1 - Biblioteca Virtual del Principado de Asturias

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1 - Biblioteca Virtual del Principado de Asturias
CONSEJERÍA DE EDUCACIÓN Y CULTURA DEL PRINCIPADO
IN STITU TO DE ESTUDIOS ASTURIANOS
(c. s. i. c.)
BOLETIN DEL INSTITUTO
DE
ESTUDIOS ASTURIANOS
N.° 117
AÑO XI
OVIEDO
Enero
Abril
1986
S U M A R I O
Págs.
Secular historia del H ospital de C aridad de Luarca, por J. E. Casariego.
3
E l Sella, sometido a prueba, por Eutimio Martirio .....................................
11
E l concejo de V aldés, según el Catastro de la Ensenada.— II. (L a parro­
quia de San Juan de M uñas), por Ramona Pérez de Castro ..........
29
L in a je y naturaleza del pintor Carreño M iranda, conferencia pronun­
ciada por M arino Busto ...........................................................................
57
Jovellanos visto por su contemporáneo y amigo M anuel M aría de A cevedo y Pola, por Perfecto Rodríguez Fernández .................................
73
^ L o s vadinienses, por Marcos G. Martínez ....................................................
125
Aportación a la biografía de Rosario de Acuña, por Luciano Castañón.
151
o-Ante la hermenéutica de dos cuevas con arte rupestre del ámbito cántabro-aquitano.— L a s H errerías (Llanes, Asturias) y L e Cantal (C a brerets, Lot), por José M . Góm ez-Tabanera .........................................
173
Tres poesías desconocidas de Leopoldo Alas, por David Torres ..............
201
P eñ alb a y R ip o ll: dos m onasterios en la España del siglo X , por Sera­
fín Bodelón .................................................................................................
207
Ideas educativas de Jovellanos, por Martín Dom ínguez Lázaro ..............
217
- L a s cerám icas de la cueva de la Z u rra (Purón, Llan es), por Pablo Arias
Cabal, Carlos Pérez Suárez y Antonio Trevín Lom bán ......................
Em igración asturiana a U ltra m a r y arquitectura.— Parte I :
235
L a em igra­
ción, por Covadonga A lvarez Quintana ................................................
243
A proxim ación al abadologio de Sta. M aría de Valdediós, por Leopoldo
González
Gutiérrez
..................................................................................
2?1
Francisco B ern ardo de Quirós, un autor del siglo X V I I recuperado, por
Francisco Serrano Castilla ......................................................................
-L a
301
cerámica m edieval en fortalezas y castillos asturianos.— (Peñón de
Raíces y Castillo de Tudela), por Manuel Encinas Martínez ..............
307
CONSEJERIA DE EDUCACIÓN Y CULTURA DEL PRINCIPADO
IN S TITU TO DE ESTUDIOS ASTURIANOS
(c. s. i. c.)
BOLETIN DEL INSTITUTO
DE
ESTUDIOS ASTURIANOS
N .° 117
AÑO XL
OVIEDO
Enero
Abril
1986
Depósito Legal: O . 43 - 1958
I. S. B. N.: 0020 0384
Im prenta “L A
CRUZ”
Hijos de Rogelio L a b ra d o r Pedregal
G randa-Siero (O viedo), 1986
BOLETIN
DEL
ESTUDIOS
A ño x l
INSTITUTO
DE
A S T U R I A N O S
E ner o -A b r il
N ú m . 117
SECULAR HISTORIA DEL HOSPITAL DE CARIDAD
DE LUARCA
POR
J. E. CASARIEGO
El camino asturiano de herradura era como una aguja de piedra
que iba cosiendo tajos o como una sierpe que trepaba o se des­
colgaba por montañas a la vera de la mar. Tierra en algunos tramos
pobre, en ocasiones áspera, pero siempre bella, muy visitada de
viajeros de todo el orbe cristiano. Unos viajeros que, durante si­
glos, fueron tejiendo la gran romería que iba a Compostela después
de haber adorado a El Salvador, en Oviedo. Y ese camino costa­
nero por el que circulaban al año millares de peregrinos, pasaba
por una villa llamada Luarca, cuya existencia ya constaba con ese
nombre en pergaminos de principios del siglo X (1), cuando albo­
reaba la romería jacobea y las únicas sendas libres de moros eran
las que bordeaban las playas y cantiles del Cantábrico.
COMO SE FORMA U N A POBLACION ASTURIANA
Muy verosímilmente ya en esas fechas, hace unos mil setenta
años, Luarca pudo haber tenido hospital y alberguería para pere­
grinos. Luarca era entonces sólo dos barrios que colgaban de las
rocas y llegaban a los acantilados en las bandas de Levante y Po(1)
N o es éste lu g a r apropiado p ara recordar las copias del “L ib ro de los
Testam entos” de O viedo y la polémica en tom o al Obispo don Pelayo.
4
J. E. CASARIEGO
niente de la boca del río: los barrios del Cambaral y la Pescadería.
Poco a poco su caserío fue descendiendo y se hizo muelle sobre la
margen derecha. Así nació el Cambaral bajo, llamado después
Muelle viejo, a cuyo extremo, por la parte de tierra, se edificó un
nuevo templo para la parroquia de Santa Eulalia, parroquia tan
antigua que aparece ya citada en el dicho documento del siglo X.
Más tarde, estos barrios se extendieron cubriendo las marismas
a orillas del río y dando lugar al arrabal «de las plazas» y de las
calles luego de la Zapatería, la Ferrería y el Lobo. Y para prote­
gerlas se levantaron unas fortificaciones almenadas que dieron
nombre a otro muelle interior: el de la Barbacana, amparado por
otros baluartes tierra arriba, llamados Torrealtina, la Garita y Torre
del Merino. Salvo esta del Merino, hoy truncada, de las otras de­
fensas medievales sólo queda recuerdo en la toponimia de la villa.
El siglo X I I I vio una expansión urbana de Luarca. Fue un siglo
de oro de la Cristiandad, especialmente en España, una época de
gran progreso y sólidas reconquistas territoriales que aumentaron
grandemente la riqueza y el poder de los Reinos cristianos penin­
sulares. Fue el siglo de Fernando I I I el Santo, el que tomó Córdoba
y Sevilla y con ellas tres cuartos de toda Andalucía más el Reino
de Murcia. Fue el siglo del desarrollo de la Marina de Castilla a
impulsos de la guerra y el comercio. Pero, sobre todo, fue el siglo
de una verdadera eclosión cultural que representó y dirigió Alfonso
X el Sabio, el cual supo engarzar en Toledo las grandes tradiciones
intelectuales de Oriente y Occidente. Fue también, al menos en
teoría e intención, el siglo de la Jurisprudencia y la Justicia, del
alto pensamiento jurídico-político representado por la magna obra
de Las Partidas, que es la más valiosa y completa creación en orden
al Derecho de todo el medievo europeo, e igualmente el del intento
de una unificación legislativa con el Fuero Real. Y para hacer la
unidad de destino de España, fue también aquella centuria, la de
Jaime I de Aragón, el gran monarca catalán que reconquistó para
la Cruz, Valencia y Baleares y contó (como el castellano) con una
Corte de sabios y artistas. España marchaba hacia adelante.
Dentro de ese desarrollo tan completo, Luarca alcanzó mejoras
materiales y legales: sus nacientes industrias de tabla-duela, sala­
zones, fierros, calceterías, etc., empezaron entonces a tomar impulso
y a crear un comercio. En aquellos barrios colgados de las peñas
y ganados al río, existía ya una población estable y laboriosa de
gentes de mar, propietarios y traficantes, anticipo de una burguesía
que en otras partes del Reino hacía poco había sabido ya ganar una
representación en las Cortes. Luarca, como otras villas de Asturias,
SECULAR HISTORIA DEL HOSPITAL DE CARIDAD DE LUARCA
5
era ya una población real que aspiraba a ser una Pobla por Ley y
con Ley propia.
Se estaba creando, pues, una clase urbana que necesitaba de
paz y protecciones jurídicas, cuyos intereses estaban en pugna
absoluta con los de los señoruelos sin señorío legal que en campo
abierto vivían alborotadamente, egoistamente, desposeyendo mu­
chas veces a los aldeanos de sus frutos y a los traficantes de sus
mercaderías.
LA LEY Y E L ORDEN DEL FUERO
A mediados del siglo X III, Luarca era una villa pescadora, artesana, mercante, con un puerto y armadores incipientes, que tuvo
alientos para enviar un navio a la flota de Bonifaz, aquella que
remontó el Guadalquivir y tomó Sevilla el año 1248. Y ese nuevo
núcleo humano que podría llamarse de hidalgos-burgueses, que
representaba el orden, el progreso y la riqueza, frente a las turbu­
lencias anárquicas de los pseudoseñoruelos rurales, logró del Rey
Alfonso X, en 1270, un estatuto jurídico o Carta de Fuero con la
Ley del Fuero de Benavente adaptado a sus realidades marítimas.
Y así, en ese texto, se habla de navios, de mercancías, de pesquerías
y caza de ballenas. Y en él se fijan los límites del Concejo, el Con­
cejo de Valdés, con su Ayuntamiento rector y su cabecera en la
Pobla de Valdés, o sea en aquella misma villa de Luarca que apa­
rece citada en el documento del siglo X.
En su propia letra, el Fuero de Luarca explica cómo el Rey
protegió a los luarqueses de las tropelías de los malandantes: « los
homes de la tierra de Valdés senos enbiaron a querellar muchas
veces, que rescebian muchos males e muchos tuertos de caballeros
e de escuderos e de otros homes mal facedores que les rrobaban e
les tomaban lo suyo sin su plazer».
La finalidad de la Ley de Fuero se explica también en sí misma:
« les facer [a los vecinos] bien e mercé para que la tierra sea m ejor
poblada e se mantenga más en justicia». Las referencias a la in­
dustria pesquera y al comercio exterior son terminantes al aludir
al portazgo o aduana de «los otros Nabios que vinieren de fuera
p a rte...» « e los pobladores de esta Pobla [Luarca] y su alfoz pueden
pescar libremente por la mar y non den portazgos nin derechos de
lo que pescaren con los sus Nabios».
Este documento lleva data del 29 de mayo de 1270, hace más
de setecientos años.
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J. E. CASARIEGO
HOSPITAL PARA UN PUEBLO Y PARA UNA HUMANIDAD CAM INANTE
Luarca tiene en el siglo X I I I puerto, población sedentaria y una
constante afluencia de extranjeros de tránsito, que son los peregri­
nos. Y, entre otras instituciones, cuenta con un Hospital, en este
caso, Hospital en la doble acepción de la palabra: de casa para curar
enfermos y de albergue para acoger viajeros (peregrinos pobres
que no pueden pagarse su posada). Así pues, Luarca cuenta con un
Hospital, verosímilmente desde el siglo X y, ciertamente, desde el
siglo X III. En el siglo XV se sabe que este Hospital ocupaba dos
edificios de la calle de la Iglesia y que fue ampliado gracias a una
donación del notorio caballero luarqués Alonso Rico. Era muy
frecuente que las familias luarquesas de los siglos X I I I a principios
del X IX , dejasen mandas o legados para tan caritativo estableci­
miento y también para el hospital-lazareto de Barayo, que aunque
situado en el Concejo de Navia, pero a pocos metros del límite del
de Valdés, se le consideraba como institución luarquesa. Así, en
numerosos testamentos valdesanos figuran mandas para «los malatos de Barayo». Digamos de paso que también con mandas y
donativos se creó en el siglo X V una cátedra regular de latinidad
y humanidades que llegó a alcanzar cierta notoriedad en el Occi­
dente asturiano y sirvió, siglos después, de antesala para pasar a
la Universidad ovetense.
Se conocen referencias de viajeros, peregrinos a Compostela, que
aluden a Luarca, con menciones a su situación y hospitalidad. Son
varios, sobre todo a partir del siglo XV. Pueden recordarse al caba­
llero Antonio Lalaing, Señor de Montigny, flamenco; a Bartolomé
Fontana, italiano; a Jacobus Soviesky, polaco; a Guillaume Manier,
galo; al ingeniero Salandro, genovés, y las indicaciones detalladas
del curioso y completo itinerario francés de Jouvin, del siglo X V II.
Por ellos sabemos la existencia del famoso «puente temblón», situa­
do en la propia Luarca o en sus inmediaciones por los linderos con
el Concejo de Pravia; las posadas de buen yantar y el Hospital.
Al ocurrir la guerra de la Independencia (1808-1814), Luarca
contaba con un buen Hospital, convertido en establecimiento mi­
litar del Ejército asturiano, que se amplió con abundantes donativos
de locales, camas, ropas y otros efectos. Por cierto que su director
fue un notable médico de mi apellido: el Licenciado don Cayetano
Blanco Casariego, que era autor de un valioso trabajo sobre enfer­
medades de los nervios ópticos (amaurosis) y de análisis de las
aguas de algunos balnearios de la región. Este Blanco Casariego
tuvo un fin heroico: ya anciano, en 1834, al sobrevenir la famosa
SECULAR HISTORIA DEL HOSPITAL DE CARIDAD DE LUARCA
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peste colérica, y pese a estar exento de prestar servicio por su
avanzada edad, fue voluntariamente a visitar y atender coléricos de
Oviedo, y allí murió contagiado por el terrible mal.
En 1822, con motivo de un curioso proceso instruido a causa
de la presencia en Luarca de un extravagante que decía ser un
enviado de Dios y que trató de embaucar a algunos aldeanos, se
tienen noticias directas del Hospital en el que aquel individuo fue
internado y sometido a observación facultativa. Tenía entonces el
establecimiento camas, lavandería, portería receptora, tina para
baños, local para la hospitalera y algún instrumental de cirugía
procedente de la época de la guerra. El procesado, por su intento
de sustituir a la Divinidad reconocida, se llamaba Juan Francisco
Fraga, era un maniático obsesivo, natural de Vivero de Galicia, de
51 años, que había recorrido gran parte de Europa y hablaba ita­
liano, francés y algo de latín. Se le envió a su tierra de Vivero para
que fuese debidamente internado en un manicomio. Así terminó
aquel Fraga-Dios, curioso personaje divino y gallego a un tiempo.
En 1838, a causa del «inmenso latrocinio» que fue la desamor­
tización, el Hospital luarqués perdió sus legítimos bienes con sus
rentas y tuvo que disminuir en más de la mitad sus camas y servi­
cios, pues quedó reducido a vivir de las limosnas de las almas
caritativas. Poco después, hacia 1844, con el torpe pretexto de
unos supuestos abusos, pero principalmente por el encono de
las luchas políticas internas entre progresistas y moderados, cerró
sus puertas con la promesa de que sería enseguida reorganizado.
Mas la verdad fue que no se reorganizó hasta medio siglo después.
Y los pobres de Luarca se quedaron reducidos a una mísera asis­
tencia municipal de médico y botica, poco efectiva. Unicamente
durante el período 1854 y años siguientes en que desempeñó la
Sanidad municipal el ilustre médico don Ricardo M. Piedra Casa­
riego, se experimentó alguna mejora. Era éste un facultativo de
verdadero talento y estudios, que con frecuencia realizaba viajes
por Francia e Inglaterra para conocer los adelantos de su profe­
sión. Parece fuera de duda que él fue quien realizó, en una especie
de clínica particular que tenía en Luarca, la primera operación de
ovariotomía que se hizo en España, año 1861.
8
J. E. CASARIEGO
E L NUEVO HOSPITAL DE CARIDAD
Luarca permaneció cincuenta años sin hospital. En 1894, una
benemérita señora llamada doña Bernarda Anciola, más conocida
por la «X arria», dejó un legado de cuarenta mil pesetas y diversos
efectos para fundar un Asilo de ancianos. Esto removió la necesidad
de restaurar el Hospital, creando un nuevo Hospital-Asilo. Se abrió
para ello una suscripción en el periódico «La Voz de Luarca». El
Ayuntamiento contribuyó con diez mil pesetas; los vecinos don Ra­
món Asenjo, doña María G. Trío, don Manuel García Fernández y
don Gil Rico, cada uno con cinco mil pesetas, en total treinta mil
pesetas, que unidas a las cuarenta mil de doña Bernarda Anciola,
montaron un capital inicial de 70.000 pesetas, cifra estimable para
la época, que enseguida se vio incrementada por la contribución de
gran número de vecinos. Se realizaron las primeras obras en unos
solares adquiridos en el barrio de Villar, dos pabellones exteriormente gemelos, uno para Asilo y otro para Hospital, separados por
una torreta donde estaba la capilla y algunos servicios. Las obras
costaron cincuenta y ocho mil pesetas. Se compraron camas, ropas,
muebles, instrumental médico y utensilios necesarios. Se nombró
director facultativo al prestigioso médico local don Ceferino Rodrí­
guez, que era un oculista formado en Madrid y en París, que gozaba
de justo renombre en toda la provincia; le auxiliaban dos médicos
más y se nombró también un boticario y un capellán. Un grupo de
entusiastas señoras y señoritas luarquesas se encargó, con caridad
cristiana, de la atención a los primeros enfermos, secundadas por
varias criadas-hospitaleras. Enseguida llegaron las Hermanas de la
Caridad. El establecimiento quedó bajo la advocación de María
Inmaculada. Alguien propuso que en el frontispicio del edificio
nuevo se esculpiese la vieja frase «V irtu s in infirmitate perfecitur»
(La virtud se perfecciona con la enfermedad), que figuraba en el
antiguo. Pero ya terminadas las obras no se llegó a grabar tan clá­
sico aforismo.
Debe decirse que durante el siglo X IX , tras la desamortización,
la Sanidad provincial asturiana no andaba mucho m ejor que la local
luarquesa. También la política desamortizadora que hizo «más ri­
cos a los más ricos y más pobres a los más pobres», arruinó los
viejos y mal organizados hospitales ovetenses y de otras poblacio­
nes. Una ley dispuso la creación de hospitales provinciales. El de
Asturias, en Oviedo, consistió en amontonar unas cuantas camas
en el saqueado y destartalado antiguo convento de San Francisco
SECULAR HISTORIA DEL HOSPITAL DE CARIDAD DE LUARCA
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(donde hoy está el Palacio regional, calle Fruela). Entre convento
y hospital hubo allí cuartel fortificado que tomaran los carlistas en
1836. Así quedó maltrecho el gótico edificio. Oviedo, para vergüen­
za del régimen dominante, no tuvo un Hospital moderno hasta 1894
en que empezó a funcionar un nuevo edificio construido para Hos­
pital-Manicomio, capaz de 440 camas, que costó 578.000 pesetas.
Como se ve, el proceso hospitalario ofrece cierto paralelismo entre
Oviedo y Luarca, incluso en las fechas.
POR EL AMOR DE DIOS
Desde finales del siglo X IX hasta no ha muchos años, el Hos­
pital luarqués, aunque pasó apuros, pudo ir viviendo y progresando.
En ocasiones recibió valiosos donativos, todos de luarqueses resi­
dentes en la América hispana, como por ejemplo los de los herma­
nos García Fernández (los «Pachorros») y los de don Ramón García.
Durante ese período se construyeron nuevos pabellones para en­
fermos infecciosos, cirugía, laboratorio e higiene y otros servicios.
Allá por el final de la década del 20, se nombró cirujano a un mé­
dico muy capaz y laborioso, don Jesús Landeira, el cual modernizó
y dio impulso y prestigio al establecimiento.
Entonces al sostenimiento de tan ejemplar institución contri­
buían casi todos los luarqueses. Recuerdo que mi abuelo pagaba
15 pesetas al mes, que era una cuota alta, pues permitía costear
una cama durante tres o cuatro días. La mayoría de los abonos
eran entre dos y cinco pesetas mensuales. Pero había muchos po­
bres que pagaban un real o dos al mes y hasta se contaban los del
perrón (moneda de cobre de diez céntimos). Y conste que gran
parte de los donantes no esperaban recibir nunca ningún beneficio,
pues se trataba de un «Hospital de Caridad» sólo para «pobres de
solemnidad», como se decía entonces con frase muy tradicional y
expresiva.
Había también numerosos donativos en especies, como el de un
almacenista de carbón para vapores, que regalaba dos o tres to­
neladas al año con destino a las cocinas y estufas. Los aldeanos
«fuertes» entregaban un carro de patatas y los demás sus cestinas
de patatas, cebollas, etc., o su docena de huevos o una « pita pal
caldo de los vieyinos», y los pescadores generalmente muy pobres,
daban, cuando podían, su cuarterón de sardinas (veinticinco) o
unas botonas, fanecas o barbadas para los convalecientes.
En los primeros años, cuando la escasez apretaba, las Herma­
nas tocaban de cierto modo la campana, se corría la voz y la gente
acudía con los socorros, incluso con viandas ya guisadas. Luego,
10
J. E. CASARIEGO
el capellán en la misa, daba las gracias a todos los que tal hacían
«por amor de Dios a los pobres». Y hubo más de un capellán que
renunció a sus míseros estipendios a beneficio de los acogidos.
¡Qué tiempos aquéllos!
Existía también un Colegio-Asilo que, si no legal, sí espiritual­
mente formaba parte del Hospital-Asilo. En él cien niños y cien
niñas pobres recibían diariamente medio kilo de pan cada uno,
gracias a un legado del bienhechor del Colegio, don José García
Fernández. Con otros legados y suscripciones se sostenía una «can­
tina escolar», que en las Escuelas nacionales (llamadas de baldre,
o sea gratuitas) daban desayuno a los niños necesitados. Con igua­
les aportaciones funcionaba la «Cocina Económica», patrocinada
por varias señoras, entre ellas mi abuela, que facilitaba raciones a
diez, quince y veinte céntimos, o gratuitas con vale. Y todo eso se
hacía «p or el amor de Dios». Verdad es que algunos barajaban
entre sus buenas acciones la palabra filántropo, que era un termi­
nacho pedante sacado del griego con cierto tufillo liberal y masó­
nico. Ciertamente la institución hospitalaria luarquesa formaba
parte de una sociedad en la que todavía quedaba algo de patriarcal,
con sus defectos y sus virtudes a cuestas.
El Hospital estaba a cargo de una junta de gobierno o patronato
elegido por los vecinos que pagaban donativos fijos o eventuales.
Esta dirección-administración era siempre eficaz y de honestidad
irreprochable, pues también actuaba «por amor de Dios», sin suel­
dos, ni gajes, ni trampas. En ella intervinieron, a lo largo de casi
un siglo, los vecinos de mayor prestigio. Además de los fundadores
ya citados, pueden recordarse al Arcipreste Doctor D. Raimundo
Camino, a D. César y D. Godofredo A. Cascos, D. Ramón R. Guate­
mala, D. Celestino Portal, D. Macario Fernández, D. Ramón García,
D. Emilio Blanco y últimamente D. Román Suárez Blanco.
En 1952, un incendio destruyó el pabellón de cirugía, que se
reconstruyó rápidamente con donativos. Por entonces o algo antes,
se instaló la calefacción central y se adquirieron algunos aparatos
para realizar la moderna medicina y luego televisores para el recreo
de los ancianos. Así el Hospital de Luarca llegó a ser, sin duda, el
m ejor que existía desde Avilés y Oviedo a la raya de Galicia, hasta
Lugo y Coruña.
En todo momento fue una entidad privada con recursos propios.
El Ayuntamiento figuraba como un donante más y un puesto en la
directiva. La Diputación Provincial, vista su capacidad sanitaria, le
alquilaba camas para situar en ellas a enfermos de la zona occiden­
tal; de ese modo venía a ser, de hecho, el HOSPITAL DEL OCCI­
DENTE DE ASTURIAS.
EL SELLA, SOMETIDO A PRUEBA
POR
EUTIM IO M ARTINO
El año Pasado, 1984, se publicó en esta misma revista un breve
trabajo titulado E l Sella bajo la firma de José B. Arduengo Caso
(mayo-agosto, p. 555-564). Hasta fines de 1985 no he tenido cono­
cimiento del referido artículo, por lo que, hasta ahora, mal podía
tomar posición sobre el mismo.
Dividiremos nuestra exposición en tres apartados: A ) La opinión
del Sr. Arduengo, o tesis del Sella pongueto. B ) La tesis del Sella
sajambriego. C) Replanteamiento y síntesis.
A)
LA O PIN IO N DEL SR. ARDUENGO, O TESIS DEL SELLA
PONGUETO
Al hilo de su presentación, haremos algunas breves observa­
ciones.
Admite, siguiendo la opinión más común, la derivación Salía,
Saelia>Sella, y a continuación se pregunta: «¿Qué río es el verda­
dero Sella?». Hay dos versiones — dice— , la leonesa y la asturiana.
Según los leoneses, el Sella nace en la «Fuente del Infierno», cerca
del puerto de Pontón, y esta tesis es la que oficialmente se sostiene.
Según todos los ponguetos y en general los ribereños del hoy Sella,nace en Cotalvo, en el puerto de Ventaniella, próximo a Sobrefoz
(Ponga), Asturias.
Permítasenos comenzar a discrepar aquí sobre un dato de la
que él llama «versión leonesa», el relativo al origen del río. No son
12
EUTIM IO MARTINO
«los leoneses», así en general, los llamados a opinar sobre el origen
de este río; sin duda que el mismo Arduengo, al escribir «los leo­
neses» tenía en la mente a los sajambriegos, a las gentes de Sajambre, municipio al que pertenece la Fuente del Infierno. Pues bien,
no es cierto que para los sajambriegos el Sella nazca en la Fuente
del Infierno. Más adelante volveremos sobre este extremo, que no
es algo accidental, como para el caso lo sería la disputa entre una
u otra fuente, sin más, todas pertenecientes a la misma zona.
Precisa Arduengo que la tesis leonesa es la que oficialmente se
sostiene. Sin duda que se refiere a mapas, folletos de turismo, in­
dicadores de carrtera, etc., producidos por organismos públicos y
que de hecho se ajustan — al menos en lo esencial— a la llamada
versión leonesa. Decimos «en lo esencial» porque durante muchos
años ha figurado en el puente de la carretera tendido sobre la Rie­
ga del Infierno, nombre auténtico de aquel caudal, un indicador
con el rótulo: «R ío Sella», el cual no le corresponde y sólo consi­
gue confundir.
La polémica entre la tesis asturiana y la leonesa, a que alude
a continuación Arduengo, dejémosla en polémica no más.
Seguidamente pasa a la exposición de aquella tesis bajo el
epígrafe: EL SELLA ES ASTURIANO. Y remacha: «es enteramen­
te nuestro».
El primer argumento a favor es el testimonio de Jovellanos:
«E l Sella nace en el puerto de Ventaniella, recoge las aguas del
concejo de Sajambre desde Argolivio».
Varias observaciones cabe hacer al texto de Jovellanos. No se­
ríamos el primero que atribuye tal afirmación a un error, apenas
comprensible, del esclarecido autor. Pero, sin llegar a tanto, ya los
escolásticos decían: Auctoritas tantum valet quantum argumenta.
La autoridad de Jovellanos vale tanto cuanto valgan sus argumen­
tos. Ahora bien, ignoramos (al menos el que esto escribe) los
motivos que asistían a Jovellanos para estampar semejante afir­
mación. Y — lo que resulta más dudoso todavía— no escribe, p. ej.,
«E l río que nace en Ventaniella se llama Sella... sino que formula
de modo excluyente: «E l Sella nace en el puerto de Ventaniella...».
Con ello, el onus probandi, la incumbencia de probar lo que se
dice, se hace infinitamente más grave, pues habría que demostrar
la inexistencia de otro Sella.
Todo ello se agrava más por la continuación: «recoge las aguas
del concejo de Sajambre desde Argolivio». Estas aguas ¿carecen
de nombre? ¿Lo conocía Jovellanos? O ¿es que son insignificantes
al lado de las que bajan de Ventaniella? Francamente resulta un
E L SELLA, SOMETIDO A PRUEBA
13
poco extraño todo. Pues tampoco el dato final de Argolivio respon­
de a precisión especial, situado como está varios kilómeros por
encima de la confluencia, cuando justo en ella misma se hallan
núcleos de población como Santillán o Precendi.
Sinceramente, y salvo m ejor opinión, uno duda entre el Jove­
llanos conscientemente precisa o, más bien, es víctima de una
equivocación.
Tras Jovellanos aduce Arduengo el Diccionario de Madoz. Este
presenta en un lugar al Sella como formado por la unión de los
ríos «Ponga, Güeña y Piloña», y añade que «tom a el nombre con
que se le distingue en Arriondas». En otra parte, al tratar de Can­
gas de Onís, dice que el Sella «tiene su nacimiento en los puertos
altos, término del ayuntamiento de Ponga».
Por otro lado nos describe también el Precendi: «riachuelo en
la provincia de Oviedo, partido judicial de Cangas de Onís, el cual
nace en la falda septentrional de las montañas que dividen esta
provincia de la de León».
Concluye Arduengo: «Luego Madoz, el diccionario geográfico
de más autoridad, a favor de la tesis asturiana».
Sin embargo la interna discrepancia entre el Sella formado en
Arriondas y el Sella nacido en Ponga neutraliza, nos parece, la
fuerza del testimonio. Ni siquiera la figura del Precendi como río
de Sajambre (vamos a dejar lo de riachuelo por agravio compara­
tivo) basta para decidir las tablas, puesto que no deja de ser
compatible con el Sella formado en Arriondas, y no forzosamente
nacido en Ponga.
En las citas de Madoz se advierte la intervención de distintas
manos. Una de ellas, la que presenta el Sella pongueto ¿será inde­
pendiente de Jovellanos? Mientras ello no conste no hemos añadido
nada a Jovellanos.
Nada que objetar, por supuesto, contra el hidrónimo Precendi,
que Arduengo apoya también recurriendo al Catastro del Marqués
de la Ensenada (Concejo de Amieva).
Bajo el prometedor epígrafe DOCUMENTOS PUBLICOS Y P R I­
VADOS el autor se refiere a cierto documento de mediados del
siglo pasado, que menciona como límite de una finca de San Juan
de Beleño «el Río Sella», cuando se trata del actual Ponga. Y aún
alude vagamente a más documentos de San Juan de Beleño.
LA TRAD ICION la representa un anciano conspicuo de Sobrefoz, gran lector, quien asegura que hace setenta años, en la escuela,
se le enseñaba que el Sella nace en Ventaniella.
14
EUTIM IO MARTINO
LA TO PO NIM IA contribuye, por su parte, con el topónimo SELLAÑO, nombre de un pueblo situado junto al actual río Ponga,
que implica un Saelia como nombre del río.
A nuestro juicio, éste es el argumento de más fuerza, por no
decir el único de verdadera fuerza, en la exposición de Arduengo,
por su antigüedad, su transparencia y su misma entidad toponími­
ca. Podemos decir incluso que se basta por sí solo, por lo menos
para una época y un lugar determinados.
No podemos, en cambio, mostrarnos de acuerdo con el último
argumento que apunta el autor como LA RAZON FILOLOGICA.
Escribe nuestro autor: «Los filólogos señalan como frontera
lingüística el Sella, pero precisamente no lo es el actual Sella, sino
el hoy Ponga, otrora Sella, el que realmente es frontera lingüística
pues dentro de su cuenca los habitantes de la margen izquierda
usan la j y dicen jaba, jacer, jesoria y jiu, y en la otra usan la f y
dicen: faba, facer, fesoria, fiu...».
El límite entre la /- y la h- lo han establecido los lingüistas — al­
gunos a través de un intenso trabajo de campo— en las montañas
de la margen izquierda del río conocido actualmente como Sella,
es decir, el que atraviesa el desfiladero de Los Veyos (1). ¿Cómo
se puede lógicamente, sin realizar un trabajo similar al de aquellos
autores, negar de plano el resultado aportado por ellos y trasladar
la frontera lingüística del Sella al río Ponga?
Admitida la línea fijada por estos autores como la correcta, si­
tuemos el río Ponga con respecto a ella. Como quiera que, en general,
aun la izquierda del Sella es «jotista», o sea, que habla con la /-, allí
(1)
Mz. P id a l había escrito: “El límite de /- y h- hacia las fuentes del río
Sella es, pues, un límite estacionario, o casi estacionario” ( Orígenes del espa­
ñol, 228-229). B asad o en este dato lingüístico, traza m ás tarde Schz. A lbornoz
la frontera entre cántabros y astures (D ivisiones tribales, “Bol. A cad , Hist.” ,
X C V , 331-332, luego incorporado en Orígenes de la nación española, I, 51 s.).
P ero A lbo rn o z
deja
la línea flotante en la zona que nos ocupa:
“Pudo
m archar con el Sella por el desfiladero de los Beyos, gan ar la cordillera en
las cum bres que lim itan a poniente el valle de O seja de Sa jam bre y seguir las
cim as de aquélla hasta C ofiñ al;
pero pudo también p asar por la
serie de
m ontañas que separan los valles del Sella y de su afluente el Ponga, del valle
del N a ló n ; lleg ar por el cordal de Ponga hasta la cordillera cántabro-astur y
torcer desde allí hacia poniente hasta el Puerto de San Isidro y el m enciona­
do C ofiñ al” ( O rígenes, I, 60-61).
En 1946 publica L. Rodríguez-Castellano
su trabajo m onográfico:
piración de la “H ” en el Oriente de Asturias. En él concluye:
La as­
“L a frontera
de la h aspirada en A sturias no la determina el río Sella, como se venía cre­
yendo. P o r lo general, este sonido se halla también en una estrecha extensión
de la m argen izquierda de este río” (36-37). “L a aspiración se detuvo en la
EL SELLA, SOMETIDO A PRUEBA
15
donde el río Ponga, afluente izquierdo del Sella, se acerque a su
confluencia, sus dos márgenes han de ser «jotistas»; y viceversa,
aguas arriba del Ponga, que viene de occidente, al apartarnos de
la margen izquierda del Sella en dirección oeste, las dos márgenes
del Ponga deben ser «efetistas», es decir, que hablan con la /-.
Esta es la regla general, así como lo es también el que aun la
ribera izquierda del Sella sea «jotista», no se diga ya la derecha.
Lo cual no impide la excepción, por ejemplo, de Rubriellos, que,
siendo derecha del Sella, se valía de la
Pero la situación descrita por el autor, si se la acepta como
norma, no solamente contradice a la de los citados autores, antes
viene a subvertir la misma localización de las tribus, puesto que la
margen izquierda del Ponga es occidente, y al Occidente le corres­
ponde la /- astur, mientras que la margen derecha del mismo Ponga
es oriente, y al Oriente le pertenece la /- cántaba, como es evidente,
justo al revés de como describe Arduengo.
También es posible que el autor haya sufrido la simple confu­
sión de invertir los términos. En este caso, reiteramos que se opone
al límite fijado por los citados autores, como dijimos anteriormente.
LOS ARGUMENTOS CONTRARIOS titula a continuación el autor.
Y rechaza las pruebas aducidas a favor del Sella sejambriego en la
polémica mencionada al principio: no se documenta en el estamen­
to de El Arcediano, tampoco en el Catastro de Ensenada relativo
a Sajambre, etc.
¿POR QUÉ, PUES, EL CAMBIO?, se pregunta. «Es muy conoci­
do — por ser «vox populi— », continúa.
Hacia mediados del siglo pasado, con ocasión de que se proyec­
taba una carretera que uniese Asturias con León, siguiendo el Sella,
los hermanos Díaz Caneja, obispo de Oviedo el uno, ministro de
Gracia y Justicia el otro, «con el fin de que pasara por su pueblo
natal, Oseja de Sajambre (León), decidieron cambiar el nombre,
cosa fácil en aquellos tiempos para un obispo y un ministro, y, así,
la carretera que debiera haber unido Asturias y León pasando por
San Juan de Beleño (Ponga-Asturias), vía Ventaniella, se fue por
el Pontón».
línea del Sella, coincidiendo así sus límites con los de la antigua C an ta b ria”
(38).
Sim ultáneam ente se llevó a cabo un trabajo sem ejante por A . G alm és de
Fuentes y D. C atalán M enéndez Pidal, que fue publicado en R evista de D ia­
lectología y tradiciones populares, II (1946), 196 s., con el título:
lingüístico. L o s autores proclam an:
U n límite
“El trazado del lím ite de Rodríguez-C as­
tellano concuerda con el nuestro salvo en los lugares de A le a y E l Rom iín
(R o m illín )” (238).
16
EUTIM IO MARTINO
Dos temas hallamos entrecruzados aquí: el de la historia de la
carretera y el del traspaso del nombre Sella del río de Ponga al río
de Sajambre. Del primero prescindimos ahora, sin desesperar de
poder consagrarle un día más directa consideración y advirtiendo
que tampoco en este punto suscribimos algunas de las afirmacio­
nes del Sr. Arduengo.
¿De verdad el cambiar el nombre de un río era «cosa fácil en
aquellos tiempos para un obispo y un ministro»? El mismo autor,
en adjunta nota, modera el alegato en estos términos: «N i que decir
tiene que las cosas no sucedían por estas kalendas como el pueblo
mal pensado supone», pero sin dejar de insistir en que «sí debió
de pesar la influencia» del ministro en Madrid para que tuviese
mayor aceptación el proyecto por el Pontón.
Aislemos el tema del cambio de nombre del río suponiendo que
de hecho se hubiera producido con el expresado fin de suplantar
el proyecto de la carretera. Según eso, el Ponga se llamaba Sella
pero a mediados del siglo pasado perdió su nombre, el cual pasó
al río de Sajambre, al actual Sella. Semejante manipulación, par­
ticular y de orden práctico ¿pudo haber surtido tan universal efecto
que, incluso en las esferas cultas, geógrafos y editores de mapas
de la segunda mitad del siglo X IX , pasaran a denominar Sella al
que no era tal y dejasen de llamar así al que lo era?
El alegato roza punto menos que el absurdo. Y en el absurdo
cae con frecuencia el rumor popular — que no es en modo alguno
la vox populi— pero es deber de los cultos el desmentir semejantes
infundios, en particular cuando atentan contra la fama de hombres
honorables, en lugar de hacernos eco ciego de los mismos. «Es muy
conocido», había escrito Arduengo, pero inquirimos: ¿Como sim­
ple rumor, local y partidista, o como hecho demostrado? (2).
(2)
L a gran alteración en cuanto al proyecto de la carretera consistió en
que inicialm ente se ordenó que fuese trazada por el puerto de Tarna. Pero
en la m em oria de este proyecto se hace constar por el autor que la comuni­
cación por Pontón había de ser m ás ventajosa por ser este puerto menos
elevado que T arn a y menos expuesto a las nieves, así como la distancia m u­
cho m ás corta. E l dilem a era, pues: o T a m a o Pontón.
O tra m odificación parece que hubo, que afecta sólo a Sajam bre, y entra­
mos en el terreno del rumor, aunque éste, ciertamente, no rebasa los límites
de lo verosímil. D entro del concejo de Sajam bre, la carretera debería remon­
tar la m argen izquierda, es decir la de Pío, cuando interviene un personaje
de
O seja
(que, por cierto, no se apellidaba
Díaz
C an eja)
y
consiguió
que
subiera por Oseja, por la m argen derecha del río. ¡C u á n distinto es todo esto
de lo que se dice cam biar el nom bre de un río de im portancia de tal suerte
que el cam bio cristalice a todos los niveles de inform ación!
E L SELLA, SOMETIDO A PRUEBA
17
Sienta, por fin, el autor su tesis de que el Sella nace en Ventaniella, describe su curso y nombra sus afluentes hasta llegar al
último: «en el kilómetro 139 de la carretera de Sahagún a Arriondas se le une el Precendi de antes y ahora, aunque injustamente
en la versión oficial Sella».
Diríamos que todo terminaba con esto cuando surge la siguiente
observación: « Y cabe una tercera tesis, porque la leonesa también
tiene argumento y tradición a su favor. Entre los argumentos está
la toponimia de Salambre y el propio Sajambre indudablemente
de Saliamen y también un documento, si bien no perfectamente
datado, de 1005, que habla del riachuelo Selia en el lugar de Salia­
men (Sajambre), territorio de Riangulo (Riaño)».
Siempre hubiéramos pensado que ésta no es una tercera tesis
nueva sino la combatida todo a lo largo del trabajo, la del Sella
sajambriego, que en el punto preciso de la confluencia con el Pon­
ga tomó el nombre de Precendi. En consecuencia no sabemos si el
distraer a este lugar la mención de esta tesis obedece propiamente
a desorganización de la exposición o, más bien, al intento de sus­
traer estas pruebas a la combatida tesis del Sella sajamb riego.
La confusión tampoco se disipa con el final, en el que el autor
intenta prácticamente una concordia entre las tesis, al remontarse
a una consideración más universal, la de que los hidrónimos pri­
mitivos no eran nombres propios, individualizados, sino que de un
modo genérico significaban «agua» y sólo se individualizaban al
perder significado el nombre primitivo genérico.
En aplicación de esta norma, «Salia es un término indoeuropeo
y prerromano que significa «corriente de agua», y por ello Salia o
Sella en Amieva y Ponga, y Salia o Sella en Sajambre... Pero enton­
ces ¿cuál de los dos ríos es más Sella? Desde luego el asturiano
tiene más argumentos a su favor y más tradición también...».
Esta consideración final, universalista, parece que debía pedir
como emplazamiento lógico el primer lugar de la exposición. Se
diría que le sobrevino al autor después de haber compuesto su
trabajo. En realidad, le hubiera mantenido lejos del exclusivismo
que en él campea, razón por la cual se vuelve contra el discurso
anterior cuestionándolo casi en su totalidad, sobre todo teniendo
en cuenta el reconocimiento inmediatamente anterior sobre Sajam­
bre ( Saliamen) y su correspondiente Salia.
Todavía el autor hace una fugaz incursión por el tan contro­
vertido pasaje de Mela sobre nombres de ríos y pueblos de los
cántabros, pretendiendo dar una última clave de la tesis por él
mantenida, pero, a lo que nos parece, sin salir de la confusión
reinante.
18
B)
EUTIM IO MARTINO
LA TESIS DEL SELLA SAJAMBRIEGO
Partimos del Salia del geógrafo Mela, que, en el contexto des­
criptivo en que figura (I I I , 1, 12-15), se transparenta como frontera
entre los astures y los cántabros. De Salia deriva, sin duda alguna,
el nombre de grupo étnico Salaenos, consignado por el mismo Mela
en el mismo pasaje (13). quienes evidentemente participan de la
cuenca del citado río, por más que no tengan que limitarse a ella.
Mela formula introductoriamente un aserto de conjunto sobre
los cántabros: «Los cántabros poseen algunos pueblos y ríos, pero
sus nombres apenas pueden pronunciarse en nuestra lengua» (15).
Y comienza la serie de los extraños nombres, diciendo:
per eundi et Salaenos Saunioum,
frase que, ante la corrupción del texto, corregiríamos así:
pereundi per Salaenos et Saunium,
lo que hace un sentido perfecto, no sólo gramaticalmente sino so­
bre el terreno, traduciendo: «E l Berrundi corre por los Sálenos,
así como el Casaño». El actual Casaño puede provenir de Aqua
Sauriium, «río Saunium», así como en la región existe Capozo
( Aqua punteo), «Agua de pozo» (Caín). En cuanto a Berrudi o Berrunde, tal es el nombre de la pradera situada en la caída norte del
puerto de Pontón, en la que confluyen las fuentes del valle central
de Sajambre. En Sajambre es corriente referirse al «río de Berrunde».
Pensamos que Pereundi pudiera corresponderse con Berrundi,
aunque más por una confusión o asociación fonética que por es­
tricto parentesco, como tampoco parece que deba relacionarse
fonéticamente Pereundi con Precendi, nombre histórico del río de
Sajambre al llegar a la confluencia con el Ponga y topónimo en el
mismo lugar.
No hay que pedir al pasaje de Mela que mencione los ríos cán­
tabros por sí mismos, puesto que los cita en conexión con ciertos
grupos étnicos, procediendo, en general, de oeste a este. El Salia
ya ha sido nombrado previamente, por lo que no hay que repetirlo.
En cuanto a Pereundi y Saunium, si se acepta la identificación
con Berrundi y Casaño, se observará que entre ambos queda en­
cuadrado todo el Macizo Occidental de los Picos de Europa, desde
Sajambre a Cabrales, ambos incluidos, por lo que son ríos señeros.
E L SELLA, SOMETIDO A PRUEBA
19
Pero, además, de acuerdo con el papel especial que parece haber
correspondido al Macizo Occidental en la batalla del Monte Vindio
sostenida por los romanos contra los cántabros, nada extraño que
ambos ríos figurasen unidos en relatos presenciales de la conquista,
cual es la autobiografía de Augusto, sin duda manejada por Mela.
Sirva solamente de preámbulo esta ojeada sobre Mela, siquiera
para situarnos en la cuenca del Salia que es el Sella. Porque, pese
a las discusiones acerca de cómo Salia pudo pasar a Sella, lo cierto
es el hecho, como los testimonios de la zona prácticamente demues­
tran a través de la toponimia.
LA T O P O N IM IA SAJAMBRIEGA: Junseya, Sajambre, Salambre,
Ose ja, Roseria, Puente Ose ja, Aguasalio, Resellao.
Junseya. N o es la Riega del Infierno la que los habitantes de
Sajambre señalan como fuente del río cuyo nombre aquí se discute
sino la Riega de Junseya, que nace cabalmente de las Llombas de
Junseya, lomas de la vertiente norte del mismo Collado Pontón. Su
situación es 43° 06', I o 20'. En el mapa del Instituto Geográfico, ho­
ja 80, figura como Arroyo de Fonsella, presunto refinamiento mo­
derno de aquella primitiva pronunciación cántabra que aspiraba
en Junseya la f- latina de fonte.
No cabe duda alguna de que Junseya deriva de Fonte Selia. Una
ojeada al mapa nos basta para convencernos de que el caudal de
Junseya constituye la vena más directa del valle central de Sajam­
bre. A pesar de tratarse de un terreno tan quebrado, los hombres
que pusieron los nombres prehistóricos dominaban a la perfección
la configuración del paisaje por su íntimo y permanente contacto
con él y en particular el curso de las aguas; éstas eran sagradas
para los celtas, debían ser aprovechadas in situ por hombres y
ganados, e incluso les ofrecían el sistema de orientación para sus
pasos.
Siguiendo una norma general de la historia de la hidronimia,
Salia, antes que nombre propio de una fuente o arroyo determina­
dos, era nombre común de «corriente» de agua. Sólo cuando, en el
transcurso del tiempo y el cambio de hablantes, el significado con­
tenido en Salia o Selia se oscureció, en este caso para los latinohablantes, la necesidad imperiosa de saber que se trataba de una
fuente obligó a que se le antepusiera el apelativo de fonte. Y fue
Fonte Selia.
Pero el proceso volverá a repetirse. Cuando la evolución foné­
tica llegó a convertir, a lo largo de generaciones de hablantes, Fonte
20
EUTIM IO MARTINO
Selia en Junseya, término que no transparenta inmediatamente su
significación, se recurre a especificarlo anteponiéndole un apelati­
vo común, el de «riega», con lo que resulta la Riega de Junseya,
expresión que implica por triplicado el concepto de «corriente» de
agua.
Sajambre-Salambre. Reconocemos en estos dos topónimos el
componente Salia, sólo que diversamente evolucionado. En el pri­
mero, Salia pasó a Saja exactamente lo mismo que en el río cán­
tabro Saja, perfectamente documentado como Salia en la Edad
Media (E. JUSUE, Libro de Regla de Santillana del Mar), en el
segundo no se aprecia sino la pérdida de la -i-.
De pasada notemos cómo los topónimos Sajambre y Salambre
testimonian de la existencia de la forma Salia en la zona, totalmen­
te de acuerdo con el Salia de Mela, por más que no surja en la
documentación, sin tener que recurrir forzosamente a la forma
Selia o Saelia, precedente inmediato de Sella. Pero todavía vere­
mos ejemplos más evidentes.
Nos preguntamos por el segundo elemento del compuesto, el
que se oculta bajo el actual -ambre. Dado que Salia es «corriente»
de agua, como dijimos, lo natural es pensar en amne, «r ío » en latín,
de acuerdo con el frecuente calco semántico, realizado también en
Junseya mediante el latino fonte. Sólo que, en vez de Amne Salia,
el latino amne por delante para especificar al más antiguo Salia,
se habría producido la inversión Salia amne.
Esta inversión, que, siendo conocida en el habla común latina,
no parece serlo en la toponimia, es lo que nos torna dudosa la
presencia de amne como segundo elemento de los citados com­
puestos, no en cambio el que -mn- deba producir siempre -ñ-, como
es propio de la segunda declinación, en lugar de -mbr-, propio de
la tercera (hóm>ine>homne>hombre).
Pero existe un hidrónimo antiguo, precisamente emparentado
con amnis, que puede facilitarnos la clave. Se trata del céltico amber (HOLDER, Alt-celtischer Sprachschatz), formación de un pri­
mitivo +ambi-s, que dio también Ambas Mesías, «confluencia de
ríos», justamente en Asturias (A. C. FLORIANO, Diplomática astur,
II; siglo IX ). En la misma zona de Sajambre contamos con varios
ejemplos, incluso hidrónimos, que atribuimos al citado amber y
que respaldan la presencia del mismo en Sajambre, Salambre, pero
cuyo análisis no podemos desarrollar aquí. Baste con citar el río
Zarambral.
La documentación más antigua, en torno al año 1000, nos da
sobre todo la forma Saliamne, también Salíame (E. M ARTINO,
EL SELLA, SOMETIDO A PRUEBA
21
Valdeburón, p. 201-207), que pueden explicarse como latinización
culta de Salia +Amber, Salia +Ambre, el conocido calco semántico,
el Sajambre y Salambre de la actualidad no serían propiamente
derivación de Salia amne cuanto de Salia Ambre, la forma primiti­
va y popular que se habría mantenido al margen de su reflejo en
el latín culto de los documentos.
A nuestro propósito bástenos aquí aislar el componente Salia
en cuanto presente, ya sea en los dos topónimos actuales — Sajam­
bre y Salambre— ya en las formas medievales latinas — Saliamne,
Salíame, etc.— . Evidentemente la forma Salia tuvo que anteceder
a la de Selia. Y se nos ha conservado, si no independiente como en
Mela, sí por lo menos incrustada en los compuestos, como acaba­
mos de ver.
La misma documentación de Sajambre sugiere que hay que
contar con la alternancia de Salia y Selia puesto que, junto a la
constante forma Sajambre, no deja de surgir también la de Sejam­
bre desde el siglo X V I al IX, testimoniada en documentos fidedig­
nos. Más tarde volveremos aún sobre el aspecto histórico-geográfico
de Salambre y Sajambre.
Ose ja. Aproximadamente de la misma época de las primeras
menciones de Saliamne, Salíame, para Sajambre — los aledaños del
año 1000— data el primer testimonio de Oseja como Sancta María
de Oselia ( Valdeburón, 204-205). Y contemporáneo es también el
documento que presenta en Saliamne, Saliamen, el rio Selia, como
veremos adelante.
Por eso no podemos menos de reconocer el citado Selia en ese
O-selia. Para ello partimos de ciertas consideraciones fonéticas y
de otras histórico-geográficas.
Así como en Saliamne, Saliamen, etc., no es indispensable des­
cifrar con seguridad el segundo elemento del compuesto para poder
establecer el primero — Selia— , de igual manera, en el caso de
Oselia, no habremos de esperar a descifrar el elemento O- inicial
para poder asentar el segundo: Selia. ¿O tal vez sí?
De todos modos tenemos juicio formado acerca de ese primer
elemento a base de varios paralelos de la misma zona, paralelos
en el aspecto fonético tanto como en el semántico, pero que no
expondremos en esta ocasión. En el aspecto puramente semántico,
y aun dentro del ámbito latino, valgan como paralelos el mismo
Junseya, ya conocido, y Reuseya, término en el mismo Oseja, que
tocaremos inmediatamente.
Nuestra convicción es la de que Oselia deriva de Aqua Selia,
«agua Selia», un calco semántico latino similar a Junseya y Reu-
22
EUTIM IO MARTINO
seya. Convendrá recordar que Oseja se halla perfectamente centra­
do, en el sentido longitudinal, en el valle principal de Sajambre,
sobre el río que viene de Junseya, sobre los bancales de su margen
derecha, justamente sobre Reuseya, hoy Roseria.
Sin embargo, el monasterio de Santa María de Oselia contaba
con una hermosa fuente al pie, cuya referencia, más puntual y
perentoria, es la que más probablemente se contiene en el topóni­
mo: Santa María de la «fuente» Selia.
Roseria. Se llama así la ería situada por debajo de Oseja, mi­
rando al río, pero se denominaba Reuseya en las antiguas Orde­
nanzas del concejo de Sajambre, ya viejas en 1701. Comprendía
precisamente los pagos que de Oseja caen hacia el río ( Valdeburón,
p. 267, 278). Evidentemente Reuseya deriva de Rius Selia, un calco
semántico más.
Puente Oseja. Es un hecho natural el que los puentes puedan
recibir su nombre propio del río mismo que salvan. Citemos Puen­
te Dobra, Puente Nansa, dejando ejemplos más próximos y menos
transparentes. El Puente Oseja pasa el río que viene de Junseya
precisamente al pie de Reuseya, margen derecha, para comunicar
con los pueblos de la izquierda, Vierdes y Pío. Todavía de esta úl­
tima orilla nos vendrá una precisión acerca del Puente Oseja, si
cabe, más valiosa que la de Reuseya. No cabe la menor duda; Puen­
te Oseja es Ponte Aqua Selia.
Aguasalio. Otro perfecto calco semántico, el cual nos guarda la
forma primitiva Salia, interpretada por el latino aqua, por cierto
muy poco evolucionado aquí, a diferencia de lo que vemos en
Oseja ( ¡imponderables del lenguaje a través de los siglos!). Agua­
salio abunda extraordinariamente en torno a los Picos de Europa.
Nos limitamos aquí al ámbito de Sajambre.
Los Aguasalios es pradera de Soto, Los Abasalios monte de Pío
(deformación de Aguasalios), ambos términos con agua y fuera ya
del valle principal de Sajambre.
Merece mención especial un afluente derecho del río principal
de Sajambre, inmediato al municipio, llamado El Aguasalio. Este
nace junto al Puerto de Veza y se reúne con aquél en Bidosa.
Resellao. Término en Verrunde, con arroyo ( Río Sellao).
Un documento medieval. El documento arriba aludido está da­
tado en la era 1038, año 1005, el cual corresponde al rey Alfonso V
pero no a Servando, obispo de León, ni a Cipriano, abad de Sahagún. Como no se trata del original sino de la copia posterior, con­
servada en el Becerro Gótico de Sahagún (año 1110), no se le puede
EL SELLA, SOMETIDO A PRUEBA
23
rechazar, sólo por ello, en modo alguno. Aparte de que la fecha del
Becerro ya le da similar antigüedad.
El documento recoge una donación de fincas otorgada por Vegito, que es abad en un monasterio situado en el territorio »de
Riangulo (Riaño), en el lugar llamado Saliamen (Sajambre), «en
donde corre el riachuelo Selia» ( Valdeburón, p. 27-28; 206-207).
A favor de indicios de todo tipo, localizamos el monasterio de
Vegito en donde la iglesia antigua de Vierdes, a unos cien metros
del río que acaba de pasar bajo el Puente Oseja del antiguo cami­
no real. Es decir, a unos cien metros del «riachuelo Selia».
Dos testimonios modernos. El Diccionario Geográfico Universal,
t. V I I I (Barcelona, 1833), dedica un artículo al concejo de Sajam­
bre. Se refiere dos veces a Oceja — con -c- en lugar de -5----por
Ose ja. De las aguas dice que «se reúnen en el lugar de Ribota, y
forman un río bastante caudaloso llamado Oceja, el cual abunda
en truchas, y, dirigiéndose a Asturias, toma en Ponga el nombre
de Sella, dándolo a Rivadesella...».
Corrijamos una vez más Oceja por Oseja. Según el autor, pues,
el río se llama en su origen Oseja pero en el inmediato Ponga pasa
a llamarse con el nombre de Sella. Sólo debemos hacer notar que
el río no cruza este concejo más que por un breve ángulo al este,
al recorrer el desfiladero de Los Veyos, allí donde recibe por la
derecha el ya mencionado Aguasalio, por otro nombre Arroyo de
Redonda.
Ya en este siglo, escribe M. Medina Bravo: «... ya alejado de
los Picos, se desliza el río Sella, nacido en el Puerto de Pan de Rue­
das. Este curso fluvial tiene la particularidad de llevar otro nombre
en su origen, Sajambre, de donde proviene el de la pequeña región
leonesa de igual denominación» ( Tierra Leonesa, 2.a ed., León, sin
año, p. 20).
En un adjunto croquis de los Picos de Europa designa efecti­
vamente como Río Sajambre al citado río pero como R. Sella tan
pronto penetra en Asturias. Y en otro mapa general de la provincia
de León representa el río como R. Sajambre.
Todavía en otro lugar se expresa de este modo: «E l Sella, naci­
do en la cordillera y al norte del Puerto de Pontón, riega la región
de Sajambre, que de él toma este nombre, y se interna en Asturias
por una gigantesca garganta, el desfiladero de Los Beyos...» (p. 40).
Los dos testimonios citados ejemplifican a la perfección algunos
aspectos de la cuestión que juzgamos más esenciales y que recoge­
remos al final.
24
EUTIM IO MARTINO
EL TOPONIMO VEGA DEL SELLA
La hoja 55 del Instituto Geográfico, titulada Beleño, denomina
Vega de Sella a la aldea situada en la margen izquierda del río que
baja de Sajambre, frente a Cien, y perteneciente a la antigua pa­
rroquia de San Martín de Argolibio. Popularmente se la denomina
Vega de Cien.
Como esta aldea se halla unos cuatro kilómetros por encima de
la confluencia del río que viene de Ponga, si el nombre Vega de
Sella le perteneciese realmente, tendríamos aquí una constancia de
cuál es el río Sella. Pero no hemos logrado encontrar este nombre,
como aplicado a ella, más allá del año 1944, en que se data el citado
mapa. No nos es posible decidir si esa adjudicación viene desde an­
tiguo como tampoco si se debe a un error del mapa.
Existe además el topónimo La Vega del Sella como título con­
dal. Según el Diccionario de Tomás López, se trataba de un coto
llamado Tornín o Vega de Sella, perteneciente al concejo de Can­
gas, el cual comprendía desde la confluencia del Dobra hasta el
mismo Cangas (Biblioteca Nacional, Ms. 7295, f. 106).
Este, por consiguiente, de nada sirve para la presente discusión
puesto que por allí ya van juntas las aguas en litigio, las de Sa­
jambre con las de Ponga.
LA TRADICION DE SAJAMBRE
A efectos de redondear el cuadro no podemos omitir este ren­
glón. Pues bien, la tradición unánime del valle es que su río prin­
cipal se llama Sella. Una tradición firme, que no vacila en absoluto
si se la enfrenta con la contradicción. Sus argumentos más a punto
son: la fuente de Junseya como su nacimiento más el curso central
y directo que lleva este río, flanqueado como está por el de Ponga
y por el Dobra.
Se recuerda en Sajambre una cantilena tradicional: El Sella na­
ce en Junseya / pasa por «Useya» / y acaba en Ribadesella».
SOBRE PONGA Y EL RIO PONGA
Sólo algunas observaciones por nuestra parte acerca de este
presunto aspirante a Sella.
Ya se ha dicho; sólo el topónimo Sellaño — de todos los argu­
mentos aducidos— posee fuerza probativa.
EL SELLA, SOMETIDO A PRUEBA
25
Un testimonio singular, que no se debe ignorar, es el del Diccio­
nario Geográfico, de Tomás López (siglo X V III). El informe sobre
Ponga es el cura de Taranes, quien se muestra detallista, por no
decir prolijo, describiendo la hidronimia.
Según él, los arroyos afluyen al Río Grande. Sobrefoz «tiene un
río caudaloso que allí tiene por nombre de zima (s¿c) y lo mismo
su puente». Luego relaciona diciendo: «el Río Grande que dije lla­
marse de Cima». Casi a continuación: «Dicho Río Grande nace en
el Puerto de Ventaniella de muchas fuentes de muchas majadas».
Finalmente: «E l río del Moro nace en Murmiello, ...y especialmen­
te de Fuente Bramadora y se une al Río Grande en Sellaño» (B i­
blioteca Nacional, Ms. 7295, f. 31 ls.). En el mapa de T. López figura
como R ío de Cima.
Al río que viene de Sajambre, dice, «según informes, llaman de
Pontón» (una denominación que no hemos visto en ninguna otra
parte) (3).
En fin, se impone un análisis del nombre Ponga. Pensamos que
se trata primariamente de un hidrónimo, naturalmente prerroma­
no. Lo relacionamos con el radical indoeuropeo pen-, «lodo, agua»,
bajo su variante pon-, éste con el sufijo -io, ia (PO KO RNY, Indogerm. Etym. Wórterbuch, 807). De +Pon\a derivaría Pon ja, forma
testimoniada para Ponga en el siglo XV ( Libro de la Montería del
rey D. Alfonso X I, 70).
Muy cerca de Ponga se documenta en el siglo X II Río de Ponfos,
hoy Redipollos, junto al Porma (M. BRAVO, Monasterio de Eslonza, «Archivos Leoneses» (1948) 1, p. 111). En Barniedo (Riaño) el
Arroyo Valponguero muestra el mismo componente. Tanto Valponguero como Redipollos parecen ser calco semántico de un hidróni­
mo precedente.
Ponga es, como Salía, un hidrónimo indoeuropeo primitivo.
(3)
En cambio, el inform ante de Cangas de Onís p ara el m ismo Dicciona­
rio se exp resa de este modo a propósito del S ella : “ Este río tiene sus princi­
pios en las m ontañas de Ponga y recibiendo las aguas que vienen d el concejo
de Sajam b re, en el Reino de León, fórm ase el río llam ado D o b ra después de
un puente de piedra que está a una legua de C an gas...” B N, Ms. citado, Can­
gas de O nís). Como se ve, los errores del informe son tan graves que se des­
califica en absoluto. N os atenemos a la información del cura de Taranes, que
está describiendo lo que tiene ante la vista.
26
C)
ÉUTIM IO MARTINO
REPLANTEAM IENTO Y SINTESIS
Lo que más cuidadosamente habremos de evitar en el plantea­
miento y desarrollo de la cuestión es el exclusivismo en cualquiera
de las formas en que puede surgir.
Ni exclusivismo de región, ni de la corriente de agua, ni del
nombre de la misma, ni, en un cierto sentido que luego explicare­
mos, de la documentación.
No exclusivismo de un insignificante rincón. Así, el hidrónimo prerromano Salia se dio no solamente en la frontera oeste de
Cantabria, en Amieva, Sajambre y Ponga, sino en el corazón de
Cantabria con el Salia-Saja, en Liébana ( Aguasalio, Aguasel), en
Riaño (Salió, Pico Aguasalio). Dondequiera que se habló aquel idio­
ma, cualquiera que fuese, en el que salia significaba «corriente de
agua», se aplicó el término a las corrientes, lo que llevó a que,
andando el tiempo y al producirse mutación del habla común, el
mismo pasase a sonar como nombre propio, como un hidrónimo
individual, en los determinados casos en que se conservó.
Tampoco, exclusivismo por lo que hace a la corriente de agua.
No se adjudicó solamente al río principal de la cuenca sino tam­
bién al arroyo secundario e incluso a la fuente, pues, evidentemente,
se trata siempre de «corriente de agua», sólo variantes por el as­
pecto cuantitativo. Los ejemplos aducidos, y tantos más que se
pudieran añadir en el oeste de Cantabria, confirman lo que ya a
p riori parece ser evidente. La ley vale también para otros hidrónimos en cuanto que «nombres de agua».
Especialmente interesa rechazar aquí el exclusivismo de nom­
bre, que parece subyacer en todo momento al trabajo anteriormen­
te comentado. Es decir, no porque un río determinado lleve tal
nombre se ha de concluir que no pueda llevar además otro, Es un
hecho muy frecuente el que un mismo río sea conocido por varios
nombres, en particular según tramos. Lo podemos observar hoy en
día tanto en ríos como en arroyos, lo sabemos de tiempos antiguos
incluso por la geografía, y debió de ser cosa normal antes como
ahora, siempre que la geografía no imponga un determinado nom­
bre sobre los demás.
El fenómeno se explica muy fácilmente. En general, todo grupo
hablante dispone de más de un apelativo común para designar lo
que aquí nos ocupa. Añádase que, a lo largo de los tiempos, han
ido asentándose uno tras otro en las márgenes del río pueblos de
idiomas diversos, cuyos apelativos de agua, varios y nümerosos,
bien pudieron, cuándo el uno, cuándo el otro, bien aquí, bien allá,
EL SELLA, SOMETIDO A PRUEBA
27
quedar anclados en la corriente como propios de ella, conforme se
oscurecía su inicial significado común de agua.
Relacionado con este que podemos llamar no-exclusivismo del
nombre se halla también el no-exclusivismo de la documentación.
Es un hecho normal el que tal o cual nombre antiguo de un río no
abunde absolutamente en la documentación latina y española sub­
siguiente. Sencillamente los hablantes de la era en cuestión tampo­
co son excepción a la norma común, la de valerse habitualmente
de sus apelativos comunes de agua más que de un nombre sentido
como propio, sobre todo tratándose del río principal, con respecto
al cual no cabía confusión.
Así, en documentos en castellano, basta la mención de «E l río»,
«el río grande», «el río caudal», «el agua»,, simplemente. Otro tanto
se diga de la era latina, solamente cambiados los apelativos. Lo
cual no excluye el que algunas veces aparezca el nombre prelatino
— Salia, Selia, Seya, Sella— acompañando al apelativo, como diji­
mos al hablar del calco semántico, incluso hasta llegar a fundirse
como en Reuseya, Puente Oseja, etc.
Por ello no sería lógico extraer deducciones, o superficiales o
apresuradas, en contra de la existencia de un hidrónimo antiguo,
sólo porque no lo reflejan los escasos documentos por nosotros
controlados, cuando el mismo consta espléndidamente por hidrónimos y topónimos de su ribera.
El principio de no exclusión halla cabida incluso entre las for­
mas pertenecientes de algún modo al mismo radical y aplicadas al
mismo curso fluvial en un momento determinado. En concreto, y
en el caso que nos ocupa; nada impide que más o menos en la
misma época un mismo río sea denominado Sella por un habalnte,
Oseja por otro, y Sajambre por el de más allá, mientras que acaso
los más ignoran el nombre propio y se contentan con decir «el río»,
sin especificarlo más que, acaso, por el lugar de donde viene: «el
río de Verrunde», «el río de Pontón».
Surgidos en épocas tal vez muy distintas y distantes entre sí,
todos aquellos nombres propios nos llegan rezagados y confundi­
dos, como a saltos por el cauce de la tradición oral. Son erráticos
fragmentos, vencidos por la deriva, después de que se desintegrara
sin remisión el bloque de que antaño formaban parte, cada uno
por su lado.
Decimos «cada uno por su lado» porque lo seguro es que nunca
un solo nombre del río llegó a recubrir — como capa de hielo-—
toda la corriente, ni siquiera en una época determinada, por lo
28
E UTIM IO MARTINO
menos en un tramo de cierta consideración y en condiciones nor­
males de población.
Es en la Edad Contemporánea cuando la ciencia de la Geografía
se afana por dar un solo nombre al río, sin duda por ansia de sim­
plificar las cosas, pero el proceso histórico fue todo lo contrario
de la uniformidad.
Es la Geografía la que nos impone la obligación de ser exclusi­
vos muy a contracorriente. Una exclusión, por consiguiente, que
sólo podrá llevarse a cabo mediante comparación: «¿Cuál es el río
que más títulos ostenta en su origen para ser llamado Sella, enten­
diendo por títulos aquellos vestigios históricos, hidronímicos y
toponímicos, de haber sido llamado Salía en tiempos antiguos?».
El lector dispone de suficientes elementos para dar la respues­
ta. Disponía de ellos también C. Cabal, cronista mayor de Asturias,
cuando escribió: «E l Sella tiene su fuente en el sosiego silencioso
y blando de la tierra de Verrunde» (4).
(4)
C. C abal, La Asturias que venció Roma, 69.
EL CONCEJO DE VALDES, SEGUN EL CATASTRO DE
LA ENSENADA
II
(L A PARROQUIA DE SAN JUAN DE M UÑAS)
POR
RAMONA PEREZ DE CASTRO
La presente transcripción de las Respuestas Generales, dadas
al Interrogatorio de la Letra A, para la parroquia de San Juan de
Muñás, la hicimos, al igual que la ya publicada en el Boletín ante­
rior (N.° 116) sobre Ayones y Alienes — también del antiguo concejo
de Valdés— , por las fotocopias obtenidas del volumen manuscrito
que las contiene y se encuentra en el archivo histórico del Ayun­
tamiento de Luarca (1).
Advertimos nuevamente que procuramos respetar la versión li­
teral del texto, en la confianza de que el lector habrá de salvar en
su lectura, aquellas palabras sin sentido, que el copista traslada
por confusión con otras similares; algún nombre propio también
incorrecto, y no digamos la puntuación ortográfica y la redacción
defectuosa que el texto nos ofrece; todo lo cual atribuimos a que
la copia que manejamos lo es de un original que el copista no supo
trasladar fielmente. No obstante tales fallos son de fácil subsanación.
(1)
A gradecem os al A lcald e de este Ayuntamiento, don Joaquín M orilla,
las facilidades que nos dió p a ra la consulta del archivo.
30
RAMONA PEREZ DE CASTRO
Su contenido dice así:
Concejo de Valdés. Copia de sus Respuestas Generales:
En el lugar y parroquia de San Juan de Muñas, concejo de
Valdés, a catorce días del mes de octubre de mil setecientos cin­
cuenta y dos años, en consecuencia del auto proveído por su
Merced, el Sr. Don Diego García Tuñón, subdelegado que opera,
en este Partido, sobre el establecimiento de la Unica Real Contri­
bución.
El día doce del corriente se juntaron en su casa de Posada, y
por testimonio de mí el escribano los señores D. Lope José Avello
y Valdés, juez noble y ordinario de dicho concejo, Rodrigo Fer­
nández que lo es por el estado llano del; D. Ilario Yáñez Avello,
cura propio de esta dicha parroquia, D. Francisco Arias Velasco, y
D. José Juan González Villa de Moros regidores perpetuos de dicho
concejo, D. Juan Rico Villa de Moros procurador general del, Fran­
cisco Lorenzo Suárez Trelles escribano de Ayuntamiento, Lázaro
Martínez Alonso de Cabo, vecinos de la parroquia de Arcallana;
Pedro Alvarez y Jacinto Pérez que lo son de la de Castañedo; Juan
García Arrojo y José Rodríguez de la de Paredes; Pedro Suárez
Llantero y Francisco Avello de la de Trebíes; José Suárez de la Cogolla, Roque González de la de Cañero; Juan Fernández Folguerúa
y Diego Martínez de la de Muñas, unos y otros peritos agrimensores,
nombrados por dicha Justicia, y Concejo para el reconocimiento
general de los términos de dichas parroquias, y asimismo por lo
repective, al producto de molinos y más artefactos que previene el
Auto del citado día doce, comparecieron en este acto en su cum­
plimiento, Pedro Menéndez, Domingo Menéndez Inclán, Juan Anto­
nio Fernández, Juan Fernández, Francisco de la Aspra, D. José
Avello y Llano, Francisco Martínez, y María García, vecinos todos
de dichas parroquias. Personas de toda inteligencia, como adminis­
tradores y llevadores que son de dichos molinos y más artefactos
para satisfacer con toda individualidad, con dichos peritos, al con­
tenido de la pregunta diecisiete, del Real Interrogatorio, de pre­
guntas, que adelante se expresará y para que son comparecidos,
para por este medio regular dichos artefactos por su justo valor
de suerte que por ignorancia, o falta de inteligencia, a dichos pe­
ritos, no se perjudique la Real Hacienda; y estando así juntos, a
excepción de dicho cura, de todos dicho señor subdelegado, recibió
juramento, que hicieron, a Dios nuestro señor, y una señal de cruz,
prometieron decir verdad de él y declarándola al tenor del. dicho
EL CONCEJO DE VALDES, SEGUN EL CATASTRO DE LA ENSENADA
31
Interrogatorio de Preguntas señalado con la letra A, enterados de
sus circunstancias, y a cada una de ellas dijeron lo siguiente...
1.a) 2.a) y 3.a)...A la primera, segunda y tercera preguntas de di­
cho interrogatorio dijeron se remiten al contenido de las que en
este asunto evacuare el Subdelegado que opera en la capital de
este concejo según la orden que para ello tiene el presente Subde-;
legado extrajudicial de su señoría el Sr. Intendente General de
dicha única contribución de este Principado.
4.a)...A la cuarta pregunta que en los términos de dichas parro­
quias, hay las especies de tierras de regadío y secano y son las •
....
.
siguientes:
1.a...Tierras que se siembran de maíz y habas blancas seguida­
mente.
2.*... Tierras que se siembran de escanda, maíz y habas alterr
nando los años.
’
' • c\ ;
3.a...Tierras en que se siembra centeno, maíz y habas con la
misma alternativa.
“;
4.a...Tierras que se siembran de centeno, m ijo o panizo.
5.a...Tierras en que siembra centeno solo con descanso de diez
años. ,
. . . • * ■
6.a...Prados regadíos de dar hierba y dos paciones de primavera
y otoño.
7.a...Prados secanos de dar hierba y pación de otoño.
8.a...Monte alto de robles.
9.a...Monte alto de castaños.
10.a...Tierra en término común que sirve de pasto.
'
Nótase que no hay ninguna tierra en el término de dichas pa­
rroquias que produzca más que una cosecha al año y se encontró
haber algunas que fructificasen de diez en diez años por ser éstas.
muy estériles; y el producir las demás seguidamente consiste en el
continuo abono con que las benefician sus dueños y labradores,..
5.a)...A la quinta que dichas heredades son de buena, mediana
y ínfima calidad, y también hay de la inculta que sirve de pasto. Y
se advierte que las tierras que dan maíz y habas, sin descanso, son ’
únicamente de buena calidad, las que dan pan, maíz y habas alter­
nando y sin descanso son de buena, mediana e ínfima calidad, y las
que fructifican centeno, maíz y habas, son de ínfima calidad sola-’
mente, y lo mismo las que producen centeno, m ijo o panizo, y todas
aquellas que también fructifican centeno con descanso de los dichos'
32
RAMONA PEREZ DE CASTRO
diez años son de ínfima calidad, y asimismo los prados regadíos,
son de buena y mediana calidad, y los secanos de ínfima calidad
todos ellos...
6.a)...A la sexta que en el término de estas dichas parroquias
hay plantío de árboles frutales, como son perales, manzanos, no­
gales, castaños, higueras y nisales y otros árboles no frutales, como
son robles, hayas, fresnos y espineras.
7.a)...A la séptima que dichos árboles están plantados algunos
dentro de las tierras y otros en el márgenes y cierros de ellas; a
excepción de los castaños, nogales, fresnos, y más infructíferos que
se hallan en el poseo común de dichas parroquias...
8.a)...A la octava que dichos plantíos, están según llevan decla­
rado, en la antecedente, en las márgenes de las tierras y sus cierros,
y no extendidos en toda ella, ni puestos en hileras...
9.a)...A la novena que la medida qu se usa en estas parroquias
es por días de buyes, que es la que está dada generalmente por la
justicia de este concejo y otras de este Principado que se compo­
ne de treinta varas de frente, y sesenta de largo o costado, caste­
llanas, pero el uso común divide este dicho día de bueyes, en grande
y corto mirando a la sobredicha medida que es la corriente y se
ejecuta judicialmente con asistencia de agrimensores y que el tér­
mino que ocupa, un día de bueyes de cualquiera calidad que sea
de la citada medida de dichas parroquias, se siembra con tres copinos de escanda o trigo, y al siguiente año alternando, se siembra
de maíz, con copín y medio, y de habas con un cuarto todo mez­
clado: el día de bueyes que alternativamente, y sin descanso pro­
duce maíz y habas, lleva la misma simiente, el día de bueyes que
alternando produce, centeno un año, y al siguiente maíz y habas,
lleva de aquello copín y medio, de maíz otro tanto y de habas un
cuarto todo mezclado para su sembradura, el día de bueyes que
con la misma alternativa produce centeno, y al siguiente año panizo
o mijo, lleva de esto un cuarto, y de aquello copín y medio de sem­
bradura, y el día de bueyes en que se siembra, sólo centeno, con
descanso de un año, digo, de diez años, lleva de simiente copín y
medio, que por la medida de este concejo que es igual, a la de la
ciudad de Oviedo, que ocho copines u ochavas, según el uso de
dicho concejo, hacen fanega y cada copín tiene dos celemines, y la
fanega diez y seis castellanos.
E L CONCEJO DE VALDES, SEGUN EL CATASTRO DE LA ENSENADA
33
10.*)...A la décima que en el término de dichas parroquias hay
cincuenta y tres mil, ciento veinte y dos días de bueyes, los cuatro
mil trescientos cuarenta y uno de tierra de sembradura, en esta
forma, doscientos y veinte y seis, secano de buena calidad, mil
ciento noventa y tres de mediana, y los dos mil novecientos veinte
y dos, también secano de ínfima calidad, dos mil ciento y noventa
días de bueyes de que se componen los prados, de éstos los dos­
cientos veinte y seis son de regadío buena calidad, quinientos y
catorce regadío de mediana, mil trescientos y siete secano de ínfi­
ma calidad, ciento y cuarenta y tres de pascón, ochocientos y diez
plantados de castaños, en tierra de ínfima calidad, veinte y un días
de bueyes de nogales, treinta y dos de robles monte alto de corta
diez y ocho perales plantados también en tierra de ínfima calidad,
de higueras catorce días y medio de bueyes, tres y medio de nisales
de la calidad dicha, y los cuarenta y cinco mil seiscientos y setenta
días de bueyes restantes son de tierra de matorral, y montes altos
y peñascosos con diferentes árboles, infructíferos, todo común que
sirve de pasto para los ganados de dichas parroquias; y en cuanto
al número de medidas, se remiten a la respuesta cuarta, y a la
novena, donde dejan dada razón de las especies, que se siembran en
los términos de las citadas parroquias...
11.a)...A la decimaprima que en este término hay las especies
de frutos que tienen declarado en la cuarta y además el de pera,
manzana, nuez, higos, nisos y el de castañas.
12.a)...A la doce que un día de bueyes, que se siembra con tres
copinos de pan, en tierra de buena calidad, con una ordinaria cul­
tura y beneficio, produce unos años con otros, dos anegas y media
de a ocho copines cada una en tierra de mediana calidad dos ane­
gas, y en la de ínfima anega y media; un día de bueyes de buena
calidad, sembrado, con copín y medio de pan, digo, maíz, un cuarto
de habas, produce de aquello cuatro anegas, y tres copines de es­
tas; el de mediana calidad, que lleva la misma simiente, produce
tres anegas de maíz y dos copines de habas, y el de ínfima calidad,
que no se le hecha más simiente, por ser tierra suave, ligera, pro­
duce dos anegas de maíz, y un copín de habas, un día de bueyes de
ínfima calidad aunque se siembra centeno un año, maíz y habas
otro, y lleva de sembradura de centeno, copín y medio, de maíz otro
tanto, y de habas un cuarto, produce de centeno catorce copinos,
de maíz dos fanegas y de habas un copín; el día de bueyes también
de ínfima calidad, sembrado de centeno, panizo, mijo, alternando,
34
RAMONA PEREZ DE CASTRO
y lleva de esto un cuarto, y de aquello copín y medio, produce unos
convotros, de centeno catorce copinos, de m ijo o panizo anega y
media; el día de bueyes en que se siembra; sólo centeno con des­
canso de diez años, en tierra de ínfima calidad lleva de simiente
dosvcopinos, y produce dos anegas y se anota, que esta especie, la
de m ijo,vy panizo no se siembra en tierras de buena calidad, ni de
mediana calidad, sino sólo la ínfima, como va declarado, un día de
bueyes de prado regadío de buena calidad, produce unos años con
otros, dos carros de yerba, que hacen uno por los de la ciudad de
Oviedo, y dos paciones de primavera y otoño,, el de mediana cali­
dad también regadío, carro y medio de yerba y otras dos iguales
paciones, y 'e l de secano de ínfima calidad produce un carro de
yerba y una pación.
NOTA
Resultó de los reconocimientos practicados haberse encontrado,
algunas tierras incultas por naturaleza, y por desidia y otras en
abertal, a las cuales no se les ha considerado producto alguno.
ATEMPAS
Resulta asimismo haber en los términos de dichas parroquias,
algunas atempas de pastos, por los que se pagan quinientos noventa
y seis reales vellón a diferentes particulares, remítense a las rela­
ciones que de ellos dieren...
13.a)...A la trece, que en dichas parroquias, hay los árboles fru­
tales que se refieren en la respuesta sexta, los que no se hayan
plantados en medida de tierra alguna, a excepción del monte de
"castaños, que se halló ser de ochocientos y diez días de bueyes, a
diez y ocho pies por cada uno, regulan de producto tres anegas en
cada segundo año; un día de bueyes plantado en debida forma,
de nogales ocupa su espacio diez y ocho pies, regulando su produc­
to, en tres anegas, de fondo un año de intermedio: Un día de
bueyes plantado de perales, en igual forma, ocupa su ámbito cin­
cuenta pies, produce cada segundo año, cuatro anegas; el día de
bueyes plantado de manzanos con año de intermedio, produce cua­
tro anegas, y ocupa otros cincuenta pies; el día de bueyes plantado
de nisales, que necesita los mismos cincuenta pies, produce dos
anegas cada año; el día de bueyes plantado de higueras, produce
cuatro anegas en cada un año, y necesita otros diez y ocho pies;
E L CONCEJO DE VALDES, SEGUN EL CATASTRO DE LA ENSENADA
35
el día de bueyes plantado de robles monte alto de corta, necesita
de los mismos diez y ocho pies al que no se le regula utilidad al­
guna por la abundancia de montes de robles y ayas comunes de
dichos vecinos y los dueños de dichos montes, no ser de peor ca­
lidad que los que no les poseen.
14.a)...A la décima cuarta, que el valor que ordinaria tiene la
fanega de pan de escanda o trigo de ocho copines en fanega es el
de veinte y cuatro reales, según el uso y práctica de este concejo.
La de maíz a trece reales la fanega, la de habas blanca a los mis­
mos veinte y cuatro reales, la de centeno a diez y seis reales, a diez
reales la de m ijo o panizo, la de castañas a ocho reales; también
regularon un jamón ordinario en ocho reales, una arroba de cura­
dillo, en quince reales; otra de aceite en cuarenta reales, otra arro­
ba de mielga curada en veinte reales, y aunque en los términos de
dichas parroquias, y junto a las casas de algunos de sus habitado­
res, hay unos pequeños pedazos de huertos plantados de berzas
para el gasto de sus casas no se ha hecho ni se hizo aprecio ni
regulación de ellos por no haber huerta alguna de dimensión apreciable; y dichos pedazos, van comprendidos en los aprecios corres­
pondientes de las partidas de casas de cada uno. El carro de yerba,
ha tenido y tiene el valor de doce reales haciendo dos de éstos uno
regular por los de dicha ciudad que componen el de veinte y cuatro
reales, y la entrada o suerte correspondiente a su terreno de un
día de bueyes regadío de buena calidad de pasto y pación de pri­
mavera y otoño, se reguló esta, en siete reales, y aquello en nueve,
la suerte o entrada de la pación de prados también, regadío media­
na calidad, regulan la de primavera en siete reales y la de otoño
en cinco, y la entrada de la pación de prado secano, ínfima calidad
que sólo producen la de otoño en cuatro reales por la media de
pasto común o valdío que haya en las oteicas o pagos, y no podrá
producir sino pasto a diente, se reguló en un copín de escanda, y
el de atempa a diez y siete maravedíes, y que valúan la anega de
nuez en ocho reales produciendo cada día de bueyes, tres anegas;
la anega de pera en cuatro reales, dando cada día de bueyes otras
cuatro anegas, la de manzana en cuatro reales, la de higos en cua­
tro reales, y la de prunos en dos reales.
15.a)...A la quince, dijeron que sobre las tierras y heredades del
término de dichas parroquias sólo se halla impuesto el Derecho de
diezmo que se paga de diez uno así en esta parroquia de Muñas
como en las demás arriba dichas, y el fruto de esta de pan, maíz,
36
RAMONA PEREZ DE CASTRO
centeno, mijo, y panizo, y por razón de primicia, a copín de escan­
da por hogar y los vaqueros la pagan, en manteca y por ella dos
cuartillos cada uno; y también se percibe el de naciones de gana­
do vacuno, ovejuno y de cerda, y también el de castaña; cuyos
diezmos pertenecen, las tres partes de ellos, al préstamo de dicha
parroquia que es propio de la Mesa episcopal de la ciudad de Ovie­
do el que trae arrendado D. Andrés Avello, vecino de la parroquia
de Carcedo, seglar, en tres mil y trescientos reales vellón, y otras
dos partes pertenecen a D. Ilario Yáñez Avello, cura de esta pa­
rroquia, que las lleva y administra de casa y la otra parte restante
al beneficio, o simple de que es poseedor D. José Avello presbítero
residente en la ciudad de Oviedo la que tiene arrendado a D. José
González Villa de Moros, también seglar y vecino de dicha parro­
quia de Carcedo, en cantidad de ochocientos reales de vellón, en la
de Santiago de Castañedo, se percibe igualmente por razón de diez­
mo el de pan, maíz, centeno, m ijo y panizo, y el de castañas, como
también las naciones de ganado vacuno, ovejuno, cabrío, y también
el de lana que asimismo se paga y percibe el derecho de primicia
que asciende este, a un copín de escanda, de cada vecino, que man­
tiene hogar, y por razón de cena de Cuaresma, otro copín, y el de
buzela que es un manojo, de cada vecino de aquel primero que
siegan, lo que regulado un año con otro asciende el total a hanega
y media de pan cuyos diezmos pertenecen por mitad a D. Toribio
Cubiellas, cura de dicha parroquia de Castañedo y al venerable
Deán y Cabildo de la Santa Iglesia Catedral de la ciudad de Oviedo
y tiene arrendada dicha mitad a D. Lope José Avello, seglar y veci­
no de Trebies en cantidad de mil ciento y sesenta y nueve reales
de vellón en cada un año, y la mitad perteneciente a dicho cura la
administra este de su casa; en la parroquia de San Julián de Arcallana se percibe igualmente este derecho de diezmos, que es el de
pan, habas, maíz, centeno, mijo, y panizo, medio copín de pan por
el derecho de primicia de cada vecino, y otro tanto por razón de
cena de Cuaresma y esta la pagan los vaqueros en manteca, la que
asciende a seis arrobas, el de lana, el de naciones de ganado vacu­
no, ovejuno y cabruno y no el de cerda, castaña ni otra especie
alguna, cuyos diezmos pertenecen por mitad a D. Roque García
Avello, cura de dicha parroquia con más el todo del importe de
primicia y cena de Cuaresma, y la otra mitad de los frutos restan­
tes pertenecen a los vecinos de dicha parroquia por lo que al tiempo
del diezmo se habían de dar de diez uno, solo diezman de veinte
uno, quedándose cada uno de dichos vecinos con su contingente
al respective, al número de frutos que coge en la de San Pedro de
E L CONCEJO DE VALDES, SEGUN EL CATASTRO DE LA ENSENADA
37
Carcedo, también se diezma de diez uno que es el de pan, maíz,
centeno, m ijo, panizo, y el de castañas, y por razón de primicia, a
copín de pan por vecino, y los vaqueros satisfacen esta en mante­
ca, y por el derecho de cena de Cuaresma, otro copín de pan de
cada vecino, también se percibe, el de naciones de ganado vacuno,
ovejuno, cabrío y el de cerdas cuyos diezmos pertenecen las cuatro
partes de ellos a dicho venerable Deán y Cabildo, las tres por razón
de préstamo, y le tiene arrendado a José López, vecino de la pa­
rroquia de Otur de este concejo, en cantidad de dos mil setecientos
ochenta y tres reales, y diez y ocho maravedíes de vellón, y la otra
parte por razón de simple, que le tiene arrendado igualmente a
D. Lope José Avello, seglares, vecino de Trebies, de este dicho con­
cejo, en cantidad de ochocientos cuarenta y ocho reales y catorce
maravedíes vellón en cada un año y las dos partes restantes per­
tenecen a D. Manuel Fuertes Castrillón, cura de dicha parroquia
las que administra y lleva de su casa: en la de San Miguel de Tre­
bies, se diezma igualmente de diez uno, el pan, maíz, habas, centeno,
m ijo y panizo, copín y cuarto de pan de cada vecino, por el derecho
de cena de Cuaresma, y también se percibe el de naciones de ga­
nado vacuno, ovejuno, cabrío y el de castañas, cuyos diezmos se
dividen en nueve partes, una pertenece a D. Domingo Antonio Magadán, cura de dicha parroquia y además el todo de lo que asciende
dicha cena de cuaresma la que lleva de casa otra nona parte a
D. Juan Fuertes clérigo de corona, vecino del lugar de Cañero de
este concejo, y la tiene arrendada a D. Alvaro de Granda, a D. Pe­
dro Fernández Capalleja presbíteros, vecinos de dicha parroquia de
Trebies, en cantidad de mil y cien reales vellón en cada un año
otras tres nonas pertenecen al convento de San Pelayo de la ciu­
dad de Oviedo, y las traen arrendadas, Pedro Alvarez, D. Juan Alvarez, presbítero, Domingo y Pedro Fernández vecinos de dicha
parroquia de Trebies en cantidad de tres mil ciento y cincuenta
reales vellón en cada un año: otra nona es de D. Manuel Martínez,
cura de la villa de Gijón, la trae arrendada de su mano D. Antonio
García Brieves cura de Anleo, concejo de Navia, en cantidad de mil
reales vellón, en cada un año, otra mitad de una de dichas nonas
partes, pertenece a D. Alonso de Lerma, presbítero residente en la
corte de Madrid, la que lleva en arriendo Lorenzo Fernández de
las Quintas, vecino de dicha parroquia de Trebies, en quinientos y
yeinte y cinco reales de vellón en cada un año, la otra mitad de
dicha nona pertenece, a D. Francisco Junco, Chantre en la Catedral
de Oviedo, llévala en arriendo dicha mitad, Luis Menéndez, vecino
de dicha parroquia, en los mismos quinientos y veinte y cinco reales
38
RAMONA PEREZ DE CASTRO
de vellón, en cada un año, otra nona, es de D. Francisco Javier de
la Concha, ausente en las Indias ya muchos años y la trae arrenda­
da Pedro Suárez Llantero y Francisco Suárez, vecinos de la misma
parroquia en noventa y dos ducados vellón anualmente, y la otra
nona restante es propia de D. Esteban de Mestas, capellán de la
Suprema Inquisición, residente en dicha Corte, la que tiene arren­
dada a D. Domingo Fernández Maurera, y Juan Fernández Capalleja, vecinos de dicha parroquia en cantidad de novecientos reales,
digo novecientos y cincuenta, en cada un año y asimismo se per­
cibe este derecho de diezmos en la parroquia de San Pedro de
Paredes, de diez uno que es de pan, maíz, centeno, mijo, panizo,
y el de castaña, y medio copín de pan de cada vecino« de los de la
aldea, por el derecho de cena de cuaresma, y los vaqueros pagan
esta en manteca, a libra por cada uno que mantiene hogar, y los
mismos satisfacen, otra libra o cuartillo mas por el derecho de
calenda, también se percibe, el de naciones de ganado vacuno, ove­
juno, cabrío, cerdos, el de lana y hierba, cuyos diezmos mitad de
ellos pertenecen a D. José Antonio Paredes cura de dicha parro­
quia los que lleva y administra de casa y de la otra mitad, un
quinto y medio de otro, pertenece, por razón de patronato, a D. N i­
colás de Merás seglar y vecino de dicha parroquia que también
administra de casa otro quinto y medio y dos sesmos de otro per­
cibe de Doña Josefa Paredes, viuda y vecina de dicha parroquia,
por el mismo derecho de patronato, que también administra de
casa: un quinto menos dos sesmos, a D. Diego García Paredes,
cura de la villa de Luarca, el que administra de casa por mano de
sus medio quinto al Marqués de Ferrera que la administra por
mano de su mayordomo.
Un medio quinto percibe, D. Juan Antonio Trelles, cura de villa
Pane por razón de Capellanía que también administra por si y la
cuarta parte del medio quinto restante pertenece a Doña María de
Omaña, viuda y vecina de la villa de Tineo que también administra
de casa; y se nota sin embargo de lo dicho, pertenecer por entero
al cura de dicha parroquia el derecho de cena de cuaresma, y sus
efectos y no otro ninguno.
16.a)...A la decima sexta, dijeron que el derecho de fruto diezmable de pan en la parroquia de Santiago de Castañedo, asciende
a veinte y cuatro anegas en cada un año, el de maíz, a otras sesenta
y cuatro fanegas, el de centeno a ocho fanegas, el de m ijo y panizo
a seis anegas, el de castañas a veinte y dos fanegas, y también se
percibe el de naciones de ganado vacuno que asciende a seis reales,
E L CONCEJO DE VALDES, SEGUN EL CATASTRO DE LA ENSENADA
39
el de corderos a ocho, el de cabritos a cuatro, el delana a veinte y
cuatro libras; que igualmente asciende el derecho de primicia a
siete anegas y media de escanda de cena de cuaresma sesenta copinos; y de la misma especie el de buzelas doce copinos de dicha
especie. Cuyos frutos pertenecen según se dijo en la pregunta ante­
cedente al cura de dicha parroquia y al venerable Deán y Cabildo
de la ciudad de Oviedo por mitad: En la parroquia de San Julián
de Arcallana asciende igualmente el fruto diezmable de su territorio
a cuarenta anegas de escanda, el de maíz a ciento y cuarenta ane­
gas, el de habas blancas a seis fanegas, el de centeno a diez copinos,
el de m ijo y panizo, a otros seis, y también se percibe el derecho de
naciones de ganado vacuno que asciende a doce terneros, el de
corderos a cuarenta, el de cabritos a veinte, el de lana a nueve
arrobas, y por razón de cena de cuaresma cinco anegas y media
de escanda, y de los vaqueros se percibe este derecho de manteca,
que asciende su producto a seis arrobas, y de primicia se perciben
cinco anegas y media de pan, cuyos frutos diezmables, según va
declarado, en la antecedente, se dividen por mitad entre el cura
de dicha parroquia y vecinos de ella y en esta de San Juan de Mu­
ñas, asciende, este derecho a veinte y una fanegas de pan, el de
maíz a ciento y ochenta anegas, el de centeno a nueve, el de m ijo
y panizo anega y media, el de primicia de los vecinos de aldea que
asciende a once fanegas y media de escanda, y esta la pagan los
vaqueros en manteca que asciende a noventa libras, se percibe
igualmente el diezmo de las naciones de ganado vacuno que ascien­
de a dos terneros, el de corderos a treinta, el de cabritos a dos, el
de castañas a dos anegas, cuyos frutos decimales según se dijo en
la pregunta quince, pertenece mitad a la Mesa Episcopal de la ciu­
dad de Oviedo y de la otra mitad dos partes al cura de dicha parro­
quia y la otra restante a D. José Avello, presbítero, vecino de la
ciudad de Oviedo, de quien es el simple de dicha parroquia, en la
de San Pedro de Carcedo, asciende el derecho diezmal de pan a
veinte y cuatro fanegas, el de maíz a ciento y ochenta fanegas, el de
centeno a siete anegas, el de m ijo y panizo a seis anegas, el de cas­
tañas a quince anegas, el derecho de primicia a ciento y veinte y
ocho copinos de pan de los vecinos de la aldea y quince libras de
manteca, que pagan por dicha razón, los vaqueros de las brañas,
asciende también el derecho de cena de cuaresma a doce anegas de
pan, también se percibe el derecho de diezmo de las naciones de
ganado vacuno que asciende a ternero y medio, el de corderos a
seis, el de cabritos a dos y el de cerdos a cuatro; cuyos frutos de­
cimales, según llevan declarado en la pregunta antecedente, perte­
40
RAMONA PEREZ DE CASTRO
necen las cuatro partes de ellos al venerable Deán y Cabildo por
razón de préstamo y simple y las dos partes restantes al cura de
dicha parroquia: En la parroquia de San Miguel de Trebies, im­
porta el fruto diezmable de pan diez y ocho anegas, el de maíz a
treinta y sesenta anegas, el de habas blancas a treinta y seis ane­
gas, el de centeno a diez y ocho anegas, el de m ijo y panizo a cuatro
anegas y media, el de castañas a diez y ocho copinos, el de cena de
cuaresma a treinta y nueve anegas de escanda; cuyos frutos deci­
males se dijo en la pregunta antecedente y sus especies pertenecen,
y se diezma, en dicha parroquia, junto con el de naciones de ganado
vacuno, que asciende a setenta reales, este derecho: de corderos,
quince de ellos y cabritos diez, y todos los dichos efectos se dividen
en nueve partes, las que pertenecen a las personas que contiene
dicha pregunta quince que antecede y en la parroquia de San Pedro
de Paredes, asciende el derecho de fruto de pan diezmable a quince
anegas, el de maíz a ciento y sesenta anegas de maíz, el de m ijo y
panizo a diez anegas, el de centeno a quince anegas, el de castañas
a otras cinco, el de hierba a sesenta reales, de cena de cuaresma,
por lo tocante a los vecinos de aldea suple este derecho ocho ane­
gas de pan y esta cena la pagan los vaqueros en manteca que as­
ciende a treinta libras con más satisfacen estos por razón de
calenda otras veinte y cuatro libras, y se percibe igualmente que
en las demás parroquias dichas el diezmo de naciones de ganado
vacuno que asciende este derecho a cuatro terneros, el de corderos
a seis, el de cabritos a ocho y el de lechones de cuyos frutos deci­
males tienen dado razón en la pregunta antecedente, y lo mismo
en dicha parroquia como en todas las demás de los sujetos que
traen arrendados dichos frutos y en que cantidades cada uno respectives como también los que los administran y llevan de su casa,
y en cuanto al pie de Altar y mas correspondiente desde derecho
asciende el de la parroquia de Castañedo a doscientos y noventa y
tres reales; en la de Arcallana, a setecientos reales, en la de Pare­
des a ciento y cincuenta reales, en la de Trebies a ciento y ocho
reales, en la de Carcedo a ciento y veinte y cinco reales y dos ma­
ravedís, y en la de Muñas, a noventa y nueve reales. Como mas
bien resulta de las certificaciones, que en este asunto dieren los
curas de dichas parroquias a las que se remiten.
17.a)...A la diez y siete, dijeron dichos peritos y mas personas
comparecidas para el efecto que contiene la pregunta haber de
artefactos, que ella expresa cincuenta y seis molinos harineros y
ocho arruinados, cuatro en la parroquia de Castañedo, uno de Juan
E L CONCEJO DE VALDES, SEGUN EL CATASTRO DE LA ENSENADA
41
Fernández, mayor en días, de un molar sobre el río de Labio que
muele seis meses al año. Otro de Domingo Martínez vecino del
coto de Labio de dos molares, sobre el río de Faedo, muele otros
seis meses; otro de Esteban Fernández vecino de dicho coto de
dos molares que muele otro tanto tiempo cada molar, y lo restante
del año ni unos ni otros trabajan por falta de granos y ser muy
reducido y corto el vecindario, y moliendo cada molar en veinte
y cuatro horas una anega de todo fruto de pan, maíz, centeno, m ijo
y panizo, cuatro partes de maíz, una de escanda, media de centeno
y otra media de m ijo y panizo, se regula su producto a cada uno,
de dichos cinco molares, por los seis meses que le toca moler, seis
fanegas de todo fruto, cuatro de maíz, una de escanda, media de
centeno y otra media de mijo, y panizo, dejando cada anega que
muelen ocho maquilas. Y el restante molino pertenece a Pedro
Fernández, vecino de dicha parroquia el que se halla arruinado y
es de un molar, y se halla sobre el río grande de Figueras.
En la parroquia de San Julián de Arcallana hay otros seis moli­
nos uno de Alejos Martínez, de un molar sobre el río de Barganaz
muele tres meses al año del cual le corresponden la cuarta parte
y las otras tres, a Gerónimo Martínez, Juan del Valle y a Vicente
Fernández y les queda de producto tres anegas de las especies
dichas según la regulación hecha anteriormente, otro de Domingo
Menéndez Inclán de un molar sobre el río de la Piedra y solo mue­
le seis meses al año por defecto de granos en el que le quedan de
producto, seis anegas, cuatro de maíz, una de escanda, media de
centeno, y la restante de m ijo y panizo, otro de Francisco Bravo
vecino de los Baios de un molar, sobre el río de Forfigón y solo
trabaja tres meses en el año por falta de agua y granos, quedale
de producto tres anegas de las especies dichas. Otro de Juan An­
tonio Fernández de un molar sobre el río de Arquellina, muele
cuatro meses, y no mas por falta de grano quedale de producto
cuatro anegas de las especies dichas. Otro de Miguel del Río de un
molar sobre el río de la Piedra que solo muele dos meses al año,
por defecto de agua y granos quedanle de producto otras dos ane­
gas y el otro de Pedro de Menes de Ozinera sobre el río de Colezitoso muele cinco meses al año, quedándole de utilidad cinco anegas
de dichas especies, y en dicha parroquia se halla un molino hari­
nero arruinado, propio de Domingo Fernández de las Llongas de
un molar sobre el río de la Piedra. En la parroquia de Muñas hay
nueve molinos, uno de Agustín Peláez de dos molares sobre el río
de Ferrera, muele seis meses al año, cada molar quedanle de utili­
dad doce fanegas de dichas especies. Otro de Catalina del Busto
42
RAMONA PEREZ DE CASTRO
sobre el mismo río de otros dos molares, muele otro tanto tiempo
y le queda la misma utilidad. Otro de José Martínez y Tomás Deben
por mitad sobre el mismo río de Ferrera de un molar trabaja otros
seis meses, quedales de utilidad, seis anegas según la regulación
hecha en la parroquia de Castañedo. Otro de María Menéndez de un
molar sobre el río de Riaños muele cuatro meses, quedale de utili­
dad cuatro anegas de dichas especies. Otro de María García Dorado
de un molar sobre el mismo río de Ferrera, trabaja seis meses al
año, quedale de producto seis anegas, cuatro de maíz, una de es­
canda, media de centeno y la restante de m ijo y panizo. Otro
de María Fernández de Mones y Pedro Cernuda por mitad, de un
molar sobre el río de Mones muele seis meses al año, quedales de
utilidad, seis anegas de las especies dichas. Otro de D. Antonio
Martínez, cura en el concejo de Cangas de dos molares, que cada
uno muele seis meses al año sobre el río de Ferreira quedale de
utilidad en cada uno de dichos molares seis anegas de dichas es­
pecies. Otro del Marqués de Ferrera de un molar sobre el río de
la Rehollada, trabaja con agua del río de Lleredo, y la fuente de la
Granfina, cuatro meses al año; otro del citado Marqués de otro
molar sobre el río de Mones, muele otros cuatro meses, quedale de
utilidad en cada uno de ellos cuatro anegas de dichas especies: en
dicha parroquia hay cuatro arruinados, uno del expresado Marqués
de un molar, sobre el río de Ferrera, otro de Juan Gómez de un
molar, sobre el arroyo de Villafermonte. Otro de Simón Menéndez
sobre el mismo arroyo, de otro molar, y el otro de Juan Cernuda
sobre el arroyo de río Caliente, de otro molar. En la parroquia de
Carcedo, hay seis molinos el uno de Pedro García del Pontigón,
vecino de la parroquia de Muñas de tres molares, sobre el río
Grande que cada uno trabaja seis meses al año y le queda de utili­
dad en ellos, diez y ocho anegas, cuatro partes de maíz, una de
escanda, media de centeno, y la otra media de m ijo y panizo. Otro
de Francisco Martínez, de un molar sobre el río de Vienda muele
cuatro meses, quedale de producto, cuatro anegas, según dicha re­
gulación. Otro de D. Antonio García Meras, presbítero, vecino de
la misma parroquia de Muñas de un molar sobre el río de Riaños,
muele solamente, los granos que necesita, para el gasto de su casa
por hallarse algo deteriorado, y le regulan de producto, seis copinos de dicha especie, cuatro de maíz, uno de escanda, medio de
centeno y otro medio de mijo y panizo; otro de Juan García Meras
y de María Menéndez de dos molares por mitad sobre el río de
Murgazón, muele siete meses al año quedales de utilidad, siete ane­
gas de dichas especies. Otro de dos molares, sobre el río de Brandás
EL CONCEJO DE VALDES, SEGUN E L CATASTRO DE LA ENSENADA
43
y pertenece por mitad a Francisco Maurín y Lorenzo Fernández y
se halla sobre el citado río Brandás, muele cuatro meses al año y
les queda de utilidad cuatro anegas de dichas especies a cada uno.
Otro sobre el río de Castro, de un molar de D. José Avello y Llano,
vecino de la parroquia de Trebies que solo muele los granos que
necesita para el consumo de su casa, y le regularon de producto,
seis copinos de todas especies: cuatro de maíz, uno de escanda, me­
dio de centeno, y otro medio de mijo y panizo. En la parroquia de
Trebies, hay catorce molinos; uno de Juan Suárez de un molar
sobre el río de Llouredal muele cuatro meses al año, quedale de
utilidad cuatro anegas de dichas especies. Otro de José Rodríguez
de Pescaredo y de Francisco Rodríguez de dos molares por mitad
sobre el río de Balverto, muele seis meses al año, dejando de uti­
lidad doce anegas por entero, seis a cada uno por dicho molar.
Otro de Juan María y Rosa García Lanón, hermanos, de un molar
por iguales partes, sobre el río de abajo que muele ocho meses al
año, quedales de utilidad, ocho anegas de dichas especies. Otro de
un molar sobre el río de Valsera, de José de San Juan y Pedro
García Valsera, muele cuatro meses quedales de producto a cada
uno, dos anegas por mitad, María Fernández y Francisco García
Merás tiene otro de un molar, sobre el río de Balsera, por mitad
muele, otros cuatro meses al año, regulanles de producto y utili­
dad, lo que los antecedentes expresados. Otro de un molar, sobre
el río de la Habuya, trabaja otros cuatro meses, el que pertenece
por mitad, a D. Juan Antonio Alvarez, presbítero, y a Pedro Fer­
nández Maurera, vecinos de dicha parroquia, quedales de utilidad
a cada uno, dos anegas de las especies dichas. Otro de un molar
sobre el río de Valsera, trabaja otros cuatro meses, del qué perte­
necen las cinco partes a Benito Peláez y la restante a D. Roque
García Avello; presbítero como capellán, de la capellanía de Santa
Cruz, fundada en la villa de Luarca, uno y otro vecinos de dicha
parroquia, quedales de utilidad cuatro anegas de dichas especies.
Otro de un molar sobre el río de Llantero, muele seis meses al año,
el que pertenece por mitad, al citado D. Roque, y a Domingo Suá­
rez, quedales de utilidad seis anegas de dichas especies, tres a cada
uno. Otro de dos molares, sobre el río de Barbeito, trabaja cada
uno ocho meses al año del que pertenece el un molar por entero y
las dos terceras partes del otro a Domingo Fernández Cortina y la
parte restante a Tomás Fernández, quedales de utilidad ocho ane­
gas en cada uno, de las especies ya referidas. Otro de D, Fernando
Rodríguez Malleza, presbítero, vecino del concejo de Salas, de un
molar sobre el río de la Habuya, muele cuatro meses al año, dejan-..
44
RAMONA PEREZ DE CASTRO
do en dicho tiempo de utilidad, cuatro anegas de dichas especies,
otro de D. Francisco Rodríguez Malleza, vecino de dicha parroquia
de un molar, sobre el arroyo de la Vega que por falta de agua, solo
muele cuatro meses al año quedales de utilidad, la misma que en
el antecedente; otro de Francisco García Merás y Pedro Ferrera
por mitad, de un molar sobre el río del Loredal, muele otros cuatro
meses, quedales de utilidad a cada uno de dichas especies. Otro de
un molar de Francisco Rodríguez vecino de Villanueva sobre el río
del Barbeito, muele seis meses al año quedales de utilidad seis ane­
gas, cuatro de maíz, una de escanda media de centeno, y otra media
de m ijo y panizo; y el otro de D. Jacinto Fuertes vecino de la pa­
rroquia de Cañero de tres molares, sobre el río de Llozín, muele
seis meses al año, quedale de producto, veinte y cuatro anegas de
todos granos, cuatro partes de maíz, una de escanda, media de cen­
teno y otra media de m ijo y panizo y en la parroquia de San Pedro
de Paredes diez y ocho molinos, uno a D. Nicolás de Merás vecino
de dicha parroquia y del concejo de Tineo de un molar sobre el río
de la Vieja que por defecto de granos, solo muele cuatro meses al
año, y le queda de utilidad, cuatro anegas de dichas especies. Otro
de Juan Antonio Fernández de dos molares sobre el río de Bustie11o, muele cada uno tres meses al año, quedale de utilidad tres
anegas en cada uno de dichas especies. Otro de D. Andrés Garrandes de un molar sobre el río de Meras, muele seis meses al año,
quedale de utilidad seis anegas, cuatro de maíz, una de escanda,
media de centeno, y otra media de mijo y panizo. Otro de Catalina
Menéndez Uría de un molar sobre el río de Paredes, muele otros
seis meses, quedale la misma utilidad. Otro de un molar sobre el
río de Bustiello pertenece por mitad a Domingo García Agüera, y
a María García Casona, trabaja tres meses al año y no mas por
defecto de agua y granos, quedale de utilidad tres anegas de dichas
especies. Otro de Francisco García Miranda, de un molar sobre el
río de la Vieja, muele seis meses, y quedale de utilidad seis anegas,
cuatro de maíz, una de escanda, media de centeno y otra media de
mijo, y panizo. Otro de un molar sobre el mismo río de la Vieja,
muele seis meses al año, del que corresponde tercera parte a Fran­
cisco Fernández, y lo restante por terceras partes, a Pedro García
Sastre, y Pedro García Ferrero, quedales de utilidad, seis anegas de
dichas especies. Otro de Francisco García Meras, de un molar, sobre
el río de Meras, muele cuatro meses al año quedale de producto
cuatro anegas de dichas especies. Otro de un molar sobre el río de
la Vieja, propio de Francisco Parrondo, mayor en días, muele otros
cuatro meses quedale la misma utilidad, otro sobre el mismo río
EL CONCEJO DE VALDES, SEGUN EL CATASTRO DE LA ENSENADA
45
de un molar, pertenece a Francisco Feito, muele seis meses al año,
Iquedale de utilidad seis anegas, cuatro de maíz, una de escanda,
media de centeno y otra media de mijo y panizo. Otro de un molar
de D. Lope Matías, vecino de la parroquia de Santiago de Arriba
de este concejo, muele siete meses al año sobre el río de Ferrera,
quedale de utilidad, siete anegas de dichas especies. Otro de un
molar sobre el río de la Vieja que muele cinco meses al año, del
que corresponden las dos terceras partes, a D. Pedro Castrillón
cura, digo, clérigo de corona, vecino de Luarca, y lo restante a la
Capellanía de Santa Marina fundada en dicha parroquia de Pare­
des, al presente vacante, quedales de utilidad cinco anegas de dichas
especies. D. Diego García cura de la villa de Luarca tiene otro de
un molar sobre el río de la Vieja, muele otros cinco meses quedale
la misma utilidad. Otro de un molar sobre el río de Ovienes, llama­
do del Penón, muele cuatro meses y pertenece a Juan García, vecino
de Bustiello, quedale de utilidad, cuatro anegas de dichas especies.
Otro de un molar sobre el río de Bustiello llamado izquierdo muele
cuatro meses al año pertenece al dicho Juan García quedale de
utilidad lo mismo que el antecedente. María García de Arrojo tiene
otro de un molar, sobre el río de Ovienes muele tres meses al año
quedale de utilidad, tres anegas de dichas especies. Otro de un
molar, sobre el río de Bustiello que se dice de medio, muele seis
meses al año, pertenece a Salvador Alvarez y le queda de utilidad
seis anegas, cuatro de maíz, una de escanda, media de centeno, y
otra media de m ijo y panizo, y el otro de Pedro Rodríguez, vecino
de Bustiello de un molar sobre el río que se dice también de Bus­
tiello llamado izquierdo, muele quaíro meses, quedale de utilidad,
quatro anegas, quatro partes de maíz, una de escanda, media de
centeno y otra media de mijo y panizo. En dicha parroquia hay
dos arruinados, uno de Francisco Fernández, menor en días, de un
molar, sobre el arroyo del Zorro, y el otro perteneciente a la capilla
de Nuestra Señora de la Caridad, fundada en dicha parroquia, de
un molar, sobre el río de Meras. Hay asimismo en dichas parro­
quias seis molinos de agua para desergar escanda, los tres en dicha
parroquia de Paredes, uno de Juan Antonio Fernández, otro de
de D. Diego García Paredes, presbítero, y el otro de D. Nicolás de
Meras. En la de Muñas, hay dos uno de D. Antonio Martínez, pres­
bítero, cura del concejo de Cangas de Tineo; y el otro de José y
María Martínez. Y en la de Carcedo, uno de Pedro García Paredes
vecino de Muñas; y se le reguló de producto a cada uno de ellos,
dos copinos de escanda en cada un año. Y en dicha parroquia de
Carcedo hay uno arruinado y es de Francisco Martínez. Hay asi
46
RAMONA PEREZ DE CASTRO
mismo en dichas parroquias treinta y siete molinos de mano que
sirven también para el mismo efecto de desergar escanda los seis
de ellos en la parroquia de Arcallana, el uno de Alonso de Cabo de
Foedo, vecino de la expresada parroquia. Otro de Francisco Cuervo
de la Mafalla vecino asimismo de dicha parroquia. Otro de Fran­
cisco Fernández vecino también de Arcallana. Otro de Gabriel Fer­
nández de la misma vecindad. Otro de Miguel Fernández también
vecino de dicha parroquia y el restante molino de José Calvin, asi­
mismo, vecino de la expresada parroquia de Arcallana, en la de
Santiago de Castañedo, uno de D. Toribio de Cubrellas cura propio
de dicha parroquia. Otro de Pedro Fernández, vecino asimismo de
la nominada parroquia, otro de Francisco García Paredes, menor
en días, vecino de dicha parroquia de Castañedo. Otro de Francisco
Suárez, de la misma vecindad, y el otro de Santiago Fernández,
vecino de dicha parroquia; en la de San Juan de Muñas hay cinco
molinos de mano, uno de D. Ilario Yáñez Avello, cura de la expre­
sada parroquia; otro de Juan Gómez también vecino de ella. Otro
de Lorenzo Fernández, y este se halla arruinado. Otro de Pedro
Cuervo, vecino de dicha parroquia, y el restante de Alonso López
de la misma vecindad. En la de San Pedro de Carcedo hay tres,
uno de Diego García del Préstamo, vecino de dicha parroquia, otro
de Lorenzo Fernández de la Parra, y el otro de Juan Menéndez,
unos y otros de dicha parroquia. Y en la de San Miguel de Trebies,
hay once molinos de mano, uno de Pedro Ferrera, vecino de dicha
parroquia; otro de Francisco Reguerón; otro de D. Matías Fer­
nández; otro de Domingo Alvarez; otro de D. Francisco de Avello;
otro de Manuela Rodríguez, y este arruinado; otro de Benito Ave­
llo; otro de Juan Fernández de Abedul. Otro de María Suárez
viuda; otro de Francisco Avello, y el restante de Domingo Suárez.
Y en la parroquia de San Pedro de Paredes, hay tres, el uno de
Pedro García Arrojo, vecino del lugar de Ovienes. Otro de Pedro
García Arrojo, vecino del de Paredes, y el otro de Antonio Fernán­
dez, y a todos los dichos molinos de mano se les reguló de producto
a cada uno, un copín de escanda por ser poca la que coge en el
término. En la parroquia de Arcallana hay un batán propio de
Juan Antonio de la Mafalla sobre el río de Barganaz, que sólo tra­
baja tres meses al año, en los que se reguló de producto ciento y
veinte reales vellón. En la parroquia de Carcedo, otro sobre el río
de Pontigón, trabaja dos meses, al que se le regula de producto
ochenta reales vellón el que pertenece a Pedro García Pontigón,
digo Paredes, vecino de Muñas; en la de Trebies otro que trabaja
cuatro meses con el agua del río de Barbeito, pertenece a Domingo
EL CONCEJO DE VALDES, SEGUN EL CATASTRO DE LA ENSENADA
47
Fernández Cortina que se le regula de producto ciento y sesenta
reales; en la de Paredes hay otro sobre el río de Bustiello y perte'nece a Juan Antonio Fernández, tienele de producto por cuatro
meses al año que trabaja, ciento y sesenta reales, y sobre el río de
la Vieja, hay otro arruinado de Francisco Parrondo, menor en días.
18.a)...A la decima octava que en el término de las dichas parroquas, hay esquilmo de leche de vacas, terneros potrancos, borregos,
corderos, cabritos, miel, cera, y de ganado de cerda, y que no hay
esquilmo alguno porque cada vecino esquila en su casa su ganado,
y que dichos esquilmos con el de sebo, se regula su utilidad en
esta forma: a cada vaca parida lechera, un cuartillo al día mante­
niendo su ternero, y por cada cuartillo de leche un cuarto, y como
las vacas regularmente están un año de cría y leche y el otro no,
se reputa por medio cuartillo, en cada un día del año. Cada ter­
nero mientras mama, en veinte y dos reales, y con la consideración
antecedente, viene a quedar su valor en once reales, en cada un
año como esquilmo de cada vaca, considerándose así unas vacas
lecheras con otras que no lo son tanto y unos añojos y terneros
buenos, con otros medianos. Y en esta atención se regula, un po­
tranco en cincuenta reales de vellón considerándose que un año
paren y otro no, viene a quedarse este esquilmo en veinte y cinco
reales en cada un año, y las naciones de unas puercas de cría, la
regulan tres a cada una, mientras maman, y por cada uno tres
reales; cada cordero mientras mama en cuatro reales; a cada ca­
brito en tres reales; la libra de manteca de vacas a dos reales,
componiendo dicha libra veinte y cuatro onzas; la libra de sebo
también de vacas que compone las mismas onzas en otros dos rea­
les; a cada cabeza de oveja le regulan un cuarterón de lana, y a
cada borrego o carnero, dos cuarterones, y la libra dos reales que
a cada cabra mientras mama el cabrito le consideran un cuarterón
de leche, en cada un día de los cuatro meses del año, y su precio un
cuarto por cuartillo, y que todos estos esquilmos pertenecen a sus
dueños y aparceros, según resultara de las relaciones dadas última­
mente que habiendo hecho varias consideraciones en razón de es­
quilmo de cada colmena, según estilo del país, y modo de adminis­
trarlas se ha considerado su producto, en cada un año, cuartillo y
medio de miel, y medio cuarterón de cera, esta a diez reales la
libra y aquello a real el cuartillo, y en cuanto al número de gana­
dos propio de vecinos que hay en el término de dichas parroquias,
a resultado de los reconocimientos practicados, haver setecientos
48
RAMONA PEREZ DE CASTRO
y diez y seis bueyes y su valor de cada uno, por medianos por no
ser del ganado mas crecido, y no lo haber en este principado mas
chico, que lo de este concejo, en trescientos reales vellón, mil tres­
cientas y ochenta y siete vacas de leche, vacas orras, mil doscientas
sesenta y seis, mil ciento sesenta y nueve terneros; mil ciento y
treinta novillos, novillas mil trescientas ochenta y seis ovejas, ocho
mil cuatrocientos y ochenta y ocho carneros, cuatro mil cuatrocien­
tos, sesenta y nueve borregos, cuatrocientos veinte y ocho corderos,
tres mil quinientas noventa y cinco cabras, mil novecientos y cinco,
cabritos setecientos y cincuenta y cuatro; machos de cabrío ciento
y noventa, cerdas, seiscientas y veinte y cinco, guarros mil quinien­
tos noventa y cuatro, cerdos dos mil doscientos ochenta y uno,
yeguas ciento y tres, lechuzos cuarenta y uno, potros cuarenta y
cinco, potras cincuenta y seis, caballerías de trabajo noventa, hay
asimismo recibido en aparcería de forasteros que pastan dentro del
término de dichas parroquias treinta y un bueyes, vacas cincuenta
y siete, las treinta y seis de leche y las veinte y una orras, cuarenta
terneros, novillos treinta y dos, novillas cincuenta y nuebe, carne­
ros seis, ovejas diez y nueve, corderos siete, cabras, ocho, cabritos
diez y yeguas cuatro.
19.a)...A la diez y nueve que en el término de dichas parroquias,
hay mil quinientas veinte y nueve colmenas, que por ser el número
de sujetos dueños de ellas muy dilatado, se omite el referirlo, remitense a las relaciones, y reconocimientos, inclusas diez y nuebe
de eclesiásticos.
20.a)...A la vigésima que en dichas parroquias solo hay las cinco
especies de ganados que van expresados, que son vacuno, caballar,
ovejuno, cabrío, y de cerda, y que ningún vecino tiene cabaña, re­
baño, yeguada ni vacada alguna, dentro ni fuera del término.
21.a)...A la veinte y una que en el término de dichas parroquias
hay el número de novecientos ochenta y dos vecinos, doscientas
cuarenta y cinco viudas y sesenta y tres menores. Y que las casas
se hallan esparcidas por el término de dichas parroquias.
22.a)...A la veinte y dos que hay el número de mil doscientas y
doze casas habitables, ciento y diez suelos, ochocientas y nueve
E L CONCEJO DE VALDES, SEGUN EL CATASTRO DE LA ENSENADA
49
casas de ganado que [ro to *] cortes y que ningún vecino paga en
particular cosa alguna por razón de carga y señorío al común del
concejo...
23.a)...A la veinte y tres se remiten al contenido de la que en
este asunto evacuare el Subdelegado de la capital y que ninguna
de dichas parroquias, tiene particular ni percibe cosa alguna, de
lo que contiene dicho número.
24.a)...A la veinte y cuatro se refieren a lo que llevan dicho en
la pregunta antecedente.
25.a)...A la veinte y cinco que en dichas parroquias, se hace en
cada año la fiesta del Corpus, y el del Santísimo que para ellas y
su mayor aumento, pagan cada vecino un real por cada una de
dichas fiestas y en cuanto a lo demás que contiene dicha pregunta
se remiten a lo que llevan declarado en las dos antecedentes.
26.a)...A la veinte y seis que dichas parroquias no tienen censos
ni otra carga alguna.
27.a)...A la veinte y siete que dichas parroquias pagan por si
por razón de servicio ordinario y extraordinario en arcas reales
cada una la porción, según el cómputo que se les hace, en la capital
por los vecinos del estado general en cada un año en los tres ter­
cios del setecientos treinta y un reales y quince maravedíes de vellón
de cuya cantidad corresponde, a la parroquia de Muñas ciento y
treinta y tres reales y diez y siete maravedíes. A la de Carcedo
ciento y once reales, a la de Castañedo veinte y cuatro reales y
veinte y cuatro maravedíes vellón. A la de Paredes, sesenta y un
reales, y diez y siete maravedíes; y a la de Trebies ciento y ochenta
reales y ocho maravedíes vellón por razón de alcabalas, sisas y mi­
llones pagan en cada un año y en los dichos tres tercios, cuatro mil
ciento y noventa y cinco reales y veinte y seis maravedíes de los
que corresponden a la de Castañedo, doscientos setenta y nueve
reales, a la de Arcallana quinientos reales, a la de Muñas ochocien­
tos reales, a la de Carcedo trescientos treinta y uno, a la de Trebies
(* )
E n lo roto d el folio, hay que suponer d iría :
“que llam a n ” ; pues la
voz corte que sigue a la rotura, se usa desde V aldés al Eo, como ’establo’ y
’cu adra’ p a ra el ga n a d o ;
según B. A cevedo y M. Fernández ( Vocabulario del
bable de occidente. M adrid, 1932; p. 62). R. P. de C.
50
RAMONA PEREZ DE CASTRO
mil cuatrocientos sesenta y cinco reales y veinte y seis maravedíes
vellón, y a la de Paredes ochocientos reales, los que pagan mancomunadamente todos los vecinos de dichas parroquias.
28.*)...A la veinte y ocho dijeron lo mismo que llevan declarado
en la primera, segunda y tercera pregunta de dicho interrogatorio.
29.*)...A la veinte y nuebe que hay en cada parroquia de las re­
feridas, una taberna propia del común que salen a remate todos los
años, y al presente se hallan en arriendo; la de Castañedo la tiene
Pedro Suárez en sesenta reales y regulan puede vender en cada un
año veinte cántaras de vino, y vendiendose acuartillado a real y su
precio principal el de veinte y cuatro cada cántara, después se pa­
gan los sesenta reales de su arrendamiento le queda de utilidad
cuarenta reales en cada un año. La de San Julián de Arcallana la
trae en arriendo Diego Martínez, en trescientos y treinta reales y
vendiendo en cada un año cien cántaras de vino al precio que que­
da dicho, de su compara principal y venta por menor le quedan
de utilidad, ciento y setenta reales. La de Muñas, se halla a cargo
de José Suárez de Castro, su arrendario, en cantidad de ocho cien­
tos reales vellón, vende en cada un año, doscientas cántaras y le
queda de utilidad, satisfechos los ochocientos reales de su arren­
damiento, doscientos reales de la misma moneda. La de San Pedro
de Carcedo, la tiene arrendada el dicho José Suárez, en trescientos
cuarenta y un reales vellón, vende al año sesenta cántaras, que a
los precios que van regulados de compra y venta, no le queda utili­
dad alguna, por ser muy poco el consumo que tiene, y este solo del
vecindario. La de San Miguel de Trebies, la tiene arrendada Anto­
nio de la Cogolla, en mil cuatrocientos setenta y cinco reales, y
veinte y seis maravedíes, vellón, y vendiendo trescientas cántaras,
le quedan de utilidad treinta y cinco reales y la restante de San
Pedro de Paredes, la lleva en arriendo Juan García Miranda, en
setecientos y ochenta reales de vellón, vende en cada un año ciento
y ochenta cántaras, de vino, que a los precios regulados, de compra
y venta, le quedan de utilidad ciento y veinte reales de vellón. En
dicha parroquia de Trebies, hay dos barcas, una en el río de Brieves propia de D. Juan Avello y Llano, y por su servicio y pasage,
le pagan muchos de sus vecinos a copín de maíz, y se le reguló en
cada un año, nueve anegas, los vaqueros le pagan, diez cuartillos
de manteca, y por lo que toca a los pasageros, regulan ochenta
reales, por lo que deja en cada un año, dicha barca de producto
por entero, doscientos y diez y siete reales. Otra en el río de Tre-
E L CONCEJO DE VALDES, SEGUN EL CATASTRO DE LA ENSENADA
51
bies, que pertenece a la fábrica de dicha parroquia, y por su ser­
vicio y pasage, le pagan los mas de dichos vecinos otro copín de
maíz que se le regula asciende a trece hanegas, si lo que saca de
los caminantes (sic.) suma a sesenta reales, que trae arrendada Pe­
dro Diez en cien reales vellón y le queda a este de utilidad anual­
mente, ciento y veinte y nueve reales vellón, y otra sobre el río de
Esv en la parroquia de Paredes en el bao que se dice la Longa,
la que por estar deteriorada, y servir solo a su dueño, Juan de la
Engrueba, para cultivar las heredades, que tiene de la otra parte
del río solo se le consideró de producto, quince reales vellón por
ser camino pasagero solo para una braña, aunque no es el mas
usado. Hay asi mismo en dichas parroquias, doce puentes y media
de madera que se hallan a cargo su existencia de sus vecinos para
el servicio de sus labores. La de Castañedo tiene dos sobre el río
de Labio. Arcallana puente y media que la otra mitad corresponde
mantener a los vecinos del concejo de Pravia por estar entre tér­
minos, la que se halla sobre el río de la Piedra. Muñas tiene tres,
una sobre el río de Ferrera, y dos sobre el de Mones. En la de Carcedo otras tres, una sobre el río de Ores, otra sobre el de Murgazon,
y la otra sobre el de Brenda. En la de Trebies hay dos, puestas una
y otra sobre el río de Gamones. Y en la de San Pedro de Paredes,
hay otras dos, una sobre el río de Bustiello y otra sobre el de Fe­
rrera.
30.*) 31 .*)... A la treinta y treinta y una preguntas de dicho in­
terrogatorio, dijeron que en los términos que llaman, digo que
llevan expresados, no hay cosa alguna de lo que en ellas se con­
tiene.
32.*)...A la treinta y dos que en dichas parroquias hay cuatro
escribanos, dos en la de Trebies, que son Juan Avello y Llano a
quien pertenece en propiedad su oficio y Ignacio Fernández Villanueva, por nombramiento que del hizo Don Lope Matías, vecino
de la villa de Luarca, y en la de San Juan de Muñas hay otros dos
que son Francisco García Dorado, perpetuo en su oficio, y el otro
Cayetano García San Julián que asiste en esta operación por nom­
bramiento que en el hicieron, de tal escribano el marqués de Fe­
rrera y D. José Juan González Villa de Moros, unos y otros del
número de este concejo y se les reguló pueden ganar cada uno al
año setecientos reales vellón y que no tienen consignada cosa algu­
na por el común que también hay en dichas parroquias, cincuenta
y cuatro arrieros, de los cuales los cuarenta y dos que trajinan en
52
RAMONA PEREZ DE CASTRO
vino a Castilla doce trajinan en este Principado porteando cargas de
pana telas y lino de unos mercados a otros, también hay otro arriero
que trajina a Madrid y los que comercian vino a Castilla de la
parroquia de Arcallana se llaman el uno Antonio Rubio, con seis
caballerías, hace seis viajes en cada un año quedale de utilidad
cuatrocientos y treinta y dos reales a razón de doce reales* por cada
caballería en cada uno de dichos viajes. Otro Andrés Cano trajina
con cinco caballos, hace seis viajes, gana trescientos y sesenta rea­
les/ Andrés Cano con cuatro caballerías, hace seis viajes, gana
doscientos ochenta y ocho reales vellón, Domingo Martínez con
cinco caballos hace seis viajes, gana trescientos y sesenta reales,
Domingo de Castro con el mismo ejercicio hace seis viajes, con
cuatro caballerías quedale de utilidad doscientos y ochenta y ocho
reales de vellón, Domingo Cano, hijo de Magdalena Rubio, trajina
a Castilla, con cuatro caballerías, hace otros seis viajes, quedale la
misma utilidad. Pedro Cano del Reguero con otros cuatro caballos,
hace otros seis viajes, gana lo mismo, Pedro Arias con tres caballos
hace seis viajes, su' ganancia, doscientos y diez y seis reales, Pedro
Cano, mayor con cuatro gana doscientos ochenta y ocho reales,
Pcdró Cano menor, con otras cuatro caballerías, haciendo los mis­
mos Viajes gana lo mismo, Pedro Garrido con cinco caballos, hace
seis viajes, gana trescientos y sesenta reales, Pedro Cano mayor
con cuatro caballerías hace seis viajes, gana doscientos y ochenta
y ocho reales y el otro Pedro Cano con seis caballerías, hace seis
viajes, gana cuatrocientos y treinta y dos reales* unos y. otros tra­
jinan en vino a Castilla, Francisco Cano vecino de la misma pa^
rroquia, trata en conducir telas, pan y lino de un mercado a otro,
con tres caballerías, hace veinte viajes a razón de dos reales por
cada caballería en cada uno de dichos viajes con dos caballerías
gana ciento y veinte reales, José de Bayos, que tiene el mismo ejer­
cicio hace otros veinte viajes, con dos caballerías, gana ochenta
reales, Juan Feito con otras dos caballerías,, los mismos viajes gana
lo' mismo qüe el antecedente Pedro Martínez que se ejercita tam­
bién en conducir telas y lino de un mercado a otro, con dos caba­
llerías, hace otros veinte viajes, gana otros ochenta reales, Pedro
Cano vecino de los Baos, con el mismo ejercicio, y otras dos caba­
llerías, haciendo los mismos Viajes, gana otra tanta cantidad. Los
de la parroquia de Muñas que trabajan a Castilla, se llama el uno,
Antonio Parrondo con cuatro caballerías hace seis viajes, gana dos­
cientos y ochenta y ocho reales; Joaquín de Castro, hijo de Domin­
ga Parrondo con tres caballerías hace seis viajes, gana doscientos
y diez y seis reales vellón; Domingo Rubio trajina también a Cas­
E L CONCEJO DE VALDES, SEGUN EL CATASTRO DE LA ENSENADA
53
tilla, con cuatro caballerías hace cinco viajes, gana-doscientos-y
cuarenta reales. Juan Gayo con cuatro caballerías hace cuatro, via­
jes, gana ciento y noventa y dos reales. Santiago Rubio menor en
días, con cuatro caballerías> hace tres viajes y gana ciento y cua-4
renta y cuarenta y cuatro reales vellón; unos y otros trajinan a
Castilla como, va dicho. Los de la parroquia de San Pedro de Pa­
redes que trajinan igualmente a Castilla, se llaman el uno Juan de
Gayo hijo de Ana de Gayo con dos caballerías, hace cuatro viajes,
gana noventa y seis reales vellón. Otro Alonso Ganzedo, con cuatro
caballos, hace seis viajes, su ganancia doscientos y ochenta y ocho
reales vellón; Vicente Parrondo, con cinco caballos hace seis via­
jes, gana trescientos sesenta reales vellón; Blas Ardura, con dos
caballos, hace tres viajes, gana tres, digo setenta y dos reales vellón,
Blas Jaquete con cuatro caballos, hace seis viajes, gana doscientos
y* ochenta y ocho reales. Domingo Ardura, trajina con dos caballe­
rías gana setenta reales vellón, Domingo García Maurín con seis
caballos, hace cuatro viajes, gana doscientos ochenta y ocho reales
vellón; Manuel Redruello hijo de Domingo Feito, con cinco caba­
llos hace cuatro viajes, gana doscientos y cuarenta .reales; Pedro
Ardura con dos caballos hace seis viajes a Castilla, gana ciento y
cuarenta y cuatro reales. Domingo Ganzado con cuatro caballos
hace, seis viajes, gana doscientos y ochenta y ocho reales; Domingo
Maurín, con seis caballos haciendo seis viajes, cuatrocientos y
treinta y dos reales, Francisco Santiago con tres caballos hace seis
viajes, gana doscientos y diez y seis reales, Francisco Parrondo
menor en días con seis caballos, hace seis, gana cuatrocientos y
treinta y dos reales, Juan Feito, con otros seis caballos que hace
los mismos viajes, quédale la misma utilidad; Juan Gancedo con
tres caballos hace ocho viajes, gana doscientos ochenta y ocho
reales vellón. Juan Maurín con siete caballos, hace seis viajes, gana
quinientos y cuatro reales vellón; Lázaro Ardura con tres caballos
hace seis viajes, gana, doscientos diez y seis reales de vellón;. Mi­
guel de Gallo, soltero, con tres caballos, hace seis viajes, gana lo
mismo que el antecedente; Martín Feito con seis caballos hace seis
viajes, gana cuatrocientos y treinta y dos reales;v Pedro Gancedo,
con tres, caballos, hace seis viajes, gana doscientos diez y seis reales
de vellón, y el otro Pedro Redrueyo, con .otros tres caballos, hace
los mismos viajes, quedale la misma utilidad. En dicha parroquia de
Paredes, hay dos arrieros, que se ejercitan en portear cargasf de
telas y liño .de unos mercados a otros por este Principado, y son el
uno Francisco Feito, con dos caballos hace, veinte viajes, gana
ochenta reales-«y el otro José del Gayo con .un cahallo, hace, veinte
54
RAMONA PEREZ DE CASTRO
viajes, cuarenta reales. Los de la parroquia de Trebies que trajinan
a Castilla, en vino, según va dicho se llaman el uno Miguel N io con
dos caballos, hace cuatro viajes, gana en cada un año noventa y
seis reales; Domingo Nio, hijo de Francisco Nio trajina también
a Castilla, con cuatro caballos, hace siete viajes, gana al año tres­
cientos y treinta y seis reales vellón, y el otro, Santos de Castro, con
el mismo ejercicio y seis caballos, haciendo seis viajes gana cua­
trocientos y treinta y dos reales; Domingo Feito Arriero, que tra­
jina a Madrid con cinco caballos hace cuatro viajes, en el descurso
del año, y por cada caballería en cada uno de dichos viajes, se
regulan a veinte y cuatro reales, gana en todas ellas y dichos viajes
cuatrocientos y ochenta reales vellón; en la misma parroquia de
Trebies, hay otros cinco arrieros, que se aplican en conducir y
portear, de unos mercados a otros, de porte algunas telas y granos,
que San Juan Fernández, con dos caballos, y hace veinte viajes al
año gana en ellos, al respecto de dos reales por cada caballería a
ochenta reales vellón; José García con cuatro caballos hace los
mismos viajes, gana ciento y sesenta reales vellón; Manuel García
con dos caballerías, hace otros veinte viajes al año y al mismo res­
pecto gana ochenta reales; Manuel del Nio, con otros dos caballos
hace los mismos viajes, quedale la misma utilidad; y el otro Pedro
Riesgo, hace otros veinte viajes con otras dos caballerías, gana
otros ochenta reales.
33.*)...A la treinta y tres dijeron dichos peritos y mas individuos
de este acto haber en las parroquias de esta operación los oficios
siguientes; en la de San Julián de Arcallana un escultor, llamado
Gabriel Fernández, cuyo oficio ejerce seis meses al año, a razón de
cuatro reales por cada día y el restante tiempo labrador del campo.
Angel Suárez, herrero principiante en el oficio, el que solo ejercita,
tres meses al año a razón de dos reales por cada día, y lo demás
del año trabajador del campo; en la parroquia de San Juan de
Muñas hay un maestro de primeras letras llamado Bartolomé Mar­
tínez de la Bara, el que tiene de-situado por enseñar en dicha pa­
rroquia a los niños hijos de los vecinos de ella a leer y escribir
doscientos y sesenta y cuatro reales, sin otro sueldo ni interés al­
guno por este trabajo solo si a otros que concurren de las parro­
quias inmediatas por enseñarles dichas primeras letras y gramática,
que comprende a estos dicho situado le regulan por esta utilidad
cuarenta reales mas. Hay en dicha parroquia, Domingo Parrondo
cantero oficial, en el que se ejercita cuatro meses al año a dos
reales por cada una y el restante tiempo labrador del campo; Juan
E L CONCEJO DE VALDES, SEGUN EL CATASTRO DE LA ENSENADA
55
García Meras, arrieros los seis meses del año a tres reales por cada
día, y lo demás, trabajador del campo; Jacinto García, también
herrero otros seis meses a razón de dichos tres reales por cada
día; Pedro Zemuda, también herrero trabaja el mismo tiempo que
los otros y a los mismos tres reales por día, y lo demás del año
también trabaja en el campo. Juan García Paredes, ejerce el oficio
de sastre, todo el año y por cada día del dos reales y de comer,
que se reputó esta en otro real; en la de San Pedro de Carcedo
hay dos sastres, llamados el uno Juan Pérez, trabaja cinco meses
al año a otros dos reales por día y de comer, y se entiende que
aunque va dicho haber dos sastres en dicha parroquia solo resultó
del que va hecha mención, hay dos herreros, el uno Lorenzo Fer­
nández y el otro Pedro de la Parra, trabajan, tres meses cada uno
al año, y por cada día tres reales. En la de Paredes hay dos sastres,
el uno Antonio Fernández y el otro Pedro García, trabajan seis
meses al año a dos reales por día y de comer; hay dos herreros
Alonso Fernández y Pedro García Meras, trabajan cuatro meses a
tres reales por día; y en la de Trebies José Rodríguez, también
herrero, trabaja tres meses a tres reales por día; Pedro Fernández,
digo Suárez Llantero, cantero, cinco meses al año a dos reales por
día y de comer, y uno y otros lo demás del año labradores del
campo.
34.a)...A la treinta y cuatro que no hay cosa alguna de lo quella
expresa.
35.a)...A la treinta y cinco que hay trabajadores del campo, de
diez y ocho años, arriba y que para sus labores se llaman y ayudan
unos a otros, sin más intereses que el de la comida, pero que si no
tuvieran entre si esta correspondencia, buscaran jornaleros para
dichas labores y entonces se pagara a cada uno un real y de comer,
esta vale otro real por lo que viene a quedar cada jornalero por
dos reales su trabajo al día.
36.a)...A la treinta y seis que no hay cosa alguna de lo que con­
tiene, y solo si diez y siete pobres de solemnidad.
37.a)...A la treinta y siete que no hay cosa alguna de lo que ex­
presa la pregunta.
38.a)...A la treinta y ocho que en dichas parroquias hay veinte
clérigos, que son D. Toribio Cobiellas, cura de la parroquia de
56
RAMONA PEREZ DE CASTRO
Castañedo. D. Roque Avello Paredes, de la de Arcallana y D. Vicente
Menéndez, D. Ilario Yáñez de Avello, cura de la de Muñas, D. An­
tonio José Martínez y D. Antonio Meras, D. Manuel Antonio Fuer­
tes, cura de la de Carcedo, D. Manuel García San Frechoso y D. Lope
García Casares en la de Trebies, D. Domingo Antonio Magadán,
cura de ella, D. José Alvarez, D. Alvaro de Granda, D. Pedro Fer­
nández Capalleja, D. Diego García Brieves, D. José García Cortina
mayor. D. José García Cortina menor en días y D. Matías Suárez;
y en la de Paredes D. José Antonio Lloredo, cura de ella, y D. Pedro
Turría, y D. Diego Antonio García Arrojo.
39.a)...A la treinta y nueve dijeron que en los términos de dichas
parroquias no hay cosa alguna de lo que ella expresa.
40.a)...A la cuarenta y última que tampoco hay cosa alguna de
lo que refiere dicha pregunta; y que todo lo que llevan dicho y
declarado es la verdad, para el juramento hecho en el que se afir­
maron y ratificaron y que son de edad de treinta y seis años a
sesenta poco más o menos, tiempo que no se expresa la de cada uno
en particular por evitar prolijidad, firmaron los que supieron, jun­
to con dicho señor Subdelegado, y por los que dijeron no saber
dos de los testigos que lo fueron D. José Fernández Miranda y
D. Gregorio de Acebedo y D. Antonio Casares vecinos de este con­
cejo, del de Grado y de la ciudad de Oviedo, de que yo el presente
escribano doy fe. Diego García Tuñón, D. Lope José Avello Valdés;
Francisco Arias Velasco; Rodrigo Fernández; Francisco Lorenzo
Suárez Trelles; José González Villa de Moros; José Suárez, Juan
Rico Villa de Moros, Pedro García; Diego Martínez; Roque Gon­
zález; Lázaro Martínez; Pedro Suárez; Francisco Avello; Jacinto
Pérez; Antonio Casares, testigo; José Fernández Miranda; José Ro­
dríguez de Paredes; Ante mí, José Cayetano García San Julián.
LINAJE
Y
NATURALEZA DEL
MIRANDA
PINTOR
CARREÑO
CONFERENCIA PRONUNCIADA POR MARINO BUSTO, EN EL
SALON DE ACTOS DEL INSTITUTO DE ESTUDIAS ASTURIANOS.
DIA 19 DE DICIEMBRE DE 1985
SEÑORAS Y SEÑORES:
No lo pongan en duda. Este momento es para nosotros muy
importante y emotivo; mas a la vez, de mucha responsabilidad.
Comprended que no es al uso, antes bien insólito, que un labrador
como título más honroso, del concejo de Carreño, abandone mo­
mentáneamente la «casería» y de un brinco se plante aquí para
pronunciar una conferencia ante auditorio tan distinguido.
Si el hecho pudiera producirnos algún temor, queda ventajo­
samente anulado con la satisfacción de ser, sin duda, el primer
labrador en ejercicio — si bien no reñido con el cultivo del estudio
y de la cultura— que en la historia de esta docta Institución ocupa
su tribuna ilustre y dignificada por las personalidades que ante­
riormente la han ocupado. Hasta pudiera ser muy significativo y
aleccionador, pues pone claramente de manifiesto que el Instituto
de Estudios Asturianos no es coto cerrado de determinado colec­
tivo intelectual, ni existen para el mismo distinciones profesionales
ni barreras de 'clases sociales, con la única exigencia de amor y
servicio al Principado de Asturias, especialmente en ámbitos cul­
turales.
Al efecto de esta conferencia hay, claro está, la causa corres­
pondiente. Es ella que, al cabo de tres siglos de venirse diciendo
y aceptando, poco más o menos como artículo de fe, que Juan
58
MARINO BUSTO
Carreño de Miranda era de la villa de Aviles, un buen día tuvimos
la oportunidad de manifestar y no a «humo de pajas» precisamen­
te, que su cuna y naturaleza estaba en el concejo de Carreño, pro­
vocando regular polvareda que algunos llaman polémica, a nuestro
entender injustificadamente, con diversidad de opiniones y réplicas
en todos los medios de difusión, que ya por lo menos condujeron
a algo muy positivo de lo que todos debemos estar muy satisfechos:
hacer que nos interesemos en conocer más y m ejor a una figura
asturiana inmortal, hasta hace poco casi desconocida u olvidada.
Este ha sido el motivo por el que el señor Casariego, admirado
amigo e ilustre Director del I.D.E.A, nos invitó en nombre del mis­
mo. Hemos aceptado y por tanto, a «lo hecho, pecho». Gracias, pues,
a todos por vuestra generosidad y confianza que procuraremos no
defraudar.
«Linaje y naturaleza del pintor Carreño Miranda», es el tema
propuesto, recién cumplido el tricentenario de su muerte. Juan Ca­
rreño de Miranda ha sido el pintor más importante de Asturias, el
más glorioso de cualquier tiempo. «Artista esclarecido, lumbrera
y figura señalada entre los más memorables pintores españoles»
— le define Fermín Canella en «Estudios asturianos» (año 1886)— .
Otros afirman que pintor de claro matiz barroquista, fue la perso­
nalidad más destacada del siglo X V II. «De la llamada Escuela de
Madrid creada por Velázquez, es la figura más eminente» — afirma
Constantino Suárez «Españolito», en «Escritores y Artistas Asturia­
nos», tomo II, Madrid, 1936— Experto y afortunado dibujante, feliz
e inigualable retratista, admirado pintor religioso, decorador al
temple o al fresco, cultivador excepcional del mundo mitológico.
«Como colorista — sostiene Palomino en su obra «Museo pictórico
y Escala óptica»— está entre Tiziano y Van Dick, igual a los dos
y superior a cada uno».
A grandes rasgos nos parece oportuno recordar algunas fechas
importantes a lo largo de su vida: Nacido en 1614, abandonó Astu­
rias con su padre el año 1623 para irse a vivir a Madrid. Definiti­
vamente asentado y ejerciendo con éxito el oficio de pintor, se casó
el 2 de marzo de 1639 con la joven madrileña, hija de padres ilus­
tres, María de Medina Salazar, con la que no tuvo hijos. Prohijaron
una niña hallada por el propio artista en el portal de su casa, cuan­
do a la mañana salía hacia su trabajo. La bautizaron con el nombre
de María Josefa.
En 1657, la villa de Avilés le eligió Alcalde honorario de los Hi­
josdalgo; cargo del que no tomó posesión y parece desdeñó. Sí
LINAJE Y NATURALEZA DEL PINTOR CARREÑO MIRANDA
59
aceptó, en 1658, el destino de Fiel ejecutor del estado noble de la
villa de Madrid.
Comenzó a pintar en el Salón de los Espejos del Palacio Real en
noviembre de 1659. Diez años más tarde, 1669, es nombrado Pintor
del Rey y ayudante de furiera.
El mes de abril de 1671, la Regenta D.a María de Austria le nom­
bró Pintor de Cámara de su hijo el Rey Carlos II.
Dejó de existir a los 72 años de edad, el día 3 de octubre de 1685,
siendo enterrado, a petición propia, en el Convento de S. Gil, pa­
dres franciscanos, sito a la parte meridional de la actual Plaza de
Oriente. Su viuda María de Medina, falleció, igualmente en Madrid,
el día 3 de marzo de 1687.
Perteneciente al Estado de los Hijos-dalgo, descendía del anti­
guo linaje de «los Carreño», familia la más noble e importante del
concejo de su nombre, al que por espacio de siglos rigieron sus
destinos, fuese como jueces nobles, alféreces mayores, regidores,
procuradores generales, escribanos y «demás oficios de república».
De las más poderosas de Asturias, desde tiempos inmemoriales
hasta principios del siglo X V II y, entre las más importantes de
España en algunas épocas del medievo.
Esta familia, de cuyo concejo tomó su nombre, le devolvió a
cambio una sorprendente histotria de ejecutorias, títulos de hidal­
guía, honores, hasta ofrecerle sus propios blasones para el escudo
de armas: águila real coronada, con las garras posadas sobre dos
ruedas de carro, flores de lis y ocho aspas de oro en la roja bordadura. Aspas que le fueron otorgadas a D. Alvaro de Carreño por
el Rey Fernando I I I «el Santo», en reconocimiento a su destacada
participación en la conquista de Baeza y victoria de Ubeda, el día
de S. Andrés del año 1229.
Anteriormente, otro D. Alvaro de Carreño se distinguió en la
toma a los moros de Carrión de los Condes (Palencia) bajo el rei­
nado de Alfonso I I «el Casto». En su recuerdo el escudo de Carrión
lleva por blasones dos ruedas de carro idénticas a las del concejo
de Carreño. (Así consta en la «Enciclopedia Heráldica de apellidos
americanos y españoles», tomo X X IV , Madrid, 1955, de las que son
autores Arturo y Alberto G. Garrafa.)
No es cosa de relacionar mercedes y privilegios con que la
realeza colmó a tan egregio linaje. Tras las dichas, únicamente re­
cordaremos por sus especiales características, la que Sancho IV «el
Bravo», Rey de Castilla y León, otorgó en Burgos a 20 de noviem­
bre de 1288, a García Fernández Carreño, para que perpetuamente
él y sus herederos recibieren, para su uso, los vestidos y calzados
60
MARINO BUSTO
que dicho monarca y los sucesores «vistieren y calzaren todos los
Viernes Santos de cada un año y además 600 maravedís anuales».
Privilegio que duró hasta el siglo X V I, en que Carlos V lo permutó
por una pensión de 11.200 maravedís. Merced heredada por nuestro
pintor, sin que llegara a detentarla y que más tarde «declaró por
suya el Marqués de Camposagrado» — según escribe Fermín Cane11a, en «Cartafueyos d'Asturies», pág. 24. Oviedo, 1886— .
Tirso de Avilés, en la obra «Origen y antigüedades de las prin­
cipales casas solariegas de armas pintar del Principado de Asturias»
(siglo X V I), expone: «E l solar de los Carreño es de mucha antigüe­
dad en el concejo del mismo nombre y ansí los que descienden de
dicho solar se tienen por buenos hidalgos».
El palacio de tan distinguida familia, rodeado de laureles y
arboleda, está en el mismo sitio de la falda del mediodía de la
loma Cortina, donde en remoto pasado fue erigido: lugar de Sebades, feligresía de Santa María la Real de Logrezana, concejo de
Carreño, a poca distancia de la Iglesia parroquial y a 11 kilómetros
de la villa de Avilés, por la carretera inmediata. En la fachada
principal de la casona, el escudo heráldico; a su frente, al final de
la empedrada antojana, la capilla, con campana. El edificio con­
serva la primitiva estructura con una puerta de medio punto del
siglo X II y otra ojival del X III o X IV. Falta la torre que destruyó
un rayo el siglo pasado sin que fuese reedificada. En la pared del
Sur un largo corredor y al Nordeste la vieja panera. Sobre esta
casa y solar, en 1523 fundó vínculo de mayorazgo D. Rodrigo de
Carreño, casado con D.a Luisa de Carreño, como consta en el árbol
geneológico que conocemos, tuvimos en las manos y del que toma­
mos estas notas.
Un nuevo D. Alvaro de Carreño, contador, privado y amigo del
Rey Enrique II de Trastamara (siglo X IV ), contrajo matrimonio
con D.a María Miranda de Quirós, «uniéndose así las dos más an­
tiguas, nobles, señaladas y ricas del Principado» — cual afirma
Daniel Berjano en su libro «E l pintor Juan Carreño Miranda»
(1925?)— .
Padres del pintor han sido su homónimo D. Juan Carreño Mi­
randa y D.a Catalina Fernández Bermúdez, familia entre sí, ambos
del concejo de Carreño y del estado noble. Este D. Juan desempeñó
el oficio de Juez por la nobleza y Procurador General de Avilés,
pese a ser «natural y vecino de Carreño, parroquia de Logrezana».
Empleo que pudo desempeñar sin contradicción — aún en el su­
puesto de necesitar la vecindad donde se ejerciese— debido a que,
en virtud del Fuero o Carta Puebla de Avilés y pertenencia a su
LINAJE Y NATURALEZA DEL PINTOR CARREÑO MIRANDA
61
Alfoz, los rsidente y naturales de Carreño, tenían vecindad compar­
tida con los avilesinos, hasta entrado el X V II en que los carreñenses
con ayuntamiento autónomo consiguieron la independencia muni­
cipal.
Abuelos paternos lo fueron D. Alvaro Prendes Carreño y D.a Lu­
crecia Miranda. Maternos, D. Alvaro Fernández Bermúdez y D.a Ma­
ría de la Pola Quirós Valdés. Bisabuelo paterno, D. Fernando de
Prendes Carreño. (N o conocemos el nombre de la bisabuela ni
tampoco de los bisabuelos maternos). Tatarabuelos paternos, D. Al­
varo de Carreño y D.a María Quirós. Dicho D. Alvaro fue repostero
de camas de los Reyes Católicos, al que concedieron para sí y su­
cesores 20.000 maravedís sobre las alcabalas de la villa y puerto
de Candás, como gratitud «por haber dado orden a costa de mucho
peligro y trabajo de reducir la ciudad de Zamora al servicio de
S.M. y por haber sido gran parte para que reynasen en los Reynos
de Castilla con más quietud». Así lo cuenta el canónigo y Acadé­
mico de la Historia, candasín D. Carlos González Posada, en «N o ­
ticias históricas del Principado de Asturias y Obispado de Oviedo»
(pág. 209), publicado en Tarragona, año 1794.
Juan Carreño pintor, tuvo dos hermanos: D. Bernardo, capitán
de Infantería en Flandes, por los años de 1664 y D. Sebastián,
muertos antes de esta fecha, más dos hermanastros de un segundo
matrimonio del padre, como hemos de ver.
A D. Juan, «el V iejo», generalmente se le presenta como proto­
tipo del hidalgo segundón, de menguadas riquezas, caminante,
tarambana, despierto y acreditado entendimiento, nutrido de hu­
manidades y retórica, metido a foliculario. Y «a pretender — ase­
gura Ceán Bermúdez («Diccionario histórico de los más ilustres
profesores de las Bellas Artes de España». Tomo I, pág. 262. Ma­
drid, 1800)— en tres memoriales impresos (a Felipe I I I y IV, dos
en 1623 y el tercero en 1626) proponiendo arbitrios para la real
hacienda pues fue gran proyectista».
De vida ajetreada sufrió desdichas y humillaciones, hasta pri­
sión en la cárcel de Medina del Campo en el primer tercio del X V II.
«Pobre, aflijido y miserable» escribiría al Rey Felipe IV en un me­
morial, que ha publicado el mencionado Daniel Berjano en la obra
referida, página 34.
A partir de Acisclo Antonio Palomino de Castro y Velasco, que
en «Vidas de los pintores y escultores españoles», capítulo C LX X II,
página 615, tomo I I I de «E l Museo pictórico y Escala óptica» (Ma­
drid, 1795-1797), afirma que D. Juan Carreño (padre) «vino a esta
Corte de Madrid en seguimiento de algunos pleitos, ya viudo», la
62
MARINO BUSTO
totalidad de los mejores autores que se han ocupado y ocupan del
tema, tales como Ceán Bermúdez, Fermín Canella, Daniel Berjano,
Constantino Suárez «Españolito», Jesús Barettini, Luciano Castañón
y otros, coinciden en lo de la viudez y pleito y, están de acuerdo,
asimismo, en que la salida de Asturias de padre e hijo hacia la
Capital del Reino tuvo lugar el año 1623, cuando el futuro gran
pintor contaba solamente 9 años de edad. Por el contrario, el refe­
rido Palomino en la obra y página citadas, asegura que eran 11 los
años que tenía.
En vista de ello, al tener en cuenta esta diferencia de dos años,
anima a pensar que padre e hijo no hicieron directo el viaje a Ma­
drid, sino que cual dijimos en «Alcurnia y naturaleza del pintor
Juan Carreño de Miranda» publicado en BIDEA, número 107-1982,
posiblemente se detuvieran en Valladolid, donde residía un herma­
no de Juan Carreño (padre), de nombre Andrés «el V iejo», pintor
de cierto renombre, aunque mayor le tenía como comerciante de
cuadros con que hizo fortuna. Con él vivía un hijo, igualmente
pintor, si bien mediocre, conocido como Andrés «e l Mozo».
Lafuente Ferrari, crítico de arte, no hace mucho fallecido, en
«Breve historia de los pintores españoles» (página 237. Madrid,
1946), acerca de los comienzos artísticos de Carreño Miranda, ma­
nifiesta: «Tenemos indicios para pensar que se formó en Valladolid, junto a su tío Andrés, pintor también, y en la Escuela de
Valentín Díaz, pintor de renombre local». Lo expresado es total­
mente verosímil, e igualmente lo es que allí, entre lienzos, pinceles,
contemplando o ayudando a pintar al tío y primo, le surgiera la
vocación e iniciación pictórica y no de sopetón, sin formación al­
guna, a su llegada a Madrid.
Probable es asimismo que fuese Andrés «el V ie jo » quien ayu­
dase a su hermano en los primeros tiempos de estancia madrileña
y le preparase al negocio de marchante, puesto que en Madrid ganó
la vida como «mercader de cuadros». Pese a las distantes residen­
cias, quedan pruebas de relación frecuente de ambos hermanos,
entre ellas la mencionada por Pérez Sánchez, Alfonso Emilio, en
su libro «Juan Carreño de Miranda, 1614-1685» (página 10. Madrid,
1985), en el que reseña a Juan Carreño como «fiador y principal
pagador de su hermano Andrés, en un documento de obligación»,
del año 1633.
Cuenta Daniel Berjano en la obra citada, tomado a su vez de la
«Historia de la pintura» de Ceán Bermúdez, que D. Juan Carreño,
«al ver que al hijo nada le llamaba tanto la atención como la pin­
tura, determinó ponerle en la Escuela de Pedro de las Cuevas a
LINAJE Y NATURALEZA DEL PINTOR CARREÑO MIRANDA
63
donde concurrían los hijos de los caballeros. Pero antes quiso que
estudiara la latinidad y las matemáticas» (página 36). El propio
Ceán Bermúdez, en el «Diccionario histórico de los más ilustres
profesores de las Bellas Artes de España», expresa que «en la Es­
cuela de Pedro Cuevas es donde hizo progresos, pero mayores en la
de Bartolomé Román, con el que también aprendió el colorido.»
(Página 262).
Lo antedicho es buen testimonio de que D. Juan Carreño, padre,
pese a sus escasas rentas de hidalgo segundón y tarambana, con el
fruto del trabajo atendió con solicitud y amor paternal a su hijo
y fue parte decisiva en el deslumbrante futuro, poniéndole los me­
dios precisos para formación intelectual y profesional.
A partir de ahora, señoras y señores, entraremos en el punto
central de esta conferencia: el debatido tema de la naturaleza del
eximio pintor, acerca del cual ya algo ha quedado patente, mani­
fiesto e innegable: su directa pertenencia a la hidalga estirpe de
«los Carreño», su oriundez de Logrezana, parroquia del concejo de
su nombre, donde estuvieron y están solar y «casona», vinculado
a cualquier rama de tan distinguida y noble familia.
¿De Avilés o de Carreño? He ahí la cuestión. Como respuesta
nos apresuramos a adelantar que documentalmente de Carreño.
Ahora bien, esta afirmación no quiere decir «lugar de nacimiento»,
que ya es otro cantar. No ignoramos, como nadie ignora, que
«nacer» no siempre significa naturaleza. No siempre, repetimos,
ya que muchas veces coinciden las dos cosas. Otras, no. De ahí que
consecuentemente en más de una ocasión podrá decirse con toda
propiedad, «natural de» y «nacido en», como así también, «natural
de» y «bautizado en».
El nacer, en definitiva, puede ser simple accidente, a veces ca­
sualidad. Algo tiene que ver con ello el famoso dicho del universal
Leopoldo Alas «Clarín», «m e nacieron en Zamora».
Carreño Miranda pudo habér nacido en Avilés. Quien histórica­
mente primero así lo afirma ha sido el susodicho Acisclo Antonio
Palomino en el tomo I I I de su obra mencionada, epígrafe, «Vidas
de los pintores y escultores españoles» (pág. 615), donde señala la
fecha: día 25 de marzo de 1614. Nada dice de la partida de naci­
miento y bautismo, limitándose a señalar que junto a otros «lo vio
en papeles auténticos en poder de Juan Carreño».
No es de suponer, y ¡Dios nos libre de la tentación!, que Palo­
mino lo haya inventado o dijese mentira. ¿Por qué y para qué
habría de hacerlo? Sería necedad. Ahora bien: puestos a especular
pudiera suceder que sin proponérselo acaso cayese en el error, co­
64
MARINO BUSTO
mo parece a veces caía, y se deduce del juicio que de Palomino
tenía el varias veces mencionado Agustín Ceán Bermúdez. Veamos:
En el prólogo del «Diccionario Histórico de los más ilustres pro­
fesores de las Bellas Artes de España», anteriormente mencionado,
se expresa de esta manera: «Palomino escribió con poco auxilio =
apnas hizo más que compilar las tradiciones de su tiempo. No pudo
ilustrar los hechos ni fijar su cronología y tuvo la desgracia de dar
acogida a fábulas y cuentecillos. ¿Quién de los que han leído a Pa­
lomino no habrán reparado en la poca crítica con que escribe la
vida de nuestros pintores? ¿A quién se le puede esconder la esca­
sez e imperfección de su obra en la parte Biográfica?».
Lo dice, señoras y señores, Ceán Bermúdez, personaje relevan­
te, que se basó precisamente en Palomino, primer biógrafo de
Carreño Miranda, para escribir la semblanza del ilustre pintor as­
turiano y que sirve como principal fuentes documental, directa o
indirectamente, a la mayoría de los autores, salvo alguna excep­
ción; una de ellas la de nuestro distinguido coterráneo el allerano
Jesús Barettini Fernández. Este, en su excelente libro «Juan Carre­
ño Miranda. Pintor de Cámara de Carlos I I» , editado por la Direc­
ción General de Relaciones Culturales del Ministerio de Asuntos
Exteriores, Madrid, 1972, apunta la posibilidad de que el pintor no
fuera avilesino. Estas son sus palabras: «y parece cierto que él no
nació en Avilés, sino más bien en una de las parroquias que consti­
tuyen el concejo de Carreño» (pág. 13). Se fundamenta para dicha
suposición en «Vida y obra de Carreño Miranda. 1614-1685», tesis
doctoral de la investigadora norteamericana Rosemary Anne Marzolf, escrita en 1961, aún no publicada.
De todas formas, en el caso que Palomino se hubiese equivoca­
do, en nada influye para negar que Carreño Miranda haya podido
nacer en Avilés o en el lugar avilesino de Miranda, en la casa de
«los Carreño» con capilla de S. Cosme y S. Damián, en la que sí
acaso fuese bautizado. Claro que también pudo haber venido al
mundo en otros muchos lugares. ¿Por qué no — nos preguntamos—
en La Corrada de Soto del Barco, o en Bocines de Gozón o en «La
Torre» de Perlora, o en Valdesoto de Pola de Siero, donde la famo­
sa familia poseía casas y palacios? Hasta quizás surgió el natalicio
en la ciudad de Oviedo, adonde quiso llevar su cuna el alcalde Masip, según propias manifestaciones en la conferencia por él pro­
nunciada el 26 de junio del presente año en este mismo salón.
Naturalmente que pudo haber sucedido, puesto que por la capital
del Principado andaban notables Carreños y sin necesidad alguna
de que fuese hijo natural de una criada... Todo ello, en conclusión,
LINAJE Y NATURALEZA DEL PINTOR CARREÑO MIRANDA
65
no pasa de la categoría de simples especulaciones, mientras no
aparezca, como es de desear, la certificación correspondiente, que
tal vez deparase alguna que otra sorpresa.
En tanto, con algún fundamento, nos permitimos creer que el
natalicio aconteció en el palacio de Logrezana, donde habían nacido
los antepasados, hasta su propio padre «natural y vecino de Carreño», como se lee en varios escritos que poseemos firmados ante
escribanos de Candás y en los memoriales dirigidos a los reyes y
otros documentos. No falta lógica a nuestra suposición ni capilla
en la «casona» para bautizarlo, aunque de hacerlo, más bien sería
en la iglesia parroquial, muy cercana, en cuyos libros de asientos
constan muchos bautizados, bodas y entierros del apellido Carreño
y sucesores Suárez Quirós Carreño, hasta nuestros días.
Por cierto que, ante un supuesto bautizo de Juan Carreño, hijo,
en la capilla mencionada de S. Cosme y S. Damián, en Miranda de
Avilés, un reportaje periodístico en «La Nueva España» de Oviedo,
correspondiente al 31 de diciembre de 1984, exponía que «no que­
dara constancia del hecho por la peculiaridad de la capilla». Ro­
tundamente falso. Eso no pudo haber ocurrido. Fuese cual fuese
«la peculiaridad de la capilla», había grave obligación de asentar
al bautizado, e igualmente todos los nacidos en cualquier sitio y
circunstancia. De muy estricto cumplimiento en todo momento y
lugar, máxime en aquellos tiempos de principios del siglo X V II, no
lejanos a los rigurosos mandatos del Concilio de Trento con sus
anatemas y excomuniones. Otra cosa sería que al cura encargado
de los asientos se le olvidase hacerlo o que con el paso del tiempo,
la incuria, el deterioro de los libros parroquiales o la destrucción,
se hayn perdido los asientos, como en efecto, muchos se perdieron.
Llegados hasta aquí, ahora, a modo de paréntesis, vamos a re­
ferirnos a algo que bien pudiera orillarse, al no ser sustancial ni
indispensable para la finalidad de esta charla, antes más bien un
añadido, que por su ligereza no debiera de pasar de lo anecdótico
y no demasiado agradable.
Es ello que, al presente parece aflorar insinuante tendencia a
desprestigiar, en algunos aspectos, la buena fama de nuestro pintor
más prestigioso, incitando a creer que faltaba a la verdad, que
mentía en determinadas manifestaciones que constan en conocidos
documentos.
No otra cosa se desprende, por ejemplo, de la para nosotros
frívola insistencia en vocear la hipotética condición de hijo natural
— que a la altura del mundo actual por serlo no le cuadra tanto
aspaviento— , nacido de una criada de su padre. En libros, prensa,
66
MARINO BUSTO
boletines informativos y otros medios de comunicación se airea
la «fam osa» y nunca publicada carta que al parecer poseía el Mar­
qués de Lozoya, escrita supuestamente por Juan Carreño, padre,
en 1640, en la que al parecer dice: «A mi criada Catalina Fernández
Bermúdez, al estanco junto a Santa Clara». El nombre de esta
posible criada ciertamente coincide con el de la madre del pintor
y «ello hace pensar que el ilustre artista fuese hijo ilegítim o», tal
como aduce el Director del Museo del Prado, Pérez Sánchez, en el
libro anteriormente citado.
Más aún. El referido periódico «La Nueva España» de Oviedo
el 19 del pasado octubre en torno a la supuesta carta, en nuevo
reportaje, afirma rotundo: «Se puede ver claramente que el artista
era hijo natural y que le madre vivía en el estanco de atrás, actual
calle de Covadonga». Dicho así, parece que la cuestión está clarí­
sima. Sin embargo no está «tanto», ni siquiera «algo». Se encarga
de desmentirlo el propio pintor, como más valioso e irrebatible
testimonio, quien en testamento otorgado en Madrid a 2 de octu­
bre de 1685, ante el escribano Juan González de la Peña, afirma
rotundamente: «H ijo legítimo que soy de Juan Carreño Miranda
y de Catalina Fernández de Bermúdez, vecinos que fueron de Ca­
rreño, Principado de Asturias». Hijo legítimo, declara y firma,
víspera de su muerte. ¿Qué más pruebas se necesitan? ¿Con qué
propósito y con qué fundamento se intenta desmentir al testador,
convirtiéndolo en mentiroso? A nuestro corto juicio, absurdo. No
merecería más comentarios.
Si como generalmente es aceptado, antes de 1623 ya era viudo
Juan Carreño Miranda «el V iejo» de su legítima esposa Catalina
Fernández de Bermúdez, madre del pintor, lo que está perfecta­
mente demostrado es que no pudo escribir en 1640 a quien no
existía. ¿Acaso a otra Catalina? ¡Cualquiera sabe! Lo evidente es
que el progenitor de nuestro glorioso artista contrajo nuevo ma­
trimonio de segundas nupcias én Madrid, no con otra Catalina,
sino con Ana Iváñez, de cuya unión nació un niño el 1.° de octubre
de 1633, fallecido prontamente, ya que fue enterrado el 19 del mis­
mo mes y había sido bautizado en la iglesia de S. Juan el día del
nacimiento. Se llamaba Andrés, como el hermano del padre, resi­
dente, como sabemos en Valladolid. Un segundo hijo recibió las
aguas bautismales en la referida iglesia madrileña el 1.° de enero
de 1635. A la ocasión, todavía estaba soltero nuestro venerable
artista. Tan interesantes datos figuran en el libro varias veces nom­
brado del Director del Museo del Prado.
LINAJE Y NATURALEZA DEL PINTOR CARREÑO MIRANDA
67
Desgraciadamente las cébalas alrededor de supuestas falsedades
de Carreño Miranda e ilegitimidad de nacimiento no conducen a
otro camino que al inútil y estéril confusionismo.
De por sí humilde y modesto, no ambicionó lisonjas, grandezas
ni honores oficiales, hasta el punto de, respetuosamente y agrade­
cido, desestimar el hábito de Santiago concedido por el Rey Carlos
I I y la rica venera del mismo que le ofreciera el Almirante de Cas­
tilla. Lo afirma el repetidísimo Palomino en la obra citada, páginas
619-620.
En contraposición, no desdeñó, antes bien se sintió muy orgu­
lloso de ella, la nobleza de su estirpe y suya propia, hasta gastar
mucho dinero en la recuperación y ordenamiento de títulos y pro­
banzas, «en perfeccionar y sacar dichos papeles», cual expresa su
viuda D.a María de Medina en la Ultimas Voluntades, hechas al
mes de la muerte del marido, ante el mismo notario de Madrid, ya
mencionado, a 3 de noviembre de 1685.
Cerrado el «a modo de paréntesis», retornamos a los orígenes
de nuestro insigne personaje. Y si el lugar de natalicio carece de
la debida verificación, no ocurre lo mismo con el de naturaleza y
oriundez. En este caso, los documentos, prueban; no suponen. Con­
tra el «dicho», el «hecho».
Los documentos de que hicimos mención y debido empleo en
nuestro trabajo publicado en BIDEA, 107, de 1982, anteriormente
referido, son tres: Expediente matrimonial, Acta de casamiento e
Informe de calidades. De los dos últimos, Barettini, en su libro al
que ya hemos hecho mención (págs. 13-14), aduce que, «de carácter
público y solemne, por su índole sacramental y procesal pudieran
constituir prueba plena sobre la naturaleza y origen del pintor».
Opinión, claro está, que compartimos.
En el Expediente matrimonial tramitado en el Vicariato de la
Diócesis de Madrid a 16 de febrero de 1639, ante los notarios ecle­
siásticos D. Antonio Moreno y D. José Serama, se expresa: «dixo
que se llama Juan Carreño de Miranda y que es de oficio pintor y
natural del lugar de Carreño, Principado de Asturias, hijo de Juan
Carreño Miranda, con el que de hecho habita y de Catalina Fer­
nández Bermúdez su m ujer ya difunta, y estante en esta villa de
más de catorce años»...«que es mancebo libre y soltero, no casado
ni desposado, ni palabra de casamiento a persona alguna excepto
María de Medina con quien al presente de su voluntad se quiere
cassar». Tenía a la sazón 25 años.
La copia literal del Acta de casamiento, tomada del libro co­
rrespondiente, nos fue enviada el 17 de octubre del pasado año por
68
MARINO BUSTO
el cura encargado del archivo parroquial de Santiago y S. Juan
Bautista de Madrid. Aquí la tenemos. Certifica que, «el día 2 de mar­
zo, miércoles del año 1639, el Tte. Cura de la parroquia D. Gaspar
de Figueredo y Avila, después de las tres amonestaciones en días
festivos que mandaba el Santo Concilio de Trento y no resultando
hallar impedimento alguno, desposó por palabras de presente ha­
bidos sus mutuos consentimientos a Juan Carreño Miranda, natu­
ral del lugar de Carreño, en Asturias, de oficio pintor, hijo de Juan
Carreño Miranda y de Catalina Fernández Vermúdez, con María
de Medina, natural de esta villa, hija de Juan de Medina y de Ma­
ría Salazar».
Y vayamos al úúltimo de los importantísimos documentos, al
Informe de Calidades, para concesión del hábito de Santiago, al
pintor Diego de Velázquez. Escrito que no resistimos la tentación de
leerlo íntegramente, ya que además de lo fundamental contiene
curiosas noticias, dignas y gratas de conocer. De este Informe el
Director del Archivo Histórico Nacional tuvo a bien remitirme el
24 del expresado octubre de 1984 fotocopia del original. Dice:
«Madrid, 25 de octubre de 1658. En dha villa dho mes y año
dchos, para esta Information se toma por testigo a Juan Carreño
Miranda, fiel executor por estado de los cavalleros hixos dalgo de
dha villa y natural del CONCEJO DE CARREÑO, en el Principado
de Asturias y vecino de esta dha villa treinta y cuatro años a, el
qual jura en forma de derecho decir la verdad en lo que supiere y
fuere preguntado y habiéndolo sido al tenor del auto mencionado
en las declaraciones antecedentes, dixo que abra casi treinta y quatro años que conoce a Diego Silva Velázquez, pretendiente y Ayuda
de Cámara y Aposentador de Palacio de su Magestad, que son los
que vino él a trabajar a esta Corte y siempre le a tenido por na­
tural de la Ciudad de Sevilla; por comúnmente le llamaron el
Sevillano; que le tiene por noble e hijo dalgo de Uso, Fuero y la
costumbre de España y por limpio Cristiano viexo, sin Raca de
Judío, moro o Converso en ningún grado y que no le toca peniten­
cia secreta ni publica por la inquisición ni otro tribunal, porque
no a oido cosa en contra la limpieza ni nobleza de dho Diego de
Silva Velázquez. Antes siempre a oido es la buena sangre en noble­
za y limpieza que se puede desear y save que yendo un dia del año
pasado de seiscientos cincuenta y quatro, seiscientos ginquenta y
Cinco a Palacio a buscar el dho pretendiente, subiendo por la es­
calera del cubo que sale a la Galería del despacho, sintió que venia
otra persona detras deste testigo y reconocido que era un Cavallero
de la Orden de Calatrava, para con él y que pasara delante; dijo
LINAJE Y NATURALEZA DEL PINTOR CARREÑO MIRANDA
69
que no, que puesto que iba a buscar a Diego Velazquez le dixera
que su primo D. Fulano Morexon Silva, le esperaba; que aunque
a procurado hager memoria del nombre propio no se a podido
acordar; que siempre lo a conocido el tratarse con mucha estima­
ción y lustre y no se sabe aya tenido ocupagion ni oficio yndecoroso
y de los que Comprehende la sexta pregunta, porque aunque es
Verdad que Comunmente le llaman el pintor del rey Ntro. Sr. el
testigo solo sabe que a cuidado y cuyda del aliño del Palacio y
nunca a llegado a su noticia tubiese tienda ni obrador, Asi de los
años que a que le conoce en esta Corte como antes que viniese a
ella de la ciudad de Sevilla; ni que aya Vendido pinturas por si ni
por tercera persona, antes se acuerda de un plateado del Sr. Car­
denal Borxa, siendo Arzobispo de Toledo, que le pidió a Diego Ve­
lazquez que le hiciera el qual llevándoselo no quiso tomar ninguna
cantidad por el y así el Sr. Cardenal le envió un peinador muy rico
y algunas alhaxas de plata en Recompensa = Todo lo qual es ver­
dad debaxo de juramento que dexa fecho en que se afirma, haviendo dho ser de edad de quarenta y cinco años poco mas o menos y
que no le tocan las generales de la ley que le fueron dadas a enten­
der = leyosele su declaración, Retificandose en ella y la firm a» =
Al pie del escrito aparecen las firmas y rúbricas de Fernando de
Salcedo, Diego Lozano y Juan Carreño.
Hermoso e inestimable testimonio que creemos bien mereció la
pena haberlo leído íntegramente.
Los tres instrumentos cuyo contenido acaban de escuchar uste­
des quedan fuera de toda sospecha de falsedad. La afirmación del
pintor de ser natural del CONCEJO DE CARREÑO es terminante
e irrefutable. En el Informe de Calidades jura y firm a decir La
VERDAD. En consecuencia estimamos que en limpia y recta con­
ciencia no se debe poner en tela de juicio su integridad moral, ni
acusarle más o menos veladamente de la indignidad de jurar en
falso. Dicho sea sin ignorar, acordes con quien nos lo ha recordado
frente a las anteriores afirmaciones, «que la verdad raramente es
pura y sencilla». Lo sabemos, e igualmente que aunque la verdad
absoluta solamente está en Dios, no faltan otras verdades manifies­
tamente «puras y sencillas», como que durante el día hay luz y en
la noche tinieblas, pese a eclipses y nublados, estrellas y lunas
llenas.
En suma, las pruebas aportadas dejan escasas dudas de la na­
turaleza de Juan Carreño Miranda, más bien son decisivas, aun por
encima de disquisiciones y sutilezas interpretativas del significado
de las palabras «naturaleza» y «natural».
70
MARINO BUSTO
No obstante, la confusión continúa y palpable interés en fo­
mentarle en polémica tal vez aparente. Polémica a nuestro criterio
irrazonable e infructuosa, puesto que en su planteamiento sólo
entran dos factores. Uno: de duda. No aparecen las pruebas de
nacimiento en Avilés. Dos: de afirmación. Existen pruebas docu­
mentales irrefutables de su origen. Es bastante y suficiente. Aun
cuando apareciesen las certificaciones de nacimiento y bautismo,
no cambiaría el hecho de oriundez y naturaleza del pintor de Cá­
mara de Carlos II, quien, además, por encima de estrechos loca­
lismos, hemos de convenir que no sólo es gloria de Avilés y de
Carreño, sino de Asturias entera.
A punto de terminar, no estará de más fijar la atención en una
actitud del artista muy de notar: Desde su llegada a Madrid en
1624, no volvió a Asturias (su padre al menos lo hizo en 1626 a
Carreño de que tenemos testimonio escrito ante escribano), ni en
ninguno de los escritos conocidos menciona a Avilés, ni para bien
ni para mal, como si tuviese especial interés en desconocerlo u ol­
vidarlo. Aquí viene pintiparado el popular refrán «si te vi no me
acuerdo». El hecho en sí, mirado como se mire, es harto signifi­
cativo.
No sabemos si el mencionado Daniel Berjano conocería esta
coplilla tan sencilla y hermosa:
Patria querida
yo no te olvido,
recuerdo siempre
donde he nacido,
como la golondrina
recuerda, su amante nido.
Mas lo cierto es que a Berjano no le pasó desapercibido la rea­
lidad, y al tenor, en su libro, varias veces recordado, escribe:
«Tampoco cabe atribuirlo a olvido. Carreño, realmente recriado en
la Corte, salió de Asturias adolescente, cumplidos los nueve años,
y a esa edad nadie olvida a la patria, ni se borran de la mente ni
del corazón sus dorados recuerdos, antes bien se agrandan con la
distancia y embellecen con la pátina del tiempo» (págs. 47-48).
Siendo como dice Daniel Berjano, señoras y señores, aplicán­
donos el razonamiento y aún a riesgo de caer en el sofisma, decimos:
al olvidarse de Avilés y recordar reiteradamente a Carreño, afirma
que aquí está la patria que no olvida.
LINAJE Y NATURALEZA DEL PINTOR CARREÑO MIRANDA
71
Evaristo Alvarez Casariego Bango, catedrático del Instituto
«Carreño Miranda» de Avilés, autor del magnífico artículo apare­
cido en el «Boletín del Instituto de Estudios Asturianos» (B ID EA),
número 115 del presente año, bajo el título «E l contradictorio ori­
gen de Carreño Miranda» — donde repetida y amablemente nos
alude— , en el que refleja el estado actual de la disputa sobre los
orígenes del excepcional pintor, al final del trabajo comenta: «L o
que sí me parece claro es que en lo sucesivo — y creo que con
evidente injusticia— de no aparecer esa prueba documental ver­
daderamente fehaciente, Carreño Miranda no sólo ha dejado de
ser de Avilés, sino también de Carreño. Su patria local será nin­
guna»...
Cordialmente nos permitimos discrepar: Carreño Miranda sí
tiene patria local: allí donde la historia se la ha deparado, él ha
asumido y de propia voluntad manifestado: el concejo de Carreño.
Así está escrito y «lo escrito, escrito está».
Nada más. Muchas gracias.
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO Y
AMIGO MANUEL MARIA DE ACEVEDO Y POLA
POR
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
Profesor Titular de Latín.— Universidad de Oviedo
I.— INTRODUCCION
1.— Apunte biográfico de Manuel María de Acevedo
Manuel María de Acevedo y Pola es el prototipo de liberal
español de finales del X V III y primera mitad del X IX , que vive
intensamente los avatares políticos del momento, en medio de las
turbulencias consiguientes. Nace en 1769, y muere en 1840. Vive,
por tanto, sus primeros años de infancia y adolescencia bajo el
reinado de Carlos III, sufre ya en plena madurez intelectual a
Carlos IV y Fernando V II, así como la invasión napoleónica, y su
muerte coincide con el final de la regencia de María Cristina de
Borbón. Tiene todos los ingredientes de un liberal de la época.
Es ilustrado, ama sin medida la libertad, y su anticlericalismo no
le impide ser un hombre de fe. También sus fatigas y agobios,
propios de un liberal consecuente con sus ideas, sintieron el alivio
de los aires templados de la Revolución Francesa, los soplos liberalizadores de la Constitución de Cádiz y las brisas de los exilios
interiores y exteriores, coincidentes con los cambios de tercio en
el ruedo político.
Aunque no era asturiano de origen, pues nació en Vigo el 19
de enero de 1769, desarrolló toda su actividad profesional y pasó
74
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
la mayor parte de su vida en Asturias, ejerciendo un gran influen­
cia en la política liberal del Principado durante la primera mitad
del siglo X IX . La situación económica de su familia le permitió
estudiar Leyes en la Universidad de Oviedo, ciudad en la que se es­
tablecerá posteriormente para ejercer su carrra con gran prestigio.
Concluidos los estudios literarios y recibidos los grados mayores,
pasó a la corte, en donde Campomanes y Jovellanos le distinguieron
con su cariño. Al producirse el levantamiento del 2 de mayo de
1808, se dirigió a Asturias, ocupando a partir de aquel momento
y hasta su muerte importantes cargos representativos.
Fue Alcalde Mayor de Oviedo y, posteriormente, magistrado de
la Audiencia. Durante la etapa constitucional que siguió al estallido
de la Guerra de la Independencia, ocupó el cargo de Jefe político
de la Provincia y la presidencia de la Diputación Provincial, esta­
blecida el primer día de febrero de 1813. Precisamente el 19 de julio
de este mismo año, recordando los tristes sucesos de los preceden­
tes, que le obligaron a refugiarse en Castropol, escribía, ya de nuevo
en Oviedo: «Emigrado en la villa de Castropol por el mes de mayo
de 1810 con motivo de la invasión de los franceses en esta provin­
cia, disperso el tribunal, aislado y casi solo en aquel pueblo em­
prendí este papel (1) para distraer la ociosidad, el enemigo más
capital de mi carácter, sin ningún libro, ni más recursos que los
que me suministraba mi memoria, y las reflexiones que había hecho
sobre nuestra mala situación, de que es buen testigo don Francisco
Sánchez Roces, entonces mi amanuense. Le interrumpí el día 5 de
julio del propio año, en que los enemigos ocuparon aquella villa;
y desde entonces me sobrevinieron tales incidentes que me fue im­
posible pensar en su continuación hasta el 11 de noviembre del
año siguiente de 1811, en que, vuelto a emigrar a aquel pueblo por
la cuarta vez, proseguí mi trabajo, que se volvió a interrumpir a
últimos de enero del siguiente año de 12, que, libre la provincia,
me restituí a esta capital. Quedó abandonado, pero siempre con
intento de proseguirle cuando las circunstancias me fuesen favo­
rables. En el día, aunque con un destino que por nuevo, por el
objeto a que está consagrado, sus muchísimas atenciones, los obs­
táculos que tiene que vencer, y sumos disgustos que ocasiona, dejan
poco lugar y menos tranquilidad de espíritu para pensar en traba-
(1)
Se refiere a unas Reflexiones sobre las causas y principales sucesos
de la actual crisis en que nos hallamos, que por precaución firm ó con el seu­
dónimo de Canuto L ebrú n. Form an parte de un prim er m anuscrito de apuntes
y extractos.
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.a DE ACEVEDO
75
jos literarios, no obstante la idea que tengo formada de sus ven­
tajas, si logro expresar la que me propongo, los ruegos de algunos
amigos que han leído este bosquejo, y lo grandioso de los increíbles
sucesos militares y políticos que cada día se nos presentan, me han
decidido a dedicar a este ensayo los pocos ratos que me permitan
el desempeño de mis primeras obligaciones, sin lisonjearme de que
se pueda concluir. Las trabas que en el año de 10 tenía la libertad
de escribir me habían precisado a disfrazar mi nombre y apellido
con otros tomados de los que me pusieron en el bautismo, y de
uno de los de mi familia; mas en el día no hay motivo para ocul­
tarlos» (2).
Al producirse la reacción absolutista (1814-1820) sufrió perse­
cuciones y destierros a varios conventos de religiosos, como años
antes había sucedido a su amigo Jovellanos. En el trienio constitu­
cional (1820-1823) volvió a desempeñar la Jefatura política de Ovie­
do y fue miembro de la Junta General del Principado. Al producirse
la nueva reacción absolutista (1823-1833) tuvo que emigrar, primero
a Inglaterra y después a Francia, viajando por toda Europa durante
esos diez años. En Londres desarrolló una gran actividad de tipo
propagandístico en función de sus ideas. Fue director e impulsor
de E l Español Constitucional, en el que publicó numerosos artícu­
los reclamando un cambio político para su patria. Posteriormente
pasó a residir en Francia, con estancias más o menos prolongadas
en Marsella, París y Burdeos, ciudades en la que, pensando en su
regreso a España, escribe sus Reflexiones sobre los reinados de
Carlos I I I y Carlos I V (3).
Quiso regresar a su patria en 1830, pero no fue posible. Dejemos
que él mismo nos lo cuente: «Cuando concluí mis Reflexiones sobre
el reinado de Carlos I I I , tenía solicitado pasaporte para regresar
a España, y no creyendo hubiese ninguna dificultad remití a Bur­
deos mi pequeña librería, apuntes y equipaje, reservándome sólo el
que creí preciso para una corta estancia, que pensaba hacer en
París. El entorpecimiento que experimentó mi solicitud, de que
hasta ahora no tengo resultado, los extraordinarios acontecimien­
tos de julio y la incertidumbre de sus consecuencias en su política
interior y exterior me decidieron a fijar mi residencia por todo el
(2 )
T om ado de la presentación a las Reflexiones, que hemos señalado en
la nota anterior y que form an parte del prim ero d e los dos m anuscritos iné­
ditos del propio M an uel M aría de Acevedo, que tengo a la vista.
(3)
L a s Reflexiones sobre el reinado de Carlos I I I form aban parte de un
tercer m anuscrito que no he podido hallar, encontrándose las Reflexiones so­
bre el reinado de Carlos I V en el segundo de los dos en mi poder.
76
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
invierno en esta capital. Con esta resolución pensé en continuar
mis Reflexiones acerca del reinado de Carlos IV , sobre el que había
hecho algunos borradores en Marsella, y reclamé de Burdeos los
cuadernos, que me podían proporcionar materiales, y, llegados,
puse mano a la obra hoy 2 de diciembre de 1830» (4).
A finales de 1832, considerando quizás la caducidad de Fernan­
do V II, preparaba su regreso definitivo a España: «Los preparativos
de mi viaje a España me hacen suspender estas reflexiones, y mi
vida, mi salud y el giro que tome la situación política de nuestra
amada patria decidirán si algún día las podré rectificar, continuar
y concluir. Burdeos, noviembre, 23, de 1832» (5).
Por fin, al promulgarse un año después la amnistía, que siguió
a la muerte de Fernando V II, comenzarán a regresar los emigrados
liberales, que tanto van a contribuir al desarrollo político subsi­
guiente, y entre ellos Acevedo. Inmediatamente se reintegró a As­
turias, pasando a formar parte de la Junta General del Principado,
siendo diputado en ella hasta octubre de 1835, al constituirse la
Diputación Provincial.
En la convocatoria de elecciones a cortes del Estatuto Real de
1834 consiguió un escaño de diputado por Oviedo, junto con sus
correligionarios Flórez Estrada (pariente suyo) y Argüelles; y por
el ala conservadora Alvaro Navia Osorio, Bartolomé Menéndez de
Luarca y el conde de Toreno. En los comicios celebrados en vísperas
de la primavera de 1836 los asturianos dieron de nuevo el voto fa­
vorable a Acevedo, que repetía suerte en la lista mendizabalina
encabezada por Argüelles. En el otoño de ese mismo año salió
diputado por Pontevedra, su tierra natal, en las Constituyentes.
Finalmente, el 20 de noviembre de 1837 resultó elegido senador
vitalicio por la provincia de Oviedo. Murió tres años después, el
11 de marzo de 1840, en su casa de Miraflores, junto a la sierra
madrileña (6).
(4)
M anuscrito 2, nota 1.a, Reflexiones sobre el reinado de Carlos IV .
(5)
F in al de las Reflexiones... M anuscrito 2, pág. 264.
(6)
Un
contemporáneo lo veía así antes de su m u e rte : “ E nvejecido de­
fendiendo la
buena causa y padeciendo muerte
y pasión por ella, am a la
libertad p or hábito, aunque ni ve, ni oye, ni anda [ . . . ] Erudito honrado y m uy
español como fino asturiano. Es alto, delgado y casi la rg o ; basado sobre unas
babuchas, y coronado de una peluca crespa: en el intermedio están el bastón
y las g a fa s ” . Historia de Asturias. Edad contemporáneo I, ed. A y alg a, V ito­
ria, 1977, p. 41.
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.a DE ACEVEDO
77
2.— Relación Jovellanos-Acevedo
Ya hemos dicho en la breve reseña biográfica que precede, que
Acevedo gozó de la simpatía y afecto de Campomanes y Jovellanos,
asistiendo incluso a veces a las tertulias que se celebraban en la
casa del primero. Estos contactos personales de sus años de pre­
tendiente en Madrid continuaron de un modo esporádico, cuando
lo permitieron los vaivenes de la azarosa vida de ambos.
Acevedo se sentirá también honrado con una correspondencia
«sumamente lisonjera» de parte de Jovellanos. Nos lo cuenta al
comienzo de sus reflexiones para justificar algunas críticas super­
ficiales que se van a desprender de su pluma, y pudieran empañar,
a los ojos poco atentos de un lector, el amor y el aprecio que le
profesaba: «Se podrá creer demasiado servera la descripción que
hago en las reflexiones del carácter de Jovellanos, y más en la plu­
ma de un sujeto, a quien ha dado muchas señales de aprecio, ha
honrado alguna vez con una correspondencia sumamente lisonjera,
y que ninguno le excede en amor a su persona y aprecio a las altas
cualidades y, sobre todo, amables virtudes» (7).
Bastará para confirmar el mutuo aprecio y simpatía saber que
en los dos momentos más críticos de la vida de Jovellanos, el de su
caída del ministerio, y el de su muerte, estaba su amigo Acevedo
presente. En el primer suceso, por casualidad, y en el segundo, por
expreso deseo de Jovellanos, que no llegó a ver plenamente cum­
plido por su precipitado final.
El día anterior a la caída de Jovellanos, el 14 de agosto de 1798,
se hallaba Acevedo en La Granja. Por la noche fue a ver a su casa
al ministro. Aunque no lo dice expresamente, podemos sospechar
que cenó con él, y su objeto pudo ser la aspiración a un papel más
relevante en la escena política, a juzgar por las enternecedoras
palabras de Jovellanos, cuando a la mañana siguiente enterado
Acevedo por el camarero de la fonda, donde se hospedaba, de la
caída del ministro de Gracia y Justicia, corre a verle a su despacho.
En aquellos tristes momentos los dos amigos se sientan a platicar
largamente hasta que avisan a Jovellanos que había llegado su su­
cesor. Pero dejemos que sea el mismo Acevedo quien nos lo cuente:
«Y o me hallaba en La Granja en aquella ocasión. En la noche an­
terior, 14 de agosto, le había visto en su casa, y, a la maña siguiente,
el camarero de la fonda, donde estaba alojado, me dijo haber caído
el ministro; y preguntándole cuál, me dijo ser el de Gracia y Jus(7)
M anuscrito 2, nota 145.
78
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
ticia, y no lo quise creer, pero no lo pudiendo después dudar, le fui
a visitar a la hora regular. Habiéndole dado recado el ayudante de
cámara, que me hallaba allí, salió de su gabinete, y con cierto aire
de ternura, tristeza y sorpresa, sonriéndose, me dijo: «Am igo Acevedo, se finalizó la comedia, cayó el telón, y sólo siento haberle
dejado a vmd. fuera de escena»; y habiéndome hecho entrar, nos
sentamos y hablamos largamente, hasta que le avisaron estar allí
su sucesor, paso que habiéndose llevado muy a mal en palacio,
cuando Jovellanos le fue a pagar la visita y despedirse, ya no le
recibió, a pesar de no haber pasado sino dos o tres horas entre
ambas visitas» (8).
Ceán comienza así el relato de los funerales de Jovellanos:
«Hallábase entonces la Junta de Asturias en Castropol, y envió dos
vocales para concurrir y autorizar en su nombre el funeral. Cele­
bróse con toda la pompa que el pueblo y las circunstancias pudieron
proporcionar en la iglesia parroquial del Puerto de Vega, obispado
de Oviedo. Asistieron cuarenta sacerdotes de las feligresías del
distrito, convocados desde el día anterior, presididos por el párroco
de la misma iglesia, don Pedro Pérez Thames Hevia, y por el pro­
visor de la propia diócesis, que se puso la capa pluvial. Además de
los dos vocales de la Junta, que hicieron el duelo con el señor Acevedo, oidor de la audiencia de Oviedo, fue grande la concurrencia
de gentes de todas clases...» (9). Pues bien, ese Acevedo, a quien
Ceán no concede excesivo protagonismo, es nuestro Manuel María
de Acevedo, que se hallaba allí por expreso deseo de Jovellanos,
quien en los últimos momentos de su vida, al enterarse de que su
amigo se hallaba en Ribadeo, le mandó llamar. El propio Acevedo
nos lo cuenta así: «En los primeros síntomas de su indisposición,
viéndose entre gentes extrañas, aunque sumamente atentas y obse­
quiosas, se angustiaba su espíritu, y habiéndosele indicado hallarme
yo en Ribadeo, manifestó sus deseos de que se me llamase; se me
hizo inmediatamente un propio, y si no fue bastante a tiempo para
tener el placer de verle vivo, serví a contribuir para que se cele­
brasen sus funerales, si no con la magnificencia que correspondía
a su extraordinario mérito, a lo menos con el decoro y dignidad
que era posible, no perdonando al efecto ni esfuerzos ni sacrifi­
cios» (10). Lástima que la nota 193 correspondiente a este texto
(8)
M anuscrito 2, nota 178.
(9 )
J. A . C e á n B e r m ú d e z , Memorias para la vida del Excm o. Señor D. Gas­
par M elch or de Jovellanos y noticias analíticas de sus obras, M adrid, 1814,
p. 123
(10)
R eflexiones... Manuscrito 2, pp. 177-78.
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.* DE ACEVEDO
79
falte del original manuscrito por pérdida de algunas hojas. En ella
seguramente relataría el autor y protagonista de los preparativos
los detalles del funeral que presidió.
3.— Reflexiones de Acevedo sobre Jovellanos
Antes de pasar a la lectura del texto original de las reflexiones
de Acevedo sobre Jovellanos, conviene decir que no se trata de una
monografía sobre el polígrafo gijonés, ni siquiera de un capítulo
aparte en sus Reflexiones sobre el reinado de Carlos IV . Sencilla­
mente, al llegar a historiar el momento que coincide con el de
máximo protagonismo de Jovellanos en la vida política, que es el
de su ascensión al minis.terio, junto con Saavedra, se detiene a
reflexionar para el lector sobre la personalidad de ambos políticos,
en el orden y proporción que él cree ajustarse a sus merecimientos.
También hay que decir, que le sirven como hilo conductor de
su exposición, a modo de hilván, las Memorias para la vida de Jo­
vellanos de Ceán (11), a quien cita, y en alguna ocasión copia
literalmente (advirtiéndolo siempre), cuando lo estima oportuno.
Efectivamente, Ceán había publicado su obra en 1814, y Acevedo
comienza a escribir estas reflexiones a finales de 1830. Sin embargo
en múltiples ocasiones Acevedo se refiere a Ceán para discrepar
o completar sus afirmaciones, cuando considera que su apasionada
devoción le ha traicionado, o trata de ocultar algo que conoce y
podría empañar la memoria de su biografiado. El relato queda
condimentado por el variado anecdotario, que le suministró la ter­
tulia o su protagonismo personal y directo en los acontecimientos.
Todo ello enriquecido por abundantes conjeturas y apreciaciones
muy subjetivas que brotan de la necesidad imperiosa de clarificar,
interpretar y juzgar sucesos oscuros, desde la libertad del exilio.
En las relaciones Jovellanos-Saavedra, aparte de su creciente
amistad y cierto paralelismo en sus desgracias señala con mucho
acierto su marcada diferencia de carácter y tacto político, ejempli­
ficando con sus distintas actitudes ante hechos insignificantes como
algunas recomendaciones, el protocolo debido, etc., o de más im­
portancia como el anuncio de la frustrada caída de Godoy, punto
en el que Acevedo no está de acuerdo con Ceán (12).
(11)
O b ra citada en la nota 9.
(12)
R eflexion es... M anuscrito 2, nota 171;
Ceán, M em orias..., pp. 69-70.
80
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
La anécdota en Ace-vedo no es un puro adorno, o tiene simple­
mente como función entretener; sirve siempre para ejemplificar
avalando opiniones propias sobre el modo de ser de los biografia­
dos. La candidez e ingenuidad de Jovellanos queda perfectamente
reflejada en anécdotas como las que se refieren a su total oposición
a las recomendaciones de María Luisa o sus camaristas, e incluso
el mismo Godoy; su conversación con el hermano del valido; el
enfrentamiento con Campani, o la de su visita a Logroño, que Ace­
vedo oyó contar a Jovellanos, y que sucedió así: «Poco antes de la
primera época se le dio una comisión reservada en la Rio ja, de que
habla en su memoria, y luego que se supo iba arrivar (13) a la ca­
pital, le salieron a recibir todas las personas visibles de Logroño,
que le tenían preparado un gran convite. La mesa muy concurrida,
y la conversación muy animada y alegre, que al café recayó sobre
la fertilidad de aquella provincia, la hermosa situación de Logroño
y las bellezas del pueblo. Jovellanos convino en lo primero y, siem­
pre que se ofrecía, hacía una hermosa descripción de aquel país,
pero hablando del pueblo dijo: «¿Qué concepto quieren vmds. que
haga un viajero de esta ciudad, en donde el primer edificio que se
encuentra es la Inquisición?», sin reparar hallarse presentes todos
los individuos de aquel tribunal, y desde entonces, añadía, los mis­
mos y los curas le miraban con un ceño que no podían disimu­
lar» (14).
Lo que nos cuenta sobre la provisión de una canonjía de Toledo
sirve al mismo tiempo para poner de manifiesto el contraste entre
el viejo y experimentado político, Campomanes, buen conocedor
de los ambientes cortesanos, sabio y prudente a la vez, maestro en
el arte de la política, y Jovellanos, inmaduro y con poca dosis de
mundanidad para ejercer un ministerio, que exigía en aquellos mo­
mentos otras habilidades, además de la sapiencia y honradez pro­
fesional que poseía en grado elevado: «Sordo a los consejos de los
que conocían la corte y deseaban sinceramente su permanencia en
el ministerio, sólo oía alguna vez los de Campomanes, a quien tri­
butaba la deferencia y respeto a que era tan acreedor. Aquél, pues,
procuraba, según su frase, hacerle un poco más cortesano; y con
motivo de no haber accedido a la recomendación de Arce en la
provisión de una canonjía de Toledo, Campomanes le dijo: «Vmd.,
amigo, se precipita, y su conducta es enteramente opuesta a lo que
(13)
Galicism o fácilm ente comprensible por lle v a r m ás de siete años en
el exilio. N o olvidem os que estas reflexiones las escribe en Francia.
(14)
R eflexiones... M anuscrito 2, nota 162.
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.a DE ACEVEDO
81
quisiéramos los que le apreciamos y deseamos el bien de la nación.
Y o no digo que vmd. dé las canonjías a hombres escandalosos,
pero,, ¿qué importa que sean tontos y nulos?; cuanto más maja­
deros sean, mejor, pues más pronto se desengañarán los españoles
de que hombres que para nada valen disfrutan las mejores rentas
de España» (15).
Son interesantes también algunas opiniones personales de Acevedo, o conjeturas, a veces simplemente basadas en la vox populi,
pero no por ello totalmente desdeñables, como las que nos ofrece
sobre el posible contenido del informe secreto que Godoy pidió a
Jovellanos antes de su elevación al ministerio, el odio de María
Luisa al ministro, etc. Indudablemente que si Jovellanos había te­
nido mucho éxito entre las sevillanas, y luego con las madrileñas,
como nos recuerda Acevedo, la reina alguna exigencia había de
tener en función de su atractivo personal, y más tratándose de
María Luisa.
La sinceridad a toda prueba de que hace gala Acevedo le obliga
a recoger y aceptar en parte algunas críticas que se podrían hacer
a Jovellanos, no sin antes dejar bien claro, como ya hemos visto,
«que ninguno le excede en amor a su persona y aprecio a las altas
cualidades y, sobre todo, amables virtudes». A renglón seguido
justifica su deseo de objetividad, porque «si el historiador debe ser
imparcial, aún más, si es posible, el biógrafo destinado al análisis
de los sujetos que bien o mal han influido en la suerte de las na­
ciones y de los acontecimientos que la prepararon o decidieron, y
que manifiestan el-espíritu del siglo en que los primeros vivieron,
y del país en que habitaron» (16). Acevedo cree también desde su
deseo de imparcialidad que «la posteridad le hará justicia (a Jove­
llanos), notará con odio e indignación a sus infames perseguidores,
y se sonreirá al leer los elogios de los que le preconizan como un
modelo sin defectos» (17).
Lo que pudiera parecer al principio un episodio molesto para
un apasionado de Jovellanos, al leer las reflexiones que preceden,
se transforma muy pronto en un canto a sus muchas cualidades
y virtudes, llegando al colmo de la admiración. Diecinueve años
después de la muerte de Jovellanos, cuando proliferaban sus de­
tractores, desde el exilio Acevedo le rinde un sincero homenaje de
(15)
R eflexion es... M anuscrito 2, pp. 150-51.
(16)
R eflexion es... M anuscrito 2, nota 145.
(17)
Reflexion es... M anuscrito 2, p. 143.
82
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
admiración, ensalzándole en algunas ocasiones hasta considerarle
«muy superior a Cicerón».
Tres son básicamente los defectos que, a juicio de Acevedo,
podrían achacársele a Jovellanos: ser a veces poco profundo en
sus ideas y escritos, rodearse de amistades «irreflexas», y excesiva
sensibilidad a las alabanzas.
En el primer caso le objeta haber incurrido en la introducción
al Inform e sobre la ley agraria en contradicción, empeñándose en
probar que jamás la agricultura había estado más floreciente en
España que en aquella época. En general no aplica los principios
liberales que asienta respecto a la agricultura, al comercio interior
y exterior; y tampoco ataca de raíz los males de la amortización
eclasiástica y civil. Su carácter obtinado y poco flexible, sordo a
los consejos, y ciertas contradicciones entre su cabeza y su corazón
podrían también haber influido negativamente en alguno de sus
proyectos.
El segundo de los defectos lo atribuye Acevedo a que fallaba en
el conocimiento de los hombres y trato del mundo. Lo prueba su
amistad con sujetos frívolos que no le corresponden; y muchas de
sus amistades siguieron el partido de José.
Por último el cúmulo de versos laudatorios, que aparecieron
durante su favor, y el placer con que los escuchaba, dieron lugar a
anécdotas ridiculas y quizás inventadas.
En cambio, y para terminar, los méritos y cualidades que va
señalando Acevedo a lo largo de sus reflexiones son tantos que
sería prolijo y redundante señalarlos en esta introducción, y más
ofreciendo el texto íntegro a continuación. De un modo telegráfico
se podrían resumir así: trabajo, actividad infatigable, entendimien­
to claro e imaginación viva, memoria, probidad, sinceridad, gene­
rosidad, amor al bien, honradez, insobornabilidad, candor, estoica
resignación y heroica firmeza, hermosura, voz agradable, modales
finos, sensibilidad hacia el bello sexo, etc.
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.“ DE ACEVEDO
83
M anuel M a ria de A ceved o
Jovellanos
Flórez E strada
84
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
II.— TEXTO
( Texto original inédito de las reflexiones de Manuel María de
Acevedo sobre Jovellanos)*
El Príncipe de la Paz, en quien realmente estaba concentrado
todo el poder, o por insinuación ajena, o por haber leído sus escri­
tos, o por una rara cansualidad, puso los ojos en Cabarrús, y cre­
yéndole el hombre más a propósito para indicarle la conducta que
debía observar en tan delicadas circunstancias, depositó en él una
confianza ilimitada, aunque muy efímera. El conde, lejos de dis­
minuir el riesgo a que estaba expuesto por parte del exterior,
dominado por una nación ambiciosa y arrogante, y en lo interior
por el descontento e irritación general, que le exponía a sufrir la
suerte de don Alvaro de Luna, le manifestó era preciso no perder
instante en dulcificar la indignación general, meditando y haciendo
reformas indispensables, valiéndose para verificarlo de los hombres
más aptos, ya por sus luces, ya por la opinión que gozaban en la
* nación, que indudablemente eran en aquella época Jovellanos y
Saavedra, pues la repugnancia de Florida Blanca a toda especie de
reforma, a pesar de que aún conservaba a su favor mucha ilusión,
y la ancianidad del conde de Aranda no permitían presentarlos en
la escena (142).
En esta indicación, si se conocen las buenas intenciones de
Cabarrús, no se descubre menos su ligereza de carácter, la poca
solidez de su juicio, y su ningún tacto, ni experiencia en el conoci­
miento de los hombres y de las cosas. Godoy creyó hallar la pana­
cea universal para todos los males en los dos nombramientos, y
preocupado a favor de Jovellanos por la Ley Agraria y varios dis~
, cursos suyos, que Cabarrús le había hecho leer, y de Saavedra por
la opinión que se había adquirido en su intendencia de Caracas,
de cuyos habitantes había sido el ídolo, y la deferencia que se tri­
butaba a su voto en el Consejo de Guerra, de que era individuo y
el oráculo, con la misma fecha nombró al primero para el minis­
terio de Gracia y Justicia, lo que dio lugar a una graciosa anécdota
(* )
L a s notas que siguen y acompañan al texto original son tam bién del
autor, y llevan la misma numeración que en el manuscrito.
(142)
A ra n d a en aquella época aún se hallaba confinado en la ciudadela
de G ranad a, pero luego se le permitió irse a sus estados de A ragón , en donde
m urió el día nueve de enero del año de noventa y ocho.
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.a DE ACEVEDO
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en la secretaría (143), y al segundo para el de Hacienda; y a fin
de que no sorprendiese a Jovellanos, trasladado de un destierro
honorífico a un puesto tan elevado, y cediendo por un momento a
la repugnancia de la reina, le destinó pocos días antes a la emba­
jada de Rusia, precedido todo de una carta autógrafa que pocos
meses antes le había escrito pidiéndole un informe muy reservado
acerca de un negocio de la mayor gravedad (144).
La carrera de Jovellanos hasta la fatal época de su ministerio
fue brillante y, permítaseme esta expresión, sembrada de flores.
Togado en una edad en la que acaso fue el primer ejemplar por
sus bellas disposiciones, el apoyo de un tío poderoso, y el voto del
mayor magistrado que tuvo España, ascendió rápidamente, sin
saltar ninguna escala, a Consejero de Ordenes, el más análogo a sus
(143)
Fueron nom brados ministros en noviem bre
de
1797. Su antecesor
L lagun o, hom bre de mérito b ajo muchos respectos, como he dicho, había to­
m ado p or estribillo en las audiencias que daba a los pretendientes, cuando
no se trataba de negocios de utilidad pública o en que no tenía interés, el
contestar:
“ D aré parte al re y ”, de que ya se había hecho refrán, tanto que
se decía, que un día yendo al despacho se le cayó un pañuelo, que recogió
uno de los m uchos pobres que siempre estaban al pie de la escalera, y se le
alargó. E l ministro, preocupado con los negocies que llevaba, sin re p arar en
el objeto, creyendo ser un m em orial ( d i jo ): “N o puedo recibirle ahora, déme­
le vmd. después y d aré parte al rey ” , hasta que advertido por la m ujer, un
poco avergonzado, recogió el pañuelo y mandó se le diese un duro. E l día de
su separación, luego que entró en la secretaría, le envió a llam a r Godoy, que
estaba en la de Estado, y después de darle mil ducados y asegu rarle que su
am istad sería siem pre la misma, le hizo ver el nom bram iento de Jovellanos,
que se publicaría al día siguiente. A quel era de audiencia; el ministro guardó
un profun do silencio, a todos llenó de esperanzas las m ás lisonjeras, asegu­
rándoles de sus vivos deseos de servirlos. L o s pretendientes, que en lu g a r de
la ord inaria e x p re s ió n : “ D aré parte al rey ”, se hallaron con prom esas casi
positivas, se creyeron
colocados o m uy próxim os a serlo, y se fu eron m uy
com placidos a sus habitaciones. A l día siguiente se sabe el nom bram iento de
Jovellanos, y chasqueados los pretendientes pensaron m anifestarle su disgusto
con una cencerrada, pero los contuvo el temor de las consecuencias y la m ar­
cha de L la g u n o a M adrid, despachando interinamente G odoy la secretaría
hasta la llegada del nuevo ministro.
(144)
Apuntes para la vida de Jovellanos. cap° 12, parte 1.a, pága 58 (H a y
un erro r en la cita en cuanto al capítulo, que es en realidad el 11). Ceán
gu ard a un profundo silencio sobre el objeto de la consulta de tal im portancia
que G odoy la escribió de su p u ñ o ; y yo no me atreveré a levan tar el velo
que cubre este misterio, pero me será lícito aventurar m is conjeturas.
Ya
entonces se tram aba la m aquinación de p riv a r al príncipe Fernando
de la sucesión al trono, pero el Príncipe de la Paz aspiraba a resultados más
ventajosos a su am bición que satisfacer la aversión u odio que la reina siem­
pre profesó a su hijo prim ogénito;
y M aría Luisa en su inm oralidad y ciega
86
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
inclinaciones, a sus estudios y a sus deseos de ser útil a la nación,
proporcionándole más tiempo para perfeccionarse en las ciencias
a que le llevaba su genio, y mayores ocasiones para ponerlas en
práctica; dotado de memoria tenaz, cabeza fuerte para resistir mu­
chas horas de un trabajo mental, hermosa presencia, agradable
metal de voz, modales atentos, pronunciación muy clara y caden­
ciosa que el uso le había hecho familiar, pero que al principio sin
duda sería afectada, de un entendimiento claro, imaginación viva
para percibir las ideas, aunque en mi dictamen no de igual vigor
para profundizarlas, de que se resienten sus escritos, si se toma la
molestia de meditarlos; de una probidad estoica, inaccesible a toda
clase de seducciones, pero sujeto algunas veces a las ilusiones de
amistades irreflexas, y preocupaciones a las primeras ideas de su
juventud, efecto de su carácter candoroso y, puede, de su excesiva
sensibilidad a las alabanzas; y sobre todo, a ejemplo de su modelo,
sacrificándose a los ídolos de la patria y de la gloria, Jovellanos
hace época muy notable en los fastos de España. La posteridad le
hará justicia, notará con odio e indignación a sus infames perse­
guidores, y se sonreirá al leer los elogios de los que le preconizan
como un modelo sin defectos (145). Abandonando por el consejo de
pasión a su favorito no pondría ningún escrúpulo en sacrificarle toda su fa ­
milia. E l lector no h abrá olvidado ni el despotismo con que Felipe V estableció
en España la L e y Sálica, privando de la sucesión al trono a las mujeres, por
quienes él mismo poseía la corona, ni las inicuas m edidas tom adas por C ar­
los II I p ara inhabilitar la sucesión del infante don Luis. G odoy estaba casado
con la h ija prim ogénita, de quien ya tenía una h ija ; el herm ano era arzobis­
po de Toledo, incapacitado de reinar, o a lo menos de d e ja r sucesión. Es indu­
d able que el Príncipe de la Paz no había olvidado los derechos de su esposa,
que revelaba la
im prudencia de sus favoritos;
se habían hecho consultas;
nada
el rum or público aseguraba
tiene pues de inverosím il que
Jovellanos
fuese uno de los consultores, cuyo voto daría gran peso a los derechos de la
hija del infante don Luis.
(145)
Se podrá
creer demasiado severa la descripción que
hago en las
reflexiones del carácter de Jovellanos, y m ás en la plum a de un sujeto a quien
ha dado muchas señales de aprecio, ha honrado alguna vez con una corres­
pondencia sumamente lisonjera, y que ninguno le excede en am or a su per­
sona y aprecio a las altas cualidades y, sobre todo, am ables virtu des; pero
si el historiador debe ser im parcial, aún más, si es posible, el biógrafo desti­
nado al análisis de los sujetos que bien o mal han influido en la suerte de
las naciones y de los acontecimientos que la prepararon o decidieron, y que
m anifiestan el espíritu del siglo en que los prim eros vivieron y del país en
que habitaron.
M e contraeré a Jovellanos, y para p ro bar que no profun dizaba
siempre
las m aterias que trataba, citaré sólo la obra que le hace m ayor honor, y por
la que es m ás conocido en Europa, La ley agraria. N o hablaré de los errores
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.a DE ACEVEDO
87
sus colegiales y amigos el estado eclesiástico a qile le habían dedi­
cado sus padres y en que se iba a empeñar en voto solegne (146),
tuvo la feliz casualidad de hallar en su primera colocación el hom­
bre que en España estaba más en estado de dirigirle en la reforma
que el joven magistrado conocía debía hacer en sus estudios, Olavide, Asistente de Sevilla (147), que luego conoció las ventajas que
la nación debía sacar del joven ministro, que solo ansiaba instruir­
se; y con sus consejos y los dados por un respetable oydor respecto
a la recta administración de justicia, bien pronto consiguió el apre­
cio en el tribunal y en el pueblo, que desmintió la opinión que, al
principio, habían formado los curiales y las damas, creyendo los
de que le acusan los economistas moderados, pues seguía la escuela de su
tiempo, ni tam poco de que los principios liberales que asienta respecto a la
agricu ltura no los aplica al comercio ni interior ni exterior, ni que conociendo
los m ales de la amortización eclesiástica y civil, no la ataca en su raíz, y se
contenta con indicar sus abusos, pues adem ás de ser esto propio de sus ideas
aristocráticas, acaso le arred raría la idea de que la corporación, en cuyo nom­
b re escribía, y m ás el Consejo de Castilla, a quien se dirigía, rechazarían su
doctrina y la d arían p or sediciosa. M e detendré en la visible contradicción en
que incurre, em peñándose en p ro b ar en la introducción que jam ás la agricul­
tura había estado m ás floreciente en España que en aquella época, y que las
q u ejas m ism as de su decadencia prueban su prosperidad. M anifestando después de un m odo evidente que la excesiva amortización civil y eclesiástica
es una de las trabas legislativas que m ás se oponen a la agricultura, cómo
ha podido o lv id a r que desde Felipe II se habían fundado en España 291 con­
ventos, se habían am ortizado espiritualm ente la inmensa suma de bienes que
nos dice Cam pom anes por datos oficiales, que desde la fatal L e y de T o ro se
habían hecho m ás de cincuenta mil vinculaciones grandes o pequeñas, y que
en el reino de G ran ad a, hasta su funesta conquista, no se conocían semejantes
instituciones, pues
aun
cuando
creemos exagerada
la
fuerza num érica
que
ha opuesto la dom inación árabe, es innegable que ha resistido tres años a
todas las fu erzas de C astilla y Aragón, y que acaso no hubiese sucum bido si
no fu eran las crueles discordias de los Ceglíes y A vencerrais, e infam e p erfi­
dia de un hijo desnaturalizado contra su padre.
Respecto a lo segundo, su íntima amistad con el sujeto m ás insignificante,
frívolo e ignorante conocido, y que le pagó con una infam e ingratitud el crear
en su fa v o r un destino p ara el que no había la m enor necesidad, ni en el
agraciado el m enor m érito ni ap titu d ; era haber dado una renta simple cuan­
tiosa a un hijo cuasi de pecho de otro, que exerció una p erju d icial influencia
durante su triste m inisterio; el haber abrazado el partido de Josef casi todas
las personas que m erecieron su confianza, son pruebas evidentes de mi aser­
ción; no lo es m enos la ansia con que solicitaba las alabanzas, la m ultitud
de versos laudatorios con que se le inundó durante su favor, el p lacer con
que se leían en su tertulia, las ridiculas anécdotas a que dieron lugar, sin
duda inventadas o exagerad as por sus enemigos. Repito, estos defectos no son
capaces de hacer desaparecer su am or al bien, su actividad infatigable, su
entusiasm o p o r todo lo que era grande y glorioso, sus eminentes servicios de
88
PERFECTO RODRIGUEZ'FERNANDEZ'
primeros al verle tan joven, que bien pronto le harían un mániquín
en sus manos, envolviéndole en las sutilezas, embrollos, que forman
su ciencia, y acaso juzgándole no inaccesible al soborno; y el bello
sexo, al considerar su presencia, su poca edad, el haber desterrado
los tres trajes característicos en la magistratura, el pelucón en el
tribuna], la capa de grana en el paseo y la media negra en la ter­
tulia, cuya primera innovación escandalizó hasta sus mismo com­
pañeros, las sevillanas no dudaron no tardarían en envolverle en
sus lazos.
El primer consejo dado por Olavide, viéndole ya muy versado
en nuestra antigua literatura, (fue) se dedicase a la italiana, y sobre
todo se apresurase a aprender el inglés, o a lo menos a traducirle
con perfección, como la única nación, que en aquella época le podía
dar nociones exactas y profundas de legislación, economía política
y ciencias auxiliares (148).
Jovellanos no tardó en ser conocido en toda España. Las socie­
dades económicas, las academias, los cuerpos literarios, pero no las
universidades, se apresuraron a contarle entre sus miembros, a
darle comisiones, a pedirle informes, y cada desempeño, cada dis­
curso, era una nueva palma añadida a sus laureles. El gobierno no
podía ser insensible a una opinión tan general, acreditada con tan­
tas pruebas. El Consejo de Ordenes le hizo su oráculo, sólo se oía
m uchas clases y, sobre todo, la estoica resignación y heroica firm eza que des­
plegó en sus últim as e inicuas persecuciones, que en esta parte le hacen m uy
superior a Cicerón, cuya lectura y conducta eran el pasto diario de su alm a'
y que recom endaba a cuantos le consultaban
estudios.
(146)
sobre el modo dé dirigir sus
Colegial m ayor de A lcalá iba a T uy a hacer oposición a la Doctoral
y, al p asar por M adrid, don Juan A rias Saavedra, su padrino de beca, sujeto
a quien* Jovellanos m ás respetó y amó, y sus prim os los m arqueses de C asaTrem añes le disuadieron de su propósito a em prender la carrera de la toga.
Jovellanos gozaba ya de un beneficio simple, que renunció cuando le dieron
el sueldo entero de oydor de Sevilla, y hasta entonces rezó diariam ente el
oficio divino. Ceán, 1.a parte, cap° 3.°, p ága 8 y siguientes.
(147)
H e hablado en las reflexiones sobre el reinado de C arlos III de este
célebre personaje, de sus establecimientos en Sierra M orena, de su huida a
Francia, de su obra El Evangelio en triunfo, regreso a E spaña y muerte. L a
causa que se le form ó es una de las más fam osas qué extracta Llórente.
(148)
*
Ceán, cap0 5.°, pága 18. Era tal la preferencia que daba Jovellanos
al inglés que, adem ás de componer las obras en aquel idioma m ucha parte de
la selecta biblioteca que form ó para el Instituto Asturiano, solía repetir con
frecuencia: “Si lo mucho o poco que en España se sabe en literatura y cien­
cias exactas por las obras francesas, lo hubiésemos aprendido por los autores clásicos latinos e ingleses; algo más valdría nuestra cabeza y nuestro corazón” ^
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.a DE ACEVEDO
89
su voto, y en cualquier negocio que se tratase y exigiese investiga­
ciones, viajes, reformas de sus conventos, arreglo de sus archivos,
formación de bibliotecas (149), contestaciones al ministerio, deci­
sión de competencias, todos los consejos desaparecían, y en la
corporación solo veía Jovellanos (150).
Su carácter era franco, generoso, idólatra de la juventud estu­
diosa, no negándose a dar consejos y aun auxilios pecuniarios en
cuanto lo permitían sus cortas facultades a cuantos los solicitaban,
estimulando siempre a que publicasen sus obras a sujetos que, por
modestia o por otros motivos, no daban a luz las producciones que,
en su dictamen, eran dignas de la publicidad. Su sensibilidad hacia
el bello sexo era extraordinaria, pero contenida por el sumo decoro
que ponía en todas sus acciones por la alta idea que se había for­
mado de la magistratura, y por la educación aristocrática que había
recibido; amaba en extremo a sus amigos, pero, sin mucho cono­
cimiento de los hombres, no era siempre muy feliz en la elección,
escogiéndolos entre los que sabían con destreza lisonjear su amor
propio, o le seducían hablándole con entusiasmo de virtudes, de
patriotismo y de inclinación a las ciencias de que carecían, y esta
falta de discernimiento le hizo incurrir en errores que fueron causa
principal de sus infortunios, algo perjudicial a la nación, y empañó
algún tanto su reputación para los que no le conocían a fondo.
(149)
A d e m ás del Instituto A sturiano de que acabo de hablar, aumentó,
reform ó y coordinó las de San M arcos de León y la de V e le s ; a lo menos en
cuanto a la prim era fue un trabajo inútil, pues yo en las varias visitas que
hice a aquel pueblo y a San M arcos, donde tenía un prim o carnal y dos ínti­
m os amigos, siem pre hallé sus estantes y obras llenos de polvo.
E l Consejo de O rdenes no tenía biblioteca, y como en el mismo se hacen
las oposiciones a los curatos que daba él mismo, p ara los exám enes se pedían
libros prestados. Jovellanos hizo presente al duque de H ija r era indecente, y
se le autorizó p ara que de los fondos del mismo tribunal form ase una pequeña
librería, dejando a su arbitrio la elección de las o b ras;
desem peñó la comi­
sión con el gusto y crítica que le caracterizaban, y como los pocos negocios
que se discutían en el consejo d ejaban muchos días vacantes, sin dispensar a
sus m iem bros de la asistencia, Jovellanos, cuando contaba esta anécdota, decía
con m ucha g r a c ia : “ Con este artificio, ínterin mis compañeros se entretenían
en leer la G aceta o en conversación, yo en estudiar y hacer extractos” .
(150)
Sería prolijo
y fastidioso citar todos los trabajos políticos, econó*-
micos y literarios de Jovellanos, de que da una sucinta idea Ceán en las dos
partes de sus apuntes. H o y que p or permisión del gobierno se p ublican todos
sus escritos inéditos, no puedo creer que ningún hom bre de E spaña ilustrado,
y aunque no sea enteramente incivilizado, y con m edianas facultades, deje de ■
haberse suscrito a la colección, que se da por cuadernos.
' -
90
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
En medio del aura popular y lisonjeras esperanzas que debía
concebir para el futuro, algunos cuentan como su primer desgracia
el destierro honorífico que se le impuso en el año de 90 con pre­
texto de extender un informe de las minas de carbón de piedra, su
explotación y utilidades, de que es tan abundante aquella provin­
cia (151); como aquella providencia tiene una íntima conexión con
acontecimientos importantes no solo para Jovellanos, sino para
toda la nación, se me permitirá extenderme algún tanto en las cau­
sas que la motivaron.
Cuando se le nombró Alcalde de Casa y Corte, era sin compe­
tencia la casa de Campomanes, después conde, la tertulia más bri­
llante de Madrid, no solo por su destino e influencia casi exclusiva
que sus dictámenes ejercían en el consejo, sino también por su
vastísima instrucción, a la que concurrían todas las personas ilus­
tradas de la corte y cuantos extranjeros distinguidos conducían a
España o la curiosidad o sus negocios, que iban a pagar a nuestro
inmortal magistrado el tributo de su admiración, o a disfrutar de
(151)
L o s discursos elocuentes que pronunció con este motivo andan en
m anos de todos; dos obstáculos se opusieron a que no tuviesen el gran resul­
tado que se podía esperar de sus trabajo s; el prim ero, el proyecto del N alón
sustituyendo a la carretera carbonera tan indispensable en aquel país, parto
de una im aginación fogosa, pero m uy poco juicio, de una ambición desmedi­
da, y de tom ar por ciencia y conocimientos sólidos observaciones superficiales
hechas en países extranjeros que, no apoyadas en ningún estudio sólido y pro­
fundo, no perm itían a su autor el reflexionar sobre la diferencia de climas,
las situaciones geográficas y topográficas de las localidades, que debían pro­
ducir contrarios
resultados;
y
con mucho orgullo, que le hacía
oír con el
m ayor desprecio las nociones prácticas de los habitantes del p a ís ; y abrazado
con excesiva precipitación por un ministro celoso del bien, activo, amante de
su patria y de los pocos que en aquella época hacían honor a un alto destino;
pero sin bastantes conocimientos en la materia, y acaso influido sin percibirlo
por su fam ilia que, establecida en P ra v ia casi a punto de la confluencia del
río con el océano, debía sacar grandes ventajas de la obra.
El otro obstáculo m ás oculto, que le causó m ayores disgustos y que jam ás
pudo vencer del todo, fue la pérfida guerra y subterránea que se hizo a su
Instituto, a donde se enseñaban las ciencias indispensables p ara la explota­
ción de las minas y el arte náutico, guerra en unos originada p or la parciali­
dad que es preciso confesar profesaba Jovellanos a G ijón, alguna vez con
perjuicio de todo el principado;
en otros por ignorancia, no conociendo el
precio de aquellas ciencias o creyéndolas expuestas a ideas irreligiosas; y en
algunos p or envidia, y a cuyo frente se h allaba la universidad, reclam ando
que si aquellas cátedras eran útiles, se estableciesen en su gremio, cuyo cuer­
po p or su instituto estaba destinado a enseñar todas las ciencias, pretensión
apoyada p or todos los que m iraban con odio a G ijón y p or todos los que pre­
veían las ventajas que podían resultar a Oviedo.
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.a DE ACEVEDO
91
los encantos de la conversación y a beber en la fuente de una casi
universal erudición. Jovellanos no podía menos de ser uno de los
más frecuentes concurrentes, ya por los motivos expresados, ya por
el gran aprecio que había merecido a Campomanes, cuando era
pretendiente; y en ella conoció a Cabarrús, de quien ya he habla­
do (152), y seducido por la franqueza de su carácter tan análogo al
suyo, por la amenidad de su conversación, entusiasmo por ciertos
proyectos, que Jovellanos creía útiles, y la analogía que encontraba
entre las ideas del joven francés, las que había leído en las obras
económicas y oído de la boca de Olavide, su primer instructor en
estas materias, le hicieron contraer la estrecha amistad, tan cono­
cida en España, alabada por unos, vituperada por otros, que hizo
casi comunes sus infortunios, y duró hasta que los separó la diver­
sidad de partido en el año de 8, bien que aun cediendo a los senti­
mientos de su corazón hace una semiapología de la conducta de su
antiguo amigo en su último escrito, que se puede llamar el canto
del cisne, y que la posteridad leerá siempre con ternura, viendo
pintada con tanta sencillez como elegancia la bondad de su carácter
y nobleza de sus sentimientos (153). En el mismo pasaje hemos
hablado (154) de aquel establecimiento contra el que, o más bien
contra su fundador, bien pronto se levantó una furiosa persecución
(152)
En las reflexiones sobre el reinado de Carlos I I I con m otivo del
establecim iento del B anco de San C arlos y creación de vales reales, funestos
resultados que am bos han tenido, y contradicción que m anifiestan los p rin ­
cipios que asienta en la correspondencia con Jovellanos, atacando la arbitra­
riedad m inisterial, sin ad vertir que am bos fueron los que m ás contribuyeron
a la que exerció C arlos I V y su gobierno.
(153)
L a apología que escribió en Muros, que es una obra m aestra. D es­
graciadam ente im presa con un abandono increíble, llena de yerros, m aldita
letra y papel casi de estraza. U n o de los prim eros usos que hizo el Consejo
de C astilla en su nueva instalación el año de catorce fu e p ro h ibir su circu­
lación, sin h ab e r podido conseguir se levantase los esfuerzos de su sobrino
y heredero, solo p orque indica algunas de las faltas y debilidades de aquel
cuerpo, aunque con excesiva moderación. Pero, qué se podía esp erar de un
tribu nal autor o cómplice hace siglos de todas nuestras calam idades, que en
el reinado anterior y actual se ha llenado de infam ia y que en el día es el
im placable perseguidor de todo mérito, de toda virtud y de toda ilustración,
pero que se le ve ya recibiendo el justo premio de sus bajezas, leyéndose con
placer en las gacetas y documentos oficiales que ya no se le consulta para
ninguna m edida que pueda in flu ir de algún modo en la prosperidad pública.
L a o b ra que se espera con im paciencia sobre la historia de nuestra revolución
patentiza la conducta que ha tenido en la célebre causa del E scorial y suce­
sos posteriores, aunque con el sumo decoro, elegancia y veracidad que carac­
terizan a su autor.
(154)
En las reflexiones citadas.
92
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
no fundada en sus vicios esenciales, sino en vagas declamaciones,
ignorancia en la materia, ruin envidia, pasiones aun más bajas, a
cuyo frente se puso Ibarra, Fiscal del Consejo de Hacienda y apo­
derado de muchos accionistas. Fue impotente durante la vida de
Carlos III, que ponía su orgullo en haber dado su nombre a un
banco, el 1.° de España, y compitiendo en Europa en crédito a los
de Londres o Amsterdam. No fue así con su sucesor, logrando la
oposición atraer a su partido a la reina y al ministro Lerena, que
se declararon enemigos irreconciliables de Cabarrús y le sepultaron
en un cuartel, privándole de toda comunicación (155). No podía
permanecer Jovellanos indiferente a las desgracias de su amigo, y
su espíritu caballeresco, la idea que tenía formada de los deberes
de la amistad, y la igual o mayor de la probidad de Cabarrús, le
hicieron tomar su defensa con el mayor vigor, y no contento con
defenderle por escrito dio un paso que ya se puede calificar de
heroico o ya de temerario, según el carácter del lector, pero que
todos sin duda llamarán inútil y en aquellas circunstancias aun
perjudicial para ambos, el defendido y el apologista, y que una
imaginación menos ardiente y un mayor conocimiento del mundo
y de la época le hubiera hecho prever (156).
(155)
dadera
L a persecución de C abarrús ha sido im placable, y su vida una ver­
novela, pasando
rápidamente
de
castillos y
destierros
a un
favo r
ilimitado, recayendo de nuevo en m ayores desgracias. Su ardiente im agina­
ción, su volubilidad de carácter y su irreflexión, que nunca le perm itieron
p rofun dizar ni los hom bres ni los negocios, tres circunstancias tan distintivas
de su nación, tuvieron mucha parte en sus infortunios.
(156)
Copiemos literalmente lo que acerca de este sujeto nos dice el autor
de las mem orias. Después de referir las comisiones que desem peñaba en Sa­
lam anca el año de noventa, continúa:
“Pero habiendo sabido allí que estaba
arrestado en M ad rid el conde C abarrús, deseó con ansia vo lve r a la corte en
su socorro antes de pasar a Asturias. L a em presa era difícil y arriesgada,
pero la am istad y el honor facilitan sin miedo las m ás insuperables. R epre­
senta inm ediatamente al rey por la vía reservada de M arin a la necesidad en
que se h allaba de enterar personal y reservadam ente al Consejo de Ordenes
del estado en que d ejaba concluidas las comisiones que había llevado a Sala­
manca ; por lo que suplicaba se le permitiese vo lver a M ad rid p o r pocos días,
donde después de
evacuado
su encargo, pasaría
a
A sturias
en
derechura.
S.M . vino en concederle esta licencia, que se le participó por real orden de
7 de agosto del mismo año de 1790.
Inm ediatam ente que la recibió se puso en camino el día 20 del propio mes,
y yo que estaba bien enterado de todo lo que había en la causa de C abarrús,
le salí al encuentro en el camino y le supliqué que no entrase en M adrid,
porque adem ás de ser inútil cualquier paso que* intentase d a r en su favor,
sería m uy dañoso a entram bos por las preocupaciones que había contra ellos
en palacio, pues lejos de haberse desvanecido las habían aum entado en dem a­
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.a DE ACEVEDO
93
Este incidente aumentó la antipatía o aversión que María Luisa,
hacía mucho tiempo, profesaba a Jovellanos, sin que me sea posi­
ble fijar el verdadero motivo, porque aquél, siempre que en su
presencia se hablaba de este asunto, cambiaba de conversación, o
imponía silencio; y el último confidente, para quien jamás tuvo
secreto, en los apuntes que publicó para escribir la vida de su amo
y protector, en este particular como en otros muchos, nos deja una
laguna, ya por una excesiva prudencia, ya por ocultar ciertas accio­
nes que en su dictamen podían eclipsar algún tanto las glorias del
hombre a quien todo lo debía, como cuando habla de su ministerio
con tal rapidez que parece corre por un terreno cubierto de brasas,
con pretexto de que el ministro no hizo el diario de aquella época,
sía
los
calum niadores.
Estas fueron
el verdadero motivo d e la prisión
del
conde, aunque se p retextaba el de sus intereses y el del banco. N o me oyó,
entró denodado en M adrid , y a pocas horas de haberse apeado en su casa
recibió una real orden, que le acababa de pasar el ministro de G racia y Jus­
ticia con fecha 25 de aquel mes, concebida en estos térm inos:
“H abiendo lle­
gado a noticia d el rey que sin su precedente real perm iso y sin h aber antes
dado cuenta del estado de los encargos a que fue destinado a Salam anca, se
ha restituido V.S. a esta corte, me m anda S.M. preven ir a V.S. que inm edia­
tamente se restituya a aquella ciudad luego, lu ego ...”
Con la m ism a fecha y en la hora de haber recibido esta orden respondió
lo siguiente:
“ Excmo. Señor: A mi regreso a esta corte, cuyo objeto fue dar
cuenta al consejo de la comisión que desempeñé en Salam anca, precedió el
real perm iso, de q u e acom paño copia
(la orden de 7 de agosto);
yo estoy
pronto a obedecer a S.M., pero pues m e tiene m andado en la real orden citada
pase a desem peñar las comisiones de Asturias, y estar ya concluida la de Sa­
lam anca, espero que V.E. lo haga presente a S.M., y que en su consecuencia
m e com unique su últim a real resolución” . ¡C u á l sería la sorpresa de la reina
y d e L eren a al v e r la copia que acom pañaba!
¡C uáles las averiguaciones en
M a d rid (C e án escribe “ M a rin a ”), y cuáles las consultas de lo que se había de
responder! P o r fin se resolvió lo que sigue con fecha de 26: “H abien do dado
cuenta al rey del p apel que me dirigió V.S. con fecha de ayer, enterado S.M . de
lo expuesto por V.S., me ha m andado prevenirle
como lo executo, que
su
voluntad real es que evacúe V.S. con la prontitud posible en el Consejo de
O rdenes los asuntos que le obligaron a venir de Salam anca a esta corte, y
que inm ediatam ente se ponga en camino p ara A stu rias a desem peñar la co­
m isión del real servicio que le está encargada en aquel p rin cipado”. L a res­
puesta fue al d ía siguiente de esta m anera:
“Excmo. Señor: H e recibido la
real orden que V.E. me comunica con fecha de ayer, y deseoso de obedecerle
del modo m ás conform e a su tenor, y al objeto de mi comisión, pasé a propon a r al señor duque, presidente, (el de H íjar, que lo era del Consejo de O rd e­
nes), el m edio que ju zg ab a m ás expedito de enterar al consejo del desempeño
de mis encargos en Salam anca, reducido a hacer verbalm ente en él las exp li­
caciones m ás reservad as y poner por escrito m ás largam ente aquellas que no
sean de igual naturaleza. H abiendo parecido bien este medio, he satisfecho
94
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
como había prometido (157). Unos atribuían el odio que la reina
le profesaba al temor de María Luisa por toda idea liberal o re­
forma y los sujetos que la profesaban; otros a la estrecha amistad
que le unía con Cabarrús, a quien no perdonó que, siendo Princesa
de Asturias, no le hubiese proporcionado algunas sumas del banco,
cubriéndolas con giros, tan comunes en las especulaciones de bolsa.
La crónica escandalosa daba por causa un resentimiento del sexo,
que, aunque yo estoy muy lejos de creer, no ignorando la facilidad
con que la calumnia inventa en materias tan delicadas y más cuan­
do recae sobre personas cuya conducta todo lo autoriza y son
detestadas, habiendo sido un rumor muy acreditado, no puedo
menos de indicarla. Ya he manifestado el aprecio que Jovellanos
había merecido a las sevillanas durante su estancia en aquella ciu­
dad, que fue aun mayor el que recibió de las madrileñas, cuando
el destino de Alcalde de Casa y Corte le llevó a la capital. Se tenía
por desairada toda función brillante a que no era convidado, y
la prim era parte en la m añana de este d í a ; y como el desempeño de la segun­
da
sea compatible
con mi obediencia, determ ino p artir en todo el día de
m añana, puesto que en los descansos del camino podré extender mi exposición
y rem itirla por mano del mismo duque, presidente. =
Ruego a V.E. lo haga así
presente a S.M . p ara que este testimonio de mi celo, añadido a los muchos
que tengo dados en veintitrés años de buenos servicios, me restituyan su real
confianza, único prem io a que aspiro”.
A sí lo verificó saliendo de M adrid el día 28 de agosto, a las 6 de la tarde
con el sentimiento de no haber podido ver a su amigo, que aun perm anecía sin
comunicación en el cuartel de la calle del P r a d o ; y aunque vio y trató con
los sujetos que le patrocinaban, acordando lo que debían hacer en su socorro,
no pudo v er ni h ablar a un amigo íntimo y m uy condecorado, con cuyo favo r
contaba, por serlo tam bién de Cabarrús, pues p or miedo, im becilidad o dem a­
siada adhesión a todo lo que dependía de palacio, no se atrevió a recibir en
su casa a Jovellanos, respondiendo de p alabra a una carta que yo le entregué
en su mano, que si quería ser heroico, él no podía, ni sabía serlo”. Ceán 1.a
parte, cap0 10, p ága 43 hasta la 47.
N o puede darse una p rueba m ás evidente d el desorden de aquel gobierno,
de la confusión y anarquía que reinaba en las secretarías;
y el estilo de las
dos órdenes del talento y elocuencia en los que las extendían.
(157)
Se ve lo frívolo de la disculpa, pues viviendo
Ceán en casa del
ministro, testigo ocular de todas sus acciones y sentimientos, que en el mismo
opúsculo se alaba que nadie como él podía d ar un testimonio de la estrecha
am istad que había entre su patrono y A ria s Saavedra, no habiendo tenido los
dos p ara
él ningún secreto y habiendo acompañado
a Jovellanos desde
su
prim era juventud, sin duda no necesitaba su diario p ara in fo rm am o s de todos
los secretos de su ministerio, y cae en contradicción, cuando en la m isma
parte nos dice las reform as que Jovellanos tenía m editadas y que su precipi­
tada caída había impedido.
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M AN U EL M.* DE ACEVEDO
95
llegó al extremo de hacerse de moda un peinado que se llamaba a
lo Jovellanos, con alusión al esmero que ponía en aquella clase de
adorno y lo conservó toda su vida. La Princesa de Asturias no podía
ser insensible a este arrastramiento general, y fuese o porque real­
mente hiciese impresión sobre su corazón el personal de Jovellanos
y su opinión, o no se la creyese era inferior a las de su sexo en
apreciar un sujeto, que era el favorito del día, hizo por tercera per­
sona algunas insinuaciones, que Jovellanos desatendió, ya por sus
principios o ya por no comprometerse y su carrera en una intriga
amorosa que le exponía a graves riesgos.
Jovellanos fue a cumplir su destierro a Asturias, y su mansión
en aquel Principado fue sin duda la época más tranquila de su
vida, la que más contribuyó a su reputación, la más útil a su patria,
y de la que hablaba con más placer y sentimiento en los últimos
amargos días de su existencia. Continuos viajes siempre con objetos
de interés público, recibido en todas partes con aplausos generales
dictados por un amor sincero a su persona, discursos luminosos
leídos con entusiasmo, frecuentes consultas e informes, ya de aca­
demia, ya del mismo gobierno, que le tenía alejado de su tribunal,
empleando los ocios en mejorar y adornar el pueblo de su naci­
miento, que amaba con un exceso que le hacía siempre parcial y
alguna vez injusto, promover la conclusión de la carretera de Ovie­
do a León para finalizar la hermosa que había logrado construir
desde Gijón a la capital, promover y fundar el Instituto Asturiano,
que si acaso dotó con algunos arbitrios perjudiciales, le destinó
otros que sin duda están mucho mejor empleados que el fondo de
donde salían (158), institución que le concilio enemigos implaca­
bles por absurdas preocupaciones y ruines pasiones, que son tan
vergonzosas a los que le promovieron la persecución, como hacen
honor a Jovellanos por la firmeza con que rechazó todos los ata­
ques. Estas fueron en resumen sus ocupaciones desde el año de 90
al de 97, que manifiestan con cuánta equivocación miran algunos
aquel período de su vida como una desgracia (159).
(158)
D e la prim era clase son las sum as que sustrajo a la dotación del
H ospicio de Oviedo, y de la segunda, las pensiones sobre algun as mitras.
(159)
A l principio
sufrió algunas humillaciones que herían su carácter;
tal fue la de presentarse todos los meses al regente de la audiencia don C arlos
Sim ón Pontero, que desem peñaba yendo al fin de cada mes con pretexto de
visitar a su hrm ana Benita, condesa de Peñalva, perm aneciendo en su casa
hasta los prim eros días del siguiente. Sea que Pontero, según se susurraba,
le recibiese con poco decoro, sea que su am or propio se resintese de exp eri­
96
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
Al diseño que acabo de presentar del carácter de Jovellanos
debo añadir cierta firmeza o acaso obstinación, que jamás le per­
mitía abandonar una idea que una vez hubiese abrazado o proyecto
que hubiese concebido, ni aun modificarlo, según podían exigir la
prudencia y las circunstancias. Cuando se reflexiona en las que se
hallaba la nación, cuando fue elevado al ministerio; que había siete
años estaba ausente de la corte, sin más correspondencia ni rela­
ciones con los miembros influyentes que las que tenían por objeto
o asuntos literarios o de economía política o de beneficencia; sin
ninguna conexión con las intrigas secretas que dirigían la máquina
del estado, de las que nada sabía, sino lo que la voz pública hacía
llegar a sus oídos; que, cuando su salida de Madrid, aún Godoy no
desplegaba el despotismo que después exerció; que su corazón no
estaba tan corrompido ni su juicio extraviado por las inmensas ri­
quezas que acumulaba, por un matrimonio que le colocaba al pie
del trono, por una infame turba de aduladores, sibaritas y pedan­
tes, que le hacían creer ser un hombre extraordinario, que todo se
debía a su mérito, y que una memoria feliz era un talento profun­
do, y una producción de sabiduría la repetición de papagayo de
las máximas más o menos sólidas que oía en su íntima tertulia,
entremezcladas con los cuentos más obscenos; que en el año de
90 los consejos, las corporaciones, las primeras autoridades aun
conservaban grandes vestigios de la consideración y respeto que se
les tributaba en tiempo de Carlos III, substituyéndoles la más baja
adulación en los individuos que los componían, y las menos equí­
m entar en su país esta especie de degradación, después de algún tiempo hizo
una representación fuerte al gobierno, y en su vista se le relevó.
L uego que subió al ministerio, nom bró a Pontero p ara la plaza vacante en
el Consejo de Ordenes y, como los regentes de A stu rias siem pre habían pa­
sado o a presidentes de una de las chancillerías o del Consejo de Castilla, sus
enem igos lo atribuyeron a espíritu de venganza; pero es una falsedad y una
calumnia. Jovellanos deseaba y necesitaba en A stu rias un regente que m ere­
ciese toda su confianza por una antigua amistad, y de ilustración p ara soste­
ner su Instituto, concluir la carretera de León, ayudarle
a la reform a que
pensaba hacer en las universidades en su plan de estudios, principiando p or
las de Salam anca y O v ie d o ; y con este objeto nom bró p ara obispo de aquella
diócesis al célebre T avira, honor inmortal de la m itra esp añola;
y p ara re­
gente de O viedo puso los ojos en don Juan Pérez V illam il, y no habiendo
vacante en el Consejo de Castilla colocó a Pontero en el de Ordenes, decidido
a conferirle la prim era que hubiese en aquel tribunal. En la elección de V i­
llam il se equivocó,
como le
acontecía tantas veces, engañado
siempre
por
apariencias, no respecto a su ilustración, pues sin duda e ra uno de los m ás
de la toga española, sino de su carácter, tomando por honradez y pro bid ad
lo que era una profunda hipocresía y una desmedida ambición.
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M." DE ACEVEDO
97
vocas pruebas de desprecio de parte del ídolo a quien la tributaban
(160); y sobre todo si no se pierde de vista, que en el mismo Jove­
llanos había no pocas veces contradicción entre su cabeza y su
corazón, y que iba a tomar una parte muy principal en el timón del
estado contra la expresa voluntad de la reina, que para alejarle de
España le había hecho conferir la embajada de Rusia, se podrá
formar una justa idea de la increíble ligereza y falta de discerni­
miento con que Cabarrús se persuadió podía un tal ministro en
aquellas circunstancias contener el torrente que impelía al valido,
a los monarcas y a la monarquía hacia la sima en que tan pronto
se precipitaron, y de la que la última a medias se salvó por esfuerzos
extraordinarios, no bastante bien apreciados, y que, si hasta ahora
produjeron funestas consecuencias, algún día darán óptimos frutos,
y la generación que los disfrute pagará un tributo de respeto y
gratitud a la memoria y sacrificios de sus padres.
Algunas mayores esperanzas podía inspirar a Cabarrús el nom­
bramiento de don Francisco Saavedra para el ministerio de Hacien­
da: dotado del mismo ardiente deseo del bien de su patria que su
compañero, de una ilustración, si no acaso tan vasta, más funda­
mental en ramos que interesaban más directamente a la reforma
de ciertos enormes abusos en el ramo de la Hacienda; de costum­
bres muy sencillas, pero no tan enteras como las de Jovellanos,
conociendo m ejor los hombres y la corte por una larga mansión
en Madrid, muy apreciado de la reina por su esposa, hija de una
familia que siempre había tenido destinos en palacio, y de suma
laboriosidad. Sin duda este conjunto de cualidades le hacían muy
a propósito para poseer la confianza de los monarcas y dél valido, y
que sus consejos fuesen oídos con deferencia.
Los dos nuevos ministros no se conocían, pero prevenidos ya
por la opinión pública a una recíproca estimación, luego contraje­
ron una estrecha amistad, que por desgracia no fue ventajosa a la
(160)
Todos los que han asistido a la escandalosa corte del P ríncipe de
la P a z los sábados fueron testigos del apresuram iento con que los consejeros
después del tribu n al corrían
a doña M aría de A ragón , y cómo los salones
estaban ya llenos desde las diez de la mañana, contentándose m uchas veces
con perm anecer en el zaguanete y la escalera, sin exceptuar al estoico decano
del de C astilla don A r ia s Mon, esperando el turno p ara d ar la cabezada al
ídolo. N ad ie ignora los obsequios que la m ayor parte tribu taba a su com pa­
ñero, el
inm undo M arquina,
que reunía en
su persona
la
ignorancia
p rofun da, los m odales m ás toscos, los vicios m ás b ajo s y groseros, a
m ás
cuyo
frente se h allab a una venalidad sin disfraz, una em briaguez sin rubor, cuya
casa era cuasi un público lupanar, dirigido por su esposa y p or sus hijas.
98
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
nación, y solo sirvió para retardar algunas semanas la caída de
Jovellanos y ocasionar la de Saavedra y el destierro de ambos.
Ceán nos pinta con colores bien vivos la consternación de Jo­
vellanos a la vista del retrato espantoso que le hizo Cabarrús de la
situación de las cosas, cuando le fue a recibir a Guadarrama, y la
aflicción de su' espíritu al ver en la mesa, a que le convidó Godoy,
sentado al valido entre su esposa y la Tudó (161). Sentimientos
que, si hacen mucho honor a su corazón y moral, a la verdad bien
poco a su previsión, pues siendo tan notorio en España el matri­
monio de la una, como el amancebamiento de la otra, y la impu­
dencia del sátrapa desde que aceptó el ministerio, debía prever
tendría que presenciar ésta y escenas aun más escandalosas, si con­
tinuaba en favor, y ser su caída inevitable y pronta, si no se le
admitía a tales confidencias. Su conducta fue consiguiente a esta
falta de tacto, dando mucho valor a cosas insignificantes o a lo
menos de muy miserable importancia respecto al gran plan a que
se le destinaba: reformar en lo posible en unión con su compañero
el sistema de gobierno en todos sus ramos, no acordándose de que
el verdadero hombre de estado no debe aspirar al estoicismo, sino
condescender y aun aprobar ciertos males cuando chocarlos es opo­
ner obstáculos invencibles a la consecución de grandes bienes,
conducta tanto más funesta cuando el que la practica no está exen­
to de ciertas debilidades.
Todos los ministros, por una adulación a la reina, la daban
parte de las vacantes que ocurrían en los destinos de su ministerio,
y María Luisa les recomendaba los sujetos que deseaba se coloca­
sen, sin obligarles muchas veces a que lo verificasen, cuando se le
hacía ver que o no eran aptos para el destino o que sería una gran­
de injusticia privar a otros, observaciones que oía, no tratándose
o del matrimonio de una camarista, o de un favorito. Jovellanos
no tuvo esta condescendencia contentándose con darle parte, al
salir del despacho, de los sujetos que eran colocados, atención que
lejos de estimarla la reina la juzgaba un insulto.
Las damas de palacio se hallaban en posesión de hacer conti­
nuas recomendaciones a los ministros, que las atendían o no, según
el mérito del recomendado o el mayor o menor grado de valimiento
de la recomendante; pero para nuestro estoico filósofo bastaba
esta especie de empeño para rechazar al Presidente, aun cuando
realmente fuese acreedor, y no contento con este desaire, cuando
las palaciegas le iban a ver a la secretaría para algún asunto, las
(161)
Ceán, parte 1.a, cap0 12, pág4 63 y 64.
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.* DE ACEVEDO
99
recibía, si no con descortesía, de que era incapaz, con suma seque­
dad, que no disfrazaba ni en las frases ni en el gesto. En los pocos
destinos que la reina, Godoy y otros cortesanos dejaban a su dis­
posición, ponía en general un esmero que le hace honor en la
elección de los sujetos que los debían desempeñar, mas que llevaba
a un exceso que, sin ventajas para la nación, le hacía odioso.
Sordo a los consejos de los que conocían la corte y deseaban
sinceramente su permanencia en el ministerio, solo oía alguna vez
los de Campomanes, a quien tributaba la deferencia y respeto a
que era tan acreedor. Aquél, pues, procuraba, según su frase, ha­
cerle un poco más cortesano; y con motivo de no haber accedido a
la recomendación de Arce en la provisión de una canonjía de To­
ledo, Campomanes le dijo: «Vmd., amigo, se precipita, y su con­
ducta es enteramente opuesta a lo que quisiéramos los que le
apreciamos y deseamos el bien de la nación. Yo no digo que vmd.
dé las canonjías a hombres escandalosos, pero ¿qué importa que
sean tontos y nulos?; cuanto más majaderos sean, mejor, pues más
pronto se desengañarán los españoles de que hombres, que para
nada valen, disfrutan las mejores rentas de España». Al mismo
tiempo que con esta conducta se hacía odioso o ridículo, sus gran­
des planes de reforma le hacían temible, y la elocuencia que des­
plegaba, ya en el despacho, ya en las consultas, que Carlos IV
admiraba y alababa, hizo ver a sus enemigos y a los de España
que no se debía perder un momento en precipitarle, y para conse­
guirlo le atacaron por el lado que más podía influir en el espíritu
del rey, acusándole de irreligioso.
Analizaré los motivos que pudieron dar una apariencia de ver­
dad a una calumnia tan falsa, al mismo tiempo que nadie acusó
en este particular a Saavedra, que en materias religiosas, tanto
dogmáticas como morales, tenía opiniones mucho más libres que
su compañero. Jovellanos estaba ya consignado en el fatídico libro
de la Inquisición desde su primera juventud y conexiones con
Olavide; sus continuas comisiones de un consejo consagrado casi
exclusivamente a materias eclesiásticas le hicieron conocer los mu­
chos abusos y reclamar su reforma; sus ideas económicas le
demostraban los perjuicios de la amortización eclesiástica en la
cantidad en que existía en España, y la franqueza con que los ex­
puso en la Ley Agraria era inferior a la que expresaba en las
conversaciones. El impulso que dio al Consejo de Castilla para que
terminase el famoso expediente de la supresión de conventos prin­
cipiado en tiempo de Campomanes, y que dormía bajo una fuerte
losa, no permitió dudar les iba a dar el golpe fatal que tanto temían.
100
PERFECTO RODRÍGUEZ FERNANDEZ
El proyecto, que no ocultaba, si no de suprimir la Inquisición, a
lo menos de limitar sus facultades, y dar a los procedimientos ma­
yor legalidad, alarmó a todos los fanáticos. La decidida antipatía
que manifestó a su jefe, sin prestarse ni a las meras atenciones de
política, le hizo un implacable enemigo en Arce, acaso no tanto
por el interés del tribunal como por la herida que se hacía a su
amor propio en no recibir obsequios del ministro, gozando todo
el favor del visir. El porte de Jovellanos con el último también era
irregular, pues no negándose a la comida semanal, a que convida­
ba (a) todo el ministerio, ínterin lo fue de Estado, no disimulaba
que, si apreciaba su atención, no lo estimaba como un favor que
le honrase; y haber rechazado o a lo menos dilatado, aunque con
mucha justicia, la primera solicitud que le hizo, bien pronto cambió
el entusiasmo de Godoy en odio disfrazado con expresiones de des­
precio (162).
Contribuyeron a fortificar la idea de la irreligiosidad de Jove­
llanos tres incidentes, de los que el uno debía, al contrario, mani­
festar la escrupulosidad con que (se) adhería a la severa observancia
de las disposiciones apostólicas; y los otros dos, el uno solo hace
(162)
D os anécdotas, la una anterior a su elevación al ministerio, que oí
al mismo Jovellanos, y la otra ínterin le desempeñaba, que al momento ex­
tendieron sus enemigos, que fueron testigos, prueban
hasta la evidencia la
sencillez de Jovellanos, su poca reserva en expresarse, y la últim a adem ás su
carácter aristocrático.
Poco antes de la prim era época se le dio una comisión reservada en la
Rioja, de que habla en su memoria, y luego que se supo iba a rriv a r a la
capital, le salieron a recibir todas las personas visibles de Logroño, que le
tenían preparado un gran convite. L a mesa m uy concurrida, y la conversación
m uy anim ada y alegre, que al café recayó sobre la fertilidad de aquella pro­
vincia, la herm osa situación de Logroño, y las bellezas del pueblo. Jovellanos
convino en lo prim ero y, siempre que se ofrecía, hacía una hermosa descrip­
ción de aquel país, pero hablando del pueblo d ijo :
“ ¿Que concepto quieren
vmds. que haga un viajero de esta ciudad, en donde el p rim er edificio que
se encuentra es la Inquisición?” , sin reparar hallarse presentes todos los in­
dividuos de aquel tribunal, y desde entonces, añadía, los mismos y los curas
le m iraban con un ceño que no podían disimular.
En la segunda, estando la corte en el Escorial, y en un domingo, convidado
a comer en la casa del Príncipe de la Paz, todos los asistentes esperaban que
aquél saliese de su gabinete y se le llam ase a la m esa; se puso Jovellanos
a la chimenea, donde trabó conversación con don Diego Godoy, manifestando
el deseo que tenía de tratarle y la complacencia de su hermano, y como era
tan vano como corto de talento, se dejó decir expresiones que m anifestaban
lo agradecido que le debían estar Jovellanos y A stu rias p or el honor que les
había hecho en elevarle al ministerio, a lo que Jovellanos contestó con seque­
dad:
“Sr. don Diego, yo estoy m uy reconocido al Sr. Príncipe por el fa v o r
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.a DE ACEVEDO
101
ver cuán lejos estaba de ser hipócrita, de que le acusan algunos
enemigos con tanta injusticia como los que le calumnian de ateo;
y el tercero, cuán poco ocultaba sus verdaderos sentimientos, y el
abuso que ha hecho de su franqueza un eclesiástico que, si muy
respetable por su ilustración, gozando en materias eclesiásticas
una opinión europea, a que es muy acreedor, su conducta política
desmiente el odio que en sus obras declara a los jesuítas y a sus
doctrinas estando toda calcada sobre la que caracteriza a aquella
compañía, calificada ya con el nombre de jesuítica, y en las que
me extenderé, no solo por la relación que tienen con la caida de
Jovellanos, sino también por lo que contribuyen a dar una idea
de aquella época y de los altos personajes.
Era General de los Franciscanos el P. Campani, hombre muy
fino, magnífico por interés, que reunía a la destreza cortesana el
despotismo monacal, le exercía con los prelados superiores de su
orden al mismo tiempo que era sumamente humano con los reli­
giosos particulares, motivo por el que los primeros le detestaban.
Se le nombró arzobispo de Zaragoza y, a favor de un gran dona­
tivo (163), se le trasladó al de Valencia, su patria. Varias bulas y
disposiciones conciliares hacen incompatible la dignidad episcopal
y la de General de los Franciscanos, y los magnates de los mismos
no perdieron esta ocasión de reclamar que el P. Campani, en obe­
decimiento a las bulas pontificias renunciase (a ) una de las dos
dignidades, cuyo expediente se entabló en la Cámara de Castilla,
a quien correspondía. Aquel tribunal no pudo menos de hacer jus­
ticia a la reclamación de la orden, y así informó al rey por conducto
de Jovellanos. El arzobispo, previendo el golpe, habló al ministro,
para que, o bien inclinase al ^ey a que no accediese al dictamen
de la cámara, o que a lo menos sepultase el expediente sin darle
resolución; y como no accediese a ninguna de las proposiciones,
después de varias contestaciones, le dijo Campani: «Pues bien, ya
que vmd. no me quiere servir, a pesar de vmd. seré general y arzo-
que m e ha hecho y el concepto que le merezco, fa v o r que
siem pre tendré
p resen te; m as en cuanto al honor que resulta a A stu rias y a mi casa de un
destino, perm ítam e vmd. que le diga que ni aquel principado ni mi fam ilia
necesitaban de esta distinción para honrarse” .
L a reina llam aba a Jovellanos “el estudiantón” . G odoy “el pedante” y “el
p apagay o ” , y cuando se hallaba en M allorca, decía haber tenido tentaciones
de h ab er m andado hacer una gran jaula y colocarle en el balcón de su casa.
Ceán en la parte citada sólo indica el desprecio con que le trataba Godoy.
• (163)
U n m illón de reales regalado
a M adam a Tudot, o m ás bien a su
m adre, que no traficaba menos con el influjo de su hija que con su cuerpo
102
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
bispo»; a lo que Jovellanos contestó: «Como yo, Sr. arzobispo, no
tengo ningún interés en el asunto, si S.M. lo hace, estará muy bien
hecho, con tal que yo no contribuya a hacer una injusticia», ex­
presiones que, al momento, llegaron a noticia de la reina y se en­
venenaron como injuriosas, suponiendo que el ministro podría ser
más justificado que el rey, y se desfiguraron hasta añadir que el
Papa no podía dispensar, siendo una disposición de concilios ge­
nerales (163 bis).
En los días solegnes llamados de gran capilla, en los que cele­
bra de pontifical el Patriarca y asiste la familia real en ceremonia,
los ministros, aunque no por obligación, concurrían desde Florida
Blanca, que no podía menos de tributar este acto de adulación a
la superstición de Carlos III; y Jovellanos, a pesar de las exhorta­
ciones de Saavedra, se dispensó alguna vez, creyendo más útil
emplear aquellas horas en desempeñar objetos de su ministerio, y
esta imprudente omisión se atribuyó a impiedad, a insulto a nues­
tros sagrados misterios, análogo a las reformas que meditaba en
(163 bis)
Si algún día se pone en lim pio o se im prim e el bo rrad o r de las
reflexiones, se añadirá el siguiente p á rra fo :
L a religión, no desmintiendo la
tenacidad que caracteriza a todos los cuerpos colegiados, y m ás a los ecle­
siásticos, no desm ayó con la orden del rey que sostenía a su general en la
usurpación de una
dignidad que no debía exercer, y recurrió a Rom a por
m edio d el cardenal protector que todas las
(órdenes) monásticas tienen en
aquella corte, que consiguió una bula del P a p a m andando al arzobispo o que
renunciase a su mitra o dimitiese el generalato; pero como todas las bulas
pontificias deben tener el exequátur regium, una nueva orden del rey porhibió
a la cám ara que le diese. L o s franciscos no se dieron por vencidos, y jugando
todos los resortes y
empeñando en
su fa v o r el am or
propio del cardenal
protector y el d esaire dado a la autoridad pontificia en un asunto personal
en que la nación por ningún título puede tener el m enor interés, consiguie­
ron que el P a p a
escribiese directamente a Godoy, a fin de que hiciese al
arzobispo obedecer las disposiciones pontificias, alabando su celo y elogián­
dole en términos análogos a los que después empleó su sucesor en la bula
que d irigió el año de catorce al célebre don Justo Pastor Pérez, tan cono­
cido con el nom bre de Lucindo. El Príncipe de la Paz, orgulloso y envane­
cido con una distinción dada por el jefe de la Iglesia Católica y que acaso
en su ignorancia creía era bastante para santificar todos sus vicios y crímenes,
inm ediatam ente hizo notificar a Cam pani que dentro de un mes renunciase
pusiese la cám ara.
al generalato, y no lo verificando se declarase vacante el obispado y le proE1 P. C am pani por su destino de Superior de la O rden de San Francisco
lo era de todos los conventos de monjas del mismo instituto, las que hacían
todos los dulces p ara la noche de navidad, que el padre general re galaba al
palacio del rey como obsequio a la reina, los que iban en cajones de caoba y
otras m aderas exquisitas.
P a ra
form arse una idea de
su profusión,
siendo
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.a DE ACEVEDO
103
el clero secular y regular. En la misma época el célebre obispo
Gregoire dirigió una carta al Inquisidor General atacando con la
mayor vehemencia al St° Oficio, que, impresa subrepticiamente,
circuló por toda España. Don Joaquín de Villanueva no perdió esta
ocasión de hacerse valer y, cubriendo con capa de piedad su deseo
de celebridad y anhelo de elevarse a grandes dignidades, escribió
un opúsculo impugnando aquel escrito, dictado por el mismo es­
píritu con que poco antes había publicado el Catecismo de Estado,
y quiso dedicarle a Jovellanos, que entonces se hallaba en el mi­
nisterio, quien no sólo no admitió el obsequio, sino que le aconsejó
con grande instancia no publicase una obra que, si hacía honor a
su erudición, ninguno a su ilustración, y sobre todo a su buena fe;
y no habiendo accedió a sus instancias, fue su implacable enemigo.
Nada más frívolo que las razones que alega para justificar su
opúsculo, confesando al mismo tiempo que personas de gran auto­
ridad le hicieron grandes instancias para que desistiese de su em­
presa, alegando por razón que los que le daban tan prudente
consejo preveían lo que él nunca sospechó, esto es, que el poder
real llegase a convertirse en arma para arruinar la nación y que
la hipocresía vistiese el disfraz de la religión para infamarla y per­
seguirla, como si un Villanueva, que en su obra se supone íntimo
amigo de todos los inquisidores generales que hubo en su tiempo
desde su llegada a Madrid, pudiese ignorar las causas formadas
a todos los hombres que algún tanto se habían distinguido en el
reinado de Carlos I I I (164); ni nada admira más a los que fuimos
aquellos un g aje del reportero mayor, éste los vendía por un ajuste anual­
mente al m ejo r ebanista, que
re ale s;
también lo era
de palacio, en cuarenta
m il
y que a las cam aristas destinadas al cuarto de la reina y de la prin­
cesa de A stu rias les tocaba a cada una media arroba, y la m itad a la de las
infantas. C uando le dieron el arzobispado, le dijo la re in a : “Y o cuento, P. C am ­
pani, que vmd. continuará haciéndome el mismo obsequio” .
P a ra
no tener m ás m otivo
de hacer mérito
de este ejem p lar religioso,
añadiré que, cuando la corte con motivo del m atrim onio de F em a n d o V I I y
de su herm ana, de vuelta de Barcelona, se detuvieron algunos días en V alen ­
cia, la ilum inación del palacio arzobispal fue sin duda la m ás s ign ificativ a;
que el arzobispo encargó en Italia tres m agníficos trajes p ara obsequiar a la
reina, a la princesa de A stu rias y a la P epa T u d ó ; y presentándolos a la p ri­
m era p ara que eligiese el que fuese m ás de su gusto, M a ría L uisa, que las
aborrecía a am bas, le d ijo :
“ Son tan bonitos v preciosos, que p ara no equi­
vocarm e me quedo con los tres” ; y que el varón apostólico regaló al Príncipe
de la P a z doce libras de oro en form a de libra s de chocolate diciendo que un
pobre fra ile francisco no podía re galar sino m edia b a rra de chocolate.
(164)
A fin de que no se crea que ennegrezco el retrato, copio las mismas
p a la b ra s de V illan u eva, tomo 1.°, cap0 4.°, p ága 40 de su Vida literaria, que
104
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
testigos de la alegría que manifestó cuando la caída del ministro,
no en el Escorial, que es una de sus muchas equivocaciones, sino en
la Granja, al ver llamarle su íntimo amigo y compañero, desde que
le trató en la Academia Española (165), y asegurar haber oído al
mismo Jovellanos en Sevilla el buen trato que había merecido a
los cartujos de Mallorca cuando, temiendo su resentimiento, no se
atrevió a presentársele sin antes hablar a un sujeto a quien Jove­
llanos, ya por su aprecio personal, ya por otros respetos, trataba
con gran consideración (166).
La conducta de Saavedra, conviniendo con su compañero en
todos los planes de reformas generales y principiando a verificar­
los en su ramo, coartándolo algún tanto el escandaloso desperdicio
de palacio, y poniendo una cuota a los no menos extravagantes que
hacían las camaristas en su primer parto, en el que eran padrinos
los reyes y, en su nombre, la primera autoridad de la provincia en
donde sus maridos estaban colocados, era muy diferente de la de
Jovellanos respecto a sus relaciones con los monarcas y los pala­
ciegos. Dos fueron las ocasiones que dieron lugar a las economías
indicadas; para la primera, haberse negado el cerero de palacio a
continuar en proveer de cera para la capilla y las habitaciones,
manifestando debérsele más de medio millón de reales, sin haber
podido conseguir se le satisfaciesen. Saavedra le hizo contentarse
de pronto con la mitad de la suma, prometiéndole se le daría lo
restante en ciertos plazos, y que el gasto subsiguiente se pagaría
con exactitud, y con este motivo rebajó la profusión de velas, o
más bien el robo, que en este ramo se cometía, y se estimó la eco­
nomía por el cálculo más bajo en 20 á 30 mil rls. mensuales.
Cuando una camarista paría la primera vez, además de regalarla
la reina un vestido para el día del bautizo, celebrado un mes des­
pués del parto, más o menos rico según el destino del padre y favor
que había tenido su esposa, se daba un magnífico refresco a todas
como en algunas de las partes de su obra, no repara en la contradicción m a­
nifiesta en que incurre, pues en el cap0 3.° de la m isma obra, que titula P erse­
cución de literatos, consagra varias páginas a referir las personas ilustres que
ha perseguido la Inquisición.
(165)
P á gin a s 51 y 52, cap° 5.°, del mismo tomo, en las que dice no pudo
ver Jovellanos en Alcalá.
(166)
Flórez Estrada se hallaba entonces en Sevilla apoderado de la junta,
que había disuelto el m arqués de la Romana, p ara quejarse de las violencias
que había cometido aquel general. V illan ueva le pidió con instancia le pre­
sentase a*Jovellanos, como lo verificó, y aunque alguna otra vez repitió la
visita, siempre Jovellanos evitó darle una audiencia p a rtic u la r.. .
..-.J-
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.a DE ACEVEDO
105
las personas visibles del pueblo, y si era capital de provincia, bau­
tizaba el obispo en la catedral al recién nacido; era padrino el
capitán general, que tenía obligación de hacerse un uniforme nuevo
para la solgnidad, y le acompañaba todo el estado mayor de la pla­
za de gala. Una camarista oydora en Barcelona, tan loca como
orgullosa, que hizo la desgracia y el martirio de su marido, elevó
la cuenta de su primer parto a la suma de cuarenta y tantos mil
rls. Escandalizado Saavedra presentó a la reina la cuenta, manifes­
tándola lo escandaloso, cuando se estaba exigiendo a la nación
nuevas contribuciones bajo pretexto de empréstito voluntario y
arrancando a las iglesias la plata que no fuese absolutamente pre­
cisa. María Luisa le mandó pagar la cantidad de su bolsillo secreto
autorizándole al mismo tiempo para poner un coto a tales abusos,
y Saavedra fijó cuota, la que se había de librar en tales ocasiones,
que creo eran ocho o doce mil rls., bien que no estoy fijo.
Para formar una justa idea de la diferencia de carácter de los
dos ministros, habiendo delineado el de Jovellanos, me es preciso
formar el de Saavedra. Principió su carrera en la de las armas, y
habiendo desde luego manifestado mucho talento y aptitud, logró
el favor de Orrelli, que gozaba todo el de Carlos III, y con el destino
de Inspector General era el único árbitro del exército, y el que-más
contribuyó a la formación de las ordenanzas. Acompañó a aquel
jefe a la funesta expedición de Argel, y poco después circularon
ciertos versos manifestando las faltas cometidas, no se perdonando
ni al gobierno que la proyectó, ni al ministro que la dirigió, ni al
general que la ejecutó, que los ofendidos y el público atribuyeron
a Saavedra, no pudiendo menos de ser obra de un testigo ocular,
y a quien se conocía por un genio un poco satírico y era versifica­
dor, aunque él y su familia siempre lo negaron. Fuese o no cierto,
los versos le conciliaron fuertes enemigos, que le disgustaron de
su primera carrera y le hicieron entrar en la de Hacienda. En los
diversos destinos que exerció en este ramo manifestó talento, suma
actividad y firmeza de carácter para reprimir abusos y castigar
injusticias, cualidades que le hicieron dar la Intendencia de Cara­
cas, la primera de las Américas, en donde los había enormes respec­
to al monopolio del cacao, y privilegios que se atribuían o tenían
para el cobro de derechos varias corporaciones eclesiásticas, y
grandes robos en las aduanas. En este teatro desplegó Saavedra
todo su genio: reprimió los abusos, fomentó el cultivo de una
planta tan útil, protegió a los propietarios, les puso a cubierto de
las injusticias que antes sufrían, les manifestó los errores en que
incurrían en el cultivo y proyectó fundar una escuela de agricul­
106
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
tura americana; en fin, se hizo el ídolo de los habitantes de aquel
país, el objeto del odio de los magnates del mismo, y los demás
estados españoles de aquella parte del mundo envidiaban a Caracas
su intendente. Uno de los propietarios era la casa de Mallo, no
muy rica, o más bien de menos que mediana fortuna, y con la que
Saavedra contrajo mayor amistad, muy modesto en su trato y porte
doméstico, afable ...(Falta en el original una hoja, que corresponde
a las páginas 157 y 158)... se va al Ministerio de Gracia y Justicia,
y cuenta a su compañero lo ocurrido. Jovellanos lleno de alegría
le dice al momento una orden, para que un exento y un alcalde
de corte conduzcan a Godoy a Badajoz, a lo que Saavedra se resiste
alegando que, siendo bienhechor de los dos elevándolos al minis­
terio y sacando a Jovellanos de una especie de destierro, sería una
ingratitud y una perfidia. Jovellanos le replica que todas las consi­
deraciones debían ceder al bien de la nación, que enviarle a su casa
sin privarle de sus rentas, riquezas y honores, y solo del influjo de
que tanto abusaba, no se podía llamar castigo, sino la m ejor me­
dida para verificar las reformas que ambos proyectaban; pero
Saavedra no cede, hasta que un oficial de la secretaría, que estaba
presente y gozaba la confianza de ambos, dijo: «N o se canse vmd.
(167)
E l P rim ero M ay o r de la Secretaría de H acienda, cuyo nom bre no
recuerdo, se dejó
sobornar,
siendo ministro Saavedra,
y
habiéndolo
sabido,
le quitó el destino a pesar de las más fuertes recomendaciones, e impedido
de poderle fo rm a r causa le desterró de M adrid. Su sucesor le volvió a llam ar
y m uy luego le colocó en el consejo del mismo ramo.
(168)
Siendo público este amancebamiento, no puede h aber escrúpulo en
n o m brar la m adre de los Carnereros, dos hermanos, que am bos se han hecho
bastante notables, habiendo seguido en la gu erra de la independencia el uno
la causa de la patria y el otro el partido de Josef.
(169)
Esta iglesia fundada por Campomanes, o m ás bien establecida en
el Colegio Im perial de los jesuítas, dio un gran im pulso a los buenos estudios
eclesiásticos, p rodu jo célebres predicadores, entre los que se distinguieron B a ­
iles y N av as, literatos distinguidos, para lo que bastaría citar al infatigable
M a rin a ;
y se concilio irreconciliables enemigos entre los fanáticos de todas
clases y sexos y los muchos ocultos partidarios de los jesuítas, que los m ira­
ban como sus m ás term ibles adversarios. E l año de catorce fue disuelta ; sus
m iem bros dispersados en
varias iglesias, su edificio y
cuantiosa biblioteca
restituida a sus antiguos poseedores, y si restablecida en el año de veinte,
fu e m uy efím era su existencia.
(170) M allo, en el sitio, no residía en casa del ministro, sino en el cuartel
de su cuerpo, aun cuando acompañó a su protector a San Ildefonso ; y allí fue
donde M a ría L u isa le envió el agasajo de dos grandes cofres de exquisita
sopa b la n c a ; en el fondo de cada uno un bolsillo con m il doblones de oro en
onzas y un reloj d el mismo metal, guarnecido de brillantes, con el retrato
de S.S.M .M .
JOVELLANOS VISTO POR S U CONTEMPORANEO M ANUEL M.a DE ACEVEDO
107
Sr. Don Gaspar, el Sr. Don Francisco, a pesar de su ilustración,
ignora que las virtudes de un Ministro de Estado no son las de un
particular» (171).
En esto se extiende por Madrid la noticia de la llamada desgra­
cia de Godoy; las gentes se abrazaban en la Puerta del Sol y en las
tiendas; nadie dudaba que estuviese ya caminando para Extrema­
dura y, como acontece en iguales casos, muchos aseguraban haberle
visto pasar (172). Godoy, aunque al principio aterrado por un golpe
tan inesperado, no perdió el ánimo; se fue al cuarto de la reina; se
siguió una ruidosa escena, escándalo de palacio y luego de la corte,
y fuese o porque se renovase en María Luisa una pasión de tantos
años o porque, como se aseguró y es muy verosímil en el genio
violento del valido, la amenazase con hacer patente y publicar
ciertos documentos que podían comprometer no tanto la opinión
de María Luisa, que ya tenía perdida, sino su seguridad personal,
relativos a la situación del rey y a los derechos que Godoy podía
alegar a favor de su hija, como nieta del infante don Luis, la reina,
o seducida por su cariño, o atemorizada con el riesgo que la ama­
gaba, no solo renovó sus confianzas, sino aun consintió en llevar
a la firma del rey el decreto de que voy a copiar las impresiones
más notables; aunque con la fecha del día de la separación del
ministerio, fue al siguiente, y que, cuando la prisión de Godoy, se
halló escrito de su puño en la misma gaveta en que estaba la causa
del Príncipe de Asturias, y firmado «Carlos», como igualmente era
(171)
Ceán, prim era parte, cap0 13, pága 69, creyendo sin duda que pade*-
cería la opinión de Jovellanos, en que creyese se había alegrado de la caída
del P ríncipe de la Paz, y deseaba fuese decisiva, después de pintar el h orror
con que el rey m iraba a Godoy. añade:
“Esta era la ocasión, decían algunos,
de h ab e r acabado con él, pero la honradez y gratitud de estos dos virtuosos
am igos no les perm itieron intentar su ruina, sino la separación de los nego­
cios, que creían suficiente p ara hacer el bien a la nación, lo que se consiguió
con un decreto que llenó al favorito de honores y distinciones” .
L a diferente conducta de los dos ministros en esta ocasión fue pública en
M adrid, y lo com prueba la extrem a diferencia con que los dos fueron tratados
después de su desgracia, el odio im placable con que el Príncipe de la P a z
persiguió a J o v e lla n o s; y m al se avíese m irar el rey con h orror al favorito,
y llen arle de honores y distinciones, solo conciliable en h abe r sido la reina la
que le retiró el favor, y después, arrepentida o temerosa de las consecuencias,
se le volvió con usuras.
(172)
C uando se supo lo contrario y se leyó el decreto, la sorpresa e in­
dignación sucedieron al regocijo, y a am bos el temor de haberse comprometido
y haberse hecho el objeto de persecuciones; pero fuese generosidad o no que­
re r chocar la opinión pública, que se había m anifestado con tanta evidencia,
nadie padeció. Y o me h allaba entonces en M adrid y he sido testigo ocular.-
108
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
de la letra de S.M. y con igual firma el que nombra a Saavedra por
su sucesor: «Quedando vos con todos los honores, sueldos, emolu­
mentos y entrada que en el día tenéis, asegurándoos que estoy
sumamente satisfecho del celo, actividad y acierto con que habéis
desempeñado todo lo que ha ocurrido bajo vuestro mandato, y que
os estaré sumamente agradecido mientras viva, y que en todas las
ocasiones os daré pruebas nada equívocas de mi gratitud a vuestros
singulares servicios». Estas solas expresiones bastan para caracte­
rizar al monarca que las dicta, a la persona a quien se dirigen, a la
nación que las oye sin manifestar el menor disgusto, y al secretario
que las extendió. En los inmensos anales de la adulación y bajeza,
que ofrece la historia, se hallarán algunos más infames, pero acaso
ninguno tan ridículo, aun cuando se destinasen a uno de aquellos
hombres extraordinarios que salvan las naciones o libran a los
soberanos de riesgos inminentes; su misma exageración chocaría
al decoro y modestia del objeto, siendo tan fácil y más en un idio­
ma como el nuestro, tan abundante en majestuosas imágenes,
expresar los mismos sentimientos con dignidad y decoro; pero
cuando se reflexiona que este decreto se dirige a Godoy a un guar­
dia de Corps que se le eleva a las primeras dignidades militares
sin haber mandado una escuadra ni hecho un día el exercicio, a las
supremas decoraciones civiles, hijo de una familia obscura sin la
menor apariencia de mérito, y haber tomado en jefe el timón del
estado, cuando acaso ignoraba la situación geográfica de los diver­
sos estados de Europa, ni haber leído una sola página de historia,
y que sus grandes destinos en el último destino han sido una gue­
rra temeraria y mal dirigida, una paz vergonzosa, y empeñarse en
otra marítima sin ningún pretexto racional, que aniquiló el comer­
cio de su nación, la privó de una colonia importante y casi destruyó
su marina, y que a todos estos extraordinarios méritos añade el
público amancebamiento con la esposa de su soberano, el fingido
y sacrilego matrimonio con su favorita, y el solegne religioso con
una prima carnal de ambos monarcas, viviendo con las dos en vida
conyugal, no se sabe cuál sentimiento debe excitar más en el espí­
ritu del lector el decreto, la indignación o la risa, y debe obligar al
crítico más escéptico a creer los desórdones que Tácito nos des­
cribe con su inmortal pluma, si comparamos las dos épocas: el
estado de incivilización en la de los primeros césares y la de per­
fección suma de los últimos años del siglo X V III y los que hemos
pasado del X IX , y más la inmensa diferencia de religión y de dogma
y moral (173).
(173)
M ercu rio de m arzo de 1798.
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M AN U EL M.a DE ACEVEDO
109
A pesar del triunfo de Godoy, la reina se empeñó por entonces
en no sacrificar a Mallo, a que sin duda contribuiría el carácter
del nuevo favorito, que se abstuvo siempre de tomar parte en
negocios e intrigas políticas, contentándose con desplegar mucha
brillantez y lujo, no desmintiendo su patria, con desparramar en
convites las sumas que recibía, y en servir a sus antiguos amigos
en sus pretensiones, pues jamás los olvidó, ni tomó un porte arro­
gante en u trato.
Saavedra se mantuvo en el Ministerio de Estado, o porque el
Príncipe de la Paz conoció que los negocios de Europa pedían una
mano firme, o por la predilección que realmente le profesaba la
reina, o porque quisiese en esta parte salvar a lo menos el honor
y decoro del rey y su consecuencia, acabando de nombrarlo por
un decreto igualmente inusitado; mas desde aquel momento era
ya inevitable la caída de su compañero, a quien Godoy no podía
perdonar los esfuerzos que había hecho para vencer la repugnancia,
honrosa en su motivo, pero imprudente y casi calificaré de crimi­
nal en un hombre de estado, y que de todo su corazón amaba su
patria y deseaba con vivas veras su felicidad.
Por otro decreto del mismo mes se nombra Inquisidor General
a don Josef Ramón de Arce por renuncia del cardenal Lorenzana,
y Consejero de Hacienda a don Miguel Cayetano Soler, de cuyos
personajes tendremos ocasión de hablar.
Uno de los primeros actos de Saavedra en su nuevo ministerio
fue el objeto del aplauso universal de Madrid. El embajador de
Francia, creo Truguet, había pasado una nota a su antecesor con
pretensiones opuestas al honor e interés de la nación; la pronta
separación del Príncipe de la Paz la había dejado sin contestación,
y el embajador la repitió a Saavedra, quien se negó a acceder, fun­
dándose en motivos que la hacían inadmisible. El diplómata la
reclamó en términos más urgentes, y el ministro se mantuvo firme
en su resolución. Creyendo aquel sin duda intimidarle la repite en
los términos más violentos, añadiendo tener orden de su gobierno
de pedir los pasaportes, si no se le satisfacía en el término que
señalaba. Llega la hora fatal y a poco tiempo se le presenta un plie­
go de la Secretaría de Estado, en el que no duda ver cumplidos sus
deseos; le abre, y en su lugar se halla con una nota del ministro
diciéndole que, habiendo dado cuenta al rey de la suya, S.M. per­
sistía en su primera resolución que no podía variar sin faltar a su
dignidad y a la de la nación, y que en su vista de la reclamación
que hacía el Sr. Embajador, le había mandado darle el pasaporte,
que le incluía, debiendo por su parte añadir, de que a fin de que
110
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
no tuviese embarazo en su viaje, con la misma fecha, daba orden
a la Administración General de Postas y Correos para que pusiese
a disposición del Sr. Embajador todos los tiros que necesitase. El
embajador, acostumbrado a tratar a Godoy con la mayor altanería
y aun sin mucho respeto, se admiró de ver tal firmeza en un mi­
nistro, cuyo nombre acaso no había llegado a sus oídos hasta que
había entrado en la secretaría, y conociendo que con un hombre
de tal carácter era preciso no precipitarse, mandó al secretario que
fuese a ver al ministro y le dijese que ya hablarían. Esta anécdota
al momento se hizo pública y el objeto de todas las conversaciones
y alabanzas, y excitó la envidia de Godoy, que extendió a Saavedra
el odio que ya había jurado a Jovellanos, aunque en un grado no
tan intenso, y en el que encontraba obstáculos en el aprecio gene­
ral, que iba ya desamparando a su compañero, en la antigua esti­
mación de la reina, y en el concepto del rey, del que aun después
que se logró separarle de su lado, hablaba con elogio, siendo acaso
el único ministro favorito de quien se acordó desde el momento
que le perdía de vista.
La persistencia de Saavedra retardaba la caída de Jovellanos
protestando siempre que, si se le quitaba su bolsa, inmediatamente
dejaba el ministerio. A sus repetidas instancias, por la insoporta­
ble carga que se le imponía de desempeñar dos ministerios tan
gravosos como el de Estado y Hacienda, se le separa de la Superintencia General del mismo ramo, autorizándole para despachar
órdenes por las ocupaciones del ministro, pero añadiendo en la
antefirma que era por este motivo y con su expreso permiso, y se
confió el destino a don Miguel Cayetano Soler (174), y después se
le confirió en propiedad el Ministerio (175), permaneciendo Saave­
dra en el de Estado. Se ha juzgado en el último una gran falta y
aun crimen haber designado para su sustituto y sucesor a un sujeto
de las perversas cualidades de Soler, que ha pagado con una muerte
bien trágica y horrible las dilapidaciones personales de que acaso
con alguna exageración se le acusaba, pero bien ciertamente la
bajeza e infame condescendencia con que se prestaba a las de Ma­
ría Luisa y Godoy, vejando a la nación en todos modos para satis­
facerlas, y sobre todo inutilizando un recurso casi inagotable del
que podían resultar inmensos productos. Y o no puedo asegurar si
(174)
(175)
M ercurio de m ayo de 1798.
En agosto del mismo año se le autoriza para despachar directam ente
con el rey, alegando la enferm edad de Saavedra.
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.* DE ACEVEDO
111
su nombramiento vino del ministro, o solo él aprobó, pero sí que
Alcalde de Casa y Corte frecuentaba su casa.
La obstinación de Saavedra en resistirse a la separación de Jo­
vellanos no acompañada de la suya irritó al Príncipe de la Paz y
ya incomodaba a la reina que, a pesar de su dominio, no podía
conseguir que su marido le privase de su confianza. Los enemigos
del primero jugaban todas las baterías para enconar a Godoy,
aumentar la aversión de María Luisa, persuadir a Carlos IV que
Jovellanos era un hombre sin religión, y sobre todo desacreditarle
con el público. Para lo primero se valían de la indiferencia y frial­
dad con que el ministro trataba a todos los que más o menos
gozaban del favor del valido; para lo segundo, del insulto, como
ya he indicado, que en idioma cortesano hacía a la reina no aten­
diendo a la recomendación de las damas a quienes S.M. honraba
con su aprecio y tenía en su servicio; para lo tercero, pintando al
rey con los colores más negros todas las reformas que proyectaba,
su aversión al trato con el Inquisidor General y demás dependien­
tes del St° Tribunal, y la calumnia de que jamás se le veía en la
iglesia, ni desempeñaba ninguna obligación religiosa, dando una
apariencia a esta acusación el no asistir a la capilla de palacio,
oyendo misa en los domingos y demás festividades en el oratorio
de su casa al amanecer, que dejaba más tiempo para el desempeño
de los negocios, y para lo último les daba un pretexto plausible,
imprudencias de su tertulia, brusquerías y modales duros de sus
dos principales confidentes, y exageradas alabanzas, oídas con de­
masiado placer, o de sus sinceros admiradores, o de pérfidos ami­
gos, que enseguida las propagaban y creo muy bien las inventaban.
Estando la corte en este embarazo, los dos ministros fueron
acometidos de un fuerte cólico, de que el uno se restableció con
mucha dificultad, y el otro resintió durante toda su vida sus efectos
físicos y morales. La opinión pública, un grito universal, atribuyó
el insulto a envenenamiento, citando aun la ocasión y el alimento
en que se les suministró el fatal líquido, y dos criados que tomán­
dolo en mayor cantidad fueron víctimas, y otro que llegó a extre­
mos. Y o bien sé con qué desconfianza, temor y aun incredulidad
se deben admitir semejantes acusaciones, tan comunes en la histo­
ria como acaso raras en la realidad, pero aquí todas las circunstan­
cias se reúnen para poder asegurarlo. La inmoralidad de la época
y de los sujetos influyentes que tenían interés en que desaparecie­
sen de la escena dos sujetos que tanto los incomodaban, la identidad
del tiempo y día en que fueron acometidos, la simultaneidad de
los síntomas, la identidad de los remedios, y sobre todo los tér­
112
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
minos ambiguos con que habla de este suceso el autor de las
memorias, que no se separó un momento de su lado, y la seguridad
positiva de otro, que gozaba poco menor confianza con Saavedra,
son para mí razones que tienen toda la fuerza de evidencia moral,
y más si nos fijamos sobre la reserva con que Ceán trata todos los
asuntos para no comprometer a ninguno, y acaso su existencia
social. Veamos cómo se explica: «Antes de salir Jovellanos del
Escorial para Madrid, fue acometido de cólicos que jamás había
padecido; aquí le prosiguieron, sin haberle dejado partir cuando
el rey para Aran juez. En aquel sitio llegaron a ser convulsivos, y
el médico Sobral apuró todos los recursos de su ciencia para cor­
tarlos, obligándole a beber todos los días grandes cantidades de
aceite de olivas, con que logró algún alivio. Saavedra llegó hasta los
umbrales del sepulcro en San Ildefonso, esperándose por momentos
los últimos de su vida» (176). En los mismos términos me habló
varias veces el oficial de la secretaría que en aquella época acom­
pañaba a Saavedra, sujeto de suma veracidad, después de muchos
años, cuando no había necesidad alguna de mentir, inventar o exa­
gerar, en conversaciones familiares, asegurándome ser un hecho
indudable de que estaba bien convencida toda la familia del mi­
nistro; y da la última fuerza a las reflexiones anteriores la emba­
razosa situación en que se hallaban la reina, Godoy y demás
satélites, no pudiendo vencer ni la tenacidad de Saavedra, ni la de
Carlos IV, que pocas veces la exercía, pero que entonces a nadie
oía, de que dio una buena prueba bien decisiva en Roma (177).
(176)
P arte 1.a, cap0 13, páa 69 y 70.
(177)
D o n M an uel Sierra, de quien tengo hecho m érito en la p rim era parte
de estas reflexiones, que me contó otras m il anécdotas m uy importante que,
no teniendo yo entonces escribiente de confianza, las escribí de mi m ala letra
en papelitos sueltos, que con tantos viajes se extraviaron, y acaso se hallarían
entre una m ultitud de cartas y papeles que tengo por clasificar. C uando el
Congreso de Vien a, don
A lv a ro
Flórez
Estrada
con otro
compañero,
cuyo
nom bre no recuerdo, con pretexto de v ia ja r y bien provistos de dinero, fueron
a Rom a, no solo con el disimulo del gobierno inglés,
sino con la expresa
anuencia, p ara solicitar de Carlos IV renovase la protesta que había hecho en
A ra n ju e z de la violencia con que había abdicado, p ara solicitar de los sobe­
ranos aliados le colocasen en el trono; tuvieron largas conferencias y reser­
vadas con la reina y con Godoy, que al momento convinieron, prontos a ju ra r
la Constitución de Cádiz, pero jam ás pudieron vencer la dureza del rey, que
se obstinó en su expresión:
n an do ;
“L os españoles me echaron y quisieron a F er­
que le aguanten” , de que aprovechándose M a ría Luisa, a quien ha­
b la b a con m ás fam iliaridad por la inclinación que aun conservaba a su m ujer,
(d e c ía ): “A h o ra se desengañarán los españoles que decían m andaba yo a C ar­
los” . N o obstante la negativa del rey, los comisionados fueron a V iena, y los
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M .a DE ACEVEDO
113
A la aguda enfermedad de Jovellanos se agregó el sentimiento
de la funesta noticia de la muerte de su hermano, a quien amaba
y respetaba por los muchos beneficios que le debía, exercía sobre
su espíritu grande influencia, le había decidido a aceptar la emba­
jada de Rusia, era muy estimado en su pueblo y, si no tenía sus
vastos conocimientos, gozaba en la armada de la opinión de un
buen marino, y sin duda le era muy superior en el conocimiento
de los hombres y trato del mundo.
Su natural robustez le hizo vencer sus males y abatimiento de
espíritu y, hallándose algo restablecido, marchó a la Granja a reu­
nirse con la corte y continuar en los negocios; asistió a los despa­
chos, y su inesperada y repentina convalecencia alarmó a todos
sus enemigos, y aprovechando el momento en que Saavedra estaba
batallando en lo más fuerte de la crisis e incapaz de oponerse a
la separación de su compañero, redoblaron sus ataques con el rey,
y con una calumnia, en que los amigos de Jovellanos creen no haber
tenido pequeña parte Villanueva, bien que yo no tengo ningún dato
para asegurarlo, no dejaron ninguna duda en el espíritu de Carlos
IV de ser Jovellanos un ateo.
En el atropellamiento de extender el decreto de su retiro, antes
de que el rey acaso se desengañase, no se habían fijado en quien
sería su sucesor. La reina, para salir del apuro, preguntó al ministro
de la Guerra, don Juan Alvarez, tío del valido, si conocía algún
togado que en aquellas circunstancias pudiese desempeñar el Mi­
nisterio de Gracia y Justicia, que sin chocar con la opinión pública
observase una conducta distinta a la de su antecesor. Alvarez la
contestó, que por razón de su destino y carrera tenía muy pocas
relaciones con togados, y sólo oficial y frecuente con el Fiscal del
Consejo de Guerra, y creía agradaría a S.M.; y al momento se le
nombró para el ministerio con tanta sorpresa del agraciado, que
cuando a media noche se le dijo que un alabardero le llevaba un
pliego del gobierno creyó ser una jubilación o destierro (178); y la
soberanos, especialm ente A le jan d ro, les indicaron por m edio de sus ministros
que, supuesta la anuencia de Inglaterra, con el m ayor gusto restablecerían en
el trono a C arlos I V p or el m al ejem plo dado por su hijo y consecuencias que
p odía tener, pero que era preciso una protesta de su p adre que justificase
la violencia de su abdicación.
(178)
Y o m e h allaba en la G ra n ja en aquella ocasión. En la noche ante­
rior, 14 de agosto, le h abía visto en su casa, y a la m añana siguiente el cam a­
rero de la fonda, donde estaba alojado, me dijo h aber caído el m inistro;
y
preguntándole cuál, me d ijo ser el de G racia y Justicia, y no lo quise creer,
pero no lo pudiendo después dudar, le fu i a visitar a la hora regular. H abién -
114
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
de la destitución de Jovellanos estaba concebida en términos muy
cortos, pero concediéndole plaza efectiva en el Consejo de Estado,
e indicándole pasara luego a Asturias a restablecer su quebrantada
salud (179).
El exministro fue al día siguiente a despedirse de la familia
real, que le recibió con bastante agrado; la reina con su acostum­
brada falsedad le dijo no había tomado parte en su destitución; y
el rey, con mayor sencillez, que quedaba satisfecho de sus servicios,
pero que tenía muchos enemigos (180); y cuando Jovellanos a sus
íntimos amigos repetía después esta escena, solía añadir: «S i me
hubiera sido lícito replicar, podía haber contestado, sí, Señor, los
tendré, pero los que me han hecho perder la confianza de S.M. han
sido entre los poderosos el Príncipe de la Paz, entre los intrigantes
el clérigo Villanueva, lo que da algún peso a la opinión de su fa­
milia».
Jovellanos se fue a Trillo por dictamen de su médico, para aca­
bar de restablecerse con las aguas; a la vuelta se detuvo unos días
en Madrid y desde allí, en jornadas regulares se retiró a Gijón.
A pesar del poco tiempo que duró su ministerio y ser tan bo­
rrascoso, es preciso confesar haber dejado pruebas de su ilustración
y probidad en las reformas proyectadas de que he hablado, en ha
ber sacado de presidios, calabozos y conventos a muchas personas
beneméritas, que habían sido condenadas como impías o sediciosas
por el maquiavelismo de Vallejo, haber asegurado a los dueños de
las casas de Madrid los sagrados derechos de propiedad, aboliendo
el odioso privilegio de aposento, que renovó su sucesor, y en la
sabia y larga exposición que hizo al rey para promover la instruc­
ción pública, que no dudo se publicará o se habrá publicado en la
impresión que se está haciendo de sus obras; fomentó el comercio
con providencias parciales, ya que no se le dio tiempo para veri­
ficarlo con una ley general, y sobre todo protegió la agricultura
dolé dado
recado el ayudante de cámara, que me h allaba allí, salió de su
gabinete, y con cierto aire de ternura, tristeza y sorpresa, sonriéndose, m e
d ijo :
“A m igo Acevedo,
se finalizó la comedia, cayó el telón, y
haberle d ejado a vmd. fu era de escena” ;
solo siento
y habiéndom e hecho entrar, nos
sentamos y hablam os largam ente, hasta que le avisaron estar allí su sucesor,
paso que habiéndose llevado muy a m al en palacio, cuando Jovellanos le fue
a p a gar la visita y despedirse, ya no le recibió, a pesar de no h abe r pasado
sino dos o tres horas entre am bas visitas. M ecurio de aquel mes. Ceán, parte
y capítulo citados, pága 70 y 71.
(179)
A p artir de aquí faltan todas las notas por haberse perdido las ho­
ja s correspondientes del manuscrito.
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.h DE ACEVEDO
115
conteniendo las exorbitantes pretensiones de la Mesta, que le conci*
lió el odio de aquella corporación poderosa, que también contribuyó
no poco a su caída (181).
Desde aquella época principió la serie casi no interrumpida de
calamidades, que hasta su funesta muerte abrumaron al desgra­
ciado ministro, y desde la misma brillaron las virtudes con un
lustre que bastaría él solo para inmortalizar su nombre. Conven­
cido que los ataques contra su persona se dirigirían luego contra
su amado Instituto, no por eso desmayó en protegerle y promo­
verle; principaron a escasear los fondos, que precisaron a suspen­
der las obras que faltaban para concluir el edificio, y los maestros
a experimentar atrasos en sus sueldos. El celo de Jovellanos en lo
posible suplía todo; prestaba los auxilios de su bolsillo, él mismo
algunas veces daba las lecciones, los exámenes públicos se practi­
caban en las épocas señaladas por el reglamento, repetía solicitudes
a fin de que se hiciesen efectivos los arbitrios que estaban señala­
dos, que eran o despreciadas o eludidas con frívolas disculpas, al
mismo tiempo que era infatigable en adornar y hermosear su ama­
do pueblo por la confianza ilimitada que merecía al ayuntamiento
y al vecindario.
Un traductor, o imprudente o pérfido, hace su elogio en la
(traducción) de una obra, computada en España como la más se­
diciosa, y Jovellanos, temiendo se juzgase haber tenido alguna
parte, ya en la traducción, o a lo menos haber aceptado un pane­
gírico, da parte al gobierno, que le manda recoja todos cuantos
ejemplares le sea posible y los remita a la corte; habiendo avisado
no haber hallado ninguno, se le prescribe, en los términos más
duros, no moleste más en lo sucesivo a ningún ministro con su
correspondencia (182).
Se le arresta en su casa con un estrépito militar escandaloso,
tomando el regente, esbirro encargado de la comisión, todas las
medidas que se acostumbran cuando se proyecta prisión de un
facineroso de caminos (183). Lasauca, juzgando la alma del preso
por la suya, manda que un criado le presente un vaso de vinagre
para neutralizar las consecuencias del susto. Jovellanos con gra­
vedad pregunta al sirviente, a qué efecto le traía la agua, y contes­
tando el regente haber sido prevención suya, le dice: «Y o creí,
Sr. regente, que V.S. me conocía mejor; poco me hubieran servido
mis estudios y la experiencia del mundo, si no previese las desgra­
cias que me podían acometer, y no tuviese bastante firmeza para
soportarlas», y rechazó la agua, de lo que sorprendido Lasauca casi
le pidió perdón. Desde aquel momento se le prohibió toda comu­
116
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
nicación; el mayordomo de su casa, que idolatraba a su amo, pidió
licencia para hablarle, y obtenida se echó a sus pies llorando,
pidiendo con instancias acompañarle a cualquiera parte que se le
condujese ,y Jovellanos le abrazó con lágrimas. El regente, incapaz
de conocer los sentimientos generosos, le dijo admiraba aquella
debilidad después de haber manifestado tanta firmeza en su des­
gracia, y Jovellanos le manifestó sorprenderle más que S.S. equi­
vocase la constancia en la adversidad con los tiernos sentimientos
por un criado que le daba pruebas tan tiernas de su lealtad. Se
embargan y sellan sus papeles con el mayor rigor, y, después de
nombrar un oydor de Oviedo, para que haga el inventario, al día
siguiente del arresto, en su propia berlina, se le conduce entre
tropa a León, llevándole por Oviedo y casi delante de la casa donde
había pocos días había fallecido su hermana, habiendo un camino
más corto sin otro embarazo que tener que montar a caballo legua
y media, de lo que avergonzado después el comisionado daba por
disculpa haberse resistido Jovellanos a tomar este arbitrio (184).
Se le encierra en aquella ciudad en el convento alcantarista
diez días, sin permitir que nadie le viese, esperando una escolta de
caballería, y de este modo atravesando media España llega a Bar­
celona, en donde despedido de Lasauca, se le entrega al capitán del
buque correo de Mallorca, que le presenta al capitán general, quien
sin prmitirle entrar en el gabinete le hizo esperar en la antesala
la orden para encerrarle en la cartuja (185).
Interin se cometían estas violencias, el oydor encargado del
inventario de los papeles y de una selecta librería le desempeñó
con la educación y grosería que le es natural, y que tanto perjudica
a su notoria integridad como magistrado, que forma un contraste
con su natural miseria acompañada de sumo orgullo, fundado en
ser activo y laborioso en el desempeño de sus obligaciones, y que,
dotado de una memoria muy feliz, la equivoca con el talento; y
haber hacinado en su cabeza multitud de textos y de párrafos, con
ser un gran jurisconsulto, y mirar al código y al Digesto, Partidas
y Recopilación como la cima de la sabiduría legal (186). El comi­
sionado executó el inventario de los papeles con el mayor rigor,
los cerró en dos cofres con un sello, le puso en el salón de la libre­
ría, llevándose la llave, y remitió aquellos a Madrid, y si faltase
otra prueba del impudente despotismo de aquella época y de la
arbitrariedad de la violencia cometida contra Jovellanos, sin darse
siquiera apariencia de un procedimiento judicial, interpretando,
aunque fuese con la mayor inverosimilitud, algunas expresiones
que se hallasen en los papeles embargados, basta saber que cuando
JOVELLANOS V ISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.a DE ACEVEDO
1 17
su dueño fue a Madrid en el año de ocho encontró los cofres en
una de las piezas de la Secretaría de Estado llenos de polvo y sin
tocar los sellos.
El perseguido ministro fue tratado por los monjes de la cartuja
con todos los miramientos a que era acreedor; y si al principio les
dictó esta conducta la humanidad y la caridad cristiana, bien pron­
to la convirtió en convicción al ver su constancia y resignación, la
tranquilidad con que se entregaba a sus trabajos literarios, al arre­
glo del archivo del monasterio y a sus infatigables investigaciones
en adquirir y extractar noticias y documentos que le pusiesen en
estado de escribir la historia de aquella casa, si no toda la isla. La
severidad con que se sujetó a toda la austeridad de aquella orden
religiosa, sin querer admitir la más ligera dispensa, la afabilidad
de su trato, la igualdad de su humor, la amenidad y variedad de
su conversación le ganaron el corazón de todos aquellos anacoretas,
y su gratitud por un precioso regalo que les hizo contribuyeron a
abismar a Jovellanos en desgracias mayores.
Aquel benemérito español no podía confundir la constancia con
el abatimiento, ni la resignación con una tácita aquiescencia a las
orientales injusticias de que era víctima. En lugar de imitar a Ci­
cerón en lacrimosas quejas, en solicitar la protección de sus amigos
y procurar ablandar a sus ocultos y poderosos enemigos, su admi­
rador creyó más digno executar los preceptos que dan sus obras
filosóficas, que imitar su pusilánime conducta. Hace al gobierno
dos enérgicas representaciones, en que demuestra con el acento
que inspiran la verdad y la elocuencia, las injusticias que se han
cometido en su persona; pinta con los más vivos colores la igno­
minia con que fue arrastrado en los días más santos del año por
tantas provincias de España; designa con señales imposibles de
equivocar al vil calumniador a quien atribuye sus desgracias, y
reclama un tribunal ante quien pueda elevar sus quejas y demos­
trar su inocencia, ya sea el Consejo de Ordenes, del que era un
individuo, ya el de Castilla, supremo de la nación, y del que le
habían dado los honores, ya el de Estado que le contaba entre sus
miembros. Jovellanos no dejaba de prever las consecuencias que
le podía acarrear un paso tan inusitado en aquella época, en que
todos doblaban la rodilla ante el inmundo ídolo que avasallaba la
nación y que, lejos de encontrar resistencia al menor de sus capri­
chos, se hallaba rodeado de infames cortesanos, que unos le pros­
tituían sus mujeres y sus hijas, otros sus reales y exagerados
talentos para preconizar todas sus acciones, y otros la santidad de
su profesión o estado colocando su retrato en los altares y consa­
118
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
grándole una especie de apoteosis no muy desemejante a la que
el degradado y envilecido Senado Romano divinizaba a sus empe­
radores y tiranos (187), lo que no debe sorprender, cuando se sepa
ser la religión católica en este siglo, y más en España, la mal dis­
frazada idolatría de Roma en tiempo de Augusto.
Jovellanos fue arrancado de su asilo con el mayor estrépito y
conducido al castillo de Bellver, mandando a su comandante le
tratase no con rigor, sino con dureza, acompañándole siempre el
fiel criado, cuya fidelidad había arrancado tantas lágrimas a su
amo.
No bastaba a la venganza de María Luisa y del valido el oprimir
a la víctima de su resentimiento, era preciso extenderla a los ver­
daderos y aparentes cómplices de su atentado. De los primeros
era un eclesiástico encargado de la administración de sus bienes
en Gijón, a quien Jovellanos había dado la comisión de entregar
las representaciones, el que sin duda vendido por algún falso amigo
antes de llegar a Madrid, tuvo noticias de su salida y su objeto el
superintendente de policía de la corte, capaz por sí solo de degra­
dar la magistratura española de aquella época, añadiendo a una
profunda ignorancia, excepto de los embrollos curiales, a vicios
que por sí solos infamarían a un particular no revestido de auto­
ridad alguna, una grosería de modales apenas disculpable en el
hombre más envilecido de las heces de la sociedad, contentándome
por ahora con dar su diseño, antes de llegar a la época de justificar
mi acusación. Envió al momento esbirros a todos los caminos para
interceptar su persona, que, sea por casualidad o por las precau­
ciones que había tomado Sampil, no le encontraron, mas a pocos
momentos de haberse apeado le arrestaron. Entre sus papeles se
hallaron las representaciones y una carta de un ayuda de cámara
de Camposagrado que estaba en Barcelona (188), que aunque sin
conexión alguna con la misión de Sampil, fue bastante para que
se le hiciese padecer.
Después de algún tiempo de estancia de Jovellanos en el castillo,
el oficial le permitió algunos alivios, aunque bien inocentes, que
habiendo llegado a noticias del Gobierno, cuando la corte se ha­
llaba en Barcelona entregada a públicos regocijos, celebrando los
duplicados desposorios del Príncipe de Asturias y su hermana, una
furibunda orden intima al Capitán General de Mallorca una severa
represión por la benignidad con que permite se trate a un criminal
como Jovellanos; le manda separar al gobernador del castillo, y
muda de guarnición; le prescribe duplique su número y nombre
por jefe un oficial que no tenga ninguna consideración. La orden
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.a DE ACEVEDO
119
fue ejecutada con la mayor exactitud. El nuevo comandante añadía
a lo horroroso de las medidas la grosería de los modales. Se con­
fina a Jovellanos en su cuarto, se le priva del uso de la tinta, papel
y pluma; no se le permiten más libros que los antes revisados, y
un confinamiento tan duro, si no debilitó una línea la firmeza de
Jovellanos, atacó su físico; principió a experimentar ataques de
nervios, que amenazaban un insulto; su vista a cubrirse de cierta
niebla, que indicaba una próxima oftalmía; y llegando la noticia
de su situación al capitán general que, o compadecido o más bien
consternado a vista de las consecuencias que podían resultar y de
la responsabilidad en que incurría, ya sin duda moral para toda la
nación, y acaso algún día legal, envió al castillo un médico, para
que diese su informe. El facultativo aumentó con su dictamen los
temores del general, que se apresuró a enviar a Madrid una expo­
sición fundada del lastimoso estado del ilustre preso. Los amigos
de éste creyeron la ocasión oportuna para ver si podían conseguir
saliese su desgraciado amigo de su encierro, y el Príncipe de la Paz
se prestó a sus deseos, si Jovellanos accedía a escribirle solicitando
su protección, lisonjeándose sin duda con la idea de humillar al
único hombre que hasta entonces no le había doblado la rodilla.
El ministro autorizó al capitán general a permitir a Jovellanos
tomase los baños de mar, único remedio que había prescrito el
médico, prescribiendo fuesen en cierto sitio público y a presencia
de uno o dos centinelas. Jovellanos rechazó ambas propuestas con
la mayor indignación, prefiriendo perder la vista y aun exponer su
vida a faltar a las reglas del decoro y la decencia y besar la mano
de su verdugo; y el jefe militar, viendo se agravaba el mal y que
en Mallorca se acusaba su dureza, le dispensó los tomase en un
sitio retirado y estuviese un centinela a cierta distancia, pero sin
ser visto (189). Desde entonces no fue tan riguroso el confinamiento
de Jovellanos, permaneciendo en esta situación hasta la revolución
del año de ocho.
Fernando V II en los pocos días de su reinado mandó poner en
libertad a todos los presos y confinados víctimas del despotismo
anterior, pero en la orden comunicada al ilustre preso, el infame
instrumento de aquella tiranía no podía olvidar ni la perversidad
de su corazón ni el odio que profesaba a su antecesor, o más bien
a toda especie de mérito y virtud, y la expidió en términos que
hirieron el pundonor y delicadeza del que todo lo había sacrificado
a la opinión y a sus principios. Aceptó la libertad que se le con­
cedía, reclamando siempre se hiciese justicia a su inocencia, pero
120
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
los extraordinarios acontecimientos que siguieron no permitieron
se cumpliesen sus deseos.
Se restituye al continente, halla la península en fermentación;
en Zaragoza se reclaman su asistencia, sus auxilios, su patriotismo,
y su descalabrada salud no le permite acceder, o acaso prever que
su país, el primero en la lucha, le llamaría en su auxilio, y siendo
parte de España debía llevar la preferencia. Vuela a los brazos de
su amigo, que se sorprende y llora, ya de placer al verle en su
compañía, ya de sentimiento al contemplarle tan desfigurado y
quebrantado; mas en aquel pacífico retiro nuevos riesgos le ame­
nazan y nuevos compromisos le esperan: una posta de Murat le
llama a Madrid, una orden de Napoleón le prescribe ir a Asturias
para tranquilizar a sus paisanos. Una confidencial le anuncia estar
nombrado por el Emperador Ministro del Interior de Josef, Rey
de las Españas por la insaciable ambición de su hermano, infamia
de Carlos IV, infernal odio de María Luisa y criminal debilidad de
su hijo. Antiguos y respetables amigos le instan a que acepte el
destino, y el fogoso Cabarrús le urge con la vehemencia de su ca­
rácter y la irresistible influencia de una íntima conexión de tantos
años. Resiste con pretexto de salud a unas invitaciones que acep­
tadas podían creerse honoríficas a ciertos ojos, y rechazadas expo­
nerle a grandes riesgos. Todo lo resiste y nada es capaz de doblegar
su conciencia ni hacerle falsear sus principios.
En fin, la Junta de Asturias le nombra individuo del gobierno
nacional que se iba a establecer, y desaparecen todas las conside­
raciones: edad avanzada, salud quebrantada con tantas fatigas e
injusticias, perspectiva de los peligros a que se expone, idea de las
ocupaciones a que se va a entregar, presentimiento de que todo el
peso del gobierno, confiado a una junta numerosa compuesta de
individuos o desconocidos o sin la ciencia y experiencia que reque­
ría una época sin modelo en la historia, debía recaer entre los dos
o tres que se les suponía mayor aptitud para el desempeño, entre
los cuales debía ocupar un preeminente lugar, y la noticia que
recibió de ser una Florida Blanca, el más opuesto a sus ideas, a
su carácter, a sus principios, y que si deseaba con ardor la inde­
pendencia de su patria, no detestaba con menor vehemencia con­
quistase su libertad. Todo cede al patriotismo de Jovellanos y al
deseo de sacrificar el resto de sus días en las aras de la patria; y
aunque previendo que acaso sus esfuerzos serían útiles para con­
seguir ambos objetos, el desempeño de esta obligación, le oí, no
dependía del feliz o mal éxito del resultado, sino del imperioso
dictado de su conciencia.
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.a DE ACEVEDO
121
Una pluma elocuente, acaso el único estadista de que se puede
gloriar España, un patriota, a quien, si la calumnia y la malignidad
denigran, algún día se le hará justicia, un escritor, que debió a la
naturaleza por su nacimiento, a la fortuna por su riqueza y a la
educación por su ilustración todas las cualidades y todos los auxi­
lios para escribir la historia de aquella época con la verdad, impar­
cialidad y dignidad que exige la grandeza del objeto, describirá
los trabajos de la Junta Central y la parte que tuvo en ellos Jove­
llanos, que si al principio inspiró exageradas esperanzas y en el día
se le ataca con una censura demasiado injusta, es preciso confesar
haber sido monstruosa en su organización, y que a este defecto
capital se deben atribuir todos sus yerros. La obra del historiador,
que me honra con su íntima amistad, que se dará a luz cuando y
estos borrones se puedan publicar sin riesgo, me dispensa entrar
en los pormenores de las operaciones de la Central y las causas
que produjeron su brusca disolución.
Nombrada la primera regencia, el Consejo de Castilla, autor o
cómplice de cuantas calamidades sufre la España hace tantos años,
que indiferente a la ruina que amagaba a su patria hizo una guerra
tan obstinada como pérfida a cuantos gobiernos estuvieron a su
frente desde el año de ocho hasta el de catorce, y que prestó una
obediencia forzada al que acababa de desaparecer, no perdió una
ocasión de inevitable desorden para dirigir sus tiros contra los
individuos que le habían compuesto, creyendo o fingiendo creer
rumores ridículos y absurdas calumnias, fomentadas por él mismo,
e influyendo en una regencia sin fuerza moral, dudosa de ser reco­
nocida por el resto de la nación, y siendo sus principales miembros
un obispo que tenía, si se quiere, todas las virtudes de su ministerio,
pero ninguna de las cualidades que exigían las circunstancias con
la presunción y amor propio de creer poseerlas; y un general a
quien la fortuna había hecho célebre, la educación cortesano, la
naturaleza gracioso y bufón, el trato del mundo diestro y fino, y
sus principios sumamente inmoral, le hizo tomar medidas odiosas
contra los miembros de la Junta, en las que fue comprendido Jove­
llanos en la parte más sensible de su corazón (190). Avergonzada
al ver el resultado de una vergonzosa pesquisa, le pasó una hono­
rífica orden en la que se le llenaba de los más justos elogios, se
reclamaban sus ulteriores auxilios, se le permitía ir a Asturias co­
mo había solicitado y se le encargaba del desempeño de las
comisiones que había tenido durante el ministerio de Carlos IV,
con especialidad la del Instituto Asturiano. Gozoso con tan lison­
jera perspectiva se embarca para Gijón. Una furiosa tormenta, en
122
PERFECTO RODRIGUEZ FERNANDEZ
que se creyó el naufragio inevitable, le arroja a las costas de Galicia
y al pequeño puerto de Muros en donde sabe la ocupación de As­
turias por Bonet.
La Junta de Galicia arrastrada por una preocupación vulgar,
o una envidia vergonzosa, imperdonables en sus individuos, que
colocados al frente de la administración de su país se debía supo­
ner que estuviesen a lo menos dotados de sentido común y de
sentimientos de decoro, lejos de tributar a Jovellanos y a su com­
pañero el miramiento a que eran acreedores ambos por sus de­
coraciones, y el primero por tantos respetos, o a lo menos las
atenciones a que es siempre acreedora la desgracia, cuando no es
ocasionada por la convicción de un crimen, decretó una pesquisa
en sus equipajes y papeles. Si la comisión era odiosa, el comisio­
nado la hizo más insultante al pundonor y delicadeza de los ilustres
personajes sobre quienes la exercía. El coronel Osorio, o porque
su educación no le dictaba otra conducta, o la naturaleza le hubiese
dotado de más carácter, o creyese adular la autoridad de quien le
empleaba, por desgracia privado del don de profecía, que no le
permitió prever que el general que insultaba podía algún día ser
su jefe, les trató no con grosería sino con insulto, bien que después
avergonzado, al ver la entereza con que Jovellanos exigió insertase
su protesta en el expediente, medio se disculpaba con la necesidad
de ejecutar la orden que llevaba.
Haciendo beneficios a aquel pueblo, exursiones por varios pun­
tos de Galicia, aumentando Jovellanos a su favor en todas las clases
la grande opinión que le había precedido, y escribiendo su mani­
fiesto, que calificaré con el nombre de el último canto del cisne,
y conciliándose Camposagrado la benevolencia y un aprecio gene­
ral por la finura de sus modales, lo agradable de su conversación,
reuniendo en su persona la dignidad aristocrática que debía a su
'nacimiento y a su educación palaciega con la afabilidad popular
que exigía la época y las circunstancias, los dos permanecieron en
Muros hasta la segunda evacuación de Asturias por Bonet (191).
Trasladado Jovellanos a Gijón, donde fue recibido en triunfo,
olvidó todos sus trabajos; su físico recobró fuerzas; su espíritu
adquirió nuevo vigor y, sin perder momento ni permitirse hora de
descanso, se consagró todo entero a los objetos que siempre habían
fijado su atención. El preeminente era sin duda el restablecimien­
to, o más bien la resurrección del Instituto Asturiano; en el mismo
día de su arribo le visita, reconoce las obras interrumpidas, se in­
forma del estado de sus recursos, averigua si existen los antiguos
JOVELLANOS VISTO POR SU CONTEMPORANEO M ANUEL M.* DE ACEVEDG
123
catedráticos y escribe a cuantos sujetos podían en época tan cala­
mitosa contribuir a levantarle de sus ruinas (192).
Ocupado en estos afanes, y con la perspectiva de ver en parte
buenos resultados, le sorprende la tercera invasión, tan precipitada
que apenas le deja tiempo para salvarse en el Volante, pequeño
bergantín vizcaíno que por casualidad se hallaba en el puerto. (Em ­
barcaron también) los dependientes de Real Hacienda, sus efectos
y la multitud de vecinos de ambos sexos que recordaban las veja­
ciones que habían sufrido en la invasión anterior. Un corsario,
Garnesey, condenado a restituir una presa que había hecho, reclamó
el importe del Volante como si éste fuese responsable de la suma,
aun cuando la sentencia hubiese sido injusta. Fue inútil la firme
resistencia de Jovellanos y sus compañeros, pues el pirata hizo
amenazas que llenaron de consternación a la tripulación y espe­
cialmente a las mujeres, y fue preciso ceder a su violencia. El tiem­
po que duró la contestación ocasionó los resultados más funestos,
pues impidiendo al buque montar el cabo de Peñas para entrar
en Ribadeo sobrevino una terrible tormenta, que después de ocho
días le permitió arribar al puerto de Vega a costa de muchos peli­
gros. Don Antonio Trelles, vecino de aquel pueblo, recogió a Jove­
llanos y a su amigo desde la infancia don Pedro de Llanos, que
aceptaron el hospedaje creyendo sería la detención de pocas horas.
Una nueva tormenta rompe los cables del buque, la tripulación se
salva casi milagrosamente, pero se pierde toda esperanza de reem­
barque. Sobreviene a Llanos una enfermedad mortal, que le lleva
al sepulcro. Jovellanos con tantas fatigas, el sentimiento del estado
peligroso de su amigo, aunque ignoraba su fallecimiento, y poca
precaución, le hacen víctima de una pulmonía que, equivocada o
no conocida por el facultativo de Gijón, uno de los pasajeros, muy
charlatán y en quien el enfermo tenía una ciega y mal fundada
confianza, corta la vida del ilustre personaje, que, aunque ya de­
sengañado y cediendo a las vivas instancias de los dueños de la
casa se había llamado a Ribadeo un médico de opinión, llegó tarde.
En los primeros síntomas de su indisposición, viéndose entre
gentes extrañas, aunque sumamente atentas y obsequiosas, se an­
gustiaba su espíritu, y habiéndosele indicado hallarme yo en Riba­
deo, manifestó sus deseos de que se me llamase; se me hizo
inmediatamente un propio, y si no fue bastante a tiempo para
tener el placer de verle vivo, serví a contribuir para que se cele­
brasen sus funerales, si no con la magnificencia que correspondía
a su extraordinario mérito, a lo menos con el decoro y dignidad
que era posible, no perdonando al efecto ni esfuerzos ni sacrifi­
cios (193).
LOS
VA DI NI E NS ES
POR
MARCOS G. M ARTINEZ
Cuando en el año 212 de nuestra Era el rey Ordoño II, recién
establecida su corte en León, delimita la diócesis de esta ciudad
[Arch. Cat. León, n.° 976] lleva la jurisdicción de la sede hasta más
allá del río Araduey y del Cea, ambos a oriente del Esla o Astura,
al que llama Estola. Comprendía aquella demarcación localidades
como Castrodeza («castrum de Aeiza»), Gutierre de Hornija («guterriz de ornisa»), Muedra («m o d ra ») y Castroverde («castrum virid e ») en la actual provincia de Valladolid. Y Dueñas («donnas»),
Vertavillo («bretavellos»), Cevicos («ciuicos»), Tariego («tarego»),
Baños («balneos»), Monzón («m onteson»), Carrión, Saldaña («saldania»), Cervera («ceru aria») y Castrejón (castelion») en la de Palencia y casi todas al E. del río Pisuerga.
Pero estas localidades marcaban una especie de frontera «cis»,
esto es, «exterior» en que seguramente jugaban su papel los ríos
Hornija y Pisuerga. Dentro de esos límites estaban incluidos lo
que denomina «comissos»: como el de Bernesga («uernisca») con
Cascantes; el de la calzada que va a Astorga («calzata cúrrente ad
Astoricam»), y el de Valderratero («ualderatario») con los lugares
de Villavelasco («u illa Uelasco»), Villarrevelle («u illa reuel»), Santa
María, Villeza («u illa egas»), Perales, Calzada del Coto (Mahamutes) y Galleguillos de Campos («galleguelos de caiti») riberas del
Araduey, y cercanos a Sahagún de Campos, en la vega del Cea.
En las riberas del Torio las iglesias de los santos Cosme y Da­
mián; en las del Porma, Paradilla («paratella»), «uilla Gaton», San
126
MARCOS G. M ARTINEZ
Juan, Toldanos («toletanos»), « margen de calzata ad sursum»; en
Payuelo («p a io lo »); entre los ríos Esla y Cea, Santas Martas («sancta M arta»), «Castrum Fadhot», Vega y San Salvador de «Mata Plana»
(Matallana de Valmadrigal), etc., etc.
Quiero subrayar en esta zona oriental del Esla, la mención de
«la calzada que va a Astorga», y la persistencia de unos lugares que
marcan perfectamente la línea por Calzada de los Molinos, al O. y
cerca del río Carrión, Calzadilla de la Cueza, por Ledigos y Moratinos a Sahagún. Después, por Calzada del Coto, Calzadilla de los
Hermanillos a Villasabariego, Toldanos y León. La de los Hermanillos, al S.E. de los montes de Payuelo, que separan las riberas del
Araduey y las del Esla, es calzada en la que había fijado su atención
el Sr. Blázquez hace sesenta y seis años.
Todo esto quiere decir, a mi juicio, que si el río Esla era el
Astura como parece lógico conjeturar y que si aún a principios del
siglo X la zona hasta el Cea se consideraba leonesa, los astures tu­
vieran sus asentamientos en ella y consiguientemente en el río, es
decir, «a caballo de él», en ambas márgenes, circunstancia que no
era exclusiva de los astures, ya que los ríos eran en aquella época
vena y médula de unos pueblos eminentemente agrícolas y ganade­
ros, cosa que no debemos olvidar en nuestros planteamientos histórico-geográficos.
Sánchez Albornoz al compendiar en su trabajo de las «Divisio­
nes tribales y administrativas del solar del Reino de Asturias en la
época romana» los datos contenidos en las fuentes geográficas e
históricas, establece el límite oriental de los astures a partir de la
costa; en la siguiente forma: «el curso del Sella, o m ejor — dice—
el límite occidental de este río», con lo cual descarta — digo yo—
que ocupasen ambas márgenes. «Desde Cangas, desfiladero de los
Beyos, hasta Cofiñal, entre Tarna y San Isidro; la corriente del
Porma, del Esla, desde Valdoré hasta más abajo de Cistierna; la
cuenca del Esla hasta el Cea (que está a oriente) en Almanza; las
aguas del Cea, hasta Sahagún; el Cea y el Esla hasta el D uero».
Traza Sánchez Albornoz la frontera, en concepto administrati­
vo moderno, por Valdore y por Cistierna, pensando acaso, en las
estelas vadinienses por allí halladas, fuesen o no cántabras, y para
él no es segura la delimitación ultramontana entre el desfiladero
de los Beyos y Cofiñal. ¿Que Cofiñal fuese una linde? De acuerdo.
Pero que Cofiñal señalase el límite de los astures, habiendo situa­
das al E. alguna de sus tribus. ¿Desde cuándo ese confín? ¿Por qué
llevar hacia occidente un límite tribal que debió ser prehistórico,
LOS VADINIENSES
127
impuesto por la configuración de la tierra y por lo tanto impre­
ciso?
Desde las fuentes del Sella en las vertientes septentrionales del
puerto montañoso del Pontón, hasta las laderas meridionales del
puerto montañoso de Ventaniella, al O. de aquél, en la misma cor­
dillera, donde nace el Esla, hay apenas una decena de kilómetros
(menos de siete millas), a través de trochas y encrucijadas, cierta­
mente, pero que en aquella época no debieron ser obstáculo insal­
vable para establecer una comunicación, una relación entre los
pobladores de los cauces de ambos ríos, y con ello el consiguiente
«h iato» para el límite entre astures y cántabros.
Al S. del puerto del Pontón, que precisamente significa «puen­
te», nace un arroyo que pasa por el llamado Valle de la Iglesia, se
une con el riego de la Colina, que viene del E., pasan por Retuerto
y Vegacerneja y fluye al Esla por la izquierda más al S. de Burón.
¿Quién puede demostrar que no sea éste, precisamente, el cauce
principal del Esla y no el brazo que viene de Ventaniella, que, hasta
el caserío de La Uña, se llama Osín y solamente en Acebedo y Lario,
cinco kilómetros al NO. de Burón se le adjudica el nombre de Esla?
¿Por qué? ¿Porque es más largo este tramo? ¿Porque forma una
vega más abierta? ¿Por acoge más afluentes?
«Más al S. de Cistierna — dice Sánchez Albornoz— la raya orien­
tal de los astures avanza hasta el Cea, donde ponen los confines de
la Gallecie remotos documentos medievales». Lo cual concuerda
con lo que dice el documento de Ordoño II, e incluso documentos
del monasterio de Sahagún, de finales del siglo IX , en los cuales se
lee reiteradamente «in finibus Galleciae» refiriéndose al río Cea y
no al Esla. «Com o esa Gallede romana — sigue diciendo S. A.—
comprendía también a los astures, no mencionados de antiguo co­
mo entidad singular, es claro que éstos llegarían hasta el Cea, puesto
que era la tribu más oriental de aquéllos». Así lo manifiesta Estrabón al decir, al menos en dos ocasiones, que «los astures estaban
al E. de los galaicos», con lo cual se insinúan dos cosas: la antigua
existencia de la tribu, aunque no se la mencione en los «fastos del
Im perio» antes de las guerras, y su diferenciación dentro de la re­
gión Galaica. «Junto al Cea — continúa S. A.— se hallaba Camala
«m ansio» de la «vía a Legio», que Saavedra coloca hacia Sahagún
de Campos, en tierras leonesas». ¿Es que Sánchez Albornoz consi­
dera astur a Maliaca?
Claro que todo esto, aunque referido en cierto modo a la época
romana, se testimonia en la Edad Media, como reminiscencia, que
no verdad absoluta. Porque, p.e., las guerras romanas contra los
128
MARCOS G. MARTINEZ
indígenas sublevados, son, precisamente, primero contra los cánta­
bros y luego contra los astures. Porque, p.e., ya Plinio cita a los
astures como conjunto de veintidós clanes. Porque, p.e., ya Estrabón y Tolomeo mencionan a los astures como entidad. Aunque todo
esto pueda referirse a una época posterior a las más sonadas luchas.
Pero, volvamos al Cea. Desde Sahagún (o Camaía) «mansio iti­
neraria», siguiendo hacia el N. y remontando su curso paralelo al
del Esla alcanzamos la comarca Cistierna-Riaño en un recorrido
aproximado de sesenta kilómetros (unas 40 millas romanas), dis­
tancia excesiva, en caso de que entre ambas zonas no hubiera exis­
tido alguna otra «mansio» aún no descubierta, que pudiera servir
de etapa y estuviese ubicada precisamente hacia Almanza, como
recuerda S. A., por donde se uniría con la vía Lacóbriga-Astúrica.
De esta forma, separada aquella comarca, resulta perfectamente
idónea para asilo de fugitivos.
No lejos de Camala (¿considerada como astnr?) se encontraba
Lancia (Villasabariego, margen derecha del Esla) entre éste y el
Porma, a unos treinta y dos km. (o veintiún millas), también astur,
y en la «vía a Legio», la ciudad que fué objetivo de la campaña
romana del año 25 a. C. Desde Lancia puede seguirse fácilmente la
ribera del Esla por ambas márgenes y llegar a la comarca Cistier­
na-Riaño, donde pudieron tener asiento aquellas indómitas tribus,
antes y después del desastre lanciense.
Aunque en Plinio se lea que entre los astures había veintidós
tribus (yo diría clanes), sólo enumera a los gigurros, localizados hoy
hacia Valdeorras, en las riberas del Sil; a los paesici, situados allá
por los altos del curso del río Navia; los zcelce, en paradero desco­
nocido, y los lancienses; cuatro solamente. Ha de ser Tolomeo, cien
años posterior, quien nos amplíe la nómina con los brigecinos de
Brigecio; los superados con Paetauonio; los arnacos con Astúrica
Augusta; los bedunienses con Bedunia; los lungones con Paelontio y los saelinos con A/ardinium. Para él Foro era de los gigurros,
Flavionavia de los paesicos; pero Tolomeo no asigna ciudad deter­
minada ni a los zcelce ni a los lancienses de Plinio, acaso porque
ambas hubiesen dejado de existir como núcleos urbanos. En cam­
bio menciona a A/emetóbriga como ciudad de los tihuros. Con esto
serían once los pueblos astures.
Entre los cántabros incluye Tolomeo a Argenomescon, Vadinia,
Vellica, Camarica, etc. Sin embargo la crítica histórica moderna,
apoyada en sus ciencias auxiliares, ha venido a revelarnos la rela­
tiva fiabilidad de las noticias contenidas en aquellos cronistas
antiguos.
129
LOS VADINIENSES
En consecuencia, tras este prolongado exordio, vamos a tratar
de elucidar, probablemente con el mismo éxito que lo han inten­
tado otros anteriormente por falta de datos claros y suficientes,
relativos a unos puntos concretos del asunto que nos ocupa. Esa
penuria se pone de manifiesto al enumerar las fuentes de informa­
ción de que disponemos: tres historiadores: Estrabón (s. I a. C.),
Plinio (s. I d. C.) y Tolomeo (s. II d. C.); dos «Itinerarios», el de
Antonino el llamado «de Barro», y una determinada serie de «es­
telas funerarias» halladas «in situ».
Comencemos por Estrabón. En él sólo hay dos noticias concer­
nientes a nuestro asunto: una, ya la hemos dicho: que los as tures
eran la tribu más oriental de los galaicos; la otra que itera la ante­
rior añade que los astures estaban entre los ríos Nerva y Salia. Al
Nervia le dicen hoy Navia (según otros Nalón) y al Salia, Sella (se­
gún otros Saja). Aparece así ya la frontera oriental de los astures.
Pero ¿qué era efectivamente el Salia? ¿El Saja? ¿El Sella? La pri­
mera solución puede favorecer nuestra hipótesis al llevar la frontera
tan al E. Pero, no era el Saja, sino el Sella.
Sigamos con Tolomeo y sus coordenadas geográficas, que tanto
han hecho calcular a geógrafos y matemáticos de todos los tiempos,
pero que para nuestra cuestión pueden simplificarse, recogiendo
esquemáticamente los datos que nos proporciona y ordenándolos
según la versión más aceptada de la grafía griega. Tolomeo da co­
mo cántabros a:
Vadinia
Argenomescon
Vellica
H°20'
44°40'
12°
44°30'
12°30'
44°15'
Según esto, la longitud de Vadinia (a nuestro entender) sería
la más occidental y la latitud la más meridional de las tres. Incluso
se detecta una mayor proximidad entre Vellica y Argenomescon
que entre ésta y Vadiriía. He de aclarar que estos datos están to­
mados de la edición tolemaica hecha en Basilea en 1552. De todos
modos, la edición de M üller de 1883 sólo nos haría variar la situa­
ción de Vadinia con relación a Argenomescon, ambas aún no loca­
lizadas sobre el terreno.
Ahora bien, a Vellica la sitúan modernas investigaciones en
Monte Cildá (Olleros de Pisuerga, al S. de Aguilar de Campóo, Palencia) donde, al parecer, existió un castro fortificado y donde
fueron hallados importantes y numerosos vestigios de épocas ro­
130
MARCOS G. MARTINEZ
mana y anterior. Se dice que, por el Itinerario de Barro (placa I:
«de Legio V II a Portus Blendius») hay que situar a Vellica en Villegia, a cinco millas (7.4 km.) de Amaya (en la actual provincia de
Burgos). Otros sitúan a Vellica hacia Herrera, más al S. Ambas
localidades, Olleros y Herrera están situadas en el mismo meridia­
no, que señala la corriente N.S. del río Pisuerga y que, para nuestro
estudio no ofrece inconvenientes ya que la «vía romana» a Astúrica, llevaba esta última dirección, la de Herrera y pasaba un poco
al S. de Legio.
Pero ocurre que Amaya está situada unos cinco km. al E. del
curso del Pisuerga, y por lo tanto habría que colocar a Villegia
más al O. y más al S. Todo estriba en la definición de los ejes
Amaia-Villegia-Legio IV y Vadinia-Vellica-Kamarica. Y así segui­
mos con el enredo. La ciudad orgenomesca de Tolomeo, que, según
Plinio habría de estar en el litoral, como correspondía a ese pueblo,
se identifica hoy con Tamaña, también llamada Tamarica, Camarca
o Camala, que, según Sánchez Albornoz, era Sahagún, localidad
situada a X X III millas (40 km.) al O. de Vellica. Esta, la ponen
también en San Juan de Fuentes Divinas, cerca de Velilla de
Guardo, o del río Carrión, que está efectivamente a esa distancia
aproximada de Sahagún, y en donde asimismo se encontraron im­
portantes vestigios de la antigüedad en torno a sus tres fuentes
intermitentes. A la Legio IV hacen corresponderle Aguilar de Cam­
pos, al S. de Villalón. Con lo cual, si Vellica estaba en Velilla,
concuerda con existir una «vía » de comunicación por zonas sep­
tentrionales, acaso enlace ntre la de Septimancas-Legio V II y Amaya-Suances.
Desde Velilla de Guardo hasta el valle Cistierna-Riaño hay sólo
unas trece millas romanos (20 km.). A medio camino tenemos la
vega de Almanza, citada por Sánchez Albornoz, en el curso alto de
las riberas del Cea.
En la actualidad hay una vía que comunica Guardo (Palencia)
con Puente Almuey (León), y desde aquí, otras hacia el O., esto es,
a Cistierna y hacia el S. a Sahagún. No sabemos hasta qué punto
estos caminos modernos se corresponden con otros antiguos, pero
parece muy probable que así sea, con algunas lógicas variantes
impuestas por el terreno, por los sistemas de comunicación y por
las condiciones de los poblamientos. Sí que las hubo remontando
el curso de los ríos Carrión, Cea y Esla, independientemente de los
enlaces entre sí. Hemos de tener en cuenta que los terrenos llanos
se prestan a más fácilmente variable y frecuente comunicación y
LOS VADINIENSES
131
son más vulnerables en su trazado por las exigencias de la propie­
dad de los predios por donde pasan.
Hoy día la distancia entre Villasabariego (la antigua Lancia) y
CisPierna puede recorrerse por ambas márgenes del Esla, pero es­
pecialmente por la izquierda, la del E., en unos treinta kilómetros.
Ahí, en Cistierna precisamente termina la llanura de Los Campos
y comienza la quebrada montañosa, con altitudes que pronto reba­
san los mil cuatrocientos metros.
Si, como supongo, los vadinienses fueron una tribu astur esca­
pada de Lancia tras el desastre, resulta natural y hasta forzoso que
escogieran esas vías para ir a refugiarse en lugares que acaso ocu­
paron con anterioridad a ese regreso masivo, siguiendo hacia el
N. las riberas de su familiar Astura, donde encontrarían uno o va­
rios núcleos de asentamiento.
No es, por cierto, una solución ni satisfactoria ni definitiva, so­
bre todo pensando en las divergentes identificaciones señaladas,
pero me parece la más probable, a la vista de los datos que po­
seemos y de su interpretación objetiva, que pretendo librar de
prejuicios o malformaciones.
Veamos ahora lo que nos informan las estelas:
Con las treinta y una seguras vadinienses hasta ahora conocidas
pueden concretarse los siguientes datos:
a) Ocho fueron halladas en la Asturia trasmontana; cinco en
Corao, margen derecha del río Güeña, afluente del Sella por la
derecha en Cangas de Onís, a unos cinco kilómetros hacia el E. y
cerca de La Estrada, Abamia, C. d. O.). Otra en Llenín, más al E.,
sobre el río Piedrafita, afluente del Güeña por la derecha, concejo
de Grazanes. Otra en Villaverde, margen derecha del Güeña, entre
Corao y Llenín. Y otra en Beleño, sobre el río Ponga, afluente del
Sella por la izquierda, casi en las fuentes de aquél, en las inme­
diaciones del puerto montañoso de Ventaniella, por el camino de
Yano y Sobrefoz.
Quiero destacar dos datos: el río Piedrafita, con el monte del
mismo nombre, al S. de Grazanes, en cuya falda occidental se en­
cuentra el pueblo de Con. Y las fechas de estas inscripciones pro­
puestas (salvo dos del s. III ), la del s. I de nuestra Era.
b ) En la zona cismontana, Riaño-Cistierna, justamente «a ca­
ballo» del Esla, aparecieron, que yo sepa: Una en Valverde de la
Sierra (Boca de Huérgano), sobre el río Yuso, afluente por la iz­
quierda del Esla. Otra en Pedrosa del Rey (Riaño), sobre el mismo
río, cinco kilómetros al E. de Riaño. Tres en el mismo Riaño-La
Puerta, confluencia del Yuso con el Esla. Tres en Liegos, margen
132
MARCOS G. M ARTINEZ
derecha del Esla, unos treinta kilómetros al S. del puerto monta­
ñoso de Ventaniella, en la ruta Sobrefoz-Beleño. Otra en Lois (Salamón, Riaño), sobre el río Dueñas, afluente por la derecha del
Esla, entre el escobio de Remanganes y el alto de La Toaca. Cinco
en Crémenes, margen derecha del Esla, catorce km. al S. de Riaño
y quince al N. de Cistierna, esto es, a medio camino entre una y
otra. Una en Argovejo, sobre el arroyo de Las Llampas, afluente
por la izquierda del Esla, casi a la altura de Crémenes. En Valdoré
y Vetilla, margen derecha del Esla, otras dos. Otra en Verdiago, en
la ribera derecha, tres kilómetros más abajo. Y otra, más al S., en
la margen izquierda, en Aleje.
c) Esporádicas. Dos en Armada (Vegamián), margen derecha
del Porma, catorce kilómetros al N. de Boñar. La de Villapadierna
(Cubillos de Rueda, Sahagún), margen izquierda del Esla, catorce
kilómetros al S. de Cistierna y la de Luriezo (Liébana) de no segura
filiación vadiniense. Y la del Puerto de San Isidro.
Las conclusiones de esta primera agrupación son:
1.° Una mayor cantidad de estelas en la zona Riaño-Cistierna,
especialmente en torno a Crémenes, con Argovejo, Valdoré y Aleje
y Verdiago.
2.° Mayor antigüedad de las «asturas», sobre las «saelinas».
Hay que proponer, pues, aunque de modo provisional, que la
emigración vadiniense, de haberse producido, hubo de tener efecto
de S. a N. y entre los siglos I y III, sin que esa dirección adoptada
signifique forzosamente que tuviese un móvil de atavismo ultra­
montano, en una época posterior a las guerras cántabro-astúricas.
Aunque el promedio de la edad entre los cismontanos sea inferior
al de los otros, este hecho no se corresponde con la antigüedad de
las lápidas. Podían los vadinienses tener acendencia saelina o lanciense y aún de los lejanos lungones pero eran, indiscutiblemente
astures. Es posible que aquellos indómitos montañeses no acepta­
ran con decidida resignación las condiciones de vida en la llanura
parámica, o quizá la demasiada vecindad de los dominadores, si es
que, efectivamente, en su caso, habían sido obligados a cambiar
sus asentamientos de la montaña por las del llano.
En las estelas vadinienses que hemos seleccionado se rastrea la
existencia de los siguientes clanes o familias, a juzgar por los pa­
tronímicos que se consignan:
Entre los ultramontanos: el silon (de Beleño), el flavo o flavio
(en Corao y Llenín), de probable origen orgenomesco, o con enlaces
en esa tribu; el aroniecivo, el arreno, el cabedo y el bodo (en Corao)
y el corovesco (en Villaverde).
LOS VADINIENSES
133
Entre los cismontanos: el tauro (en Armada), el ubalacino (en
Liegos), el paramon (en Lois), el aravo (en Riaño y en Crémenes),
el veliago (que evoca la localidad de Verdiago), en La Puerta de
Riaño; el balaesio (en Aleje), el flaco y el tuscoque (en Crémenes),
el obano (en Valdoré) y el virono (de origen orgenomesco) en Villapadierna.
Los bodos de Corao se repiten en Liegos, en Arvojedo y proba­
blemente en San Isidro (el bodivesco); hay otro arreno (Corao) en
Crémenes, y aquí se registra un «segisamonense». Estos que se re­
piten en ambos grupos cis y ultramontanos parecen indicarnos
una relación familiar. En total diecisiete clanes de la tribu vadiniense.
Casi medio centenar de individuos quedaron perpetuados en
estas lápidas por uno u otro motivo. Con todos esos nombres, ex­
cluyendo los gentilicios, tenemos la impresión de que aquellos
clanes recibieron en cincuenta por ciento la impronta latina: Abilio,
Antonio, Aurelio..., como no podía ser menos después de tantos
años de dominación romana. Sin embargo hay nombres muy sig­
nificativos, que considero indígenas, merecedores de un estudio
detallado y profundo: Arreno, Dovidena, Fusco y Pentio en los
ultra; y en los cis: Balaesio, Boutio, Bovecio, Cado, Cangilio, Munigaligo, Pentio, Tedo, Tureno, Ulíbago, Vocareca, aunque algunos
tengan también aspecto latino.
Si se me permite, antes de seguir adelante con este punto, una
digresión sugerida por la semejanza entre los antropónimos reco­
gidos y los topónimos que perduran, diré que me ofrece cierto
parentesco el clan de los pentios con la localidad de Pen, en Amieva, no lejos de Corao, donde apareció la lápida de Pento Flavio; el
de los arrenios (independientemente de la fonética euskera que han
querido atribuirle) con la localidad de Arriondas (Parres); el de los
bodegos, con la localidad de Bode, en el mismo concejo de Parres.
Otros antes que yo han señalado esas semejanzas y no está sobrado
consignar la coincidencia de opiniones basadas en datos concretos.
Queda por probar la prioridad temporal del topónimo o del antro­
pònimo. Tampoco sobra destacar la nominación argonomesca en
ambas vertientes, referencia a la desaparecida (? ) Argenomescon
tolemaica, de filiación cántabra. Los veliagos pudieron proceder de
Vellica (lo mismo el de Riaño que el de Liegos. Estos y el segisamo­
nense pueden ser una prueba de solidaridad tribal y también testi­
monio de la emigración hacia el oeste y hacia el norte.
Dada la época tardía de la mayor parte de las estelas, nada tiene
de extraño que Plinio (siglo I ) ignorase la existencia de esa tribu
134
MARCOS G. MARTINEZ
vadiniense cuyo origen atribuyo, en gran parte, a esos clanes, aun­
que hayan podido contribuir otras circunstancias. Incluso podría
aventurar, como otros lo han hecho, que las tolemaicas Vadinia y
Argenomescon no hubiesen sido localidades determinadas sino im­
precisas circunscripciones, situadas con aproximación en las coor­
denadas que señala.
No se puede, desde luego, sentar como definitivo el origen cis­
montano de la tribu vadiniense en base a la grafía bastante antigua
de alguna de esas estelas, probablemente del siglo I de nuestro
cómputo, pero ello no impide que sean considerados como astures
puesto que, como es sabido, aunque no rebasaran en mucho el río
Esla, sí ocuparon la vertiente meridional de la cordillera, llegando
incluso a alcanzar el río Duero.
Pero el principal problema que plantea esta agrupación de cla­
nes bajo la denominación común de vadinienses, pienso, como
otros antes que yo, que radica en la ubicación de la «ciudad»,
«urbs» u «oppida», si es que existió, como germen u origen de
aquella comunidad.
Los ultramontanos, escasos en número, aparecen concentrados
en una zona que no puede compararse con la de los cismontanos:
Aleje, Valdoré, Crémenes, Argovejo, en que fueron halladas el ma­
yor número de estelas.
Alguien insinuó que la remota Vadinia fuese la actual Cangas
de Onís dada su antigüedad y los comprobados hechos históricos
que allí ocurrieron. M ejor sería pensar en Abamia, que también
suena de antiguo en los cronicones y aporta una cierta simlitud
fonética. Pero los lugares situados en las márgenes del río Esla (el
Astura) entre Argovejo, Crémenes y Valdoré, escalonados en una
«v ía » que, bordeando el río hacia el N. salvaba la cordillera por
uno de los puertos de montaña, Lillo, Ventaniella o El Pontón, para
entrar por este último directamente en la cuenca del río Sella. Pue­
de que Vadinia no hubiese sido una «mansio» de tránsito en una
«v ía » principal y que por ese motivo no figurase en los itinerarios,
como ocurría con otras «oppida», mencionadas en la antigüedad.
Todo ello puede servirnos para establecer una relación natural
y lógica entre los clanes de una y otra vertiente de la cordillra, de
la gran familia vadiniense, que surge primero en el S. y se traslada
luego hacia el N., como indicando que ya la dominación no era tan
férrea y que, a pesar de los años transcurridos (no muchos por
cierto) aquellas gentes no olvidaban sus orígenes montañeses, aun­
que esto, repito, no pueda probarse ni sea necesario. Ese trasiego,
por otra parte, nos señala una vez más que para las demarcaciones
LOS VADINIENSES
135
étnicas, otras que las administrativas, ni los montes ni los ríos
fueron fronteras definidas y que en las relaciones humanas preva­
lecen los lazos sociales y los intereses agrícolas y pecuarios por
encima de los obstáculos de la naturaleza.
Pero aún hay otras consideraciones que apoyan la hilación
Esla-Sella, y por lo tanto su filiación astur para los vadinienses, a
pesar de la occidentalidad del Cofiñal aducido. Esta localidad casi
cismontana se encuentra en la margen izquierda del río Porma, de
resonancias astures (hay otro Porma afluente del Nalón, muy den­
tro de Asturias) que corre de N. a S., paralelo y al O. de la zona
del Esla. Aguas abajo del Esla, en tramo que éste hace de O. a E.,
antes de llegar a Vegamián, en Armada aparecieron las estelas de
los tauros-vadinienses, Virono y Abloño. En el puerto de San Isidro,
aún más a occidente, la del flavio Andoto, hijo de Arrenio, como
aquel de Corao. Pero también a oriente del Esla se halló la estela
de un pzntio-vadiniense, Cado, en Velilla de Guardo, sobre el río
Carrión, muy al E. del río Cea y la del pento^io-vadiniense Ambato,
en Luriezo (Liébana).
Estos hallazgos estraterritoriales a nuestro ámbito, lo mismo
los del O. que los del E., no invalidan sino que refuerza el hecho
fundamental de la convergencia vadiniense precisamente «a caballo»
del río Astura, río significativamente astur, míreselo por donde se
lo mire, y el de que las emigraciones de aquellas tribus, o mejor, si
se quiere, inmigraciones, se encaminasen hacia el Sella, siguiendo
un canal definido, hacia el interior de la región astur y no hacia
el E. por otros cauces, que también les eran conocidos, del Sella y
del Nansa, donde se sitúa Velilla ( Vellica) en dirección a Portus
Blendius.
Algo querrá decir esa preferencia por la región astur, a pesar
de las anfractuosidades de la región en el puerto de montaña de
El Pontón y del impresionante desfiladero, labrado en las monta­
ñas por el Sella, tránsito difícilmente franqueable la mayor parte
del año a no ser por grandes conocedores de sendas subsidiarias
como la del Zalambral al O. y la de Panderruedas al E., todas ellas,
como también el puerto de Ventaniella, seguramente familiares a
aquellos vigorosos montañeses.
No ignoro ni desecho los argumentos que, en virtud del hallaz­
go de estelas vadinienses a occidente del Esla (escasas, sin embargo)
y de otras razones históricas no muy claras, se aducen para trans­
ferir la identificación del río Astura con otros ríos que corren hacia
poniente, por ejemplo, el Tuerto, afluente del Orbigo (el Urbicus
medieval) y aún este mismo río, cuyo nombre puede aludir a la
136
MARCOS G. MARTINEZ
proximidad de la gran «urbs» Asturica Augusta. Si aceptásemos
este desplazamiento, alguno de los clanes o tribus hasta ahora re­
conocidos indudablemente como astures, dejarían de serlo; p.e. los
intercatienses y los lancienses precisamente.
Dentro de la significativa comarca que las estelas vadinienses
nos marcan en la ribera del Esta entre La Puerta de Riaño, o Valverde de la Sierra, al N., hasta Villapadierna al S., unas treinta y
dos millas romanas (47 km.), la zona de mayor concentración,
como hemos visto, corresponde a Aleje-Crémenes-Valdoré. Pues
bien, hemos de fijarnos atentamente en los reductos que por allí
existen:
a) La localidad de Vatdoré, margen derecha del Esla, cinco
millas y media (10 km.) al N. de Cistierna, desde donde remontan­
do el curso de un arroyo que viene del O., a poco más de una milla,
llegamos a Vetilla, donde la estela de Bovecio, tenida como vadiniense indudable. ¿No suena Velilla algo a Vadinia?
b) Bajando hacia el S., por la ribera izquierda del Esla nos
encontramos con Santa Olaja (Santa Eulalia) de la Varga, donde
afluye, viniendo del E., el río Duerna, que pasa por Ocejo de la
Peña, en el camino de Mental.
El cauce de este río está configurado por los montes llamados
Peña Negra, Peña Verde, Pico Cerroso, Peña Rionda, Pico Moro,
Peña Quebrada y alto de la Verena en su margen derecha y de
N. a S. Por esta otra ladera, Peña Negra (1.608 m.), está el cogollo
llamado Los Castros (a 1.630 m.). La margen izquierda del Duerna
está contenida por Campriondo (1.668 m.), al E. de Oceja de la Pe­
ña, los Llamargones, el Castillón de Fuentes, donde vecinos del
pueblo de Fuentes (Fuentes de Peñacorada) me hablaron de restos
de construcciones antiguas, que yo no pude observar directamente.
Su altura es de 1.506 m. y acaso deba su nombre a su aspecto en­
hiesto y aislado. Al O. de esta cumbre y por debajo, está el Llano
Coronas y las Coronillas, que bordea por el N. el arroyo San Román
o de la Noca, que llega al Duerna por la izquierda en Santa Olaja.
Al Castillón hay acceso por el O. desde Fuentes y por el E. desde
La Mata de Monteagudo, en la vertiente del Cea; caminos que son
ahora poco más que sendas de cabras, pero que al que parte de
Fuentes llaman aún hoy «la calzada», y tiene aspecto en algunos
puntos de haberlo sido.
c) A la derecha del Duerna, O. de Oceja, subiendo hacia Pico
Moro está la loma de Las Viñas, ladera escalonada, donde los luga­
reños, aún los más ancianos, no recuerdan haber existido jamás
cultivos de ese tipo ni de ningún otro. ¿No suena Las Viñas a
LOS VADINIENSES
137
Vadinia? No lejos, por el E. pasa aquel camino que de Aleje se
pierde en el monte de Peña Quebrada, al que también llaman la
«calzada».
Quiero llamar la atención sobre Peñacorada, al que en los siglos
medios (X I y X I I ) llamaban Cor abita y estaba comprendido en
territorio Ceia, flanqueado por por el río o arroyo Tolia. En la la­
dera S. de este monte fluyen al menos media docena de arroyos:
el de la Fuente Colorada, el de Los Pastores, el del Moro, el de Monterrojo, el de Las Bolijeras y el de Peña Mijo; no se recuerda al
T olia ; todos ellos bajan a la margen derecha del río Cea, entre
Cebanico y La Roba, ya del partido judicial de Sahagúún. Allí está
Campociudad y más abajo el caserío de Quintana de la Peña. Pero
esta zona no he podido reconocerla personalmente.
ch) Ocho kilómetros al N. hemos dejado a Crémenes con sus
cuatro estelas vadinienses. Es comarca salpicada de recuerdos ve­
tustísimos, desde la ermita de Nuestra Señora de La Pereda, camino
de Argovejo, hoy totalmente restaurada, donde, al parecer, en su
reconstrucción fueron hallados sarcófagos antropomorfos tallados
en roca granítica, cuya piedra fué aprovechada para las obras, er­
mita que se sitúa en la proximidad de otra «calzada», que subía al
pueblo de Trapa, hoy totalmente abandonado. Había otras ermitas
a San Juan Degollado y a San Miguel en Aleje, que, asimismo apor­
to su lápida dedicada a Pentio. Se recuerda aquí que el caserío de
Trapa pudo tener su origen en alguna fundación monástica sobre
ruinas anteriores como suele ocurrir en estos lugares asentados en
recodos montañosos, de más o menos difícil acceso y propicios al
retiro y al recogimiento.
La comprobada frecuencia con que por estos contornos se citan
las «calzadas» nos sugiere que estos poblamientos debieron ser
consecuencia de antiguas vías de tránsito, como la de Aleje (que en
la lápida se lee A L IS S IE G IN I) que nos lleva a las Viñas y la de
Vegamediana que conduce al Castillón de Peñacorada.
La «cañada» antigua, llamada «de las merinas», vía de trashumancia que sigue un rumbo regular de S. a N. en busca de climas
suaves y pastos jugosos para el verano, deja, en el tramo que nos
interesa, la margen derecha del río Cea, que viene del N. y un poco
por encima de Soto de Valderrueda (4 km. al N. de Puente Almuey)
sube, faldeando por el O. el pico Matalutero (1.346 m.) a la loma
de Valdecastillo o Valdencia y al arroyo de Mental, donde se en­
cuentra con el camino que por la izquierda sube al Castellón, y se
llega a Prioro. Luego, por El Trillón, sigue al collado de El Pando,
para bajar al pueblo de Salió, al 0. de Pedrosa del Rey, cruzar el
138
MARCOS G. MARTINEZ
valle que aquí forma el río Yuso, afluente del Esla por su izquierda,
entre Pedrosa y Riaño, cinco km. al O. y continuar hacia el N. al
valle de La Horma, al E. del pueblo de Escaro.
Por otros muchos caminos, en gran parte perdidos por apro­
vechamiento agrario u olvidados, pero patentes, comunicáronse
siempre entre sí los numerosos recintos poblados en estas monta­
ñas, cuyos repliegues, a veces escarpados, eran adecuado refugio
para huidos.
De Ocejo de la Peña, además de los anteriormente citados, sube
un camino hacia el S. que pasa por la ermita de Santa Marina, y
en Llamargones (ya citado) se bifurca: al pie del Castillón de Fuen­
tes: el de la derecha, por la ladera N. de Peñacorada y Fuentes,
baja a Vegamediana; otro, hacia el E. encamina a la Mata de
Monteagudo y de allí a Otero, por Valdetuéjar (¿val de Tolia?) a
Taranilla y a Puente Almuey.
El estudio minucioso que Schulten hace de las tribus cántabras,
astures, galaicas, etc., y sus guerras con Roma, no aporta ayuda
alguna a nuestro objetivo que está fuera de su plan. Presenta aque­
llas tribus con un aspecto casi inmaterial o movidos por apetencias
elementales. Aquellas guerras se desarrollan con un sentido estra­
tégico moderno que, según él, inspiró a los romanos en otras oca­
siones y en otros escenarios europeos y asiáticos. Interpreta bajo
ese prisma los datos contenidos en historiadores contemporáneos
a los hechos (Livio, Floro) y aún bastante posteriores (Orosio), sin
tener en cuenta la mentalidad de los mismos y la estructura geo­
gráfica y cronológica que en el relato histórico es en cierto modo
anacrónico, así como las condiciones o circunstancias realmente
materiales de los ontendientes. Que las frases latinas, como ocurre
hasta bien entrada la Edad Media, tienen un sentido relativo, mu­
chas veces difícil de captar por una mente moderna. Que las trans­
cripciones de los textos clásicos, como hemos visto con Tolomeo,
llegaron a nosotros de forma inexacta y que las interpolaciones,
más o menos intencionadas, eran habituales en todo tiempo y lugar.
Hay en este análisis tan provechoso como confuso una recopi­
lación de datos muy útiles pero que al compaginarlos, conducen a
resultados divergentes y parciales. Lo achaco, según mi entender,
quizá también erróneo, a no haber podido alcanzar el exacto sen­
tido de las ideas que había en aquellos tiempos referentes a los
campos de la lucha y a los sistemas de combatir. ¿Por qué, gene­
ralmente, las «calzadas» buscaban trazados abiertos y dominantes?
¿Por qué las «mansio» no eran siempre lugares de estancia?
LOS VADINIENSES
139
Recordemos que Finisterre era el límite del mundo conocido
entonces; que allí moraban los «galaicos»; que los astures eran las
tribus más orientales de aquéllos. Que más a oriente estaban los
cántabros, parapetados tras la cordillera. Iberia vista desde Roma
era una especie de promontorio que se alargaba hacia el ocaso, a
partir de los Pirineos por la derecha y del Mare Nostrum por la
izquierda, surcado por sus naves que llegaban al promontorio cél­
tico. De ahí la primitiva división en Citerior y Ulterior, separadas
por el río Iberus. Los caminos que fueron consolidando, sobre otros
anteriores, con lógicas correcciones que facilitasen y mejorasen el
tránsito eran «vías de penetración» hacia el «más allá», hasta el
«non plus ultra», sin que ello excluyera enlaces entre sí; pero se
nos escapa la preponderancia de unos sobre otros, que debió fluc­
tuar con el tiempo, no obstante el estudio detallado de los restos
que nos quedan. La «penetración» estaba motivada no sólo por el
dominio de las tribus sino principalmente por el aprovechamiento
de las riquezas minerales y agrícolas con que contaban aquellas
tribus.
La lucha comenzó cronológicamente por los cántabros, que eran
los más cercanos, los más audaces y los más depredadores; eran
en efecto los que con más asiduidad bajaban de los montes al llano
para establecer su rendimiento en provecho propio. Continuó con
los astures, aliados de aquéllos por razones de vecindad y espíritu
de independencia, y acabaría con los galaicos, los más occidentales.
No me parece aceptable una campaña cronológicamente simultánea
en aquel extenso territorio de más de trescientas millas, aún admi­
tiendo la intervención de elevado número de contingentes. No se
trataba de un país ni despoblado ni inerme, como lo demostraron
los hechos difícilmente soslayados por los inevitablemente parcia­
les cronistas.
Así pues, la campaña del año 29 que inicia la lucha, calificada,
naturalmente, como cántabra, acredita el carácter particular de la
misma, y quizá fuese en el período 29 a 27 en el que haya que en­
cuadrar los ataques a Aracillum ( Cantabria) y al «m ons vindius»
( astures) y al «.mons medullius» ( astur). El «M onte Vindio» se sitúa
aún hoy hipotéticamente en la región leonesa de El Bierzo, la «bergidum flavia» y el «Monte Medullio» en la inmediata al O., en
Ponferrada. Todo ello al S. de las montañas, donde, al parecer,
seguían habitando tribus que no habían sido trasladas al llano.
Finalmente (no del todo), hacia el año 25 los astures bajaban
de las montañas para atacar las posiciones romanas situadas a lo
largo de la «vía Pallantia-Lucus». Habían escogido como puntos
140
MARCOS G. MARTINEZ
de apoyo a Intercatia, vaccea o astur, que Schulten coloca en Ceínos,
al S.O. de Villalón, pero que no consta en su mapa del «Teatro de
Guerra Cántabra» que acompaña a su estudio, y a Lancia, inmedia­
ta a la actual Villasabariego (¿Sabaria?), entre el Esla y el Porma,
cercana a su confluencia. De la lejana Lustania nada menos, de
Brácara, más de trescientas cincuenta millas al O., vienen las legio­
nes de Carisio al teatro de la lucha entre el Esla y el Araduey. Los
astures, lógicamente, bajarían siguiendo las márgenes del Astura.
Entonces ocurre el episodio de la traición de los brigecinos, tribu
o vaccea o astur, más bien esto úúltimo, que estaban, según Schul­
ten, junto a Benavente, los cuales avisan a Carisio de los planes
astures. Carisio ataca a Intercatia, a la que somete sin gran esfuer­
zo (así dicen) y luego marcha contra Lancia que sí opuso resistencia
y cuyo sometimiento supuso el final de la etapa más cruenta de la
lucha, que aún continuaría.
En todo este proceso interesa destacar los puntos siguientes:
1.° Cuando el mismo Augusto establece su base de operaciones
lo más cerca posible de los cántabros, lo hace en Segisama (Sasamón, hoy localidad burgalesa, más de ochenta kilómetros al E. del
Estala (Astura), esto es, unas 54 millas, equivalentes a más de cua­
tro jornadas de andadura para un ejército en marcha. Allá queda­
ban, pues, convenientemente alejados los astures.
Se me dirá que entonces el objetivo inmediato y directo era el
corazón de Cantabria, que había de ser atacado por la ruta del Psisuerga, a Aradillos (Aracillum), pero no podemos suponer que
el emperador menospreciase la conocida, sabida por todos, solida­
ridad entre cántabros y astures y por eso decidiera marchar
primero contra los unos, manteniendo alejados a los otros.
2.° El ejército romano, que desde los primeros momentos tenía
que estar alertado, echa mano de las legiones asentadas en la Lu­
sitania, en Bracara, y, de acuerdo con una táctica que debió ser
antiquísima, la de «convergencia de esfuerzos», vino contra los
astures, concretamente, siguiendo la antigua ruta que bordea por
el N. las montañas que forman la margen derecha del Duero, y lle­
garon a Intercatia (que sitúan en Villalpando o en Castroverde,
sobre el río Araduey) al E. del Esla, donde, al parecer no encon­
traron resistencia ( ! ! ) a pesar de su condición de astures y de que
habían sido provocadores. Marcharon luego contra Lancia, cruzan­
do la amplia llanura de Campeos (luego llamados «campos góticos»,
pero que entonces eran «caudoces» y selváticos) a la que asediaron
y al fin rindieron. El hecho de que entonces el poblado no fuera
destruido abona la suposición de que muchos de los habitantes no
LOS VADINIENSES
141
capturados huirían hacia el N., hacia sus montañas, remontando
el curso del Astura, por donde habrán venido los insuficientes
refuerzos.
3.° La noticia de haber sido los brigecinos quienes traicionaron
a sus congéneres se presta a muchas conjeturas e interpretaciones,
pero vamos a limitarnos. Señalemos la situación de Brigecio cerca
de Benavente, también en la ribera del Esla, setenta kilómetros al
S. de Lancia, muy cerca de Intercatia, sometida fácilmente. Ese
Brigeco (cuya raíz «b riga» suena tan celta) tenía que ser o astur o
galaica. Se llamó también Malgrat, como consta en el Fuero que
en 1167 le otorgó el rey Fernando II de León, donde se lee: «a toto
concilio de Malgrad», y en la edición Tolemaica de Basilea de 1552,
en la que, además de imprimir Malgrat, se identifica Benavente
con Maliaca, llamándola «urbs asturica».
Estableciendo, pues, que Intercalia y Lancia eran asentamientos
astures, lo mismo que Brigeco o Maliaca, asentadas «a caballo del
Astura, que es el Esla; que los vadinienses ocupaban también las
márgenes del río; que la región «astur», comprendida administra­
tivamente en la Galecia, se extendía hasta la confluencia del Esla
con el Duero; que los astures ocupaban ambas márgenes del río,
se sigue que la tribu VAD INIE NSE era astur y no cántabra como
pareció deducirse de otras proposiciones no tan claras como éstas.
Hay, sin embargo, algunos puntos oscuros. ¿Intercatia y Lancia
recibieron refuerzos de la montaña? ¿Cómo es que ambas ciudades
desaparecieron definitivamente sin que sepamos les ocurriera lo
que a Numancia o a Sagunto? ¿No resulta sospechoso que tanto
astures como cántabros osaran presentar batalla a los romanos en
la llanura? ¿Por qué éstos no aprovecharon su triunfo prolongando
y prorrogando su estancia en aquellas encrucijadas montañosas? Y
otras muchas preguntas más.
Queda la tarea de ubicar exctamente la «urbs» llamada VADINIA, si es~ qué ' existió, germen o resultado de aquella" tribu
V AD IN IE N S E indubitablemente atestiguada. La Vadinia tolemaica,
se encontraba, según él, al O. de Argenomescon, pero aún en terri­
torio cántabro. La Vadinia de los vadinienses, de las inscripciones,
se sitúa en las márgentes del Esla-Sella. Por eso Schulten cree que
eran astur y la coloca en Cangas de Onís, atendiendo la latitud que
supone a los «argenomescos».
En otras ocasiones se me ha reprochado recurrir al procedi­
miento estadístico y analítico, basado en datos históricos concretos
para resolver problemas geográficos; pero sigo pensando que, hoy
por hoy, lo mismo que hace más de treinta años insinuaba Diego
142
MARCOS G. MARTINEZ
Santos, es el único sistema que puede encaminarnos con relativa
certeza, cuando hay escasez de datos o inseguridad en los mismos,
a soluciones hasta cierto punto fiables.
¿Cómo pudo Plinio (siglo I de n. E.) ignorar la existencia de
una tribu que Tolomeo menciona sólo cien años después? Tanto
para éste como para aquél, las guerras cántabro-astures, o al menos
sus episodios más importantes, ya habían transcurrido? ¿Por qué
no pensar que los vadirvlenses fueron un «resultado» de la lucha?
¿Por qué no buscar a Vadinia en la reducida comarca de apenas
doscientos km2 que va desde Aleje, al S., hasta Pedrosa del Rey, al
N., y epecialmente, insisto, en la zona de Crémenes, sobre todo
cuando no conocemos el contenido y significado de otras lápidas
y objetos, que, al parecer fueron recogidos en aquellos lugares por
enviados de la diócesis leonesa?
APENDICE DOCUMENTAL
C IL , II. 5712
[I]
M [ onumentum] C ^ S A R O N I [S ]
[F I ]L I V S
[14]
A M IA
A N [n ]0 / R V M
/ V L IB A G I
XXXX
/ [p a ]T R I P O S V IT
/...
VTVDA
/ [V ] A D IN IE N -
SIS / H [i c ] S [it u s ] E [s t ]
Cesaron
Monumento de Cesaron, hijo de U libago, de cua­
U lib ago
renta años... utuda A m ia lo dedicó a su padre
A m ia
vadiniense. A q u í yace.
H allad a en V A L V E R D E D E L A S I E R R A (B o ­
ca de Huérgano, Riaño).
G
óm ez
M
oreno
[I I ]
[ 22]
M O N V M [e n tu m ] / T E D I V I C A N I / V A D I N I E N SIS / D O IT E R I F [i li i ]
Tedo
Monumento
del
/ A N [n ]O R V M
aldeano
Tedo,
/ XXX
vadiniense,
de
treinta años, hijo de Doidero.
H alla en P E D R O S A D E L R E Y (Riaño).
C IL , II, 5720
[ 20]
[III]
M [ onumentum]
/ V IR O N O
TAVR /O
D O ID E R I
F [ilio ] / V A D [in ie n s i] A N N O R V / M X L / H [i c ]
S [itu s ] E [s t ] / P L A C ID V S A V [u ]/ N C V L I S [u o ]
P O S fu it]
143
LOS VADINIENSES
V irono T au ro
Doidero
Monumento
P lá G id o
vadiniense, de cuarenta años. A q u í yace. P láci­
a V iron o Tauro,
h ijo
de
Doidero,
do lo erigió a su tío materno.
H allad a en A R M A D A
[I V ]
C IL , II, 5708
(V egam ián, Riaño).
M [on u m en tu m ] / A B L O N / N O T A V R I/ N O D O ID /E R I F [ ’lio ] V A / D [in ie n s i] A N N O / R V M X X X /
H [i c ] S [itu s ] E [s t ]
S [u i ]
A b lo ñ o T au rin o
/ P O S [u it ]
/ P L A C I D V S A V [u n ]C V L I
H [i c ]
S [it u s ]
Doidero
M onum énto a A blo ñ o Taurino, hijo d e Doidero,
Plácido
vadiniense, de treinta años. A q u í yace. Plácido
su tío materno lo puso. A q u í yace.
H allad a en A R M A D A
[V ]
C IL , II, 5718
(V egam ián, Riaño).
M [on u m en tu m ] N E C O N I [s ] / B O D D E G V M L O ­
A N / C IN IS F I L [ i i [ V A ]d in ie n s is ] A N / [n o r u m ]
[18 ]
XXI
A V R E L IV S
P R O [c u lu s ]
A V [u n ]C V L O S V O
Necon Bodego
Loancino
A u re lio Próculo
(?)
/
P O S V [i t ]
/ M V N I M E N [t u m ]
A los manes. Monumento de Necon Bodego, hijo
de Loancino, vadiniense, de
veintiún
años. L o
dedicó A u relio Próculo, su tío materno.
H allad a en
L IE G O S
(San
Pelayo, Acebedo,
Riaño).
Góm ez M o re n o ,
([25]
44
[V I ]
M [a n ib u s ]
[tio ]
Cestio F lavo
M fonum en tum ]
F L A [V U S ? ] P A [t r i ]
B O D [D O ]
/
P [o s u it ]
P [ie n tis im o ]
V A D [in ie n s i]
C E S [tiu s ]
/ SVO
C ES-
A N [n o r u m ]
L X X V / H [i c ] S fitu s ] E [s t ]
Cestio B oddo
A los manes. Cestio F la v o (?) puso el m onum en­
to a su piadosísimo p adre Cestio Bodo, vadinien­
se de setenta y cinco años. A q u í yace.
Hallada en L IE G O S (Acebedo, Riaño).
144
G
MARCOS G. M ARTINEZ
óm ez
M
oreno,
44
[V I I ]
[2 4 ]
M [ onumentum] A N D O T O V B A L A / C I N O V A D O N IS F [ilio ] / V A D [in ie n s i] A N [n o r u m ] X X V .
C L V / D A M V S A M IC O / P O S S IT / H [i c ] S [it u s ]
E [s t ]
Andoto U balacino
Vadon
M onumento a A ndoto Ubalacino, hijo de Vadon,
dudam o
vadiniense, de veinticinco años. L o puso Cludamo su amigo. A q u í yace.
Encontrada acaso en L I E G O S (A cebedo, R iaño).
G omez M oreno , 44
[V I I I ]
[23]
M [on um en tum ] A M B A T O P A R A M / O N IS F [i li o ]
V A D [in ie n s i]
A N [n o r u m ] / X X X .
O R IG E N V S /
C O G N O S V O P [o s u it] H [i c ] S [it u s ] E [s t ]
A m bato
Param ón
Monumento de Am bato, hijo de Param ón, va-
Orígenes
diniense, de 30 años. L o erigió O rígenes a su
pariente.
H allad a en L O I S (Salam ón, Riaño)
C IL , II, 5713
[I X ]
[15]
D [i is ] M [a n ib u s ] / C A N G I L I V S / V IR O N O /
A V [u ]N C V L O / S V A S E G IS / A M I F [i li o ] V A [d iniensi] / A N [o r u m ]
X X X V H [i c ]
S [it u s ]
E [s t ]
Cangilio
V iron o
A
Segisam o
hijo de
los dioses manes. Concilio a su tío Virono,
Segisamo
vadiniense, de
treinta
años.
A q u í yace.
H allad a en V I L L A P A D I E R N A
Rueda, Sahagún).
G
óm ez
M
oreno,
45
[2 6 ]
[X ]
D [i is ]
M [a n ib u s ]
/ TVRENO
B O D D I F [ilio ] V A D [in ie n s i]
(C u billo s
/ BODDEGVN
de
/
A N [n o r u m ] X X X
P O S IT / D O ID E R V S P A / T R I S V O P IE N / T IS S V Tureno Bodego
M O / S [itu s ] H [o c ] S [e p u lc ro ]
B ode
Doidero
A los dioses manes. A Tureno Bodego, hijo de
Bodo, vadiniense, d e treinta años. L o puso Doide­
ro a su piadosísimo padre. Y ace en este sepulcro.
Hallada en A R G O V E J O (m. Matahaces, Crémenes, Riaño).
145
LOS VADINIENSES
C IL , II, 5717
[X I]
M [on u m en tu m ] / M V N I G A L I G I / A B A N I B O V T I [i]
[17]
F [i li i]
V A D [in ie n s i]
A N [n o r u m ]
XXV
/
H [i c ] S [it u s ] E [s t ]
M unigalio A b an o
M onumento a M anigaligo A bano, hijo de Boutio,
Boutio
vadiniense, de veinticinco años. A q u í yace.
H allad a en V A L D O R E (Crém enes, Riaño).
C IL , II, 5722
[X I I ]
... / D I V A D IN IE N / S IS B O V E C I [i ] F I L I [ i ]
/
A N [n o r u m ] X X X V
...do vadiniense, hijo de Bovecio, de treinta y
Bovecio
cinco años.
H allad a
en
V E L IL LA
DE
(C ré­
VALDORE
menes).
C IL , II, 5719
[19 ]
[X I I I ]
M [ onum entum ] / P E N T I [i ] / B A L A E S I [i ]
F [i -
l i i } , / V A D I N I [e n s is ] / A N [n o r u m ] X X X / V I A -
>
M V S / P [o s s u it] A L I S S I E G I N I / H [i c ]
S [it u s ]
E [s t ]
Pentío
B alaesio
Monumento a Pentío, hijo de Balaeso, de treinta
V iam o
años. V iam o lo puso en Alisiegino. A q u í yace.
H allad a en A L E J E
C IL , II, 5716
[1 6 ]
[X I V ]
(Crém enes, Riaño).
M [on u m en tu m ] / M A N I L I [ i ] A R / A V [u ]M E L A N / I [i ]
CADVS
F [i li i ]
V A D [in ie n s is ]
A V [u ]N / C V L O
S [it u s ] E [s t ]
A N [n o r u m ]
SVO
P [o s u it ]
,
XXX
H [i c ]
,
M anilio A ra v o
Elanio
Monum ento de M anilio A rav o ,
C ado
vediniense, de treinta años. Cado lo dedicó a su
tío. A q u í yace.
Hallada en RIA ÑO.
h ijo de Elanio,
146
G
MARCOS G. MARTINEZ
óm ez
M
oreno
, 45
[X V ]
M [on um entum ] / S E G IS [a m o ] M A R ... F [i li o ] /
V A D [in ie n s i] A N [n o r u m ]... / H [i c ] S [it u s ]
[27 ]
E [s t ] D [o c i ]V S (?) P [a t r i ] P O S V [it ]
Segisam o
Monumento a Segisamo, h ijo de M a r... vadinien-
Docio
vediniense, de treinta años. C ado lo dedicó a su
padre.
H allad a en C R E M E N E S
G
óm ez
M
oreno
, 45
[X V I]
IV N IV S A R A V V [m ] / A B I L I [ i ] F [iliu s ] V A D [i niensi]
[2 8 ]
(Riaño).
A N [n o r u m ]
XX.
H [i c ]
S [it u s ]
E [s t ]
N E P O T E S S V I P O S V E R V N [t ]
Junio A rá v o
Junio A ravo , hijo de A bilio, vadiniense, de vein­
A b ilio
te años. A q u í yace. L o pusieron sus nietos.
H allad a en C R E M E N E S (R iaño).
G
óm ez
M
oreno
, 83
[X V I I ]
M [on um en tum ] / ...O F L A C C O / F L A C C I F [i li o ]
V A D [in ie n s i] A N [n o r u m ] X X X A V R E L Í V S P A ­
[29 ]
T R I / F [ac ien d u m ] C fu r a v it ] H [i c ] S [it u s ] E [s t]
...o Fiacco
Fiacco
Monumento a... O Fiacco, hijo de Fiacco, vadi­
A urelio
niense, de treinta años. A u relio procuró hacerlo
a su padre. A q u í yace.
H allad a en C R E M E N E S
G
om ez
M
oreno,
84
[X V I I I ]
M [on um entum ] B O V E C IO T V S C / O Q V E S A D O CI F [ilio ]
[30 ]
(Riaño).
V A D I N I E N S I A N [n o r u m ]
XXI
Bovecio Tuscoq
Monumento a Bovecio Tuscoq, hijo de Vesalio,
V esalio
vadiniense, de veintiún años.
H allad a en C R E M E N E S (Riaño).
G
óm ez
M
oreno
, 84
[X IX ]
D [i is ] M [a n ib u s ] / [A ]R E N U S
M A N I L I O / ...D O L O /
/ ... IO M I G U /
[ P ] A T R I S V O / M ...L IO
147
LOS VADINIENSES
A ren o
A los dioses manes. A ren o ...iom igo M an ilio ... a
M anilio
su padre Manilio.
H allad a en C R E M E N E S
[X X ]
C IL , II, 5711
(Riaño).
D [i i s ] M [a n ib u s ] / B O D E R O B O D IV E S [c u m ? ] /
D O ID E R I F [ilio ]
SVO
/ M [a t e r ]
/ A N [n o r u m ]
P [o s u it]
XXV
/ H [i c ]
/ F IL IO
S [it u s ]
E [s t]
B odego Bodivesco
A los dioses manes. B odero Bodives, h ijo de D oi­
D oidero
dero, de veinticinco años. L a m adre lo puso a su
hijo. A q u í yace.
H allad a en el P U E R T O D E S A N I S I D R O .
C IL , II, 5715
[X X I ]
E L A N IO
[n o ru m ]
V E L I A G V [M ] F I L I V S P A T E R N I A N X X X T R ID E L L V S P [o s s u it] A M IC O
SV O . S [u m p tu ] S [u o ]
Elanio
V eliago
A
T ridelo
años. T ridailo lo puso a su amigo a sus expensas.
Eliano
Veliago, hijo
de
Paterno, de treinta
H allad a en L A P U E R T A (R iaño).
C IL , II, 5721
[X X I I ]
[T ]V R A N O
A I...V T IO C V M
A N N [o r u m ]...
T urano
'
'•
/ V IV I
/ S E M P R [O N I V S ]
F [i li o ]
P [o s u it ]
F R A [t r i] S V O
A i...utioco
V iv o
A Turano Ai...tiocum , V iv o hijo de... años Sem ­
Sem pronio
pronio lo puso a su hermano.
H allad a en R I A Ñ O .
C IL , II, 5723
[X X I I I ]
[A c u a ]R I O
V I R / [o n i]C V M
CA/
...
[filio ]
A N [n o r u m ] X L / ... IO H [i c ] S [it u s ] E [s t ]
Vironico
A cu a rio
A A cuario Vironico, hijo de C a... de cuarenta
años. A q u í yace.
Hallada en V E R D I A G O
(Crémenes, Riaño).
148
MARCOS G. MARTINEZ
C IL , II, 5735
[X X I V ]
D [i is ] M [a n ib u s ] M [on u m en tu m ]
A E L [i u s ]
D. S. 40
./Elio
P O S [u it ]
S E P [tim io ] S I L [o n i]
Septim io Silon
F R A [t r i]
S V O V A D [in ie n s i]
A N N O [r u m ] X X X V
S [i t ] T [i b i ]
En el cabo:
T [e r r a ]
L [e v is ]
L . S E P [tim io ] S I L [o n i]
B E N [e ]
Monumento a los dioses manes. A elio
puso
a
Septimio Silon, su herm ano vadiniense, de trein­
ta y cinco años. L a tierra te sea leve.
H allad a en San Juan de B E L E Ñ O (Ponga).
C IL , II, 2712
[X X V ]
D. S. 48
M [on um en tum ]
P E N T I F L A V I V I C [t o ]
Pentio Flovio
R IS
Víctor ,•
P A T E R E l P R O M E [r it a ]
[ilii]
V A D [in ie n s i] A N [n o r u m ] X X X
t -
P O S S IT
Monumento a Pento Flavio, hijo de Víctor, vadi­
niense, de treinta años. L o puso su p adre p or sus
méritos.
H allada en C O R A O
C IL , II, 2713
[X X V I ]
D. S. 49
D [iis ] M [a n ib u s ] M [o n u m en tu m ]
P O S fu it] A N T [o n iu s ] F L A C [u s ]
A ntonio Flaco
Terencia
(Cangas de Onís).
V A D fin ie n s is] C O [n iu g e ]
...........
SVE
| T E ]R [e n tia e ] A R O N I
A E C IV O R V [m ]
A N [n o r u m ] X L I
C O S fu la tu ] C C C X X X IIX
S [i t ] T [i b i ] T [e r r a ] L [e v i s ]
M onumento a los dioses manes. Antonio Flaco,
vadiniense, a su esposa Terencia aronieciva, de
cuarenta y un años. Consulado 338. L a tierra te
sea leve.
Hallada en C O R A O (Cangas de Onís).
LOS VADINIENSES
C IL , II, 2706
[X X V I I ]
D. S. 50
149
D [i i s ] M [a n ib u s ]
A N T O N I P A E [m i ]
A ntonio
V A D [in ie n s i]
A rre n o
A E D V M [u m ]
ARC
A N [n o r u m ] X L A E L [i u s ]
F [i li o ] P [o s u it]
S [i t ] T [i b i ] T [e r r a ] L [e v i s ]
A los dioses manes. A A ntonio Paterno, h ijo de
A rreno, vadiniense, arcaeduno, de 40 años, puso
su hijo A elio. L a tierra se sea leve.
H a lla d a en C O R A O .
C IL , II, 2709
[X X V I I I ]
D. S. 51
M [ onumentum]
FVSCI
CABEDI
Fusco C abedo
A M B A T I F [i l i ]
A m b a to
V A D IN IE
N
S
I
S
A N [n o r u m ] X X V .
H [i c ] S [it u s ] E [s t ]
Monumento de Fusco Cabedo, h ijo d e A m bad o,
vadiniense, de veinticinco años. A q u í yace.
H a lla d a en C O R A O .
C IL , II, 2714
[X X I X ]
D [n s [
M ]a m b u s ] M [o n u m en tu m ]
T E R [e n tu is]
D. S. 52
Terencio B odo
B O D [d u s ] V A [d in ie n s i]
P O S [u i t ] M A T R [i ]
S V E C A R [a e ] V
Voccareca
OC . CAREC
[V oscon ia C a rec a]
A E A N N [o r u m ] X X C I I X
C O S [u la t u ] C C C X X I I X .
S [i t ]
A
T [i b i ] T [e r r a ] L [e v i s ]
los dioses manes. Terencio B o do vadiniense,
puso a su querida m adre Vocareca d e 88 años.
Consulado 328. L a tierra te sea leve.
Hallada en CORAO.
150
MARCOS G. MARTINEZ
C IL , II, 2708-5730
D. S. 55
[X X X ]
M [on um en tum ] I...
C A S S IO
COROVESCVM
IV I F I L [i i ] V A D I N I E N S I
Casio Corovesco
[an n oru m ] IX , V
F I L [i o ] SVCX..
Monum ento Casio Corovesco... vadiniense.
H allad a en V I L L A V E R D E (C an gas de Onís).
C IL , II, 5752-3
D. S. 56
Dovidena
Dom icio F lavo
[X X X I ]
P O S [u it ] A N
A D [io v id e n a? ] V A D [in ie n s i]
[M ]A R [i t o ] S V O
D O M [it io ] F L A [v o ]
0 [rgen o m esco ] A N [n o r u m ] L
C O S [u la tu ] C C C X
V I S [i t ] T [i b i ] T [e r r a ] L [e v i s ]
Puso A n a Dovidena, vadiniense, a su m arido D o­
micio Flavo, orgenomesco, de 50 años. Consulado
316. L a tierra te sea leve.
H allad a en L L E N I N
(G razanes, C. d. O.).
APORTACION A LA BIOGRAFIA DE ROSARIO
DE ACUÑA
POR
LUCIANO CASTAÑON
Creemos procedente dar algunas noticias biográficas sobre la
escritora Rosario de Acuña, a fin de que se recuerden datos que
la sitúan cronológicamente, ya que no son escasas las personas
que ignoran lo fundamental de ella, especialmente en lo que atañe
a sus vivencias. ¿Nació en el siglo X V III o X IX ? ¿Era de Mérida
o de Cartagena? ¿Cómo pensaba? Fugazmente, pues, señalaremos
las siguientes fechas de sinópticos hechos.
CRONOLOGIA
1851
1874
1876
Nace en Madrid Rosario de Acuña y Villanueva (algunas de
sus obras las firma como Rosario de Acuña y de Laiglesia,
por ser éste — de la Iglesia— el apellido de su esposo). Son
sus padres Felipe de Acuña y Solís, y Dolores Villanueva.
Comienza a colaborar en publicaciones periódicas; no con
la entera conformidad de sus padres, que por su condición
burguesa y acomodada del momento, no estiman propio de
la mujer la dedicación a escribir; aunque por otra parte
tampoco se lo prohíben.
El 12 de enero — a los 21 años— se estrena su drama Rienzi
el tribuno, interpretado por-Rafael Calvo. Se representarán
152
1882
1883
LUCIANO CASTAÑON
posteriormente sus dramas Tribunales de venganza y Am or
a la patria.
Contrae matrimonio con el comandante Rafael de la Iglesia.
Aparece su obra La Siesta.
Fallece su padre, a los 55 años. La hija le dedica un soneto,
que se graba en la lápida, y que mucha gente entonces apren­
de y recita:
Piedra que serás polvo deleznable
pues todo al paso de los años muere.
Mi pensamiento en su amargura quiere
fundirse en lo que guardas implacable.
Alcanza en lo infinito y no le es dable
darse a la muerte si el dolor le hiere,
que el pensamiento en su amargura adquiere
una fuerza vital imponderable.
En los abismos de la muerte hundido
está mi padre, luz del alma mía,
y aún más allá del polvo y del olvido;
más allá de mi noche eterna y fría
concibo su recuerdo bendecido
y la esperanza de encontrarle un día.
1884
1891
1893
1905
Lee poemas suyos en el Ateneo de Madrid, resultando insó­
lito que se conceda el estrado del Ateneo madrileño a una
mujer.
En años sucesivos viaja a Roma y al Vaticano. Regresa a
España y colabora nuevamente en la prensa. Por infidelidad
se separa de su culpable esposo.
El 3 de abril se estrena en Madrid su drama E l padre Juan,
representación que es suspendida por la autoridad compe­
tente — como suele decirse— .
Realiza nuevos viajes por Europa; también recorre muchos
lugares de España, para terminar estableciéndose en San­
tander, donde vivía su madre, pasando pronto al pueblo de
Cueto, del mismo ayuntamiento, en el que crea una granja
avícola experimental, siendo premiada en un concurso in­
ternacional de avicultura. Sufre descalabros de fortuna.
Obtiene nuevos éxitos con su obra La voz de la patria.
Fallece su madre en Santander, y posteriormente le dedica­
rá Rosario de Acuña el siguiente soneto:
APORTACION A LA BIOGRAFIA DE ROSARIO DE ACUÑA
153
Ya estoy contigo, madre; nuestras vidas
caminaron por senderos diferentes,
llegando, al fin, cansadas y dolientes,
a dormir en la muerte, confundidas.
Por filial, y materno amor unidas,
queden en paz eterna nuestras mentes,
cual dos opuestas ramas o corrientes
de un solo tronco o manantial nacidas.
¡No despertemos nunca, amada!
¡Mas si el mandato del poder divino,
el yo consciente surge de la nada,
uniendo tu destino a mi destino,
llévame entre tus brazos enlazada
y sigamos las dos igual camino!
1907
1911
Escribe su primer testamento.
Por este tiempo pasa a Gijón, invitada por el Ateneo Casino
Obrero. El 29 de noviembre de este año pronuncia un am­
plio discurso en la inauguración de la Escuela Neutra de
Gijón.
1912 (Puede ser el año definitivo de su afincamiento en Gijón).
A causa de un artículo publicado en «E l Diluvio», de Barce­
lona, es obligada a exiliarse, pasando dos años en Portugal.
Decide, a su regreso a Gijón, vivir en la zona denominada
del Cervigón, un promontorio aislado, y allí hay que cons­
truir su casa, cumpliendo lo que anteriormente había escrito,
refiriéndose al lugar en que le gustaría pasar el resto de su
existencia.
1923 El día 5 de mayo, a los setenta y dos años, fallece en Gijón
de una «em bolia cerebral». Trasladan el cadáver hasta la
avenida de Rufo García Rendueles, donde era esperado por
un gran gentío. El duelo lo presiden representantes de
diversas sociedades, entre los que figuran Alberto Lera,
Gervasio de la Riera, Lucas Merediz, Marcelino Aguirre — al­
gunos de ellos masones— . La ceremonia del enterramiento,
a petición de la interesada, fue muy sencilla. Falleció prác­
ticamente pobre, y en pleno aislamiento.
En este mismo año de 1923, en el mes de julio, la Sección
Artística Obrera pone en escena, en el teatro Robledo, de
Gijón, como homenaje a la escritora y propagandista, la
obra de ésta, E l padre Juan, que se desarrolla precisamente
en Asturias. Para dicho homenaje se podían adquirir loca­
154
LUCIANO CASTAÑON
lidades en el Centro Obrero Benito Conde, Tomás Amutio
y Felipe Redondo, en La Calzada; Luis Cuesta, en el Llano,
en el Bazar X, en el Ateneo Obrero de Gijón, y en La Filo­
mena — popular confitería— .
Si nos trasladamos al año 1933, vemos que el 7 de diciembre,
en sesión municipal, el Ayuntamiento — y no sabemos por qué pre­
cisamente por informe de la Comisión de Caminos— acuerda la
construcción de un mausoleo en la sepultura de Rosario de Acuña,
con el voto en contra del concejal católico Rufino Menéndez. Que
sepamos, tal mausoleo no se construyó, pues siempre hubo en su
tumba — del cementerio civil— una sencilla lápida, incluso rota, y
luego restaurada.
M I CONEXION CON ROSARIO DE ACUÑA
Como mi infancia transcurrió más en la playa que en el domi­
cilio y en la escuela, resulta que el edificio donde residió Rosario
de Acuña fue siempre como un destacado plinto en mi visión diaria
desde la arena playera. A la izquierda el montículo de Santa Cata­
lina, a la derecha aquella casa blanquirroja que entonces destacaba
mucho más que ahora, por no existir ninguna construcción en sus
proximidades. La casa, erguida en lo alto del Cervigón, imponía
su maciza silueta a cualquier hora del día mientras de niños jugá­
bamos incansables y no indagábamos el porqué de su denominación
— «Rosario Acuña— , sin preocuparnos si la habitaban los dueños
o la dueña, si había existido ésta, quién era o quién había sido.
También, durante la infancia, casualmente, visité la casa. Re­
sulta que todas las tardes, cuando se dirigía al trabajo, y todas las
mañanas, cuando salía del mismo, visitaba el bar — o chigre— que
tenían mis padres, un hombre cuya profesión era la de vigilante
nocturno en un Banco. La asiduidad del cliente fomentó la amis­
tad, y cierto día fui a su casa, que era, nada menos, que la casa de
Rosario de Acuña, pues aquel hombre — Rafael— y su familia, eran
entonces los caseros, los inquilinos de la casa. Y así yo anduve por
su interior, pero también, por mis pocos años, ignorando la perso­
nalidad de quién había vivido allí, de quién había escrito allí.
Todavía el nombre de Rosario de Acuña no me decía nada,
porque de haberlo sabido hubiera recorrido el interior con más
detenimiento, y relacionado las paredes y habitaciones con la es­
critora que un día — hoy— hasta incluso recordaría públicamente
APORTACION A LA BIOGRAFIA DE ROSARIO DE ACUÑA
155
detalles de la misma. Cuando yo andaba por los mismos pasillos
que la escritora, ésta hacía cuarenta años que había fallecido, y a
mi niñez no le había llegado el eco de su personalidad.
Sin embargo, los chiquillos, cuando ella vivía, la respetaban.
Me recordaba el pintor Marola que durante su niñez, uno de los
juegos infantiles era «andar a guerrilla», lo cual consistía en hacer
dos grupos — entre los amigos— , enfrentarse a cierta distancia y
comenzar a tirarse piedras. En cierta ocasión, jugaban en las in­
mediaciones de la playa, y entonces vieron aproximarse, por lo que
se conoce como «e l muro», a una señora anciana y menuda; inme­
diatamente cesaron en la guerrilla, pusieron sus manos atrás como
sumisión y respeto a aquella mujer que avanzaba por allí, y que
les dirigió unas palabras cariñosas. O sea, ellos comprendían, a
pesar de su desconocimiento intelectual, que aquella mujer era
acreedora de consideración por la nombradla que sin duda, mien­
tras vivió, tenía en Gijón. Para ellos era tal persona el mito, para
mí, años después, el mito era la rectangular casa a la que de pascua
a ramos nos acercábamos los niños en inverosímiles excursiones,
la poliédrica casa siempre enhiesta como demandando soledad, y
al mismo tiempo como muestra de perennidad de quien la había
construido y en ella residido.
AMARO DEL ROSAL
Amaro del Rosal nació en Avilés en 1904. Ejerció cargos en
Ferrocarriles del Norte y Banco de Urquijo; fue miembro del
Consejo de Trabajo y Director General de la Caja de Reparaciones.
Tras la guerra civil se exilia a México, donde ocupa cargos profe­
sionales relacionados con la siderurgia. En España había ocupado
puestos sindicales de mucha responsabilidad, asistiendo a Congre­
sos Internacionales. Pronunció conferencias, colaboró en la prensa,
y ya va resultando densa y amplia su bibliografía, entre la que se
pueden señalar títulos como «Historia del movimiento sindical
bancario 1920-1932», «Los Congresos Internacionales en los siglos
X IX y X X », «H istoria da la U.G.T. de España» y «L a violencia, en­
fermedad del anarquismo».
Pues bien, este Amaro del Rosal, asturiano exiliado y residente
en México, viene, con un equipo de entusiastas, y desde hace mu­
chos años, compilando todo lo que se refiere a Rosario de Acuña,
por lo que están en posesión de un archivo muy importante, no
publicado por el afán de reunir la mayor cantidad posible de ma­
terial relacionado con la escritora.
156
LUCIANO CASTASON
L ap id a en el cementerio civil de Gijón.
APORTACION A LA BIOGRAFIA DE ROSARIO DE ACUÑA
157
158
LUCIANO CASTAÑON
En 1968 me escribe desde México:
«Estuve ausente de México una pequeña temporada y esto
hizo que retrasara mi contestación a sus cartas relacionadas
con Rosario de Acuña. Para su información debo decirle
que un colaborador en Madrid y otro en Barcelona, traba­
jan en la búsqueda de algunas de las obras de Rosario de
Acuña siguiendo el guión biográfico que le adjunto.. Sin
embargo es obvio que donde se encuentran los mejores ma­
teriales es en Gijón, muy especialmente aquellos que puedan
tener un carácter inédito, como sucede con el proyecto de
testamento que usted logró. Con esta fecha estamos escri­
biendo a la señora Aquilina Rodríguez, de acuerdo con sus
indicaciones. Le adjunto copia de la carta. Sería muy impor­
tante que si usted pudiera obtener los documentos que posee
doña Aquilina [amiga de Rosario de Acuña]. Lo sería, igual­
mente, si con una grabadora se pudieran registrar unas con­
versaciones con ella para luego pasarlas a máquina. Igual
procedimiento sería interesante si se pudiera realizar con
alguna otra persona que hubiera conocido personalmente a
Rosario de Acuña. Hablé con Celso [Celso Amieva] hace
unos días y en efecto, recibimos las fotos de la casa y del
cementerio que usted nos envió. Ese detalle ya está cubierto.
Nos damos cuenta, amigo Castañón, que le estamos moles­
tando demasiado y quitándole tiempo. N o sabemos cómo
compensarle de todas estas molestias. Es nuestro propósito
que cuando se publique el libro se ponga a su disposición
una buena cantidad para que se distribuya y venda en Gijón.
Posiblemente tengamos la posibilidad de editarlo en Barce­
lona. En México está asegurada su edición. Escribo a mi
hermana para que insista con ese otro señor que también
tiene materiales de Rosario de Acuña, indicándole que le
ayude a usted en lo que pueda en cuanto a convencer a doña
Aquilina para que nos facilite los documentos que tiene, de­
jando a usted en libertad en lo que se refiere al crédito de
honor. Bastará que nos haga la indicación del compromiso
para cubrirlo inmediatamente y más tarde dejárselo como
obsequio a doña Aquilina. Nos interesaría saber si sigue
funcionando el «Comité Femenino Pro-Rosario de Acuña».
Los directivos de este comité que puedan existir es posible
que cuenten con materiales interesantes...»
Por la misma fecha escribía Amaro del Rosal a Aquilina Rodrí­
guez Arbesú — que había conocido bien a Rosario de Acuña— y
entre otros párrafos le decía:
«L e estamos enviando esta carta para molestar su atención
con un problema que estamos seguros le interesa a usted
mucho como interesa a un grupo de asturianos que estamos
APORTACION A LA BIOGRAFIA DE ROSARIO DE ACUÑA
159
en México, y que deseamos sacar del olvido a la gran figura
de Rosario de Acuña, a quien usted conoció personalmente,
y de la que según nos informó el profesor Castañón [se
equivoca Amaro en asignarme el cargo de profesor] guarda
usted imborrables recuerdos y algunos de los materiales que
produjo nuestra escritora. (...) Castañón está colaborando
muy seriamente en este esfuerzo. Visitó a usted en alguna
ocasión. Estoy seguro, señora Rodríguez, que por el cariño
que ha manifestado siempre por Rosario de Acuña, encon­
traremos en usted toda clase de ayudas y colaboraciones.
El que suscribe esta carta es asturiano y tuvo la suerte de
haber conocido a Rosario de Acuña poco antes de su muer­
te, y aún la recuerda sentada en un sillón de mimbre delante
de su modesta y grande casa, grande por el tesoro moral,
por la reliquia humana que guardaba. Siempre viví bajo la
impresión de ese recuerdo de mi juventud que influyó en
mi vida como en la de muchos otros a través de su obra
literaria (...) el que nos cuente algunas anécdotas, recuer­
dos de tan insigne «paisana» — aunque no haya nacido en
Asturias debemos considerarla como asturiana— será una
aportación inédita que dará un gran valor al libro que es­
peramos publicar cuanto antes. (...) Sabemos que obran en
su poder algunos materiales, fotografías, artículos, folletos,
escritos (...) no nos guía otro propósito que el de sacarla
del olvido y darla a conocer a la juventud de hoy que tanto
necesita de un ideario de libertad, de justicia y de humanis­
mo, que son las tres palabras a las que Rosario de Acuña
dedicó su vida...»
A Q U IL IN A RODRIGUEZ
Esta Aquilina Rodríguez Arbesú a quien escribió Amaro del
Rosal vivía en Roces — Gijón— y era persona fundamental para
escribir la historia de Rosario de Acuña. La visité y me emociona­
ba el cariño que ponía en las palabras con las que mostraba su
admiración por la escritora. Conservaba varios recuerdos de ésta,
como cubiertos, retratos, rizos de pelo, incluso una sábana que
había pertenecido a la abuela de Rosario de Acuña.
Antes de la guerra civil, Aquilina, con otras mujeres, como Ma­
rina Entrialgo y la esposa de Alfredo Villa y Villa, crearon en Gijón
un titulado Comité Femenino Pro-Rosario de Acuña, sito en la calle
Ezcurdia número 7, que era donde entonces estaba el Ateneo Obre­
ro, Comité que tenía como finalidad enaltecer la memoria de
Rosario de Acuña.
160
LUCIANO CASTAÑON
Algo muy importante es el hecho de que Aquilina nunca dejó
de llevar flores a la tumba de Rosario de Acuña, dos veces al año,
el 1 de noviembre por ser fiesta de Todos los Santos, y el 5 de
mayo por ser el día del aniversario de su fallecimiento. Pero lo
curioso de esta costumbre acendrada en Aquilina — que iba acom­
pañada de su esposo o de su amiga Pilar García— era que lo siguió
haciendo en la postguerra, y entonces recibió algunas advertencias
de que no debería ir al cementerio óivil a llevar las flores a Rosario
de Acuña, pues eran momentos de tensión y de censura, cuando
los ánimos estaban desatados y se cometían tropelías y asesinatos.
Citar entonces el cementerio civil parecía pronunciar una blasfe­
mia, y estar enterrado en el mismo se estimaba — por algunos—
una apostasía. No eran pocos los que se preguntaban quién sería
la persona que adornaba la tumba de Rosario de Acuña, ya que
no había constancia de ello. Y era la madrugadora Aquilina, como
fiel defensora de los ideales recuerdos de la escritora, a la que
había conocido siendo ella una niña.
Aquilina tenía una hermana, llamada también Rosario. A
ambas les escribió la siguiente carta, fechada el 30 de diciembre
de 1919, es decir, cuatro años antes de su muerte. Dice:
«Amigas Rosario y Aquilina. Estoy muy agradecida a las
atenciones que tienen conmigo. No puedo corresponder co­
mo se merecen, pero les envío unos recuerdos, sin más valor
que lo que representan para mí. La corbata morada la llevé
hace 50 años (poco más, tal vez 58) al Vaticano, y sobre ella
y sobre mi cabeza puso la mano Pío IX , para bendecirme,
siendo sin duda su bendición como mano de santo para se­
pararme definitivamente y radicalmente de la secta católica.
La corbata bordada me la bordó mi madre, para que hiciera
juego con el vestido que era del mismo color, con que em­
prendimos mi marido y yo el viaje de boda, el mismo día del
casamiento, y los dos alfilerillos dorados los compré en la
Exposición de París del año 1867 (los vendían a 50 céntimos
cada uno) ya veis que nada vale nada, pero representa toda
una serie de fechas de mi vida, y por estos recuerdos tan
unidos a mí, es por lo que me atrevo a enviároslo con un
fuerte abrazo, y si os sirven bien, y si no que mi intención
valga. Vuestra amiga que os estima bien.»
Y sí que apreciaban lo recibido, por minúsculo e intrascendente
que fuera, pues para las dos hermanas, Rosario de Acuña repre­
sentaba un ideal que ellas pretendían alcanzar dentro de sus
Y sí que apreciaban lo recibido, por minúsculo e intrascen­
APORTACION A LA BIOGRAFIA DE ROSARIO DE ACUÑA
161
dente que fuera, pues para las dos hermanas, Rosario de Acuña
representaba un ideal que ellas pretendían alcanzar dentro de sus
posibilidades.
ASTURIAS
A pesar de no ser asturiana, se encariñó con nuestra región,
de la que escribió en ocasiones. Se conocen unos trabajos titula­
dos «Estudio filosófico del carácter astur» y «Estudios folklóricos
sobre temas asturianos». En un fragmento de uno de los capítulos
de que consta su colaboración, «Pequeñas industrias rurales», hace
referencia al queso asturiano: «Uno de los quesos más exquisitos,
no sólo de Europa sino del mundo, se fabrica en las montañas de
Asturias (Cabrales) en las cumbres de Potes. Pues bien; este queso
está hecho por mujeres aldeanas, toscas y rudas, que apenas saben
hablar. Metidas en cuevas y chozas verdaderamente troglodíticas,
se pasan el verano, y el otoño, en las altas cumbres de las Peñas
de Europa, enmoheciendo el famoso queso, dándole vueltas, arro­
pándole y ventilándole, según requieren los cambios atmosféricos
bruscos casi siempre, en aquellas alturas...»
Y
en otra oportunidad escribe: «Recorriendo en una ocasión la
costa asturiana desde Vidiago a Tinamayor, me encontré escondida
entre aquellos abruptos acantilados que engarzan con asperezas de
las rocas praderías y maizales, una casería pequeña y pobre, casi
colgada sobre el mar, al asentarse en una especie de península o
cabo, socavado en sus cimientos por las furias del océano, que a
veces manda resoplidos de espumas por las grietas y agujeros
abiertos en medio de los campos...». Se referirá, con estos «resopli­
dos y espumas por las grietas y agujeros abiertos en medio de los
campos», a los famosos bufones que se extienden por la costa
oriental de Asturias, siendo el más popular el de Vidiago, por ha­
berlo poetizado Zorrilla.
También enalteció a Asturias en versos, dándose la curiosa cir­
cunstancia de que éstos que vamos a citar, los conocen muchas
personas, pero ignorando quién es su autora, pues se repetían en
algunas escuelas como anónimos.
Se titula el poema:
162
LUCIANO CASTAÑON
ASTURIAS
Altas cumbres abruptas, coronadas
por el cendal de inmaculada nieve;
prados cercados de florida sebe;
maizales, viñedos, pomaradas.
Tupidísimas selvas intrincadas
donde el sol ni a penetrar se atreve;
regatos limpios de corriente leve
y ríos que descienden en cascadas.
¿Quién podrá descifrar tanta belleza
que Asturias toda guarda en sus rincones?
¡Cuando el hombre se libre de locuras
y odie al odio, y encauce las pasiones,
podrá vivir la vida de venturas
que ofrece una región con tales dones!
Aun escribiendo poesía, procura, como hace al final, apostillar
sin intención generosa de que se dominen las pasiones, de que se
odie al odio.
Gijón, villa que tanto la apreciaba, no podía quedar exento de
su estro. Existe el siguiente soneto manuscrito, titulado «A Gijón»:
¡Gijón! ¡Gijón! El mar en oleadas
vierte en tí su infinita poesía,
y el sol primaveral bello te envía
sus caricias fulgentes, nacaradas.
...
Por doquiera tus suaves pomaradas
perfuman el ambiente de alegría,
y, doquiera también, la brisa pía
purifica tus calles esmaltadas.
Vaya hoy mi canto a tí con dulce acento,
mientras oigo del mar los soberanos
arrullos, y transporte el raudo viento
mi saludo a los nobles asturianos:
¡Es la ofrenda de un vivo sentimiento
al pueblo en que naciera Jovellanos!
Cae el soneto en la renovada trampa de citar a Jovellanos, cuyo
nombre parece como una obligada constante para cualquier refe­
rencia que se haga en Gijón. Recuerda Rosario otro Gijón, el de
APORTACION A LA BIOGRAFIA DE ROSARIO DE ACUÑA
163
1919, sin los bosques de monstruosos bloques de celdas urbanísti­
cas o de colmenas humanas; entonces todavía podía decirse de
Gijón que estaba cercado de pomaradas, porque era cierto.
OBRAS
Aparte de sus colaboraciones en la prensa periódica, Rosario de
Acuña dejó editada bastante obra, sin tener en cuenta, además, su
teatro representado. Las obras fueron publicadas unas antes de
1923, fecha de su muerte, y otras en 1929 y 1930, por la editorial
Cooperativa Obrera Publicadiones E.C.O., dirigida por Regina Co­
mo O'Neill, quien fundó la editorial con el exclusivo fin de publicar
las obras de Rosario de Acuña. De ésta existen los títulos:
— La vuelta de una golondrina. Poema. Madrid 1875.
— Rienzi el Tribuno. Drama en dos actos y epílogo. Estrenado en
el Teatro Circo de Madrid, el 12 de febrero de 1876.
— En las orillas del mar. Poesía. Madrid 1876.
— Ecos del alma. Colección de poesías, con retrato de la autora.
M. 1876, 216 págs.
— Am or a la patria. Drama en un acto, en verso, estrenado en Za­
ragoza el 27 de noviembre de 1877. M. 1877.
— Tribunales de venganza. Drama histórico en dos actos y epílogo.
En verso. Representado en el Teatro Español el 6 de abril de
1870. M. 1880.
— Influencia de la vida del campo en la familia. M. 188.
— La siesta. Colección de artículos. M. 1882, 244 págs.
— Tiem po perdido. Colección de artículos. M. 1882.
— La herendia de las fieras. Misterios de un granero. Cartilla de
instrucción y recreo.
— La casa de las muñecas. Cartilla de lectura para los niños.
— Certamen de insectos. Opúsculo instructivo para los niños. 1888.
— Morirse a tiempo. Ensayo de un pequeño poema, cuarta edición.
M. 1883.
— Sentir y pensar. Poema cónimo. M. 1884.
— Odia el delito y compadece al delincuente. Editorial José María
Faquineto. M. 1889.
— E l padre Juan. Drama en tres actos. Segunda edición corregida
y aumentada. M. 1891.
— La voz de la patria. Cuadro dramático en un acto y en verso,
estrenado en el Teatro Español el 20 de octubre de 1893.
164
LUCIANO CASTANON
— La higiene de la familia obrera. Conferencia dada en el Centro
Obrero de Santander el 23 de abril de 1902.
— Avicultura. Colección de artículos. Folleto. Santander 1902. Obra
premiada con medalla de plata en la exposición internacional
de avicultura de Madrid.
— Cosas mías. Folleto. Barcelona 1929.
— España. Folleto. Barcelona 1929.
— Carta a involuntario español en el ejército francés de la Gran
Guerra. 1914-1918. Barcelona 1929.
— E l país del sol. Novela corta. Barcelona 1929.
— E l enemigo de la muerte. Barcelona 1930.
— E l secreto de la abuela Justa. Cuento. Barcelona 1930.
— E l cazador de osos. Barcelona.
— E l pedazo de oro. Barcelona.
Todas estas obras son muy escasas; rara vez se ofrece alguna
en las llamadas librerías de lance o de ocasión.
El poeta José Martí nació en La Habana el año 1853, de padre
español. Fue un patriota reivindicador de la autonomía de su pue­
blo. Es autor del libro Lira guerrera, en el que comete un lapsus,
pues publica un poema que dedica «A Rosario Acuña», autora del
drama «Rlienzi el tribuno», pero se equivoca cuando la llama «Poe­
tisa cubana». El poema es ponderativo.
LA ESCUELA NEUTRA
En 1911 se da cima a un deseo de los librepensadores gijoneses:
la fundación de una Escuela Neutra. Dicho así, sin más, queda la
duda de qué es una Escuela Neutra. Quien dedicó párrafos con­
tundentes sobre esta Escuela fue Antonio López Oliveros, director
del periódico gijonés de entonces «E l Noroeste», y autor de la obra
publicada en 1935, Asturias en el resurgimiento español. Escribió
de la Escuela: «De ella pueden decir los católicos, como dicen hoy
de toda enseñanza oficial, que es una escuela sin Dios; lo que no
pueden afirmar es que allí se ataque a Dios y mucho menos que
se defienda al diablo. Neutra y nada más que neutra; es decir, formativa de cultura».
Con motivo de la inauguración de la Escuela Neutra Graduada
de Gijón, se celebró un solemne acto, en la noche del 29 de sep­
tiembre de 1911, en el teatro Campos Elíseos, al que asistió el político
Melquíades Alvarez, y en el que Rosario de Acuña pronunció un
APORTACION A LA BIOGRAFIA DE ROSARIO DE ACUÑA
165
extenso discurso titulado «E l ateísmo en las Escuelas Neutras»,
que posteriormente sería impreso. Del largo contenido del discur­
so, se pueden deducir algunas conclusiones, tales como:
— La autora está enamorada de la razón, la justicia, la belleza y
la Suma Verdad.
— La enseñanza en la Escuela Neutra será la enseñanza de las le­
yes de la Naturaleza, «no como la presentan los deformadores
de Dios, sino como la ofrece, a la atónita mirada de los pensa­
dores, la voluntad divina de su Creador».
— El orgullo no debe imponer sus dogmas, ni entorpecer el camino
hacia la razón, conducida por las leyes de la Naturaleza que es
obra de Dios.
— La Humanidad camina hacia Dios. La existencia debe ir de lo
imperfecto a lo perfecto.
— El bello ideal de una alta mentalidad debería consistir en borrar
del lenguaje la palabra Dios, no para negarlo, sino para no pro­
fanarlo. Las religiones tienen a Dios para asegurar la supervi­
vencia personal y la compraventa de los paraísos.
— La Escuela Neutra no es atea, pues coloca al hombre en el ca­
mino de la fe, ya que el estudio de las leyes de la Naturaleza
no es una oración clarividente del Sumo Hacedor. Conocer a
Dios en su ser nos es imposible; admirarlo en sus obras, obliga­
ción de toda alma racional.
— Exclama Rosario de Acuña: « ¡Quién osa calificar a la enseñanza
de las Escuelas Neutras! ¡Qué templo puede compararse a esa
iniciación de Dios que se le ofrece al niño al abrir, ante su ins­
tinto investigador, las páginas de la Creación! ».
— Recomienda a-las madres el ingreso de los niños en la Escuela
Neutra. Propugna que la nueva generación reciba la luz de la
sabiduría, y termina: « ¡Vayamos todos unidos, hombres y mu­
jeres, jóvenes y viejos, cultos e incultos, a buscar el porvenir,
esculpiendo en el fondo de nuestras almas aquella frase que,
hará diez mil siglos, enseñaban las leyendas de los dioses indios,
y que hace diecinueve siglos fue repetida por los labios de un
justo, en el corazón de Galilea: Amaos los unos a los otros».
Añadamos que la Escuela Neutra de Gijón sufrió alternativas,
a causa de, principalmente, sus recursos económicos, pues durante
la Dictadurade Primo de Rivera se le retiraron las subvenciones;
duró la Escuela hasta la guerra civil de 1936. Comenzó — según
Ramón Alvarez Palomo en su biografía de Eleuterio Quintanilla—
166
LUCIANO CASTAÑON
en una casa de los patrocinadores, Marcelino González, en la calle
Covadonga. Y o la conocí en la hoy nuevamente calle de la Playa
— también fue General Riego y Vázquez de Mella— . En este local
hubo una logia masónica, y algunas personas veían en Rosario de
Acuña cierta vinculación con los masones. A su entierro acudieron
entre otros, Alberto de Lera, que pertenecía a la Gran Logia Re­
gional del Noroeste de España, con sede en Gijón, siendo Gran
Maestro, Grado 33 y Miembro del Supremo Consejo de la Masone­
ría Española. Rosario de Acuña perteneció a la masonería en Ali­
cante (1886).
¿FEM IN IST A ?
¿Era feminista Rosario de Acuña? En su obra Tiempo perdido,
publicada en Madrid en 1881, recoge varias narraciones y artículos,
uno de ellos titulado «Algo sobre la mujer», en el que apunta sus
convencimientos femeninos. Dice:
«Jamás podrán los dos sexos tenerse por enemigos; somos
dos partes de un todo, cuya entidad, invisible a los sentidos
y potencias, tiene por única e ineludible misión la reproduc­
ción de la especie; y si en las manifestaciones especiales de
nuestro distinto sexo puede haber diferenciales condiciones,
en el fundamento primordial de la esencia, digo y repito,
que son equivalentes las partes de nuestra organización, co­
mo corresponde al cumplimiento de nuestro común destino
sobre la tierra. Procurad, mujeres, la íntima seguridad de
vuestro valer; llegad a ser sabias sin vanidad, grandes sin
amor propio, entendidas sin falsa erudición, modestas sin
hipocresía, generosas sin debilidad, y vuestro reinado que­
dará asegurado por largas miríadas de siglos.»
Rosario de Acuña no quiere, como mujer, sentirse inferior al
hombre, desdeñando la supuesta superioridad de éste, ya que las
posibilidades femeninas son las mismas que las masculinas para
conseguir afectos, así como posiciones profesionales y culturales
idénticas. Y eso lo sentía y lo escribía hace nada menos que cien
años.
APORTACION A LA BIOGRAFIA DE ROSARIO DE ACUÑA
167
TESTAMENTO
N o sabemos si en las postrimerías de su vida redactaría otro
distinto del que nosotros disponemos, escrito en Santander, el 20
de febrero de 1907, cuando tenía 56 años, que dice así:
«E n la ciudad de Santander a veinte de Febrero de mil
novecientos siete, yo, Rosario de Acuña y Villanueva, viuda
de D. Rafael de la Iglesia y ¿Cruset-¿Anset-¿Awset; de edad
de cincuenta y seis años; usando de las facultades que otorga
el artículo seiscientos setenta y ocho del Código Civil, en re­
lación con el seiscientos ochenta y ocho del mismo, hallán­
dome en pleno uso de mi voluntad e inteligencia, hago este
testamento ológrafo que anula cuantos hubiera hecho ante­
riormente y dejo dispuesto o expresado lo siguiente.
Habiéndome separado de la Religión Católica por una
larga serie de razonamientos derivados de múltiples estudios
y observaciones conscientes y meditados, quiero que conste
así después de mi muerte, en la única forma posible de ha­
cerlo constar, que es no consintiendo que mi cadáver sea
entregado a la jurisdicción eclesiástica testificando de este
modo, hasta después de muerta, lo que afirme en vida con
palabras y obras, que es mi desprecio completo y profundo
del dogma infantil y sanguinario, visible e irracional, cruel
y ridículo, que sirve de mayor rémora para la racionalización
de la especie humana:
Conste pues, que viví y muero separada radicalmente de
la iglesia católica (y de todas las demás sectas religiosas) y
si en mis últimos instantes de vida manifestase otra cosa,
conste que protesto en sana salud y en sana razón de seme­
jante manifestación, y sea tenida como producto de la en­
fermedad o como producto de manejos clericales más o me­
nos hipócritas, impuestos en mi estado de agonía; y por lo
tanto ordeno y dispongo que diga lo que diga en el trance
de la muerte (o digan que yo dije) se cumpla mi voluntad
aquí expresada, que es el resultado de una conciencia serena
derivada de un cerebro saludable y de un organismo en equi­
librio.
Cuando mi cuerpo dé señales inequívocas de descomposi­
ción (antes de ningún modo, pues, es aterrador ser enterrado
vivo) se me enterrará sin mortaja alguna, envuelta en la sá­
bana en que estuviese, si no muriera en cama, écheseme como
esté en una sábana, el caso es que no se ande zarandeando
a mi cuerpo ni lavándolo y acicalándolo, lo cual es todo baladí; en la caja más humilde y barata que haya, y el coche
más pobre (en el que no haya ningún signo religioso ni ador­
nos o gualdrapas, de ninguna clase, todo esto cosa impropia
de la sencilla austeridad de la muerte) se me enterrará en el
cementerio civil, y si no lo hubiere donde muera, en un cam-
LUCIANO CASTAÑON
po baldío, o a la orilla del mar, o en el mar, pero lo más
lejos posible de las moradas humanas. Prohibo terminante­
mente todo entierro social, toda invitación, todo anuncio,
aviso o noticia ni pública ni privada, ni impresa, ni de pala­
bra, que ponga en conocimiento de la sociedad mi falleci­
miento: que vaya una persona de confianza a entregar mi
cuerpo a los sepultureros, y testificar donde qué enterrada.
Si no se me enterrase en Santander, que no se ponga en mi
sepultura más que un ladrillo con un número o inicial; nada
más; pero la sepultura sea comprada a perpetuidad. Si mue­
ro en Santander entiérreseme en el panteón donde yacen los
restos de mi madre, y donde hay nicho para mí ya compra­
do, y cuando yo muera póngase sobre el sepulcro de mi madre
una losa de mármol con el adjunto soneto, esté o no esté mi
cuerpo enterrado junto al de mi madre.
Declaro por mi único heredero a Don Carlos Lamo y Gi­
ménez, abogado, mayor de edad, a quien lego todos mis
bienes muebles o inmuebles, en una palabra, todo cuanto
posea en la fecha de mi fallecimiento, salvo las mandas que
a continuación expresaré, y es mi voluntad terminante que
nadie le dispute la herencia ni en total, ni en parte, pues
quiero y mando que todo sea para el dicho Don Carlos Lamo
y Giménez.
La propiedad de todas mis obras literarias, lo mismo las
publicadas que las inéditas, se las dejo también a D. Carlos
Lamo y Giménez, y le hago aquí una súplica, por si quiere
cumplirla, bien entendido que es solo por merced suya el
que me la otorgue, pues no tengo derecho ninguno para ello
con arreglo a la ley, mas se lo hago por si su bondad me la
satisface. Desearía que a la muerte de Don Carlos Lamo y
Giménez pasara la propiedad de todas mis obras literarias
a poder de los hijos de Don Luis París y Zejín, en recuerdo
de la fraternal amistad que me unió a su padre.
Todas mis ropas de mi uso particular, así blancas como
de color, se las dejo a mi prima Petra Solís y Acuña, condesa
de Benazuza, para que las use en memoria del cariño que
nos unió desde la más tierna infancia.
De mis alhajas que elija una para él y otra para su hija
D. Luis París y Zejín.
Todas mis ropas de cama y mesa, así como colchas, man­
tas y demás ropas, sean también para D. Carlos Lamo y
Giménez, y le encargo haga, a su voluntad, algunos regalos
entre las personas que me hubiesen asistido en mi última
enfermedad.
Todas las coronas y ramos de laurel que poseo, regala­
das en homenaje al mérito de mis escritos, ordeno que sean
depositadas sobre el sepulcro de mi padre Felipe de Acuña
y Solís que yace en el cementerio de San Justo, y sean allí
dejadas hasta que el tiempo las consuma, como última ofren­
da del inmenso cariño que nos unió en vida.
APORTACION A LA BIOGRAFIA DE ROSARIO DE ACUÑA
169
Encargo a mi heredero universal, Don Carlos Lamo y
Giménez, con el mayor empeño, y se lo suplico encarecida­
mente, cuide de los animalillos que haya en mi casa cuando
yo muera, especialmente mis perros, y sobre todo mi pobre
Toñita; que no los maltrate, y les proporcione una vejez
tranquila y cuidada, y que tenga piedad y amor hacia las
pobrecillas avecillas que dejé, y si no quiere o puede soste­
nerlas hasta que vayan muriendo de viejas, que las mande
matar todas, pero de ninguna manera las venda vivas para
que sufra los malos tratos que las da el brutal pueblo espa­
ñol: sean todas muertas antes que vendidas vivas.
Recomiendo también a mi heredero que aquello que hu­
biera habido que gastar en entierro religioso o social, que
lo reparta entre desvalidos, primero ancianos, luego niños y
con especialidad ciegos.
Creyendo en el Dios del Universo; con la esperanza de
poseer un espíritu inmortal el cual no se hará dueño de la
conicencia de la voluntad Ínterin vaya unido intrínsecamen­
te a la naturaleza terrestre; segura de que en la inmensidad
de la creación nada se pierde ni se anonada; presintiendo,
con los fueros de la razón, una justicia inviolable cuyos prin­
cipios y fines no pueden ser abarcados por la flaca naturale­
za humana, confiando en la existencia de la verdad, la belleza
y la bondad absolutas, Trinidad omnímoda de la Justicia
Eterna, me recomiendo a la memoria de las almas que amen
la razón y ejerzan la piedad perdonando a todos aquellos
que me hicieron sufrir grandes amarguras en la vida, rogan­
do me perdonen todos a quienes yo hice sufrirlas.
Dejo por ejecutores testamentarios de mi voluntad a Don
Carlos Lamo y Giménez y a Don Luis París y Zejín, y encar­
go a Don Luis París y Zejín que ayude a ordenar, coleccionar,
corregir y publicar (poniéndole prólogo a la colección) a
D. Carlos Lamo y Giménez todas mis obras literarias publi­
cadas o inéditas, en prosa o en verso, recomendándole que
para la colección y publicación se atenga al orden de las
fechas, con la cual podrá seguirse la evolución de mis pen­
samientos.
Este es mi testamento, que deseo y mando sea fielmente
cumplido en todas sus partes, y que escrito de mi puño y
letra y por triplicado, en papel rayado de la clase oncena
número = 9375,022 y 9375,023 y 7i 29,419 = y que firm o y
rubrico en el sitio y fecha que en la cabeza se dice.»
En plan sintético recordemos algunas aseveraciones de su tes­
tamento. Aparte de lo que suponen meras concesiones de sus esca­
sos bienes para una prima, para Luis París y Zejín, así como para
ancianos, niños y ciegos, y de nombrar heredero universal a su
sobrino Carlos Lamo y Giménez, hay otros datos de interés, como
pueden ser los siguientes:
170
LUCIANO CASTAÑON
— Tiene una atención preferente hacia los animales que posee, en
la suposición de que pudieran quedar desvalidos cuando ella
fallezca.
— Afirma rotundamente que se ha apartado de la Religión Cató­
lica — así como de otras sectas— , y que tomó tal decisión tras
razonamientos derivados de estudios y observaciones, o sea,
anteponiendo, para su deserción, la razón a la credibilidad in­
fundada.
— Por ello no quiere, que una vez fallecida, se celebre un entierro
con los habituales ritos católicos. Insistiendo en que si al final
de su vida cambiara de opinión, no se le haga caso entonces, ya
que cuando escribe el testamento está en su sano juicio, y lo que
escribe en ese momento es lo que debe prevalecer.
— Renuncia a la mortaja. Quiere una caja pobre, ningún adorno
en el coche, y que se la entierre en el cementerio civil, y si no
lo hubiere, entonces en el campo, o cerca del mar, o en el mis­
mo mar.
— Renuncia asimismo a todo lo que pueda suponer publicidad de
su muerte.
— Afirma que cree en el Dios del Universo; confía en poseer un
espíritu inmortal; presiente una justicia que los humanos no
pueden abarcar; cree en la existencia de la belleza, la verdad y
la bondad.
— No olvida sus trabajos literarios, y ruega que sean editados
por orden cronológico, notándose de esa manera su evolución.
Dos aspectos sustanciales parecen destacar en el testamento.
Por una parte su renuncia a lo que pueda suponer halago para su
persona; y por otra, sus aspiraciones hacia lo abstracto, como pue­
den ser el Dios del Universo y las entidades contingentes, posibles
pero no inexorables — por razones humanas— como son la belleza,
la verdad, la justicia, la bondad... Se integraban en Rosario de
Acuña un deseo de rechazo respecto a lo íntimamente personal en
cuanto supusiera ostentación, y un apoyo en la razón para fundir
cierto afán panteísta y cósmico con conceptos tales como — repeti­
mos: justicia, bondad, verdad, belleza...— latentes en las personas.
APORTACION A LA BIOGRAFIA DE ROSARIO DE ACUÑA
171
LA CALLE
Ya en 1923 la Asociación de señoras de Madrid, titulada «La
Fraternidad Cívica», rogaba al Ayuntamiento que se le designara
una calle, en Gijón, a Rosario de Acuña. También lo interesa su
sobrino, Carlos Lamo, que había vivido los últimos años con la
escritora. Se aprueba que lleve su nombre el llamado camino del
Piles a la Providencia. El Centro Católico — obsesionado con el masonismo del Ateneo y la escritora— se congratula de que el Gober­
nador suprima este acuerdo. En 1931 se decide reintegrarle el
nombre, y en 1939 — en plena postguerra— se acuerda prescindir
del nombre de Rosario de Acuña y volver al de «Camino de la Pro­
videncia».
ANTE LA HERMENEUTICA DE DOS CUEVAS CON ARTE
RUPESTRE DEL AMBITO CANTABRO-AQUITANO
LAS H ERRERIAS (LLANES, ASTURIAS) Y LE CANTAL
(CABRERETS, LOT)
POR
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
INTRODUCCION
En el oriente de Asturias, concejo de Llanes y entre los lugares
de La Pereda y El Ribazo, se abre una cueva que ha pasado a los
inventarios espeleológicos españoles con el nombre de cueva de
Bolao o de Las Herrerías. Su entrada principal se encuentra prác­
ticamente en la misma base del denominado Pico Castiello, frente
al camino vecinal y a la vera de un mojón que señala el Km. 99 de
la carretera nacional Santander-Gijón (N-634).
Por su misma configuración la cavidad se presta a diversas
confusiones toponímicas, hasta el punto de que en ocasiones se la
ha confundido con la llamada cueva de Bolao o Bolado, nombre
con el que pasaría a principios de siglo a la historiografía arquelógica, tras el lapsus de unos religiosos agustinos, que, tras visitarla en
una excursión dieron noticia de la misma al prehistoriador francés
H. Breuil, quien a su vez la visitaría con M. Boule y H. Obermaier,
dejando constancia de ello en la nota que publicó en U Anthropologie, a la que acompañaba un croquis a mano alzada del presunto'
«a rte» rupestre que discernió en ella:
174
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
«La cueva de Bolao est située à peu de distance (2 Km .) de Lia­
nes (Oviedo) vers le S.E., à côté du village de ce nom. C'est
tout au fond que se trouvent les figures tectiformes peintes
en rouge; partant de la paroi gauche, elles traversent le ciel
de la galerie et rejoignent la paroi droite. Un ruisseau, qui
traverse le fond du couloir, a sapé le sol argileux depuis de
l'époque paléolithique supérieur où ont été faits les dessins;
aussi sont-ils pour la plus part inaccessibles, et le dessin que
nous en publions a dû être fait à vue, sans pouvoir decalquer
les figures» (1).
Dicho croquis proporcionaría una idea aproximada de la situa­
ción de las distintas representaciones pictóricas. No obstante, éstas
siguieron siendo prácticamente desconocidas para los especialistas
hispanos dada la dificultad de su localización para el no avisado,
aún cuando podían verlas ya reproducidas a escala 1:5 (51 x68) en
un diseño del mismo Breuil aportado a Madrid junto con otros
documentos, del Institut de Paléontologie Humaine de París, en la
Exposición de Arte Prehistórico Español, que patrocinada por la
Sociedad Española de Amigos del Arte, se celebró en 1921 en la
capital de España (2). Resumiendo; el conjunto de Las Herrerías
muy deficientemente conocido, no empezaría a ser estudiado hasta
muchos años después, quizá en 1964, aún cuando era conocido por
estudiosos locales y a raíz de la revisión que haría del mismo
el Prof. F. Jordá (3) con vistas a un estudio pormenorizado que
habrá de esperar al año 1972, para dar base a una publicación mo­
nográfica (4), en la que persiste en las tesis breuilianas, conside­
rando al complejo sígnico como fruto de los ideales que hicieron
(1 )
M. B
o ule,
1974, pág. 235:
(2)
H. B r e u i l y H. O
b e r m a ie r
: Cf. “L ’A nth ropologie” , t. X X V ,
Travaux de Vannée 1913. Instituí de Paleontologie Humaine.
En el catálogo del mismo figura “ C averna de B o lad o ” , con el núm. 28,
con la presentación del calco de los “tectiformes” que contenía dicha caverna,
a escala 1:5 y hecho por H. Breuil. Cf. Catálogo-Guía de la Exposición de A rte
Prehistórico Español. M adrid, m ayo-junio 1921. Soc. Española de A m igo s del
A rte, pág. 35
(3) T a l revisión coincide m uy posiblemente con la que lleva a cabo en
un predio no m uy lejano al lugar, donde un aparcero del Conde de la V e g a
del Sella, Cesáreo C ardín y en una cueva conocida de antiguo junto al mismo
y del mismo nom bre (Lled ías), pretendió haber descubierto un arte rupestre
animalista, cuya autenticidad será puesta en entredicho, a la vez que un su­
puesto yacimiento.
(4) F. J o r d á C e r d á & M . M
allo
V
ie s c a
: Las pinturas de la cueva de Las
H errerías (Llanes, Asturias), Seminario de Prehistoria y A rqueología, U n iv e r­
sidad de Salam anca, 1972.
175
ANTE LA HERMENEUTICA DE DOS CUEVAS CON ARTE RUPESTRE
florecer el llamado arte paleolítico, en el ámbito astur-cantábrico
de la denominada área hispano-aquitana del grafismo cuaternario.
(Cf. Lámina I del anexo).
La revisión que hace algunos años pudimos llevar a cabo de
una serie de yacimientos arqueológicos asturianos, referidos a
horizontes prehistóricos dentro de concretos niveles paleoecológicos y antrópicos, nos ha hecho reconsiderar el contenido gráfico
de la cueva de Bolao o Herrerías, al estudiar su ubicación territo­
rial en la cornisa astur-cantábrica (Oriente de Asturias), (Cf. Lámina
II, 2), haciéndonos disentir de aquellos planteamientos que incluyen,
sin más, a la citada cueva en un determinado horizonte semiético, al
definir su contenido como «un conjunto pictórico paleolítico excep­
cional» (5). Incluso, tras varias tentativas de relacionar sus significa­
tivos «tectiform es», «parrillas», «ideom orfos», o como queramos
denominar a los grafismos que se contienen en ella (6), con otros
(5 )
C f. J o r d á &
(6 )
La
M
allo
, lo e . cit. p á g . 39.
tectiform e h a
voz
H . B r e u i l y e p íg o n o s, p a r a
tad os,
ya
graba d o s,
de
pasado
a
s e r c lá s ic a
desde
su
u t i li z a c ió n
por
d e s i g n a r d e t e r m i n a d o s s í m b o lo s a b s t r a c t o s , y a p i n ­
fa c tu ra
hum ana,
que
ap a re ce n
en
el
lla m a d o
arte
p a le o lít i c o , s e g ú n l a s p r e c is io n e s l l e v a d a s a c a b o e n l a o b r a c lá s i c a L . C a p i t á n ,
H.
B
y
r e u il
E.
c u y o c a p í t u lo
En
1911, H
P
eyrony
16 s e
A
lcalde
La
,
t it u la
R
del
Caverne
de Fon t-d e-G aum e aux Eyzies
p r e c is a m e n t e “ L e s
ío
, H.
B
y
r e u il
t e c t ifo r m e s
L.
S ie r r a
de
1910,
F o n t-d e -G a u m e ” .
L es cavernes de la
en
R egión Cantabrique ( Espagne ), v u e l v e n s o b r e e l t e m a , e s t a v e z r e f e r i d o a d i­
v e rsa s
cuevas
h is p a n a s
con
p a r t i c u l a r m e n c ió n
y
p o r m e n o r iz a d a
d e s c r ip c ió n
d e lo s “ s i g n o s ” d e S a n t i á n , lo s t e c t ifo r m e s p r o p i a m e n t e d ic h o s y d i v e r s o s s ig ­
n os d e la
c u e v a d e E l C a s t illo
a ce p tad o
e n la
p a r ie t a le s
que
m ad eram en
(P u e n t e V i e s g o ) y d e A l t a m i r a . E l n o m b r e s e r á
lit e r a t u r a e s p e c ia liz a d a
p arecen
que
p ara
re p resen ta r u n a
c o n s t it u y e
la
d e s ig n a r
e s p e c ie
te c h u m b re
(e n
de
a
a q u e lla s
arm az ó n
o
fig u r a c io n e s
a rm ad u ra
tectum ) d e
l a t ín
en
d e te rm in a d a s
c o n s t r u c c io n e s d e p u e b l o s p r im it iv o s , s ie n d o r e c o g i d o in c lu s o p o r e t n ó lo g o s r e ­
n o m b r a d o s c o m o e l a le m á n J. L
ip s
, e n “ F a l l e n s y s t e m e d e r N a t u r v o o l k e r ” , Etno­
lógica, t o m o I I I , L e i p z i g , 1927, p á g s . 123 y ss. y p á g s . 238 y ss., a l r e f e r i r s e a l a
c o n s t r u c c ió n
de
p a r a v ie n to s
e n su a p o rta c ió n , e s
rre ría s
t ie n e n
d e h ie r ro
que
a
asado
o
veces
(d e
con
s u g e r id a
de
u t i li z a
aquí
la
p o r la
voz
b a rra s
p ara
r e n c ia ,
d e la
fra n c e s a
m e n te
en “ A rte
de
de
p arte
de
d iv e rs o s
lo s g r a f i s m o s d e L a s H e ­
que
m a n tie n e
e l m is m o ,
el
por una
d iv e rs a s
una
de
d ad o en
in t r u s ió n
a d o p tar
v ia n d a s
asado
J o rd á
63 y
Hispánico I, 1 La Antigüedad, E d i t o r i a l A l h a m b r a ,
c o n c r e t a s p a u t a s d e i n t e r p r e t a c ió n .
en
en
a lg u n a s
su
su p a rte , la
un
d e re fe ­
s e n t id o
p u b lic a c io n e s
a d e s a r ro lla r y a
ss.
aun­
p ara
e je c u t a d o
p u b lic a c ió n
l in g ü í s t ic a
qu e em p e za rá
d e P ie d r a ” , págs.
la
r e jilla
c o m b u s t ib l e ,
o e n r e ja d o ) y o tra s d e r iv a d a s . P o r
h ab rá
Edad
que
grillade p a r a d e s i g n a r u n
a r t e p r e h is t ó r ic o , y
la
por
c u l i n a r i o s c o n s t it u id o s
so b re
in d u d a b l e m e n t e
c o n c e p t u a l, q u e
s o b r e t e m á t ic a
s e m e ja n z a
v o z ideom orjo e n e l s e n t id o
c o n s t it u y e
p a r t ic u la r
e le m e n t a l e s
d e h ie r r o
poner
s o b r e u n a grille, r e j a , p a r r i l l a
u t i li z a c ió n
r e fu g io s
c o n c r e t o s u t e n s ilio s
arm azó n
se
y
v o z parrilla u t i li z a d a r e p e t i d a m e n t e p o r J o r d á y M a l l o
p u e b lo s p r i m i t i v o s . L a
a m p lia ­
(C f . Historia del A rte
M a d rid
1978) s e ñ a l a n d o
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
176
que pudieron antojarse semejantes, similares o emparentados y
que suelen presentarse en el llamado arte paleolítico parietal ( = ru­
pestre) franco-cantábrico (7). Y ello, sin incluir a aquellos que hace
ahora unos cinco años, coetáneamente a M. Lorblanchet, pudi­
mos examinar en la pequeña cavidad de Le Cantal (Cabrerets, Lot,
Francia), que se abre en el farallón de la orilla izquierda del río
Cele, a unos 300 m. de la misma localidad de Cabrerets, justo en la
curva del río y frente a la carretera comarcal D-41, que lleva a
Figeac. (Cf. Lámina VI, 12, del anexo gráfico).
Minuciosas observaciones personales, así como la ausencia total
de todo tipo de yacimiento o estratigrafía conocidos, de carácter
paleolítico en el lugar, así como el mismo topónimo de éste (8),
nos ha hecho sospechar desde que empezamos la revisión del lugar,
en torno a su caracterización, que más que paleolíticas pudieran
ser post-paleolíticas, haciéndola así trascender, incluso a la Edad
de los Metales, las pictografías que contiene la cavidad. Se sientan
así, las bases de una nueva elaboración, que procuraremos integrar
a la que pudiera sugerir la revisión de Le Cantal, en Cabrerets.
1.
DESCRIPCION DE LA CUEVA DE LAS HERRERIAS
No obstante, antes de seguir se impone dar una idea, siquiera
somera, de Las Herrerías que, más que una cavidad singular, puede
considerarse como un complejo kárstico fruto de las erosiones y
presiones hidrostáticas que conoció el lugar durante milenios. Hoy,
muchas de las galerías, cavidades y conductos que integran el com­
plejo presentan indicios de fosilización. Otras, en cambio, continúan
en actividad. (Cf. Lámina IV del anexo gráfico).
El principal acceso al conjunto se encuentra en un amplísimo
zaguán natural de unos 13 x 10 m. que se abre al NW, y por el que
se penetra inmediatamente a una zona laberíntica, en la que se
(7)
Prescindiendo aquí
de
los
trabajos
pioneros del
francés A .
L ero i-
G ourhan y p ara un conocimiento de tales grafism os Cf. P ilar C asado L ópez ,
Los signos en el arte paleolítico de la Península Ibérica, Z aragoza 1977.
(8)
El mismo supone que en el lu gar en cuestión y en tiempo indeterm i­
nado pudo estar instalada ya una Serrería ya un mazo, mazuco o martinete,
aunque conviene establecer una distinción, ya que la denominación de terre­
rías suele darse exclusivam ente a los lugares donde se funde el m ineral fe­
rroso, m ientras que los mazos son los artefactos destinados a elabo rar el hierro
en bruto producido por aquéllas. Tanto la voz Serrería como la voz mazo o
mazuco y derivados han dado lu gar a numerosos topónimos asturianos.
ANTE LA HERMENEUTICA DE DOS CUEVAS CON ARTE RUPESTRE
177
aprecian en un espacio de unos 25 m. grandes bloques desprendi­
dos, a la vez que formaciones estalagmíticas. Al N., y en un plano
ligeramente superior, vemos abrirse una especie de boca por la que
en dirección descendente N.-S. se accede a la sala principal que se
describe más adelante.
En dirección NE.-SW. y desde el «carrefour» kárstico en el que
hemos penetrado, tras atravesar una sala de planta triangular en
cuyo centro se aprecian asimismo varios bloques desprendidos en
lapidificación cabe observar cómo la techumbre o bóveda de la ga­
lería va perdiendo altura hasta encontrarnos en un paso más bien
angosto, que acaba en la ya citada sala principal, la más espaciosa
de todo el complejo, de una superficie de unos 18 x 20 m. y que
presenta un techo prácticamente plano con una altura media de
unos 2 m., techo que todavía hoy sigue sometido a un proceso de
estalagmitización.
Siguiendo la misma dirección NE.-SW., se llega a una galería
de unos 14 x 3m., con una techumbre que presenta el mismo nivel
que el de la sala y un suelo que lo mismo que en aquélla, se nos
ofrece horizontal y arenoso. Esta galería desemboca en otra que
es la que se ha venido a denominar Galería de las Pinturas, ya que
en el techo de la misma se encuentra figurado el principal conjunto
de grafismo. Paulatinamente la planta de esta Galería de las Pin­
turas va adoptando forma de embudo, con su angostura. Y ya al
final, se nos presenta curvada hacia el S. No obstante, suelo y bó­
veda siguen presentándose planos, hasta la zona indicada en el
gráfico que presentamos e indicamos con la letra B, descendiendo
de pronto ambos hasta converger por un buzamiento del techo y
un hundimiento del suelo, originado este último por los arrastres
de la corriente hipogea que corre por detrás de la gatera en la que,
como se ha notado, casi se tocan suelo y techo. Después de esta
gatera se apreciaron, en el momento de nuestra exploración, dos
divertículos anegados de lodo, que hicieron harto difícil el tránsito
por la zona.
Retornando pues a la sala principal observamos que en su pared
orientada al S. se abre otra galería que nos lleva a una sucesión de
pequeñas salas y conductos de dificultosa exploración, algunos de
los cuales se presentan aún activos, por lo que nuestro interés
hacia esta parte se muestra un tanto secundario.
Cabe no obstante, registrar dos zonas con grafismos o arte ru­
pestre, independientemente de la datación que puedan darle los
especialistas. La primera (A), se nos presenta situada en el interior
de un breve y estrecho divertículo al que se accede por una entra­
178
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
da lateral. Su extremidad N. se presenta cegado por un hundimiento
lapidificado y el opuesto, el ápice S. quizá más amplio, hoy cegado
por una colada. La situación exacta de las pinturas la da el lateral
izquierdo del extremo N. del mismo divertículo y no nos presenta
más que unas manchas rojas, cuyo sentido se nos escapa.
La segunda zona, que hemos indicado en nuestro plano (Cf. Lá­
mina IV ) como B, se presenta justo donde se inicia el buzamiento
de la techumbre de la Galería de las Pinturas, (Cf. Lámina II, 3), en
la misma techumbre o bóveda y en toda una franja que ocupa apro­
ximadamente 1 m. de anchura, de un lado a otro. Bajo las pinturas
pueden apreciarse unos testigos del primitivo suelo estalagmítico,
bajo el que entre arenas y cantos rodados puede recogerse algún
resto óseo que otro, cuyo origen no se ha estudiado. Por otra parte,
en el centro de la galería quizá pudiera observarse un tanto la es­
tratigrafía del mismo suelo. No obstante, al no haberse hecho una
prospección metódica carecemos de datos indicativos de posible
interés arqueológico.
Ya en la pared izquierda y a 1,10 m. aproximadamente sobre el
nivel descrito se presenta otro testigo de un más antiguo nivel del
suelo, semioculto por una concreción, apreciándose su convergencia
con el techo en el centro de la curva, que éste forma en su buza­
miento. (Cf. Lámina II, 3).
Por otra parte, en la zona izquierda del zaguán o portalón apa­
recen restos de un nivel muy pobre, con algunos restos orgánicos,
incluso «patelas» — que en manera alguna consideramos pleistocénicas— , así como restos de hueso. Son posiblemente «restos de
cocina», que, a todas luces, se nos antojan postpaleolíticos.
Hecho significativo es, por otra parte, que en toda la zona del
gran zaguán a la que llega la luz natural, se apreciaban hasta hace
pocos años catas de diversas prospecciones hechas in situ a lo
largo de los siglos por buscadores de los tesoros y «ayalgas», que
las tradiciones populares situaban en el lugar. Hoy en 1986 no
existe nada de éste, ya que hace seis años, cierto emprendedor
industrial del vecino Llanes, allanó todo el zaguán, con la idea de
hacer de la cueva un «pub» o lugar de esparcimiento más o menos
exótico, iniciativa que paró la Administración, ante el informe ne­
gativo de la Dirección General de Bellas Artes. Diremos asimismo,
por otra parte, que desde tiempo inmemorial, las zonas contiguas
al acceso principal a Las Herrerías, presentan indicios de haber
contemplado una explotación industrial del lugar, entre la que por
deducción lógica no desechamos una ferrería — a la que quizá se
deba el topónimo de la cavidad— , ni tampoco una cantera, al haber
quedado huellas de barrenos horadados para introducir los llamados
ANTE LA HERMENEUTICA DE DOS CUEVAS CON ARTE RUPESTRE
179
tacos de dilatación. A esta última explotación, aparte de otras cau­
sas, quizá pudiera achacarse en gran medida el derrumbamiento
de la gran cornisa natural que de acuerdo con nuestras observa­
ciones presentaba en su umbral la cueva en tiempos pleistocénicos,
al igual que tantas otras del oriente de Asturias.
Las pinturas
En la que se ha denominado Galería de las Pinturas, y única­
mente en ella, se han apreciado la presencia de una seriación de
grafismos, cuya enumeración y descripción ofreceremos acto se­
guido, siendo un orden en cierto modo consecuente al dado en su
descripción por los tratadistas que nos precedieron en el estudio de
la cavidad, concretamente a F. Jordá y M. Mallo (9) por un lado y
a P. Casado (10) por otro. Buscando no obstante y en lo posible
la mayor objetividad a nuestras observaciones, evitaremos toda
descripción de los grafismos, que pueda dar lugar a «prenociones»,
a la hora de su posible comparación con otros, que hoy, sea cual
fuere su significación suelen estudiarse dentro del llamado «arte
paleolítico».
Seguiremos asimismo, y en la descripción que ofrecemos, un
orden de izquierda a derecha, numerando a cada signo o conjunto
semiótico significativo sin presuponer asociación o conexión entre
ellos (Cf. Lámina V del anexo gráfico):
1. Tres líneas ligeramente arqueadas, que junto a su parte
cóncava, presentan restos de pintura quizá perteneciente a otra
línea hoy semiborrada.
2. Vestigios borrosos de cuatro o cinco líneas paralelas, de
acuerdo con una temática a repetirse en toda la semiótica gráfica
de la galería.
3. Figuración de composición compleja, constituida por líneas
y puntos. En su mitad superior se aprecian doce líneas paralelas
(9)
F. J ordá y M . M allo , loe. cit., nota infra, 4. Quizás sea de justicia
traer aquí el nom bre del avilesino M . Pérez Pérez, quien colaboró en dicha
publicación con el levantam iento topográfico de la cueva y asim ism o el calco
de los grabados.
(10)
P. C asado L ó p e z , loe. cit., pág. 114. P ila r Casado insiste en la ori­
ginalidad d e las “p a rrilla s ” de la cueva de L a s H errerías y lo difícil que es
establecer p aran gón entre estos signos y otros, que aparecen en diversas cue­
vas españolas.
180
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
que van arqueándose suavemente, a medida que se aproximan a la
base, presentándose ésta convexa. Se continúa por un lado y otro
por dos series de puntos o punteados, cuatro en la parte izquierda y
seis en la derecha, quedando exenta la parte inferior.
4. Una serie de diez puntos que, en conjunto, constituyen algo
así como una especie de percha figurada.
5. Figuración paralelípeda, constituida por trece líneas para­
lelas, dispuestas repitiendo los lados menores del rectángulo que
constituye su conjunto.
6. A la izquierda de la figura anterior, dos grupos de líneas,
curvas y convergentes, situados simétricamente y que aparecen
unidos por un trazo transversal que viene a constituir el eje de la
figura. En el grupo de la izquierda, muy deteriorado por la descal­
cificación, sólo cabe apreciar el nacimiento de tres líneas, aunque
en origen quizá pudieran ser siete. En su conjunto toda la figura­
ción recuerda a un haz o, si se permite la comparación, a un visillo
sujeto por su parte media.
7. Conjunto de cinco líneas arqueadas y convergentes al pare­
cer orientadas hacia la derecha.
8. Signo de configuración poligonal (cuadrangular) relleno por
una serie de catorce líneas paralelas, cada uno de los cuales en su
presunta parte terminal presenta un punto, aún cuando de las
catorce, sólo se aprecien diez de ellas.
9. En la parte inferior de la 8, otra figura en cierto modo se­
mejante, constituida por ocho líneas que configura en su conjunto,
una forma que se antoja rectangular. Las líneas aparecen paralelas
a los lados mayores de la figura que, en su parte inferior, se pre­
senta terminada en puntuaciones dispuestas en arco, de las que
parecen destacarse tres.
10. Un poco más abajo de las dos figuras anteriormente des­
critas, y, asimismo en la bóveda, se observa un signo rectangular,
constituido por nueve líneas paralelas y arqueadas dispuestas según
el lado mayor. Todos los trazos parecen presentar mayor intensi­
dad en virtud de una particular convención.
11. Restos de pintura, cercanos a la figura anteriormente des­
crita y que se antojan vestigios de cinco o seis líneas paralelas. A
la izquierda, se aprecian también vestigios de dos o más líneas.
12. A la derecha de la anterior, y cercana a la siguiente (13),
se encuentra una especie de haz trapezoidal constituido por ocho
pequeñas líneas paralelas.
13. Signo constituido por dos restángulos de líneas paralelas
que se unen en un trazo transversal ligeramente curvado, asumiendo
ANTE LA HERMENEUTICA DE DOS CUEVAS CON ARTE RUPESTRE
181
una configuración rectanguliforme y conteniendo respectivamente
cinco y siete líneas.
14. Junto a la figura 9 y a la derecha, cuatro líneas paralelas
de pequeñas dimensiones.
15. Forma rectangular de seis líneas, dispuestas en el sentido
menor de la figura.
16. Junto a la anterior, y a la derecha, signo rectanguliforme
constituido por nueve líneas, seis de ellas cerrando un espacio y
las otras tres de longitud decreciente, a partir de la sexta línea del
conjunto. Sobre la figura considerada aparecen cuatro puntos pa­
ralelos a las terminales de las líneas, quizó en relación con la
figura.
17. 9igno rectangular constituido por ocho líneas paralelas,
siendo más acusada la parte inferior de las del extremo derecho.
18. A la derecha de la anterior, el grafismo más complejo de
toda la bóveda. Está constituido por una forma rectangular, quizá
cuadrangular, ejecutada a base de nueve líneas paralelas, dándose
entre la tercera y la cuarta algo así como cuatro «festones» inscri­
tos, con su arco hacia abajo. El cuarto «festón» aparece un tanto
borroso, quizá deteriorado por el paso del tiempo.
19. Figura constituida por dos formas rectangulares conexas
formando una especie de L. El rectángulo izquierdo consta de nueve
líneas y el de la derecha de cinco, apreciándose sobre la última de
la derecha algunos «festones».
20. Sobre las figuras anteriores, indicios de un haz constituido
por cuatro líneas curvas y paralelas, de las que pueden apreciarse
aún, restos de la derecha y el nacimiento de las tres restantes.
21. Restos muy poco visibles de lo que debió constituir otro
signo rectangular.
22. Restos muy difusos de otro conjunto constituido por cua­
tro líneas paralelas.
23. Próximas a la conjunción de la bóveda y la pared, cinco lí­
neas paralelas muy nítidas y otras dos, con la pintura difuminada.
Cerca de las mismas, vestigios de pintura sin formas definidas.
24. Signo rectanguliforme constituido por un conjunto un tan­
to diferente a los anteriormente inventariados, integrado por doce
líneas de las que tres, las del centro, destacan respecto a los otros
dos grupos laterales, de seis y tres líneas respectivamente. En las
proximidades de esta figura se aprecian tres puntos constituyendo
una especie de triángulo y un poco aparte, vestigios de pintura,
quizá restos de puntuaciones,
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
1 8 2 _
25. A unos 3,5 m. de la figuración inventariada con el número
13, y en dirección al fondo de la galería, aparece asimismo una
figuración bastante difuminada constituida por un grupo de cuatro
líneas convergentes y curvas que nos recuerdan al primer signo
inventariado (1).
Se ve pues, consideradas globalmente, que las figuras que apa­
recen trazadas en la zona B (Cf. Lámina V del anexo gráfico) de la
cueva podrían quizá considerarse como un conjunto que presenta
cierta unidad conceptual (11), constituido en su mayor parte por
seriaciones cuadrangulares, que constituyen signos o semas, apenas
utilizados en el llamado arte parietal de la Era Paleolítica, a la vez
que líneas y puntos varios. Todos los grafismos aparecen ejecutados
en pigmento rojo y no se ha encontrado connotación o contexto que
permita referir su elaboración a período alguno de la Era Paleo­
lítica.
Causa cierta extrañeza que, aún cuando algunos tratadistas
siguen unánimes en emparentarlos con otros signos y concre­
tamente tectiformes que se dan en cuevas y santuarios de clara
utilización durante el Paleolítico y concretamente en el horizonte
magdaleniense, en ningún caso, con excepción del de la Cueva de
Le Cantal en Cabrerets, Lot, Francia, se dan una serie de caracterís­
ticas topográficas o contórnales, que puedan justificar la presencia
de los grafismos, al presentarse en las cuevas aludidas en condicio­
nes bien diferentes y constituyendo parte de particulares contextos
(mitogramas).
Por otra parte, Jordá y Mallo intentaron comparar algunas de
las figuraciones con otras que datadas en horizontes paleolíticos
se han inventariado en el llamado arte mueble y sobre material
óseo (12). Sin embargo, para tal aproximación no se ha procedido
(11)
T a l idea nos la sugiere ya la finada A . L am ing en diversas publica­
ciones, alguna de ellas clásica. A sí “Signification de l’art rupestre paléolithi­
q u e”, P a rís 1962;
“P o u r une nouvelle approche des sociétés préhistoriques” ,
Annales 5, págs. 1.261-1.269 (1969); “Systeme de pensée et organization sociale
dans l ’art rupestre paléolithique” en L ’H om m e de Cro-M agnon, págs. 197-211,
P a rís
1970, y
“A rt rupestre et organization
sociale”. Santander Sim posium
(D ir. M . A lm a gro ), págs. 65-79, Santander 1972. L a s interpretaciones pueden ser,
no obstante, varias, teniendo en cuenta d elo que es capaz el que podríam os lla­
m ar “pensam iento arcaico” en las comunidades tribales, con manifestaciones
bien conocidas como las que nos ofrecen, pongam os por caso, los Dogon de
A frica, pero tam bién los aborígenes australianos. Cf. R. L a y t o n , The Anthro­
pology of A rt. P a u l Elek, G ran ad a Pu bl. Londres 1981.
(12)
P a ra el mismo podría aducirse num erosa bibliografía. N o s referire­
mos sobre todo a I. B arandiaran M aestu , A rte m ueble del Paleolítico cantá-
ANTE LA HERMENEUTICA DE DOS CUEVAS CON ARTE RUPESTRE
183
siguiendo unas pautas realmente objetivas, mas teniendo en cuenta
que en el arte mueble, paleomesolítico de referencia (13) la mayoría
de las veces, las figuraciones que pudieran emparentársele son me­
ramente líneas paralelas que incluso no llegan a constituir formas
geométricas y, desde luego, no aparecen surcadas o rellenas cons­
tituyendo figuras «parrillas» como quizá ha acertado Jordá a deno­
minar (aunque asimismo los llamará «ideom orfos») a concretos
grafismos del conjunto de Las Herrerías y cuya interpretación, hoy
por hoy, ante nuestro conocimiento muy lagunar del mundo ideo*
lógico del artífice que los ejecutó, o del ideario que pudo inspirarles,
se presenta muy aleatoria.
Cronológicamente tampoco puede llegarse a conclusión riguro­
sa alguna si no se toman en cuenta, no ya las hipótesis de Breuil,
sino también el alegre comparativismo tipológico de F. Jordá y
M. Mallo, que les hace integrar su ejecución, en un horizonte que
a su juicio cabe contemplar en el llamado Magdaleniense Medio
Cantábrico, e incluso, a un momento final del Paleolítico. Algo así
como un Magdaleno-Aziliense, al que podrían referirse asimismo
alguna de las más recientes ejecuciones de la cueva de Llonín des­
cubierta en 1973 y cuyo estudio e inventario icònico se inició en
fecha reciente por M. Berenguer. Junto a la misma, habría que
recordar alguna de las representaciones gráficas que aparecen eje­
cutadas sobre guijarro (14) y que tradicionalmente se han venido
atribuyendo al Aziliense (15).
Por todo lo expuesto, es realmente difícil establecer el momento
en que pudieron ser ejecutados los grafismos de Las Herrerías; las
causas que los motivaron e incluso, establecer — siquiera provisio­
nalmente— su posible datación. No obstante, teniendo en cuenta
determinadas circunstancias que trascendiendo de la Arqueología
considerada de una forma un tanto pedestre, e incluso de la His­
toria del Arte, hallan sus raíces en la Antropología religiosa y en
brico,
Z arag o z a
1973,
que
contiene
numerosísimos
ejem plos
hispanos
de
distinta funcionalidad y motivación.
(13)
I. B arandiaran M aestu , loe. cit. Cf. particularm ente págs. 285 y ss.
(14)
Cf. I. B arandiaran M a e s t u : “E l arte m obiliar cantábrico”, en La P r e ­
historia en la cornisa cantábrica, Santander 1975, págs. 123 y ss.
(15)
C f. E. C a r t a il h a c : “L a Grotte du M as d ’A z il” , L ’ Anthropologie, P a ­
rís 1891, pág.
143. En
la
región astur-cantábrica
se han
detectado niveles
azilienses en las cuevas de E l V alle, Rasines; Rascaño, M iro n e s; Salitre, A lto
M ie r a ;
M orín y Castillo, Puente Viesgo y E l Pendo, así como en L a R iera y
B alm ori, Lianes, llegando m uy posiblemente hasta el 7500 a. C. Asim ism o
C. C ouraud , L ’art azilien ( X X
supl. “ G allia Prehistoire” , París, C N R S , 1985).
184
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
la que podíamos llamar Etnosemiótica, quizá pudiera intentarse
una nueva proyección del asunto bajo nuevas perspectivas. Intento
éste, que ha motivado este trabajo, unido con una nueva proyección
y tentativa de reinterpretación de los grafismos que presenta la
cueva ya citada de Le Cantal, Cabrerets, Lot, Francia, que pasare­
mos inmediatamente a considerar.
2.
DESCRIPCION DE LE CANTAL (GROTTE DU C AN TA L), CABRERETS, LOT
El primer intento de describir esta cavidad, así como su conte­
nido gráfico, se debe al Abate A. Lemozi (16). Como se ha dicho, el
acceso de Le Cantal se encuentra sobre el mismo farallón de la
orilla derecha del río Celé, bajo un gran abrigo rocoso, hoy cubierto
de matorral y vegetación espontánea, acceso que da entrada a la
cueva, a la que se puede penetrar, sin excesiva dificultad, hasta
prácticamente 166 m. de recorrido, momento en que la galería se
convierte en un minúsculo agujero por el que sólo pueden penetrar
perros y alimañas, para salir, según una tradición local, en el llama­
do Igue de Conte, sobre el mismo terraplén, aunque a algunos
cientos de metros de la entrada de la cueva.
En realidad, nos encontramos con una galería subterránea muy
regular y monótona, constituida por una especie de túnel de unos
3,50 m. de ancho por 3 m. de altura media, aún cuando en la en­
trada, esta altura llega a los 4,5 m. y poco después se haga un tanto
angosta momentáneamente, hasta medir 1 m. (Cf. Lámina V I del
anexo gráfico).
No presenta estalagtitas. Realmente cabría interpretarlo como
un antiguo conducto natural en el que las aguas a presión han pro­
ducido a ambos lados del mismo una serie de peldaños horizontales.
Todo el pasadizo presenta una espesa capa de arcilla roja muy
fina, cuya coloración ha penetrado en las mismas paredes colorando
a éstas en algunos lugares de unas franjas en tonos más o menos
fuertes, que quizá indiquen sucesivos niveles de agua.
El suelo, seco durante la mayor parte del año, presenta muchas
veces huellas de animales salvajes, principalmente de zorros y mar­
tas. A la vez, las paredes se aprecian surcadas de finos arañazos,
en su mayor parte obra de la visita animal, por lo general roedores
y murciélagos.
(16)
Cf. A . L e m o z i : “L a Grotte du ’C antal’ vallée du Célé prés C abrerets”
(L o t), en Bull. Soc. Prehist. Franc., IV, 1937.
ANTE LA HERMENEUTICA DE DOS CUEVAS CON ARTE RUPESTRE
185
A unos 90 m. de la entrada un pequeño divertículo incide sobre
la galería. Aquí las aguas de la corriente que en ocasiones la ha
ocupado va a unirse con las del río Celé, se aprecian asimismo dos
grandes fisuras negruzcas, de unos 4 m. de largo, de perfil en V,
producidas por el depósito de óxido de manganeso y que darán na­
cimiento al nivel del divertículo. Su simetría podría hacer creer a
cualquier lego que han sido ejecutadas de mano del hombre. En
realidad se trata de un lusus naturae, de un capricho de la Natura­
leza, fruto de las corrientes de aire y de los remolinos del agua,
aspirada por el tragadero que aparece en la base de ambas líneas
negras.
Todas estas particularidades hidrogeológicas parecen dejar por
sentado que la cueva, muchas veces inundada, sólo pudo ser utili­
zada temporalmente y en ocasiones excepcionales, como habitación,
de forma parecida a lo que ocurrió con el vestíbulo y galerías prin­
cipales de la cueva astur de Las Herrerías. No obstante, de hecho,
a cada lado de la entrada pueden apreciarse la presencia de unos
taladros practicados toscamente, para sostén de un posible made­
ramen, a unos 2 m. por encima del suelo y que pudo servir para
mantener a salvaguarda a los presuntos ocupantes o sus pertenen­
cias. Todo esto, vistos los taladros casi a la salida de la galería,
hace pensar que en un tiempo, que muy bien podría remontarse al
Medioevo, en los procelosos lustros de la Guerra de los Cien Años,
pudo aquí ser montada una plataforma que permitía a las personas
refugiadas en la cavidad, escaparse de un posible sitio de los posi­
bles asaltantes alcanzando la parte superior del terraplén.
Observaciones como las presentes, dejan suponer que en el cur­
so de los siglos muchas cuevas del ámbito cántabro-aquitano han
podido ser utilizadas en numerosísimas ocasiones, idea ésta que
corroboran los numerosos graffitti contenidos en ella, al igual que
alguna de las fechas que puede leerse en la misma. Alguna de ellas
realmente significativa, así como ciertos rótulos han sido recorda­
dos por el mismo Abate A. Lemozi (17). Observamos incluso, que
algunos han sido dictados por diferentes motivaciones, desde el
más fino humor, a la más aberrante obscenidad.
Le Cantal, hoy por hoy, no ofrece vestigio alguno de yacimiento
arqueológico. Otra circunstancia ésta, que le hace un tanto pareja
a Las Herrerías, donde también cabe apreciar numerosos grafitos,
a datar en diferentes épocas históricas.
(1 7 )
A.
L
e m o z i,
lo e .
cit., p á g . 5 d e l s o b r e t ir o .
186
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
Le Cantal y su « arte» rupestre
A unos 90 m. de la entrada y a unos tres metros del suelo, en
la bóveda que se presenta horizantal, de unos 2,50 m. de anchura,
áe aprecian diversos signos rojos, acompañados de algunos raros
trazos negros, a nuestro juicio, de ejecución muy posterior. El con­
junto observado, (Cf. Lámina V III del anexo gráfico), cuyo estudio
iniciamos numerando previamente los signos o simulacros percep­
tibles, ocupa 1,60 m. x 2,20 m.:
1. Figuración esquemática, que se presenta al parecer, «miran­
do» hacia la derecha, de unos 0,65 m. de longitud y en la que Lemozi
quso ver, ya a un bóvido, ya a un sarrio (18), aún cuando nada en
ella, sin dar a la imaginación, permita en manera alguna asimilarla
a una figuración animalista.
2. Contorno de forma peculiar que el mismo abate Lemozi
asimiló al que ofrece la suela (? ) de una gran sandalia (19). La
figura resultante se ofrece un tanto aplanada, con 0,40 m. de lon­
gitud y 0,20 de anchura, siendo delimitada en el sector orientado
hacia la pared izquierda por una línea puntillada integrada por
una serie de 92 puntos de 0,01 m. de diámetro, trazados uno con­
tiguo a otro. La parte más ancha se presenta ejecutada mediante
diez líneas o bandas «digitales» juntas y paralelas que ocupan
prácticamente las dos terceras partes del grafismo y se presentan
rodeadas por unos 60 puntos rojos. El resto del puntillado (32
puntos) aparece un tanto aislado, aunque se destaque claramente.
3. A la izquierda de esta configuración que denominaremos
«petaloide» aparece figurado un conjunto gráfico en rojo, integra­
do por siete líneas al parecer trazadas mediante un dedo en sentido
horizontal y de unos 25 cm. de longitud. En uno de sus extremos
aparece constituido, y sólo de un lado, por puntuaciones iniciales
más o menos nítidas, que dan la impresión de que la línea resul­
tante se inició partiendo de un punto concreto, con la extremidad
del dedo impregnada en pigmento y apoyándole con cierta firmeza
sobre la superficie del techo.
4. Más arriba y a la izquierda se vislumbra un signo rojo del
tamaño de la palma de una mano, compuesto al parecer por ocho
líneas oblicuas más o menos paralelas y que nos recuerdan a una
de las más características formas cuadrangulares que aparecen en
(18)
A . L e m ozi , loe. cit., pág. 6.
(19)
L a figu ra en cuestión se nos antoja a nosotros m ás bien como un
“ capazo” de recolector provisto de asa, que la planta de una abarca o san­
dalia.
L A MI N A I
1. Distribución del arte rupestre cuaternario (santuarios paleolíticos) en elN. de España,
Aquitania, Pirineos y Mediodía francés. Las localidades señaladas en el Levante español
(vertiente mediterránea) son en su mayoría canchales al aire libre, con arte rupestre muy
posterior (Mesolitico y Edad de los Metales). Según A. Varagnac actualizado por J.M.G.-T.
LA MI N A II
2. Situación de la cueva de Las Herrerías en el Oriente de Asturias, España. De propó­
sito se han suprimido en el mapa viales, nomenclaturas, etc. para mayor claridad
3 y 4. Sección transversal y longitudinal de la galería de la cueva de Las Herrerías, en
cuyo techo se encuentran pintadas los “grillades”¡ideogramas. Dibujo de M. Pérez
L A MI N A III
5 - 6 - 7y 8. Fotografía parcial de algunas de las “grillades”/ideogramas, tal como se
encuentran en el techo de una de las galerías de Las Herrerías, constituyendo el conjun­
to que figura en la lámina V. Estas reproducciones fueron hechas en 1976, por el autor,
antes de que laspinturas conociesen diversos deterioros, antes de su cerramiento al público
LA MI N A IV
CUEVA DE LAS HERRERIAS, Croquis planta zona pinturas
9. Plano topográfico de la cueva de Las Herrerías Asturias, España, ejecutado por M. Pé­
rez en 1971 y aprovechado por F. Jorda y M. Mallo, en su publicación sobre dicha cueva
(Salamanca 1972)
L A MI N A V
CUEVA
DE LAS
HERRERI AS
c o m p o s ic ió n zona " b "
10. Situación general de los diversos ideogramas/“grillades”, pintados en rojo en Las He­
rrerías, según dibujo de M. Pérez. La numeración corresponde a nuestro texto
LAMINAVI
11. Testa desvaida en ocre rojo, de un
ibex figurado en la cueva del Cantal
(según M. Lorblanchet, 1984)
12. Plano de la cueva del Cantal en Cabrérets (Lot, Francia), según el levantamien­
to topográfico delfinado A. Lemozi, 1937:
1. panel de los signos rojos; 2. mano ras­
pada en rojo; 3. puntuación gruesa en
rojo; 4. cabeza de ibex en rojo; 5. puntua­
ción en rojo señalada por A. Lemozi
L A M I N A VII
13. Detalle de uno de los ideogramas fi­
gurados en la Cueva del Cantal, Lot,
Francia. Cortesía de G. Sauvet
14. Ideograma de forma particular en ro­
jo, figurado asimismo en la misma cueva.
Cortesía de G. Sauvet
LA MI N A Vi l i
15. ..Reproducción del llamado “conjunto de los signos rojos”, de la Cueva del Cantal,
Lot, Francia. Según calco deM. Lorblanchet, 1984
ANTE LA HERMENEUTICA DE DOS CUEVAS CON ARTE RUPESTRE
187
la cueva as tur-cantábrica de Las Herrerías. (Cf. Lámina V del anexo
gráfico). Esta forma se presenta limitada en uno de sus extremos
por 11 puntos bien destacados, siguiendo una línea que se antoja
semicircular y distando aproximadamente 0,01 mm. cada punto del
otro.
5. Una figura que asimismo guarda extraordinaria semejanza
con otra de las ya inventariadas en la cueva de Las Herrerías. Se
presenta compusta por once líneas hasta cierto punto paralelas,
de unos 0,20 cm. de longitud y que adolecen en su parte central de
una ligera curvatura, lo que da al conjunto una conformación un
tanto esferoide, aunque aplanada, en ambas zonas polares. Una de
las líneas, concretamente la tercera, contando desde la izquierda,
se ofrece ligeramente puntuada por la extremidad. La figura en su
base y hacia la derecha se nos presenta un tanto deteriorada, posi­
blemente por acción moderna.
6. En la misma zona aunque un tanto a la derecha y un poco
más arriba se ofrecen cuatro signos semejantes compuestos res­
pectivamente de cuatro, tres y una línea y que parecen contornear
un grueso punto (signo) ovaliforme de unos 0,2 m. de ancho.
7. En la parte superior derecha, contemplando el conjunto
desde la pared asimismo derecha, se aprecian vestigios de una posi­
ble figuración cuyo trazado aparece borrado en gran parte y que
a Lemozi le dió «la impresión muy vaga» de una estilización animal.
8. En medio de todo el conjunto y asimismo siguiendo en la
contemplación de la pared derecha se aprecian algunos restos de
color entre los que sólo con alguna insistencia pudieran discer­
nirse huellas de un trazo en ángulo.
9. A la izquierda de la «figura» anterior y asimismo contem­
plada desde la pared derecha se presenta otra figura cuya inter­
pretación se nos antoja aleatoria y en la que el Abate Lemozi quiso
vez la imagen de un presunto ciervo, ejecutado en forma esquemá­
tica, llegando a distinguir las astas, el morro, el dorso e incluso
una pata o extremidad proyectada hacia delante, como si estuviera
corriendo. Interpretación ésta, que se nos antoja más bien fantás­
tica y que desecharemos.
10. Finalmente y precisamente junto a la pared derecha que
hemos utilizado de punto de observación o mira y hacia el interior
se presenta una especie de mancha de pigmentación rojiza, de unos
10 m. de diámetro y en cuya posible significación no podemos pe­
netrar.
Tal es, en total, el conjunto de «arte» rupestre que nos ofrece
la cueva de Le Cantal y que para su consideración damos reprodu­
cido al lector al igual que de la cueva de Las Herrerías en el anexo
188
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
gráfico del presente trabajo en el que se ofrecen asimismo diversas
fotografías en color de ambos conjuntos. Quizá fuera interesante
señalar, que posteriormente a su conocimiento y publicación por
el mismo abate Lemozi en 1937 (20), sería publicado por el propio
autor veinte años después (21) otro hallazgo, hecho en la misma
cueva, al parecer tiempo después, y a unos 93 m. de la entrada,
sobre la pared vertical derecha, a 2,50 m. sobre el nivel del suelo
actual de la misma y a unos 3 m. de distancia de los signos pun­
tillados rojos que hemos descrito supra (2). Se trata de la figura
de un Ibex, (Cf. Lámina VI, 11), trazada con un pigmento rojizo
apagado, y que se ofrece ejecutada linealmente entre dos fisuras
de la pared y a 1,50 m. más alto, utilizándose posiblemente pa­
ra su ejecución una especie de escalón natural. Dicho hallazgo
según me expuso hace ya algunos años el finado espeleólogo A. Da­
vid, descubridor del arte de Pech-Merle, y una de las personas
que pudo conocer prácticamente la totalidad del arte rupestre
de Lot inventariado, le ofrecía algunas sospechas, en relación con
su «autenticidad». Estas surgieron a raíz de la visita y estudio
que tuvo ocasión de hacer de dicha figuración otro viejo cono­
cido nuestro, asimismo desaparecido, F.-Ed. Koby y al que tuvo
ocasión David de acompañar. No ofreciéndonos duda alguna la
buena fe de Koby, que alcanzó cierto renombre en el estudio de
diversas especies figuradas en el arte rupestre cuaternario, algunas
aún vigentes en el ámbito alpestre (22), hecho éste digno de ser
tenido en cuenta antes de entrar a resumir las consideraciones e
ideas suscitadas por el «arte» rupestre ya de Las Herrerías, ya de
Le Cantal.
(20)
A . L em ozi , loe. cit., supra nota 16.
(21)
Cf. A . L e m o z i :
“Bouquetin, peinture p arietale;
Grotte du ’C antal’,
près C abrerets”, Lot, en Bull, de la Soc. Prehis. Franc., tomo L IV , 1957, pág.
722 (com unicaciones cortas).
(22)
P a ra un conocimiento pormenorizado del ibex (C. Pyrenaica o C. Ib e x )
sigue siendo fundam ental el trabajo de A . C o u t o u r ie r :
“L e Bouquetin des
A lp e s” , G renoble 1962. P a ra su incidencia en el ám bito cuaternaro es m uy útil
la referencia al m ismo llevada a cabo por J. A ltuna en algunas publicaciones
y concretamente en J. A ltuna & J. M .a A p e l l a n iz :
“L a s pinturas rupestres
paleolíticas de la cueva de A ltx erri (G uipú zcoa)” , en M u nibe, San Sebastián
1976, págs. 195-202.
ANTE LA HERMENEUTICA DE DOS CUEVAS CON ARTE RUPESTRE
3.
189
EN LA ENCRUCIJADA DE LAS SIG NIFIC ACIO N ES
Sin detenernos a recordar circunstancias de una u otra espe­
lunca, ya anecdóticas, ya enojosas por su misma naturaleza (23),
conviene, no obstante, tener en cuenta una serie de circunstancias
o hechos que en parte habrán podido ser ya notados por el lector:
1. Existe una semejanza formal que no es fruto de la casuali­
dad en la ubicación y motivación de los signos y «a rte» rupestre
de ambas cuevas, aunque no pueda probarse que su respectiva eje­
cución obedeciera a motivaciones similares. Llevada la cuestión al
campo operativo del análisis de datos se presenta el cálculo de un
índice de sim ilitud (d), partiendo de fórmulas conocidas. Así aque­
lla por la que dados dos objetos (a y b ) caracterizados por un
número limitado de parámetros su índice de similitud es de di
(a ,b )= (la suma de los cuadrados de las diferencias de los valores
tomados para a y b sobre cada parámetro). También, estableciendo
por ejemplo d 2 (a,b) = (la suma de los cuadrados de las diferencias
ponderadas mediante la suma de todos los valores tomados para
cada parámetro) (24) y cuyo cálculo dejamos al especialista.
2. Aún cuando no existen elementos de juicio objetivos, para
establecer la datación de ambos conjuntos e incluso ante deter­
minadas circunstancias, se hace un tanto aleatorio remontar su
ejecución a algún momento del llamado Paleolítico Superior. No
(23)
L a visita de una y otra cueva, tanto de la cueva de L a s H errerías en
Asturias, como la de L e Cantal sobre el Cele, en Lot, Francia, es un tanto di­
ficultosa. L a prim era, de no conocer de antemano la situación de la bóveda
con las pinturas, y disponer de la llave de la cancela con las que se las pre­
serva o intenta p reserv ar de unos años a esta parte — llave que p o r otra parte
puede sum inistrar la Consejería del Patrim onio Artístico (Fundación C uevas)
del Principado— . L a segunda, sin problem as de cerramiento p or la dificultad
de descolgarse sobre el río Cele y abrirse paso entre la m aleza que cubre
prácticam ente su entrada.
(24)
E l cálculo en cuestión puede d ar lu gar a sendos planteam ientos m a­
temáticos :
dx (a, b) = 1 (aj-bj)?
j= l
d2 (a, b) =
donde p ( j ) es la suma de los valores dados mediante el parám etro j.
190
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
obstante, la comparación de los simulacros en cuestión, con otros
que han sido datados en tal horizonte cultural, parece ofrecer una
cierta base para poder admitir como hipótesis de trabajo y como
límite ad quem el mismo, refiriéndolas incluso a la misma área
cultural (hispano-aquitana) del llamado arte paleolítico.
3.
Pueden admitirse así, que ambos conjuntos son fruto de un
ideario similar, que alimenta un mito prehistórico, que no nos es
dado conocer. De la misma forma, pongamos por caso, que los de
muchos aún vigentes entre concretos pueblos que viven una «eco­
nomía de la Edad de Piedra» configurando su existencia espiritual
y explican concretos comportamientos e idearios. En ese sentido,
y teniendo en cuenta obvias limitaciones, quizá pudiera verse en
los llamados ya tectiformes, rejifornes, ideomorfos, etc., etc., así
como «puntillados» que han sido conservados en ambas cuevas,
como fruto de comportamientos semejantes a los que dan vida a
concretas formas del que podríamos llamar «arte prim itivo», pero
también «arte aborigen» al referirse a concretos contextos (24),
sin olvidar, independientemente de presuntas motivaciones ritua­
les (25), otras de más compleja explicación (26). Todas ellas, legado
de un «patrimonio común» que hace posible y ello puede ser com­
probado estadísticamente que en concretas áreas geográficas, pue­
dan ser utilizados muy concretos modelos gráficos y figurativos,
en virtud de la difusión cultural. Como ejemplo de tal asevera­
ción puede señalarse que no está probado absolutamente que el
mammuthus primigenius constituyese un biotopo real en el mundo
de los artistas/cazadores, artífices del palimsesto de la cueva de
Pindal en la región cantábrica (27), por lo que el modelo pudo ser
aportado por algún artista perigordino, ni que tampoco el llamado
«serpentiforme» de la cueva de Llonín (Cabrales, Asturias) y cuya
identificación naturalista con un ofidio se nos antoja aleatoria, pu-
(25)
E n realidad son las mismas que se imponen en el arte rupestre lle­
vado a cabo p o r pueblos naturales actuales de nivel socio-económico sim ilar
al que conocieron las gentes del paleolítico franco-cantábrico y hoy susten­
tado
únicamente p o r “ contemporáneos
bosquim anos,
paleosiberianos,
etc.)
prim itivos”
(fueguinos, australianos,
con significado ya
animista,
ya mágico,
ya terapéutico, ya religioso
(26)
P a ra las m ism as
remitimos a las elaboraciones bien
conocidas de
A . L a m in g , A . L eroi -G ourhan y otros autores contemporáneos, que puedan
p artir de planteam ientos epistemológicos distintos aunque
siem pre teniendo
en cuenta la realidad antropológico y paleoecológica.
(27) Cf. F. J ordá C erda & M. B erenguer A l o n s o : “L a cueva de E l P in ­
dal, A stu rias”, Bol. del Inst. Estudios Asturianos X X III, págs. 337-364.
ANTE LA HERMENEUTICA DE DOS CUEVAS CON ARTE RUPESTRE
191
diera ser fruto de la observación real (28), ni que en la vecina
Francia la apabullante figuración femenina esculpida en bajorre­
lieve sobre caliza y conocida con el nombre de «Venus de Laussel»,
hoy depositada en el Museo de Aquitania (Burdeos) y encontrada
junto a otras figuraciones más o menos relegadas, pueda datarse
al Perigordiense Superior (29,). En Las Herrerías, la cronología
«atribuida» al contexto no influye en que éste pueda ser una elabo­
ración simbólica vinculada a concretas realidad o mitos (30).
4. En manera alguna cabe desechar el que los tectiformes, rejiformes, ideomorfos, etc., de ambas cuevas, tengan como origen
la trasposición naturalista de un concreto artefacto, fruto de la
ergología de los artistas/cazadores, utilizados en su vida cotidia­
na (31). En tal sentido, pudieran ser identificados: a) como empa­
lizadas, construidas con fines venatorios o piscatorios, cerrando
pasos en sendas de caza o a corrientes fluviales a efectos de atrapar
los peces de las mismas; b) simulacros que son representación de
trampas venatorias, ejecutadas en madera, y c ) representación de
narrias o plataformas de arrastre, a manera de trineos, para portar
diversos productos a los habitantes, y cuya representación asume
así cierto papel significativo.
5. En el terreno de la proyección simbólica, tectiformes, rejiformes e ideomorfos de Las Herrerías y Cantal, ofrecen un cúmulo
de alternativas, entre las que podríamos enumerar algunas: a) sig­
nos esquemáticos, referidos a mitos de origen, de preservación del
grupo e incluso de carácter iniciático (32); b ) signos referidos a
(28)
J. M. G ómez - T abanera : “El arte prehistórico de la cueva de Llonín
(P eñ am ellera A lta, A lle r ) y la lógica de la conexión de los sím bolos de la P re ­
historia y E tnografía astures” , Bol. del I.D.E .A . 96-97, págs. 421-444.
(29)
U n resum en de las circunstancias que acom pañaron a su hallazgo en
1908 p or G
L a la n n e puede encontrar en H. D e lpo r te : U im a g e de la fem m e
dans Vart prehistorique, París, Picard, 1979, págs. 60 y ss., y que hemos tenido
el privilegio de verter al castellano el pasado 1983.
(30)
que
H o y p or hoy es im posible conocer el contenido de unos y otros, aun­
m uy posiblem ente
el
conocimiento de
los
mecanismos de
la
llam ada
m entalidad arcaica pueda servir p ara sostener alguna de las llam adas “hipó­
tesis de tra b a jo ” en la especulación prehistórica.
(31)
Cf. al respecto J. M. G ómez - T a b aner a : “Sobre cepos y tram pas ve­
natorias en la v ie ja E uropa y su presencia en A stu rias” , en Bol. del Instituto
de Estudios Asturianos 109-110, págs. 403-430. Oviedo, 1983.
(32)
En
este
sentido las
“p arrillas” de
Cantal y
H errerías
vendrían a
constituir fo rm as de esquem atización semejantes a las adoptadas p o r d iver­
sos pueblos de la T ie rra en concretos trances existenciales en creaciones en
cierto modo sem ejantes a las que dan lu gar en A m h e m L a n d
concretas realizaciones “ artísticas” de carácter ceremonial.
(A u s tra lia ) a
192
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
concretas experiencias religiosas (33); c) signos referidos a cultos
concretos, como el de los antepasados o los muertos (34); d) signos
referidos a una cosmovisión particular mantenida por el grupo al
que perteneció el artista que los ejecutó (35); e) signos de carácter
calendárico, trazados con fines de cronofactorización o represen­
tación de artefactos contadores como abacos, «quipos», etc. (36);
f) signos astrales (37). La enumeración podría ampliarse ad nauseam.
6.
En manera alguna puede desecharse totalmente el hecho de
que las figuraciones en cuestión pudieran pertenecer a un contexto
cultural ajeno a la Prehistoria. La misma ubicación y toponimia de
la cueva de Las Herrerías, así como la evidencia que pudieran
ofrecer otras espeluncas próximas a ella, en las que aisladamente
y trazados en ocre, hemos podido vislumbrar algún que otro signo
de imposible datación, nos impele a tal puntualización. La cueva
(3 3 )
La
la s p r á c t i c a s
p o s ib l e
r e la c ió n q u e p u e d e
re lig io s a s
sa n tes m o n o g ra fía s ,
del
h o m b re
e x is tir e n tre e l g ra fis m o
p r e h is t ó r ic o
ha
dado
p a le o lít i c o
y
lu g a r a m u y in te re ­
a lg u n a s h o y c lá s ic a s , c o m o l a m i s m a
de T. M
a in a g e
, Les
religions de la prehistoire. L ’A g e paleolithique, P a r í s 1912, o l a m á s r e c ie n t e
so b re
el
Ed. J
J. R o m e n
d iv e rs a s
m is m o
te m a
&
e d i c io n e s in c lu s o
c o n t r ib u c io n e s d e A . L
te s is
se h a c e
yendo
d e b id a
en
ú lt im a s
a
J. M
a r in g e r
, De
Godsdienst der Prehistorie,
Z o n e n , R o e r m o n d e n M a a s e ik , 1952, q u e r e f u n d i d a c o n o c e r á
en
c a s t e lla n o
e r o i- G o u r h a n
(1 9 6 2 ). M u c h o
m ás
r e c i e n t e s so n
a lo l a r g o d e d e c e n io s , c u y a p r i m e r a
la s
s ín ­
L es religions de la prehistoire, P a r í s , P . U . F . 1964, c o n s t it u ­
a p o rta c ió n
e l l i b r o d e J. E . P
f e if f e r
, The Creative Explosion.
A n inquiry into the origins of art and religion, N u e v a Y o r k , H a r p e r &
R ow ,
1982, y J o s e p h C a m p b e l l , The W ay of the Anim al Pow ers. Historical Atlas of
W orld M ythology ( I ) T i m e s B o o k s , L o n d r e s 1983.
(3 4 )
P a ra los mismos hay que utilizar el método etnológico, pudiendo ser­
v ir de pauta los trabajos contenidos en “Form
in Indigenous A r t ”. Ed. por
P. J . U cko , con el título Schematisation in the art of A boriginal Australia and
Prehistoric Europe, pero también bastantes de las conclusiones de A . L eroi G ourhan en diversos trabajos recientemente compilados con los títulos Sím ­
bolos, artes y creencias de la Prehistoria y A rte y grafismo en la Europa
prehistórica (trad. J. M. Góm ez-Tabanera). M adrid, Istm o 1984.
(3 5 )
En este sentido proporcionan nuevas perspectivas D ale W . R itter &
E ric W . R itter en Prehistorie Pictography in North A m erica of M edical Sig­
nificance, en W o rld Anthropology, Mouton P u bl. 1975.
(3 6 )
A . M arshack:
The Roots of Civilization, N u ev a Y o rk 1970. N o se ha
intentado hasta la fecha la explicación de las p arrillas como expresión de un
intento de estructurar relaciones espacio-temporales, con la medición de rit­
mos estacionales, pero tal solución no es descartable.
(37)
La
percepción de los movimientos astrales b ajo
la bóveda celeste,
acom pañando diversos fenómenos estacionales, no pudo ser en m anera alguna
ajena al hom bre prehistórico como tampoco lo es, a diversos contemporáneos
prim itivs. Sin em bargo es aleatoria toda asimilación de signos o grafism os
paleolíticos concretos con astros o fenómenos celestes, en lo que se refiere a
la Edad de Piedra, incluso asimilando las p arrillas á signos géománticos, lo
que h aría poder datarlas en la Edad de los Metales.
ANTE LA HERMENEUTICA DE DOS CUEVAS CON ARTE RUPESTRE
193
de Las Herrerías albergó en tiempos posteriores a gentes de par­
ticulares dedicaciones, entre las que se encontraban desde luego
herreros y metalúrgicos, que dejaron gran cantidad de escorias
no sólo en la zona vestibular del gran salón de acceso al conjunto
kárstico, sino asimismo en todos los alrededores. La dedicación
metalúrgica es proclive a un concreto arte esquemático... ¿Podría
llevarse la investigación por tales derroteros? Por otra parte, des­
conocemos los avatares históricos a que estuvieron sujetos, tanto
Las Herrerías como Le Cantal, tras su formación geológica y ni una
ni otra han proporcionado yacimiento arqueológico alguno hasta
la fecha. Con cierto pragmatismo, puede no obstante admitirse que
en algún momento pudo ser utilizada una y otra como refugio
temporal y por diversas gentes, desde transeúntes ocasionales,
hasta fugitivos y bagaudas o forajidos que incluso pudieron acondi­
cionar los accesos con andamios, techumbres y escaleriformes...
que más tarde serían reproducidos mediante el arte rupestre. Un
signo en el conjunto de Cantal permanecería empero sin explica­
ción, el que hemos llamado «petaloide». Por lo que se refiere a los
«puntillados», trascendiendo éstos de la Era Paleolítica, la signifi­
cación a darles es asimismo varia y polivalente.
7. Atención particular suscita la localización de los «tectiformes» de la cueva llanisca de Las Herrerías, a la hora de vincularles
o no, a cualquier otro tipo de elaboración simbólica, a referir, ya
a la Era Paleolítica, ya a tiempos postpleistocénicos o epipaleolíticos, puesto que no hay claros elementos de juicio para considerarles
ya paleolíticos. En tal caso, habría que tener en cuenta con M. Lorblanchet que la cueva de Le Cantal, quizá se integre con otras
cuevas del Quercy francés, de estilo II/ III francés de A. LeroiGourhan (38). Sin descartar empero, que pueden ser epizalienses,
o incluso, referirse a las Edades del Metal, lo que quizá permitiría
considerarlas bajo distintas perspectivas, más, si se vincula su ela­
boración a otras concepciones metafísicas que no conoció el Paleo­
lítico franco-cantábrico. Ello permitiría interpretar los «rejiform es»
de Las Herrerías, como una elaboración particular de algún morador
de la cueva, en un período postpaleolítico cuando no protohistórico
o histórico para decepción de paleolitistas y prehistoriadores.
8. En el terreno de la pura lucubración intelectual, no puede
descartarse que en un momento no conocido de la Prehistoria del
área franco-cantábrica, ciertas gentes privilegiadas de dicho ámbi(38)
Cf.
M.
L or blan ch et :
“ Grotte
págs. 459-60, P arís, M in. C ulture 1984.
du
C antal” en L ’A rt des Cavernes,
194
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
to, llegasen a conclusiones comunes, que vinieran a ser algo así
como una clave unificadora de las fuerzas activas presentes en los
mundos físico y psíquico. Algún lector pensará que tal orden de
esfuerzos jamás pudo ser posible en una sociedad tan «atrasada»
como la de los cazadores paleolíticos. Pero ¿acaso hay fundamentos
para poder afirmar tal cosa? Pues hoy, ya puede pensarse, que los
brujos y chamanes paleolíticos siempre buscaron la unificación de
los mundos físico y psíquico, aunque su labor no se desarrollara
de acuerdo con los que aceptamos como modelos científicos.
De todo ello, surge nuestro planteamiento que, en el terreno de
la lógica, habría que remitir más que al Paleolítico, a las llamadas
Edades del Metal y horizontes similares a los que en el Lejano
Oriente euroasiático, permitieron la elaboración de sabias compila­
ciones adivinatorias, como pueda ser el Yi-King (/ Ching Libro del
cambio o de las Mutaciones) (* ) y sobre el que existe una ingente
bibliografía que por razones obvias suelen desconocer los expertos
y prehistoriadores de la Era Paleolítica, aunque no en tal propor­
ción, los paleopsicólogos, historiadores de religión, etc., etc.
Indudablemente, no es lugar éste para metemos en anteceden­
tes (39). Sin embargo, es necesario señalar que la compilación de
que se trata no es prehistórica, en el sentido estricto del término,
sino más bien protohistórica, al datar hacia el año 1143 a. de C., por
lo que habría de situarse su concepción, tal como llegó hasta no­
sotros, a la Edad de Bronce, concretamente, durante el reinado del
monarca chino Wen, e incluso de su hijo el duque de Chu, ejercien­
do a la larga un extraordinario influjo sobre las dos grandes
religiones orientales configuradas en confucionismo y taoismo,
trascendiendo desde ambas, al mundo histórico.
(*)
L a transcripción del título de dicho libro varía, según se utilice el sis­
tema W a d e (antiguo) o el sistema O xford, hoy en uso.
(3 9 )
ta n t o
c io n e s
La
b ib lio g r a fía
d is p e rs a . L a s
de
la s
U n a e d i c ió n
en
le n g u a
e d ic io n e s e x is t e n t e s
le n g u a s
a le m a n a
c a s t e lla n a
se b a s a n
e in g le s a ,
que
a
a c r e d i t a d a e n l e n g u a e s p a ñ o l a e s la
so bre
el
te m a
es
p a r t ic u la r m e n t e
su
vez
lo
fu e ro n
escasa
en
y
trad u c­
d e l c h in o .
v e r s ió n d e R i c h a r d
W ilh e m ,
b a j o e l t ít u lo I Ching. El Libro de las Mutaciones, (D ü s s e l d o r f , 1960), E d i t o r i a l
S u d a m e r ic a n a ,
W ilh e lm ,
no,
la
EDHASA,
e n tre
otro s
p u b lic a c ió n
con
p ró lo g o s
o r ig i n a l m e n t e
C.G. J u n g , R .
e x p lic a tiv o s d e
a lic ie n t e s . M á s a s e q u i b l e
en fran c és
e s q u iz á ,
de M ic h e l
ta m b ié n en
G a ll,
&
H.
c a s te lla ­
L e Y i-K in g .
La
B ible des Chinois (R . L a f f o n t , P a r í s , 1980), G E D I S A , B a r c e l o n a / M é x i c o , 1980.
A s im is m o p u e d e
la q u e
se h a n
s e n te t r a b a jo .
c o n s u lt a r s e
r e p ro d u c id o
la d e M i r k o
L a u e r , eds. A k a l, M a d r id ,
lo s h e x a g r a m a s
in c lu i d o s
en la s
lá m in a s
1983, d e
del
p re­
un
ANTE LA HERMENEUTICA DE DOS CUEVAS CON ARTE RUPESTRE
195
Más de un lector se sentirá sorprendido de tal conclusión, que
rompe quizá todos los esquemas vigentes en torno al contenido
gráfico del corpus, que hasta la fecha venía integrando el llamado
arte paleolítico hispano-aquitano. Pero ha de tenerse en cuenta,
que desintiendo gravemente de la opinión de autoridades conoci­
das, al hacer tal planteamiento dejamos implícitas nuestras dudas
en torno a su asignación no ya a la era cuaternaria — al ser consi­
deradas magdalenienses— , sino al a misma Edad de Piedra, llevan­
do su entorno de ejecución a la Edad del Bronce, viendo en las
mismas una serie de signos destinados a fines oraculares, de la
misma manera que, ya lo hemos dicho que se utilizaron inicial­
mente, los que más tarde más o menos elaborados empezaron a
integrar el ya citado libro del cambio o de las Mutaciones. Tal en­
foque de la cuestión abre indudablemente inéditas perspectivas
hacia nuevas interpretaciones de cierto arte rupestre, prehistórico
y protohistórico, por lo general simbólico/esquemático y cuya eje­
cución se presenta vinculada a determinados estados de conciencia,
que sólo podemos intuir buceando en el campo de la paleosicología
y de las religiones arcaicas, a la vez que en el chamanismo como ins­
titución arcaica. Por otra parte en la gestación de tales signos no
cabe ver más que el resultado de determinadas consecuencias del
impacto de un universo mítico particular que nunca podremos
conocer pero cuya relevancia no fué ajena, digamos a determina­
das personalidades que en tales signos pudieron ver la respuesta
de concretos problemas cotidianos, al ver en los trazos una especie
de baterías cargadas ya de energía positiva, ya negativa (40), en
virtud de la práctica oracular, cuyo mecanismo pudo ser o no se­
mejante al que parece ofrecerse en el citado Libro del Cambio/Libro
de las Mutaciones.
En el L ib ro de las Mutaciones, el “sí” se señala simplemente mediante un
trazo entero
... .. , el “no” mediante un trazo in terru m p id o «— —
. N o obs­
tante, desde época inm em orial pareció imponerse la necesidad de una m ayor
diferenciación, y de los trazos simples surgirían conbinaciones mediante una
d u p licación :
(40)
O bsérvese
que aquí, m ás o menos, se presenta
una concepción en
cierto modo sim ilar a la concepción binaria que en un principio y como ex­
plicación del sentido del arte rupestre paleolítico elaboró A . L ero i -G ou r h an ,
al h ab lar de L o M asculino y L o Femenino, como fuerzas que se m anifestarán
en concretas epifanías animales, como toros, caballos, etc., en connotación con
las mismas.
196
A
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
éstas se añadía después un tercer elemento lineal, form ándose los así
llam ados “ ocho signos” (trigram as). Estos ocho signos fueron concebidos co­
m o im ágenes de lo que sucedía en el cielo y sobre la tierra. En este sentido
se había impuesto el concepto de perpetua transición de un signo a otro, a la
p ar de la perpetua transición recíproca de los fenómenos en interacción que
tienen lu gar en el mundo. N o se nos presenta pues aquí la iddea fundam ental
decisiva de las mutaciones, que em ergerá después. L os ocho signos son sím­
bolos de cam biantes estados de transición, imágenes que, permanentemente,
se transform an. L a m ira no se presenta puesta en el ser de las cosas — como
ocurrirá en Occidente a raíz de su indoeuropeización— , sino en los m ovim ien­
tos cam biantes de las cosas. D e ésta form a, los ocho signos iniciales del libro
oracular chino no vienen a constituir reproducciones o representaciones de
las cosas, sino de sus tendencias de m ovilidad. Así, estas ocho im ágenes po­
drán obtener polifacéticas expresiones al representar ciertos procesos de la
naturaleza que correspondían a su esencia. Podían representar, p or ejemplo,
una fam ilia integrada por padre, madre, tres hijos, tres h ija s ; no en un sen­
tido mítico como ocurre en el politeísta O lim po greco-rom ano, sino conser­
vando una vez m ás el sentido, llamémosle
abstrancto, según el cual no se
representan cosas, sino funciones.
Si recorrem os los susodichos ocho símbolos en el sentido en que vienen a
constituir la base del fam oso I Ching, o L ibro de las Mutaciones, obtenemos
la siguiente disposición:
Nom bre
Cualidad
Imagen
Familia
Ch’ien Kien*,
lo Crea­
tivo
fuerte
Cielo
Padre
K ’un
Kun,
lo Recep­
tivo
abne­
gado
Tierra
Madre
Chen
Dschen, lo Suscitativo
movili­
zante
Trueno
1er. hijo
K ’an
Kan,
lo Abismal peli­
groso
Agua
2° hijo
Ken
Gen,
el Aquietamiento
quieto
Montaña
3er. hijo
Sun
Sun,
lo Suave
pene­
trante
Viento,
Madera
1* hija
Li
Li,
lo Adhé­
rente
lumi­
noso
Fuego
2* hija
Tui
Dui,
lo Sereno
regoci­
jante
Lago
3? hija
Identificam os pues, en los hijos el elemento m ovilizador en sus diversos
estadios:
comienzo
en el
movimiento, riesgo en
el
movimiento,
relajación
(descanso) y consumación del movimiento. En las h ijas observam os el ele­
*
L a fonetización d e la prim era columna, es la del difundido sistema W a de-Giles. L a de la segunda es la que adoptó R. W ilhelm y que se aproxim a
un poco m ás a la pronunciación real.
ANTE LA HERMENEUTICA DE DOS CUEVAS CON ARTE RUPESTRE
mentó
de
la
penetración;
entrega, la
claridad y
abnegación en
adaptación;
sus
diversos estadios:
una
197
suave
calma serena.
Con objeto de obtener una diversidad aún m ayor pronto podrán convinarse tam bién estas ocho imágenes, obteniéndose
así el núm ero de 64 signos.
Estos 64 signos, (h exagram as), se componen finalm ente cada uno de seis tra­
zos positivos o negativos. Estos trazos se conciben como susceptibles de m u­
tación, el estado representado p or un signo se va transform ando en otro. Así,
p or ejem plo el signo doble K ’un, lo Receptivo, la T ie r r a .
Representa la índole de la tierra, lo que con poder se e n tre g a ; en el trans­
curso del año representa las postrim erías del otoño, cuando todas las fuerzas
vitales descansan. Sin em bargo, cuando el trazo de las a b a jo entra en m u­
tación obtenem os el signo
Fu, el Retorno.
Representa al Trueno, un movimiento que vuelve a agitarse en m edio de
la tierra, en la época del solsticio de v e ra n o ; el Retorno de lo Lum inoso.
Y
así podíamos dar uno y mil ejemplos en los que no entran
necesariamente en mutación todos los trazos, ya que ello depende
totalmente del carácter inherente al trazo. Un trazo que contiene
la naturaleza positiva en estado superlativo, se convierte en su
contrario, lo negativo; en cambio, un trazo positivo de menor fuer­
za sigue invariable, y lo correspondiente sucede de forma idéntica
con los trazos negativos.
Todo esto parecerá a más de uno no familiarizado con la me­
tafísica del signo, tan demencial o caótico como les pareció a los
epígonos de H. Breuil y del conde H. Begouen, — por citar sólo a dos
«monstruos sagrados» de la historia del desvelamiento del arte
rupestre— , la elaboración que en su día llevó a cabo la inolvidable
A. Laming-Emperaire con su tesis (41) y años después, las de A. Leroi-Gourhan, con sus formulaciones más o menos estructuralistas,
y hoy admitidas por un amplio sector de estudiosos. A fin de cuen­
tas, nuestra teorización quizá pueda hermanarse a planteamientos
similares, aunque, insistimos, de resultas de contemplar en los «rejiform es», «parrillas», «ideogramas» de Le Cantal y de Las Herre­
rías, la expresión de cosmovisiones, de estados simbólicamente
expresados, que no se nos antojan en manera alguna, patrimonio
(41)
Cf. A . L am ing E m peraire , La Signification de L ’A r t rupestre paléo­
lithique, P arís, Picard, 1962.
198
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
cultural de la Edad de Piedra, sino más bien, de sociedades com­
plejas cuyo estudio compete a la llamada arqueología social (42).
En nuestro caso concreto, las «imágenes de los estados mutantes»
(ideogramas) que parecen presentarse tienden quizá a la identifi­
cación del hombre con el universo circundante, y que se integra
en el pensamiento antiguo oriental en dos fuerzas iguales y com­
plementarias, el Yang y el Yin, El Yang constituye el principio
activo, representación de los atributos positivos; el Yin constituye
el principio pasivo aunque no por ello es menos importante, vi­
niendo a ser la encarnación de lo negativo. El Yang simboliza la luz
y Yin las tinieblas. Y puesto que todo lo existente supone una con­
junción de Yang y de Yin, la diferencia es observable en las cosas
del mundo tendrán de obedecer a las diversas proporciones de uno
u otro componente; de aquí que todo acontecer viene a ser el pro­
ducto de la interacción de ambos principios.
Veamos ahora el porqué. Nuestro conocimiento, evidentemente
paupérrimo de el I Ching, nos ha traído a la mente en un récord
imaginativo, las figuras (rejiform es) de Le Cantal y de Las Herre­
rías, récord en el que posiblemente superemos a los más conspicuos
y famosos tratadistas. Resulta que el I Ching contiene sesenta y
cuatro figuras o hexagramas, cada uno de los cuales consta de seis
líneas continuas y discontinuas. ¿Por qué los «rejiform es» o «pa­
rrillas» de ambas cuevas no pueden situarse en la Prehistoria, de
una elaboración semejante, que indudablemente no ha llegado hasta
nosotros? He aquí nuestra formulación.
Los trazos discontinuos que inspiran el I Ching representa los
atributos Ying y los continuos los Yang. En ambas cuevas prehis­
tóricas se dan ambos tipos de trazos. Ahora bien; en I Ching, cada
hexagrama posee su nombre simbólico, referido a una situación de
la existencia, acompañándose de un breve texto explicativo cuya
reacción se atribuye al rey Wen. Pero también se ofrece al que se
quiere iniciar en el sistema, un comentario del texto — posiblemen­
te obra de Confucio— , amén de una interpretación simbólica del
hexagrama y de cada una de sus líneas componentes. Ni en Le Can­
tal ni en Las Herrerías tenemos tales explicaciones y comentarios
que, ¿por que no?, quizá existieron hace miles de años y que no
(42)
Sobre
el
concepto de
la
misma,
remitimos
a
nuestra recentísima
traducción del libro del conocido prehistoriador inglés C olín R e n f r e w , El A lba
de la Civilización (B efo re Civilization). M adrid, Istmo, 1986, cuyas pautas pue­
den asimismo avalar la legitimidad de nuestros planteamientos metodológicos.
ANTE LA HERMENEUTICA DE DOS CUEVAS CON ARTE RUPESTRE
199
han llegado hasta nosotros, por lo que se hace inútil todo intento
de interpretación.
Para consuelo nuestro, podríamos terminar que en el sistema
/ Ching no se acepta la inmutabilidad del futuro, ni pretende adi­
vinarlo, y sólo se limita a facililitar directrices de cierta calidad
moral con objeto de que el iniciado decida libremente en torno a
la linea de conducta a seguir y como tales directrices dependen en
gran medida de la interpretación atribuida por el consultante, es
de todo punto imprescindible que el iniciado considere el I Ching
desde una perspectiva de credibilidad, seriedad y receptividad. La
misma, que el artífice de los rejiformes de Le Cantal o de Las He­
rrerías pudo pedir a sus «feligreses».
CONCLUSIONES
El llamado arte rupestre de Las Herrerías y Le Cantal constitu­
yen dos casos parejos y similares y a una distancia de unos 500 Km.
a vuelo de pájaro uno de otro, en la misma área cultural, conte­
niendo simulacros que tradicionalmente se han venido atribuyendo
a la Era Paleolítica, aunque según nuestro punto de vista personal,
tal atribución carece aun de argumentos científicos que permitan
sustentarla (43).
El descubrimiento del «bouquetin», ibex o cabra montés, pinta­
do en Le Cantal (44), veinte años después de que cuidadosamente
el Abate Lemozi hubiera publicado un conjunto de difícil y aleato­
ria datación, parece demostrar el interés que ciertas personas y
en un momento determinado pudieran tener por incorporar, tanto
el arte de Le Cantal como el de Las Herrerías en un contexto deter­
minado. Por otra parte, todos sabemos de estudiosos consagrados,
incapaces de desdecirse de conclusiones precipitadas, adoptadas, a
veces por espejismos mentales, sin suficientes elementos científicos
de juicio, o por simple espíritu de contradicción, conclusiones que
(4 3 )
En este sentido C f.
F.
Jordá
C e r d a , quien
anteriores, en Historia del A rte Hispánico
( “L a
reafirm ándose en tesis
A n tigü edad ” , pág. 98), Ed.
A lh am b ra, M ad rid 1978, atribuye el trazado de las “p a rrilla s ” de la cueva de
L a s H e rrerías a fases finales del M agdaleniense cantábrico.
(4 4 )
En torno a las representaciones del ibex o cabra montés, en el arte
prehistórico sigue siendo fundam ental el trabajo ya clásico del fin ad o F.-Ed.
K o b y , “L e B ouquetin dans la Prehistoire”, en Actes de la Societé jurassiene
d’Emulation, 1957 (págs. 2 9 -6 4 ) con la bibliografía sobre el tema, aun cuando
la figuración de Cantal, fu era ignorada p or el autor.
200
JOSE M. GOMEZ-TABANERA
son iricorpóradás a la bibliografía especializada, sin los necésarios
controles. Esto ya es un claro exponente. El caso bieñ conocido
de la cueva de Lledias, no lejos de la cueva de Las Herrerías con­
tigua al predio del finádo C. Cardín en el cueto homónimo (c. supra
nota 3), puede servirnos de ejemplo, como también el mucho más
reciente del abrigo levantino de Cehegin, Murcia, que puede poner­
nos sobre aviso. Aunque nunca hay que olvidar que todos somos
humanos y en ello estriba precisamente nuestra grandeza y nuestra
miseria.
TRES POESIAS DESCONOCIDAS DE LEOPOLDO ALAS
POR
DAVID TORRES (* )
En una composición que permaneció inédita hasta 1951, el
propio Leopoldo Alas confiesa su incapacidad para escribir versos,
subrayando lo que él llama un «ripio clásico de esta época del
año». Se trata de la tercera estrofa de una poesía en ocasión de
felicitar las Pascuas a Víctor Díaz Ordóñez, catedrático de Derecho
Canónico de la Universidad de Oviedo:
«Como escribiendo en verso estoy en ascuas,
mas no tengo la cítara de Justo
y en cada endecasílabo un disgusto
acabo por decir: ¡Felices Pascuas!» (1).
Clarín sintió los mismos temores cuando, en 1887, tuvo que
comparecer ante Apolo, que ya había prescrito sus delitos poéticos:
«Y o entré con el sombrero en la mano, con paso tardo, y, valga la
verdad, un tanto turbado. Al atravesar el umbral recordé de repen­
te que en mi niñez, en mi adolescencia y en mi primera juventud
había escrito miles de miles de versos, no tan malos como decían
mis amigos, que conocen de ellos una pequeña parte, pero al cabo
capaces de sacar de sus casillas al dios de la poesía, aunque fuera
(• )
(1 )
D e la A n gelo State U niversity.
M
a r in o
G
ó m e z-S a n t o s ,
dios Asturianos, V , N .°
“C larín poeta”, Boletín del Instituto de Estu­
14 (1951), 399. E l Justo que menciona en el verso
segundo era Justo A m an d i, catedrático de la U niversidad de Oviedo.
202
DAVID TORRES
éste de un natural menos irascible del que en efecto le caracteriza,
como dicen ahora los estilistas» (2).
Efectivamente, la bibliografía clariniana registra más de treinta
composiciones, sin incluir obras anónimas o enterradas en perió­
dicos. Su amigo íntimo, Palacio Valdés, asegura que Leopoldo Alas
«enviaba al G il Blas artículos y versos» (3). El propio Clarín afir­
ma: «P o r cierto que in illo tempore era yo un adolescente bastante
buen católico, aunque muy liberal, que con un seudónimo envié dos
o tres poesías místicas a E l Cascabel, que me las publicó ensegui­
da» (4). No todas sus composiciones datan de su primera juventud,
como lo comprueban las tres que ahora se exhuman; si no estamos
equivocados, Clarín escribió versos desde los catorce o quince años
hasta los cuarenta y dos años de edad, tal vez hasta el año de su
fallecimiento.
Existen por lo menos tres artículos modernos sobre la poesía
de Clarín (5). Todos están de acuerdo que Leopoldo Alas fue un
gran poeta en prosa pero no en verso; el Clarín novelista y crítico
literario supera decididamente al Clarín poeta. La versificación
está descuidada en la mayoría de los casos, y contiene tantos ripios
y deslices gramaticales como él había censurado en Antonio Grilo,
Emilio Ferrari, José Velarde, y otros poetastros de la época. Algu­
na poesía suya — por ejemplo, el soneto sin título que empieza
«Crece la hiedra sobre el fuerte muro»— fue cruelmente satirizada
en vida del autor (6).
En enero de 1895 La Gran Vía, revista semanal madrileña, fun­
dada por Gaspar Abati y dirigida a la sazón por el poeta Salvador
Rueda, anunció que pronto daría a conocer tres poesías inéditas
de Clarín, «escritas precisamente en los metros predilectos nues­
tros: una de ellas de una delicadísima ternura, otra humorística
y espléndida de músicas y matices; y la otra escrita en un origina(2 )
C l a r ín , A polo en Pafos ( M a d r i d , 1887), p á g . 7.
(3)
A rmando P alacio V aldés , La novela de un novelista
(M ad rid , 1946),
pág. 214.
rín ,
(4)
C l a r ín , “P a liq u e”, Madrid Cómico, N .° 208 (29-1-1887).
(5 )
Adem ás
c r ít ic o
del
a r t íc u lo
lit e r a r io — P o e s ía
de
y
G ó m e z -S a n t o s , v é a n s e
a n t i -p o e s ía ” , Revista
R
ic a r d o
G
ulló n
, “ C la ­
de la Universidad
de
Zaragoza, X X V I , N . ° 3 (1 9 4 9 ), 415-419, r e c o g i d o e n l a a n t o l o g ía Leopoldo Alas
Clarín, e d . J. M . M a r t í n e z C a c h e r o
J. M . M
a r t ín e z
89-100, r e c o g i d o e n l a s p á g s .
(6)
(M a d r id :
T au ru s,
1978), p á g s .
134'-138;
C a c h e r o , “ L o s v e r s o s d e L e o p o l d o A l a s ” , A rch ivum , I I
105-111 d e l a
m is m a
F r a y M ortero , Cascotes y machaqueos
y
(1 9 5 2 ),
a n t o lo g ía .
( Pulverizaciones a Valbuena
y Clarín) (M adrid , 1982), págs. 227-237. E l texto de este soneto puede leerse
hoy en la antología de J. M. M artínez Cachero, pág. 109.
TRES POESIAS DESCONOCIDAS DE LEOPOLDO ALAS
203
lísimo ritmo, imitado de Gabriel D'Annunzio ... ritmo tan audaz y
valiente ... que jamás nosotros, tildados de progresistas en este
punto, nos hemos atrevido a tanto. En una de las poesías, Clarín
canta a mi tierra, a Andalucía» (7).
El domingo siguiente el poeta-director cumplió su promesa, pu­
blicando las tres composiciones precedidas por un extenso artículo
lleno de elogios y el retrato de Leopoldo Alas con dedicatoria «A
mi querido amigo, Salvador Rueda, Clarín» (8). Entre otras obser­
vaciones, el poeta malagueño esboza este curioso perfil de Alas:
«E l sentido de su tacto literario pudiera compararse a un haz lar­
guísimo de tentáculos que llegasen a todas partes y de todas
sacasen el conocimiento íntimo. Valga la andaluzada, pero yo creo
que en Cádiz, por ejemplo, está escribiendo un poeta unos versos
malos, y Clarín oye el rasguear de la pluma desde Oviedo. Todo
poeta es de cristal para Clarín. Es una especie de conciencia que
se pone delante de nosotros cuando escribimos. Su influencia en
la literatura moderna española es grandísima: él ha enseñado ló­
gica a los escritores; ha elevado su miras artísticas; les ha hecho
que conozcan la literatura francesa; les ha enseñado a reírse de lo
cursi, de lo fofo, de lo malo; les ha refinado el gusto estético ...» (9).
Salvador Rueda habla aquí por experiencia propia, según su co­
rrespondencia con Leopoldo Alas, los paliques de éste en el Madird
Cómico, y el prólogo que el crítico asturiano había puesto al libro
de Rueda, Cantos de la vendimia (1891).
La primera composición, «Córdoba», firmada en dicha ciudad
en diciembre de 1882, consta de 44 dodecasílabos (con puntos sus­
pensivos al principio y entre los versos 8 y 9) y reza así:
«H e llegado a la tierra de Lagartijo,
que también es la patria de Vega Armijo,
el cual tiene una huerta, que me parece
que por mucho que él valga, no se merece.
Vi, al llegar, cierto puente, junto Alcolea,
que de tanto pasarlo, ya se menea,
y en la cima de un monte, blancas, chiquitas,
miré las decantadas — por Grilo— ermitas.
(7)
S alvador R ueda , “ C larín ”, La Gran Vía, III, N .° 80 (6-1-1895), pág. sin
núm ero, que parece ser la 25.
(8)
S alvador R ueda , “ L os m aestros:
Leopoldo A la s
Vía, III, N .° 81 (13-1-1895), dos págs. sin numeración.
(9)
Idem .
(C la r ín )”, L a
Gran
204
DAVID TORRES
Mas de estas impresiones harto sombrías
me hicieron olvidarme las alegrías
que me entraron de pronto por los sentidos
en forma de colores, aromas, ruidos.
Yo, que llevo aquí dentro, y ha tantos años¿
un corazón cargado de desengaños,
escuché su latido que me decía:
¿Quieres curar la tisis del alma mía?
¿quieres aquellas ráfagas embriagadoras,
que tibias, voluptuosas, te acariciaron
cuando en precoz infancia las dulces horas
de ensueños amorosos te esclavizaron,
haciendo para siempre de tu existencia
un eterno suspiro por una ausencia?
¿Quieres gozar de nuevo de los efluvios
del amor esparcido por el ambiente?
¿Te acuerdas de los suaves cabellos rubios
que el azahar coronaba sobre una fuente?
¿Quieres sentir de nuevo palpitaciones
como aquellas sentidas, por sus hechizos,
al pasar por debajo de los balcones
de la niña de azahares entre los rizos?
Pues vamos a la tierra de Andalucía;
mis latidos hoy te hablan en profecía;
allí verás palpables tus sueños vanos,
allí existe la vida que tú deseas,
allí verás qué sombras dulces, livianos
aires que mezclan flores con las ideas ...
Sentirás en la mente mayor holgura,
y la dulce armonía del pensamiento;
harás de cada idea bella figura,
que allí hay versos en todo, y hasta en el viento,
y habla de todas suertes la poesía,
exuberante, rica, como ya hablaba
cuando Lucano en Roma versos decía,
que Nerón poderoso triste envidiaba.»
Nótese que aun en sus versos, Clarín aprovechaba la ocasión
para tirar una chinita a Grilo. La segunda composición, «Fragmen­
tos de un incendio», firmada en Oviedo en 1892, contiene 27 hexasílabos con asonancia en «e-o» en los versos impares, y es de una
delicada sencillez que no encontramos en otras poesías de Leopoldo
TRES POESIAS DESCONOCIDAS DE LEOPOLDO ALAS
205
Alas. Parece aludir a su segundo hijo, Adolfo, que había nacido el
20 de septiembre de 1887:
«Tengo un hijo enfermo ...
Quisiera que el alma
que tengo en su pecho
tuviera mi carne,
tuviera mis nervios,
todos sus dolores,
para padecerlos.
Mi pena es más pena,
pero no es del cuerpo;
yo lloro, yo sufro,
pero no padezco
la sed que le abraza,
el ansia del pecho ...,
todos los dolores
de que estoy tan lejos,
aunque están mis labios
dándole mil besos.
Quisiera, quisiera ...
¡ay! ahora comprendo
por qué Dios al mundo
vinó'defcde el cielo,
y quiso ser hombre,
y su amor inmenso
tomó sangre humana
que vertió contento ...
¡Para mí la fiebre
de mi niño enfermo! »
La tercera poesía, «De la torre» (Oviedo, 1893), lleva el subtítu« Ritmo imitado de D'Annunzzio» y consta de once versos libres:
«Bruma callada amiga, circunda cual manto la torre,
símbolo del misterio de mis amores místicos.
Piramidal fantasma, la gótica sombra vigila,
y ofréceme el sigilo de su silencio eterno.
Sí; callará la torre, como calla triste la noche,
y no sentirá celos de su rival humano.
Calla la blanca estrella, cual de nieve copo con alas,
sobre la cruz brillando del índice teológico.
206
DAVID TORRES
Como la torre y astro, callo siempre dulce secreto,
ya la rival humana duerme en la cripta obscura:
bajo el astro y la torre.»
Sólo aparecieron tres tomas de La Gran Vía, desde el 2 de julio
de 1893 al 14 de diciembre de 1895. La revista tenía sus oficinas
en Fuencarral, 19 y 21, y durante esos tres años tuvo tres directo­
res: Felipe Pérez y González, Carlos Frontaura, y Salvador Rueda.
En ella colaboraron casi todos los amigos «m enores» de Clarín
(Ramos Carrión, Sinesio Delgado, Sánchez Pérez, Vital Aza, Eduar­
do de Palacio, Pedro Bofill, etc.) y por lo menos dos enemigos
(Manuel del Palacio y Novo Colson). En 1895 publicó cuatro cuen­
tos de Rubén Darío, probablemente tomados de otras revistas. Cesó
con el número 127 a causa de «grandes dificultades» para conse­
guir su propósito «y el cansancio del público hacia ün periódico
que por su ya larga vida no podía ofrecerle el aliciente de la no­
vedad». La única otra contribución de Leopoldo Alas a esta revista
fue «Dos pensamientos de Alas» (Año III, N.° 106, 7-VII-1895) que
copiamos a manera de colofón:
«España es un país de cabezas montadas al aire».
«Sólo el genio puede ser exagerado impunente».
C l a r ín
PEÑALBA Y RIPOLL: DOS MONASTERIOS EN LA
ESPAÑA DEL SIGLO X
POR
SERAFIN BODELON
GENADIO, AMIGO DE ALFONSO I I I
Genadio ingresó en el monasterio Ageo, hoy Ayoo (cerca de Vi­
dríales, en Zamora) y tras reconstruir San Pedro de Montes y San
Andrés, funda Santiago de Peñalba. Nos queda de él su Testamento,
en un latín docto y elegante, en el que nos habla de la fundación,
dotación y biblioteca de ete monasterio berciano (1).
Genadio fué persona de confianza y amigo de Alfonso III, quien
le nombró obispo de Astorga, función que desempeñó entre 909 y
920; en esta fecha se retiró al monasterio de Peñalba, donde aún
vivió dieciséis años. Por el 916 debía ya estar finalizado Santiago
de Peñalba, pues por entonces empieza a sonar en la documenta­
ción el de S. Andrés (segunda fundación) y ese año comienza sus
fundaciones más alejadas con San Alejandro de Santalavilla. Y pre­
cisamente en el 915 se data el Testamento, en el que se trata de la
dotación de Peñalba (2), así como la dotación de los otros dos
monasterios bercianos próximos: la biblioteca debería ser común
para los tres cenobios, estableciendo un turno rotativo, de donde
(1 )
A. Q u in t a n a P
(2 )
P.
p. 477.
R
o d r íg u e z
r ie t o
L
, Peñalba, L e ó n , 1978, p. 14.
ópez,
Episcopologio
Asturiense,
Astorga,
1906-1910,
208
SERAFIN BODELON
Pérez de Urbel ha sacado la idea de que Genadio fué el fundador de
la primera biblioteca criculante de España (3).
Genadio poseía una notable cultura, a deducir, no sólo por la
elegancia del latín de su Testamentum, sino también por los libros
donados por él a los tres monasterios bercianos; entre tales libros
se encuentran cuatro obras de Isidoro: Las Etimologías, la Regla,
el De officiis y el De Viris illustribus (4). Además las Epístolas
de S. Jerónimo, los Moralia de Gregorio Magno, el In Apocalypsim
de Apringio de Beja, la Chrórvica íntegra de Próspero de Aquitania,
así como la obra de Juan Clímaco que se había inspirado en el Antirretikós de Evagrio y los Capita Centum de Diadoco de Fotice.
Donó, además, Genadio, a la biblioteca de los tres monasterios
bercianos, el Liber Comicus, un leccionario de contenido litúrgico,
bien estudiado por Pinell (5), así como varios libros de contenido
bíblico: el Patenteuco, el Libro de Job, el Libro de Ezequiel y otros
libros sacros.
De todo ello cabe deducir que Genadio fué el promotor de la
cultura en el Bierzo del siglo X, ya que esos libros alcanzarían no
sólo a un conjunto aproximado de cien monjes, que podrían habitar
los tres cenobios por el siglo X, sino también a cuantas personas
cultas pudieran acceder a la biblioteca monacal; y de ellos, sin
duda, se hicieron copias para otras fundaciones cenobíticas, siguien­
do el «o ra et labora» (6).
El Testamentum, además, no es una mera descripción objetiva,
es también una autobiografía. Y así nos cuenta Genadio: «Un día
salí del monasterio de Ageo, ansioso de la vida silenciosa y tras la
bendición del abad Arandiselo, llegué con doce hermanos al solar
de San Pedro de Montes, que estaba destruido, olvidado y cubierto
de maleza y zarzales. Lo restauré, restablecí edificios, planté vides
y manzanos, cultivé las tierras, hermoseé los huertos y preparé allí
una vida apta para los monjes; más tarde, elegido obispo de Astorga, amplié la iglesia con maravillosas construcciones» (7). Es
(3)
J. P erez
de
U rbel , Los M on jes en la Edad Media, II, M adrid,
1945,
p. 357.
(4)
M. C. D íaz
(5)
J. P in e l l , “L a L itu rgia H ispánica” , Repertorio de las Ciencias Ecle­
y
D ía z , D e Isidoro al siglo X I, Barcelona, 1976, p. 177.
siásticas en España, 2, Salmanca, 1971.
(6) J. P erez de U rbel , El Monasterio en la vida española, Barcelona, 1942,
p. 42, “ sabemos que Ordoño, hijo de Alfonso III, le entrega un ejem p lar de la
R egla de S. Benito, “cuya doctrina deífica le encargo observe con todos los
m onjes que le están sujetos...”, por un documento del año 898.”
(7)
Ibídem anterior, p. 65.
PEÑALBA Y RIPOLL: DOS MONASTERIOS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO X
209
lamentable constatar que las malezas y zarzales, que hace casi mil
cien años Genadio primorosamente cercenó, hoy vuelven a cubrirlo
casi todo en San Pedro de Montes, gracias a la incuria de las auto­
ridades correspondientes, a la desamortización del pasado siglo y
al incendio del año 1842, posterior a la exclaustración (8). En mi
última visita a aquel lugar, en lo que fuera otrora venerable claus­
tro, pude otear un lozano patatal.
V entana m ozárabe en Peñalba.
Para la fundación de Santiago de Peñalba su amigo Alfonso I I I
le regaló una hermosa arqueta-relicario, que es hoy la m ejor joya
del Museo de la Catedral de Astorga. Es una pieza de madera cu­
bierta de plata repujada, con incrustaciones de piedras preciosas
de color verde, azul y rojo; su estilo es visigótico en la parte infe(8)
M. D ü ra n y , San Pedro de Montes, el dominio de un Monasterio bene­
dictino de El Bierzo, León, 1976, p. 18.
210
SERAFIN BODELON
rior, y en la tapa presenta la arquería del prerrománico asturiano
con estilizadas vegetaciones de reminiscencia bizantina. En la base
exterior hay una cruz cincelada similar a la Cruz de la Victoria de
la catedral de Oviedo. La pieza es una de las más preciosas joyas
de la época de Alfonso I I (9).
Cruz de Peñalba.
Genadio no sólo se ganó la confianza de Alfonso I II; condes
como Guivado y su esposa Levuina le consultaron, y a él acudieron
en busca de consejo los reyes Ordoño II y Ramiro I I (10). Este
monarca regaló al monasterio de Peñalba, con motivo de su visita,
(9)
(10)
B. V elado, La Catedral de Astorga y su M useo, A storga, 1983, pp. 19-20.
E. C otarelo , Alfonso I I I el Magno, M adrid, 1933, p. 176.
PEÑALBA Y RIPOLL: DOS MONASTERIOS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO X
211
una preciosa cruz de azófar, imitación de la Cruz de los Angeles de
Oviedo, que es actualmente una de las mejores joyas del Museo de
San Marcos de León. Posee una inscripción que dice Ob honorem
Sancti Jacobi Apostoli Ranemirus Rex ofert (en letras capitales).
Entre los objetos que han desaparecido de Peñalba se encuentra
también el precioso cáliz, que Genadio cita en su testamento y que
hoy se encuentra en el Louvre en París. Un atril de plata, que tam­
bién se cita en la dotación del cenobio, ignoro a dónde habrá ido
a parar.
Peñ alba, agazapada en el verdor del V a lle d el Silencio.
Urbano, amigo de Genadio, le asistió en sus últimos días y le
sucedió como abad, pero por poco tiempo, pues falleció a los tres
años. Se conserva el Him no a San Urbano, que debe fecharse en
torno al 939, fecha de su muerte. Curiosamente entre los muchos
objetos expoliados de Peñalba se encuentra el cuerpo del fundador:
lo robó la Duquesa de Alba en el siglo X V I (11).
(1 1 )
A. Q u in t a n a P
r ie t o
, o p . cit., p . 30.
212
SERAFIN BODELON
RIPOLL: GRAN FOCO CULTURAL
Cataluña mantuvo especiales lazos culturales con Francia, al
constituirse en la Marca Hispánica, vinculada al reino carolingio
en el siglo IX ; y esos lazos culturales siguieron existiendo en los
siglos X y X I y además les invitaba a ello la vecindad geográfica.
Por otra parte Cataluña, condado incipiente, era terirtorio fronte­
rizo con el mundo árabe y a Cataluña acudían europeos deseosos
de beber en las fuentes árabes los saberes que se filtraban hacia
territorio cristiano. Y éste fué el principal papel jugado por Ripoll
durante los siglos X y aún los siguientes; baste citar al célebre
personaje Gerberto de Aurillac, que estudió tres años en Cataluña,
donde aprendió los números arábigos (12). Tras llegar a ser Papa
con el nombre de Silvestre II, mandó a todo el orbe cristiano cam­
biar los números romanos por los arábigos. La actividad de Ripoll,
y en menor medida Vich (donde había estudiado Silvestre II), se
desarrollaba en el campo científico, utilizando traducciones del
árabe, pero sobre todo en la vertiente literaria, especialmente en
la poesía (13).
En el siglo X el monje llamado Salomón escribió en Ripoll un
libro con el título de Sentencias, donde es posible entrever la huella
isidoriana. La influencia isidoriana se ejerce en Cataluña a través
de Ripoll, que también la esparce por Europa; no obstante se ha
insistido en que la influencia isidoriana fué netamente inferior en
Cataluña que en el resto de la España medieval, cosa que también
aconteció, aunque en menor grado en Aragón; y ese descenso de
la influencia isidoriana se compensó con una mayor dependencia
ultrapirenaica (14).
Del conde Sunifredo de Urgell canta así un poema del ínonje
Oliba: «Resplandeció éste por su afabilidad, / pero nadie le ganó
en valentía; / de sus enemigos fue el terror, / y el orgullo de sus
vasallos». W ifredo el Velloso, fundador de Ripoll, hijo del conde
sunifredo de Urgell, es catado así por un autor anónimo: «Fue éste
un hombre excelso, / un conde poderoso que brilló en el orbe, /
mientras gozó de vida; pasó siempre muy alta la mirada, / hasta
(12)
L l . N icolau D ’O l w e r , G erbert
( Silvestre
I I ) i la cultura catalana
del segle X , Barcelona, 1910.
(13)
L l . N icolau D ’O l w e r , L ’escola poética de Ripoll en els segtes X -X I l í ,
Barcelona, 1920.— Y el artículo del mismo título y autor aparecido en “ A n u a ri
de l’Institut d ’Estudis Catalans” , M C M X V -X IX , pp. 3 y ss.
(14)
M. C. D íaz
y
D ía z , D e Isidoro al siglo X I, Barcelona, 1976, pp. 175-176.
PEÑALBA Y RIPOLL: DOS MONASTERIOS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO X
213
que Dios le concedió un tronó / en el mundo de las estrellas* (15).
Hermosos versos para cantar al hombre que unió los condados
de Gerona, Urgell, Cerdaña, Besalú y Barcelona; al hombre que
repobló el Ripollés, la Ausona, el Bagés y la Bergada; al fundador
de S. Juan de las Abadesas y de la casa Condal de Barcelona. Sin
él no habría existido Cataluña. Al colocar al héroe en el mundo de
las estrellas, el poeta entona un canto a la naciente Cataluña, a la
que presagia también uíi futuro lleno de fulgor.
Ripóll h o y : Conjünto exterior de la basílica en el estado actual.
A fines del X, o quizás a principios del X I, otro autor anónimo
de Ripoll escribe un libro de poemas con notaóiones musicales; no
era un Guido de Arezzo y no se imaginó la pragmática idea de una
clave y un pentagrama. Pero sus notas musicales se entonaron
hasta el siglo X II; al llegar los cluniacenses, portadores de las re­
formas romanas, sus notaciones fueron olvidadas, sin que hoy sea
posible descifrarlas (16).
En la Biblioteca monacal de Ripoll poseían manuscritos de
Terencio, Virgilio, Horacio, Lucano, Marcial y Prudencio (17). A
(15)
J. P erez
de
U rbel , El Monasterio en la vida española de la Edad
M edia, M adrid , 1942, p. 87.
(16)
Ibídem , op. cit. anterior, p. 204.
(17)
V . J. H err er o , Introducción al estudio de la Filología latina, M adrid,
1965, pp. 37-38.
214
SERAFIN BODELON
finales del siglo X la biblioteca del Monasterio de Ripoll contaba
con ciento veinte manuscritos: una gran biblioteca para aquellos
tiempos. Ripoll nos hace sentirnos en un florecimiento cultural
inmenso en pleno siglo X y X I, cuando las historias nos cuentan
que esos eran siglos oscuros: y no es eso lo que cabe deducir tras
R ip o ll:
los
L a basílica en ruinas, acuarela de Soler y Rovirosa. Se aprecian
arranques
de las bóvedas
góticas levantadas después del terremoto
de 1428.
PEÑALBA Y RIPOLL: DOS MONASTERIOS EN LA ESPAÑA DEL SIGLO X
215
la lectura de Nicolau d'Olwer sobre Ripoll, o del libro de Vinay
sobre el Alto Medievo (18).
De la creación del siglo X en Ripoll sobresale muy especialmen­
te la producción anónima1
: en el ora et labora no interesaba tanto
resaltar el individualismo del autor, sino el hecho de transmi­
tir un legado a la posteridad. Y ese anonimato afecta tanto a la
poesía, como a la producción revestida de un tinte cientificista.
Tanto el poema de entrenamiento métrico Carmen de metricalibus
uersibus, como el poema Eun ¿ine doctrina nulla, como el titulado
Sante puer (19), son de monjes anónimos de Ripoll. Son también
anónimos un De H orologio y un De astrolabio, que se han transmi­
tido a través de un manuscrito copiado en Ripoll en el siglo X I,
por lo que cabe deducir que pueden ser de un monje del siglo X
de dicho cenobio, que habría tenido acceso a la ciencia arábiga (20).
Gisemundo, probablemente monje en Ripoll, escribe un tratado
de Geometría, que un manuscrito de fines del siglo X, procedente
de Ripoll, nos ha transmitido con el nombre de Liber Geometriae
(21); por este tipo de actividades de inspiración científica, cabe
deducir que Ripoll desempeñó, por el siglo X, idéntico papel al
Toledo de la escuela de Traductores, aunque a menor escala y con
unos medios inferiores.
Procede también de Ripoll un curioso opúsculo con el título
de Kalendarium Rivipullense, redactado por el siglo X; presenta
la incorporación de conocimientos médicos y técnicos, que pare­
cen proceder no sólo de fuentes árabes, sino también de Beda el
Venerable, lo que demuestra las buenas conexiones europeas de
Ripoll. Lupito, archidiácano de Barcelona quizás formado en Ripoll,
escribe también en el siglo X, por el 980, un opúsculo De Astrolabio,
que circulaba con títulos diversos (22).
V
, A lto
M ed ioevo latino. Conversazioni e no, N à p o l i ,
(1 8 )
G.
(19)
C ifr. nota 196, p. 67.
(20)
M . C. D íaz
(21)
J. M . M il la s , Assaig d’historia de les idees fisiques i matemátiques
in a y
y
D ía z , oper. cit., núms. 644 609.
a la Catalunya m edieval, Barcelona, 1931, pp. 327-335.
(22)
1978.
J. M . M il l a s , op. cit., pp. 271-275 y 275-293.
J. L . M oralejo , Literatura Hispano-Latina, Barcelona, 1980, p. 59.
IDEAS EDUCATIVAS DE JOVELLANOS
POR
M AR TIN DOMINGUEZ LAZARO
En este trabajo intento exponer y comentar brevemente algunas
ideas del ilustre asturiano sobre educación. Para realizarlo he selec­
cionado los textos más significativos, difuminados por su extensa
obra. En estos fragmentos se manifiesta claramente la constante
preocupación que tenía Jovellanos por solucionar los múltiples
problemas que padecía el pueblo, mediante una buena política
educativa. Además, en dichos escritos se refleja fielmente el espí­
ritu ilustrado de la época y lo embebido que estaba el autor de la
pedagogía imperante allende los Pirineos. Y como a los seres huma­
nos se les valora por los pensamientos y las obras, leamos sus
asertos.
JOVELLANOS DIDACTA
Esta afición la manifiesta al redactar el Curso de Humanidades
Castellanas en el que incluía la enseñanza de la gramática general,
la castellana, retórica y poética. Así dice: «Este curso supone una
perfecta inteligencia del arte de leer y escribir; esto es de las pri­
meras letras». Y aclara: «empezaré por los principios de gramática
general enseñados según nuestro método», y así lo realiza, expo­
niendo toda una serie de referencias sobre dicho asunto.
(* )
U n iv ersid ad de E xtrem adura.
218
MARTIN DOMINGUEZ LAZARO
A continuación describe el modo de concebir los estudios
humanísticos: «De aquí se pasará naturalmente al estudio de la
elocuencia y por el mismo método, es decir, se darán aquellos
principios generales de este arte...», pues «si la gramática es el
arte de hablar, la elocuencia es el arte de hablar con elegancia» (1).
Y añade otro tema que considera fundamental en esta materia:
«También la poética tiene sus principios universales y que abra­
zan todas las lenguas. Por ella deberá empezar la enseñanza; al
estudio de la poética deberá seguir el de la lógica», que en aquella
época se reducía a la recta disposición y utilización de las propo­
siciones gramaticales.
Una vez cursadas las nociones humanísticas propone seguir con
los estudios filosóficos propiamente, por la estrecha relación que
guardan con los anteriores, asentando: «Se deben, pues, enseñar
a los jóvenes principios de la metafísica, esto es, de la naturaleza
de los entes; y como el primero de todos y el que los abraza y
contiene en sí, es el supremo autor de cuanto existe, es visto que
en esta enseñanza de la metafísica debe entrar la teología natu­
ral» (2).
Conocida la criatura natural y el Criador, se establecerán las
normas éticas que rigen la buena correspondencia entre ellos.
«Este conocimiento establece los principios del derecho natural,
porque descubiertas las relaciones que tiene el hombre hacia su
Criador y hacia sus semejantes, serán fácilmente establecidas so­
bre ellas sus derechos y obligaciones».
Finalmente, comenta: «Resta sólo el estudio de la política para
completar la filosofía especulativa o racional». Mas él propone una
política que haga relación al gobierno interior de cada sociedad,
y que por lo mismo, se llama económica, «cuyos principios son ya
generalmente conocidos». Y concluye con su exhortación acostum­
brada: «H e aquí los estudios que deben servir de cimiento a todos
los demás, y sin los cuales, el teólogo, el jurisconsulto, el filósofo
natural jamás alcanzará otra cosa que ideas vagas, inconexas y fal­
tas de buen cimiento» (3). Este tratado fue uno de los primeros
que redacta y comprendía las materias comunes antes de pasar a
los estudios superiores propiamente dichos.
(1)
Curso de Humanidades Castellanas, Obras de Jovellanos, B.A.E., T. I,
p. 101.
(2)
Ibídem , p. 101.
(3)
Ibídem , p. 102.
.
_
... .
IDEAS EDUCATIVAS DE JOVELLANOS
219
DIDACTICA DE LA GRAMATICA CASTELLANA
Habiendo hecho una exaltación de lo que son las bellas letras
para el espíritu humano y de cómo deben adquirirse las nociones
generales de cualquier lengua, pasa a considerar la didáctica útil
y más conveniente para las tres partes de la nuestra: «L a práctica
es sin duda la más importante, porque tanto se aprende una lengua
con reglas, cuanto con ejemplos selectos: no tanto con una gra­
mática, cuanto en los buenos autores». Después desciende a nimios
detalles sobre cómo deben mostrarse las diferentes partes de la
oración gramatical: artículo, nombre, pronombre y modalidades
del verbo, etc., para finalizar con una breve exposición de sintaxis.
Dentro del arte de bien decir incluye el estilo o la forma de
hablar con pulcritud, pues, «llámase estilo aquel modo peculiar
con que un hombre expresa sus conceptos por medio del lenguaje.
Sus cualidades pueden reducirse a dos: perspicuidad y ornamen­
to». Para conseguir éste los hombres se valen, además del lenguaje
real, del figurado, con las múltiples figuras de palabra y pensa­
miento que más frecuentemente se emplean en los tres discursos
literarios: «E l estilo simple, el adornado o florido y el grande y
elevado, éstos sólo responden a los tres deberes de un orador, a
saber: al de instruir, al de agradar, al de conmover» (4). Más cada
uno ha de emplearse según e-1 asunto y objetivos que se pretenden,
pues de lo contrario no tienen sentido completo.
Termina el autor exponiendo unas nociones de la enseñanza de
la poética, a la que define como el «lenguaje de la pasión o de la
imaginación animada, formado por lo común en números regula­
res», que se presenta a través de la poesía pastoril, lírica, didáctica,
épica, dramática, tragedia y comedia. Lo mismo dice cuando trata
de la Declamación cuyos dos factores principales son la pronuncia­
ción y la acción, y expone una serie de pormenores sobre cómo
realizar los gestos, las articulaciones y los diversos movimientos
que deben acompañar la correcta recitación.
Para la instrucción del idioma francés propone unas nociones
gramaticales breves y someras, que dan una idea bastante acertada
del estudio y recta pronunciación de esa lengua para un princi­
piante. Lo mismo podemos decir del conjunto de normas propuestas
para aprender la lengua inglesa. De todo esto podemos concluir
que el erudito asturiano, no sólo fue un teorizador de la educa­
(4) Curso de Humanidades Castellanas, Obras de Jovellanos, B.A.E., T. I,
p. 126.
- • ■--~
220
MARTIN DOMINGUEZ LAZARO
ción, sino que tuvo una constante preocupación didáctica y redactó
ciertas directrices para la enseñanza práctica; incluso él mismo
ejerció, en varias ocasiones, la docencia de las humanidades caste­
llanas en el Real Instituto Asturiano.
LA ILUSTRACION, PANACEA DE TODOS LOS PROBLEMAS
Los años que pasa en Madrid, a la vuelta de la ciudad hispalense,
son los más exaltados y en los que más manifiesta su ardor como
hombre ilustrado. Así en el Discurso dirigido a la Real Sociedad de
Amigos del País de Asturias, sobre los medios de promover la fe­
licidad en aquel Prinicpado, el autor deja correr su imaginación y
expone sus sentimientos patrióticos y su fe plena en la ilustración.
Después enumera los medios idóneos para declarar la guerra
a la incultura y conseguir desterrarla de todas partes, y citando
los prejuicios que se oponen al patriotismo dentro de la Sociedad,
dirá: «La ignorancia es otro vicio que deben desterrar las so­
ciedades. Un socio debe procurar aquellos conocimientos que son
indispensables para promover el bien del público, porque ésta es
una empresa que nunca podría acabar...», y aclara su diáfano
pensamiento: «N o pretendo yo que la Sociedad sea una academia,
ni todos sus miembros sabios consumados; pero deseo que el es­
tudio de la economía política haga familiares a la Sociedad y a los
socios las buenas ideas de administración y gobierno; sin este
estudio se pueden cometer mil errores, y con él se pueden inventar
y verificar muy útiles establecimientos» (5).
Hasta tal punto es su pasión por la cultura, que llega a confun­
dir, de alguna manera, sabiduría con virtud, la ignorancia con la
maldad y la causa de todos los males, escribiendo textualmente:
«A l contrario, la ignorancia siempre es ciega. No conoce el bien
para seguirle, ni el mal para evitarle. Deja de hacer muchas cosas
por temor de hacerlas mal, y cuando quiere obrar, ni sabe buscar
caminos nuevos, porque no los conoce, ni huir de las sendas co­
munes y trilladas, porque desconoce los errores y males a que le
han conducido».
El ilustre gijonés está en esa época plenamente influido de las
ideas de su tiempo, con esa fe inalterable que caracteriza a los
ilustrados coetáneos para los que la « instrucción es la principal
fuente de riqueza y prosperidad de un pueblo. Y citando a su con(5)
Obras de Jovellanos, B.A.E., T. II, pp. 439-440.
IDEAS EDUCATIVAS DE JOVELLANOS
221
temporáneo Campomanes gritará: «Pero yo reservaba para este
lugar memoria de sus sabios discursos y apéndices, sobre la in­
dustria y sobre la educación popular, obras excelentes a quienes
España deberá algún día su esplendor y su prosperidad, y a quienes
deben ya su existencia tantos cuerpos patrióticos, tantas escuelas
públicas, y tantos establecimientos útiles, que son las más seguras
prendas de esta misma prosperidad» (6).
Una vez anunciadas las causas que contribuyen al bienestar de
un país, concluye: «quisiéramos que el nuestro aplicase su atención
a otros, sin cuyo auxilio nunca podrían ser los primeros debida­
mente promovidos»; se refiere, claro está, al problema de la
« instrucción», llegando a decir: «La educación de la nobleza es un
artículo de grandísima importancia porque de esta clase esperamos
que salgan con el tiempo los celosos e ilustrados patriotas, que
trabajan más útilmente por el bien de nuestro país».
También advierte de la trascendencia que tiene la educación de
la mujer, por los beneficios que conlleva a la Sociedad y a la Na­
ción entera. Y compasivo comenta: «N o sería menos importante
un colegio de niñas nobles para los mismos fines. La primera edu­
cación se recibe siempre de las madres, a cuyo cargo corren los
niños hasta cierta edad: esta educación sería perfecta cuando las
madres la hayan recibido tal» (7). Con lo cual vemos su pensamien­
to feminista, preocupándose ya por la formación del sexo débil.
Finalmente, no quiere que falte la educación pública, encon­
trándola muy útil por los beneficios que reporta. «Las escuelas
patriotas y otros establecimientos pertenecientes a la enseñanza
del pueblo, son asimismo de muy grande utilidad». Esto que en
nuestros días parece una verdad evidente, no lo era así en los su­
yos, cuando la mayoría de la población vivía en una ignorancia
supina, y según el Informe posterior de A. Derozier, Quintana y la
naissance, había muchos lugares sin escuelas.
LA FORMACION, BASE DE TODA PROSPERIDAD
El autor está convencido de que la instrucción
y es la solución para todos los problemas que tiene
En repetidas ocasiones y con distintos argumentos
tra: «N o hay navegación sin comercio activo, no
(6)
Ibídem , p. 452.
(7)
Obras de Jovellanos, B.A.E., T. I, p. 303.
lo puede todo
la humanidad.
así lo demues­
hay comercio
222
MARTIN DOMINGUEZ LAZARO
activo sin industria; no hay industria sin primeras materias; no
hay éstas sin agricultura; no hay nada sin capitales; no hay capi­
tales sin todas estas cosas, y no hay navegación, comercio, indus­
tria, agricultura, población, capitales, sin instrucción». Y añade:
«Pero analícese este principio y se verá cómo la primera fuente de
prosperidad es la instrucción». Así lo manifiesta con una serie de
razones, para concluir: «Y no se responda que todos estos recursos
existen sin las ciencias, porque es seguro que sin ellas no se pue­
den suponer sino imperfectos y que cualquier perfección que se
les suponga será debida a la instrucción» (8).
En cambio, defiende que el saber lo es todo para el hombre:
«Pero supóngase un país a quien todo falte menos la instrucción.
Por lo menos, los hombres que le pueblan emplearán bien su tra­
bajo, y cualesquiera que sean los instrumentos, sus capitales saca­
rán de él el mayor producto posible. De este modo aumentarán
los medios de subsistir y por consecuencia, su número». Y después
de usar varias sorites para confirmar su aserción, concluye: «La
instrucción perfeccionará las especulaciones; se echará de menos
la navegación; pero ciencias de una parte y materia y proporciones
de otra, llamarán hacia este objeto una porción de los capitales
sobrantes; y la instrucción supuesta, dirigiendo el interés, llenará
de naves los puertos y de diestros pilotos, y de marineros las na­
ves» (9). O sea, tenía fe ciega en los resultados que produciría en
cualquier camino la formación del hombre; considerándola la
palanca primaria que mueve todos los resortes del progreso y bie­
nestar del género humano.
En un tratado de Economía, después de una serie de razona­
mientos platónicos, llega a la conclusión de que la instrucción es
la principal fuente de riqueza de un país; preguntándose «¿qué
hará una nación para adquirir esta pericia, y para perfeccionar el
arte de aplicar sus capitales y sus brazos a la producción de la
riqueza? Instruirse en los conocimientos conducentes a esta per­
fección. Luego, la primera, o sea la principal fuente de la prospe­
ridad pública, se debe buscar en la instrucción». Y más abajo
añade: «Dos artículos no indicados hasta aquí tienen una influencia
muy conocida en la prosperidad de los pueblos: la moral y la po­
lítica. Es preciso examinarlos; es preciso descubrir sus relaciones
con la instrucción de los pueblos. Si los halláramos enlazados con
ella habremos dado un gran paso; pero si por suerte los halláramos
(8)
Ibidem , p. 330.
(9)
Ibidem , p. 331.
IDEAS EDUCATIVAS DE JOVELLANOS
223
dependientes de ella, entonces habremos demostrado que la ins­
trucción es no sólo la primera, sino también la más general fuente
de la prosperidad de los pueblos» (10).
Luego trata de demostrar las consecuencias nefastas, que se
siguen para los ciudadanos y el Estado, por la ausencia de forma­
ción: «S i buscamos las causas inmediatas de la corrupción, las
hallaremos ya en los extravíos de la legislación, ya en la flaqueza
de los gobiernos, ya en los vicios de las instituciones civiles, ya en
la carencia, o en la perversión de la educación o, en fin, en otra
muchedumbre de causas que, aunque menos grandes y manifiestas,
no por eso son menos derivadas de la ignorancia ni más indepen­
dientes de la instrucción» (11).
Finalmente, arguye: «Establecido, pues, que el hombre puede
perfeccionar su ser por medio de la instrucción, fácil es de inferir
que ella sola puede ser el primer instrumento de su felicidad».
Vuelve a recalcar que la formación, no sólo es la fuente de todo
adelantamiento material; y que el analfabetismo es la razón de las
muchas desgracias que padecen los hombres, y confía en que por
medio de una «adecuada instrucción» llegará a alcanzar la Huma­
nidad toda clase de dichas.
Jovellanos aprovecha todas las oportunidades para ensalzar el
valor que tiene la formación para el hombre. Así en la « Felicitación
a Carlos I I I » con motivo del doble desposorio de los infantes de
España, Carlota y Gabriel con los infantes de Portugal, Juan y Ma­
ría Ana, utiliza las circunstancias para ensalzar las virtudes patrió­
ticas, y la educación dada por este monarca a su prole; escribiendo:
«O jalá que los pueblos a cuyo bien consagra la Sociedad sus tareas,
atentos a su voz y al respetable modelo que les propone, se empe­
ñasen, se apresurasen a porfía por imitarle. ¡Qué de bienes no
produciría a la nación esta dichosa competencia! ¡Cuánto no ga­
narían en ella las costumbres públicas, cuánto la educación, que
tiene tan señalada influencia en la prosperidad de los reinos! ». Y
reitera sus convicciones: «Esta educación, cuyo descuido es la cau­
sa primitiva y más general de todos los males políticos; esta edu­
cación cuyos defectos han engendrado el orgullo, la ignorancia, la
pereza, la ociosidad y todos los monstruos que combate la sociedad
por instintos» (12).
(10)
O b ra s de Jovellanos, B .A.E., T. IV , p. 10.
(11)
Obras de Jovellanos, B.A.E., T. I, p. 307.
(12)
Discurso
T. I, p. 307.
de Felicitación a Carlos III, Obras de Jovellanos, B .A.E.,
224
MARTIN DOMINGUEZ LAZARO
En una prolongada carta que dirige Jovellanos, el día 23 de
julio de 1800, a don Rafael Floranes, luego de un extenso razona­
miento de por dónde debe comenzar la aplicación de la Ley Agraria,
le pregunta: «La instrucción ¿es un medio de previa absoluta ne­
cesidad, para que obre el principio, o sólo un medio necesario para
que obre más eficaz y plenamente?». Su amigo se inclina por lo
primero; él, por lo segundo; sobre todo ve tan complicado querer
llevar a la práctica momentáneamente la enseñanza, que le repli­
ca: «Vm. sabe que la instrucción supone instituciones; las institu­
ciones, maestros; los maestros, fondos; y todo ello, luces, celo,
actividad, sin lo cual ninguna institución se organiza y prospera».
«Vm . sabe que se necesita tiempo, porque no se trata de instruir
a un hombre, sino a un pueblo, no a una edad, sino a una genera­
ción». Advirtiéndole: «Vm. sabe, en fin, que no se trata sólo de
infundir ideas especulativas, sino de comunicar conocimientos
prácticos, dirigidos y perfeccionados por ella; y esto, no a perso­
nas perspicaces y estudiosas, sino a hombres rudos y sencillos, a
quienes no pueden descender las altas teorías, sino solamente sus
resultados; a hombres que no teniendo otro órgano para alcanzar­
los que sus sentidos, sólo pueden recibirlos después de conducidos
al último grado de simplicidad e identificados con la experien­
cia» (13).
Sin embargo, esto que pudiera parecer contradictorio con lo
que había defendido en otros escritos, no lo es, sino que saca de
toda duda al repetir la frase que condensa su doctrina: « ¡Oh!
¡Bien sé yo cuánto vale esta deseada instrucción para la agricul­
tura y cuál es lo que necesita para subir a su prosperidad! Vm. sabe
también cuánto he clamado por ella en mi papel! ¡Qué d ig o !, para
mí la instrucción es la primera fuente de toda prosperidad social,
y a la demostración y a la persuasión de esta verdad están consa­
grados mi celo, mis luces, mi tiempo y mi existencia». Y así lo hizo
realmente durante gran parte de su ajetreada y azarosa vida. Y
explica ahora: «Sé que no hay que perder un instante en buscarla;
sé que éste debe ser nuestro grande, nuestro primer cuidado, nues­
tro uno necesario»; y exclama: «Mas en tanto le obtenemos ¿cru­
zaremos las manos?, ¿dejaremos existir y arraigarse las demás
semillas de nuestros males? No, comencemos a trabajar por donde
esté a nuestro alcance y se pueda; pues ya llegaremos a la causa
primera».
(13)
Cartas, Obras de Jovellanos, B.A.E., T. IV, p. 230.
IDEAS EDUCATIVAS DE JOVELLANOS
225
Además mantiene que para redimir a un pueblo de su miseria
intervienen varios factores, la industria, la libertad de actuación,
etc.; pero «la ilustración fijará siempre la medida de esta posibi­
lidad». «Es pues, indispensable, traer la ilustración a este país y
yo aseguro a usted que tardaría muy poco en ser industrioso». Y
aclara más abajo esta afirmación: «Bien sé que la ilustración por
sí sola no puede hacer todo; pero ella traerá capitales, arrancará
auxilios al Gobierno, y forzará por decirlo así, a toda la provincia
a que se convierta a este primer manantial de prosperidad» (14).
Finaliza esta extensa carta diciendo: «Cuando mis paisanos
tengan matemáticos, físicos, químicos, mineralogistas y dibujan­
tes; cuando aprendan a emplear más útilmente los fondos; cuando
sepan alcanzar del Gobierno los auxilios que nunca niega a los que
buscan con justicia y oportunidad, entonces tendrán fábricas y
artefactos, podrán emplear en ello un doble número de familias y
la población y la riqueza crecerán como la espuma; pero mientras
falten tales auxilios, los progresos serán muy perezosos» (15).
JOVELLANOS, PIONERO DE LA FORMACION FEM ENINA
El polígrafo gijonés no tiene ningún tratado que verse directa­
mente sobre esta materia; cuando expresa su pensamiento sobre el
sexo bello, es al enfrentarse con algunos de los muchos temas que
comenta, mostrándose siempre feminista y totalmente partidario
de la instrucción y promoción de la mujer. Demostraremos nuestra
aserción glosando los puntos fundamentales donde deja correr su
pluma más fluidamente sobre dicha cuestión.
En la ciudad del Betis fue donde, por primera vez, se preocupó
de la educación del sexo débil y desheredado, tanto de las monjas
de clausura, como de las niñas abandonadas, por las que sentirá
gran compasión y propondrá crear un establecimiento para educar­
las e instruirlas en la hilanza para que puedan defenderse por sí
solas. Así se lo comunica en una extensa carta al arzobispo de Se­
villa, a quien, después de otras proposiciones, le dice: «A l mismo
tiempo debo hacer presente a vuecelencia que la casa de niñas
huérfanas está reducida en el día al número de cuatro o cinco por
su escasa dotación, y aún dos de estas niñas andan todo el día por
la ciudad pidiendo limosna para mantenerse». Más adelante le ex(14)
Ibidem , pp. 298-299.
(15)
Ibidem , p. 300.
226
MARTIN DOMINGUEZ LAZARO
presa: «P o r tanto, sería muy conveniente que se dotase provisio­
nalmente algunas plazas, lo que pudiera hacerse a bien poca costa,
así porque estas inocentes, recogidas a vivir retiradas y en común,
podrían pasar con poco, como porque el sacerdote que las cuida y
dirige es un varón piadoso y de notorio celo y caridad». Y añade
con compasión: «P o r este medio se las libraría de la distración y
peligros a que las expone la necesidad de mendigar, vivirían todas
reducidas, y su aplicación a las hilanzas (que cuidaría la Socie­
dad no les faltaran nunca) podría producirles algunas ganancias,
con las cuales se aumentase la proporción de mantener a otras
niñas» (16).
Siguiendo el mismo pensamiento en el discurso que pronunció
unos años después en la Sociedad Económica de Madrid, el 24 de
diciembre de 1784, ensalza el bien conseguido por esta asociación,
con la promoción de las doncellas olvidadas, y les comunica a sus
socios: «Vosotros, señores, estáis mirando el más recomendable de
todos en estas inocentes criaturas, que hemos librado del desam­
paro y la miseria», y especifica: «Las obras delicadas que salieron
de sus manos, al mismo tiempo que dan el mejor testimonio, del
esmero con que hemos promovido su enseñanza, testifican también
que no será pasajero ni momentáneo el beneficio, que han recibido
de nosotros, sino tal que puede librar sobre él la subsistencia de
toda su vida...».
Luego vuelve a recalcar su pensamiento con diáfanas palabras:
«Pero si alguno quisiera poner en duda esta verdad, que compare
su situación presente con la que tenían cuando la Sociedad volvió
hacia ellas su vista y su cuidado. Privadas por la Provincia de sus
padres, vivían expuestas a todos los males que suelen acarrear el
desamparo y la pobreza». Y reitera: «La pereza y la ignorancia
crecían con ellas, y el vicio las acechaba desde lejos, aguardando
el momento de su adolescencia para perderlas en razón» (17). Tal
era el afán del autor que intentará redimir e instruir por todos los
medios a estas chicas iletradas.
Mas será, en 1785, en el Inform e dado a la Junta General de Co­
mercio y Moneda sobre el libre ejercicio de las artes, donde Jove­
llanos se mostrará abiertamente sobre la igualdad de la mujer para
muchas actividades. Por sus aciertos, podemos compararlo a un
pedagogo moderno, llegando a escribir: «E l Criador form ó las mu­
jeres para compañeras del hombre en todas las ocupaciones de la
(16)
Obras de Jovellanos, B.A.E., T. II, p. 356.
(17)
Ibídem , p. 29.
IDEAS EDUCATIVAS DE JOVELLANOS
227
vida, y aunque las dotó de menos vigor y fortaleza para que nunca
desconociesen la sujeción que les imponía, ciertamente que no las
hizo inútiles para el trabajo». Y afirma claramente: «Nosotros
fuimos los que contra el designio de la Provincia, las hicimos dé­
biles y delicadas». Y expone una sentencia tan profètica que el
tiempo ha confirmado su intuición: «Acostumbrados a mirarlas
como nacidas solamente para nuestro placer, las hemos separado
con estudio de todas las profesiones activas, las hemos encerrado,
las hemos hecho ociosas, y al cabo hemos unido a la idea de su
existencia una idea de debilidad y flaqueza, que la educación y la
costumbre han arraigado más y más cada día en nuestro espíri­
tu» (18). Estas afirmaciones contundentes las ilustra con una serie
de ejemplos, sacados de las diferentes sociedades y épocas histó­
ricas.
A su vez advierte que estos prejuicios son hechos consumados
que se dan realmente en la sociedad, contra los cuales argumenta:
«Y o no negaré que existe la idea de esta repugnancia; pero existe
en nuestra imaginación, y no en la naturaleza. Nosotros fuimos sus
inventores, y no contentos con haberlas fortificado por medio de
la educación y las costumbres, quisiéramos ahora santificarla con
las leyes».
Por eso pide libertad de acción para la ejecución de las activi­
dades femeninas, convencido de que las tareas que no son propias
a sus limitadas fuerzas no las acometerá. Lo mismo sucede con
las profesiones relacionadas con el decoro y el pudor, aunque «ésta
es una materia regulada por la opinión aún mucho más que la an­
tecedente». Y reitera: «La opinión sola califica la mayor parte de
nuestras acciones, y lo que es indecente en un país y en un tiempo,
es honesto o indiferente en otros. Por lo común la idea de la de­
cencia sigue el progreso de las costumbres públicas; y exhibe varios
casos para demostrar su afirmación y defender la total indepen­
dencia, pues: «estas ideas que, naciendo de la opinión ni necesita­
ban ser auxiliados, ni pueden ser vencidas por la ley, jamás se
confundirán en medio de la libertad» (19); porque, según él cada
cual sabe lo que conviene en cada lugar a su decencia y honestidad.
Por su parte, en el Inform e extendido en la Junta de Comercio
y Moneda, tratando de imponer un nuevo método para la hilanza
de la seda, tiene otras pinceladas que reflejan la postura de Jove(18)
Inform e dado a la Junta General de Com ercio y Moneda sobre el
libre ejercicio de las Artes, B.A.E., T. II, p. 33.
(19)
Ibídem , p. 34.
228
MARTIN DOMINGUEZ LAZARO
llanos respecto a la instrucción de las chicas. Así sostiene: «Que
a este fin se podrían proponer a su majestad la necesidad de esta­
blecer en Valencia, Murcia, Granada, Zaragoza y Barcelona escuelas
gratuitas de hilanza de seda para mujeres y niñas, según el método
de Mr. Vaucauson, dotando estas escuelas completamente, y po­
niéndolas bajo la dirección de las juntas particulares y sociedades
económicas, que como cuerpos permanentes podrán establecer, per­
feccionar y conservar la disciplina de esta enseñanza con general
utilidad» (20), mostrando así claramente su afán reformador, y sus
sentimientos paternales para con el otro sexo tan arrinconado a
través de la historia.
En el contencioso surgido en el seno de la Sociedad Económica
de Madrid, será donde más contundentemente se manifieste femi­
nista con la «M e m o ria » presentada a dicha sociedad. Ante el dilema
existente, si deberían o no recibirse las damas a formar parte acti­
va de aquella asociación recién fundada, informa: «Paréceme que
la admisión de las señoras se deberá hacer en la forma común. Si
esta junta no hubiese puesto límites a la libre facultad de proponer
que se habían arrogado los socios, sería sin duda necesario ocurrir
a la licencia, que infaliblemente nacería de esta libertad, pero vincu­
lado ya en el señor director el derecho exclusivo de proponer, nada
tenemos que recelar» (21).
Mas saliendo al encuentro de los que querían aceptar la con­
currencia femenina, pero no la igualdad ante los estatutos, les dirá:
«Desengañémonos señores, estos puntos son indivisibles: si admi­
timos a las señoras, no podemos negarle la plenitud de derechos
que supone el título de socios; mas si tememos que el uso de estos
derechos puede sernos nocivo, no las admitimos; cerrémosles de
una vez y para siempre nuestras puertas» (22).
Pero advierte que, para que éstas no la desmerezcan, deben en­
trar sólo las que tengan cierta valía personal. «Y o supongo que no
admitiremos un gran número de señoras: Esto conviene y esto está
en nuestra mano. Si queremos que miren este título como una
verdadera distinción, no lo vulgaricemos; dispensémosle con par­
simonia y sobre todo, siempre con justicia». Y comenta a continua­
ción en qué consisten esas dotes peculiares: «N o le concedamos
precisamente al nacimiento, a la riqueza, a la hermosura. Aprecie­
mos enhorabuena estas calidades; pero apreciémoslas cuando estén
(20)
Obras de Jovellanos, B.A.E., T. I, p. 74.
(21)
M em oria, Obras de Jovellanos, B.A.E., T. I, p. 54.
(22)
Ibidem , p. 55.
IDEAS EDUCATIVAS DE JOVELLANOS
229
realzadas por el decoro y la humanidad, por la beneficencia, por
aquellas virtudes civiles y domésticas que hacen el honor de este
sexo».
Después de hacer una exhortación, incitando a socorrer a la
mujer para conseguir su ingreso, finaliza con esta clara sentencia:
«Concluyo, pues, diciendo que las señoras deben ser admitidas con
las mismas formalidades y derechos que los demás individuos, que
no debe formarse de ellas clases separadas; que se debe recurrir
a su consejo y a su auxilio en las materias propias de su sexo, y
del celo, talento y facultades de cada una; y finalmente, que todo
esto se debe acordar, por acta formal y, si pareciese, extender un
reglamento separado, que fije esta materia para lo sucesivo» (23).
Por fin, asentaremos que en su último plan sobre Instrucción
pública hace unas anotaciones muy breves, pero dignas de elogios;
de tal manera que, por ellas, podemos considerarlo un pedagogo
progresista, puesto que tendrá que pasar bastante tiempo para que
se lleven a la praxis sus ideas. Transcribiendo literalmente su pen­
samiento, dice: «L a educación de las niñas, que es tan importante
para la instrucción de esta preciosa mitad de la nación española,
y que debe tener por objeto el formar buenas y virtuosas madres
de familias, lo es mucho más tratándose de unir a esta instrucción
la probidad de costumbres». Por eso propondrá los medios para
llevar a la práctica sus ideales y querrá que la Junta Suprema
prepare todo lo que esté a su alcance, escuelas y centros para la
formación y promoción de todas las niñas afortunadas y desampa­
radas.
EL GIJONES, IM PULSOR DE LOS ESTUDIOS PRACTICOS
En esta cuestión toca la llaga al problema de la «titulación y
la criticará por la poca formalidad que existía en la concesión de
los grados: «Pero estando por la verdad, las maestrías nada supo­
nen. Los exámenes son por lo común formularios, y la amistad, el
parentesco y el interés abren la entrada a las artes a los más igno­
rantes», y explica el procedimiento de efectuarlo: «las piezas de
examen, o son de fácil ejecución, o se trabajan con ayuda de veci­
nos, o se admiten aunque defectuosas. Así que, al lado de algunos
buenos oficiales se ven en la misma corte insignes chapuceros,
(23)
Ibidem , p. 56.
230
MARTIN DOMINGUEZ LAZARO
autorizados con el título de maestros, y situados en tienda pú­
blica» (24).
Para la enseñanza de estas materias propone dos tipos de es­
cuela: una de principios generales; otra de principios particulares:
«Las primeras serán unas escuelas generales para todas las artes,
y en ella se enseñarán aquellos principios de dibujo, de geometría,
de mecánica y de química que sean convenientes a los artistas,
considerando estas facultades como reducidas a prácticas y aplica­
da al uso de las artes». En cabio de la segunda dice: «Las otras
serán escuelas particulares de las mismas artes; cada una tendrá
la suya, y en ella se enseñarán por principios científicos sus reglas
y preceptos».
Mas dándose cuenta de nuestro retraso cultural en estas artes,
luchará para ponernos al nivel extranjero; para ello sustenta: «E l
gobierno deberá cuidar de que se forme una descripción científica
de cada arte, traduciendo y aplicando a nuestra actual situación las
que trabajaron y aplicaron en francés las academias y sabios de
aquel reino, y formando de nuevo las que no lo estén» (25).
También analiza y propone cómo deben transmitirse y hacerse
asequibles estos conocimientos a los que lo deseen: «De estas des­
cripciones deberán sacarse unas cartillas prácticas, breves, claras
y acomodadas a la comprensión de unos jóvenes que ordinariamen­
te carecen de toda instrucción, y estas cartillas se podrán imprimir
y enseñar por los maestros a cada uno de sus aprendices» (26).
En el Discurso pronunciado en la Sociedad Económica de Ami­
gos del País de Asturias, sobre la necesidad de cultivar en el Prin­
cipado el estudio de las ciencias naturales, siguiendo el impulso
arrebatador que lo caracteriza por esos años, escribe: «Y o no me
detendré en asegurar a la Sociedad que estas luces y conocimien­
tos sólo pueden derivarse del estudio de las ciencias matemáticas
de la buena física, de la química y mineralogía, facultades que han
enseñado a los hombres muchas verdades útiles, que han desterra­
do del mundo muchas preocupaciones, y a quienes la agricultura,
las artes y el comercio de Europa deben los rápidos progresos que
han hecho en este siglo» (27).
Donde más abiertamente defiende los estudios utilitarios es en
el «Real Instituto Asturiano», fundado ex profeso para ellos, y co(24)
Obras de Jovellanos, N u eva edición, edit. M ellado, T. IV , p. 89.
(25)
Ibídem , pp. 102-103.
(26)
Ibídem , p. 104.
(27)
Obras de Jovellanos, B.A.E., T. I, p. 303.
IDEAS EDUCATIVAS DE JOVELLANOS
231
mo muy bien señala el Dr. Viñao Frago en su reciente obra, Política
y educación, en los orígenes de la España Contemporánea, este cen­
tro «surgirá como obra personal de Jovellanos, con unos objetivos
no generales, sino concretos y utilitarios, verificando posteriormen­
te, una gradual «generalización» de su enseñanza, conforme a la
idea de su fundador» (28).
El Real Instituto Asturiano según deseo expreso del propio Jo­
vellanos, se abría con la esperanza de que a la larga pueda servir
este Instituto a la educación de aquella parte de la nobleza de
Asturias que se destina a la profesión de las armas y aun de toda
la gente acomodada, que no siguiere la Iglesia o la magistratura».
Y el estudioso Viñao comenta: «De acuerdo con ello Jovellanos
trataba solamente de ofrecer un «nuevo» sentido utilitario a las
actividades profesionales y más atractivas, diferentes a las tradi­
cionales dentro del Antiguo Régimen» (29).
En un reciente artículo personal, sobre dicho centro, defiendo
que el «Instituto Asturiano» vino a ser el «prim er establecimiento
d¿ enseñanza técnico-científica del país, precursor de los diversos
centros de «Estudios Elementales», que proliferaron en el siglo X IX
y X X . de las Escuelas Técnicas Superiores y de las Universidades
Laborales que, con tanta pujanza, se expandieron en la segunda
mitad del presente siglo.
Don Antonio Viñao, que ha profundizado minuciosamente en el
pensamiento de la época intentando aclarar lo que suponían aque­
llos estudios en la generación-puente a la España contemporánea,
sustenta: «En realidad Jovellanos lo único que hace es deslindar
unos estudios especulativos para las funciones de gobierno o ecle­
siásticas (escuela de latinidad y Universidad) que deben tener un
carácter minoritario, de otros experimentales y prácticos, más ge­
neralizados, auténtica innovación que no es sino una cualificación
profesional de tipo medio y superior no universitaria (ni artesanalobrero) concebida en base a la mera extensión al resto del país de
su experiencia particular del Instituto de Gijón» (30).
(2 8 )
V
iñ a o
F
rago
, A . , Política y educación en los orígenes de la España
Contem poránea, Edit. S. X X I, M adrid , 1982, p. 77.
(29)
Ibídem , p. 83.
(30)
Ibídem , p. 169.
MARTIN DOMINGUEZ LAZARO
232
DEFENSOR DE LAS DIVERSIONES PUBLICAS
Aunque este tratado no sea directamente de educación, sin em­
bargo es una materia muy oportuna, donde, una vez más, captamos
la profunda inquietud y preocupación del polifacético escritor por
la suerte de los ciudadanos.
El autor se muestra en este asunto tan humano como en todo
lo suyo, interesándose siempre por el bien de ese pueblo que tra­
baja, sí, pero que, al mismo tiempo, él quisiera ver disfrutar de
la felicidad, a que tiene derecho todo ser humano. Después de ha­
cer un recorrido histórico de toda clase de esparcimientos habidos
en nuestro país, desde los romanos hasta sus días, se pregunta:
«¿Qué espectáculos, pues, qué juegos, qué diversiones públicas han
quedado para el entretenimiento de nuestros pueblos? Ningunos».
Mas continúa él argumentando: «¿ Y esto es un bien o es un mal?
¿Es una ventaja, o un vicio de nuestra policía?», y contesta: «Para
resolver este problema basta enunciarle. Creer que los pueblos
pueden ser felices sin diversiones es un absurdo; creer que la ne­
cesitan y negárselas, y prescindir de la influencia que pueden tener
en sus ideas y costumbres, sería una indolencia harto más absurda,
cruel y peligrosa que aquella inconsecuencia». De aquí infiere:
«Resulta, pues, que el establecimiento y arreglo de las diversio­
nes públicas será uno de los primeros objetos de toda buena
política» (31).
Hablando del pueblo que trabaja, afirma: «Este pueblo nece­
sita diversiones, pero no espectáculos. No ha menester, que el
gobierno le divierta, pero sí que le deje divertirse». Luego de
enumerar las formas sencillas de recrearse las aldeas y ciudades,
lamenta: «Sin embargo, ¿cómo es que la mayor parte de los pue­
blos de España no se divierten de manera alguna? Cualquiera que
haya recorrido nuestras provincias, habrá hecho muchas veces es­
ta dolorosa observación». Y añade: «En los días más solemnes, en
vez de la alegría y el bullicio que debieran reinar y contento de
sus moradores, reina en las calles y plazas una perezosa inacción,
un triste silencio que no se pueden advertir sin admiración ni lás­
tima» (32).
(31)
M em oria sobre la policía de los espectáculos y diversiones públicas
y su origen en España, O bras de D. G asp ar M elchor de Jovellanos, Edición
M ellado, T. I, M adrid, 1845, p. 414.
(32)
Ibídem , p. 415.
IDEAS EDUCATIVAS DE JOVELLANOS
2 33
Jovellanos refiere que toda esta falta de holgario popular se
debe a las leyes rígidas que imponen a los campesinos y labradores.
Pero él está convencido de que la alegría es una palanca que mueve
a la gente. «Un pueblo libre y alegre será precisamente activo y
laborioso. Y siéndolo, será bien morigerado y obediente a la justi­
cia. Cuanto más goce, tanto más amará el gobierno en que vive,
tanto m ejor le obedecerá, tanto más de buen grado concurrirá a
sustentarle y defenderle», concluyendo más adelante: «E n una pa­
labra, aspirará con más ardor a su felicidad, porque estará más
seguro de gozarla» (33).
El está tan convencido de estas verdades que escribe: «hasta
lo que se llama prosperidad pública, si acaso es otra cosa que el
resultado de la felicidad individual, pende también de este objeto»;
y lo aclara: «porque el poder y la fuerza de un estado no consiste
tanto en la muchedumbre y en la riqueza, cuanto y principalmente
en el carácter moral de sus habitantes».
Finalmente, una vez analizada las ventajas que reportan estas
fiestas populares, concluye: «Tales son nuestras ideas de las diver­
siones populares. No hay provincia, no hay distrito, no hay villa ni
lugar que no tenga ciertos regocijos y diversiones, ya habituales,
ya periódicas, establecidos por costumbres. Ejercicios de fuerza,
destreza, agilidad, o ligereza; bailes públicos, lumbradas, o merien­
das, paseos, carreras, disfraces o mogigangas: sean los que fueren,
todos serán buenos e inocentes con tal que sean públicos» (34).
Habiendo señalado los pasatiempos, que deben extenderse para
la clase privilegiada, al tratar del teatro afirma que es la principal
de todas éstas. «H e aquí el grande objeto de la legislación, perfec­
cionar en todas sus partes este espectáculo, formando un teatro
donde puedan verse continuos y heroicos ejemplos de reverencia
al Ser Supremo, y a la religión de nuestros padres; de amor a la
patria, al soberano y a la constitución; de respeto a las jerarquías,
a las leyes y a los depositarios de la autoridad, de felicidad conyu­
gal, de amor paterno, de ternura y obediencia filia l...» (35). En
este tratado se vuelve a traslucir la mentalidad ilustrada de Jove­
llanos, y sus deseos de hacer dichosos a los demás. Debemos hacer
notar que el tiempo está confirmando sus buenas intenciones y que
hoy es realidad lo que en su mente eran meros proyectos.
(33)
Ibídem , p. 416.
(34)
(35)
M em oria sobre la policía de los espectáculos y diversiones públicas,
Ibídem , p. 421.
op. cit., pp. 418-419.
234
MARTIN DOMINGUEZ LAZARO
CONCLUSIONES
Una vez comentados los diversos aspectos de su pensamiento,
debemos escribir unas líneas, a modo de conclusiones, en las que
pretendemos sintetizar nuestras opiniones.
Jovellanos es un «polígrafo» que aborda los problemas más
complejos que se le presentan al hombre, intentando darles una
solución inmediata a los mismos.
Escribe sobre la didáctica de las humanidades castellanas, so­
bre cómo debe enseñarse el francés e inglés con tanto acierto que
parece un didacta consumado.
Como ilustrado tiene gran fe en la educación y defiende que
la formación fomenta todo lo bueno que hay en el hombre; por el
contrario, la ignorancia es la causa de todos los males que afligen
a cualquier sociedad.
Sus ideas pedagógicas tienen claras influencias de Helvetius
Rousseau, Condorcet y el filósofo alemán Kant, quienes atribuirán
un poder casi omnímodo a la educación. Tal optimismo pedagógico
fue propio de los hombres de la Ilustración.
Se preocupó de la educación de la mujer, tan descuidada en
aquella centuria, con tal tino y seriedad que parece que estamos
escuchando a un pedagogo progresista actual.
Propugna la implantación de los estudios prácticos y utilitarios,
que tan olvidados habían estado en nuestra patria y tan en boga
se hallaban en sus días, en los ideólogos extranjeros y nacionales
de la educación.
El no sólo fue un teorizador de estos estudios, sino que para
materializar sus inquietudes, funda el «Real Instituto Asturiano»
que pretendía sirviera de modelo a otros centros de los muchos
que necesitaba España.
Igualmente se interesa porque se alegre y goce ese pueblo llano
que trabaja mucho y se recrea poco, pasando la mayor parte del
tiempo libre en el tedio.
Como colofón de todo lo dicho, debemos reiterar que muchas
de las cuestiones que afronta, tienen plena vigencia. De lo cual de­
ducimos fácilmente que los hombres pasan, pero las ideas y las
dificultades permanecen y se le va encontrando solución, cuando
se superan las circunstancias adversas y se hacen familiares a la
mayoría de los mortales.
LAS CERAMICAS DE LA CUEVA DE LA ZURRA
(PURON, LLANES)
POR
PABLO ARIAS CABAL, CARLOS PEREZ SUAREZ
Y
ANTONIO TR E V IN LOMBAN
A finales de 1982 llegó a nuestro conocimiento la existencia de
algunas vasijas de cerámica aparecidas en una cueva en las cerca­
nías de Purón. Dichas piezas habían sido localizadas unos años
antes por J. M. Fernández y J. J. Cerezo, quienes amablemente nos
permitieron su estudio y nos condujeron al lugar en el que habían
aparecido.
Dado el escaso conocimiento que en general se posee sobre la
cerámica no reciente en nuestra región, hemos considerado opor­
tuno hacer una breve reseña sobre estas piezas.
CONTEXTO DEL HALLAZGO
La cueva de la Zurra, lugar de procedencia de dichas cerámicas,
se halla en el extremo suroriental del concejo de Llanes, a escasos
metros del límite con Peñamellera Alta y en las cercanías del pueblo
de Purón. Sus coordenadas son: 43° 22' 55" N. y l 9 1' 55" W. (m eri­
diano de Madrid); siendo su altura sobre el nivel del mar de unos
500 m. (1).
(1)
Instituto G eográfico y Catastral. M apa escala 1:50.000, n.° 32 “L la n e s ” .
236
PABLO ARIAS CABAL, CARLOS PEREZ SUAREZ Y ANTONIO TREVIN LOMBAN
La situación de la cueva — en la abrupta ladera septentrional
de la Sierra de Cuera— y su orientación permiten el control visual
de la plataforma costera y el valle de La Borbolla, así como el
rápido acceso al camino que lleva a la Llosa de Viango y El Mazucu,
zonas de gran potencial ganadero. Las mismas inmediaciones de la
cueva constituyen una de las principales zonas de pastos del pue­
blo de Purón.
La Zurra es una cavidad angosta y alargada que desciende de
forma casi ininterrumpida desde la boca hasta la sima en la que
dimos por finalizada la exploración. La entrada se hace por una
estrecha oquedad que da paso a una rampa descendente de piedras
sueltas; ésta termina en una pequeña sala que constituye el lugar
más amplio de la cueva y el punto más interior iluminado con la
luz del sol. En una oquedad, limitada en parte por una columna
estalagmítica, aparecieron tres vasijas de cerámica. Según los des­
cubridores daba la impresión de que se encontraban colocadas allí
intencionalmente. A partir de este punto una húmeda galería, estre­
cha y descendente, permite llegar a la mencionada sima. Durante
la exploración de la cavidad no encontramos ningún otro resto de
interés arqueológico.
DESCRIPCION DE LAS PIEZAS
N.° 1.— La primera pieza es un jarro de pasta de color marrón
rojizo de mala calidad, con abundantes desgrasantes de cuerzo de
tamaños variados, alcanzando los 4 mm. de longitud máxima. Por
el exterior presenta una coloración no uniforme, en la que alternan
tonos rojos con otros negruzcos e incluso con zonas blanquecinas
que podrían corresponder a restos de un engobe similar al de la
pieza n.° 3.
Está elaborada a mano y la forma no es simétrica, estando la
base desplazada hacia la parte opuesta al asa. Tiene 106 mm. de
altura, unos 90 mm. de diámetro en la boca y 73 mm. de diámetro
en el pie. Sus bordes son salientes, presentando un cuello bien mar­
cado, cóncavo, y formando un pequeño hombro, en el que se sitúa
la parte superior de la decoración. La parte más ancha de la vasija
se localiza ligeramente por debajo de los hombros, lo que produce
un perfil poco panzudo, que se estrecha suavemente hasta llegar a
una pequeña concavidad, la cual define un pie de fondo plano, de
3 ó 4 mm. de altura, un poco saliente.
PIEZA
N.° 1
PIEZA
N.°
2
PIEZA
N.°
3
LAS CERAMICAS DE LA CUEVA DE LA ZURRA (P U R 0 N , L L A N E S )
237
Posee un asa de sección circular, vertical, que forma una media
elipse desde los hombros hasta la mitad de la panza. Está ligera­
mente desviada respecto al eje vertical de la pieza.
La decoración es sumamente original. Consiste en una banda de
17 mamelones en los hombros (de los que se conservan 15), debajo
de los cuales se sitúa una sucesión de motivos: 3 mamelones ver­
ticales, un espacio en blanco y un gallón. La seriación real no es
perfectamente regular. Partiendo del asa hacai la izquierda hay:
3 mamelones, 1 gallón, espacio en blanco, 3 mamelones, espacio en
blanco, gallón ligeramente desviado a la derecha, espacio en blan­
co, 3 mamelones, espacio deteriorado correspondiente 4 mamelones,
gallón, espacio en blanco, 2 mamelones, espacio en blanco, gallón.
P I E Z A N .° 1
Los motivos se consiguieron pellizcando la pasta por el exterior
cuando aún estaba blanda, de lo cual han quedado señales en el
interior de la vasija.
Esta decoración podría estar inspirada en las piezas metálicas
con clavos, cuya imitación en cerámicas es bastante conocida.
Aunque rajada, la pieza está casi entera; sólo le falta algún
fagmento del borde. En parte ha perdido la superficie original.
N.° 2.— Jarro de pasta de coloración que va del rojo oscuro al
negro, con desgrasantes como los del anterior. También parece
estar hecha a mano. Sus dimensiones son: 107 mm. de altura,
95 mm. de diámetro en la boca y 72 mm. de diámetro en la base.
La forma es similar a la de la primera pieza, presentando las
siguientes diferencias: el borde es menos saliente y el cuello me­
238
PABLO ARIAS CABAL, CARLOS PEREZ SlíAREZ Y ANTONIO TREVIN LOMBAN
nos marcado; es más panzuda (la panza forma una curva de radio
menor que la anterior); no tiene pie; el asa tiene también sección
circular, si bien es más pequeña y forma un círculo por su interior,
estando al igual que en el caso anterior desviada; la parte superior
del asa arranca del hombro, pero no llega hasta un punto tan bajo
de la panza.
La decoración es una especie de motivo en espiga formado por
puntos incisos sobre la zona de los hombros. Es bastante irregular.
La forman un friso de 55 líneas de entre 4 y 6 puntos que bajan
de izquierda a derecha — los números 7-14 empezando por el asa
hacia la derecha son incisiones continuas lineales— . Además, a am­
P I E Z A N .° 2
bos lados de la unión superior del asa y el cuerpo, hay dos líneas
de puntos oblicuas. La de la izquierda, en dirección opuesta a la
habitual, para adaptarse al abombamiento que produce dicha unión.
Bajo las líneas anteriores hay otras líneas de puntos, más hori­
zontales, que se combinan con ellas según dos esquemas; parecen
estar hechas más tarde. En el primer esquema la línea de abajo
parte de cerca del límite inferior de una de las de arriba, toca el
siguiente y se une a una tercera hacia el cuarto punto empezando
por arriba. En el segundo tan sólo unen la parte inferior de las de
arriba. Este es menos frecuente. De todas formas los esquemas no
son totalmente rígidos.
La pieza está entera, salvo pequeños desconchados en el lado.
Conserva restos de la capa blancuzca a la que hacíamos alusión al
hablar de la vasija anterior.
LAS CERAMICAS DE LA CUEVA DE LA ZURRA (PURON, L L A N E S )
239
N.° 3.— Jarro de pasta negra, con desgrasantes gruesos; hecho
a mano. Su altura es 101 mm., el diámetro de la boca 95 mm. y el
de la base 65 mm.
Tiene una forma muy parecida a la del recipiente n.° 1, aunque
es bastante más simétrico. Las mayores diferencias se advierten en
el pie — más alto (5 mm. de altura) y casi cilindrico— y en el asa,
que iba — pues falta— del labio a la parte superior de la panza.
Su sección era circular.
P I E Z A N .° 3
Presenta una capa blancuzca aplicada a la superficie exterior
con posterioridad a la decoración. Esta se sitúa sobre los hombros
y está integrada por líneas incisas que forman motivos similares
a los de la pieza n.° 2, pero más variados. Hay desde dos líneas
formando un ángulo hasta esquemas como los del n.° 2; incluso
llega a haber entrecruzamiento de líneas.
Aparece roto pero ha sido posible reconstruirlo casi en su tota­
lidad.
CONSIDERACIONES FINALES
Poco es lo que se conoce sobre la cerámica no muy reciente en
Asturias, en general, y en el oriente de la región en particular.
Esto se debe en gran medida a su propia escasez, favorecida tra­
dicionalmente por la utilización de recientes de otros materiales:
madera, cuero... Si nos limitamos a tiempos prehistóricos tan sólo
240
PABLO ARIAS CABAL, CARLOS PEREZ SUAREZ Y ANTONIO TREVIN LOMBAN
^podemos citar su presencia en La Lloseta (2 ) y Les Pedroses (3),
en Ribadesella; Cueva Rodríguez (4), Pueblo Bajo de Lledías (5),
La Llana (6), El Bufón (7) y La Cuevona de Pendueles (8), en Llanes; Mazaculos I I (9) en Ribadedeva y Trespando (10) en Cangas
de Onís. Respecto a cerámicas posteriores tan sólo existen algunas
referencias aisladas.
Esta situación hace aún más difícil la interpretación de las va­
sijas de la cueva de La Zurra, ya que aparecieron desprovistas de
contexto arqueológico. Tan sólo podemos mencionar la existencia
de algunas piezas líticas procedentes del paraje conocido como Les
Calveres, aparecidas en el punto en que el camino que desde el
pueblo de Purón se dirige a la Llosa de Viango alcanza la vega que
se abre al pie de la cueva (11). Los materiales se recogieron en el
mismo camino y en algunos puntos en los que la cubierta herbórea
había desaparecido y consisten en: un raspador circular de sílex,
dos lascas con algunos retoques (sílex), una hoja de sílex con truncadura parcial inversa, un núcleo piramidal de sílex, un resto de
núcleo (sílex), una lasca de decorticado secundario y un fragmento,
ambas también en sílex. En cuarcita contamos con una muesca, un
denticulado, un núcleo amorfo, un fragmento, tres lascas de reto­
que, cinco lascas de descorticado secundario y cinco lascas simples.
Resulta imposible atribuir con certeza este conjunto lítico a un
momento determinado, tanto por el escaso número de piezas con
que cuenta como por lo poco significativo, desde el plinto de vista
cronológico, de los útiles. De hecho podría corresponder verosímil­
mente a cualquier etapa entre los inicios del Paleolítico Superior y
(2)
Jordá C
erda,
F .:
Avance al estudio de la Cueva de L a Loseta (A rd i-
nes, Ribadesella, A sturias). Oviedo, Diputación Provincial de Asturias.
(3 )
E sco rtell
P
onsoda,
M .:
1958.
Catálogo de las Edades de los Metales del
M useo Arqueológico. O v ie d o , C o n s e j e r í a d e E d u c a c ió n
y
C u lt u r a
d el P rin c i­
p a d o d e A s t u r i a s , 1982, p á g . 20.
(4)
M
árquez
U
r ía
, M . a del C .: “T ra bajo s de campo realizados por el Con­
de de la V ega del S e lla” . B .I.D .E.A., n.° 83 (1974).
(5)
E
(6)
Comunicación personal de M. R. González M orales.
(7)
M
sco rtell
enéndez,
P
onsada,
J. F . :
M . : Catálogo de las..., p á g . 85.
“D e la prehistoria
de Asturias. L a
cueva
de “ El
B u fó n ” en V id ia g o ” . Ibérica, Vol. X I X , n.° 481 (1923).
(8)
G
avelas,
A . J . : “Sobre nuevos concheros asturienses en los concejos
de R ibadesella y L lan es (A stu ria s )”. B .II.D .E .A ., n.° 101 (1980), pág. 688.
(9)
(10)
Comunicación personal de M. R. González M orales.
A
r ia s
C abal, P . ; P
s e p u lc r a l d e T r e s p a n d o
(11)
C oordenadas:
érez
S u á r e z , C. y M
a r t ín e z
V
il l a
, A .:
“L a cueva
(C o r a o , C a n g a s d e O n ís ), A s t u r i a s ) ” . E n p r e n s a .
I o 01’ 56” O (m eridiano de M ad rid ).
43° 22’ 30” N
LAS CERAMICAS DE LA CUEVA DE LA ZURRA (PU R O N, L L A N E S )
241
el Bronce Antiguo. En cualquier caso parece claro que no es posi­
ble relacionar las cerámicas de La Zurra con los materiales de
superficie.
A la vista de estas circunstancias la atribución cronológica/cultural de las cerámicas se hace sumamente difícil. Tanto la forma de
las tres vasijas como la decoración de la n.° 1 son sumamente ori­
ginales, sin que conozcamos paralelos claros, sino a lo sumo ligeras
similitudes, demasiado débiles para ser utilizadas como criterio
cronológico. Por el contrario, la decoración de las otras dos piezas
es muy sencilla y puede ser relacionada con motivos en espiga
presentes en momentos y ámbitos muy diferentes.
Tanto las formas como las decoraciones nos hacen rechazar una
cronología muy antigua (Eneolítico o Edad del Bronce). No se
puede decartar, en cambio, que puedan corresponder a la Edad
del Hierro, especialmente a la primera Edad del Hierro, e incluso
al Bronce Final, ya que existen ligeros parecidos con formas de
esos momentos en otras zonas peninsulares. Tampoco se puede
descartar una atribución a época romana o medieval, o incluso a
momentos más tardíos, en los que se siguieron empleando técnicas
muy primitivas.
Quizá salgamos de esta indefinición cronológica en el momento
en que dispongamos de una secuencia post-epipaleolítica más pre­
cisa para el oriente de Asturias, en especial en lo que a la cerámica
se refiere.
También desconocemos las actividades de las gentes que deja­
ron estas vasijas en la cueva de La Zurra, aunque dado el empla­
zamiento de ésta hay que suponerlas ligadas a prácticas ganaderas,
actividades que han debido venir realizándose en la zona desde
épocas prehistóricas hasta la actualidad.
AGRADECIMIENTOS
Queremos expresar nuestra gratitud a Juan Jesús Cerezo y José
Manuel Fernández Gómez, descubridores de las piezas, por haber­
nos permitido su estudio y haberlas cedido a la Casa de la Cultura
de Llanes para su conservación y exposición. También queremos
dar las gracias a Alejandro Fernández, Ernesto Abad y Ramón
González por habernos acompañado en nuestras visitas a la cueva
de la Zurra.
Los espléndidos dibujos que ilustran este artículo son obra de
A. Diego Llaca.
EMIGRACION ASTURIANA A ULTRAMAR Y
ARQUITECTURA
PARTE I: LA EMIGRACION
POR
COVADONGA ALVARÈZ QUINTANA
INTRODUCCION
La arquitectura ha constituido siempre un documento histórico
de incalculable valor, debido sobremanera a su condición de objeto
físico y visual, dotado del extraordinario privilegió de perdurar
sobre las generaciones humanas. Toda arquitectura incorpora así
uno más al conjunto total de sus significados y valores: el de testi­
monio visual de la historia de un lugar.
La emigración a Ultramar es sin duda el hecho de más sobre­
saliente constancia que registra la historia de Asturias durante el
período de tres cuartos de siglo que media entre 1855 y 1930. Un
posible itinerario por la geografía rural asturiana hacia esta última
fecha, descubriría en sorprendente y estrecha convivencia una ar­
quitectura doméstica de traza y factura eminentemente popular, con
otra de muy diferente carácter y fisonomía, más o menos próxima a
la culta e incluso en ocasiones relacionada con los grandes estilos
europeos gestados a lo largo de los sesenta años (1870 a 1930) que
circundan el cambio de siglo. Esta emigración asturiana a Ultramar,
nutrida especialmente de contingente demográfico procedente del
sector rural, fue recisamente quien decidió la intensa actividad cons­
244
COVADONGA ALVAREZ Q UINTANA
tructiva observada en la región durante el referido período. El grupo
más favorecido de la empresa transoceánica, los aquí denominados
indianos o americanos, se constituyeron así en promotores y artí­
fices de esta otra arquitectura doméstica, emplazada preferencialmente en el sector rural de nuestra geografía y cuya aparición tuvo
por objeto la creación de viviendas — estables o temporales, de
nueva planta o reformadas— que facilitaran la reincorporación de
este sector de la población asturiana a sus lugares de origen. Fue
precisamente esta emigración con retorno quien decidió la apari­
ción de la aquí denominada arquitectura indiana o colonial, con
sus consiguientes y múltiples rangos y variantes formales y tipo­
lógicas, siempre en estrecha relación con las también a su vez
múltiples posiciones económicas de sus propietarios.
Con menos generosidad pero a la vez con cierta regularidad,
se sumó a la arquitectura indiana de carácter doméstico otra pú­
blica, al igual que la anterior costeada también con dinero proce­
dente de América y consistente, por lo general, en edificaciones
de tipo sanitario, educativo, recreativo o servicios públicos de ca­
rácter vario, en los que quedó impresa cierta práctica proteccionista
y filantrópica, muy extendida entre los componentes más acauda­
lados del grupo indiano en cuestión.
La arquitectura colonial asturiana lejos de mostrar una unidad
formal, y precisamente por ser su propietario — por lo general in­
diano de gran fortuna— y no el profesional que la ha configurado,
el elegido como objeto de selección, se presta a una casi exacta
homologación con el resto de la arquitectura doméstica burguesa
y no indiana del período que media entre las dos fechas anterior­
mente citadas. Su máximo valor no radica pues en peculiaridad
formal o arquitectónica alguna — sí manifiesta, en cambio, en el
caso de estudios monográficos sobre la obra de un arquitecto, o
de la arquitectura circunscrita a un ámbito geográfico o período
cronológico concreto— sino en su especial emplazamiento disemi­
nado y descentralizado respecto a los principales núcleos urbanos
de la región, y por tanto en estrecha convivencia con la arquitec­
tura popular, y al igual que en ella libre también de la amenaza
especulativa tan característica en los suelos sobre-edificados.
La arquitectura indiana en Asturias, gracias a la mencionada
emigrción transoceánica y muy distante en esto del resto de las
provincias españolas — donde el frecuente emplazamiento de las
viviendas burguesas en núcleos urbanos favoreció su posterior de­
molición, o donde no se observa presencia alguna de muestras de
arquitectura indiana por no existir la previa emigración a Ultra­
EMIGRACION ASTURIANA A ULTRAMAR Y ARQUITECTURA
245
mar— dejó convertida a la casi totalidad de la región en un
auténtico y extraordinario archivo arquitectónico (muy especial­
mente doméstico), aún hoy con amplias garantías de supervivencia.
De tan privilegiada situación regional deriva la consiguiente posi­
bilidad de elaborar múltiples trabajos de investigación con los que
quede correctamente documentado este sector de la arquitectura
doméstica asturiana, aparte de indiana, extraordinariamente repre­
sentativa de la tan característica tipología de vivienda burguesa del
cambio de siglo.
Aún a pesar de esta posición de privilegio de la que Asturias
goza en lo referente a arquitectura indiana, incluso respecto al res­
to de las zonas mayormente afectadas por la referida emigración
a Ultramar, y muy especialmente sobre el conjunto del territorio
peninsular no partícipe en el referido éxodo, el tema de la arqui­
tectura colonial asturiana no parece haber sido hasta el momento
objeto de estudio serio. A fin de aminorar tan acusante vacío en la
investigación de este aspecto de nuestro patrimonio arquitectónico,
hemos abordado su estudio con cierta prudencia, ciñéndonos para
empezar a un número reducido de concejos, a fin de establecer
unas referencias básicas e iniciales que animen a un posterior es­
tudio progresivo y global de la arquitectura indiana en Asturias.
El objeto de la presente colaboración se circunscribe así al con­
junto de esta arquitectura colonial pública y doméstica — preferen­
temente esta última por presentar mayor interés e importancia
cuantitativa y cualitativa— , estable o temporal, modesta o preten­
ciosa, de nueva planta o reformada sobre casa más ant’gua. Los
límites cronológicos hn venido dados: las ya mencionadas fechas
de 1870 y 1930 aproximadamente, la primera observando un lógico
retraso sobre el inicio de las salidas hacia América, la segunda casi
sincrónica con el cierre de la emigración. La geografía, en cambio,
sí ha sido recortada intencionadamente, seleccionando para esta
primera los concejos de Muros de Nalón y Cudillero, así como el
pueblo de Somado cuya muestra arquitectónica, como habrá oca­
sión de observar, alcanza allí excepcional interés.
Siempre al objeto de evitar las características limitaciones a la
materia concreta de estudio, ha sido dividido el presente trabajo
en tres partes, correspondientes éstas a su vez con los tres aparta­
dos básicos a los que el título hace referencia. Atraídos por un
estudio «integral» de la arquitectura, hemos abordado el tema
desde sus mismos orígenes: la emigración y el emigrante (parte
primera de la investigación y de esta publicación por entregas),
sin olvidar por ello cada uno de los factores que de un modo u otro
246
COVADONGA ALVAREZ QUINTANA
han determinado su configuración definitiva: el cliente y promotor,
el profesional, los materiales y técnicas constructivas (parte segun­
da). Sin deseo de hacer un inventario exhaustivo hemos incluido
(parte tercera) una selección o muestra antològica de la arquitectura
colonial correspondiente de los referidos enclaves cuidadosamente
ordenada de oriente a occidente e ilustrada con mapas e imágenes
del objeto de estudio en cuestión.
Debido a la ausencia total de planos, memorias de obras y docu­
mentación similar en los ayuntamiento de cada término municipal
estudiado, o en los archivos de la antigua Diputación Provincial y
Colegio Oficial de Arquitectos de Asturias, hemos abordado la in­
vestigación de forma directa, a través de un programa de campo
consistente principalmente en la extracción de fichas individuales
de cada casa o edificio, fotografías, croquis y encuestas mantenidas
con propietarios indianos, descendientes directos de éstos o veci­
nos del lugar. El material, una vez recogido, ha sido estudiado y
contrastado con documentación paralela y lecturas sobre temas
arquitectónicos coetáneos o similares, y nunca sobre publicaciones
referentes a la misma arquitectura indiana, hasta la fecha absolu­
tamente inexistentes. Fueron también de gran ayuda las consultas
en las Delegaciones Provinciales de Hacienda y Delegación del Mi­
nisterio de Cultura de Oviedo y muy especialmente las efectuadas
en el archivo fotográfico de casas indianas del Colegio Oficial de
Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Asturias en Oviedo.
Cuando en 1853, por Real Orden del 16 de septiembre se hace
pública la primera medida oficial del gobierno español que pone
fin a una larga política de represión emigratoria, España era ya un
país en estado de franca precariedad. La Guerra de la Independen­
cia y los sucesivos enfrentamientos entre liberales y absolutistas
por un lado y contra carlistas por otro, señalaron los reinados de
Fernando V II y M.a Cristina con un signo de guerra civil e inesta­
bilidad gubernamental. En estas circunstancias, cualquier proyecto
económico que tendiera a un aprovechamiento realista y próspero
de los recursos de un territorio nacional de dimensiones y riquezas
naturales considerables, corría el mismo riesgo de omisión que
cualquier proyecto político bien intencionado.
Paralelamente y durante un período de casi noventa años, él
gobierno había mantenido una política de repoblación rural (1)
(1)
Entre 1767 y 1855, explica Jordi N a d a l (L a población española, siglos
X V I a X X , Barcelona, 1976, págs. 177 y 178) cómo fueron llevadas a cabo una
serie
de m edidas
que
directa o indirectamente
favorecieron
el crecimiento
EMIGRACION ASTURIANA A ULTRAMAR Y ARQUITECTURA
247
apoyada en tesis poblacionistas; política ésta que aparte de activos
métodos higiénico-sanitarios de lucha contra la mortalidad, incluía
una serie de medidas oficiales coactivas de la emigración que se
tradujeron, en la fecha mencionada de 1853, en un excedente de­
mográfico fuertemente concentrado sobre unos puntos muy con­
cretos de la periferia española. Habíase asentado en estas zonas
una población directamente vinculada al comercio con América, al
que el gobierno había concedido amplias libertades en el siglo
X V III, y que de alguna manera debió contribuir también a la so­
brecarga demográfica aquí ubicada. Pero pese a esta actividad
mercantil, la inmensa mayoría de la población periférica pertenecía
al sector primario de la economía, más deprimido aquí como en el
resto de la península, dado el fuerte desequilibrio existente entre
demografía y recursos naturales explotados. En estas zonas super­
pobladas los jornales y el nivel adquisitivo de los campesinos eran
bajos respecto a los precios vigentes para los artículos de primera
necesidad.
Así, cuando el gobierno hace pública la Real Orden del 16 de
sepi'embre de 1853, a la que sucedieron toda una serie de decretos
y medidas tendentes a reanudar y favorecer la emigración a Ultra­
mar (2), en realidad lo que estaba traduciendo era el paso de una
tendencia poblacionista a otra muy distinta y de signo contrario:
una política emigratoria que paliase momentáneamente el grave pro­
blema del excedente demográfico y la crisis económica que sufría
el país (3). Con estas medidas, España se vió aliviada de la crisis
de desempleo que padecía, a la par que, y también por la misma
d em ográfico en las zonas rurales.
Cabe m encionar entre ellas la orden de
venta de terrenos valdíos entre labradores o la que hace exención de diezmos
y prim icias p or cuatro cosechas a roturadores de terrenos incultos.
(2 )
En efecto, de 1853 a 1903 la legislación española pasa de un extrem o
a otro, elim inando sucesivamente todos los obstáculos que se oponían
a la
salida de sus naturales. L a s m edidas más determinantes y clarificadoras las
transcribe así Jordi N a d a l (ob. cit., págs. 1 8 0 -1 8 2 ):
“L a R eal O rden circular
de 16 de septiem bre de 1853, levantando con m uchas reservas, la prohibición
a los canarios en particular, y a los peninsulares en general, de em igrar a las
R epúblicas de A m érica del S u r... L a R.O. de 30 de enero de 1873, que dispuso
— m edida capital—
la supresión de la fianza de trescientos veinte reales por
em igrante, que la R.O. de
1853 im pusiera a los
arm adores de las em barca­
ciones expedicion arias... L a R.O. de 8 de abril de 1903, que suprim ió la nece­
sidad de pasaporte o perm iso especial de la autoridad gubernativa, y perm itió
la expedición de pasajes con sólo la exhibición de la cédula personal”
(3)
“E s inútil em peñarse en crear un Estado numeroso cuando este Es­
tado da señales de impotencia p ara garantizar la vida de todo el núm ero” .
N
adal,
J ., ob. cit., pág. 180.
24 8
COVADONGA ALVAREZ QUINTANA
circunstancia, se inició en el país un proceso de entrada de divisas
que durante más de medio siglo contribuyó a reanimar y sanear
nuestra economía.
En cambio, para las repúblicas independientes de Iberoamérica
— Argentina y Méjico— , antiguas colonias españolas, y para las aún
colonias de Puerto Rico y Cuba, todas ellas puntos de máxima
atracción de nuestra emigración, debido a la política de libertad
demográfica y a los idearios poblacionistas también allí en vigencia,
el desembarco de trabajadores españoles en sus puertos equilibra­
ba de un modo saludable la descompensación existente entre los
inmensos recursos económicos a explotar y la falta de brazos para
hacerlo.
En España la nueva política emigratoria tuvo respuesta inme­
diata en unas zonas muy recortadas del territorio nacional — sobre
todo en las Islas Canarias y las provincias del Norte y Noroeste
de la península— , sin que esta limitación geográfica impida referir
un éxodo cuantioso al continente americano. Coinciden las esta­
dísticas (4) en situar en cabeza de lista a las Islas Canarias, e
inmediatamente después a las provincias gallegas de la Coruña y
Pontevedra, seguidas éstas de Asturias y Santander, muy igualadas
entre sí y separadas de las restantes afectadas: Barcelona, Madrid,
Cádiz, Vizcaya y Lugo (5).
Cronológicamente esta fuerte emigración española a Ultramar
— sumada con retraso a la emprendida por los países europeos
desde la década de los veinte del pasado siglo— queda inaugurada
en la fecha de 1853, estableciéndose desde entonces una constante
y cuantiosa corriente de más de tres cuartos de siglo de duración,
que remontando períodos de crisis internas de cada país o crisis
generales — Primera Guerra Mundial y Gran Depresión de 1929—
alcanza con fuerza la década de los veinte de la presente centuria,
momento éste en el que el fenómeno manifiesta ya síntomas de un
descenso irreversible.
(4)
Jordi N a d a l (ob. cit., pág. 189) a través de un estudio de las estadís­
ticas de salidas y entradas de pasajeros por m ar afirm a que desde 1882 y
hasta 1914, en sólo 33 años, “el país perdió por el conducto em igratorio cerca
de un millón de habitantes, equivalentes a una tercera parte del incremento
nacional”
Continúa explicando el autor, cómo la cifra, a pesar de ser inferior
a la realidad debido a la posible omisión de em barques por puertos de los
países vecinos, es suficiente para comprender el valor real de esta emigración
que fue sin duda el fenómeno dem ográfico m ás característico de esta época.
D e igual m anera, la Historia de España y América, dirigida por J. V icens V i-
EM IGRACION A STU RIANA A ULTRAMAR Y ARQUITECTURA
249
La importancia de Asturias fue determinante dentro de esta
fuerte corriente emigratoria que afectó a un sector concreto de
España desde mediados del siglo X IX . Las circunstancias históri­
cas, económicas y sociales que la rodean, buscar su especificidad
en los aspectos en los que realmente se manifieste, y exponerlos
de un modo sucinto son el principal objetivo de este capítulo.
Para ello el comenzar por las estructuras agrarias en los concejos
seleccionados — lo que equivale de igual manera a hablar de todo
el sector rural asturiano— resulta de interés cuando se sabe de
antemano que circunstancias concretas operadas en este medio
tendrán un peso decisivo en la emigración que nos ocupa.
ves, hace mención de esta m ism a em igración como una de las acontecidas
con m ayor fu erza en la historia de España.
(5 )
N
adal,
J .,
o b.
cit., p á g .
193, c u a d r o
28.
E m igrantes a A m érica por 1.000 habitantes, en 1885-1886 (prom edio anual).
Provincias
Total de em igrantes
C an arias
18,0
Pontevedra
13,3
L a C oruña
12,7
O viedo
8.5
Santander
Barcelona
3,8
7.4
M ad rid
3.4
Cádiz
2.7
V izcaya
2.7
Lugo
2.6
En el com entario d el cuadro, alude N a d a l al exceso dem ográfico como prin­
cipal causa del fenóm eno em igratorio y desmiente por tanto la im portancia
d el “espíritu de aven tura” salvo en casos concretos. C anarias, p or ejem plo,
respondió m asivam ente a la em igración para com pensar el extraordin ario cre­
cimiento vegetativo, superior en m ás del doble, al resto del prom edio español;
Pontevedra
y La
C oruña
situadas a continuación, p or su elevada densidad
dem ográfica y los altos precios del trigo; A stu rias y Santander tam bién sobrepobladas. Sin em bargo, en los casos de V izcaya y B arcelona, ya es posi­
b le aludir, aparte de un m óvil de m era subsistencia, al carácter em prendedor
de sus gentes.
250
I.
COVADONGA ALVAREZ QUINTANA
LA EMIGRACION (SOMADO Y CONCEJOS DE MUROS DE
NALON y CUDILLERO) (6)
1.1.
LA EM ISIO N DEL CONTINGENTE EMIGRATORIO
A mediados del X IX Asturias soportaba a duras penas la ya
aludida sobrecarga demográfica. La única provincia de la región,
limítrofe por el Norte y el Sur con mar y cadenas montañosas res­
pectivamente, presentaba en los valles intermedios y costas una
elevada densidad de población en relación a sus recursos naturales.
La propiedad agraria, muy atomizada y de escasas dimensiones
debido a lo abrupto del terreno y a las sucesivas divisiones a las
que los propietarios sometieron las tierras de labor al objeto de
un mayor aprovechamiento, había desembocado en un régimen
extremadamente minifundista. Estas tierras de dos o tres hectáreas
en el mejor de los casos, constituían el único recurso económico
de quienes las explotaban, y en ellas el policultivo de subsistencia
tradicional basado en el maíz y la cebada, las habas y las patatas,
se combinaba y completaba en el mejor de los casos con algo de
huerta y una humilde cabaña familiar.
Con las castañas para todo el año y las manzanas se completaba
alcanzando esta economía cerrada y de autoconsumo una dieta
monótona y de subsistencia (7).
Por otra parte los suelos, explotados al máximo, se agotaban
con rapidez y no contribuían tampoco a dar mejores rendimientos
el uso de técnicas y sistemas de cultivo más adecuados o la intro­
ducción de productos agrícolas más acordes con el clima y las
propiedades de la tierra. La situación se veía agravada más aún
por las cargas caídas sobre los campesinos, porque éstos, en su
inmensa mayoría, eran colonos y no propietarios, debiendo pagar
por ello pesados y debilitadores cánones a señores, Iglesia y Ha­
cienda (8).
(6)
Circunscríbese este estudio a dos concejos, los mencionados y al lugar
o pueblo de Somado, perteneciente municipalmente al Ayuntam iento de P r a via
y
parroquialm ente a Sta. M .a de M uros de Nalón.
Su
ubicación, muy
p róxim a a la villa de M uros y aspectos de índole arquitectónico a d escubrir,
en su momento, determ inaron la decisión de incluirlo en el presente estudio
junto a los concejos señalados.
(7)
“ En 1853, fecha de las prim eras disposiciones favo rables a la em igra­
ción, un
real decreto había
m andado ab rir
un crédito extraordin ario
para
socorrer la m iseria que afligía a algunas provincias del reino, sobre todo a las
de G alicia y A stu rias” , N adal, J., ob. cit., pág. 195.
(8)
.
A l respecto de estas cargas y en general para el tema del modelo de
EMIGRACION ASTURIANA A ULTRAMAR Y ARQUITECTURA
251
Consultando listas de centros asturianos, clubs, hogares e ins­
tituciones similares distribuidas por la geografía americana de
nuestra emigración (9), se observa una mención casi completa
de todos los concejos de la región y sólo la excepción de algunos
muy significativos: aquellos que empiezan a medificar sus bases
económicas desde mediados del siglo X IX (casi paralelamente al
inicio y desarrollo de la emigración a Ultramar) incorporándose
a tareas extractivas de la minería e industrias paralelas. Mieres,
Langreo, Lena, Quirós y Siero, emplezados en el interior de la zona
central asturiana, amplían sus esquemas económicos hasta enton­
ces basados en la explotación familiar agraria descrita para la
generalidad de la región (10). Otros términos con núcleos urbanos
importantes y con mayoría de funciones administrativas y comer­
ciales como Oviedo, Gijón y Avilés, a los que se añade, en el caso de
los dos últimos el puerto como factor de atracción demográfica,
debieron de arrojar igualmente cifras menores en las estadísticas
de emigración.
Tanto en este tipo de ciudades como en los municipios de acti­
vidad minero-siderúrgica ya mencionados, las actividades produc­
tivas tradujeron un fenómeno demográfico de signo contrario alde la emigración, esto es la absorción de un contingente huma­
no procedente de las zonas rurales próximas y que de otra manera
se habría sumado también a la mencionada emigración trans­
oceánica. El tráfico de paños con Castilla, preferentemente por
el puerto de Pajares — el mejor acceso a la meseta dentro de la
tónica general de precariedad en la que se encontraba nuestra red
de comunicaciones en el siglo pasado— parece haber sido un cu­
rioso y muy localizado fenómeno mercantil que inequívocamente
también restó cifras a la emigración. De nuevo concejos del área
explotación agraria vigente en un sector occidental interior del campo astu­
riano en los siglos X V I I I , X I X y X X , resulta interesante la Tesis de L icencia­
tura de Sánchez B rañ a, publicada en Oviedo, 1976, por I.D .E .A . con el título
d e:
Estudio sobre
la geografía agraria y la población del concejo de Boal.
Finalm ente y respecto al m ismo tema de las cargas, es preciso hacer mención
de los sistemas de préstam o y usura a los que debía someterse el campesino
p ara p a gar el p asaje a A m érica de uno de sus hijos, u otras circunstancias
de gravedad. A l respecto, el título mencionado ofrece tam bién alguna infor­
mación.
(9) E sp ia g o , F. J., “ Centros A sturian os”, Enciclopedia Asturiana, vol. IV ,
pág. 265-268.
(1 0 )
1 8 9 »...::-
A ram buro
:
.
y
Z ulu ag a . F ., Monografía de Asturias, c a p . I V , O v ie d o ,
..............................................................................
..
........
COVADONGA ALVAREZ QUINTANA
252
central se mencionan (11) por sus famosas y concurridas ferias y
mercados, aludiendo así a zonas con una economía abierta y prós­
pera, a cierta distancia del modelo económico cerrado y autárquico
vigente en la mayor parte de la región: mercados de la Pola de
Siero, Infiesto y Villaviciosa, ferias de Oviedo, Gijón y Avilés.
En definitiva, parece ser que pese a la carencia de estadísticas
detalladas sobre la emigración asturiana a Ultramar (12) — cifras
que contribuirían a aumentar la fiabilidad de lo expuesto— los
municipios centrales padecieron en menor medida el fenómeno
emigratorio que tanto afectó al resto de la región. La zona central,
por las amplias posibilidades que ofrecían las actividades econó­
micas allí en desarrollo, se constituyó en centro de absorción de
una parte del excedente de mano de obra que Asturias padecía,
debatiéndose el resto de la región entre las dos únicas opciones
posibles: proseguir en las míseras condiciones de vida o emigrar (13).
El caso concreto de los concejos seleccionados de Muros de
Nalón y Cudillero, y el pueblo de Somado (14) corroboran lo ex­
puesto. Se sitúan éstos ocupando una franja costera que se extiende
desde la zona central de la provincia hacia occidente. Pese a la
(11)
A ram buru
(12)
Interesan sobrem anera cifras correspondientes a las fechas en las que
y
Z uloaga , F., ob. cit., págs. 426-428.
m ás fuerza tuvo esta corriente emigratoria, o sea, los setenta y cinco años
que m edian entre 1855 y 1930, momento este último que las salidas decrecen
considerablemente. M artínez Cachero en el Boletín del I.D .E .A . correspondien­
te al núm ero X L V I, señala la escasa fiabilid ad de los resultados conocidos y
hace hincapié en la predominante carencia de los mismos. Posteriorm ente, en
las páginas 64 y 65 de su libro La emigración asturiana a Am érica, Oviedo,
1976, Ediciones A y alg a, ofrece cifras correspondientes al período posterior al
año 1925, cifras que p or su cronología ya no resultan de utilidad alguna. P o r
su parte Jordi N adal, en la obra ya citada, páginas 189-190, descubre estadís­
ticas de salidas y entradas por m ar para España, pero sin hacer distinción de
provincias em isoras ni países americanos receptores.
(13)
A
pesar de ser la referida em igración al N u evo Continente la que
m ayor contingente de población asturiana absorbió, es preciso hacer somera
referencia
a otro tipo de salidas que de un modo m ás
lim itado
afectaron
tam bién a la región. M e refiero en prim er lu gar a la em igración tem poral de
jornaleros que se dirigió a Castilla año tras año en períodos de recolección de
cosechas. D e otro modo fue también importante la salida de asturianos hacia
las grandes ciudades de la península, M adrid sobre todo, donde los em igrantes
ocuparon
cargos de serenos, conserjes y porteros de organism os oficiales y
cargos distintos del servicio doméstico en casas de abolengo: criados y m ayor­
domos.
(14)
O frece
datos
al
respecto de las zonas m encionadas el Diccionario
geográfico-estadístico-histórico de España y
P ascual
M adoz , M adrid,
sus posesiones en Ultramar, de
1849, en los artículos
correspondientes a Somado,
EMIGRACION ASTURIANA A ULTRAMAR Y ARQUITECTURA
253
proximidad geográfica de los dos últimos respecto a los concejos
centrales de Avilés y Oviedo, el aislamiento era casi absoluto dado
el mal estado de las vías de comunicación.
Económicamente asumen el aludido modelo de autoconsumo y
subsistencia, pero pese a ello (caso de Cudillero) introduce activida­
des productivas complementarias. La presencia del mar redundó
en este último en formas diferentes de aprovechamiento. En Cudi­
llero villa las condiciones naturales y la presencia de un pequeño
puerto favorecieron la aparición de una actividad pesquera in­
tensa y una pequeña industria de productos derivados del mar
(fábricas de salazón y conservas). Estas actividades, junto con una
considerable producción de hilados, hizo beneficiaría a la villa en
ciertos aspectos de una modesta economía de mercado. Precisa­
mente por ello los naturales de Cudillero capital fueron mucho
menos propensos a la emigración que los nativos del resto de los
pueblos del municipio, sin otra fuente de recursos que mejorara
la precariedad del modelo económico agrario al que se hallaban
sometidos.
En el resto del concejo así como en Muros del Nalón — que por
su ubicación y falta de puerto no pudo acceder directamente a la
explotación de los recursos marítimos— y Somado, la falta de ac­
tividades económicas complementarias que paliaran el régimen de
subsistencia prevaleciente determinaron un éxodo masivo a Ultra­
mar, sincrónicamente operado al resto de la región.
Hablar del muy aludido espíritu de aventura o espíritu imitativo
(15) como factores determinantes de la emigración asturiana a UlM u ro s de N aló n y Cudillero. L a importancia concreta de este estudio radica
en la fecha de su publicación, m uy interesante si se recuerda que coincide
con los
años
A m érica.
(15)
inm ediatam ente
anteriores
al inicio
de
nuestra em igración
a
L a m ayoría de los artículos y biblio grafía consultada sobre el tema
no omite entre sus causas las ahora referidas del espíritu de aven tura y el
espíritu im itativo. A l contrario, su importancia como factor decisivo en la emi­
gración es a veces sobrevalorada
en detrimento de otras causas de índole
económica y social. E l espíritu de aventura parece ser frecuente entre natura­
les de provincias concretas y p ara este mismo destino em igratorio:
Cataluña
y Vascongadas, sobre todo, con una renta “per cápita” superior al resto de las
regiones
peninsulares.
En condiciones económicas mejores, a
veces
incluso
como obreros cualificados, es aceptable p ara estos em igrantes el m óvil m ixto
de subsistencia y anhelo de fortuna, entre otros. E l caso de los asturianos y
gallegos, de m ás graved ad debido a las circunstancias económicas que se ges­
taron sobre
estas regiones,
restringe obviam ente
la
im portancia
del m óvil
aventurero. E l espíritu imitativo, nacido alrededor de un am ericano rico re­
gresado al pueblo, debió tener cierta relevancia en general, pero aún así, su
254
COVADONGA ALVAREZ QUINTANA
tramar cuando la historia de estas fechas ofrece aspectos tan insoslayables a la vez que indicativos de la mala gestión de los gobiernos
para paliar la crisis económica, supone, en cierta medida, hacer
caso omiso de las que muy bien pudieran considerarse causas car­
dinales de la cuestión. Porque además, muy próximo en esto al
gallego , el asturiano era también nostálgico y, más que abandono
voluntarlo de los lares en por de la fortuna, cabe hablar en este,
caso de salida impuesta o forzosa.
1.2.
LA RECEPCION
Al otro lado del Océano, las repúblicas independientes de Argen­
tina y Méjico, y las aún colonias de Cuba y Puerto Rico recibieron
con agrado la emigración que España envía con un retraso de casi
treinta años respecto a otros Estados europeos (16). Países del Nue­
vo Mundo apenas poblados, especulaban por entonces con unas muy
saludables perspectivas económicas de futuro, dadas sus extraordi­
narias condiciones naturales. Propaganda, oficinas de inmigración
y toda una serie de medidas favorables a la misma contribuyeron
de manera decisiva al logro del contingente humano que los gobier­
nos americanos precisaban para su expansión económica.
Al proceso de desarrollo económico vigente, basado en la explo­
tación de los abundantes recursos naturales del suelo y subsuelo
poder decisorio no debió ser la causa principal del arrastre de jóvenes de
trece o quince años hacia unas tierras desconocidas, a no ser, claro está, que
las perspectivas de futuro fueran aún más crueles que el mismo proyecto de
la em igración. L a difusión de la conducta em igratoria, m ás que la emulación
de la misma, debió ser una de las causas de este arrastre masivo. N os referi­
mos a una difusión del concepto de em igración basado en la consideración de
ésta como única alternativa posible, aún a sabiendas del factor riesgo, fa v o ra ­
ble a la fortuna o al infortunio, que se sabía incluía.
(16)
A
lo largo del presente estudio haremos especial hincapié en estos
cuatro países am ericanos mencionados, no sólo porque ellos fueron — en espe­
cial los tres prim eros—
los que m ayor contingente de em igración asturiana
absorbieron, sino también porque los tres concejos asturianos sobre los que
m ás tarde se centrará este estudio, dirigieron tam bién hacia ellos su em igra­
ción. En
relación
al retraso que la emigración
española
a U ltra m a r había
m antenido respecto al resto de las naciones del continente, cabe alu d ir como
causa principal, aparte de los idearios poblacionistas ya citados, a enemistades
de la m onarquía de Fernando V II con las emancipadas colonias. Europa apro­
vechó así, ya desde el principio, las condiciones favo rable s a la em igración
que brindaron las repúblicas de Sudam érica a partir de la fecha de 1820, una
vez conseguida su independencia.
EMIGRACION ASTURIANA A ULTRAMAR Y ARQUITECTURA
255
en una primera fase, y en la creación de una industria transfor­
madora de los mismos en segunda, contribuyeron de un modo
fundamental a dos aspectos muy concretos: la presencia de capi­
tales extranjeros (inglés, alemán, francés y norteamericano sobre
todo), y la no menos decisiva presencia de un vasto y heterogéneo
grupo de inmigrados.
Desde entonces, los gobiernos sudamericanos serán quienes re­
gulen las entradas y salidas de nuestros emigrantes en virtud de
las circunstancias económicas particulares de cada uno de ellos.
Así, el período que media entre 1855 y las fechas inmediatamente
anteriores a la crisis de la Primera Guerra Mundial, período co­
rrespondiente al máximo desarrollo económico de Latinoamérica,
registra las mayores tasas de nuestra emigración a Ultramar. Ha­
cen excepción solamente las posesiones antillanas en las que el
proceso de independencia, retrasado en vano, motivó enfrenta­
mientos, guerrillas e inestabilidades políticas de traducción inme­
diata en crisis intermitentes de la economía para el período de
1868 a 1898, fecha, esta última, de la independencia definitiva de
la metrópoli. Pero pese a estas circunstancias, el crecimiento eco­
nómico de Cuba no fue afectado en esencia, y otro período, no
sincrónico ya con el resto de las repúblicas latinoamericanas, pro­
rroga la fase de expansión económica de la isla durante diez prós­
peros años más, los comprendidos entre 1915 y 1925: la época
«dorada» del azúcar cubano (17).
(17)
En efecto, desde finales del siglo X V I I I el azúcar relevó al tabaco
como cultivo prioritario en la G ran A ntilla. L a s plantaciones de azúcar ocupa­
b an m ás del 50% de los terrenos cultivados y era éste, sin duda alguna, el
sector productivo que m ás m ano de obra absorbió. Junto a Java, C uba fue el
m ayor país productor de caña de azúcar del m undo y Estados U n id os su prin­
cipal consumidor. Desde la independencia y casi siempre b ajo
iniciativas e
inversiones yanquis, se operó la gran transformación de la producción azuca­
rera, es decir, la aparición de grandes centrales que tendieron a absorber a
las pequeñas,
apoyadas siempre en inmensos latifundios
colectivos (com pa­
ñías), y en el alto perfeccionam iento tecnológico. El azúcar lleva ba las riendas
de la economía cubana y el comercio, sector productivo que m ás em igran­
tes españoles absorbió, tuvo con respecto a él una dependencia absoluta. L a
prim era
confrontación m undial supuso por esto una
ocasión extraord in aria
p ara las salidas de azúcar, pero la posterior recuperación de las naciones be­
ligerantes, principales consumidores, el “stock” de productos registrados por
U .S .A
y la crisis de 1929 determ inaron también el “crac” definitivo del perío­
do m ás brillante de la economía cubana. Fue entonces a p artir de esta fecha
cuando la isla se sumó al nivel económico del resto de las repúblicas y la
em igración, por consiguiente, dejó de interesar tanto al gobierno de las mis­
m as como al em igrante en general.
256
C0VAD0NGA ALVAREZ Q UINTANA
II.
EL EM IGRANTE
II. 1.
LA PARTIDA
El grueso de la emigración asturiana lo constituyó el joven
procedente del deprimido medio rural, sin perspectiva alguna de
futuro. Para él y su familia América constituía una especie de
tierra prometida, una de las muy escasas alternativas válidas a las
circunstancias adversas. En la mayoría de los casos no emigraba
sólo uno, sino varios hermanos, casi siempre varones, simultánea
o sucesivamente. Al cargo de la casa quedaban las hermanas, si
las había, y el hermano al que la costumbre hacía preferencial
heredero del conjunto del patrimonio familiar (la casa o casería
asturiana) (18).
A partir de los doce años ya era frecuente embarcar a un rapaz
para América. La legislación vigente en la segunda mitad del siglo
pasado permitía la salida de varones del país sin previa fianza
(18)
E l m ayorazgo que el derecho consuetudinario protegía no fue apli­
cado al pie de la letra. En ocasiones, el resto de los herm anos recibían una
pequeña parte del patrim onio fam iliar en herencia, pero solía estar ésta cons­
tituida por tierras alejadas del núcleo central y, al igual que el resto de las
que com ponían el campo asturiano, tenían tan reducidas dimensiones que su
explotación no garantizaba en lo más mínimo las condiciones de vida de quien
las heredaba. Sólo restaba entonces decidirse entre las escasas opciones posi­
bles p ara el fu tu ro :
tom ar los hábitos, reengancharse en el ejército, casarse
fu era o em igrar a Am érica. P o r otra parte el m ayorazgo tam bién determ inó
entre la clase terrateniente — poderosa antaño pero entonces en decadencia—
un éxodo considerable y no en vano, en este caso, con cierta dosis del ya alu­
d ido “espíritu de aven tura”. En cualquier caso, la mención de esta particulari­
dad no hace m ás que confirm ar de nuevo que la em igración transoceánica se
alimentó en su inmensa m ayoría de las clases m ás populares del sector ru ral
asturiano, y que el resto de los casos posibles de salidas, si bien dignos de
tener en cuenta, resultan ser casi siempre excepcionales. L a s prim eras em igra­
ciones transoceánicas se dirigieron concretamente a C uba, y lejos de tener allí
un objetivo exclusivam ente laboral — si bien es cierto que no se descarta tam­
poco su im portancia— consistieron en partidas militares, los fam osos B atallo­
nes de Voluntarios, el B atallón Covadonga, por ejem plo, el prim ero que en
1869 em barcó en dirección a Cuba al objeto de sofocar allí las incipientes
insurrecciones independentistas. T al y como se irá observando a lo largo del
estudio, coinciden en ser indianos pioneros aquellos que partieron en su día
en calidad de militares, coincidiendo en ser también estos mismos los prim eros
detentadores de las inmensas fortunas americanas. P arece ser que en Cuba,
una vez reprim idos los rebeldes — con frecuencia terratenientes y burguesía
criolla— pasaba hacerse cargo de sus propiedades el mismo ejército represor,
derivando
de
aquí
no sólo
las grandes fortunas am ericanas
aludidas, sino
tam bién el asentamiento de las bases de la economía española en la isla.
EMIGRACION ASTURIANA A ULTRAMAR Y ARQUITECTURA
257
antes de los diecisiete y después de los veintitrés, una vez cumplido
el servicio militar. Este fue, en gran medida, el factor decisivo que
determinó la regularidad casi absoluta en la edad de salida. A los
doce, incluso a los diez, y hasta los diecisiete, hacían los prepara­
tivos de embarque la inmensa mayoría de los jóvenes. El número
de los que lo hacían de mayores o tras licenciarse en el servicio
militar disminuía considerablemente, en parte porque era esta
prestación la ocasión que propiciaba el premditado abandono de
la casa en busca de m ejor fortuna. Los años de servicio eran ob­
servados con escepticismo como un tiempo malgastado en vano,
que en nada iba a cambiar el dsalentador panorama laboral con
el que el joven debía enfrentarse al regreso.
Se abrió así al continente americano una emigración muy joven
(la emigración im berbe) y en su casi absoluta mayoría masculina,
dado que la salida de mujeres a Ultramar tuvo, con mucho, unas
dimensiones notablemente inferiores que inducen a hablar más
bien de excepciones que de cifras de importancia real. Aparte de
las que embarcaron con el emigrante en calidad de esposa — caso
también más excepcional que frecuente, dado el carácter eminen­
temente individual y no familiar de la emigración que nos ocupa—
se sabe también de una emigración femenina de escasa cuantía,
con destino preferentemente a Cuba y la Argentina (19).
Siempre había algún vecino, o pariente en el m ejor de los casos
(hermano mayor o tío), que se había adelantado en la empresa
emigratoria y del que se sabía que gozaba, allende los mares, de
excelente posición laboral y económica. A través de una carta o
aprovechando la visita que solía hacer al pueblo al objeto de rea­
lizar los preparativos para el ya próximo retiro — compra de fincas,
trámites de edificación de la casa, etc.— los padres instaban al
afortunado para que intercediera o buscara en América algún tipo
de trabajo que solucionara al muchacho, e indirectamente a su fa-
(19)
En A rge n tin a dos causas debieron ejercer vital decisión sobre el éxo­
do fem enino. U na, la ausencia de esclavos, que ofreció a la m u jer un abun­
dante m ercado de empleo, especialmente en el servicio doméstico, y otra, el
em inente atractivo que supuso p ara la m u jer el contingente de em igrantes de
sexo opuesto por la consiguiente posibilidad de m atrim onio; estado éste al que
de otro modo era difícil acceder en el pueblo natal d ada la siega de varones
jóvenes que la em igración allí había llevado a cabo. Tam bién en C uba pudo
la m u jer em igrante conseguir el deseado empleo que su país de origen le ne­
gaba, p ero aquí las facilidades para ella sólo em pezaron con la abolición de
la esclavitud y la consiguiente necesidad de introducir, p ara el servicio do­
méstico, personal fem enino a sueldo.
258
COVADONGA ALVAREZ QUINTANA
milia, un futuro que obviamente no se ofrecía esperanzador. Daba
comienzo así un curioso proceso, muy característico en la emigra­
ción que nos ocupa, y que hace referencia a una especie de cadena
de eslabones generacionales (20), circunscrita siempre a los naturales
de un mismo lugar. Basada en el proteccionismo de los emigrantes
ya acomodados sobre sus vecinos o parientes jóvenes y recién in­
troducidos en la empresa de Ultramar, esta curiosa cadena deter­
minó una serie de aspectos muy concretos del tema que nos ocupa.
El apoyo moral y económico que suponía la presencia al otro lado
del océano de vecinos o parientes más o menos situados, y la ayuda
que confiaban obtener de ellos estos jóvenes recién desembarcados,
actuó como un estímulo más dentro de los que cabía suponer como
tales para una población forzada a tomar la decisión de emigrar.
La zonificación tan característica en los puntos de destino ame­
ricano y por la cual era frecuente que concejos enteros dirigieran
a sus jóvenes a países concretos de Ultramar (21), no constituye
(20)
L a m encionada emigración española a U ltram ar no parece presentar
sus peculiares perfiles fu era del período de tres cuartos de siglo aproxim ada­
mente al que la dejan circunscrita las fechas de
1855 y 1930. Cabe h ablar
entonces de las cuatro posibles generaciones que la consolidaron:
la de 1855
a 1875 aproxim adam ente (que m uy bien puede considerarse como la prim era
generación em igratoria), la de 1875 a 1895, la de 1895 a 1915 y la de 1915 a
1935 aproxim adam ente. A cada una de estas generaciones correspondieron cir­
cunstancias históricas m uy específicas y concretas que en ocasiones decidieron
“ a p rio ri” el éxito o infortunio de la emigración. L a m edia de años convencio­
nal p ara una generación (de veinte a treinta) coincide adem ás m uy curiosa­
mente con el tiempo de duración media del período em igratorio individual.
En otro orden de cosas, una costumbre laboral m uy
consolidada entre los
potentados asturianos en Am érica consistía en d e ja r estos negocios al em plea­
do que más eficacia y fiabilidad hubiera demostrado en sus quince o veinte
años al servicio de la “ casa” y al que previam ente se había ido favoreciendo
con ascensos de categroía laboral. D e esta manera, al cabo de los veinte o trein­
ta años (una generación) pasados en Am érica en condiciones de emigrante, y
en los cuales era m uy posible un acceso a la categoría de hom bre de negocios,
había desem barcado una nueva generación a la que era preciso proteger y
favorecer en su día con el mismo relevo. P o r su parle, los hijos de los em i­
grantes afortunados no participaron por lo general ni en esta em presa em igra­
toria ni en la m isma gerencia de los negocios fam iliares. Su posición, m uy por
el contrario, se correspondió con la de hijos de nuevos ricos, con acceso directo
a una sólida educación y posterior dedicación a profesiones liberales.
(21)
Los
regularidad
naturales del
concejo de Llanes
a M éjico, los de Pola
de
em igraban
A llan d e a la
con casi absoluta
República Dominicana,
F ig u e r a s 'y Castropol a Cuba, C abrales a Estados Unidos. En cuanto a la zo­
nificación
presente
em igratoria
correspondiente
estudio, no es posible
hablar
a los concejos
de
un
seleccionados para
absolutism o
tan
el
fuerte. L os
vecinos de M uros de N alón solían dirigirse a las islas antillanas de Sto. Do-
EMIGRACION ASTURIANA A ULTRAMAR Y ARQUITECTURA
259
más que otro aspecto de interés dentro del mencionado fenóme­
no de arrastre. Esta zonificación fue perfilándose con más vigor
a medida que no uno, sino varios o muchos varones, se embarcaban
para América siempre con el señuelo certero de la ayuda que allí
les sería prestada por los ya bien acomodados. Un último aspecto
se manifiesta como decisivo para la ya aludida cadena emigrato­
ria; nos referimos a la frecuente especialización ocupacional que
prevaleció en América para los emigrantesde un mismo lugar, e
incluso para los de cada pueblo de un mismo concejo. La mayoría
de los naturales de Novellana, pueblo de Cudillero, ocuparon en
Cuba cargos de carniceros. En cambio gran parte de los vecinos
de Somado, llevados a Cuba por un doble y comprobado caso de
cadena de absorción — que fueron aquí dos, y no uno, los primeros
emigrantes bien instalados que realizaron la labor de arrastre de
multitud de muchachos como empleados para sus negocios— ocu­
paron en la isla diferentes cargos, siempre relacionados con el
pequeño y mediano comercio.
I I . 2.
LA E STANCIA
Las salidas masivas coincidían con épocas concretas del año.
En otoño (septiembre sobre todo), aprovechando el período de
subocupación que seguía a las tareas de recolección, embarcaban
cantidad de jóvenes en los muelles más próximos a sus hogares,
e incluso en puertos de las provincias limítrofe-costeras,, caso fre­
cuente en los concejos extremo-occidentales y orientales. Con la
cédula personal de identidad y el pasaje a duras penas comprado
e incluso a veces adquirido bajo préstamo o hipoteca de una de las
escasas tierras de la propiedad familiar, se realizaba el embarque.
Comenzaba entonces un largo viaje de duración más que mensual,
según el favor de los vientos y la calidad del velero. Posteriormente
y con la llegada de los vapores, el tiempo de travesía descendió
considerablemente, mejorando a la par las condiciones del viaje
mingo y Cuba, esta última con preferencia. C udillero
m ayoritario de A rgen tin a
y Cuba, mucho m ayor p ara
oscila entre
un peso
el segundo país que
p ara el prim ero, y com patible también con casos aislados y m uy esporádicos
de em igración a M éjico, Sto. Domingo, etc. El pueblo de Som ado es en este
p anoram a heterogéneo de destinos em igratorios el que introduce la nota de
m ayor
uniform idad,
dirigiéndose sus
constancia a la isla de Cuba.
naturales
con absoluta
regularidad
y
260
COVADONGA ALVAREZ QUINTANA
(22). A bordo de veleros y vapores daba comienzo la gran empresa
emigratoria.
Sorprendería al emigrante la geografía, el clima y la población
heterogénea de cualquier país de la América Latina en el que desem­
barcaba. Evidentemente, la emigración asturiana a Ultramar está
muy lejos de ser calificada como relativa, es decir, aquella que
presenta afinidades entre los dos países afectados: el de origen y
el de destino. Levemente podrían suavizar estas diferencias la pre­
sencia de la cultura hispana allí Instaurada desde tiempo de la
colonización o la lengua peninsular común. Al resto de ellas debía
enfrentarse el emigrante, adaptarse si era posible durante el largo
período intermedio entre esta llegada, siendo aún rapaz, y el posi­
ble regreso, ya convertido en hombre maduro. Mediaban entre
aquélla y éste unos veinte o veinticinco años, basados exclusiva­
mente en largas jornadas de duro e intenso trabajo y en la esperan­
za misma del éxito.
Las opciones laborales que cada país americano ofrecía al emi­
grante eran diversas en virtud de la especificidad de sus recursos
económicos, y éste parecía dedicarse en cada destino al sector con­
creto de la economía en el que se le reclamaba. En Argentina y
Méjico — cuyos períodos de expansión económica previos a la crisis
de la Primera Guerra Mundial se basaron en actividades extractivas
y de transformación de productos naturales— la emigración astu­
riana fue absorbida por ciertos sectores de la producción en los
que se precisaba abundante personal no cualificado. Y a pesar de
la importancia que el sector agrícola y ganadero desempeñó en
estas economías, los asturianos instalados en los países americanos
(22)
de cada
L a cifra inicial de doscientos o trescientos jóvenes que em barcaban
vez decrecía ya durante el mismo período de travesía. L a s m alas
condiciones físicas y anímicas en las que el rapaz em prendía el viaje, se agra­
v aban con la larga duración de la travesía y la falta de comodiddes, el m areo
y otras adversidades. A l final, el número de desem barcados no coincidía siem­
p re con la cifra inicial de em barque, poniéndose de m anifiesto así, ya desde
el principio de la empresa, la faceta m ás cruel de la em igración a U ltra m a r:
la siega de vidas humanas. Entre las enferm edades m ás asiduas cabe destacar
la denom inada comúnmente del vómito o vómito negro. M ás que una enfer­
medad, el síntoma en cuestión consistía en a rro ja r sangre digerida y cau­
sada p or hem orragias intestinas, bien debidas al escorbuto — enferm edad m uy
corriente en las prim eras travesías oceánicas de larga duración—
o de un
modo m ás frecuente a la misma fiebre am arilla, enferm edad vírica m uy co­
rriente en los climas tropicales y que sin duda desempeñó un papel importante
de la aludida siega de vidas humanas.
EMIGRACION ASTURIANA A ULTRAMAR Y ARQUITECTURA
261
— a excepción de la Argentina (23)— casi nunca acceden a oficios
y ocupaciones del sector primario. Procedente de un medio rural
deprimido, se instala esta emigración preferentemente en los nú­
cleos urbanos donde con casi absoluta regularidad presenta una
especialización ocupacional muy concreta: la del comercio (24). Por
su parte, las fábricas de tabaco y los ingenios de azúcar fueron los
dos sectores de la producción que absorbieron en segundo término
mayor cantidad de mano de obra emigrante.
Esta joven emigración española que procedente del sector pri­
mario de la producción había ingresado preferentemente en el
sector servicios y en la industria, interesaba sobremanera a Amé­
rica. Las condiciones que rodeaban a estos hombres sin otro medio
de vida en su país de origen que la misma empresa emigratoria,
los había tornado resignados, conformistas y próximos a una acti­
tud esclavista a cambio de un puesto de trabajo y un sueldo míseros.
Este espíritu de sacrificio que Ramiro de Maetzu traduce con
criterio aleatorio como buena educación (25), frente a la que ca­
racterizó a los jóvenes de la burguesía decimonónica española, debe
de ser considerado como una de las notas esenciales de esta emi­
gración.
Conseguido el primer empleo, las condiciones laborales para
desempeñarlo eran difícilmente soportables. Sin haber ido a la es­
cuela, en la mayoría de los casos o con leves nociones de escritura
(23)
En A rge n tin a las grandes haciendas, tradicionalmente en m anos de
descendientes españoles, aceptaron con especial preferencia la m ano de obra
que la península envió. A
diferencia de los indios oriundos u otro tipo de
inm igrantes, resp aldaba aquí al español la fam a de tra b a ja d o r in fatigable y
duro, condiciones éstas francam ente apetecibles para cualquier em presario.
(24)
En C uba el comercio asturiano tuvo una relevancia excepcional. Casi
la totalidad del pequeño y m ediano comercio de la isla estaba en m anos de
los españoles y española era, en su casi totalidad, la plantilla de estos nego­
cios. E l carácter em prendedor y laborioso que p riva ba entre nuestros m erca­
deres no sólo contribuyó a crear la imagen de buen comerciante que el español
allí m antuvo, sino que le ayudó también a superar con facilidad conflictos de
competencia m antenidos con el comercio criollo, yanqui o chino. N o sólo en
C u ba sino tam bién en M éjico y la Argentina, el comercio español se desen­
volvió preferentem ente en el ram o textil y de alimentación. B odegas, víveres,
ultram arinos, abarroteros eran algunos de los diferentes nom bres que según
e l país se concedía a establecimientos del último ramo. Finalm ente, los nom­
bres de ciertos comercios y almacenes, en especial del ram o textil, aún presen­
tes en nuestras ciudades — L a Favorita, L a Innovación, E l M undo, E l Encanto,
G alerías—
gu ard an estrecha relación con este histórico comercio español de
U ltram ar.
(25)
de
M ae t zu , R., Defensa de la Hispanidad, M adrid, 1934.
COVADONGA ALVAREZ QUINTANA
262
y lectura y las cuatro reglas, las posibilidades de ocupar cargos
laborales de mínima dignidad dentro de los sectores de la economía
descritos quedaban notoriamente restringidas, destinándose con
frecuencia las peores tareas para los recién llegados.
Tenía vigencia además esa teoría, aún hoy en uso, de que para
prosperar y ascender debe empezarse joven y por lo más bajo, y si
bien este lema actuaba como estímulo para el rapaz, animándolo
a proseguir en aquella ardua empresa recién iniciada, no menos
cierto fue que sobre él se apoyó todo el sistema de explotación que
acompañó a esta emigración. Porque como tal han de observarse
las diecinueve horas de jornada laboral ininterrumpida, la ausencia
de vacaciones y festivos y las pésimas condiciones de habitación y
sustento a las que el trabajador se vió obligado a someterse.
Ante estas circunstancias cabe preguntarse qué relación media
entre lo descrito y las grandes fortunas de Ultramar, obvias gene­
radoras de los tan conocidos indianos o americanos potentados, y
cuándo y cómo se forjaron esos capitales ingentes que nuestra his­
toria más próxima menciona. La respuesta exige establecer una
distinción básica entre la totalidad de los emigrantes asturianos
residentes en los países americanos. Por un lado, lo que podríamos
denominar el proletariado emigrante, el grupo numéricamente de
mayor cuantía, compuesto por los peninsulares desembarcados
hace cinco, diez o quince años y que ocupan en América cargos
deficientemente remunerados y de pésimas condiciones laborales
(barrenderos de almacén, cargadores, pinches, dependientes de
mostrador). Por otro lado el emigrante burgués, acaudalado pro­
pietario de un ingenio de azúcar, una fábrica de tabacos o acomo­
dado comerciante que dirige sus negocios y mantiene un nivel de
vida próspero (26). Ambos grupos no proceden de dos clases socia­
les diferentes, las utilizadas para su mención, sino que muy por el
contrario es un mismo estrato social, el campesino, el que genera
(26)
A sturias
Este último tipo de emigrante es al que se le suele denom inar en
indiano.
“Em igrante
que vuelve rico de A m érica” , es la
acepción
exacta que M aría M oliner incluye en su diccionario. L a relatividad del concep­
to de “ rico” establece dificultades para su uso exacto. D e cualquier m anera,
salvando las categorías posibles en la fortuna de un em igrante, el térm ino
indiano no fue usado con igual profusión en toda la geografía asturiana. P a re ­
ce ser que fue Llan es la zona donde los emigrantes con casi absoluta genera­
lidad eran apodados de esta manera. En la zona seleccionada p ara el posterior
desarrollo arquitectónico de este estudio, el término no fue de tanto uso como
el de americano o cubano, este último debido sobrem anera a la m ayor cuantía
de am igrantes que esta zona registró hacia la G ran A ntilla. .........
„• .
EMIGRACION ASTURIANA A ULTRAMAR Y ARQUITECTURA
263
las diferencias a partir de la fórmula trabajo + preparación cultu­
ral + tiempo. De tal conjunción nació una teoría laboral concreta y
característisa de la emigración a Ultramar, por la cual se estableció
toda una carrera laboral meticulosamente diseñada y que, seguida
con método, habría de coronar la fortuna y el éxito perseguidos.
Había que someterse para ello a un régimen laboral despiadado
durante un número determinado de años, a partir de los cuales se
iría progresando poco a paco (el denominado ascenso desde la
escosa (27). Las nociones de contabilidad y cultura general ad­
quiridas por cuenta propia en clases nocturnas impartidas en
diferentes centros asturianos o instituciones similares, aparte de
la contribución a la superación del analfabetismo alienante al que
el trabajador se hallaba sometido, formaban un apartado impor­
tante dentro de la fórmula prescrita. Con todo ello y si la inteli­
gencia acompañaba o la mente era clara y dispuesta para tales
estudios, las posibilidades de éxito se incrementaban. Llegado este
punto, sólo cabía esperar a que el patrón ofrciera participaciones
en el negocio o que aquél lo enviara de encargado a otra sección
o filial del mismo establecimiento (28). En otros casos era el
principal o una entidad bancaria quien concedía préstamo al subor­
dinado eficaz y entregado, para que solo, o con otros socios más,
se estableciera por su cuenta. Se consumaba así el sueño de media
vida y se iniciaba de nuevo el ciclo de protecciones hacia los más
jóvenes recién llegados. Pero de cualquiera de las maneras este
lanzamiento económico y social, tras veinte o veinticinco años os­
curos e intermedios, solamente se había dado en un procentaje
mínimo del total de emigrantes, quedando el resto al arbitrio de
la propia suerte, que se debatía en ocasiones entre la misma enfer­
medad o la muerte y, en el mejor de los casos, en la consecución de
ahorros escasos de alcance poco superior al de la adquisición del
pasaje de regreso (29).
(2 7 )
edad
“ E l q u e e m p ie z a
p u e d e c o n c e b ir
la
b a rrie n d o
esp eran za
una
de
t ie n d a
a lo s tr e c e o c a t o r c e
s e r d e p e n d ie n t e
de
m o stra d o r
años de
a n te s de
lo s v e in t e , y h a b i l i t a d o a n t e s d e lo s t r e in t a , y so c io i n d u s t r i a l a n t e s d e lo s c u a ­
r e n t a , y p a t r o n o a lg o d e s p u é s ” ,, d e M
aetzu
, R ., o b . cit., p á g . 135.
Esta conducta labo ral integra una parte de los aspectos de la coman­
dita o sistema m ercantil com anditario que prim ó sobre cualquier otro entre
(2 8 )
las sociedades m ercantiles de nuestra em igración a Am érica.
(2 9 )
En el artículo titulado “ Inm igrantes asturianos y gallego s”, Ilustra­
ción Gallega y Asturiana, pág. 394, año 1871, José Pérez M orís ofrece una
síntesis cruda de este aspecto. Sin apoyarse en estadísticas y partiendo de un
núm ero base de cien em igrantes ofrece el siguiente porcentaje aproximativo-:
COVADONGA ALVAREZ Q UINTANA
264
Los aspectos éticos de esta «carrera» estaban también meticu­
losamente estudiados. Una misma persona podía haber sido explo­
tada laboralmente durante años sin que la conciencia le impidiera,
ahora de patrón, hacer lo mismo con sus subordinados. Era la moral
profesional vigente en estos momentos, perfectamente adecuada a
las circunstancias históricas y apoyada sobre las líneas maestras
del capitalismo y la moral tradicional cristiana.
Aspectos similares a éstos se ponen en evidencia de nuevo al
sacar a colación ciertas instituciones que desempeñaron un papel
decisivo en la emigración. Nos referimos en concreto a sociedades
como el Centro Asturiano o Centro Gallego, a sus filiales y múlti­
ples variantes que, creadas por y para el emigrante, proliferaron por
la geografía americana coincidiendo siempre con los puntos de ma­
yor asentamiento. Cubrían estas instituciones ciertos aspectos que
directamente competían al gobierno español, compensando así la
postura de total desinterés que éste mostraba en los asuntos más
esenciales de la emigración. Creadas a partir de capital mayoritario de socios fundadores — emigrantes con prósperos negocios y
posición económica holgada— ofrecían una amplia variedad de ser­
vicios y actividades a cambio de una módica cuota. Pero en realidad
se ocultaban en el fondo ciertos aspectos de sociedades elitistas,
no sólo por la discriminación de poderes y servicios disfrutados en
virtud de la cuota y categoría del socio, sino también porque en
definitiva siempre resultaban gozar de especial privilegio los miem­
bros más poderosos (30).
Asturias tenía Centros Asturianos en los tres países americanos
de mayor absorción emigratoria: Cuba, Argentina y Méjico. Estos
centros instalábanse con el tiempo en muy buenos edificios, consde cien muchachos, sobreviven cincuenta al cabo de seis años, p or enferm eda­
des del vómito y otras. De estos cincuenta, diez nunca llegan a ser dependien­
tes
acreditados
y
se entregan a ocupaciones im productivas.
S
por fotruna
entendemos, a los treinta años de labor, de diez a cien m il pesos, casi siempre
irrealizable, entonces podemos asegurar que la mitad de esos cuarente, veinte
(el 20% de los que llegó) hacen fortuna.
(30)
L a asistencia a fiestas y bailes, la presencia diaria en los salones a
la hora del café o la tertulia, eran privativas de cierto tipo de socios. Porque
el em igrante luchando aún por salir adelante, en modo alguno restaba horas
al trab ajo para dedicarlas al ocio en estos lugares. En otro orden de cosas,
estos centros y asociaciones, dado el importante prestigio que habían adquiri­
do en la vida pública de los países donde se instalaron, actuaban como tram ­
polín de lanzam iento político para cierto tipo de socios, en especial p ara los
que en ellas ocupaban cargos de gerencia y administración. U n a vez m ás el
beneficio era selectivo.
EMIGRACION ASTURIANA A ULTRAMAR Y ARQUITECTURA
265
truidos de nueva planta y especialmente concebidos para tales usos.
Aparte de esta especie de sociedades centrales, distribuíanse por
las ciudades más pobladas de emigrantes una especie de filiales
de las mismas. A su vez, en el caso asturiano, cada concejo tenía
su Club, Hogar o Casa, especialmente creada por y para sus natu­
rales. Ofrecíanse en ellos servicios culturales (clases nocturnas,
conciertos, bibliotecas, publicación de revistas), recreativos (jue­
gos, partidas, canto y baile regional) y sobre todo actividades de
auxilio y beneficencia. Ocupaban éstas un apartado digno de con­
sideración especial en tanto que su presencia protegía ciertos as­
pectos de indefensión y desamparo que rodeaban la trayectoria
del emigrante. Se le buscaba cobijo, comida y un trabajo al recién
desembarcado que lo precisara, y si la enfermedad sobrevenía — lo
que era muy corriente— se le ingresaba en alguna de las quintas
de salud que estas instituciones poseían. También había asilo para
los jubilados desprotegidos y en el caso extremo de una muerte en
soledad y miseria, se le concedía un entierro decente a cargo del
mencionado Centro, Hogar o Club.
A trazos generales, la emigración a Ultramar queda presentada
como un inmenso fenómeno histórico padecido, en el que cualquier
aspecto que se someta a análisis incluye siempre de alguna manera
los antagónicos, la cara y Ja cruz, la luz y la sombra. Cara es la
liberación del paso de un número muy considerable de españoles
que el gobierno estimó oportuno permitir emigrar. Cara también
en la entrada de divisas «invisibles» enviadas por el emigrante a
sus familiares, o en las vigorosas inyecciones de capital americano
para bien de la economía peninsular. Cruz del asunto la vida ínti­
ma, particular y diaria del emigrante en América. A la luz salieron
los indianos, los americanos de fortuna. A la sombra quedaron
ocultos los miles de asturianos que corrieron la misma suerte que
los vecinos del pueblo que no pasaron el océano. Bellos, aunque
parciales e ingénuos, los testimonios literario-histórico desperdi­
gados entre el material bibliográfico y de hemeroteca al respecto
de la fraternidad entre el patrón y el subordinado, o del proteccio­
nismo que aquél brindaba a éste. Cruel, pero insolayable, resulta
deducir del análisis económico y social de los mismos hechos, un~
despiadado régimen de explotación laboral entre miembros de un
mismo origen social y unas mismas circunstancias históricas.-
COVADONGA ALVAREZ QUINTANA
266
I I . 3.
E L REGRESO
Las emigraciones calificadas de no definitivas aluden siempre
al regreso posterior al mismo punto geográfico del que un día se
salió. El regreso supone entonces un aspecto de la emigración no
absolutamente imprescindible y por tanto, en caso de producirse,
ha de ser estudiado a su continuación porque, pese a no ser en
esencia parte constituyente de la misma, suele presentarse con fre­
cuencia a modo de punto final de la misma.
Los aspectos del tema del regreso interesan aquí no sólo para
completar las respectivas fases de partida y estancia, tratadas bajo
el capítulo correspondiente al emigrante, sino también porque es
este aspecto último de la emigración el que resulta de decisiva
importancia para la parte segunda del presente estudio: la referida
especialmente a la arquitectura del regreso. Porque en modo algu­
no es posible aludir al indiano sin la previa emigración a Ultramar,
como tampoco cabe hacer mención de la casa indiana mientras no
se haya producido el consiguiente regreso de su propietario, bien
para el consiguiente encargo, bien para su ocupación temporal o
definitiva.
La emigración asturiana a Ultramar no fue un caso típico de
enraizamiento presente en otras situaciones similares. La nostalgia
referida siempre para los gallegos en el sentido más exacto de la
acepción, también jugó en nuestro caso un papel decisivo en
relación al retorno. De cualquiera de las maneras, el asturiano
embarcaba ya con deseos de volver (31) y parece ser que éstos se
consumaban en un porcentaje elevado siempre que determinadas
y muy concretas circunstancias, tales como los negocios, el matri­
monio con una americana o la muerte, no lo impidieran. El retorno
podía producirse ya casi inmediatamente después de tomar tierra
en el Nuevo Continente. Era éste el caso de los que enfermeban en
el viaje o no se adaptaban al clima o a las circunstancias laborales
que allí se imponían. Pero por lo común, se regresaba tras ese pe­
ríodo estipulado que venía a tener aproximadamente la duración
(31)
“ Quien sale de A sturias p ara la gran aventura de A m érica, lo que
verdaderam ente le ilusiona al partir es la esperanza de v o lv e r...” Texto en­
tresacado del libro de M artínez C achero , ob. cit., p6g. 102, que a su vez cita
textualm ente un fragm ento del artículo de V alentín de A n d rés publicado pu­
blicado en el “Com ercio” de G ijón y en la revista Asturamérica, 2.a época,
año III, n.° 27, m ayo 1956, con título “L a obra de los americanos en A sturias.
L a prim era ayuda am ericana a la economía española” .
EMIGRACION ASTURIANA A ULTRAMAR Y ARQUITECTURA
267
de una generación y que era necesario consumir en aras de la
fortuna.
En otro orden de cosas, las circunstancias de tipo económico y
social que rodearon al emigrante una vez que se hubo producido
el retorno guardaron siempre estrecha depedencia con el éxito o el
fracaso sobre los que se gestó la empresa emigratoria individual.
Los había que regresaban en las mismas circunstancias en las que
se habían ido, y se reincorporaban entonces, también casi en iguales
condiciones, al tipo de vida propio del medio rural de origen. Otros
más afortunados y con algunos ahorros, conseguían retirarse con
cuarenta o cincuenta años, hacer una casa nueva, comprar algunas
tierras de labor o montar un pequeño negocio. Si los ahorros repa­
triados no garantizaban la vejez, se hacía preciso entonces inver­
tirlos bien y seguir trabajando a su costa. A estos últimos se les
llamó en Asturias en tono despreciativo y vejatorio americanos del
pote (32).
El regreso de este tipo de emigrantes, una vez efectuado, era
definitivo, cosa que no siempre ocurrió en el caso del indiano. Se
apodó así en ciertas partes de Asturias — en Llanes sobre todo—
al emigrante de gran fortuna que por lo común visitaba varias ve­
ces su pueblo natal. La primera, ya rico — porque no había cosa
más humillante para cualquier emigrante que regresar en malas
(3 2 )
La
m i s m a f a m i l i a y e l p u e b lo , e n o c a s io n e s , m o s t r ó a l a m e r i c a n o e v i ­
d e n t e h o s t il id a d .
“ B o r o ñ a ” e n lo s Cuentos morales d e C l a r í n .) E n
(V e r
c ie r t a
m e d i d a s u p r e s e n c i a e n n u e s t r a h is t o r ia m á s p r ó x i m a t u v o t a l p e s o y e s p e c if ic i­
dad
que
r e g io n a l.
d ic a n
no
es
d e s e n c a m in a d o
A lg u n o s
p á g in a s
Pastoral, d e A
de
a u to res
su
c o n s id e r a r lo s
lit e r a t u r a .
P
rm ando
p e r s o n a je s
de
n u estra
m it o l o g ía
c o e tán e o s y c o te rrá n e o s d e e sta e m ig r a c ió n
a l a c io
La Regenta, d e C l a r í n
(V é a s e
V
aldes,
en tre
o
o t r a s .) E l r e f r a n e r o y
la
le s d e ­
Sinfonía
c a n c io n e ro
p o p u l a r , p o r s u p a r t e , l o s r e g i s t r ó e n a b u n d a n t e s c r e a c io n e s , c a s i n u n c a e x e n t a s
d e c ie r t o r e c e lo
y e n v i d i a e n c u b ie r t a . M e
A m e ric a n o
r e fie r o a c o p la s c o m o la
del
q u e sig u e :
p o te
¿ c u á n d o lle g a s t e ?
¿ c u á n d o v in is t e ?
El
r e ló y
la cad e n a
¿ y a lo e m p e ñ aste?
¿ y a lo
Un
del
s ig n ific a d o
p o te”,
p o s ic i ó n
y
que
m uy
h a c ía
h o lg u r a
con creto
re fe r e n c ia
e c o n ó m ic a
v e n d is te ?
tu v o
a
el
ta n
c o n o c id o
apodo
e m ig r a n te s r e g r e s a d o s
s u p e r io r
a su s p o s ib ilid a d e s
c o m p u e s t o a d q u i r i ó a s í u n m a t iz b u r l e s c o y h o stil.
con
de
“ a m e ric a n o
tra z a s
r e a le s .
El
de
una
t é r m in o
268
COVADONGA ALVAREZ Q UINTANA
condiciones, ni más enorgullecedora que saberse y hacerse ver afor­
tunado— para descansar, ver la tierrina y tramitar la edificación
de una casa. La segunda vez, con la casa ya a punto para disfrutar,
era por lo general la definitiva, si bien es cierto que en algunos
casos, cuando los negocios de Ultramar reclamaban su presencia*
se sucedían de continuo las conocidas idas y venidas. Por lo gene*
ral era en alguna de estas visitas temporales o en el mismo regreso
definitivo, cuando el indiano, en la mayoría de los casos soltero
aún y en edad avanzada, contraía matrimonio con alguna joven
del pueblo, accediendo así con cierto retraso sobre la población
media al nuevo estado civil.
La soltería en el emigrante a Ultramar suele darse como estado
frecuente y duradero, aunque no definitivo. Las circunstancias que
configuraron su vida desde la adolescencia y que fueron extrayén­
dose de las páginas anteriores, no fueron en absoluto favorables
al estado contrario. El período de emigración — que corresponde
con el de formación de una familia en el caso de varones en cir­
cunstancias normales— impuso una serie de condicionantes que
en nada favorecieron la situación matrimonial. El trabajo se pre>sentaba, además, con connotaciones de exclusivismo ocupacional:
las largas jornadas, el desgaste de energías, la ausencai de días fes­
tivos para asueto fueron imponiéndose con fuerza sobre la vida del
emigrante de Ultramar. De la esposa podía prescindirse porque ni
había tiempo, ni hogar, ni medios. De la mujer no era preciso ha­
cerlo’ porque el sistema, calculándolo todo con meticulosidad, mos­
traba su oferta a precios asequibles.
, . Hasta el regreso, generalmente, no se plantea la cuestión del
matrimonio. Entonces se cambia de estado civil con alguna mucha­
cha del pueblo, bastantes años más joven que el cónyuge/ manifes­
tándose así lo que resultó ser una constante en la emigración a
Ultramar: la tendencia endogàmica que presidió con casi absoluta
regularidad estos matrimonis. Los casos frecuentes de casamientos
con sobrinas o jóvenes de abolengo, que acatan de igual manera
este modelo, fueron también por su parte objeto de airados co­
mentarios y chistes vejatorios por parte del vecindario y familiares
del mismo americano.
El cambio de clase operado en la emigración y con el que el
indiano había de presentarse ante sus paisanos al regreso, fue
asunto delicado que le impidió, una vez rico, degustar en su debido
punto las mieles del éxito y del consiguiente nuevo estilo de vida.
Antes de ahora ya había un largo historial rico en conflictos socia­
les. En España, antes de la emigración, perteneció al grupo social
EMIGRACION ASTURIANA A ULTRAMAR Y ARQUITECTURA
269
maltratado por las circunstancias históricas; una vez en América
hubo de someterse, en calidad de proletario, a un régimen laboral
cruel y despiadado; y una vez más, con el éxito posterior, apare­
cieron también en América los recelos de la burguesía criolla y
europea a la que fue arrebatando poderío económico y social.
Ahora, en el regreso a España, la nobleza de abolengo por arriba y
el pueblo por abajo le obligaron a cuestionarse de continuo su am­
bigua realidad social (33). Es entonces cuando el indiano emprende
la meticulosa representación del doble papel de benefactor y bur­
gués, muy propio de las poderosas clases sociales del cambio de
siglo. La representación del primero, materializada en abundantes
obras públicas — construcción de escuelas, lavaderos, parques y
donativos varios— como compensación de la extravagante puesta
en escena del segundo — la indumentaria, las fiestas de sociedad,
el fastuoso chalet recién construido— , es decir, el universo perso­
nal y familiar, meticulosamente acorde con su nueva circunstancia
social y económica.
(33)
En este aspecto, y en otros muchos, queda de manifiesto el desarrai­
go gen eral que determ inó la vida del emigrante. El indiano en concreto, se
resiente del d esarraigo social al que le conducen sus particulares circunstan­
cias.
Ocupante
sucesivo
de
dos estamentos, de nacimiento
el
prim ero,
de
adquisición el segundo, no alcanza en ninguno de ellos la posición de equili­
brio
deseada,
padeciendo
adem ás las críticas que en virtud de su delicada
posición social emiten los m iem bros de las dos clases con él relacionadas. L a
vid a del indiano — y la del em igrante en general—
en su pueblo natal, tras
su regreso, evolucionará sobre las mismas constantes de desarraigo y descontextualización que caracterizaron tam bién la etapa anterior de la em igración
en tierras am ericanas.
APROXIMACION AL ABADOLOGIO DE STA. MARIA
DE VALDEDIOS
POR
LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ
« Abbas qtii praeése dignus est monasterio,
semper meminere debet quod dicitur, et nomen
maioris factis im plere». Sancta Regula II, 1.
La confección del abadologio de un monasterio partiendo de la
documentación existente, no es una tarea fácil. Su historia no siem­
pre fue pacífica; agua, fuego, pestes, guerras, etc., fueron males a
los que difícilmente escapó alguno de nuestros cenobios. Estas
circunstancias, como se comprenderá, no facilitan precisamente la
conservación de sus archivos. A todo esto debe tenerse presente
que a partir de 1835, la documentación de estas venerables insti­
tuciones iniciará un éxodo, que en el mejor de los casos terminó
en el Archivo Histórico Nacional, no sin antes dejar en el camino
retazos importantes de los mismos. Por otra parte su clasificación
en el Archivo Histórico Nacional deja, aún en estos años, bastante
que desear; producto todo ello de la labor deficiente de sus pri­
meras manipulaciones y el descuido con que se recogió. Así tene­
mos, por ejemplo, que la documentación del Monasterio de Bujedo
(Burgos), premostatense, se encuentra mezclada con el de Bujedo
cisterciense, como si se tratara de una sola institución.
En definitiva la documentación recogida en el Archivo Histórico
Nacional no es más que una parte del archivo de cada monasterio,
por lo que resulta difícil reconstruir la historia de una Casa si ésta
272
LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ
no contó previamente con una recopilación a cargo de algún monje
antes que la Desamortización acabara de un plumazo con la vida
regular en ellas; siendo aún más difícil el tratar de penetrar en
los detalles domésticos de una Comunidad, en conocer facetas de
su vivir cotidiano.
En esta situación se encuentra nuestro Monasterio de Sta. María
de Valdediós, cuya historia cuenta con excesivas lagunas, a pesar
de haber llegado hasta nuestros días cumpliendo una amplia fun­
ción cultural como Seminario o Colegio-Seminario.
Al objeto de aportar nuevos datos, creo que inéditos, incluyo
aquí una «aproximación» a su catálogo de abades. Soy plenamente
consciente que faltan varios y que algunas fechas no han podido
ser fijadas con seguridad plena. Los casi setecientos años de vida
del monasterio suponen un proníedio de ciento veinte abades, fal­
tando según este cálculo unos quince a la lista que hoy se publica,
y que tengo esperanzas de completar.
O R I G E N E S
Se trata de una fundación de Alfonso IX , por la que parece
sentir una especial predilección a lo largo de su vida a juzgar por
el volumen de donaciones y franquicias que le otorgó (1).
Por otra parte la ubicación del monasterio no parece obedecer
a alguna razón de tipo práctico, como puede ser la política repo­
bladora , del monarca; en el momento, de la-fundación ya hábía.
varios núcleos humanos en los alrededores. Hay que suponer un
gesto de sincera piedad.
r .
: ’- *
' Se va a elegir para la nueva fundación- un .lugar que curiosa-'
mente no¿es el más idóneo para vivir, está muy metido en el monte
y' la noche llega pronto en aquel lugar. Tuvieron que existir otras
razones para escoger precisamente, las .cercanías de San¡. Salvador
y éstas no rpueden ser otras que la presencia del -río Asta, que los
monjes .desviarán de su primitivo cauce, el centro’ del valle, para
poder ocupar un lugar lo .más amplio posible. El ’ segundo problem a'
que se presenta es la existencia de una comunidad benedictina en
el lugar, tal como indican la mayoría.’de los historiadores 1qUe seocüparon del monasterio. Esto, es difícil de demostrar, pero todo '
parece indicar que fello no fue así. Es cierto que San Salvador per" (1)
Iòn aciò -Ftúiz -Ibi Ía^-Peña.--^' Alfonso
V aldediós” .:en Revistad Valdediós,
1964«.
'■
IX .— Los
........
R eyes fundadores
de
APROXIMACION A L ABADOLOGIO DE STA. MARIA DE VALDEDIOS
273
tenecía al Monasterio de San Vicente de Oviedo y que el rey se vio
forzado a hacer unas permutas con él, al objeto de poder llevar a
buen término la fundación, pero no hay rastro de la existencia de
una comunidad previa a la fundación cisterciense. El argumento
más utilizado y que viene siendo la presencia en la lápida funda­
cional de la iglesia abacial del nombre del abad (Dom Juan Quarto)
no es ninguna prueba concluyente, ya que todo parece indicar no
se trate de un ordinal si no del apellido del mismo abad; hay que
hacer notar que se cita al Rey y al Obispo de Oviedo sin ordinal
alguno, lo que me da pie a pensar que no hay razón para colocarle
un distintivo al personaje menos importante de los citados.
Puede aceptarse como fecha de fundación de la abadía el 27 de
noviembre del año 1200, a pesar de que el padre Carbajo (2 ) y otros
historiadores insinúen la existencia de una comunidad monástica
en el valle de Boiges, algunos años antes de la fundación cister­
ciense.
En la mayoría de las fundaciones cistercienses las causas de su
origen suelen estar claras: Deseos de colonizar una zona margina­
da por parte de un señor feudal, actos de piedad sinceros, o no
tanto, de reyes, poderosos y particulares o a iniciativa de algún
monasterio «saturado». En cualquiera de los casos es imprescin­
dible la existencia de una abadía «m adre» que ceda los monjes
precisos para constituir la primera comunidad. En la mayor parte
de las ocasiones las comunidades existentes se encontraban tan sa­
turadas que el monasterio no podía mantenerse; por esta razón se
veían en la necesidad de «enjem brar» en un nuevo lugar, era ley
de vida.
La historia moderna apenas hace justicia a tales realidades. El
amontonamiento de sucesos aislados y motivos parciales que se nos
pretenden presentar de modo racional, escéptico, «científico», no
es precisamente lo más idóneo para explicar el fenómeno del mo­
vimiento de masas hacia las grandes abadías, que los sentimientos
de tipo espiritual causaron en la Edad Media (3).
Las numerosas personas, realmente conmovidas y convertidas,
que llamaban a la puerta de los monasterios, se encontraban mo-
(2 )
M
a u r ic io
C a r b a j o .— “Historia de So brado ”. M anuscrito
conservado en
la biblioteca del M onasterio de Osera. H e localizado referencias a un abad de
nom bre
D om
Gonzalo
en el año
1180.
Creo
se trate
de un error,
ya que
D. Gonzalo es el nom bre del prim er abad de V illan u eva de Oseos y la fecha
se encuentra dentro de su abadiazgo (1 162-1 182).
(3 )
G
ustav
K
im s t l e r
.— “El
arte románico en Occidente” .-
274
LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ
vidas por un impetuoso deseo de entregarse a Cristo y el afán de
búsqueda de un ideal de- vida.
Cuando en la primavera del año 1112 Bernardo de Fontaines se
presenta a las puertas de Cister (4), seguido de treinta de sus amigos
y familiares, el abad Esteban Harding pregunta, siguiendo la fór­
mula ritual: «¿Qué buscas, Bernardo?», la respuesta del futuro
abad: «La misericordia de Dios y el perdón de mis pecados» (5),
guarda en sí todo el sentido de un largo viaje espiritual, que fre­
cuentemente terminaba a las puertas de una abadía.
Esta inquietud espiritual determinó la explosión de fundaciones
que Cluny, primero, y Cister, más tarde, extenderán por toda
Europa.
Mas no siempre estos lugares cumplieron las funciones para lo
que fueron Ideados. Los monasterios eran y siguen siendo residen­
cia de seres que tratan de superar sus condicionamientos humanos,
pero que también poseen un cuerpo que tira y se aferra a la tierra.
Raras veces la vida interior de estas Casas nos es dada a cono­
cer, sus muros apenas dejan escapar retazos de la misma, que, sin
embargo en la mayoría de las ocasiones fue notable y fecunda. El
estudio del catálogo de abades de un monasterio puede aportarnos
datos de esta vida íntima, siempre y cuando no se limite a la simple
enumeración cronológica de nombres.
FUENTES
He manejado en la confección de este abadologio la mayor parte
de la documentación conservada en el Archivo Histórico Nacional
relativa a Valdediós, así como la conservada en algunas bibliotecas
particulares. Consulté las actas de las definiciones de la Congre­
gación Cisíerciense de Castilla y los abadologios ya conocidos de:
Nogales, Huerta, Osera, Sobrado, Villanueva de Oseos, Valdeiglesias, Herrera, Oya, Sta. Espina, Armenteira y Belmonte.
Para los abades anteriores al siglo X V I, aparte de la documen­
tación del propio monasterio, se consultó la del resto de los mo­
nasterios asturianos, no siempre con resultado positivo, Catedral
y las actas de Juntas y Diputaciones del Principado de Asturias.
Han resultado muy positivas las horas dedicadas en el archivo mo­
té)
T homas M erton .— “L a s aguas de Siloe”.
(5 )
T
hom as
M
e r t o n .—
“L a fam ilia que alcanzó a Cristo”.
APROXIMACION AL ABADOLOGIO DE STA. MARIA DE VALDEDIOS
275
nástico de Osera, manejando documentación muy variada pero
siempre enriquecedora.
El hecho de que algunos períodos no estén claros, que las filia­
ciones de varios abades se encuentran duplicadas, según sea uno
u otro el documento consultado, obliga a presentar este trabajo
como una «aproximación», susceptible por ello de cambios y am­
pliaciones, aunque no sustancialmente.
Para los abades perpetuos anteriores al año 1515, fecha de la
incorporación de Valdediós a la Congregación Cisterciense de Cas­
tilla, se dan como fechas de comienzo y final de su abadiazgo la
primera y última constatada documentalmente; en el supuesto de
ser una sola la fecha recogida, es la que se hace constar. A partir
de 1515 las elecciones dentro de la Congregación se celebrarán cada
tres años, hasta 1759 que se amplía el período a cuatro.
CATALOGO DE ABADES.— PERPETUOS
— DOM ÑUÑO (1200-1209).— Es el primer abad del que tenemos
constancia documental. Debe suponerse hijo de Sobrado. Reci­
be de Alfonso IX la donación del cillero de Sariego y San Juan
de Maliaño, los realengos de Boiges, Melgar y Boñar. El 2 de
abril de 1206 Alfonso IX le cede el realengo de Melgar, para
reedificar en este lugar el monasterio que había edificado en
Asturias. Al año siguiente el abad de Sobrado (como padre in­
mediato) solicita del Capítulo General permiso «para trasladar
la abadía a un lugar más cómodo» (6). El permiso fue concedi­
do, pero no se llegó a realizar.
— DOM JUAN QUARTO (1209-1225).— Durante su mandato comien­
zan las obras de la gran iglesia abacial que ha llegado hasta
nuestros días casi intacta. Alfonso IX concede el «eminagium»
de la sal de Avilés. Por una donación fechada en Avilés el 20 de
marzo de 1220 recibe del mismo Rey la cuarta parte de S. Feliz
de Pajuelo, unas casas en Toro con 20 aranzadas de viñas, otras
heredades en Malva, Pozo antiguo, Galisteo y Olguero, el lugar
de Peón y 2 senras de Sariego.
En el año 1214 el abad no se presenta al Capítulo General en
Cister. Existen varias cartas de venta a favor del Monasterio en
este período.
(6)
'-J osé M aría C a nivcz .— “ Statutá Capitulorum Generalium Qrdinis Cis-
terciensis” .
..............
276
LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ
— DOM M AR TIN (1229-1245).— El Capítulo General comisiona a
lós abades de Sandoval, Carracedo y Moreruela, para que esta­
blezcan una concordia entre el abad de Valdediós y la abadesa
de Gradefes (7).
— DOM JUAN (1273).— Aparece su nombre en una carta de dona­
ción realizada por Doña Mencía, conversa del Monasterio de
Valdediós, a favor del abad Juan el día 13 de junio de la era
mil trescientos once.
— DOM TOMAS (1314-1316).— Recibe una importante donación de
D. Rodrigo Alvarez de las Asturias en la que se encuentra el
Coto de Camás.
— DOM ALFONSO (1320).
— DOM TOMAS II (1324-32).— Firma una concesión el 16 de mayo
de 1332, por la que el Monasterio de San Francisco de Oviedo
obtiene la facultad de acarrear agua de la «Fuente del Prado»
que tienen Valdediós y el cabildo de Teverga, también para ha­
cer camino, entrar y salir.
— DOM GARCIA (1348-54).— El 1 de marzo de 1348 Alfonso X I
toma bajo su protección al Monasterio y da el título de su ca­
pellán al abad. Aparece asimismo en una confirmación que hace
Pedro I el 1 de setiembre de 1351.
— DOM RODRIGO.— Aparece en una donación de este año (1377).
— DOM JUAN I I I (1389rl424).— Lleva adelante una intensa activi­
dad diplomática, concesiones de foro en la mayor parte de las
escrituras.
— DOM GUTIERRE (1432-1436).
— DOM GONZALO DE CILANGA (1437-1452).— Se constata tam­
bién una intensa actividad diplomática en su abadiazgo. Aparece,
al menos, en catorce documentos,, casi todos ellos foros.
(7)
M onasterio cisterciense femenino en la provincia de León. Se trata
de una fundación de 1168.
APROXIMACION AL AB ADO LOG IO DE STA. MARIA DE VALDEDIOS
277
— DOM JUAN DEL CAÑO (1474-1475).— Su nombre se encuentra
en un privilegio en el cual el Rey manda a las justicias, alcaldes,
merinos, regidores y alguaciles del reyno de León guarden y
cumplan el privilegio que sus antecesores dieron a este Monas­
terio, el Hospital y el portazgo de la Puente de Boñar.
— DOM FERNANDO DEL ACEBO (1478-1483).
— DOM ALONSO DEL CAÑO (1508-1512).
— DOM JUAN DE P IN IL L A (1512-14).
— DOM JUAN DE CANO (1514-1515).— En marzo de 1515, Valde­
diós se adhiere a la Congregación cisterciense de Castilla. A
pesar de que esta fecha es comúnmente aceptada, algún pro­
blema debió plantearse, ya que hasta 1516 no tenemos un abad
trienal al frente de la abadía.
TRIENALES (8)
— DOM FERNANDO DE LEON (1516-19), hijo de Valbuena (9).—
Fué abad de Valparaíso (10), donde aplicó su ingenio al máxi­
mo, como lo demuestra el hecho siguiente: La Comunidad de
Valbuena decidió integrarse en la Congregación de Castilla; en
contra de los intereses de su abad comendatario (D. Juan de
Grado, catedrático de la Universidad de Salamanca), eligieron
abad a Dom Fernando de León. Don Juan de Grado se dirigió a
Roma solicitando bulas para arrojar del Monasterio a D. Fer­
nando, y en este sentido le fueron expedidas en Roma. Este
monje de Valbuena, que no era catedrático, pero que tenía en
grado elevado la cazurra sabiduría popular de su tierra, intuyó
(8)
L a situación en que se encontraba a principios del siglo X V la orden
cisterciense h abía m otivado ya varios intentos de reform a. Estos intentos van
a cristalizar hacia 1425 en la figu ra de M artín de V argas, que a imitación de
los fundadores de Cister m anifestó a un grupo escogido de m onjes del mo­
nasterio de P ied ra sus deseos. Resultaría largo dar una explicación
de los
orígenes de la C ongregación y sus peculiaridades, solo in dicar que la figu ra
d el abad
(hasta el momento perpetuo) se reduce su abadiazgo a tres años,
que en principio no podían ser prorrogados.
(9)
(10)
M onasterio cisterciense en la provincia de V alladolid.
M onasterio cisterciense en la provincia de Zam ora.
278
LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ
lo que se le venía encima, convocó a los monjes, les explicó el
problema e hizo que la Comunidad eligiera un nuevo abad, con­
sejos que siguieron al pie de la letra. Así, cuando D. Juan de
Grado, muy ufano y seguro de sí mismo se presentó a las puer­
tas del monasterio con las bulas romanas, se encontró que éstas
eran papel mojado, ya que iban dirigidas contra Dom Fernando
de León y éste ya no era el abad. De esta manera se quedó sin
su encomienda Don Juan de Grado y el monasterio de Valbuena
pudo iniciar su andadura por la senda de la observancia.
— DOM JUAN DE OSUNA (1520-23).— Su nombre está en una con­
cordia entre el monasterio y Arias Cornas (abad comendatario),
arcediano de Ribadeo, y que tiene fecha de 27 de abril de 1521.
Arias Cornas, que fue el último abad comendatario de Valdediós,
no abandonará la encomienda hasta 1523. Dom Juan de Osuna
será posteriormente abad de Matallana (11).
Debe hacerse constar que en 1515 y después del fallecimiento
de D. Juan de Cano, abad comendatario, la abadía fue dada por
el Papa León X, nuevamente en encomienda, al cardenal Pedro,
del título de San Eusebio, quien la devolvió al Pontífice, quien
a su vez la entregó a Arias Cornas.
— DOM BERNARDO DE AZA (1535).
— DOM CRISTOBAL DE HOROZCO (1543-45), hijo de Valbuena.
Incorporó el Monasterio de Belmonte a la Regular Observancia.
— DOM PEDRO DE HEREDIA (1550-53).
— DOM BERNARDO VAZQUEZ (1555), hijo de Sandoval (12).—
Fue abad de San Prudencio (13) en 1560 y visitador de la Orden.
— DOM PLACIDO DE OCAMPO (1560), hijo de Sobrado (14).— Fue
(11)
M onasterio
cisterciense en la provincia
de V alladolid.
Se trata de
una fundación del siglo X III.
(12)
M onasterio cisterciense en la provincia de León. Es una fundación
de 1167.
(13) M onasterio cisterciense en la provincia de Logroño.
(14)
M onasterio cisterciense en la provincia de L a Coruña. Fue la abadía
m adre de Valdediós en la línea de C laravai
Uno de los monasterios m ás im­
portantes del Cister en España. Se trata de una fundación del año 952. H oy
se encuentra restaurado y con una comunidad cisterciense.
APROXIMACION AL ABADOLOGIO DE STA. MARIA DE VALDEDIOS
abad de Herrera (15) y de Villanueva
había sido abad de su monasterio de
Falleció eíi Villanueva de Oseos, siendo
del monasterio con «fam a y opinión de
279
de Oseos (16). En 1546
Sobrado de los Monjes.
enterrado en el capítulo
santo».
— DOM JUAN DE CUBILLANA (1563-66).— Fue abad de Valdeiglesias (17).
— DOM PEDRO DE MATALLANA (1566-69), hijo de Matallana,
donde siendo abad enriqueció la sacristía con alhajas.— Fue
también abad de Sacramenia (18) y de San Pedro Gumiel (19),
donde falleció. En su tiempo se levantó en Valdediós la cruz que
marcaba la entrada de la abadía y que fue desplazada de su
lugar original a principios de este siglo para edificar la casa
que hay a continuación de la antigua cárcel, cerca del camino a
Puelles.
— DOM FRANCISCO DE LA TORRE (1569-72).— Fue visitador ge­
neral.
— DOM ANGEL DE VITO R IA (1575-79), hijo de Herrera.— Es sin
duda uno de los personajes más notables que ocuparon la silla
abacial de Valdediós. Nace en la primera mitad del siglo X V I,
fallece en 1586. Fue abad de su monasterio, Herrera, dos veces;
de Sobrado, en el trienio de 1581-84. En 1578 fue nombrado de­
finidor de la Orden, y en noviembre de 1579, General de la misma.
— DOM G ABRIEL CASTELLANOS (1579-81).
— DOM HERNANDO DE ANDRADE (1581-84).
— DOM LOPE DE LEON (1584-87), hijo de Valparaíso.— Fue abad
de Sobrado, donde dedicó una especial atención a_.la construc­
ción del Claustro grande (1593-1596).
(15)
M onasterio cisterciense en la provincia de Burgos.
(16)
M onasterio cisterciense en Asturias. Se trata de una h ija de C arra -
cedo, es el m ás pobre de nuestros monasterios y una completa ruina hoy.
(17)
M onasterio cisterciense en la provincia de M adrid.
(18)
M onasterio
cisterciense
en la provincia
de Segovia.
Fundación
del
siglo X II.
(19) M onasterio cisterciense en la provincia de Burgos. En el museo p a­
rro qu ial de G u m iel de H izan se guardan algunas piezas interesantes pertene­
cientes a este antiguo monasterio.
280
LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ
— DOM FERNANDO DE TOBAR (1587-90), hijo de Montesión (20).
Fue electo definidor de la Congregación en 1590 para suceder
a Fray Juan Díaz. Abad de Toledo (21) en 1608 y presidente del
Capítulo General en el mismo año.
— DOM BARTOLOME DE LA CANAL (1590-93).
— DOM DIEGO DE LOS REYES (1594-97).
— DOM ANGEL ALVAREZ? (1597-60).
— DOM JUAN DE ZUAZOLA (1600).— Fue definidor en el Capítulo
General.
— DOM FELIPE RAM IREZ (1605).
— DOM FERNANDO DE ANDRADE (1605-8), hijo de Montesión.—
Fue definidor en 1608. Abad de Fitero (22) y de Meira (23). Du­
rante su trienio al frente del Colegio de Filosofía de Meira, re­
cién fundado, éste comenzó a dar sus frutos, Manrique uno de
ellos. Fallece en 1624.
— DOM BASILIO DE LERENA (1611-14).— Fue visitador en 1614.
— DOM BENITO DE ALARCON (1614-17), hijo de Moreruela (24).
— DOM BENITO DE ALARCON (1617-20) (2.a vez).— Fue abad de
Moreruela. Procurador General de la Real Chancillería de Valla­
dolid. Uno de los abades más afamados de su tiempo. Publicó
«Teatro de virtudes». Era natural de Belmonte de la Mancha.
(20)
M onasterio cisterciense en la provincia de Toledo. Su fundación data
de 1427, fue cuna de la Reform a y de la Congregación cisterciense de Castilla.
(21)
Se refiere a Montesión.
(22)
M onasterio cisterciense
en la
provincia
de
N a v a rra . Fundación
de
m ediados del siglo X II, en él vivió y fue abad San Raim undo, fu n dador de la
O rden de C alatrava.
(23)
M onasterio cisterciense en la provincia de Lugo. Fue demolido casi
en su totalidad a finales del siglo pasado, era uno de los conjuntos monumen­
tales del Cister en la región.
(24)
M onasterio cisterciense en la provincia de Zam ora. Se trata de una
fundación del siglo IX . Fue la cuna del Cister en España.
APROXIMACION AL ABADOLOGIO DE STA. MARIA DE VALDEDIOS
281
— DOM JULIAN DE MORALES (1623).
— DOM B EN ITO DE AZUETA (1629).
— DOM FELIPE AGUIRRE (1631).— Fue abad de Armenteira (25)
de 1635-38.
— DOM ALONSO PEREZ (1632-35).
— DOM ALONSO PEREZ (1638-41) (2.a vez), hijo de Valdeiglesias.
Natural de Belmonte de Tajo. Es otro de los personajes más
notables del abadologio de Valdediós. Fue General de la Orden,
definidor de la misma dos veces. Abad de San Bernardo de Sa­
lamanca en 1647, de Sta. Ana de Madrid en 1650. Obispo de
Guatemala en 1656, de Almería en 1659 y de Cádiz en 1663.
Durante su abadiazgo en Valdediós se construyó el mesón de
Arbazal (1640) y dos años antes, en 1638, se hizo la escalera
principal del monasterio, por la que se pagó 1.500 reales, can­
tidad bastante elevada si tenemos en cuenta que el mesón de
Arbazal costó 4.000 reales.
— DOM ALONSO DE MONDRAGON (1641).— Fue abad de Matallana.
— DOM FRANCISCO PACHECO (1642-44).
— DOM ANDRES DAVALOS (1644-47), hijo de Sacramenia.— Fue
definidor en 1622. En el Capítulo de 1647, Dom Juan Escudero,
abad de Carracedo (26), le pone impedimento para votar, por
ser electo ilegítimamente. La nulidad estaba en ser nombrado
con el P. Fray Benito de Baillo, muerto años antes. El Santo
Definitorio declara válida la elección. Levantó en Valdediós una
nueva cárcel, la existente en ruinas hoy, ya que la anterior era
poco segura y estaba a la puerta del monasterio. Fallece en 1663.
(25)
M onasterio cisterciense en la provincia de Pontevedra. Fundación de
1164. En él vivió San Ero, el monje que salió un día del monasterio y se quedó
cien años escuchando un ave que cantaba.
(26)
M onasterio cisterciense en el Bierzo (León). E s la abadía m adre de
los otros dos m onasterios asturianos: Belmonte y V illan u eva de Oseos. Su es­
tado actual es deplorable. Es una fundación del año 990 encom endada por
A lfon so V I I en 1138 al Cister.
28 2
LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ
— DOM BENITO PEREZ (1647-50).
— DOM BERNARDO SUAREZ DE FIGUEROA (1650-53), hijo de
Valbuena (27).— Fue secretario del Capítulo General en 1653,
definidor en 1656. Manifestó una gran actividad constructora en
Valdediós. En 1650 levanta una chimenea sostenida por colum­
nas, «calefactorium» que no se conserva. Se hacen las nuevas
«secretas». En 1651 se construye la cárcel del Coto de Camas,
«el monasterio puso 8 ducados, lo demás lo pusieron los ba­
saltos».
En 1652 realiza obras en el Priorato de Peón. Fallece en 1663.
— DOM ATILANO GONZALEZ (1653-56).— En el Capítulo de 1653
fueron propuestos para abad de Valdediós, Fray Antonio Gon­
zález y Fray Bernabé Alonso, hijos de Sobrado. No fue elegido
ninguno de ellos.
— DOM VICEN TE PEREZ (1656-59).
— DOM ALONSO DE MONDRAGON (1659-62).— Fue abad de La
Espina (28) por dos trienios consecutivos. Secretario del Gene­
ral Fray Pedro de Andrade, abad de Sta. Ana de Madrid, pro­
curador general de la Congregación, siéndolo más tarde en
Roma durante el trienio de Fray Rafael de Oñate.
Falleció en 1678, siendo de nuevo abad de La Espina y a los
nueve meses de ser elegido para este monasterio.
— DOM DIEGO DE QUIROGA (1662-65), hijo de Valdeiglesias.—
Fue abad de Villanueva de Oseos (1655-56), donde la crónica nos
dice de él lo siguiente: «pues siendo mozo en la edad, gobernó
como muy viejo y experimentado, aciendo muchas y muy bue­
nas obras, más de lo que el tiempo y el estado de la casa pudiera
pedir ni esperar sin empeño».
— DOM PLACIDO GUTIERREZ (1665-67), hijo de Valparaíso.—
También fue abad de Villanueva de Oseos en el trienio anterior,
(27)
M onasterio
cisterciense
en
la
provincia
de
V alladolid.
Fundación
de 1144.
(28) M onasterio cisterciense en la provincia de Palencia. Su nom bre vie­
ne de poseer un relicario con una espina que se decía perteneció a la corona
de Cristo. Existe una leyenda, poco probable, que hace p rim er abad de este
m onasterio al herm ano menor de San Bernardo, el beato N ivardo.
APROXIMACION AL ABADOLOGIO DE STA. MARIA DE VALDEDTOS
283
donde hizo grandes obras en la iglesia y sacristía, levantó tam­
bién la cocina, que no ha llegado hasta nosotros.
DOM LORENZO SANCHEZ (1667-68).— El abad anterior no ter­
minó su trienio por razones que desconozco; para sustituirlo
fue nombrado Fray Lorenzo Sánchez, que debo suponer hijo
de la Casa.
DOM PLACIDO GUTIERREZ (1668-71), hijo de Valparaíso (2.a
vez).— Vuelve a ser elegido este monje; al término de su trienio
(1671) es nombrado Presidente de la Congregación. Va a mos­
trarse como una persona activa, llevando a cabo una serie im­
portante de obras en Valdediós, poniendo un especial interés
en la iglesia y sacristía. Manda hacer el retablo de Ntra. Señora
y una imagen de la Concepción para él. Se hacen dos facistoles
para la Epístola y el Evangelio. Adquiere varias alhajas de plata
para la sacristía.
En el año 1670, y después de una serie de obras, da a la sacris­
tía el aspecto que hoy presenta. Cierra el acceso al viejo archivo
que se encontraba en el claustro bajo, y del que aún podemos
ver el arranque del arco a continuación del «armarium». Abre
una comunicación desde la sacristía con este hueco e instala en
él la fuente para las abluciones de los sacerdotes.
DOM PABLO DE PAZOS (1671-74), hijo de La Espina.— Al fina­
lizar su trienio fue elegido segundo lector de Castilla la Vieja.
En su abadiazgo se hizo el mobiliario de la sacristía, una píxide
de plata y un relicario también de plata para la reliquia de San
Lorenzo. Se gastan en obras casi 15.000 reales.
DOM LEANDRO SANCHEZ (1674-77), hijo de Sobrado.— Se
ocupó también de mejorar en lo posible la Casa. En el año 1677
se hizo en el claustro bajo una capilla cuya hechura costó 3.500
reales. Se puso en ella a «Ntra. Sra. de la Antigua». Se trata del
altar situado en el claustro bajo y que cierra el acceso al pri­
mitivo «Calefacctorium», conjunto que era conocido por los
seminaristas como «La Virgen de la Concha», denominación
debida a encontrarse la imagen entronizada en una venera re­
nacentista. El conjunto no puede ser contemplado hoy íntegra­
mente por haber sido bárbaramente mutilado en 1936.
284
LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ
En 1677 se compra una casa en Gijón para granja del monaste­
rio. Se gastaron en obras durante este trienio 16.269 reales.
— DOM DIONISIO M ANTILLA (1677-80), hijo de Sobrado.— Fue
abad de otro monasterio asturiano, Sta. María de Lapedo, Belmonte. Este abad fue solamente electo, ya que no llegó a hacerse
cargo de la abadía según se deduce del hecho de ser nombrado
otro monje para este trienio y de la siguiente «definición»:
Capítulo General de 1677.
«E l día 17 junto nuestro R.P. General y Padres Definidores, con­
firmaron el modo de llamar a su abadía al P. Fray Dionisio
Mantilla que oy se halla en Roma y habiendo arbitrado se le
llamase con suavidad y con el modo que no concibiese cautela
alguna, sino que se persuadiese a que le llamaban con buen
ánimo...»
Continúa la definición en similares términos hasta marcarle un
plazo para incorporarse a su cargo, circunstancia que no debió
cumplirse, ya que se nombra para sustituirle a
— DOM PLACIDO VALLEJO (1677-80).— Fue abad de Armenteira
de 1692 al 95. Durante su trienio en Valdediós se gastaron en
obras 28.264 reales, cantidad respetable.
— DOM ALEJANDRO DE VILLALOBOS (1680-83), hijo de Sobrado.
Sabemos que fue natural de Tarancón, y abad de Sobrado, don­
de dió comienzo a las obras de la nueva iglesia. Debió llegar a
Valdediós en edad muy avanzada.
— DOM ISIDORO DE SORIA (1683-86), hijo de Sobrado.— Durante
su abadiazgo se mejora notablemente la granja de Gijón, adqui­
riendo otra casa para panera o granja. Este priorato de Gijón
subsistió hasta la Desamortización y el edificio construido para
residencia de los monjes estuvo, hasta no hace muchos años,
adosado a la casa de la Ferretería Gregorio Alonso, propiedad
de esta entidad que lo destinaba a almacén. En 1900 aún se con­
servaban intactas las celdas de los monjes. Fue pues en la anti­
gua calle de «Las Arrebalgadas» o de «La Concepción» donde
Valdediós tuvo su priorato en Gijón.
Durante su trienio se labra también la ermita de la Magdalena
de Figares.
APROXIMACION A L ABADOLOGIO DE STA. MARIA DE VALDEDIOS
285
— DOM JUAN DEL CASTILLO (1686-89), hijo de La Espina.— Fue
abad de La Espina y de Benavides (29). Secretario del Capítulo
General. Valdediós puede considerarlo también como uno de sus
constructores, lo avala el hecho de haberse gastado en obras
durante su trienio la cantidad de 30.867 reales. Hizo las dos ca­
pillas de la sacristía (muy similares a las que existen en el mo­
nasterio de Osera), se abrió el sepulcro que hay en la capilla
mayor y se levantó la lápida que estaba en el suelo.
En el año 1687 hizo el átrio de la iglesia, estropeando ésta como
ya opinaba Jovellanos. Se hizo también bajo el mismo pórtico
la puerta de entrada al monasterio coronada por el escudo de
la Congregación de Castilla.
Se hizo un rollo de sillería con sus gradas y una cruz de hierro
como remate. (Se encontraba frente a la entrada de la «Xunclara», más o menos, y debió desaparecer a principios de este
siglo, lo cual es lamentable, ya que parece ser el único que ha
llegado prácticamente hasta nuestros días en Asturias).
— DOM PABLO LIR IO (1689-92), hijo de Herrera. Fue definidor
de la Orden.
— DOM GEROTEO GARCIA (1692-95), hijo de Sandoval (30).— Se
mostró como un hombre celoso del culto, como lo demuestra
el hecho de haber adquirido las siguientes alhajas para la sa­
cristía: un cofre para la custodia, dos fuentes grandes (una
sobredorada con esmaltes), una jarra, unas vinajeras, cuatro
bujías, dos ciriales, un guión y un copón, todo ello de plata.
Se gastan en obras 23.543 Rs.
— DOM FRANCISCO RECIO (1695-98), hijo de Sandoval.— Conti­
núa con interés la labor de enriquecer la sacristía, manda hacer
«una corona de plata para Ntra. Sra., dos cetros y el candelabro
grande del altar mayor».
Aún quedan 35.412 Rs. para ser gastados en obras. Fue un abad
activo.
— DOM ANDRES PALERO (1698-70), hijo de Sandoval.— Hace va­
rias alhajas pequeñas de plata.
(29)
M onasterio cisterciense en la provincia de Palencia.
(30)
M onasterio cisterciense en la provincia de León.
286
LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ
— DOM GREGORIO M ARTINEZ (1701-1704), hijo de San Pruden­
cio.— Durante su trienio realiza varias obras que podíamos de­
nominar «funcionales»: «se sube el refectorio al claustro alto y
se hace una escalera desde la cocina», la causa de estas modi­
ficaciones dice la documentación que «fue la humedad».
— DOM RUPERTO PRIETO (1704-07), hijo de Sobrado.— Dió un
fuerte impulso a las obras del monasterio; gastará en ello 65.392
Rs. Hizo un dormitorio con doce celdas, el capítulo nuevo (es la
edificación que hoy podemos ver anexa a la iglesia), una libre­
ría, el refectorio alto, un lavatorio, una despensa y se trajo el
agua encañada de Santi (esta conducción de agua por medio de
cañerías de barro aún se encuentra cumpliendo su misión). Un
hecho inusitado hace que el cronista lo recoja en su obra: «ro ­
ban de la sacristía el jarro grande de plata».
— DOM BALTASAR FERNANDEZ (1707-10), hijo de Sobrado.—
Continuará las obras de la Casa, pero ya en menor escala.
— DOM AGUSTIN DE LLANO (1710-13), hijo de Sandoval.— Su
trienio también será positivo para la fábrica del monasterio;
empleará en obras 37.865 Rs. Hizo: «un órgano grande con su
caja dorada y una baranda de hierro para el coro y también el
corredor del órgano. Se doró y estofó una imagen de Ntra Sra.
Se compra en Avilés la fuente que centra el claustro y que costó
148 Rs. Amuebla y renueva la hospedería. Se enlosa de piedra
el jardín del claustro».
— DOM AMBROSIO DE BARRIOS (1713-16), hijo de Sobrado.—
Era natural de Huete, tomó el hábito a los quince años y medio.
Fue abad de Sobrado de 1701 a 1704. Llevó adelante grandes re­
paraciones en la iglesia. Construye el púlpito y los bancos de
nogal, de ellos aún se conservan dos en el Seminario de Covadona. Se hace una casa para el casero en la granja de Peón.
— DOM MIGUEL DE CASTRO (1717-21), hijo de Valdediós.— Se
puede comprobar una gran reducción en los ingresos de la aba­
día, la siguiente irregularidad es que fue abad tres años y medio,
debido todo ello a la crisis que comenzaba a azotar a la Congre­
gación.
APROXIMACION AL ABADO LOG IO DE STA. MARIA DE VALDEDIOvS
287
— DOM AGUSTIN DE LA SERNA (1721-24), hijo de Nogales (31).
Fue también abad tres años y medio debido a la misma situa­
ción irregular de crisis. Había sido abad de Nogales en el trienio
de 1710-13. Durante su abadiazgo el monasterio parece recupe­
rarse económicamente, se llega a emplear en obras la cantidad
de 28.301 Rs. Como dato curioso podemos aportar que en estas
fechas «se pintó un cuadro de Ntro. P. San Bernardo que se hizo
para la procesión del «Ave Maris Stella». Se trata del hoy desa­
parecido cuadro de Bustamante representando la «lactación de
San Bernardo» y del que nos habla Caveda en el inventario que
hizo de Valdediós en 1821.
— DOM GEROTEO ROGEL (1721-24), hijo de Carracedo.
— DOM CRISOSTOMO DIAZ (1724-27), hijo de Carracedo.
— DOM M ANUEL M ARTIN EZ (1727-30), hijo de Oya (32).
— DOM BERNARDO DE Q U INTAN ILLA (1730-33), hijo de Nogales.
— DOM LOPE MALLEA (1733-37), hijo de Huerta (33).
— DOM CLEM ENTE PAZZO (1738).— Presidente nombrado por el
P. Comisario. En este año estalla la crisis que se venía fraguan­
do desde 1717. La situación en que se encontraba la Congrega­
ción, como consecuencia de las disenciones surgidas en ésta, era
de una gran tirantez, que superaba los límites de la Orden v
llegaban al Gobierno de la Nación y Roma, quien declarará nulas
las disposiciones adoptadas en el Capítulo General de 1733. No
se establecerá la normalidad hasta 1738.
— DOM CRISTOBAL BLANCO (1738-41), hijo de Valdediós.— En
su abadiazgo la Comunidad asciende a 28 monjes y se recuperan
los ingresos económicos.
(31)
M onasterio cisterciense en la provincia de León.
(32)
M onasterio cistercienre en la provincia de Pontevedra. Fundación de
1185. Com o dato curioso hay que destacar la compañía o guarnición que este
m onasterio tenía p ara
defender la ensenada y costa próxim a
al monasterio
con su dotación de artillería incluida.
(33)
M o n a ste rio . cisterciense en la provincia de Soria. Fundación de A l­
fonso V I I de 1142.
288
LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ
— DOM JOSE FERNANDEZ (1741-44), hijo de Valdediós.
— DOM FROILAN DE LYRA (1744-47).
— DOM D IONISIO FIGUEIRAS (1747-50), hijo de Osera (34).—
Llevó el agua encañada hasta la sacristía.
— DOM LORENZO DE HUMAYOR (1750-53), hijo de Herrera.—
Fue abad de Herrera en el trienio siguiente y en el de 1779-82.
Hizo para la iglesia una lámpara de plata que pesaba 511 onzas.
La comunidad es numerosa y se superan los 200.000 reales de
ingresos.
— DOM ADRIANO PALMERO (1753-56), hijo de Balbuena.— Se ha­
cen los retablos de San Bernardo y San Blas (1754) Se colocan
en la sacristía los retablos antiguos de la iglesia.
— DOM JOSE FERNANDEZ (1756-59), hijo de Valdediós (2.a vez).
Se adquieren dos grandes espejos para la sacristía. Se estofan
dos retablos de la iglesia y uno en la sacristía. En 1757 se hacen
de nuevo las puertas grandes de la iglesia.
CUATRIENALES (35)
— DOM EUGENIO RODRIGUEZ (1759-63), hijo de Osera. A partir
de este abad los períodos de mandato de los abades se alargan en
toda la Congregación un año más. En 1760 se lleva a efecto una
obra cuya funcionalidad nadie discute, pero que hoy debemos
lamentar, ya que destruyó uno de los rincones más sugestivos
que nos podemos imaginar de Valdediós. En este año se desman­
tela el «solarlum» que se encontraba en lo que los monjes de­
nominaban «tránsito de la celda abacial a la hospedería» y que
los alumnos del Colegio-Seminario conocerán como «sala de Fí­
sica». Dice el documento de donde copiamos: «En 1760 se de­
rriban los arcos del tránsito de la hospedería a la celda abacial,
(34)
M onasterio
cisterciense en la provincia de Orense. Se trata de un
caso actual de tenacidad y trabajo, protagonizado por la comunidad que des­
de hace medio siglo se instaló en las ruinas del grandioso edificio, consiguiendo
levantarlo. Es una fundación de Alfonso V II de hacia 1135.
(35)
Clemente X I I I obliga a toda la Congregación a introducir un año más
en el período de abadiazgo.
APROXIMACION AL ABADOLOGIO DE STA. MARIA DE VALDEDIOS
289
dichos arcos dejándoles reservados para hacer en el claustro
otro lienzo en correspondencia al que tiene, y se cerró dicha
galería con piedra de manipostería argamasada de cal y arena,
a excepción de siete ventanas con sus antepechos y otros tantos
maineles que son de sillería». En este mismo año se hace el
guardapolvo del púlpito con una imagen que representa la Fé.
1760. «Se hizo para dicha campana de San Salvador una espa­
daña de cantería aprovechando las piedras de la torrezuela que
se arruinó con ochenta años» (36).
— DOM CARLOS VALLEJO (1763-67), hijo de Osera.— Había sido
archivero en su monasterio. En Valdediós realizará grandes
obras, oportunidad que le brindara el hecho de haber superado
la Casa durante su abadiazgo la suma de 300.000 reales de in­
gresos. De esta cantidad gastará en obras 64.567 reales. Dedicará
una especial atención a la iglesia, donde pinta y dora el retablo
lateral de Ntra. Sra. Se pinta asimismo el último cuerpo del
retablo mayor. Francisco de Nava realizará por encargo de este
abad los cuatro caballos que hoy vemos en los arranques de la
bóveda del crucero. Se enyesó toda la iglesia y se pintó la bó­
veda, también el camerino de Ntra. Sra. en el Coro. Se hizo y
doró el retablo de la iglesia de San Salvador, donde también se
- pintan las imágenes. Se hace en el antecoro un encajonado con
seis filas de cajones para los ornamentos. Se fundió de nuevo la
campana mayor por haberse quebrado y se hizo una pequeña
para San Salvador (37). Se hicieron las rejas del capítulo. En
1765 se coloca la imagen del altar mayor. Termina la crónica
diciendo que mejoró la Casa y fundamentalmente la iglesia y
sacristía.
— DOM DIEGO CANO (1767-71).
— DOM JUAN DE PRADO (1771-75).
(36)
En las últim as restauraciones llevadas a efecto en el verano
1980,
y que m ejor no se hubieran realizado, he podido com probar “ in situ’’ la exis­
tencia de la cimentación de la citada torre.
(37)
A l hacer la restauración de la iglesia abacial, el sacerdote avilesino
y profesor del Sem inario de Valdediós, D. José Fernández, encontró tapando
el óculo que existe sobre el arco toral una tabla pintada con la inscripción
“Reiter p in x it” . A ñ o 1782.— J osé F. M e n en dez : “L a basílica de San Salvad or
de V alded ió s y su prim itivo convento”, Boletín de la Sociedad Española de
Excursiones. Junio de 1919.
LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ
290
— DOM ROBERTO RAMOS (1775-79).— En 1777 se termina la obra
del tercer piso del claustro.
— DOM CARLOS CASADO (1779-83), hijo de Moreruela (38).
— DOM FERNANDO GONZALEZ (1783-87).
— DOM JACOBO MOREYRAS (1787-91).— En 1789 se hace la reja
del coro y los retablos laterales. Se compra la madera para el
coro y hacen las sillas del mismo los hijos de Andrés González.
Costó el coro 100 ducados y 822 reales más.
— DOM BASILIO ALVAREZ (1791-92).— Fallece en el monasterio
el 15-XII-1792 y es elegido para sucederle Fray Nivardo Sáez.
— DOM NIVARDO SAEZ (1793-95), hijo de Valdediós.
— DOM RUPERTO M ARTINEZ (1795-99), hijo de Osera.
ABADES DEL SIGLO X IX
El siglo X IX traerá en España la desaparición de los monaste­
rios. Las causas fueron diversas, pero entre ellas no se contaba la
decadencia, tal como insinúan algunos historiadores. En las víspe­
ras de la Desamortización, y a pesar de los golpes recibidos, estas
venerables instituciones se encontraban aún pletóricas de fuerzas
y se mostraban capaces de remontar el siglo X IX con pujanza y
optimismo (39).
En 1808 los franceses invaden España; ello supone la inutiliza­
ción de los edificios monacales en la mayoría de los casos, así como
la dispersión de un elevado número de comunidades.
Con grandes esfuerzos se logra salir de la ruina y el desorden,
pero en 1820 comienza en España el denominado «trienio consti­
tucional», durante el cual los grupos que hoy llamaríamos incon­
trolados, y que suelen funcionar con una eficacia matemática, se
encargaron de destruir y robar lo poco que se había salvado de la
«francesada».
(38)
Fue este abad quien encargó a Reiter la decoración de la iglesia y
“Conventín” .
(39)
M. R e v e l t a .— “L a exclaustración en España, 1833-40” .
APROXIMACION AL ABADOLOGIO DE STA. MARIA DE VALDEDIOS
291
Debe ser considerado como milagroso que las órdenes monás­
ticas lograran rehacerse, pero no iba a ser por mucho tiempo; las
leyes desamortizadoras, una tras otra (40) acabarán con la vida
varias veces secular del monacato español; vida que a pesar de
todos los defectos, anacronismos (no tantos como se predicaron)
que arrastraba y que los enemigos de las comunidades (y amigos
de sus propiedades) procuraban acrecentar y mostrar, de los su­
cesivos golpes recibidos, aún era capaz de mostrarse vigorosa y
digna.
Pero la vida de los monasterios había entrado en colisión con
los intereses de la burguesía, y lo económico siempre prima. Tam­
bién es cierto que en este país, cuando la ineptitud de sus gober­
nantes (situación más frecuente de lo que humanamente sería de
desear) lleva la hacienda pública a la ruina, existe ya desde antiguo
la costumbre de solucionar el problema a costa de instituciones
que por trabajar mucho y gastar poco, tienen una situación patri­
monial saneada.
Independientemente de ello, la actuación de los políticos y en­
cargados de poner en práctica las leyes desamortizadoras debe
inscribirse dentro del más completo desdén hacia la cultura y el
patrimonio histórico-artístico de nuestro pueblo, amén de hacer
gala de una notable falta de sensibilidad sólo comparable a la que
pueden demostrar animales inferiores.
No tuvieron el menor reparo en sembrar el país de tristes y
deprimentes ruinas a las que, para mayor escarnio, bautizaron con
el increíble y pomposo nombre de «monumentos nacionales».
Puede sorprender la insesibilidad de quienes han permitido que
en la actualidad resulte casi imposible reconocer el perímetro de
la cimentación del Monasterio de Belmonte, pero resulta más in­
creíble que las propias autoridades ordenaran, como condición
«sine qua non», a los compradores del Monasterio de Carracedo la
demolición del extraordinario claustro reglar, hecho ocurrido ha­
cia 1920 (41).
(40)
Fundam entalm ente fueron éstas:
Decreto de supresión de la Com­
pañía de Jesús, el 4 de julio de 1835. L ey de 25 de julio de 1835."Decretó d e '
11 de octubre de 1835* Decreto de exclaustración general de 8 de m arzo de
1836 y la ley de 29 de julio de 1839.
(41) Testim onio verbal recogido del anterior gu ard a del monumento, y
que llegó a ver la escritura de compra-venta, cuando el propietario a que se
alude vendió al Estado el hermoso solar que hoy podemos ad m irar en vez
del C la u s tro -d é Carracedó, V erano de 1985»
........,
LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ
292
Resulta incomprensible que a principios de este siglo una comi­
sión de tasadores visitara el monasterio asturiano de Villanueva de
Oseos al objeto de calcular el coste de su demolición y posterior
traslado de la piedra hasta Gijón, para ser empleada en la cons­
trucción del puerto del Musel. La distancia parece ser que encarecía
mucho la operación (42).
Tales hechos no sólo son indicativos de una alarmante falta de
cultura, sino también de un desprecio insultante hacia la misma
por parte de quien detectaba el poder.
Es deprimente observar cómo algunos de estos «monumentos
nacionales» se hunden día a día, pero es peor ver transformarse
en pocilgas, gallineros, depósitos de leña, cuadras y viviendas nada
confortables; claustro, sala capitular y los antiguos dormitorios de
los monjes, tal como sucede en la actualidad con Villanueva de
Oseos.
Es una estampa curiosa ver en este mismo monasterio monto­
nes de leña y aperos de labranza en una dependencia de hermosa
bóveda, donde antaño estuvo el locutorio de la portería.
Hay soluciones y medios para conseguir que las partes nobles
de estos edificios presenten una visión que podíamos denominar
«más optimista», ofreciendo a quienes lo utilizan lugares idóneos
para guardar estos objetos y viviendas dignas donde trasladarse.
Tengo esperanzas de un futuro mejor.
FIN ALIZA CATALOGO DE ABADES
— DOM VICEN TE ARGUERO (1779-1803), hijo de Huerta.
— DOM MATIAS MARINO (1803-1807), hijo de Nogales.— Fue abad
de Villanueva de Oseos de 1783 a 1787, donde realizó «la espa­
daña, el antecoro y la famosa sala abacial. Tenemos bastantes
datos de su vida. Nació en la diócesis de Tuy el 22 de febrero
de 1744. Sus padres se llamaban Manuel Alvarez y M.a Luisa
Fígaro. Profesó el 27 de febrero de 1763, adoptando el nombre
de Matías Mariño. Estudió Artes en Montederramo (43) y Teo42)
Testimonio verbal recogido en octubre d e 1981 de D. Antonio G on­
zález Michelón, m iem bro de la fam ilia que en su día adquirió las ya ruinas
del m onasterio de Oseos y otras propiedades del mismo.
(43)
M onasterio cisterciense en la provincia de Orense. Tengo un re c u e r -,
do deprim ente de su situación. L o visité por prim era
vez en el verano de
1980.
fachada “h errerian a”
Como
prim era
visión del
mismo
recuerdo
una
APROXIMACION AL ABADOLOGIO DE STA. MARIA DE VALDEDIOS
293
logia en Alcalá. Fue bodeguero en San Clodio (44), cillero de
Montederramo en 1779. No llevándose bien con el P. General
Fondevila, acompañó al abad de Poblet (45), un monje de Monfero (46), Agustín Vázquez Varela. Nombrado obispo el citado
abad permaneció a su lado como secretario hasta la muerte de
éste. Se retiró a Moreruela, donde en 1795 fue nombrado con. fesor de las monjas de Villamayor de los Montes (Burgos). Las
monjas solicitaron su continuación en el cuatrienio de 1799.
En 1803 es nombrado abad de Valdediós, donde «hizo obras de
mérito y buen servicio». Dejó sus baúles a las monjas, para
volver después de la abadía, que había aceptado con repugnan­
cia. En 1807 fue otra vez confesor de las monjas y con ellas
padeció los males y sufrió las vejaciones y saqueos de los fran­
ceses y también de los guerrilleros. Así perdió todo lo que tenía
en bienes y libros. Después de ocho años de sacrificios, por ser
la hacienda muy corta, en 1815 se retiró a San Pedro de Gumiel,
donde fue nombrado prior claustral en 1819.
— DOM GONZALO DIEZ (1807-15).— Fue testigo de la invasión
francesa. Conocemos la situación del monasterio durante este
período por un testigo presencial. Se trata de Fray Francisco
García, monje miembro de la Comunidad de Valdediós y que
terminaría su vida como obispo de Tuy. En su libro de «misas»
consigna aparte de sus obligaciones religiosas y las que debía
oficiar, todos los acontecimientos que él consideraba interesan­
tes y de los que fue testigo. Por esta razón recoge en el año 1812
la siguiente nota: «Con motivo de haber entrado las tropas
francesas en este Principado, y haber permanecido en él, espam uy d esfigu rad a por huecos abiertos por los vecinos que en ella instalaron
sus viviendas y negocios. Encim a de la severa puerta principal, un letrero
lum inoso de plástico anuncia una conocida m arca de piensos. Superada esta
prim era im presión
a fuerza de ánimos accedí a través de un pasadizo con
una herm osa bóveda
decorada al claustro plateresco de la
“p ortería” ;
allí
fue donde, colgado de dos columnas que soportaban una de las arcadas, pude
v e r un herm oso cerdo abierto en canal que por lo menos pesaría sus casi 150
arrobas, m ientras una fam ilia
se afanaba a su alrededor en los menesteres
propios de la “m atanza” .
(44) M onasterio cisterciense
en
la
provincia de
Orense.
Fundación
del
siglo V I, en 1151 se unió al Cister.
(45)
1149.
(46)
M onasterio
cisterciense en la provincia de T arragona,
fu ndado en
M onasterio cisterciense en la provincia de L a Coruña, es fundación
d el siglo X II.
294
LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ
ció de diecisiete meses, en cuyo tiempo los monjes de este
monasterio estuvieron dispersos, manteniéndose cada uno del
modo que pudo. El P. Abad de este Monasterio de Valdediós,
que a la sazón era Fray Gonzalo Díaz, hizo presente a nuestro
padre General Fr. Gabriel Sánchez, Dr Ctto de Prima y Teolo­
gía de la Universidad de Salamanca, que en todo este tiempo,
ni se habían cumplido las obligaciones del monasterio, ni los
monjes habían cumplido con las obligaciones de Orden» (47).
El documento nos indica que el monasterio conoció el aban­
dono por vez primera, ignorando si fue saqueado o no, aunque
el inventario de alhajas realizado en 1821 da como resultado
final una relación muy mermada si tenemos en cuenta las su­
cesivas adquisiciones de años anteriores (48).
En otro orden el archivo también sufrió. De estas fechas data
la desaparición del «libro becerro» que Jovellanos estudió y del
que ordenó sacar una copia a D. José Acebedo Villaroel.
— DOM BENITO ASTORGA (1815-19), hijo de Valdediós.
— DOM BLAS ANTON (1819-24), hijo de Valdediós.— Tenemos su
firma en el inventario de bienes del monasterio realizado por
Caveda y finalizado el 8 de marzo de 1821 (49). El Gobierno se­
guirá una táctica maquiavélica; primero obligará a los monjes
(que no pueden mentir) a declarar sus propiedades y a conti­
nuación los expolia.
— DOM LORENZO MOREYRAS (1824-28), hijo de Valdediós.— En
este año aún se realizan obras en la Casa, como lo demuestra
la fecha grabada en el dintel de la celda que ocupa la esquina
del ala suroeste.
— DOM TADEO TOCA (1828-32), hijo de la Santa Espina.— Cono­
cemos su vida casi íntegra. Nació en Cueto, lugar próximo a
Santander, fue bautizado el 11 de enero de 1781 con el nombre
de Pablo. Fueron sus padres Antonio Toca García y Manuela
Alonso Ochoa. De sus tres hermanos varones, uno de ellos fue
también monje cisterciense en Nogales, bajo el nombre de Fray
Norberto. Hay un detalle en su vida muy curioso y que nos de­
muestra lo revuelto que estaba el país. Al m orir su madre en
1809 y hacerse la partición de bienes, se ignoraba el paradero
(47)
E l libro de M isas de Fr. Francisco García. A rch ivo de Osera.
(48)
A .H .N .— Sección clero. L egajo 5.250.
(49)
A .H .N .— Sección clero.— Códice 882-B.
APROXIMACION AL ABADOLOGIO DE STA. MARIA DE VALDEDIOS
295
de ambos hermanos, pero les asignaron su parte en la herencia.
Durante su abadiazgo en Valdediós dió el hábito a un sobrino
suyo, Ramón, imponiéndole el nombre de Miguel, con fecha 2
de diciembre de 1831. Además de este sobrino monje, tuvo otro,
hijo de una hermana y que profesó en Sobrado bajo el nombre
de Fr. Camilo. Fue definidor en 1825. Al llegar la exclaustración
de 1835, este monje ejemplar, en vez de buscarse «un puesto»,
se retiró a Cueto, a vivir con los medios que le quedaban como
monje exclaustrado, que suponía una vida de privaciones. Llegó
a ser cura de Cueto, pero con la esperanza de volver a su mo­
nasterio. Falleció en Cueto el 6 de enero de 1862.
DOM FLORENCIO FERNANDEZ (1832-35), hijo de Valdediós.
No le fue posible a este monje finalizar su cuatrienio. A él le
corresponderá cerrar una larga lista de nombres, ilustres en su
mayoría, que rigieron los destinos de Valdediós.
La exclaustración hay que suponer no constituiría ninguna sor­
presa para las Comunidades: se le veía venir. El 10 de febrero
de 1834 se recibe en el monasterio una carta de Fray Tomás
Blanco, general reformador e hijo de Valdediós, en la cual se
prohibe a los monjes «todo tipo de cartas y conversaciones po­
líticas», aún no habían transcurrido quince años desde que se
hicieran los inventarios del monasterio. El 29 de junio de 1834
gira visita a su monasterio él propio Fray Tomás Blanco, firma
el último asiento del libro de «Cartas y elecciones». Su firma
es el acto oficial que cierra la vida de una institución qué llenó
de vida el valle de Boiges durante casi setecientos años. Que
había sido capaz de superar incendios, inundaciones, pestes,
guerras, y sin embargo no pudo con la codicia de la burguesía
del X IX , ansiosa de negocios fáciles e instalada en el poder.
Más de la mitad de este libro de «Cartas y elecciones» quedó
sin utilizar; la historia se interrumpió de una manera brusca.
De este último abad poco conocemos. Por testimonios verbales
se puede deducir que permaneció un tiempo, las gentes dicen
que escondido, en las proximidades del monasterio. El hecho
de que dos monjes continuaran en el monasterio hasta su fa­
llecimiento: Fray Malaquías Carrera y Fray Valeriano, que otros
figurasen como encargados de parroquias vecinas, Fray Atilano
en Nava, nos induce a pensar que la disuelta Comunidad man­
tenía viva la esperanza de una restauración. Finalmente recuer­
do haber leído la fecha de fallecimiento de Fr. Florencio en el
libro de «m isas» de Fr. Francisco García, hacia 1862.
296
LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ
DESTINO DEL EDIFICIO Y DEL PATRIM ONIO ARTISTICO DEL
MONASTERIO DESPUES DE LA EXCLAUSTRACION
Valdediós nunca poseyó un tesoro artístico envidiable ni famo­
so. En su iglesia y sacristía no podemos contar con joyas ni objetos
sagrados de gran valor, la modestia es su tónica más general.
A pesar de la presencia de dos monjes en el monasterio, des­
pués de la expulsión de la Comunidad y que el edificio no sufrió,
como otros, un saqueo violento, sí debió conocer algún tipo de
expolio, como lo demuestra el hecho de la existencia de libros,
documentos y muebles en poder de particulares; a pesar de todo
esto, Valdediós no ha tenido suerte. Poco a poco los escasos cua­
dros y libros que quedaron siguieron un destino nada envidia­
ble (50).
En 1865 el obispo de Oviedo, D. Juan Ignacio Moreno, abre en
Valdediós (51) un Seminario que a lo largo de su vida alternará
sus funciones de seminario con las de colegio de segunda enseñan­
za. En este período fue conservado cuidadosamente lo que había
quedado de interés. Es a partir de 1900 cuando se inicia un expolio,
que aún continúa, y que lleva marcado el sello de la destrucción.
En los primeros años de este siglo se trasladan al Seminario de
Sto. Domingo de Oviedo la serie de cuadros que Reiter había pin­
tado con escenas de la vida de San Bernardo y que se encontraban
colgados en el denominado «Claustro obscuro». Una vez en Oviedo,
los cuadros se distribuyeron alrededor del claustro de Sto. Domin­
go, donde los recuerdan algunos sacerdotes ancianos, y donde per(50)
A los cuadros de Reiter se les debió de unir algún otro que existía
en la Casa, ya que el número de la serie, 16, no coincide con los trasladados,
20, a Sto. Dom ingo de Oviedo.
L a biblioteca fue trasladada después de la exclaustración, en su m ayoría,
a la U n iversid ad de Oviedo, donde desapareció en el incendio de 1934, incen­
dio provocado por los revolucionarios que en aquellas fechas luchaban en las
calles de Oviedo. Quedaron en V aldediós algunos libros que fueron el origen
de la biblioteca del Sem inario de Valdediós, así como quince cantorales de
gregoriano en pergam ino que en 1936 fueron bajados a V illaviciosa y entre­
gados a los zapateros para hacer suelas de zapatos;
de ellos sé salvaron m i-
lagrosám ente ocho.
L a s alhajas de la iglesia, o lo que quedaba de ellas, fueron entregadas a
la p arroqu ia de Puelles, esto al menos dan a entender los inventarios que se
conservan de esta parroqu ia y de la propia iglesia abacial de V aldediós, todos
ellos fechados a principios de este siglo. En ju lio de 1936 fueron requisadas
en su totalidad por un conocido y hoy acaudalado personaje de V illaviciosa.
' (51)
V aldediós es devuelto a la Iglesia como seminario y cárcel de corona,
en virtud de los acuerdos con la Santa Sede del siglo pasado.
APROXIMACION AL ABADOLOGIO DE STA. MARIA DE VALDEDIOS
297
manecerán hasta la revolución de octubre del 34, en que siguieron
la suerte del resto del edificio, es decir la destrucción.
" En la capilla de la Balesquida de Oviedo se conservan dos cua­
dros que por las características pudieron pertenecer a esta serie,
constituye una incógnita cómo lograron sobrevivir.
'v Hacia 1925 se trasladó a la iglesia de Rozadas el retablo de San
Benito, que se encontraba colocado cerca de la «puerta de los muer­
tos». La imagen que había sido tallada en 1689, costara 74 reales.
La iglesia de Rozadas fue víctima del fuego en 1936 junto con todo
su contenido.
En 1936 son robados, se sabe por quién, los pocos objetos de
valor que quedaban en la iglesia.
En los años posteriores a la terminación de la guerra civil se
trasladó a Covadonga el retablo de San Bernardo, que hoy agoniza
pudriéndose en la antecueva de la Virgen, ante la impasibilidad de
quien lo permite y puede evitarlo, constituyendo mientras tanto
un pegote de mal gusto en el lugar donde se encuentra y un indi­
cativo de falta de sensibilidad al no poner solución a la destruc­
ción, lenta pero segura, a que se encuentra condenado por lo
improcedente del lugar.
A partir de 1947 el expolio se acelera y será más rápido en los
años siguientes al cerrarse el seminario. Así se trasladan a Cova­
donga una serie de objetos muebles; bancos de nogal de la iglesia,
un gran espejo que se encuentra en la sacristía de Covadonga, algu­
nos vasos sagrados de cierto interés, los restos de la biblioteca a la
del Seminario de Oviedo, desaparecen una serie de imágenes de la
iglesia, entre ellas las de San Blas y San Bernardo, las mejores en
opinión de Caveda, etc.
Pero no todo termina aquí, hace algunos meses a mentes privi­
legiadas se les ha ocurrido la idea de trasladar la caja barroca del
órgano a la basílica de Covadonga.
Ha pasado desapercibido, hasta el momento, que el coro y ór­
gano de Valdediós, bastante pobres por otra parte, constituyen sin
embargo el único ejemplo que ha llegado entero hasta nosotros,
al menos que yo conozca, de coro de la Congregación Cisterciense
de Castilla, una de cuyas innovaciones y peculiaridades fue la in­
troducción de los coros elevados en sus iglesias.
El conjunto mueble barroco que viste la iglesia de Valdediós
corre peligro. Sus elementos se encuentran amenazados por la dis­
persión. El desmantelamiento parece amenazarle, ante la impasi­
bilidad de unos y el extraño afán de otros, de concentrar en lugares
de idoneidad dudosa unas piezas que arrancadas de su contexto
298
LEOPOLDO GONZALEZ GUTIERREZ
pierden hasta su razón de ser, mientras que contribuyen a dar apa­
riencia de domicilio de nuevo neo al lugar que las recibe.
Finalmente quiero pedir más respeto y atención para lo que
queda rde este monasterio que fue, por encima de todo, lugar de
formación para personas de peso en la cultura asturiana.
Caben posibilidades para su conservación, posibilidades que
deben ser estudiadas y analizadas cuidadosamente, pero entre ellas
ninguna puede empezar con el desmantelamiento.
los
en
la capilla
sur
Dom
Juan
del
de
en
proceda
de
la
incompleta
Cano.— Falleció
encuentra
“Conventín” , supongo
comendatarios.— Se
del Abad
abades
sepulcral
últimos
Lauda
y fué
Sala
de
en dos
uno
Capitular.
y partida
1515
Silla
conservada en Valdediós y que tradicionalmente viene siendo conside­
rada como “Silla A b a c ia l”.— Según creencia popular fué ocupada por Carlos I
durante la visita (no es probable que se haya producido) que hizo al monas­
terio después de desem barcar en Tazones.
APROXIMACION AL ABADOLOGIO DE STA. MARIA DE VALDEDIOS
299
B IB L IO G R A F IA
H I S T O R I A Y V I D A D E V A L D E D I O S — H erm andad de A ntiguos Alum nos.
M O N A S T E R IO S D E G A L I C I A .— Hipólito de Sá Bravo.
A R Q U I T E C T U R A C IS T E R C IE N S E E N G A L I C I A .— José C arlos V a lle Pérez.
LOS BERNARD O
E S P A Ñ O L E S .— E. M artín.
B E C E R R O D E V A L D E D I O S — A rch ivo de Osera.
L I B R O D E A C T A S Y T O M A D E H A B I T O S — A rch ivo de Viacoeli.
C IS T E R C IU M
EL
(vario s años).
M O N A S T E R IO
DE
SAN
PELAYO
DE
O V IE D O .— Fernández
T orrente Fernández y D e la N o v a l Menéndez.
LO S M ONJES E SPA ÑO LES EN L A EDAD
U rbel.
B IB L IO T E C A
ESPAÑA
Conde,
M E D I A — Fr. Justo Pérez de
C IS T E R C IE N S E E S P A Ñ O L A .— Fr. Roberto
Muñiz.
S A G R A D A .— F ló re z — Tomo X X X V III.
D IC C IO N A R IO
DE
H IS T O R IA
E C L E S IA S T IC A
D E E S P A Ñ A .— A . A ldea,
T. M arín y J. V ives.
H I S T O R I A D E L A IG L E S IA .— Josep Lortz.
H I S T O R I A D E S O B R A D O .— M auricio C arbajo (m anuscrito). B iblioteca Mo­
nasterio de Osera.
O R I G I N U M C IS T E R C IE N S IU M , tomus I. Vindobonae, 1877.
D E F IN IC IO N E S
C IS T E R C IE N S E S D E L A
SGDA.
C O N G R E G A C IO N
S A N B E R N A R D O . Salam anca, 1683.
H I S T O R I A D E L A O R D E N C IS T E R C IE N S E .— Juan
m onje de A igu ebelle.
A B A D O L O G IO D E L
M O N A S T E R IO L E O N E S
G A L E S .— Fr. M .a D am ián Yáñ ez N eira.
E L M O N A S T E R IO D E L A E S P IN A
Y áñ e z N eira.
Y
SUS
DE
de
la
Cruz Bouton,
STA. M A R IA
A B A D E S .— Fr.
DE
DE N O ­
M .a D am ián
FRANCISCO BERNARDO DE QUIROS, UN AUTOR DEL
SIGLO XVII RECUPERADO
POR
FRANCISCO SERRANO CASTILLA
La Doctora Celsa Carmen García Valdés, ilustre Catedrática del
Instituto «Padre Feijoo» de Gijón e investigadora asturiana, ha
publicado recientemente la edición de OBRAS Y AVENTURAS DE
DON FRUELA, de Francisco Bernardo de Quirós, interesante y po­
co conocido escritor del X V II, de ascendencia asturiana, editado
sólo en su época y digno de una atención que no ha tenido hasta
ahora. Una introducción — amplio e importante estudio de más de
cien páginas— , abundantísimas notas y selecta bibliografía avalan
la obra que gozosamente saludamos (1).
La Profesora García Valdés, , Licenciada con Premio Extraor­
dinario y Doctora en Letras por la Universidad de Oviedo, es autora
de publicaciones de indudable mérito en el orden de la historia y
crítica literaria, en las que tiene destacada presencia lo relacio­
nado con Asturias.
Un buen comienzo de su actividad investigadora fue su tesis
doctoral sobre « E l habla de Santianes de Pravia», dirigida por el
Maestro de la Gramática funcional del español, Emilio Alarcos
Llorach. Se trata de una significativa aportación a los estudios lin­
güísticos asturianos.
(1 )
F
r a n c is c o
B
ernardo
Edición, introducción
de
Q
u ir ó s ,
Obras y A venturas de Don Fruela.
y notas de Celsa Carm en
Estudios M adrileños. M adrid, 1984.
G arcía
V aldés. Instituto de
-■ - - •
302
FRANCISCO SERRANO CASTILLA
Su libro «E l teatro en Oviedo ( 1498-1700). A través de los docu­
mentos del Ayuntamiento y del Principado», cuya edición se debe a
este último, al Instituto de Estudios Asturianos y al Servicio de
Publicaciones de nuestra Universidad, es contribución fundamental
al tema, que mereció el Primer Premio «Laureano Carús», en Mé­
jico, en 1982.
Ignacio Arellano ha dicho de él que pertenece «al género de in­
vestigaciones de archivo y documentos, muy a menudo eludido por
los estudiosos por su poca brillantez aparente y el inmenso trabajo
que exigen. Se trata, sin embargo — añade— , de investigaciones
necesarias y útiles, cimientos inexcusables de una descripción glo­
bal, más certera que las que hoy poseemos, de la panorámica teatral
áurea». Destaca dicho crítico el valor que supone «para los estudio­
sos de la comedia nueva, parcial, pero rigurosa» y afirma que
«incluye todas las noticias que dormían en los archivos de la ciu­
dad directamente relacionadas con el teatro en Oviedo durante los
siglos X V I y X V II y sintetiza con sindéresis la enorme masa de
documentos, demostrando que a pesar de sus reducidas dimensio­
nes y precariedad, el fenómeno teatral aurisecular llega hasta Ovie­
do en diversas manifestaciones» (2).
Y
recientísimamente, Felipe B. Pedraza Jiménez, el gran histo­
riador de nuestra Literatura, ha dicho en el último número de
«Segismundo»:
«E l teatro en Oviedo ( 1498-1700)» es una amplia visión de cuan­
to rodea a la escena en una ciudad periférica. La riqueza de la
información recogida y la claridad con que se exponen los hechos
lo hace particularmente recomendable para cuantos nos interesa­
mos por la vida teatral española del Siglo de Oro».
La labor investigadora de Celsa Carmen García Valdés se centra
especialmente en aquella edad. Cuando escribimos las presentes lí­
neas, entre otros estudios, están próximos a salir los que dedica a
figuras de la gran época, como Quevedo, y ediciones que prepara
concienzudamente.
Sobre Bernardo de Quirós ha publicado otros trabajos, como
«E l S ord o» y «D on Guindo», dos entremeses de « figura» de Fran­
cisco Bernardo de Quirós (19.83) y «U n entremés inédito de Fran­
cisco Bernardo de Quirós: «E n tre bobos anda el ju ego» (1984),
ambos en la revista «Segismundo» y lo tiene presente en su « Anto­
logía del entremés barroco», de pronta aparición.
(2)
303 a 305.
Revista del Instituto de Lengua y Cultura Españolas, I, 2, 1985, págs.
FRANCISCO BERNARDO DE QUIROS, UN AUTOR DEL SIGLO X V II
303
Veintiún entremeses se deben a Bernardo de Quirós, según dice
su distinguida biógrafa y comentarista.
« Obras y Aventuras de Don Fruela» viene a llenar un hueco en
los estudios del siglo X V II, al dar a conocer la muy estimable pro­
ducción de Bernardo de Quirós, prácticamente inédita, pues sólo
existían dos ediciones de 1656, y tratar cuanto puede relacionarse
con dicho autor en el documentado estudio que García Valdés de­
dica al mismo, apenas conocido, pese a sus méritos para ocupar
decoroso puesto dentro de la pléyade de distinguidos escritores de
la gloriosa segunda fila del barroco español.
Es el caso — y permítasenos la cita por nuestra dedicación al
tema— del buen poeta inédito de aquella centuria, José de Cobaleda y Aguilar, cuya obra modestamente venimos editando y co­
mentando.
Celsa Carmen García Valdés ofrece, además de la edición de
Bernardo de Quirós, el más importante estudio sobre él, «el traba­
jo de más envergadura que existe sobre este autor en la actualidad»,
como afirma Arellano en crítica del libro que nos ocupa (3).
La investigadora asturiana traza una biografía lo más completa
y documentada posible del escritor barroco, no obstante los esca­
sos datos que de él se tienen, haciendo referencia a cuantos se han
ocupado con algún motivo de Quirós y analizando y valorando con
rigor científico juicios y noticias.
La citada carencia de datos es el primer problema que aborda
y resuelve también en lo posible.
Señala la existencia de varios personajes con el mismo nombre
y apellidos que vivieron aproximadamente en los años en que trans­
currió la existencia de Quirós.
Enjuicia las contadas citas de éste y los datos en relación con
sus homónimos, como cuantos pueden ofrecer interés.
Destaca el origen asturiano de los apellidos Bernardo de Quirós
y explica sus investigaciones en este sentido, su examen de la ge­
nealogía de la casa de Quirós, escrita por Felipe Bernardo de Qui­
rós en 1688, en la que figuran varios homónimos del escritor,
ninguno de los cuales por una u otra razón puede ser éste.
En el estudio de la Doctora García Valdés queda clara la ascen­
dencia asturiana del repetido autor. Tras los exhaustivos análisis
documentales realizados por ella puede afirmar que nació en Ma­
drid y se bautizó en la parroquia de Santa Cruz, el 25 de octubre
(3)
R evista citada, págs. 305 a 309.
304
FRANCISCO SERRANO CASTILLA
de 1594, según acredita su partida de bautismo, que publica. (Pá­
gina X V III).
Opina que Bernardo de Quirós debió de nacer en los últimos
días de setiembre, probablemente el veintiséis, pues Felipe III, ese
mismo día 26, veintiún años más tarde, le concedió el cargo de
Alguacil de Casa y Corte, que hasta entonces tuvo su padre, Juan
de Quirós. Su madre fue María de Oviedo, madrileña como el
padre.
García Valdés dice que «las distintas ramas apellidadas Ber­
nardo de Quirós que se establecieron por el centro de la Península,
alrededor de la Corte (en Toledo, Madrid, Torrelaguna, Segovia...),
son descendientes del tronco asturiano: sus abuelos ya salieron de
Asturias en tiempos de Enrique IV ». (Página XV, nota 14).
Habla después de Bernardo de Quirós como «cortesano» y de
su amistad «con la mayoría de los autores dramáticos contempo­
ráneos en una época en que lo ordinario era la envidia y rivalidad
entre colegas», lo que «muestra a las claras la generosidad de su
carácter». (Página X X I).
Aporta todos los datos posibles de su vida hasta su muerte en
Madrid, en dieciocho de noviembre de 1668, que documenta tam­
bién con su partida de defunción. (Página X X IV ).
Estudia después las «Obras de Don Francisco Bernardo de Qui­
rós, Alguacil propietario de la Casa y Corte de Su Majestad, y Aven­
turas de Don Fruela», cuya edición en el volumen que comentamos
es un acierto de Celsa Carmen García Valdés.
La doctora asturiana trata de los diversos aspectos de la pro­
ducción de Quirós, con lujo de datos y análisis de estructura y
contenido, resumen comentado del mismo, etc.
Las « Aventuras de Don Fruela» con los diez entremeses, la « Fá­
bula de Polifem o y Galatea», la «Comedia famosa del hermano de
su hermana», poesías, etc., que incluye tan curiosa e interesante
«miscelánea» han encontrado una ejemplar estudiosa y editora en
la Profesora García Valdés.
Hace el estudio métrico de «E l hermano de su hermana», en la
que predomina el romance en octasílabos.
Los entremeses incluidos en «O bras» son asimismo analizados
con toda atención. El hecho de terminar en baile diecinueve de los
veintiún entremeses conocidos de Bernardo de Quirós, lleva a Gar­
cía Valdés a realizar un estudio del baile «como género dramático
distinto del entremés, con mezcla de música, canto, diálogo y baile
propiamente dicho». Los bailes eran — dice— «una especie de inter­
medio de los entremeses, valga la redundancia». (Página L X X V II).
FRANCISCO BERNARDO DE QUIROS, U N AUTOR DEL SIG LO X V II
305
El repertorio bibliográfico de manuscritos y ediciones de Qui­
rós, la selecta bibliografía y ochocientas cincuenta y ocho intere­
santes notas enriquecen el libro.
Celsa Carmen García Valdés ha prestado un buen servicio a
nuestras letras del siglo X V II con su edición y estudio de Francisco
Bernardo de Quirós, el autor de ascendencia asturiana, que gracias
a ella saldrá del Injusto desconocimiento y olvido en que aún se
encuentran numerosos ingenios del período barroco. Y el Instituto
de Estudios Madrileños continúaú su gran labor, digna de imita­
ción y aplauso.
Escrita la reseña que antecede acaba de aparecer en «C riticó n »,
revista de la Universidad de Toulouse-Le Mirail, un nuevo estudio
de Celsa Carmen García Valdés, «Bibliografía crítica de las obras de
Francisco Bernardo de Quirós».
Baste decir en esta nota adicional apresurada que contiene unas
ciento treinta fichas. La suerte de Bernardo de Quirós es digna de
su mérito al contar con una investigadora que de manera exhaus­
tiva se ha ocupado y sigue ocupándose de cuanto con él se relaciona.
LA CERAMICA MEDIEVAL EN FORTALEZAS Y
CASTILLOS ASTURIANOS
(PE Ñ O N DE RAICES Y CASTILLO DE TUDELA)
POR
M ANUEL ENCINAS M ARTINEZ
El estudio de las cerámicas medievales cristianas es muy escaso
en toda la Península, donde prácticamente no se pueden excluir más
que la Meseta Norte y Cantabria por un lado, y Cataluña por otro,
como regiones privilegiadas en este sentido. En el resto del norte
peninsular los raros estudios cerámicos se basan en los resultados
obtenidos en aquellas regiones más adelantadas y en testimonios de
tipo histórico antes que arqueológico.
En Asturias no existía hasta el momento ningún trabajo dedica­
do específicamente a este tema, sino que tangencialmente se hacían
algunas referencias al mismo, pero basadas en las excavaciones an­
tiguas (1). Sin embargo, entre los fondos del Museo Arqueológico
Provincial de Oviedo existen abundantes restos cerámicos que nos
han permitido conocer algunos rasgos esenciales de la evolución
cerámica asturiana (2). Entre estos lotes cerámicos se encuentran
(1)
B
uelta
(2 )
Esencialm ente
las realizadas en la C atedral de
O v ie d o :
F
ernandez
, J.— Ruinas del O vied o Prim itivo, Oviedo, 1984.
E n c in a s
M
a r t ín e z ,
M . — Cerámicas M edievales
en la zona central de
Asturias, M em oria de Licenciatura inédita. M adrid, 1985. D esde estas páginas
agradezco profundam ente a la D ra. Carm en Fernández Ochoa, directora de
este trabajo, por el interés y ayuda que me ha brindado en todo momento, y
que ha posibilitado la realización de esta tesina.
Igualm ente agradezco las atenciones y la confianza de D.* M atilde Escortell
Ponsoda, directora del M useo Arqueológico de Oviedo.
308
M ANUEL ENCINAS MARTINEZ
los pertenecientes a las excavaciones realizadas en el Peñón de
Raíces y en el Castillo de Tudela (3).
1.
CARACTERISTICAS DE LOS YACIMIENTOS
El Peñón de Raíces se halla situado en el extremo oriental del
concejo de Castrillón, muy próximo a la ría de Avilés y en su mar­
gen occidental, en el pueblo de Raíces, que se encuentra a poco
más de dos kilómetros y medio de aquella villa, y entre ésta y Sa­
linas; la carretera que une estos dos núcleos discurre inmediata­
mente al sur del Peñón, mientras que el río Raíces lo hace al norte.
Desde su altura se pueden apreciar la playa del Espartal al norte
y la desembocadura de la ría al noroeste.
La atención de los historiadores ha sido atraída desde antiguo
por este lugar, pues algunos ya lo identificaban con el Castillo de
Gozón, Gauzone o Cauzón de los documentos, mientras que otros
eruditos negaban que fuera esa su localización.
El deseo de hallar el castillo se debía a la importancia del mis­
mo en el desarrollo de la historia medieval asturiana. La Historia
Silense relata que fué construido por Alfonso I I I para defender la
iglesia de San Salvador de posibles ataques enemigos por el mar:
«...ad defensionem Santi Saluatoris Ovetensis, opidum Gauzon
miro et forti opere, in maritimis partibus Asturiae, fabricauit timebat enim quod naugio locum sanctum hostes attingerent» (4).
Asimismo sabemos que aquel lugar sirvió de prisión al hijo del
rey Magno, García, como refiere el Cronicón de Sampiro, incluido
en la Historia Silense:
- ............
■r- «E t veniens -Cemoram, filium suum Garseanum Comprehendit,
et ferro vinctum, ad Gozonem duxit» (5). *
- Otros hechos importantes relacionados con este castillo fueron,
por ejemplo, la rebelión de 1132 de Gonzalo Peláez contra Alfonso
V II; el rey, para sofocar la revuelta, tomó con presteza las forta­
lezas que se hallaban en los dominios del conde sublevado y entre
ellas el Castillo de Gozón (6). También le da renombre el hecho de
(3)
Debo agradecer también a V. J. González G arcía su autorización p ara
poder estudiar los materiales que recogió en sus exploraciones realizadas en
estos lugares.
(4 )
■
‘
Citado por R o d r í g u e z B a l b i n , H . — Estudios sobre los ’ primeros siglos
del desarrollo urbano de¡ O viedo, Oviedo. 1977, p. 146. nota 177. :
'
Ibidem, nota 176, p. 146, . j
.
• (6). ^Fernandez- Conde,,.F..‘;J.í—" E l ‘ M edievo Asturiano... (siglos 'X tX I I )" , en
(5)
Historia de Asturias, t. IV ; Salinas, .-1S79» :pp.; 235 y ' 23.6.
i.;
LA CERAMJCA MEDIEVAL EN FORTALEZAS Y CASTILLOS ASTURIANOS
309
que fuera concedida la tenencia del mismo, por parte del Maestre
de la Orden de Santiago, al influyente magnate asturiano don Ro­
drigo Alvarez de las Asturias, en el año de 1329 (7).
Por otro lado, hay un hecho fundamental que explica la esti­
mación concedida a este castillo, y es que allí fué realizado el
embellecimiento de la Cruz de la Victoria, emblema tradicional del
Principado de Asturias, lo que se conoce por la propia leyenda
inscrita en el reverso de la cruz, que, concretamente en su brazo
inferior, reza así:
«et operatum est in castello Gauzon, anno regni nostri X L II,
discurrente era DCCCCXLVI» (8).
La diversidad de pareceres sobre el emplazamiento geográfico
del Castillo de Gozón se mantiene nada menos que desde el siglo
X V I. En la actualidad, los detractores de esta hipótesis se basan
esencialmente en que el peñón pertenece hoy día al concejo de
Castrillón, y no al de Gozón, siendo para ellos lógico que el lugar
donde estuviera emplazado el castillo diera su nombre al concejo
actual. Sin embargo, el territorio medieval de Gauzón era mucho
mayor que el concejo de Gozón moderno, puesto que «se extende­
ría desde cerca de los límites con el de Gijón hasta las proximidades
del río Nalón, y que Carreño, Gozón, Castrillón, Avilés, Illas y Corvera, nombres respectivos de los concejos actuales, pertenecían a
la jurisdicción de aquel territorio». (9).
Los partidarios del emplazamiento del Castillo de Gozón en
Raíces defienden su postura basándose en varios documentos di­
plomáticos; el primero de ellos es un extenso inventario de los
lugares donados a la Iglesia ovetense por Alfonso I I I en el año 905,
recogido en el libro de los Testamentos de la Catedral de Oviedo.
En él puede leerse:
«Castellum etiam concedimus Gauzone cum ecclesia Sancti Saluatoris que est intra, cum omni sua mandatione et cum ecclesiis que
sunt extra illud castellum, uidelicet ecclesiam Sánete Marie sitam
sub ipso castro,...» (10).
(7)
R u iz
de
la
P
eña,
J. I.— “B a ja Edad M ed ia” , en Historia de Asturias,
t. V, Salinas, 1977, p. 22.
(8 )
C otarflo
V
alledor,
A . — Alfonso
I I I el M a gn o, Madrid, 1933, pp. 501
y 502.
(9)
U
r ia
R
iu
, J.— “E l
lu gar de emplazamiento del Castillo de Gozón, en
Valdediós, Oviedo, 1966, p. 14.
V e r tam bién G
a r c ía
G
a r c ía ,
E.— “El conde asturiano Gonzalo P e láe z” , en
Asturiensia M edievalia, 2, Oviedo, 1975, pp. 54 y ss.
(10)
M
a r t ín e z ,
M.
G.— “ G auzón”, en Symposium sobre cultura asturiana
de la alta Edad Media, Oviedo, 1967, p. 239.
M ANUEL ENCINAS MARTINEZ
310
Los defensores entienden que la mencionada iglesia de Santa
María se corresponde con la del monasterio de Raíces, que se ha­
llaba bajo esa misma advocación, y que estaba próxima al peñón,
al oeste del mismo, y de la cual apenas quedan restos en el pre­
sente (11).
La sola mención de una iglesia de Santa María «sub ipso cas­
tro», no significaría por ella misma que fuera la de Santa María
de Raíces. Sin embargo, el documento sigue refiriendo, tras la par­
te aquí transcrita, otros muchos lugares donados por el rey Magno,
de los cuales Angel Garral, a través del estudio de la toponimia
actual y de las fuentes medievales, ha localizado, de aquellos men­
cionados inmediatamente detrás del castro de Gauzón, doce, que
se hallan en torno a la zona del Peñón de Raíces, en el lado occi­
dental de la ría (12).
Una reserva podría alegarse a la información transmitida por
este documento, cual es la falta de veracidad del mismo, pues pro­
cede de la cancillería del obispo don Pelayo, donde se falsificó o al
menos interpoló el original, ya que parece muy poco probable que
Alfonso I I I donara a la Iglesia de Oviedo este castillo levantado
con fines defensivos, pues continuó usándolo en los años siguientes
como se comprueba en la ya referida prisión de su hijo García en
el mismo, en el año 909 (13). De todos modos, que en esa donación
se sitúe el castillo entre las iglesias del lado occidental de la ría,
es un testimonio topográfico que si bien no es del siglo X, sí lo es
del X II, y, por tanto, geográficamente válido.
Un segundo documento que puede contribuir a la localización
del castillo es la donación de don Fernando I, cuando aún era prín­
cipe, y de su esposa doña Sancha, del año 1045 (14). Por ella se
comprende que el «castro Gauzone» estaba cerca del río Nieva (15);
sin embargo, mientras que Marcos G. Martínez piensa que, aunque
en el texto se hable del río Neva y del castillo de Gauzón, es sinto­
mático que no se mencione a Avilés, situado a menos de tres kiló­
(11)
C a s a r e s , E. y M
o rales,
M . C . — El románico en Asturias ( Centro y O c­
cidente), Salinas, 1978, p. 86.
(12)
G
aarralda,
(13)
F
ernandez
A .— Avilés, su fe y sxis obras, Avilés, 1970, pp. £0 y ss
C o n d e , F . J.— El Libro de los Testamentes de la Catedral
de Oviedo, Roma, 1971, p. 162.
(14)
M
a r t ín e z ,
M.
G.— Op. cit., p. 227, también en p. 240. El texto com­
pleto aparece transcrito en F l o r i a n o L
ló rente,
P.— Colección diplomática del
M onasterio de San Vicente de Oviedo, Oviedo, 1968, núm. X I, p. 44.
(15)
M
a r t ín e z ,
M.
G.— “San
Esteban
de
B ID E A , núm. 17, Oviedo, 1952, pp. 378 y ss.
L avian a
y
el
río
N e v a ” , en
LA CERAMJCA MEDIEVAL EN FORTALEZAS Y CASTILLOS ASTURIANOS
311
metros, ya que «Avilés tenía que ser mencionado si Gauzón hubiese
estado en Raíces», por lo que cree que estaría al este de la ría y lo
suficientemente alejado orientalmente de la villa avilesina como
para que no lo mencionara (16); por el contrario Garralda piensa
que el texto en cuestión es muy preciso, por lo que si no se dice
que está cerca de Avilés, sino sólo cerca de la orilla del mar, junto
al río Neva y al castro de Gozón, es porque esta fortaleza está más
cerca de los lugares mencionados que de Avilés (17). Se puede con­
siderar además, que la situación de estos lugares, esencialmente
del castillo, era lo suficientemente obvia en aquella época como
para que no fuera necesario referirse a Avilés.
Otro texto que puede ayudar a resolver este problema es la
escritura del año 1329 por la que la Orden de Santiago concede el
castillo en encomienda a don Rodrigo Alvarez de las Asturias, don­
de se especifica que dicha fortaleza se hallaba «gerca de abilles»
(18); siguiendo a Uría Ríu, son términos que convienen a su locali­
zación en la Peña de Raíces sin género alguno de duda (19). Este
mismo autor cita otra escritura de 1414, conservado su contenido
en los Diarios de Jovellanos, «en la que constataba que los caba­
lleros de la familia avilesina de los Alas, compradores de aquellos
términos, hicieron donación a los religiosos mercedarios, para pri­
mera morada suya, de la iglesia de Santa María de Raíces, y en ella
constaba también que: el lugar y el santuario se hallaban por bajo
del castillo de Gauzón» (20).
El contenido de este texto clarificaría totalmente el problema,
si su crédito no estuviera mermado porque no se conserva en la
actualidad, ni se halla recogida su transcripción en ningún lugar;
sin embargo, tampoco parece normal que el ilustrado gijonés se
inventara este documento. Ahora bien, hay otro texto cuyo original
sí se conserva, fechado en el año 1420, por el cual, y a la vista de
lo expuesto, parece hallarse una solución: es la donación de don
Enrique, infante de Aragón, Maestre de la Orden de Santiago, del
lugar de Santa María de Raíces «cerca del castillo de Gogon» (21).
(16)
M
a r t ín e z .
M . G.— “ G au zón”, op. cit., p. 227.
(17)
G
arralda,
A .— Op. cit., p. 27.
(18)
U
r ia
(1 9 )
I b id e m , p.
(20)
I b i d e m , p. 18. En la nota
R íu, J . — Op. cit., p. 17.
18.
15, pp. 18 y 19, cita la referencia de Jove­
llanos y dice adem ás que A . Fernández G u erra menciona tam bién este docu­
mento.
(21)
M
a r t ín e z ,
M . G.— “ G auzón”, op, cit., pp. 251 y 252.
....
....
312
M ANUEL ENCINAS MARTINEZ
El hallazgo de restos arqueológicos en el Peñón de Raíces está
atestiguado desde antiguo. Por ejemplo, Ciriaco Miguel Vigil escribe
que en él «se descubren cimientos de antiquísima fábrica, muchos
trozos de ladrillos y cemento de época aparentemente romana» (22).
Coíarelo Valledor refiere que ese lugar sirvió de «asiento a un oppidum o castro romano, según demuestran las monedas de cobre,
brazaletes, torques y otros objetos hallados al revolver sus ruinas»
(23). Hay algunas otras noticias del hallazgo de monedas (24), pero
de las mismas, así como de todos los demás objetos descubiertos,
no se conserva nada, ni existe en la actualidad ninguna referencia
bibliográfica más precisa.
Más recientemente Uría Ríu recogió fragmentos de tégula ro­
mana en una tierra de labor inmediata a la pared meridional de la
colina y anota que José Manuel González también poseía dos frag­
mentos de tégula procedentes de las inmediaciones del Cerro de
Raíces (25).
Los materiales cerámicos que estudiamos en el presente artículo
fueron recogidos por D. Vicente José González entre los años 1974
y 1978 (26).
La otra fortaleza asturiana, de la que se conservan cerámicas
en el Museo Arqueológico de Oviedo, es el Castillo de Tudela. Se
encuentra situado en las proximidades de Olloniego, concretamente
sobre las casas de Focara, dominando el valle del río Nalón.
La noticia histórica más antigua referida a este lugar aparece
recogido en el Testamento de Ordoño I, del año 857 (27). Unos años
después, en 895, Alfonso I I I realiza una donación a la iglesia de
San Martín de Parada, para sustento de su comunidad religiosa y
de los peregrinos que a ella llegaran, y lo hace desde el castillo de
Tudela, aunque residiendo el solio del trono en la sede de Oviedo:
(22)
V
ig il
, C . M .— Asturias
monumental, epigráfica y diplomática, O vie­
do, 1887, p. 335.
(23)
C otarelo
(24)
F
ernandez
U
r ia
V
alledor ,
O
choa,
A .— Op. cit., p. 301.
C.— Asturias en la época romana, M adrid,
1982,
p. 207.
(25)
R
iu
, J.— “Oviedo y A vilés en el comercio atlántico de la Edad
M edia (siglos X I I I al X V I ) ”, en Estudios sobre la Baja Edad Media Asturiana,
Oviedo, 1979, p. 316 y nota 12 de esa misma pág.
(26)
G
onzález,
V . J.— Castillos, palacios y fortalezas en el Principado de
Asturias, Oviedo, 1978, ver las fotografías de las pp. 54 y 56.
(27)
G
a r c ía
L
arragueta,
S. A .— Colección de documentos de la Catedral
de O viedo, Oviedo, 1962, doc. 6, p. 22.
LA CERAMICA MEDIEVAL EN FORTALEZAS Y CASTILLOS ASTURIANOS
313
«In Dei nomine commorante in castro Tutele residentes troni
solium in sedem Oueto...» (28).
De estos textos se comprende que el castillo ya estaba construido
y era utilizado por lo menos desde mediados del siglo IX . Sin em­
bargo, la antigüedad de este «castro Tutele» tal vez sea mayor.
Carmen Fernández Ochoa considera que esta fortaleza y otras como
las de Villarmorey (Sobre-scopio), el Condado (Laviana), que fueron
importantes baluartes defensivos en tiempos de la monarquía as­
turiana, podrían haberse asentado sobre torres-vigía de época ro­
mana en la que denomina ruta del Nalón (29), suposición que basa
sobre todo en su valor estratégico y en que en ese lugar se han
encontrado tejas y ladrillos romanos (30).
Ese valor estratégico, concedido por su situación geográfica que
le permitía controlar la ruta que, pasando la Cordillera Cantábrica
por el Puerto de Tarna y siguiendo después el valle del Nalón, para
llegar finalmente a Oviedo, motivó que esa fortaleza apareciera li­
gada a varios acontecimientos históricos importantes.
Así por ejemplo, Alfonso V II sitió en esta plaza al ya citado
conde Gonzalo Peláez (31). Otra noticia relevante une este castillo
con los numerosos abusos que el obispo de Oviedo don Fernando
Alvarez cometía en Asturias, que los sufría fundamentalmente el
concejo de Oviedo, encomendado por entonces a la protección de
don Rodrigo Alvarez de las Asturias. Enterado incluso el rey de
las acciones del obispo le ordenó en 1315 que cesara en su actitud.
Sin embargo, las bandas armadas al servicio de la mitra continua­
ron realizando toda clase de atropellos, por lo cual don Rodrigo
Alvarez en 1316 acudió a pacificar estas tierras centrales de Astu­
rias. Cercó a los hombres del obispo en el castillo de Tudela, y
consiguió terminar «con aquel nido de bandoleros que tenía ate­
morizada la comarca y dicultaba enormemente el normal desen­
volvimiento del tráfico mercantil entre la ciudad de Oviedo y las
tierras foramontanas leonesas (32).
Finalmente se sabe que este castillo fué mandado desmantelar
por el rey Juan I, en 1383, después de la rebelión de su hermanastro
Alfonso Enríquez.
(2 8 )
C o t a r e lo
(29)
F
V a lle d o r , A.
ernandez
O
choa,
(3 0 )
I b i d e m , p . 151.
(31)
G a rc ia
(32)
R u iz de l a
Op. cit., A péndice A , núm. 9, p . 647.
C.— O p . cit., p. 53.
G a r c i a , E.— O p .
cit., pp. 39 y ss.
P e ñ a , J. I.— O p . cit., p. 19.
314
M ANUEL ENCINAS MARTINEZ
Las cerámicas que estudiamos proceden de la labor de limpieza
realizada por V. J. González García y J. M. Quintanal Palicio, ésta
«se limitó al espacio más o menos rectangular correspondiente a
la torre, que estaba relleno de escombros y material de construc­
ción procedentes del castillo» (33). Según parece estos señores
comprobaron «que los muros pertenecen a dos épocas diferentes,
siendo la morfología de la fábrica, en su parte inferior, anterior al
siglo IX d. C.» (34).
2.
ESTUDIO CERAMICO
Los conjuntos cerámicos procedentes de estos dos lugares se
hallan, en el momento presente, desprovistos de cualquier contexto
arqueológico que pudiera permitir su clasificación y datación cro­
nológica, por lo que hemos empleado, para poder realizar esta
tarea, el recurso de la comparación con otros materiales fechados
de un modo más preciso, tanto asturianos como del resto del norte
peninsular.
En el Museo Arqueológico de Oviedo se hallan recogidos 2.722
fragmentos cerámicos de Raíces, de los cuales 1.552 constituyen el
material selecto, esto es, bordes, bases, asas, picos y galbos decora­
dos o carenados. Su estado de conservación es bastante deficiente
y las piezas se hallaban muy fragmentadas, pese a lo cual hemos
podido recomponer algunos perfiles bastante completos de estos
vasos.
Los materiales del Castillo de Tudela son menos abundantes,
838 fragmentos, de los cua!cs se han diferenciado 425 como mate­
rial selecto, cuyo estado de conservación es relativamente mejor
que en Raíces.
A través de las características técnicas de estos restos de alfa­
rería (como son el torneado, cocción, tamaño y frecuencia de sus
desgrasantes) y de sus formas y decoraciones hemos distinguido
varios grupos cerámicos, ocho fundamentales en Raíces, y tan sólo
tres en Tudela pero de similares características a otros tantos de
los recogidos en la primera fortaleza mencionada.
Estos grupos son:
(33)
J u n q u e r a , B .— Carta arqueológica del concejo de Oviedo, M em oria de
licenciatura inédita, p. 118.
(34)
I b i d e m , p. 118.
LA CERAMJCA MEDIEVAL EN FORTALEZAS Y CASTILLOS ASTURIANOS
315
Grupo 1
Vasos realizados con torno lento, presentan desgrasantes micá­
ceos y cuarcíticos medianos y gruesos (cuando tienen menos de
dos milímetros o cuando miden más de dos milímetros, respectiva­
mente). Su cocción es en la mayor parte de los casos incompleta­
mente oxidante (pasta interior gris, superficie exterior acastañada).
Su fractura es irregular.
Los fragmentos conservados inducen a pensar que se trataban
de formas cerradas más o menos globulares, con bordes triangu­
lares y bases planas (Lám. I, figs.l, 2 y 3). Estos vasos suelen ir
decorados con líneas onduladas incisas. Este grupo se encuentra
en Raíces pero no en Tudela.
— ..
La cronología de estos materiales pueden deducirse por compa­
ración con los recogidos en el Jardín de la Catedral de Oviedo.
Según las excavaciones allí realizadas por E. Olávarrl, las cerámicas
de ese tipo pertenecerían al nivel más profundo, fechado entre los
siglos V I II y X d. C. (35). Además, debe destacarse su similitud con
algunos fragmentos recogidos en Monte Cildá (Palencia), a los que
se les ha otorgado una datación entre los siglos V I II y X (36). El
paralelo más cercano de estos vasos lo hemos encontrado en otros
procedentes de las excavaciones de conimbriga, con una forma y
decoración muy cercanas a estas piezas (borde corto, labio trian­
gular, decoración de líneas onduladas incisas), cuyo uso fué fechado
por Alargao durante el siglo V y las épocas sueva y visigoda (37),
por lo que puede pensarse que las formas de este grupo t;enen una
cronología prerrománica, pero un origen de tradición romana con­
servada durante los siglos V al V IL
(35)
E n c in a s M
a r t ín e z ,
M. y F
ernandez
O
choa,
C.— “Precisiones en torno
a las cerám icas m edievales de la m uralla rom ana de G ijó n ” , Actas del I Con­
greso de Arqueología M edieval Española, 1985 (en prensa).
V e r t a m b i é n R o d r í g u e z B a l b i n , H.— Op. cit., n o t a 161 de l a p . 132.
(36)
G
a r c ía
G
u in e a
, M. A . y otros.— “Excavaciones en M onte Cildá, O lle­
ros de P isuerga (P a le n c ia )” , en E.A.E., núm. 61, fig. 7.
(37)
A
larcao ,
J.— “ Cerám ica común local e regional de C on im briga” , Su­
plementos de Biblos, 8, Coim bra, 1974, Lám . X L I X , y cuadro de la p. 166.
316
M ANUEL ENCINAS MARTINEZ
Grupo 2
Sus materiales están realizados con torno lento. Contienen des­
grasantes arenosos y a veces también cuarcíticos medianos y grue­
sos. Los caracteres de su cocción muestran una gran variedad, ésta
pudo ser tanto parcial como totalmente oxidante, reductora o bien
los productos fueron ahumados en el horno. Su fractura es irre­
gular.
Las formas de este grupo eran también cerradas, con bordes
ligeramente exvasados, casi rectos (Lám. I, fig. 4) o bien triangu­
lares con o sin el labio ondulado (Lám. I, figs. 5 y 6). Las bases
L A M IN A I
son planas (Lám. II, figs. 1 y 2). Entre sus formas debió de haber
ollas (Lám. III, fig. 1) con una boca bastante amplia, un hombro
relativamente marcado y una forma aproximadamente ovoide. Tam­
bién habría jarras a las que pertenecerían los picos (Lám. II, fig. 3)
y las asas conservados, estas últimas están decoradas con puntilla­
dos en forma de ojal (Lám. II, figs. 4 y 5). Las superficies de estos
fragmentos suelen aparecer decoradas mediante líneas peinadas
LA CERAMICA MEDIEVAL EN FORTALEZAS Y CASTILLOS ASTURIANOS
317
verticales contadas por otras horizontales. Este grupo tampoco está
representado entre los materiales procedentes de Tudela.
Estas cerámicas se hallan también en el nivel más antiguo del
Jardín de la Catedral de Oviedo (38), de tal modo que podríamos
considerar a estos materiales como prerrománicos. Su diseño de­
L A M I N A II
corativo es muy similar al de otros vasos como los recogidos en
Monte Cildá, Velilla del Río Carrión (39). En el primer yacimiento
se han datado estas cerámicas entre los siglos V I II y X, si bien su
origen parece hallarse ya entre los siglos V y V I I I (40).
(38)
V e r nota 35.
(39)
G
G
a r c ía
a r c ía
B
G
e l l id o
y otros.— Op. cit., Lám s. X V y X V I, fig. 7.
u in e a
, A.
y F ernandez
de
A
v il e s ,
A . — “Fuentes Tam áricas, V e li­
lla del Río C arión (P a le n c ia )”, E.A.E., 29, M adrid, 1959, p. 34.
(40)
G
a r c ía
G
u in e a
, M. A . y otros.— “Excavaciones en M onte Cildá, O lle­
ros de P isuerga (P a le n c ia )” , en E.A.E., 82, 1973, p. 50 y Selección 12.
318
M ANUEL ENCINAS MARTINEZ
Grupo 3
Cerámicas realizadas con torno lento. Sus desgrasantes son mi­
cáceos y cuarcíticos medianos y gruesos. La mayor parte de las
piezas fueron sometidas a una cocción incompletamente oxidante,
de tal modo que su pasta interior es gris y las márgenes y super­
ficies blancuzcas. Su fractura es irregular.
Sus formas debían de ser ollas con una boca bastante grande
con respecto a la panza, que no sería mucho más abierta que aqué­
lla. Sus bordes son exvasados más o menos largos, o bien triangu­
lares; las bases planas. Sobre estas piezas aparecen dos motivos
decorativos esenciales: líneas incisas con peine verticales anchas
L A M I N A III
y profundas y líneas peinadas verticales cortadas por otras hori­
zontales de tal modo que se forman bandas con líneas verticales
alternas con horizontales (Lám. III, figs. 2 y 3). Este grupo sólo se
halla recogido en Raíces. El único recurso posible para definir su
cronología es la similitud de sus decoraciones, y de alguna de sus
LA CERAMJCA MEDIEVAL EN FORTALEZAS Y CASTILLOS ASTURIANOS
319
formas, con los vasos del Grupo 2, definido anteriormente, p o rJlo
que es de suponer que también tuviera una cronología prerrománica.
Grupo 4
Esá formado por materiales realizados con torno lento; contie­
nen desgrasantes micáceos y finos .(cuando tienen menos de un
milímetro). Fueron sometidos a una cocción parcial o totalmente
oxidante, más raramente reductora; su fractura es irregular.
Estos fragmentos debían formar parte de ollas de boca amplia
con bordes exvasados preparados, para .recibir_una tapadera (Lám.
III, fig. 6), con el labio a modo de «visera» (Lám. III, figs. 4 y 7),
o triangular; las bases son planas (Lám. III, fig. 5), la decoración
de estas piezas consiste en líneas incisas con peine verticales u
oblicuas, que en algún caso son cortadas por otras horizontales.
Estos materiales fueron.recogidos tanto en Raíces como en Tudela.
Arqueológicamente rió podemos definir la cronología de este grupo
si no es relacionando sus decoraciones con las del Grupo 2.
Grupo 5
[ /
Cerámicas realizadas con torno lento; contienen desgrasantes
cuarcíticos medianos y gruesos; las cocciones a que fueron some­
tidas son muy variables: la mayor parte dé las pastas fueron
ahumadas y también reducidas, más escasamente oxidadas total o
parcialmente. Su fractura es* irregular.
Estos vasos tendrían fundamentalmente la forma de ollas bas­
tante grandes, con los1bordes ligeramente exvasados, el labio redondado y las paredes gruesas (Lám. IV, figs. 1 y 3). Otra forma es la
que hemos reconstituido hipotéticamente en la Lám. IV, fig. 2, más
pequeña, con las paredes más finas, que podría corresponder a una
jarra, o también a una olla con asas. Las bases de este grupo son
planas, o con un ligero repié y el fondo apenas cóncavo. Las asas
son de sección rectangular y pueden ser lisas o estar decoradas-con
puntillados (Lám. IV, figs. 4 y 5). Materiales de este tipo no se ha­
llan entre los restos conservados de Tudela.
* La definición cronológica de este grupo es difícil, sin embargo,
se encuentran paralelos cercanos al mismo en Veranes.. (Asturias)
y en el Castrillo del Haya (Santander), calificados, sin más preci­
320
M ANUEL ENCINAS MARTINEZ
sión como altomedievales (41). A este grupo corresponderían los
materiales recogidos en castros asturianos como los de Pendía y
Coaña (42).
Grupo 6
Sus piezas están trabajas con torno lento. Contienen desgrasan­
tes cuarcíticos medianos y gruesos; muestran cocción incompleta­
mente oxidante o también reductora. Su fractura es irregular.
L A M I N A IV
(41)
O
lm o,
L.— “ Excavaciones arqueológicas en V eran es” , en G ijón Rom a­
no, M adrid, 1984, v e r la fig. de la p. 88.
B
o h ig a s ,
R.— “Yacim ientos
altomedievales
de
la
antigua
C an tabria”, en
Altamira, I. 1978, ver Lám . III.l.
(42) E s c o r t e l l P o n s o d a , M .— Catálogo de las Edades de los M etales del
M u seo Arqueológico, Oviedo, 1982, fig. 239, p. 59 y fig. 265, p. 62.
LA CERAMJCA MEDIEVAL EN
FORTALEZAS Y CASTILLOS ASTURIANOS
321
Las formas de este grupo eran vasos con bordes exvasados y
curvados, bases planas o ligeramente cóncavas; asas de sección
rectangular, lisas o decoradas con puntillados. Las superficies de
estos vasos pueden estar decoradas con líneas peinadas verticales
u horizontales. Este tipo cerámico aparece tanto en Tudela como
en Raíces (Lám. V, figs. 1 a 7).
L A M IN A V
Cerámicas de este grupo se hallan sobre todo en el nivel inter­
medio del Jardín de la Catedral de Oviedo, posterior al siglo X I
(43); asimismo son materiales que se pueden relacionar directa­
mente con los recogidos en la muralla romana de Gijón (44). Se
pueden costatar paralelos entre éstas y las llamadas cerámicas «es­
triadas» altomedievales, que donde mejor consignadas se hallan es
en Monte Cildá, al menos desde los siglos V -V III, y que perduran
en ese yacimiento por lo menos hasta el siglo X. Sin embargo, la
datación asturianas es menos antigua, pues parecen ser materiales
(43)
V e r nota 35.
(4 4 )
I b id e m .
322
M ANUEL ENCINAS. MARTINEZ
fechados a partir de los siglos X I y X II. Esta datación más tardía
se puede constatar también en yacimientos situados fuera de As­
turias, como el Castrillo del Haya (45), Allariz (46), -la Peña del
Castillo (47), fechados entre los siglos X I y X II.
. .
Grupo 7
Lo componen vasos realizados con torno rápido; contienen des­
grasantes arenosos. Sus cocciones son variadas, pero con frecuencia
sus pastas fueron ahumadas. Su fractura es irregular.
Eran principalmente ollas de cuerpo globular y borde corto,
exvasado, que forma aproximadamente un ángulo recto con el cuer­
po del vaso (Lám. VI, fig. 1). Otras piezas serían jarras de borde
L A M IN A VI
(45)
B o h ig as , R.— Op. cit., p. 45.
(46)
P erez O u t e ir iñ o , B. y F ariñ a , F.— “Excavación de urxencia na P ra-
za M aio r de A lla r iz ” , en Boletín Auriense, t. X I, 1981, p. 26.
(47)
-
B arandiaran , J. M.— “Excavaciones arqueológicas en cuevas artificia­
les de A la v a ” , E .A .A ., núm. 3, pp. 106 y ss.
y .
LA CERAMICA MEDIEVAL EN
FORTALEZAS Y CASTILLOS ASTURIANOS
323
largo, recto, con pico vertedor y cuerpo globular (Lám. V I, fig. 3).
Las asas de este grupo son de sección rectangular o elíptica, lisas
o decoradas con puntillados incisos en el barro (Lám. VI, fig. 2).
Las superficies se decoran con líneas peinadas horizontales hechas
con gran regularidad. Las cerámicas de este grupo se hallan pre­
sentes tanto en Raíces como en Tudela.
Este tipo aparece también en el nivel intermedio del Jardín de
la Catedral, fechado a partir del siglo X II. Sus características téc­
nicas superiores nos inducen a considerarlo, hipotéticamente, como
un grupo más moderno que el 6. Tal vez pueden encontrarse simi­
litudes entre estas cerámicas con algunas de las halladas en Vitoria
(48), fechadas entre los siglos X I I I y X IV , o en el lugar de Cea
(León), para las que se ha propuesto una cronología entre los siglos
X II y X I I I (49). Por otro lado se sabe que en Cataluña, durante los
siglos X I I I y X IV , se usaban las decoraciones de líneas peinadas
horizontales, realizadas aprovechando el movimiento del torno, que
no solían rebasar la parte superior de la panza (50), los cuales son
rasgos que también aparecen en este grupo cerámico asturiano, y
que tal vez pueden servir para indicar una cronología más reciente
de sus piezas dentro del período medieval.
Grupo 8
Está compuesto por materiales cerámicos realizados con torno
rápido; sus desgrasantes son cuarcíticos finos, a veces también
medianos y micáceos. La cocción de estas piezas fué total o parcial­
mente oxidante; su pasta es blancuzca y su fractura, irregular. La
superficie de estos vasos aparece vidriada en verde, esta capa de
vedrío se superpone, en algunos casos, sobre decoraciones peinadas
incisas (Lám. V I, fig. 4). Sus formas muestran bordes rectos con
el labio engrosado (Lám. VI, fig. 5), bases cóncavas (Lam. VI, fig. 6),
asas planas, con una sección en la que son más anchos los extremos
(48)
L la n o s , A .
y
otros.— “Excavaciones arqueológicas
en
la ciudad
de
V ito ria ” , en Investigaciones Arqueológicas en Alava. 1957-1968, Vitoria, 1971,
fig. 5.
(49)
C a s t r o , L .— “A lgun os
yacimientos arqueológicos de la zona de Sa-
hagún (L e ó n )” , en Santuola II, Santander, 1967-77, p. 204. (50)
R iu R iu, M .—-“ Estado actual de las investigaciones sobre las cerám i­
cas catalanas de los siglos I X al X I V ”, en La ceramique. m édiévale en M éditerranée occidentale, V alvonne, 1978, p. 395.
..
324
M ANUEL ENCINAS MARTINEZ
y la parte central (Lám. VI, fig. 7). Este grupo sólo aparece entre
los materiales del Peñón de Raíces.
La cronología de este grupo de cerámicas vidriadas nos es des­
conocida; no está completamente fuera de duda que tuvieran una
datación moderna, sin embargo, su presencia en lotes de cerámica
medieval parece indicar que este tipo se elaborara también en esa
época.
La aparición de los vidriados se ha fechado recientemente en
Cantabria, en el siglo X II I (51). En Cataluña se conoce que las
primeras pruebas para obtener vedríos se realizaron en el siglo X I,
pero su uso frecuente no se produciría hasta el siglo X I I I en zonas
alejadas de las rutas costeras y, en consecuencia, un tanto aisladas.
De este modo, hemos de suponer, por el momento, que las piezas
del grupo 8 tendrían una cronología similar, a partir del siglo X III.
3.
CONCLUSIONES
Con el presente trabajo hemos podido distinguir ocho grupos
cerámicos esenciales, de datación presumiblemente medieval, entre
los dos yacimientos estudiados; estos tipos son uniformes en am­
bos y, en general, en toda la región central asturiana.
El Grupo 1 parece mostrar en su configuración un influjo ro­
mano considerable, lo cual es importante para poder intuir el peso
de la tradición romana en los primeros momentos de la cerámica
medieval asturiana (53).
El Grupo 2 es el de las cerámicas prerrománicas por excelencia,
lo que se puede conocer gracias a las excavaciones en el Jardín de
la Catedral de Oviedo y en Monte Cildá (Palencia). Su uniformidad
entre la región asturiana y la Meseta Norte y Cantabria parece evi­
dente en el aspecto formal, lo que sugiere un ambiente cerámico
común en la zona septentrional de la Península, tal vez motivado
en cierta medida por el proceso repoblador.
Los Grupos 3 y 4 tal vez sean prerrománicos, dada la similitud
de algunas de sus formas y decoraciones con el Grupo 2.
(51)
P eñ il , J.
y
B o h ig as , R.— “L as cerámicas
comunes
en
C an ta bria”,
Altamira, 43, 1981-82, p. 23.
(52)
R iu R iu, M.— Op. cit., p. 395.
(53)
En el momento presente, tenemos en preparación un trabajo en el
que, por medio de algunas crónicas asturianas, se puede com prender m ejor
la evolución desde el mundo romano al m edieval, que será publicado en breve.
LA CERAMICA MEDIEVAL EN FORTALEZAS Y CASTILLOS ASTURIANOS
325
La presencia del Grupo 2 en el Peñón de Raíces, aunque no fuera
segura su identificación con el Castillo de Gozón, demuestra que
esta plaza ya fué utilizada en época prerrománica, por lo que sería
un valioso elemento defensivo costero, integrado dentro del sistema
general de fortalezas prerrománicas. Por el contrario, este grupo
no aparece en Tudela, yacimiento del que sí hay constancia docu­
mental segura de que fué ocupado a comienzos de la Edad Media;
esto tampoco es extraño teniendo en cuenta que las cerámicas allí
recogidas proceden de la limpieza de unos muros, y no de un trabapo de excavación.
Los Grupos 6, 7 y 8 debieron de ser elaborados en un momento
posterior a los siglos X I-X II, y seguramente existieron hasta los
momentos finales del medievo. Estos materiales, por tanto, se ha­
llan también en consonancia con los yacimientos presentados, de
los que se conoce una ocupación continuada durante toda la Edad
Media.
Finalmente, hemos intentado definir, además de los caracteres
morfológicos de estas cerámicas y sus decoraciones, las formas de
estas vajillas, labor problemática debido a la fragmentación de las
piezas. Sin embargo, el principal rasgo comprobado es la falta de
diversidad en sus formas, ya que no se pueden distinguir más que
ollas y jarras, estando ausentes otras formas más abiertas como
pueden ser los platos o las fuentes. Este rasgo es también común
en otras producciones peninsulares, lo que debe explicarse, proba­
blemente, por la utilización tradicional de recipientes de madera y
cestería que debió de conllevar la falta de especialización cerámica,
como se puede comprobar en el torneado lento de la mayor parte
de estas piezas.
Los estudios cerámicos, en estos momentos iniciales de la Ar­
queología Medieval en Asturias, resultan áridos y tal vez demasiado
desconectados aún de la reconstrucción histórica de la Edad Media,
que es su fin primordial; pero dada su abundancia en los yacimien­
tos y su capacidad de conservación, la cerámica se convierte en un
instrumento imprescindible de la labor arqueológica, y en uno de
los pasos iniciales para obtener mejores frutos en la construcción
del cuadro general de la evolución humana en los siglos medievales.
M ANUEL ENCINAS MARTINEZ
326
I N V E N T A R I O
L A M IN A I
1.— Fragm ento de borde. Pasta gris. Desgrasantes finos y micáceos. Torno len­
to. Superficie interior castaña, superficie exterior castaña con líneas on­
duladas incisas. Procede de Raíces.
línea ondulada incisa. Raíces.
lento.
Superficie
2.— Fragm ento
interior castaña.
de borde.
Pasta
gris.
Superficie
exterior castaña
Desgrasantes finos y
con
micáceos.
una
Torno
3.— Fragm ento de base. Pasta castaña. Desgrasantes finos y micáceos. Torno
lento. Superficies interior y exterior castañas. Raíces.
4.— Fragm ento de borde. Pasta gris. Desgrasantes arenosos. Torno lento. Su­
perficie interior gris. Superficie exterior gris con líneas peinadas verticales
cortadas por bandas alisadas. Raíces.
5.— Fragm ento de borde. Pasta gris. Desgrasantes arenosos. Torno lento. Su­
perficie interior gris. Superficie exterior gris con líneas peinadas verticales
cortadas por otras horizontales. Raíces.
6.— Fragm ento de borde con el labio ondulado. Pasta castaña. Desgrasantes
arenosos. Torno lento. Superficie interior castaña. Superficie exterior cas­
taña decorada con líneas peinadas verticales cortadas por otras horizon­
tales. Raíces.
L A M I N A II
1.— Fragm ento de base. Pasta gris. Desgrasantes arenosos. Torno lento. Super­
ficie interior gris. Superficie exterior gris, decorada con líneas peinadas
verticales cortadas por otras horizontales. Raíces.
2.— Fragm ento de base. Pasta castaña. Desgrasantes medianos. Torno lento.
Superficie
interior castaña. Superficie exterior castaña, decorada con lí­
neas peinadas verticales cortadas por otras horizontales. Raíces.
3.— Fragm ento de pico. Pasta gris. Desgrasantes arenosos. Torno lento. Super­
ficie interior y exterior castañas. Raíces.
4.— Fragm ento de asa puntillada. Pasta gris. Desgrasantes arenosos. Su perfi­
cies grises. Raíces.
5.— Fragm ento de asa. Pasta gris. Desgrasantes medianos. Superficies castañas.
Decoración puntillada. Raíces.
L A M I N A III
1.— Fragm ento superior de una olla. Pasta gris. Desgrasantes arenosos. Torno
lento. Superficie interior gris. Superficie exterior gris, decorada con líneas
peinadas verticales cortadas por otras horizontales. Raíces.
LA CERAMJCA MEDIEVAL EN FORTALEZAS Y CASTILLOS ASTURIANOS
327
Fragm ento de base. Pasta gris. Desgrasantes arenosos. Torno lento. Su­
perficie interior gris. Superficie exterior gris, decorada con líneas peinadas
verticales cortadas por otras horizontales. Raíces.
2.— Fragm ento de borde. Pasta gris. Desgrasantes medianos gruesos y m icá­
ceos. Torno lento. Superficie interior blancuzca. Superficie exterior blan­
cuzca con líneas peinadas verticales. Raíces.
3.— Fragm ento de borde. Pasta gris. Desgrasantes micáceos. Torno lento. Su­
perficie interior blancuzca. Superficie exterior blancuzca con líneas pei“
nadas verticales cortadas por otras horizontales. Raíces.
4.— Fragm ento
de borde. Pasta
gris.
Desgrasantes finos
y
micáceos.
Torno
lento. Su perficie interior gris. Superficie exterior gris con líneas peinadas
oblicuas. Raíces.
5.— Fragm ento de base. Pasta gris. Desgrasantes finos y micáceos. T orno lento.
Su perficie interior castaña. Superficie exterior gris (q uem ad a). Raíces.
6.— Fragm ento de borde. Pasta gris. Desgrasantes finos y micáceos. Torno lento.
Superficie interior gris. Superficie exterior gris con restos de decoración
de líneas peinadas verticales. Raíces.
7.— Fragm ento
de borde. Pasta castaña. D esgrasantes micáceos. Torno lento.
Superficie interior castaña. Superficie exterior gris. Procede de Tudela.
L A M I N A IV
1.— Fragm ento de borde. Pasta gris. Desgrasantes medianos y gruesos. Torno
lento. Su perficie interior castaña. Superficie exterior castaña con líneas
peinadas verticales. Raíces.
Fragm ento de base. Pasta castaña. Desgrasantes medianos. Torno lento.
Superficies interior y exterior castañas. Raíces.
2.— Fragm ento de vaso. Pasta castaña. Desgrasantes medianos y gruesos. T o r­
no lento. Superficie interior castaña. Superficie exterior castaña con líneas
peinadas verticales. Raíces.
Fragm ento de base con repié apenas marcado. Pasta gris. Desgrasantes
m edianos y gruesos. Torno lento. Superficie interior gris. Superficie exte­
rior castaña. Raíces.
3 .— Fragm ento de borde. Pasta gris. Desgrasantes medianos. Torno lento. Su­
perficie interior castaña. Superficie exterior gris con líneas painadas ver­
ticales. Raíces.
4 .— Fragm ento de asa. Pasta gris. Desgrasantes medianos. Superficies grises.
Raíces.
5 .— Fragm ento de asa. Pasta gris. Desgrasantes medianos. Superficies grises.
Decoración puntillada. Raíces.
L A M IN A V
1 .— Fragm ento de borde. Pasta gris. Desgrasantes m edianos y gruesos. Torno
lento. Su perficie interior gris. Superficie exterior gris con líneas peinadas
horizontales. Tudela.
2.— Fragm ento de borde
Pasta gris. Desgrasantes medianos y gruesos. Torno
lento. Superficie interior rojo vinoso. Superficie exterior rojo vinoso. T u ­
dela.
328
M ANUEL ENCINAS MARTINEZ
3.— Fragm ento de jarra. Pasta anaranjada. Desgrasantes medianos y gruesos.
Torno lento. Superficies interior y exterior anaranjadas. Raíces.
4.— Fragm ento de asa. Pasta gris. Desgrasantes finos y medianos. Superficie
castaña. Tudela.
5.— Fragm ento de asa. Pasta gris. Desgrasantes medianos. Superficies rojizas
(rojo vinoso). Decoración puntillada. Tudela.
6.— Fragm ento de base. Pasta castaña. Desgrasantes finos y medianos. Torno
lento. Superficies interior y exterior grises. Tudela.
7.— Fragm ento de base. Pasta rojiza. Desgrasantes finos y medianos. Torno
lento. Superficie interior rojiza. Superficie exterior rojiza (vinoso). Tudela.
L A M IN A VI
1.— Fragm ento de borde. Pasta anaranjada. Desgrasantes arenosos. Torno rá­
pido.
Superficie interior
castaña.
Superficie
exterior castaña
con líneas
peinadas horizontales, así como u n o s ,trazos incisos. Tudela.
Fragm ento de base con repié. Pasta gris. Desgrasantes arenosos. Torno
rápido. Superficie interior gris. Superficie exterior castaño oscuro. Tudela.
2.— Fragm ento
de borde
arenosos. Torno
con arranque
rápido.
de asa. Pasta
castaña. Desgrasantes
Superficie interior gris. Superficie exterior gris
con líneas peinadas horizontales. A sa puntillada. Tudela.
3.— Fragm ento de
borde.
Pasta
gris.
Desgrasantes
arenosos.
Torno
rápido.
Superficie interior gris. Superficie exterior gris con líneas peinadas hori­
zontales. Tudela.
Fragm ento de base. Pasta castaña. Desgrasantes arenosos. Torno rápido.
Superficie interior gris. Superficie exterior gris con líneas peinadas hori­
zontales. Tudela.
4.— Fragm ento de galbo. Pasta blancuzca. Desgrasantes finos. Torno
rápido.
Superficie interior blancuzca. Superficie exterior con una capa de vedrío
verde, que
cubre una decoración de líneas peinadas verticales cortadas
p or otras horizontales. Raíces.
5.— Fragm ento de borde. Pasta blancuzca. Desgrasantes finos. Torno rápido.
Superficie
interior blancuzca.
Superficie
exterior
con vedrío
verde
que
cubre una decoración de líneas peinadas horizontales. Raíces.
6.— Fragm ento de base. Pasta rosada. Desgrasantes finos. Torno rápido. Su­
perficie interior
rosada. Superficie exterior cubierta, en parte, con una
capa de vedrío verde, que también cubre una decoración incisa de líneas
peinadas horizontales. Raíces.
7.— Fragm ento
de asa. Pasta
blancuzca. Desgrasantes m uy finos. Superficie
interior blancuzca. Superficie exterior cubierta por una
verde. Raíces.
capa de vedrío
LIBROS
Autores varios: EL MARQUES DE SANTA CRUZ
DE MARCENADO. 300 AÑOS DESPUES.— Insti­
tuto de Estudios Asturianos.— Oviedo, 1985.
Con motivo de la celebración de varios actos en honor del Mar­
qués de Santa Cruz de Marcenado, el I.D.E.A. organizó también
un curso de conferencias sobre distintos aspectos de la vida y obra
del Marqués. Fueron pronunciadas en varias sesiones, en el salón
de actos del Instituto, desde el mes de noviembre de 1984 hasta
el 22 de febrero de 1985. Notabilísimas personalidades ocuparon
la cátedra del Instituto de E. A., empezando por el Catedrático Pé­
rez Montero y siguiendo por el Ministro togado de la Armada
D. José Luis Azcárraga, el Coronel diplomado de Estado Mayor
D. Miguel Alonso Báquer, el Catedrático de Historia D. Jesús Gon­
zález, el Magistrado del Tribunal Supremo D. Francisco Tuero
Bertrand, el Catedrático D. Julio Fonseca, el también Catedrático
D. Gonzalo Anes, el jesuíta P. Patac y terminando con la lección
del Director del Instituto de E. A., D. Jesús Evaristo Casariego.
A esta lista hubo que dejar de incluir al General de Infantería
D. Antonio Maciá Serrano, fallecido pocos días antes de su pro­
yectada intervención.
Este volumen que acaba de aparecer publica todas las confe­
rencias pronunciadas en el curso organizado para el Tercer Cente­
nario del Marqués de Santa Cruz. Como dice una nota prologal,
este libro es «la más acreditada visión sobre uno de los aspectos
de esta ilustre centuria del X V III, a cuya cultura aportó Asturias
tantas insignes personalidades, como Campillo, Campoamor, Jove­
—
330 —
llanos, Ibáñez el de Sargadelos y el propio Marcenado, por citar
sólo los universalmente conocidos».
Y
hay que reconocer que una vez más el I.D.E.A., al organizar
este centenario, cumplió con su deber de servicio a la cultura as­
turiana.
M
ig u e l
del
R
io
Celso Amieva: ANTOLOGIA POETICA.— Servicio
de Publicaciones de la Comunidad Autónoma del
Principado de Asturias.— 1985.
José María Alvarez Posada, cuyo seudónimo «Celso Amieva» le
ha consagrado en el campo de las letras, es uno de los poetas más
significativos de nuestra tierra y uno de los que mejor siente y
vive y expresa nuestros pasajes, nuestras costumbres, nuestras
vidas. Con una impetuosidad que nos recuerda la fuerza de Camín,
se enfrenta con nuestra Asturias y la acaricia, la mima, la fuerza,
la avasalla con el abrazo fogoso y apasionado del amor violento.
Tiembla todo el cuerpo y se descoyunta el espíritu al leer sus poe­
mas sobre el hórreo, la fuente, Santamarina y los cantos a tantos
lugares de Llanes o sus alrededores, Bricia, Frieres, San Emeterio...
Celso Amieva necesita ser más conocido y no constituirse en un
galardón de unos pocos privilegiados. A este conocimiento se ende­
reza esta pequeña antología realizada por Pablo Ardisana, hijo de
aquel gran maestro de Hontoria, Nemesio, de recuerdo imborrable.
Muchas veces hemos intentado poseer algunas de sus obras.
Siempre hemos fallado. No hay posibilidad de tener alguna de ellas.
Todo está agotado. Y Asturias merce que se ponga a su alcance la
producción de un poeta tan singular, tan vibrante y tan asturiano.
M
ig u e l
del
R io
Luis Bello: POR LAS ESCUELAS DE ASTURIAS.—
Consejería de Educación, Cultura y Deportes.—
Principado de Asturias.— En colaboración con Tri­
buna Ciudadana de Asturias— Gijón, 1985.
Por los años 1925 y 26 leía yo todos los días el periódico «E l
Debate», que dirigía Angel Herrera Oria, con editoriales de Ma­
nuel Graña y caricaturas de K.-Hito; a media tarde cambiaba mi
—
331 —
periódico por «E l Sol», que dirigía Félix Lorenzo, que publicaba
folletones de Grandmontagne, caricaturas de Bagaria («D ibujo de
almohadón») y deliciosas «Charlas al Sol», de «H eliófilo». Y en
aquellos años aparecieron, en este periódico, los viajes a las escue­
las de España, por Luis Bello. Una tristísima impresión se sacaba
de las visitas del periodista y mucho influyó en las determinaciones
posteriores del Ministerio de Enseñanza.
Ha sido un acierto, de quien haya tenido la originalidad idea,
recoger las crónicas referentes a nuestra provincia y ofrecerlas a
las generaciones que ni habían oído hablar de este asunto.
Sin embargo, Luis Bello tuvo suerte y dio, en nuestra tierra,
con escuelas y personalidades destacadas, pudiendo ofrecer al lec­
tor español el panorama de una educación cuidada, de mecenas
generosos, de maestros destacados y eficientes y con escuelas — las
visitadas por el escritor— bien dotadas y elogiables. No perdamos
de vista, sin embargo, que junto a Bello no andaba lejos el Inspec­
tor de Enseñanza, director de «La Voz de Asturias» Juan Antonio
Onieva, que evitó, seguramente, cuadros no muy edificantes de al­
gunas escuelas asturianas.
Dejando al margen consideraciones, tenemos que aplaudir la
decisión de publicar este pequeño volumen, porque además de su
interés histórico y documental, tenemos que reconocer, con Juan
Benito Argüelles, que «el rescate o descubrimiento de algún libro
o escrito sobre Asturias es siempre reconfortante para nosotros».
M
ig u e l
del
R
io
ULTIMAS PUBLICACIONES
— Hospitales antiguos de Oviedo, de D. Melquíades Cabal.
— Epigrafía Romana en Asturias (nueva edición), de D. Francisco
Diego Santos.
— Diccionario minero astur (nueva edición), de D. César Rubín.
— La cuestión hullera en Asturias, de D. Juan Antonio Vázquez.
— Las Cruces de Oviedo, de D. Helmut Schlunk.
— El habla del sudeste de Parres, de D.a Celestina Vallina Alonso.
— La escultura barroca en Asturias, de D. Germán Ramallo.
— E l Marqués de Santa Cruz de Marcenado 300 años después,
varios autores.
— Orígenes sociales de la Monarquía Asturiana, de D. José Ma­
nuel Gómez-Tabanera.
—
332 —
PUBLICACIONES EN PRENSA
— Discurso de Ingreso del Sr. Novalín.
— Navia medieval, de D. Jesús Martínez.
— E l léxico de la fauna marina en los puertos pesqueros de Astuturias central, por D. Emilio Barriuso.
— San Tirso a través de la Historia, de D. Feliciano Redondo.
— E l Cancionero de Torner (tercera edición).
— Diccionario Asturiano de González Posado, S. X V III, con estu­
dio de D. Marino Busto.
NECROLOGICA
DON LORENZO RODRIGUEZ CASTELLANOS
Al entrar en prensa este número de nuestro «B oletín» fallecía,
en Oviedo, D. Lorenzo Rodríguez Castellanos, miembro fundador
de nuestro «Instituto» y destacada personalidad en Asturias.
En el Sr. Castellanos habría que estudiar muchos aspectos en
los que fue figura preeminente y sus trabajos le dieron merecida
fama y a nuestra provincia destacado puesto en varios campos.
El Sr. Lorenzo Rodríguez Castellanos había nacido en el pueblecillo de Besullo (Cangas del Narcea) a principios de siglo. Hizo
sus estudios en Madrid y pronto se relacionó con las grandes figu­
ras españolas de la crítica histórica y filológica, de las que Ramón
Menéndez Pidal habría de ser su Maestro preferido y modelo inspi­
rador. Junto con él y con el fonólogo Tomás Navarro Tomás, se
inició la formación del «Atlas Lingüístico de la Península», que que­
dó interrumpido por la guerra que separó al trío de estudiosos.
Unicamente, en el año 1950 el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas creyó oportuno reanudar la obra grandiosa que se ha­
bía iniciado y encomendó al Sr. R. Castellanos de la tarea. Así pudo
llegar a publicarse el primer tomo de trabajos que quedan aún sin
completar.
Rodríguez Castellanos tuvo también otra actividad sobresalien­
te en nuestra provincia. Colocado al frente de la Biblioteca Provin­
cial de Oviedo, formada a instancias del mismo, dándole una vita­
lidad que ha exigido la ampliación de sus locales y el aumento
progresivo de lectores, sobre todo jóvenes.
—
334 —
Fue nombrado luego Director del Centro Coordinador de Biblio­
tecas y es entonces cuando logra llenar de ellas nuestra tierra,
haciéndola ocupar el número uno de las provincias españolas.
Pero quizá en lo que tuvo más aportación científica fue en los
temas filológicos y dialectales. Nosotros le hemos acompañado en
alguna de sus actuaciones para determinar con precisión algún
fenómeno lingüístico, por ejemplo, el límite de las terminaciones
bables de -as y -es.
Como muestra de su labor filológica, véase la lista de sus tra­
bajos en este aspecto:
«La variedad dialectal del alto Aller», con prólogo de R. Menéndez Pidal, publicada por el I.D.E.A. en 1952.
«Aspectos del habla occidental» (Premio Luis Vives, 1953), edi­
tado por el I.D.E.A. en 1954.
«La aspiración de la «h » en el Oriente de Asturias», publicada
por el I.D.E.A. ya en 1946, a poco de su constitución.
«La palatización de la «1» inicial en la zona de habla gallega»,
publicada en el Boletín del I.D.E.A. en 1948.
«A propósito de unos romances de Danza Prima», publicado en
el Boletín del I.D.E.A. en 1951.
«E l pronombre personal en el asturiano», publicado en el Bo­
letín del I.D.E.A. en 1952.
«Industria popular del hierro: El mazo», publicado en el Bole­
tín del I.D.E.A. en 1954.
«Una aportación valiosa», publicado en el Boletín del I.D.E.A.
en 1955.
«Más datos sobre la inflexión vocálica en la zona centro-sur de
Asturias», publicado en el Boletín del I.D.E.A. en 1955.
«E l posesivo en el dialecto asturiano», publicado en Boletín del
I.D.E.A. en 1957.
Pero D. Lorenzo R. Castellanos tiene también para nosotros
otra faceta digna de destacar: su labor en nuestro Instituto de
Estudios Asturianos. Fue miembro fundador y perteneció y trabajó
en él hasta sus últimos años, en los que no pudo, por razones lógi­
cas de salud y vigor, colaborar activamente. Pero bajo su dirección
y orientación estuvo toda la labor de selección y crítica de origina­
les para los numerosos libros que el Instituto ha publicado; la
organización y formación de la Biblioteca general y de la asturiana
en general, así como toda la compleja labor que supone la activi­
dad literaria del Instituto.
—
335 —
Triste es para nosotros la desaparición de tan buen amigo, de
tan perfecto erudito y bibliófilo como bellísima persona en su tra­
to particular. Nuestro Instituto está de luto y con toda razón. Sin
embargo su presencia será constante en nuestro cotidiano quehacer
en honra y pro de Asturias.
M.
de
R.
L I B R O S
A u tores varios.— E l M arq u és de Santa Cruz de M arcenado. 300 años
después, p o r M igu el del R ío ....................................................................
329
Celso A m iev a .— A ntología poética, por M iguel del R ío .................................... 330
L u is Bello.— P o r las escuelas de Asturias, por M igu el del R ío .................. ...... 330
U ltim as publicaciones ............................................................................................. 331
Publicaciones en prensa ................................................................................... .......332
N E C R O L O G I C A
Don Lorenzo Rodríguez Castellanos, por M . de R ........................................
333
INSTITU TO DE ESTUDIOS ASTURIANOS
P R E S ID E N TE :
I ltm o. S r. D. M
anuel
Fernandez
de
la
Cera
D IR E C T O R :
D . Je s ú s E v a r is t o C a s a r ie g o
SEC RETAR IO G E N E R A L :
D.
Luís
M .a F e r n a n d e z C a n t e l i
D IR E C TO R DEL B O L E T IN :
D . Jo s é M . a F e r n a n d e z P a j a r e s
P R E C IO
DE
S U S C R IP C IO N
ANUAL
España. I 500 pesetas. Extranjero. 1.800 pesetas. Número suelto:
España. 500 pesetas. Extranjero, (¡00 pesetas.
Dirección: Plaza Porlier.— OVIEDO
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I DEA

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