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Nº 54 NOVIEMBRE - 2011
PERSONERÍA JURÍDICA
37252 ENERO 16/90
Gobernación de Antioquia
ISSN 0123-4528
DIRECTOR (E)
Juan Fernando Vélez G.
JUNTA DIRECTIVA
Principales:
Max Yuri Gil R.
Rocío Jiménez B.
Rubén Fernández A.
Luz Amparo Sánchez M.
Juan Fernando Sierra V.
Suplentes:
Ana María Jaramillo A.
Análida Rincón P.
Francis Corrales A.
COMITÉ EDITORIAL
Rocío Jiménez B.
Rubén Fernández A.
Lucelly Carvajal G.
Sergio Valencia R.
María Andrea Kronfly V.
Editorial
LA MEMORIA EN NUESTRAS MANOS
Calle 55 Nº 41-10
Tel: (57-4) 216 68 22
Fax: (57-4) 239 55 44
A.A. 67146 Medellín - Colombia
[email protected]
www.region.org.co
Editorial: LA MEMORIA EN
NUESTRAS MANOS
MEMORIA Y DESPLAZAMIENTO. LOS
CASOS DE SAN CARLOS Y COMUNA 13
CNRR y Corporación Región
MICROPOLÍTICAS DE LA(S)
MEMORIA(S): EL SENTIDO
POLÍTICO DE LA DIGNIDAD
Elsa Blair
JUSTICIA A LOS MUERTOS O UN
ALEGATO A FAVOR DEL RECUERDO
MORAL
Beatriz Restrepo Gallego
ESTADO Y SOCIEDAD FRENTE A LAS
VÍCTIMAS DE LA VIOLENCIA
María Teresa Uribe de Hincapié
UNA LABOR DE MEMORIA
Nyrama Osorio
RECORDAR PARA NO REPETIR
Alcaldía de Medellín
LA CONSTRUCCIÓN DE LA
MEMORIA HISTÓRICA DE LAS
VÍCTIMAS DE LA VIOLENCIA
Max Yuri Gil Ramírez
Diseño e impresión: Pregón Ltda.
Imagen carátula: Pregón Ltda.©&®
Las imágenes usadas en esta revista
corresponden a una cuidadosa
selección de obras relacionadas con el
tema de la Memoria. Esta publicación
circula de manera gratuita con fines
estrictamente académicos.
Para esta publicación la Corporación Región
recibe el apoyo de Welthungerhilfe; Diakonia,
Suecia; Misereor, Alemania; Embajada Suiza.
Familias enteras –padeciendo la orfandad y la viudez, destruidas por el
destierro del campo y la ciudad, la
desaparición forzada, el despojo de
la tierra y de sus bienes–, pueblan de
víctimas este país. En una sola historia de vida, muchos colombianos y
colombianas acumulan daños y pérdidas, resultado de formas diversas de
victimización. El sufrimiento y la injusticia llevan ya varias décadas, pero
ni el tiempo transcurrido ni la orden
de silenciarse y olvidar, impuesta
por los perpetradores del horror y la
crueldad, han podido acallar el movimiento de víctimas en Colombia,
quienes con un inmenso repertorio
de iniciativas, de evocación y de presencia por la memoria de sus seres
queridos y por la propia dignidad,
materializan la dimensión política del
dolor que hoy toma fuerza en el país.
Luchar contra la naturalización del horror en nuestra sociedad es una tarea de
trascendencia cultural de largo aliento,
para la cual se requiere la convergencia de diferentes sectores y lenguajes.
En ello, experiencias como “Tenemos
nuevos vecinos”, “Esta es tu casa” y
más recientemente, el encuentro académico, artístico y de las comunidades
para reflexionar juntos: “Destierro y
Reparación en Medellín” (2008), constituyen aportes a la construcción de la
memoria colectiva, tejida con la palabra
de las víctimas y la escucha de una sociedad capaz de reconocer en el otro,
la dignidad humillada
Colombia asiste a la ampliación del movimiento de víctimas que se visibilizó en
el año 2006, cuando organizaciones sociales y acompañantes internacionales,
se articularon en la Mesa Departamental de Víctimas del Conflicto Armado
en Antioquia. Desde entonces, se
avanza en la construcción de una
agenda política nacional, regional y
municipal. Los primeros frutos de
este proceso se dieron en 2007 con
el Encuentro Nacional de Víctimas,
donde más de 2500 asistentes procedentes de todo el país, congregados
en Bogotá, dieron origen a la Mesa
Nacional de Víctimas de Organizaciones Sociales. En 2010, se realizó
la Audiencia Nacional por la Justicia
para las Víctimas y contra la Impunidad, más de 1500 víctimas de 17
regiones del país, se reunieron en
Medellín.
Esta fuerza colectiva ha concurrido para que el Estado colombiano
asuma su parte de responsabilidad
con las víctimas y participe de la
construcción de memoria de la
violencia y el conflicto interno. Un
hito en la historia reciente de Colombia, ha sido el papel de la Corte
Constitucional; el 22 de enero de
2004 profirió la sentencia de tutela
T-025 a través de la cual, declaró la
existencia de un Estado de Cosas
Inconstitucionales (ECI), ante la
grave vulneración de derechos de
millones de colombianos y colombianas, víctimas del desplazamiento forzado y la profunda distancia
entre los derechos consignados en
la Ley 387 de 1997, y los recursos
financieros e institucionales de la
política pública destinada a atender
esta crisis humanitaria. La decisión
se produjo luego de que miles de
personas desplazadas, interpusieran
recursos de tutela ante la justicia
colombiana para reclamar el acceso
efectivo a sus derechos. La sentencia ordena la atención de los derechos básicos de todas las personas
desplazadas, como respuesta a la
creciente capacidad organizativa de
esta población.
En 2007, la conformación de la
Comisión de Memoria Histórica,
apoyo investigativo de la Comisión
Nacional de Reparación y Reconciliación, constituye un aporte a la
construcción de un relato que contribuye a la búsqueda de la verdad,
a la identificación de los patrones
de victimización y de los mecanismos del terror. Tiene como objetivo
elaborar y divulgar una narrativa sobre el conflicto armado en Colombia
que identifique “las razones para el
surgimiento y la evolución de los
grupos armados ilegales” (Ley 975
de 2005), así como las distintas verdades y memorias de la violencia,
con un enfoque diferenciado y una
opción preferencial por las voces de
las víctimas que han sido suprimidas
o silenciadas.
La memoria del sufrimiento y la
injusticia está en construcción; sabemos que la sociedad toda no se
ha sentido implicada, por lo cual,
coincidimos con Juan Manuel Roca
en que “la historia de Colombia está
escrita, más que por la punta del lápiz, por el lado de la goma, por el
extremo del borrador”. Pero también
es posible afirmar que la magnitud
de las atrocidades y la resistencia de
las víctimas han incidido para que
diferentes sectores sociales, académicos y artísticos, nos miremos en
el espejo roto de la sociedad, y le
demos un lugar a la vergüenza por
lo acontecido.
Gonzalo Sánchez, Coordinador del
Grupo de Memoria Histórica de la
Comisión Nacional de Reparación y
Reconciliación (CCRR), dice que “el
pasado se vuelve memoria cuando
podemos actuar sobre él en perspectiva de futuro”, y esto es pre-
cisamente lo que se hace desde el
movimiento de víctimas y el repertorio de actividades de memoria de
familiares, comunidades de base,
organizaciones no gubernamentales, grupos étnicos, organizaciones
de mujeres, movimientos de paz,
de artistas e iniciativas gubernamentales.
Las mujeres, en particular, han
dedicado sus mayores esfuerzos al
ejercicio de sus derechos, a buscar,
exhumar y enterrar con dignidad
a sus seres queridos; también ellas
han ido moldeando nuevas identidades convirtiendo la amargura en
acción, reflexionando y dejando de
ser víctimas pasivas para resurgir
como mujeres que ven cómo esta
experiencia compromete el presente con el pasado y abona al futuro.
Ellas han emprendido la recuperación de las tierras que les han
sido arrebatadas; y de esta brega,
en 2007 nos queda en la memoria
por el femicidio, en el departamento
de Córdoba, de Yolanda Izquierdo,
quien encarnaba la decisión, de por
lo menos 700 personas, de luchar
contra el despojo. A este crimen se
sumó el de Ana Fabricia Córdoba,
en junio de 2011 en Medellín, aumentando la aterradora lista de 66
personas asesinadas en los últimos
nueve años1, evidencia indiscutible
del riesgo que corren las víctimas
que reclaman sus derechos en la
ciudad y en el campo.
1. Las mujeres colombianas lideran la lucha por
la restitución de la tierra. Por Pilar Lozano.
El País, edición impresa. Consultado en línea
octubre 5 de 2011
3
Desde la Corporación Región afianzamos nuestro compromiso con el
acompañamiento a los procesos de
organización y formación de las víctimas en la región, con la producción
de conocimiento que contribuya a la
comprensión de lo que ha pasado y
a develar los daños y pérdidas de la
población desplazada, sus procesos
de memoria y resistencia, así como
a incidir en la política pública por
el reconocimiento y goce efectivo
de sus derechos.
En Región mantendremos la mirada atenta, la evocación en la piel
y haremos lo que esté en nuestras
manos para hacer memoria y alentar que iniciativas gubernamentales
como la Casa Museo de la Memoria, sea efectivamente un espacio
que propicie, por diversos medios,
el reconocimiento y dignificación
a la palabra de las víctimas de la
4
violencia en el país, un espacio de
recuperación del pasado que conduzca de las memorias literales a las
memorias ejemplares, es decir, del
individuo y su sufrimiento imponderable hacia prácticas individuales
y acciones colectivas que conjuren
el pasado y sirvan de aprendizajes
para el presente y el futuro.
Un reto enorme para las víctimas y
la sociedad colombiana, hacer memoria de un pasado que no pasa,
pues si bien el miedo persiste y la
repetición de las tragedias no cesa,
la necesidad de las víctimas de que
se conozca la barbarie de lo vivido
y lo sufrido constituye una apuesta
al día, que debe comprometer nuestros esfuerzos para que la justicia, la
verdad y la reparación estén siempre
en el horizonte y se cristalicen en
medidas eficaces de no repetición
de los crímenes atroces.
MEMORIA Y DESPLAZAMIENTO
Los casos de San Carlos y Comuna 131
Rafal Olbinski - Manon Lescaut b
Este artículo presenta fragmentos de los informes “San Carlos: memorias del éxodo y la
guerra” y “Desplazamiento forzado en la Comuna 13: la huella invisible de la guerra”, que
serán presentados el 24 y 25 de noviembre en el marco de la Semana de la Memoria en
Medellín.
1. En la elaboración de estos informes participan Martha Nubia Bello, Pilar
Riaño y Lina María Díaz del Grupo de Memoria Histórica de la CNRR; Marta
Inés Villa, Ana María Jaramillo, Luz Amparo Sánchez, Sandra González y
Didhier Rojas de la Corporación Región. Para la realización de este informe
se contó con el aporte financiero de la Embajada Suiza.
5
El Desplazamiento forzado es, sin
duda, uno de los principales efectos
del conflicto armado y las violencias
en Colombia. Pero no solo eso. También ha sido una de las estrategias
privilegiadas por los grupos armados
para despojar a las personas de sus
bienes y de sus tierras, para tomar
posesión de territorios estratégicos,
para desterrar a quien es considerado
enemigo. Los más de tres millones de
colombianos desplazados que hoy se
encuentran deambulando por ciudades y pueblos, por lo general en condiciones de extrema pobreza; y las 5
mil hectáreas de tierra que se calcula
han sido despojadas a campesinos a
lo largo y ancho del territorio nacional, son dos expresiones visibles
de esta problemática. No obstante,
los daños generados a las personas,
a los territorios, a la economía, a la
cultura, al tejido social y organizativo, aun no han sido reconocidos a
cabalidad por el Estado colombiano,
por la sociedad e incluso por las propias víctimas de este delito.
Conscientes de la centralidad de
la problemática y de la necesidad
de aportar a su reconocimiento y
comprensión, el Grupo de Memoria
Histórica y la Corporación Región
emprendieron la realización de un
informe que, poniendo al centro un
ejercicio de memoria de las víctimas, diera cuenta de las variaciones
e implicaciones del desplazamiento
forzado en contextos diferenciados:
los trayectos recorridos, los daños y
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pérdidas sufridas, las respuestas de
las instituciones y de la población.
Es así como se eligieron San Carlos
(Oriente Antioqueño) y Comuna 13
(Medellín) como casos emblemáticos
de desplazamiento forzado ya que
permiten leer dichas variaciones.
Estos ejercicios dieron lugar a dos
informes: “San Carlos: Memorias del
éxodo en la guerra”  y “Desplazamiento Forzado en la Comuna 13
de Medellín: la huella invisible de la
guerra en las ciudades”, próximos a
publicarse; en cada uno de ellos la
población narra las situaciones, los
eventos, los motivos que generaron
la huida de su lugar de residencia.
Masacres, amenazas, asesinatos,
extorsiones, órdenes de desalojo,
reclutamiento forzado, entre otros
hacen parte de las narrativas con las
que las personas desplazadas de estos
lugares explican por qué se fueron.
En la memoria de la población se
identifican eventos, especialmente
significativos, en los que el drama del
desplazamiento forzado se hizo visible, por la crueldad de los hechos que
lo antecedieron, por haber generado
un éxodo masivo y por las respuestas
sociales e institucionales desatadas.
El desplazamiento del Salado en la
Comuna 13, ocasionado por paramilitares del Bloque Cacique Nutibara y
el desplazamiento de El Chocó y Dos
Quebradas en San Carlos, ocasionado
por el IX Frente de las FARC, son dos
de los más recordados. Como antesa-
la a la presentación pública de estos
informes, se presentan los apartes en
los que se describen estos dos eventos trayendo elementos del contexto
explicativo y de las narrativas que sus
pobladores hacen de ellos.
El Desplazamiento
masivo de Dos Quebradas
(San Carlos)
Las masacres como retaliación
de los guerreros.
En noviembre de 2002 y enero de
2003, el periodo más fuerte de la confrontación entre los paramilitares
y la guerrilla por la hegemonía del
control del municipio de San Carlos,
ocurren dos masacres que han quedado guardadas en la memoria de la
población, de nuevo, por la crueldad
de las acciones, por lo que ellas revelan en términos de la lógica de la
guerra y de la lucha por el control del
territorio y por su impacto en la generación de desplazamiento masivo.
Tanto el Chocó, como Dos quebradas, se ubican en el eje San CarlosGranada, territorio identificado por
un mayor dominio de la guerrilla
y objeto dentro de la lógica del
proyecto contrainsurgente, de una
fuerte arremetida de paramilitares
y Ejército.
El 22 de noviembre de 2002, el Bloque Metro de las AUC incursiona en
la vereda el Chocó y, según informes
de prensa, asesina con hachas, sierras
y machetes entre 8 y 11 campesinos,
entre ellos: Luís Agudelo Aristizabal de 38 años, José Arias Clavijo, 37
años, María Arias Clavijo, 33 años,
Jesús López Cadavid, 62 años, Héctor
Valencia, 51 años, Aldemar Arias, 55
años, Edilson Arias, 35 años, Alexis
Arias, 22 años. Todos fueron sacados
de sus casas y lugares de trabajo para
ser asesinados posteriormente en
lugares públicos. Algunos de ellos no
pudieron ser identificados hasta varios días después, ya que sus rostros
y cuerpos quedaron totalmente desfigurados (El Tiempo, 2 de diciembre
de 2002). Esta masacre generó, según datos de la administración municipal, el desplazamiento masivo de
por lo menos 300 personas; otras no
pudieron desplazarse por la presión
y el control de los actores armados,
pero finalmente el hambre y el miedo, les obligaron a desplazarse:
Una vez se da esa masacre muchos pobladores de esa región se
terminan de desplazar, quedaron
algunos que decían: hombre,
pues si ya no nos mataron en
esta ya no nos van a hacer nada
¿cierto? entonces quedémonos,
pero el bloqueo, la pobreza, no
había nada de las instituciones,
quedaron a merced de la delincuencia, a merced de la guerrilla, a merced de todo el mundo.
(Testimonio hombre adulto, San
Carlos 2010)
Casi dos meses después, el 16 de
enero de 2003, en Dos Quebradas,
en el mismo eje San Carlos-Granada
ocurre una nueva masacre en la que
fueron asesinadas 17 personas. La
guerrilla de las FARC, reconoció, días
después, su autoría y su explicación:
según ellos, fue realizada en retaliación por la cometida un par de
meses atrás, por los paramilitares
en El Chocó2.
Dos Quebradas es un caserío ubicado en las afueras del casco urbano
de San Carlos, a 5km en la vía San
Carlos-Granada. Está conformado
por 52 casas construidas por la Corporación Antioquia Presente3, en terrenos de la finca La Arenosa, como
parte del proyecto de reubicación de
algunas de las familias damnificadas
de una avalancha ocurrida dos años
atrás; las otras familias damnificadas fueron reubicadas en la vereda
Vallejuelos. Muy cerca del caserío se
encuentra la Central Hidroeléctrica
Calderas4 con el respectivo batallón
militar para su cuidado.
La masacre del 2003 resulta significativa no sólo por la forma en que
se cometió, sino por su efecto en
cuanto al desplazamiento masivo de
todo el caserío y en la destrucción
de un potente proyecto de economía
solidaria. Desde el momento de su
fundación hasta el año 2000 se crea
una organización comunitaria que
por su consolidación y proyección
fue de renombre. Las casas se hicieron por autoconstrucción y era
también responsabilidad de la comunidad la siembra de cultivos de pan
coger. En estos 10 años la guerrilla
hizo presencia en el caserío, especialmente con una labor de control
social; una de sus vecinas habla de
por lo menos 10 personas asesinadas
“siempre nos fueron matando en el
espacio de los 10 años siempre nos
quitaron gente graneadita, un muchacho, una señora, el señor que yo
le digo que expulsamos de la empresa
lo mató la guerrilla en su propia casa
en presencia de su familia. Si habían
matado como a 10 eso en el espacio
que vivimos allá, con razones nada
justificables para quitarle la vida a
una persona pero si era más bien
como traviesitas, personas traviesitas”; no había, según esta mujer,
2. En entrevista realizada por la revista semana
Nicolás Baena, alias Plotter, desmovilizado
del IX Frente de las FARC, quien estaba al
mando del Frente en el momento de la masacre de Dos Quebradas, dice, a propósito
de los motivos que le llevaron a desertar:
“Semana: ¿Fue eso lo que lo hizo desertar?
Plotter: Fue una sumatoria. Yo siempre estaba discutiendo eso: a la población civil no
se le dan órdenes, se le conquista. Lo otro
es que a mí me enseñaron cuando ingresé
que lo político prima sobre lo militar. Que
para hacer un plan militar primero tocaba
sustentarlo políticamente. Hoy, por ejemplo, con la acción de Dos Quebradas allá
en San Carlos, que fue en represalia a una
masacre que hicieron los paramilitares se
estuvo discutiendo de cómo se iba a hacer
y qué implicaciones tenía. Yo pensé que se
iba a sacar esa gente que estaba haciendo
el trabajo de los paramilitares y si había un
ajusticiamiento, se ajusticiaba y si no pues
no. Yo no estuve ahí, pero cuando ya supe
era que se habían metido los muchachos
allí y que la orden había sido que el que se
moviera tocaba darle. Hubo una masacre.
Yo no concebía eso posible porque no había
habido la consideración política para hacer
esa acción militar. Después dijeron, Plotter,
hágase un documento para eso, ya cuando
estaba consumado el hecho. Semana: ¿Aceptó hacerlo?: En enero di unas declaraciones
para la televisión justificando el hecho. Me
sentí mal”. Revista Semana, edición 1112,
agosto de 2003 En: http://www.semana.com/
noticias-nacion/FARC-van-pasar-calmaditaschaparron-uribe-velez/72547.aspx )
3. Organización no Gubernamental de
Antioquia; que ha jugado un papel importante especialmente en procesos de reconstrucción de vivienda por desastres naturales
en varias regiones.
4. La central hidroeléctrica Calderas está localizada entre los municipios de Granada y
San Carlos en el departamento de Antioquia,
a una distancia aproximada de 100 Km de
Medellín. Está ubicada en la cuenca hidrográfica de la quebrada La Arenosa, afluente
del río San Carlos y el embalse de la cuenca
alta del rio Calderas.
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otro tipo de control o injerencia en
sus actividades comunitarias. (Mujer
Adulta, San Carlos)
Sin embargo, la situación se complicó cuando la guerrilla comenzó
a robarse ganado de fincas cercanas.
Luego fueron ellos mismos las víctimas. El 31 de octubre de 2001 les
robaron 80 cabezas de ganado que
eran de propiedad comunitaria. Con
este robo, la gente del caserío perdió
no sólo una inversión de 10 años y
un medio de sustento, sino el motor
que daba sentido al trabajo colectivo
a través de una empresa comunitaria. 27 de las 35 familias afiliadas a
la empresa comunitaria se hicieron
liquidar y se retiraron.
Rápidamente la presencia de la guerrilla tomó otro matiz. Aparecieron
letreros denunciando al entonces
gobernador Alvaro Uribe Vélez y la
llegada de paramilitares a la región:
vivimos muy tranquilos hasta que
cierto día nos amanecen unas letras
en la cancha unas letras grandes
donde decía, cuando eso Uribe era
el gobernador de Antioquia decían
las letras, Uribe fundador de las
convivir o de las autodefensas algo
así después nos dimos cuenta que
era de la guerrilla… (decían) estas
áreas y esta región las defenderemos
a sangre y fuego.” (Mujer adulta, San
Carlos). Al mismo tiempo se construyó la base militar para el cuidado
de la hidroeléctrica. Esto generó zozobra y miedo, pues, de un lado los
militares, empezaron a establecer
relaciones con la población y los pobladores sabían que esto no era bien
visto por la guerrilla y de otro, ante
un posible ataque, ellos quedarían
en el medio. Pero además, habían
recibido pistas de que eran vistos,
por los militares, como aliados de la
guerrilla: “la guerrilla no viene por
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aquí a atacar porque la guerrilla los
quiere mucho”, le dijo un soldado a
una de las habitantes de caserío, lo
que ella interpretó como una advertencia… “nosotros siempre vivíamos
con miedo” dice.
Esta situación se mantuvo así hasta
1998 cuando un ataque de la guerrilla al comando dejó como saldo
5 policías muertos y dos heridos. La
población de Dos Quebradas vivió
momentos de pánico y zozobra:
Eso fue por allá en el 98 me parece, si, más o menos en el 98, se
entró la guerrilla por todas las 4
esquinas por los cuatros puntos
cardinales y atacaron esa base,
eso fue una noche de terror, primera vez en la vida que nosotros
sentíamos bala porque nosotros
no estábamos acostumbrados a
sentir bala de ninguna calidad,
en ningún momento, eso fue
toda la noche por ahí desde las
8 de la noche por ahí hasta las
5.30 de la mañana (mujer adulta,
San Carlos)
Al día siguiente, cuando los vecinos
salieron a mirar lo que había pasado,
fueron los soldados los que dispararon al caserío. “salimos a mirar todos para arriba, para la base, estaban
recogiendo los soldados muertos, a
los soldados que quedaron ahí les
dio rabia con nosotros y nos dispararon, ya empezaron fue a disparar
de la base hacia el caserío lo que no
hicieron por la noche, entonces nos
encerramos, eso fue pues como unos
rafagasos poquitos, pero si alcanzaron a perforar casas, no hubo ninguna víctima pero pudo haber víctimas… entonces la acción comunal
vino y denunció ante la personería
ese hecho, porque ya los soldados
dispararon cuando ya no estaba la
guerrilla, entonces subieron revisaron las casas y preciso estaban los,
los, las aberturas en las paredes (Mujer adulta, San Carlos).
Con motivo de este ataque el comando fue trasladado hacia el
Chocó y, según el testimonio de
algunos pobladores, fue clara desde
entonces la animadversión del ejército frente a la población a quienes
les decían “sapos” por haber denunciado la situación, “ahí fue donde
empezamos que ya van a llegar los
paramilitares”
En efecto, la presencia paramilitar se
acentúa y los retenes y los asesinatos
se hacen cada vez más frecuentes.
Guerrillas y paramilitares se empeñaron en dejar marcado el territorio.
Día a día aparecían grafitis en las
paredes en las que se anunciaba, en
tono amenazante, su presencia. La
comunidad consciente de lo que esto
representaba para ambos grupos, cotidianamente se dedicaba a borrar
los grafitis para no dejar huella, hasta que un día los paramilitares les
prohibieron volverlos a borrar, por
lo menos hasta que pasara un año:
Entonces ya cuando esos grupos
armados nos dejaron las letras
que no fuimos capaces, ya no pudimos borrar, porque nos amenazaron, que no las podíamos
borrar, entonces ya nosotros empezamos a temblar mas porque
ya al ver que no borrábamos esas
letras, entre vecinos nos decían: ´
vea, ahora si no podemos borrar
esas letras, ahora si la guerrilla si
va a pensar que nos unimos a los
paramilitares. Porque ya no borramos las letras…entonces ya
muchas familias se empezaron
a ir. (Mujer adulta, San Carlos)
Foto: El desplazamiento de Dos Quebradas hacia San Carlos (Publicada en El Colombiano, enero 19 de 2003)
Los demás resistieron hasta el día
de la masacre.
El 16 de enero de 2003, un grupo
de hombres del IX frente de la FARC
ingresó a Dos Quebradas. Allí asesinaron a 11 personas que se encontraban reunidas en una casa, entre
ellas 7 menores de edad y una mujer
embarazada. Después se dirigieron
hacia La Tupiada y Dinamarca donde asesinaron 7 personas más: 3 en
Dinamarca (dos jóvenes y una mujer)
y 4 en La Tupiada (dos hombres, una
mujer y su hija de 9 meses), algunos
de ellos degollados.
Los guerrilleros llegaron a Dos Quebradas preguntando primero, cuáles
casas tenían teléfono y hacia allí se
dirigieron y mataron a algunos de
sus ocupantes, tras acusarles de ser
informantes de los paramilitares.
Luego se desplazaron hacia una casa
donde estaban reunidos unos jóvenes
después de un partido de fútbol. Les
preguntaron si eran paramilitares; al
contestar ellos que no, los invitaron a
unirse a la guerrilla. Los muchachos
volvieron a decir que no. Entonces
los guerrilleros los asesinan uno a
uno. Luego, salieron por uno de los
costados del caserío y se dirigieron
hacia la Tupiada donde asesinan otras
4 personas.
cina, vemos uno a uno horrorizados y de pronto descubro a mi
niño en un extremo del corredor.
El pánico creció, yo sentí como
si el tiempo retrocediera, desde
que mi niño nació, la alegría
que sentí y ahora este dolor tan
inmenso, se me desagarró todo.
Isabel, “Chavita” como le decíamos era una muchacha recién
casada y con principios de embarazo, quedó atravesada en la silla
donde estaba …saqué valor de
donde no lo tenía y la bajamos al
piso, donde encontramos los dos
niños heridos. Esto fue todavía
más doloroso al no poder hacer
nada por ellos, por un milagro
sobrevivieron, permanecieron
ahí tirados toda la noche del jueves, todo el día del viernes, hasta
que los pudimos sacar por ahí
a las 4 de la tarde del viernes y
se salvaron. (Testimonio mujer
adulta, San Carlos 2010)
Una de las mujeres del caserío recuerda este momento:
Lo que sigue después son largas horas de espera, temor, incertidumbre
y soledad. Al otro día, después de que
los campesinos logran que los dos
jóvenes heridos fueran llevados hasta San Carlos, deciden desplazarse
masivamente.
Cuando yo vi que por la parte
de arriba llega gente armada y
también por la parte de abajo,
me entré con mi niño de 7 años,
pero no cerré la puerta, me puse
a orar y a leer salmos de la biblia; y empezó la balacera más
espantosa. Cuando cesaron los
disparos me asomé afuera y ya
estaban saliendo también los vecinos, fuimos para arriba y nos
encontramos un muerto y otro
y otro más, cuando llegamos a la
casa donde estaban los jovencitos, y ¡que horror! 6 niños entre
14 y 17 años tirados en un charco
de sangre que parecería una pis-
Cuando llegamos al puente ya
casi de noche, gracias a mi dios.,
en cada curva era una tensión,
pensamos que estaba la guerrilla
pero fuimos bajando y no nos
atajó nadie. Entonces llegamos
al puente de aquí de San Carlos,
apenas había llegado el ejército que le toco venir caminando
desde San Rafael, un helicóptero
volaba porque era guardián del
ejército iba custodiándolo, !! ahí
si había policías, periodistas, el
ejército , mucha gente!, pero
¿para qué? Ahí yo les supliqué
que fueran por esos muertos pero
como ya era de noche se fueron
9
grupos en confrontación) ocupan,
como lo plantea María Teresa Uribe
en el análisis del desplazamiento en
Colombia (Secretariado Nacional de
Pastoral Social, 2001) un lugar central en esta construcción.
Foto: Entierro colectivo, mascare Dos Quebradas. (Publicada en El Colombiano, enero 19 de 2003)
hasta el alto Dos Quebradas, no
se atrevieron a arrimar donde
estaban los muertos, recogieron
los del camino, las señoras degolladas y los que encontraban
en la carretera, ahí dispararon
como para simular que los habían atacado y se devolvieron,
eso lo hizo el mismo ejército,
se devolvieron… y nosotros aquí
esperando de noche los muertos,
cuando llega otra vez el ejército
sin los muertos, ¡que desespero
el de nosotros! esos muchachos
tenerse que estar allá muertos,
toda la noche del jueves, toda la
noche del viernes, todo el día del
viernes, apenas hasta el sábado
por la mañanita volvió a subir
el ejército y ahí si se los trajo,
el domingo se hizo el entierro
colectivo. (Testimonio, mujer
adulta, San Carlos, 2010)
Se calcula que este hecho originó el
desplazamiento de más de 800 personas y 215 familias de éstas veredas
y de las veredas Betulia, Palmichal,
10
Buenos Aires, Arenosa y Vallejuelos
hacia la cabecera municipal, por lo
que se considera uno de los desplazamientos masivos más grandes del
municipio (PIU,2006: 30). El 30 de
junio de 2006, Tulio Mario Avila, alias
“chamizo” fue asegurado por la Fiscalía por haber planeado y dirigido
esta masacre5.
Las masacres y el desplazamiento
generado por ellas, ocupan un lugar importante en la memoria del
conflicto y el desplazamiento en San
Carlos. En su relato, la gente construye una explicación sobre la conexión entre las masacres del Chocó
y Dos Quebradas muy reveladora de
la lógica de la guerra impuesta por
los actores armados en esta localidad y de la manera como sus estrategias violentas se enfocaron hacia
la población civil. Las identidades
imputadas, (acusarles de “ser” del
bando enemigo) y el estigma (quedar
signado por habitar un lugar marcado por el dominio de uno de los
En el Chocó hicieron lo que quisieron, hasta La Hondita … ya
la población de esa zona masacraron 11 personas pero mirá,
pasaron por una vereda que se
llama Dinamarca que es la que
sigue aquí, pasaron por la Arenosa, pasaron por Dos Quebradas,
un caserío que hay ahí y no pasó
nada. O sea, ellos (las autodefensas) pasaron y como que no
vieron... entonces esa gente es de
las autodefensas, eso fue lo que
pensaron, van a decir que somos
de las autodefensas, decían los
pobladores; y efectivamente eso
también estaba pensando la guerrilla, si esta gente pasó por estas
veredas y no hizo nada, entonces es que las veredas son apoyos
paras. Lo mismo que pensaron
los pobladores, estaba pensando la guerrilla y se demoraron
imagínese… 20 de noviembre
y el 17 de enero de 2003, bajaron y masacraron 19 personas
(Testimonio hombre Adulto, San
Carlos, 2010).
5. Los testimonios de sobrevivientes y desplazados permitieron a la Fiscalía individualizar
y capturar a Murillo Ávila, quien ya había
sido acusado por rebelión y falsedad personal
en otro proceso. La Fiscalía aseguró a alias
“Chamizo” por los delitos de homicidio múltiple agravado, lesiones personales agravadas
y desplazamiento forzado. Por los mismos
delitos fueron asegurados, en ausencia, Mario Giraldo Loaiza y Aníbal Loaiza Marulanda. Fuente: Fiscalía general de la nación, en:
http://www.fiscalia.gov.co. Junio30.htm
El Desplazamiento
de El Salado (COMUNA 13,
Medellín)
“Un sábado negro
y un domingo de lágrimas”
El sábado 29 de junio de 2002, paramilitares del Bloque Cacique Nutibara (BCN) de las Autodefensas Unidas
de Colombia (AUC) incursionaron
en la parte alta del barrio El Salado, sectores 6 y 7, en la comuna 13
de Medellín. Durante la incursión
asesinaron a un habitante, incendiaron nueve ranchos, amenazaron,
maltrataron física y verbalmente a
los residentes y forzaron el desplazamiento de aproximadamente 170
de las 200 familias que habitaban
el sector. Las circunstancias en las
que ocurre este desplazamiento, las
diversas formas de terror empleadas y las respuestas institucionales
frente al reconocimiento del mismo,
dan cuenta de un caso ilustrativo de
desplazamiento forzado en contextos
urbanos.
Los hechos iniciaron en la parte más
periférica de los sectores 6 y 7, llamados por los vecinos del entorno como
“los ranchos” o “la invasión.” La historia de estos ranchos corre paralela
a la de la presencia de los grupos armados en el sector. A mediados de los
años 90, cuando el desplazamiento
forzado se incrementa a lo largo del
país y particularmente en el Urabá
Antioqueño y Chocoano, el Ejército
de Liberación Nacional (ELN) coordina la invasión a la parte alta del
cerro por familias desplazadas del
departamento del Chocó:
Los elenos fueron los que trajeron aquí esa gente. Les repartieron los lotes y los demás materiales para que construyeran.
Recuerdo que en el Reversadero
Los hechos
descargaron camiones con recortes de madera para los ranchos de los negros. La subida si
se la dejaron a ellos que subieron eso al hombro en convite de
mujeres, hombres y niños. De
mi casa yo los veía subir sudando porque nada más hasta ahí,
hay mal contados 300 escalones.
(Testimonio mujer adulta, Citado por: Aricapa, 2005: 45)
Las milicias independientes y entre
ellas los Comandos Armados del
Pueblo (CAP), también se hicieron
presentes en ese entonces y ejercieron control sobre el territorio y la
población de El Salado en los años
90. Allí entregaban lotes, distribuían
alimentos y bienes entre la población
después de asaltar vehículos transportadores de mercancías. Anualmente
festejaban fechas como el primero de
mayo o el aniversario de su llegada y
realizaban marchas. También organizaban celebraciones como el día de las
madres y de los niños. Empeñadas en
una labor ordenadora y moralizadora
“revolucionaria,” las milicias imponían castigos a los responsables de
violencia intrafamiliar, a quienes se
enfrascaban en riñas, violaban a menores, consumían sustancias psicoactivas o actuaban de manera violenta
contra sus vecinos.
A lo largo de los años, en los terrenos
del Salado calificados como zona urbana de alto riesgo no recuperable,
surgen otros asentamientos humanos. No todos mediante la invasión
de terrenos ni bajo la orientación de
los grupos armados, pero en general
quienes llegaron allí eran destechados de otras partes de la comuna y
de la ciudad y desplazados de los departamentos de Antioquia y Chocó.
El día 29 de junio de 2002 se hizo
realidad el rumor que circulaba
en los últimos dos meses y que
había propagado el miedo entre
los moradores de la parte alta de
El Salado. El grafiti que apareció
en las paredes de algunas casas,
“Habrá un sábado negro y un domingo de lágrimas,” comunicó
la amenaza, cimentó el temor y
anunció la llegada de un nuevo
grupo armado que le disputaría
el control de este territorio a las
milicias que lo tenían desde inicios de los años 90. El mensaje
fue tan intimidante que llevó a
que algunas personas optaran
por no salir más de su casa los
días sábados.
El rumor se acompañó del anuncio
de que entrarían al barrio los paramilitares. La presencia paramilitar,
sin embargo, se reporta desde el 2001
cuando empezaron a ser señalados
como los principales responsables
del desplazamiento forzado de la
población del sector. En efecto, estos habían tenido presencia en la
comuna 13 desde este año a través
el Bloque Metro (adscrito las Autodefensas Campesinas de Córdoba y
Urabá- AUCC) y el Bloque Cacique
Nutibara -BCN- de las Autodefensas
Unidas de Colombia, AUC.
En el 2002, el conflicto y el desplazamiento se agudizan en la Comuna
13 cuando las milicias de las FARC,
ELN y los Comandos Armados del
Pueblo prohibieron el ingreso de
personas que no fueran del barrio
incluyendo el de instituciones gubernamentales o no gubernamentales.
Esta, de acuerdo a los milicianos,
era una estrategia para evitar la influencia paramilitar. Los milicianos
también prohibieron la entrada a
desconocidos, realizaron retenes a
11
los buses y paralizaron los colegios.
En consecuencia, el transporte público dejó de subir al sector y algunos
negocios cerraron. En este clima de
aislamiento y desprotección tiene
lugar la confrontación entre milicias
y paramilitares.
Siendo las 10 y 30 de la noche los
paramilitares del Bloque Cacique
Nutibara entraron por la parte alta
de la montaña en la que se encuentra El Salado, un terreno escarpado
y pendiente que limita con el área
rural y conecta la comuna 13 con el
corregimiento de San Cristóbal. En
este lugar que es el más periférico del
barrio El Salado, los paramilitares se
enfrentaron con las Milicias Bolivarianas de las FARC y los Comandos
Armados del Pueblo (CAP), quienes
se encontraban situados en la parte
baja del Salado.
Momentos después de iniciada la
confrontación fue cortada la energía
dejando las viviendas, las escaleras y
caminos a oscuras. También fueron
cortadas las líneas telefónicas y roto
el tubo madre del agua. Llegada la
media noche, las explosiones, los
gritos, el llanto de los niños y los
insultos se escuchaban por doquier.
‘Salgan con las banderitas blancas6
para encenderlos a todos’, gritaban
desafiantes los miembros de las autodefensas mientras disparaban sus
fusiles contra las viviendas, algunas
en madera y zinc, otras de ladrillo”
(El Colombiano 2002, julio 5, p. 12A)
Los paramilitares entraron a la fuerza a las viviendas buscando supuestos milicianos, tumbaron las puertas, maltrataron a sus residentes, los
obligaron a salir e incendiaron nueve
viviendas, cinco en el sector 6 y cuatro en el sector 7. A medida que ellos
iban bajando y prendiendo fuego a
las viviendas, las personas intentaban
12
huir de sus casas asediadas además
por el maltrato físico y verbal. El
señor Carlos Arturo Yépez Mazo,
vecino del sector, trató de huir con
su familia y con toda la gente que en
medio de la oscuridad descendía por
los estrechos escalones. Junto con
su esposa, su hermana y tres niños
fueron obligados a devolverse por
un hombre armado quién enfrentó y
gritó a Carlos Arturo preguntándole
si sabía “con quién estaba hablando.” Ante la respuesta negativa, el
hombre armado le dijo que, “para su
información estaba hablando con las
Autodefensas”. Carlos Arturo Yépez
fue asesinado esa noche y su familia forzada a desplazarse junto con
el resto de los habitantes de estos
sectores.
Cuando yo desperté no había
luz, estaba el agua botando por
las calles, estaban cinco casas
ardiendo y yo salí escalas abajo
hasta en camisa de dormir (…)
me entregué a dios (…) cogí
una bolsa, eché dos muditas de
ropa, seguí pa´bajo rezando el
salmo 91, cuando vi, una bala
cerquita. Los unos gritaban, los
otros lloraban, los otros decían
palabras feas y yo era en un solo
temblor bajando esas escaleras
(…) hasta que una señora dijo:
“entre pa´ca” y había uno con
un balazo en la rodilla, nos tocó
amanecer acuclillados por el bulto de gente, era mucha. Ahí nos
dieron posada (Entrevista grupal
6, Grupo Interdisciplinario e Interinstitucional de Investigación
sobre Conflictos y Violencias,
2005).
Los vecinos huyeron cargando
los niños y los objetos que podían
llevar en esta salida intempestiva,
otros que no se encontraban en el
epicentro del ataque de los paramilitares se refugiaron impotentes
en sus casas:
En esa noche del incendio, nos
tuvimos que entrar, porque nosotros salimos a ver la gritería, en
medio de la oscuridad uno veía
el incendio y armas por todos
los lados y disparen, y yo: “Vámonos para adentro más bien”,
nos metimos en ese rincón de
la casa, éramos cinco, mis tres
hijas, él y yo, todos en un rincón
oyendo los disparos, la gritería,
¡ay no! era un desespero total.
Prendimos una velita porque no
había luz, que para no quedarnos
a oscuras del todo y éramos hablando, así nos dio la madrugada.
(Entrevista colectiva 2, testimonio mujer adulta, 2010).
Durante esta noche, el ingreso de los
habitantes del sector de la parte alta
que se encontraban fuera de sus casas fue casi imposible; los milicianos,
ubicados en la parte baja, advertían
a las personas que no subieran porque allí estaban los paramilitares.
Algunas personas pudieron llegar a
sus casas en las primeras horas de la
mañana después de pasar los retenes
de las milicias. Así lo recuerda un
joven quien se dirigía a su casa a
ver el partido del mundial de fútbol
de 2002:
6. Esta expresión en el contexto de la comuna
13, tiene una connotación irónica. Izar prendas blancas o banderitas blancas tal como se
hizo para pedir cese al fuego con el objeto
de atender los heridos y detener la acción
de la fuerza pública en ejecución de la Operación Mariscal que duró 12 horas y media,
el 21 de mayo de 2002, fue interpretado por
algunos sectores como un favorecimiento
táctico para los milicianos en combate y no
un gesto de paz.
La ruta del desplazamiento
20 minutos caminando separan los
sectores 6 y 7 del Salado del Liceo
Las Independencias, a donde llegaron a refugiarse aproximadamente
450 personas entre el 30 de junio y
mediados del mes de agosto de 2002.
Foto 3: Taller mujeres adultas. Ruta desplazamiento masivo El Salado.
Cuando iba llegando vi que la
casa de mi parcero estaba quemada, y yo ¡ay ¡…¡Antes de
ver eso, ya nos habían pegado
una parada, nos encañonaron y
ellos (los milicianos) siguieron
pa´rriba a recuperar la zona. […]
Después vi que la mía también
la habían quemado…Había comprado chifonier de tintilla, había
estucado, menos mal no compré
equipo en diciembre. El techo
estaba hacia abajo, cuando entré
unas cosas estaban prendidas,
otras echando humo. Ahí si dije,
“no tengo nada más que hacer”,
bajé las escalas, la gente estaba
comentando la balacera. (Testimonio hombre joven, cantante
hip hop, 2010)
El domingo 30 de junio en la mañana, los vecinos, habitantes del cerro
y quienes habían visto las llamas y
escuchado los gritos, descubren la
magnitud de lo ocurrido durante la
noche anterior: viviendas destruidas, alimentos, ollas y utensilios de
cocina regados por el piso, perros
muertos y las pintas en las paredes
firmadas por las AUC: “Tienen 36
horas para desocupar”. José, uno de
los vecinos quien se encontraba por
fuera de su casa cuando estalla la
confrontación, no pudo regresar esa
noche porque no lo dejaron pasar.
Al otro día al subir para su casa fue
testigo de como el cuerpo sin vida
del señor Carlos Arturo era cargado
por un familiar suyo a la Unidad Intermedia de San Javier.
Posteriormente de la destrucción y
amenazas, su familia y otras familias
que pasaron la noche en sus respectivas viviendas tuvieron que sumarse al éxodo iniciado en la noche del
29 de junio. Para otro habitante del
sector 6 abandonar su vivienda con
su familia era la única alternativa
posible: “Vámonos, si nos salvamos
de ésta ya de otra no, porque ya vienen es a barrer con lo que hay, ya no
podemos pensar nada, antes démosle
gracias a dios que ya podemos salir”.
(Entrevista Colectiva 2, testimonio
hombre adulto, 2010).
Los testigos de los hechos recuerdan
la salida desesperada de las familias
portando algunos objetos, el llanto
de los niños y los vecinos de la parte baja, quienes solidariamente les
ofrecieron panes, bebidas calientes,
algunos incluso alojamiento por algunos días. Las mujeres del grupo
de la tercera edad de El Salado, por
ejemplo, respondieron a la emergencia que vivían otras mujeres del
grupo y sus familias.
Fueron muchos hijos de compañeras que bajaban desplazados buscando refugio, incluso
mi casa es como un sótano, ahí
dormíamos hasta quince personas, teníamos cobijas en el piso
y bajaban de arriba pidiendo la
ayuda, entonces nos metíamos
todas ahí mientras amanecía
para poder ir a buscar refugio
en el restaurante o en el colegio
la Independencia. A un grupo de
varias señoras que fueron salidas
de allá, les quemaron los ranchitos. (Taller de memoria mujeres
adultas, 2010)
En el decenso, algunas personas
ingresaron a la escuela Pedro Jota
Gómez y al restaurante comunitario
pero la guerra no daba tregua y en
éste último fue lanzado un petardo
que cayó cerca de donde la población
indefensa había buscado refugio. Mujeres, niños y hombres tuvieron que
huir nuevamente,
¡Qué cosa tan horrible¡ Mucha
gente los ubicaban ahí en el restaurante, los niños le daban a
13
El Liceo La Independencia:
albergue para 450 víctimas
de desplazamiento forzado
Foto : Dibujo mujer adulta, desplazada del barrio El Salado Comuna 13, Medellín. Descripción del enfrentamiento que da lugar al desplazamiento masivo*
uno mucha tristeza, las mamás
también tenían como dos días
de estar ahí cuando les tiraron
un petardo, ellas estaban como
alrededor y el petardo cayó en
toda la mitad del salón y abrió
un hueco arriba y abajo, las personas estaban ahí y no les pasó
nada. (Taller de memoria mujeres adultas, 2010)
La mayoría de las personas descendieron hasta la iglesia del barrio El
Salado, esperando refugiarse en este
lugar pero el sacerdote les negó la
entrada aduciendo que no tendría
donde celebrar la misa para luego
proceder a cerrarles la puerta advirtiendo que de pronto pasaba lo
mismo que en Bojayá 7. La opción
fue entonces el Liceo La Independencia. Afuera del Liceo, las madres
con sus niños pusieron colchones
rodeadas de bolsas llenas de ropa.
Así permanecieron hasta que, con
el apoyo de otras personas, lograron
ingresar al liceo.
En las horas de la mañana del 30
de Junio, jóvenes pertenecientes
a Jóvenes líderes Unidos –JOLUN-
14
llegaron al Liceo, lugar donde se
reunían. Al presenciar la situación
de crisis, ellos deciden quedarse y
brindar su solidaridad a las víctimas
de desplazamiento, “En concertación
con otras personas del liceo, con los
otros grupos de la Junta de Acción
Comunal, incluso con los sujetos
armados que llegaron (las milicias),
ingresamos al liceo e instalamos ese
espacio” (Testimonio hombre joven,
líder desplazado, 2010)
7. Bojayá en éste contexto recuerda el 2 de mayo
de 2002, cuando aproximadamente 80 personas murieron luego de que guerrilleros del
frente 58 de las FARC lanzaran un cilindro
bomba contra la iglesia de Bellavista (casco
urbano de Bojayá), donde la población buscaba refugio en medio del enfrentamiento
militar entre el grupo guerrillero y paramilitares de las AUC.
* El dibujo representa los sectores 6 y 7 localizados en la parte alta de El Salado. A un
costado del sector 6 la quebrada El Salado y en
el extremo derecho y superior de la imagen el
sector 7. Las llamas evidencian los sectores en
los que los paramilitares prendieron fuego a
las viviendas y provocaron el desplazamiento
forzado el 29 de junio de 2002. En la parte
Cerca de 700 personas fueron
obligadas por los paramilitares
a abandonar sus viviendas en la
parte alta del barrio El Salado.
Cerca de 450 se refugiaron provisionalmente en el Liceo Barrio
las Independencias, a donde el
Simpad ha enviado víveres. El
desplazamiento masivo es la
nueva estrategia del grupo armado para asegurarse el control
de la zona que disputa con varios
grupos de milicias. (El Tiempo,
2002, julio 7, p. 1-19)
Una vez que entran al liceo, mujeres, niños y hombres se organizaron
en los salones. En cada salón, 4 o 5
familias se acomodaron:
Éramos mi esposo, mi hija y
yo, una cuñada, la suegra, la
muchacha y un bebé de brazos.
Éramos ocho. Nos acomodamos
en ese rincón sin colchoneta.
Llegaron los del grupo juvenil
acomodando la gente. Nos consiguieron cobija, colchoneta para
la muchacha con bebé. En ese
más alta el dibujo muestra a los paramilitares
quienes ingresaron desde arriba. En el extremo inferior de la derecha los milicianos. Por
las escalas descienden huyendo los habitantes
del sector y en la parte de afuera de la casa
azul localizada en la parte alta del sector, el
cuerpo del señor Carlos Arturo Yépez Mazo,
vecino del sector asesinado en la misma
noche por los paramilitares. Las viviendas
localizadas en el extremo izquierdo no fueron
incendiadas en la noche del 29 pero igualmente sus habitantes salieron desplazados el
30 de junio por la orden de salida con un plazo
de 36 horas, escrita en las paredes durante
la incursión de la noche anterior. Las casas
incendiadas estaban fabricadas con madera
y material reciclable.
salón estábamos una pareja de
ancianos, otra familia de cuatro
personas y nosotros ocho. Entre
una familia y otra, separábamos
con hileras de sillas. (Entrevista
Colectiva 2, testimonio mujer
adulta, 2010)
El coordinador del Liceo La Independencia y la Presidenta de la Acción
Comunal, deciden entonces escribir
un comunicado a la Personería de
Medellín informando que el liceo ha
sido ocupado por una población desplazada que asciende a 450 personas
entre adultos y niños. En esta, ellos
informan que las personas residían
en la parte alta del barrio El Salado y
solicitan…” atención médica urgente para Ivonne Jordán Salas, Didier
Antonio Mosquera y Elena Margarita
Mejía Álvarez” (Corte Constitucional, República de Colombia, Sentencia T-268, 2003).
El 2 de julio, las personas desplazadas
presentaron declaraciones bajo juramento ante la Defensoría del Pueblo
y se hizo el registro de las personas
afectadas. El censo levantado por este
organismo de control es el que se
tendrá en adelante por oficial. En
éste se registran 65 núcleos familiares, 55 de ellos tienen una mujer
como cabeza de familia y en total se
da cuenta de 161 menores de edad.
El número sin embargo es impreciso
pues habían otros núcleos familiares
que a pesar de haber sido desplazados, nunca se alojaron en el liceo
por los riesgos que representaban los
enfrentamientos en los alrededores
de la institución educativa. De otra
parte, muchos hombres y mujeres
jóvenes se negaron a permanecer en
el liceo y se alojaron durante los primeros días donde vecinos, familiares
y otros lugares adecuados temporalmente. Los 65 núcleos familiares entonces, están por debajo del
que estar uno tirado en el piso.
(Entrevista colectiva 2, testimonio mujer adulta, 2010)
número total de familias afectadas
si se tiene en cuenta que de un total
de 200 familias que habitaban en los
sectores de la parte alta de El Salado,
salieron 170 entre la noche del 29 y
el 30 de junio.
El mismo día que las personas se
refugiaron en el liceo, los habitantes
de la comuna 13 marcharon por las
calles denunciando que varias familias habían quedado sin vivienda por
la incursión de las AUC, en la parte
alta del barrio El Salado (El Colombiano, 2002, julio 1, p. 8A)
El liceo por su localización estaba
inmerso en el escenario de la confrontación lo cual representó una
amenaza real para los albergados. Su
preocupación era doble porque desde
allí observaban los acontecimientos
que se desarrollaban en la parte alta
del Salado donde estaban localizadas
sus viviendas:
Permanecimos en el colegio
mes y medio, pero no era porque nosotros quisiéramos, sino
porque las plomaceras [enfrentamientos armados] eran día y
noche y el problema de nosotros
con más miedo todavía era que
ahí se mantenían los milicianos
andando a rastras por todo ese
lote, y esos disparos de arriba
para abajo, y ¿entonces qué hacemos nosotros? resguardados
en esos salones. (Entrevista
colectiva 2, testimonio hombre
adulto, 2010)
Uno se paraba pues en los corredores del colegio dizque a mirar a
los vecinos porque todo el mundo
era para acá y para allá cuando
esos tiroteos, vea, pasaban por
esos corredores del colegio y tenía
En medio del riesgo constante, los
residentes temporales del liceo se
organizaron en comisiones para la
preparación de los alimentos, las labores de aseo de las instalaciones del
liceo y la atención de los enfermos.
Se acordaron horarios para ingreso
y salida del establecimiento, alimentación, así como la hora en que cada
noche se apagaban las luces del liceo:
“todos los salones nos turnábamos
para hacer la comida un día, el aseo
otro día, y así sucesivamente toda la
semana, o sea que todos trabajábamos en conjunto (Entrevista colectiva 2, testimonio mujer adulta, 2010).
Cuando no alcanzaban los alimentos, se solicitaba a los propietarios
de las tiendas vecinas su aporte, así
lo recuerda una mujer, “A veces uno
se sentía como un limosnero, yo fui
con mi hija a las tiendas a pedir el
día que nos tocó hacer la comida”
(Entrevista colectiva 2, testimonio
mujer adulta, 2010).
Los alimentos se preparaban en dos
o tres fogones de gas de la cocina del
liceo y también se prendía fogón de
leña en el patio para atender la cantidad de población en cada comida. El
aseo personal era difícil por el limitado número de unidades sanitarias
y duchas en contraste con la gran
cantidad de población albergada. La
permanencia en el liceo fue comparada con la vida carcelaria, así lo dice
una madre a las hijas que la visitan
en este lugar:
Ustedes parecen visitándolo a
uno en la cárcel, porque el celador tiene que abrir la puerta
para que puedan entrar, entonces ellas iban allá y a veces me
llevaban comidita para que co-
15
miera algo decente, decía ella,
porque esa comida por olladas
no tiene gracia, en cambio la comida hecha en casa como para
media familia sabe muy bueno,
entonces me llevaban la porcioncita, me llevaban jugo, los
cigarros, nos daban vueltecita y
se iban. (Entrevista Colectiva 2,
Corporación Región, 2005)
La preocupación de la mayoría de
las personas era por el estado de sus
viviendas y el temor de que éstas fueran incendiadas o saqueadas; pensaban también en sus animales y en la
eventualidad de que hubieran perecido. La situación de estar en una
situación tan precaria de albergue
y el constatar las perdidas tuvieron
un alto impacto emocional:
El estado de ánimo era muy decaído: triste, estresados, con ganas de llorar” […] Otro problema
que había allá era la salud, entre
los niños hubo muchas enfermedades, tenían gripas, tenían
diarreas, las embarazadas también, sería de los mismos nervios
que a muchas tocaba llevarlas a
urgencias, y como ahí había dos
personas del Simpad, entonces
estuvieron colaborando, ellos
iban al centro de salud, pedían
las citas, venían y recogían a las
personas que estaban enfermas,
las llevaban allá y como estaban
desplazadas ellos certificaban
que estábamos en el liceo y entonces nos entraban derecho al
médico. Pero una vez, me tocó a
mí, si, fui la más de malas que me
va diciendo la enfermera: “Que
ya todos los desplazados tenían
que entrar como Pedro por su
casa, que vean a ésta” y toda verraca, como si ella fuera, la que
nos fuera a dar la droga. (Entrevista Colectiva 2, testimonio
mujer adulta, 2010)
16
La permanencia en el liceo representó un riesgo para la vida y la integridad personal porque continuaban las
confrontaciones entre los actores armados en las inmediaciones del liceo
y por la presencia de milicianos a su
interior lo que a su vez provocó amenazas y acciones de los paramilitares, “En el liceo tampoco estábamos
nosotros cubiertos porque estaban
los francotiradores disparando para
todas partes, y como estaban en El
Corazón, en el tanque, eso quedaba
derechito allá y hasta allá fueron
las balas” (Entrevista colectiva 2,
testimonio hombre adulto, 2010).
La Defensoría del Pueblo recibe las
denuncias:
El día 5 de julio del presente
año se conoció en la Defensoría
del Pueblo que desde las 10:00
p.m. hasta las 4:00 a.m. del día 6
se dio una fuerte confrontación
entre los actores armados que
se disparaban constantemente
desde el lado de arriba del liceo,
hacia el lado de abajo de este
donde se encontraba el bando
contrario, quedando en medio
de la confrontación el Liceo La
Independencia con el grupo de
desplazados sumidos en terror y
el llanto de los niños, que dicha
situación continúo en la tarde
del día 6, se registró de nuevo el
día 8, el día 9 en las horas de la
mañana de hoy, se escuchaban
los disparos de hostigamiento y
enfrentamiento de los actores
del conflicto armado, situación
que claramente demuestra el
riesgo para la vida y la integridad
personal en que se encuentran
estas víctimas que impacientes
esperan la protección del Estado
supeditada a la inscripción en el
registro único de desplazados
que debe realizar la Red de Solidaridad Social. (Corte Constitucional, República de Colombia,
Sentencia T-268, 2003)
A principios de agosto, las personas
desplazadas fueron informadas por
las directivas del Liceo y representantes de la administración municipal que allí no podían permanecer.
De esta manera recibieron la orden
de que deberían salir para dar paso
a la actividad escolar:
Fue un comandante de la Policía
para decir que la zona ya estaba
segura, que por favor retornemos que porque necesitaban que
el colegio reiniciara clases… Por
allá teníamos Ejército, mucho
Ejército, y nosotros confiados de
que era Ejército y resulta que era
todo lo contrario, no era ejército
sino paramilitares, pero como
era el mismo camuflado y el mismo fusil y los mismos radios nosotros normal… ¡Nosotros que
íbamos a saber que eran paracos!... Cuando ya retornamos
ya eso hervía, hervía paramilitares… Ya todo mundo masivamente subió, pero no los que les
quemaron los ranchos, sino los
que tenían la casita buena... De
las 250 familias no retornaron
sino póngale 50 o 60 no más,
porque la mayoría no quisieron
volver por el miedo a las balas,
no podían volver porque ya les
habían arrancado las puertas a
las casas, les habían arrancado
los contadores de servicios públicos, les habían quitado…, o
sea, estaba desvalijada la casa, no
tenían llaves, no tenían nada, las
dejaron fue en la ruina; esas personas si recibieron el arriendo y
hasta el momento no han vuelto
a la zona. (Entrevista colectiva 2,
testimonio mujer adulta, 2010)
Justo cuando retornan, se presentó
una confrontación aún más aguda
que la anterior entre milicias, guerrillas y paramilitares.
Rafal Olbinski - Mimosa
Al principio de Agosto nos fuimos como cinco personas a
mirar, pues ya nos pedían que
nos fuéramos… Una desolación
horrible, a los días decidimos
arrancar para allá, amanecíamos
debajo de las camas por los tiroteos, amenazas, gritos. Estábamos sin luz por ahí 20 días.
Los de las Empresas Públicas
estaban amenazados y nosotros
en medio de las balas; conseguimos petróleo y unas velitas. […]
El día que volvimos se prendió
una balacera, hubo heridos por
el cuadradero de los buses. Una
amiga quedó paralítica, hubo
muchos heridos. Hicimos mal
al retornar ese día, dormimos en
el suelo. (Entrevista colectiva 2,
testimonio mujer adulta, 2010)
El reconocimiento
Las víctimas del desplazamiento masivo de la parte alta de El Salado, fueron reconocidas como personas en
situación de desplazamiento forzado
y sujetos de atención y protección
en el marco de la ley 387 de 1997
en medio de una disputa jurídica y
política que inició tras la negativa
al reconocimiento de su desplazamiento por la Unidad Territorial de
Antioquia de la Red de Solidaridad
Social.
La Defensoría del Pueblo, Regional
Antioquia solicitó la inscripción de
los afectados en el Régimen Único
de Población Desplazada, requisito
indispensable para su atención. La
Red de Solidaridad de Antioquia se
opuso a esta solicitud argumentando
que las personas relacionadas por
la Defensoría del Pueblo no habían
cambiado de domicilio, no habían
abandonado ni siquiera la comuna
donde residían y su ubicación en
el Liceo había sido propiciada por
los milicianos y que, por tanto, no
se trataba de un desplazamiento en
los términos de la Ley 387 de 1997
sino una retención de civiles por
los Comandos Armados del Pueblo
(Corte Constitucional, República de
Colombia, Sentencias T-268, 2003).
La Defensoría del Pueblo, Regional
Antioquia consideró que esta posición
era discriminatoria y que representaba un retroceso en la aplicación de la
legislación referente a los derechos de
la población desplazada y emprendió
un proceso para reivindicar la reparación de las garantías fundamentales
de esta población con el objeto de
que se reconociera de forma legal,
las circunstancias del desplazamiento
dentro de la ciudad (Defensoría del
Pueblo, Colombia, 2004:67). La entidad interpuso una acción de tutela a
favor de las 65 familias desplazadas.
Esta acción fue fallada a favor por el
Tribunal Superior del Distrito Judicial de Medellín, mediante sentencia de julio 25 de 2002 que ordenó
17
a la Red de Solidaridad inscribir en
el Registro Único de Población Desplazada a las familias y brindarles la
atención necesaria. No obstante, el 24
de septiembre de 2002, en segunda
instancia, La Corte Suprema de Justicia, Sala de Casación Civil, profirió
un fallo revocatorio de la decisión
de tutela de primera instancia por
considerar que estas personas no
habían abandonado su lugar de residencia y en segundo lugar porque
no se remitieron, las declaraciones
individuales de los afectados, a la Red
de Solidaridad Social.
El 6 de diciembre de 2002 la Defensoría del Pueblo presentó solicitud
de insistencia ante los magistrados
de la Corte Constitucional. El 23 de
Abril de 2003, la Corte Constitucional, mediante Sentencia T- 268 de
2003, confirmó el fallo de la primera
18
instancia y revocó el de la Corte Suprema de Justicia. Las víctimas del
desplazamiento masivo de la parte
alta de El Salado, fueron así reconocidas como personas en situación
de desplazamiento forzado y sujetos
de atención y protección. La Corte
Constitucional analizó dos temas
centrales para este fín: El del desplazamiento al interior de la misma
ciudad y la importancia de los derechos fundamentales en su contenido
material. Entre otras conclusiones la
Corte Constitucional subrayó que:
Tratándose de núcleos familiares
que por motivos de la violencia
urbana se ven obligados a buscar refugio dentro de la misma
ciudad, la crisis humanitaria
puede ser mayor, lo cual implica que el Estado está obligado
a tomar acciones para proteger
los derechos fundamentales de
los desplazados. (Corte Constitucional, República de Colombia,
Sentencia T-268, 2003)
El desplazamiento masivo de El
Salado, el 29 de junio de 2002, fue
el desplazamiento intraurbano más
visible en este periodo en la ciudad
de Medellín como en el resto del país
por su magnitud, por el clima de terror e incertidumbre que generaron
los combates entre paramilitares y
milicias dentro del perímetro del barrio y por la excesiva violencia con
que los paramilitares atacaron a la
población. La corta distancia entre el
lugar de expulsión y el de llegada y
el que hubiera ocurrido en la segunda ciudad en importancia y tamaño
del país, no representó una menor
vulneración de los derechos de las
víctimas del desplazamiento o un
impacto menor sobre sus vidas.
MICROPOLITICAS DE LA(S) MEMORIA(S):
El sentido político de la dignidad
* Socióloga. PhD. en Sociología. Profesora Titular Universidad de Antioquia.
Coordinadora del grupo de Investigación Cultura, Violencia y Territorio.
Docente-Investigadora. Instituto de
Estudios Regionales, INER. Medellín.
Email: [email protected]
Luis Fernando Peláez - Serie el Río - 2007
Elsa Blair*
19
A modo de Introducción
"¿No sería mejor abstenerse de
hablar?"
Michel Pollack
Mucho se ha discutido en Colombia
sobre la dificultad que enfrentan los
procesos de reconstrucción de la(s)
memoria(s) cuando el conflicto aún
no ha terminado y en el país, estamos lejos del llamado post-conflicto
que han conocido otras sociedades.
Tampoco, como lo dejan ver algunas
experiencias, el postconflicto ha facilitado la rememoración, y, menos
aún, la reconciliación de esas sociedades1. Nada parece indicar pues que
éste, por sí mismo, sane las heridas
de la guerra. El postconflicto (generalmente conseguido mediante
pactos, acuerdos, treguas, cesación
de hostilidades y demás) sólo es el
requisito inicial de un potencial
camino de reconciliación para la
sociedad y una condición de posibilidad de la “recuperación” necesaria
de las personas que han padecido
situaciones de violencia, en medio
de la guerra2.
Sin minimizar la importancia que
tendría para el país el ingreso a una
situación de post-conflicto, es tan
abigarrada la confrontación, tiene
tantos actores y frentes, que sólo procesos de muy largo aliento (quizá
tan largos como la guerra misma)
conducirían, eventualmente a él. De
ser así, la pregunta que se impone
es ¿esperamos la situación “ideal”
20
del postconflicto para (re)memorar
y empezar el doloroso proceso de
recuperación o le damos paso a la
“recuperación” de las personas mismas, aunque los eventos históricos
en lo macro se presenten “desfasados” en relación con dicha recuperación? Incluso es posible pensar que
iniciativas más locales (o “micro”)
de recuperación de las heridas pudieran conducir, con más facilidad,
a procesos más macro de la sociedad.
Siendo así, es importante seguir recuperando la(s) memoria(s) 3, aún
cuando el “peligro” no ha desaparecido y la dificultad es, a todas luces,
mayor. Como lo han dejado ver varios
autores, la posibilidad de articular
procesos históricos con situaciones
personales o, más precisamente, de
esclarecer la estrecha relación entre
vida cotidiana y momentos históricos, es un asunto poco analizado que
deberá emprenderse en los estudios
actuales (Guha, 1985; Das, 2008),
ninguno de ellos osaría pensar que
sólo procesos previos en lo macro,
conducirían a desarrollos “satisfac-
torios” en lo micro. Total, las situaciones históricas no son iguales y las
vías de recuperación de una sociedad
a otra, también, son distintas. 1. El caso de Sudáfrica, ampliamente ilustrado
por Castillejo, ha mostrado hasta qué punto
si bien con la creación de la comisión de la
verdad en el país africano, se vivió un proceso
de justicia transicional que los expertos han
considerado uno de los casos más “exitosos” de reconciliación de una sociedad en
situación de postconflicto, la realidad es que
al país africano, aún le resta mucho para
recuperarse (Castillejo, 2009).
2. Mantenemos aquí la diferenciación, -muy
importante- entre las guerras, y la violen-
cia producida en las guerras, establecida por
Kalyvas (2004) que nos ha sido muy útil en
análisis precedentes.
3. El grupo de Memoria Histórica de la CNRR
reportaba para el año 2009, 196 iniciativas
sociales de recuperación de la(s) memoria(s)
(Uribe et Al. CNRR, 2009). Y, todos sabemos
que, en ese registro, no están todas las que
son. Los procesos organizativos y las iniciativas de muchos grupos de víctimas existen
un tanto dispersas por todo el país, pero no
se detienen.
Sobre estos presupuestos, en este artículo se proponen algunas reflexiones que contribuyan a la discusión de
estas situaciones en el caso colombiano. La propuesta central apunta a
mostrar cómo lo micro puede tener
más importancia política de la que le
hemos atribuido tradicionalmente. Y
que una apuesta de reconstrucción
de la(s) memoria(s) que rehabilita la
periferia y la marginalidad (Pollack,
2006) que, -en nuestros términossería lo micro, y toda una apuesta por
el sentido político de la dignidad, no
es para nada desdeñable. Por el contrario, respondería a muchas de las
necesidades de las víctimas del conflicto a la par que podría fortalecer
procesos organizativos importantes
a nivel local.
El artículo está dividido en tres partes. La primera mostrará aspectos
de las discusiones que, de tiempo
atrás, vienen haciendo algunos autores desde corrientes críticas del
pensamiento social, al cuestionar
de diferentes maneras la concepción
tan “racional e instrumental” con
la cual se ha entendido y manejado la política, sus limitaciones a la
hora del análisis de realidades sociopolíticas y la necesidad de incluir
aspectos como las emociones y las
subjetividades para comprender las
dinámicas de fenómenos políticos
que “no se dejan capturar con las
categorías clásicas de la política”
(Bolívar, y Nieto, 2003; Bourdieu,
2000). La segunda parte será una
aproximación conceptual a la noción de micropolíticas. para mostrar
cómo y por qué ella resulta útil a
la discusión sobre los procesos de
reconstrucción de la(s) memoria(s)
dado que amplía, enormemente, su
potencial político al permitir “situar”
el poder a escala micro y buscar formas de “legitimidad” en “lo público”,
más que en lo institucional-estatal4.
Así, un asunto como la “legitimidad”
de la(s) memoria(s), no se agota en su
dimensión estatal (léase en este caso:
memoria oficial) y, por el contrario,
puede provenir de otros “espacios”
con enormes recursos donde también se juegan relaciones de poder
y, entonces, la(s) memoria(s) “no
oficiales” conocidas como “subterráneas”, “invisibilizadas”, “marginales”
(Pollack, 2006) pueden emerger y
lograr un importante potencial político. De esta manera, la posibilidad
de (des)centrar el poder del Estado y
-para el caso que nos ocupa-, de (des)
estatalizar la(s) memoria(s) (Blair,
2011)5, se vuelve un camino fructífero para potenciar políticamente,
los procesos de reconstrucción de
esa(s) memoria(s) “no oficiales”. En
la tercera parte, trataremos de mostrar cómo se puede producir “legiti-
midad” por fuera del marco estatal
(situándola más bien en lo público)
a partir de la consideración de dos
aspectos centrales, la subjetividad y
la cotidianidad. Finalmente, a modo
de conclusión, sostenemos que la
recuperación y reivindicación de la
dignidad de las víctimas, a través de
los procesos de rememoración y/o de
reconstrucción de la(s) memoria(s)
de la violencia que han vivido, no es
un asunto menor sino, por el contrario, un asunto con un enorme
potencial político.
I. Por una reconceptualización de lo
político y/o el poder
“…La política no es un “objeto
dado” de pensamiento sino que
se hace tal en la medida en
que la sociedad al actuar sobre
ella misma, al autofundarse,
reconoce y redefine permanentemente los límites de la vida
social.”
Ingrid Bolívar
4. Aunque por razones de espacio no es posible
ampliar la reflexión en este punto, podemos
decir que, apoyándonos en la analítica del
poder de Foucault (Foucault, 1998) y en la
geopolítica crítica (Agnew, 2005; Piazzini,
2008), tanto el poder como la dimensión
pública de la memoria, no se agotan en
su dimensión estatal, es decir, el poder no
es necesariamente estadocéntrico y, por el
contrario, puede provenir de múltiples lugares como un poder en red que atraviesa
la sociedad. El poder es más bien una relación de fuerza (Foucault, 1998:113). Está
pues en perspectiva, una nueva geopolítica
del poder; la explosión de otras identidades
políticas no territoriales (no estatales) y de
lugares, entendiendo el lugar, en términos de
Agnew, como “El encuentro de la gente con
otra gente y con las cosas en el espacio, es
decir, a las maneras como la vida cotidiana se
inscribe en el espacio y adquiere significado
La dimensión emocional
de la política y el poder
Como lo vienen proponiendo diversos estudiosos, la concepción de la
política que se agota en su dimensión “racional e instrumental”, está
dejando por fuera muchas manifestaciones de los fenómenos sociales
y políticos que no logran ser “capturados” con nuestra concepción
tradicional de la política. A partir de
un estudio de caso sobre las dinámicas del conflicto en dos regiones
del país6, Bolívar y Nieto muestran la
“precariedad” de nuestra concepción
de la política, esto es, los “hábitos de
pensamiento” y más precisamente,
los supuestos con los que nos acercamos a [comprender] los vínculos
políticos (Bolívar y Nieto, 2003: 80)
para capturar la gama de situaciones
que podrían explicarlos. Dejan ver
que asuntos como los vínculos afectivos que se establecen entre actores
armados y poblaciones en zonas de
conflicto, son aspectos que deben
considerarse en el análisis. Y ahondan aún más, al interrogar la forma
para grupos particulares de gente y organizaciones. Un lugar, pues, que se construye y
se reafirma cotidianamente” (Agnew, 2005).
Ambas son perspectivas teóricas y políticas,
en el pensamiento social contemporáneo,
que interpelan esa concepción institucional
y, sobre todo, tan estatal, del poder (y de “lo
político) que se suman a los cuestionamientos de la concepción racional e instrumental
que nos ha enseñado la teoría política clásica,
y están haciendo apuestas en otra dirección
que, a nuestro modo de ver, resultan más
fecundas para explicar muchos procesos
sociales y políticos contemporáneos.
5. Este tema ya ha sido tratado en otra parte. Cfr.
Blair, Elsa. “Memoria y Poder. (Des) estatalizar
la(s) memoria(s) y (des)centrar el poder del
Estado”, En: Universitas Humanística. Bogotá:
Pontifica Universidad Javeriana (En Prensa).
6. Se trata del Putumayo y los Montes de María
(Cfr. Bolívar y Nieto, 2003)
21
como comprendemos los vínculos
políticos. Todo su análisis conduce
a apoyar el presupuesto de Bourdieu
según el cual, habría necesidad de
incluir las “emociones corporales”
(vergüenza, humillación, timidez,
ansiedad, culpabilidad, pasiones y
sentimientos de amor, admiración y
respeto, ira o rabia impotente) a la
hora de analizar los fenómenos y las
prácticas políticas (Bolívar y Nieto,
2003: 81). Con ello se están permitiendo cuestionar la manera como
tradicionalmente se ha pensado y
analizado la política, dejando ver
que la “exclusión” de estos aspectos subjetivos y emocionales de las
dinámicas políticas, obedece a una
cierta “incomodidad” para abordarlas, propia de los analistas políticos.
Parecería pues, que se sigue pensando que la política es un asunto de
diálogos y de hombres racionales
(Ibíd.,p. 82).
Ignorar las emociones como parte de
las relaciones sociales y del sentido
de la acción humana es, sin duda, un
fenómeno de larga data y una práctica extendida en las Ciencias Sociales
(Jimeno, 2008: 270). Reconocer el
valor de las connotaciones emocionales permitirá recuperar para el
análisis, una parte importante de la
vida social (Harkin cit. en Jimeno
2008: 270) y -agregamos nosotros- de
la vida política. Los estados emocionales en la vida social no son como
se asume fácilmente, “estados internos” o “estados mentales alterados” o
instintivos o pre-culturales (Jimeno,
2008: 279). De la misma manera,
Veena Das ha señalado cómo, esta
dimensión subjetiva y afectiva de la
acción social, ha sido desvirtuada por
la teoría sociológica desde Weber,
toda vez que si bien se incluye la subjetividad del actor social, existe sin
22
embargo, una sobredeterminación
del actor social como actor racional;
dimensión racional donde los afectos
desviarían el curso de la acción racional. Dice: “La acción afectiva sólo
se toma en cuenta en la medida en
que es capaz de desviar el curso de
una acción racional bien definida”
(Das, 2008:197 cursivas agregadas).
Así las cosas, la acción afectiva termina siendo lo que ella llama una
categoría “residual” con la cual se
busca encasillar todo aquello que
no puede explicarse, según el paradigma de la acción racional (Ibíd.,
p. 197). Es lo que, desde otro lugar,
planteaba Iván Orozco al decir que
[era] “preciso diferenciar, entre una
lectura de la violencia y de la guerra,
como lenguaje de la razón instrumental o estratégica de un lado, y
del otro, como lenguaje estético expresivo”. La distinción es importante
no sólo por sus implicaciones en lo
que atañe a una teoría racionalista
de la responsabilidad, sino por sus
alcances para pensar el punto de
vista de las víctimas. “El lenguaje
de la razón instrumental, al leer la
violencia como medio para alcanzar
un fin, las oculta; el lenguaje estético
expresivo en cambio, en cuanto expresión de una visión de la violencia
como “herida sobre el cuerpo”, las
visibiliza” (Orozco Abad, 2002: 98
Cursivas agregadas).
Seguramente, la exclusión de esta
perspectiva en el análisis político,
responda también al hecho señalado
por Bourdieu, de la “reputación” que
se le asigna a la política dejando por
fuera muchos aspectos sociales que
también hacen parte de las prácticas
políticas. Dice:
“El mundo social está ausente, por
ignorado o por reprimido, de un
mundo intelectual que puede parecer obsesionado por la política.
Mientras que las intervenciones
propiamente políticas […] pueden
aportar prestigio a sus autores, los
que se dedican al conocimiento directo de las realidades sociales son
objeto a la vez de un leve desprecio […] y de una discreta sospecha”
(Bourdieu, 2004: 57 Resaltados
agregados).
Para quienes hemos trabajado directamente con las víctimas del
conflicto armado, uno de los fenómenos sociales y políticos que exige
la inclusión de la emocionalidad, la
afectividad y la subjetividad en el
análisis, es el de la memoria. Sin
duda, ella está ligada estrechamente
a las vivencias y experiencias emocionales y subjetivas de las víctimas.
Los efectos de la guerra sobre los
pobladores, lo que podríamos llamar el “insumo” de sus recuerdos
a la hora de la rememoración, tienen, además de las implicaciones
materiales que todos conocemos,
también, y quizá sobre todo, implicaciones subjetivas y emocionales . De ello dan cuenta todos los
relatos. Hay una gran dosis de “indignidad” en las acciones violentas
que vulnera la propia subjetividad
y la “humanidad” de los individuos
y las comunidades, más allá de la
precariedad material en la que los
envuelve. Esto explica la importancia, reconocida por todos los trabajos sobre las memorias del conflicto y/o de la guerra, de los apoyos
psicosociales a estas poblaciones
vulneradas, en sus necesidades más
básicas como seres humanos. Lo
que quizá aún no se acepta es que
estas “emociones” y subjetividades
puedan potenciarse políticamente.
Carlos Rojas - Serie Mutantes - 1994
II. La noción
de Micropolítica
"La memoria puede 'vencer' a
la cronología oficial."
Michel Pollack
Esta noción, tomada de Foucault, es
una apuesta política “alternativa” y
sugerente, propuesta por algunos autores que vienen re-actualizando la
perspectiva foucaultiana de análisis
del poder para pensar muchos fenómenos de las sociedades contemporáneas (Espósito, 2006; Ibarra, 2007;
García, 2000; Berrío, 2009). En ella,
estos autores están encontrando vías
de exploración bastante más fértiles
para explicar muchos procesos sociales y políticos actuales trascendiendo
esa mirada estatal (léase: exclusivamente institucional) de “lo político”.
Uno de ellos, entre muchos otros, es
el investigador argentino Raúl García, quien en un análisis sobre el carácter político del cuerpo, introduce
el concepto de micropolíticas, para
proponer un análisis microfísico del
poder; entendiendo por ellas:
“Las estrategias de poder que se ponen en funcionamiento más allá –o
más acá– de las políticas estatales
[…] pequeños espacios reticulados
que se tejen en los intersticios de las
grandes estrategias políticas –espacio macro político–, en conjunción
o disyunción con ellas […] espacios
que diseminan otras estrategias y
otros sistemas de fuerzas y que diseñan disputas tapadas por las sombras de los grandes hitos con que se
compone la Historia”. (García, 2000:
12 Subrayados agregados).
El concepto puede ser utilizado también, –y es lo que proponemos en
este artículo– para pensar en la(s)
memoria(s) “no oficiales” o, como
las llama Pollack, subterráneas –para
designar el “lugar” que ocupan en la
sociedad– (Pollack, 2006). En efecto, cuando el problema del poder
se (des)centra del poder del Estado
(Blair, 2011) y se concibe como un
poder en red, atravesando la vida social, (Foucault,1998) manifestándose
en otros “lugares” (o a escala micro
y no estatal), surgen múltiples líneas
de indagación de fenómenos como
es el caso de la(s) memoria(s) cuya
disputa por el sentido del pasado,
hace de ella(s) siempre, un asunto
político, pero donde “lo político” de
estas memorias, se expresa en lugares y en espacialidades diferentes7
más cercanas, más familiares, más
vecinales, más cotidianas, (esto es,
más micro) donde también se construyen relaciones de poder y desde
las cuales se pueden entonces, organizar acciones de resistencia.
Si bien, conocemos los esfuerzos
institucionales de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR), concretamente el Grupo de Memoria Histórica (GMH), por
construir una memoria de la guerra
en el país, recogiendo y documentando a través, principalmente de
testimonios, muchos de los eventos
más violentos en los años recientes,
particularmente las masacres; sabemos también, que otros múltiples
esfuerzos de reconstrucción de la(s)
7. Vale la pena mencionar que entre esas nuevas
espacialidades le acordamos un lugar central
al cuerpo y ya sabemos que la memoria es
sobre todo corporal (Ricoeur, 2003; Sánchez,
2006). Entender el cuerpo como “lugar de
memoria” y la corporalidad como expresión política de la misma, ayuda a explicar
y a potenciar muchos de los movimientos y
manifestaciones de resistencia a la guerra,
centradas en el cuerpo.
23
memoria(s) más locales, fragmentarias, más íntimas, poco “visibilizadas” por los medios, no han hecho
parte de ese relato 8. Son muchos
los esfuerzos, las iniciativas y los
ejercicios de memoria de distintos
tipos que se vienen produciendo en
el país sin que hagan parte del relato oficial y es preciso potenciarlos.
El testimonio (o la memoria oral),
es un caudal de expresión que aún
no conocemos completamente y
como lo ha dejado ver Pollack, la(s)
memoria(s) “subterráneas”, tienen
en la historia oral, la posibilidad de
dar importancia a los excluidos, los
marginados, las minorías (Pollak,
2006) como oposición a la memoria
oficial. Con ellas se han gestado diversas expresiones de resistencia al
poder. Como lo señalábamos desde
2009, una vez reconstruidas las memorias de la(s) violencia(s), el grupo
de Memoria Histórica (GMH) de la
CNRR, debería velar también por
dejar, al menos planteada, la necesidad y la posibilidad de reconstruir
una “Historia (o una memoria) de
las resistencias” (Blair et Al, 2009),
con el fin de potenciar en el análisis, las “dos caras” del poder: la de la
dominación y el control (ejercido a
través de la violencia y/o de la guerra), y la de la resistencia. “El largo
silencio sobre el pasado [como el que
han guardado estas memorias subterráneas que aún no emergen a la
superficie y al reconocimiento] lejos
de conducir al olvido, es la resistencia que una sociedad civil impotente
opone al exceso de discursos oficiales
[son la voz] de una sociedad que trasmite cuidadosamente los recuerdos
disidentes en las redes familiares
y de amistad esperando la hora de
la verdad y la redistribución de las
cartas políticas” (Pollack, 2006:20).
Este uso de la memoria oral revela
24
el trabajo psicológico del individuo
que tiende a controlar las heridas,
las tensiones y las contradicciones
entre la imagen oficial del pasado y
sus recuerdos personales; a través de
ese trabajo de reconstrucción de sí
mismo, el individuo define su lugar
social y sus relaciones con los demás
(Pollack, 2006: 29/30).
III. Los procesos de
resistencia en los
(micro)espacios de la
vida cotidiana o de la
legitimidad política de
la(s) memoria(s) locales
“…La vida cotidiana es LA
vida.”
Ágnes Heller
Todas las apuestas que conocemos
por combatir la marginalidad o el
carácter de “periféricas” de esas
memorias subterráneas, tienden
a hacerlas aparecer para poner en
lo público esos recuerdos, esos -en
términos de Pollack-, “no dichos”
de la(s) memoria(s) de dolor y de
muerte (Pollack, 2006: 24). Nuestra
sugerencia aquí es diferente. Si bien,
no nos sustraemos a la posibilidad de
hacerlas emerger y lograr su lugar en
lo público, asumimos que lo público
no es, necesaria (o exclusivamente),
lo estatal y que ellas se despliegan
en otros espacios “públicos” y, claramente políticos, que tienen otros
mecanismos y estrategias de poder
y, en consecuencia, la legitimidad
de la(s) memoria(s) subterráneas,
no estaría determinada por la “legitimidad” del Estado, es decir, por
“los espacios de poder”, sino, por el
contrario, por el “poder de los espa-
cios”9 y las acciones de resistencia
que ellos ofrecen. La apuesta política
que sostiene esta propuesta es de
largo alcance toda vez que modificar
ese manejo del poder -entendiendo
que “el poder no es una cosa o una
posibilidad cedida exclusivamente a
los estados, sino el recurso a la acción
(agency) implicado en toda actividad
social encaminada a conseguir los
fines que se ha propuesto” y que, en
esa medida, “El poder es inherente a
todas las acciones humanas” (Agnew,
2005:63)- apunta a “intentar hacer
un mundo menos estadocéntrico y,
consecuentemente, menos peligroso… Un paso hacia la rehumanización del mundo, a volver a poner a la
gente en el centro de la geopolítica”
(Agnew, 2005).
Cuando se asume que el poder no se
agota en su dimensión estatal y que
tiene, por el contrario, otras formas
para expresarse y otros espacios para
desplegarse, la perspectiva de análisis
de las memorias “no oficiales”, cambia sustancialmente y adquiere una
8. La comisión reporta 196 iniciativas de este
tipo en el país, pero todos sabemos que “no
están todas las que son”. Dos ejemplos que
nos son cercanos sirven para ilustrarlo: las
Muñecas de trapo construidas por campesinas de Sonsón, agrupadas en la Asociación de
víctimas del Municipio y el libro de poemas,
llamado “Mis anegdotas” de otra campesina,
víctima de la violencia en la misma región
(ver recuadro: Promesa autora Gloria Mejía
Marín).
9. Cfr. Es, en efecto, un juego de palabras que
no obstante va mucho más allá y descentra
el problema del poder de la esfera exclusiva
del Estado. Para una amplia reflexión sobre
estos “otros” espacios de poder, no necesariamente estatales, ver Agnew, 2005; Piazzini
et Al, 2008.
dimensión política poco estudiada
y potencializada. Queremos entonces, en este tercer y último punto,
mostrar cómo estas memorias -en
un análisis micropolítico del poderpueden alcanzar la legitimidad suficiente y el reconocimiento público/
político por la vía de mecanismos
y lugares “no estatales” de poder.
Apoyada en algunos trabajos que
reivindican la importancia de esos
espacios “micro”, también inundados de relaciones de poder (y en
consecuencia de resistencia), trataré
de mostrar dos componentes que
los constituyen: la subjetividad y la
cotidianidad. La primera entendida
como el poder del sujeto sobre sí mismo (Pedraza, 2010:12) que pasa por
la reivindicación de la emocionalidad
en la política, y la segunda entendida como el lugar espacio-temporal
donde nuestras relaciones sociales
logran concreción y, por tanto, se
llena de experiencia y sentido social
(Ortega, 2008: 22).
Subjetividad y Cotidianidad
parecía haberse acomodado bajo la
rúbrica de la identidad” (Pedraza,
2010). Una definición simple de subjetividad podríamos acordársela a la
expresión: “el poder del sujeto sobre
sí mismo” (Pedraza, 2010:12). Es la
conciencia de sí la que constituye
la subjetividad y ella se conforma
mediante un proceso social hacia
fuera de uno mismo, hacia otros
y desde otros (Jimeno, 2008:277).
Existe entonces una “tarea subjetiva”
entendida como la labor y el deber
de los seres humanos de pensarse a
sí mismos y de emprender acciones
que los afecten, los transformen y los
lleven a realizar aquella condición
humana a la que aspiran. Pero, sobre
todo, lo que intentan rescatar estos
estudios nuevos sobre el tema, es
el alcance del sentido político que
concentra esta actividad y destacar
su potencia como alternativa a la
lucha social (Pedraza, 2010: 12 Cursivas agregadas).
El asunto de la subjetividad ha entrado con fuerza en la discusión de
las Ciencias Sociales, hasta el punto
de generar debates que trascienden
las fronteras disciplinares10 volviendo a preguntarse por la dicotomía
entre estructura/agencia, objetivo/
subjetivo; racional/irracional, macro/micro (Giddens, 1987; Pollack,
2006; Ortega, 2008; Pedraza et Al,
2010); así las cosas, las Ciencias Sociales están obligadas a reconsiderar
el asunto y a no sustraerse de su discusión. En efecto, “tanto la noción
de agencia, como la multiplicación
de subjetividades que se detectan
y exploran en las investigaciones
actuales, sugieren la necesidad de
inquirir con detenimiento en las
acciones que han sacudido lo que
Esa subjetividad, sin duda presente en las memorias, tiene en la
cotidianidad un espacio específico
para desplegarse. Como bien lo señala Heller (1998), “Para la mayoría
de los hombres la vida cotidiana es
LA vida”. La relación entre subjetividad y cotidianidad se entiende
claramente cuando asumimos que,
en palabras de Das, “la construcción
del yo está ubicada en el contexto de
hacer habitable la cotidianidad,” por
eso habla de “un descenso hacia la
cotidianidad” expresado bellamente como “el regresar las palabras a
casa”. Sugiere que la creación de sí
en el registro de lo cotidiano consiste
en armar cuidadosamente una vida
[…](Das, 2008: 162, 160, 167 cursi-
vas agregadas). Con ello se refiere a
los acontecimientos de lo cotidiano
y al intento de forjarse uno mismo
como sujeto ético dentro de ese escenario de lo común.
Como lo señalan Veena Das (2008)
y Francisco Ortega (2008), el tema
de la cotidianidad viene ganando
relevancia política. Ambos autores,
siguiendo la vía abierta por De Certeau (2000) con su propuesta sobre
“reinventar la cotidianidad”, propugnan por adelantar y permitir la
reparación para restablecer espacios
de coexistencia social, a través de la
reconstrucción de sus propios hogares, dado que, es “el día a día el sitio
donde se repara el lazo social” (Ortega, 2008:18). De ahí su propuesta
por identificar acciones concretas
de las víctimas y los modos en que
estas padecen, perciben, persisten y
resisten las violencias, recuerdan las
pérdidas y le hacen el duelo, la absorben, la sobrellevan y la articulan
a su cotidianidad. Pero, sobre todo,
evidencian la capacidad de agencia
10.Campos temáticos como los que abarcan
el feminismo, los estudios de género, y
los estudios culturales han confluido con
la sociología, la antropología, la psicología
social, la estética y los análisis literarios para
incursionar en diversos fenómenos vinculados con “…la labor que emprende el sujeto
al actuar sobre sí mismo y han estimulado
los esfuerzos por comprender y analizar en
qué condiciones puede el sujeto modificarse
a sí mismo, con qué recursos interviene su
auto comprensión y cómo, con qué propósitos los emplea” (Pedraza, 2010 subrayados
agregados). Además del lugar que ocupa la
problemática del “sujeto” en la teoría social
actual como en el caso de la obra de autores
como Bourdieu, Giddens y Sahlins (Jimeno,
2008: 277).
25
Doris Salcedo - Sin título - 1998
de estas poblaciones sometidas a la
violencia cuando plantean que si
bien esas violencias configuran la
subjetividad, son a la vez, configuradas y susceptibles de ser transformadas por las acciones mismas de
las comunidades y esa cotidianidad
encuentra su expresión concreta en
la comunidad a la que se pertenece
(Ortega, 2008: 20 y sgts).
Todos los esfuerzos e iniciativas de
memoria que se vienen haciendo
desde distintos lugares y “comunidades” en sus prácticas cotidianas,
muchas de las cuales hemos acompañado desde la academia pero también
desde la intervención y la labor de
ONG, deberían llevarnos a intentar
responder la pregunta que se hacía
Das sobre si “¿Hay otros caminos
por los que pueda darse la creación
del yo, a través de la re-ocupación
del mismo espacio de la devastación
26
acogiendo los signos de la injuria y
convirtiéndolos en las maneras de
devenir sujetos?” (Das, 2008: 159).
Subjetividad, Cotidianidad
y Memoria
Estas memorias locales, no “oficiales”, de alguna manera “marginales”
cuando se piensa desde la “centralidad” del poder estatal, tienen, pues,
en la cotidianidad y la subjetividad
dos terrenos fecundos para desplegarse. Son llamados microespacios
definidos (Das, 2008:150) donde, sin
embargo, se desarrolla y se concreta la vida social. En el caso de las
víctimas de la violencia, se trata de
una memoria del sufrimiento y de
la pérdida, pero, ya lo sabemos, es
preciso rescatar el potencial político del dolor y el sufrimiento humanos (Restrepo, 2000) y contribuir a
que las víctimas puedan re-habitar
el mundo. Aun cuando es cierto el
impulso o la “avanzada” que registra
en la actualidad el concepto de subjetividad, y que está permitiendo discusiones más amplias, definiciones
más precisas o acabadas del mismo
e interpretaciones más complejas
de su intervención en los procesos
sociales, el tema de la subjetividad no
es realmente nuevo. En la filosofía ha
estado desde siempre y en la Historia,
aparece en el debate “viejo” pero aún
no saldado por los historiadores, en
relación con la Memoria. No obstante, para algunos historiadores, el
componente subjetivo de los relatos,
le quitaría la capacidad “veritativa”
que sí tendría la Historia. Pécaut, por
ejemplo, sostiene que hay diferencias
sensibles entre los relatos basados en
la memoria y los relatos propiamente
históricos, lo cual es a todas luces
evidente. Dice textualmente: “los pri-
meros remiten a la temporalidad vivida, no implican una periodización
definida y, ligados a las experiencia
individual o colectiva, son de por sí
múltiples. Los segundos son construidos, por el contrario, sobre la
base de una periodización que debe
ser justificada, dependen de criterios
de verificación y tienen pretensión
de unicidad” (Pécaut, 2003:127). Lo
que cuestionamos es el carácter de
“verdadera” que tendría la Historia
por oposición a la Memoria.
Esa memoria construida por los historiadores y convertida en “historia
oficial” es la denominada como “memoria encuadrada” (PollacK, 2006:
40). Aquellas que le asignan un papel
fundamental al Estado, lo que nombra Da Silva Catela como la estatización de la memoria para designar
con ella el papel central que ocupa
el Estado como agente de memoria y su pretensión de generar una
política centralizada de memoria,
negando implícitamente la pluralidad de memorias que circulan y
son defendidas por diversos grupos e
instituciones (Da Silva Catela, 2010:
8). Otros historiadores, por el contrario, le acuerdan un lugar especial
a la subjetividad de las memorias; de
ahí su reivindicación de la historia
oral como fuente historiográfica y
su argumento sobre la ambigua utopía de la objetividad: por un lado la
objetividad de la fuente, por el otro,
la objetividad del científico con sus
procedimientos neutrales y asépticos. En el espacio intermedio, en la
tierra de nadie, ni de los hechos ni
de la filosofía, se coloca el territorio
inexplorado y exorcizado de la subjetividad. La paradoja principal de la
historia oral y de las evocaciones es
de hecho, que las fuentes son personas, no documentos.
La motivación para narrar consiste
precisamente en expresar el significado de la experiencia a través de
los hechos: recordar y contar es ya
interpretar. Excluir o exorcizar la
subjetividad como si fuera solo una
fastidiosa interferencia en la objetividad fáctica del testimonio quiere decir, en última instancia, distorsionar
el significado mismo de los hechos
narrados (Portelli, 1994:34 Cursivas
agregadas). En todo caso, potenciar
esa historia oral requiere una “sensibilidad epistemológica específica
bien agudizada” y un discurso sensible a la pluralidad de realidades
(Pollack, 2006: 43/47). Es también
el debate que introducía Sánchez al
acordarle a la Historia una pretensión objetivadora y distante frente
al pasado, que diluye las memorias
particulares en un relato común,
mientras la memoria resalta la pluralidad de relatos, inscribe, almacena u
omite y, a diferencia de la Historia, es
la fuerza, la presencia viva del pasado
en el presente; ella se preocupa por
las huellas de la experiencia vivida, su
interpretación, su sentido (Sánchez,
2006:22).
Como lo señala Jimeno “la comunicación de las experiencias de sufrimiento, permite crear una comunidad emocional que alienta la recuperación del sujeto y se convierte en un
vehículo de recomposición cultural
y política […] y esto requiere la expresión manifiesta de la vivencia y
de poder compartirla de manera amplia, lo cual, a su vez, hace posible
recomponer la comunidad política”
(Jimeno, 2008: 262). Sin duda, es
preciso hacer justicia a la experiencia subjetiva de dolor (Das cit., en
Jimeno P. 262). Según esta autora,
los testimonios de violencia son la
clave de sentido y creación de un
campo intersubjetivo, en el cual se
comparte el sufrimiento y puede anclarse la reconstitución de la ciudadanía (Jimeno 2008: 267). Pensamos,
sin embargo, que si bien deja ver la
dimensión política e intersubjetiva
del acto de contar, la categoría de
ciudadanía apunta a la concepción
de la política que hemos considerado
aquí demasiado institucional; quizá
el sentido político del “compartir el
dolor” y de forjar en el relato “comunidades emocionales”, esté en la
recomposición de la subjetividad y
en la recuperación del ritmo de la
vida cotidiana, “LA” vida. Pero para
ello debemos apostarle a una reconceptualización de lo político que no
deje al margen las emociones y las
subjetividades como asuntos de la
vida social, pero no política.
Pensamos que es justamente en su
registro más actual y en sus potencialidades políticas reconocidas hoy,
donde la subjetividad debe ocupar un
lugar en los análisis y concretamente, en los procesos de reconstrucción
de la(s) memoria(s). Dos ejemplos
servirán para ilustrarlo: Como fue
particularmente claro en el trabajo realizado en algunos barrios de
Medellín que quería reconstruir las
memorias del conflicto armado, “estas vivencias, surgidas del entramado
cotidiano y barrial, que por décadas
han cimentado el conflicto con todas
sus variantes y altibajos, revelan una
dimensión subjetiva, experiencias
cotidianas e historias que se inscriben y escriben en el conflicto, y que
no se padecen de manera “pasiva”,
sino que se reconstruyen, se descifran, se sobreviven –y resisten- en el
día a día” (Berrío y Grisales, 2011).
Es lo que, por otra parte, se concluye
de un trabajo realizado en Granada,
27
de señalar la pérdida [espacio micro
político de la vida social] (Ortega,
2008: 18). Es en este último espacio,
como propone Ortega, donde todas
las iniciativas de reconstrucción de
las memorias deben tener lugar.
Una vez puestas en contexto estas
reflexiones, la pregunta a hacerse es
entonces si: ¿es o no la recuperación
de la dignidad de las víctimas, -como
un aspecto subjetivo y cotidiano- un
asunto político?
Reflexiones Finales
Antioquia, con la asociación de víctimas, ASOVIDA, al decir que: “el
proceso que han llevado a cabo estas
personas muestra cómo, el alcance
de la lucha política no solo se mide
con el logro o no de una política pública11, sino también, en la importancia, profundidad e impacto que esta
tiene en la experiencia subjetiva de
quienes participan en el proceso, en
la resistencia y en la visibilización
de las víctimas. Es lo que la autora
llama, muy bellamente, “el sentido
político de la dignidad” (Carrizosa,
2010 cursivas agregadas) 12. Subjetividad y cotidianidad son, pues,
dos “espacios” donde se suceden los
acontecimientos reales de la vida y
en esa medida, espacios donde las
personas se juegan su “dignidad”, el
no contemplarlos en el análisis como
una dimensión política es “mutilar”
el sentido mismo de lo político y su
estrecha relación con la ética. De ahí
que se precise introducir la pregunta
sobre los límites de lo tolerable y lo
28
Esto puede conseguirse a través de
múltiples acciones de resistencia (la
otra “cara” del poder) contra todas
las prácticas que vulneran la dignidad, pero teniendo en cuenta que se
trata de una resistencia entendida
no siempre como un acto deliberado
de oposición a las grandes lógicas
opresivas [espacio macro político de
la sociedad] sino como la dignidad
Queremos para terminar, responder
la pregunta que nos sirvió de epígrafe sobre si frente a los procesos
actuales de reconstrucción de la(s)
memoria(s), en una situación como
la colombiana de “No-postconflicto”,
“¿No sería mejor abstenerse de hablar?” (Pollack, 2006). Y pensamos
que no. Más bien, planteamos que es
preciso contar13; dejar que esas memorias, llenas de subjetividad como
“huellas de la experiencia vivida”,
(Sánchez, 2006:22) se expresen y se
recreen en distintos espacios: cercanos, cotidianos, familiares, vecinales,
y que las víctimas puedan, como en
el caso del poema, (ver recuadro)
expresar y tramitar, cotidianamente,
emociones como el dolor y la pérdida
y, más bien, intentemos potenciar
la capacidad política de esas otras
11. Que vale la pena resaltar, sería una legitimidad “institucional-estatal”.
12.Ambos son resultados de proyectos de investigación desarrollados por miembros del
Grupo Cultura, Violencia y Territorio adscrito al INER de la Universidad de Antioquia.
13. No ignoramos las discusiones aún no saldadas sobre la capacidad de la narrativa para
“sanar” o, por el contrario, para reavivar el
dolor (Sánchez, 2008; Del Rocío, 2004), ni las
discusiones sobre la imposibilidad de comunicación del dolor, esto es, de su “indecibili-
dad” (Das, 2008; Aranguren, 2008; Jimeno,
2008) y otros debates similares, que tienen
que ver con el “acto de testimoniar” pero,
por los propósitos del artículo, no podemos
desarrollarlos aquí. Baste decir que hablamos
del contar, -casi en el sentido psicoanalítico
del término-, como la capacidad (y la necesidad subjetiva de las víctimas) de “poner
en palabras” o en “actos” o en “artefactos”,
los recuerdos de los sucesos dolorosos que
deben emerger para sanar y no sedimentarse
en el silencio.
intolerable para la dignidad humana,
en un orden social como un asunto
político.
formas no estatales, no macro, sino
(micro) políticas del poder y con ellas
restaurar el sentido político de la
dignidad.
Nada nos impide pensar que estas
experiencias de reconstrucción
de la(s) memoria(s), “peligrosas”,
tímidas, poco visibles o todavía
subterráneas que se producen a
nivel local o en lo micro, tengan,
siguiendo a Ortega, “la capacidad
para estructurar o por lo menos
afectar de manera silenciosa y
frecuentemente imperceptible el
presente y, por tanto, moldear futuros horizontes de expectativas”
(Ortega, 2008: 30). ¿Y no es acaso la
política, una apuesta por construir
futuras y más dignas maneras de
ordenar la vida juntos?
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30
JUSTICIA A LOS MUERTOS
o un alegato a favor del recuerdo moral
Oscar Muñoz - Re-trato, Fotografía del video - 2003
Beatriz Restrepo Gallego1
1. Estudios de filosofía en Manhattanville College, New York, EUA;  Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Central de Madrid (hoy Complutense),
España; Instituto Superior de Filosofía, Univeridad Católica de Lovaina, Bélgica,  Docente de Filosofía en Facultad de Filosofía y Letras, UPB; Instituto
de Filosofía, UdeA.  Exsecretaria de Educación de Antioquia. Exsecretaria ejecutiva del PLANEA. 
Corporación Región identifica en el artículo JUSTICIA A LOS MUERTOS o un alegato a favor del recuerdo moral, de la profesora Beatriz Restrepo Gallego, un aporte
desde la reflexión filosófica a la profundización de las reflexiones de las víctimas
y la sociedad hoy. Su artículo, publicado en el periódico El Colombiano en el año
2000, se reedita con la certeza de su vigencia.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, un alegato es “un
escrito en el cual expone el abogado las razones que fundamentan el
derecho de su cliente”, o un “argumento o discurso a favor o en contra
de alguien”. Pues bien, este texto
quiere, ante el debilitamiento de
nuestra memoria colectiva y la fragilidad de nuestros recuerdos, decir
una palabra a favor de los muertos y
desaparecidos por nuestra violencia,
los miles de hombres, mujeres y niños víctimas de muertes inesperadas
e inexplicables, individuales o colectivas, anónimas e insensatas, y reclamar para ellos la justicia a que tienen
derecho, que le dé reparación a sus
deudos y dote de sentido su muerte al
reconocerla no solo como un hecho
siniestro e inmerecido, sino también
como un símbolo cuyo significado
nos toca desentrañar a nosotros los
vivos.
Más necesario es este alegato cuando
entre nosotros tantos están a favor
del olvido y en contra del recuerdo,
desatendiendo así un llamado de radical solidaridad a nuestra razón y a
nuestra sensibilidad como seres humanos, a nuestra fe como creyentes
y desconociendo, de paso, la fuerza
crítica de la memoria del sufrimiento
32
y de la injusticia. No se trata de reivindicar un recuerdo para satisfacer
a los vivos y a los dolientes; se trata de
buscar darle un sentido a la muerte
inocente de tantos compatriotas, de
tal manera que su vida truncada y
su existencia interrumpida por azar,
error, insensatez o maldad, no caigan
en el vacío. Ello solo es posible si nos
esforzamos por ver estas muertes
desde el punto de vista de la vida
y de la historia, esto es, de lo que
ellas significan para nosotros y para
quienes han de venir detrás.
Para ello retomo el concepto de
memoria moral, central en el pensamiento del filósofo y teólogo alemán Johannes Baptist Metz y que él
entiende como aquella memoria capaz de atender los gritos de dolor de
las víctimas inocentes y de suscitar
compasión y solidaridad y exigencia
de justicia; mientras ésta llega, ella
abre la puerta a la esperanza que se
mantiene activa gracias al recuerdo
moral (1999:181). La obra de este
autor, Por una cultura de la memoria (Barcelona: Anthropos, 1999) y,
especialmente, el epílogo escrito
por Reyes Mate, apretada síntesis
del pensamiento de Metz, servirán
de fundamento e hilo conductor a
una reflexión que, centrada en los
conceptos de razón, historia y memoria en su relación con el tema que
aquí se propone, las víctimas, quiere
aportar en la búsqueda del sentido
(filosófico y teológico) y de la significación política de tantas muertes,
para terminar con un breve recurso
a la poesía.
1. La razón. Uno de los puntos más
interesantes del pensamiento de
Metz es su controversia con la racionalidad moderna, tanto con la
concepción ilustrada a la que cuestiona su arrogancia, expresada en
términos de autonomía, sujeto y
progreso, como con la más reciente
razón comunicativa a la que señala
también limitaciones por su exigencia de copresencialidad y consenso.
Considera nuestro autor que ni una
ni otra dan cabida a los vencidos, a
las víctimas de la historia a quienes
quiere recuperar del olvido frente al
sujeto autónomo de la razón ilustrada y al interlocutor válido de la razón
comunicativa.
Metz propone, en cambio, una razón
anamnética (del griego an: negación
y amnésis: olvido = razón que no olvida o razón memoriosa) que cumple
una doble función. Por una parte,
frente a la razón ilustrada que critica, la razón anamnética recuerda y
es memoria; y por otra, frente a la
razón comunicativa, ella se opone,
de un lado, a la presencialidad de
sus interlocutores recuperando la
evocación y la escucha de los ausen-
tes, de los muertos (sobre todo de
los inocentes) y de otro, se opone
también al carácter consensual de su
verdad, señalando el disenso propio
de la razón anamnética al denunciar
y exigir justicia entendida, además,
como una forma de verdad. Más aún,
para Metz, la razón anamnética es
una categoría constitutiva del espíritu humano (1999:73-78) que nos
permite acceder no sólo a la verdad
sino al mundo de una manera totalmente nueva, según apunta Reyes
Mate (p.166).
2. La historia. Hija legítima de la racionalidad moderna es, para Metz, la
historia racionalista que se ha desarrollado en los últimos siglos, “muda
e impotente frente al sufrimiento”.
Ella, amarrada a una razón triunfante, al sujeto que se afirma en la
autonomía de su voluntad y en el
optimismo del progreso (p.169) solo
registra las grandes gestas, los nombres de los héroes y los vencedores,
la marcha de un tiempo lineal hacia
un progreso indefinido, olvidando
que toda conquista es despojo y toda
dominación, servidumbre.
Metz se vuelve, entonces, a la concepción cristiana y bíblica de la historia que culmina en una perspectiva teológica: no hay dos historias,
una sagrada y otra profana, una del
mundo y otra de la salvación. Para
el creyente solo hay una historia, la
de la salvación, entendida como la
misma historia del mundo, troquelada por una esperanza indestructible en la justicia de Dios que es
universal, que incluye a los muertos
y sus sufrimientos y que nos implica
a los vivos en el compromiso con su
realización (p.41). Así, el tema específico de la religión judeo-cristiana
es la historia, pero una historia radicalmente distinta de la que se ha
desarrollado al amparo de la modernidad ilustrada: es una historia que
–citando a Bonhöffer– contempla los
acontecimientos desde abajo, desde
la perspectiva de los marginados, de
los maltratados, de los débiles, de
los oprimidos y humillados, en una
palabra, de los que sufren (p.184).
3. La memoria es puesta por Metz
como mediación entre razón e historia. Es ella rasgo esencial del ser
humano: como razón, y gracias al
recuerdo que es su función propia,
deviene medio de liberación; como
historia, hace presente el pasado y
posibilita nuestra conciencia histórica que es el fundamento de la
responsabilidad y la solidaridad. Es
pues inhumana, a los ojos de Metz, la
propuesta de olvidar (p.63). Además,
improcedente: sin la memoria del
sufrimiento, el futuro deviene cada
vez más frágil; sin el recuerdo de la
injusticia, ésta se repite en el presente; más aún, es por la fuerza crítica
de la memoria del sufrimiento y de
la injusticia que el establecimiento
teme a los contenidos subversivos
del recuerdo, según una conocida
tesis de Marcuse (p.11).
Metz va agrandando el papel de la
memoria hasta convertirla en su categoría hermenéutica fundamental,
como recuerdo moral del sufrimiento ajeno, de la injusticia pasada. Este
recuerdo mantiene viva la esperanza
en que las cosas serán de manera
diferente, si cada uno de nosotros
mantiene viva la memoria. Se trata,
entonces, de construir una cultura
de la memoria –como propone el
título del libro que se ha tomado de
guía– en la que haya lugar para un
ética compasiva como la de Horkhei-
mer, hecha de solidaridad y capaz
de percibir en la humanidad no la
dignidad realizada, sino la dignidad
humillada ( p.189).
Estos tres conceptos: razón, historia
y memoria son esenciales a la tarea
que este texto quiere suscitar: mantener viva la memoria de nuestros
muertos inocentes y darle a su muerte un sentido que permita asignarles
un lugar en nuestra historia, de la
cual –hasta ahora– parecen quedar
proscritos. Se trata, como dice Metz,
de recomponer una cultura del recuerdo, antes de que sea demasiado
tarde, antes de que la historia sepulte
a la memoria. Se trata de sustituir la
impasibilidad del logos (de la razón)
por la compasión de la memoria… de
unir el pensar y el pesar, la reflexión
y el sufrimiento (p. 186). Veámoslo.
4. Las víctimas. La tarea es, en términos metzianos, construir una cultura
de la memoria que mantenga vivo el
recuerdo de tantos muertos víctimas
de la violencia, como acontecimiento
histórico –tal vez el más importante
y significativo en nuestra trayectoria como nación–. Se entiende por
acontecimiento histórico un hecho
pasado que, gracias a la memoria
colectiva, se mantiene en el presente
y, preñado de sentido, afecta formas
de pensar y transforma comportamientos sociales. Solo en el marco
de una cultura de la memoria, como
la plantea Metz, podremos recuperar
del olvido a tantas víctimas inocentes
para hacer de su muerte un acontecimiento histórico y no un mero dato
estadístico; para señalarles un lugar
en nuestra historia y no solo en los
titulares de prensa. Acontecimiento
histórico que por su sentido entre a
transformar nuestras mentalidades
y a modificar nuestras prácticas sociales. ¿Cuál puede ser este sentido?
Ese es el meollo de la cuestión.
33
Oscar Muñoz - Aliento, Instalación serigrafía sobre película grasa - 1996
Porque nosotros no solemos hacernos preguntas de esta profundidad.
Nuestra razón instrumental y estratégica se conforma con preguntar:
¿Qué hacer? ¿Qué hacer con tantos
muertos y desaparecidos, aparte de
hacer de ellos escalofriante y vergonzosa estadística? Y con presteza
damos respuestas expeditas. En el
plano teórico, es la tesis de “perdón
y olvido”, equivocadamente ligada a
una comprensión de la reconciliación basada en el perdón como olvido. En el plano práctico, la respuesta
se ha concretado de una manera aún
más desafortunada: “Que cada quien
recuerde a sus muertos”, mientras
nosotros olvidamos los de todos.
Ambas respuestas dan cuenta de
nuestra radical insolidaridad e incapacidad de pensar y actuar en tér-
34
minos de colectividad y de reconocer
que estos muertos, que no murieron
librando su propio y particular combate, no pueden ser confinados al
recuerdo amoroso y doliente –pero
frágil y débil como todo lo individual– de quienes los amaron. Más
bien ellos, que murieron a causa de
nuestra incapacidad para construir,
como ciudadanos, una convivencia
ordenada y justa, para asumir como
comunidad moral compromisos con
la solidaridad y la justicia y para
hacer realidad como cristianos los
efectos salvíficos de la redención,
tendrían que ser rememorados por
todos.
5. El sentido. ¿Cómo entonces interpretar estas muertes? Retomemos a
Metz, quien habla no de la comprensión del sufrimiento de las víctimas,
sino del respeto, horror, espanto, que
ello suscita, porque estos acontecimientos no demandan respuestas
de la razón, sino que interpelan a
todo el ser humano a escuchar a las
víctimas, a mirarlas frente a frente
en compasión y solidaridad. Ante
las víctimas inocentes, a nosotros
como seres humanos, como personas
y como cristianos, no nos queda sino
invocar el recuerdo moral, no como
clamor de venganza, sino como escucha a una demanda que apela a todo
el hombre en su humanidad común.
Lo que no se puede es callar (Reyes
Mate, p.180). Al recuperar del olvido a los muertos nos dejamos tocar
por su mirada y por esta pregunta
sombría: ¿Por qué? ¿Por qué yo? Y
la filosofía no tiene más respuesta
que ésta, en dirección de la historia:
que no se repita, a la manera de un
imperativo categórico como lo propuso Adorno frente a Auschwitz; y
la teología, a su vez, se vuelve hacia
la escatología: el pasado sigue pendiente mientras llega la justicia de
Dios que es para todos, los vivos y
los muertos (p.181).
Solo la filosofía y la teología nos
permiten, según Metz, encontrar un
sentido a la muerte de tantos inocentes, de tal manera que se haga de ello
un acontecimiento histórico en la
medida en que, por una parte, como
seres humanos nos comprometemos
a luchar por que aquello de lo que
guardamos memoria, no se repita en
el presente y contribuya a un futuro
en el que la muerte sea el fruto de la
consumación o la entrega (Ferrater
Mora, El ser y la muerte, p.205) y
no, como ahora, del radical desamparo. Y, por otra, como cristianos nos
comprometemos, en una apasionada
implicación con nuestra realidad, en
la realización de la fe en la justicia
universal de Dios. Lo que realmente
se esconde tras la memoria moral es
una exigencia de justicia, de nunca
más. En ambos casos, piensa Metz,
hay esperanza, la que se mantiene
viva gracias al recuerdo moral. Solo
este recuerdo “salva”, tanto del odio
y del rencor como de la congoja y la
autocompasión. El recuerdo moral
salva (p.189), sea que lo interpretemos filosófica o teológicamente,
pues nos compromete en una acción
transformadora.
6. La fuerza política. Cuando se asume la responsabilidad histórica de
mantener el recuerdo moral al luchar
contra la desaparición de la memoria, ésta asume una dimensión política y replantea de una manera nueva
la relación ética-política (p.165): el
amor deviene política (p.42). Así ha
sucedido con el amor de las madres
de la Plaza de Mayo y las nuestras de
La Candelaria, que devino eficaz, gracias a la memoria persistente de un
dolor que se negó a ser consumido
por el tiempo. Nosotros no hemos
comprendido la fuerza política de
la memoria del sufrimiento: hemos
desperdiciado su potencial al reducir
al ámbito de lo privado –del duelo
personal– lo que debiera ser piedra
de escándalo colectivo –y de duelo
público–. Este concepto de lo público
que tan ajeno nos es, irrumpe aquí
con mucha fuerza: el amor se hace
política cuando el recuerdo privado
del ser querido encuentra su plena
satisfacción al acceder al ámbito de
lo público y convertirse en exigencia
de justicia en el presente y esperanza
de justicia en el futuro.
Pero transformar el duelo individual
en duelo colectivo requiere un talante espiritual, político y moral, del
cual aún no damos muestras como
pueblo, como nación. W. Benjamin
decía a este respecto en “La vida de
los estudiantes” (en La metafísica de
los estudiantes, p.121), que hay un
criterio sencillo y seguro para poner
a prueba el valor espiritual de una
comunidad; es éste: ¿Encuentra su
expresión todo lo que sucede a esa
comunidad? Reflexionemos en cuán
avaros hemos sido en las expresiones colectivas de duelo que en otros
tiempos y lugares han caracterizado
a los pueblos espiritualmente unidos
en momentos de prueba: los ritos
funerarios, los actos de purificación y desagravio, los monumentos
y memoriales, las conmemoraciones públicas, los símbolos, que las
prácticas rituales y los lenguajes del
arte convierten en vida colectiva al
conjurar y derrotar el olvido.
Ahora bien, esto supone apropiarnos
de la muerte del otro, especialmente
de la de la víctima inocente, asumiendo así el carácter no sólo individual
sino colectivo del morir humano:
algo irreparable sucede cuando muere un miembro de una comunidad
si es que hemos aprendido a valorar
el ser humano en su común humanidad que compartimos, no solo en
sus ilusiones y esperanzas (p.178), en
su potencialidad laboral y su significación económica, criterios con los
que, con frecuencia, fríamente nos
referimos a los muertos de nuestra
violencia.
Hemos aceptado el juicio internacional que ha hecho de nosotros el
país más violento. Pero hemos desatendido la otra cara de la moneda:
a mayor violencia, mayores sufrimiento y dolor. Somos igualmente el pueblo con más sufrimiento
acumulado que, paradójicamente,
no ha logrado lo que sentenció Eurípides: “aprender del sufrimiento”
y que Metz comparte al afirmar
que la memoria moral es autoridad
práctica y teórica del sufrimiento
(p.179). Para hacerlo, tendríamos
que tener una clara conciencia histórica derivada de una comprensión de
nuestro mundo como historia de la
cual hace parte también la violencia
que tantos muertos y desaparecidos
ha causado (p.149), no como hasta
ahora cuando la “gran” historia oficial la ha tratado como un evento
secundario y minoritario. Solo la
conciencia histórica nos constituye
como sujetos históricos, responsables, por tanto, solidariamente de
todo lo que en nuestra historia ha
sido: vida y muerte, victoria y derrota, gozo y sufrimiento, abundancia
y escasez. Mientras no tomemos en
serio la historia, liberando del olvido
tantos acontecimientos, no nos sentiremos solidarios con el sufrimiento
35
y la injusticia, no habrá lugar para
el recuerdo históricamente significativo de nuestros compatriotas
y conciudadanos muertos: “sólo lo
que no cesa de doler permanece en
la memoria” apunta Metz a propósito
de Nietzsche (p.7).
Sin solidaridad no son posibles la
memoria y el recuerdo moral que
no es simple rememoración, sino recuerdo activo, transformador, como
sucede con el compromiso político,
la racionalidad ética y la vida de fe
cuando son genuinas.
7. La poesía. Quizás estos discursos
de la política, la filosofía y la teología,
no convoquen a todos. Quedan aquí,
sin embargo, abiertos como invitación permanente a nuestra ciudadanía, a nuestra común racionalidad y
a una fe que requiere ser reflexionada
de manera fundamental. Volvámonos entonces al universal lenguaje
poético para que sea la poesía, en
su capacidad evocadora y sugerente, en su precisión y profundidad, y
en su potencial para afectar nuestra
más profunda sensibilidad, la que
nos recuerde la radical condición
humana de solidaridad: que mana
de la compasión ante el sufrimiento
ajeno, que nos posibilita el recuerdo
moral y sin la cual la cultura de la
memoria no es posible. Solidaridad
36
entre los vivos y con los muertos
como nos dice Rilke en su poema
Hora solemne:
El que llora en el mundo en cualquier sitio
llorando sin motivo en este
mundo,
llora por mí.
..........................
El que camina en el mundo en
cualquier sitio
caminando sin motivo en este
mundo,
viene hacia mí.
El que muere en el mundo en
cualquier sitio
muriendo sin motivo en este
mundo,
me mira a mí.
En nuestro país, miles de hombres,
mujeres y niños dolientes, lloran por
todos nosotros; desplazados, vienen
hacia nosotros. Pero en particular, y
de manera aún más perentoria, miles
de hombres, mujeres y niños, víctimas inocentes, nos miran. Y desde el
pasmo aterrado de su muerte violenta e insensata, todavía no justificada
pero sí olvidada, sus miradas, ya para
siempre mansas y sosegadas, nos reclaman el recuerdo moral –por tanto
colectivo– que les haga justicia y les
señale su lugar en nuestra historia.
Estado y sociedad frente
a las víctimas de la violencia*
Bernardo Salcedo - El Viaje, Ensamblaje de objetos - 1975
María Teresa Uribe de Hincapié1
* Este artículo hace parte de los resultados de la investigación Las palabras de la guerra. Un estudio sobre los lenguajes políticos de las guerras civiles
del siglo XIX colombianos, financiada por el Instituto Colombiano para el Desarrollo de la Ciencia y la Tecnología, COLCIENCIAS, y desarrollada
en el Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia. Una versión preliminar fue presentada en la Cátedra Fernando Sambrano,
organizada por la facultad por la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia en octubre de 2003.
1. Socióloga de laUniversidad Pontificia Bolivariana. Magíster en Planeación Urbano Regional de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín.
Profesora e investigadora del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia y de la facultad de ciencias humanas de la mismo universidad. Profesora emérita de la Universidad de Antioquia. Distinción de excelencia docente de la Universidad de Antioquia (Escudo de oro, 2009).
Distinción al mérito universitario Francisco Antonio Zea (Categoría Plata, 2004).
Corporación Región encuentra una enorme vigencia de los análisis y llamados de la
profesora María Teresa Uribe en su artículo Estado y sociedad frente a las víctimas
de la violencia publicado originalmente por el Instituto de Estudios Políticos de
la Universidad de Antioquia en su revista Estudios Políticos Nº. 23. Por lo anterior
consideramos pertinente publicarlo en esta revista monográfica Memoria, para
enriquecer la reflexión en nuestra ciudad, desde una mirada retrospectiva y también
en clave de retos a futuro tal como lo presenta la autora en su artículo.
¿El duelo por las violencias es un
asunto privado, íntimo quizás, que
ocurre en los recintos cerrados de los
consultorios de especialistas, donde
los individuos, con ayuda terapéutica, ventilan su dolor y sufrimiento
para sobrellevar de la mejor manera
posible la carga psicológica y afectiva
por pérdidas irreparables? O por el
contrario, ¿el duelo por las violencias
debe ser también un asunto colectivo, público y abierto en el tiempo
y en el espacio, mediante el cual los
pueblos y las naciones enfrentan los
temas trágicos, dramáticos o vergonzosos de su pasado y su presente, para
construir sobre bases más firmes las
posibilidades de la convivencia social?
¿El duelo social, colectivo y público
está dirigido sólo a las víctimas y a
los afectados de manera directa por
las violencias y las guerras? O por el
contrario, ¿su necesidad atañe también a los que han convivido con
ambientes conflictivos y bélicos, en
el pasado y en el presente, es decir,
al conjunto de la sociedad?
¿Quienes analizan y explican las razones y sin razones de las guerras y
38
los conflictos armados, pueden desentenderse del dolor y sufrimiento
de las víctimas y de la memoria y el
olvido de los pueblos que directa o
indirectamente se han visto inmiscuidos en ellas?, ¿o es que la ciencia política, la filosofía y la llamada
“violentología” deben hacerse cargo
también de la significación política,
cultural y ética del sufrimiento y del
dolor humanos?
En relación con estas preguntas y en
torno de sus posibles respuestas, este
texto tiene como punto de partida la
hipótesis de que sociedades como la
colombiana, que han vivido situaciones de guerra y violencia endémica,
también se enfrentan al dolor y al sufrimiento y exigen, como cualquier
individuo, la elaboración del duelo;
un duelo que es social y colectivo
y que debe ser enfrentado a través
de la recuperación de la palabra y
la memoria histórica; un duelo que
exige reparaciones económicas, claro
está, pero también políticas, éticas
y culturales mediante las cuales las
víctimas y las gentes que habitan
estos territorios puedan incorporar
sus historias personales y familiares,
sus dolores privados e individuales,
en contextos explicativos más amplios, e interpretar y otorgar así un
sentido a las situaciones trágicas
que han vivido. Un duelo, en fin, a
partir del cual sea posible encontrar
formas de convivencia con quienes
han producido grandes sufrimientos
a otras personas.
La reflexión que se pretende ahora
discurre, precisamente, sobre tres
de las dimensiones básicas de lo que
se ha llamado los duelos públicos
y colectivos; ellas son: la conjura
del silencio y el olvido, la puesta en
común del dolor y el sufrimiento,
y la construcción colectiva de una
memoria histórica que recupere para
las gentes y los pueblos lo que los
pactos jurídicos de “perdón y olvido” pretenden borrar de la historia
del país.
1. La conjura del silencio
y el olvido
Los especialistas en atención de duelo, más que otros profesionales, han
explorado la magia de las palabras;
la importancia que tiene en los procesos curativos el hecho de que las
personas afectadas logren ponerle
palabras al dolor, expresar los sentimientos, simbolizarlos, contárselos a
otros que tengan la capacidad de escucha y elaborar un relato coherente,
creíble y verosímil para ellas mismas;
un relato mediante el cual puedan
reconstruir y conducir su situación
de duelo. Hay, pues, una “magia” de
las palabras y la virtud en ellas para
la curación de las heridas morales y
para la mitigación del dolor.
Hannah Arendt decía que lo que ocurre en la esfera íntima de las personas es de muy difícil expresión y
comunicación; por eso, para ella, el
amor, el dolor, el sufrimiento, los
afectos y las pérdidas sólo pueden
darse a conocer a través del arte y la
literatura. En el diálogo personal o
en los escenarios públicos –supone
la autora–, los asuntos de intimidad
sólo pueden mencionarse en términos de magnitudes y resultan inconmensurables para quien escucha, ya
que éste nunca podrá entender en
su plena dimensión y profundidad
lo que el otro está sintiendo.2 Es posible que la filosofía austriaca tenga
razón, pero habrá que considerar
que el simple hecho de intentar comunicar un sentimiento de dolor
y pérdida –así quien lo escuche no
logre aprehender la profundidad,
las dimensiones, los perfiles y los
matices de los sentimientos ajenos–
acudiendo a la magia de las palabras,
produce efectos benéficos y ayuda a
seguir viviendo con el drama o la
vergüenza.
Con todo, si ya en condiciones normales es difícil expresar los sentimientos y compartirlos con otros,
como lo plantea Arendt, la situación
se torna más compleja cuando existen situaciones bélicas y conflictivas,
cuando las sociedades están escindidas y atravesadas por odios y rencores, o cuando predomina la venganza
sobre la justicia. En estos casos, a
la incomunicabilidad y a la inconmensurabilidad habría que agregar
el significado del terror.
Así viven las personas que por razones de la guerra, por miedo a retaliaciones, a nuevas persecuciones,
pérdidas o desarraigos, o por temor a
los estigmas y sindicaciones, no pueden hablar sobre los dramas de sus
vidas. De modo que los mantienen
ocultos, como si el hecho de haber
sido víctimas constituyera una falta grave, un delito o algo de lo cual
avergonzarse. En esta situación se
encuentran miles de desterrados y
muchas familias victimizadas por
uno y otro actor armado; quienes
tienen parientes en la guerrilla o entre los paramilitares, las personas
que han sido secuestradas, desaparecidas o detenidas injustamente,
atropelladas por la fuerza pública o
perseguidas por sus ideas o modos de
vida diferentes. Para ellas, la palabra
representa un riesgo. El miedo las
enmudece y el silencio se les figura
condición de una nueva oportunidad
sobre la tierra.
Pero no es sólo que las víctimas no
quieran o no puedan hablar, es que
casi nadie las quiere oír. Se trata de
la indiferencia de quienes podrían ser
sus escuchas, porque no les interesa,
les aburre o sienten incomodidad con
las palabras de las víctimas; indiferencia de quienes prefieren no saber,
ignorar lo que está pasando, poner
la mirada en otro lado. La palabra
mentirosa, la palabra tranquilizadora
que indica cuan bien marchan las
cosas y cuan cercano está el tiempo
de la paz y la concordia, no resulta
incómoda ni aburre, y desplaza, por
tanto, la palabra de la víctima.
De esta manera, y sin que necesariamente intervenga un actor externo
que lo imponga, se configura una
suerte de pacto social de silencio y
olvido. Las víctimas temen hablar
y quienes no son víctimas directas
se niegan a oír y a saber, porque
también tienen miedo. Entonces el
miedo colectivo se convierte en el garante del silencio y en el guardián del
olvido; es como si en coyunturas de
guerra y conflicto agudo, la consigna
fuera olvidar y el imperativo callar.
El olvido suele ser el propósito de
las víctimas: hay que olvidar el olor
de la muerte, el color de la sangre,
la crudeza de los cuerpos desmembrados por las bombas, el vacío que
dejan los desaparecidos y los secuestrados, las marcas sobre la piel de los
torturados, el humo de los incendios
provocados por el enemigo que se
llevó los bienes, los recuerdos y las
querencias; hay que olvidar para poder dormir, para que no reaparezcan
los fantasmas, para no sentir de nuevo la humillación y el dolor por las
pérdidas de los seres queridos. Ni los
muertos escapan del olvido. Tal como
lo dijera Walter Benjamin, “tampoco los muertos están seguros ante
el enemigo cuando éste venza… el
cortejo triunfal de los dominadores
de hoy, pasará sobre los que también
yacen en la tierra”.3
Las víctimas están pues impelidas
a olvidar; eso es lo que desean con
más fuerza. Y en esa conjura hacia el
olvido, cuentan con la complicidad
de quienes eventualmente podrían
escucharlas: parientes, amigos y conocidos, gentes del lugar, vecinos,
compañeros que encuentran en las
calles o en los lugares de trabajo, funcionarios, en fin, otros que podrían
2. Hannah Arendt. La condición humana. Barcelona, Seix barral, 1974, pp. 46 y ss.
3. Walter Benjamin. Discursos interrumpidos.
Tomo 1. Madrid, Taurus, 1989, p. 181.
39
dar a conocer al mundo la magnitud
de su tragedia. Pero esos otros no
quieren escuchar porque, además,
no quieren verse confrontados por
una historia que demandan reparación y verdad. Los otros no quieren
oír y, menos aún, creer en lo que
oyen.
El olvido y el silencio son condiciones a las cuales lleva también el
miedo a la revictimización. Quienes
han sido víctimas de las violencias y
las guerras temen ser victimizados
de nuevo: que no se conceda crédito
alguno a sus palabras, que se piense
que están mintiendo o exagerando,
que se diga que si algo les pasó fue
porque lo debían, que quieren desprestigiar al gobierno de turno o que
detrás de sus historias se esconden
tretas para conseguir algo.4
En un libro muy hermoso llamado
“La tregua”, escrito por Primo Levi
–un sobreviviente de los campos de
concentración Nazis–, se lee este
fragmento que ilustra de manera
muy acertada lo que aquí se ha llamado el pacto social o la conjura del
silencio. Dice así Levi:
[…] nos parecía que teníamos algo
que contar, cosas enormes que contar a cada uno de los alemanes y que
cada uno de los alemanes tenía que
contarnos a nosotros; sentíamos urgencia de echar cuentas, de exigir, de
explicar y de comentar… me parecía
revolverme entre las turbas de deudores insolventes, como si todos me
debiesen algo y se negasen a pagármelo… me parecía que todos habían
tenido que interrogarnos, leernos en
la cara quiénes éramos, y escuchar
con humildad nuestro relato… pero
ninguno nos miraba a los ojos, ciegos
y mudos, pertrechados en sus rutinas
como en un reducto de voluntaria
ignorancia, todavía fuertes, todavía
40
capaces de odio y de desprecio, prisioneros todavía del viejo complejo
de soberbia y culpa.5
Así, las víctimas se debaten entre
la dificultad de hablar, la necesidad
de contar y el miedo a no ser escuchadas o creídas. Sus sociedades les
temen porque ellas portan palabras
de verdad, de una verdad que duele,
que lacera, que avergüenza, tanto
por el horror de lo sucedido como
por la culpa de haberlo permitido.
Todo está dado para que el silencio
se imponga y el olvido triunfe. Pero
tarde o temprano esas sociedades se
encuentran de frente con lo que pretendieron dejar en el olvido: deben o
sus vergüenzas y sus miserias, mirar
cara a cara a las víctimas y escuchar
con humildad lo que tenía que decir –como lo apunta Levi. Cuando
esto ocurre, empieza a desatarse el
nudo de la conjura y a deshacerse
el pacto social sobre el silencio y,
sólo en ese momento, las víctimas,
los vivos y los muertos, pueden ser
medianamente reparados y las sociedades pueden reencontrar el rumbo
histórico hacia su futuro. Sin reparación, la convivencia es imposible,
y sin convivencia, la democracia es
una ilusión.
Muchos países del mundo han puesto
en práctica diversos procesos para
la recuperación de la palabra de las
víctimas y la curación de las heridas morales producidas por guerras
y violencias. En algunos casos se
trata de iniciativas de origen social,
diseñadas por organizaciones no gubernamentales con alguna ayuda del
estado, como en Alemania y España.
En ambos países, después de más
de media centuria de terminados
los conflictos armados, se está reconstruyendo, con ayuda de víctimas
sobrevivientes, la memoria histórica sobre períodos oscuros. Se trata
de una reconstrucción que se hace
sobre el convencimiento de que los
recuerdos sepultados de las víctimas
no son su patrimonio particular sino
que le corresponden a una nación
entera que necesita saber lo que realmente ocurrió.
Estas iniciativas no tienen propósitos retaliatorios ni judiciales, no se
espera que la fuerza de la ley caiga
sobre los victimarios; sus propósitos son reparar la memoria de los
muertos, sanar las heridas morales
de los supervivientes, permitirle a
los descendientes de las víctimas y
victimarios que curen sus odios y
mitiguen sus culpas y, finalmente,
escribir una historia no contada e
incorporarla en los libros de texto
para que los niños y jóvenes tengan
una mirada no sesgada del pasado
de sus naciones.6
En otros casos, como en los países
del Cono Sur que vivieron dictaduras atroces en la década del setenta
y ochenta, se han venido desatan-
4. Véase al respecto: Tomás Valladolid Bueno.
“Los derechos de las víctimas”. En: José María Mardones y Reyes Mate (editores). La ética
ante las víctimas. Barcelona, Antropos, 2003,
pp. 155-173.
5. Primo Levi. La tregua. Barcelona, Muchnik,
1997, pp. 207, 208.
6. Existe una literatura muy amplia sobre los
procesos actuales de la recuperación de la
memoria y el sufrimiento en estos dos países. Véase, entre otros: Silvana Rabinovich.
“La mirada de la víctima. Responsabilidad y
libertad”. En José María Mardones y Reyes
Mate (editores). Op. cit,. Pp. 50-67. Sobre la
Guerra Civil Española, véase: Paloma Aguilar
Fernández. Memoria y olvido de la Guerra Civil Española. Madrid, Alianza Editorial, 1996.
En otros países, la reparación a las
víctimas sí está mediada por la expectativa de un proceso judicial, sobre
todo después del caso Pinochet y de
los esfuerzos del actual presidente
de Argentina, Néstor Kirchner, y
de algunos jueces para derogar las
leyes de amnistía y la de obediencia debida, otorgada a los militares
comprometidos con la violación de
derechos humanos. Se espera que
los victimarios sean judicializados,
no sólo para que paguen sus culpas
por el horror de sus acciones, sino
porque la confesión de los culpables,
aunque parezca paradójico, le otorgaría la condición de verdad a lo que
ya han contado las víctimas sobre
lo ocurrido durante aquellos años
oscuros.
Dice Mónica Cerruti en su trabajo
sobre el tema, que en Argentina fue
la confesión de Adolfo Scilingo, un
oficial de la Marina que participó
directamente en las desapariciones
Bernardo Salcedo - La valija de Lola, Ensamblaje de objetos - 1965
do “las memorias atrapadas en la
guerra”.7 En Argentina la Comisión
Nacional para la Desaparición de
Personas, CONADEP, y en Chile las
comisiones de la verdad y las llamadas mesas de diálogo, creadas
después de la caída de la dictadura, se dedicaron a la búsqueda y al
registro de personas desaparecidas,
muertas o secuestradas, víctimas de
las diferentes formas de violación de
los derechos humanos. Todo esto,
para tener al menos un registro de
sus muertos y encontrar los lugares
donde estaban enterrados sus familiares desaparecidos o donde viven
los hijos de las víctimas entregados
en adopción, con el ánimo de que al
encontrarlos, las familias y la sociedad como conjunto puedan terminar
el duelo interrumpido abruptamente
por las incertidumbres de la “Noche
y Niebla”.8
de los prisioneros políticos, lo que
le dio fuerza a una verdad que no
terminaban de aceptar los argentinos en tanto que sólo circulaba en y
desde las víctimas del genocidio. Fue
la palabra de un victimario la que
logró que la verdad de las víctimas se
extendiera al conjunto de la sociedad
y que ésta la creyera.9
En otros países donde la judicialización de los culpables parece más
lejana e improbable por la adopción
de leyes de “perdón y olvido” necesarias para tramitar procesos de paz
con algún grado de posibilidad, como
en Guatemala y El Salvador, no se ha
renunciado a la palabra de las víctimas ni a su necesaria reparación.
Se mantienen con algún grado de
sistematicidad las comisiones de la
verdad y la recuperación de historias
y relatos memoriales de víctimas y
testigos de los hechos, con el propósito de que la sociedad no olvide o,
citando sus palabras, con el propósito
de “recordar para no repetir”.
7. La frase de Elsa Blair. Véase: Elsa Blair Trujillo. “Memoria y Narrativa. La puesta del
dolor en la escena pública”. Estudios Políticos N° 21. Medellín, Instituto de Estudios
Políticos de la Universidad de Antioquia,
julio-diciembre de 2002, p. 10.
8. Sobre el caso argentino, véase: Mónica Cerruti. “La memoria de las víctimas. Testimonio para una reflexión ética”. En: José María
Mardones y Reyes Mate (editores). Op. cit.,
pp. 248 y ss.
9. Ibíd., p. 247.
41
Los sudafricanos, por su parte, han
establecido una estrategia distinta. A
partir de 1995 el nuevo parlamento
promulgó la ley sobre la reconciliación nacional que dio origen a la
comisión de la verdad y la reconciliación, presidida por Desmond Tutu
y compuesta por tres subcomisiones:
una de derechos humanos, encargada
de escuchar testimonios y proceder
a las investigaciones; otra de amnistía, y una tercera de reconciliación
y rehabilitación. Así, la condición
para aprobar de leyes de perdón y
olvido es que los victimarios confiesen sus delitos frente a las víctimas
y que éstas les puedan pedir cuentas
y razón sobre la vida o muerte de
sus parientes, el lugar donde fueron
enterrados y las circunstancias de
sus acciones.10
Este “cara a cara” es judicial y está
presidido por un tribunal; de allí se
espera que salga amnistiado o castigado el victimario de acuerdo con la
verdad, la amplitud y la precisión de
su declaración. Pero este proceso va
más allá, pues tiene la pretensión de
que el perdón judicial se convierta
en perdón social y que el culpable,
después de haber reparado el daño
causado a su víctima, pueda reinsertarse a su entorno sin necesidad de
cumplir su pena en una cárcel. Como
el propósito es el perdón y la reconciliación, el trabajo con víctimas y
victimarios es de más largo aliento y
para ello se han diseñado unos talleres especiales en los cuales se busca
disminuir el odio, mitigar el dolor
de las víctimas y aminorar –hasta
desaparecer– el deseo de venganza.
Además existe otro propósito que
no se ha tenido en cuenta en experiencias anteriores: hacer surgir la
conciencia moral en los autores de
la violencia. Estos, frente al archivo
42
de la verdad, la confrontación con sus
víctimas y el reconocimiento del dolor y el sufrimiento que les causaron
encontrarían los recursos éticos y la
ayuda psicológica necesaria para reconstruir una moralidad ciudadana.
Para los sudafricanos, la paz política
no se conseguiría sino mediante el
reconocimiento de los derechos de
las víctimas y la rehabilitación de los
victimarios.11
Si bien es cierto que la conjura del silencio y el olvido funciona por algún
tiempo, ningún país que pretenda
construir la paz y propender por la
reconciliación y la convivencia puede
prescindir del restablecimiento de
la verdad sobre los hechos violentos y bélicos; esto no se logra más
que con la palabra de las víctimas.
Son sus relatos, sus memorias y sus
historias, la puesta en común de sus
dolores y sufrimientos, lo que crea
las condiciones para una paz duradera. De lo contrario, la guerra, la
venganza y los odios permanecerán
latentes y al asecho para emerger con
más virulencia y crueldad cuando las
circunstancias lo permitan.
2. La puesta en público y
para el público del dolor
y el sufrimiento
¿Es suficiente para las órdenes sociales la recuperación de las palabras de las víctimas, su derecho a
ser escuchadas, a narrar su historia
de dolores y pérdidas y a ser creídas
por sus interlocutores y la sociedad
en su conjunto? Es decir, ¿resulta
suficiente desbaratar la conjura del
olvido y el silencio, liberar la memoria de las víctimas atrapadas en
la guerra? O cuando de naciones y
grupos sociales se trata, ¿se requieren salvaguardas y requisitos adicionales y quizá metodologías distintas
a las exigidas para tratar una psiquis
individual?
¿Enferman las sociedades como las
personas por los recuerdos reprimidos? O por el contrario, ¿la puesta en
presente de un pasado traumático
puede inducir a las naciones y a los
sujetos a anclarse en ese pasado, a
convertirlo en la fundamentación del
devenir histórico y a erigirlo como la
clave de interpretación de las vidas
personales y sociales?
No existe una respuesta unívoca sobre estos temas y el asunto se ha
debatido desde hace al menos medio
siglo, cuando los intelectuales judíos
de la pre y la post guerra en Europa
empezaron a demandar reparaciones
para sus heridas morales y recuperación de la memoria histórica sobre
los años del totalitarismo. Fueron
ellos los primeros que hablaron sobre los derechos de las víctimas y
sobre la significación que traía para
las sociedades lo que ellos, las víctimas, tenían que decir. Filósofos tan
importantes como Walter Benjamin,
Hannah Arendt, Primo Levi, el psicólogo Bruno Betelheim, el escritor
Franz Kafka y otros, se ocuparon del
asunto. En la contemporaneidad,
muchos autores han hecho aportes
significativos teóricos como Tzvetan Todorov, Michel Ignatieff y José
María Mardones, para citar sólo algunos, han conducido el debate a
10. Véase: Fernando Barcena y Melich Joan-Carles. “La mirada excéntrica. Una educación
desde la mirada de la víctimas”. En: Ibídi.,
pp. 204,205.
11.Ibíd
propósito de estos temas; además
existe un cúmulo de experiencias
sobre guerras, memorias y olvidos
que permiten evaluar las bondades
y los riesgos que entraña este “verse
cara a cara” con el pasado.
Pero en lo que sí parece existir un
acuerdo más o menos generalizado
es en lo siguiente: para lograr efectos
curativos sobre los órdenes sociales
rotos y fragmentados por las guerras
y las violencias, las palabras de las
víctimas deben tener una dimensión
pública, es decir, deben manifestarse
en escenarios donde puedan ser leídas y oídas por públicos amplios y,
eventualmente, contrastadas, complementadas o criticadas por otros.
Se requiere poner en público el dolor
y el sufrimiento; se exige un diálogo
de la mayor amplitud posible y con
presencia de autoridad legítima que
avale esta puesta en común y le otorgue el reconocimiento necesario para
lograr más eficacia en los resultados
y mayor credibilidad a lo que allí se
divulgue. Se necesita sacar aquellos
relatos de sus entornos tradicionales,
de los círculos privados, del mundo
semicerrado de víctimas y defensores
de los derechos humanos y ponerlos
en conocimiento de otros, incluso
de los victimarios que pueden tener
otra visión y una interpretación muy
diferente de lo acontecido.12
En el caso de las psiquis individuales,
sólo existe una verdad: la del sujeto;
pero en los pueblos y las naciones,
sobre todo en aquellas donde han
predominado violencias endémicas
y guerras civiles, hay muchas verdades en juego y numerosos actores
armados en disputa: las verdades de
las víctimas de unos y de otros; las
de los funcionarios públicos encargados de mantener el orden; las de
intelectuales, periodistas y escritores
que han intentado construir inter-
los demonios de la sociedad” y a recomenzar un nuevo ciclo de venganzas,
odios y retaliaciones.
pretaciones sobre lo acontecido; las
de los actores civiles desarmados que
apoyan, simpatizan o repudian a los
diferentes grupos en conflicto, y las
verdades incrustadas en los sentidos
comunes y mentalidades de los habitantes urbanos y rurales que extrapolan su situación personal o local
al conjunto de la sociedad.
Este juego de verdades, siempre fragmentarias, siempre relativas, siempre incompletas, tiende a convertirse
en un verdadero juego de espejos,
en el cual unos reflejan a los otros y
todos justifican sus acciones bélicas
mediante la apelación a su condición de víctimas de una violencia
anterior. Se trata de un laberinto de
espejos del cual no se puede esperar
que surja la verdad. Pero el propósito
de la puesta en común del dolor y
el sufrimiento no es construir una
verdad, pues de hacerlo se estaría ya
frente a la verdad oficial, la del triunfador en la contienda; o ya frente a
la glorificación y la sacralización de
un pasado trágico y doloroso, que
es otra manera de matar la verdad y
de anular sus virtudes para la construcción de futuro.13
En otras palabras, no se pretende que
del diálogo público o de la puesta en
común del dolor y el sufrimiento
salga, por algún artilugio, la única
verdad posible; tampoco que de la
verdad surja como por encanto la
reconciliación, pues entre la primera
y la segunda hay un largo camino
por recorrer y, además, de la verdad
no brota de inmediato el perdón; por
el contrario, las palabras públicas de
las víctimas las pueden fijar en el
pasado o pueden contribuir a desatar
–como decía Hannah Arendt– “todos
Las virtudes del diálogo público o
de la puesta en común del dolor y
el sufrimiento apuntan a otra dirección: se trata, en primer lugar, de
sacar los relatos de las víctimas de su
hábitat natural, de la esfera privada
y doméstica; de contárselos a otros
para que tengan una visión más compleja y diferenciada de la naturaleza
de la violencia, de las gramáticas y
las lógicas de la guerra; y para que
puedan deshacerse de imágenes dicotómicas de buenos y malos, tan
nefastas para entender e interpretar
la vida y el devenir de los pueblos y
las naciones. En otras palabras, se
trata de propiciar el afloramiento
de muchas verdades parciales, fragmentadas, incompletas… Como dice
Todorov, el derecho a buscar la verdad y de darla a conocer forma parte
de los derechos ciudadanos en una
democracia; es decir, no se trata solamente del derecho de las víctimas
a decir la verdad, sino del derecho
de las sociedades a buscarla cuando
se vive en un sistema democrático.14
En segundo lugar, escuchar la verdad
del otro, su dolor y sufrimiento, sus
razones de venganza y de violencia,
puede contribuir significativamente
12.Véase, entre otros: Reyes Mate. La razón de
los vencidos. Barcelona, Antropos, 1991, pp.
150-161.
13. Marta Tafalla, siguiendo la tesis de T. W Adorno, explica el riesgo de banalizar, sacralizar o
despojar de contenido al pasado. Véase: Marta
Tafalla. “Recordad para no repetir. El nuevo
imperativo categórico de T. W. Adorno”. En
José María Mardones y Reyes Mate (editores).
Op. cit., pp. 143, 144.
14. Tzvetan Todorov. Memoria del mal, tentación
del bien. Barcelona, Península, 2002, p. 166.
43
En tercer lugar, el sentido de los diálogos públicos tiene una repercusión muy importante en ese proceso
que se ha denominado “de ajuste de
cuentas” con el pasado, sobre todo
cuando éste entraña situaciones vergonzosas, dramáticas o dolorosas,
como ocurre por lo general con los
países que han vivido guerras, en
particular guerras civiles entre ciudadanos del mismo estado. Este ajuste de cuentas con el pasado apunta
a reconstruir una historia colectiva
con un hilo argumental capaz de
recoger los diferentes matices y las
verdades fragmentarias en un relato
coherente, organizado, verosímil y
aceptable para los diferentes segmentos y fragmentos de sociedad
escindidas y polarizadas.16 Es decir,
se trata de salir de la trampa tendida
por el juego de los espejos, de incorporar los relatos memoriales y personales en una historia con sentido.
El ajuste de cuentas con el pasado,
la cura contra el olvido y “la desmemoriación” –como decía hace poco
un campesino de Caquetá, departamento del sur colombiano–, sólo se
logra cuando existe una historia o,
si se quiere, una memoria colectiva
44
Bernardo Salcedo - Subalimentación, Ensamblaje de objetos - 1972
a relativizar el propio sufrimiento, a
resignificarlo, a encontrarle un sentido histórico y político y, sobre todo,
a incorporar esa historia particular
o familiar en contextos amplios de
explicación donde se pueda identificar su lugar en las corrientes de
la historia, en la complejidad de los
procesos bélicos. Y aprender de allí,
quizá, que no resultaría muy racional
vengarse de aquellos que infligieron dolor y sufrimiento; que tiene
sentido desplazar el interés en esa
venganza, hacia la transformación
de las condiciones que alentaron y
reprodujeron las justificaciones morales y las razones políticas de los
conflictos armados.15
que recoja, explique e interprete esos
fragmentos dispersos de verdad.
Si existe una memoria colectiva en la
cual los diferentes actores armados y
civiles puedan reconocer su verdad,
confrontada y matizada con otras
verdades, y donde los sujetos puedan
verse como elementos constitutivos
de esa historia común (que se reitera,
ya no será una historia de héroes y
villanos, de glorias y fracasos, sino
de gentes corrientes atrapadas en los
laberintos de las guerras y las violencias endémicas), es posible que de allí
pueda surgir un discurso público que
posibilita aquel ajuste de cuentas, así
como alguna forma de reparación y
justicia para las víctimas.
Otro tipo de acciones públicas, ejecutadas en público y para el público, que puede constituir de acuerdo
con algunos criterios un elemento
de reparación, es la fórmula de Ver-
15.Elizabeth Jelin. “Historia, memoria social,
testimonio o la legitimidad de la palabra”.
Citada por Juan Carlos Vélez. “Violencia, memoria y literatura testimonial en Colombia.
Entre las memorias literales y las memorias
ejemplares”. En Walter Bernecker (compilador). Memoria histórica. Análisis del pasado
y la memoria colectiva: casos latinoamericanos. México, El Colegio de México, 2002,
p. 123.
16. Piero Paolichi. “Recordar y relatar”. En: Alberto Rivero Rosa et al. (editores). Memoria
colectiva e identidad nacional. Madrid, Biblioteca Nueva, 2002, pp. 279-304.
dad, Justicia y Reparación, acogida
por los organismos internacionales
de derechos humanos y de derecho
internacional humanitario para resarcir en algo a las víctimas de los
conflictos armados; y la actividad
de las justicias de los países para
castigar a quienes han violado estos dos estatutos de derechos o, en
su defecto, el conocimiento que de
ello tenga el Tribunal Penal Internacional, establecido para juzgar los
crímenes atroces, cometidos contra
la humanidad.
No obstante, el funcionamiento pleno de la justicia en casos como estos
tiene límites. La experiencia histórica ha demostrado que cuando de
guerras civiles o dictaduras militares
se trata, es muy difícil juzgar a los
culpables, bien sea porque la condición para desarrollar procesos de
paz o para transitar de las dictaduras
a las democracias impone distintos
grados de impunidad mediante la
aprobación de leyes de amnistía e
indulto, donde las razones políticas
pasan a supeditar las jurídicas y las
éticas (como en el Cono Sur y en
la transición española a la democracia); bien porque el transcurso
del tiempo ha borrado las huellas,
y los procesos de ajuste de cuentas
con el pasado se desarrollan muchos
años después de los acontecimientos,
o bien porque –se argumenta por
algunos– no vale la pena resucitar
un pasado cuyo afloramiento sólo
produciría una mayor polarización
de la sociedad y el mantenimiento
de los odios y las venganzas.
A pesar de que a las víctimas y a las
sociedades que han vivido situaciones como las mencionadas les asiste
el pleno derecho a exigir la aplicación
de justicia a los culpables, lo que las
experiencias demuestran es que los
tribunales y las condenas –cuando
ellas han ocurrido– no son suficientes para reparar el daño causado: los
juicios de Nuremberg no lograron
resarcir el dolor y el sufrimiento de
las víctimas del holocausto, y la historia ha demostrado que éste no es
un problema completamente saldado. El juzgamiento de Milosevic, llamado “el carnicero de los Balcanes”,
no deja satisfechas a sus víctimas y
no logra restañar sus heridas morales. En general, la reparación vía
aplicación de la ley, se queda corta
ante las demandas particulares y sociales de reparación.
Con mucha frecuencia las víctimas demandan la confesión de los
victimarios, más que su castigo, con
el fin de que a través de ella se otorgue plena validez a su verdad; que la
sociedad les crea –a las víctimas–,
que sus palabras dejen de ser únicamente suyas y se vuelvan públicas,
patrimonio de toda la nación; que
puedan superar los estigmas y los
señalamientos con los que les ha tocado cargar. 17 En otras situaciones,
lo que más les interesa a las víctimas es saber dónde están sus seres
queridos, en qué fosa común fueron
enterrados, cómo murieron y por
qué, quién dio la orden, de qué manera y con la complicidad de quién se
cometieron los crímenes. Necesitan
la palabra del victimario, en fin, para
terminar el duelo por sus familiares y
reencontrarse con una verdad oculta
por mucho tiempo. Más que castigar,
las víctimas quieren saber.18
Lo que sí parece demostrar la experiencia, en resumen, es que los
duelos en las naciones y las sociedades no se satisfacen solamente con
el castigo de los culpables, y que se
requiere desatar las memorias atrapadas en la guerra, presentarlas en
público y para el público, configurar
historias colectivas y llevar a cabo
actos de reparación simbólicos, celebración de rituales conmemorativos
y disposición de lugares para la memoria. Baste recordar a Willy Brandt,
canciller alemán arrodillado en un
campo de concentración pidiendo
perdón a las víctimas del holocausto
en nombre del Estado, o al presidente
chileno Patricio Alwin haciendo uso
de los canales de la televisión oficial
para pedir perdón a las víctimas de la
dictadura militar en su país.19
Así como hay diversas formas de recordar, se multiplican las formas de
conmemorar: museos, monumentos, placas, nombres de calles y plazas, festivales, rituales, conciertos,
publicaciones de diversa naturaleza.
Acerca de éstas, Elizabeth Jelin dice
que son vehículos de la memoria,
maneras de traer el pasado al presente, “[…] son los momentos en
que los diferentes actores de cada
país eligen, para expresar y confrontar, en el escenario nacional los
sentidos que otorgan a los quiebres
institucionales que unos impulsaron
y otros los sufrieron”.20
17. Mónica Cerruti. Op. cit., p. 247.
18.Esta parece haber sido la experiencia de las
víctimas sudafricanas. Véase: Fernando Barcena y Melich Joan-Carles. Op. cit., p. 205.
19. Elsa Blair Trujillo. Op. cit., p. 205.
20. Elizabeth Jelin. “Las conmemoraciones: Las
disputas en las fechas infelices”. Citadas por:
Susana Sosenski. “Un lugar de la memoria
en el exilio argentino de México”. En: Walter
Bernecker (compilador). Op. cit., p. 66.
45
Los rituales y las conmemoraciones
son puentes entre el pasado y el futuro, en la medida de que son afirmaciones simbólicas de la memoria,
lugares donde las memorias individuales se reúnen, se entrecruzan y
se funden en una memoria colectiva,
no para fijarse en un pasado que ya
no existe, sino para que ese pasado se convierta en un principio de
acción para el presente y el futuro.
Las conmemoraciones y los rituales simbólicos son estrategias para
conjurar los miedos, para exorcizar
el olvido, ahogar el silencio y darle
salidas diferentes a la indignación, al
dolor y al sufrimiento; constituyen
necesarias acciones que aportan de
manera muy significativa a que las
víctimas lleven a cabo sus duelos en
público, a que sean acompañadas
por muy diversos sectores sociales
y a que ellas y las sociedades a las
que pertenecen, vayan restañando
sus heridas morales y recuperando
el lugar que les corresponde en la
memoria histórica del país.21
3. La reconstrucción de
una memoria colectiva
como memoria ejemplar
Es clara la importancia de la construcción de la memoria colectiva de
las guerras y las violencias, pero la
pregunta es ¿cómo trascender de las
memorias autobiográficas y los relatos más o menos parciales y puestos
en público, hacia lo que Todorov llama “la construcción de una memoria ejemplar”? Y sobre todo ¿de qué
manera esa memoria ejemplar logra
transformar las experiencias traumáticas de los sujetos en aprendizajes
políticos, entendidos éstos como los
procesos mediante los cuales la gente
modifica sus creencias, sus valores,
sus acciones, sus estrategias culturales y sus comportamientos sociales a
46
con la imagen del victimarios que
aquella víctima fue configurando a
lo largo de los años.
causa de crisis severas, frustraciones,
sufrimientos y dolores en el entorno
de períodos bélicos o violentos?22
Esta perspectiva de las memorias
ejemplares parte de un principio ético
muy importante: si la puesta en escena del dolor y el sufrimiento propios
y la confrontación con el ajeno no
tiene propósitos curativos, es decir,
si no tiene una orientación hacia el
aprendizaje social para transformar
las condiciones que hicieron posible
el drama político que golpeó a las
víctimas y envolvió a los victimarios,
se pierde el carácter liberador de las
memorias biográficas puestas en público y las sociedades pueden quedar
encerradas en el laberinto de los espejos. Un laberinto donde la víctima
de ayer es el victimario de hoy, en una
cadena semejante a la de la serpiente
urubouros que siempre muerde la
cola hasta su total aniquilación.
Parece ocurrir en la vida pública lo
mismo que en la vida privada: con
frecuencia sucede que en las familias
una persona se abroga el papel de
víctima y desde allí puede atribuir a
quienes lo rodean el deslucido papel
de victimarios. El haber sido víctima
le daría el derecho a protestar, a reclamar, a quejarse y a que los demás
se vieran obligados a responder a
todas sus demandas sin protestar. En
la vida social y pública, el haber sido
o el creerse víctima pareciera darle al
sujeto el derecho moral a convertirse
en victimario;23 el derecho a la venganza contra quienes le infligieron
dolor, contra los amigos de éstos,
contra sus parientes y contra todos
aquellos que comparten una ideología similar o algún rasgo semejante
Aquí aparece, de nuevo, el laberinto
de los espejos, en el cual no se encuentran horizontes de salida. Todos,
de una u otra manera, parecían haber
sido víctimas y eso justificaría sus
respectivos recursos violentos. De
allí que para lograr efectos curativos,
y sobre todo aprendizajes políticos,
es necesario pensar en las memorias
ejemplares o, en otras palabras, que
las memorias colectivas apunten en
una dirección pedagógica orientada
hacia el presente y el futuro y sin fijar
a los sujetos y a los pueblos en un
pasado que se repite a perpetuidad.
Para Todorov, la memoria ejemplar
es aquella que logra ser colectiva e
incluyente pero que al mismo tiempo
tiene una dimensión pedagógica y un
sentido político de futuro. Se trata,
como él mismo lo dice, de aprovechar las lecciones de la injusticia, del
dolor y del sufrimiento de las víctimas, para luchar contra situaciones
similares que se están produciendo
en el presente: es un viaje del yo hacia
el otro.24
21.Marta Tafalla lo define en estos términos:
“la memoria no es puro almacenamiento
de datos, sino un conocimiento crítico del
pasado que lo devuelve a la vida para abrir
desde él un futuro más justo; es una fuerza
transformadora de la realidad”. Marta Tafalla.
Op. cit., p. 141.
22. Tzvetan Todorov. Los abusos de la memoria.
Barcelona, Paidós, 2000, pp. 30 y ss.
23. Id., Memoria del mal, tentación del bien. Op.
cit., pp. 168 y ss.
24.Id., Los abusos de la memoria. Op. cit., pp.
18 y ss.
El autor diferencia esta memoria
ejemplar de la que él denomina “memoria literal”. La memoria literal
consiste en los testimonios aportados por las víctimas, los relatos de
lo vivido por ellas. Esas palabras de
la víctima, estas memorias literales,
no tienen en principio –ni tienen
porqué tenerla– la pretensión de ser
ejemplarizantes. Son verdades plurales, parciales e incompletas, que si
no logran confrontarse en público
con otras y contribuir a la conformación de una memoria colectiva,
corren el riesgo de desembocar en el
sometimiento del presente al pasado
y de quedarse ancladas allí, sirviendo de pretexto para toda suerte de
venganzas.25
La memoria ejemplar, por su parte,
tiene el propósito de invertir el proceso, de poner la memoria al servicio
del presente y del futuro; pero no
puede prescindir de las memorias
literales, es decir, de las palabras de
las víctimas, ya que éstas son, por así
decirlo, los elementos constitutivos
de la memoria ejemplar, las “piezas
para armar” de un relato colectivo.
Entre ambos usos de la memoria,
el literal y el ejemplar, existen muchos lazos orgánicos de continuidad
e identidad: las memorias literales,
sin las ejemplares, corren el riesgo
de quedarse enredadas en el pasado; estas últimas, sin las primeras,
estarían condenadas a convertirse
en un discurso abstracto, vacío de
contenido, en una suerte de código de buenas intenciones con muy
escaso valor curativo, formativo o
pedagógico.
Precisamente ahí radica la importancia de que esa historia colectiva tenga un sentido político y una
orientación pedagógica, pues de lo
contrario, el dolor y el sufrimiento de las víctimas resultaría estéril;
la curación de sus heridas morales
incompleta y precaria, y la conjura
contra el olvido, totalmente inoficiosa. El propósito de no olvidar es
poner los recuerdos, los relatos y las
historias al servicio del presente y
del futuro; pero la intención ejemplarizante de la historia colectiva o
de las memorias ejemplares, como
las llama Todorov, implica un largo
recorrido, procesos difíciles y llenos
de peligros, y demanda una voluntad
consensual respaldada por el estado
para que pueda llevarse a cabo.
4. Para terminar…
Resulta por lo menos inquietante
que este tipo de temas, que ocupan
el primer plano de las agendas en
muchos países y que se debaten con
intensidad en los escenarios mundiales, no ameriten un examen juicioso
en un país como Colombia, que padece una violencia endémica, una
guerra desregulada y degradada, y
que cuenta por millones las víctimas de los conflictos armados y de
las violaciones de toda clase a los
derechos humanos y al derecho internacional humanitario. Y no es por
ausencia de testimonios o de relatos
sobre el dolor y el sufrimiento que
no se adelanta el referido examen.
Aunque con frecuencia se afirma que
éste es un país sin memoria, quienes
han explorado el asunto con mayor
rigurosidad llegan a otra conclusión.
En un ensayo sobre el tema, el historiador Juan Carlos Vélez demuestra que existe una extensa literatura
memorial desde los años cincuentas; cómo las víctimas han narrado
sus episodios trágicos, y cómo no
faltan ni los lugares de memoria ni
los grupos sociales que se dedican
a evitar que los muertos se olviden
y que los atropellos se ignoren. De
manera muy valerosa y con peligro
para sus vidas, las gentes de todas
las clases, de los campos y de las
ciudades, están gritando contra el
silencio y el tejiendo historias, algunas de ellas ejemplarizantes y
con un claro sentido pedagógico,
y otras abiertamente desafiantes y
animadas por la venganza.26 Pero la
naturaleza del conflicto colombiano,
su duración, complejidad e intensidad, no ha permitido que se transite de esos retazos fragmentarios
de dolor y sufrimiento, a su puesta
en común. Y menos aún, que esas
palabras puedan contrastarse con
otras verdades e interpretaciones,
con miras a la construcción de una
memoria colectiva que incorpore las
verdades inacabadas y parciales en
un relato explicativo e incluyente,
donde las diferentes categorías de
víctimas puedan encontrar un sentido a su dolor y al sufrimiento. En
Colombia, predomina el laberinto
de los espejos y no han existido las
condiciones institucionales ni las
garantías necesarias para abrir un
debate público que haga posible
elaborar un relato capaz de saldar
cuentas con el pasado; de allí que la
memoria existente sobre la violencia
y las guerras no propicie aprendizajes sociales ni permita que de esas
experiencias traumáticas surja una
pedagogía social para transformar el
presente y el futuro.
25.Ibíd.
26. Juan Carlos Vélez. Op. cit., pp. 125- 148
47
Tampoco han faltado en Colombia
las iniciativas de paz negociada y los
acuerdos de desmovilización de grupos armados. Desde 1984 se han desarrollado acciones en este sentido,
algunas exitosas, otras fracasadas,
pero todas con un énfasis puesto en
temas como el del “perdón y olvido”,
las amnistías y la reinserción de los
combatientes, sin consideración relevante de los derechos de las víctimas, de la puesta en común de sus
verdades; sin reparaciones morales,
sociales y económicas, sin conmemoraciones ni rituales y, en fin, sin
ese necesario ajuste de cuentas con
el pasado.
dónde están sus muertos y desaparecidos, nadie les ha pedido perdón
por el dolor infligido. No se conoce
una manifestación autocrítica de los
diferentes actores armados sobre sus
responsabilidades en esta catástrofe
humanitaria, no se han depurado
las fuerzas armadas, ni se han hecho
públicas las investigaciones sobre
violaciones a los derechos humanos
y al derecho internacional humanitario o, por lo menos, esta información
se mantiene en límites muy restringidos debido al velo de sospecha que
se ha constituido institucionalmente
sobre los delitos que se provengan de
las propias fuentes oficiales.
Las víctimas no han oído la voz de
los victimarios, nadie les ha contado
De las negociaciones entre los gobiernos y los actores armados se
han mantenido al margen tanto a
las víctimas como a la sociedad en
conjunto, y no se ha aprendido que
de los perdones judiciales no se deriva el perdón social ni surge forma
alguna de reconciliación. La experiencia del exterminio de la Unión
Patriótica y el asesinato sistemático de desmovilizados de diferentes
grupos armados son una muestra
palpable de que las decisiones judiciales no son suficiente, de que la
reconciliación no llega por decreto
y de que la paz no es un acuerdo
entre hostiles. En esta “guerra de
perdedores”, como la denomina el
último informe sobre desarrollo humano, las víctimas han perdido por
partida doble: en la guerra y en las
negociaciones de paz.27
27.En este momento, el país se aboca a una
negociación con los paramilitares; negociación que se inicia con la controvertida ley
de alternatividad penal. Resulta pertinente
preguntarse: ¿qué puede pasarle a un país
que no reconoce los derechos de las víctimas,
que sigue evadiendo el debate público y que
no logra configurar una memoria colectiva
que le permita ajustar cuentas con su pasado?
48
Una labor de memoria
Nyrama Osorio
Jim Amaral - Mermale-Elamrem - 2007
Equipo de comunicaciones
Grupo de Memoria Histórica
Hablar de verdad en un país algunas
veces tan distante al dolor ajeno implica más que el simple ejercicio de
informar, develar las dinámicas de
violencia que se han tejido a lo largo
de la historia nacional. Desde que
inició sus labores en 2007, el Grupo
de Memoria Histórica (GMH) de la
Comisión Nacional de Reparación y
Reconciliación (CNRR), se ha dispuesto a cumplir con la importante
labor de contribuir a la búsqueda de
la verdad, la justicia y la reparación
de las víctimas del conflicto armado colombiano. Toda una iniciativa
comprometida con rendir un homenaje que reivindique a través de la
memoria aquella historia cargada
de sufrimiento, pero también de
esperanza, que pesa sobre muchas
víctimas.
En su intento por elaborar y divulgar una narrativa de la memoria, el
GMH ha investigado hechos como
las masacres ocurridas en Trujillo, La
Rochela, El Salado, Bojayá o El Tigre,
entre otras, a través del análisis sobre
la tierra en Colombia, la resistencia
de las víctimas y la construcción de
memoria histórica en el país.
En esta misma dinámica, el GMH
celebra, año tras año, la Semana
por la Memoria con el propósito de
presentar al público en general los
informes y de exponer la labor investigativa en cada uno de los casos
emblemáticos. En noviembre de este
año se lleva a cabo la IV Semana por
la Memoria en Bogotá, Medellín, San
50
Carlos, Carare y Cartagena, donde se
dará una muestra del compromiso
del grupo frente a labor de reconocer
las diferencias e integrar las voces
tanto de los perpetradores como de
las víctimas, quienes son en última
instancia la materia prima de los
informes.
Será un evento que sin duda convocará a la ciudadanía a una reflexión
frente a temáticas relacionadas con
las diferentes iniciativas en torno
a la memoria. Los informes giran
alrededor de temas como el desplazamiento forzado, las resistencias
civiles, las mujeres en la guerra y casos emblemáticos de violencia como
las masacres de Segovia y Remedios.
Iban por la carretera y era Armando… llevaba más o menos
unos 15 niños, es que no eran
hombres, eran niños, a los niños
se les arrastraban las escopetas,
los niños caminaban y arrastraban las escopetas y yo lo miré,
y como eran niños de la escuela
Armando me miro, se le salieron
las lágrimas y me hizo así, como
que se estaba despidiendo, yo lo
miré. Ese día, en la escuela lloré mucho, primero porque era
mi amigo, el que estaba en ese
momento despidiéndose, y segundo porque eran niños, eran
niños yo creo que el mayor de
ellos no podían tener más de 15
años y eran con él, y entonces…
pues uno pensaba en ¿quién está
haciendo la guerra? los que no
saben de ella. (Testimonio, taller
de memoria, San Carlos, 2010)
El informe sobre las mujeres en la
guerra tal vez es uno de los más esperados en cuanto que sus cuerpos
muchas veces encarnan huellas tan
profundas como silenciosas. “Género, Memorias y huellas de la guerra:
resistencia de las mujeres en el Caribe colombiano” (1995-2006) no
sólo refleja las experiencias de ellas
en el contexto de la guerra, sino las
diferentes posiciones, desde aquellas
que han sido víctimas de vejaciones y
violencia sexual, las que han perdido
a seres queridos y su hogar, como
las que se han vinculado voluntaria
o forzadamente a las filas de los actores armados.
Otro informe que presentará el GMH
en noviembre será el de “San Carlos:
Memorias del éxodo en la guerra”,
que trata no sólo el desplazamiento
forzado en este municipio del oriente
antioqueño sino la serie de masacres,
desapariciones y demás atropellos
que le ha tocado vivir a esta comunidad en los últimos veinte años. Este
informe, además, plantea una dificultad que aqueja a las víctimas que
tiene que ver con el retorno -algunas veces voluntario y otras asistido
(en el que la Alcaldía de Medellín ha
sido un actor fundamental)- que evidencia los enormes costos políticos,
morales, psicológicos, económicos y
culturales que subyacen al intentar
reconstruir su tejido social.
Johanna Calle - Laconia, Cuaderno de Dibujos - 2007
Ya nosotros quedamos, como se dice,
por el aire y eso era para allá y para
acá como locos, una noche para una
parte, otra noche para otra, en el día
andábamos y no sabíamos para dónde andábamos, que la señora está
muy enferma… mejor dicho se nos
volvió una situación, como se dice,
una cantidad de problemas que no
sabíamos ni por dónde coger, sino
que no ya íbamos era como por el
aire. (Testimonio, hombre adulto,
San Carlos, 2010)
El desplazamiento forzado también
será tratado por el GMH desde lo
urbano. El ejemplo emblemático
es la Comuna 13 de Medellín. En
él se contextualiza históricamente
el proceso a través del cual miles
de familias se han asentado en la
periferia de Medellín, después del
éxodo de regiones rurales cercanas
y luego, por las mismas dinámicas
de represión y violencia dentro de
sus barrios, tienen que volver a desplazarse a otras zonas de la ciudad.
Aún hoy la gente prefiere callar que
revelar las historias de horror de las
que tristemente han sido protagonistas. Sucedió en la Comuna 13 y
sucedió en Trujillo, Valle donde el
GMH pudo constatar en sus salidas
de campo la dificultad de numerosos
habitantes para enunciar las atrocidades, a causa del miedo infundido
por los victimarios que conciben aún
cercanos. El ejercicio de hablar para
las víctimas requiere de un esfuerzo que muchas veces no es evidente
pero que debe ser valorado y postergado en la memoria de la nación.
Intentaron los violentos, desaparecer un cuerpo,
hacerle correr la suerte nefasta
de otros cuerpos.
Quisieron que su piel hecha para
la caricia y
para ser acariciado, no volviera
a sentir.
¡No pudieron! Hoy sigue acariciando a través
del viento impetuoso, y de la suave brisa, miles de metros
de piel de aquellos que amó y
por quienes se entregó. (Trujillo)
51
Recordar para no repetir
Doris Salcedo - Sin título, Bienal de Estambul 2003
Área Memoria Histórica
Programa de Atención a Víctimas del Conflicto Armado
Secretaría de Gobierno, Alcaldía de Medellín
52
Desde la cumbre del Cerro Pan de
Azúcar, cuando las calles aún eran
de barro, el agua llegaba del manantial y el medio de comunicación era
un megáfono. Dioselina Pérez, como
tantas otras mujeres, bajaba semana a
semana a hacer memoria en el centro
de la ciudad. Se reunía con un grupo
diverso de personas que tenían algo
en común: desterrados, huérfanos, ex
secuestrados, amputados por minas,
viudas o, simplemente, sobrevivientes
de una guerra que les arrebató hijos,
padres, hermanos, amigos, cultivos,
animales, tierra, objetos, sosiego, cultura y parte de sus vidas. A ellos, que
habían sufrido una pérdida a causa
de una histórica confrontación armada entre grupos legales e ilegales,
empezaba a llamárseles víctimas del
conflicto, y los convocaba la idea de
contar sus experiencias particulares,
llevarlas al texto escrito y hacerlas
públicas en un libro.
¿Por qué las víctimas? ¿Para qué?
Entregarle la voz a quienes fueron
despojados e insertar su relato en
el escenario público sonaba un tanto extraño en un país comúnmente
resignado a ignorar, excluir y olvidar.
Entonces no eran entre nosotros tan
populares las frases -o principios o
invitaciones- como la de Theodor
Adorno de “recordar para no repetir”
cuando, al contradecir el imperativo
categórico de Kant “actúa sólo según
aquella máxima de la cual puedas
querer al mismo tiempo que venga
una ley universal”, se atreve a afirmar
que, tras el holocausto nazi, se impuso en la humanidad un nuevo imperativo: “Reorientar el pensamiento y
la acción para que la barbarie no se
repita”. Adorno (1973) GesammelteSchriften, 6, 358
Ésta y otras viejas elaboraciones conceptuales sobre la memoria, venideras de los rincones más sufridos del
continente y el mundo se colaban,
sin sospecha, entre esas casas de madera de El Pacífico en la Comuna
8 de Medellín. Hasta allí llegaron
los profesionales del Programa de
Atención a Víctimas del Conflicto
Armado con una invitación: echar
mano del recuerdo de la guerra para
sanar, para sensibilizar, para luchar
contra el olvido, para escapar a nuevos episodios violentos. Dioselina,
aunque futura brillante escritora
autobiográfica, no lo comprendió la
primera vez que lo escuchó: ¿Talleres
de escritura para víctimas? Pero si yo
sé escribir, decía; y si ya me dieron
el subsidio de desplazamiento, ¿qué
más viene a hacer el gobierno acá?,
se preguntaba.
Era el año 2005 y, por esos terrenos
y gentes olvidadas y hasta entonces
silenciadas, el Programa de Atención
a Víctimas del Conflicto Armado se
abría campo en Medellín con la convicción de que, en parte, lo que hacía
falta para salir del ciclo violento de
la ciudad y el país era trabajar de
forma integral por las víctimas, desde lo jurídico, desde lo legal y desde
la recuperación de la memoria y la
documentación de casos. En el año
2007 ya se tenían cerca de 300 casos
documentados y algunas publicaciones: Jamás olvidaré tu nombre, El
cielo no me abandona y Me gustaba
mucho tu sonrisa. Para el año 2008
el Programa se incluyó en el Plan de
Desarrollo de la Alcaldía de Alonso
Salazar Jaramillo y se le asignó un
presupuesto propio para la dinamización de diversas áreas de trabajo
que buscan la reparación integral
de las víctimas, donde el Área de
Memoria Histórica se complementa con las áreas de Reparaciones
y jurídica, Atención psicosocial y
Oferta institucional y sostenibilidad
económica.
En Memoria Histórica del Programa
de Atención a Víctimas del Conflicto
Armado, se concibe la memoria como
un ejercicio deliberado de reconstrucción del pasado violento desde
el presente, esto es, la posibilidad de
visitar el pasado teniendo como eje y
soporte la voz de las propias víctimas,
sus experiencias y puntos de vista,
sus duelos y sus esperanzas. Se trabaja por contribuir a la reconstrucción
de la memoria histórica del conflicto
armado mediante la implementación
de estrategias que permitan el reconocimiento, la valoración y el análisis de narrativas, donde prima la
voz de las víctimas. Lo anterior, con
miras a la construcción de un relato
histórico de ciudad que favorezca
procesos en pro de la superación del
conflicto, a partir de una memoria
53
Doris Salcedo - Acción de Duelo, 25.000 Velas - 2007
ejemplarizante y en procura del rechazo a expresiones violentas como
una opción para resolver o dirimir
los conflictos.
Cuando comenzó a funcionar el área,
aún ni se hablaba en Colombia de
la Ley de Víctimas, las exigencias
de reparación se daban en grupos
aislados y reducidos, y el Programa
de Atención a Víctimas en Medellín
daba sus primeros pasos garantizando la restitución de las viviendas a
más de treinta familias en el sector
de Cañada Negra en la Comuna 1
como parte de la reparación integral.
Reconciliación era una palabra casi
innombrable y la justicia reducía
penas a los recientemente desmovilizados de organizaciones paramilita-
54
res, con quienes el gobierno nacional
emprendía un proceso de paz. Todo
ello ocurría en un contexto nacional de impunidad y una ciudad que
heredaba las estructuras mafiosas
de Pablo Escobar, el estigma de ser
la más violenta y con una arraigada
cultura del dinero fácil y el delito.
Desde entonces, han corrido siete
años consecutivos de trabajo desde
Memoria Histórica que se reflejan en
la colección Espejos de la Memoria,
libros con historias de no ficción y
novela, para NO repetir. Donde pisé
aún crece la hierba y Fugitiva, también hacen parte de esta colección.
Los recorridos y logros del área han
sido amplios y diversos, y han implicado esfuerzos desde distintos secto-
res, en especial de las víctimas, para
tejer historias y construir nuevos
sentidos. Van desde talleres, exposiciones, documentación de casos,
recorridos de ciudad, videos con
grupos de memoria joven, murales, esculturas públicas, túneles de
la memoria, museos comunitarios
e itinerantes, y publicaciones que
buscan producir reflexiones y relatos acerca del conflicto armado en
nuestra ciudad.
Cierre los ojos, esculque en su mente, escuche el corazón, imagine los
colores, sienta el dolor, póngale
palabras, agréguele comas, tómele
una foto, agarre el pincel, han sido
las invitaciones de profesionales del
área de memoria para las víctimas
Foto: Homenaje a víctimas de la violencia.
y los ciudadanos que, ahora en comunidad, se reconocen como tales,
expresan alivio por compartir su dolor, y se entusiasman con la idea de
que, publicar sus historias, servirá
de algo. “Si revivir los horrores que
vive una mujer desplazada dos veces,
que perdió su hijo de crianza, su casa,
todo, sirve para que sus nietos no
tengan que pasar por lo mismo, yo lo
contaré y lo volveré a contar”, dice al
micrófono doña Carmen, una mañana de 30 de agosto, año 2011, cuando
se conmemora el día internacional
del desaparecido y ella, pañuelo en
mano, se prepara para sembrar una
planta en memoria de su hijo ausente
en el “Jardín para no olvidar”, un
espacio para dignificar a las víctimas
desde los terrenos donde en el mes
de agosto empezó la construcción
del Museo Casa de la Memoria, en
el Parque Bicentenario de Medellín.
Son todos espacios que permiten la
construcción de memorias. Son historias que reclaman un lugar en la
ciudad, para que se conviertan en relatos públicos de los cuales debemos
tener aprendizajes sociales. Espacios
que se convierten en territorios habitados y semantizados por las diversas
comunidades, asociaciones, grupos
que han sido víctimas del conflicto
y que llegarán al Museo Casa de la
Memoria, con la firme intención de
compartir sus historias y alivianar,
en parte, sus dolores, sus ausencias.
El Museo será un espacio para promover acciones que contribuyan a
la reconstrucción, la visibilización y
la inclusión de la memoria histórica
del conflicto armado en la ciudad,
buscando con ello aportar a la transformación de la historia de violencia
en aprendizajes sociales para la convivencia ciudadana, bajo la premisa
de Recordar para no repetir.
Con una experiencia museográfica
original y de calidad, allí se reconocerán las violencias y el conflicto armado de Medellín, y se encontrarán
las víctimas en la construcción de
un relato colectivo, que comienza
hacia la mitad del siglo XX y va hasta la actualidad con un peso muy
importante en los años ochentas y
noventas.
Se trata de un Museo Casa de la Memoria que permitirá la construcción
de nuevas memorias mediante la
generación de espacios de participación, de reflexión, de encuentro
55
y de interacción. Un espacio donde
las víctimas tienen voz y rostro, un
espacio para detener la apología a
la violencia, para el encuentro de
las víctimas y sus dolores, para los
investigadores de la violencia, el
conflicto y los derechos humanos,
y para una ciudad y un país que precisa de mirarse y reflexionar para
comprenderse, recordar y encontrar
caminos para no repetir nuestro pasado reciente.
El Museo Casa de la Memoria contará con diversos espacios de exposición, un auditorio, un centro
de documentación especializado en
temas de conflicto y violencias, una
sala infantil y una sala de reflexión
donde la participación y la interacción serán parte del proceso de la
formación de todos los visitantes.
Serán más de 3.800 metros cuadrados construidos y más de 18 mil de
espacio público.
El Museo es un proyecto promovido,
gestionado y construido gracias al
respaldo y la voluntad de la administración municipal y que, día tras día,
suma aliados locales en las organizaciones sociales y comunitarias, en
ONG, en universidades, y que cuenta
con el respaldo de agencias de cooperación nacional e internacional,
la Agencia Española de Cooperación
Internacional para el Desarrollo
–AECID– y la Embajada del Japón
–JICA– lo cual lo convierte en proyecto incluyente, con una propuesta de
formación de públicos que permeará
a todos los estratos sociales.
Dioselina, junto a otras víctimas del
conflicto, continúa en el asentamiento de desplazados El Pacífico encumbrado en el Pan de Azúcar. Allí vende
gaseosa, verduras y arroz, al tiempo
que presta con enconado celo una
de las publicaciones del Programa,
Jamás olvidaré tu nombre, donde se
recogen 22 historias del conflicto,
incluida la que, de su puño y letra
escribió tras aceptar la invitación a
los talleres de escritura: “Navidad y
terror”, sobre su padre secuestrado durante la noche buena. Como
“un canto” define la compiladora de
esta primera publicación del Área de
56
Memoria Histórica, Patricia Nieto,
según describió en el prólogo, que
esperaba que esta obra se apreciara
“por reconocer la veracidad de las
historias mínimas que dan cuerpo
a la tragedia nacional; porque relatar el dolor particular es condición
necesaria para construir el relato de
la colombianidad”.
En esta ciudad y en este país, donde
por décadas perpetradores han arrebatado la vida, la tierra y la dignidad
a millones de ciudadanos inocentes,
son los recuerdos y la palabra pública
recursos para alzar la voz, rechazar
la violencia y asentar la esperanza
de una sociedad que busca alcanzar
la paz, la justicia, la verdad y la reparación.
“Mañana ya la sangre no estará
Al caer la lluvia se la llevará
Acero y piel, combinación tan cruel
Pero algo en nuestras mentes
quedará”.
Sting en Fragilidad
La construcción de la memoria histórica
de las víctimas de la violencia
Algunas ideas sobre Medellín
Jim Amaral - Pecho escrito, Escultura en bronce - 1999
Max Yuri Gil Ramírez1
1. Sociólogo y magíster en ciencia política, Universidad de Antioquia. Docente Ocasional,
Instituto de Estudios Políticos, Universidad
de Antioquia. Socio Corporación Región.
57
"(…) la memoria colectiva no se identifica con la historia oficial,
aquella que conviene mantener para divulgar una sola verdad, la de
los vencedores; tampoco se trata de la verdad elaborada por los medios
de comunicación y comúnmente aceptada como la única, la memoria
colectiva es polifónica, está hecha de muchas voces y sonidos, es plural
y puede ser divergente en algunos aspectos, pero la memoria colectiva
es la visión, la imagen, el recuerdo que una colectividad nacional tiene
de sí misma, de su pasado y de lo que desea ser en el futuro y en la
memoria colectiva debe haber un lugar para la vergüenza, el dolor, la
tristeza y el miedo".
Maria Teresa Uribe
INTRODUCCIÓN
En los últimos años, un número considerable de sociedades han enfrentado el reto de reconstruirse luego de
vivir experiencias como dictaduras o
conflictos armados internos que, además de infringir el derecho internacional humanitario, generan profundas divisiones en su identidad como
comunidad nacional, dejando miles
de víctimas de todo tipo de violación
a los derechos humanos. La necesidad
de castigar de alguna manera estos
graves actos de violencia sin hacer
de ello un obstáculo para la consolidación de procesos de transición a la
democracia y a la paz, ha dado origen
a movimientos jurídicos y políticos
que buscan resolver las tensiones y
contradicciones surgidas entre Justicia y Paz; lo cual se agrupa bajo la
denominación de JUSTICIA TRANSICIONAL, la cual según Rodrigo
Uprimny y María Paula Saffón:
58
“Hace referencia a aquellos procesos
transicionales mediante los cuales
se llevan a cabo transformaciones
radicales de un orden social y político
determinado, que enfrentan la necesidad de equilibrar las exigencias
contrapuestas de paz y justicia. De
hecho, por un lado, los procesos de
Justicia Transicional se caracterizan
por implicar en la mayoría de los
casos —en especial cuando se trata de transiciones de la guerra a la
paz— negociaciones políticas entre
los diferentes actores, tendientes a
lograr acuerdos lo suficientemente
satisfactorios para todas las partes
como para que éstas decidan aceptar
la transición. Pero, por otro lado, los
procesos de Justicia Transicional se
ven regidos por las exigencias jurídicas de justicia impuestas desde el
plano internacional, que se concretan en el imperativo de individualizar y castigar a los responsables de
crímenes de guerra y de lesa huma-
nidad cometidos en la etapa previa
a la transición”. (Uprimny y Saffón:
215, 2005)
Paralelo al debate jurídico sobre la
forma de resolver la tensión entre
justicia y paz, se abre un campo de
reivindicación de los derechos de las
víctimas a la verdad, la justicia, la
reparación integral y las garantías
de no repetición.2
El derecho a la verdad como componente central, se entiende en una
doble dimensión, la primera, como
un derecho de las víctimas a saber lo
que sucedió con sus familiares, los
motivos que generaron la acción de
victimización y los diferentes grados
de responsabilidad, de los autores
intelectuales y materiales; y la segunda como un deber del Estado, quien
además de asumir la responsabilidad
2. Existen algunos documentos jurídicos del
sistema de Naciones Unidas que definen de
manera general estos derechos como los
Principios de Theo Van Boven de 1996, serie
revisada de principios y directrices sobre el
derecho de las víctimas de violaciones graves
a los derechos humanos y al derecho humanitario a obtener reparación. Los Principios
de Louis Joinet, 1997, sobre la cuestión de la
impunidad de los autores de violaciones de
los derechos humanos (civiles y políticos);y
los Principios de Cherif Bassiouni, 2005,
sobre el derecho de restitución, indemnización y rehabilitación de las víctimas de
violaciones graves de los derechos humanos
y las libertades fundamentales.
que le compete como agente soberano en la sociedad, debe hacer el
máximo esfuerzo para esclarecer la
verdad y evitar la impunidad.
VERDAD Y MEMORIA
El tema de la verdad trae aparejado el debate sobre la memoria, y en
especial, la pregunta por el esfuerzo
que una sociedad debe hacer para
identificar lo que hay que preservar y recordar para evitar que estas
situaciones, contrarias a la dignidad humana, se repitan en el futuro. Obviamente no es un campo de
debate fácil, pues existen diversas
interpretaciones sobre lo que pasó,
las causas, los niveles de responsabilidad, y la necesidad de olvidar o
recordar como actitud ante el pasado
y el futuro.
Una consideración inicial, es construir colectivamente un sentido a la
importancia de recordar, de mantener la memoria de los que han sufrido la violencia, e interpelar por los
canales que debe habilitar la sociedad
y el Estado, para que las memorias
de las víctimas pasen del espacio íntimo al espacio público en el cual
trasciendan la función terapéutica
de la catarsis, y adquieran un aprendizaje que les permita desincentivar
la venganza, la retaliación y llenar
de sentido el futuro, contribuyendo a prevenir nuevas dinámicas de
victimización. Esto requiere que las
víctimas puedan superar sus roles
de subordinación e intimidación en
la sociedad, logrando importantes
procesos de empoderamiento y que
los victimarios pierdan poder y capacidad de daño, pues de otra manera es
muy difícil consolidar una transición
a la paz. (Uribe, 2003)
La sociedad y el Estado deben respaldar este nuevo posicionamiento y vi-
sibilidad de las víctimas, enfrentando
de manera decidida a los defensores
del perdón y el olvido como fórmula
de reconciliación, quebrando lo que
acertadamente María Teresa Uribe
denomina “la conjura del olvido y
el silencio” (2005), a la que se puede
llegar con el interés de mantener
una situación de impunidad de los
crímenes cometidos o por que se
cree que una sociedad que ha vivido graves problemas de violencia
debe tender un manto de olvido para
que las generaciones futuras se encarguen de procesar esas heridas ya
no tan recientes, como ha ocurrido
con la transición española. (Aguilar
Fernández, 1996).
En este campo se hace evidente que
no sólo se enfrentan las memorias e
interpretaciones de lo que pasó, lo
cual es asumido de manera diferente
por las personas y los grupos que
actúan en este terreno, sino que también se pone de presente que las memorias están cruzadas por los niveles
de poder que tienen las personas y
los grupos que las encarnan en la
sociedad, que hay memorias hegemónicas y memorias subalternas o
contrahegemónicas. (Uribe, 2003)
EL CONTEXTO DE COLOMBIA
Y MEDELLÍN: VIOLENCIAS Y
ACTORES HÍBRIDOS.
Además de los debates anteriores,
está la complejidad de la reconstrucción de la memoria histórica de las
víctimas en aras de la no repetición,
cuando se está ante sociedades que
presentan largos periodos de confrontación armada, en la que se desdibujan, en algunos casos, los roles
de víctimas y victimarios (Orozco,
2005), donde se cruzan las violencias
políticas con otras modalidades de
violencia que se originan en dinámicas vinculadas al narcotráfico y la delincuencia, como sucede en algunos
lugares y momentos en Colombia y
en Medellín, caracterizados por cierto nivel de turbulencia, situaciones
en las cuales no es fácil diferenciar
actores, intenciones y objetos de disputa, (Gutiérrez Sanín, 1997).
En Colombia, desde el año 2002, a
partir del proceso de desmovilización de los grupos paramilitares, se
ha abierto un debate sobre cómo
abordar la tensión entre Justicia y
Paz, y sobre los contenidos de los
derechos de las víctimas a la verdad,
la justicia, la reparación integral y
las garantías de no repetición. Este
tema, ausente de los anteriores procesos de desmovilización de grupos
insurgentes, a comienzos de la década de los 90, se ve favorecido por
las dinámicas internacionales sobre
la Justicia Transicional. Así, a pesar de la incertidumbre de lo que
significa para el país el rumbo de la
transición, es evidente que este tema
se ha colocado en un lugar visible de
la agenda política nacional, llegando
para quedarse por muchos años, al
menos, mientras no se produzca un
cambio cualitativo en la dinámica
de violencia que vivimos y que ha
tenido diferentes momentos y configuraciones.
Este particular proceso de justicia
transicional, es evaluado de manera
contradictoria. De un lado están los
numerosos problemas de la desmovilización paramilitar, los déficits de
la Ley de justicia y paz del 2005, que
buscaba generar un marco jurídico
para ofrecer condiciones favorables
en materia penal, a los desmovilizados responsables de crímenes de lesa
humanidad, a cambio de acciones
59
favorables a los derechos de las víctimas, y especialmente por las nuevas
formas de reactivación paramilitar
denominadas Bandas Criminales,
Bacrim. De otro lado, son evidentes
los avances, tanto en el conocimiento de la actuación paramilitar y sus
inserciones institucionales, políticas, económicas y sociales, como en
materia de visibilización de los derechos de las víctimas, y en las acciones de recuperación de la memoria
histórica a través de dispositivos
institucionales y de emprendimientos desde la sociedad civil, muchos
de ellos de carácter regional y local.
El gran obstáculo que se observa en
el presente es la imposibilidad de
consolidar algunas de estas acciones
en el marco de nuevos contextos de
violencia que condicionan de manera definitiva el avance en estos
procesos.
La ciudad de Medellín ha sido reconocida como lugar de asiento de poderosos grupos de narcotraficantes
quienes desde mediados de la década
de los 80 del siglo XX, desarrollaron
acciones delictivas en la ciudad, en el
marco de su expansión como organizaciones criminales de gran envergadura, vinculadas al narcotráfico.
Iniciando con el Cartel de Medellín
liderado por Pablo Escobar Gaviria,
pasando por el denominado grupo
de Los Pepes -Perseguidos por Pablo
Escobar-, organización que luego
de la derrota de Escobar asumió el
nombre de Oficina de Envigado, para
luego unirse a los grupos paramilitares bajo denominaciones tales
como Bloque Metro, Bloque Cacique
Nutibara y Héroes de Granada, los
cuales se unieron a las Autodefensas
Unidas de Colombia. Una parte de
sus integrantes dejaron sus armas en
dos actos de desmovilización el 25 de
noviembre de 2003 y el 1 de agosto
60
de 2005, y luego de cierta tregua que
no implicó su desmonte definitivo,
este grupo se reactivó fracturado en
diferentes facciones, enfrentadas entre sí y con otros competidores del
mundo criminal, desde finales de
2007 hasta hoy.
La contienda entre estos grupos delictivos y su dinámica violenta, se ha
sostenido de manera intermitente
desde hace 25 años, desarrollando
acciones tanto para capturar recursos, como para relacionarse con
actores y dinámicas más ligadas al
conflicto político armado, como sucedió entre 1997 y el 2003, tiempo en
el cual se vivió la confrontación entre
los grupos de delincuencia común y
del narcotráfico, bajo la identidad de
paramilitares, enfrentados a grupos
milicianos de carácter insurgente,
los cuales realizaron en los barrios
de la ciudad todo tipo de acciones
violentas, eliminando líderes políticos y sociales de organizaciones y
partidos contra hegemónicos.
Según datos de la Personería de Medellín (2010) estas violencias han
dejado un alto número de víctimas;
sólo entre 1990 y el 2010, se produjeron en la ciudad cerca de 66.000
homicidios, y desde 1998 hasta el
2010; se registraron 221.213 víctimas de desplazamiento forzado, de
ellas 6.024 son víctimas del desplazamiento intraurbano en hechos ocurridos en la ciudad desde el 2004.
Esto sin contar con estadísticas sobre
otras modalidades de victimización
como las torturas, la desaparición
forzada, el reclutamiento y vinculación de menores de edad en las filas
de los grupos armados, y la violencia
sexual, entre otras.
ESFUERZOS DE
RECUPERACIÓN DE LA
MEMORIA HISTÓRICA.
A finales de la década del 70 se constituyó en el país un movimiento social
alrededor del tema de los derechos
humanos, el cual ha atravesado distintos momentos y construido sus
reivindicaciones desde diferentes
centros temáticos, entre los cuales
podemos identificar asuntos como
la exigibilidad del respeto a los derechos humanos, la visibilización de las
formas de vulneración de los mismos
teniendo en cuenta la dimensión territorial y poblacional, la demanda
de una salida política negociada al
conflicto armado y la exigibilidad
de acatar el derecho internacional
humanitario. En los últimos años,
una parte de las organizaciones que
conforman este movimiento social
ha tomado el tema de los derechos
de las víctimas a la verdad, la justicia y la reparación integral, como
el eje articulador de su demanda en
la sociedad.
Este accionar político y social, inserto en un contexto internacional
favorable a su expresión, ha generado
procesos de recuperación de la memoria histórica como el adelantado por un grupo de organizaciones
no gubernamentales que procuran
mantener el recuerdo sobre la memoria de las víctimas, sus historias y
la responsabilidad por su victimización, denominado Colombia Nunca
Más, así como las acciones emprendidas por organismos como la Red
de iniciativas ciudadanas por la paz
y contra la guerra –Redepaz–, y la
Ruta Pacífica de las Mujeres, entre
otras. También desde el Estado se
han producido acciones de esclarecimiento de la verdad y recuperación
de la memoria histórica como la Co-
Jim Amaral - Mujer con brazo continuo, Escultura en bronce - 1994
familiares de víctimas de secuestro
y desaparición forzada, así como el
capítulo regional del Movimiento
de Víctimas de Crímenes de Estado
MOVICE, cuentan con un amplio
repertorio de actividades de preservación de la memoria histórica y
lucha contra el olvido, tales como
las galerías de la memoria, estrategia
de construcción de sábanas de fotografías ilustradas con imágenes de
las víctimas de hechos de violencia
como por ejemplo de los operativos
conjuntos entre fuerza pública y grupos paramilitares en la comuna 13
en el año 2002, y la realización de
performances en las vías públicas,
marchas y recorridos por lugares de
la ciudad que han sido escenario de
violación a los derechos humanos.
misión interinstitucional constituida
a mediados de los años 90 para tratar
el tema de la violencia en Urabá, y
las diferentes comisiones que han
investigado la toma del palacio de
Justicia por el grupo guerrillero
M-19 en 1985.
En los últimos años, en el marco de
las discusiones sobre el proceso de
paz con los grupos paramilitares, se
ha fortalecido el trabajo por los derechos de las víctimas y se multiplican
las actividades de recuperación de la
memoria histórica y preservación
de la verdad con un carácter local,
originadas en comunidades y grupos
sociales que buscan impedir que el
recuerdo de lo padecido por sus seres
queridos caiga en el olvido. En la
reciente publicación: “Imágenes que
tienen memoria” (2010) del programa de atención a víctimas de la violencia, de la Alcaldía de Medellín, se
reseñan iniciativas de construcción
de lugares de memoria y preservación que se expresan mediante murales, esculturas, altares y diversas
formas estéticas, que conviven junto
a iniciativas más institucionales.
En la ciudad, muchas organizaciones
sociales, como las diferentes corrientes de las Madres de la Candelaria,
Es destacable la existencia del Programa de la Alcaldía de Medellín para
la Atención a Víctimas, el cual cuenta
con un área de memoria histórica
que en alianza con la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación y especialmente con el grupo
de memoria histórica, liderado por
el historiador Gonzalo Sánchez, ha
trabajado en estrategias para la preservación de la memoria histórica en
la ciudad, impulsando acciones como
El Túnel de la Memoria, propuesta
educativa, interactiva e itinerante
cuyo propósito es la presentación
y divulgación de la memoria histórica de las violencias y el conflicto,
teniendo como eje principal la voz
de las víctimas, la construcción de
un Banco de Testimonios, definido
como un ejercicio deliberado por escuchar a las víctimas a través de sus
historias individuales y a partir de
ellas, realizar un trabajo de reconstrucción de la memoria histórica. A
esto se suma la publicación de libros
con testimonios cuyos títulos son:
“Me gustaba mucho tu sonrisa”,
61
“Donde pisé aún crece la hierba”,
“El cielo no me abandona” y “Jamás
olvidaré tu nombre”. Finalmente,
cómo no nombrar una iniciativa que
será clave en el futuro en la ciudad,
la construcción del Museo Casa de la
Memoria, que bajo el lema “recordar
para no repetir” se estructura como
una propuesta de museo activo y en
continua construcción, que reconoce la condición de las violencias y
del conflicto histórico de la ciudad
y la imperiosa necesidad de construir procesos de verdad, justicia y
reparación.
A MODO DE CONCLUSIÓN.
El enorme acumulado de iniciativas
y acciones sociales e institucionales
realizadas para preservar la memoria
histórica de las víctimas en nuestro
país y, aunque parezca paradójico,
el proceso de desmovilización de los
grupos paramilitares colombianos
que ha dejado tantas frustraciones,
generan una ventana de oportunidad
para que las víctimas y sus derechos
se posicionen en la opinión pública, para que la sociedad colombiana
acometa la discusión sobre el camino a seguir, desde una perspectiva
democrática, para resolver la con-
62
tradicción entre justicia y paz, sin
sacrificar, en medio del pragmatismo
de algunos decisores políticos, los
derechos de las víctimas, sus memorias, reivindicaciones y demandas.
Hoy en día, en la sociedad colombiana hay varios debates sobre la
forma más adecuada de resolver
esta contradicción. Uno es el que se
expresa entre quienes promueven la
necesidad de reconstruir la memoria
histórica de las víctimas, como un
asunto fundamental para avanzar
en una perspectiva democrática de
reconciliación; mientras otras posiciones consideran que los derechos
de las víctimas son un ejercicio de
venganza y lo que se debe hacer es
instaurar un orden basado en una
versión minimalista y confesional
del perdón, la reconciliación forzada
y el olvido de lo que pasó.
En medio de esta discusión, emergen
las pretensiones de entidades estatales y algunos sectores de la sociedad,
de entender que las víctimas son, de
alguna manera, responsables de lo
que les pasó, que deben ser atendidas
como damnificadas de un desastre
natural, que el Estado debe tratarles
como si fueran parte del numeroso
grupo de personas que viven en la
pobreza y la indigencia en el país, o
incluso, que su responsabilidad en el
diseño y ejecución de políticas públicas para este sector de la población,
es una labor de solidaridad y no una
responsabilidad.
El mayor reto hoy para la sociedad
colombiana es saber enfrentar la
amenaza de una nueva oleada de
violencia paramilitar, impulsada por
los mismos sectores que la promovieron en el pasado: los enemigos
de la construcción de una sociedad
democrática, moderna y respetuosa de los derechos humanos. Para
estos actores, las demandas de las
víctimas deben ser silenciadas tal y
como lo intentan mediante acciones
de violencia e intimidación contra las
organizaciones que encarnan estas
iniciativas y sus líderes. Colombia,
como sociedad, deberá comprometerse con la reconstrucción de la nación desde una perspectiva democrática y en ese proceso, la recuperación
de la memoria histórica, el castigo a
los culpables, la dignificación de las
víctimas, y la preservación de sus organizaciones e integrantes, es clave
para dejar atrás tantos años de violencia y guerra. La paz no se puede
hacer sobre el olvido y la impunidad.
BIBLIOGRAFÍA
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