Untitled - Frente de Madrid
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Untitled - Frente de Madrid
El pasado 4 de julio Frente de Madrid participó en las 4º jornadas sobre la Guerra Civil Española en el pueblo de Quijorna (Madrid) y por tercer año, Frente de Madrid ha tenido la oportunidad de recrear una trinchera de la época y un ataque a la misma durante la Batalla conocida como Batalla de Brunete. El Ayuntamiento de la localidad ha organizado las jornadas contando con la colaboración del colectivo Guadarrama, la Asociación de recreación histórica Frente de Madrid y el museo de la Guardia Civil. Exposición, conferencias, bolsa de militaria y rutas históricas por la zona de combates han sido las actividades de estas jornadas. Como en años anteriores Frente de Madrid se ha encargado del apartado de recreación histórica. Este año hemos estrenado lugar de recreación. En este caso se ha planos confeccionados por Frente de Madrid, como anécdota, durante la excavación apareció una bomba de aviación alemana de 50 kilos, por si teníamos dudas que la zona escogida para la recreación fue zona de combate. La recreación en sí misma empezó el día 4 a eso de las 10:00, hora en que nos empezamos a dar cita los participantes. Asociaciones como “Ejercito de Ebro”, “Línea XYZ”, “Sancho de Beurko” y recreantes individuales que han venido desde lugares tan dispares como Galicia, Málaga, Ávila o incluso un compañero del grupo inglés “La columna” así como voluntarios que participaron el año anterior y no han querido perder la oportunidad de volver a participar del mundo de la recreación, han hecho de este año el más numeroso en cuanto a participantes y también el más numeroso de público. más apreciado por nuestros visitantes. Sorpresa de algunos, curiosidad y mucho interés en general ante la posibilidad de pasearse por un museo vivo. Como en años anteriores recibimos muchas muestras de afecto y ánimos para continuar con nuestra labor de dar a conocer la historia y poder tocarla con las manos. A las 21:00 dio lugar la escenificación del combate, intenso como siempre, pirotecnia, efectos de sonido y la incorporación de elementos nuevos como el tendido de una línea telefónica en pleno campo de batalla para solicitar apoyo artillero. Como el año anterior, La trinchera escenificaba una posición del ejercito nacional que era atacada por el ejercito republicano. La 46 División republicana al mando de Valentín González “El campesino” lucha por la conquista de Quijorna. La madrugada del 5 de julio de 1937 comienza la ofensiva republicana, los días 6 y 7 de julio son de intensos combates con las fuerzas defensoras para finalmente Quijorna pasar a manos republicanas. Coincidiendo prácticamente la fecha de la recreación con la fecha en que se iniciaron las operaciones, realizamos una representación de la primera fase de los combates antes de la conquista republicana. excavado una trinchera en el campo de Golf del municipio, lo que nos ha dado oportunidad de ejecutar una posición más grande que años anteriores y poder incorporar a la trinchera, además de los espacios habituales de otros años, una cocina de campaña, letrinas y un puesto de socorro. En el caso de la cocina completamente operativa, ya que parte de la reconstrucción consistía en cocinar unas “píldoras del doctor Negrín” apodo con el que se conocía a los guisos de lentejas en el lado gubernamental. Aunque en este caso nuestras lentejas tenían mayor condimento que las de época ya que le acompañaron unas cuantas liebres. Sin duda ha sido una de las facetas de la recreación más dura y más llamativa. Gracias a nuestros sacrificados compañeros de cocina pudimos disfrutar de un guiso excelente. El Ayuntamiento como años anteriores cavó la trinchera según Toda la mañana del sábado nos dedicamos a fortificar y atrezzar la trinchera mientras los compañeros de cocina preparaban el guiso. Convivir con la historia. Después de la comida a pie de trinchera y con utensilios de época, el necesario descanso. A eso de las 17:00 comenzaron los ensayos de la recreación, en este año se ha rodado un cortometraje ambientado en la guerra civil y que ha aprovechado la recreación para poder rodar planos de acción. La productora Carisma incorporó a un grupo de actores en el asalto de la trinchera a fin de poder incorporar las imágenes a su producción. Entre 19:00 y 21:00 el público pudo visitar la trinchera e intercambiar experiencias y comentarios con los miembros del grupo. Los visitantes pudieron sentir la vida semienterrada de cualquier posición de nuestra última guerra civil, los objetos cotidianos las peculiaridades de la vida en las trincheras fueron lo Las fuerzas de la 101 brigada mixta republicana perteneciente a la 46 División, consiguen acercarse sin ser vistos e iniciar un ataque por sorpresa. Ataque a la posición con movimientos envolventes por los flancos con el fin de dividir las fuerzas defensivas. Ante el consistente ataque republicano el ejercito nacional se retira de las posiciones más avanzadas que son tomadas por el ejercito republicano como cabeza de puente y distraer a las fuerzas defensivas del ataque principal en el flanco contrario. Como ya nos es habitual, en el momento de mayor tensión, justo antes de llegar al cuerpo a cuerpo, el combate termina en un abrazo entre los combatientes. Este año al disponer de un espacio mayor el despliegue de ataque pudo reproducirse con más realismo. Una actividad intensa, que nos deja un grato sabor de boca. En definitiva una ventana al pasado para que los visitantes pudieran pasearse por la historia de España. El 25 de julio de 1938, fuerzas de la Agrupación Autónoma del Ebro, al mando del Coronel Modesto, cruzan el Ebro, iniciando la que se conocería como batalla del Ebro. Exactamente 71 años después, y por segundo año consecutivo, tuvo lugar la recreación del histórico cruce en la localidad zaragozana de Fayón, emulando a las fuerzas de la 42ª División, encargadas de cruzar entre Mequinenza y Fayón. La recreación, organizada por la Asociación Memoria Histórico Militar Ebro 1938, es sin ninguna duda una de las más espectaculares que se organizan actualmente en España de cualquier época histórica, tanto por el número de recreadores, que este año fue de alrededor de 200 personas, como por la abundancia de medios. Al gran despliegue pirotécnico y la presencia de artillería y caballería, como también ocurrió el año pasado, este año se han sumado varios aviones de época y la presencia del Terminus, camión Ford que sirvió como puesto de mando avanzado del Cuartel General de Franco, cuya presentación pública tuvo lugar en la recreación de Torre de Arcas de este mismo año. También hay que destacar el espectacular puesto sanitario montano por los compañeros del Ejército del Ebro. La recreación se completó con una feria de militaria y una muy interesante exposición fotográfica sobre la ocupación de Caspe por las tropas nacionales en 1938 y sobre la línea fortificada de La Fatarella. Aprovechando la visita que realizó Frente de Madrid al pueblo viejo de Belchite, varios miembros de la Asociación, junto con el fotógrafo Ismael Issa, realizaron una sesión fotográfica en la ruinas del pueblo de Belchite, recreando la entrada de las fuerzas republicanas en el pueblo tras vencer la dura resistencia de 13 días de las fuerzas nacionales que quedaron sitiadas en el mismo. Los visitantes que recorrían las hoy abandonas calles de Belchite, tras superar la sorpresa inicial de ver a cuatro soldados del ejercito republicano en el año 2009, no podían evitar realizarse una foto con nosotros y preguntar curiosos cuando podían ver la recreación de los combates por Belchite. A lo largo del mes de julio, junto con las actividades anteriormente reseñadas, Frente de Madrid colaboró en la realización del cortometraje “Campo de Batalla”, dirigido por Fran Casanova y producido por la Escuela de Cine Septima Ars y Carisma Films. En el corto, Antonio, un joven soldado republicano, se encuentra al frente de un asalto a una trinchera nacional, cuando en mitad del combate se percata de la presencia de un niño perdido y asustado y decide ir en su ayuda separándose del resto del grupo y comenzando así un viaje que le llevará a descubrir una inesperada y reveladora sorpresa. El rodaje tuvo lugar a lo largo de cinco días en la localidad de Quijorna, en dos localizaciones diferentes, la primera aprovechando la trinchera excava para la recreación histórico de la batalla de Brunete, y la segunda en una antigua mina de cal usada durante la guerra civil como refugio por la fuerzas republicanas. Frente de Madrid colaboró con esta producción, aportado los uniformes, armas y pertrechos para el equipo artístico, material de atrezzo para la ambientación y como figuración y en tareas de asesoramiento histórico. De forma previa al rodaje, y para facilitar que el equipo artístico y técnico se familiarizará con la equipación y los movimientos de época, Septima Ars planteó la idea de realizar el último fin de semana de junio dos jornadas de instrucción, para lo cual varios miembros de Frente de Madrid se trasladaron a Quijorna, donde se uniformó y equipó a todo el equipo del cortometraje y se realizaron varias sesiones de formación teórica, sobre el contexto histórico de la Guerra Civil y la batalla de Brunete, y de formación práctico, sobre orden cerrado, orden abierto, instrucción con fusil y lanzamiento de granadas. Los próximos días 10 y 11 de octubre, Frente de Madrid se desplazará a las cercanías de la capital castellonense, en concreto al Aeroclub Castellón, donde se llevarán a cabo las tradicionales jornadas de recreación histórico militar, que vienen celebrándose desde el año 2004. Al evento acudirán multitud de grupos de recreación El domingo 21 de junio, y por primera en el Día del Niño de Pozuelo, evento organizado por la Concejalía de Juventud del Ayuntamiento de Pozuelo de Alarcón, la recreación histórica hizo acto de presencia. Tuvimos la oportunidad de montar un puesto de información sobre las actividades de la Asociación y un puesto de mando, como complemento a una muestra de uniformes tanto del bando republicano como nacional. En un ambiente muy familiar y con gran afluencia de público, la respuesta del mismo fue muy positiva en todos los sentidos. Entre fotografías con los visitantes histórica de diferentes periodos: desde hoplitas griegos de la edad antigua, a unidades contemporáneas, pasando por la edad media, las guerras napoleónicas, las dos conflagraciones mundiales, así como, claro está, la Guerra Civil Española del 1936-1939, representada por los diferentes grupos dedicados al periodo. Durante el evento, el público y anécdotas e historias familiares, pasamos una jornada muy agradable, constatando, una vez más, el asistente podrá asistir a simulaciones de combates, escenificaciones de la vida cotidiana de los combatientes, en las distintas posiciones de los diferentes periodos y admirar vehículos militares de época. También se podrán encontrar diversos puestos de venta de material histórico para disfrute de coleccionistas, recreadores y público en general. gran interés que despierta la recreación histórica de la guerra civil. Por su indudable interés, incluimos este capítulo completo de “Homenaje a Cataluña” de George Orwell. En el se narra con gran lujo de detalles, una incursión nocturna contra las trincheras enemigas, en el marco de la ofensiva sobre Huesca de la primavera de 1937. Detalles sobre uniformidad, armamento, táctica y, lo más importante, los sentimientos y sensaciones de un combatiente de primera línea. -¡Camaradas! ¡Municiones! ¡ Muchísimas municiones, aquí! -No queremos municiones -dijo alguien-, queremos fusiles. Era verdad. La mitad de nuestros fusiles estaban inutilizados por el barro. Podían limpiarse, pero es peligroso sacar el cerrojo de un fusil en la oscuridad donde fácilmente puede extraviarse. Carecíamos de todo medio de iluminación, salvo una pequeña linterna que mi esposa había logrado comprar en Barcelona. Unos pocos hombres que habían conservado sus fusiles en condiciones iniciaron un fuego desganado contra los lejanos resplandores. Nadie se atrevía a disparar demasiado seguido, pues hasta los mejores fusiles podían encasquillarse si se recalentaban. Éramos unos dieciséis dentro del parapeto, incluidos los pocos heridos. Algunos de éstos, ingleses y españoles, habían quedado al otro lado. Patrick O'Hara, un irlandés de Belfast que tenía cierta experiencia en primeros auxilios, iba de un lado a otro con paquetes de vendas vendando a los heridos. Cada vez que regresaba al parapeto, y a pesar de sus indignados gritos de ¡POUM!, se exponía incluso al fuego de los propios compañeros. Comenzamos a registrar la posición. Había varios muertos tirados por ahí, pero no me detuve a examinarlos. Lo que me interesaba era la ametralladora. Mientras yacíamos sobre el barro, me había preguntado vagamente por qué no disparaba. Iluminé con mi linterna el nido de ametralladoras. ¡Amarga desilusión! No estaba allí. Quedaban el trípode y varias cajas de municiones y repuestos, pero el arma había sido trasladada. Sin duda, actuaron cumpliendo una orden, pero fue estúpido y cobarde proceder así, pues de haber dejado la ametralladora en su lugar habrían aniquilado a muchos de nosotros. Nos sentíamos furiosos, pues soñábamos con apoderarnos de una ametralladora. Miramos por todas partes, pero no encontramos nada de gran valor. Abundaban las granadas, de un tipo bastante inferior a las nuestras, que explotaban tirando de una cuerda. Guardé un par en el bolsillo como recuerdo. Resultaba imposible no sentirse conmovido ante la miseria de las trincheras fascistas. El desorden de ropas, libros, comida, objetos personales, que existía en nuestras trincheras, aquí faltaba por completo; estos pobres reclutas sin paga no parecían poseer otra cosa que algunas mantas y unos pocos trozos de pan mojado. En el extremo más alejado había un pequeño refugio con un ventanuco que se encontraba en parte sobre el nivel del suelo. Lo iluminamos con la linterna desde la ventanilla y de inmediato dimos rienda suelta a nuestra alegría. Un objeto cilíndrico en un estuche de cuero, de más de un metro de alto y diez centímetros de diámetro, estaba apoyado contra la pared. Se trataba seguramente del cañón de la ametralladora. Nos precipitamos a través de la abertura y descubrimos que el estuche de cuero no contenía nada perteneciente a una ametralladora, sino algo que, en nuestro ejército desprovisto de armas, resultaba aún más valioso. Era un enorme telescopio, de sesenta o setenta aumentos por lo menos, con un trípode plegable. En nuestro sector no se conocían esos telescopios y los necesitábamos desesperadamente. Lo sacamos de manera triunfal y lo colocamos contra el parapeto para llevárnoslo más tarde con nosotros. En ese momento, alguien gritó que los fascistas se acercaban. Sin duda el estrépito de las detonaciones se había hecho mucho más intenso. Resultaba obvio que los fascistas no lanzarían un contraataque desde la derecha, pues ello implicaba atravesar la tierra de nadie y asaltar su propio parapeto. Si tenían sentido común nos atacarían desde el interior de la línea. Me dirigí hacia el otro extremo de la posición, que tenía forma de herradura, de modo que otro parapeto nos protegía a la izquierda. Un fuego graneado procedía de esa dirección, pero no tenía mayor importancia. El peligro estaba enfrente, pues allí no contábamos con protección alguna. Una lluvia de balas pasaba por encima de nuestras cabezas. Parecía proceder de la otra posición fascista sobre la línea; era evidente que el Batallón de Choque no había logrado capturarla. Ahora el ruido resultaba ensordecedor. Era el estruendo incesante, como un redoble de tambores, de una masa de fusiles que yo estaba acostumbrado a oír desde cierta distancia; por primera vez, me encontraba en medio de él. A estas horas el fuego se había extendido ya, desde luego, varios kilómetros a lo largo del frente y en torno a nosotros. Douglas Thompson, con un brazo herido que le colgaba inútil a un costado, se aguantaba recostado en el parapeto y disparaba con una sola mano hacia los fogonazos. Alguien cuyo fusil se había atascado, le recargaba el suyo. Éramos unos cuatro o cinco en este lado. Estaba claro lo que había quehacer. Había que arrastrar los sacos de arena desde el parapeto delantero y levantar una barricada en el lado no protegido; y había que hacerlo sin demora. Las balas pasaban muy alto todavía, pero la altura podía reducirse en cualquier momento. Por los fogonazos a nuestro alrededor calculé que nos las veíamos con cien o doscientos hombres. Comenzamos a tirar de los sacos para arrastrarlos unos veinte metros hacia adelante y apilarlos de forma desordenada. Era una tarea ímproba. Los sacos ran grandes, cada uno pesaba un quintal, y moverlos exigía un gran esfuerzo. A veces la arpillera podrida se rasgaba y la arena húmeda caía sobre nosotros como una cascada, metiéndosenos por el cuello y las mangas. Recuerdo haber sentido un profundo horror ante todo aquello: la confusión, la oscuridad, el ruido, el barro, la lucha con los sacos que reventaban, y todo el. tiempo estorbado por el fusil, que no me atrevía a dejar en ninguna parte por temor a perderlo. Hasta le grité a alguien mientras avanzábamos a trompicones llevando un saco: «¡Esto es la guerra! ¿No es espantoso?». De pronto, una sucesión de largas figuras comenzó a saltar por encima del parapeto de delante. Cuando se aproximaron, vimos que llevaban el uniforme del Batallón de Choque y nos alegramos, pensando que eran refuerzos; sin embargo, sólo eran cuatro, tres alemanes y un español. Más tarde nos enteramos de lo que les había ocurrido a las milicias de choque. No conocían el terreno y, en la oscuridad, habían avanzado en dirección errónea hasta toparse con la alambrada fascista, donde muchos de ellos perdieron la vida. Estos cuatro se habían perdido, por suerte para ellos. Los alemanes no hablaban una palabra de inglés, francés o español. Con gran dificultad y muchos gestos, les explicamos lo que hacíamos y les pedimos ayuda para construir la barricada. Los fascistas habían hecho traer una ametralladora. La podíamos ver escupiendo fuego como un buscapiés a unos cien o doscientos metros; las balas pasaban por encima de nosotros con un chasquido seco y continuo. No tardamos en colocar bastantes sacos como para contar con un parapeto bajo, detrás del cual los pocos hombres que estábamos a ese lado de la posición nos podíamos echar y disparar. Yo estaba de rodillas detrás de ellos. Un disparo de mortero silbó y se estrelló en chorreándole por la cara debido a una pequeña herida, se puso de rodillas y arrojó una granada. Nos agachamos, esperando el estallido. En la trayectoria fue dejando una estela de chispas, pero no explotó. (Por lo menos una cuarta parte de estas granadas eran inútiles.) Yo tenía solamente las de los fascistas y no sabía con certeza cómo manejarlas. Pregunté si todavía les quedaba alguna granada. alguna parte de la tierra de nadie. Ése era otro peligro, pero necesitarían algunos minutos para ubicar nuestra posición. Ahora que habíamos terminado de luchar con esos malditos sacos de arena podía incluso resultar de alguna manera divertido el ruido, la oscuridad, los fogonazos que se acercaban cada vez más, nuestros propios hombres respondiendo a los fogonazos. Hasta había tiempo para pensar un poco. Recuerdo haberme preguntado si tenía miedo, y haberme respondido que no. Afuera, donde quizá había corrido menos peligro, me había sentido casi enfermo de miedo. De pronto, alguien volvió a gritar que los fascistas se acercaban. Esta vez no había duda al respecto, pues los fogonazos se veían mucho más cercanos. Vi uno a menos de veinte metros. Evidentemente avanzaban por la trinchera de comunicación. A veinte metros estábamos a tiro de granada; éramos ocho o nueve, muy cerca unos de otros; bastaría una sola granada bien colocada para hacernos volar por los aires. Bob Smillie, con la sangre Douglas Moyle buscó en el bolsillo y me pasó una. La arrojé y me tiré boca abajo. Por uno de esos golpes de suerte que suceden una vez al año logré arrojar la granada exactamente en el sitio donde había visto un fogonazo. Se oyó el estruendo de la explosión y de inmediato un alboroto infernal de alaridos y quejidos. Por lo menos le habíamos dado a uno de ellos; no sé si murió, pero sin duda estaba malherido. ¡Pobre desgraciado! ¡Pobre desgraciado! Sentí un vago pesar mientras le oía gritar. En ese instante, a la tenue luz de unos fogonazos, vi o creí ver una figura de pie cerca del lugar de donde habían salido los disparos. Dirigí en esa dirección mi fusil y disparé. Hubo otro alarido, pero creo que seguía siendo de la víctima de la granada. Se arrojaron varias granadas más. Los próximos fogonazos que vimos estaban ya muy lejos, a cien metros o más. Los habíamos hecho retroceder; por lo menos provisionalmente. Todos comenzaron a maldecir y a preguntar por qué demonios no nos mandaban refuerzos. Con una metralleta o veinte hombres con fusiles limpios podíamos defender ese lugar contra un batallón. En ese momento Paddy Donovan, que era el segundo en la línea de mando tras Benjamín y había sido enviado en busca de órdenes, trepó por encima del parapeto delantero. -¡Eh! ¡Salid! ¡Todos afuera, inmediatamente! -¿Cómo? -¡Hay que retirarse! ¡Salid! -¿Por qué? -Ordenes. ¡De vuelta a nuestras líneas y a paso ligero! Algunos ya escalaban el parapeto de delante. Varios trataban de transportar una pesada caja de municiones. Pensé en el telescopio que había dejado apoyado contra el parapeto, al Otro lado de la posición. Pero entonces vi que los cuatro integrantes de las milicias de choque, actuando, supongo, según una orden misteriosa recibida con antelación, habían comenzado a correr por la trinchera que conducía a la otra posición fascista, donde los esperaba la muerte. Ya habían desaparecido en la oscuridad. Corrí tras ellos, tratando de traducir al español la orden de retirada hasta que por fin grité: «¡Atrás! ¡Atrás!», que quizá tenía el mismo significado. El español me entendió e hizo retroceder a los otros. Paddy aguardaba junto al parapeto. -Vamos, daos prisa. -Pero, el telescopio... -¡Al diablo el telescopio! Benjamín aguarda afuera... Trepamos hacia el otro lado. Paddy aguantó la alambrada para que pasara. En cuanto nos apartamos de la protección que ofrecía el parapeto fascista nos encontramos con un fuego infernal que parecía proceder de todas partes, también de nuestro sector; pues todo el mundo disparaba a lo largo de la línea. Dondequiera que nos dirigiésemos, una nueva lluvia de balas pasaba junto a nosotros; nos condujeron de un lado a otro en la oscuridad como a un rebaño de ovejas. El hecho de arrastrar la caja de municiones -una de esas cajas que contienen mil setecientas cincuenta cargas y pesan casi un quintal- dificultaba la marcha, sobre todo porque también llevábamos granadas y fusiles abandonados por los fascistas. Aunque la distancia de parapeto a parapeto no era ni de doscientos metros y la mayoría de nosotros conocíamos el terreno, en pocos minutos nos encontramos completamente perdidos. Chapoteábamos al azar en el barro, sabiendo únicamente que las balas venían de ambos lados. No había luna para guiarse, pero el cielo se estaba poniendo un poco más claro. Nuestras líneas estaban al este de Huesca; yo quería quedarme donde estábamos hasta que los primeros rayos de la aurora nos indicaran dónde quedaba el este, pero los demás se opusieron. Seguimos chapoteando, modificando nuestra dirección varias veces y haciendo turnos para tirar de la caja de municiones. Por fin, vimos la baja línea plana de un parapeto frente a nosotros. Podía ser la nuestra o la fascista; nadie tenía la menor idea de adónde íbamos. Benjamín reptó sobre su vientre entre unos altos hierbajos blancuzcos hasta situarse a unos veinte metros. Todos comenzaron a maldecir y a preguntar por qué demonios no nos mandaban refuerzos. Con una metralleta o veinte hombres con fusiles limpios podíamos defender ese lugar contra un batallón. Ya estaba aclarando. A lo largo de la línea todavía resonaba un fuego sin sentido, como la llovizna que sigue cayendo luego de una tormenta. Recuerdo que todo tenía un aspecto desolador: las ciénagas, los sauces llorones, el agua amarilla en el fondo de las trincheras y los rostros agotados de los hombres cubiertos de barro y ennegrecidos por el humo. Cuando regresé a mi refugio en la trinchera, los tres hombres con quienes la compartía ya estaban profundamente dormidos. Se habían arrojado al suelo con el equipo puesto y los fusiles embarrados apretados contra ellos. Todo estaba mojado, dentro y fuera. Una larga búsqueda me permitió reunir bastantes astillas secas como para encender un pequeño fuego. Luego fumé el cigarro que me había estado reservando y que, con gran sorpresa por mi parte, no se había roto durante la noche. Tiempo después supe que la acción había resultado un éxito. Se trataba meramente de una salida para que los fascistas apartaran tropas del otro lado de Huesca, donde los anarquistas volvían a atacar. Yo supuse que los fascistas habían utilizado cien o doscientos hombres en el contraataque, pero un desertor nos dijo más tarde que eran seiscientos. Creo que mentía los desertores, por motivos evidentes, a menudo tratan de caer bien mediante adulaciones. Era una gran pena lo del telescopio. La idea de haber perdido ese magnífico botín me duele aun ahora. En orden a la dificultad, estiman los estrategas del Cuerpo de Ejército Marroquí, la operación militar más complicada, tras la de desembarco, es la de paso de un río, lo que requiere un conjunto de cualidades: pericia, técnica, audacia, disciplina, precisión y un perfecto funcionamiento de los servicios. “Ninguna, o muy poca de estas condiciones reúne el enemigo”. (Jorge M. Reverte “La Batalla del Ebro”) - Esto va a ser un puto guirigay. El sargento de ingenieros rumia su mal fario pese a la consigna de absoluto silencio. Consigna ociosa pues ¿quién quiere de hacerse oír?. Hasta la respiración lacerada de angustia parece retumbar en los oídos de los que esperan para embarcar, empapados en sudor pese al fresco nocturno de la ribera. Tratan de no respirar. ¿Y si el enemigo tuviera escuchas a este lado del río? Pudiera ser ¿por qué no? En las tres ultimas noches grupos de nadadores han cruzado el cauce para hacer reconocimiento del dispositivo que aguarda en la orilla opuesta, así que ¿por qué no han podido hacer lo mismo esta noche los facciosos?. Pero sea por la consigna, por que el miedo ha secado las gargantas, o porque no hay puñetera cosa que decir a estas alturas, nadie habla. Solo trasciende a los más próximos, eso si muy quedo, otro gruñido de resquemor del ingeniero. - Y encima a oscuras, cagüen la hostia. - ¿Cómo que no hay pasarela? ***** Manuel Alvárez, “Manolín”, comandante de la 42, no está para hostias. Con la que se viene encima se agradece gente de ánimos, y no aves de mal agüero como la que le acaban de poner delante. Pese a todo no le parece que el sargento de ingenieros esté disfrutando con la de venir a tocar los cojones a medianoche, ni tampoco hace diez minutos que ha mandado a hacer gárgaras con cajas destempladas a un pipiolo que puño en alto trataba de darle una arenga - a él, ¡a “Manolín”! - de la alta moral de la tropa y la circunstancia histórica que estaban a punto de afrontar para acabar con las tropas invasoras y la madre que las parió. El sargento no parece impresionado, más bien casi aburrido por este despacho sobrevenido y trasnochado. Lleva en danza desde buena mañana intentando que alguien le haga caso, y eso es complicado si no se traen buenas noticias. Después de rebotar por comandancias de compañía, batallón y brigada solo ha conseguido quedarse en ayunas, y que un par de celosos comisarios le quisieran buscar las vueltas por derrotista. A una cantinela halagüeña el primer oficial le habría despachado de vuelta a lo suyo con palmaditas en el hombro, antes darse la carrera a la comandancia de división y apuntarse el tanto. Pero el mensaje pica como un manojo de avispas y nadie ha querido lidiar el morlaco. El último capotazo le ha dejado en suerte frente al comandante de división, para que le suelte el caramelo personalmente… si hay bemoles. El comandante de la división contempla al sargento como si acabara de apalear a su mismísimo padre después de haberse tirado a su santa madre, y el sargento devuelve la mirada desde un cansancio que recorre dos añitos de guerra en el bando que no gana, y que acaba en la perdida jornada de hoy. El ingeniero peina canas, Manolín calcula que doblará la edad a sus jefes de batallón, y es raro un suboficial tan “viejo” en el Ejercito Popular. Más aún en el Ejército del Ebro donde el mismo Modesto no pasa de 32 brejes, por no hablar del niñato de Tagüeña que manda todo el XV cuerpo con 25 añitos recién cumplidos. - No es que no la haya, que no la hay todavía, claro. Es que no la podrá haber mi comandante. El retintín cuartelero del “mi comandante” con el que acaba de cumplirle hace que el asturiano mire largo y de paredón al ingeniero. - Explíquese. - Es muy sencillo mi comandante: las condiciones del terreno no lo permiten. Sencillamente no es posible tender una pasarela. Manolín, desde luego no está para hostias. El sargento entrevé ya las acusaciones de emboscado, sino directamente de sabotaje. No está haciendo amigos está noche. - ¡¡ Pues tenéis que tenderla mecagondiós!! ¿Cómo cojones vamos a pasar el Ebro sin pasarela? ¿no habíais parido los de ingenieros unas pasarelas ligeras de corcho que se calzan en cualquier lado? - No se puede ni con las ligeras. Las orillas son demasiado escarpadas y la corriente se las trae. Aunque nos pongamos a tender la pasarela no la podremos hacer firme con solidez para que pase la gente, y menos el material pesado. Es lo que hay mi comandante, y no me alegro. - ¡No me puedes salir ahora con esto! - No es cosa mía mi comandante, y si hubiera podido informar antes lo hubiera hecho. Mi gente y yo no hemos reconocido el terreno hasta esta mañana porque todo era secreto, y llevo desde entonces intentando que alguien me haga caso. No habrá pasarela, hay que pensar en otra cosa. El comandante parece caer de pronto en que está hablando con un simple sargento, y esto ya no es como cuando las milicias. - ¿Y el oficial de ingenieros? - El teniente Fajardo ha sufrido una indisposición y me ha dejado al mando. - ¿Indisposición? - Disentería... creo No son inusuales las cagaleras con esta agua, pero mira tú que oportuna la disentería del Fajardo de los cojones. Manolín medio se sonríe. - Parece que la gente se caga antes de tiempo ¿he sargento? El ingeniero agradece el guiño cómplice de veterano que quiere romper la tensión. Igual con suerte no le arresta por sabotaje o cualquier otra hostia. Pero que pase del berrinche al compadreo no cambia las cosas, y el problema sigue siendo el mismo del que vino a informar. - Habrá ocasión de cagarse para todos, pero en la pasarela no podrá ser. Faltan menos de 24 horas para que el Ejercito Popular esté en situación de dar un vuelco espectacular a una guerra que no viene ganando precisamente, y es la segunda vez que el sargento le plantea pensar en otra cosa. Manolín - mejor con miel que con vinagre - busca ahora el apoyo del veterano, y tutea medio con camaradería. - ¿Tú has pensado algo? - Lo que hay mi comandante. Las barcas. - ¿Con las barcas quieres pasar el río a una brigada? Que coño ¡¡a una división!! - Eso es cosa de la Infantería de Marina mi comandante. Nosotros somos ingenieros, no barqueros. Teníamos que montar la pasarela y no es posible. Es posible que más abajo, en Ribarroja, si se pueda, las riberas no son tan abruptas. Lo mejor sería que fuera a reforzar allí con mi gente y el material que tenemos. Manolín, definitivamente, no está para hostias. - No hay Infantería de Marina camarada, no la suficiente. Las compañías afectadas a la operación se han destinado al sector central. Tendréis que ser barqueros sargento, me tenéis que pasar a la 226 al otro lado del Ebro. Hay que tomar los Auts y aguantarle el puñetero flanco derecho a todo el XV Cuerpo de Ejercito, y no me van a joder las órdenes unos ingenieros que no quieran remar ¿estamos? Vamos a pasar ese río y tu y tu gente no os vais ni a Ribarroja ni a ninguna parte, ¡os quedáis aquí a solucionar la papeleta que para eso estáis!!. No hay más que hablar. La mirada del comandante refrenda punto por punto lo que acaba de decir, aunque se cuida mucho de revelar que la misión de la 42 división forma parte del “dispositivo de distracción” de la maniobra del Ebro. Es más que dudoso que se puedan tomar las alturas de los Auts, como no cojan a los facciosos meneándosela. Van de esponja, simplemente se espera es que sean capaces de fijar en su sector todas las fuerzas enemigas posibles para aliviar el esfuerzo principal en el sector central . Aunque quien sabe... El sargento de ingenieros ve que pintan bastos, así que se permite el tuteo de quien no tiene nada más que perder esta noche... y a saber las que vienen. - A tus ordenes mi comandante. Si hay que ser barqueros, seremos barqueros. - ¡Mi barquero está borracho! ***** Una mirada a la figura tambaleante que malamente mantiene el equilibrio apoyándose en un remo confirma que, el atribulado capitán no exagera. El cabo de ingenieros no sabe como achantar la risa. La cosa tiene coña. - Hombre mi capitán, algo alegre si anda el muchacho, pero ya verá que rema como un desesperado cuando empiece el ajo. Además no hay más remeros, claro que también puede remar su gente… si sabe. Vamos, que yo empezaba ya a darle café bien cargado. Los de ingenieros andan locos intentando organizar el embarque de los 50 hombres del 901 batallón que integran la vanguardia que ha de establecer, por sorpresa, una cabeza de puente en la orilla derecha, para que pueda cruzar el Ebro el resto de la 226 brigada mixta, y más tarde el resto de la 42 división. A estas alturas que un remero ande borracho inquieta en lo concerniente a de donde rayos puede haber sacado el licor, y sobre todo si hay más bebercio circulando entre la tropa. El alcohol es buen remedio contra el miedo, pero mal ayudante para una operación como la que se afronta. Lo último que apetece es una alegre cuadrilla de fusileros entonando cánticos regionales mientras derivan por el río a la vista y escucha del enemigo, desde luego no es lo mejor para atacar por sorpresa. Es casi milagroso que se haya podido establecer algo parecido a un orden de embarque, y más aún que éste parezca funcionar con relativa fluidez. Los ingenieros no saben que coño puede llegar a pasar cuando las barcas crucen el río, pero han puesto sus hígados en que al menos cada cual embarque donde y con quien le toca. De los que van a dar el salto nadie está por la labor de tocar las narices a los de ingenieros, ni siquiera el barquero borracho que se acomoda dócilmente a la diatriba que le administra un sargento mientras jura que por mucho que lleve puesto está en condiciones de cumplir su misión. La vanguardia de la vanguardia, una fuerza mixta de infantes e ingenieros, va al mando de un teniente. Los fusileros han de asegurar un perímetro mínimo en torno al punto de desembarco, y los ingenieros dirigir el desembarco para facilitar un inmediato despliegue en buen orden… eso se pretende al menos. El cumplimiento del horario establecido se convierte en obsesión. El “fregao” va a empezar aquí, entre Fayón y Mequinenza, a las 12:30.. Inmediatamente después y a partir de este punto todo un ejercito comenzará en cascada el paso del río más caudaloso de la vieja Iberia, confiando en su audacia, sorpresa y rapidez para desbordar al enemigo en la orilla derecha, sus únicas bazas ante la más que aplastante superioridad de medios técnicos -sobre todo artillería y aviación- del adversario. Aunque cueste creerlo en medio de los tropezones, la ansiedad, el miedo atroz y las blasfemias, la oscuridad de una noche todavía serena es su mejor aliada. Apenas se han necesitado diez minutos para cruzar el curso de agua. Los primeros en saltar a tierra son la escuadra de fusileros, aunque no antes que uno de los ingenieros se haya lanzado al agua y desde allí haya facilitado la maniobra de aproximación de la primera barca que llevaba a los infantes. Inmediatamente se hace cargo de la segunda barca que ya roza la orilla, los ingenieros desembarcan a la carrera aleccionados por los gruñidos de su malhumorado sargento, e inmediatamente comienzan a orquestar el flujo de barcas, hombres y equipo que converge hacia el escueto saliente elegido para el desembarco. Todo transcurre vertiginosamente, aunque la percepción del curso de los acontecimientos, la cifra y medida del tiempo transcurrido en esta locura se ha dislocado por completo. Una breve riada de sombras se despliega por la orilla derecha, y se divide en grupos que evolucionan con una precisión tanto más sorprendente por cuanto desconocen el terreno en el que acaban de irrumpir. La maniobra de conjunto es rápida y fluida, los suboficiales están encima del asunto y los oficiales van delante, tirando de la gente. Rumor de órdenes quedas, blasfemias, llamadas a compañeros que no están donde tenían que estar… Pese a todo el desconcierto es breve. Los ingenieros han hecho su trabajo - “sin pasarela ni hostias”- y en menos de un cuarto de hora tres pelotones han cubierto lo que serán las posiciones de partida de la 226 brigada mixta para asaltar las alturas de los Auts. Del enemigo de momento no hay ni rastro, y nadie le echa de menos. (Continuará) Si los hombres que defienden una posición se diesen perfecta cuenta de lo que representa lo que vulgarmente se llama chaquetear, no lo haría ni uno solo, y ésta es la misión que tienen los oficiales y comisarios: llevar a los soldados de su mando al convencimiento de que una trinchera en la que los hombres que la ocupan se hayan sacrificado un poquito en trabajar en ella, es casi imposible de perder si a los combatientes el oficial les dice simplemente: “tienes que construir refugios dentro de las trincheras, por escuadras”, lo hacen porque no queda otro remedio que acatar las ordenes; pero si, por el contrario, les explica los beneficios que con ellos se obtienen, lo hacen con agrado y satisfacción, porque saben que en un momento de ataque por sorpresa o golpe de mano se encuentra la sección o compañía com- pleta en línea; mientras que si, por el contrario, tienen los refugios en contrapendiente, es mucho más el tiempo que se invierte en llegar a la trinchera, y eso contando con que todos los hombres tengan una moral fuerte, que si es débil el espíritu de conservación les aconseja huir y dejar en mala situación a los compañeros que han tenido la hombría de cumplir con su misión. Estos refugios también tienen la ventaja de que en caso de ataque enemigo con preparación artillera la posición la defienden las máquinas hasta que cesan las baterías, que es por lo regular cuando el enemigo está cerca de las alambradas; entonces, es muy breves segundos, los hombres salen de sus refugios y se encuentra la compañía completa en línea, abre fuego rápido y hace muchas bajas, y el que no cae, sufre una gran desmoralización por creer que habíamos sido eliminados por la artillería e ir confiado en que no encontraría enemigo, confirmándose así que la astucia es uno de los factores principales de la guerra. También ha de explicarlos por qué la trinchera no se construye en línea recta, que es mucho más corta; primeramente no se construye así porque al caer un proyectil dentro de la trinchera sería barrida por su metralla que se marcha en linea recta; por el contrario, si está ondulada tropezará en la primera curva. También tiene la ventaja de que si el enemigo operase con tanques y uno sólo consi- Las mismas ventajas tiene contra la aviación. Si el aparato pica de frente o por nuestra espalda, de cada viaje nos podría hacer dos o tres bajas a los sumo, porque no puede batir más de lo que gire su ametralladora. Si pica de costado, al ser la trinchera recta la tiene toda batida; si es ondulada no tienen batido más que los puntos que se hallen en la línea recta de vuelo y, por lo tanto, es muy dificil hacer bajas. guiese llegar a la altura de nuestra líneas, con girar la torreta hacia un lado si la trinchera es recta, la tendría batida totalmente; si, por el contrario, es ondulada, podrá batir muy poquito espacio de trinchera, ahorrándonos muchas bajas. Otra de las malas costumbr es es hacer las trincheras en lo más alto de las pendientes, porque tiene el inconveniente, en algunos casos, de que al vernos obligados a abandonarlas, estas mismas trincheras sirven para que nos hostigue el enemigo con toda tranquilidad. Por el contrario, si se construye en la pendiente con salida de evacuación, no sirve más que para nosotros, porque no tiene vistas más que al campo enemigo, es mucho más dificil el tiro para la artillería, y la aviación para ametrallarnos lo puede hacer únicamente de flanco y con dificultad. (continuará) Con la finalización de la Guerra de Marruecos, el ejército español emprendió una reforma para disponer de uniformes y equipos normalizados, dejando atrás la excesiva variedad uniformológica y cromática que hasta entonces le había caracterizado, y facilitando el funcionamiento de los servicios de intendencia y la producción textil. Fue una de las medidas adoptadas para la modernización del ejército durante la dictadura del general Miguel Primo de Rivera. Ese uniforme será, con pocas variaciones, el habitualmente empleado durante los primeros meses del conflicto civil del 36, por los combatientes regulares de ambos bandos. Este uniforme fue reglamentario para todas las unidades del ejército, con las excepciones de Regulares, Aviación, Tercio, Mehalas, Carabineros, Casa Real-Guardia Presidencial, Guardia Civil y Compañías de Mar, entre el resto de unidades, sólo las plazas montadas tendrían ligeras variaciones. El uniforme tenía las variedades de “Diario” y “Campaña”. Se establecieron dos tipos de tejido, algodón para periodos o regiones cálidas y lana para las frías, en color caqui verdoso. Las tropas a pie dispondrían de: UNIFORME DE DIARIO: Modelo de invierno Guerrera de lana; de cuello vuelto cerrado por corchetes, llevando los emblemas del cuerpo o arma, dos bolsillos de fuelle en la zona superior, cerrados por botón, mangas sin vuelta ni botón, hombreras simples trapezoidales, en los costados dos fuertes corchetes de latón para sujetar el cinto y cerrada por cinco botones de madera o pasta. Pantalón de lana; tipo bombacho, acabado por debajo de la rodilla y atado en las pantorrillas. Vendas polainas; de paño caqui, 12cm de ancho en el centro y 9cm en los extremos, 2 metros de longitud, se ata mediante cintas de algodón del mismo color bajo la rodilla. (Durante la guerra las medidas y dimensiones variaron, debido a la escasez de materia prima y a la multiplicidad de talleres). Borceguíes; (botas bajas), de piel de becerro.(En campaña se utilizaban alternativamente las alpargatas, por ausencia de borceguíes o para evitar su desgaste en periodos cálidos o terrenos suaves). Tabardo; en forma de chaquetón, de cuello vuelto, cierre cruzado por cinco pares de botones, dos bolsillos en la parte inferior, hombreras simples y mangas con vueltas. Boina; de lana color caqui, sin vivos ni emblemas, de diámetro exterior 14 cms superior al de la cabeza. (A partir de 1933 la prenda de cabeza fue el gorrillo isabelino con borla). Modelo de verano Guerrera de algodón; del mismo diseño que la de lana. (Durante el verano la guerrea se vió muchas veces desplazada por las camisas de algodón caqui). Pantalón de algodón; al llamado “pantalón polaina” por llevar esta unida, se cerraba al exterior con botones color caqui, y por medio de una trabilla por debajo del borceguí. También conocidos como “pantalón granadero”. Ceñidor; provisto de correa, hebilla y tahalí. Sombrero blando; de algodón caqui, ala ancha pespunteada y ribeteada, barboquejo de cuero cerrado por hebilla y dos ojetes caquis de aireación a cada costado. (Conocido como “chambergo”). (A partir de 1933 la prenda de cabeza fue el gorrillo isabelino con borla). UNIFORME DE CAMPAÑA: Para maniobras y campaña se empleaba el mismo uniforme que de diario, pero con el correaje correspondiente al arma de dotación, y con las prendas convenientes. En el caso de los fusileros: Cinturón; color avellana de 40 mm de anchura, cerrado de chapa metálica, con el emblema del cuerpo o arma en relieve, y dorada o plateada, según arma o cuerpo. Tirantes; (trinchas) con forma de “Y”, color avellana. Cartucheras; en cuero avellana, tres, dos delanteras y una trasera, de 14x9x5,5 cms, cada una con capacidad de 50 cartuchos Mauser de 7mm para las armas de reglamento, Mauser español en sus tres variedades: carabina (tercerola) M1895, mosquetón M1916 y fusil M1893 (corta, mediano y largo, respectivamente). Tahalí; para llevar el machetebayoneta con su vaina en el lado izquierdo. Los modelos reglamentarios de machete bayoneta eran el corto, modelo 1898 o el largo, modelo 1913. (Al conjunto se le denomina correaje tipo Carniago). Cantimplora; de aluminio, tapón de corcho, modelo 1914. Cacillo; (vaso), de aluminio, con trabilla de cuero, modelo 1893. Morral; (bolsa de costado) con bandolera. Tejido de algodón, 32x25x12 cms, cerrado con hebilla metálica. Manta de lana. Capote Manta caqui. Fuente: Revista Eurouniformes 1888-1979.Nacido en Leganés, a los trece años ingresa en la Academia de Infantería de Toledo, siendo el número uno de su promoción. Ya en Marruecos, como capitán de Estado Mayor, participa en diversas acciones bélicas y asciende por méritos de guerra a comandante en 1916. Herido en 1924, participa en la planificación y toma parte en el desembarco de Alhucemas. La Segunda República lo destina a la Primera Inspección del Ejército hasta octubre de 1934 cuando es designado junto a otros militares para que realice un denominado "Plan de Movilización y Defensa Militar de España cara a un posible alzamiento". Aplastada la revolución en Asturias, Aranda es puesto al frente de la brigada de montaña de Asturias. En julio de 1936 el gobierno confía en Aranda pues el propio coronel garantiza telefónicamente su fidelidad a la República. Organiza un convoy de voluntarios mineros, obreros y sindicalistas para salvar al gobierno pero el transporte es detenido en León, previo aviso de Aranda, y sus principales responsables son fusilados, por ello sería conocido como “El traidor Aranda”. El 20 de julio se encierra en Oviedo con un grupo de falangistas y una compañía de guardias de asalto. Resiste cercado hasta octubre de 1936 en que recibe la ayuda de tropas gallegas, y mantiene la defensa de la ciudad hasta la caída del Frente Norte, lo que le valdría el ascenso al generalato y ser laureado. Obtiene el mando de la 8ª División y posteriormente del Cuerpo de Ejército de Galicia al frente del cual tomará parte en la batalla de Teruel, alcanzará después el Mediterráneo en Vinaroz y, en 1939, llegará a Valencia donde será nombrado capitán general de esa región. Ve declinar su estrella al declararse partidario de los aliados en la segunda guerra mundial. En 1943 se integra junto a otros generales en una conspiración monárquica contra Franco. Descubierta la trama es confinado en Mallorca pasando a la situación de reserva sin que pudiera ser reclamado su ascenso a teniente general que sólo obtendría en 1976 ya muerto el dictador.