conservación de su existencia será una bonra para nuestro ejército.
Cuando Riaño se vió solo, trazó en un papel ]as siuientcs palabras, entregáridole a wi emisario de su confianza:
Seim- brigadier D. Felix Maria Calleja: Vo a pc/ear, porque
VOy d ser atacado en este instante: resistiré cuanto pueda porque
soy honrado: vuele V. S. d mi socorro... d mi socOrro.
Guanajuato, 28 de Setiembre d las once de la mañana.
Riañ'.'
Después dijo en voz alta corno si alguien Ic escuGhase.
—Cumpli ya con Jo que debo a Dios, preparándome a niorir
como criiano: cumplamos, muriendo. con to que debo a! rey.
XVI
Resuelta a defenderse Ia guarnición de la aihóndiga, Berzábal y
Riaño acordaron su plan distribuyendo convenientemente la fuerza.
D. Gilberto, ci hijo del intendentc, recibió la comisión de defender con un destacamento de provinciales la trinchera situada at piC
de la cuesta de Mendizábal, tocándole a él romper el fuego contra
las avanzadas insurgentes.
Medio dia iba a ser cuando un grupo numeroso de indios armados de fusiles, hondas, fiechas y lanzas, se presentó en la caizada
de Nuesti-a Señora de Guanajuato, y pasando resueltamente ci
puente del mismo nombre, llcgo al pie de la trinchera; corno nose
detuvjese ii at niarcárseles el alto, ci destacamento hizo fuego ma-
La Derrota de las Cruces
285
Ftando a varios y haciendo huir precipitadamente a los dcmás. Un
instante después volvió a presentarse la avanzada, pero no ya sola,
sino seguida por una verdadera muchedumbre de inás de veinte
mil indios, que conservándose a buena distancia de la trinchera,
entraron lentamente en in población, yendo a ocupar todas las alturas y azoteas próximas a La alhondiga: un cuarto de hora más
tarde, D. Miguel Hidalgo, a la cabeza de los cuerposde caballerla,
forinados por más de dos mil hombres, apareció en el liano de
alas Carreras,* y descendió a la ciudad seguido del i-esto de su ejdrcito, que empleó largo tiempo en acabar de destilar y tomar ]as
posiciones a que fué guiado por los mismos guanajuatenses, ya en su
mayor pane unidos a las tropas independientes: a su paso stas por
la cárcel publica, dieron libertad a cerca de cuatrocientos criminales y detenidos, a quienes obligaron a marchar a la vanguardia.
Las alcuras próximas a la alhóndiga velanse coronadas por una
multitud que parecla esperar Ia scñal del ataque para dejarse caer
sobre ci edificio: sta sonó al tin, y In gniteria de los indios subió
imponen a los aires, que eran a La vez sulcados por una tupida
granizada de piedra, disparadas contra las tropas y vecinos situados en Ia azotea del palacto del rnai. Las casas próximas a éste fueron ocupadas por los soldados del regimiento de Celaya armados
de fusiles.
Al mismo tiempo las trincheras eran atacodas con encarnizamiento por los asaltantes, siendo la que en mayor peligro se encontraba la de in calle de los Pocitos, al mando del capitán espailol don
Pedro Telmo Primo.
Riaño, que todo lo observaba, tomó de la reserva veinte paisanos
arrnados, y queriendo estimulanlos con su valor, 61 mismo los fué
a situar en el punto en que mis parecla cargarel grueso delosenemigos. Feiizmente lievada a término in dificil é imprudente operaCiÔn, Riaño regresó a la aihóndiga entre un diluvio de Piedras,
cuando at ir a poner el pie en ci primer escalón de acceso ala puerin del editicio y en el instante en qua voivia in cabeza paradar una
orden d su a y udante D. Jose Maria Bustarnante, una bala disparada 'or un cabo del regimiento de Celava, desde una casa no muy
distante, vino a heririe en la frente sobre ci ojo izquierdo, produCiéndoie una muerte instantánea.
Si ya no hubiese comenzando el ataque, Los defensores de la al-
L'Sa1e)S
If to
o'
%fexeo us
hondiga no habrian opuesto resistencia aiguna al cncmigo: tal luc
ci efecto que en todos produjo la vista del cadaver del intendenic
conducido en hortbros por su pálido y lioroso ayudante. La confusion en tales mornentos fuë espantosa en el interior del edificio:
habla muerto, no solo un hombre querido, valiente y magnánirno,
sino ci alma de los sitiados, su organizador y general en jefe. SOio
las tropas de Ia azotea mancenIan el fuego con heróico valor entre
Ia liuvia de pied ras arrojadas por los honderos, a quienes surtia en
abundancia de elias la plebe de Guanajuato, bajando a cogerias al
]echo del rio de la
Cata.
En aquelios supremos instantes, nadic, sin embargo, se atrcvi
habiar deirendicin. Si no fuo ci asesor de la interidencia D. Manuel
Perez VaidCs, quc juko asu m ii ci ma ni cnio sucesior accidental
del propietario.
Pero aill estaba I). Di ,-,
Per los
lerzihal . j uc ccii an lueg
ojos, increpO la cobarda de ValdCs, hacitndose cargo de la autoridad vacante cotno oficial veterano de mayor graduación en campaña: en su virtud, y una vcz que tomó ci marido, securidado por ci
elemento militar, dió orden de recogerse al interiorde Ia alhondiga
a los destacarnentos prOximos a sucumbir al ntniero en ]as avan
zadas. I mposible describir la escena a que dió margen ci encuentro
•de D. Gilberto Riaño con ci cadaver de su padre: su desesperaciOn
Ic entrego en lo absoluto al deseo de venganza, y comenzO a luchar
de nuevo con esa cólera sublime que Homero canto en Aquiles irritado contra ci valeroso HCctor.
Cada vez que con certera punteria hacla rodar de las alturas ci
cuerpo de un sitiador,
—jMiserabie!—gritaba:—por qua no estä a tu lado tu hijo para
verle retorcerse con ci dolor que me está asesinando a m[t
Y multiplicandose con la fuerza creadora de victimas de su rcacor sangriento, hallãbase en todu iugar en que ci peiigro era mayor
y más probable dar muerte i un enemigo, v a los SUVOS, Si eran
mas fuertes . em ulaba. v Siin is d 101 CS. increpaha con ilia Id iciofles
terribles.
La retira in dc ins treJpas ic ]as trincliaras dL:J6 a la multitud tie
los asaltantes libre acceso hasta las macizas paredes de la alhOndia, y por las ya indefensas calies derramóse con Ia violencia del torrente que arroila ci obstácuio en que se estreilaba: los cornbatien-
I
La Derrota de las Cruces
tes avanzaban, sin poder resistirse al empue de las masas que les
seguin descend3endo de las alturas y azoteas; y a! Ilegar al edificio,
contra l eran aplastados en confusion trenienda, sin cspacio para
retroceder ni combatir.
—Las granadas!—gritó entonces D. Gilberto tomando en sus
Imp<sblc dcribir Ia cceua...
mok.
manos los primeros frascos de azogue por él con vertidos en mortiteras armas.
—AlIá van!—dijo prendindoles ]as mechas y arrojándolas por
las ventanas.
Un instante desputs las granadas estallaron, dando la muerte
cada una a cien personas i la vez: las mu jeres y los niños surtlan
Sin cesar a los sitiados de los tremendos pro yectiles que abrIan ciaros inmensos en todo ci contorno del editicio, a cada explosion so
focada por los lamentos de los heridos; pero aquellos claros cubrianse inmeditamente con nuevos asaltantes, que rugian como
288
Episodios Hstóricos Mexi.anos
ruge ci huracán at pie de la encinas que se propone derribar: como
ruge en rnitad de losS mares, al combatir con las montañas de las
olas que en gigantesca cordillera abren los profundos abismos en
que se sepulta cada año la mitad de Ia humanidad navegante y dos
terceras partes del comercio ' ntre ambos mundos. Otro mar de
combatientesse agitaba en revuelto oleaje de cabezas en torno del
palacio del mai, que como ci Sinai, vomitaha centelias y truenos
y como ci arca de Nod pretendia at flotar poner en salvo las tradiciones de los sigios, silbadas por los desencadenados vientos dc las
nacientes conquistas. Las escenas de este combate de dos titanes;
formado uno por un centenar de hombres inscrusados en un cuadriltero de piedras, formado ci otro por la cólcra de veinte mil
asaitantes; las escenas de este cornhte, repito, solo tenian aiguna
variación en la cuesta del rio de la Cata, en la cual ci rcgimiento
de caballeria del Principe, acosado por la muchedumbre, abriase
Ia puerta dc otra vida mejor vendiendo caras las de sus soldados:
muerto su capitán Castillo, tomO ci mando D. José Francisco Valenzuela, tenicnte y natural de Irapuato, y arrancado del cabailo
por las Ianzas de los que Ic ccrcaban, Viva Espaiia, gritó y desapareciO como grano de arena que traga ci mar, hajando, sin ser
polvo todavIa, a servir de aliom bra a los pies de sus vencedores.
Las horas transcurrian y los dos titanes continuaban combatiendo
y la muerte se cebaba en ci uno y eri el otro, y la masa de los muertos al derrcdor de Ia alhOndiga habria aizado ci piso de la plaza
mcdio cucrpo de hombre.
—Esto es horrible!—dijo D. Miguel Hidalgo apareciendo con
su estado mayor.
—Si la lucha se prolonga,—observó Allende,—quedarcmos al tin
sin un soldado.
- Heroismo admirable!—repuso H idaigo:—salvas las opiniorics
distintas de unos y otros combatientes, juro a usted que tan honrado me creenia siendo jefe de los de adentro como de los de afuera.
CreaJo usted, muchos auios pasaran antes de que dcsaparezcan ins
pasiones que acabamos de c1espertar, pero cuando ci criterio recto
sobrevenga, dirán los historiadores que ci combate de la alhóndiga ha sido una hoja arrancada de los poemas Cpicos de la antiguedad.
—Pero es neccsario poner término a esta lucha.
I
La Derrola de las Cruces
289
—Le pondremos; nuestros indios se han cegado y mueren, no
por Ia victoria, sino por la venganza.
Los sitiados mientras tanto combat Ian cada vez más sin orden iii
concierto alguno; la autoridad de D. Diego Berzábal ya no era pot
nadie reconocida; D. Gilberto Riaflo luchaba por su cuenta, hen-.
do por el dolor de la muerte de su padre: las mujeres, exaltadas a
la vista de La sangre y ante ci clamor de los moribundos, obligaban
at asesor D. Manuel Perez Valdés a enarbolar bandera blanca; pero
com() Berzábal, D. Gilberto y las tropas segulan disparando sobre La multitud, achacándolo ésta a felonla, renovaba con furor ci
asalto.
Valdés hizo entonces descolgar por una ventana a un soldado
que fuera a tratar de parlamento; pero apenas comenzaba a descender, cuando vino a tierra acribillado de mortales heridas: quiso
seguirle ci padre D. Martin Septien, y asi to hizo, vistiendo su traje sacerdotal y enarbolando en sehal de paz un crucitijo de buen
tamaño: la imagen saitó hecha pedazos, y ci sacerdote, at Ilegar herido pero con vida at suelo, hubo de defenderse v salvarse at fin,
arremetiendo a goipes terribles con ci árbol de la cruz que le habla
quedado.
Hidalgo, que nada de esto podia saber pot hallarse frente a otra
fachada de la alhóndiga, gritó de sübito con fuerre voz a uno de sus
soidados, ya conocido para mis lectorcs:
—PIpi1a! la patria necesita de tu valor. €Te atreverãs a prender
fuego a la puerta de La alhóndiga?
Inmediatamente que tal pregunta oyó Pipila, dijo saludando at
general:
—Eso no se pregunta, se manda, y se hace.
En La esquina de La calle de los Pocitos v subida de Los Mandamientos, existia una tienda de rajas de ocote: abniCronse a golpes
las puertas y P1 pila tomó unos cuantos manojos de ese palo resinoSO que arde con facilidad, produciendo una luz viva, y se lanzó reSUeltamente a la empresa.
Un grande espacio mediaba entre La puerta de la alhondiga y las
filas de los sitiadores, espaciO que nadie se atrevia a franquear, pues
en Cl imperaba solo La muerte.
Pipila, con La fuerza hcrcálea de que ya hablC, Iimpió de tierra
Con la hoja de su puñal la hendidura que entre sI dejaban dos
-
Tort
290
Episodios Hisóricos Mexicanos
enormes losas, y arrancando una de ellas, la echO sobre sus espaldas y agachándose casi hasta tocar el suelo, avanzó: una liuvia de
proyectiles cayO sobre él sin causarle el menor daiio, entre los gritos de cOlera de los sitiados y las aclarnaciones de Los sitiadores.
Pipila llego a Jo puerta de la alhOndiga: un hurno espeso le envolvIa: las llamas lamieron en un prinçipio aquellos macizos tableros, y después, haciendo presa Ai ellos, consumlanlos COfl rapidez.
BerzbaI, que supo lo que pasaba, reunió a los soldados que le
quedaban aiin de su heróico batallón y los formó detrás de la puer.
ta, preparados a disparar sus armas.
—Adelante!—gritó Hidalgo, y la multitud se lanzó al asalto
de La puerto qua formaba una cortina de llamas verdaderamente
fantástica.
—;Fuego!—gritó Berzábal a su vez, y una descarga de los soldados diezmó las primeras filas de los insurgentes, pero las segundas
avanzaron abriëndose paso al interior.
Espantoso fué entonces lo que aill paso; los indios del cura ccsoron en su mayor parte de combatir, seducidos por la idea de apoderarse de los tesoros en la alhOndiga acumulados; pero la plebe
de Guanajuato, hasta entonces casi impasible espectadora, quiso
ser la primera y inica en repartirse ci botIn, y echándose sobre las
tropas independientes, las atacó sin piedad y con violericia, y la lucha fu6 terrible y sangrienta: a la vez. los pocos defensores del edicio que aun conservaban la vida, peleaban como Icones por la
salvaciOn de sus intereses, y los gritos,
hi confusiOn, las maldicio-
nes, Ins blasfeniias y las voces de muerte ensordecian aquel recinto.
por cuyas escaleras rodahan envueltos en desorden repugnante,
los vivos v los muertos, los papeles de los archivos, los sacos de
dinero, las harras de plata, los tejos de oro y los muebles que se
suponla guardaban alguna oculta cantidad 6 codiciadas alhajas
Las mujeres acogidas en la alhOndiga, buscando para salvarse, el
rnodo de impedir la entrada a los que no Ia hablan logrado, vaciaban los sacos de moneda acuutada, por las ventanas, y entonces In
amhiciOn del pillaje embriagaba más y más a hi multitud. w
Los más desalmados de la plebe de Guanajuato se apoderaron
de los frascos de azogue convertidos en granadas que aün existia ii y
los dispararon sobre las tropas insurgentes, a i-in de contenerlas y
ejercer solos ci saqueo.
4
1,.z 1)
:
Berzábal se retiró con sus provinciales y los abanderados Marmolejo y Gonzalez a un ángulo del patio, defendiendo alli sus pabeUoncs, que su resistencia cubrIade esplendente gloria. Acosados
por el n(mero, cayeron Marmolejo y Gonzalez, vitoreando la causa por Ia cual morlan, y solo ya Berzábal cayó a su vez tambin
abrazado a las banderas que oprimla contra su corazón, despuésde
habérsele row la espada y disparado su pistola con cuyo cañon,
ya vaclo, aun pudo romper el cráneo al más prOximo de sus enemigos.
El combate con los sitiados cesO entonces; pero la muerte continuO segando vidas en eras del rencor de los vencedores que se
portaron sin piedad ni conmiseración alguna.
Poco menos de cinco horas habla durado aquel encuentro terrible, el primero ocurrido entre insurgentes y realistas: de aquellos
perecieron en el asalto y en el interior de Ia alhdndiga TRES MIL HOMBRES; de los segundos, cerca de trescientos cincuenta, esto Cs, las
cuatro quintas partes dc sus defensores.
Pipila habla entrado tambiën en la alhdndiga. pero en vano se Ic
buscó durante mucho espacio de tiempo: crelasele ya un cadaver
envuelto entre los de los demds, cuando un fortIsimo grupo de
guanajuatenses 64 indios del cura, derribando la puerta de La troje
nOmero 2!, fueron a encornrarle oculto en ella.
— 1 Miserables! atrás!—les grito con voz semejante al rugido del
tigre que detlende su presa.
—AlgOn tesoro hay aqul y le quiere para si solo,—gritó un mdividuo que casi sin poder con ella cargaba una barra de plate.
Pipila poniéndose en pie, aguardO que el individuo se Ic acercase, y apenas le tuvo a buena distancia, le descargO un golpe tal,
que La vIctima soltó La barra y cayó arrojando sangre por La boca:
ci grupo quiso echarse sobre PIpila, pero tomando Cste la barra La
levantó en alto, y lanzándola con violencia, mató de una sole. vez
Cinco individuos, diciendo a los restantes que no osaban pasar de
Ia puerta:
—Llëvenla ustedes si quieren, se la cedo.
-;Cuantas más tienes ahi ocultas?
—Ninguna.
—Mientes!
— Pasen dos de ustedes a convencerse de que ni un solo peso
292
Episodios Histórkos Mexicanos
hay en esta troje, y después saigan y déjenme, Si no qUieren que
les pruebe que Pipila se basta él solo para concluir con ustedes,
cuadrjlla de ladrones!
Impuestos por Ia voz terrible de PIpila, nadie se atrevió a responder, pero si dos de aquelios hombres hicieron en pocos instantes ci registro a que habIan sido invitados.
PIpfla mientras tanto tomO una raja de ocote encendida y Ia conservo en su mono izquierda, mientras apoyaba Ia derecha en
un montón de pistolas de las cuales dijo mostrándolas a los asaltantes.
—jTodas tienen carga, se to advierto!
Esto pasaba en muchisimo menos tiempo que ci que estoy nccesitando para referirlo.
Iba a retirarse ci grupo. cuando uno de los cadiveres que d su
lado tenia PIpila se sentó sobre ci piso que Ic servia dc fünebre Iccho, diciendo:
—Ab! jaun vivo! jyO te vengaré, padre mb'
— 1 E1 hijo del intendente!.. .—exclamaron los que Ic babIan rcco-
nocido, a la vez que manifestaron impulso de lanzarse sobre él.
—Atrás!—rugió PIpila,—sI, D. Gilberto herido malamente, y ci
cadaver de su padre tarnbién. iDescCibranse ante el valor desgraciado!
—Arrastremos por las calles at cuerpo del gachupIn!—dijo una
voz.
PIpila no aguardO más, y acercando Ia llama del ocote a la mecha de una de las granadas de la invencidn de D. Gilberto, la arrojó sobre el grupo que ernpezaba a traspasar la puerta.
La explosion fué espantosa en aquel recinto abovedado y espesIsima la humareada.
Cuando hübose disipado, sOlo PIpila quedaba en pie, siempre at
lado del cadaver del intendente y del cuerpo mat herido de don
Gilberto.
XVIII
A la plebe de Guanajuato han achacado todos los historiadores
ci saqueo terrible y sangriento de aquella poblaciOn: la hez de sus
moradores en aquellos dias fue, en efecto, Ia promovedora de escenas cuyo relato lastimaria ci corazOn del lector más insensible.
La Jkrrola de las Crues
2C1
3
La noche del 28 de Setiembre fué digna continuación de aquella
tarcje, y solo tiene semejante en la historia del pueblo francis en
los dias asombrosos del terror.
S aqueada la alhóndiga, puestos en prisiOn sus defensores que
quedar0 con vida, indios y plebe, a la luz pavorosa de las teas, se
en tregaron a t' nuevo saqueo en la ciudad, no perdonando en su
furor ni a Jos mismos criollos y pacuficos vecinos: la multitud ha..
b iase posesionado de las tiendas de abarrotes de la propiedad de
'OS e spañoles, embriagandose con los vinos y licores en ellas existentes, y no ya al saqueo sino al pillaje fué a lo que desenfrenadase entregó. Repugna referirlo, y quiero no deterierme en
Pori dera rio.
Miguel Hidalgo, Allende, Aldama y demás jefes, hicieron
cuan to les fud dable para potier fin a aquella exaltación del bandidaje; pero las fucrzas reguiares a sus Ordenes no pudieron conse911ir0 y bien al contrario, fueron atacadas por la plebe con el
mISIfl0 encono que Si hubieran sido realistas.
H idalgo no podia contener su indignaciOn.
— Estos miserables,—decia,—van a desacreditar mi causa.
El domingo 3o de Setiembre ya no quiso esperar rnás, y expidiO
Un hando disponiendo cesase aquel desorden: y queriendo borrar
a 'mpresión de aquellos crimenes que 6 no habia cometido ni
POdjd0 evitar, dictO un buen namero de disposiciones acertadas y
CQS.
M ando poner en libertad a todos los criollos aprehendidos en la
alb ridiga, y a algunos españoles devoiviO a sus casas, y al resto
6
e Jos prisioneros dispuso se asistiese con cuanto pudieran necesitar, o rdenando se les curasen las heridas, ya por enfermeros de su
e)!rcito ya por sus propias familias.
su alojamicnto del cuartel del Principe, acudieron varias peren dernanda de protecciOn, y a todas se las acordó Hidalgo
Pusirna.
este caso se encontraron la señora 6 hijo de un opulento esP" 601 , D. M. Baranda, prisionero de las tropas independientes.
Al postrarse ante ci cura aquella madre y aquel niño que después
h
de figurar de un modo ilustre en su nueva patria, Hidalgo
leS hizo levantar, y tendindoles conmovido SUS brazos, les dijo:
Señora, las circunstancias me obligan a disimular estos males
&
I '--
Lpso.iLos Hi5f6,iCOS Slexicanos
necesarios, que soy el prirnero en sentir y lamentar... Su marido
de usced queda en libertad, ya que se ha librado del furor de mis
soldados, y ojalá que asI pudiera yo salvar a todos sus compañeros
de infortunio.
Una prueba más quiero sitar entre mil que justifican al cura de
Dolores como inocente de los crIrnenes de Guanajuato.
El mismo interesado D. Lucas Alamán Ia ha referido después.
con palabras de las cuales yo me permito tomar las que hacen at
caso.
En la planta baja de la casa habitada por aquclia ilustrc familia,
halláhase Ia tienda de un español, D. José Posadas, de cuyo nombre tienen noticia mis lectores por una conversación que fIgura al
principio del capItulo XI de mi libro, entre un hombre llamado
ci
roto, y otros de sus camaradas.
Los miserables que en ella intervinieron preparábanse en aquclbs instantes a cumplir su malvado proposito de apoderarse de los
efectos y dinero ocultos por Posadas en una bodega del patio interior: ci roto los acaudillaba.
La empresa la consideraban tanto más segura, cuanto que el p0bre comerciante hahIa muerto en Ia defensa de la hacienda de Dobores: scparada ésta de Ia alhóndiga por una estrecha calle, Riaño
habla comprendido que no era dable abandonarla sin grave riesgo
del edificio en que pensaba hacerse fuerte, y encomcndó su guarda
y defensa a una sección de Ia compañIa de vecinos armados.
Cuando se hizo imposible sostener las trincheras y rnandó Berzábal retirarse a sus destacamcntos, los paisanos de la hacienda se
consideraron, con justicia, perdidos v sOlo rensalon en vender caras sus vidas.
Un instante creycron poder ponerse en salvo por la puerta que
daba al puente de palo del rio de la Cata; pero los insurgentes habianse adelantado, y rechazaron a los vecinos hasta el punto en
que se hallaba la noria de la hacienda, en el cual se hicieron fuertes hasta que se les acabaron ]as municiones: su jefe D. Francisco
Iriarte, el mismo que fué el primero en avisar at intendente ci
principio de la revolución, maró dl solo diez y ocho insurgentes.
Viéndose, como ya dije, sin municiones, aquellos comerciantes
entre los cuales se hallaba Posadas, primero que entregarse prefirieron morir y se arrojaron a la noria pereciendo en ella ahogados.
La
!)errota de las Cruces
295
La ocasión no podia presentárseles rnás favorable a el roto y a
s camaradas, enterados de Ia existencia del tesoro por ci mismo
rgador que ayudó a Posadas a ocultarlo.
Por más que el roto procurO no ilamar la atención de Los indios
l ejrcito, un gran ntimero de ellos se le unió, mal a su pesar, a
nsecuencia del escdndalo promovido al negarles La entrada los
r
criados de la casa de la señora de Alarnán. Mientras los unos mantenfan la disputa, los otros asaltaron 18 casa pot el entresuelo, y en
ci descanso de La escalera se apoderaron del joven D. Lucas, entonces de diez y ocho años de edad, y ya le arrastraban tras de si
creyendole europeo, cuando los criados y algunos de La plebe de
Guanajuato que Ic conocian, obligaron a los aprehensores a dejarle
en libertad, contenindose por entonces los asaltantes.
Aprovechando La tregua La señora ALamán y su hijo D. Lucas,
dirigiéronse atravesando no sin peligro las calLes, al cuartel del
Principe, donde Hidalgo se alojaba.
Hallábase D. Miguel en una pieza ilena de gentes de todas ciases: habia en un rincón una porción considerable de harras de plata recogidas a Los asaltantes de la alhóndiga y manchadas aUn de
sangre: en otro una buena cantidad de lanzas, y arrimado a La pared y suspendido de una de acjuellas ci cuadro con La imagen de la
Virgen de Guadalupe.
EL cura estaba sentado en su catre de càmino, con una pequeña
mesa delante, con su traje ordinario y sobre su pecho una especie
de tahaLi morado.
Recibió a La señora y a su hijo con agrado, y sabedor del suceso
que los lievaba all1, asegurandoLes su antigua amistad, les dió una
escolta mandada por ci capitán Ignacio Centeno, ordenando a dstc
custodiar tanto la casa como Los efectos que en ella pudiese haber,
pertenecientes al desventurado comerciante.
En vez de someterse a las disposiciones de su general que Centeno Ic comunicó, el roto excitó a La multitud a que le secundase
en el asalto de La bodega de Posadas, y siendo casi imposibie contener tal intento, un soldado recibió La comisión de enterar a Hidalgo de ello.
Encolerizado D. Miguel con este nuevo acto de rebeldia y desacato d su autoridad, dió inmediatamente la orden de montar a caballo, y di mismo quiso en persona trasladarse al lugar del suceso.
"
206
Episodios Históricos Mexicanos
Lievaba al frente ci cuadro de la imagen de Guadalupe, precedido de un indio a pid tocando el tambor; segulan porción de hombres del carnpo, a caballo, y algurios dragones de la Reina en dos
filas: marchaban por Ultimo el cura, sus generales, ayudantes y oilcialidad, todos con una estampa de la Virgen de Guadalupe en los
sombreros.
El tumuito de los asaltantes de la casa de Posadas habIa ilegado
al extrerno del escändalo. La plebe y la indiada arremetIan con
furor contra ci capitan Centeno y sus soldados, y las voces de
muerte y de saqueo eran por todos repetidas. La presencia del general en nada disrninuyó el desorden, a pesar de haberse intirnado
a los grupos que se retirasen inmediatamente.
Conteniendo Hidalgo su indignacion, adelantó cuanto pudo su
caballo, y dirigiendose a la plebe, habló de esta manera:
—Hijos mios, soldados de la America, yo, vuestro caudillo, os
hablo en nombre de la honra de nuestro ejército: aqucllo de que ci
soldado se apodera en ci momento del combate es su legitimo botin, y paga justa de su valor mientras puede regularizarse mi gobierno, y atender con sus rentas al pago de sus servidores; pero
cuando la victoria nos ha hecho dueños de toda la provincia con
la toma de su capital, y los ejrcitos de los europeos son nuestros
prisioneros, lo que intentáis es un criminal pillaje y una defraudadon de los fondos que deben ingresar en Ia tesoreria del ejCrcito.
Rctiraos, pues, y no manchando la gloria de que os habCis cuhierto en Ia toma del Castillo de Granaditas, me ohliguéis a castigaros
severamente.
—QuiCn eres tO para hablarnos de castigos?—preguntó con insolencia el roto adeiantándose y tomando del treno al cabailo, que
se encabritó como ofendido del contacto de aquella mano criminal.
—Miscrabie!—gritó Allende levantando su espada y deándoia
caer sobre ci atrevido.
—Quieren asesinar al pueblo!—vociró el roto, esquivando ci
golpe con suma descreza.
—CanalIa! jladrOn!—repuso Allende acometiéndole de nuevo.
—Nos insuitan!
—A ellos!
- M ueran!
ILa Derrota de las Cruces 297
Asi repetIa con desaforadas voces aquella muititud, que arremolinándose en revuelta confusion, rodeaba a Allende a quien hizo
caer del caballo, y hubiéraie tal yea rnuerto, si las tropas y gente
del cura no hubiesen cargado sobre ellos hacindoios primero huir
y persiguiéndolos después por Is plaza, en una de cuyas esquinas
hallábase Is casa de los Alamanes.
En ci breve espacio que estas escenas exigieron pars verificarse,
Is voz habla corrido de un nuevo saquco, y numerosos grupos de
plebe se cchaban sobre ]as casas de mexicanos ricos, y no logrando
se les abrieran, comenzaron a arrancar a barretazos las rejas de las
ventanas.
Indignado ci cura, mandó hacer tuego sobre ellos, resultando
varios muertos y heridos, lo que impuso a la muchedumbre que
acababa de recibir tan severa iección.
—General,—dijo Allende,—ha vuelto ustcd por ci honor de
nucstra causa: ya se hacla esto necesario.
—Señor teniente general,—repuso D. Miguel Hidalgo,—ese
cumplimiento parece una recriminación.
—Aseguro a usted que no Jo es.
—Me compiace que asi sea. A nadie más que a ml irritan ci saqueo y iatrocinio de mis tropas; pero estos daños son inevitabies
en revoluciones como Is nuestra, obligada a echar mano de cuantos elementos de triunfo se le presentan. Pero si la Providencia
quiere que bien siga lo que tan bjen ha cornenzado, yo demostraré
no serme dcsconocidos los principios de moralidad y administración. Deje usted nada más que los hombres que me rodean lo permitan. Hoy por hoy, si yo castigase a quienes en mi ejdrcito lo
merecen, craio. Sr. Allende, nos abandonarIan las masas que solo
por numerosas nos han dado hasta el presente Is victoria. Hay
males necesarios uc utitican 1s tines: t3mbMi di caos brotO
la luz.
—Dice usted Neil, general,—reruso Allende.—y mi dcseo no es
otro sino ci de evitar que se nos home bandidos.
—Pienso corno usted, pero no habrcmos de conseguirlo.
—Y por qu6 no, Si ponemos los medios pars ello?
—Porque en las luchas politicas. solo dos calificativos pueden
marircs 61 ci dc baniriterviencn: ci
obtener los que en l
Toatol
298
Episadios Históricos Mexicanos
—Pues antes pretendemos aquél.
—Allende, obtendremos los dos.
—Qué dice usted?
—Que por los hombres de nuestras ideas, seremos ilamados
mártircs, y por los de las contrarias, bandidos. Tat es la eterna
ley; pars nosotros Jesucristo CS Ufl Dios; para los judlos tin criminal justamente castigado con un suplicio vii en la cumbre del Gólgota.
XIX
Ya es tiempo de volver a ocuparnos de mis padres y de ml mismo, que tan mal parados quedamos en anteriores capItulos, gracias a la persecución de Ia funesta trinidad de Miguel Garrido, ci
Franciscano, y capitón Garcia Alonso, ó sean los tres nuestro ünico y solo enernigo verdadero.
Cosa de cuento parecerá a mis lectores la maravillosa fortaleza
de aquelios hombres rnedio muertos y atrozmente heridos por las
manos de sus contrarios ó de su suerte infausta; pero bien sabe
Dios si todas las partes de mi narración no son estrictamente verdaderas.
Por más asombrosos que estos incidentes y accidentes parezcan,
no son menos ciertos que otros de que las historias andan ilenas,
por más dificii que nos sea comprenderlos, como tampoco cornprendemos cómo nuestros antepasados podlan moverse y combatir con esas armaduras que, para ser actualmente trasladadas de
una a otra sala de un museo, necesitan de dos mozos por to menos
quc las carguen.
Mucho me aflige no poseer en esta ocasión toda esa ciencia infusa de que hacen gala inuchos escritores que no saben deck buenos
dias tenga usted, sin apoyarse en ]as obras y autoridad de todos
los sabios habidos en las anLiguas y modernas edades de La huma
nidad; pero ya mis lectores saben que, nacido en dIas de combates
y desorden y cuando la instrucción pciblica no estaba en verdad
mucho más adelanada que boy, mis buenos padres no pudieron
hacer de ml un sablo ni cosa que se le parezca.
No naci en pobres pañales, pero sI en la cuna del pueblo; hago,
pues, ml narración sin pretensiones y buscando solamente ser en-
La Derrota de las Cruces
tgg
tendido por mis hermanos de la clase fnfima en que naci: soy ci
historiador del pueblo, y como el pueblo hablo sin meterme en
más dibujos.
IF La verdad de las cosas es que la vigorosa naturaleza de ml padre
le hizo sobreponerse a los accidentes que a cualquiera otro hubiera producido la herida que le causó ci franciscano, Ia misma noche
del dIa en que ci cura D. Miguel Hidalgo dió principio a la lucha
armada de nuestra independencia.
Cualesquiera que sus sufrimientos fuesen, ni le salIan a la cara
ni le estorbaban para proseguir sus empresas, y como hombre de
hierro, resistIa it todas las injurias del sino sin doblegarse it sus
embates.
• Algunos dIas después de haber caldo en los caiabozos de la Inquisición, sintió por primera vez en su cautiverio que las Haves y
cerrojos de la puerta giraban entre los dedos de un carcelero 6 un
salvador.
Por su fortuna, lo ultimo era lo cierto, aunque en la persona de
lo primero.
Quiero decir que su mismo carcelero era su salvador.
—Benito,----entrd diciéndole,—esta misnia tardc he sabido quien
cres: la honra de los criollos; y estoy resuelto a salvarte, tope en lo
que tOpare.
—No vienes,—le preguntó receloso ml padre,—enviado por Garcia Alonso?
—No me ofende tu pregunta; es natural que desconfles de ml.
—Entonces déjame en paz.
—Oye, Benito, yo soy criollo como td.
--Y como tantos otros que combaten contra los independientes:
CSO nada pru.ba .
—Si prueba, Si te fijas en que he dicho criollo como tü, Cs decir,
que tengo tus mismas ideas.
— Cómo te llamas?
—Sin duda no me conoces; pero, en fin, me Ilamo Marcos
Cuevas.
—Pues bien, Marcos Cuevas, y e a decir ti tu amo ci franciscano
que desde este morncnto noileuer j do hahiarte nj una sola pala-.
bra rnás.
por tu hijo?
Episodios Histdricos Mexicanos
3oo
—Por mi hijo!... Zqud quieres decir, Marcos? jhabla por piedad!
jha caldo de nuevo en poder de Garcia Alonso!
—Lejos de ello, está enteramente en salvo.
—10h! maldito seas si me engañas.
—He aqul Ia prueba,—repuso Marcos Cuevas, entregándole
Pape].
Era letra de Maria, una carta que mi padre besó con transporte
antes de leerla.
- Gracias, Dios mio!—dijo postrándose.
—Levántate, Benito, y 1e1a, aqul está mi farol.
Mi padre leyó lo siguiente:
Benito, 7?21 Benito, Benito de tni coradn: jl3endita sea nuestra
Madre San tisi?na de Guadalupe, bendita mil veces! Mi hijo, nuestro idolatrado hijo Carlos Miguel, estd en salvo yen mis braos,y
hoy mismo salgo con éI para Valladolid, donde me acogerdy me
ocultard en la casa de (us parientes.
A Acuña, el infeliT padre Acuña que me lievard conmigo, debo
este supremo bien. Sit encuentro fisé casi milagroso. Figürate
que... pero ya te lo contard cuando nos veanios, porque por carta
nunca acabaria.
Aunque me voy d Valladolid no creas que te abandono. Esta carta te la en! regard (U mismo carcelero, en quien puedes tener cornpleta con fiana, pues es tin buen crio i/o que quiere al cura y d la
independencia de nuestra patria.
No te digo mds: el franciscano anda en nuestra busca ;- yo escapo en seguridad, merced d tin plan del pobre padre Acuña: Dios
perdone a Garrido que tanto mal ha hecho d tin hombre tan bueno
y de tanto talento como Acuña.
Repito que conoco bien d Marcos Cuevasy que debesfiar enterarnente en éi.
Tuya siempre, mi Benito, tu Maria.
—Marcos,—dijo mi padre tendiéndole La mano,—Maria me dice
que confle en ti: debo hacerlo?
—Benito,--.contestó Marcos con sinceridad,—si tu no quieres
aar en ml, después de esa carta, me es imposible darte otra prueba
más patente y expresiva.
3oi
La Derrota de las Cruces
—Si, puedes.
_Comprendo, dejándote salir de tu calabozo, no es cierto?
—Si.
—Ahora no es tiempo aün.
—Lo ves!—añadió con desaliento mi padre.
—Escucha: Garcia Alonso debe venir a hablar contigo dentro de
unos momentos.
—Oh! entonces dame un puñal, y no te exijo más.
AM
-
, Y•1'
IA
V
Mi padre kyb lo siguieotc:
—Calma, todo eso va lo arreglaremos: le tengo preparada una
rnuerte menos agradable que una puhalada en el corazón.
—Qué quieres decir?
—Que te encuentras en uno de los calabozos de hierro de la Inquisicion.
—Y qué? ya lo he notado.
—Que debajo del piso de este calabozo existe un hornillo tan
grande como él: cuando el reo que en él se aloja es sentenciado a
uerte, se encieride gran cantidad de lena en ese hornillo, y algu-
3o2
Episodios Históricos Mexicanos
nas horas después el reo deja de existir en medio de atroces tormen tos.
—Lo sé, lo sd, pero qué quieres decir?
—Que tü estás condenado a este suplicio, y que la lena está ya
preparada con aceite para que arda mejor y rnás pronto.
—Marcos Cuevas!—gritó con desesperación mi padre.
—No tiembles, criollo: tienes sangre de Is raza de Guatimozzin a
quien quemaron los pies sin arrancarle una sola queja. Ademãs, no
scrás ici al que asen en este calabozo, sino a LU enernigo ci franciscanO.
- Horror!...
—Calla tü y dCjame hacer a ml.
—Eso es una crueldad espantosa.
—Para ti, lo creo: para ml es cosa comUn y corriente: hace diez
años que soy carcelero de Is Inquisicion, y tengo el alma más
dura que un bronce. He presenciado este suplicio niuchas veces;
desde que se suprimieron los autos de fe ep publico, los calabozos
de hierro han sustituido a los quemaderos, con ventaja para Is
crueldad. Esto no lo saben los de aluera, pero lo sabemos nosotros.
—Oh! iquisiera huir de aqul!
—Te he dicho quc por ci momento es imposible: ci pasillo en
que está este calabozo no Licne mis salida que In sala secrets del
tribunal, y en ella están reunidos en este instante los inquisidores
con Garcia Alonso.
—;Y cuándo podremos salir?
—Lo menos ha de pasar media hors. Pero, icon mil de a cabaho! tranquilizate y no desconfies de ml ni del ëxito de tu salvación:
toma y vistete este Lraje.
Esto diciendo, Marcos entregó a ml padre una tünica con capucha, de lana negra, exactamente igual a Is que él mismo ilevaba.
—Qué es esto?
—El vestido de ml ayudante cuyo lugar he comprado pars ti al
propietario, gracias a diez onzas de oro que pars ello me entregó
Maria. Pocas veces te habrãs puesto un traje más leo ni más caro,
pero ainguno ha de de haber sido tampoco más Util para ti.
—Tan extraño y tan horrible es todo lo quc me pass que...
—Que desconfias de mi,—Ie intcrrumpió Marcos.
La Derrota de las Cruces
3o3
—No Jo niego,—contestó mi padre.
F—Bie n estã,—observó Marcos sin inniutarse y sacando un largo
puñal que entregó at encarcelado, dicindole:—Toma, ahi tienes ci
arma que deseabas, regIstrarne a tu satisfacción y te convencerás
de que no tengo otra alguna; si algo notas en ml que te parezca
sospechoso, puedes impunemente clavarme ese puñal en el corazón; pero no pierdas el tiempo, vIstete ese traje y sal del calabozo
cuya puerta voy a cerrar.
Asi se hizo todo, quedando mi padre de la parte de afuera.
•
xx
Firmernente resuelto a dar muerte a Marcos Cuevas si algo sospechoso ilegaba a notar en él, mi padre fu3 poco a poco recobrando su reposo y calma de costumbre, y al tin preguntó a su extrafio
sat v ad or:
—Eres realmente de los nuestros?
- —Lo soy, Benito, te Jo juro.
—Y qu te ha movido a ello?
—Soy franco: ci oficio de carcelero del Tribunal Secreto me tiene ya fastidiado: diez años de presenciar bárharos suplicios, me
tienen asqueado el estomago: no me hacen ya irnpresión los ayes
y clamores de los reos; pero ci olor de La came humana muerta y
podrida me repugna: casi he perdido ya las ganas de corner.
Mi padre escuchaba horrorizado las palabras de Marcos, pronunciadas con la más grande naturalidad y sangre fria.
—Además,—continuó diciendo,—habtan tanto de los triunfos
del cura y corre tal miedo por is capital, que yo creo que esto va
durar poco y es preciso ir pensando en tomar otro oficio del cual
Vjvjr.
—Scgun eso, D \tiie1 I-flJak euenta Va cn Un huen ejército?
—Anda' ania'
ue icn IJUe ha entrad: en Valladolid
Con ochenta niil hombres.
---i En Valladolid está!
—Si: ci dia 10 del corriente Octubre salió de Guanajuato, donde
dicen que no deó there con cabeza.
304
Episofios h'istóricos Mexicanos
Marcos refirió en pocas palabras a ml padre los hechos que pormenorizadamente conoceñ ya
mis lectores.
—;Espantosamente ha comenzado la lucha!
—Si; pero aseguran que el cura está poniendo eiicaz remedio a
tantos horrores: ya ha planteado una fábrica de cañones y una
casa de moneda.
—Pero con qué máquinas?
—Con las que están construyendo los artesanos guanajuatenses,
segirt las indicaciones del mismo cura, que parece estudió bien ci
punto en un cierto Diccionario de Artes y Oficios que a su tiempo
se proporcionó.
—10h! ies un oombre de gran talento!—exciamó con orgullo mi
padre.
—Dicen que si, y que además ha sabido atraerse para el objeto a
personas muy entendidas, tales como D. Rafael Dávalos, que es el
encargado de la fundición de cañones.
—Le conozco, fué alumno del colegio de Minerfa y daba ci curso de matemáticas en el colegio de Guanajuato.
—Eso dicen. Tarnhién Ic ayuda D. Mariano Giménez, y su grabador de troqueles para la moneda es D. Francisco Robles, muy
hábil segun parece.
—De modo que Guanajuato y su provincia acatan la autoridad
del nuevo caudi1Io
—Como que hasta ha nombrado su intendente a D. José Francisco Gómez, ayudante mayor que fué de provinciales de Valladolid y adn-ijnjstrador de tabacos de Guanajuato: su asesor es el señor
D. Carlos Montes de Oca. Tambiën ha levantado dos regimientos
de•infanterIa, una de los cuales manda como coronel D. Casimiro
Chovell, administrador de la Valenciana, y el otro D. Bernardo
Chico, hijo de un europeo del mismo nombre y perteneciente a
familia muy distinguida de Guanajuato. Da gusto ver cómo se asciende en ci ejército del cura. Figiirate que a D. José Maria Liceaga, que en los dragones de España era cadete, Ic ascendió a capi
tan, y habiéndole manifestado que en la poblacidn no habia
galoneros que supiesen hacer las charreteras, distintivo del grado,
le ascendió a coronel porque era más fácil encontrar en Guanajuato los dos galones que en la manga llevan los coroneles.
—Pero eso no ha de ser verdad.
I
La Derroia de las Cruces
3o5
—No lo será; pero asI se cuenta.
—Dónde se ha establecido la casa de moneda?
—En la hacienda de San Pedro; perteneciente a D. Joaquin Pe-.
laez; pero dicen que no estará lista hasta dentro de dos meses.
—Dices que ya no estä D. Miguel en Guanajuato?
—Parece que el dIa 2 de Octubre, temiendo ser atacado por el
brigadier Calieja, dió orden de salir a sus tropas a las nueve de la
noche, haciendo iluminar la ciudad para evitar la confusión; pero
no liego más que a la Valenciana y regresó sin novedad; ci dIa 3
voivió a salir, pero no paso de Ia hacienda de la Quemada, y desde
clii envió a Aldama con parte de su gente a recorrer todos los pueblos de la falda de la Sierra.
—No Sc tiene noticia de aiguna otra batalla?
—Mucho que SI; seiscientos hombres de la division del conde de
la Cadena, que sehaila en Queretaro, y un cuerpo de insurgentes
que venha por ci camino de San Miguel ci Grande, se encontraron
en el puerto de Carroza, y ci dIa 6 se batieron, quedando victorioSOS los realistas ci mando del oficial Linares, pues su jefe ci sargento mayor D. Bernardo Tello, echo a correr dando por pretexto
que se aproxirnaba la noche. Todo no vale la pena, pues sOlo hubo
un soldado realista muerto; pero se ha celebrado como la primera
batalla campal ganada a los insurgentes, en los cuales hizo gran
destrozo la artillerla, arma de quc ellos carecen. El lunes 8 de
Octubre corriente, D. Mariano Jimënez salió de Guanajato con
Ufla vanguardia de tres mil hombres, y ci io le salió Hidalgo con
toda su gente. Se creyó que marchaba sobre Querétaro, pero a
Valladolid es a donde se dirigio por ci valle de Santiago y Acám-.
baro, habiéndoselc unido Aldama con su gente en Indaparapeo.
XXI
Efectivamente, asI habian pasado las cosas.
A la vez que Guanajuato se preparaba a la heróica y desgraciada
d efensa de que ya hice mención, el cabildo de la catedrai de Valladolid panic en pie todos los recursos militares d sus alcances: ci
cabildo dije, porque en aquella población todo lo hacian los canófltgos, y prueba de ello fud el haberse puesto a la cabeza de las
To,iø 1
-.
I,..
-
3o6
Episodios Históricos Mexicanos
tropas el prebendado D. Agustin Ledos, encargándose de dirigir
la fundición de cañones el obispo Abad y .Queipo en persona, quien
hizo bajar, para tal fin, de las tortes de la catedral la campana
mayor.
Pero todo este entusiasmo vino a tierra cuando se supo que
habian caido en poder del torero Luna, cabecilla insurgente que
merodeaba en los airededores de Acámbaro, el intendente de la
provincia de Valladolid D. Manuel Merino, el coronel D. Diego
Garcia Conde, comandante de las armas, y ci conde de Casa Rul,
coronel del provincial de infanterIa de Michoacan. Los tres habIan
sido enviados por el virey con el fin de regularizar los planes de
defensa de los canónigos.
En cuanto en Valladolid se tuvo noticia del suceso, ci obispo
dijo:—Piës para qué Os quiero,—y no paró hasta la capital, Ilegan.
do a ella felizmente: no pudo decir otro tanto ci asesor intendente
D. José Alonso de Terán, a quien echo la mano el cura de Huetamo, quien se Ic remitió a D. Miguel Hidalgo.
El cabildo, que tal supo, sOlo trató de dulcificar el golpe que se
le esperaba, y de acuerdo con las demás autoridadas, enviO al capi.
tan general insurgente una comisión compuesta del canónigo
Betancourt, del capitán D. José Maria Arancibia y del regidor
D. Isidro Huarte, con orden de salir a recibirle a Indaparapeo, a
cinco leguas de Valladolid, como en efecto lo hizo.
El resultado fué que ci x5 de Octubre entrO en aquella ciudad
ci coronel Rosales, ci tG ci general Jiménez, con sus trcs mil hornbres de vanguardia, y el 17 D. Miguel Hidalgo con todo el grueso
de su genie. La entrada fuë de Jo más solemne y festejosa imaginable, ensordeciendo los aires los alegrIsimos repiques de las
campanas de todos los tempios. Al siguiente dIa se cclebrO en Ia
cazedral una misa en acción de gracias pot ci triunfo y progresos
de las armas insurgentes, y aquel cabildo que habla sido ci primero
en excomulgar a Hidalgo yátoda su gente, fué ci primerotambién
en ceder al miedo, aizando la excomunión, lo cual se encargO
de ejecutar ci canOnigo conde de Sierra Gorda, gobernador de la
mitra.
No habiendo he.ho resistencia alguna la ciudad, la entrada de
las tropas insurgentes no dió margen a las escenas de saqueo y
asalto que tan gratas ics eran.
ía
I
r;
:
-;
F Hidalgo y sus generales entregábanse, contentos del suceso, a
regularizar la administraciOn de su nueva conquista, nombrando
intendente a D. José Maria Anzorena, persona distinguida y respetable, y lienando Los puestos vacantes por la fuga de los españolcs,
cuando vino un soldado a avisarles que los indios hablan corneazado a asaltar algunas casas de europeos.
lnmediatamcnze Allende rnontO a caballo, y seguido de fuerzas
regulares, se presentó colrico a reprimir el desorden: en pocos instantes hahian sido saqueadas, hasta ci punto de no quedar en ellas
mueble Citil ni entero, las habitaciones del asesor Terán, del canónigo Bárcena y las de los Sres. Aguilera, Olarte, Losal y Aguirre.
Como en Guanajuato, Allende estuvo a punto de perecer i manos
de sus mismas tropas; cuyos instintos de pillaje y cinica insolencia
solo pudo tenet a raya baciendo disparar un cañon cargado de meiralla, que diO muêrte ó hirió a un buen námero de los criminales
que ante tan sevei-a y merecida Iección hubieron mel a su pesar de
apaciguarse.
Retirábase Allende satisfecho de haber honrado una vez mãs La
causa que defendia cuando de nuevo cundiO la alarma pot la pobladon, en cuyas calles resonaban gritos de muerte, de venganza y de
saqueo.
—Maldita gente!—dio sin pQderse contener; - sOlo parece que
se ha propuesto hacernos aborrecibles.
Cuando hubo liegado al lugar en que mayor era Ia irritación de
l a multitud, preguntO La causa del alboroto.
—iQue los gachupines nos ban envenenado! - se le contestó,
mostrándosele los cadáveres de algunos indios.
Habiendo muchos de éstos hartádose de frutas y dulces y bebido
gran porción de aguardiente cuyo fermento les fué mortal, creyérOnse en la ernbriaguez envenenados, siendo tal la razOn del esCãndato
Asi se lo explicO Allende, censurando con energia los excesos
de la indiada, recomendándole Ia moderaciOn y ci orden; pero
a quella masa burda e ignorante, lejos de aceptar las explicaciones
del caudillo, apoderándose del dueño del aguardiente que suponian envenenado, quiso despedazarle con encono feroz.
E ntonces Allende bizose servir por ci infortunado tendero un
inismo aguardiente, y apurando su contenido, exclamO:
L1s,ciL Ilts
:., .%Ic.v:cn(Jc
—Si este aguardiente está envenenado y obra en ml su terrible
efecto, vosotros me vengaris; si tel no hiciese, retiraos en paz y en
orden y pensad que la causa más santa se desacredita con el abuso,
el piliaje y el asesinato.
Este rasgo de Allende que casi todos los historiadores no han
sabido apreciar en su verdadero valor, que fu ci de imponer con
ëi a la muchedumbre, produjo ci eecto descad. cairnatijose la
injustificada agitación del populacho.
La rendición de Valladolid pusi en manc' s dcl cura
Hidalgo
preciosos elementos pare la lucha su ejército regular, digarnoslc
asf, se aumentó con el regimiento provincial de infanterla, cornpuesto de dos hataliones: uniëronsele también el regimiento de
dragones de Michoacan, más comunmente conocido por dragoncs
de Pátzcuaro, y unos doscientos infantes rnás.
En ]as arcas de Ia catedral habia existentes cuatrocientos dI)CC
mil pesos que tomó, menos los doce mu. para los gastos de su
ejército. y despuës de haher despachado copias del acta del levantamiento de la excomunión a todos los curas de los lugares sometidos a su mando, con orden de leerlas en sus parroquias durante
la misa de los dIas festivos, determinó salir con sus fuerzas de Valladolid, como en efecto lo hizo ci dia
i9
de Octubre, tres dIas
despues de haber entrado en la ciudad.
XXII
Reunidas en Acámbaro todas ]as fuerzas insurgentes y resueltO
or su caudillo, a quien la victoria tan manitiestamente distinguIa,
caer sobre Ia capital del vireinato, se determinó pasar una revista
y organizar de un modo permanente ya aquel asombroso ejërcito.
AsI se hizo, formando en la gran parada ochenta mil hombres
de caballerfa é infaruerla: dividiéronse unos y otros en regimientOS
de mil plazas, ci mando cada uno de un coronel, a cuya ciase se
asignó el sueldo de tres pesos diarios, asI como uno al soldado de
caballerla y cuatro reales al infante.
D. Miguel Hidalgo fud procianiado generalisimo, y por primera
vez vistió entonces ci traje militar correspondiente a su alto empieo
distingulindose por una casaca azui con vueltas encarnadas y bOI
La Derrota de las Cruces
3oc,
Fdadas de oro y plata. tahali de terciopelo negro bordado, y en el
pecho una imagen de la Virgen de Guadalupe de mucho tamaño y
r
de oro tambin.
Allende fué ascendido a capitán general, siendo su uniforme
chaqucta de paño azul con vueltas encarnadas bordadas, y galones
de piata en todas las costuras, y en cada hombro un cordon, que
dando vuelta por debajo del brazo, remataba en una gran borla
pendicnte de un botón.
Ascendieron a tenientes generales Aldama, Balleza, Jiménez y
Arias, ci denunciador en Querétaro de sus camaradas, y obtuvieron ci grado de mariscales de campo Abasolo, OcOn, los dos
Martinez y otros: su uniforme era ci mismo que ci de Allende,
sin rnás diferencia quc Ilevar un solo cordon, colocado, en los
tenientes generales, en el hombro derecho, y los mariscales en ci
izquierdo.
Ls brigadieres, a más de los tres galones de coronel, Ilevaban
un bordado angostito, y los dernás grados los mismos distintivos
que ci eiército español.
El suceso se celebrO con misa cantada, Te Deism, salvas y repiques, y excusado es decirlo, con ci entusiasmo general y sin ilmite
de aquella muchedumbre.
Uno de los grupos en que mayor era la alegrIa, gracias a las frecuentes libaciones, hallábase a la puerta de la casa que servIa a
Hidalgo de alojamiento. El grupo se corn ponia de soldados de infanterla de Celaya y guanajuatenses, entre elios PIpila y el rob.
—Pero quë tiene este condenado PIpila,—preguntaba el roto,que siempre anda triste y cabizbajo?
—Qu ha de tener! que está arrepentido de haber abrazado
flUestra causa.
—Mientes, maldecido! - exclamó PIpila, - ninguno de ustedes
ha hecho por ella rnás que yo.
—jYa salió Pipila con su hazaña! iCudndo habla de perder la
OcasiOn de recordarnos que tl prendió fuego a la puerta de la alhOndiga!
—Gracias a tl, - observó el rob, - yo liii de los primeros en
tomar ml pane del botIn: un saco de onzas de oro que lo menos
tenla trescientas, y por cierto que Inc cost6 un disgusto apoderarme de ellas.
3 io
Episodios Históricos Mexicanos
—Qué disgusto fué ese?
—Uno que despuës de todo debla baber premiado el cura en vez
de ponerme casi a Ia muerte en lo del asalto de la casa de los Alamanes, cuando el ataque zi la bodega del gachupin Posadas.
—Pero en fin, Zquë fué ello?
—Que contra tocla mi voluntad tuve que derribar de un lanzazo
al pobre D. Gilberto Riaño.
—Ah! ,conque tfi fuiste?—preguntd Pipila disimulando su encono.
—Me llamó ladrón y quiso oponerse a que me apoderase del saco,
que segun parece le pertenecIa.
—Anda, que para consolarle, D. Miguel hizo devolver a la intendenta los efectos que habia en Ia alhondiga, pertenecientes a SU
marido, más una barra de plata que le regaló, proponiendo a Don
Gilberto una alta graduacion 51 Se adherla a su partido; pero el
mozo rechazó ci ofrecimiento.
—Eso se dice, pero quin sabe lo que hubiera hecho si no Ilega
a morir a los pocos dias de resultas del lanzazo de
ci roto.
—;Canalla!--exclarnó PIpila,—no ofendas a los muertos!
—Mira y córno le defiendes! sOlo parece que era cosa tuya.
—Como que éi impidió que la plebe arrastrase por las calles el
cuerpo del intendente y curó las heridas de D. Gilberto, enterrando
despues al padre y lievando a su casa y sobre sus hombros a! hio.
—Yo estaba,—dijo ci roto,—en ci grupo que derribó Ia puerta de
la troje rlfimcro 21 y ful de los pocos que salvamos de la cóiera de
PIpila.
—Pues, que hizo?
—Poca cosa: nos disparó uno de los maldecidos frascos de azoguc que D. Gilberto habIa convertido en granadas: áramos más de
ciento y sOlo ocho quedamos con vida; pero en gracia de la intención, todo se lo he perdonado.
—Mira,—observó PIpila colrico, - guarda tus perdones para
tCi, no para quien puede apiastarte de un
puñetazo cómo y cuando lo desee.
quien sea más débil que
—No se enoje V. S.,—repuso
ci roto
con acento socarrón.
—Van-ios aver, haya paz y ten.gan menos revoltosa Ia horrachera,
—dijo un cabo del regirniento de Celaya;—o les planto un balazo
sobre ci ojo izquierdo, igual al que Ic planté...
La Derofa de las Cruces
3''
V—A quién?—gritó Pipila saltando como un tigre sobre el cabo,
que era el individuo más beodo del grupo.
—SOlo parece que hay rnás balazos clebres sobre el ojo izquierdo
qne el que yo planté al intendente.
PIpila se habia trasformado en una hiena.
vti-11-t
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t.- •
T_.
F
-
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Miserable! - ectamb t>ipils
—;Conque tü fuiste?
—Yo. s. y quë?
—Miserab1e!--exc1am6 PIpila clavándole su puñal en eicorazón
y dejándoie muerto instanráneamente.—mataSte al hombre más
honrado del mindo; no repetirãs ya con otro tu felonia.
El roto fué ci primero en lanzarse sobre Pipila; pero éste, cumpliendo su amenaza, de un solo puñetazo le hizo caer muerto en
tierra arrojando sangre por boca, narices y oldos.
Los dcmás individuos del grupo pusiéronse en fuga, y Pipila entró en ci alojamiento de Hidalgo, diciëndoie
—.Acabo de matar a los asesinos del señor intendente D. Juan
3j2
Epi.odios HistOricos M'xacazos
Antonio Riaho, y de su hijo D. Gilberto: sé que merezco un
castigo, pero en gracia de Jo de la alhondiga, no me lo aplique
el señor cura; yo me hare matar en la primera acción en que entremos.
V sin aguardar respuesta, salió de la habitación.
—No hará tal,—diose a si mismo Hidalgo,—yo sabrc evitarlo:
me privaria del más honrado y valiente soldado de mi ejército.
XXII
Repentinamente sonaron pasos al extremo del corredor en que
ml padre y Marcos Cuevas conversaban, como dije al final del vigesimo capitulo.
Mi padre sintió latir con atroz violencia su corazón.
Habla Ilegado el instante supremo.
Garcia Alonso iba a recibir el castigo de sus infamias, castigo
justo pero horrible, •muerte espantosamente cruel.
— iNo! —d ijo para si,—yo no puedo aceptar esta venganza que
me depara Dios: le matarC, pero con la hoja del puilal de
Marcos.
El franciscano llego, y abriendo el calabozo Marcos, se dispuso
A arrojarle dentro de eI; pero ml padre, con un movimiento râpido
y brusco Jo impidió, haciendo caer la capucha que cubrIa el rostro
del fraile.
Marcos y mi padre lanzaron una exclamación de sorpresa.
El franciscano no era Garcia Alonso.
Era el confesor encargado de preparar a mi padre a bien
morir.
Marcos quiso it toda costa encerrar en el calabozo al pobre fraile,
pero mi padre no Jo consintió, y de acuerdo con el, pobre franciscano, que no cabIa en sí de temor, se convino en amordazarle djándole amarrado a una fuerte reja.
Marcos y mi padre, merced al disfraz de Cste, salieron sin contraliempo de la Inquisición: una hora despues, hablan tambidn salido
de la capital.
Para fortuna suya, la buena ciudad de Mexico tenia algo mãs
313
ILa Derrota de las Cruces
grave de que ocuparse que La fuga de un carcelero y un reo de la.
Inquisición.
Las tropas del virey habian tenido su primer encuentro con las
avanzadas del cura Hidalgo en ci puente de Don Bernabé, sobre el
rio Grande ó de Lerma, el dIa 27 de Octubre. El ejército independiente, después de haber pasado porMaravatIoé Ixtalahuaca, sedirigIa sobre Mexico.
El encargado de salir al encuentro era el teniente coronet D. Toruato Trujillo, oficial español que Venegas habIa traldo con él de
la peninsula: sus fuerzas consistIan en ci regimiento provincial de
Tres Villas, de dos batallones con ochocientos hombres, al mando
de su mayor D. José de Mendivil, natural de Veracruz, y algurios
dragones de España. El 29, Hidalgo se presentó en ci camino de
Toluca: Trujillo, por temor de ser cortado, hubo de salir de Lerma.
siguiendole Mendivil, como a las cinco de la tarde. AqueLla misma
noche las tropas del virey tomaron posiciones a seis leguas de la
capital, en ci Monte de ]as Cruces, asi Ilamado por ]as muchas que
en él señalaban Los lugares en que habIan sido muertos por Los
bandidos, algunos pasajeros que por aquel inseguro paraje transitaban.
A las ocho de la mañana del dia 3o las guerrillas de Hidalgo
abrieron la acción, pero las puso en fuga un grupo de caballeria.
haciéndoles algunos muertos y prisioneros, algunos de los cuales
anunció a Trujillo que dentro de pocas horas seria atacado por Los
ochenta mil hombres del ejCrcito insurgente.
En tales momentos, liegaron enviados por ci virey dos cañones
de a cuatro dirigidos por el teniente de navio D. Juan Bautista de
Ustariz, con una escolta de cincuenta voiuntarios, at mando del
Capitán D. Antonio Bringas, doscientos setenta y nueve mulatos
criados de las haciendas de D. Gabriel de Yermo armados de ianzas.
)' cincuena de D. Jost' Maria Manzano.
El ejército de Trujillo se componia. pues, de mil infantes, cuatr ocientos cahailos s' dos piezas de artillerfa.
Su jefe comprendió que por discipiinadas que tan reducidas fuerZas estuviesen, a to más que podia aspirar era a detener al enemigo
Ca usándo)e las mayores pérdidas posibles, y d este fin hizo a parte
de SUS fuerzas ocupar las aituras inmediatas a la meseta central del
monte, situando sus dos cañones en puntos que les permitiesen ba.Toto 1
I-.
40
314
Episodios Históricos Mexicanos
rrer a metrailazos las filas independientes: para hacer rnas seguro ci
efecto de las piezas, mandó cubrirlas con ramas, con el propósito de
que ignorando que las hubiese, ci enemigo se acercase lo más p0.
sible a ellas.
El capitán D. Antonio Bringas recibió el encargo de atacar la izquierda del ejercito insurgente con sus voluntarios, los lanceIos de
Yermo y dos compañIas de Tres Villas.
Igual comisión recibió por la derecha con dos compañas del
mismo cuerpo y una del provincial de Mexico, D. Agustin de
Iturbide, quien por primera vez iba a encontrarse en unaacción de
guerra.
El mayor D. José de Mendivil se encargó de defender con un
cañon la avenida principal; ci otro se colocó en el pequeño ilano
que hay sobre el camino real.
A Las once de la mañana ci ejCrcito insurgente se presentó en el
lugar de la acción, que fuC dirigida por Allende, en quien Hidalgo
declinO aquella vez este honor: forniaban su vanguardia ci regimiento de infanterla de Valladolid, parte de los de Celaya y Guanajuato y la cabailerla de la Reiña, Principe y Pátzcuaro: al frente
de In columna iban cuatro cañones servidos por infantes del regimiento de Valladolid a las Ordenes de D. Mariano JimCnez.
Abasolo, con las masas menos disciplinadas del ejército, ocupó
las ahuras del bosque frente a la lInea española, y los demás jefes
permanecierort con el resto de sus fuerzas a los dos lados del camino,
preparadas a entrar en batalla tan pronto como se lo permitiese la
cstrechez y dificultades naturales del terreno.
XXIV
Algunos momentos después comenzO in batalla, causando Los
cañones de Trujillo un resuitado tanto más desastroso cuanto que
los indios, ignorando los efectos de Ia artillerla, arrojábanse en
masa sobre las piezas queriendo tomarlas a brazo.
Entonces fué cuando ci capitán Bringas atacó ci flanco izquierdo enemigo con tan desgraciada suerte, que 61 mismo cayO herido
I
La Derrota de las Cruces
315
.de suma gravedad, pudiendo a duras penas regresar vivo a su primera posicion. Desbaratados con esto los planes de Trujillo, don
Agustin de Iturbide, que con mejor éxito habla acometido por Ia
izquierda a Is lines contraria, hubo de replegarse al liano en que Sc
encontraha su jefe: Mendivil continuó defendiendo bizarramente
Is. entrada del camino, pero al fin concluyó su parque y recibió
una herida.
Jiménez tomó entonces dos de sus niejores cafiones, pues los
otros eran de madera y uno lo incendió Trujillo, y estahleció con
ellos una bateria que enfilando Ia Ilnea de combate de los realistas,
1os diezmó con certera punterfa. Allende, con extrema habilidad y
salvando enormes peligros, rodeo entonces con su gente Is posiciOn de Trujillo, prcsentándosele tan cerca, quc los contrarios pudicron entrar en replicas y contestaciones.
Allende, que como de costumbre, solo buscaba med ios de hacer
menos sangrientas sus victorias, y dotado de una alma elevada y
de un corazOn generoso, vela con admiración is herOica resistencia de aquel puñado de valientes, todos ellos mexicanos, con excepción de Trujillo, Ustariz. Bringas y algunos otros oficiales,
quiso hacerles proposiciones de avenimiento y paz.
DiO el encargo a algunos de los suyos, y tales promesas hicieron
A los realistas, que tres veces saliO a escucharlos Trujillo con don
José Maldonado, ayudante mayor de Tres Villas; Pero pugnando
estas proposiciones con su honor militar, cometiO is infamia de
no considerar, segn ]as leyes de Is guerra, al enemigo al cual se
hahia prestado a oir; le atrajo a su lines, y cuando le tuvo dentro
de ella, con felonia que en Is misma Espafia mereciO ser severatriente censurada, se apoderó de una bandera que con la imagen de
Is \'irgen de Guadalupe le presentaban los independientes, y man<16 hacer fuego matando un buen nómero de ellos
Conocida la viliana acción de Trujillo, el combate se recrudeciO
de nuevo, y a las cjnco y media de is tarde, su pequefio ejCrcito se
habia de tal modo reducido, que considerO no quedarle otro medio de salvación que Is retirada.
Para cilo tuvo que abandonar sus dos caflOneS y abrirse paso a
viva fuerza, haciendo prodigios de valor y no salvando más que
U flOS cuatrocientos hombres de sus tropas.
Por parte de los insurgentes no fueron menos asombrosos los
316
Episodios Históricos Mexicanos
rasgos de valcrnIa y temeridad, y sembrado quedo con millares de
sus cadáveres el campo de bataila.
xxv
Recibida en Mexico la noticia de la proximidad de un encuentro
entre los realistas y los insurgentes, la consternación se hizo general: por primera vez en la historia de la colonia, un hombre oscuro, sin antecedentes militares, y alejado por la naturaleza misnia
de su pacIfico ministerio de esta clase de asonadas, hablase en
poco más de un mes hecho dueho de casi la mitad del pals, levantando un ejército asombroso por su niimero y por sus hechos,
pues las poblaciones y ]as provincias, ó se le entregaban sin cornbatir, ó eran vencidas en una sola batalla y en corto espacio de
horas.
Adernãs, este ejOrcito cals como avalancha sobre los pueblos y
ciudades y destrula y devastaba todo aquello que no consenifa
desde luego en asimilársele. Las gentes devotas y timoratas velan
en D. Miguel Hidalgo y Costilia nada menos que el ante-cristo, y
estaban a sucumbir dispuestas ante Cl corno ante una calarnidad
decretada por Dios y en consecuencia inevitable 6 irresistible.
El mismo virey se encontraba desconcertado y decidido a sucumbir ante ci peso de la fatalidad, preparándose no obstante a la
lucha como de Cl lo exigIan"il honor militar y sus deberes para
con su soberano.
He aquf lo que al saber Ia gravedad de la situación escribia a
Trujillo:
Trescientos afzos de triunfosy conquistas de las armas españulas en estas regjones nos contein plan; la Europa tiene SUS OjO
fl/os sobre nosotros; el ;nundo entero va 4 jugarnos; la España,
esa cara patria por la que tan to suspiramos, tiene pendiente sit
destino de nuestros esfueros, y lo espera todo de flues tro celo y
decision. Vencer 6 morir es nuestra dii'isa. Si d zisted Ic tocapagar este tributo en ese punto, tendrá la gloria de haberse ant ici•
pado d mi pocas /zoras en consu;nar tan grato holocausto: yo ,
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VLa Derrota de las Cruces
podrd sobrevivir d la tnengua de se?- vencido poi- gente vii yfe,nentida.
La suerte estaba jugada.
Sobre ci glorioso escudo de la monarquIa española, la mano del
poder superior que transforma las sociedades, habla escrito las palabras fatIdicas del festIn de Baltasar.
Dios ha contado los dIas de tit reino y ha dispuesto daries fin.
y os encuentra por denuis IiOs ha pesado en sit
gems.
Vuestro reino ha sido dir idido y entregado d los ;n,smos que Os
coinba ten.
Ay de 3*osotros!
XXVI
Indignado contra Ia fuerza del destino, pero satisfecho de haber
cumplido con su deber. Trujillo se retiró a Cuajimalpa perseguido
par la caballerfa insurgente que más que con las armas Ic cornbatia rnezclándose a sus soldados y haciéndoles ventajosas proposiciones para ci caso de que quisieran unirse al partido yencedor.
Mientras tanto, el ejército insurgente por primera vez en su breve historia acampaba en el lugar mismo de la acción, sin sacar
ventaja alguna de su triunfo.
Que fué lo que en tales momentos peso sabre ci ánimo de sus
caudillos, nadje lo sabe todavIa, no pudiendo satisfacer las expliCaciones que al hecho han dado ni amigos ni enemigos.
Sobre tan grave suceso ninguno de aquellos hombres tuvo a bien
hacer revelacjón de ninguna especie.
La cave de su secreto consta sOlo en el libro de los destinos,
que solo después de la muerte se lee.
Asi lo decIa a mi padre aquel héroe popular que en este libro ha
hgurado con ci sobrenombre de Pipila.
El infeijz habia cumplido su promesa.
Despuës de haberse batido corno un leOn por su nueva causa,
3 1 X
Episodios Históricos Mexicanos
no separándose ni un solo momento de Allende y acometiendo
con el todas Ins acciones en que mayores eran el riesgo y peligro
de perecer, habla recibido una herida mortal en el instante en que
Trujillo deslució In gloria de su resistencia con su pérfida conducta.
Pipila también habla procurado salvar a aquel puñado de realistas, compuesto de hermanos de Ia gran faniilia nacional y de beroes como ci intendente de Guanajuato y su hijo, que podian drmir en calma su eterno sueño una vez vengados por éi.
Mi padre habla ilegado a Ins Cruces en los momentos de In aLción y se ocupaba después de ella en auxiliar a los heridos.
PIpila y Cl habIanse reconocido, y por los labios del moribundo
acababa de saber de Maria y de su hijo.
A los dos habla visto en Valladolid sanos y en salvo, suspirando
por su vuelta.
—Y ti no tienes fern ilia a quien yo pueda consolar?
—Si, Benito, si la tengo.
—Dónde, dóndc estápara que yo In busquc y la haga min?
—Está corno Dios, en todas partes. por donde quiera que vayas
mientras vivas en este mundo. Mi familia es la humanidad entera.
No conocI ni a mis padres ni a mis hermanos naturales; por eso
he amado como padres a mis jefes y como hermanos it todos los
hombres que nunca me hicieron mal. Hazlo t(i asi, Benito, y ensdfialo a hacer a tu hijo; v si alguna vez acordándote de ml y de los
que como yo han perecido, haces memoria de nuestras acciones y
cuentas nuestros hechos, hazlo sin pasión, rinde a todos justicia, y
despertando ci amor de la patria, no cometas ci error de renovar
los odios de estos dIas, sino antes al contrario, ensalza a la vez a los heroes que enseñaron a esta nación el camino de la grandeza y
felicidad de los pueblos, y honra a nuestros enemigos que luchando contra In justicia y sanridad de nuestra causa, nos enseñaron
que ci hombre debe morir fiei ci respeto que debe a la autoridad,
base de todo progreso y adelanto social.
Al concluir de hablar Pipila, espiró en los brazos de mi padre.
Iba a inclinarse sobre aquellos restos para bendecirlos con sus
lagrimas, cuando D. Miguel Hidalgo, extendiendo sobre ci cadáver ci iienzo de su sagrada bandera, dijo:
— 1 Dios! Poderoso Señor de lo creado, si aun merece ci humilde
.
319
ILa Derrota de las Cruces
Sacerdote de Dolores ser oldo por ti, yo te lo ruego, abre las puertas de tu bondad intinita a ci alma de este hombre bueno!
y
Tal fu3 ci hasta boy ignorado epuiogo de aquella acción sangrienta conocida en Ia historia por LA DERROTA DE LAS CRUCES.
-
-,Z?.Jct..
— --

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