Corte: capital aragonesa de Córcega La aventura aragonesa en el

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Corte: capital aragonesa de Córcega La aventura aragonesa en el
Corte: capital aragonesa de Córcega La aventura aragonesa en el Mediterráneo cerró en 1295 su gran episodio de la conquista de Sicilia con un tratado: el de Anagni. En él, el Papa, con tal de ver a los aragoneses fuera de éste y de los territorios que habían conquistado en el reino de Nápoles, concedió a Aragón el dominio de las islas de Cerdeña y Córcega, que se debatían entre la independencia y el dominio de pisanos y genoveses. Un nuevo horizonte y un nuevo capítulo de esta aventura mediterránea. El Papa sabía bien lo difícil que habría de ser para los aragoneses hacer efectivo el dominio que les reconocía, y los dos siglos posteriores habrían de contemplar los denodados esfuerzos de éstos por asentarse en estas islas. La empresa culminaría con el éxito en Cerdeña y con fracaso en Córcega. Pero, con todo y con eso, la huella de Aragón en esta última aún es patente para quien conozca la Historia y sepa observar con detenimiento y mimo las viejas piedras de este hermoso país. Los aragoneses no estuvieron en disposición de tomar posesión de su nuevo "Reino de Cerdeña y Córcega" hasta 1324 y, todo lo más, limitaron su primera ofensiva a la mayor de ambas islas. Córcega permaneció en una situación de relativa independencia, luchando por expulsar a los pisanos de sus bases costeras y buscando el apoyo de Génova, principal rival mediterráneo de Aragón en ese momento. Sin embargo, los genoveses pronto violaron su acuerdo con los corsos y se hicieron con el control de la isla a través de una sociedad mercantil, sustituyendo a los pisanos como dominadores. En esta situación, uno de los barones de la isla, Arrigo della Rocca, conde de la pro-­‐aragonesa casa de Cinarca, pidió ayuda a los aragoneses, quienes desembarcaron en 1372 e hicieron retroceder a los genoveses hasta reducir su presencia a un puñado de plazas fortificadas en el norte de la isla. Vista general de la ciudad de Corte, capital histórica de Córcega La intervención aragonesa parecía doblemente legitimada en cuanto a que al título nominal de soberanía otorgado por el Papa se le añadió el hecho de que ésta se hizo a instancias de los propios isleños o, al menos, de un sector importante de éstos. Incluso el rey de Aragón, Martín el Humano, estuvo en la isla en 1397 reafirmando su dominio efectivo. Sin embargo la conquista apenas habría de durar tres décadas: en 1401 muere della Rocca y se produce un restablecimiento del dominio genovés. O, al menos, nominalmente, ya que eran los franceses quienes manejaban los hilos: la república de Génova, dividida en agrias disputas politicas y rivalidades entre las casas comerciales que la gobernaban, acabó cayendo bajo el dominio de Francia, siendo ésta la que envió un gobernador que, tras la expulsión de los aragoneses, aseguró el control de la isla en nombre de Carlos VI de Francia. Pero los aragoneses no estaban dispuestos a renunciar a Córcega. En 1404 otro conde de Cinarca, Vincentello d'Istria, es nombrado lugarteniente del rey de Aragón en la isla. Éste desembarca en Córcega con un contingente militar aragonés y toma el control de Cinarca y Ajaccio, avanzando rápidamente hacia el interior. En esos años se produce una importante victoria aragonesa sobre los rebeldes de Cerdeña en la batalla de Sanluri (30 de junio de 1409), lo que abrió las expectativas de un mayor apoyo aragonés. Sin embargo, éstas se disiparon con la crisis sucesoria acaecida con la muerte sin descendencia de Martín I el Humano. Afortunadamente el Compromiso de Caspe (1412) zanjó este problema de forma rápida y pacífica, ahorrando a los Estados de la Corona de Aragón el desastre de una guerra civil. Recreación histórica de la batalla de Sanluri (Cerdeña) Así las cosas, y una vez asentada la nueva dinastía, Alfonso V de Aragón pone de nuevo sus ojos en la isla corsa. Anticipando el inicio de la inminente invasión aragonesa, Vincentello d'Istria construye en 1419 una fortaleza a la que se da el nombre aragonés de Corte, por estar destinada a ser precisamente eso: la corte, una corte virreinal. Y es que, en 1420, este conde de Cinarca fue nombrado Virrey por Alfonso V, con la clara idea de asentar definitivamente el dominio aragonés en Córcega mediante el establecimiento de una base militar y un centro político-­‐administrativo en el corazón de la isla destinado a asegurar su completo y definitivo control e integrarla en la Corona de Aragón. Tras todos estos preparativos, la flota aragonesa se presentó ante las costas corsas, desembarcando ante la fortaleza de Calvi y tomándola gracias a un exitoso ataque. El rey puso como capitán de la guarnición de esta fortaleza al aragonés Juan de Liñán. Las expectativas de los aragoneses eran buenas. Los esfuerzos de Vincentello d'Istria en los años previos habían conseguido expulsar casi completamente a los genoveses y, tras la toma de Calvi, sólo quedaba en manos genovesas la fortaleza de Bonifacio, en el extremo sur de la isla. La fortaleza de Calvi La flota aragonesa se presentó ante Bonifacio el 21 de octubre de 1420 y, tras un duro sitio, la ciudad comenzó a negociar su capitulación. Sin embargo, la llegada de una flota de socorro genovesa el 1 de enero (el mismo día en que estaba prevista la rendición de la plaza) dio al traste con el empeño aragonés y, tras un enconado combate por tierra y por mar, el rey de Aragón decidió retirarse y volver con su flota y el grueso de sus fuerzas hacia Sicilia. Bonifacio todavía guarda, como recuerdo de aquel asedio la llamada "escalera del rey de Aragón: la leyenda dice de ella que fue construida en una sola noche por los soldados de Alfonso V para entrar por sorpresa en la ciudad; sin embargo, una mujer bonifaciana que sufría de insomnio escuchó el ruido de los trabajos y alertó de que los aragoneses subían por ella, evitando así la caída de la ciudad. Se trata de una espectacular escalinata tallada en la roca de los acantilados que, sin embargo, realmente no fue excavada por los aragoneses (y menos en una sola noche) sino que data de tiempos anteriores y servía para acceder al pozo de San Bartolomé, reserva de agua potable de la ciudad. Bonifacio: la "Escalera del Rey de Aragón" Tras la retirada del rey, Vincentello d'Istria se ocupó desde Corte de consolidar el dominio aragonés de la isla (con la excepción del enclave de Bonifiacio, obviamente), pero su actuación no estuvo a la altura de las circunstancias y provocó el descontento de sus compatriotas. Éstos se rebelaron contra él y, con el apoyo de los genoveses, consiguieron derrotarlo. Al intentar huir de la isla su nave fue capturada por los genoveses ante las costas de Bastia y, siendo llevado a Génova, fue ejecutado en 1434. Con este hecho finalizó el dominio efectivo de Aragón sobre Córcega y con él la corte virreinal de Corte. La isla volvió a manos de los genoveses. Mucho tiempo después, en el siglo XVIII, los corsos consiguieron recuperar su independencia tras una larga lucha contra los genoveses. Fue en 1755 cuando Pasquale Paoli, verdadero "padre de la patria corsa", proclamó la República Corsa, organizó su gobierno, administración y ejército y promovió en 1765 la primera constitución conocida en la Historia (tal vez precursora de la norteamericana de 1787). Corte volvió a ser la capital política del ahora nuevo Estado independiente, y desde allí se organizó la defensa del país cuando los genoveses vendieron sus derechos sobre la isla a Francia y las tropas galas desembarcaron para acabar con la independencia corsa. Tras batirse gallardamente contra los franceses (al principio con bastante éxito), el ejército corso fue derrotado el 8 y 9 de mayo de 1769 en la batalla de Ponte Novu. La suerte de Córcega estaba de nuevo en manos de una potencia extranjera, hecho que continúa hasta nuestros días. Estatua del general corso Gaffori. La fachada muestra los impactos de los disparos de los genoveses contra los insurgentes corsos en la rebelión de 1729 Durante aquellos pocos años de independencia el país adoptó como bandera la testa mora, una de las cabezas de moro que cantonan la cruz de San Jorge de Alcoraz, emblema que los reyes de Aragón llevaron en sus ejércitos y armadas a lo largo de la expansión mediterránea. La cruz de Alcoraz, el emblema que simbolizaba la integración del Reino de Cerdeña y Córcega en la Corona de Aragón se convirtió en la bandera de Cerdeña, y como tal se ha mantenido hasta hoy. No hay certeza sobre su uso por parte de los caudillos corsos que se sucedieron tras la etapa aragonesa. El primero que sabemos positivamente que usó dicha bandera fue el noble aventurero alemán Teodoro de Córcega, quien durante unos años reclamó para sí el título de Rey de Córcega; se desconoce si lo hizo como un gesto puramente teatral o como un símbolo de rebeldía contra toda forma de dominación extranjera (el moro prisionero sería redimido y puesto en el centro de la bandera de la libertad nacional). Tal vez fuera este su significado último, lo que explicaría su adopción por parte de Paoli y los suyos como bandera de la República Corsa. Sea como fuere, para cualquier aragonés que viaje a Córcega resulta altamente recomendable una visita al interior, a Corte, a la capital aragonesa que, significativamente, también lo fue de su efímero Estado independiente. En la visita a su fortaleza virreinal, en el paseo por sus calles, en la visión de sus casas (algunas de ellas con los impactos de las balas que dejaron los genoveses en su inútil combate por reprimir a los rebeldes corsos que ganaron su libertad), en la contemplación respetuosa de la estatua de Paoli que allí se encuentra, en todas las piedras, símbolos y señales de su desgarradora historia, los aragoneses encontraremos una forma todavía más familiar de evocar los valores de la libertad y la rebelión contra la opresión (sea pisana, aragonesa, genovesa, francesa o de cualquier otro origen o naturaleza) tan queridos por todos los seres humanos y todas las pequeñas naciones milenarias. Miguel Martínez Tomey Fundación Gaspar Torrente 

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