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1. Pancho Fierro, La misturera, en Manuel Cisneros Sánchez, Pancho Fierro y la Lima del 800.
Lima, 1975. Lám. 34 - Pág. 98.
2. Pancho Fierro, Sereno (1812), Álbum Lima. Tipos y costumbres.
Pinacoteca Municipal Ignacio Merino. Municipalidad Metropolitana de Lima.
3. Pancho Fierro, El Vendedor de uvas y el Humitero (1850), Álbum Lima. Tipos y costumbres.
Pinacoteca Municipal Ignacio Merino. Municipalidad Metropolitana de Lima.
4. Pancho Fierro, Vendedor de canastas, en Manuel Cisneros Sánchez, Pancho Fierro y la Lima del 800.
Lima, 1975. Lám. 33 - Pág. 97.
Derechos Reservados
Lima, diciembre de 2006
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Índice
“Hacer Luz”. Presentación por Ignacio Blanco
Prólogo por Luis Enrique Tord
Lima Antigua
Monumentos de Lima
Basílica Catedral de Lima
Iglesia San Francisco
Iglesia San Pedro
Convento de Los Descalzos
Iglesia Las Nazarenas
Basílica Santa Rosa
Estación de Desamparados
Palacio Legislativo
Palacio de Gobierno
Rosa Mercedes Ayarza de Morales
Los Pregones de Lima
Revolución caliente
El negro frutero
El cholo frutero
El chino frutero
La ramilletera
La causera
La tamalera
La sanguera
La picaronera
La tisanera
El listín de toros
El sereno
Los que conocieron a Rosa Mercedes
Clemencia Morales de Cedrón. La hija de la artista
Luis Alva. Tenor del Perú para el mundo
Armando Villanueva. El discípulo entrañable
Bibliografía
Agradecimientos
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Pancho Fierro, Vendedora de aves, en
Manuel Cisneros Sánchez, Pancho Fierro y la Lima del 800. Lima, 1975. Lám. 31 - Pág. 95.
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hacer luz
Por Ignacio Blanco
Nuestra principal labor es HACER LUZ. La entregamos cada día en todos los rincones de Lima. Con perseverancia
y con ilusión, pues sabemos que nuestro trabajo contribuye de forma sustancial al desarrollo de la sociedad de la que formamos parte. Ésa es la esencia de Edelnor. Y por eso vinculamos nuestras gestiones con el desarrollo sostenible del entorno en
el que trabajamos. Una tarea en la que la preservación del patrimonio histórico, religioso y cultural de la capital ocupa un
lugar preponderante.
Había muchos motivos para trabajar en la recuperación de Lima. No en vano su centro histórico fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la UNESCO, en 1988. La Ciudad de los Reyes es una sobreviviente heroica de
no pocos terremotos que, a pesar de las vicisitudes que ha debido atravesar a lo largo de los siglos, nos ofrece hoy su mejor
sonrisa a través del valioso legado que constituyen sus singulares iglesias y monumentos civiles, en los que artesanos locales
y del Viejo Mundo fusionaron su arte creando así un estilo arquitectónico único.
Conscientes de la riqueza cultural que alberga Lima, Edelnor lleva varios años colaborando para resaltar la belleza de
esta ciudad singular. Una labor que comenzó en agosto de 2001, cuando se oficializó “Iluminando Nuestra Fe”, programa
con el que se ha renovado la iluminación de emblemáticas joyas de la arquitectura capitalina. Y que dura hasta nuestros días
con la recuperación del patrimonio musical de la vieja Lima. Así, sus viejos pregones retocados y acariciados por el inigualable talento de Rosa Mercedes Ayarza de Morales, suenan hoy en la voz de destacados intérpretes de la lírica nacional, gracias
al incondicional apoyo de Luis Alva, a la sazón, discípulo de la compositora.
Con HACER LUZ se han iluminado monumentos civiles de gran importancia histórica, como la Estación de Desamparados, el Palacio de Gobierno del Perú y más recientemente el Palacio Legislativo, donde sesiona el Congreso de la
República. También se han enaltecido las bondades de nuestra arquitectura religiosa, tales como las iglesias San Francisco,
Las Nazarenas, San Pedro, Santa Rosa, el Convento de Los Descalzos y la Catedral de Lima, además de otros monumentos
religiosos al interior del país.
Pero si con la luz Edelnor destacó el alma de todas y cada una de estas edificaciones, con la recopilación de los Pregones de Lima, sin duda, el corazón de la ciudad volvió a latir. Y hoy, en cada esquina y en cada jirón, la música de esos cantos
callejeros de los primeros vendedores ambulantes de Lima nos hace más fácil evocar a la Revolución Caliente, al alegre Negro Frutero, a la sensual Ramilletera o a la siempre dulce Picaronera. Porque Lima está más viva que nunca.
Juan Mauricio Rugendas, El mercado principal de Lima (1843). Fragmento. Col. Baring Brothers, Londres, en
Juan Mauricio Rugendas. El Perú Romántico del siglo XIX. Editor Carlos Milla Batres. Lima, 1975. Lám 74 - Pág. 164.
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prÓlogo
Por Luis Enrique Tord
El centro histórico de Lima es uno de los referentes fundamentales de la identidad tanto de la ciudad como de la
nación. Ya antes de la fundación de la urbe española, el lugar era un espacio notable en el que se levantaban importantes
edificios prehispánicos, como las huacas para los cultos practicados a la vera del río Rímac. La proximidad del santuario de
Pachacámac, además, sumada a la fertilidad de sus tres valles (el Rímac, el Chillón y el Lurín), la benignidad de su clima y
su proximidad al mar, hicieron de ella un lugar grato para vivir. Y el enclave era un paraje de natural importancia estratégica, por su ubicación entre el océano y las estribaciones de la cordillera andina occidental. Una privilegiada situación que
se acentuó cuando don Francisco Pizarro decidió ubicar en ella el centro de su gobernación, y que se consolidó cuando en
1542 la Corona creó el Virreinato del Perú y designó a Lima como su capital.
Fue entonces que alrededor de su Plaza Mayor se extendieron los solares en los que se levantaron primero la Casa de
Pizarro y, más tarde, el Palacio de los Virreyes, el Palacio Presidencial Republicano, la Catedral, el Arzobispado, el Ayuntamiento y sus soportales. En las islas o manzanas aledañas, asimismo, se construyeron las moradas de los limeños, y los templos
y conventos que harían de Lima una ciudad elogiada por los más distinguidos escritores. Ya en 1550 Pedro de Cieza de León
dijo de Lima que “...para pasar la vida humana, cesados los escándalos y alborotos y no habiendo guerra, verdaderamente es
de las buenas tierras del mundo, pues vemos que en ella no hay hambre, ni pestilencias, ni llueve, ni caen rayos ni relámpagos,
ni se oyen truenos; antes siempre está el cielo sereno y muy hermoso”.
En el conjunto de la Lima antigua se levantan de manera predominante, tanto por su belleza arquitectónica, como por
sus dimensiones, monumentos de singular belleza, algunos de los cuales constituyen verdaderas joyas de la herencia virreinal
limeña como la Basílica Catedral de Lima, la iglesia San Francisco y sus amplios claustros conventuales, el convento de Los
Descalzos, la iglesia San Pedro, la iglesia de Las Nazarenas y la Basílica Santa Rosa de Lima, entre otros. En un esfuerzo
mancomunado, Endesa, a través de las empresas del Grupo que operan en el Perú, se ha abocado a preservarlos, dotándolos
de modernos sistemas de iluminación que resaltan la armonía de sus conjuntos arquitectónicos, según la jerarquía de sus
partes, enfatizando en el volumen y la composición.
Estos monumentos, que hoy recobran vida gracias a la luz, fueron testigos privilegiados de aquella vida cotidiana del
virreinato y la primera época republicana en la que los ambulantes que ofrecían sus mercaderías eran parte esencial del paisaje
urbano. En ese sentido, Endesa ha comprendido que su trabajo va más allá del rescate del valioso patrimonio que alberga
Lima. Su compromiso es también con la historia, costumbres y riqueza cultural de nuestra ciudad. Y para realizar esta tarea
ha encontrado a valiosos aliados como Luis Alva y Prolírica.
Es así que, gracias a Endesa, en octubre del año 2005 volvimos a escuchar en el atrio de la iglesia San Francisco los
pregones rescatados por el genio de esa gran limeña que fue Rosa Mercedes Ayarza de Morales. Hoy esas voces retornan a
nosotros para devolvernos el encanto y el color de una Lima cuyo recuerdo late firmemente en esas festivas composiciones
plenas de vivacidad, en donde la alegría no deja de preservarle un discreto espacio a la melancolía.
Los pregones de Lima quedan así registrados en un disco compacto editado y grabado con las mejores voces de la
lírica peruana y en el trabajo de difusión de la historia y el arte de la capital antigua, que presentamos en este libro.
De este modo el artista, con su amor e inspiración, impide que nada desaparezca, pues la música es capaz de recrear
mágicamente el pasado, al propio tiempo que los principales monumentos de nuestro centro histórico, hoy bellamente
iluminados, afirman con orgullo que en ellos subsiste el testimonio de una tradición que, a pesar de los grandes cambios
contemporáneos, anida fina y discretamente en el alma inmortal de la ciudad.
Pancho Fierro, Mujer a caballo adornada con flores de amancaes tomando chicha, en
Manuel Cisneros Sánchez, Pancho Fierro y la Lima del 800. Lima, 1975. Lám. 28 - Pág. 92.
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LIMA ANTIGUA
Juan Mauricio Rugendas, El río y el puente de Lima. Lápiz 18.8 x 32.7 cm. “Lima Dec 20 de 1842”. M.- n/i 16835. en
Juan Mauricio Rugendas, El Perú Romántico del siglo XIX. Editor Carlos Milla Batres. Lima, 1975. Lám 8 - Pág. 96.
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LIMA ANTIGUA
Desde la época prehispánica la comarca de Lima ya ejerció una especial predominancia, tal y
como atestiguan las diferentes aldeas y adoratorios que a lo largo de diferentes periodos culturales se
levantaron en sus tres valles: el Chillón, el Rímac y el Lurín. El lugar en aquella época se caracterizaba por sus verdes campos de cultivo, regados por extensas acequias que los pueblos yungas habían
abierto desde antiguo.
Los yungas fueron remotos descendientes de los primeros cazadores y recolectores que recorrieron la zona diez mil años atrás, dejando tras de sí vestigios de su presencia en Chivateros y en la
Tablada de Lurín. De ellos se sabe que en una primera época se alimentaban de peces y mariscos del
litoral, y de la fauna y la flora presente en las quebradas, hondonadas y contrafuertes de la cordillera
andina occidental, como lo atestiguan las puntas de flechas y los restos de redes encontrados. Con el
tiempo, no obstante, los yungas fueron evolucionando y llegaron a periodos de elevado desarrollo,
con una agricultura no sólo de subsistencia, sino con edificaciones, pinturas murales, textiles y cerámicas altamente elaboradas, como las encontradas en Garagay, Cieneguilla y Ancón.
Importantes culturas como la huari y la inca también estuvieron asentadas en esta comarca
privilegiada que es Lima. Pero sin duda alguna el símbolo indiscutible que nos da idea de la importancia de la región es la presencia en su territorio del oráculo de Pachacámac, divinidad a la que
se rindió culto en todo el universo andino. El santuario no fue sólo destino de peregrinación de
los pueblos de la costa y la sierra central. También fue respetado por sociedades invasoras como la
del poderoso Imperio cusqueño del Tahuantinsuyo, que bajo el Inca Yupanqui elevó a pocos pasos
de aquel respetado adoratorio oracular un imponente Templo del Sol. Éste es aún hoy el edificio
más prominente de los que todavía se levantan sobre las calientes arenas de este desierto al sur de
la capital.
Juan Mauricio Rugendas, Escena en la calle de San Pedro. Óleo en tela 41 x 34 cm. “MR. Lima 1843”. Paradero desconocido, en
Juan Mauricio Rugendas, El Perú Romántico del siglo XIX. Editor Carlos Milla Batres. Lima, 1975. Lám. 55 - Pág. 135.
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Las bondades de la ubicación y entorno geográfico de Lima fueron elogiadas en 1550 por el
ilustre cronista y soldado Pedro de Cieza de León: “la ciudad está asentada de tal manera que nunca
el sol toma el río de través, sino que nace a la parte de la ciudad; la cual está junto al río, que desde
la plaza un buen bracero puede dar con una pequeña piedra en él, y por aquella parte no se puede
alargar la ciudad porque la plaza pudiese quedar en comarca; antes de necesidad ha de quedar a una
parte. Esta ciudad, después del Cusco, es la mayor de todo el reino del Perú y la más principal, y en
ella hay muy buenas casas, y algunas muy galanas con sus torres y terrados, y la plaza es grande y
las calles anchas, y por todas las más de las casas pasan acequias, que no es poco contento; del agua
de ellas se sirven y riegan sus huertos y jardines, que son muchas frescas y deleitosas”. Y agrega el
mismo testigo: “...para pasar la vida humana, cesando los escándalos y alborotos y no habiendo guerra, verdaderamente es una de las buenas tierras del mundo, pues vemos que en ella no hay hambre
ni pestilencia, ni llueve ni caen rayos ni relámpagos, ni se oyen truenos; antes siempre está el cielo
sereno y muy hermoso”.
Acerca de la ciudad del quinientos también afirma correctamente César Pacheco Vélez que
“sobre la traza renacentista de Lima, que perdurará por siglos resistiendo crueles agresiones, el estilo
de la ciudad en el siglo XVI es el propio de esos tiempos agitados de iniciaciones inciertas, de retornos a la tradición medieval, de choque con las formas aborígenes, de yuxtaposición de módulos
renacentistas de clasicismo puro y de mezcla de lenguajes estilísticos diversos: la arquitectura y la
evolución de la ciudad, como no podía ser de otro modo, son expresiones de esa época de hallazgo,
conquista, guerras civiles y fundación de un orden nuevo”. Y añade el mismo autor que después
de las “primeras construcciones rústicas, de arquitectura popular de adobe o ladrillo encalado, comenzó a sentirse un acento mudéjar andaluz, que calará hondo en Lima, y que entonces convive
con cierta ecléctica sabiduría con otros estilos: el gótico tardío de algunas capillas en la primitiva
iglesia de Santo Domingo; el plateresco de algunas portadas blasonadas -que darán carácter al Cusco
y Huamanga-, en menor grado el renacimiento purista según los modelos de Bramante y el hispánico escurialense o herreriano. De todo aquello queda, salvo el mudéjar, huella incierta, memoria,
atmósfera... Pero gótico-mudéjar son las iglesias limeñas del siglo XVI, de una nave, los alfices de
los claustros, los zócalos de azulejos con lacerías moriscas, los pilares ochavados y las techumbres de
madera en artesa o alfanje, las celosías de los balcones y los miradores de raigambre hispano-musulmana”.
LA BELLEZA DE UNA CIUDAD JARDÍN
Es justamente en esta segunda mitad del siglo XVI cuando se inició la construcción de varias
de las primitivas iglesias conventuales. Aunque mucho de la arquitectura civil y religiosa de la época
no sobrevivió a los sismos que sacudirían la capital en los siglos siguientes, aún es posible encontrar
en la ciudad algunos monumentos renacentistas tardíos, como la portada lateral de San Luis Obispo
de la iglesia San Francisco, la portada lateral de la iglesia San Agustín, el techo de la capilla de la
Casa Aliaga o la portada de la Casa de Pilatos, que empezó a edificar la familia Esquivel y Jarava a
finales de siglo.
Los habitantes de Lima ya vivieron desde el primer periodo de la existencia occidental de la
ciudad las características telúricas que marcarían por siempre su existencia: la garúa o llovizna intermitente, la neblina en los meses invernales y aun en algunos días de verano, los sismos que sacuden
con dramática regularidad su suelo, los gallinazos que actuaban de baja policía cuando existían las
acequias urbanas abiertas, y las huertas, tan ponderadas por la abundancia de flores y árboles frutales
de agradable aroma, que hasta la primera mitad del siglo XX Lima fue distinguida como “ciudad
jardín”. Ya lo escribió fray Reginaldo de Lizárraga hacia mediados del siglo XVII en su “Descripción y población de las Indias”, donde aseveró que Lima “no parece una ciudad, sino un bosque, por
las muchas huertas que la cercan”.
Pancho Fierro, Tapadas (1834 - 1830). Álbum Lima.Tipos y costumbres.
Pinacoteca Municipal Ignacio Merino. Municipalidad Metropolitana de Lima.
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monumentos de lima
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Vista panorámica de la
Catedral de Lima.
BASÍLICA CATEDRAL DE LIMA
El templo mayor de la ciudad de Lima se levanta en un espacio privilegiado, exactamente
al noreste de la Plaza Mayor, sobre el emplazamiento de unas antiguas huacas prehispánicas. Un
lugar preeminente, tal y como lo ordenaban las Leyes de Indias, que obligaban a los fundadores de
ciudades españolas a disponer para la iglesia principal de un amplio solar en el que proceder a su
edificación. Y en acatamiento de aquella disposición, luego de que se trazara a cordel la división de
las islas o manzanas en que se dividiría la capital, el 18 de enero de 1535 (día de la fundación de la
Ciudad de los Reyes), don Francisco Pizarro procedió a colocar la primera piedra de la Catedral, así
como cargó sobre sus hombros el madero inicial para la construcción del templo que sólo seis años
después sería su sepulcro, luego de su asesinato por los almagristas en junio de 1541.
La Catedral de Lima, no obstante, no fue siempre igual. A la traza primitiva de 1540 le
sucedió una segunda de mayores dimensiones, en 1551, que fue puesta bajo la advocación de San
Juan Evangelista. Esta construcción de adobe fue desmontada en 1565 por el alarife Alonso Beltrán,
proyectándose entonces la construcción de un templo de ladrillo más grande todavía, que incluía
tres naves fuera de las capillas. El proyecto, sin embargo, y dada la falta de recursos, no se empezó
definitivamente hasta el periodo de gobierno del virrey Francisco de Toledo (1569-1581), pero
nunca se terminó, pues el arzobispo Francisco de Loayza fue contrario a la edificación del grandioso
proyecto de Beltrán, y el Cabildo de Lima debió revocar el acuerdo adoptado años atrás y se procedió a la demolición de los cimientos que ya habían comenzado a abrirse. No fue hasta finales del
siglo XVI que se emprendió la iglesia definitiva, cuya planta es la que se aprecia hoy, a pesar de las
modificaciones que la catedral ha sufrido en los últimos cuatro siglos.
La traza definitiva de la Catedral de Lima fue iniciada por el arquitecto Francisco Becerra en
1598. En aquel entonces Becerra, natural de Trujillo (Extremadura, España) ya era un profesional
de renombre, pues había intervenido en la Catedral de Puebla en el Virreinato de México, y en la
Catedral de la Audiencia de Quito. Después de la Catedral de Lima, además, Becerra también diseñaría la magnífica Catedral del Cusco. De hecho la planta de distribución de ambas construcciones
es similar, pues tanto la Catedral de Lima como la Catedral de la Ciudad Imperial tienen planta de
salón, tres amplias naves, capillas laterales, carecen de cúpula en el crucero, están cubiertas por bóvedas de crucería y sus torres se hallan fuera del eje de las naves laterales. El edificio definitivo de Lima
se concluyó hacia 1622, mientras que las capillas laterales y las criptas fueron terminadas en 1635.
La fachada principal de la Catedral es obra del alarife Juan Martínez de Arrona y del escultor
Pedro de Noguera. Se labró en piedra de Panamá y constituye el primer ejemplo de fachada retablo,
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pues el orden de sus cuerpos, calles, entablamentos y hornacinas es similar al que poseen los retablos
de madera del interior de los templos. Como casi todos los edificios de la capital, la Catedral se vio
profundamente afectada por el terremoto de 1609, que obligó a rebajar la altura de sus bóvedas; y
por el de 1746, que destruyó gran parte de su obra. Fue en esta última reconstrucción que se reemplazaron las bóvedas y arcos de ladrillo de la construcción por madera pintada, incluyéndose la
“quincha” como material constructivo anti-sísmico. Las torres actuales fueron levantadas en 1801
por el presbítero Matías Maestro, siguiendo un diseño neoclásico. Y ya en 1879 se construyeron
las graderías de piedra del atrio, mientras que a finales de esta centuria se concluyeron el techado
neogótico, el coro se trasladó al presbiterio y se adquirieron el órgano actual y las esculturas de
mármol que adornan las hornacinas de la fachada.
De las épocas primitivas de la Catedral se conserva una notable escultura policromada de la
Virgen con el Niño, hoy conocida como Nuestra Señora de la Evangelización (1551-1554), obra
del artista flamenco Roque de Balduque, quien la creó a pedido de la hija de don Francisco Pizarro
para la sepultura del conquistador. Otra obra temprana es el relieve La adoración de los pastores
(mediados del siglo XVI), atribuido al artista Alonso Gómez, natural de Toro (Zamora. España).
La cajonería de la sacristía fue trabajada en 1608 por Martínez de Arrona, y el magnífico coro (el
mejor ejemplar de su tipo del primer tercio del seiscientos) fue diseñado en 1623 por Martín Alonso
de Mesa y realizado por Pedro de Noguera entre 1628 y 1632. Juan Martínez Montañés fue el autor
del retablo policromado dedicado a San Juan Bautista que se levanta en una de las capillas laterales
de la Catedral. Una obra encargada originalmente por el Monasterio de la Concepción al maestro
andaluz, y que fue enviada a Lima entre 1607 y 1622. Del mismo maestro es el hermoso Cristo
crucificado (1607) y Santa Apolonia (1625). Otras obras relevantes son La Sagrada Familia de Pedro
Muñoz de Alvarado (1633) y piezas de Gómez Hernández Galván, Martín Alonso de Mesa y Luis
de Espíndola, que hoy se exhiben en el Museo Catedralicio.
Del periodo barroco es espléndido el retablo de la Capilla de la Inmaculada Concepción,
cuyo diseño, labra y exuberante decoración lo convierten en uno de los mejores ejemplares de esta
corriente artística en Lima. La pieza, además, da una clara idea de los hermosos altares que hubo en
otras capillas de la Catedral y que se perdieron, bien por los terremotos, bien por la imposición del
estilo neoclásico que destruyó numerosos ejemplares de la Lima de los siglos XVII y XVIII. Destaca
también el retablo rococó de Santa Ana, el retablo sepulcro del arzobispo y virrey Diego Morcillo,
el retablo de Santo Toribio de Mogrovejo y el retablo de Santa Rosa (provenientes los dos últimos
de la desaparecida recoleta mercedaria de Belén), el templete baldaquino del altar mayor y el retablo
de la Virgen de la Candelaria de Matías Maestro.
En pintura es importante mencionar obras como Nuestra Señora de la Antigua (1545), un
retrato anónimo de Diego de Vergara y Aguiar, la serie del Juicio Final de Vicente Carducho (16251630), la serie del zodiaco del taller de los Bassano (siglos XVI y XVII), los retratos de los reyes incas
y españoles, buenas muestras de la pintura cusqueña, anónimos españoles, italianos y flamencos, los
retratos de Cristóbal Lozano del Virrey José Manso de Velasco, Conde de Superunda y San Cayetano en éxtasis, varias pinturas de Matías Maestro, Joseph del Pozo y Abelardo Álvarez-Calderón,
y los cuadros del Vía Crucis del pintor contemporáneo arequipeño Carlos Baca Flor, entre otros.
La Catedral cuenta además con un rico repositorio de vestimentas e insignias litúrgicas, así como
destacadas piezas de orfebrería para el culto, libros de música y partituras para el coro.
IGLESIA SAN FRANCISCO
Los franciscanos estuvieron presentes desde los primeros tiempos de la conquista del Perú. Y
poco después de la fundación de la Ciudad de los Reyes, la Orden recibió un lugar privilegiado para
la edificación de su templo y convento, un amplio solar situado en las proximidades del Palacio de
Gobierno y la Plaza Mayor, sobre la ribera izquierda del río Rímac, y muy cerca de sectores tradicionales de la ciudad como los Barrios Altos y Abajo el Puente (Rímac). De hecho ya en 1546 los
franciscanos se hallaban en plena construcción del que fuera el convento original de la orden seráfica
que recibió renovado impulso bajo la protección de don Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de
Cañete y tercer Virrey del Perú. Aunque en febrero de 1656 la primitiva iglesia se desplomó y con
ella se perdieron notables obras de arte.
En 1657 se echaron los fundamentos de la iglesia actual, bajo el gobierno de don Luis Enríquez de Guzmán, Conde de Alba de Liste, décimo séptimo Virrey del Perú, aunque el templo tal
y como lo apreciamos hoy no se concluyó hasta 1674. Su sólida fachada de piedra, de tres cuerpos y
doce columnas, es un excelente ejemplo de la arquitectura barroca limeña del siglo XVII. Y a sus
lados se levantan dos altas y robustas torres decoradas con un almohadillado corrido y ondulado. La
portada lateral de dos cuerpos, llamada de San Luis Obispo, es sin embargo de diseño renacentista.
La iglesia consta de tres naves separadas por arquerías que soportan fornidos pilares, y el
crucero está cubierto por una amplia cúpula de media naranja que concluye en una linterna que
permite la iluminación interior. En sus muros y bóvedas se desarrollan adornos de estuco de diseños
geométricos de caracter predominantemente mudéjar. Y el altar mayor, diseño del presbítero Matías
Maestro, se fabricó a principios del siglo XIX y sustituyó a un labrado altar barroco del siglo XVII.
La custodia mayor, de 1671, es obra de orfebres cusqueños.
La iglesia de San Francisco fue durante el virreinato el templo limeño de mayor envergadura
después de la Catedral. De sus quince retablos destacan el hermoso ejemplar de San Diego, del siglo
XVII, y el de Nuestra Señora de la Luz, del siglo XVIII, que son soberbia expresión del barroco
limeño. Consideración especial merece, por otro lado, la espléndida sillería del coro alto (1670), tallada en cedro de Panamá y con un notable conjunto de labras de santos de las tres órdenes seráficas
Vista panorámica
de la iglesia
San Francisco.
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ROSA MERCEDES
AYARZA DE MORALES
Juan Mauricio Rugendas, La Plaza Mayor de Lima. Gouache sobre papel. 24,5 x 29 cm.
Colección Museo de Arte de Lima. Donación Manuel Cisneros Sánchez.
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LA GRAN COMPOSITORA DE LIMA
La gran compositora peruana nació en Lima el 8 de julio de 1881, en uno de los periodos
más dramáticos de la historia republicana nacional. En enero de ese mismo año (el tercero de la
Guerra del Pacífico) se habían librado los combates por la defensa de Lima, los pueblos de Chorrillos, Barranco y Miraflores habían sido saqueados e incendiados, y las tropas enemigas ocupaban la
capital. Eran días trágicos en los que la ciudad guardaba luto por los caídos, la resistencia comenzaba
a organizarse en la sierra central bajo la dirección del coronel Andrés A. Cáceres, y el gobierno de
Nicolás de Piérola se había instalado en Ayacucho.
Lima, sin embargo, aún debía sufrir por largo tiempo las secuelas de aquel desgraciado conflicto y el castigo a su heroica resistencia, cobrado con el botín de su rica Biblioteca Nacional y el
despojo de numerosas obras de arte y de ornato público. La ciudad sólo fue desocupada militarmente en agosto de 1884, a raíz de la ratificación en una Asamblea Constituyente del Tratado de Ancón
que dio por concluida la guerra. Y fue en esa sombría atmósfera que transcurrieron los primeros
balbuceos de quien iba a cantar, con tanto amor e inspiración, a la ciudad que durante los tres siglos
virreinales había sido el centro del poder español en la América meridional, y la urbe más bella del
Pacífico hasta aquel conflicto con Chile.
La histórica línea divisoria que marcó aquella guerra tiene una importancia decisiva, pues
ese acontecimiento canceló un largo periodo de predominancia política, económica y cultural de
un Perú, que se había mecido desde la Independencia en el engreimiento de su legendario pasado
incaico, y en la dorada aureola colonial que aún impregnaba de un carácter particularmente hispano
a la capital en los dos primeros tercios del siglo XIX.
En efecto, la República vieja había heredado del virreinato mentalidad, formas y costumbres
que no la hacían muy diferente del aspecto que había tenido en las décadas finales del siglo XVIII
y en los primeros lustros del siglo XIX. Una aseveración vivamente evidenciada por las fotografías
decimonónicas anteriores al conflicto, y los dibujos, óleos y acuarelas de artistas como el mulato
capitalino Pancho Fierro (1807-1879), el cónsul francés Leonce Angrand (que vivió en Lima entre
1834 y 1838) y el artista alemán Juan Mauricio Rugendas (que vivió en Perú entre 1842 y 1845). Sus
obras recogieron con excepcional realismo el aspecto de los habitantes y las costumbres de la ciudad,
así como el de sus plazas, iglesias, conventos, casonas, huertos, calles y paseos.
A los ocho años hizo
Rosa Mercedes su
primera aparición
pública interpretando
una pieza al piano.
Su fama precoz se
afirmaría a los catorce
años, al actuar como
cantante y directora
de coros de iglesia
integrados por personas
adultas a las que dirigía
con firme disciplina.
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LOS PREGONES DE LIMA
Juan Mauricio Rugendas, “Ño Toribio”, en
Manuel Cisneros Sánchez, Pancho Fierro y la Lima del 800. Lima, 1975.
Lám. 58 - Pág. 124.
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LOS PREGONES DE LIMA
Nadie mejor que don Ricardo Palma para introducirnos en el significado de los pregones
capitalinos y el orden que estos seguían en Lima. Ya lo dijo en su tradición “Con días y ollas venceremos”: “...hasta pocos años, los vendedores de Lima podían dar tema para un libro por la especialidad de sus pregones. Algo más. Casas había en que para saber la hora no se consultaba reloj, sino el
pregón de los vendedores ambulantes. Lima ha ganado en civilización, pero se ha despoetizado, y
día por día pierde todo lo que de original y típico tuvo en sus costumbres...”. Y continúa:
“Yo he alcanzado esos tiempos en los que parece que, en Lima, la ocupación de los vecinos
hubiera sido tener en continuo ejercicio los molinos de masticación, llamados dientes y
muelas. Juzgue el lector por el siguiente cuadrito de cómo distribuían las horas en mi barrio,
allá cuando yo andaba haciendo novillos por huertas y murallas, y muy distante de escribir
tradiciones y dragonear de poeta, que es otra forma de matar el tiempo o hacer novillos.
La lechera indicaba las seis de la mañana.
La tisanera y la chichera de Terranova daban su pregón a las siete en punto.
El bizcochero y la vendedora de leche-vinagre, que gritaba “¡a la cuajadita!”, designaban las ocho, ni
minuto más ni minuto menos.
La vendedora de sanguito de ñajú y choncholíes marcaba las nueve, hora de canónigos.
La tamalera era anuncio de las diez.
A las once pasaban la melonera y la mulata del convento vendiendo ranfañote, cocada, bocado de rey,
chancaquitas de cancha y de maní, y frejoles colados.
A las doce aparecían el frutero de canasta llena y el proveedor de empanaditas de picadillo.
La una era indefectiblemente señalada por el vendedor de ante con ante, la arrocera y el alfajorero.
A las dos de la tarde la picaronera, el humitero y el de la rica causa de Trujillo atronaban con sus pregones.
Pancho Fierro, Arriero con carga de pisco, en
Manuel Cisneros Sánchez, Pancho Fierro y la Lima del 800. Lima, 1975. Lám. 32 - Pág. 96.
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A las tres el melcochero, la turronera y el anticuchero o vendedor de bisteque en palito, clamoreaban con
más puntualidad que la Marí-Angola de la Catedral.
A las cuatro gritaban la picantera y el de la piñita de nuez.
A las cinco chillaban el jazminero, el de las caramanducas y el vendedor de flores de trapo, que gritaba:
“¡Jardín, jardín! Muchacha, ¿no hueles?”.
A las seis canturreaban el raicero y el galletero.
A las siete de la noche pregonaban el caramelero, la mazamorrera y la champucera.
A las ocho el heladero y el barquillero.
Aun a las nueve de la noche, junto con el toque de cubrefuego, el animero o sacristán de la
parroquia salía con capa colorada y farolito en mano pidiendo para las ánimas benditas del
purgatorio o para la cera de Nuestro Amo. Este prójimo era el terror de los niños rebeldes
para acostarse.
Después de esa hora, era el sereno del barrio quien reemplazaba a los relojes ambulantes,
cantando entre pitea y pitea: “¡Ave María Purísima! ¡Las diez han dado! ¡Viva el Perú, y
sereno!”. Que eso sí, para los serenos de Lima, por mucho que el tiempo estuviese nublado
o lluvioso, la consigna era declararlo ¡sereno! Y de sesenta en sesenta minutos se repetía el
canto hasta el amanecer.
Y hago caso omiso de innumerables pregones que se daban a una hora fija. ¡Ah, tiempos
dichosos! Podía en ellos ostentarse por pura chamberinada un cronómetro; pero para saber
con fijeza la hora en que uno vivía, ningún reloj más puntual que el pregón de los vendedores. Ese sí que no discrepaba pelo de segundo ni había para qué limpiarlo o enviarlo a la
enfermería cada seis meses...”.
La Lima virreinal y la republicana, hasta la llegada del automóvil, era en efecto un permanente mercado público, y las ordenanzas municipales nada o muy poco pudieron hacer para poner
algún orden en ese general desconcierto de voces. Ya desde el siglo XVI el ayuntamiento había emitido disposiciones que intentaban controlar el comercio ambulatorio, que por momentos impedía la
cómoda circulación de los peatones, particularmente en los soportales de la Plaza Mayor.
Los dibujos y acuarelas del artista de origen alemán Juan Mauricio Rugendas, así como del
cónsul francés en Lima, Leonce Angrand, y del mulato limeño Pancho Fierro, dan cuenta de esta
situación en el segundo tercio del siglo XIX, a escasos lustros de la emancipación. En esos retratos
de la ciudad se aprecia la gran variedad de tipos humanos que recorrían las calles o se sentaban en
los lugares más concurridos a ofrecer su variopinta mercadería. Algo de la atmósfera de los mercados andinos y del hábito indígena de organizar ferias en las plazas públicas, debió animar desde el
principio esta costumbre que alcanzó ribetes particulares en Lima, la gran urbe que creó sus propios
relojes en la puntualidad y las voces estridentes de aquellos pregoneros.
Muchos de aquellos pregoneros que conoció Rosa Mercedes, además, fueron los mismos que
escuchó y plasmó en sus crónicas Ricardo Palma, cuya gloriosa ancianidad se extinguió un 6 de
octubre de 1919. La capital fue señalada así con el privilegio de tener un escritor y una compositora
que recibieron, al mismo tiempo, el perfume de una Lima graciosa, delicada y bullanguera que
ambos, genialmente, supieron recrear.
Pancho Fierro, Puesto de chicha y picante, en
Manuel Cisneros Sánchez, Pancho Fierro y la Lima del 800. Lima, 1975. Lám. 29 - Pág. 93.

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