Niños y tiples en la catedral de zamora

Transcripción

Niños y tiples en la catedral de zamora
NIÑOS Y TIPLES EN LA CATEDRAL DE ZAMORA
(1600-1750)
APROXIMACIÓN A SU ESTUDIO
VI FESTIVAL INTERNACIONAL
DE MÚSICA
PÓRTICO DE ZAMORA
2008
Ilustración de portada:
Ensayo en el coro. José Gallegos y Arnosa (1857-1917).
Colección Privada
DEPOSITO LEGAL ZA/número 20/2008
©Alberto Martín Márquez
Prohibida la reproducción íntegra o parcial de esta obra sin permiso del autor.
EDITA
Festival Internacional de Música “Pórtico de Zamora” 2008
DISEÑA Y MAQUETA
[jaus]COMUNICACIÓN
IMPRIME
Gráficas Artime
La capilla de música de la Catedral de Zamora no ha sido aún objeto de un
estudio exhaustivo. Las lagunas documentales con las que se enfrenta el investigador, achacables tradicionalmente al voraz incendio que sufrió la Catedral en 1591,
suponen una barrera de fuerte grosor, difícil de salvar. A pesar de ello, y tras la publicación del catálogo de López Calo1 que describió gran parte del fondo musical conservado en el archivo catedralicio, han sido varios los estudios que han centrado sus
esfuerzos en desvelar parte del pasado de la capilla musical; en especial, respecto al
trabajo de algunos maestros de los siglos XVII y XVIII, como García de Salazar2,
Alonso de Cobaleda3 o Manuel Agullón4.
En el mismo sentido debemos referirnos al estudio de la propia institución
catedralicia, a su compleja maquinaria económica y al “organigrama” jerárquico
existente dentro de ella. La Catedral de Zamora se ha estudiado preferentemente a
lo largo de la Edad Media, revelándose la instauración de las mesas episcopal y capitular, así como el proceso y la forma de adquisición de su rico patrimonio. Si revisamos la bibliografía existente sobre el encaje de la capilla de música en la amplia
realidad catedralicia los resultados serán aún menores. Pablo L. Rodríguez, por
ejemplo, aportó a la imagen clásica de los maestros de capilla y organistas los sistemas de oposición para optar a las plazas, tomando como fuente los jugosos expedientes de provisión conservados en el archivo de la catedral y destacando la importancia que supuso la supresión de dos de las raciones de la fábrica y su aplicación a
ambos oficios a raíz de las Bulas de Pío IV de 15645; hecho al que más tarde nos
volveremos a referir. A lo que en definitiva queremos llegar es a que, desde nuestro
punto de vista, es fundamental el estudio del funcionamiento interno de la catedral
para una comprensión óptima de la capilla de música; dicho de otra manera, conozcamos primero el conjunto para después analizar los distintos subconjuntos.
Evidentemente, esta reflexión para el presente trabajo es tan sólo una premisa teórica, pues no es el momento ni el espacio adecuado para profundizar lo que sería
necesario hasta llegar a tal meta; pero, al menos, sí nos parece un punto de partida
válido desde el que comenzar nuestro discurso histórico.
NIÑOS Y TIPLES EN LA CATEDRAL DE ZAMORA
(1600-1750)
APROXIMACIÓN A SU ESTUDIO
La realización de un trabajo conjunto sobre niños y tiples tiene una explicación musical: los dos compartieron papel dentro de la capilla de música, sin entrar
a evaluar las diferencias o posibles clasificaciones tímbricas. Del mismo modo, también creemos necesario precisar el concepto de “niños”: somos conscientes de que
quizás hubiera sido más apropiado ampliar el título a niños y jóvenes, pues, como
veremos, la edad de alguna de las categorías llegaba hasta bien entrados los veinte
años. No obstante, hemos optado por respetar el carácter infantil en vista de una
mayor identificación con los términos colegiales, caponcillos o miseros.
Por último, queremos subrayar el carácter de aproximación al estudio con
el que el presente trabajo ha sido concebido. Nuestra intención ha sido abrir puertas a futuros trabajos, a sabiendas de que sólo nos quedaremos en las siguientes líneas en el umbral de las mismas.
No quisiéramos finalizar esta breve introducción sin expresar nuestro más
sincero agradecimiento al personal del Archivo Histórico Provincial de Zamora y
Archivo Catedralicio por su inestimable ayuda.
1
López Calo, : La Música de la Catedral de Zamora. Diputación Provincial de Zamora. Zamora, 1985
2
Alejandro Luis Iglesias ha sido quien ha estudiado con mayor profundidad la obra de Salazar: “Dos villancicos inéditos de Juan García Salazar en la catedral de Zamora”, en Anuario del Instituto de Estudios
Zamoranos “Florián de Ocampo” (en adelante IEZ), 1986, pp. 387-438; En torno al barroco musical español: el oficio y la misa de difuntos de Juan García de Salazar. Universidad de Salamanca, 1989. Además de
sus estos estudios monográficos sobre Salazar, pueden verse del mismo autor: Villancicos de Navidad en
la Catedral de Zamora (siglo XVII). Caja de Zamora, 1989; “La música en la Catedral de Zamora durante los
años de la Guerra de Sucesión y los primeros años del reinado de FelipeV”, en Actas del I Congreso de
Historia de Zamora, vol III. Zamora, 1991, pp. 661-671; “La música en Zamora”, en Historia de Zamora, vol.
II, IEZ. Zamora, 1991, pp. 575-594
3
Robles Román, Ana Mª: Vida musical en la Catedral de Zamora. Las Lamentaciones de Cobaleda. IEZ,
Zamora, 2003.
4
Cuadrado Garzón, Mª Asunción: “El Maestro de la capilla de la catedral zamorana desde 1731 hasta 1754:
Manuel Antonio Agullón y Pantoja”, en Anuario IEZ, 1996, pp. 411-444.
5
Rodríguez, Pablo L.: “En virtud de bulas, y privilegios apostólicos”, expedientes de oposición a maestro de
capilla y a organista en la catedral de Zamora”, en Anuario IEZ, 1994, pp. 409-479
pag. 1
.I.
TIPLES
LOS
EN LA CATEDRAL DE ZAMORA
El tiple o soprano se encargaba de la voz aguda. La clasificación o variantes de tiples más usada por la historiografía ha sido la propuesta por Fray Pablo
Nasarre en su Escuela de Música. Según este teórico, esta voz es la propia de los niños
de entre ocho o nueve años hasta los catorce, la de las mujeres y la de los eunucos
accidentales. Del mismo modo, había también falsetistas o tiples naturales; los primeros, llegaban a registros agudos mediante una técnica llamada “falsete o voz de
cabeza”, a la que Nasarre define como voz violenta y desagradable al oído; los
segundos, por el contrario, aunque tuvieran la voz grave al hablar, cantaban de
forma natural pues “tienen ancha la campanilla, que es donde se forma la articulación de las
palabras, habiéndolos dilatado la naturaleza en el tiempo de la muda aquella parte”6. Suárez
Pajares cree que las voces que eran más reclamadas por la Iglesia eran las dos últimas, falsetistas y tiples naturales, puesto que no se permitía a los capones (así se
denominaba a los castrados en España) entrar en el seno de la iglesia, a no ser con
altas dispensas y favores7. Sin embargo, el profesor Ángel Medina ha demostrado
cómo los capones sí llegaron a ser religiosos, desempeñando un importante papel en
las capillas catedralicias. De lo que no cabe la menor duda, es que los tiples fueron
voces muy cotizadas y difíciles de localizar. Y es muy probable que, a pesar de que
los niños podían cubrir dicho papel musical, los tiples se encargaran de interpretar
partes solísticas o de especial dificultad.
El Coro de Niños. José Gallegos y Arnosa (1857-1917). Colección Privada
El orden piramidal de la institución también está presente en la cuerda de
tiples; es decir, no todos ellos tenían la misma categoría en el organigrama eclesiástico. Los racioneros ocupaban la cumbre de ese escalafón, pero por debajo de éstos
encontramos a capellanes tiples y a un nivel inferior, completando el conjunto, a los
mozos de coro tiples. Además de éstos, también había cantores asalariados no religiosos con un gran peso musical en la capilla. De esta manera, la división, como
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6
Escuela de Música según la práctica moderna. Segunda Parte. Ed. Facsímil de la obra impresa en Zaragoza
en 1723. Diputación Provincial de Zaragoza, 1980. Vid. Capítulo XII “De la voz aguda y de la variedad con
que se halla”, pp. 43-47
7
Suárez Pajares, J.: La Música en la Catedral de Sigüenza, 1600-1750. ICCMU, Madrid, 1998, vol. II, p. 71
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vemos, no respondía a razones estrictamente musicales, sino a una índole diferente;
aunque, obviamente, el cabildo quisiera favorecer con un puesto y una renta más
beneficiosa a aquellos con mejores aptitudes musicales, garantizándose su servicio
en la iglesia. La búsqueda de tiples fue una tónica general en las catedrales españolas y la de Zamora no se quedó a la zaga. En la documentación conservada se pone
de manifiesto la escasez y dificultad que suponía contar con buenos tiples; sin olvidar, que los recursos económicos de otros centros, superiores en rentas a las de
Zamora, colocaban a ésta en una condición de inferioridad respecto al “fichaje” de
estos cantores. Los tiples menores de treinta años eran todavía más preciados, pues
se consideraba que estaban en una etapa de plenitud musical con unas facultades
óptimas para el desarrollo de su función8. No obstante, el servicio de los tiples se
prolongaba más en el tiempo; de hecho, tenemos casos de auténtica longevidad en
el desempeño del oficio: Joseph Álvarez, por ejemplo, estuvo al servicio de la
Catedral de Zamora durante cuarenta años (1577-1617), y Juan Blanco9 fue cantor
tiple durante cuarenta cinco (1633-1678). El Cabildo excusaba de determinadas obligaciones a estos veteranos cantores en deferencia a su avanzada edad, como concederles las mañanas de gracia hasta la víspera de Pascua de Flores10 o permitirles
reducir el recorrido de las procesiones sin ser penados por ello11. En las respuestas
del Catastro del Marqués de la Ensenada los declarantes debían confirmar la edad
que tenían en ese momento, por lo que es fácil hallar la diferencia entre ésta y la
fecha en la que fueron recibidos como tiples por el Cabildo, permitiéndonos conocer la edad a la que entraron a servir en la capilla de música12.
a dudas, incentivaría su provisión. Racioneros y capellanes van a favorecer el mantenimiento de los costes de una capilla musical, como la que estimaba merecer la
Catedral de Zamora. En lo concerniente a los tiples, éstos también fueron beneficiarios de una ración. En 1710 el cabildo catedralicio comentaba la gran utilidad que
sería para la fábrica contar con dos raciones aplicadas al sochantre y al tiple13. Para
tal proceso, se comisionó al Deán para que, por mediación de su hermano, Juan de
Vargas y Castro, residente en Génova, se tomasen los contactos pertinentes al respecto. Las noticias llegarían pocos meses después, en el mes de julio del mismo año,
anunciando al cabildo cómo lo ambicionado “se podrá conseguir con toda conveniencia para
dos clérigos de primera tonsura o dos sacerdotes prácticos de música y que tengan las voces de que
el Cabildo necesite”14. Para asumir los gastos que tales gestiones implicaban15, se acordó que éstos se tomasen a censo de las Capellanías de Santa Inés y otras memorias
sobre los bienes de la fábrica. El largo proceso culminó con la Bula de Clemente IX,
fechada en 1712, por la que se disponía finalmente la anexión de las dos raciones16
(subcantor et soprano). En apariencia, este debería ser el origen de la ración aplicada al
tiple; sin embargo, el estudio de la documentación catedralicia zamorana, -y esto es
lo importante-, desvela la ocupación de una de las raciones por parte del tiple desde,
al menos, ciento treinta y cinco años antes. La información la encontramos en una
serie de documentos relativos al tiple Joseph Álvarez, conservados en los archivos
de mitra y catedralicio, fechados entre 1577 y 1584. Según una escritura notarial de
Alonso del Val, de 11 de Julio de 1577, Álvarez, clérigo presbítero de la Diócesis de
Salamanca, fue recibido por el cabildo para ocupar una de las dos capellanías del
Doctor Grado, tras considerarse no “hábiles y capaces” a los opositores Cristóbal
Suárez de Grado y Pedro Álvarez de Grado, parientes del fundador de la citada
La RACIÓN DE TIPLE y la CONTROVERSIA DE SU CRONOLOGÍA
Dentro de la pirámide de la organización de la Catedral, los racioneros y
capellanes ocupan un puesto menor respecto a los canónigos, miembros del cabildo capitular y, por tanto, competentes en lo que a decisiones internas y externas se
refiere. Los racioneros eran prebendados que tenían derecho a una “ración” de las
rentas de la fábrica y su aplicación o “provisión” en músicos de la capilla venía
determinada por disposición Papal. De este modo, y tal y como nos referíamos con
anterioridad, en 1564 el Papa Pío IV mandó suprimir dos de estas raciones y ordenó que se aplicasen a los oficios de organista y maestro de capilla de la Catedral de
Zamora, respectivamente. Se trataba, en definitiva, de una forma de financiación de
los costes que conllevaban los oficios de maestro y organista. Desde esa fecha, los
dos puestos tuvieron el beneficio de contar con una prebenda o renta que, sin lugar
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8
“Que el sochantre escriba a Palencia a un tiple que se dice que hay allí para que no pasando de treinta años
venga a ser oído”. Actas Capitulares. L-131, sesión 05/05/1711, fol. 84v
9
El Diario de Antonio Moreno de la Torre recoge la fecha de la muerte de Juan Blanco en el mes de Junio de
1678: “hoy enterraron al licenciado Juan Blanco, gran músico y muchos años impedido de gota, y muy
viejo”. Lorenzo Pinar, F.J. y Luis Vasallo: Diario de Antonio Moreno de la Torre (1673-1679). Instituto de
Estudios Zamoranos “Florián de Ocampo”, 2001.
10 “Se le conceden las mañanas de gracia al Racionero Joseph Álvarez porque las pidió por su poca salud y
vejez, hasta víspera de Pascua de Flores, como se suele hacer otras veces”. Ibídem, sesión 23/12/1610, fol.
147
11 Es el caso del mismo cantor, Joseph Álvarez, quien en 1612 solicitaba al cabildo que por la debilidad de sus
piernas pudiese acompañar a la procesión del Corpus sólo hasta la plaza, sin tener que “bajar por Balborraz
y subir por la calçada”. Ibídem, L-123, sesión 18/06/1612, fol. 153
12 Así, por ejemplo, Jacinto García Robleda contaba con treinta años. A.H.P.Za. Catastro del Marqués de
Ensenada. C-218, fol. 314
13 A.C.Za. Actas Capitulares, L-131, sesión 18/02/1710, fol. 40
14 Ibídem, sesión 11/06/1710, fol. 49
15 En el expediente de provisión del racionero tiple Francisco Pérez en 1720 consta que los gastos que ocasionó la gestión de la Bula fueron de 2.816 reales: 2.756 de los portes desde Zamora a Madrid y de Madrid
a Roma; y los 60 restantes “por la elección de enviar a Roma”. Ibídem, Leg. 268
16 Ibídem. Leg. 1407/20
pag. 5
capellanía, y, por tanto, con preferencia sobre la misma. Una vez nombrado, Josep
Álvarez ocupó la penúltima silla de los capellanes en el coro del chantre, cumpliendo con el ceremonial establecido17. Pocos días después, el 29 del mismo mes, se recibe a Josep Álvarez por cantor tiple y a Agustín de Mena por contralto, “y les nombraron por racioneros, cada uno de la ración y señalaron al tiple de salario 150 ducados y al contralto 30.000 maravedíes para que sirvan a la iglesia como los demás cantores”18. Es decir, que no
sólo el tiple, sino también el contralto aparecen como racioneros de la Catedral. El
Cabildo afirmó que estos nombramientos se habían llevado a cabo cumpliendo las
letras apostólicas de Pío IV, respecto a la supresión de dos raciones y su aplicación
al maestro de capilla y organista. La clave de este desajuste cronológico se resuelve
en otro documento, esta vez catedralicio, fechado en 1584, en el que se refiere a
Josep Álvarez como tiple organista. También encontramos dicha asociación en su
sucesor Pablo Calvo19 y en Antonio Fernández en 167220. A primera vista, podría
interpretarse que estos cantores tiples desempeñaban los dos oficios, pero creemos
que más bien la documentación se refiere a que se beneficiaban de la ración del
organista. Carlos Gil ha demostrado para la Catedral de Toledo cómo a menudo no
había una coincidencia entre las raciones anexas a determinadas voces y las personas que las ocupaban, no siendo extraño que un tiple obtuviera una ración de tenor
o contralto21. Esta opción fue barajada por el Cabildo zamorano en 1728 ante la falta
de concurrencia de cantores a la oposición de la ración de tiple, tras la vacante dejada por Francisco Pérez. El cabildo entonces comisionó al Doctoral para que estudiara si era necesario obtener una dispensa del Nuncio en el caso de que la ración
destinada al tiple se ocupara por otro músico contralto o tenor22. De hecho, sabemos que el tiple Jusepe (sic) Azcona, procedente de la Capilla Real, tras aprobar la
oposición correspondiente, también ocupó una ración en 161923.
El sistema de provisión de las plazas de tiple no respondió, tal y como veremos, a un modelo único. Sin embargo, sabemos a ciencia cierta que a partir de la
anexión de una las raciones catedralicias al tiple en 1712, la provisión de la plaza
venía dada por un sistema de oposición, similar al convocado para los maestros de
capilla24. Los expedientes de oposición de la ración de tiple se conservan desde 1720
y el proceso a seguir estaba dictaminado por el propio documento pontificio.
Cuando en el mes de Octubre de 1716 muere el racionero Alonso García, el Deán
y Cabildo abren el procedimiento de supresión y anexión perpetua de la ración que
disfrutaría el tiple. Según la documentación, en la primera convocatoria no concurrieron personas hábiles para la provisión, teniendo que volver a iniciar el proceso
en 1720; ya que el Cabildo podía prorrogar y suspender a su arbitrio la provisión de
NIÑOS Y TIPLES EN LA CATEDRAL DE ZAMORA
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APROXIMACIÓN A SU ESTUDIO
la plaza por el tiempo que estimase oportuno. Y fue a partir de entonces cuando se
origina una documentación seriada sobre la oposición. Para el siglo XVIII, los expedientes conservados corresponden a las provisiones de los racioneros tiples
Francisco Pérez (1720-1727), Jacinto García Robleda25 (1728-1749) y Blas de
Nebreda26 (1759-1810) y son similares entre sí en cuanto a forma y contenido:
acuerdo de convocatoria, envío de edictos27 a diferentes catedrales, presentación de
opositores, examen y provisión de la plaza y, finalmente, entrega de la bula y título
al beneficiario, procediendo a la colación y canóniga institución de la ración. Además de
ello, los tres expedientes tienen también en común que tuvo que ser necesario prorrogar los plazos de presentación ante la falta de concurrencia de opositores. Los
edictos de convocatoria se fijaban en las puertas de varias catedrales españolas: entre
ellas, las de Astorga, Salamanca, Ciudad Rodrigo, Segovia, Toledo, Ávila, Palencia,
Burgos, León, Oviedo, Orense, Santiago, Badajoz, Mondoñedo o Coria. En cuanto
a los requisitos de los opositores, se especificaba que éstos debían de ser clérigos
presbíteros o de orden sacro, permitiendo que, en el caso que no lo fueran, se comprometieran a recibir al menos las órdenes de subdiácono, dentro del año en el que
se les diere la colación. Las obligaciones que debían asumir estos racioneros serían
básicamente las de residir y cantar en el coro y demás funciones de la Iglesia
Catedral. No sabemos con exactitud en qué consistían las pruebas de ingreso, pero
suponemos que se trataría de un examen con el que pudieran evaluarse las cualidades de la voz; también es muy probable que se hiciera cantar al aspirante con el resto
de la capilla para comprobar su comportamiento musical dentro de ella. López Calo
hace referencia en su catálogo a unos “versos de contralto, tenor y bajo, para examen de
dichas tres voces con compañamiento de instrumentos”2 8. Se trata de un Dixit Dominus anó-
17 A.H.D.Za. Leg. 233/16. En el catálogo de Antonio Matilla Tascón aparece con el número 14.
18 Ibídem.
19 A.C.Za. Actas Capitulares. L-210, sesión 16/05/1617, fol. 89
20 Ibídem, Actas Capitulares. L-127, sesión 29/04/1672, fol. 54
21 Martínez Gil, C.: La Capilla de Música de la Catedral de Toledo. Evolución de un concepto sonoro (17001764). Junta de Comunidades de Castilla La Mancha. Toledo, 2004, p. 194
22 A.C.Za. Actas Capitulares. L-133, sesión 08/04/1728, fols. 96r-96v
23 Ibídem. Libros de Cuentas de Fábrica, L-112
24 Sobre el sistema de oposición de los maestros de capilla de la Catedral de Zamora, vid. Rodríguez, Pablo
L.: “En virtud de bulas...”, op. cit.
25 Natural de Villafranca, Diócesis de Ávila, residente en Ledesma. Tras examinarlo el entonces maestro de
capilla, Alonso de Cobaleda, daba sus impresiones al cabildo, afirmando “ser de elegante voz, pero no muy
diestro en la música, lo que podrá conseguir con la aplicación y ejercicio”. A.C.Za. Actas Capitulares. L-133,
sesión 20/07/1728
26 Natural de la villa de Espinosa de Cervera (Diócesis de Osma). Ibídem, Leg. 268
27 Del expediente de oposición de Blas de Nebreda se conserva el edicto impreso. Los edictos de su plaza
llegaron esta vez hasta catedrales andaluzas, como Sevilla, Málaga y Cádiz. Ibídem
28 López Calo, J. op. cit. p. 416, nº 1089
pag. 7
nimo, con las melodías iguales para las tres voces, cambiando sólo la clave; pero la
obra parece pertenecer a finales del siglo XVIII o incluso ya al siglo XIX.
Afortunadamente, también se han conservado las obligaciones que contrajo Josep Álvarez al ser recibido como cantor tiple, muy similares a las del resto de
cantores. A los frutos de la capellanía del Doctor Grado asignada, podía disfrutar de
cincuenta días de gracia al año como capellán (tres meses como racionero), no
pudiéndose contar como tales los días de canto de órgano, so pena de ser sancionado. Del mismo modo, tampoco podría faltar a los mismos sin licencia previa del
cabildo. Como tiple-organista, estaba obligado a permanecer en dichos oficios hasta
diez años cumplidos siguientes al otorgamiento de la escritura (18/02/1584), no
pudiendo ausentarse de la ciudad sin permiso; y, en el caso de marcharse para servir a otra iglesia, se comprometía a devolver la cantidad aumentada que hubiera
ganado por cada año en activo, más las costas y daños que se evaluasen. Respecto al
salario, si bien en un principio se le fijaron 150 ducados por su capellanía, en 1581
el Cabildo lo aumentó hasta los 360 ducados anuales, entendiéndose con ellos la
perpetuación de la misma; cantidad que también recibía el contralto Gabriel Roselet
de Villacampa29. En cuanto a ser cantor tiple, también se benefició de un aumento
de salario, de los cuarenta ducados hasta los setenta, fijados en 158430. Creemos que
el caso argumentado de Josep Álvarez demuestra la importancia de conocer el entramado de la institución catedralicia, que reivindicábamos al principio, para poder
entender de mejor manera el sentido de la capilla de música y sus componentes.
CANTORES TIPLES CAPELLANES
Hemos visto cómo la provisión de tiples a través de una de las raciones de
la Catedral, al igual que las otras tres restantes afectas a la capilla (maestro de capilla, organista y sochantre) fue uno de los métodos utilizados para la financiación de
los músicos y cantores catedralicios. Otra segunda forma de sostenimiento fueron
las capellanías. Dentro del organigrama catedralicio, los capellanes estaban situados
a un nivel inferior, respecto a los racioneros. Gregorio XIII en dos bulas otorgadas
al cabildo zamorano en 1572, dispuso que seis plazas de las capellanías del número
fueran para músicos que sirvieran en el coro31. De esta manera, de las catorce capellanías de número existentes en la Catedral de Zamora, seis de ellas se destinaban a
músicos, el mismo número que, por ejemplo, había en la catedral de Salamanca32;
pero esto no implica que necesariamente estuvieran todas cubiertas en un mismo
NIÑOS Y TIPLES EN LA CATEDRAL DE ZAMORA
(1600-1750)
APROXIMACIÓN A SU ESTUDIO
momento. Asimismo, también hubo fundaciones particulares de capellanías, cuyo
nombramiento o, mejor dicho, adscripción a cada una de ellas, venía determinada
por el cabildo catedralicio en virtud de los derechos de gestión legados por el fundador de la misma, comprometiéndose a cumplir y velar por las obligaciones y cargas dispuestas. De éstas últimas capellanías, aun no siendo nuestro objeto de investigación, hemos podido rastrear, al menos, tres de ellas que afectaban a cantores;
corresponderían a las fundadas por el Doctor Grado (1520?), Maestrescuela de
Lima y el chantre Diego del Val. Del mismo modo, también había iniciativas particulares que no suponían la creación de una capellanía, sino la anexión de una determinada renta a una ya existente. En este caso, el ejemplo más significativo es el de
la memoria del Arcediano Bartolomé Daza, quien legó en su testamento treinta y
cuatro mil maravedíes cada año, procedentes del derecho que tenía sobre las alcabalas reales de Zamora y su jurisdicción, para que fueran aplicables a una capellanía del
número perpetuamente y cuya provisión recayese en un cantor de voz de tiple, tenor
o contralto, con la obligación de asistir y cantar los días de canto de órgano y con
cargo de setenta misas rezadas cada año en el altar de Nuestra Señora de la Calva o
en el del Santo Cristo.33 Sabemos, por ejemplo, que en 1665, recayó en el tiple
Prudencio de Monzón, de cuya voz el maestro de capilla aseguraba que “era muy
buena y graciosa y de mucha gala”34.
Respecto a las primeras capellanías citadas, ya hemos comentado cómo el
tiple Joseph Álvarez ocupó en 1577 una de las dos fundadas por el Doctor Juan
Grado, así que nos parece más interesante comentar, aunque sea de forma sucinta
la del Maestrescuela. Mateo González de Paz, Maestrescuela de Lima, había dejado
un censo con importantes réditos que la fábrica de la Catedral pagaba para satisfacer sus fundaciones, entre las cuales estaba la anexión de 200 ducados de renta al
año agregados a una de las capellanías de número de cantores para tiple o contrabajo con cargo de tres misas cada semana y obligación de residir en el coro35. El
Cabildo envió a uno de sus ministriles, Francisco de Maseda, a Valladolid, Palencia
29 Gabriel Roselet llegó a ser maestro de capilla hasta 1587. Vid. Rodríguez, Pablo L.: “En virtud...”, op. cit.
p. 413
30 Ibídem
31 A.C.Za. Leg. 2/17
32 Pérez Prieto, M.: “La Capilla de Música de la Catedral de Salamanca durante el período 1700-1750: historia
y estructura”, en Revista de Musicología, XVIII, 1-2, p. 150
33 Archivo de la Diputación Provincial de Zamora. Leg. 1751/16. La escritura se otorgó ante el notario Antonio
de Ordás. A.H.P.Za. Protocolos Notariales. Leg.1019 A, escritura de fecha 21/07/1628
34 A.C.Za. Actas Capitulares. L-126, sesión 10/03/1665
35 Ibídem. Leg. 52 (I). La fundación se otorgó en escritura, ante el notario Antonio de Ordás, el 07/11/1619
pag. 9
y Burgos, entre otros lugares, con el fin de buscar un cantor tiple o contralto para
dicha capellanía e incluso se requirió la presencia del maestro Diego de Bruceña,
ausente en Valparaíso. El Cabildo pagó como ayuda de costa, el viaje de ida y vuelta de los aspirantes: Diego de Arnedo, tiple de Lemos; Francisco Pérez Rubio, contralto de Salamanca; Pedro de Heraso, contralto de Osma; Matías Freile, cantor tenor
portugués; y Pedro de la Torre, presbítero tiple de la diócesis de Osma, quien finalmente se hizo con la capellanía36. La dotación de la capilla era importante, pues
Pedro de la Torre cobró por ella una media de 75.000 maravedíes anuales; una cantidad desorbitante si la comparamos con el salario recibido por otros cantores tiples.
La última de las capellanías anexas a cantores que vamos a comentar son las
fundadas por Diego del Val, chantre de la Catedral. Sobre Diego del Val volveremos
a insistir más adelante cuando hablemos del Colegio Seminario de San Pablo para
niños cantores, puesto que a él se debe su fundación. Y precisamente ha sido esta
institución la que más interés ha suscitado entre los investigadores, olvidando las
cuatro memorias de misas y aniversarios anexas a capellanes con las voces de tiple,
tenor, contralto y contrabajo (bajo), las cuales no han sido aún objeto de un estudio
específico. No cabe la menor duda de que Diego del Val, como chantre, conocía las
necesidades, carencias y dificultades que tenía la capilla de música para mantenerse;
su legado revela ese alto grado de conocimiento y compromiso. En 1645 manifestaba al Cabildo sus proyectos, quien aceptó de buen grado las propuestas. Vista la gran
utilidad tanto para la iglesia como para el culto divino, decidieron a cambio ceder al
chantre la capilla que llamaban del “Baptisterio”. La capilla se convirtió en funeraria
para albergar los restos del chantre y de sus parientes, pasándose a llamar Capilla de
San Pablo, en atención al retablo que costearía el propio Diego del Val y que representaba la conversión del santo. La fundación, por expreso deseo del chantre,
comenzaría transcurridos cuatro años desde su fallecimiento, ocurrido en 1647; por
tanto, 1651 es la fecha en la que debían ponerse en marcha las memorias testamentarias. Sin embargo, la documentación conservada de estas capellanías revela cómo
en un primer momento, concretamente desde 1650, estaban ocupadas tan solo dos
de ellas y por capellanes no cantores, quienes recibían 150 ducados cada uno de ellos
al año. Las oposiciones convocadas para su provisión no dieron resultado, como el
caso de los aspirantes Francisco Vázquez, de Orense, y Francisco Rodríguez de
Ceballos, originario de Palencia, en 165137. Después de varias vacantes y prorratas
por hacerse cargo de las misas y aniversarios que gravaban las memorias, en 1653
tomaron posesión el tenor Francisco Castellanos y Francisco Barragán, contralto,
con 4.000 reales y 3.500 respectivamente de renta. A pesar de ello, las dos restantes
NIÑOS Y TIPLES EN LA CATEDRAL DE ZAMORA
(1600-1750)
APROXIMACIÓN A SU ESTUDIO
siguieron estando ocupadas por dos capellanes no cantores, lo que obligó al cabildo
a ofrecerles un aumento de la cantidad de por vida sobre la que cobraban a cambio
de que pasasen éstas a su disposición38. Sin embargo, durante la mayor parte del período consultado, hemos podido comprobar que al menos dos de estas memorias
estuvieron vacantes y su provisión correspondió más bien a tenores y contraltos.
Las capellanías debían ser provistas a través de oposición, tras los edictos y
plazos correspondientes. Sin embargo, el hecho de que en las Actas Capitulares se
designe de forma directa, nos hace pensar que no en todos los casos se llevaba a
cabo de manera tan formal. Además de ello, la catedral contaba con una cantera de
futuros capellanes en los mozos de coro, tras una especie de “promoción interna”,
que mejoraba su status económico. El Cabildo podía otorgar una de las capellanías
a algún mozo de coro, determinando un plazo para que éste se ordenara, sin cuyo
requisito, finalmente sería despedido. Así, por ejemplo, se acordó que se prohibiera
la entrada en el coro a Jerónimo Sol y a Alonso Rodríguez, capellanes del número,
por no haberse ordenado, marcándose el plazo de seis meses para que se les examinase de nuevo y evaluase su capacidad39 Una vez designado el nuevo capellán, se
procedía al ritual de toma de posesión en el que el chantre colocaba un bonete sobre
la cabeza del electo, señalándole un lugar en el coro y procediendo al juramento de
estatutos y expedición del título correspondiente. Su comportamiento, a menudo
excesivamente relajado, fue motivo de amonestaciones y reprimendas por parte del
cabildo; de hecho, en 1729 ante “la mala residencia que tienen los capellanes de número y de
las llanezas e indecencias de que usan”, se dictaron una serie de normas de obligado cumplimiento, so pena de un real de vellón: por ejemplo, no entrar en el coro con solideo y guantes, ni estar con ropa o sotana en el interior de la catedral, sino con pelliz
o la obligatoriedad de salir todos a cantar al facistol40. La función musical de estos
capellanes en el coro viene contemplada en el estatuto de 1606: “que todos canten a versos por sus coros, especialmente los capellanes y mozos de coro, como lo deben hacer por su particular institución y que los dichos capellanes se levanten todos y lleguen delante del facistol a cantar las
antífonas”41.
36 Los aspirantes y la cuenta correspondiente aparecen en los Libros de Cuentas de la Fábrica. A.C.Za. L112, asientos correspondientes a los años 1620-1621, fols. 335v-336
37 Ibídem. Libro de Cuentas del Colegio San Pablo. L-105, cuentas de 1651
38 A.H.P.Za. Protocolos Notariales. Notario Juan de Valderas. Leg. 1071, fols. 440 y ss.
39 A.C.Za. Actas Capitulares. L-127, sesión 26/01/1678, fol. 197r
40 Ibídem, L-133, sesión 15/03/1729, fols. 138v-139
41 A.C.Za. Actas Capitulares. L-123, sesión 08/11/1606
pag. 11
CANTORES Y SALARIOS
Respecto a los cantores, lo más habitual es que el Cabildo comisionara a
alguno de sus miembros, a un ministril o al maestro de capilla para, primero, buscar
voces idóneas y, después, pactar las condiciones. La llegada de un tiple a Zamora
para “ser oído” con la esperanza de “contentar” -expresiones habituales en la documentación- no significaba su aceptación, sino que el maestro debía examinarle y dar
el visto bueno a su formación y aptitud musical. No en vano, son numerosos los
casos en los que los tiples aspirantes no superaban la prueba y tienen que regresar
a sus lugares de origen, habiendo obtenido tan sólo del cabildo zamorano una ayuda
de costa con el fin de aliviar los gastos del viaje. Respecto a su origen geográfico, es
de lo más variado: desde lugares de la diócesis de Zamora, pasando por Palencia,
Valladolid, Badajoz, León o Madrid, por citar algunos. En este sentido, al tráfico ya
comentado por la historiografía, de partituras y letras, de sermones y discursos
barrocos, debemos sumar el de la circulación de cantores y ministriles; un nomadismo profesional que les llevaba de unas capillas a otras en busca de condiciones más
ventajosas.
Hemos ya comentado dos de las categorías de tiples, racioneros y capellanes, en virtud de su posición en el organigrama eclesiástico catedralicio. Pero es probable que existieran otras posibilidades, cuyo estudio se encuentra ensombrecido
por la ambigüedad y confusión de la documentación conservada. No nos referimos
a una división tímbrica de los tiples, sino más bien a que en las plantillas de cantores asentados en los libros de cuentas capitulares es habitual que se refieran a determinados tiples como cantores, sin aportarnos más información sobre los mismos,
sin encontrar demasiadas respuestas en la Actas Capitulares; ambigüedad que no
sólo se presenta para el caso de los tiples, sino para la identificación del resto de
tenores, contraltos o contrabajos. Conscientes de esta dificultad, que esperamos
resolver en futuros estudios, podemos aplicar la clásica división de cantores asalariados y perpetuados. Básicamente, la perpetuación no era más que una gracia del
cabildo al cantor beneficiario en razón a su confianza y valía. Así, por ejemplo, se
acuerda que al tiple Andrés Álvarez se le perpetuara su salario de seis mil maravedíes y tres cargas de trigo mientras sirviese a la iglesia, por “ser persona virtuosa y de buenas costumbres, necesitado y pobre”42. Pero volvamos a Josep Álvarez, puesto que, aunque pueda resultar paradójico, a pesar de su antigüedad, es el tiple que más huella ha
dejado en la documentación zamorana. No cabe la menor duda de que las relaciones entre Álvarez y el cabildo debieron ser en un principio extraordinarias. Prueba
NIÑOS Y TIPLES EN LA CATEDRAL DE ZAMORA
(1600-1750)
APROXIMACIÓN A SU ESTUDIO
de ello, es que recibió varios aumentos de salario, justificados por su “habilidad e por
otras causas e justos respectos”, por parte del cabildo catedralicio. Pero, sobre todo, esa
buena sintonía se mostró de forma más plausible al perpetuar a Joseph Álvarez en
la cobranza de los frutos asignados que cobraría cada año durante el resto de su
vida, aunque estuviera afectado “de enfermedad corporal, defecto de voz, vejez, ni por otra
ocasión alguna”43. El temor del Cabildo a las perpetuaciones como ésta no estaba
exenta de fundamento, pues se corría el riesgo de que el cantor, una vez perpetuado, relajara sus obligaciones al tener asegurada su renta. Y esto fue precisamente lo
que pasó con Joseph Álvarez, cuyas relaciones con el cabildo se deterioraron tras el
beneficio concedido. De hecho, se le impuso una pena de diez ducados, una suma
nada desdeñable, por el enfrentamiento que tuvo con el maestro de capilla Alonso
de Tejeda, en 1603, prohibiéndosele entrar en la Iglesia en quince días y perdiendo
el salario correspondiente44. En 1605 fue multado de nuevo por haber faltado a cantar en el coro45; desacuerdos que culminaron con el pleito abierto ante el Nuncio
entre Josep Álvarez y el cabildo a causa de que el capítulo catedralicio intentó quitarle la ración, motivado por los continuos incumplimientos46.
Además de estas perpetuaciones, debemos también señalar los aumentos de salario
asignados a determinados cantores, formalizados en escrituras notariales. Estas
escrituras responden a un modelo determinado y no suelen diferenciarse demasiado unas de otras: básicamente, el cabildo concedía al cantor un aumento en dinero
y/o especie a cambio de unos años de servicio. Como modelo podemos tomar la
escritura que a tal efecto se realizó entre el cabildo y el tiple Juan Blanco en 1638.
Tras hacer obligada referencia al acuerdo del cabildo que aprobaba la subida salarial,
se le conceden doscientos reales y cuatro cargas de trigo al año, comprometiéndose
el tiple a continuar sirviendo a la Catedral por un tiempo de seis años y obligándose a residir en ella; en el caso de que incumpliera estas condiciones, debía reintegrar
al cabildo dicha cantidad desde la fecha de su concesión47.
42 Ibídem, sesión 13/05/1609
43 Ibídem. Leg. 238/1. Escritura de 18/02/1584
44 Sólo se le permitió entrar la víspera y festividad de la Virgen de Agosto. Ibídem. Actas Capitulares. L-123,
sesión 08/08/1603, fol. 12
45 Ibídem. L-210, sesión 09/02/1605
46 Así aparece asentado en el Libro de Cuentas de la Fábrica correspondiente a 169-1610. Ibídem, L-112, fol.
75v
47 A.H.P.Za. Protocolos Notariales. Notario Antonio de Ordax. Leg. 1032 A, escritura de fecha 01/03/1638, fols.
431 y ss.
pag. 13
Al margen del tiple anexo a la capellanía del Maestrescuela de Lima, cuyos
ingresos hemos visto que superaban con creces la media de los salarios, el cantor
tiple mejor pagado durante el siglo XVII fue Antonio Floriano (ó Florián), residente -no sabemos si natural- en Medina del Campo. El cabildo hizo un ajuste con su
padre para poder contar con sus servicios en la capilla de música, lo que parece indicar que se trataba de una persona muy joven. Su presencia en la catedral de Zamora,
sin embargo, va a ser corta e irregular: en un primer momento, fue recibido el 25 de
mayo de 1609 y su estancia duró tan sólo hasta finales del mes de octubre del
mismo año, cobrando 37.040 maravedíes; al año siguiente, en 1610, se le volvió a
recibir, pero sólo hasta los primeros días del mes de abril en los que se marchó a
León, teniendo asignados por el cabildo la cifra nada despreciable de 85.000 maravedíes48; cantidad que el Cabildo zamorano no acabó de pagarle49, coincidiendo con
un período de crisis de sus rentas que obligó a reducir la tercera parte del salario a
ministriles y cantores no perpetuados.50 Tanto hubo de haber contentado la voz de
Florián al cabildo, que intentó de nuevo contar con sus servicios en abril de 1617,
aunque sin éxito51. Sobre la media, también destacaría Rosendo González, procedente de la iglesia de Orense, incorporado a la capilla en 1673, quien llegaría a los
60.000 maravedíes de salario en 167852. Por último, podemos citar a Gaspar
Fernández, con 46.512 maravedíes y 5 cargas de trigo53. Estos casos son excepcionales, puesto que el salario medio de un tiple de la catedral de Zamora estaba entre
los 3000 y los 7000 maravedíes. Del mismo modo, a juzgar por las cuentas conservadas, es probable que algunos tiples vinieran a la capilla zamorana temporalmente
como refuerzo o apoyo para el canto en unas determinadas fiestas. De esta manera,
podríamos interpretar la presencia de cantores en ocasiones puntuales: Tomás de
Tapia para los villancicos de la Navidad de 160854; Bartolomé Álvarez, racionero tiple
de Segovia, para los oficios de la Semana Santa de 161055; o Diego Díez de Minaya
para las fiestas del Corpus de 1617.56 Al contrario de lo que pudiera a priori pensarse, los mozos de coro tiples no tenían salarios más bajos que el resto; lo que sí es cierto es que había una gran diferencia entre unos y otros: por poner un par de ejemplos
significativos, valgan los casos de Andrés Álvarez con 12.996 maravedíes entre 1609
y 1610; o Alonso Fuentes con un salario que llegó hasta los 7.736 entre 1617 y 1618.
Ante la plantilla de tiples existente en la Catedral cabría hacerse varias preguntas que consideramos esenciales. En primer lugar, hemos comentado que había
varias categorías dentro de la denominación de “tiple” y en esta división pueden
hallarse algunas respuestas. Pensamos que los tiples más “mimados” económicamente por el cabildo interpretarían partes solísticas, mientras que el resto formaba
NIÑOS Y TIPLES EN LA CATEDRAL DE ZAMORA
(1600-1750)
APROXIMACIÓN A SU ESTUDIO
parte del coro. Pero tampoco podemos afirmar con certeza que todos los tiples participaran en el canto de órgano, sino que algunos de ellos tal vez solamente entonasen canto llano, ligado más a la dirección del sochantre que al maestro de capilla.
Respecto al número de tiples que formaban parte de la capilla es difícil de precisar.
Normalmente, los investigadores han tomado como referencia los libros de fábrica
en los que se especifica el salario que recibían por su servicio. Sin embargo, una vez
revisada la documentación, creemos que dicha información debe ponerse en cuarentena. Sabemos que con la capilla “oficial” había cantores e instrumentistas que
no habían sido recibidos como tales, sino que su presencia respondía a una licencia
del cabildo a cambio de ejercitarse en la música; es decir, en términos actuales,
podríamos afirmar que en la capilla había personal en “prácticas” que participaba en
la misa y oficios. Por tanto, podemos llegar a listar los músicos de la capilla catedralicia de Zamora, utilizando los libros de fábrica, pero especificando siempre que es
el resultado del vaciado de una fuente específica que no debe tomarse ni mucho
menos como definitiva ni global. Dicho esto, y retomando los salarios como fuente, el número de tiples en la capilla entre 1600 y 1750 fue irregular. Las crisis de las
arcas catedralicias tuvieron reflejo en la composición de sus músicos, reduciéndose
a mínimos en períodos de penuria económica. En 1609 aparece asentado el mayor
número de tiples: entre racionero, capellanes, asalariados y mozos de coro, fueron
siete los cantores que cubrían esa cuerda57. Los años siguientes comienzan a descender, registrándose entre cuatro y cinco tiples. En el ecuador del siglo XVII y
hasta los años sesenta de la misma centuria, aparecen dos e incluso un sólo tiple. En
el siglo XVIII la situación es aún peor: en los libros de fábrica de algunos años tan
48 A.C.Za. Cuentas de Fábrica correspondientes a 1609 y 1610. L-112, fols. 40, 43v y 71
49 El cabildo terminaría de pagarle los 300 reales que le debía a Lázaro Pascual, padre y administrador de
Antonio Floriano poco tiempo después. Ibídem, cunetas de 1611-1612, fol. 110v
50 Ibídem. Actas Capitulares. L-123, sesión 04/07/1610, fol. 140
51 Se pagaron 66 reales por la gestión que había hecho “el racionero Miguel Moreno para ir a Medina del
Campo en busca de cantores y en especial a Florián, tiple”. Ibídem. Cuentas de Fábrica. L-112, fols. 235235v
52 En 1673 entró con 46.100 maravedíes y 2 cargas de trigo, aumentándosele su salario desde el 01/01/1675
a 60.350 maravedíes y 3 cargas de trigo. Ibídem, L-116.
53 Desde el 01/02/1678. Ibídem. Cuentas de Fábrica. L-116. Gaspar Fernández, misero de la Catedral entre
1662 y 1666, capellán del número en 1670 y desde 1675, miembro de la capilla por iniciativa del propio
maestro Salazar. Asimismo, hizo las veces de sochantre temporalmente, en sustitución de Luís Delgado.
Ibídem. Actas Capitulares. L. 127, sesión 22/01/1675, fol. 114v
54 Se le pagaron 171 reales por los 37 días que estuvo en Zamora. Asimismo, se le abonaron 60 reales de
ayuda de costa para los viajes. Ibídem. Libros de Cuentas de Fábrica. L-112, fol. 43v
55 Pago de 100 reales. Ibídem, L-112. Fol. 74v
56 Ibídem, L-112, fol. 229v
57 Sin lugar a dudas, dicho número se debió a la incorporación de mozos de coro tiples. Ibídem, fols. 39 y
siguientes
pag. 15
.II.
sólo aparece asentado como tiple el racionero e incluso en determinas fechas no
aparece ningún tiple, como entre 1712 y 1716.
La música para sólo de tiple conservada en la Catedral de Zamora pertenece al siglo
XVIII; concretamente, las primeras partituras pertenecen al ciclo de Lamentaciones de
Alonso de Cobaleda, discípulo aventajado de García de Salazar.
NIÑOS
EN LA CATEDRAL DE ZAMORA
La participación de niños en las celebraciones cristianas está documentada
desde muy antiguo. La peregrina Egeria describe en sus viajes a Jerusalén en el siglo
IV esta presencia en las manifestaciones religiosas de las antiguas comunidades. De
este modo, los niños contaban con un papel relevante, por ejemplo, en la procesión
de Ramos -hecho que todavía hoy se mantiene muy vivo- o en las respuestas del
Kyrie Eleison. Fray Pablo Nasarre, uno de los teóricos musicales más importantes del
siglo XVIII, dedica en su Escuela de Música un capítulo a la enseñanza de los maestros de música. Para Nasarre, era importante que el canto se enseñase a los cantores desde niños para poder servirse durante un tiempo de sus voces de tiples, pues
no todas las iglesias tenían rentas tan pingües como para poder permitirse contar
con eunucos en sus capillas58. Nasarre, además, recomendaba que estos muchachos
fueran de “buen talle y hermosos”, ya que si estas condiciones fueron requeridas por
Nabucodonosor para el servicio de su Real Palacio, con más motivo debían serlo
“los que entran a servir al Supremo Rey, asistiendo a sus divinas alabanzas en el Coro y al Santo
Sacrificio de la Misa, en su Altar, como se practica en muchas iglesias”59.
Para el caso de Zamora contamos con un documento de excepción que ha
sido ya comentado por la historiografía local para atestiguar distintos aspectos del
pasado de la ciudad. Corresponde a una avenencia entre la iglesia y el concejo de
Zamora, patrocinada por el infante don Sancho en 1273, en la que se reconocía la
propiedad de una casa a favor del cabildo catedral y en cuyo cuerpo puede leerse:
“que la casa que está en el canto del Castillo, a piedras de Mercadiello, en que solía morar Pay da
Costa, e en que suelen cantar los monaziellos en día de Ramos cuando vienen en procesión de San
Marcos, Gloria Laus”.60 Pocos años después, en 1278, una nueva avenencia plasmada
en una carta de don Sancho, aporta información sobre el carácter teatral que tenía
la intervención de los monaguillos: “otrosí, que el Obispo e el Cabildo e la clerecía de
El Ensayo. José Gallegos y Arnosa (1857-1917). Colección Privada
58 Nasarre, P., op. cit.
59 Ibídem, capítulo XII, p. 441
60 A.C.Za. Leg. 31, 3ª parte, nº 15. Para un estudio de estos documentos, vid. Ferrero Ferrero, F.: “La primera
procesión conocida de la Semana Santa de Zamora”, en Catálogo de la Exposición “Remembranza. Las
Edades del Hombre”. Fundación “Las Edades del Hombre. Zamora, 2001, p. 231
NIÑOS Y TIPLES EN LA CATEDRAL DE ZAMORA
(1600-1750)
APROXIMACIÓN A SU ESTUDIO
pag. 17
Zamora ayan libremente entrada e salida sobre la puerta del Mercadiello para cantar los versos e
fazer presentación de Nuestro Señor en día de Ramos”61. El carácter de costumbre del que
habla el primero de estos documentos, nos hace pensar que se trataba de una práctica anterior al siglo XIII. Del mismo modo, las Constituciones de la Iglesia de
Zamora elaboradas entre 1219 y 1286, estudiadas por el profesor Marciano Sánchez,
incluyen a los niños en la llamada “familia coral” de la Catedral. No debe pasar,
pues, desapercibido que en estas noticias, tal y como podemos comprobar, la participación de los niños está ya íntimamente ligada a la música.
En este contexto es fácil entender la inquietud de los cabildos por regular
la “vida catedralicia” de los niños de coro y su formación, tanto musical como en
otras disciplinas. Samuel Rubio, afirma que su presencia no era imprescindible en la
capilla, ya que entre los cantores adultos había tiples que cubrían este timbre vocal62.
Algunos estudios más o menos recientes, han identificado a estos niños con otras
categorías existentes en ese organigrama de la institución catedralicia, al que tanto
estamos insistiendo en este trabajo. Bernabé Bartolomé, se refirió en uno de sus trabajos sobre la educación en las catedrales españolas, a los nombres más frecuentes
con que se denominaba a estos niños: mozos de coro, niños de coro, seises, infantes y coloradillos. Según este mismo autor “tratar de adscribir de modo definitivo
cualquiera de estos términos a una determinada geografía eclesiástica o a una específica función cultural no sería correcto, pues en todas las citas que aportamos sobre
el tema se utilizan indistintamente cualquiera de estos vocablos”63. Esta afirmación,
al menos para el caso de Zamora, está bastante alejada de la realidad catedralicia,
puesto que la identificación de los niños de coro con los mozos de coro, por ejemplo, no es correcta. Más acertada fue la opinión de Samuel Rubio, quien efectivamente distinguía entre seises o cantorcitos, quienes vivían en casa del maestro, y los
mozos de coro, cuya misión era servir de acólitos y otros menesteres en el altar64.
Por tanto, creemos fundamental definir y concretar primero cada uno de los “nombres” que aparecen en la documentación de Zamora para proceder a su estudio. Los
nombres o denominaciones relacionados con los niños y/o jóvenes ligados a la
capilla de música en Zamora son: extravagantes, miseros, mozos de coro y colegiales. Entre las tres primeras categorías veremos que funcionó una especie de promoción interna de una a otra, de un escalafón a otro, a modo de cursus. Todos ellos contaban con unas obligaciones propias, reguladas en unos capítulos que Matilla
Tascón, en su guía inventario del archivo catedralicio denomina “papeles tocantes a
la chantría y mozos de coro”, sin mayor descripción65. Este estatuto lleva por título “Capítulos y constituciones antiguas de las calidades que han de tener los miseros y extravagan-
NIÑOS Y TIPLES EN LA CATEDRAL DE ZAMORA
(1600-1750)
APROXIMACIÓN A SU ESTUDIO
tes y mozos de coro para ser recibidos y las cargas y obligaciones de sus oficios”, y aunque carece de fecha, por el tipo de letra podría fecharse en los primeros años del siglo
XVII66. El hecho de que el título se refiera a “constituciones antiguas”, nos hace
pensar que se trate de una copia de otro anterior; y que seguramente fueran de
nuevo escritas para ser presentadas durante algún litigio con el chantre. Los capítulos tratan por separado a cada una de las tres categorías, pero también dedica varios
párrafos a unas directrices comunes de obligado cumplimiento. Debían vivir recogidamente, sin salir de noche, ni participar en juegos, pues se arriesgaban a que el
cabildo avisara a sus padres la primera vez y a que fueran despedidos a la segunda
amonestación. Respecto a la práctica religiosa, tenían la obligación de confesarse
todas las Pascuas, así como los días de Nuestra Señora y otras fiestas principales y
que los que “tuvieren edad y talento reciban el Santísimo Sacramento”, bajo la estricta atención del sochantre. Comentemos a continuación las particularidades de cada una de
estas categorías, tomando como base dichos capítulos y complementando la información con las Actas Capitulares y Libros de Fábrica de la Catedral.
1. MISEROS
Tradicionalmente, se ha venido identificando a los miseros como niños expósitos. Esta relación ha venido suscitada en parte por la lectura errónea en la documentación de la palabra “mísero”, en vez de “misero”. La diferencia entre ambos
adjetivos, no radica tan sólo en su distinta acentuación, sino que se trata de acepciones diferentes. El primero de ellos, significa “infeliz y desdichado”, mientras que el
segundo -el que nos interesa para este estudio- deriva de misa; es decir, al que acude
a las misas se le conoce como “misero”. Esta distinción es básica para afrontar una
investigación sobre los mismos, pues el Cabildo también se encargó de los niños
huérfanos que se dejaban a las puertas de la Catedral, conservándose libros de expósitos desde el siglo XVI, que sin duda pueden confundir al investigador. La fundación de los miseros o misarios se debió al canónigo de la Catedral de Zamora Sabino
61 Ibídem
62 Rubio, Samuel: Desde el Ars Nova hasta 1600. Historia de la Música Española, vol. 2. Alianza Música, Madrid
1988, p. 34
63 Cfr. Bartolomé Martínez, B.: “Los niños de coro en las catedrales españolas. Siglos XII-XVIII”, en Burgense,
nº 29 (1). Facultad Teológica del norte de España. 1988, pp. 139-195. En otras catedrales parece que sí era
real dicha relación, como es el caso de Jaén, vid. Jiménez Cavallé, P.:“Los Seises de la Catedral de Jaén
durante el siglo XVI”, en Boletín del Instituto de Estudios Giennenses, 1994, nº 153, pp. 493-520
64 Rubio, Samuel, op. Cit. p. 34
65 Matilla Tascón, A.: Guía Inventario de los Archivos de Zamora y su provincia. Madrid, 1964. p. 211
66 A.C.Za. Leg. 39-3
pag. 19
Astete, quien en su testamento legó a la fábrica de la Catedral un juro de 25.000
maravedíes de renta al año y dos pares de casas situadas en la Calle del Puente, en
la colación de Santa Lucía de la ciudad, con dos condiciones: la primera de ellas, ayudar a una sobrina suya para que ingresara en un monasterio, aportando como dote
seiscientos ducados y entregándole 3.000 maravedíes anuales para sus necesidades;
y, una vez cumplido este deseo, los Señores Deán y Cabildo tuvieran a diez niños
misarios que sólo se ocupasen de ayudar a misa, de dos en dos, a los beneficiados de
la iglesia, y que uno de ellos, acabadas las completas echara agua bendita sobre su
sepultura. Ambas fundaciones, estaban relacionadas, pues Astete dispuso que a cada
niño se le entregase 3.000 maravedíes al año y que mientras su sobrina viviese, sólo
debían cubrirse nueve plazas, dejando la renta de la restante para el sostenimiento
de la religiosa.67. En el caso de que sobrase aún renta, Astete también dispuso que
se dijese una misa cantada en la Capilla de San Bernardo, dentro de la Octava de los
Santos, con responso cantado sobre la sepultura del cronista Florián de Ocampo; la
misa debía ser dicha por un capellán del número y oficiada por los niños miseros68.
Sin embargo, la puesta en marcha de esta fundación, tuvo que retrasarse varios años,
ya que las rentas legadas eran insuficientes para su sostenimiento. Fue en 1608 cuando el cabildo decidió ejecutar la memoria de Astete, ordenando que se recibiesen
seis miseros y que se repartiese entre ellos la renta de las posesiones cedidas.
Según las constituciones citadas, para ser recibido por misero debía contarse con una edad no inferior a diez años, ni superior a los dieciséis. Otro de los requisitos a cumplir, era que supieran la doctrina cristiana, escribir, ayudar a misa y leer
muy bien en latín y romance. Desde un punto de vista musical, se pedía que tuvieran voz con la esperanza de que aprendieran a cantar y servir en el coro de la Iglesia
Catedral. El Cabildo era el responsable de realizar el examen de ingreso, votando la
entrada o no del aspirante “por habas blancas y negras”. Los miseros debían estar
en la sacristía con su hábito de ropa y roquete para poder ayudar a misa, distribuyéndolos el sochantre por meses para el servicio de los seis altares: los dos colaterales,
el del confesionario, la capilla de Balbás, la del Cardenal Mella y la del Doctor Grado.
Si faltase alguno de ellos, debían acudir de un altar a otro para suplir las ausencias,
siempre con la licencia del sochantre. Los días de fiesta tenían la obligación de asistir por las tardes a los oficios del coro y los laborales debían ocuparse en leer, escribir y cantar “la que escogiesen con acuerdo con las personas que para esto deputare el cabildo y
que los examinen de cuatro en cuatro meses”. Del mismo modo, el cabildo imponía sanciones por las faltas de residencia, controladas a diario por un contador. Ante la reincidencia de estas faltas, el Cabildo acordó que desde primero de mayo hasta fin de
NIÑOS Y TIPLES EN LA CATEDRAL DE ZAMORA
(1600-1750)
APROXIMACIÓN A SU ESTUDIO
octubre se presentase la mitad de ellos una hora antes de las campanas, excusándoles de acudir por las tardes con la finalidad de favorecer su tiempo de estudio69.
En el Archivo de la Catedral se conserva un libro de cuentas de niños miseros, que abarca cronológicamente desde 1655 a 1689 y donde aparecen asentados
los pagos por tercios que se efectuaba a cada misero70; pagos que se realizaban en
función de los días de servicio, sin haber diferencias entre ellos. Aunque el número
estipulado de niños, se marcó en seis, gracias a estos registros sabemos que en la
práctica esta cifra debió de ser flexible, ya que hubo años en los que la plantilla
alcanzaba los diez miseros. A mediados del siglo XVIII, por ejemplo, el Catastro del
Marqués de la Ensenada, informa de la existencia de siete niños71
2. EXTRAVAGANTES
El término extravagante en el lenguaje eclesial tiene una acepción precisa:
cualquiera de las constituciones pontificias recogidas y puestas al final del cuerpo del
Derecho canónico, tras los cinco libros de las Decretales y Clementinas, estando
dirigidas a la Iglesia universal y obligando a todos los fieles sin excepción. Por otro
lado, extravagante también se utilizaba en algunas catedrales, como la de Toledo, para
definir las salidas que realizaba la capilla de música fuera del ámbito catedralicio para
participar en otras funciones religiosas. Ahora bien, en lo que respecta a la Catedral
de Zamora, extravagante implicaba una categoría diferente: se trataba de niños y
jóvenes, recibidos por el cabildo con las mismas condiciones que las ya mencionadas para los miseros, pero con la diferencia de la edad, pues podían ser aceptados
los menores de diez años y los mayores de dieciséis. La mayor diferencia consistía
en que se les pedía tener mejor voz que a los miseros y conocimiento de algunos
principios de canto para servir en un futuro en el coro. Asimismo, tenían la obligación de asistir a coro todas las fiestas, además de tomar lección de canto, examinándolos igualmente de cuatro en cuatro meses por el maestro de capilla y diputados
del cabildo.
67 A.C.Za. Actas Capitulares. L-123, sesión 14/4/1603, fol. 12. Los detalles de la fundación los conocemos gracias a un interesante documento, datado en 1604, en el que el Cabildo negaba la ayuda a la sobrina del
canónigo Astete ante las pretensiones de ésta de recibir el legado como dote para su casamiento, incumplimiento lo dispuesto por su tío. Leg. 18/29
68 Sabino Astete había sido albacea de los bienes de Florián de Ocampo, de ahí su relación.
69 A.C.Za. Actas Capitulares. L-130, sesión 08/08/1705, fol. 264
70 A.C.Za. Leg. 255/f
71 A.H.P.Za. Catastro de Ensenada. C-617, fo. 120v
pag. 21
3. MOZOS DE CORO
De todas las categorías comentadas, es posiblemente la más antigua de
todas. La institución de la mesa de los mozos de coro data de 1454 y corresponde
al Papa Eugenio IV, aunque las bulas sean de 144072. Pocos años después tenemos
constancia de varios pleitos abiertos relacionados con los prestimonios y rentas de
las que eran beneficiarios73. Los mozos de coro debían reunir todas las calidades del
extravagante, pero con una mayor exigencia en cuanto a conocimientos musicales,
pues ya debían saber cantar canto llano y, aun siendo recibidos por el chantre, no
podían ganar remuneración alguna hasta que el cabildo los examinara. Debían servir en el coro y altar, tal y como ordenase el sochantre, presentándose antes de que
comenzase la prima y, por la tarde, antes de la nona. Asimismo, también debían estar
presentes durante las elecciones a maestro de capilla. Cuatro de los “mayores” asistían a los altares, alternándose por semanas, para el oficio de la misa junto con los
capellanes. Otra importante diferencia, respecto a miseros y extravagantes, es que
tres de los mozos de coro, escogidos por el cabildo por sus capacidades, podían ser
becados para ir al “estudio” de la ciudad o de Villagarcía (Valladolid). En el caso de
que se quedaran en el estudio de la ciudad, debían acudir a la iglesia los domingos,
fiestas, vísperas solemnes y los días en los que no tuviesen lección. Del mismo
modo, que los anteriores, a los mozos de coro también se les examinaba a los cuatro meses con el fin de asegurarse que estaban aprovechando sus becas de estudio,
de tal manera, que si suspendían el segundo examen, es decir, a los ocho meses de
haber iniciado su curso, se les desproveía de las mismas, otorgando la beca a otro
mozo. Los estudiantes en Villagarcía no escapaban del control del cabildo, pues tenían la obligación de presentar informes de sus maestros, con la misma resolución en
caso de no aprobar sus estudios.
No sólo se vigilaba los conocimientos de los mozos, sino también su aspecto personal, en cuanto a la limpieza y aliño de su ropa y aspecto74. Si merecían una
reprimenda, el cabildo insistía al sochantre en que ésta no se hiciera en el coro ni
durante los oficios para evitar escándalos en la iglesia, sino secretamente e impidiendo los castigos corporales: “sin señalarlos, ni hacerles sangre, sino con moderación y sin cólera como se requiere para corregir y enmendar”. En el caso de que el mozo demostrara que
no tenía cualidades para el canto ni capacidad para el estudio, el cabildo procuraba
buscarle un oficio útil con el que ganarse la vida, en vistas a no propiciar vidas ociosas; pero, evidentemente, el desconocimiento del latín impedía a los mozos su continuación en la carrera eclesiástica, no pudiendo por ello recibir las mayores órde-
NIÑOS Y TIPLES EN LA CATEDRAL DE ZAMORA
(1600-1750)
APROXIMACIÓN A SU ESTUDIO
nes. El paso siguiente en el “escalafón” era el de convertirse en capellanes75; paso
por el que el Cabildo tuvo también que velar para que dicho ascenso se produjese
con la mayor de las garantías respecto a la formación del mozo, llegando a prohibir
en 1659 que ninguno de ellos se ordenase de epístola sin la correspondiente licencia76. El Cabildo, tal y como vemos, vigilaba la formación de los mozos en el estudio, pues sabía que la asistencia a éste no era demasiado aprovechado. De hecho, en
1608 había tomado la decisión de que fuera el entonces sochantre, Miguel Moreno,
quien diera lecciones de principios de gramática a los mozos de coro, mozos de las
capillas y extravagantes con la obligación de asistir a ellas, no dejando de ir a las
horas “no obstante que les haya el cabildo les hubiera dado estudio, atento a que se aprovecharán
más con esto que con ir al estudio de esta ciudad a donde por experiencia se ha visto que no se aprovecha de nada, sino que antes lo toman por ocasión para distraerse”.7 7 La iglesia les proporcionaba comida y vestido, uniendo varios beneficios simples para obtener unas rentas suficientes con las que sustentarlos.
En cuanto al número de mozos de coro, la Bula de Eugenio IV habla de
diez y seis, aunque no siempre se respetara. En el estatuto y mandamiento formalizado entre el sochantre y el cantor de 1511, habla de cuatro mozos78 y, sabemos, por
poner un ejemplo más, que cuando las rentas para su sostenimiento, a través de anexiones de beneficios, no habían sido completadas, se resolvió que se restringiera el
número a doce79. A mediados del siglo XVIII, sabemos que había diez mozos, pues
72 A.C.Za. Leg. 1/14. Dos Bulas de Eugenio IV datadas el 14 de Marzo y 14 de Noviembre, respectivamente.
Samuel Rubio constató la presencia de mozos de coro, por ejemplo, ya en 1429 en Palencia, en 1545 en
Burgos o en Sevilla en 1480. Vid. Rubio, Samuel: op. Cit. 35
73 Nos referimos al proceso de 1456 entre los mozos y el cura de Santa Colomba de Vezdemarbán, lugar del
lugar de San Marcos de León, y con el rector de la iglesia parroquial de San Salvador de Pozoantiguo, a
causa de los pretimonios de las iglesias. Ibídem, Leg. 1/14, fols. 4v-5v y 1/14, fols. 6v-6v. Vid. De Lera Maílllo,
J.C.: Catálogo documental medieval de la Catedral de Zamora. Instituto de Estudios Zamoranos “Florián de
Ocampo”. Zamora, 1999, nº 1587, p. 494
74 Las disposiciones del cabildo sobre este asunto fueron comunes, no sólo en cuanto a los mozos de coro
se refiere, sino a todo el “personal” eclesiástico. En 1522, por ejemplo, se determinaba que ningún canónigo, dignidad. racionero, capellán o mozo de coro no “traigan mangas tranzadas en los sayos en manera
alguna, ni traigan lobas abiertas largas o cortas, salvo por su casa, a sus puertas o barrio, so pena de un mes
que no gane”. Ibídem, sesión 01/08/1522
75 El paso a capellán suponía renunciar a la mozocoría, cuya vacante era cubierta rápidamente. No obstante, también hemos encontrado alguna excepción, como la licencia dada al mozo Nicolás Rodríguez para
su ordenación de Orden Sacro de Epístola, sin perder su condición. Ibídem, L-126, sesión 01/09/1665
76 Ibídem, L-126, sesión 17/01/1659
77 Ibídem, L-123, sesión 06/01/1608
78 A.C.Za. Actas Capitulares, L-210, sesión 12/09/1511, fol. 25
79 Se trata de los contenidos recogidos, muy escuetamente, en una sentencia arbitraria dada por el bachiller
Aguilar y el licenciado Fernández, ambos canónigos, en un proceso entre el deán y cabildo con el chantre, que aparece inserta en otra del Arcediano de la Fuente y Juan Grado. Ambas están en un papel suelto y carecen de fecha. Ibídem, Leg. 39/3
pag. 23
aparece su mantenimiento en la declaración de las cargas y gravámenes que tenían
las rentas de la catedral, declaradas en el Catastro de Ensenada80.
La admisión de los mozos de coro fue causa de continuos conflictos entre
el Cabildo y el chantre, quien defendía dicha potestad en base tanto a la “fundación y
estatuto de la iglesia, como por la costumbre”. La raíz de este litigio se remonta a 1510, concretamente al estatuto sobre la “forma de recibir a los mozos de coro”. En enero de
dicho año, el Cabildo se quejaba de las “muchas veces que habían dicho a Pedro López,
chantre que ponga mozos de coro hábiles de voces e no lo ha querido facer, antes ha puesto mozos
de coro inhábiles de voces”81. Y fue precisamente a partir de ese aparente incumplimiento de las obligaciones del chantre, cuando el Cabildo decidió intervenir en el proceso de admisión. Por otro lado, la jurisdicción de los mozos también fue motivo de
agudas tensiones. El ejemplo más claro data de 1511 y tiene como protagonistas al
maestro de canto (denominación que, junto con la de cantor, desembocará en el futuro maestro de capilla) Francisco de Medina y al sochantre Gregorio Macías, enfrentados por decidir a quién competía la responsabilidad de castigar y mandar cantar a
los mozos de coro; conflicto que resolvió el cabildo, decidiendo que el cantor
(Francisco de Medina) los pudiera corregir en tanto los “estuviere mostrando a cantar”
y que el sochantre lo pudiera hacer cuando la falta se produjese en el coro durante
el servicio de la iglesia; y si alguno de ellos delinquiese fuera del coro o de la iglesia,
bien fuera de noche o de día, pertenecía el castigo también al chantre y no al maestro82. Unas diferencias entre el cantor y el sochantre que continuarán en años posteriores por los mismos motivos83. Por último, para completar la conflictividad en
torno a los mozos de coro, cabe destacar la fama de pendencieros que tenían en la
ciudad, envueltos a menudo en reyertas y alborotos y sancionados por las repetidas
faltas de respeto que mostraban con el sochantre o con el maestro de capilla84.
La participación de los mozos de coro en la música no fue ni mucho menos
desdeñable. Hemos comentado que debían de tener conocimientos de canto llano.
En los capítulos de sus calidades se disponía que en “el ejercicio de canto que se oviere de
hacer, se pasen las cosas que se hayan de cantar el día siguiente, en particular en tiempo de
Adviento, Cuaresma y Vigilias y Cuatro Temporas, para que se cante con más destreza y sin
errar”85. Pero tampoco debemos pasar por alto que, derivado de una de las diferencias entre el cantor y el sochantre, y tal y como hemos comentado, el cantor tenía
potestad para castigarles cuando estuviesen en el atril, por lo que podríamos deducir su participación en el canto de órgano desde el siglo XVI. No en vano, contamos con más pruebas que demuestran esa participación de los mozos de coro en el
NIÑOS Y TIPLES EN LA CATEDRAL DE ZAMORA
(1600-1750)
APROXIMACIÓN A SU ESTUDIO
canto de órgano, contempladas en los capítulos a los que tantas veces hemos hecho
referencia: “que se estatuye y ordena que seis plazas de mozos de coro, las primeras que vacaren,
estén deputadas para seis mozos de muy buenas voces, de los cuales tengan muy buenas esperanzas,
procurando si fuere posible que sean capones, que vivan con el maestro de capilla o con el sochantre que tengan particular cuidado en enseñarlos”.86 Por tanto, el cabildo permitía el paso de
los mozos de coro a la capilla, manteniendo su condición y dando preferencia a los
que estuviesen castrados, con la idea de ocupar voces de tiples y contraltos.
Efectivamente, en las primeras décadas del siglo XVII encontramos a varios mozos
de coro con la denominación de “tiples”. Concretamente nos referimos a Andrés de
Villafañe, Domingo Rodríguez, Juan Baptista de Medrano, Andrés Álvarez, Juan
Concejo y Alonso de Fuentes. No queremos decir que después de los años veinte
del Seiscientos no hubiera mozos de coro tiples en la capilla, sino que, al menos, no
se les denomina como tales.
En 1760 el entonces Obispo de Zamora proyectó el establecimiento de un
Seminario de sirvientes que asistieran al coro y a los divinos oficios, suprimiendo a
tal efecto las plazas de acólitos “que con nombre de mozos de coro había habido en
la Catedral desde tiempo inmemorial87; pero la iniciativa no llegó a realizarse.
Colegiales del Seminario de San Pablo
Cuando comentamos las memorias anexas a cantores hicimos referencia a
las fundaciones del chantre Diego del Val. Además de aquellas capellanías, el chantre había expresado al Cabildo en 1646 su deseo de fundar un Colegio Seminario
destinado a la formación de seises con la idea de que pudieran contribuir al servicio
del coro y a crear cierta “cantera” de voces. Esto no quiere decir que antes de esta
80 A.H.P.Za. Catastro de Ensenada. C-617, fol. 121
81 A.C.Za. Actas Capitulares. L-210, sesión, 16/01/1510, fol. 25r
82 Ibídem, sesión 12/09/1511, fol. 25r
83 En 1520 el cabildo volvería a resolver sobre este enfrentamiento, esta vez otorgando la potestad al cantor
de poder castigar a los mozos que estuvieran en el atril o que se negasen a cantar. Ibídem, sesión
07/09/1520, fol. 31
84 Son numerosas las referencias que tenemos en este sentido. Entre ellos, y como ejemplo, puede verse el
relato de una pendencia de 1588, protagonizada por uno de los mozos de coro, que embozado, aguardó
a su contrario en la Plaza de Santa Lucía y le asestó varias puñaladas. A.H.D.Za. Asuntos Criminales, Leg.
1315 I. Otro suceso que causó gran escándalo en el seno del cabildo fue el protagonizado por el mozo
Francisco Rodríguez, quien robó la ropa de coro a un prebendado y salió con el hábito a la calle, “echando
bendiciones”. A.C.Za. Actas Capitulares. L-133, sesión 14/03/1730, fol. 175v
85 A.C.Za. Leg. 39/3
86 Ibídem
87 Ibídem
pag. 25
fundación no se reuniese a niños para la enseñanza de lecciones musicales, -pues
sabemos que dicha docencia la realizaba el maestro de capilla en su propia casa- sino
que a partir de entonces podemos hablar de cierta normalización de esta práctica,
con un centro específico para ella. Evidentemente, la fundación del Colegio de San
Pablo en Zamora no fue un hecho excepcional, sino que, por el contrario, el establecimiento de este tipo de centros fue muy habitual. Bartolomé Martínez88 ha trabajado en profundidad la enseñanza de los niños en las Catedrales, y son varios los
trabajos ya publicados sobre la docencia musical e instituciones similares a la de
Zamora en otros lugares89. Asimismo, existe un referente de los colegios seminarios
españoles con los llamados ospedali de Nápoles y Venecia. En los hospitales u orfanatos de estas dos ciudades italianas los internos recibían una educación musical de
alto nivel; no en vano, los cuatro de Nápoles se transformaron en los primeros conservatorios de Europa, de los que saldrían en el siglo XVIII los más grandes castrados y los mejores músicos de la escena europea90. En los ospedali trabajaron como
maestros músicos de la talla de Antonio Vivaldi (Hospital de la Pietá,Venecia),
Nicola Porpora (Ospedaletto, Venecia), Legrenzi (Hospital de los Mendicant,
Venecia), Hasse, etc.
El Colegio Seminario llamado de San Pablo, pues a él estaba dedicada su
capilla, ha sido ya objeto de varios estudios. En primer lugar, sus constituciones,
conservadas en la sección de Libros Manuscritos del Archivo de la Catedral de
Zamora91, fueron publicadas en una edición facsímil por la Delegación Territorial
del Ministerio de Cultura. Asimismo, Casquero Fernández realizó una trascripción
de las mismas, incluyendo un estudio general de la institución respecto al edificio,
educación y administración del colegio, así como lo referente al vestido o alimentación de los internos92. El profesor Lorenzo Pinar en su espléndido trabajo sobre la
educación en Zamora durante la Época Moderna, abordó el sistema del Colegio,
analizando tanto el personal docente, como el alumnado93. Desde un punto de vista
musicológico, Alejandro Luis Iglesias también ha comentado las características principales del Colegio de San Pablo, dentro del contexto musical de la Zamora de la
Guerra de Sucesión española y de los primeros años del reinado de Felipe V94. En
el presente trabajo nos centraremos en los colegiales que fueron recibidos en el
Seminario, intentando con ello completar y aportar información a los estudios ya
publicados.
En primer lugar, debemos concretar la denominación de “seise”. Es cierto
que con este nombre se conocía a los niños cantores que servían en el coro de las
NIÑOS Y TIPLES EN LA CATEDRAL DE ZAMORA
(1600-1750)
APROXIMACIÓN A SU ESTUDIO
Iglesias y cuyo número solía rondar los seis, de ahí la derivación de su nombre. Sin
embargo, en toda la documentación que hemos tenido la oportunidad de revisar, la
palabra “seise” aparece tan sólo en las constituciones del Seminario; por el contrario, la forma más habitual con la que se referían a estos niños en la Catedral de
Zamora fue “colegiales” y en menor medida, simplemente, “muchachos”. Las constituciones ya han sido publicadas por los autores referidos, pero creemos importante ofrecer una visión sucinta de las mismas para una mejor comprensión de algunos
contenidos en los que nos detendremos más adelante. La primera parte de estas
constituciones, aun no estando datada, parece corresponder a 1650, fecha en la que
entró en funcionamiento el Colegio de San Pablo. Pocos años después, se añadieron
otros capítulos reformando el régimen de comidas y otros gastos como el concerniente a calzado, vestido, salarios de los empleados y asignación de criadas y administrador95. El Colegio Seminario funcionaba en régimen de internado, teniendo
presente que los niños no podían ser menores de diez años y su estancia en la institución no podía exceder de los doce años; además de garantizar que procedieran
de familia honrada y de buenas costumbres. No obstante, tenemos referencias de
niños de menor edad que fueron recibidos en el Colegio96 o de cómo el propio
Cabildo daba comisión para la búsqueda de aspirantes por debajo de la edad reglamentaria97. Asimismo, no solamente debían tener aptitudes para el canto, sino también era obligatorio que supieran leer y escribir, puesto que en el colegio se ampliaría su formación98. Sabemos, sin embargo, que en algún caso extraordinario, el cabil88 Bartolomé Martínez, B.: “Los niños de coro en las catedrales españolas. Siglos XII-XVIII”, en Burgense, 29/1,
1988, pp. 139-195
89 Arias del Valle, R.: “El Colegio Seminario de San José de Oviedo”, en, Actas del XII Congreso de la
Asociación de Archiveros de la Iglesia en España. Memoria Ecclesiae XII. Oviedo, 1998, pp. 423-440; Gea
Arias, A: “Los mozos de coro o seises de la Catedral de Guadix. Datos para su estudio”, Ibídem, pp-127136; Cabeza Rodríguez, Mª P. y Virgili Blanquet, Mª A.: “La Enseñanza musical en las escuelas catedralicias:
los niños de coro en la Catedral de Palencia”, en Actas del II Congreso de Historia de Palencia, vol. V.
Palencia, 1989, pp. 305-317
90 Barbier, P.: La Venecia de Vivaldi. Música y fiestas barrocas. Paidós, Barcelona, 2005, p. 70
91 A.C.Za. Manuscritos. L-105
92 Casquero Fernández, J.A.: “Los seises de la Catedral de Zamora: fundación y constituciones del Colegio
Seminario San Pablo”, en Studia Zamorensia, nº2, 1995, pp. 63-81
93 Lorenzo Pinar, F.J.: La Educación en Zamora y Toro durante la Edad Moderna. Primeras letras y estudios de
Gramática. Editorial Semuret, Zamora, 1997.
94 Luis Iglesias, A.: “La música en la Catedral de Zamora durante los años de la Guerra de Sucesión y los primeros años del reinado de Felipe V”, en Actas del I Congreso de Historia de Zamora, IEZ “Florián de
Ocampo”, Zamora 1991, vol. III, pp.661-671
95 Casquero Fernández, J.A., op. cit. 70, nota 20
96 En 746 se recibe a un niño de siete años y medio. A.C.Za. Actas Capitulares. L-135, sesión 26/07/1746
97 Aprovechando un viaje del Chantre a Asturias, el Cabildo le encarga “vea si allí hay dos o tres muchachos
de ocho o nueve años que sepan leer y escribir y tengan buena voz”. Ibídem, L-134, sesión 07/05/1744, fol.
337
98 Aunque las constituciones del Seminario disponían que fuera el Administrador el responsabe de dar lección
de gramática a los niños, fueron mozos de coro o capellanes quienes realizaron esta tarea. Vid. Lorenzo
Pinar, F.J.: La Educación en Zamora y Toro durante la Edad Moderna. Semuret, 1997, p. 194
pag. 27
do fue más flexible, como con el colegial Juan de Araujo, por quien se pidió al
Administrador que no le apremiase con la gramática y que velara por él99. Pero la
norma general fue que se vigilara el cumplimiento de esta condición, siendo despedidos varios niños, incluso después de haber sido recibidos, por no mostrar estos
conocimientos. Las Actas Capitulares reflejan la preocupación del cabildo por asegurarse que los niños eran de provecho para el servicio de la iglesia, pues no en vano
su mantenimiento era una inversión de futuro. Por este motivo, habitualmente se
pedían informes al maestro de capilla al respecto. Uno de estos informes más
exhaustivos fue el realizado por el maestro Manuel Agullón en 1734, quien era bastante pesimista con el resultado: “entre ellos no hay cosa especial en que poder fundar las esperanzas y que los menos inútiles eran unos que llaman Andrés, otro Gaspar, otro Fulano (sic) de
la Cámara y el sobrino de Marcelino”100. Ante tales informes, el Cabildo amonestaba al
Maestro, pues si a él correspondía la obligación de examinar a los aspirantes, debía
ser más riguroso en la selección de los niños101. Los colegiales tenían mejor fama,
respecto a comportamiento se refiere, que los mozos de coro; sin embargo, sí hubo
momentos de excesiva relajación de los niños, traducida en faltas de respeto e incluso agresiones al personal del centro102. El Cabildo achacaba estos desórdenes a una
falta de autoridad del Dómine103 y, de nuevo, al descuido del Maestro.
La campana despertaba a los colegiales, entre Pascua de Resurrección y el
día de San Miguel de Septiembre, a las cinco y media de la mañana y una hora más
tarde, a las seis y media, desde San Miguel hasta Pascua de Flores. A lo largo del día
tenían distribuidas las horas entre lecciones de canto y gramática, oraciones, servicios en el coro, comidas y descansos. El colegio proporcionaba vestido a los colegiales: una vez al año se les entregaba ropilla, calzón y jubón de paño frailengo; para
“estar en casa” debían vestir balandranes; y para salir fuera era obligatorio llevar
beca, manto y bonete. Los niños eran atendidos por un Ama, una criada y un administrador, encargado éste último de darles la lección de gramática. Asimismo, también contaban con los servicios, cuando fuesen necesarios, de un boticario y un cirujano; no en vano tenemos constancia de algunas enfermedades contagiosas que
sufrieron los niños, como la sarna de 1740 que también infectó a mozos de coro104.
El Deán y Cabildo en calidad de patronos de la fundación eran los responsables de
la gestión directa del Colegio, velando en todo momento por el buen funcionamiento del mismo. Los ingresos para su sostenimiento procedían de diferentes juros de
alcabalas en la ciudad de Zamora; una economía que sufrió serios reverses, especialmente a partir de 1714, momento en el que se suprimieron varios de los juros.
NIÑOS Y TIPLES EN LA CATEDRAL DE ZAMORA
(1600-1750)
APROXIMACIÓN A SU ESTUDIO
La procedencia de los colegiales era muy diversa. Normalmente, el cabildo
comisionaba a algún miembro de la capilla de música para la localización de niños
útiles y el ajuste con sus familias. La provincia de Zamora era uno de los principales centros de suministro de estos colegiales (Benavente, Villalpando, Fuentesaúco,
Toro, etc.), seguido de otras ciudades y lugares de Castilla, como León, Palencia,
Valladolid, (Medina del Campo, Torrecilla,Villagarcía, Alaejos) e incluso de otras
regiones, como Navarra. Otras veces eran los propios padres los que llevaban a sus
hijos al Seminario con la esperanza de que fueran recibidos. Debe tenerse en cuenta que la extracción social de los colegiales era humilde; normalmente, pertenecían
a familias de campesinos, y el hecho de que uno de sus hijos ingresara en el
Seminario suponía una boca menos que alimentar y la posibilidad para el niño de
poder ascender socialmente. El Cabildo era el encargado de recibirlos y, en su caso,
de despedirlos, mientras que el maestro de capilla debía examinarlos para comprobar sus habilidades musicales. Dicho examen o prueba a veces se realizó en presencia del Cabildo; así, por ejemplo, en 1746 se informó “que había dos muchachos pretendientes a colegiales, que el mayor tenía siete años y medio y que hallándose ambos prontos mandó
el Cabildo entrasen en la Sala Capitular. Se les trajo a ella, acompañados del Maestro de Capilla
y delante de él, en presencia del Cabildo, se les hizo cantar para experimentar lo que pudieran prometerse sus voces”105. Este sistema de localización y recibimiento era distinto, por ejemplo, al sistema de provisión del Real Colegio de Madrid, donde el funcionamiento
era más similar al de la oposición, que hemos visto, para cubrir las plazas vacantes
de capellanes y racioneros; es decir, los niños en aquel centro debían opositar, tras
la publicación de la convocatoria, sometiéndose a un examen no sólo musical, sino
también médico que garantizara que era castrado de “ambos lados” y no tenía una
enfermedad contagiosa106.
99 A.C.Za. Actas Capitulares. L-126, sesión 08/10/1659
100 Ibídem, L-133, sesión 11/12/1734, fol. 338
101 “Que si pusiese el debido cuidado y conato en el enseñanza de los citados muchachos podrían salir algunos sobradamente hábiles en voz”. Ibídem, L-135, sesión 01/10/1745
102 Es el caso del colegial Roque de la Torre, quien, además de perder el respeto al Ama, “le había dado en la
cara con una pala de suerte que la bañó en sangre”. Ibídem, L-134, sesión 26/02/1742, fols. 274v-275
103 Un ejemplo muy significativo a este respecto fue la destitución de Juan Hernández, Dómine del Colegio, en
1744, motivada, según el Cabildo por “la bondad del genio que le asiste, incapaz de proporcionarles el severo castigo que necesitan, no bastando sus palabras y deseos de contenerlos en los términos arreglados”.
Ibídem, sesión 23704/1744, fol. 335
104 Ibídem, L-133, sesión 12/09/1740. El cabildo ordena separar a los sarnosos para evitar más contagios. Al
mozo de coro. A Manuel Forneros, por ejemplo, se le impidió entrar en el Seminario y en la Catedral hasta
que sanase de la enfermedad.
105 Ibídem, L-135, sesión 26/07/1746
106 Morales, Nicolás: “El Real Colegio de los niños cantores y una práctica discutida a finales del siglo XVIII: la
castración”, en Revista de Musicología, XX, 1, 1997, pp. 417-431
pag. 29
Dentro de las competencias que conllevaba la plaza de maestro de capilla
estaban las de ejercer un labor docente con los mozos de coro, miseros y colegiales.
Sin embargo, esta obligación se trató de esquivar por parte de los maestros, quienes
valoraban más la composición musical y la dirección de la capilla que la labor docente. De hecho, pocos meses después de que el Colegio de San Pablo se pusiera en
funcionamiento, el Cabildo instaba al maestro Pedro Manrique a que fuera a vivir a
las casas contiguas al Seminario, pues no cumplía con la tarea de enseñar a los
niños107; labor por la que recibía 500 reales.108 A su sucesor, Juan Padilla, se le impone incluso un ritmo de trabajo, pues debía “dar lección de canto a los mozos de coro a la
tarde y mañana a los colegiales del Seminario una vez al día, que tenga entendido que cada semana ha de haber un asueto, no siendo fiesta y todos los demás días les ha de dar lección”109. El
maestro Salazar, por su parte, se excusaba de dicha tarea “por su poca salud y dolores de cabeza que padecía”, que le impedían dar las lecciones a los muchachos en el
claustro después de las horas, proponiendo incluso al Cabildo que buscase otra persona para ello, entregando la parte de su salario correspondiente110. Todo ello, hacía
que en numerosas ocasiones la enseñanza de la música recayera en ministriles de la
capilla o en alumnos aventajados.
Según las constituciones del Colegio, por expreso deseo de don Diego del
Val, se limitaba la estancia en el centro a los doce años; es decir, que si un niño ingresaba en la institución con diez años (edad mínima requerida para ser recibido) tenía
la obligación de abandonarlo a los veintidós, sino lo hubiera hecho antes. El colegial
Blas Montesino, por ejemplo, quien años más tarde sería maestro de capilla del
Monasterio de Guadalupe, fue despedido del Colegio por tener una edad mayor a la
permitida111. En otras ocasiones, eran los propios colegiales quienes solicitaban al
cabildo la licencia correspondiente para abandonar el colegio en busca de nuevas
perspectivas profesionales. Tomás de San Miguel presentaba en 1711 un memorial
en el que exponía que le “había faltado la voz y reconoce no ser de provecho, por lo que pide
licencia para irse a estudiar y limosna por haber estado en el Seminario ocho años”, recibiendo
como ayuda además sombrero, zapatos y hábito largo112. La muda de la voz de los
“enteros” (es decir, no capones) constituía la gran amenaza para el futuro de los colegiales113, por ello se aplicaban en el estudio de un instrumento que les garantizara
cierta estabilidad profesional. Así, por ejemplo, Joseph de la Cruz Álvarez, colegial
más antiguo en 1732, suplicaba al cabildo que por “hallarse en muda” se le concediera el favor de recibir lecciones de órgano a costa del Seminario114; lo mismo que
Roque González, también en proceso de cambio de voz, a quien se le permite poder
recibir clases de violín y violón115. Esa formación musical fue la salida profesional
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(1600-1750)
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de muchos de estos colegiales, bien pasando a ser ministriles en la catedral de
Zamora o en otros centros eclesiásticos. Además, un buen número de ellos llegó a
ocupar el magisterio de capilla: Alonso de Cobaleda y Alonso Torices en Zamora;
Blas Montesino en el Monasterio de Guadalupe; ó Gaspar Vaquero en el Colegio de
la Compañía de Villagarcía de Campos116. Uno de los temores del cabildo debió ser
precisamente que los todavía colegiales se marcharan a servir a otros centros, perdiendo la inversión que se había realizado sobre ellos. La catedral burgalesa, según
Samuel Rubio, exigía una garantía de servicio de cinco o seis años y un fiador en el
momento en que el niño fuera recibido para que, en caso de abandonarla antes de
que expirara el plazo marcado, pagara a la iglesia una cantidad de dinero en concepto de indemnización117; pero no hemos podido constatar nada parecido en Zamora.
Respecto a las salidas temporales del colegio, también requerían la previa
autorización de los patronos. Lo más normal era que los colegiales solicitasen ausentarse por unos días con el fin de acudir a sus casas por hallarse enfermo alguno de
sus familiares más cercanos. En estos casos, el cabildo solía concederles un número
determinado de días y una limosna, bien para sufragar los gastos del viaje, o bien
para ayudar a la familia a afrontar los gastos médicos ocasionados. Un caso aislado
lo representa un muchacho colegial llamado “Antonio”, a quien el cabildo encomendó a Joseph de Acha que lo tuviera en su casa, entregándole hábito largo y roquete,
para que fuera a salmear y cantar los villancicos118. Pero lo cierto, es que el régimen
de salidas de los colegiales del centro durante su adscripción al mismo era muy restringido. El propio chantre Diego del Val lo contempla en las constituciones fundacionales, prohibiendo que se saliese del mismo ni de día ni de noche, salvo para la
asistencia al coro y a las funciones que fijasen los patronos. Los niños debían salir
en los casos permitidos de dos en dos, bajo la responsabilidad y custodia del regen107 A.C.Za. Actas Capitulares. L-125, sesión 05/05/1651
108 Ibídem. Libro de Cuentas de la Fábrica. L-105, cuentas de 1651
109 Ibídem, sesión 10/10/1653
110 Ibídem, L-127, sesión 09/09/1678, fol. 214v
111 Ibídem, L-131, sesión 26/03/1711, fol. 80
112 Ibídem, L-131, sesión 20/05/1711, fol. 86
113 El Maestro Manuel Agullón afirmaba en 1746 que los niños de Zamora “aunque parecían al principio bien,
después perdían mucho la voz”. Ibídem, L-135, sesión 14/01/1746
114 Ibídem , L-133, sesión 06/10/1732, fol. 274
115 Ibídem, L-133, sesión 12/01/1740, fol. 181v
116 Aunque fue nombrado maestro de capilla, creemos que no llegó a tomar posesión de dicho oficio, puesto
que pocos días después de su designación, informaba al cabildo de que había suspendido su marcha
por tener que cuidar a su madre. Ibídem L-133, sesiones 09/09/1736 y 21/09/1736
117 Rubio, Samuel: op. Cit. p. 38
118 A.C.Za. Actas Capitulares. L-126, sesión 24/07/1668
pag. 31
te o del alumno más antiguo119. Lo cierto, es que estos estatutos eran muy estrictos
en cuanto a los “movimientos” del colegial, llegando a un proteccionismo exacerbado, posiblemente ante el temor de ser contaminados por otras realidades sociales
ajenas y consideradas como peligrosas a los mandatos del colegio. Como ejemplo,
creemos interesante transcribir el siguiente párrafo contenido en las constituciones:
“Los colegiales no pueden jugar ni estar hablando en el Seminario ni fuera de él
con alguno de los mozos de coro ni de los miseros de la Iglesia y se encarga mucho
el regente no lo consienta y castigue al que lo contrario hiciere, porque se reconoce
se echan a perder unos con otros ni tampoco los criados de los señores prebendados
o de otra cualquiera persona puedan entrar en el Seminario a jugar con los colegiales ni algún modo meterse, ni descomponerse con ellos, en que se encarga mucho
al regente ponga todo cuidado. En los días de fiesta en los jueves de asueto, y en
las tardes que hubiere vísperas solemnes puedan jugar a la argolla, bolos, pelota,
tablas, ajedrez o damas, precediendo siempre para ello licencia del regente, pero en
ningún tiempo pueden jugar a los dados ni a otro juego que llaman los naipes”120.
¿Cuáles eran entonces las distracciones de estos niños? Pues aparte de los juegos y
baños permitidos por el regente, la asistencia a los espectáculos taurinos fue, sin
lugar a dudas, una de ellas. Los colegiales acudían a ver los toros de dos en dos con
sus mantos, becas y bonetes puestos, ocupando un balcón en la plaza que el colegio “alquilaba” para tal fin y sentándose por orden de antigüedad121. Las salidas,
acompañando a la capilla de música a las distintas funciones religiosas en las que
intervenía, también debieron suponer un soplo de aire fresco para los niños. A los
colegiales se les aplicaba las mismas normas restrictivas en cuanto a su intervención
musical fuera del ámbito catedralicio que al resto de cantores y ministriles, estando
prohibido y sancionado acudir a ninguna celebración a la que no asistiera la capilla
de música. Sin embargo, había casos excepcionales en los que se permitía la salida
de algún colegial para acompañar a un miembro determinado de la capilla con licencia del cabildo, como cuando en 1668 Frasquito viajó a Toro con el tenor Juan
González para participar en las celebraciones del Domingo de Ramos, posiblemente en la llamada fiesta del Confalón122. En otras ocasiones, se utilizaba a los colegiales por parte de algún cantor como coartada para un fin poco lícito. Tal vez, el ejemplo más claro por su naturaleza y repercusión fue el suceso protagonizado en abril
de 1674 por el tenor Francisco Salteaguda y que Antonio Moreno de la Torre asentó en su Diario. Al cantor se le acusó de haber robado una reliquia del cuerpo de
San Ildefonso y de querer entregarla en Toledo; acción de extrema gravedad para la
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iglesia zamorana, puesto que, como bien se sabe, la tradición local custodia los restos del santo ante las pretensiones toledanas. Saltiaguda se había hecho acompañar
de dos colegiales, habiendo dicho al Cabildo que iban a Santiago de Compostela;
cuando, en verdad, algunos testigos aseguraron haberlos visto pasar de Venialbo a
Madrid y de Madrid a Toledo123. Una de las participaciones extra catedralicias donde
fue más habitual ver y escuchar a los colegiales fue en la fiesta de las Cuarenta Horas
que se celebraba en la iglesia de San Juan de Puerta Nueva de la ciudad durante los
tres días de Carnestolendas, y a la que ya dedicamos un estudio monográfico124.
El hecho de que no se haya conservado ningún libro registro en el que se
asentaran las entradas y salidas de los colegiales, si es que lo hubo, dificulta enormemente la estimación del número de internos existentes en el Seminario de San Pablo.
La fundación habla de “seis” niños, pero ya hemos visto cómo en otras categorías
el número fijado de forma oficial no siempre se ajustaba a la realidad. La única
forma de rastrear este número es a través del vaciado de los libros de cuentas del
Colegio y las Actas Capitulares, pero mucho nos tememos que tampoco ofrezcan
una fiabilidad completa. A esto hay que añadir que el nombre de los niños no se
expresa siempre completa, sino que era habitual que se refiriera a ellos aludiendo al
origen de los colegiales; es decir, el colegial de Benavente, el de Tagarabuena, el de
Alaejos, etc. Otras veces, sólo contamos con diminutivos de sus nombres, tal y como
se les conocería de forma cotidiana: Frasquito, Antonico, etc. Los primeros colegiales
recibidos fueron efectivamente seis e ingresaron en el mes de agosto de 1650: los
hermanos Lorenzo y Francisco de Medina, y Juan de Velasco (procedentes de
Navarra); Cristóbal Hernández, Manuel Crespo y Gaspar de los Reyes. Pero, después, el número debió de ser muy irregular. En 1655 sabemos que en el Seminario
sólo había un colegial, Mancio Blanco, planteándose el cabildo si en tales circunstancias merecía la institución la inversión económica que exigía el mantenimiento de
un maestro y de las personas del servicio125. Y en 1742 eran siete los colegiales,
según un memorial del maestro de capilla126.
119 Casquero Fernández: op. cit. p. 67
120 Ibídem, p.74
121 En los libros de cuentas del Colegio Seminario aparecen asentados con cierta asiduidad los costes que
ocasionaba la reserva de dicho balcón.
122 A.C.Za. Actas Capitulares. L-126, sesión 17/03/1668
123 Loreno Pinar, F.J. y Vasallo Toranzo, L.: op. Cit. p. 56
124 Martín Márquez, A.: La celebración de las Cuarenta Horas en Zamora en los siglos XVIII y XVIII. Festival
Internacional de Música “Pórtico de Zamora”. Zamora, 2007
125 A.C.Za. Actas Capitulares. L-125, sesión 23/09/1655
126 Ibídem, L-133, sesión 08/05/1742
pag. 33
Capones y caponcillos
Saber si los tiples de la Catedral de Zamora eran castrados o no, o mejor
dicho -por utilizar una denominación más hispana- si eran o no capones, es sumamente complejo: la documentación suele ser muy aséptica en este sentido. De los
cantores que fueron en principio colegiales del Seminario de San Pablo y que con el
paso del tiempo permanecieron en la capilla, tenemos algunos casos susceptibles de
rastreo y seguimiento; sin embargo, para los tiples que llegaron de otros lugares de
la provincia o diócesis con una edad ya más adulta que la de los colegiales, el círculo de información sobre su condición de capones se estrecha enormemente, haciéndose imposible hacer tal precisión. De cualquier forma, no debemos olvidar que un
cantor capón, dependiendo de los registros de su voz, condicionados en gran parte
por la edad más o menos cercana al momento de la muda en la que se llevó a cabo
la emasculación, podía ser tiple o contralto. De tal manera, que cuanto más tarde se
realizara, más probabilidades había de que el cantor se quedase como contralto, perdiendo los registros más agudos propios del tiple. La castración podía realizarse de
un sólo lado o de ambos lados, siendo éstos últimos los más buscados; aunque
hemos podido encontrar solamente una única referencia a esta distinción: fue en
1742 cuando se informaba “que el Maestro tenía examinado y hecho prueba de un muchacho
huérfano, hijo de un vecino de la ciudad, capón de ambos lados, y que mediante el Seminario actualmente eran muy poco útiles los muchachos que en él estaban sería muy bien se admitiese en él al
propuesto, pues prometía alguna esperanza de habilidad”127.
Ya aludimos a las dificultades que presenta saber si entre los tiples o contraltos que estaban al servicio de la capilla de música había capones o no, y, si los
hubiera habido, qué porcentaje representaban sobre el total de estos cantores. La
presencia de castrados en las catedrales es un tema ya más que demostrado.
Afortunadamente, son cada vez más numerosos los estudios musicológicos e históricos que abordan este tema total o parcialmente con una premisa fundamental: presentar a estos cantores en su realidad profesional más cotidiana, alejada de la clásica visión de los “castrati” italianos, ligados a grandes nombres, como Farinelli o
Senesino, y a los escenarios de ópera europeos. La participación de los capones en
las catedrales y centros españoles fue mucho más callada que la de aquellos, pero
con un enorme peso funcional. Trabajos como los de Patrick Barbier128 y Ángel
Medina129 han servido de motor y revulsivo para afrontar estas realidades con una
mente investigadora mucho más abierta. Tradicionalmente, se ha venido aceptando
que fue el coro pontificio el primero en abrir sus puertas a estos cantores en los últimos años del siglo XVI y desde entonces esta capilla papal comenzó a sustituir a fal-
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APROXIMACIÓN A SU ESTUDIO
setistas por castrati-sopranos, mientras que para las voces de contralto se siguió utilizando a esos falsetistas130. Por otro lado, no hay nunca que perder de vista que el
hecho de que un niño o adulto fuera capón no implicaba que tuviera cualidades para
el canto. No en vano, tenemos numerosos testimonios de la llegada de caponcillos
a Zamora para ser examinados por el maestro de capilla y que el Cabildo rechazaba
por la falta de aptitud musical: expresiones como “no fue de provecho” o “no convenía”
eran comúnmente utilizadas por la institución catedralicia.
En Zamora la única información publicada es la referente a Pedro
Escudero (1791-1868), a quien un cerdo le rebanó los testículos siendo un niño. Sin
embargo, Escudero, cantor y violinista, desarrolló su carrera profesional en París ya
en el siglo XIX; por lo tanto, lejos de los límites cronológicos del presente estudio131.
Las referencias que hemos podido encontrar encuadradas en nuestro marco espacio
temporal parten del Colegio Seminario de San Pablo y está relacionadas con colegiales; es decir, no sabemos, al menos de momento, la condición de capones de los
tiples que sirvieron en la Catedral, bien fuera ocupando además una ración, capellanía o simplemente el oficio de cantor. Esta información es difícil de rastrear, bien
porque se trataba de un tema de “poco aseo”, en palabras de Ángel Medina, o bien
porque su presencia en las capillas era algo cotidiano y aceptado y no necesitaba
resaltarse. Si tenemos en cuenta la preferencia del cabildo por tiples capones y la
dificultad que tenían para su localización y posterior contratación, podríamos intuir
que algunos de los cantores mejor pagados y con mejores cualidades, pudieron ser
capones, pero es sólo una conjetura, sin una base documental firme. Ya comentamos más arriba la propuesta del cabildo por dotar seis plazas de mozos de coro
preferentemente en cantores capones; lo que nos podría hacer pensar que los mozos
de coro tiples que aparecen como miembros de la capilla de música en las dos primeras décadas del siglo XVII fuesen castrados; es algo con lo que, al menos sólo de
momento, podemos especular, pero ni mucho menos sería algo descabellado. Al
igual que Barbier afirma que en Italia había lugares más habituales donde se practi127 Ibídem, L-134, sesión 01/07/1742, fol. 309. El capón se llamaba Santos.
128 Barbier, P. Historia de los castrati. Ediciones Javier Vergara. Buenos Aires, 1990
129 Medina, A.: Los atributos del capón. ICCMM.
130 Barbier, P. op. cit. p. 20
131 Sobre Pedro Escudero se han publicado dos artículos en la prensa local zamorana: Ramos, H.: “El
Castrado”, en Dominical de La Opinión-El Correo de Zamora, de fecha 24/10/1999, p.V; y Hernández, J.: “El
Castrado de Zamora”, en la Opinión-El Correo de Zamora, de fecha 25/11/2007, p. 14
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caba la castración, Norcia (cerca de Asís) y Bolonia132, en España la región de
Navarra era la más “famosa” cantera de capones. Medina lo ratifica, utilizando incluso dichos populares y fuentes literarias. Y fue efectivamente Navarra, uno de los
puntos donde el cabildo enviaba emisarios en búsqueda de niños para recibirlos
como colegiales en San Pablo. Desde esta perspectiva, pensar que los niños procedentes de esta geografía pudieran ser mayoritariamente castrados, tampoco podría
tacharse de una apreciación descaminada. La práctica de la castración se convirtió
en un “oficio” de carácter ambulante, en la mayoría de los casos sin la profesionalidad y medidas higiénicas necesarias. La iglesia condenaba esta práctica, siempre que
no hubiera sido realizada por motivos médicos; pero no debe olvidarse que precisamente era la iglesia quien recibía con los brazos abiertos a cantores capones para sus
capillas; así que en muchos casos la excusa de una aparente “enfermedad”, remediada con la emasculación, permitía su ejecución.
El Seminario de San Pablo no recibía exclusivamente a niños castrados,
como sí ocurría, por ejemplo, en el Real Colegio de Madrid. Es más: la zona que
mayor aportación infantil suministró a este Real Colegio fue el interior peninsular,
concretamente las archidiócesis de Santiago de Compostela, a la que pertenecía
Zamora, y la de Toledo; así que es muy probable que varios caponcillos zamoranos
no pasaran por la institución de la capital, sino que fueron reclutados directamente
por el Real Colegio; no en vano, la iglesia disponía de una red de comunicación
interna, principalmente entre las grandes catedrales, que permitía drenar las más
importantes ciudades del reino.133 Para el caso de Zamora, la búsqueda de capones
y caponcillos exige un intenso rastreo, cuyos resultados son en cierta medida decepcionantes. En los libros de cuentas del Seminario de Zamora aparecen asentados los
pagos o gastos que ocasionaba la búsqueda, recibimiento o despedida de caponcillos. En algunos casos no se citan sus nombres, sino que el cabildo se refiere a ellos
aludiendo a su lugar de procedencia, lo que nos impide su identificación; pero en
otros sí hemos logrado relacionarlos. Uno de ellos fue Nicolás Martín, a quien el
cabildo identifica como “capón”. Tenemos noticias de Nicolás desde 1659, año en
el que aparece en la nómina de miseros. Tan sólo dos años después, en 1661, es recibido como mozo de coro, ocupando la vacante dejada por Pablo García134; y, finalmente, en 1664 lo encontramos ya como colegial135. Un caso más problemático fue
el de Antonio Hernández del que sabemos que era colegial desde 1669. Según las
Actas del Cabildo, Antonio se autocastró voluntariamente, haciendo saltar los resortes fijados en este tipo de situaciones. El Cabildo tuvo que escribir a Roma para
informarse sobre el coste de la dispensa papal que la acción de Antonio obligaba a
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solicitar para evitar sanciones tan serias como la excomunión136. La “irregularidad”
cometida por Antonio -pues así es como la denomina el cabildo- se zanjó con el
envío de la dispensa por parte del Comisario General137. No se conservan demasiados testimonios de autocastración de ahí la importancia de esta referencia. Barbier
cita el caso de Antonio Bannieri, quien exigió ser castrado a fin de conservar su voz,
preparando la operación con un pariente cirujano138.
Las Actas del Cabildo también han dejado asentadas algunas referencias
dignas de reseñar. Cuando en 1727 el cabildo se muestra desesperado por no haber
concurrido ningún cantor a las oposiciones convocadas para la ración de tiple, se
intensifica la búsqueda de estas preciadas voces. Fue entonces cuando el maestro de
capilla comenta las cualidades de un músico capón de la iglesia de Oviedo al que
recomienda recibir. Los comentarios al respecto no tienen desperdicio: “aunque su
voz es muy buena y con el tiempo será mejor, y más en este país por ser más seco, no se atreve a
ponerse en camino ni a entrar en examen más riguroso a causa de ser niño de doce años, aunque
sabe muy bien el canto llano y que en el de órgano cantará un papel dándole media hora de término, a menos que se le asegure conveniencia por venir expuesto a que no lo admitan después en esta
dicha iglesia”139. Esta diligencia del maestro de capilla nos da una idea del perfil del
tiple más preciado, con habilidad suficiente para el canto llano y lectura musical a
primera vista. En este mismo año, el capón Pedro de Arandala solicitaba al cabildo
ser oído y examinado para poder entrar al servicio del coro140. Sin embargo, ya
comentamos antes que el hecho de ser capón no garantizaba una validez musical.
Tenemos algunos ejemplos de cómo varios colegiales caponcillos no fueron recibidos para el servicio en la capilla. En 1736 y 1737, respectivamente, se amonesta y
despide a dos colegiales capones por no saber leer ni escribir, ni dar esperanzas de
que su voz fuera útil141.
132 Barbier, P.: op. cit. p. 38
133 Morales, Nicolás: op. Cit. pp. 420-421
134 A.C.Za. Actas Capitulares. L-126, sesión 21/01/1661
135 Ibídem, sesión 30/01/1664
136 Ibídem, L-127, sesión 14/04/1671, fol. 26v. Agradecemos a Marta Lorenzo la información sobre el caso
excepcional de Antonio Hernández.
137 Ibídem, sesión 13/10/1671, fol. 40
138 Barbier, P.: op. cit. p. 34
139 A.C.Za. Actas Capitulares. L-133, sesión 07/09/1727, fol. 53
140 Ibídem, 11/08/1727
141 Ibídem, sesiones 16/11/1736 fol. 27v y 20/05/1737 fol. 41
pag. 37
La participación de colegiales y mozos de coro
en la Capilla de Música y en las Ceremonias de la Catedral
No debe perderse de vista que la música interpretada por la capilla de la
Catedral era funcional: solemnizaba la misa y el oficio divino. El canto llano y el
canto de órgano (polifonía) estaban perfectamente integrados en la liturgia y, por
tanto, en las ceremonias. Un simple vistazo a los libros de ceremonias conservados
basta para entender que la práctica musical en el coro no era ni mucho menos estática, sino dinámica. El canto iba acompañado de un ritual en perfecta sincronización, de tal manera, que al entonar un determinado verso o frase con un mayor peso
textual o simbólico, se sucedía una respuesta en la familia coral: descubrirse la cabeza, ponerse de rodillas, de pie, etc. Del mismo modo, la interpretación de la música
también estaba condicionada por el tiempo litúrgico al que correspondía; un claro
ejemplo de ello es el canto de salmos en Semana Santa o durante la celebración de
un “entredicho” en los que la ceremonia dictaba que se cantaran en “tono bajo”.
En el Archivo de la Catedral de Zamora se conservan dos libros de ceremonias: el primero de ellos, está impreso y data de 1814, y según su preámbulo se
escribe con la intención de recoger las costumbres y ritos practicados para evitar
dudas o discusiones al respecto142. El segundo, que lleva por título Libro de Casos
Extraordinarios de la Catedral de Zamora -sobre el que estamos trabajando actualmente- abarca una banda cronológica amplia, de 1665 a 1771, y en él se asentaron aquellas ceremonias ligadas a hechos o acontecimientos excepcionales a modo de diario143. Una lectura de los mismos es indispensable para conocer de primera mano lo
que sucedía en el coro catedralicio y, sobre todo, respecto al canto llano. A juzgar
por ambos textos, la participación de los mozos de coro era doble: por un lado, realizaban la labor de asistentes de los capellanes y prebendados; y por otra, les correspondía en determinadas ceremonias entonar las antífonas de los salmos. La principal misión de la antífona es la de introducir el salmo e informarle del tono con el que
se ha de cantar144. Según el ceremonial, los mozos de coro entonaban las antífonas
de las horas de Prima y Manuales (en los días de “Racioneros”, de “Capellanes”, y la
Kalenda en los feriales), en Primeras y Segundas Vísperas (Magnificat incluido), o en
la Vigilia de Navidad (un mozo de coro daba la entonación del tercer salmo).
Respecto a su segunda actividad, un mozo era quien derramaba agua bendita con el
hisopo sobre las sepulturas, paredes y suelos de la Catedral en la función de Ánimas
y seis de ellos con hachas encendidas se colocaban en el coro antes de que concluyese la Antífona de las llamadas Antífonas Mayores o de la “O”, al igual que en las
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(1600-1750)
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Tinieblas de Miércoles Santo. Los mozos de coro también participaban en celebraciones exteriores; de hecho, sabemos que en ocasiones fueron los encargados de
hacer la farsa de Navidad o Corpus145.
La participación de los mozos de coro en la música no fue ni mucho menos
desdeñable. Hemos comentado que debían de tener conocimientos de canto llano.
En los capítulos de sus calidades se disponía que en “el ejercicio de canto que se oviere de
hacer, se pasen las cosas que se hayan de cantar el día siguiente, en particular en tiempo de Adviento,
Cuaresma y Vigilias y Cuatro Temporas, para que se cante con más destreza y sin errar”146. Pero
tampoco debemos pasar por alto que, derivado de una de las diferencias entre el cantor y el sochantre, y tal y como hemos comentado, el cantor tenía potestad para castigarles cuando estuviesen en el atril, por lo que podríamos deducir su participación en
el canto de órgano desde el siglo XVI. No en vano, contamos con más pruebas que
demuestran esa participación de los mozos de coro en el canto de órgano, contempladas en los capítulos a los que tantas veces hemos hecho referencia: “que se estatuye
y ordena que seis plazas de mozos de coro, las primeras que vacaren, estén deputadas para seis mozos
de muy buenas voces, de los cuales tengan muy buenas esperanzas, procurando si fuere posible que
sean capones, que vivan con el maestro de capilla o con el sochantre que tengan particular cuidado
en enseñarlos”147. Por tanto, el cabildo permitía el paso de los mozos de coro a la capilla, manteniendo su condición y dando preferencia a los que estuviesen castrados,
con la idea de ocupar voces de tiples y contraltos. Efectivamente, en las primeras
décadas del siglo XVII encontramos a varios mozos de coro con la denominación de
“tiples”. Concretamente nos referimos a Andrés de Villafañe, Domingo Rodríguez,
Juan Baptista de Medrano, Andrés Álvarez, Juan Concejo y Alonso de Fuentes. No
queremos decir que después de los años veinte del Seiscientos no hubiera mozos de
coro tiples en la capilla, sino que al, menos, no se les denomina como tales.
142 A.H.D.Za. Mitra. Libros Impresos, nº 14
143 A.C.Za. Libros Manuscritos, nº 287. Actualmente, estamos realizando una transcripción y estudio del
mismo.
144 Asensio Palacios, J.C.: El canto gregoriano. Alianza Música, Madrid, 2003, p. 274
145 Vid. Ventura Crespo, C.: Historia del Teatro en Zamora. Ayuntamiento de Zamora. Zamora, 2006
146 A.C.Za. Leg. 39/3
147 Ibídem
pag. 39
La participación de los colegiales del Seminario aparece igualmente en los
libros de ceremonias, estando ligada también a las Antífonas. Cuando las Vísperas
eran de Dominica de Feria o de “infraoctava”, la primera antífona la “levantaba” un
colegial y los salmos el sochantre. La lección breve de las Completas la cantaba un
colegial, si asistía el Obispo. Durante las procesiones comunes realizadas por las
naves Domingos, Miércoles y Sábados, los versículos también se decían por dos
colegiales. Del mismo modo, un colegial era quien entonaba las Antífonas del Oficio
Parvo y el Benedicamus Domine, y las pertenecientes a la Cuaresma; y, por último,
durante la Semana Santa, las Antífonas de las Vísperas y Completas y el Benedicamus
Domine, eran entonados por un sólo colegial.
Los documentos medievales sobre la representación que realizaban los
monaguillos el Domingo de Ramos en la ciudad, se refieren al canto que los niños
hacían del Gloria Laus, un himno propio de la procesión de Ramos, compuesto por
Teodulfo de Orleáns en el siglo IX, que junto al Pueri Hebraeorum portantes y otros
variadísimos formularios musicales148, rememoraban la entrada de Jesús de Nazaret
en Jerusalén. El Gloria Laus, según la tradición, estaba ligado al momento en el que la
procesión llegaba a las puertas cerradas de la iglesia, las cuales se golpeaban con la
cruz procesional, entonándose entonces este himno a modo de diálogo entre los de
un lado y otro de la puerta. Curiosamente, la referencia que nos aportan los documentos zamoranos del siglo XIII, sitúan la interpretación del Gloria Laus junto a una de
las puertas de la ciudad, la llamada Puerta del Mercadillo, lo que podría hacer pensar
que dicha ceremonia se realizara junto a este postigo y no en el umbral de un templo.
Hemos visto cómo tanto los mozos de coro como los colegiales participaban en el canto de órgano, junto con el resto de la capilla. Ahora bien, saber qué
partes concretas interpretaban es una tarea difícil de concretar y no exenta de riesgo. Obviamente, los colegiales y mozos capones, y los más pequeños en edad, cantarían las voces de tiple, pero los más mayores -pues hay que recordar que podían
tener dicha condición hasta bien entrados los veinte años- es probable que hicieran
de tenores o incluso de contrabajos. Sólo en algunos casos excepcionales podemos
asegurar las partes musicales interpretadas por los niños o muchachos. Uno de los
pocos ejemplos que podemos reseñar a este respecto, corresponde a las Pasiones de
Domingo de Ramos y Viernes Santo de García de Salazar, en concreto a una copia
existente en el Archivo de la Catedral datada en 1906, donde en uno de los compases de los versos aparece escrito un significativo “los niños”. Parece que los niños
se encargaban, pues, de entonar los versos de algunos motetes; en 1677, con moti-
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vo de la procesión de la Virgen de los Remedios a la Catedral, la capilla interpretó
en el atrio de la iglesia Sub Tuum Praesidium, reseñándose por el maestro de ceremonias que los muchachos se habían encargado de los versos. La práctica del canto
alternatim fue muy común en la época que tratamos: consistía en alternar el canto
llano con la polifonía o con el órgano u otros instrumentos149. En el Oficio de
Vísperas, por ejemplo, todo se hacía en canto gregoriano, excepto los salmos impares –de los cinco que corresponden a esta hora- y el cántico evangélico, en los que
debía alternarse la salmodia de los versos impares –algunas veces pares– con la polifonía de los restantes versos150. El Libro de Casos Extraordinarios recoge esta práctica al relatar el traslado de los Santos Cuerpos de San Ildefonso y San Atilano en
1699: “La capilla comenzó a este tiempo a cantar la Antífona, Sacerdotes et Pontífices, y después
salmos, ‘Beatus Vir’, ‘Laudate Pueri Dominem’ y otros, alternando con gran gusto el órgano”151.
La participación de los colegiales en los villancicos del ciclo de Navidad
viene constatada por diversas fuentes; no en vano, la prueba (ensayo) se realizaba, al
menos durante un tiempo, en el Seminario por expreso deseo del Cabildo. En las
Actas Capitulares aparecen registrados varios acuerdos para gratificar a determinados colegiales por la brillantez con la que habían interpretado los villancicos. De esta
manera, los padres de Francisco Martínez recibieron de la hacienda catedralicia 100
reales, “por lo bien que ha cantado esta Pascua de Navidad”152; al igual que los tres colegiales que en 1668 recibieron 50 reales por los villancicos153. Pero, tal vez, estas pagas
extras no fueran tan excepcionales, pues sabemos que se acostumbraba hacer un
reparto sobre los miembros de la capilla que hubieran participado, similar al de su
intervención en celebraciones fuera del ámbito catedralicio154. La presencia de los
colegiales en estas fiestas estaba determinada por la asistencia a las mismas de la
148 Asensio Palacios: op. cit. p. 153
149 Sobre la práctica del alternatim, vid. Pérez Sierra, José: “La interpretación alternatim del canto gregoriano y
la polifonía según un libro polifónico del Monasterio de San Lorenzo del Escorial (siglos XVI-XVII)”, en V
Congreso de la Sociedad Española de Musicología, Madrid, 2001, pp. 621-642
150 Asensio Palacios, J.C.: “Oficio de Vísperas del Común de Confesores no Pontífices”, notas a la grabación
Vísperas de Confesores de José de Nebra. La Grand Chapelle. Lauda Musica, 2006
151 A.C.Za. Libro de Casos Extraordinarios..., op. cit. Fol.
152 A.C.Za. Actas Capitulares. L-125, sesión 07/01/1653
153 Ibídem, L-126, sesión 15/06/1668
154 “Que se de quinientos reales a los músicos en esta forma: 150 reales a Barragán; 50 reales al niño de Manuel
Redondo; 100 reales a los colegiales; 200 reales a los músicos y demás pesonas que asistieron a la fiesta
de Reyes para efecto de una merienda”. Ibídem, L-126, sesión 15/01/1668
155 “Licencia al Prior Juan Duro, mayordomo de Cuarenta Horas, para que elija a los tres prebendados para decir
las Misas, se les deje la plata y elija a los colegiales que quisiere”. Ibídem, L-134, sesión 27/01/1736. Citado
en Martín Márquez, A. op. cit. p. 43, nota 175: La Celebración de las Cuarenta Horas en Zamora durante los
siglos XVII y XVIII. Festival Internacional de Música “Pórtico de Zamora”. Zamora, 2007, p. 43, nota 175
pag. 41
capilla de música. En la función de las Cuarenta Horas, por ejemplo, se atestigua su
participación desde 1673 y, por lo que puede deducirse de la documentación, el
mayordomo de ella tenía la posibilidad de elegir a los niños que más le agradasen de
entre la capilla de colegiales155.
Zamora, Enero de 2008
NIÑOS Y TIPLES EN LA CATEDRAL DE ZAMORA
(1600-1750)
APROXIMACIÓN A SU ESTUDIO

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