Carmen Serdán (completo)
Transcripción
Carmen Serdán (completo)
1 2 3 Diseño: Pablo Ibáñez y Eva Cabo para El Tren Sardina. Realización: Zazanilli Nehnemi, Cuentos Viajeros, A.C., 2009 Rerservados todos los derechos. [email protected] Impreso en México. 4 Tu vida, tu cuento, tu libro Eva Cabo, Marconio, Valentina Ortiz 5 DIRECTORIO INSTITUCIONAL: Jefatura Delegacional en Coyoacán Arquitecto Antonio Heberto Castillo Juárez Dirección General de Desarrollo Social Clara Xochitl Turner Vargas Dirección de Desarrollo y Salud Marta López Estrada Subdirección de Equidad y Grupos Vulnerables Víctor Manuel García Romero Unidad Departamental de Equidad Elena Vélez Aretia Centro de Desarrollo Comunitario Carmen Serdán Domingo Jasso Flores Agradecimientos de Colaboración a la Dirección General de Cultura 6 INDICE Directorio y agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6 Lista de participantes en el taller . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Prólogo del Arq. Heberto Castillo Juárez . . . . . . . . . . . . . . . 11 Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .13 Caperucita . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17 Queridos objetos queridos La muñeca voladora de Karla. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 El trapito de Jenny . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21 Pandi . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .23 El sofá de Liz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25 Alergia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29 Congelada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31 Dificil es . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37 Pescado muerto o terror en el tianguis . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .39 Mujer de rímel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49 Lupita . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 51 Libertades poéticas Ángeles. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53 Haidee, la ángel guardián . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55 Ahí también hay margaritas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57 Las bolas en Culhuacán . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59 Sabi-duría . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65 El ritmo que nos lleva . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67 Un lugar para besarnos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71 Una cama para los dos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 73 Mi nombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79 7 8 Participantes del Proyecto “Tu Vida, tu cuento, tu libro” en el Centro de Desarrollo Comunitario Carmen Serdán, Delegación Coyoacan. Marisela Montiel Hernández 1° Cultura de Belleza Nancy Nayeli Ceja Ugalde 1° Cultura de Belleza Liz Jeaouany Jaimes Rouzaut 1° Cultura de Belleza Guadalupe Aguilar González 1° Cultura de Belleza Beatriz Urías Guillermo 1° Cultura de Belleza María Guadalupe Ruiz Linares 1° Secretariado Mirian Edith Flores Cervantes 1° Secretariado Selene Manríquez Calderón 1° Secretariado Miriam Soriano Moctezuma 1° Secretariado Marisela Ledesma González 1° Secretariado Mª de los Ángeles Jiménez Ortega1° Cultura de Belleza Mara Rangel Salvador 1° Cultura de Belleza Jennifer Guadalupe Peñaloza Villa1° Cultura de Belleza Karla Yanet Navarro Martínez 1° Cultura de Belleza Daniela Iglesias Ateno 1° Cultura de Belleza Sonia Escobar García 1° Cultura de Belleza Beatriz Ateno Guerrero 1° Cultura de Belleza Stephany Janeth Rivera Luna 1° Cultura de Belleza 9 10 Para un gobierno democrático cuyos ejes son la universalidad de derechos para los ciudadanos (as) y la equidad, la correspondiente al género es, sin duda, una prioridad. Esta administración estableció desde el principio que haría gobierno con las mujeres porque sin ellas estaría excluida más de la mitad de la población coyoacanense y sin cimientos la construcción de ciudadanía. Por sobre cualquier opinión, hemos persistido en mantener una amplia convocatoria a todos los actores sociales para que se sumen a las distintas acciones y proyectos realizados pero nos hemos empeñado particularmente en abrir caminos a las mujeres. Estamos aprendiendo a escucharlas cada vez con más atención y les acercamos herramientas para que ellas también aprendan a oír sus voces más íntimas, las que sintonizan con sus derechos fundamentales. Seguros de que los talleres ofrecen un medio ideal para cumplir con este cometido, la Dirección General de Desarrollo Social conformó grupos de jóvenes pertenecientes a los Centros Carmen Serdán y Santa Úrsula, así como al Centro Indígena Coyohuacan e invitó a Zazanilli, Cuentos Viajeros a reflexionar y a conversar con ellas. Resultado de ese encuentro y de la campaña permanente de sensibilización que realiza la Jefatura de Unidad de Equidad, tengo el gusto de presentar a continuación relatos de la vida cotidiana de algunas mujeres jóvenes coyoacanenses, tocadas por los giros de la pluma del grupo que condujo esta enriquecedora experiencia comunitaria. Arq. Heberto Castillo Juárez Jefe Delegacional en Coyoacán 11 Mujer y revolucionaria Carmen Serdán Alatriste 12 TU VIDA, TU CUENTO, TU LIBRO TALLER DE RECUPERACIÓN DE TRADICIÓN ORAL E HISTORIAS DE VIDA. Este libro es el resultado del taller “TU VIDA, TU CUENTO, TU LIBRO”, realizado en el Centro de Desarrollo Comunitario Carmen Serdán, de la Delegación Coyoacán, durante los meses de marzo y abril de 2009. Los integrantes de Zazanilli, Cuentos Viajeros, A. C., trabajamos varias sesiones con un grupo de veinte mujeres jóvenes, pertenecientes a los salones de primer año de Cultura de Belleza y primero de Secretariado. Para escribir estos textos, los artistas de nuestra asociación civil se basaron en el trabajo colectivo realizado tenazmente por todas las participantes del taller. En cada poema, en cada cuento, se ven reflejados la vida, los sueños y las preocupaciones de las muchachas del grupo, así como una parte de la realidad de la comunidad del barrio Carmen Serdán y zonas aledañas. 13 Como cierre del proyecto, cada mujer encuadernó su propio libro, y los artistas dimos presentaciones de narración oral, incluyendo estos mismos cuentos en el propio barrio de Carmen Serdán. Creemos que la energía de cada una de las participantes está latente en todas las páginas de este libro, y por eso línea a línea uno se las irá encontrando. Sólo nos queda, una vez más, agradecer: “Gracias a todas por haberme permitido deslizarme en sus palabras, en sus quereres, en sus dudas y enojos. Gracias por haberme compartido sus vestimentas de esperanza, brillos y transformación. Gracias por haberme ofrecido crecer en sus ojos, en sus sueños, en su mañana. Gracias a todas por amar tanto, ustedes, las mujeres que son el futuro de mi querido país.” “Fuimos al Centro Comunitario a platicar con las mujeres, casi niñas. A escucharlas. A aprender de ellas. Llegamos con la consigna de cosechar historias frescas como sus jóvenes años. Con ellas nos transformamos en adolescentes llenos de ilusiones. Nos enamoramos del amor. Nos espantamos de la vida y sus peligros. Hicimos grupo y clan de amigos. Escribimos algunos poemas e historias para dejar constancia del perfume, del sol y de la flor.” 14 “Hicimos este libro para fijar en el papel: la juventud eterna de la vida, el ímpetu de la fuerza creativa y el amor que nos hace libres. Muchas gracias a ellas.” Igualmente queremos agradecer a Elena Vélez, a Víctor Heredia y a Víctor García por haber confiado en Zazanilli, Cuentos Viajeros, A. C., por creer en la capacidad transformadora del Arte, y por no darse por vencidos en la construcción de un mundo mejor. Gracias también a todo el personal del Centro de Desarrollo Comunitario Carmen Serdán, por su amabilidad y por habernos apoyado en la realización de este proyecto. Eva Cabo, Marconio y Valentina Ortiz 15 16 CAPERUCITA Caperucita llega a la puerta del sol y llama: toc... toc... la miel de sus labios se despega vuela sonríe el sol porque sus ojos son dos pálidos faros iluminando siempre porque sus manos —cántaros de luz que besan— están lloviendo porque su boca es un alud resonando lejos cierra el bosque al salir niña pequeña que los lobos de aquí saben que sueñas 17 18 QUERIDOS OBJETOS QUERIDOS LA MUÑECA VOLADORA DE KARLA Desde siempre a Karla le gustó escuchar el silencio. Su abuelo decía que cada cosa tiene un silencio diferente, y que cada silencio dice una cosa distinta. Ella sabía que cerrando los ojos y escuchando uno puede llegar tan lejos como quiera. Karla no tuvo hermanos con los que platicar, pero tuvo una muñeca que se convirtió en su mejor amiga y confidente. Si estaba triste, platicando con ella volvía a asomar la alegría en su corazón. El día que Karla llegó a su casa y su amiga no estaba, se le abrieron tanto los ojos que vio cosas que nunca había visto, y se le encogió el corazón tan despacio que pudo llorar todas las cosas que no había llorado antes. Y lloraba sin entender por qué la gente roba cosas que sólo pueden vivir libres. 19 Tienen los objetos el poder mágico de los ojos del que mira. El día que Karla llegó a su casa y su muñeca no estaba, no imaginó que su prima la había aventado por la ventana porque sí. Las cosas que se hacen porque sí suelen convertirse en porque no, pero es algo de lo que a veces no nos damos cuenta nunca. Ese día, Karla soñó que a su muñeca le nacían alas, que salía por la ventana y las extendía por encima del cielo y volaba tan lejos como vuelan los sueños. 20 EL TRAPITO DE JENNY Hay quien dice que cuando algo del mundo no te gusta, lo único que tienes que hacer es limpiarlo: pasarle un trapito por encima o por debajo. Cuando Jenny era pequeña como un frijol, tenía un trapo que no soltaba nunca. Su mano y el paño era un nudo, un cruce de caminos, un intercambio luminoso de soles que también quieren brillar cuando hay tormenta. Si de repente aparecía algo que no le gustaba, Jenny apretaba con fuerza el paño como si agarrase una mano muy querida. Jenny no sabía que esos trapos son mágicos; cuando desaparecen de pronto no es porque tu mamá te los haya quitado ni tampoco porque sí. Es porque sienten que ya cumplieron su misión, y se van a otra parte a agarrar otra mano. 21 22 PANDI Año con año, mi fiesta de cumpleaños favorita era la del oso de Amanda, Pandi. Nos recibía siempre sonriente y feliz, porque otra vez le habían hecho su pastel favorito y le habían regalado lo que quería. Amanda lo abrazaba tan fuerte que creo que si me hubiera abrazado así a mí, hubiera dejado de respirar unos segundos. Yo la envidiaba un poco, porque los perros habían mordisqueado a mi nenuco, y cuando algo no iba bien o yo sentía miedo, me abrazaba a él igualito que Amanda se abrazaba a Pandi. La simple presencia de nuestros amigos nos reconfortaba, y su abrazo nos daba paz. En las fiestas de Pandi siempre bailábamos, y Amanda nos maquillaba un poco para salir más guapas a la improvisada pista de baile en la sala de su casa. Sonaban las risas y la música, y aquello parecía una fiesta que nadie quería que acabase nunca. Lo mejor era cuando Pandi soplaba las velas. Yo siempre 23 supe que Amanda lo ayudaba, y estallábamos en aplausos y risas después de cantarle las mañanitas. Luego el papá de Amanda cortaba el pastel; siempre al festejado le servía el trozo más grande. En cuanto nos íbamos, yo ya quería que llegase el próximo festejo. Amanda nos despedía en la puerta, y el oso estaba tan feliz que no podía articular palabra. 24 EL SOFÁ DE LIZ No recuerda bien si el sillón llegó antes que ella o ella antes que el sillón, pero desde que Liz recuerda que el mundo es mundo, allí estaban los dos, en aquel rincón privilegiado de la sala. Ella siempre creyó que todos los sillones tenían propiedades mágicas como el suyo: se sentaba, y si estaba triste se ponía feliz; si estaba enojada, se le pasaba; si ya estaba contenta, sonreía con más ganas. Un día llegó de la escuela y el sillón no estaba. Al abrir la puerta de casa le dio un escalofrío, y cuando entró sintió que la casa se hacía más grande que nunca, y que se podría perder fácilmente entre aquellas cuatro paredes. Se sentó en el suelo en el hueco que había dejado y lloró. Trataron de consolarla diciendo que estaba viejo y sucio, pero no sirvió de nada. Y Liz se durmió sobre la sombra del sillón. Por la mañana se levantó decidida. Dibujó su sillón tal y como ella lo recordaba. “Se busca”, ponía. “Se ofrece recompensa”. Tenía tanta decisión en los ojos que a su 25 mamá no le quedó más remedio que hacer fotocopias y dejarla empapelar todo el barrio. Nadie apareció en la puerta de la casa pidiendo la recompensa; parecía que al sillón aquél se lo había tragado la tierra. Pasaron los días, Liz no sabía si estaba triste o enojada, pero no se sentía bien. Le echó en cara a su mamá la desaparición del sofá mágico. Por la expresión de su mamá cruzó una sombra de culpabilidad que no pudo disimular. —Mijita, estaba muy viejito el sillón. —¡Pero era mío! Liz se decidió a ir a buscarlo por todas partes: tenía que estar en algún lugar. Así fue como llegó al basurero. Nunca había ido hasta allá, pero por su sillón haría cualquier cosa. A medida que se iba acercando, olía cada vez más feo. Liz se llevó instintivamente la mano a la boca y trato de respirar despacio para agarrar menos aire. El olor era pestilente, pero allá a lo lejos, justo en medio del basurero, estaba su sillón, despreocupado de estar en un sitio tan feo. Sentado en él estaba dormido un señor. Liz se acercó de a poquitos y se escondió detrás de un viejo refrigerador. El señor roncaba alto y claro. Sus ropas estaban rotas por todas partes; sus zapatos, sin cordones; su piel, llena de grasa de motor. Ella esperó, y cuando el señor se despertó, para sorpresa de la mucha- 26 cha agarró el sillón y se fue. Liz lo siguió. El hombre fue derechito a una casa que no tenía puerta; en realidad, adentro apenas tenía nada. Colocó el sillón en el centro, se sentó y se quedó dormido otra vez. Liz espió un ratito. Observó cómo la cara del hombre cambiaba y dormía feliz, con una sonrisota de oreja a oreja. Ella sonrió con él, y regresó a su casa. Nunca más volvió a mencionar el sillón. Nunca más le reprochó nada a su mamá. Estaba feliz de aquel sillón fuera mágico donde quiera que estuviera. 27 28 ALERGIA Soy alérgica al silencio y al enojo La nostalgia me hace granos en la piel La rutina me provoca estornudos. Pero no soy alérgica a tus poros ni al insecto fatal de tus caricias ni al polen de tu boca. Mi cuerpo no rechaza tu perfume de aventura ni la imaginación de tus manos ni tu voz de luna llena. Me encanta el vértigo y el escándalo la velocidad de la luz los ojos francos las palabras potentes. No soy ni seré alérgica a nada que coseche de mi cuerpo las flores más doradas de mi vida. 29 30 CONGELADA Todos los caminos van a Valle de Bravo. No importa el tiempo, a veces más de dos horas, desde la gran ciudad, con tal de llegar a la casa de campo de papá. Se abre el viejo zaguán. No acaban de estacionar los coches y Mary ya está en el jardín, corriendo junto al perro y recolectando las peras que han caído de los frondosos árboles. Ahí junto al lago, los cinco hermanos en verdad parecen familia. No hay peleas, no hay gritos; los tíos y las tías, los primos y las primas, juegan y bailan, cantan y juegan. La alegría es una niebla invisible que cubre la mitad del cerro en que está construida la casa. Mary entra en la cocina para mirar cómo la gran tía Márgara, la de las faldas blancas y los delantales de cuadros, saca la comida de las bolsas para acomodarla en el refrigerador y entre los anaqueles de madera. —Es mucha comida, ¿verdad, tía? —Es que es mucha familia, mi amor. Mary observa atentamente los movimientos de la tía 31 Márgara. Pareciera que la cocina se hace chiquita cuando ella se mueve entre los fogones de piedra y entre los bancos, la leña, la mesa cuadrada, y al pasar por el muro verde, casi tapa la foto de “los bisabuelos”. En algún momento, la tía descansa la mano sobre la pared, después de sacar el montón de elotes. Mary extiende su manita y la compara, la mide. Ella calcula que cabrían como diez manos suyas entre las manotototas de la tía. Entonces llega el momento más esperado: las tunas verdes aparecen. La tía prepara una tabla y un cuchillo, y va sacando las tunas, una a una, para pelarlas. A Mary se le hace agua la boca sólo de mirar los chorritos de jugo de tuna que resbalan hasta el piso. No hay un sabor en el mundo que le anime más la vida. No hay una sensación que le haga temblar tanto como una tuna deshaciéndose en la boca. Son más de veinte las que llenan el platón de madera. Mary sólo espera el momento en que la tiotota le ofrezca una de esas fantasías de dulce y semillitas que hacen cosquillas en el paladar. —Lástima que ya no puedas comer tunas, Mary —la vocezota parece como un resto de pesadilla. —Sí puedo. ¡Es lo que más me gusta! —la vocecita suena a reclamo. —Yo lo sé, niña, pero tu papá me dijo que te hiciste alérgica. Si comes te llenas de ronchas. Repentinamente, Mary recuerda que hace dos semanas fueron al doctor. Y aquel hombre de blanco había hablado de ronchas, y de piel roja, “porque esto, y 32 porque lo otro y no sé qué...” Pero nunca, nunca había mencionado las tunas. Entre sus recuerdos se interpone la voz ronca de la tía Márgara: —Cualquier otra fruta sí, pero tunas no. Ni modo. Lo bueno es que en México hay frutas de todas las clases y para todos los gustos. Qué importa si en México hay muchas frutas. Qué importa la voz y el tamaño de la tía. Qué importa que Márgara coloque el platón de tunas en la parrilla más alta del refrigerador. —¡No vayas a tocarlas! ¿Eh? Además, ¿quién es esa tía?, por más grande que esté no tiene por qué prohibirle nada. Si no es su papá ni su mamá, ni siquiera uno de sus hermanos. La tía Márgara y su cuerpo de elefante se alejan de la cocina. Allá en el patio, algún primo toca la guitarra y las voces de todos se hacen como una ensalada de gritos y aullidos. Risas y más canciones, “¡Otra, otra!”, rebota en la paredes blancas de la casa. Y Mary, en un llanto silencioso, sólo quiere demostrar que ella sí puede comer tunas. 33 II El perro mastín y la niña se hacen cómplices. Es un juego que el animalote entiende muy bien. Mary saca todo lo que hay en el refrigerador y lo avienta al piso. Al mismo tiempo, el hocico babeante devora cada resto de comida: pasta, carne, leche, cremas y otros líquidos de extraño aroma; incluso las lechugas y los jitomates que habitualmente no prueba. Aunque algunas bandejas pesan mucho, ella encuentra el modo de botarlas, haciendo palanca con las enormes cucharas de madera y ayudándose con un banco. Eufórico, el perro sigue y sigue lamiendo lo que cae desde arriba. Son diez minutitos en que ningún familiar se acerca a la cocina, a pesar del escándalo. Un tiempito de travesura y berrinche. Finalmente, ella encuentra el platón lleno de tunas. Las mira, las imagina en su boca y en su estómago. El perro observa y gime, como lamentando el final del juego, mientras ella se acomoda en el hueco blanco y desde adentro cierra la puerta del refri. Empieza a comer, a gozar, una a una, las tunas. Al interior, la fría oscuridad es como un abrazo, como un arrumaco que, aunque helado, le permite comer sin regaños lo que a ella más le gusta. Siente el líquido dulce que chorrea por sus cachetes. Juega con las semillas dentro de la boca; hacen como un ruido de maraca entre sus dientes. Come y come, mientras afuera siguen con su baile y sus cantos en medio de ese travieso sol de montaña junto al lago. Mary sigue con su éxtasis de tunas, 34 mientras el frío invade lentamente su cuerpo, y un fresco sopor, caricia helada, le cierra los ojos poco a poco. Como en un sueño, la niña escucha las voces roncas y groseras de la tía Márgara que regaña al perro. Ya no hay tunas; ya no hay ningún rastro de calor en su piel, sólo queda una extraña satisfacción de travesura cumplida y una pesadez en el cuerpo. Afuera, las voces de alarma se multiplican. Algo ha sucedido, pero nadie atina a explicar el relajo, el reguero de comida, ni la ausencia de la sobrina más pequeña. Mary apenas escucha su nombre repetido, como cuando su mamá la busca. Y de un momento a otro, se le apaga el oído, la piel, y deja de soñar... Entre tanta confusión, finalmente a alguien se le ocurre abrir el refrigerador. Sacan a la niña; la envuelven con cobijas y llantos casi fúnebres. El auto de papá acelera, derrapa; en una curva casi se va al barranco, y en otra, más adelante, casi se precipita al lago, pero la emergencia vale el riesgo. El cuerpo de Mary está lleno de ronchas y de frío. Llegan a la clínica: intentan explicar, gritan, se culpan. El médico a cargo simplemente hace oídos sordos y les arrebata a la niña... Tres días después, Mary sale del hospital. Entre sonrisas y sorpresas, el doctor se ha hecho su amigo, y él sí le ha explicado muy bien, que por un tiempo, “no sabemos cuánto; pueden ser años” no puede comer tunas. Afortunadamente, una de las enfermeras le ha enseñado 35 a comer higos, que de algún modo, se parecen. También son exquisitos, aunque sus semillas no hagan ruido de maracas. Ahora, cada vez que alguien le pregunta qué pasó, ella contesta orgullosa, bien clarito, con todas sus letras: hipotermia y salpullido, y le gusta mucho el apodo que la tía Márgara le puso: Mary, la congelada de tuna. 36 DIFÍCIL ES difícil es el mundo ciertos días en que le duele la cabeza las muelas o un diente destinado a fracasar en un vaso de leche y no se queja a pesar de que la sopa esté caliente y le queme la lengua y le arrase uno de los corazones que dejó por descuido en el camino a pesar de que le inunde el neocórtex y todas las neuronas borrachas bailen una canción que sin mencionar la palabra libertad habla de ella como las lenguas que están destinadas a decir lo que nunca dirán y sin embargo admiten con una pastilla de un color muy tenaz que los perros ladran a pesar de la luna y sus deslices en el malecón a pesar de tanta luna que se te clava en el pecho para que al fin encuentres el ritmo cristalino de la lluvia en una ventana que no se abre nunca a pesar de todos los lunares luminosos que pidieron permiso de residencia y se quedaron a vivir bajo tu piel de pergamino pecaminoso donde alguien escribe palabras que empiezan por p y nunca acaban difícil es el mundo ciertos días en los que solo quiere sol solitario hechizo de las brujas que abandonan las 37 escobas detrás de las puertas para que sólo lleguen las visitas más hermosas y siempre sea una fiesta que acaba de llegar y está a punto de irse donde los invitados ríen sin parar acunados en el cielo de su campanilla que suma y sigue buscando amaneceres que rechinen los dientes y reclinen los cuellos y bailen agarrados de la mano alrededor del árbol de pomelo que una noche se subió en un tacón aguja y voló hasta el infinito para dejar de ver hormigas y ver fueguitos difícil es el mundo ciertos días en que alguien acaba un libro y es como si se le acabara la vida porque quiere quedarse a vivir allí para siempre y suena el teléfono y le chillan y dicen que el mundo es difícil ciertos días porque ella no está o está mirando o porque mira bajo y mira el suelo y en el suelo un charco es un océano que se cruza de un salto 38 PESCADO MUERTO O TERROR EN EL TIANGUIS Cuando ve que su mamá agarra las multicolores bolsas de mandado, Liz se prepara para ir al mundo más maravilloso que conoce. Es el lugar donde ella navega en un delicioso y cálido mar de colores, sabores y olores. Sabe que nada se puede comparar con el bienestar y las sorpresas que semana a semana le entrega el tianguis. De la mano de su mamá, la niña Liz camina alegre. Dos cuadras más y aparecerá la calle de Canal Nacional y le mostrará en toda su belleza el río zigzagueante de techos color rosa mexicano. En este punto Liz suelta la mano y se agarra firmemente del mandil materno a cuadros azules. Es importante que su mamá pueda maniobrar sin estorbos para iniciar el ritual semanal de las compras. Dan diez pasos más y se internan en el mundo de cielo rosa. La niña mira y se encuentra rodeada de montañas. Ve emocionada el Himalaya escurriendo dulzura ácida color fresa; los Pirineos escarpados color naranja; la Sierra Madre Oriental de plátanos y guayabas. Jalada 39 por el mandil azul, llega ante el puesto donde la suave voz le regala el néctar del día: una tostada coronada con su enorme torre de crema suculenta. Liz estira su mano para recibir la maravilla, mientras su boca anticipa el placer de aquel manjar. El siguiente puesto la introduce a los misterios de la anatomía animal. Quieta, ella agarra con más firmeza el mandil mientras estudia intrigada las formas de las patas de cochino, las plastas amorfas llamadas hígados y los diseños complicados que adornan los riñones. Liz reflexiona de una vez sobre la respuesta que dará cuando su mamá le diga “Mi amor, cómprate un temboruco para que aguantes el hambre en lo que preparo la comida, ¿Qué se te antoja?” Sabe que puede pedir una bolsa de ositos rojos, verdes y amarillos que la llenarán de dulzura o una jícama bañada de rojo incendiario que la hará lagrimear de delicia enchilada. Igualmente puede optar por un tlacoyo espolvoreado de queso y cilantro o hundirse en el misterio de una quesadilla de huitlacoche o bien conformarse con el toque conocido del sopecito sencillo. Pero ella sabe que, semana a semana, siempre se inclina por el taco de bistec con papas, con muchas papas bien fritas, tiras amarillas de felicidad pura que se terminan demasiado rápido. Pero antes del placer del antojito sabe que tiene que parar en el puesto de fruta de Don Chon. “Ya llegó mi niña, mi güerita tan chula…” dice el hombre que suda 40 olor a miedo. Liz se envuelve en el mandil a cuadros azules y finge que las miradas del hombre no la hacen sentirse diminuta y transparente, sucia, muy sucia. Ella cierra los ojos y se deja llevar por el complejo tejido de aromas frutales que la rodea para evitar que los ojos de Don Chon se transformen en manos, en tentáculos, en garras que la puedan alcanzar. II Ahora Liz tiene muchos más centímetros de ventaja. Para ir al tianguis, ella y su mamá ya no usan bolsas de mandado sino un fuerte carro de dos ruedas. Ahí caben todas las compras y Liz es la encargada de llenarlo, jalarlo, defenderlo de las multitudes. Las montañas escarpadas se han transformado en simples montones de frutas. En el puesto de quesos Liz prefiere cambiar la tostada con crema por un buen tajo de queso de hebra. Desde su nueva altura, el tianguis le entra por los ojos. Es una constante invasión de información, formas y colores. En el puesto de zapatos Liz aprende lo difícil que es decidir. Ante el tendido de películas, ella se arma de modernidad con el video clonado de riguroso estreno. Frente a los trastes de plástico, reconoce la eficiencia y creatividad del siglo XXI. Se para en seco ante los brasieres de mil tamaños, telas onduladas cortadas para desnudar. Liz observa despacio el puesto de ropa interior y deja entrar bajo su piel el misterio que esconde. Aún no entiende, pero siente que hay algo enorme en 41 esos pequeños pedazos de tela, algo hermoso y peligroso a la vez. Por fin llega a su oasis, a su fuente de inspiración, se planta en el puesto de productos de belleza. Es una construcción minuciosa, milimétricamente perfecta, dividida claramente por géneros, tamaños, marcas, usos y colores. En el hilo suspendido cuelgan artilugios de perfección geométrica en forma de aretes y collares. A los lados hay paredes llenas de arcos de colores y cascadas de texturas, muestrarios de diademas, pinzas y extensiones de cabello. En la mesa están las pinturas de Mefistos: lápices, botes y polvos: todo lo necesario para la transformación, para poder jugar al ángel y al demonio en un mismo día y tranquilamente dormir la noche completa. “Mamita dame veinte pesitos. Ándale, estas invirtiendo en mi futuro. Vas a ver que yo voy a aprender cómo hacer bonita a la gente, eso me gusta mamita.” Liz dinero en mano, decide cual será su experimento de la semana. Escoge entre inventar unas manos de uñas azulsirena o agregar a su cabello tiras de rojo intenso. Quizás prefiere tener en sus manos la paleta de los colores más alegres y enloquecer pintando la cara de su hermanita o restringirse a los polvos de colores tierra y maquillar a su abuela… Armada con su nueva adquisición de veinte pesos, Liz está lista para pasar al puesto de fruta de Don Chon. “Pero mira cómo ya creció mi güerita… Es toda una mu- 42 jercita. Ummm… como mango de temporada.” Ahora ella se niega a recibir el pedazo de piña-para-la-niña que le ofrece y no pierde de vista el enorme cuchillo que siempre tiene en la mano este hombre que suda miedo. Liz llega a su casa; ahora ya es esposa de Jesús. Viene con su uniforme escolar, falda corta de cuadros verdes, blusa blanca, suéter azul. Salió temprano de la escuela de Cultura de Belleza. Su madre la saluda con gusto y le pide que vaya al Tianguis por unas mojarras para la comida. “Hoy es vigilia y no podemos comer carne. A tu marido le encanta la mojarra frita. Apúrate hijita.” La primera reacción de Liz es entrar en la recámara para cambiarse de ropa, quitarse la falda y ponerse el pants y la playera aguada, “uniforme” que habitualmente usa para ir al tianguis. Pero es tarde, hace calor y el tianguis está tan cerca… Liz sale a la calle en su falda corta a cuadros y camisa blanca, monedero en mano y se dirige hacia el río rosa mexicano que puebla las calles aledañas. A unos pasos ya la envuelve la nube de sonidos que emana del torrente: “¡Baras, baras, la fruta fresca! ¡Tres por un peso. Lleve su canela! ¡Acéeerquese marchanta, aquí la hacemos feliz! ¡Güera, güera, ¿qué le damos?, ¿qué le damos?...” De un paso firme se sumerge en el mundo de cielo rosa. Camina sin voltear a oler las montañas de fruta, ignora a Don Chon que le grita, solo mira de reojo las mesas de pinturas y diademas. Ella va 43 directo al puesto de pescado porque su misión es clara y concisa: comprar seis mojarras. Un puesto antes de llegar a su destino, ella percibe el olor característico a pescado. Es fuerte pero tolerable, aunque hoy viene más cargado. Se detiene un instante para inhalar y reconoce, entretejido en el aroma a mariscos, un olor que le es familiar. Cierra los ojos para oler mejor y se da cuenta de que alrededor de ella flota aquella esencia que emite Don Chon, ese acre tufo a sudor de hombre enfermo de miedo. Liz necesita las mojarras, así que ignora su descubrimiento y da los dos pasos que le faltan para llegar a su destino. No está la Señora María, la reina de los pescados, mujer de seis aretes de oro en la oreja izquierda, cabellos cortos oxigenados y ceja pintada. Liz duda un momento ante la ausencia de su amiga; siente como la envuelve de nuevo el tufo acre de sudor y mar viejo. Pero Liz se acerca al frente del puesto y se coloca en la fila esperando ser atendida. Dos muchachos jóvenes están despachando el puesto. Son los hijos de la señora María, ambos ataviados con largos mandiles y botas de plástico blanco. Sus camisas arremangadas muestran antebrazos fuertes, cubiertos de escamas y tripas de pescado. Están parados ante unas enormes tablas, cuchillos en mano, despachando a la clientela. Desde que Liz se forma, los muchachos tuercen sus miradas hacia ella. Un muchacho le grita al hermano con 44 voz fuerte y estridente: “Mira, carnal, hoy los monumentos salieron a pasear al tianguis de La Virgen. Mira nada más, manito.” El otro le contesta cantando “Colegiala, colegiala. Colegiala no seas tan coqueta. Colegiala ven y dame tu amor.” Siguen intercambiando comentarios sobre Liz y sus piernas, mientras acaban de atender a un cliente. Uno grita “Baras, baras, piernas de a millón, jugositas. Acérquense señores.” “Necesito esas mojarras”, se dice Liz y valientemente mantiene su posición en la fila agarrando con fuerza su monedero. Cuando por fin pasa a pedir su pescado, uno de los muchachos le ofrece una galleta con ceviche: “Pruébelo güerita, está casi tan rico como usted. Para que se anime…” Pero ella lo rechaza seriamente y pide “Quiero seis mojarras medianitas”. “Uuyy, qué enojona. Güera y si me muero... qué vas a hacer…” Liz sólo repite “quiero seis mojarras medianitas”. Ante la gente de la fila, ante la mirada asombrada de Liz, uno de los muchachos saca de la bolsa de enfrente de su mandil un enorme pescado. “¿Uno así, güera?” A la altura de su vientre, con la cadera ligeramente empujada hacia adelante, el hombre le muestra el pescado húmedo, viscoso colgando de su mano. Liz baja la mirada y paralizada simplemente repite “seis mojarras para la comida”. Entonces el joven avienta el pescado a su hermano, por el aire. Este lo atrapa, lo aprieta con la mano y con los dedos lo impulsa hacia adelante. El pescado húmedo vuela hacia el frente y cae exactamente entre 45 los pies de Liz. Igual de sorprendido que ella, extendido en el suelo en su parda viscosidad, el pez muerto abre los ojos enormes, vidriosos. Su mirada se dirige hacia arriba, en medio de las dos piernas de Liz. “Quién fuera pescado muerto para mirar al cielo y ver el paraíso” Grita uno de los muchachos. Liz mira aquel cadáver entre sus pies y siente cómo la pestilencia a sudor y mar viejo la invade, penetra sus fosas nasales, circula negra por sus venas, ensucia su pecho, llena su vientre de un enorme asco. Ante su imperante necesidad de vomitar, Liz corre. Avanza hasta salir del río rosa y sube al primer transporte que pasa. Su corazón suena a estampida. Sus ojos brincan de un recuerdo a otro a toda velocidad. Liz toma asiento para tratar de serenarse y saber cómo explicar en su casa la falta de mojarras. Sobre su cuerpo se recarga ligeramente un hombre. Ella voltea y ve la bragueta abultada empujando su brazo acompañada de un par de ojos vidriosos, y de nuevo siente cómo la penetra aquel olor a pescado muerto con sudor de hombre enfermo. Liz se baja del pesero y corre hasta su casa. Su madre la recibe en la puerta. Al ver a Liz con las manos vacías y sofocada, pregunta: “¿Qué pasó? ¿Y las mojarras?” La madre mira bien a su hija y simplemente comenta “Hoy no es día para pescado, ¿sabes? Voy a preparar unos deliciosos ejotes con huevo.” Y se mete en la cocina. 46 Liz logra terminar el día sin que su marido note su malestar. “Para qué inquietarlo”, piensa ella. Por fin protegida por la noche, Liz se mete a bañar. Durante largos minutos observa el agua que se va por el desagüe de la regadera. Quiere ver cómo aquel tufo a mar viejo y sudor de hombre enfermo se arrastra cobardemente hasta la rejilla, se retuerce en su propio hedor, resiste el embate del vacío de la tubería y por fin perece, desaparece… la deja para siempre. Muchos minutos después, protegida por el aroma a shampoo de manzana verde, ella se arriesga a salir de atrás de la cortina de baño. Se pone con cuidado dos playeras debajo de la pijama, por si acaso hace falta… Se sienta en su sillón para descansar. Pero en unos minutos decide mejor ir al closet a buscar algo importante. Ella recuerda que guardó un buen pedazo de tela a cuadros de su uniforme escolar; aquella tira larga que le sobró. La desdobla y esa misma noche se confecciona una nueva falda. Una mejor, más a la moda de Paris, justo lo que necesita para la primavera. “Ahora voy a usar una falda que me llegue hasta los tobillos”, es mejor, se convence ella. “Es mucho mejor”, vuelve a repetirse. Liz ya no va al Tianguis de techos rosas. Mejor compra en el supermercado. Los pasillos del súper huelen a plástico y metal rancio, “pero este lugar me queda más cerca y es más fresco que el tianguis”, se dice ella mien- 47 tras inhala insistentemente un paquete plastificado que envuelve un melón para ver si recuerda el aroma de esa esfera rugosa. Liz sabe que algún día se arriesgará a ir al Tianguis otra vez, quizás pronto. Podrá comerse un taco de bistec con papas, muchas papitas que se acaban demasiado pronto. Pero si se arriesga, será agarrada del mandil a cuadros de su madre o de la mano de su hermoso Jesús. Sola, al tianguis, nunca más. 48 MUJER DE RÍMEL para las que nacen un poco cada día si el mundo gira que sea para ti mientras ríes o lloras en una de esas líneas que dan tanto miedo mira bien lo que digo: mujer de rimel con vaca pino y prado que cuelgan de cada uno de tus ojos dos abriles completamente inmensos y distintos desde la primera letra la vida es tan cruel –o tan hermosaque estirando la palma de tu mano bailará allí para ti –solo para ticómo tú quieras cuándo tú quieras y será solo tuya -tan cruel tan hermosaque reflejarán tus ojos un jardín zen que yo te conozco desde que naciste 49 llegaste en paracaídas y nos resultó tan maravilloso que desde entonces encendemos una estrella para no olvidar que los dioses te trajeron hasta aquí para que entendamos que el verde es una forma de vida que no tiene límites por eso existe tu autopista y por eso yo busco mi jardín 50 LUPITA El año de 1989 fue importante en todas partes; un año crucial para muchas personas que, sin saberlo, fueron felices al mismo tiempo que mi familia, porque ese mismo año, el 22 de julio, a mí me pareció un gran día para nacer. El doctor dijo que mi mamá tenía panza de varón, y después de dos hijos habían perdido ya la esperanza de tener una niña. Una de mis tías decía: “¿Qué tal si Diosito le cambia su cosita al nacer?”. En todas las reuniones familiares hacían apuestas sobre si yo sería niño o niña. A pesar de lo que decía el doctor, parecía que nadie estaba muy convencido. Y llegué, un día de julio. La sala de espera estaba llena de tíos, primos, abuelos y demás allegados que se habían reunido para darme la bienvenida. Y mientras ellos hacían tiempo, mi mamá lloraba de emoción y se des- 51 mayaba al descubrir que el doctor estaba equivocado y que la Virgencita la había escuchado mandándole una niña. Fue por eso que me pusieron Guadalupe. Cuando todos se enteraron, llenaron el cuarto de mi mamá de flores y me regalaron los aretes más bonitos.. Mi papá emocionado se acercaba a mí y susurraba “el día en que tú naciste, nacieron todas las flores”, y cuando él me cargó en brazos sentí la misma sensación de tranquilidad y bienestar que me llenaban cuando estaba en la panza de mi mamá. Y cuando nuestros ojos se encontraron saltaron chispas; la luz del cuarto vaciló. Creo que por eso mi papá y yo somos inseparables. Por eso, y porque ganó la apuesta. 52 LIBERTADES POÉTICAS ÁNGELES Dicen los que saben (porque aprendieron a imaginar) que los ángeles están siempre junto a nosotros, aunque no seamos capaces de sentirlos. Tocan tus pasos y hacen que cambies de dirección antes de caer en la coladera abierta. Saben cantar de noche para ahuyentar los espíritus del insomnio. Colocan en tus labios palabras hermosas cuando las necesitas. Llenan tu corazón de esperanza, después de que se cerró la “última puerta”. Ayudan a morir en paz, incluso a los más desalmados. Te ayudan a calcular riesgos antes de realizar algo. Te avisan si la muerte anda cerca, para que no cruces por su camino. Dicen los que saben (porque valoran la fantasía) que los ángeles andan por todos lados, aunque no creamos en ellos. Y dice Haidee (ella que sabe tantas cosas) que su sobrina sólo vivió nueve meses porque en realidad era un ángel, y no necesitaba más tiempo. Que se hizo visible y vino a este mundo a cumplir una misión muy importante: enseñarle a sentir el amor. Ese amor que se 53 percibe en todo el cuerpo, y más allá del cuerpo: en el aire, en la oscuridad, en los rayos del sol. Ese amor que te permite ver la bondad en los rostros de los demás. Ese amor parecido a un océano de energía feliz que cubre todo el mundo. Tuvo que venir su sobrina para que Haidee comprendiera todo sin necesidad de explicar nada. Y llegó su sobrina, un poco diferente a la mayoría de los niños, (los que no saben nada le llamaron síndrome de Down) para decirle a Haidee con su piel y sus risas, con sus ojos rasgados de alegría, que no importa cuánto dure la vida, si sabemos que el amor es lo único que nos lleva al paraíso infinito. 54 HAIDEE, LA ÁNGEL GUARDIÁN Una mujer, casi mujer, un año más y será mayor. Una mujer con nombre de cantante de opera y de reina de las flores (aún muy tímidas). Una mujer sonrisa en bicicleta. Esta mujer tiembla, vestida de bata azul, tapaboca y gorro de protección. Vibra de anticipación al ritmo de cada milímetro de músculo alerta. Brincar, pelear, rezar, pedalear. Haidee está lista, con la cabeza zumbando de corazón, corazón de futuro, corazón son de amor. La cabecita del bebé aparece, está coronando, curando los líquidos de sangre y fuente. El cuerpecito sale viscoso de luz y miel y calienta el esterilizado mundo del quirófano. Haidee extiende las manos vestidas de azul. Haidee, la tía, recibe a la sobrina llamada Viviana. Haidee conoce en los ojitos recién nacidos, un nuevo mar cálido e inmenso. Haidee no ve el silencio de los demás, adultos recu- 55 biertos de dura experiencia, canteras de sensatez. “Es una niña especial, pobrecita”, dice la voz, pero Haidee sabe lo que mira. Ella confirma que tiene en sus manos a la niña más hermosa de ese segundo irrepetible, la fuerza de vida más esencial de todo el cuarto. En el baño, Haidee se lava del primer llanto de su sobrina y se quita la bata azul para iniciar una nueva vida, el palpitar de su sobrina, un nuevo saber amar, la enseñanza de un ángel de la risa a un ángel de la guarda multicolor. Haidee abre sus enormes alas y logra protegerla, poco tiempo... Porque las historias no siempre pueden cambiarse. Ahora gracias a Viviana, la sobrina que se fue, Haidee es fuerte, Haidee es luz, Haidee es fe con una sonrisa hermosa en bicicleta. 56 AHÍ TAMBIÉN HAY MARGARITAS el amor está llamando a vuestra puerta desdentado y con la lengua babeando lunas ¿no veis que aquí los únicos soles posibles son los que brillan en vuestra nuca despejada? danzad, mujeres hasta que vuestro cuerpo magullado caiga dormido en el regazo del océano allí también hay margaritas y lugares mágicos donde la gente cambia penas por sopes engordando la felicidad de los nacidos yo veo bailar en vuestros ojos 57 diminutos hombres primitivos medusas que pican como el chile una niña chiquita que sostiene el universo en la diminuta palma de su mano y sabéis que ahí también nacen margaritas 58 LAS BOLAS EN CULHUACÁN Por fotos, por películas, sé que existen en el mundo bolas que asustan, que destruyen pero nunca pensé encontrarme una de estas esferas de terror en un barrio del sur de la Ciudad de México. En el desierto de Sonora existen grandes bolas de hierba seca que ruedan llevadas por el viento, allá las llaman Brujas. Primero giran recogiendo basura del desierto y arbustos hasta volverse enormes. Y entonces en la noche se incendian y giran otra vez; espantan a cualquiera. Muchas personas después de ver las Brujas dejan de ser las mismas. En los Pirineos se forman las bolas de nieve. Primero la bola es pequeña pero de tanto girar cuesta abajo va creciendo más y más hasta tomar la fuerza de la destrucción; la bola de nieve puede arrasar a un pueblo completo en unos cuantos segundos. En el barrio de Carmén Serdán, aquí en el sur de la 59 Ciudad de México, también hay bolas, bolas que crecen y crecen y que explotan con enorme violencia. “No es grave, me explican las alumnas, no pasa de que haya unos muertitos. No pasa nada. No pasa nada, me repiten”. “Es delicioso, es calientito, es grande, es hermoso” me contestan las casi mujeres, vestidas en sus uniformes escolares a cuadros, cuando les pregunto “¿Qué se siente tener una pistola en mano?” (Hablamos de un arma, de aquella maquinaria de precisión fabricada con el propósito de quitarle la vida a un ser vivo, no estamos bromeando entre mujeres sobre las pistolas masculinas.) Yo la adulta, la mujer aguerrida, escucho con la mente, con el corazón, con mi asombro: “Para mi todo empezó cuando conocí a mi novio, dice una de ellas. Mis papas no me dieron permiso de tener galán y mucho menos permitieron que Moy entrara a nuestra casa a visitarme. Así que ahora yo salgo y me paro en la esquina atrás de la casa. Ahí veo a Moy y nos la pasamos bien. También estoy con todos, con la banda. Platicamos, bromeamos, nos enojamos. Siempre estamos juntos, nos apoyamos de verdad. Hay días que salgo y no está ni Moy, ni las amigochas, pero por lo menos están el Tortillas y el Perro, esos dos son inseparables y pareciera que viven en la banqueta. Platicamos… y hay veces que hasta se nos acaban las pa- 60 labras pero pues, entonces, nada más nos acompañamos y vemos pasar a la gente, claro si se atreven a pasar. Hay veces que mis amigas me visitan en la escuela, en mis clases de Cultura de Belleza, y les pongo unas uñas muy bonitas, las más largas que encuentro. Las mujeres siempre nos tenemos que ver bonitas, estemos donde estemos…” Yo, la mujer adulta, experimentada, he visto a estas hermosas estudiantes en acción, haciendo milagros. El miércoles me toca sesión de emperifollamiento: una de las alumnas transforma mis pies de ser unos dinosaurios a ser unas extremidades bastante coquetas. Simultáneamente dos jovencitas más jalan, alacian, cortan mi cabellera. Cuando me miro en el espejo, en mi cabeza ya no habita el animal indomable al que estoy acostumbrada sino que reina un peinado digno de mujer seria y decente. Y las manos, pues las alumnas del Centro Comunitario Carmén Serdán, me las cambiaron de ser fuertes herramientas de trabajo a ser unos anexos decorativos adheridos a mis brazos. Este milagro de acicalamiento, de emperifollamiento fue ayer, hoy escucho desde mi asombro las descripciones de las “bolas” de su barrio. “Lo bonito de estar en la esquina es que estas acompañada. Siempre nos apoyamos”, me dicen ellas. 61 “A la fiesta del sábado pasado fuimos todos. Eran los quince años de la Chuchis y pues había que estar con nuestra amiga; además iba a tocar el DJ Bambino y nos late como la mueve. Claro también asistieron a la fiesta los familiares de la festejada. La mayoría de nosotros estábamos bailando cuando afuera se oyeron balazos. Esas balas al aire son la manera que tenemos de llamar a la banda, a los amigos; así nos avisan los hombres de que se va a armar la bola. Salimos de inmediato a hacer el paro y efectivamente se armó la bola. Las bolas son muy ordenadas: siempre se respetan los dos grupos diferentes que se organizan para pelear: uno es el de los compas de 13 a 17 años y el otro es el de los de 17 a 25 años. Las personas mayores también se meten a los golpes, pero ya más tardecito. Ya sabes, son las mamás que le entran a la bola, que para defender a sus hijos. Los hombres están armados pero tratan de no usar las pistolas; las mujeres solo usamos nuestras manos… Los hombres se pelean con los hombres y nosotras con las mujeres a menos que … Total que el sábado, como en toda buena fiesta, se armó la bola, primero los chavos y luego los adultos también. Esa noche ganamos nosotros, quedaron 40 contrarios tirados en el piso. Así que terminando nos regresamos a nuestra esquina, ahí junto a mi casa y nos la pasamos 62 muy bien. Ahora sí teníamos mucho de que hablar. Nos compramos unas chelas y pues nos amanecimos celebrando. No sé que sería de mi vida sin mis amigos y sin las bolas…” Ocultando mi asombro en el fondo de mi corazón, pedagógicamente les pregunté a las hermosas alumnas con faldas de colegialas: “¿Cuáles son los aspectos positivos de las bolas?” Ellas relajadas contestaron: “Las bolas te enseñan muchas cosas, en ellas aprendes a controlar la adrenalina y a poder mantener la cordura en situaciones extremas. Gracias a la bola siempre tenemos de qué hablar y podemos estar juntos. En la bola desahogas cualquier cosa que tienes atorada y te haces fuerte.” Entonces, como adulto que soy, como conductora de taller, les insistí que describieran los aspectos negativos de las bolas, de las peleas tumultuarias que suceden semana a semana en su barrio. Ellas se miraron extrañadas de mi insistencia y una me dijo con duda. “¿Son malas porque te pueden matar?” Después reinó el silencio. Mi corazón se quedó desarmado después de haber escuchado estas palabras. Recordé una vez más a las alumnas de Cultura de Belleza pintándome uñas hermosas con brillos de princesa y corazoncitos de hada, peinándome y maquillándome como reina de belleza. Y me hundí en el silencio de la confusión. 63 Después de varios dias de reflexión concluí: tengo que creer en las palabras que escuché, aceptar la tranquilidad que vi en las mujeres que las pronunciaron. Pero mi corazón siente que la misión de estas mujeres no es destruir sino construir belleza y entregársela a este mundo que no es tan hermoso. Necesito creer que su capacidad de regalar armonía es mucho más grande que cualquier bola, sea del desierto, de nieve o de violencia pura. 64 SABI-DU RÍA (o el Plantón Creativo… Sí, chismoso) Saber que me quieres me hace grande me hace importante me hace hermosa. Saber que tu olor me vuelve animal me recuerda mujer me recuerda viva me recuerda plena. Saber que tus ojos me miran me crece por dentro me juega la risa me baña la miel. Saber que te puedes ir un día me sabe humana me sabe triste me sabe renovada. 65 66 EL RITMO QUE NOS LLEVA Ella dice que nunca supo bailar, aunque siempre quiso. Que el ritmo no se escapa de nadie ni huye de cualquiera: siempre está aunque a veces no logremos seguirlo; aunque a veces perdamos el pie, el equilibrio; aunque a veces nos caigamos y nos levantemos con cara de que aquí no pasó nada. Él pensaba que uno no empieza a creer en el destino hasta que se cruza con él, o hasta que el destino misterioso toca a la puerta como un amigo que viene a tomar café. Ella trabajaba con su papá. Ayudando en los cobros, en las ventas y en las compras. Pensando que con el destino no se puede hacer trampas, pensando que ni se vende ni se compra. Él pensaba que quizás cuando menos se lo esperase, las cartas del azar estarían a su favor, y el vacío que sentía dentro se iría, y su mente y su corazón quedarían despe- 67 jados como después de una tormenta. Ella quería creer que la vida era algo más que el hueco que crecía despacio dentro de su pecho. En lo más profundo de su ser, sabía que cualquier cosa era posible, aunque a ratos la vencía el desánimo y todo parecía gris. Se conocieron. Tal vez algo o alguien movió los hilos del destino para que fueran uno al encuentro del otro. Una tarde ella se escapó para ir a una fiesta con él, en otra ciudad. Su corazón era un ardiente volcán que iba a salir volando en cualquier momento. Estaba nerviosa como nunca lo había estado antes. ¿Qué pasaría cuando se enterase su papá? Seguro que se enojaría muchísimo y no la dejaría volver a salir. Era la primera vez en su vida que se escapaba de casa; sentía que la fuerza del destino era más fuerte que la de su amor. En la terminal de camiones él esperaba con la sonrisa abierta de par en par. Ella cerró los ojos y le pidió a Dios una señal para saber que no se estaba equivocando. La fiesta fue un sueño que nunca había soñado. Ella dice que nunca supo bailar, aunque siempre quiso. Y esa noche bailó como si todas las ganas de bailar que llevaba acumuladas se le saliesen por las plantas de los pies, por los poros de su piel sedienta de ritmo. Y esa fue 68 la señal que ella estaba pidiendo. Bailar y saber que estaba con la persona adecuada, en el momento adecuado, y que ese instante iba a durar lo que ellos quisieran. Él la mecía en sus brazos, acariciados por la música que parecía sonar sólo para ellos: expertos bailarines de una noche de cuento. Ella supo que se iba a casar con él. La vida está llena de señales que van dejando un reguero a su paso para que seamos capaces de verlas. Ella nunca volvió a bailar de esa forma; en los momentos cruciales de la vida uno hace cosas insospechadas. Él supo que la quería desde siempre. Hay cosas que sabemos desde siempre y tardamos tiempo en ver. Él pensaba que uno no cree en el destino hasta que se cruza con él, pero cuando uno lo mira directamente a los ojos, la vida se transforma y ya no hay vuelta atrás: sólo un ritmo que nos lleva con la clarividencia de un adivino. Ahora ellos caminan juntos. Sus zapatos siempre están preparados para seguir adelante. Su mejor baile es sin duda su hijo, que les hizo improvisar nuevos pasos. Ellos saben, desde siempre, que vivir es bailar. 69 70 UN LUGAR PARA BESARNOS ¿Por qué serán tan anchas las calles y tan ansiosos los besos? Tus manos al volante mientras se opaca el cielo. Tu vista en el asfalto, mis ojos en tu cuello. La caricia a flor de labios, y cada quien en su asiento. ¿Por qué serán tan anchas las calles y tan ansiosos los besos? Frena, caballero, tu automóvil, mientras yo me desenfreno. Huye de los faros y sus luces y desátame el cabello. Apaga ese motor; enciende el tuyo y pronúnciame en silencio. Hallemos un lugar para besarnos: una banqueta, el pasto, un par de metros, 71 un minuto vivo de tan largo, un instante de piel, sudor y sueños. Vamos a amarnos ya, mi fresca sangre, en la paz de un rincón, en un secreto. Busquemos el color de nuestro tacto, hallémosle sabor a nuestro tiempo, porque todo es urgente y peligroso, porque todo es veloz y todo incierto. 72 UNA CAMA PARA LOS DOS Para ti, Fede Por el brazo me entran chispas luminosas, forman pequeñas bolas de luz que suben hasta mi pecho, ahí explotan como castillo de las fiestas de octubre. Luego las quijadas se me aprietan y la boca se me llena de una saliva dulce, mucha saliva tibia. Sigue un impulso de morder, deseo masticar, morder, tragar, morder, masticar, tragar. Después necesito mirar, dejarme deslizar por cada pendiente, cada curva, cada rincón oscuro, con los ojos únicamente. Esto me vuelve a llenar de calor y ahí es cuando me envuelve la confusión. Nunca sé si cosechar lentamente, con mi lengua, cada gota de sudor o dejar que mi vientre se siga expandiendo con el remolino que me quema. Ella es la cosa más hermosa que he visto jamás. Siempre es perfecta, su voz es perfecta, su espalda, su pelo, su risa, sus pechos, sus manos. En sus enormes ojos me pierdo por completo, me hundo. Nunca salgo de esos ojos, sin embargo, cada mañana me vuelvo a hundir en 73 ellos, caída libre sin fondo, aire cálido de nube de primavera, rocío fresco que baña, vapor que envuelve. Hace poco un hombre quiso hacerle daño. A las 7 de la mañana, el hombre con 2 acompañantes quiso levantarla de la calle y llevársela en un coche. Yo los mato, los destripo, los quemo vivos, les arranco la piel enterita, poquito a poco para que se vuelvan locos de dolor antes de morir. Me transformo en hombre-lobo para asecharlos hasta matarlos de miedo. Ahora todas las mañanas voy por mi tesoro a su casa. La alzo en mis manos y la subo a mi moto. Cuando sus brazos me envuelven me derrito… tan temprano. La llevo a su escuela y veo cómo mi flor entra por el portón. Tranquilo, puedo irme a trabajar a la carnicería. Todo el día corto carne, hundo mis dedos en las tripas por lavar, envuelvo mis brazos en las tiras de pancita, de longaniza, de moronga, pero mi mente siempre está con mi pétalo de flor. Sé que en la noche podré dejarme caer en el olor de su pelo, sentir su piel tan suave en mi cachete, sumir mi cara en su regazo. Al ratito estaré sentado en el sofá de su casa tranquilamente, hirviendo de placer, yo y mi capullito de alhelí. El problema es que hay días, noches, en los que nos desbordamos del sofá; nos queda chico. En esos momentos avisamos que vamos por un refresco y salimos corriendo de la casa. Vamos con los amigos a ver quién 74 nos presta un coche. Ya en el carro, empezamos a andar por el barrio. Tenemos que encontrar un rincón oscuro y solitario, pero no demasiado peligroso. Buscamos un lugar que nos reciba, que nos proteja, que nos cobije. Mientras, en el carro se escuchan nuestros vientres de olla hirviendo, tum tum, tum tum. Nuestros cuerpos piensan cómo desnudarse sin enterrarse la palanca de velocidad, cómo voltearse sin rasparse con las manijas de las puertas. Planean ya cómo explotar, aunque las piernas no se puedan estirar ni los brazos levantar. Aquella noche, después de darle tres vueltas al parque decidimos estacionarnos ahí, en lo oscurito, y colocar una franela enfrente del parabrisas. Miré a mi agua de cielo y vi su boca entreabierta respirando entrecortada y sus chapas brillando en la oscuridad. Sus ojos, sus ojos profundos, sus ojos de miel negra, dulce, suave, tibia, caliente que quema, y quema, más y más. Mis manos envolvieron dos pájaros delicados de pezones duros, mi cara se perdió en el terciopelo marrón de carro, de piel, de piel azucarada, de vestidura plástica. Mis ojos querían ver… —malditos ojos que siempre quieren ver— … Le quité la blusa, el brasier y apareció ante mi la locura, la explosión latente, la belleza azul, café, roja, morada. Una vez más, la quijada se me apretó, trepó en mis entrañas el deseo de morder y después vendrían las gotas de sudor y la explosión y… Nos alumbraron 2 focos, 2 lámparas de mano, mientras se escuchaban golpes en el techo del carro. Aventé 75 a mi estrella de la mañana al asiento trasero y le grité “¡Vístete!¡Qué no te vean, que nadie te vea!”, y me bajé rápido del carro. Frente a mí había 3 patrullas, cada una con su juego de dos policías, grandes y azules. Empecé a hablar mucho, fuerte, rápido para alejarlos del carro. Necesitaba darle tiempo a mi semillita para que se vistiera, que se pusiera su ropa, que se protegiera de las miradas de los hombres que se la llevan de la calle. Hablé mucho, les expliqué a los policías que somos vecinos del parque, que estamos enamorados, que algún día, Dios mediante, nos vamos a casar, que ya estoy ahorrando para tener nuestra propia casita, con un cama para nosotros solitos. Inventé, soñé, hablé sin parar, lo suficiente para que mi chocolatita pudiera vestirse… Por fin volví la vista y la miré sentada en el carro, con su carita de “yo no fui” y les dije a los policías: “Bueno de a como se va a tratar…” Claro ellos hicieron su trabajo: “Como cree, muchacho, pues si nos van a tener que acompañar…” Y sí, le dimos varias vueltas al parque, lo suficiente para que yo me asustara y empezara a pensar en los hombres de azul, que se pueden llevar a mi lucerito y apagar su luz. Pero por fin los policías se cansaron y aceptaron lo único que traía: un teléfono celular, que ni era mío sino prestado, y nos dejaron ir. Seguimos despacio, en silencio, hasta la casa de mi cariño azucarado y nos quedamos estacionados afuera de la puerta, sentados en el carro, uno al lado del otro. Y 76 de nuevo empecé a ver cómo las chispas subían por mis brazos formando bolas de luces listas para explotar en mi pecho. Miré a mi bomboncito y distinguí los mismos destellos en sus ojos, suaves, de miel negra... Suspiré y le dije “Sería tan hermoso tener una cama para nosotros dos, aunque fuera un ratito, ¿no crees?” El resto de la conversación la tuvieron nuestros cuerpos en silencio, sentados uno de cada lado del carro. Soñaron en poder tocarse sin prisas, en mirarse de pies a cabeza, estirarse en cada explosión, bañarse en sus olores, platicar, dormir para volver a empezar… Yo y mi nube de primavera aún no queremos casarnos ni vivir juntos, porque tenemos todavía mucho que aprender, cada uno por nuestro lado, pero nos queremos bien bonito y la verdad... ¡cómo nos gustaría tener un lugar seguro donde poder amarnos de vez en cuando! Así, en el trabajo, en la escuela, podríamos estar un poco más tranquilos sin tantas chispas y mordidas rondando nuestras cabezas todo el tiempo, y dejaríamos los parques en paz, para que jueguen los chamacos. 77 78 MI NOMBRE “Porque mi nombre es mío, Porque yo decido cambiar Porque yo quiero llamarme como yo quiera.” Este poema lo dedico a Amanda, que alguna vez fue bautizada Beatriz Urías; a Haidee, que decide la ortografía extranjera de su nombre y rechaza ser la reina de las flores, Edna; a ti, Mara, que tienes nombre de pandilla pero sueños de belleza multicolor; a Solecita Azul, sueño de la tierra del sol naciente y a Naye, la guerrera que supo decir yo soy lo que soy con o sin cabellera y me envuelvo en la sabiduría milenaria de la no-violencia. Diario me sé Sheena, pero nací y crecí Petite Trois Langues: niña perdida de las tres lenguas. Luego me volví, y lo seré siempre, Two Face Wobi: mujer pájaro de dos caras. 79 Durante unos años creí ser Guex Vedel: guerrera venida de lejos. Pero me transformé en una Wowho Droho: mujer que sueña el hogar. También fui feliz como Panhuecihuatl: mujer tambor que hace bailar. Y parece que ahora busco a Dadzen de Brajo: espejo de palabras que dicen verdad. 80 81 82 AUTORÍA Zazanilli Nehnemi tiene rostros humanos. Inspirados en las historias de vida de las participantes del taller, nuestros artistas desarrollaron los textos de este libro. Eva Cabo • Caperucita • Queridos objetos queridos - La muñeca voladora de Karla - El trapito de Jenny - Pandi - El sofá de Liz • Difícil es • Mujer de rímel • Lupita • Ahí también hay margaritas • El ritmo que nos lleva Marconio • Alergia • Congelada • Libertades poéticas: Ángeles • Un lugar para besarnos Valentina Ortiz • Pescado muerto o terror en el tianguis • Libertades poéticas: Haidee, la ángel guardián • Las bolas en Culhuacán • Sab-iduría • Una cama para los dos • Mi nombre 83 84 Zazanilli Nehnemi Cuentos Viajeros A.C., somos una empresa cultural de gran experiencia en la creación y difusión de espectáculos de narración oral, así como en la elaboración de talleres de recuperación de la palabra y fomento a la lectura. Igualmente trabajamos en la recopilación de tradición oral, dándole forma de espectáculo de narración, y en el diseño, edición y publicación de libros: trasladamos lo que la gente nos cuenta al escenario, a los libros y al imaginario colectivo. El patrimonio oral de los pueblos es uno de sus grandes tesoros. A través de sus cuentos, mitos y leyendas un pueblo se mira, se conoce y refuerza su identidad. Y esa es nuestra misión: reconciliar a los pueblos con la fuerza de su traición oral. La salud de los hombres y las mujeres depende mucho de la salud de sus historias. z a z a n i l l i c u e n t o s @ g m a i l . c o m ( 5 5 ) 5 4 0 9 - 1 4 2 1 / 5 6 5 2 - 1 0 2 9 / ( 5 5 ) 2 7 1 4 - 3 5 5 5 85 Este libro se imprimió en la meritita base de operaciones de Zazanilli Nehnemi, Cuentos Viajeros, en la Ciudad de México en mayo de 2009. 86 87 88