Untitled - Frente de Madrid

Transcripción

Untitled - Frente de Madrid
El pasado 4 de julio Frente de
Madrid participó en las 4º jornadas
sobre la Guerra Civil Española en
el pueblo de Quijorna (Madrid) y
por tercer año, Frente de Madrid
ha tenido la oportunidad de recrear
una trinchera de la época y un
ataque a la misma durante la
Batalla conocida como Batalla de
Brunete.
El Ayuntamiento de la localidad
ha organizado las jornadas
contando con la colaboración del
colectivo Guadarrama, la
Asociación de recreación histórica
Frente de Madrid y el museo de
la Guardia Civil. Exposición,
conferencias, bolsa de militaria y
rutas históricas por la zona de
combates han sido las actividades
de estas jornadas.
Como en años anteriores Frente
de Madrid se ha encargado del
apartado de recreación histórica.
Este año hemos estrenado lugar
de recreación. En este caso se ha
planos confeccionados por Frente
de Madrid, como anécdota,
durante la excavación apareció
una bomba de aviación alemana
de 50 kilos, por si teníamos dudas
que la zona escogida para la
recreación fue zona de combate.
La recreación en sí misma empezó
el día 4 a eso de las 10:00, hora
en que nos empezamos a dar cita
los participantes. Asociaciones
como “Ejercito de Ebro”, “Línea
XYZ”, “Sancho de Beurko” y
recreantes individuales que han
venido desde lugares tan dispares
como Galicia, Málaga, Ávila o
incluso un compañero del grupo
inglés “La columna” así como
voluntarios que participaron el año
anterior y no han querido perder
la oportunidad de volver a
participar del mundo de la
recreación, han hecho de este
año el más numeroso en cuanto
a participantes y también el más
numeroso de público.
más apreciado por nuestros
visitantes.
Sorpresa de algunos, curiosidad
y mucho interés en general ante
la posibilidad de pasearse por un
museo vivo. Como en años
anteriores recibimos muchas
muestras de afecto y ánimos para
continuar con nuestra labor de dar
a conocer la historia y poder
tocarla con las manos.
A las 21:00 dio lugar la
escenificación del combate,
intenso como siempre, pirotecnia,
efectos de sonido y la
incorporación de elementos
nuevos como el tendido de una
línea telefónica en pleno campo
de batalla para solicitar apoyo
artillero. Como el año anterior, La
trinchera escenificaba una
posición del ejercito nacional que
era atacada por el ejercito
republicano.
La 46 División republicana al
mando de Valentín González “El
campesino” lucha por la conquista
de Quijorna. La madrugada del 5
de julio de 1937 comienza la
ofensiva republicana, los días 6 y
7 de julio son de intensos
combates con las fuerzas
defensoras para finalmente
Quijorna pasar a manos
republicanas.
Coincidiendo prácticamente la
fecha de la recreación con la fecha
en que se iniciaron las
operaciones, realizamos una
representación de la primera fase
de los combates antes de la
conquista republicana.
excavado una trinchera en el
campo de Golf del municipio, lo
que nos ha dado oportunidad de
ejecutar una posición más grande
que años anteriores y poder
incorporar a la trinchera, además
de los espacios habituales de otros
años, una cocina de campaña,
letrinas y un puesto de socorro.
En el caso de la cocina
completamente operativa, ya que
parte de la reconstrucción
consistía en cocinar unas “píldoras
del doctor Negrín” apodo con el
que se conocía a los guisos de
lentejas en el lado gubernamental.
Aunque en este caso nuestras
lentejas tenían mayor condimento
que las de época ya que le
acompañaron unas cuantas
liebres. Sin duda ha sido una de
las facetas de la recreación más
dura y más llamativa.
Gracias a nuestros sacrificados
compañeros de cocina pudimos
disfrutar de un guiso excelente.
El Ayuntamiento como años
anteriores cavó la trinchera según
Toda la mañana del sábado nos
dedicamos a fortificar y atrezzar
la trinchera mientras los
compañeros de cocina preparaban
el guiso. Convivir con la historia.
Después de la comida a pie de
trinchera y con utensilios de época,
el necesario descanso.
A eso de las 17:00 comenzaron
los ensayos de la recreación, en
este año se ha rodado un
cortometraje ambientado en la
guerra civil y que ha aprovechado
la recreación para poder rodar
planos de acción. La productora
Carisma incorporó a un grupo de
actores en el asalto de la trinchera
a fin de poder incorporar las
imágenes a su producción.
Entre 19:00 y 21:00 el público
pudo visitar la trinchera e
intercambiar experiencias y
comentarios con los miembros del
grupo. Los visitantes pudieron
sentir la vida semienterrada de
cualquier posición de nuestra
última guerra civil, los objetos
cotidianos las peculiaridades de
la vida en las trincheras fueron lo
Las fuerzas de la 101 brigada
mixta republicana perteneciente
a la 46 División, consiguen
acercarse sin ser vistos e iniciar
un ataque por sorpresa. Ataque a
la posición con movimientos
envolventes por los flancos con el
fin de dividir las fuerzas
defensivas. Ante el consistente
ataque republicano el ejercito
nacional se retira de las posiciones
más avanzadas que son tomadas
por el ejercito republicano como
cabeza de puente y distraer a las
fuerzas defensivas del ataque
principal en el flanco contrario.
Como ya nos es habitual, en el
momento de mayor tensión, justo
antes de llegar al cuerpo a cuerpo,
el combate termina en un abrazo
entre los combatientes.
Este año al disponer de un espacio
mayor el despliegue de ataque
pudo reproducirse con más
realismo. Una actividad intensa,
que nos deja un grato sabor de
boca.
En definitiva una ventana al
pasado para que los visitantes
pudieran pasearse por la historia
de España.
El 25 de julio de 1938, fuerzas
de la Agrupación Autónoma
del Ebro, al mando del
Coronel Modesto, cruzan el
Ebro, iniciando la que se
conocería como batalla del
Ebro. Exactamente 71 años
después, y por segundo año
consecutivo, tuvo lugar la
recreación del histórico cruce
en la localidad zaragozana de
Fayón, emulando a las
fuerzas de la 42ª División,
encargadas de cruzar entre
Mequinenza y Fayón.
La recreación, organizada por
la Asociación Memoria
Histórico Militar Ebro 1938, es
sin ninguna duda una de las
más espectaculares que se
organizan actualmente en
España de cualquier época
histórica, tanto por el número
de recreadores, que este año
fue de alrededor de 200
personas, como por la
abundancia de medios. Al
gran despliegue pirotécnico y
la presencia de artillería y
caballería, como también
ocurrió el año pasado, este
año se han sumado varios
aviones de época y la
presencia del Terminus,
camión Ford que sirvió como
puesto de mando avanzado
del Cuartel General de
Franco, cuya presentación
pública tuvo lugar en la
recreación de Torre de Arcas
de este mismo año. También
hay que destacar el
espectacular puesto sanitario
montano por los compañeros
del Ejército del Ebro.
La recreación se completó con
una feria de militaria y una muy
interesante exposición
fotográfica sobre la ocupación
de Caspe por las tropas
nacionales en 1938 y sobre la
línea fortificada de La Fatarella.
Aprovechando la visita que realizó Frente
de Madrid al pueblo viejo de Belchite, varios
miembros de la Asociación, junto con el
fotógrafo Ismael Issa, realizaron una sesión
fotográfica en la ruinas del pueblo de
Belchite, recreando la entrada de las fuerzas
republicanas en el pueblo tras vencer la
dura resistencia de 13 días de las fuerzas
nacionales que quedaron sitiadas en el
mismo.
Los visitantes que recorrían las hoy
abandonas calles de Belchite, tras superar
la sorpresa inicial de ver a cuatro soldados
del ejercito republicano en el año 2009, no
podían evitar realizarse una foto con
nosotros y preguntar curiosos cuando
podían ver la recreación de los combates
por Belchite.
A lo largo del mes de julio,
junto con las actividades
anteriormente reseñadas,
Frente de Madrid colaboró en
la realización del cortometraje
“Campo de Batalla”, dirigido
por Fran Casanova y
producido por la Escuela de
Cine Septima Ars y Carisma
Films. En el corto, Antonio, un
joven soldado republicano, se
encuentra al frente de un asalto
a una trinchera nacional,
cuando en mitad del combate
se percata de la presencia de
un niño perdido y asustado y
decide ir en su ayuda
separándose del resto del
grupo y comenzando así un
viaje que le llevará a descubrir
una inesperada y reveladora
sorpresa.
El rodaje tuvo lugar a lo largo
de cinco días en la localidad
de Quijorna, en dos localizaciones diferentes, la primera
aprovechando la trinchera
excava para la recreación
histórico de la batalla de
Brunete, y la segunda en una
antigua mina de cal usada
durante la guerra civil como
refugio por la fuerzas
republicanas.
Frente de Madrid colaboró con
esta producción, aportado los
uniformes, armas y pertrechos
para el equipo artístico,
material de atrezzo para la
ambientación y como
figuración y en tareas de
asesoramiento histórico.
De forma previa al rodaje, y
para facilitar que el equipo
artístico y técnico se
familiarizará con la equipación
y los movimientos de época,
Septima Ars planteó la idea de
realizar el último fin de semana
de junio dos jornadas de
instrucción, para lo cual varios
miembros de Frente de Madrid
se trasladaron a Quijorna,
donde se uniformó y equipó a
todo el equipo del cortometraje
y se realizaron varias sesiones
de formación teórica, sobre el
contexto histórico de la Guerra
Civil y la batalla de Brunete, y
de formación práctico, sobre
orden cerrado, orden abierto,
instrucción con fusil y
lanzamiento de granadas.
Los próximos días 10 y 11 de
octubre, Frente de Madrid se
desplazará a las cercanías de
la capital castellonense, en
concreto al Aeroclub
Castellón, donde se llevarán
a cabo las tradicionales
jornadas de recreación
histórico militar, que vienen
celebrándose desde el año
2004.
Al evento acudirán multitud
de grupos de recreación
El domingo 21 de junio, y por
primera en el Día del Niño de
Pozuelo, evento organizado
por la Concejalía de Juventud
del Ayuntamiento de Pozuelo
de Alarcón, la recreación
histórica hizo acto de
presencia.
Tuvimos la oportunidad de
montar un puesto de
información sobre las
actividades de la Asociación
y un puesto de mando, como
complemento a una muestra
de uniformes tanto del bando
republicano como nacional.
En un ambiente muy familiar
y con gran afluencia de
público, la respuesta del
mismo fue muy positiva en
todos los sentidos. Entre
fotografías con los visitantes
histórica de diferentes
periodos: desde hoplitas
griegos de la edad antigua, a
unidades contemporáneas,
pasando por la edad media,
las guerras napoleónicas, las
dos conflagraciones mundiales, así como, claro está,
la Guerra Civil Española del
1936-1939, representada por
los diferentes grupos
dedicados al periodo.
Durante el evento, el público
y anécdotas e historias
familiares, pasamos una
jornada muy agradable,
constatando, una vez más, el
asistente podrá asistir a
simulaciones de combates,
escenificaciones de la vida
cotidiana de los combatientes,
en las distintas posiciones de
los diferentes periodos y
admirar vehículos militares de
época.
También se podrán encontrar
diversos puestos de venta de
material histórico para disfrute
de coleccionistas, recreadores
y público en general.
gran interés que despierta la
recreación histórica de la
guerra civil.
Por su indudable interés, incluimos este capítulo completo de “Homenaje a Cataluña” de
George Orwell. En el se narra con gran lujo de detalles, una incursión nocturna contra las
trincheras enemigas, en el marco de la ofensiva sobre Huesca de la primavera de 1937.
Detalles sobre uniformidad, armamento, táctica y, lo más importante, los sentimientos y
sensaciones de un combatiente de primera línea.
-¡Camaradas! ¡Municiones! ¡
Muchísimas municiones, aquí!
-No queremos municiones -dijo
alguien-, queremos fusiles.
Era verdad. La mitad de nuestros
fusiles estaban inutilizados por
el barro. Podían limpiarse, pero
es peligroso sacar el cerrojo de
un fusil en la oscuridad donde
fácilmente puede extraviarse.
Carecíamos de todo medio de
iluminación, salvo una pequeña
linterna que mi esposa había
logrado comprar en Barcelona.
Unos pocos hombres que habían
conservado sus fusiles en
condiciones iniciaron un fuego
desganado contra los lejanos
resplandores. Nadie se atrevía a
disparar demasiado seguido,
pues hasta los mejores fusiles
podían encasquillarse si se
recalentaban. Éramos unos
dieciséis dentro del parapeto,
incluidos los pocos heridos.
Algunos de éstos, ingleses y
españoles, habían quedado al
otro lado. Patrick O'Hara, un
irlandés de Belfast que tenía
cierta experiencia en primeros
auxilios, iba de un lado a otro con
paquetes de vendas vendando a
los heridos. Cada vez que
regresaba al parapeto, y a pesar
de sus indignados gritos de
¡POUM!, se exponía incluso al
fuego de los propios compañeros.
Comenzamos a registrar la
posición. Había varios muertos
tirados por ahí, pero no me
detuve a examinarlos. Lo que me
interesaba era la ametralladora.
Mientras yacíamos sobre el barro,
me había preguntado vagamente
por qué no disparaba. Iluminé
con mi linterna el nido de
ametralladoras. ¡Amarga
desilusión! No estaba allí.
Quedaban el trípode y varias
cajas de municiones y repuestos,
pero el arma había sido
trasladada. Sin duda, actuaron
cumpliendo una orden, pero fue
estúpido y cobarde proceder así,
pues de haber dejado la
ametralladora en su lugar habrían
aniquilado a muchos de nosotros.
Nos sentíamos furiosos, pues
soñábamos con apoderarnos de
una ametralladora. Miramos por
todas partes, pero no
encontramos nada de gran valor.
Abundaban las granadas, de un
tipo bastante inferior a las
nuestras, que explotaban tirando
de una cuerda. Guardé un par
en el bolsillo como recuerdo.
Resultaba imposible no sentirse
conmovido ante la miseria de las
trincheras fascistas. El desorden
de ropas, libros, comida, objetos
personales, que existía en
nuestras trincheras, aquí faltaba
por completo; estos pobres
reclutas sin paga no parecían
poseer otra cosa que algunas
mantas y unos pocos trozos de
pan mojado. En el extremo más
alejado había un pequeño refugio
con un ventanuco que se
encontraba en parte sobre el nivel
del suelo. Lo iluminamos con la
linterna desde la ventanilla y de
inmediato dimos rienda suelta a
nuestra alegría. Un objeto
cilíndrico en un estuche de cuero,
de más de un metro de alto y
diez centímetros de diámetro,
estaba apoyado contra la pared.
Se trataba seguramente del
cañón de la ametralladora. Nos
precipitamos a través de la
abertura y descubrimos que el
estuche de cuero no contenía
nada perteneciente a una
ametralladora, sino algo que, en
nuestro ejército desprovisto de
armas, resultaba aún más
valioso. Era un enorme
telescopio, de sesenta o setenta
aumentos por lo menos, con un
trípode plegable. En nuestro
sector no se conocían esos
telescopios y los necesitábamos
desesperadamente. Lo sacamos
de manera triunfal y lo colocamos
contra el parapeto para
llevárnoslo más tarde con
nosotros. En ese momento,
alguien gritó que los fascistas se
acercaban. Sin duda el estrépito
de las detonaciones se había
hecho mucho más intenso.
Resultaba obvio que los fascistas
no lanzarían un contraataque
desde la derecha, pues ello
implicaba atravesar la tierra de
nadie y asaltar su propio
parapeto. Si tenían sentido
común nos atacarían desde el
interior de la línea. Me dirigí hacia
el otro extremo de la posición,
que tenía forma de herradura, de
modo que otro parapeto nos
protegía a la izquierda. Un fuego
graneado procedía de esa
dirección, pero no tenía mayor
importancia. El peligro estaba
enfrente, pues allí no contábamos
con protección alguna. Una lluvia
de balas pasaba por encima de
nuestras cabezas. Parecía
proceder de la otra posición
fascista sobre la línea; era
evidente que el Batallón de
Choque no había logrado
capturarla. Ahora el ruido
resultaba ensordecedor. Era el
estruendo incesante, como un
redoble de tambores, de una
masa de fusiles que yo estaba
acostumbrado a oír desde cierta
distancia; por primera vez, me
encontraba en medio de él. A
estas horas el fuego se había
extendido ya, desde luego, varios
kilómetros a lo largo del frente y
en torno a nosotros. Douglas
Thompson, con un brazo herido
que le colgaba inútil a un costado,
se aguantaba recostado en el
parapeto y disparaba con una
sola mano hacia los fogonazos.
Alguien cuyo fusil se había
atascado, le recargaba el suyo.
Éramos unos cuatro o cinco en
este lado. Estaba claro lo que
había quehacer. Había que
arrastrar los sacos de arena
desde el parapeto delantero y
levantar una barricada en el lado
no protegido; y había que hacerlo
sin demora. Las balas pasaban
muy alto todavía, pero la altura
podía reducirse en cualquier
momento. Por los fogonazos a
nuestro alrededor calculé que
nos las veíamos con cien o
doscientos
hombres.
Comenzamos a tirar de los sacos
para arrastrarlos unos veinte
metros hacia adelante y apilarlos
de forma desordenada. Era una
tarea ímproba. Los sacos ran
grandes, cada uno pesaba un
quintal, y moverlos exigía un gran
esfuerzo. A veces la arpillera
podrida se rasgaba y la arena
húmeda caía sobre nosotros
como
una
cascada,
metiéndosenos por el cuello y las
mangas. Recuerdo haber sentido
un profundo horror ante todo
aquello: la confusión, la
oscuridad, el ruido, el barro, la
lucha con los sacos que
reventaban, y todo el. tiempo
estorbado por el fusil, que no me
atrevía a dejar en ninguna parte
por temor a perderlo. Hasta le
grité a alguien mientras
avanzábamos a trompicones
llevando un saco: «¡Esto es la
guerra! ¿No es espantoso?». De
pronto, una sucesión de largas
figuras comenzó a saltar por
encima del parapeto de delante.
Cuando se aproximaron, vimos
que llevaban el uniforme del
Batallón de Choque y nos
alegramos, pensando que eran
refuerzos; sin embargo, sólo eran
cuatro, tres alemanes y un
español. Más tarde nos
enteramos de lo que les había
ocurrido a las milicias de choque.
No conocían el terreno y, en la
oscuridad, habían avanzado en
dirección errónea hasta toparse
con la alambrada fascista, donde
muchos de ellos perdieron la vida.
Estos cuatro se habían perdido,
por suerte para ellos. Los
alemanes no hablaban una
palabra de inglés, francés o
español. Con gran dificultad y
muchos gestos, les explicamos
lo que hacíamos y les pedimos
ayuda para construir la barricada.
Los fascistas habían hecho traer
una ametralladora. La podíamos
ver escupiendo fuego como un
buscapiés a unos cien o
doscientos metros; las balas
pasaban por encima de nosotros
con un chasquido seco y
continuo. No tardamos en colocar
bastantes sacos como para
contar con un parapeto bajo,
detrás del cual los pocos hombres
que estábamos a ese lado de la
posición nos podíamos echar y
disparar. Yo estaba de rodillas
detrás de ellos. Un disparo de
mortero silbó y se estrelló en
chorreándole por la cara debido
a una pequeña herida, se puso
de rodillas y arrojó una granada.
Nos agachamos, esperando el
estallido. En la trayectoria fue
dejando una estela de chispas,
pero no explotó. (Por lo menos
una cuarta parte de estas
granadas eran inútiles.) Yo tenía
solamente las de los fascistas y
no sabía con certeza cómo
manejarlas. Pregunté si todavía
les quedaba alguna granada.
alguna parte de la tierra de nadie.
Ése era otro peligro, pero
necesitarían algunos minutos
para ubicar nuestra posición.
Ahora que habíamos terminado
de luchar con esos malditos
sacos de arena podía incluso
resultar de alguna manera
divertido el ruido, la oscuridad,
los fogonazos que se acercaban
cada vez más, nuestros propios
hombres respondiendo a los
fogonazos. Hasta había tiempo
para pensar un poco. Recuerdo
haberme preguntado si tenía
miedo, y haberme respondido
que no. Afuera, donde quizá
había corrido menos peligro, me
había sentido casi enfermo de
miedo. De pronto, alguien volvió
a gritar que los fascistas se
acercaban. Esta vez no había
duda al respecto, pues los
fogonazos se veían mucho más
cercanos. Vi uno a menos de
veinte metros. Evidentemente
avanzaban por la trinchera de
comunicación. A veinte metros
estábamos a tiro de granada;
éramos ocho o nueve, muy cerca
unos de otros; bastaría una sola
granada bien colocada para
hacernos volar por los aires. Bob
Smillie, con la sangre
Douglas Moyle buscó en el
bolsillo y me pasó una. La arrojé
y me tiré boca abajo. Por uno de
esos golpes de suerte que
suceden una vez al año logré
arrojar la granada exactamente
en el sitio donde había visto un
fogonazo. Se oyó el estruendo
de la explosión y de inmediato
un alboroto infernal de alaridos y
quejidos. Por lo menos le
habíamos dado a uno de ellos;
no sé si murió, pero sin duda
estaba malherido. ¡Pobre
desgraciado! ¡Pobre desgraciado!
Sentí un vago pesar mientras le
oía gritar. En ese instante, a la
tenue luz de unos fogonazos, vi
o creí ver una figura de pie cerca
del lugar de donde habían salido
los disparos. Dirigí en esa
dirección mi fusil y disparé. Hubo
otro alarido, pero creo que seguía
siendo de la víctima de la
granada. Se arrojaron varias
granadas más. Los próximos
fogonazos que vimos estaban ya
muy lejos, a cien metros o más.
Los habíamos hecho retroceder;
por lo menos provisionalmente.
Todos comenzaron a maldecir y
a preguntar por qué demonios no
nos mandaban refuerzos. Con
una metralleta o veinte hombres
con fusiles limpios podíamos
defender ese lugar contra un
batallón. En ese momento Paddy
Donovan, que era el segundo en
la línea de mando tras Benjamín
y había sido enviado en busca
de órdenes, trepó por encima del
parapeto delantero.
-¡Eh! ¡Salid! ¡Todos afuera,
inmediatamente!
-¿Cómo?
-¡Hay que retirarse! ¡Salid!
-¿Por qué?
-Ordenes. ¡De vuelta a nuestras
líneas y a paso ligero!
Algunos ya escalaban el parapeto
de delante. Varios trataban de
transportar una pesada caja de
municiones. Pensé en el
telescopio que había dejado
apoyado contra el parapeto, al
Otro lado de la posición. Pero
entonces vi que los cuatro
integrantes de las milicias de
choque, actuando, supongo,
según una orden misteriosa
recibida con antelación, habían
comenzado a correr por la
trinchera que conducía a la otra
posición fascista, donde los
esperaba la muerte. Ya habían
desaparecido en la oscuridad.
Corrí tras ellos, tratando de
traducir al español la orden de
retirada hasta que por fin grité:
«¡Atrás! ¡Atrás!», que quizá tenía
el mismo significado. El español
me entendió e hizo retroceder a
los otros. Paddy aguardaba junto
al parapeto.
-Vamos, daos prisa.
-Pero, el telescopio...
-¡Al diablo el telescopio! Benjamín
aguarda afuera...
Trepamos hacia el otro lado.
Paddy aguantó la alambrada para
que pasara. En cuanto nos
apartamos de la protección que
ofrecía el parapeto fascista nos
encontramos con un fuego
infernal que parecía proceder de
todas partes, también de nuestro
sector; pues todo el mundo
disparaba a lo largo de la línea.
Dondequiera que nos
dirigiésemos, una nueva lluvia de
balas pasaba junto a nosotros;
nos condujeron de un lado a otro
en la oscuridad como a un rebaño
de ovejas. El hecho de arrastrar
la caja de municiones -una de
esas cajas que contienen mil
setecientas cincuenta cargas y
pesan casi un quintal- dificultaba
la marcha, sobre todo porque
también llevábamos granadas y
fusiles abandonados por los
fascistas. Aunque la distancia de
parapeto a parapeto no era ni de
doscientos metros y la mayoría
de nosotros conocíamos el
terreno, en pocos minutos nos
encontramos completamente
perdidos. Chapoteábamos al azar
en el barro, sabiendo únicamente
que las balas venían de ambos
lados. No había luna para
guiarse, pero el cielo se estaba
poniendo un poco más claro.
Nuestras líneas estaban al este
de Huesca; yo quería quedarme
donde estábamos hasta que los
primeros rayos de la aurora nos
indicaran dónde quedaba el este,
pero los demás se opusieron.
Seguimos chapoteando,
modificando nuestra dirección
varias veces y haciendo turnos
para tirar de la caja de
municiones.
Por fin, vimos la baja línea plana
de un parapeto frente a nosotros.
Podía ser la nuestra o la fascista;
nadie tenía la menor idea de
adónde íbamos. Benjamín reptó
sobre su vientre entre unos altos
hierbajos blancuzcos hasta
situarse a unos veinte metros.
Todos comenzaron a maldecir y
a preguntar por qué demonios no
nos mandaban refuerzos. Con
una metralleta o veinte hombres
con fusiles limpios podíamos
defender ese lugar contra un
batallón.
Ya estaba aclarando. A lo largo
de la línea todavía resonaba un
fuego sin sentido, como la llovizna
que sigue cayendo luego de una
tormenta. Recuerdo que todo
tenía un aspecto desolador: las
ciénagas, los sauces llorones, el
agua amarilla en el fondo de las
trincheras y los rostros agotados
de los hombres cubiertos de barro
y ennegrecidos por el humo.
Cuando regresé a mi refugio en
la trinchera, los tres hombres con
quienes la compartía ya estaban
profundamente dormidos. Se
habían arrojado al suelo con el
equipo puesto y los fusiles
embarrados apretados contra
ellos. Todo estaba mojado, dentro
y fuera. Una larga búsqueda me
permitió reunir bastantes astillas
secas como para encender un
pequeño fuego. Luego fumé el
cigarro que me había estado
reservando y que, con gran
sorpresa por mi parte, no se
había roto durante la noche.
Tiempo después supe que la
acción había resultado un éxito.
Se trataba meramente de una
salida para que los fascistas
apartaran tropas del otro lado de
Huesca, donde los anarquistas
volvían a atacar. Yo supuse que
los fascistas habían utilizado cien
o doscientos hombres en el
contraataque, pero un desertor
nos dijo más tarde que eran
seiscientos. Creo que mentía los desertores, por motivos
evidentes, a menudo tratan de
caer bien mediante adulaciones. Era una gran pena lo del
telescopio. La idea de haber
perdido ese magnífico botín me
duele aun ahora.
En orden a la dificultad, estiman los estrategas del Cuerpo de Ejército Marroquí, la operación militar más
complicada, tras la de desembarco, es la de paso de un río, lo que requiere un conjunto de cualidades:
pericia, técnica, audacia, disciplina, precisión y un perfecto funcionamiento de los servicios. “Ninguna, o
muy poca de estas condiciones reúne el enemigo”.
(Jorge M. Reverte “La Batalla del Ebro”)
- Esto va a ser un puto guirigay.
El sargento de ingenieros rumia su mal fario pese a la consigna de absoluto silencio. Consigna ociosa pues
¿quién quiere de hacerse oír?. Hasta la respiración lacerada de angustia parece retumbar en los oídos de
los que esperan para embarcar, empapados en sudor pese al fresco nocturno de la ribera. Tratan de no
respirar. ¿Y si el enemigo tuviera escuchas a este lado del río? Pudiera ser ¿por qué no? En las tres ultimas
noches grupos de nadadores han cruzado el cauce para hacer reconocimiento del dispositivo que aguarda
en la orilla opuesta, así que ¿por qué no han podido hacer lo mismo esta noche los facciosos?. Pero sea
por la consigna, por que el miedo ha secado las gargantas, o porque no hay puñetera cosa que decir a
estas alturas, nadie habla. Solo trasciende a los más próximos, eso si muy quedo, otro gruñido de resquemor
del ingeniero.
- Y encima a oscuras, cagüen la hostia.
- ¿Cómo que no hay pasarela?
*****
Manuel Alvárez, “Manolín”, comandante de la 42, no está para hostias. Con la que se viene encima se
agradece gente de ánimos, y no aves de mal agüero como la que le acaban de poner delante. Pese a todo
no le parece que el sargento de ingenieros esté disfrutando con la de venir a tocar los cojones a medianoche,
ni tampoco hace diez minutos que ha mandado a hacer gárgaras con cajas destempladas a un pipiolo que
puño en alto trataba de darle una arenga - a él, ¡a “Manolín”! - de la alta moral de la tropa y la circunstancia
histórica que estaban a punto de afrontar para acabar con las tropas invasoras y la madre que las parió.
El sargento no parece impresionado, más bien casi aburrido por este despacho sobrevenido y trasnochado.
Lleva en danza desde buena mañana intentando que alguien le haga caso, y eso es complicado si no se
traen buenas noticias. Después de rebotar por comandancias de compañía, batallón y brigada solo ha
conseguido quedarse en ayunas, y que un par de celosos comisarios le quisieran buscar las vueltas por
derrotista. A una cantinela halagüeña el primer oficial le habría despachado de vuelta a lo suyo con palmaditas
en el hombro, antes darse la carrera a la comandancia de división y apuntarse el tanto. Pero el mensaje
pica como un manojo de avispas y nadie ha querido lidiar el morlaco. El último capotazo le ha dejado en
suerte frente al comandante de división, para que le suelte el caramelo personalmente… si hay bemoles.
El comandante de la división contempla al sargento como si acabara de apalear a su mismísimo padre
después de haberse tirado a su santa madre, y el sargento devuelve la mirada desde un cansancio que
recorre dos añitos de guerra en el bando que no gana, y que acaba en la perdida jornada de hoy.
El ingeniero peina canas, Manolín
calcula que doblará la edad a sus
jefes de batallón, y es raro un
suboficial tan “viejo” en el Ejercito
Popular. Más aún en el Ejército
del Ebro donde el mismo Modesto
no pasa de 32 brejes, por no
hablar del niñato de Tagüeña que
manda todo el XV cuerpo con 25
añitos recién cumplidos.
- No es que no la haya, que no la
hay todavía, claro. Es que no la
podrá haber mi comandante.
El retintín cuartelero del “mi
comandante” con el que acaba de
cumplirle hace que el asturiano
mire largo y de paredón al
ingeniero.
- Explíquese.
- Es muy sencillo mi comandante:
las condiciones del terreno no lo permiten. Sencillamente no es posible tender una pasarela.
Manolín, desde luego no está para hostias. El sargento entrevé ya las acusaciones de emboscado, sino
directamente de sabotaje. No está haciendo amigos está noche.
- ¡¡ Pues tenéis que tenderla mecagondiós!! ¿Cómo cojones vamos a pasar el Ebro sin pasarela? ¿no
habíais parido los de ingenieros unas pasarelas ligeras de corcho que se calzan en cualquier lado?
- No se puede ni con las ligeras. Las orillas son demasiado escarpadas y la corriente se las trae. Aunque
nos pongamos a tender la pasarela no la podremos hacer firme con solidez para que pase la gente, y menos
el material pesado. Es lo que hay mi comandante, y no me alegro.
- ¡No me puedes salir ahora con esto!
- No es cosa mía mi comandante, y si hubiera podido informar antes lo hubiera hecho. Mi gente y yo no
hemos reconocido el terreno hasta esta mañana porque todo era secreto, y llevo desde entonces intentando
que alguien me haga caso. No habrá pasarela, hay que pensar en otra cosa.
El comandante parece caer de pronto en que está hablando con un simple sargento, y esto ya no es como
cuando las milicias.
- ¿Y el oficial de ingenieros?
- El teniente Fajardo ha sufrido una indisposición y me ha dejado al mando.
- ¿Indisposición?
- Disentería... creo
No son inusuales las cagaleras
con esta agua, pero mira tú que
oportuna la disentería del Fajardo
de los cojones. Manolín medio se
sonríe.
- Parece que la gente se caga
antes de tiempo ¿he sargento?
El ingeniero agradece el guiño
cómplice de veterano que quiere
romper la tensión. Igual con suerte
no le arresta por sabotaje o
cualquier otra hostia. Pero que
pase del berrinche al compadreo
no cambia las cosas, y el problema
sigue siendo el mismo del que
vino a informar.
- Habrá ocasión de cagarse para
todos, pero en la pasarela no
podrá ser.
Faltan menos de 24 horas para que el Ejercito Popular esté en situación de dar un vuelco espectacular a
una guerra que no viene ganando precisamente, y es la segunda vez que el sargento le plantea pensar
en otra cosa. Manolín - mejor con miel que con vinagre - busca ahora el apoyo del veterano, y tutea medio
con camaradería.
- ¿Tú has pensado algo?
- Lo que hay mi comandante. Las barcas.
- ¿Con las barcas quieres pasar el río a una brigada? Que coño ¡¡a una división!!
- Eso es cosa de la Infantería de Marina mi comandante. Nosotros somos ingenieros, no barqueros. Teníamos
que montar la pasarela y no es posible. Es posible que más abajo, en Ribarroja, si se pueda, las riberas
no son tan abruptas. Lo mejor sería que fuera a reforzar allí con mi gente y el material que tenemos.
Manolín, definitivamente, no está para hostias.
- No hay Infantería de Marina camarada, no la suficiente. Las compañías afectadas a la operación se han
destinado al sector central. Tendréis que ser barqueros sargento, me tenéis que pasar a la 226 al otro lado
del Ebro. Hay que tomar los Auts y aguantarle el puñetero flanco derecho a todo el XV Cuerpo de Ejercito,
y no me van a joder las órdenes unos ingenieros que no quieran remar ¿estamos? Vamos a pasar ese río
y tu y tu gente no os vais ni a Ribarroja ni a ninguna parte, ¡os quedáis aquí a solucionar la papeleta que
para eso estáis!!. No hay más que hablar.
La mirada del comandante
refrenda punto por punto lo que
acaba de decir, aunque se cuida
mucho de revelar que la misión
de la 42 división forma parte del
“dispositivo de distracción” de la
maniobra del Ebro. Es más que
dudoso que se puedan tomar las
alturas de los Auts, como no cojan
a los facciosos meneándosela.
Van de esponja, simplemente se
espera es que sean capaces de
fijar en su sector todas las fuerzas
enemigas posibles para aliviar el
esfuerzo principal en el sector
central . Aunque quien sabe... El
sargento de ingenieros ve que
pintan bastos, así que se permite
el tuteo de quien no tiene nada
más que perder esta noche... y a
saber las que vienen.
- A tus ordenes mi comandante.
Si hay que ser barqueros, seremos barqueros.
- ¡Mi barquero está borracho!
*****
Una mirada a la figura tambaleante que malamente mantiene el equilibrio apoyándose en un remo confirma que,
el atribulado capitán no exagera. El cabo de ingenieros no sabe como achantar la risa. La cosa tiene coña.
- Hombre mi capitán, algo alegre si anda el muchacho, pero ya verá que rema como un desesperado cuando
empiece el ajo. Además no hay más remeros, claro que también puede remar su gente… si sabe. Vamos,
que yo empezaba ya a darle café bien cargado.
Los de ingenieros andan locos
intentando organizar el embarque
de los 50 hombres del 901 batallón
que integran la vanguardia que ha
de establecer, por sorpresa, una
cabeza de puente en la orilla
derecha, para que pueda cruzar
el Ebro el resto de la 226 brigada
mixta, y más tarde el resto de la
42 división. A estas alturas que
un remero ande borracho inquieta
en lo concerniente a de donde
rayos puede haber sacado el licor,
y sobre todo si hay más bebercio
circulando entre la tropa. El alcohol
es buen remedio contra el miedo,
pero mal ayudante para una
operación como la que se afronta.
Lo último que apetece es una
alegre cuadrilla de fusileros
entonando cánticos regionales
mientras derivan por el río a la
vista y escucha del enemigo,
desde luego no es lo mejor para
atacar por sorpresa.
Es casi milagroso que se haya podido establecer algo parecido a un orden de embarque, y más aún que
éste parezca funcionar con relativa fluidez. Los ingenieros no saben que coño puede llegar a pasar cuando
las barcas crucen el río, pero han puesto sus hígados en que al menos cada cual embarque donde y con
quien le toca. De los que van a dar el salto nadie está por la labor de tocar las narices a los de ingenieros,
ni siquiera el barquero borracho que se acomoda dócilmente a la diatriba que le administra un sargento
mientras jura que por mucho que lleve puesto está en condiciones de cumplir su misión.
La vanguardia de la vanguardia, una fuerza mixta de infantes e ingenieros, va al mando de un teniente.
Los fusileros han de asegurar un perímetro mínimo en torno al punto de desembarco, y los ingenieros dirigir
el desembarco para facilitar un inmediato despliegue en buen orden… eso se pretende al menos. El
cumplimiento del horario establecido se convierte en obsesión. El “fregao” va a empezar aquí, entre Fayón
y Mequinenza, a las 12:30.. Inmediatamente después y a partir de este punto todo un ejercito comenzará
en cascada el paso del río más caudaloso de la vieja Iberia, confiando en su audacia, sorpresa y rapidez
para desbordar al enemigo en la orilla derecha, sus únicas bazas ante la más que aplastante superioridad
de medios técnicos -sobre todo artillería y aviación- del adversario.
Aunque cueste creerlo en medio
de los tropezones, la ansiedad, el
miedo atroz y las blasfemias, la
oscuridad de una noche todavía
serena es su mejor aliada.
Apenas se han necesitado diez
minutos para cruzar el curso de
agua. Los primeros en saltar a
tierra son la escuadra de fusileros,
aunque no antes que uno de los
ingenieros se haya lanzado al
agua y desde allí haya facilitado
la maniobra de aproximación de
la primera barca que llevaba a los
infantes. Inmediatamente se hace
cargo de la segunda barca que ya
roza la orilla, los ingenieros
desembarcan a la carrera
aleccionados por los gruñidos de
su malhumorado sargento, e
inmediatamente comienzan a
orquestar el flujo de barcas,
hombres y equipo que converge
hacia el escueto saliente elegido
para el desembarco.
Todo transcurre vertiginosamente, aunque la percepción del curso de los acontecimientos, la cifra y medida
del tiempo transcurrido en esta locura se ha dislocado por completo. Una breve riada de sombras se
despliega por la orilla derecha, y se divide en grupos que evolucionan con una precisión tanto más
sorprendente por cuanto desconocen el terreno en el que acaban de irrumpir. La maniobra de conjunto es
rápida y fluida, los suboficiales están encima del asunto y los oficiales van delante, tirando de la gente.
Rumor de órdenes quedas, blasfemias, llamadas a compañeros que no están donde tenían que estar…
Pese a todo el desconcierto es breve. Los ingenieros han hecho su trabajo - “sin pasarela ni hostias”- y
en menos de un cuarto de hora tres pelotones han cubierto lo que serán las posiciones de partida de la
226 brigada mixta para asaltar las alturas de los Auts.
Del enemigo de momento no hay ni rastro, y nadie le echa de menos.
(Continuará)
Si los hombres que defienden
una posición se diesen
perfecta cuenta de lo que
representa lo que vulgarmente se llama chaquetear,
no lo haría ni uno solo, y ésta
es la misión que tienen los
oficiales y comisarios: llevar
a los soldados de su mando
al convencimiento de que
una trinchera en la que los
hombres que la ocupan se
hayan sacrificado un poquito
en trabajar en ella, es casi
imposible de perder si a los
combatientes el oficial les
dice simplemente: “tienes
que construir refugios dentro
de las trincheras, por escuadras”, lo hacen porque no
queda otro remedio que
acatar las ordenes; pero si,
por el contrario, les explica
los beneficios que con ellos
se obtienen, lo hacen con
agrado y satisfacción, porque
saben que en un momento
de ataque por sorpresa o
golpe de mano se encuentra
la sección o compañía com-
pleta en línea; mientras que
si, por el contrario, tienen los
refugios en contrapendiente,
es mucho más el tiempo que
se invierte en llegar a la
trinchera, y eso contando con
que todos los hombres
tengan una moral fuerte, que
si es débil el espíritu de
conservación les aconseja
huir y dejar en mala situación
a los compañeros que han
tenido la hombría de cumplir
con su misión.
Estos refugios también tienen
la ventaja de que en caso de
ataque enemigo con
preparación artillera la
posición la defienden las
máquinas hasta que cesan
las baterías, que es por lo
regular cuando el enemigo
está cerca de las alambradas; entonces, es muy
breves segundos, los
hombres salen de sus
refugios y se encuentra la
compañía completa en línea,
abre fuego rápido y hace
muchas bajas, y el que no
cae, sufre una gran desmoralización por creer que
habíamos sido eliminados
por la artillería e ir confiado
en que no encontraría
enemigo, confirmándose así
que la astucia es uno de los
factores principales de la
guerra.
También ha de explicarlos
por qué la trinchera no se
construye en línea recta, que
es mucho más corta;
primeramente no se construye así porque al caer un
proyectil dentro de la
trinchera sería barrida por su
metralla que se marcha en
linea recta; por el contrario,
si está ondulada tropezará
en la primera curva. También
tiene la ventaja de que si el
enemigo operase con
tanques y uno sólo consi-
Las mismas ventajas tiene
contra la aviación. Si el
aparato pica de frente o por
nuestra espalda, de cada
viaje nos podría hacer dos o
tres bajas a los sumo, porque
no puede batir más de lo que
gire su ametralladora. Si pica
de costado, al ser la trinchera
recta la tiene toda batida; si
es ondulada no tienen batido
más que los puntos que se
hallen en la línea recta de
vuelo y, por lo tanto, es muy
dificil hacer bajas.
guiese llegar a la altura de
nuestra líneas, con girar la
torreta hacia un lado si la
trinchera es recta, la tendría
batida totalmente; si, por el
contrario, es ondulada, podrá
batir muy poquito espacio de
trinchera, ahorrándonos
muchas bajas.
Otra de las malas costumbr es es hacer las
trincheras en lo más alto de
las pendientes, porque tiene
el inconveniente, en algunos
casos, de que al vernos
obligados a abandonarlas,
estas mismas trincheras
sirven para que nos hostigue
el enemigo con toda
tranquilidad. Por el contrario,
si se construye en la
pendiente con salida de
evacuación, no sirve más que
para nosotros, porque no
tiene vistas más que al
campo enemigo, es mucho
más dificil el tiro para la
artillería, y la aviación para
ametrallarnos lo puede hacer
únicamente de flanco y con
dificultad.
(continuará)
Con la finalización de la Guerra de
Marruecos, el ejército español
emprendió una reforma para
disponer de uniformes y equipos
normalizados, dejando atrás la
excesiva variedad uniformológica y
cromática que hasta entonces le
había caracterizado, y facilitando el
funcionamiento de los servicios de
intendencia y la producción textil.
Fue una de las medidas adoptadas
para la modernización del ejército
durante la dictadura del general
Miguel Primo de Rivera.
Ese uniforme será, con pocas
variaciones, el habitualmente
empleado durante los primeros
meses del conflicto civil del 36, por
los combatientes regulares de
ambos bandos. Este uniforme fue
reglamentario para todas las
unidades del ejército, con las
excepciones de Regulares, Aviación,
Tercio, Mehalas, Carabineros, Casa
Real-Guardia Presidencial, Guardia
Civil y Compañías de Mar, entre el
resto de unidades, sólo las plazas
montadas tendrían ligeras
variaciones.
El uniforme tenía las variedades de
“Diario” y “Campaña”.
Se establecieron dos tipos de tejido,
algodón para periodos o regiones
cálidas y lana para las frías, en color
caqui verdoso.
Las tropas a pie dispondrían de:
UNIFORME DE DIARIO:
Modelo de invierno
Guerrera de lana; de cuello vuelto
cerrado por corchetes, llevando los
emblemas del cuerpo o arma, dos
bolsillos de fuelle en la zona superior,
cerrados por botón, mangas sin
vuelta ni botón, hombreras simples
trapezoidales, en los costados dos
fuertes corchetes de latón para
sujetar el cinto y cerrada por cinco
botones de madera o pasta.
Pantalón de lana; tipo bombacho,
acabado por debajo de la rodilla y
atado en las pantorrillas.
Vendas polainas; de paño caqui,
12cm de ancho en el centro y 9cm
en los extremos, 2 metros de
longitud, se ata mediante cintas de
algodón del mismo color bajo la
rodilla. (Durante la guerra las
medidas y dimensiones variaron,
debido a la escasez de materia
prima y a la multiplicidad de talleres).
Borceguíes; (botas bajas), de piel
de becerro.(En campaña se
utilizaban alternativamente las
alpargatas, por ausencia de
borceguíes o para evitar su desgaste
en periodos cálidos o terrenos
suaves).
Tabardo; en forma de chaquetón,
de cuello vuelto, cierre cruzado por
cinco pares de botones, dos bolsillos
en la parte inferior, hombreras
simples y mangas con vueltas.
Boina; de lana color caqui, sin vivos
ni emblemas, de diámetro exterior
14 cms superior al de la cabeza. (A
partir de 1933 la prenda de cabeza
fue el gorrillo isabelino con borla).
Modelo de verano
Guerrera de algodón; del mismo
diseño que la de lana. (Durante el
verano la guerrea se vió muchas
veces desplazada por las camisas
de algodón caqui).
Pantalón de algodón; al llamado
“pantalón polaina” por llevar esta
unida, se cerraba al exterior con
botones color caqui, y por medio de
una trabilla por debajo del borceguí.
También conocidos como “pantalón
granadero”.
Ceñidor; provisto de correa, hebilla
y tahalí.
Sombrero blando; de algodón
caqui, ala ancha pespunteada y
ribeteada, barboquejo de cuero
cerrado por hebilla y dos ojetes
caquis de aireación a cada costado.
(Conocido como “chambergo”). (A
partir de 1933 la prenda de cabeza
fue el gorrillo isabelino con borla).
UNIFORME DE CAMPAÑA:
Para maniobras y campaña se
empleaba el mismo uniforme que
de diario, pero con el correaje
correspondiente al arma de dotación,
y con las prendas convenientes. En
el caso de los fusileros:
Cinturón; color avellana de 40 mm
de anchura, cerrado de chapa
metálica, con el emblema del cuerpo
o arma en relieve, y dorada o
plateada, según arma o cuerpo.
Tirantes; (trinchas) con forma de
“Y”, color avellana.
Cartucheras; en cuero avellana,
tres, dos delanteras y una trasera,
de 14x9x5,5 cms, cada una con
capacidad de 50 cartuchos Mauser
de 7mm para las armas de
reglamento, Mauser español en sus
tres variedades: carabina (tercerola)
M1895, mosquetón M1916 y fusil
M1893 (corta, mediano y largo,
respectivamente).
Tahalí; para llevar el machetebayoneta con su vaina en el lado
izquierdo. Los modelos
reglamentarios de machete
bayoneta eran el corto, modelo 1898
o el largo, modelo 1913.
(Al conjunto se le denomina correaje
tipo Carniago).
Cantimplora; de aluminio, tapón de
corcho, modelo 1914.
Cacillo; (vaso), de aluminio, con
trabilla de cuero, modelo 1893.
Morral; (bolsa de costado) con
bandolera. Tejido de algodón,
32x25x12 cms, cerrado con hebilla
metálica.
Manta de lana.
Capote Manta caqui.
Fuente: Revista Eurouniformes
1888-1979.Nacido en Leganés, a los trece años ingresa en la Academia de Infantería de Toledo, siendo
el número uno de su promoción. Ya en Marruecos, como capitán de Estado Mayor, participa en diversas
acciones bélicas y asciende por méritos de guerra a comandante en 1916. Herido en 1924, participa en
la planificación y toma parte en el desembarco de Alhucemas. La Segunda República lo destina a la Primera
Inspección del Ejército hasta octubre de 1934 cuando es designado junto a otros militares para que realice
un denominado "Plan de Movilización y Defensa Militar de España cara a un posible alzamiento". Aplastada
la revolución en Asturias, Aranda es puesto al frente de la brigada de montaña de Asturias. En julio de
1936 el gobierno confía en Aranda pues el propio coronel garantiza telefónicamente su fidelidad a la
República. Organiza un convoy de voluntarios mineros, obreros y sindicalistas para salvar al gobierno pero
el transporte es detenido en León, previo aviso de Aranda, y sus principales responsables son fusilados,
por ello sería conocido como “El traidor Aranda”. El 20 de julio se encierra en Oviedo con un grupo de
falangistas y una compañía de guardias de asalto. Resiste cercado hasta octubre de 1936 en que recibe
la ayuda de tropas gallegas, y mantiene la defensa de la ciudad hasta la caída del Frente Norte, lo que le
valdría el ascenso al generalato y ser laureado. Obtiene el mando de la 8ª División y posteriormente del
Cuerpo de Ejército de Galicia al frente del cual tomará parte en la batalla de Teruel, alcanzará después
el Mediterráneo en Vinaroz y, en 1939, llegará a Valencia donde será nombrado capitán general de esa
región. Ve declinar su estrella al declararse partidario de los aliados en la segunda guerra mundial. En
1943 se integra junto a otros generales en una conspiración monárquica contra Franco. Descubierta la
trama es confinado en Mallorca pasando a la situación de reserva sin que pudiera ser reclamado su ascenso
a teniente general que sólo obtendría en 1976 ya muerto el dictador.

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