7-8 - Ciudad Viva

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7-8 - Ciudad Viva
abril de 2007
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Ricardo Aguirre,
libros con traje de etiqueta
F OTO © G UILLERMO A NGULO
P
or el taller de Ricardo Aguirre han
pasado libros firmados por Jorge
Luis Borges, Carlos Fuentes, Marco Fidel Suárez y Clímaco Soto Borda, sin
hablar de Gabo. Aguirre, quien se ha dedicado a empastar libros a la manera
antigua y a experimentar con nuevos
materiales, ha logrado montar en un
local del barrio La Macarena un atractivo espacio adornado por pesadas
prensas, tipos de plomo y de madera, y
otros instrumentos que él mismo ha
conseguido paseando de anticuario en
anticuario o en viejos talleres. «Lo más
difícil de este oficio ha sido conseguir
las herramientas para trabajar», dice
este artesano que empezó su oficio en
1985, en un pequeño puesto del mercado de las pulgas del centro, ubicado en
la calle 21 con carrera tercera. En esa
época el oficio no le gustaba: «Me tocaba empastar archivos y contabilidades
de varias empresas».
Aunque el trabajo no era de los mejores, en el mercado de las pulgas compartió con quien fue su gran maestro,
Miguel Fajardo. En 1992, Aguirre empezó a hacer libretas en papeles marmorizados. Luego, en 1996, cuando lo llamaron para empastar el Archivo Histórico
de Pereira, tuvo la oportunidad de conocer a profesionales del oficio, lo cual fue
definitivo para su trabajo.
D ON R ICARDO A GURRE , EL MAESTRO EMPASTADOR , EN SU TALLER
F OTO G ERMÁN I ZQUIERDO
Aguirre explica que hay muchos tipos de empastado. Dentro de los más
famosos se cuentan el holandés, el
francés y el alemán. «Para mí, el más
bellos es el sistema francés. Los libros quedan preciosamente encuadernados», afirma. En Colombia, expresa Aguirre, se usa un sistema muy
parecido al alemán que se denomina encuadernación con tapa suelta.
Las encuadernaciones clásicas
se hacen con cueros de cabrito o becerro, porque son los más suaves y
maleables. Según Aguirre, «uno
debe tener criterio para saber que
cada libro tiene su perfil. Hay que
mirar su origen, el año de la edición,
el género, el autor. De acuerdo con
estos factores se escoge cómo se debe
empastar». Pero a él le ha gustado mucho experimentar; por eso ha encuadernado en materiales como peluches, tapetes, terciopelos.
Entre los libros que ha empastado, este
hombre recuerda una primera edición,
rara y lujosa, de El paraíso perdido, de
Milton, con ilustraciones de Doré. Pero
son muchos los libros valiosos que han
pasado por sus manos. Hoy en día, Aguirre tiene una numerosa clientela en Colombia y en otros países como Bélgica,
Estados Unidos y España. «Una de las
mejores cosas de mi trabajo es que me
he vuelto amigo de los clientes», dice.
Aguirre no quiere que este oficio
ya milenario se pierda. Por eso los sábados llegan a aprender a su taller,
desde Madrid, Cundinamarca, doce
pequeños de la fundación Amparo de
Niños. «Yo tengo proyectado montar
una escuela de encuadernación. Es
que mire, lo más bello de mi trabajo
es que uno está contribuyendo a que
no se pierda la memoria, a que se conserven las tradiciones, y por supuesto, a que se conserve el oficio.»
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libros
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Libro al viento, un privilegio de todo Bogotá
Este exitoso programa, que empezó a desarrollarse en 2004 y que
ya ha publicado dos millones de
libros y 28 títulos distintos, fue
una de las razones por las cuales
la Unesco designó a Bogotá como
Capital Mundial del Libro.
E
sos libros de colores han ido formando un montón cada vez más grande. Manos pequeñas, gordas, largas, arrugadas, manchadas, las de miles
de habitantes de Bogotá, han tomado uno de los dos
millones de libros publicados, y se han topado, muchos por primera vez, con las grandes voces de García Márquez, Julio Cortázar, Rudyard Kipling, entre
muchas otras. El programa Libro al viento, nacido
como una iniciativa para que los bogotanos sin acceso a los libros descubrieran los placeres de la lectura,
ha ido creciendo, expandiéndose a varios lugares de
la capital.
Desde marzo de 2004, cuando se publicó Antígona, el clásico de la literatura griega, todos los meses
Bogotá ha visto sumarse una nueva obra a la colección. Siempre pensando en el interés general, se han
lanzado libros de suspenso como El gato negro y otros
cuentos; de lo mejor de la literatura rusa con El beso y
otros cuentos, de Anton Chejov; también colombianos como las hermosas Cantas del Valle de Tenza, y
clásicos infantiles de Kipling, Grimm y Andersen.
Hasta el momento se han editado 28 títulos, disfrutados de manera gratuita por los ciudadanos.
El principal objetivo de Libro al viento ha sido,
además de crear el hábito de la lectura en la gente y
de acercarla a los libros, realizar diversas actividades
para demostrar que son muchos los caminos que se
pueden tomar para acercarse a la lectura. Además, se
ha buscado abrir un espacio para formar promotores de lectura.
Diversos lugares de la ciudad se han escogido para
que la población se acerque a Libro al viento. En tres
plazas de mercado de la ciudad, La Perseverancia, el
Restrepo y Quirigua, se instalaron puestos de que armonizan con el ambiente, para que en estos lugares,
donde se confunden los olores de la hierbabuena y el
cilantro con los de melones y pomarrosas, no solamente se alimente el cuerpo sino el alma y la imaginación.
En los Supercades, mientras se hace la terrible cola
para sacar el RUT o algún otro documento, los minutos se aprovechan mejor si en vez de oír gritos como
« ¡ése se coló!, ¡llevamos dos horas y esto no se mueve!», se presta atención a la voz de Oscar Wilde o Hans
Christian Andersen. La fila será mucho más llevadera si tomamos uno de los libros dispuestos en los Supercades de Bosa, Suba, Américas y CAD. No cabe
duda de que no será un tiempo perdido.
Como tampoco ha sido tiempo perdido el que le
han dedicado las 1.500 personas, aproximadamente,
que participan en los ochenta clubes de lectores con
que cuenta la ciudad. La iniciativa de estos clubes ha
abierto un espacio para el fomento de la lectura y la
escritura en diversos puntos de Bogotá, especialmente en las localidades en emergencia. Cualquier persona interesada puede hacer parte de algún club de
lectura.
Al aire libre, en 43 parques de Bogotá, se encuentran
los Paraderos Paralibros Paraparques (PPP). Se trata
de una llamativa biblioteca abierta, con espacio hasta
para 300 libros. En estos paraderos —cuyos títulos son
de préstamo gratuito— Diego Barragán, de 17 años,
acostumbra ir al PPP del parque que lleva el nombre
de la institución en la que estudia: el Eduardo Santos.
«A mí lo que más me gusta leer son novelas de suspenso, de detectives. Además aquí encuentro libros de
apoyo para hacer mis tareas», dice Barragán.
En diciembre de 2004 se dio inicio a la campaña
de Libro al viento en TransMilenio, en cuatro estaciones: Héroes, Avenida Jiménez, Portal de Usme y Banderas. Esta última es visitada con frecuencia por Marlén: «Al principio, mi hermana era la que venía a llevar
libros. Un día, ahí, curioseando, me puse a leer uno
que ella tenía en la casa y me quedó gustando la idea
de seguirlos leyendo. Además son muy bonitos, muy
coloridos». Casi 160.000 ejemplares han sido puestos
en circulación en TransMilenio.
En colegios distritales, en los espacios de Cultura
en Común y en escenarios donde se programan lecturas en voz alta, ahí están las obras esperando a un
nuevo lector. La colección sigue creciendo y, cada vez
con más frecuencia, los habitantes estiran la mano
para llevarse la voz, las voces, que atesora cada libro.
Hoy, luego de cuatro años de funcionamiento, se puede
decir que Libro al viento no es privilegio de pocos o de
muchos: es un privilegio de todos.
Bogotá sin indiferencia es: Libro al viento en TransMilenio, con dispensadores de libros
en las estaciones de Héroes, Banderas, Avenida Jiménez y Usme.

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