DON QUIJOTE SIN CALZONES EN SIERRA MORENA

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DON QUIJOTE SIN CALZONES EN SIERRA MORENA
Revista destiempos N°41
Revista destiempos
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José Carlos Vilchis Fraustro
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Si declaráramos llanamente a algún interlocutor que Don Quijote se quita
la armadura, casi toda la ropa y hasta los calzones en medio de un paraje
silvestre, y anda dando vueltas y cabriolas semidesnudo en un escenario
lleno de árboles, maleza, y fauna serrana, tal vez el episodio en cuestión
movería a risa. En todo caso, la pregunta para este trabajo es ¿por qué
don Quijote se quita los calzones en Sierra Morena? Al final del capítulo
XXV del primer tomo es donde se nos describe la situación:
Y desnudándose con toda priesa los calzones, [Don Quijote]
quedó en carnes y en pañales, y luego, sin más ni más, dio
dos zapateas en el aire y dos tumbas la cabeza abajo y los
pies en alto, descubriendo cosas que, por no verlas otra vez,
volvió sancho la rienda a Rocinante, y se dio por contento y
satisfecho de que podía jurar que su amo quedaba loco.
(XXV, 317).1
Un “encuerado” haciendo desfiguros es una imagen que puede
remitirnos a la jocosidad. Sin embargo, como todo fenómeno, es menester
averiguar el contenido anecdótico anterior a la acción, describir y observar
las causas y tal vez buscar un sentido de su ejecución. Por ello, y en una
reflexión inicial, sería de interés preguntarnos ¿existen elementos anteriores al acto de Don Quijote que podrían disponer o despojar la risa en
esta situación? ¿Cuáles serían? El presente estudio pretende ensayar al
respecto.
MODELO CABALLERESCO
Es importante entender estas acciones de desnudez, inicialmente, con
intertextualidad. El final del capítulo XXV expone el momento donde don
Cervantes Saavedra, Miguel de. El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, V. I. Edición de John Jay
Allen, 19ª ed. Madrid: Cátedra, 2001 (Letras Hispánicas, 100). Desde este momento, en el cuerpo del texto las
citas de la obra se señalarán en romanos el capítulo y en arábigos el número de página.
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Quijote corona los preparativos para realizar una penitencia de amor por
Dulcinea del Toboso. Cuando el malogrado Caballero andante llega a
Sierra Morena encuentra un lugar propicio, obedeciendo la preceptiva de
los libros de caballerías, para purgar el amor que siente por su doncella; de
manera más concreta, la abundante crítica de Don Quijote informa que esta
penitencia se hace a modo de imitación de la que hace Amadís de Gaula
en Peña Pobre. Como muestra, Bienvenido Morros, en “Amadís y don
Quijote” nos explica que
Huyendo de la justicia después de la liberación de los
galeotes, [don Quijote] piensa en acometer una penitencia
de amor, al refugiarse en Sierra Morena. Es entonces
cuando la figura de Amadís surge como el modelo por imitar,
a pesar de sus vacilaciones entre seguirlo a él o seguir a
Orlando. Si el de Gaula por el desdén repentino de Oriana
se refugió en un islote, dentro del mar, llamado Peña Pobre,
para dejarse morir, y el paladín francés enloqueció al leer
primero en una fuente y después en un cabaña las
inscripciones, grabadas por el propio Medoro, sobre el amor
consumado entre éste y Angélica, don Quijote está
dispuesto o a permanecer sine die en Sierra Morena o a
perder el juicio de manera definitiva si Dulcinea no pone
algún remedio al mal de ausencia que padece. (Morros,
“Amadís…”, 43).
Esta visión intertextual también es explicada por Francisco Márquez
Villanueva, quien menciona que esta relación literaria surge, en Don
Quijote de la Mancha, a propósito de la penitencia amorosa: “reacciona en
forma previsible a la sugerencia de un escenario [el de Sierra Morena] que,
para él, no es naturaleza, sino literatura” (Márquez Villanueva, Personajes
y temas, 22). La escena que hemos visto en principio como risible, en
realidad hunde sus bases en contextos y pretextos literarios: si Morros ya
está explicando semejanzas no sólo con Amadís, sino con Orlando,
Márquez Villanueva explora el recurso literario en busca de una
justificación intertextual del hecho y explica más fuentes de referencia:
El tema de la «penitencia» amorosa lejos de la civilización
no es tampoco original en el Amadís de Gaula. La aventura
de la Peña Pobre es, a su vez, claro eco de la historia de
Tristán e Iseo, uno de los focos de aquella vasta materia de
Bretaña que sutilmente late todavía en el libro de Montalvo.
La conducta de Amadís está allí calcada sobre la de Tristán,
que corre a sepultarse vivo en la floresta de Morrois cuando,
equivocadamente, se cree postergado por la reina Iseo. Hay
las mismas idas y venidas de caballeros y doncellas en su
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búsqueda (Fergus, Palamède, Brangain entre otros), el
mismo patético abandono del caballo y las armas, la vida
primitiva y penada junto a una fuente, el mismo lento
descaecer que ennegrece y vuelve irreconocible su rostro.
Pero esta aventura desesperada no aparece hasta la tardía
versión en prosa conocida como Tristán de Léonois y que
no se elabora sino en los siglos XIII y XIV, a partir de 1251.
Los viejos poemas de Thomas y Beroul, así como su perdido
y maravilloso arquetipo, ofrecían un episodio de sentido más
elemental y puro, obvio punto de partida para los refundidores del Léonois, que para nosotros fue Tristán de
Leonís. Condenados a la hoguera los adúlteros por el rey
Marco de Cornualles (Mares en la versión española), Tristán
logra escapar en el camino del suplicio e Iseo, la rubia
incomparable, ve conmutada su pena por la aún más horrible de ser cedida como propiedad comunal a la lujuria de los
leprosos del reino. Tristán la libera muy pronto de entre la
infecta caterva y los amantes corren a refugiarse en la torva
selva de Morrois. Allí han de arrastrar una existencia mísera
e infrahumana, harapientos, mal alimentados y, sobre todo,
en continua huida y temerosos hasta de hacer ruido en la
caza por recelo de caer en manos del iracundo monarca.
(Márquez Villanueva, Personajes y temas, 25)
Con esta información como referente, nuestro texto nos acerca a
la tradición de las penitencias de amor de la literatura caballeresca. Don
Quijote, enfebrecido por la literatura que ha consultado, entiende que las
penitencias del contexto literario que ha adoptado requieren de un caballero que desee apartarse del mundo y estar en soledad para purgar su sentir,
acorde con su estatus caballeresco. En este paradigma que es la penuria
de amor, la llegada a Sierra Morena se convierte en el sitio que ha elegido
don Quijote para trascender y justificar un mundo de literatura al que
reconoce plenamente para la forma de vida que ha escogido. Y vaya que
ha dominado una idea de ficción literaria para nuestro personaje: si contáramos desde el capítulo XIX hasta el capítulo XXV del tomo primero de Don
Quijote de la Mancha, los acontecimientos que lo llevan a Sierra Morena
atraviesan específicamente por dos aspectos del tema de amor de los
libros de caballerías que es necesario enfatizar: el primero es cuando don
Quijote le explica a Sancho su idea de servicio de caballero ante un
príncipe o emperador y la obtención del amor de la princesa del reino 2; se
trata de un breve relato, de tantos insertos en la novela de Cervantes, donde el protagonista abunda en un imaginario de una traza literaria que
Este relato se produce en el capítulo XXI de la novela, en un diálogo de razonamientos entre Sancho y don
Quijote que, en la edición utilizada pare este estudio se encuentra en las páginas 264 a 267.
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explica pacientemente a su escudero y declara que debe ganar fama y
fortuna por sus hazañas antes de servir a un amo y encontrar el amor de
la doncella. Un segundo momento literario muy subrayado es cuando el Hidalgo interrumpe a Cardenio en el relato de sus desventuras amorosas al
haber escuchado la mención del Amadís de Gaula, regalado a Luscinda y
que desemboca en el enredo literario de la reina Madásima.3 Estos componentes anuncian una concepción de la realidad mezclada con la literatura
y bien puede pensarse que contribuyen a acentuar la llegada del episodio
de la penitencia amorosa. Ambos elementos en combinación con el contramandato de Ginés de Pasamonte4 para que Don Quijote se presente ante
Dulcinea del Toboso, nos lleva hacia la vertiente por la cual muchos
lectores de la novela sustentan la locura de amor de don quijote en la literatura para hacer actos inverosímiles en la ya mencionada Sierra Morena.
Pensando en los referentes literarios aquí expuestos, la crítica
cervantina concuerda en que Amadís tenía un buen pretexto para ejecutar
los actos de su sufrimiento, ya que se quejaba del amor de Oriana; en el
caso de don Quijote se adolece de una causa tangible5 y empieza su
calvario por pura voluntad, tal como lo explica Juan Bautista Avalle Arce
Lo que llevó a don Quijote a tomar esta extraordinaria decisión en plena Sierra Morena fue, según lo explica él mismo,
un limpio acto de voluntad. Sus acciones, en esta coyuntura,
no tienen motivación alguna, y así lo reconoce él, de manera
paladina, al admitir que no tenía razón de queja alguna contra Dulcinea del Toboso, como Amadís la tuvo contra Oriana.
(Avalle, “La vida como obra de arte”)6
Voluntad paradigmática, incluso incómoda, que en el comentario
de los críticos es una propuesta de reflexión hacia la vivencia pura o in
extremis de la literatura. Vemos que a don Quijote lo domina una idea
literaria y su afán de ser un buen caballero andante y, tal vez por esas
razones, al comienzo del capítulo XXVI piensa qué “le estaría más a
cuento: imitar a Roldán en las locuras desaforadas que hizo, o a Amadís
en las melancólicas” (XXVI, 318). Como resultado, don Quijote se apropia
de un lugar que entiende como literario y es en su constante fantasía donde
decide apropiarse de los actos caballerescos de una literatura que le
Situación que puede encontrarse en el capítulo XXIV en el encuentro con Cardenio, pp. 297-299.
Como se ha dicho, los dos momentos específicos del tema del amor en la literatura de caballerías pueden
combinarse con el capítulo XXII cuando Ginés de Pasamonte indica que don Quijote haga el servicio de
presentarse ante Dulcinea, p. 280.
5 Cuestión en la que se abundará más adelante en este trabajo.
6 En el presente estudio se cita el capítulo V de la versión virtual de Don Quijote como forma de vida de Juan
Bautista Avalle Arce, contenida en la Biblioteca Virtual Cervantes, consultada el 25 de septiembre de 2014. Toda
vez que se recurra a este dossier en línea se pondrá el nombre del capítulo citado. En la bibliografía del presente
texto se proporcionan los detalles de la fuente de información consultada.
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proporciona sentido a sus propios actos. La penitencia amorosa nos resulta
de una familiaridad en la ficción, que las acciones de nuestro caballero, y
en específico quitarse los calzones, puede conmovernos hasta la risa,
porque andar con el bajo cuerpo descubierto es una cuestión que queda
explícita en el texto de Cervantes. Pero en la complejidad de nuestra obra,
la comicidad tal vez sería una visión incompleta del acto.
DECONSTRUCCIÓN DEL CABALLERO: LA ANGUSTIA DE DESNUDARSE
Para pensar el postulado paradigma de quitarse los calzones, es necesario
contemplar un elemento más de fantasía literaria caballeresca en don
Quijote antes de su llegada a Sierra Morena. Retrocedamos un poco, hacia
el capítulo XIX de la novela, que es el punto de partida que se ha elegido
como base para analizar el acto de quitarse los calzones, y se debe a la
aparición de su mote como caballero. Recordemos que Sancho Panza
decide un sobrenombre, a modo de epíteto, con el cual Alonso Quijano
sería conocido por sus hazañas, y es El Caballero de la triste Figura. En la
novela se describe cómo es acuñado este sobrenombre: después de que
don Quijote arremete contra el cortejo fúnebre de un caballero que es
trasladado a Segovia, Sancho le informa a un bachiller, llamado Alonso
López, quién ha sido el autor del acto de enfrentarlos a todos y ahí el
escudero bautiza con el sobrenombre mencionado a su señor:
—Si acaso quisieren saber esos señores quién ha sido el
valeroso que tales los puso, diráles vuestra merced que es
el famoso don Quijote de la Mancha, que por otro nombre
se llama el Caballero de la Triste Figura.
Con esto se fue el bachiller, y don Quijote preguntó a Sancho
que qué le había movido a llamarle «el Caballero de la Triste
Figura», más entonces que nunca.
—Yo se lo diré —respondió Sancho—, porque le he estado
mirando un rato a la luz de aquella hacha que lleva aquel
malandante, y verdaderamente tiene vuestra merced la más
mala figura, de poco acá, que jamás he visto; y débelo de
haber causado, o ya el cansancio deste combate, o ya la
falta de las muelas y dientes. (XIX, 242).
Don Quijote, a su vez, reacciona algo desconcertado de este
sobrenombre, ya que en su imaginería literaria esperaba algo más digno;
sin embargo acepta el apelativo
—No es eso —respondió don Quijote—, sino que el sabio a
cuyo cargo debe de estar el escribir la historia de mis
hazañas le habrá parecido que será bien que yo tome algún
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nombre apelativo como lo tomaban todos los caballeros
pasados: cuál se llamaba el de la Ardiente Espada; cuál, el
del Unicornio; aquel, el de las Doncellas; aqueste, el del Ave
Fénix; el otro, el caballero del Grifo; estotro, el de la Muerte;
y por estos nombres e insignias eran conocidos por toda la
redondez de la tierra. Y, así, digo que el sabio ya dicho te
habrá puesto en la lengua y en el pensamiento ahora que
me llamases el Caballero de la Triste Figura, como pienso
llamarme desde hoy en adelante; y para que mejor me cuadre tal nombre, determino de hacer pintar, cuando haya
lugar, en mi escudo una muy triste figura. (XIX, 242).
La respuesta de Sancho, a su vez, es muy importante, desde mi
punto de vista, antes del episodio de Sierra Morena. Es, en mi interpretación, el inicio del camino de la crisis amorosa y humana de Sierra Morena
que se vale inicialmente de la intertextualidad literaria:
—No hay para qué gastar tiempo y dineros en hacer esa
figura —dijo Sancho—, sino lo que se ha de hacer es que
vuestra merced descubra la suya y dé rostro a los que le
miraren, que sin más ni más, y sin otra imagen ni escudo, le
llamarán el de la Triste Figura; y créame que le digo verdad,
porque le prometo a vuestra merced, señor (y esto sea dicho
en burlas), que le hace tan mala cara la hambre y la falta de
las muelas, que, como ya tengo dicho, se podrá muy bien
escusar la triste pintura.
Rióse don Quijote del donaire de Sancho; pero, con
todo, propuso de llamarse de aquel nombre, en pudiendo
pintar su escudo o rodela como había imaginado. (XIX, 242243).
Cabe mencionar que, después de este momento, sólo el narrador
omnisciente y Sancho Panza son los únicos que llaman Caballero de la
Triste Figura a don Quijote. Ni él mismo se autodenomina así; incluso en
el ya mencionado episodio de la imaginería literaria del capítulo XXI del
primer tomo, Don Quijote habla de unos epítetos más dignos de la
condición del caballero:
Antes que se llegue a ese término [encontrar un señor al
cual servir], es menester andar por el mundo como en
aprobación, buscando las aventuras, para que, acabando
algunas, se cobre nombre y fama tal, que cuando se fuere a
la corte de algún monarca, ya sea el caballero conocido por
su obras; y que, apenas le hayan visto entrar los muchachos
por la puerta de la ciudad, cuando todos le sigan y rodeen,
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dando voces, diciendo: «Éste es el caballero del Sol, o de la
Sierpe, o de otra insignia alguna, debajo de la cual hubiere
acabado grandes hazañas. Este es -dirán- el que venció en
singular batalla al gigantazo Brocabruno de la Gran Fuerza;
el que desencantó al Gran Mameluco de Persia del largo
encantamento en que había estado casi novecientos años».
(XXI, 264).
El punto de inflexión será, en este sentido, el instante de la
verdadera aceptación del protagonista del mote que le ha proporcionado
Sancho Panza, que se produce hasta la llegada del capítulo XXV en el
momento en que se pacta la escritura de la carta a Dulcinea. Tal vez logre
explicar mejor el asunto si hacemos un recuento de hechos:
A)
Cap. XIX: Sancho bautiza a don Quijote como Caballero
de la Triste Figura.
B)
Cap. XXI: Don Quijote narra a Sancho un estado ideal de
la caballería y el amor en un metarrelato. En el mismo, habla de los motes
de caballeros que suenan de alto renombre y de grandes hazañas, en
claras referencias a la literatura de caballerías.
C)
Cap. XXII: Don Quijote libera a los galeotes y Ginés de
Pasamonte le ordena ir frente a Dulcinea a manifestarle su amor y relatar
sus hazañas, ya que en su condición de fugitivo no podrá ni querrá hacerlo,
al igual que el resto de los galeotes.
D)
Cap. XXIII: Se conoce la historia de Cardenio, un hombre
consumido por el amor, entendido como un penitente. Menciona el libro de
Amadís y despierta la euforia del Hidalgo.
E)
Cap. XXV: Don Quijote decide hacer una penitencia en
Sierra Morena, a imitación de los protagonistas de los libros de caballerías:
ahí también decide adoptar como propio el sobrenombre de Caballero de
la Triste Figura y plasmarlo incluso en una carta.
Se debe aceptar de antemano que entre la crítica especializada el
encuentro con Cardenio (nuestro punto D) es un factor determinante para
la ejecución de la penitencia amorosa de don Quijote. Avalle Arce explica
que:
La idea de penitencia, desde un principio, va asociada con
el nombre de Cardenio, y es este mismo quien introduce el
nombre de Amadís. Los dos términos se asocian en el
subconsciente de don Quijote ―o en su inconsciente, para
decirlo con Jung― y así toma cuerpo la idea de imitar la
penitencia de Amadís. Lo que la conciencia del caballero
andante apreciaba y valorizaba como un acto gratuito queda
vulgarizado por el psicoanálisis moderno y reducido a la
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categoría de una simple asociación de ideas libre y subconsciente (Avalle, “La vida como obra de arte”).
Sin embargo, y sin contravenir este postulado, ¿cuál es la
importancia del último hecho que hemos numerado, el punto E? Posiblemente la autodenominación del epíteto del caballero andante cervantino
sea un paradigma de mayor envergadura, en la imaginación literaria, del
inicio del camino de la penitencia amorosa, ya revisada por la crítica
especializada en la intertextualidad de los libros de caballerías. Debe
considerarse la posibilidad de que nuestro personaje haya comenzado un
ejercicio de autoconciencia fuera del guión de caballería; se revela a sí
mismo como humano, como un ser incapaz de resolver por méritos
literarios y de hazañas su condición que, hasta este momento, le revela
una tristeza sin igual. Hemos visto que previamente al capítulo XXV, don
Quijote en sus andanzas no había revelado un motivo para llamarse de
Triste Figura. ¿Por qué no lo había hecho antes? Quizá porque hasta la
vista del amor insatisfecho y el miedo a enfrentarlo, a mi parecer, es cuando
se desencadena la aceptación plena de una imagen propia muy lastimera,
triste y desolada. Ésta percepción depresiva de sí mismo en nuestro personaje puede acentuarse si se toma en cuenta una observación de
Bienvenido Morros acerca de la diferencia de edades del modelo
caballeresco que don Quijote decide imitar:
Don Quijote está a punto de cumplir los cincuenta años
cuando decide salir a los caminos para resucitar la caballería
andante, mientras que Amadís vive su período de máximo
esplendor, muy poco antes de su exilio en Peña Pobre, a los
veinte, cuando ya ha tenido la primera relación sexual con
Oriana. Don Quijote, por el contrario, ni se ha casado ni ha
conocido mujer, y, de su vida amorosa, sólo menciona el
episodio con Aldonza Lorenzo, a quien convierte en la
princesa Dulcinea, pero con quien ni tan siquiera ha
hablado, y a quien no queda claro si ha visto (Morros,
“Amadís…”, 41).
Con este halo de tristeza como colofón, somos testigos del inicio
de una penitencia inigualable que comienza, luego de enviar una misiva a
Dulcinea ―firmada por El Caballero de la Triste Figura―, precisamente
con un desnudo y algunas cabriolas. Es una actitud desafiante y es en la
literatura, en la concepción del ser en la tristeza, en el atestiguamiento de
una condición amorosa como la de Cardenio, lo que libera a nuestro personaje para expresar su amor. Este amor, a su vez, está destinado a la
quimera que Alonso Quijano ha construido alrededor de una moza llamada
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Aldonza Lorenzo a la que apenas conoce, en quien vierte la idea de una
imaginada dama llamada Dulcinea del Toboso. Pensar en la actitud de don
Quijote ante el amor podría relacionarse con las ideas del propio
Cervantes, a lo que Américo Castro comenta:
Hay determinadas realidades, tanto físicas como morales
que para él [Cervantes] son de existencia tan evidente como
esta luz que nos alumbra. Entre esas realidades morales
hay algunas cuya existencia se establece dogmáticamente,
y que son en Cervantes verdaderas tesis de combate; entre
ellas ninguna de importancia mayor que la libertad amorosa.
El amor es la máxima esencia vital: no en vano estaba
cervantes impregnado de la íntima doctrina neoplatónica de
los Diálogos de León Hebreo; la naturaleza ―fuerza mística
que, según el Renacimiento comparte la divinidad del
regimiento del universo― ha hecho del amor un principio
armónico per se; malhaya, pues, quien ignorando tan tremenda verdad rompe la ecuación vital representada en el
amor concorde. (Castro, “El pensamiento de Cervantes”,
623)
Tomando en cuenta este comentario de Castro, ¿malhaya para don Quijote
entonces? O más despiadadamente: ¿será el amor, surgido de la voluntad
de un delirante el que revele estados humanos inquietantes? Atenidos a
esto, observemos que en esta penitencia amorosa no existe un objeto
amoroso real, sino una imagen idílica a la que el Caballero de la Triste
Figura decide venerar con dolor amoroso. Es verdad que se manifiesta la
libertad amorosa, pero también que esta libertad conlleva el peligro de que
se trata de quimeras y sueños, divagaciones cuya naturaleza es, en verdad, espeluznante. Pensemos pues, en las relaciones normales entre
causa y efecto que son rotas por obra de la voluntad y que Avalle Arce
explica
[…] nuestra vida íntegra está arraigada, en forma
inconmovible, en el funcionamiento normal de las eternas
relaciones entre sujeto y objeto. Pero con don Quijote en
Sierra Morena, a punto de comenzar su penitencia, parece
más bien como si su voluntad se hubiese convertido en su
propio sujeto y objeto, de la misma suerte que el índice del
acróbata de circo es a la vez su dedo y su sustento corporal.
Nos hallamos ante un caso, único hasta ese momento en los
anales literarios, en que la voluntad se ha trascendido a sí
misma al anular la relación normal entre sujeto y objeto.
(Avalle, “La vida como obra de arte”)
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La voluntad lleva a nuestro personaje a aceptarse de Triste Figura. La
voluntad lo lleva a decidirse por la penitencia amorosa. Y es en palabras
del mismo don Quijote donde esta paradigmática voluntad se manifiesta
–Por lo menos, quiero, Sancho, y porque es menester ansí,
quiero, digo, que me veas en cueros, y hacer una o dos
docenas de locuras, que las haré en menos de media hora,
porque habiéndolas tú visto por tus ojos, puedas jurar a tu
salvo en las demás que quisieres añadir; y asegúrote que no
dirás tú tantas cuantas yo pienso hacer (XXV, 315. El
subrayado es mío)
Estas palabras constatan la extraordinaria libertad de voluntad que
posee don Quijote, además de que ya manifiesta de viva voz su deseo de
despojarse de la ropa. Sancho, por su parte, ya percibe lo lastimero de la
imagen y de la acción de don Quijote, aún antes de que se lleve a cabo
―“Por amor de Dios, Señor mío, que no vea yo en cueros a vuestra
merced, que me dará mucha lástima y no podré dejar de llorar” (XXV,
315)―. Este dolor compasivo que muestra el escudero también puede
transmitirse al lector. En este nivel extraliterario podemos esbozar una
sonrisa ante la decisión de don Quijote, pero también asistimos a ver que
“ha ocurrido [...] un gravísimo quebranto en el orden de la vida, porque ha
cesado de existir la relación normal entre causa y efecto” (Avalle, “La vida
como obra de arte”). Con esta relación rota, con el orden del universo en
entredicho, don Quijote es quien, inexplicablemente, siente la pureza del
amor, pero sin existencia del objeto amoroso: Dulcinea, como tal, es un
invento de su imaginación. Lo que sí existe es lo que nuestro caballero
andante siente, de forma tan avivada que ese objeto (causa amorosa), bien
puede pasar a segundo término, dejando una paradoja.
Cuando en la Edad Media se hacían penitencias de amor, el varón
debía pasar por una serie de pruebas en donde la amada hacía desplantes
y desdenes al amante, con el único fin de que se probara la fuerza de ese
amor, que en el amor cortés se trataba del periodo de “servicio”. A los ojos
del amante, la doncella era la perfección, no sólo física, sino también espiritual. Este tipo de amor tenía un subido tono masoquista, y don Quijote se
orienta hacia ese lado. La a gran diferencia es que, en este caso, nuestro
personaje no tiene, en su amada, una presencia física: su acto de amor es
totalmente voluntario y va lleno de varias sinrazones e interrogantes que
nos desconciertan. Esta fuerza amorosa también la vemos en Dorotea y
Cardenio; se trata de una pasión tan fuerte y tan avasalladora que es el
elemento en común que lleva a los tres personajes a encontrase. La
pregunta aquí es: ¿cuál de los tres amores es más fuerte?... o ¿cuál es el
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más válido? Puede haber un sinfín de respuestas, pero es un hecho que el
de don Quijote es el más desconcertante.
Acerca del amor en temas de la literatura caballeresca, José
Amezcua en “El caballero enamorado” explica que
Tan profundo, tan insondable el amor. Pero también tan
desconcertante por contradictorio. Puede resolverse en mil
aventuras y puede concentrar las mil inquietudes del hombre
en un sentimiento ardiente por sólo una amada. Dispersión
o sentimiento que integra, el amor es siempre una revelación, pues hace aflorar nuestra verdadera personalidad,
esa que guardamos para entregarla en muchas aventuras,
o, de una vez, en una sola. ¿Será también para el caballero,
una prueba que nos revele su esencia última, los móviles
verdaderos de su tornadiza personalidad? ¿O es el amor,
como tantas otras, una faceta más que agregar a las muchas del caballero? (Amezcua, “El caballero…”, 93)
Esta reflexión del amor y su incidencia en la figura del caballero, trasladada
a don Quijote es muy preocupante, sobre todo en los actos del de la Triste
Figura. La pureza del amor la entiende don Quijote, de tal modo, que es
capaz de deshacerse de sus vestiduras para hacer penitencia. Sabe que
no es un efebo pero, desde mi punto de vista, ha de entender un aspecto
carnal no falto de pureza para el amor. Don Quijote une lo carnal y lo
espiritual de forma ingeniosa: se desnuda y se queda en camisola, y con
un jirón de la misma fabrica un rosario para poder rezar “un millón de
avemarías” (XXVI, 319). Quizá esta idea cobre mayor fuerza si pensamos
que “penitencia de amor terminará siendo, para Cervantes, una de esas
mescolanzas de lo divino y lo humano de que nunca se ha de vestir ningún
cristiano entendimiento, una idea anacrónica y cascada por su haz y un
sublime ridículo por su envés” (Márquez, Personajes y temas, 38). La
penitencia amorosa, como tema, no es nada nuevo en la literatura de la
época. Lo novedoso es la manera de tratarlo: con ironía, gracia, crítica y
pesadumbre. El hecho de que comience con un desnudo es algo original y
agudo.
Reiteremos la idea de que cuando don Quijote decide quitarse la
armadura deja salir, de la figura del caballero andante, al hombre. El hecho
de que se despoje de toda vestidura, incluso las prendas íntimas y a la
vista de los antecedentes ya descritos, nos proporciona una imagen
lastimera de un ser humano, únicamente por causa del amor. Pero hay que
ser conscientes de que no se trata de un amor cualquiera, o traducible en
términos de normalidad del fenómeno del enamoramiento.
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Hay una interpretación más de este asunto que me interesa reproducir, hecha por Milan Kundera:
Don quijote decide amar a cierta moza [inexistente] de
nombre Dulcinea, y ello a pesar de que casi no la conoce
[sic.] (lo cual no nos sorprende, porque ya sabemos que
cuando se trata de “whare liebe”, amor verdadero, el amado
importa poquísimo). En el capítulo veinticinco del primer libro
va con Sancho a unas montañas desiertas, en las que quiere
enseñarle la grandeza de su pasión. Pero, ¿cómo puede
demostrarle a otro que arde una llama en su alma? Y ¿cómo
demostrárselo además a un ser tan ingenuo y obtuso como
Sancho? (Kundera, La inmortalidad, 235. El subrayado es
mío)
Estas líneas contienen varias de las ideas que hemos visto a lo
largo de este trabajo: Alonso Quijano toma la libertad de amar, el amor es
producto de su deseo de sentir pasión amorosa. La cuestión es que, en su
deseo de validarlo, deviene la fractura del orden natural causa-efecto. La
siguiente cuestión es su deseo de manifestar, realmente, que está enamorado. Esta demostración será a un testigo que ignora la cultura letrada de
los libros de caballerías pero que, al igual que don Quijote, es humano y
seguro no está exento de sentir algo. Don Quijote habría de recurrir a un
lenguaje común entre los dos mundos que significan él y su escudero. La
interpretación continúa con este párrafo
Así es como don Quijote se desnuda en un sendero del
bosque, se queda sólo en camisa, y para mostrarle al
sirviente la inmensidad de su sentimiento empieza a dar
vueltas de carnero delante de él. Cada vez que se pone
cabeza abajo, la camisa se le escurre hasta los hombros y
Sancho ve su sexo en movimiento. La visión del pequeño
miembro virginal del caballero es tan cómicamente triste, tan
desgarradora, que ni siquiera sancho, que tiene un alma
curtida, es capaz de seguir viendo aquél teatro, monta en
Rocinante y se marcha a la carrera. (Kundera, La
inmortalidad, 235)
Consideremos la idea de la existencia del amor libre. Se tiene la
libertad de amar, sin importar a quién. Este amor, sin objeto de justificación,
se validará con el desnudo de Alonso Quijano. Es en esa locura amorosa
donde veremos la fractura ya mencionada del orden natural, y transmitida
a un lenguaje corporal, visceral, tan infinitamente triste que no hay palabras
para describirlo. Un don Quijote sin calzones, mostrando así su amor, nos
habla de una gran reflexión acerca del significado y la complejidad que
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tenemos como seres humanos, más aún al tratarse de un personaje que
nos critica, nos devela flaquezas del hombre bajo el piadoso manto de la
locura. Quedan, pues, al aire algunas preguntas más sobre el amor y la
autenticidad del mismo y ahondar con mayor énfasis en las acciones de
don Quijote para esta escena. Debe atenderse seriamente lo que siente el
personaje, inflamado y perdido ante un sentimiento que no es totalmente
capaz de superar. Lo irónico, a mi parecer, es que en su ruptura íntima al
autodenominarse de la Triste Figura, él sí lo comprende.
Finalmente, después de estas observaciones y trazas sobre la
autoconciencia, sobre el amor sin destinatario, sobre la ruptura del orden
natural de las cosas y la imposición de la voluntad a costa de todo, al final
no me queda muy claro si el lector debería reír de la imagen de un don
Quijote sin calzones, perdido y angustiado en los verdores de Sierra
Morena.7
BIBLIOGRAFÍA.
AMEZCUA, JOSÉ, “El caballero enamorado” en Metamorfosis del caballero. Sus
transformaciones en los libros de caballería españoles. México: UAM-I, 1984
(Cuadernos universitarios, 14), pp. 93-118.
AVALLE ARCE, JUAN BAUTISTA, “La vida como obra de arte”. Versión digital de Don Quijote
como forma de vida de la Biblioteca Virtual Cervantes en
http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/don-quijote-como-forma-de-vida-0/html/ff6f21e6-82b1-11df-acc7-002185ce6064_25.html#I_12_
(consultado el 23 de septiembre de 2014).
CASTRO, AMÉRICO, “El pensamiento de Cervantes” en Francisco Rico (ed.): Historia y
crítica de la literatura española, tomo II. Barcelona: Crítica, 1980, pp. 620-626
CERVANTES SAAVEDRA, MIGUEL DE, El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Vol. I.
Edición de John Jay Allen, 19ª ed. Madrid: Cátedra, 2001 (Letras Hispánicas,
100).
KUNDERA, MILAN, La Inmortalidad. Trad. de Fernando de Valenzuela. Barcelona: Tusquets,
1990.
MÁRQUEZ VILLANUEVA, FRANCISCO, Personajes y temas del quijote. Madrid: Taurus, 1975.
MORROS, MESTRES, BIENVENIDO, “Amadís y don Quijote”. Criticón 91, 2004, 41-65.
Una primera versión de este trabajo se leyó como ponencia el 6 de noviembre de 2000 en el II Congreso
Estudiantil de Crítica e Investigación Literarias en la Universidad Autónoma Metropolitana Iztapalapa, y que fue
coordinado por el comité compuesto por Cinthya Isabel Rojano Cong y Reyna Cortés Hernández, junto con la
División de Ciencias Sociales y Humanidades y la Coordinación de Letras Hispánicas.
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