La playa, ecosistema que se deteriora

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La playa, ecosistema que se deteriora
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HAZTE VOLUNTARIO
DE REEF CHECK
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AÑO INTERNACIONAL
DE LOS ARRECIFES
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INICIATIVAS POR UN
TURISMO SOSTENIBLE
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LAS PLAYAS DE SELLO
BANDERA AZUL
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as playas, como cualquier ecosistema, son lugares dinámicos, en constante movimiento
e interrelación con su entorno. El
desarrollo turístico en República
Dominicana, sin embargo, ha intervenido en ellas como si se tratasen
de espacios estáticos y aislados, sin
pensar en las alteraciones que puede
producir. El resultado ha sido su
degradación: pérdida de arena, disminución de la calidad del agua, floraciones desagradables de algas.
En un país en que el turismo representa casi el 7% del Producto Interno
Bruto nacional y se basa fundamentalmente en la calidad de las playas,
el gobierno tuvo que invertir US$20
millones en reposición de arenas
el año pasado en cuatro zonas y ya
anunció trabajos del mismo tipo en
otras más. Se trata, sin embargo, de
trabajos no duraderos, que requieren
de un permanente y costoso mantenimiento y que no atacan las causas del
deterioro.
Isabel Moreno Castillo, doctora en
biología marina y licenciada en gestión costera, se refiere a las llamadas
“regeneraciones” como una práctica
completamente abolida en los países
desarrollados. En un artículo sobre
las islas Baleares publicado en
ki`YleX[\cd\[`k\iiXe\f%Zfd, la autora
española señala algunos efectos negativos: el oleaje arrastra a la arena de
vuelta al mar y ésta ahoga las praderas submarinas y los arrecifes coralinos que habitan allí, haciendo a la
larga más daño al ecosistema playero.
Ruben Torres, director de Reef
Check Dominicana, coincide: “Es un
costo absurdo, es tirar arena al mar”.
A su juicio, la verdadera solución
consiste en controlar la contaminación y la sobrepesca para que los
arrecifes coralinos que crean y protegen las playas, y que se han deteriorado en todo el país, se recuperen.
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Los arrecifes de coral, estructuras
marinas que albergan miles de especies, cumplen con dos grandes funciones para el mantenimiento de las
playas: crean una barrera física que
protege contra la fuerza del oleaje y
generan arena blanca. “La arenas de
la mayoría de las playas más cotizadas del país son de origen arrecifal”,
explica Federico Geraldes, director
del Centro de Investigaciones de
Biología Marina (CIBIMA).
Pero se trata de ecosistemas vulnerables. La barrera de coral de la
costa sur, desde la Romana hasta
Barahona, ha disminuido en altura
aproximadamente un 40% producto
de las actividades humanas, estima
Geraldes. Sin esta barrera, el mar
entra con más fuerza y se pierde
parte de la costa, como sucedió en
Juan Dolio y Guayacanes.
En esa zona, la deforestación en la
cuenca del río Higuamo para sembrar caña aumentó el volumen del
agua y de tierra arrastrada al mar,
señala el biólogo. Los sedimentos
afectaron a los corales y los efectos se
manifestaron a finales de la década
de 1970 y principios de 1980, con la
mortandad del coral pata de ñame
(acropora palmata) en la región.
Poco a poco, la playa empezó a peder
arena. Al igual que los arrecifes,
existen otros ambientes asociados a
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CONSTRUCCIONES
SOBRE LAS PLAYAS
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las playas, como las praderas marinas
y los manglares. La destrucción de
estos últimos para construir edificaciones y la “limpieza” de praderas
marinas para hacer la playa más
agradable también influyen, con el
tiempo, en la desestabilización del
sistema costero.
“Los ecosistemas litorales son frágiles y su equilibrio en estado natural es complejo y delicado”, afirma
Geraldes y destaca que gran parte
del daño se hace inconscientemente. Como ejemplo, cita que muchos
productos usados en los hoteles para
fumigar eliminan especies de invertebrados que cumplen sus función
en el balance ecológico. Los abonos
utilizados para mantener los jardines
y campos de golf frente a las costas se
filtran por el suelo a las aguas subte-
rráneas y luego al mar, afectado los
corales y provocando el crecimiento
de algas indeseadas en la playa. Lo
mismo sucede con las aguas residuales depositadas en lagunas o pozos
profundos cercanos a las costas.
Eso último es lo que ha sucedido en
la zona de Bávaro, señala, donde el
desarrollo ha creado un flujo artificial de agua hacia el mar que ha
afectado a los corales, enemigos del
agua dulce.
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El turismo y el medio ambiente no
son incompatibles, al contrario. Ése
es el mensaje de Jake Kheel, director
de la Fundación Ecológica Punta
Cana, que desarrolla proyectos de
protección al medio ambiente en esa
zona turística: siembra de mangles,
educación en las escuelas, reciclaje,
control de pesca, producción y uso de
abono orgánico.
La clave, dice Kheel, está en tomar
en cuenta al medio ambiente durante
la planificación y desarrollo de los
proyectos. “Hay que mejorar mucho
la planificación de la zona turística.
Actualmente un hotel viene y por la
prisa de construir tiene un impacto
negativo muchas veces innecesario”,
afirma.
Geraldes piensa igual. A su juicio,
los arquitectos e inversionistas
intentan adaptar la playa a la idea
que tienen, en lugar de adaptarse
ellos a la playa que existe. “No hay
una sola playa en el país que haya
sido conceptualizada a partir de lo
que había. Estamos forzando, producto de los diseños de los mercados”, dice.
Pero la naturaleza no se deja moldear dócilmente. Sus reacciones
inesperadas a nuestras intervenciones requieren que pensemos
mejor antes de alterar su dinámica.
Especialmente, cuando se trata de
recursos con tanto valor económico,
cultural y ecológico como las playas.
Éstas, como recuerda Geraldes, son
un ahorro de arena que a la naturaleza le ha tomado decenas de miles de
años. “Estamos despilfarrando una
herencia natural”, dice. Una herencia, vale agregar, de la que somos
dueños todos y todas.
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