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Transcripción

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ONEOHTRIX POINT NEVER
OTHER LIVES
BRETT ANDERSON
128
ROBYN HITCHCOCK
ENERO-FEBRERO 2012
NADA SURF
LÜGER
CONSIGUE LA EDICIÓN CON CD EN TU QUIOSCO
THE DEEP DARK WOODS
CHINESE CHRISTMAS CARDS
COOPER
LA DÉBIL
GO SERIES 87:
BEST 2011 MIXED BY MARC PIÑOL
Incluye temas de The Rapture, M83,
John Talabot, Joe Goddard, Death
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€ 4,90 (€ 5,05 en Islas Canarias)
JAMES BLAKE
+ BEST 2011
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FOREVER ALONE
JAMES
BLAKE
Texto
Banessa Pellisa
El mejor disco del año lleva consigo un reto. El debut de James Blake está compuesto de giros
y desafíos que nos ponen a prueba como oyentes. Testea nuestra paciencia, nuestra habilidad
para recomponer visualmente los espacios que ha dejado abiertos. Por eso nos gusta tanto.
Porque es profundo y ligero, es brutal y es soul. Está decorado con melodías incontestables y
clicks y pops y zumbidos y golpes que desprenden calor. Algunos son recurrentes, aparecen y
se esconden aleatoriamente pero nunca desaparecen del todo. Dedos que repiquetean sobre la
mesa, truenos en la lejanía, gotas de lluvia agotadas. A veces, incluso, se oye el silbido de algo
parecido al aire comprimido —un silbato rugoso—, como el producido por el vapor de agua disparado a presión, que bombea el final de "The Wilhelm scream" o "Unluck", por ejemplo.
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E
l mismo zumbido sordo, industrial, de vaporetto, se escucha a través de la pared de
la pequeña salita en la que nos han sentado a James Blake y a mí para charlar sobre el
disco más cautivador del año. Los camerinos de la sala Razzmatazz de Barcelona están
en el semi-sótano del edificio, y las paredes pintadas de negro esconden tuberías y conductos de ventilación monstruosos que rugen a cada rato y se cuelan en la grabación de
esta entrevista con efectos sorprendentes.
James Blake parece realmente muy joven. Tiene la piel casi transparente y los dedos
larguísimos. Se explica con gran seguridad, mientras engulle barquillos de chocolate
del catering de la sala. Me cuenta cosas y lo hace con dedicación. A media entrevista,
tararea "I mind" mientras marca el ritmo con la palma de la mano, contra su pierna.
Me explica como funciona la canción y porqué me parece extraña. Está acostumbrado a
hablar, tiene la mirada fija y escucha atentamente, pero lleva la conversación por donde
mejor le conviene y yo le sigo.
La primera vez que escuché tu disco —"James Blake" (Atlas / Universal, 11)— no había
visto la portada, ni tan siquiera sabía qué cara tenías. No tenía ninguna imagen
gráfica con la que asociar esa música. La primera impresión que tuve fue la de estar
escuchando un disco muy árido, lleno de aire y vacío. Poco después, vi el vídeo de
"The Wilhelm scream" y, entonces, mi perspectiva cambió completamente. De pronto,
todo el vacío me parecía líquido. El sonido era acuoso, los vacíos estaban llenos agua.
Mira, ese es uno de los motivos por los que se me ocurre que quizás no deberíamos
hacer vídeos. Quizás sea algo parecido a lo que ocurre cuando ves una película poco
después de leer el libro. No tiene por qué ser bueno. La imaginación no se equivoca
nunca.
Pero el vídeo me ayudó a interpretar mejor el disco. No, pero lo que te estoy diciendo
es que tenías razón.
Sí, ya entiendo a que te refieres, pero también es cierto que a raíz de ver el vídeo el
disco... ¿cómo decirlo?... se ensanchó. Me sirvió para entender tu sonido en general.
La idea de que las melodías de este disco se erosionan constantemente, la idea de la
lluvia y el agua que desgasta los sonidos de estas canciones. Eso es distinto entonces.
No me gustaría que cambiaras tu interpretación de las canciones por la imagen de
un vídeo. Pero si no es así, no pasa nada. Es cierto que algunas canciones transmiten
una sensación de vacío. Es un efecto que perseguí muy conscientemente. Aunque no
siempre está relacionado con esa sensación líquida de la que hablas. Hay temas en los
que eso es así, evidentemente, como en "The Wilhelm scream" pero en otras canciones
es la erosión del viento que deja tras sí un paisaje baldío. Este efecto del que hablas se
ve muy potenciado por la producción del disco que es muy desnuda. Eso hace que el
resultado sea intensamente sincopado.
¿A qué te refieres? Es muy sencillo. Mira, con una melodía como "I mind" tienes espacio para entender que lo que estás viendo es un movimiento que se gasta solo. ¿Cómo
has dicho? ¿Que se erosiona?
Sí. Correcto. Es un loop que no se resuelve armónicamente. Es una melodía vocal muy
interesante, no tiene ni principio ni fin. Sólo concluye cuando es sustituida por una
nueva melodía que aparece de pronto, una nueva melodía que la justifica. Una melodía
que funciona sola pero que cesa cuando aparece un nuevo loop. No sigue el ritmo, la
resolución existe pero en cierto modo la gracia está en que la canción no se resuelva.
"I mind" es una de mis favoritas del disco. ¿Sí? Es también una de mis canciones favoritas del disco.
Es como si la melodía se precipitara. Como si goteara. Esa es una imagen muy
bonita. Es curioso. Nunca pienso en lo que los demás verán en una canción cuando
la estoy escribiendo. Cuando empiezo a componer una melodía el proceso es muy
abstracto. O al menos durante la mayor parte del proceso de composición es muy
abstracto. Llega un momento en que no sé de dónde sale una canción o cómo suena
en realidad. Sé que tiene sentido para mí, físicamente, intrínsecamente, pero no
acabo de saber qué es lo que está pasando. Es como si no tuviera la capacidad de ver
más allá de mis propias narices.
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¿Cómo escribes tus canciones? Muchos artistas hablan de procesos de visualización
de la canción, de imágenes que les sobrevienen de pronto. No es mi caso. Al menos,
no de buenas a primeras. Casi siempre ocurre durante el proceso, pero nunca antes.
La mayoría de las partes de las canciones son improvisaciones que luego son editadas y reorganizadas lentamente. Este disco está muy poco cohesionado. El único
nexo en común de las canciones soy yo mismo. Me cuesta encontrarle unidad.
¿Unidad? Sí. Lo veo más bien como un collage. Tienes una pieza coral a capella en
"Measurements"; una melodía dubstep en "Limit to your love"; un tema de hip hop
extraño a 90 BPM en "The Wilhelm scream"; o "Why don't you call me" en la que el
piano está grabado de modo que se oye la habitación, lo que está pasando al fondo;
"To care", en la que el vocoder hace que mi voz sea irreconocible. El estilo de producción de cada tema es tan distinto, cada canción es tan diferente que llegué a dudar
del proyecto, de que al final iba a conseguir hacerlo encajar todo en un álbum.
Pero como artefacto funciona. La voz es reconocible. No estoy diciendo que sea
inclasificable pero sí que hay muchos temas en el disco, que sencillamente no encajan con nada. ¿Con qué encaja "I mind"? No pega con nada. Tan solo, por el hecho de
que esté insertada en un álbum gana confianza. Es lo que hace que la canción tenga
sentido. No podría haberla metido en un 12" y punto. Al estar en el álbum gana solidez y sentido. Y luego están los temas electrónicos, que ni tan siquiera sabría decirte
si son canciones, ¿son canciones?
A mí me lo parecen. Cuentan algo. Mientras haya una narrativa hay una canción.
Así es. Incluso a veces, una sola idea puede articular una canción entera. Creo que
el problema es que no estoy convencido de ser un cantautor. Me veo a mí mismo
como alguien que tiene una cierta habilidad para unir piezas de un puzzle, pero no
como compositor. No sé, ¿se escriben así las canciones?, ¿hay alguien que escriba
canciones así?
Pues no lo sé. Pero los libros se escriben así. A pedazos. Una de las cosas buenas
que ha tenido este último año es que me ha ayudado a confirmar algunas cosas
sobre mi manera de trabajar. En cierto modo, he estado buscando mi propio espacio
en el proceso de composición. Un proceso algo complicado. No creo que sea el que
utilicen los compositores de verdad.
¿Cómo lo haces? Por ejemplo, ahora llevo semanas trabajando en un motivo nuevo.
Es casi una hora de improvisación al piano que, por cierto, se ha comido todo el
espacio libre de mi disco duro. Hace un par de días empecé a editarla y he cortado
los trocitos que me gustan, pedazos de canción que pueden estar a cinco minutos el
uno del otro y con esos fragmentos ahora estoy intentado construir algo nuevo, ponerlo en fila. Cuando esté ordenado voy a volver a cantarlo todo de una tacada y con eso
voy a hacer una canción. La clave es que parto de una melodía, porque una buena
melodía puede cargar con cualquier estructura. Una buena melodía hace el trabajo
sucio, lo sostiene todo. Estos métodos que utilizo acaban formando invariablemente
estructuras muy raras y mi única salvación es confiar en una buena melodía para
hacer que todo acabe funcionando.
No sé si es por eso o si está relacionado con la producción, pero tu música puede
llegar a ser complicada, impenetrable. Me gusta que sea difícil, la hace mucho más
seductora e interesante. Las canciones de este disco no se revelan instantáneamente.
No son automáticas. Mi música favorita es la que en la superficie es lo bastante accesible como para permitirme acceder a ella pero que esconde secretos —canciones que
esconden cosas—. Stevie Wonder hace esto. Y Joni Mitchell. Siempre me ha gustado
mucho Joni Mitchell y por eso he grabado la versión de "A case of you". Me gusta
que canciones aparentemente amables transmitan una sensación de extrañeza, que
el oyente no tiene por qué reconocer al momento. A veces tan solo notas una cierta
atracción hacia lo extraño de una canción, una intensidad inexplicable.
La belleza es menos embarazosa en la música que en otras formas artísticas. Se
pueden dar giros de belleza desnuda, sin caer en el sentimentalismo. Es verdad. Personalmente, tengo una resistencia muy baja a la blandenguería, y procuro separarla
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del romanticismo. Me imagino que es un símbolo de los tiempos en los que vivimos,
pero ya nadie escribe canciones como "Mon cheri amour" o "Part-time lover" que son
buenísimas. Es curioso porque creo que cuando la gente tiene una cierta intimidad es
igual de sentimental y patéticamente romántica como era en los setenta. Pero hoy en
día la cultura pop refleja justamente lo contrario. Somos más cínicos.
Tu música no me parece cínica en absoluto. No lo es, pero a veces es demasiado
seria para compensar ese problema. Las canciones de este disco en particular son
resilientes, no son canciones felices. No era feliz cuando escribí la mayoría de estas
canciones. No sé cómo explicarlo. No se trata de la tristeza que provoca la pérdida del
amor, sino más bien de la falta de amor a secas. Cuando eres joven, la falta de amor
es mucho más dolorosa que una ruptura. Las cosas han cambiado mucho desde
entonces. Todo cambia, conoces gente nueva, perspectivas distintas, ya me entiendes.
En este sentido no sé como será mi nuevo disco, nunca he estado en un espacio sentimental como el que vivo ahora. No sé qué saldrá de esto. Todavía escribo canciones
sentimentales, pero ahora, al menos, son menos tristes.
Las letras del disco funcionan casi como mantras. Repeticiones de palabras que
ganan sentido y cuerpo a medida que cogen ritmo. Ocurre en muchos temas del
disco pero quizás donde esto sea mas claro es en la última canción del álbum,
"Measurements". Bueno, la letra de esa canción funciona como un mantra porque de
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hecho es casi una anti-plegaria. No sabría decirte cómo acabé escribiendo una canción como ésta. Fue algo totalmente inesperado. Pero es la letra con las que más me
identifico del disco. Es mi favorita... esa repetición de sonidos, de palabras, no es sólo
una repetición, pero juega con esa idea del mantra. Ese mismo día había tenido una
conversación muy larga con un amigo sobre el acto de rezar y acabé pensando en
esta plegaria sobre la incapacidad de rezar correctamente. Soy yo, en mi versión más
ateísta. La repetición de la estructura, “please fall down”, “testing sounds”, “trees in
clouds”, “testing doubts” apareció como dictada. Recuerdo cómo la escribí, añadiendo línea a línea casi de manera automática. Eso no ocurre muy habitualmente. Fue
una sensación maravillosa.
Doy por finalizada la entrevista justo a tiempo, segundos antes de que el tour manager
asome por la puerta por segunda vez para pedirle a James que empiece a prepararse
para la prueba de sonido. Le doy las gracias, me giro para apagar las grabadoras, y
él se despide tímidamente. Dice que ha hablado mucho y que ha sido una entrevista
extraña. Vuelvo a girarme y ya no está. Ha sido abducido. La habitación de al lado
está vacía, y abandono la sala sin cruzarme con nadie con una cierta sensación de
vértigo. Llevo conmigo cuarenta y cinco minutos de palabras bien dichas, de una cierta
penetración intelectual. Palabras que de nada me servirán durante su concierto, horas
más tarde, cuando la sutileza y la sofisticación de James Blake sean aplastadas por el
público más maleducado del mundo, sin remedio.
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