El periodismo en el Perú

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El periodismo en el Perú
130 AÑOS DE PERIODICOS
Raúl Porras Barrenechea, destacado pensador
peruano, cuya valiosa labor contribuyó al
conocimiento de la cultura nacional, nació en
Pisco; fueron sus padres Don Guillermo Porras
Osores y Doña Juana Barrenechea y Raygada.
De niño vivió en Barranco; sus estudios iniciales
los hizo en el Colegio San José de Cluny y luego
en el Colegio de la Recoleta en la Plaza Francia
de Lima. Durante sus años escolares demuestra
sus dotes de escritor publicando 3 cuentos y una
traducción del francés en la revista del colegio.
En 1913, ingresa a la Facultad de Letras de la
Universidad de San Marcos en donde luego se
iniciará como profesor a cargo de la cátedra de
Lengua Castellana. Parelalemente, debido a la
temprana pérdida de su padre, trabaja como
amanuence (secretario) en la Corte Suprema de
Lima.
Junto con Jorge Guillermo Leguía (1898-1934)
fue uno de los más entusiastas y dinámicos del
grupo de arielistas que impulsó el Conversatorio
Universitario, idea que lanzara Víctor Andrés
Belaúnde. Ricardo Vegas García, Manuel
Abastos, Guillermo Luna Cartland, Carlos
Moreyra Paz Soldán, José Quesada, José Luis
Llosa Belaúnde, Jorge Basadre y Luis Alberto
Sánchez fueron los otros integrantes que se
sumaron a la propuesta de Porras y Leguía. Con
motivo del centenario de la Independencia del
Perú, despliega gran actividad destacando su
conferencia sobre Don José Joaquín de Larriva.
En 1918 viaja como delegado estudiantil a La
Paz (Bolivia) y al año siguiente a Buenos Aires
donde se involucra con las ideas de la Reforma
Universitaria. Fue animador de diversas revistas
de Literatura como Alma Latina.
Fue maestro de Historia de diversos colegios de
Lima, destacando su paso por los colegios
limeños Anglo-Peruano (hoy San Andrés),
italiano Antonio Raimondi y el Alemán, donde
demuestra sus dotes docentes, que seguiría
luego en la cátedra de Historia en su alma Mater
y también en la Universidad Católica y en la
Academia Diplomática.
Como político fue elegido Senador por Lima en
1956, llegando a ser Presidente de su cámara.
Raúl Porras Barrenechea
Tuvo una destacada actuación como diplomático,
siendo
entre
1936
y
1938
Ministro
plenipotenciario de su país ante la Sociedad de
Naciones (hoy Naciones Unidas), también
Embajador en España (1948-1949) y Ministro de
Asuntos Exteriores (1958-1960), cargo que
juramentó en su propia residencia, debido a
encontrarse delicado de salud.
Falleció el 27 de setiembre de 1960, en su casa
de Miraflores que hoy es Casa-Museo y sede del
Instituto de Estudios que lleva su nombre.
Es autor, entre otras, de las siguientes obras:
Historia de los límites del Perú: texto dictado a
los alumnos del Colegio anglo-peruano de Lima,
conforme al programa oficial. (Lima: F. y E.
Rosay. 1930)
Las relaciones primitivas de la conquista del
Perú. (Paris: Impr. les Presses modernes. 1937)
El Inca Garcilaso de la Vega (1539-1616) (Lima:
Lumen. 1946)
Fuentes Históricas Peruanas: apuntes de un
curso universitario. (Lima: Instituto Raúl Porras
Barrenechea. 1963)
Los Cronistas de Perú. (Lima: Sanmartí
Impresores. 1962)
Pizarro
(Lima:
Editorial
Pizarro.
1978)
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NOTA DEL EDITOR
El siguiente texto periodístico tiene un gran valor histórico. Es el recuento de la historia más rica de la prensa peruana, desde sus
orígenes hasta 1921, cuando la revista MUNDIAL ofreció una edición extraordinaria para celebrar el primer centenario de la
Independencia del Perú.
En medio de todos los destacados artículos de esta edición de lujo, encontramos este texto de Raúl Porras sobre El periodismo en el
Perú.
Porras comienza el artículo aludiendo al hecho real de que "La Colonia no tuvo periódicos". No había necesidad "en el estrecho
recinto de la capital", porque las noticias corrían de boca en boca, de casa en casa. Cuando llegaba un barco al Callao el corro limeño
se movilizaba al puerto y traía las últimas novedades de la península o de otras partes de América, que luego se expandían como
reguero de pólvora.
Pero la ciudad fue creciendo y, además, a fines del siglo XVIII, trascienden al continente las luces provenientes de la Ilustración
europea. Es entonces cuando aparece (1790) El Diario de Lima de Bausate y Mesa, que se convierte en "un exponente de libertad y
un primer conato para democratizar la cultura".
Porras registra desde aquella época toda la producción periodística: diarios, revistas literarias y científicas, revistas ilustradas,
periódicos satíricos y, sobre todo, los grandes diarios como El Comercio, El Heraldo, El Nacional, La Prensa, etc. En cada uno de
ellos exalta los nombres de los más destacados periodistas, el pensamiento ideológico de cada momento y la misión cumplida por el
periodismo en la vida nacional.
Ese artículo, profusamente ilustrado, ha servido de cantera inagotable para quienes han escrito sobre el periodismo en el Perú, y, hoy
mismo, constituye fuente esencial e imprescindible que los hombres de prensa y estudiosos de la historia pueden utilizar y
profundizar.
El periodismo colonial
La Colonia no tuvo periódicos. Rasgo de buen
gusto que nos ha librado de los sesquipedales
discursos de tanto doctor limeño erudito en
cánones y latín que entonces hubiera terminado
en periodista e inhibición oportuna impuesta por
el ambiente del virreinato. En el estrecho recinto
de la capital las noticias corrían de boca en boca
con más presteza que los papeles. La ciudad no
necesitaba de ellos. Chismógrafos profesionales
y murmuradoras de nacimiento se encargaban
de
trasmitir
desinteresadamente
noticias
entretenidas y escandalosas. A estos periodistas
ocasionales, establecidos cabe el arco de algún
portal o de una iglesia, se unían otros puntuales
anunciadores de todas las incidencias de la vida
limeña: las campanas. Las campanas daban
cuenta de todo y a todas horas un buen limeño
se informaba por el número de los repiques del
metal del bronce que sonaba, en qué parroquia
había procesión o trisagio o qué vecino ilustre
había muerto en la ciudad. Así "La Mónica" de
San Agustín debió hacer el papel del Comercio y
fue una indudable antecesora de nuestra prensa
de oposición aquella traviesa campana que se
echó a repicar cuando el Señor Virrey iba de
incógnito, por asunto de faldas. Tan repetido e
insistente llegó a ser el campaneo que los
extranjeros se irritaban por él y Monteagudo,
que debió tener el sueño ligero se vio obligado a
dar un decreto contra las campanas, prohibiendo
los repiques por cualquier quisicosa. El decreto
levantó gran polvareda, contribuyendo a la
impopularidad del ministro que así atacaba las
costumbres, pero hubo de cumplirse en todos
los conventos, menos en el de Jesús María, por
la sencilla razón de que era el único que en
aquella época no tenía campanas. Poca falta
hacían ya las antiguas y alborotadas noticieras
treinta años hacía que los limeños, obsesionados
por la ilustración habían dado en la manía culta
de anunciarlo todo por hojas impresas.
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La Colonia no tuvo periódicos. Las publicaciones eran reproducciones de lo que se editaba en España.
El primer diario.
No faltaron imprentas en Lima, desde 1584 en que don Antonio Ricardo hizo salir el primer libro de
prensas limeñas y sudamericanas. Lo que faltaba era gusto por las letras, costumbre de leer, deseo de
ilustración. La Gaceta de Madrid, reimpresa en Lima desde el año 1715 y cuya salida dependía de la
llegada de los galeones, no despertaba la curiosidad de los limeños. Menos eficacia conseguía la laboriosa
y paciente publicación, a que se entregaba con toda su bondadosa abnegación de sabio, el ilustradísimo
don Cosme Bueno, con sus anuales guías astronómicas y geográficas que titulaba El Conocimiento de
los Tiempos.
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Rúbrica de Jaime Bausate y Mesa
Don Jaime Bausate y Mesa, se propuso remediar esta indiferencia publicando el 1º de octubre de 1790 El
Diario de Lima, el de los cuatro adjetivos: "curioso, erudito, económico y comercial". El editor ofrecía a
los suscriptores comodidades increíbles por el precio de quince reales al mes. Un criado les llevaría el
periódico a las nueve de la mañana. En seis lugares de la ciudad -la Plaza Mayor, la Inquisición, San Juan
de Dios, Santa Ana, Nazarenas y la Esquina de las Campanas-se instalarían "caxas" o buzones para que
los vecinos depositasen papeletas con las noticias que quisieran dar a conocer. El editor se comprometía
a tratar en beneficio de "la pro-común" la más grande diversidad de materias extrayéndolas de los
mejores papeles. Tan seductoras promesas hallaron un eco favorable. La lista de suscriptores la
encabezan el virrey y el arzobispo, honraría los más preclaros nombres por el talento y por la sangre y la
cierra graciosa y evocadoramente un nombre femenino, el único de la lista, Micaela Villegas. ¡La coqueta
Perricholi también quería ilustrarse!
El editor cumplió lo mejor que pudo su plan enciclopédico. El Diario prestó servicios como anunciador,
consignó curiosas aunque muy cortas noticias históricas, disertaciones sobre ciencias, descripciones de
las provincias del Perú y traducciones de versos clásicos junto a recetas caseras para matar los piques y
curar las lameduras de araña. Sin embargo, este anacrónico periodista no se preocupaba mucho de las
noticias del día. Su afán era ilustrar, ser útil y ameno. Esto último no lo conseguía. El periódico cansó
pronto y el editor, sagaz conocedor del medio, se vio obligado a hacer uso de un recurso infalible: la
crítica. "En no hiriendo directamente a determinada persona ella es la salsa de los papeles", dice este
genuino abuelo del periodismo peruano. Declaración característica que define la índole y decidirá el éxito
de las futuras hojas periódicas en estas fértiles tierras del ingenio. Con mayor o menor eficacia los
periódicos seguirán el consejo del iniciador y habrá algunos que exagerando la receta criolla, se
convertirá en pura salsa.
Las víctimas escogidas por la sátira del Diario fueron los miembros de la Sociedad Amantes del País,
redactores del Mercurio Peruano, recién aparecido. Caso curioso y revelador: el primer periódico limeño
entablaba una polémica con el segundo, la primera de una serie que entre sus sucesores sería agria e
interminable. Sin embargo de todos los esfuerzos del valeroso editor, el periódico decayó. En vano que
aquel reclamara apoyo ante el monarca haciéndose un vanidoso paralelo con su paisano Pizarro, pues si
aquel extremeño había conquistado el Perú para España, el no menos extremeño Bausate ganaba de
nuevo estas tierras con su pluma. El monarca ingrato negó su protección al periodista. Ingratitud que la
historia se ve en el caso de justificar porque la audacia de aquel aventurero iba a contribuir
poderosamente a que España perdiera sus dominios en el continente austral.
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El Mercurio Peruano.
La audaz iniciativa de un desconocido hizo desperezarse en sus sillones de baqueta a los pausados
doctores de la Universidad, a los ilustres canónigos decanos del saber y a los curiosos estudiantes que
albergaba la ciudad erudita. De ese desperezamiento nació el Mercurio Peruano.
El Diario de Lima podrá haber arrebatado por
algunos meses al círculo de hombres ilustres que
formó la Sociedad Amantes del País para escribir
el Mercurio Peruano la primacía en la iniciativa
y en el tiempo dentro del periodismo
sudamericano, pero no podrá arrebatarle la
preferencia en la admiración. El Mercurio
Peruano realizó una doble e histórica labor. Al
proponerse sus redactores el Perú como objeto
de estudio en todos los órdenes del saber,
afirmaron el sentimiento patriótico que había de
impulsar la revolución. Constructores serenos
del porvenir, pusieron sin jactancia, ante los ojos
mismos del virrey incauto que los protegía, los
cimientos de la patria latente. Si no le bastara
este
mérito
de
su
evidente
dirección
nacionalista,
tiene
el
Mercurio,
sobreabundantes prestigios para merecer el
primer puesto entre nuestras publicaciones de
ayer y de hoy. Ninguna ha alcanzado más alto
renombre científico ni esparcido mejor el
nombre peruano. Sus noticias del Perú
desconocido y fabuloso de la geografía y de la
historia, sus profundas observaciones sociales,
su estudio del medio, sus fecundas iniciativas,
su constante anhelo de mejoramiento, tuvieron
el poderoso atractivo de la originalidad. Un eco
prolongado de admiración que hoy repite la
historia, le saludó en América y Europa.
Es sabido el homenaje de Humboldt, quien le puso, por propias manos, como un preciado regalo en la
biblioteca Imperial de Berlín.
Los nombres de los de la pléyade que lo escribió, encabezada por Baquíjano y Carrillo, son ilustres por
este y otros títulos: Cisneros, el geronimita liberal; el sabio Unanue; Rodríguez de Mendoza, reformador
de la enseñanza; Cerdán, oidor eminente; los religiosos Méndez Lachica, Calatayud, cumbre de la
oratoria, González, Romero, Millón de Aguirre y Pérez Calama, obispo de Quito; Egaña, Rossi, Calero, y
Guasque y Ruiz, rimadores sin éxito. La más sabia de las publicaciones peruanas, se extinguió a los tres
años (1794) por falta de suscriptores. En doce volúmenes en pergamino la colección del Mercurio
Peruano es hoy inapreciable joya bibliográfica.
La Gaceta y el periodismo constitucional
De 1794 a 1810 el periodismo sujeto a censura no tiene más órgano apreciable que el periódico semi
oficial editado con privilegio superior por el célebre impresor don Guillermo del Río.
De 1805 a 1810 en pleno acceso de mitología, se llamó La Minerva Peruana y de 1810 a 1821 La
Gaceta del Gobierno de Lima, de la que es vástago y continuador El Peruano de nuestros días. La
Gaceta contó sucesivamente entre sus redactores nombrados por el virrey, a don José Pezet, a don
Gregorio Paredes, al arcediano Ruiz de Navamuel y al donoso clérigo don José Joaquín de Larriva, que
sentaría en ella en los últimos días coloniales, cátedra de original eclecticismo político.
La Gaceta llenaba sus páginas con largas e interrumpidas reproducciones de papeles de ultramar, reales
órdenes, manifiestos, bandos, oficios y discursos. A veces uno que otro rasgo interesante o composición
literaria. De 1807 a 1809 primaba en Lima el interés por las noticias referentes a las expediciones del
precursor Miranda a Venezuela, a los ataques de los ingleses a Buenos Aires, y a la guerra de los
franceses en España poco después.
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La Minerva, interpretando los temores del gobierno se ocupaba del descrédito de los capitanes de tales
aventuras. A Miranda, después de retratarlo como ladrón y bandolero y probar la inmoralidad de sus
amores con Catalina de Rusia, cree desprestigiarlo en absoluto, denunciando que había estudiado "las
lenguas francesa e inglesa en cuyo ejercicio no hubo de aprender cosas muy buenas". De Napoleón
bastaba con decir que era francés, para suponer todos sus vicios y su nombre iba invariablemente
precedido del epíteto de traidor.
La sagacidad de Abascal promueve en esos años un constante y excitado amor a la monarquía, sed de
fidelismo al soberano español que La Minerva, cuyo título va precedido de un servil "Viva Fernando VII,
difunde y excita con la publicación de las listas de los suntuosos donativos que la generosidad limeña
enviaba al rey amable.
De la ciudad y los sucesos, de ella casi no se ocupaba. La Minerva, dedicada siempre a la actualidad
internacional trasmitida por morosos correos. La promulgación de la Constitución de 1810 en Lima,
recibida con sincero alborozo por los intelectuales y hecha festejar para el pueblo con suntuoso aparato,
da lugar a La Minerva para hacer una detallada relación de las fiestas y, diversiones excepcionales con
que se celebró ese suceso en Lima, relación doblemente interesante por los datos que contiene como por
ser un anuncio de la crónica local, tan olvidada entonces.
La libertad de pensamiento y la supresión de la Inquisición decretadas por la Constitución de Cádiz,
abrieron margen a una abundante circulación de impresos. De 1810 a 1814 en que Fernando VII
restablece el absolutismo, florece un periodismo nutrido y doctrinario, que ensalza la obra constitucional
y se extravía en pesadas disquisiciones políticas. De entre la compacta floresta retórica se destaca a
veces una erguida proclama liberal que traduce una vaga e inquieta esperanza.
La más audaz de estas publicaciones es El Peruano, editado por el flamenco Del Río y cuyo nombre —
dice Manuel G. Abastos en su conferencia del Conversatorio Universitario— flameaba ya como una
bandera de nacionalismo. Ocultos sus redactores bajo seudónimos ingenuos, ignorase por quiénes fue
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redactado; el único descubierto por la censura y embargado bajo partida de registro al extranjero, fue
don Gaspar Rico y Angulo, entonces liberal valiente y en 1821 recalcitrante enemigo de la patria.
Secundaron a El Peruano, El Satélite del Peruano y el Peruano Liberal de menor importancia que
aquél.
El grupo intelectual que había dado a luz El Mercurio, integrado con nuevos elementos egresados de la
Universidad, no creo, como Abastos, que colaborara en El Peruano. Aprobaba la libertad doceañista,
tránsito seguro y prudente de la independencia, y apoyaba al Virrey en su campaña constitucional. Su
órgano fue, más bien, El Verdadero Peruano (1812-13), dirigido por el presbítero don Tomás Flores, en
el que colaboraron los más conspicuos intelectuales de la época. Escritores constantes, con espíritu
periodístico, fueron desde entonces don Félix Devoti, médico, y don José Joaquín de Larriva, quienes en
1813 publicarían El Argos Constitucional en el mismo molde enfadoso que los demás periódicos de la
época.
Sin la importancia ideológica de los anteriores periódicos, El Investigador, que apareció por dos años
(1813-14), tiene una particular importancia para la historia del periodismo: es la primera hoja que
ensaya, aunque tocando de malicia, el periodismo local informativo, absolutamente postergado por el
doctrinario. Por primera vez se presenta un asomo de la vida real en el periodismo, un trozo de la vida
limeña en esos días de gestora inquietud. En El Investigador colaboró toda la ciudad, pues se hacía
únicamente a base de remitidos. De él provendrá más tarde esa rama bastarda y anónima de los
comunicados, de nuestro periodismo pendenciero.
Fuera de algunas semillas fructíferas y del hábito de discutir los asuntos públicos que fomentó el
periodismo constitucional fue un vano y pomposo alarde de retórica política en honor de la Constitución;
alarde ruidoso y convencional como el suntuoso desfile de las fiestas de la promulgación, castillo de
cohetes que distraía por un momento a la multitud y hacía encabritarse a los caballos de la comitiva del
Real Pendón.
Derogada la Constitución el año 14, La Gaceta volvió a ejercer su cansado monopolio. En los
preliminares de la lucha por la independencia, Larriva, editor de La Gaceta, encuentra un método hábil y
sofístico para servir al Rey y a la patria a un mismo tiempo, sin comprometerse. De 1819 a 1820, publica
las proclamas incitantes de Cochrane y San Martín, anotándolas con tremendas impugnaciones. Las
proclamas eran leídas ávidamente por los patriotas y las notas eran una dedada de miel para los godos.
El periodismo patriótico
El periodismo agitado por la idea y el sentimiento de la patria no data de 1821. De 1821 es su acento
vibrante, su fervor tribunicio; en 1811, había circulado ya un periódico secreto y manuscrito, El Diario,
redactado por López Aldana y que excitaba la esperanza patriótica.
Hojas sueltas y clandestinas continuaron, durante los años siguientes, la arriesgada campaña. El ejército
libertador no olvidó traer la eficacísima cuarta arma: una prensa. Las proclamas de San Martín, el
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Boletín del Ejército Nacional de Lima, que la derrota fue llevando a Jauja o Huancayo y al Cuzco, y
era el órgano oficial del Virrey, y El Depositario, en que el ambulante don Gaspar Rico y Angulo
estampaba sandeces e insultos contra los patriotas.
En Lima, el periódico editado por Del Río cambió tres veces de nombre en un año. En Febrero de 1821
fue El Triunfo de la Nación; en Julio, a la entrada de los patriotas, El Americano, y después de
proclamada la independencia, Los Andes Libres. Colaboraron en él Devoti, López Aldana y otros
patriotas, sin que su redacción ofreciera ninguna originalidad.
Por esos mismos días, Larriva publicaba El Nuevo Depositario, contestando las injurias de Rico con
cáusticos diálogos, octavas y jocosas parodias del estilo del periodista español. El Correo Mercantil,
aparecido a fines de 1821, se propuso de preferencia fines comerciales e informativos.
El año 22, agita los ánimos una controversia anhelante. El Sol del
Perú publica las actas de la Sociedad Patriótica, en la que
Monteagudo propone como tema de discusión la forma de gobierno,
preparándose a hacer aprobar sus planes monárquicos. Una brillante
conjuración de periodistas a quienes incita un romántico fervor por la
libertad, responde al monarquista, en escritos apasionados, con ardor
de libelo. Fulgura el verbo gallardo y cáustico de Sánchez Carrión en
la Carta del Solitario de Sayán y en El Tribuno de la República
Peruana, defendiendo su república ensoñada. Las plumas coaligadas
de Sánchez Carrión y de Mariátegui, agrio y tenaz en La Abeja
Republicana, derriban al Ministro y expiden contra él el vengativo
decreto de proscripción.
José Faustino Sánchez Carrión
Es esta gloriosa campaña de prensa, la primera de nuestro periodismo y una de las más gallardas de él,
orgulloso duelo a muerte en que perecen los dos antagonistas —Sánchez Carrión y Monteagudo— pero se
salva el noble y fecundo principio democrático.
El año de 1823, aciago para el patriotismo, no fue más venturoso para el pensamiento escrito. La célebre
ley de imprenta, abuela de nuestra legislación, que ha llegado hasta nuestros días centenaria e inválida,
se expidió ese año.
La aparición de Bolívar en nuestra contienda, su personalidad dominante, las fragorosas luchas de esos
días, las sucesivas ocupaciones de Lima por patriotas y españoles, aminoran las publicaciones. Trujillo es,
por algunos meses, activo centro de libelos patrióticos. En el Callao, sitiado y bajo el despotismo de Rodil,
aparecen El Triunfo y El Desengaño, plenos de invectivas contra los bolivaristas. El abúlico Berindoaga
escribe en ellos y el incansable don Gaspar Rico y Angulo, continúa con su irrisorio Depositario, después
de haber fechado algún número en Yucay, la regia mansión de los incas, hasta que el escorbuto le
arranca con la vida la empecinada pluma turiferario.
El periodismo político del año 27 al 39.
El año 27 se despidieron de Lima las tropas colombianas, terminada su brega heroica.
Libres de la tutela de don Simón, a quien en esos días, de hostilidad en las repúblicas que él mismo había
fundado, satirizaba alegremente Larriva, comparando su poder al de don Fernando, nos entregamos
confiada y esperanzadamente a ejercer los derechos que correspondían a nuestra mayoría de edad.
Preparábase una carta constitucional, reivindicábamos bélicamente en el Norte las provincias de la patria
histórica y la honrada figura de La Mar en el mando acentuaba nuestra confianza en un orden durable y
feliz.
Aparecen ese año dos diarios que representan un ventajoso adelanto material y un concepto más amplio
del periodismo: El Telégrafo de Lima adicto a la administración de La Mar y Luna Parro, que era su
sostén y El Mercurio Peruano, redactado por Pando y el grupo conservador, afectos a Gamarra y La
Fuente. El Telégrafo y El Mercurio no ofrecían exclusivamente disertaciones literarias, políticas y
filosóficas, como los periódicos del año 12 y del año 21, sino que traían además una guía diaria comercial
y marítima, entradas y salidas de vapores, listas de pasajeros, movimiento de aduanas, estadística de la
población fiestas religiosas, observaciones astronómicas, etc.
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El editorial, venía luego, caldeado si de oposición, moderado y razonador si ministerial. Seguía una
sección destinada a reproducir documentos oficiales, otra llamada Variedades que ahora llamaríamos
Reproducciones o De nuestros canjes, los indispensables comunicados y los avisos. Faltaba en este plan,
ya algo ordenado, la sección propiamente informativa, la crónica o gacetilla de los hechos diarios. De las
dos funciones señaladas a la prensa: la información y el comentario, los diarios de esta época sólo daban
importancia a la segunda, olvidando por completo la primera. Al día siguiente de una revolución o de
cualquier otro suceso de esa trascendencia, el diario lo da por conocido de los lectores y se limita a
comentarlo. La descripción de esos hechos, en que un periodista actual hubiera sido tan prolijo, se dejaba
entonces al lenguaje frío y convencional de los documentos oficiales.
Los detalles pintorescos que este concepto periodístico hurta a nuestra curiosidad nos lo proporcionan en
cambio las disputas encarnizadas y típicas de editoriales y comunicados. En el período de Gamarra la
polémica periodística es acre, incisiva y violenta, como ninguna. Posesionado del poder por un golpe de
estado, Gamarra se conserva en él apoyado por un autocrático círculo de militares valientes, probados en
la guerra: Bermúdez, La Fuente, Raygada, Frías, San Román, Bujanda, Allende, Zubiaga, Escudero y por
un eminente grupo civil que encabeza Pando y del que forman parte don Felipe Pardo, Antolín Rodulfo,
Andrés Martínez, Vivanco y poco después don José Joaquín de Mora. Los militares ahogan en sangre los
intentos revolucionarios, los intelectuales prestan el concurso de sus iniciativas en el gobierno y le rodean
de respeto en una campaña periodística brillante por el vigor de la dialéctica y el prestigio literario de la
forma.
En El Penitente, El Convencional, El Telégrafo y El Playero, dos escritores mediocres pero
apasionados, José Félix lgoain y Bernardo Soffia, fustigan enconadamente la tiranía de Gamarra y sus
secuaces.
A los desvergonzados ataques de lgoain y de Soffia, responden: con frío desdén y castigadora ironía don
Felipe Pardo, joven redactor de El Conciliador (1830-34) y de La Miscelánea (1830-32) con inflexible
lógica y elegancia formal, José María Pando en La Verdad (1832-33) y El Mercurio Peruano.
Las acusaciones del Penitente, revestidas de popularidad por unos diálogos entre la Beata y el
Penitente, escritos por Soffia en que aquella, celosa defensora de la libertad, ensartaba chistosas injurias
y motes burlescos contra los personajes del gobierno, contribuyeron fuertemente a la explosión popular
del 28 de enero que derribó a Bermúdez, impuesto por Gamarra, e hizo subir a Orbegoso.
La odiosidad contra Gamarra se desató implacable a su caída. El calificativo de gamarrano llegó a ser
insultante. Contra la célebre doña Pancha hubo un ensañamiento que no detuvo ni su muerte. Contra
Pando y Pardo la calumnia no tuvo límites.
El Conciliador y La Miscelánea, que ellos redactaron, fueron, sin embargo, superiores a todos los
periódicos de su tiempo, decididos promovedores de la ilustración, sus redactores evitaban las
discusiones políticas, dejando sin respuesta los torpes ataques de sus adversarios para proponer mejoras
administrativas, discutir asuntos de interés público, de higiene, de educación de derecho, de bellas artes.
En la afluencia de hojas periodísticas de esos días, El Mercurio Peruano fue el diario serio y
generalmente leído: El Comercio de aquella época, sobre todo en el gobierno de Gamarra a la exaltación
de Orbegoso, renace El Telégrafo, extinguido en 1829, y ocupa el lugar de El Mercurio, que
desaparece.
Durante la vacilante administración de Orbegoso, el ardor polemístico vuelve a renacer con el mismo
apasionamiento que en la época de Gamarra. La diatriba política de los descontentos ataca primero a los
ministros, acabando por herir al ídolo de pocos meses antes. Soffia y un grupo de descontentos que le
llamaba "el padre de la opinión" por su campaña contra Gamarra, reemprenden la batalla por la prebenda
perdida. Los sectarios de La Fuente, desterrado injustamente por Orbegoso, alborotan la opinión. Un
periodista mozo y viril, Bonifacio Lasarte, asombra en El Limeño (1834-35) por la seguridad de su
convicción y la eficacia de su lógica contra Orbegoso. El Limeño provoca diarias y empeñosas polémicas
contra El Telégrafo, El Veterano (1834-35) y El Genio del Rímac (1834-35), y los numerosos
periódicos satíricos que aparecen en esa época, de uno y otro lado. El Limeño tiene de su parte a El
Voto Nacional, La Gaceta y un invencible y travieso auxiliar, El Hijo del Montonero, en el que don
Felipe Pardo demostraba sus risueñas cualidades de sagitario político. Denunciados por sediciosos los
escritos de El Limeño, la vista de la causa constituyó un éxito político para La Fuente.
Asistió un público numerosísimo, en el que se distinguió un grupo de tapadas, el que se dice dirigía en
persona la interesante esposa del general La Fuente, doña Mercedes Subirat, y un grupo que sirvió de
claque poniendo en ridículo con sus toses al fiscal acusador y colmando de aplausos a Lasarte y a su
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abogado. No acabó allí la burla: al día siguiente, las hojas lafuentinas publicaban unas repiqueteadas
letrillas que inmortalizaron las narices del fiscal y la sarna del acusador. De los incontables ataques en
verso a los actores de aquel proceso que concluyó, por supuesto, con la absolución de Lasarte, vaya éste
por su cortedad.
La excitación y el encono de esos días llegó a ser tal que aun los periódicos más serios decían al hablar
del caudillo contrincante: el ex-general Gamarra, el ex-general Raygada. Al citar los orbegosistas los
periódicos de Gamarra, decían "La Mentira", "El Voto Fraccional", refiriéndose a La Verdad y El Voto
Nacional. Otro recurso ingenioso, usado a veces por El Telégrafo, era el de poner al revés los
calificativos honrosos para el enemigo, al hacer citas de sus contrarios. Así, es frecuente encontrar citas
de El Limeño reproducidas en El Telégrafo de este modo: "el ilustre e inocente general" La Fuente. Los
lafuentinos, cuya campaña dirigía secreta e ingeniosamente don Felipe Pardo, se defendían con la fina
arma de la ironía. A los redactores de El Genio del Rímac les llamaban "los geniales" y vengaban los
insultos con epigramas.
La revolución de Salaverry puso término a esta batalla de papeles, brusca e hiriente en tiempos de
Gamarra, punzante y regocijada bajo Orbegoso. Salaverry tenía en su favor a Pardo y a Lasarte. Su
agitada y corta jefatura suprema tuvo más exaltadores que deprimidores. Contra Santa Cruz, la lucha fue
también porfiada. El Tribuno del Pueblo, El Termómetro de la Opinión, le combatían. El Eco del
Protectorado era su campeón. También los periódicos satíricos abundan contra Santa Cruz.
El más serio y a la vez el más risueño de los opositores, el que combatió con más éxito al Protector por
sus convincentes escritos y sus letrillas destructoras, fue don Felipe Pardo con El Intérprete (1836)
publicado en Chile y a cuya campaña se debió el Ejército de la Restauración. Con la paz iniciada por el
triunfo de Yungay, desaparecidos los órganos políticos circunstanciales y personalistas, extinguidos El
Mercurio y El Telégrafo, termina el agitado torneo periodístico de este primer alborotado período de
nuestra vida independiente. El Comercio inicia este año su largo reinado.
El Comercio y sus competidores
El Comercio, la fácil historia del Perú del Padre Unías, apareció el 4 de mayo de 1839. Su publicación
sólo ha sido interrumpida una vez: durante la invasión chilena. Lo fundaron don Manuel Amunátegui y
don Alejandro Villota. En sus comienzos no se distinguió por ninguna innovación periodística, fuera de la
del formato mayor. En 1839 El Comercio era un diario de avisos, de muy pocas noticias, tan falto de
secciones informativas como El Mercurio o El Telégrafo, cuyo tipo periodístico copiaba. Su poco sentido
periodístico era tal que por la falta de secciones apropiadas hubo vez que se ocupó de los toros en el
folletín y de la crítica de las obras teatrales en el editorial. Su fortuna original estuvo en los comunicados.
Sección repulsiva y amenazante, palestra del insulto y del anónimo, liza a veces de agudos contrincantes,
los comunicados fueron la crónica que faltaba al periódico, crónica escandalosa y desvergonzada que
exhibía como en un kaleidoscopio inmoral impudores y bajezas que debieron quedar ocultos.
Pero los comunicados no fueron la razón de su persistencia: otros diarios podían haberle arrebatado el
monopolio deslustroso. Editado por un extranjero, El Comercio ya fuera por la nacionalidad de aquél, ya
por un reflexivo principio de independencia, se mantuvo al margen de nuestra siempre accidentada
controversia política. Su lema de los primeros años era "Orden, Libertad y Saber'. Sus editoriales rara vez
rozaban la candente actualidad política, que desmenuzaban los comunicados. Desde 1840 en cambio su
voz se levanta con prestigio para defender la dignidad nacional herida por la impertinencia humillante de
los cónsules de las grandes potencias, constituyéndose en nuestro vocero internacional ante el
periodismo americano. En esta imparcialidad de El Comercio en su primera época, y en su preocupación
de asuntos de más efectivo provecho que la política de partido para el país, estuvo la razón de su éxito.
Desaparecieron ante él hojas de más interés y mejor redactadas pero obsesionadas por el interés político
como El Correo (1840-1846-1851-1854) que reapareció varias veces escrito por plumas como las de
Vigil, Laso y Mariátegui; La Guardia Nacional (1844) castiza almena desde la que don Felipe Pardo
disparaba saetas contra las botas del Mariscal Castilla o La Bolsa (1841), diario comercial y político que
dirigió Manuel A. Segura. Cesaron también a su vista los diarios de actualidad política circunstancial como
El Zurriago (1849) de Pagador y Espinoza, contra Castilla; El Progreso (1850) en el que don Pedro
Gálvez, defendía la candidatura de Elías; El Nacional del mismo año, primitivo reducto de Fuentes
entonces prosélito de Vivanco, El Rímac (1850) hoja echeniquista redactada por Casós.
Pero la abstinencia política no era fácil en un país donde los intereses partidaristas dominaban a la
sociedad. Un gran diario El Heraldo (1854) aparecido en la época de Echenique y redactado por Luciano
Benjamín Cisneros, pluma cálida y lírica, y por Toribio Pacheco, docto en ciencia constitucional y derecho
civil, reconcentra el interés público.
El periodismo en el Perú www.borrones.net
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El Heraldo amplía su información periodística, con noticias económicas y políticas y repara, por fin, la
tan notada ausencia de la sección informativa, estableciendo una "Crónica de la capital". Sus editoriales
discuten doctrinariamente con inusitada claridad y cordura las medidas administrativas y políticas del
segundo gobierno de Castilla, y el diario recibe el bautismo de todos nuestros periódicos de combate: la
clausura. Como protesta contra las limitaciones del poder, El Heraldo saca sus columnas en blanco y
fustiga a los ministros autoritarios.
El Murciélago le secunda en su campaña
gritando a todo trance, desde sus escondites de
tránsfuga político, desde la nave y del destierro:
"¡Viva la libertad!" Cae El Heraldo y El
Comercio aprovecha, incorporándoselas, sus
útiles iniciativas en el periodismo.
Entonces hace sus tímidas incursiones en la
política. Pero el Libertador Castilla no permitía
oposiciones papelucheras, pues o clausuraba el
diario o compraba al periodista. El Comercio
temía lo primero y su honradez estuvo siempre
muy lejos de lo segundo.
Manuel Atanasio Fuentes (1820-1889). Compartió el
ejercicio profesional de abogado con el periodismo.
Editó El Murciélago, La Gaceta Judicial, La Epoca, El
Monitor de la Moda y el Seminario de los Niños;
también numerosas obras sobre Derecho.
Inaugura entonces su política ecléctica y prudente, sistema cuyo secreto consiste en resistir los fáciles
apasionamientos, los bellos arranques momentáneos para sustituirlos por un previsor silencio o una
reprobación condicionada. Un obsesionado impugnador de este diario, El Murciélago, decía de él en
1863 que: «capeaba todas las situaciones de compromiso; cuando algún toro embestía, su imparcialidad
se metía tras la puerta del toril y dejaba a la cuadrilla de banderilleros que mataran la fiera, para salir
después cantando el de profundas al muerto y el gloria in excelsis deo al recién levantado». Observación
tan cierta como dolorosa para nuestra cultura democrática que hasta el presente impone a nuestro
periodismo línea tal de conducta, bajo pena de supresión.
Impotente su acción en la política de partido, El Comercio tomó activa parte en la reforma de nuestros
defectos democráticos, en defensa de las soluciones de derecho sobre las de la fuerza, en la cultura
literaria, en la iniciativa y reforma de las leyes y en la tribuna internacional. Por la tertulia de El
Comercio, establecida por Amunátegui desfilaron prominentes personalidades de la vida republicana,
siendo asiduos concurrentes de ella don Domingo Elías, que en los comunicados de este diario publicó sus
célebres cartas de "El Hombre del Pueblo" (agosto de 1853) contra los derroches de la consolidación; don
José Gregorio Paz Soldán, gloria florense que actuaba en el periodismo bajo el seudónimo de Casandro,
(la Pitonisa Casandra le llamaba El Murciélago); Francisco Bilbao, Sebastián Lorente y José María
Samper, a quienes atacó duramente la intransigencia conservadora y, desde 1872, los más conspicuos
miembros del civilismo. En aquella tertulia organizó Amunátegui su sociedad protectora del indio, tan
eficaz como la moderna Pro-indígena.
En un artículo de sabrosa remembranza personal, publicado por esta misma revista Mundial, don Paulino
Fuentes Castro enumera los redactores del Comercio en la década del 70, nombrando a Rodulfo,
Moncayo, Leubel, Samper, Manuel Ascensio Segura, Sánchez Silva, Bazán, Chacaltana, Camacho, Pardo,
Márquez, Flores Chinarro, Espiell, Saavedra, Rafael Vial (Rafaelito, como decía El Murciélago a este
periodista chileno que emigró a Lima a consecuencia de una zurra de látigos aplicada a la manera
araucana), de la Vega, Quinteros, Albarracín, Coronel Zegarra, Lorenzo García, Enrique y Guillermo
Carrillo, Cazeneuve, y los principales José Viterbo Arias, Fuentes Castro, Luis Carranza y José Antonio
Miró Quesada. Corresponsales de El Comercio eran Leubel, en Suiza, Quinteros en Nueva York; Samper
y Gustavo La Fuente, en París. Colaboradores eminentes los poetas Althaus, Llona, Pedro Paz Soldán,
Mariano Amézaga, recio prosador liberal, y el apóstol Vigil.
En 1875, don José Antonio Miró Quesada y don Luis Carranza, adquieren la imprenta de El Comercio.
Periodistas sobrios, honrados y ecuánimes levantan con entusiasmo el prestigio del diario e impulsan su
progreso material.
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Los grandes diarios políticos (1864-1895)
El creciente perfeccionamiento industrial de una parte, el aumento de libertad política, propiciada por las
agitaciones liberales de 56 y del 60, de otra, y la siempre excitada pasión de los partidos, que el
inconciliable dualismo civilista demócrata va a hacer llegar al punto de su máxima tensión, dan lugar
desde 1864 a la aparición de grandes diarios políticos, a imitación del famoso Heraldo de Lima de 1855,
cuya organización se perfecciona cada vez más.
La América (1862-65), opositora de Pezet, redactada por Vigil, Mariátegui y Laso y La Época, (1862)
diario comercial, de José Arnaldo Márquez, son los primeros anuncios de este periodismo mayor.
En 1862, don Manuel Atanasio Fuentes ("El Murciélago") entusiasta promovedor de la cultura local, funda
El Mercurio (1862 - 1865), diario comercial y político, notable por su servicio informativo y por su
amenidad a toda prueba, desde el editorial y la gacetilla reidora, hasta los comunicados. Fuentes hace
desde El Mercurio una risueña oposición al ministro don José Gregorio Paz Soldán, ilustre hombre
público, cuyo mayor pecado político era para El Murciélago ser chato de narices. A la muerte de San
Román El Mercurio se pliega convenientemente a Pezet.
El año 1864 la cuestión española exalta los ánimos. José María Químper, en vísperas de ser ministro,
funda un valiente periódico de oposición El Perú que con El Tiempo, redactado por don Nicolás de
Piérola, entonces joven conservador egresado del seminario, contribuye a la caída de los ministerios de
Pezet. El Tiempo, rebaja el precio de los periódicos y aspira a ser una hoja popular al alcance de las
masas. Piérola, cuyo nombre va a ser más tarde señal de violentas luchas, inaugura un periodismo
llamativo, con tendencias al escándalo político del que será admirable retoño La Prensa de nuestros
días, periodismo efectista que atrae al vulgo por el tamaño de los títulos extendidos a varias columnas
para cualquier incidente y del cual es una curiosa exageración el número del 11 de octubre de 1864.
En 1865 aparecen El Bien Público que dura un año, y el gran diario El Nacional (1865-1903); gran
diario por la entidad de sus redactores y por su acción política como por ser el de mayor formato que se
ha publicado en el Perú. Sus redactores fueron don Cesáreo Chacaltana, don Francisco Flores Chinarro,
don Manuel María del Valle y don Andrés Avelino Aramburú. Escrito en una prosa clara, vigorosa y
lacónica al par que fogosa, va a ser, en el acérrimo antagonismo político de civilismo y pierolismo, el
órgano prestigioso del primero contra los diarios demócratas. Su oposición a Balta lo rodea de
popularidad. Su imprenta es allanada, a consecuencia de un artículo de don Ricardo W. Espinoza, que
desata la ira del mandatario, y don Andrés Avelino Aramburú, cronista ético y elegante, sufre la primera
prisión de su brillante carrera de periodista. En la campaña de sucesión presidencial, primera ardiente
batalla del civilismo por el poder.
El Comercio, en el que escribía entonces el fogoso Reynaldo Chacaltana, se banderiza francamente por
la candidatura de Manuel Pardo y El Nacional proclama el principio civil, pero simpatizando con don
Manuel Toribio Ureta, quien establece tribuna propia de defensa en La República (1871-72). De ese año
es también La Sociedad (1870-1880) intransigente órgano conservador, heredero de las tradiciones del
atrabiliario Católico (1855-60) de don Bartolomé Herrera, terco periodismo al margen de la vida que
continuaran El Bien Social (1896-1912) y los diarios arzobispales. (La Unión 1913-18 La Tradición
1919-21) La Sociedad, que se despojó de todo interés al declararse desde su primer número diario
"ortodoxo y conservador" estuvo redactada en sus comienzos por un distinguido grupo conservador,
Varela, Panizo, Calderón, al que sucedieron en la dirección los clérigos Tovar y Obin. La primera campaña
de La Sociedad en 1871, oponiéndose a la celebración del aniversario de la toma de Roma por los
italianos, produjo un meeting popular, una sableadura y una vibrante campaña de prensa. En La Patria
(1871-82) fundada por don Tomás Civano, para servir los intereses de la colonia italiana, la pluma de
don Eugenio María Hostos, el gran centroamericano entonces huésped nuestro, escribió los más vigorosos
y arrebatados panfletos que se hayan lanzado contra el fanatismo religioso. "Esos torpes", se titula un
editorial ferviente. La Patria cambió ese mismo año de dirección, la que asumieron, sucesivamente,
Federico Torrico, Pedro A. del Solar y José Casimiro Ulloa. La Patria fue tenaz enemiga de la
administración Pardo, combatida por Piérola en la prensa y en la acción.
La oposición a Pardo y al civilismo es violenta. El Cascabel suma agudezas e injurias contra el presidente
y sus ministros. Aramburú funda entonces con Manuel M. Rivas, Ricardo Dávalos y R. Chacaltana, La
Opinión Nacional, (1873-1913) cátedra desde entonces de su idealismo combativo al par que tolerante
y de su altivez periodística. Bajo el gobierno de Pardo se establece el servicio cablegráfico que agrega un
nuevo interés a la información de los diarios. El Comercio, dirigido por Miró Quesada y Carranza, resiste
la fuerte competencia de El Nacional y de La Opinión Nacional, ensancha sus secciones y renueva sus
antiguas maquinarias.
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En los preludios angustiosos de la guerra los diarios traducen la enorme palpitación colectiva. Los
editoriales de Aramburu -uno sobre todo, titulado «Reminiscencias», del 21 de julio de 1879- condensan
la álgida emoción de la muchedumbre patriótica, denuncian la alevosa preparación del agresor rapaz y
sueñan inútil y generosamente en convertir su odio en proyectiles. Miró Quesada va a Panamá en
búsqueda leal de armamentos para su patria adoptiva. La prensa fervorosamente unida mantiene la
alucinada esperanza del triunfo, aún después de Angamos y de Arica, hasta que la derrota llega a las
puertas de Lima.
La dictadura de Piérola promueve un conflicto periodístico por el que resultan presos los directores de
todos los diarios limeños.
Nicolás de Piérola, presidente del Peru 1879-1881 y 1895-1899
Con idéntica firmeza se niegan todos a satisfacer los caprichos del dictador. La invasión abre en seguida
un paréntesis duro para el periodismo. Una "Patria" suplantada por los chilenos agrega una nueva nota
de oprobio a sus ruindades.
Inaugurada la paz con el tratado de Ancón, reaparecen El Comercio, El Nacional y La Opinión
Nacional a quienes incumbe el grave deber de la reconstrucción. El moderado gobierno de Iglesias es
combatido prudentemente por El Comercio y apasionadamente por La Tribuna (1878-85) de don José
Casimiro Ulloa y por El País (1884-1902), órgano del partido demócrata. El Bien Público (1983- 91)
toma la defensa de gobierno y La Opinión Nacional busca inútilmente la conciliación.
El País dirigido por don Julio Hernández, afirma
desde entonces el prestigio luchador de los
diarios demócratas, apasionados por su caudillo
romántico, con un entusiasmo que las prisiones,
los ataques de la gendarmería y las largas
clausuras
no
hacen
sino
redoblar,
enardeciéndolo. El País tiene que cerrarse, bajo
Iglesias o Cáceres, el 30 de junio de 1885, el 30
de setiembre de 1886 y el 5 de abril de 1890, al
mismo tiempo que el jefe demócrata es
desterrado o preso. El 12 de junio de 1895
reanuda su porfiada campaña, y conseguido el
éxito de su caudillo, prolonga tranquilamente su
existencia hasta 1902. En 1910 lo revivirán
honrosamente por unos meses Luis Fernán
Cisneros y José María de la Jara. En la redacción
del antiguo diario demócrata se distinguieron
además de Hernández, Manuel J. Obin, Fernando
Gazzani, Joaquin Capelo y Ricardo Becerra,
escritor colombiano.
La campaña periodística contra Cáceres es
violenta, llegando a enlodarse en el pasquín y en
la vedada diatriba del honor privado.
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Andrés Avelino Cáceres, es el más digno exponente de
la peruanidad
El Diario (1888-1893) La Opinión Nacional, El Nacional defienden ardorosamente al héroe de la
Breña. Abundan los nuevos diarios: La Nación (1887-92), El Perú (1886), La Época (1887-88), La
Integridad de Abelardo Gamarra, que continúa hasta hoy, los órganos oficiosos El Sol, bermudista,
redactado por don Carlos Paz Soldán y El Constitucional, partidario de la candidatura de don Francisco
Rosas, en el que escribía el doctor Alejandro O. Deustua.
El gobierno de Piérola (1895- 99) combatido en sus comienzos por La Opinión Nacional no tiene ningún
opositor encarnizado en el periodismo. Causa de su proficua administración la moderación de la prensa o
la conformidad de ésta consecuencia del buen gobierno, el periodismo concedió durante estos años un
saludable descanso a sus discordes pasiones, cuyo rencor se mitigó desde entonces.
No es posible cerrar este período sin hacer un recuerdo de la típica figura del gacetillero en la redacción
de los diarios. Especie de redactor de pelea (el fighting editor de los norteamericanos) encargado de la
crónica local en la que entonces se involucraban todos los aspectos de la vida diaria, debía ser al mismo
tiempo repórter policial, crítico teatral, literario, y taurino, cronista social y comentarista político, y cargar
encima de todo esto una competente dosis de buen humor para hacer reír a los lectores a base de
cualquier suceso inexplotable, Simón Camacho, gacetillero de La Opinión Nacional, ha hecho un retrato
indiscutiblemente autorizado del género.
Los más celebres gacetilleros de la época fueron Ramón Rojas y Cañas "el criollo de más ingenio" que
conoció don Ricardo Palma; Juan de los Heros, con sus «Ensaladas y Pucheros», Pedro Antonio Varela, "el
chico Terencio"; Julio Jaimes, "don Javier de la Brocha Gorda"; Simón Camacho, "El Nazareno"; Flores
Chinarro, en El Comercio; Trinidad Fernández, en el Mosaico y el Gacetín de El Tiempo de 1864; El
Tunante, con sus Rasgos de Pluma en El Nacional; y el célebre Murciélago con sus «Aletazos» políticos
y literarios. El gacetillero que representó la intromisión del periodismo satírico en los diarios, desaparece
con el periodismo moderno que dispersa en múltiples secciones las tareas encomendadas antes a un solo
ingenio feraz.
El periodismo moderno
De los años finiseculares data la transformación y el ensanchamiento de nuestros diarios. A la hoja
sostenida por el álgido interés político, por la generosa convicción partidarista y la colaboración gratuita
sucede la empresa comercial, que paga el trabajo intelectual fomenta la réclame, aumenta los tirajes y
las informaciones y rebaja el precio del periódico.
El Nacional es adquirido por la firma Canevaro. La Opinión Nacional, se convierte en una fuerte
empresa tipográfica. El Tiempo, fundado en 1895, y dirigido desde 1898 por Alberto Ulloa, periodista
luchador y valiente, heredero de las viejas gallardías demócratas, se une en una poderosa sociedad
mercantil con La Prensa, fundada por el espíritu progresivista de don Pedro de Osma en 1903. Gracias a
una fuerte inversión de capitales La Prensa adquiere grandes y modernas maquinarias, y construye un
magnífico edificio. El nuevo diario amplía y diversifica las secciones informativas, ofrece nuevas dedicadas
al comentario político, que prestigian al poco tiempo La Jara, Cisneros y Yerovi; publica ediciones en
colores, ofrece abundantes fotograbados y aumenta el número de páginas a 12, 16, 20 y 32.
Económicamente reduce a 2 centavos el precio del periódico y establece el aviso económico. La fuerte y
activa competencia de La Prensa, sólo es soportada por El Comercio, el que sostiene por algún tiempo
una costosa rivalidad en el servicio cablegráfico con el nuevo diario, importa linotipos y concede igual
amplitud a sus servicios informativos. Ambos diarios transforman el periodismo.
La antigua gacetilla, se fracciona en veinte secciones diversas: el comentario político aparte del editorial,
la crónica, el comentario el cable, la vida social, la de palacio, la universitaria, obrera, teatral, hípica,
taurina, etc.
La información toma caracteres alarmantes. Se propaga la fiebre de la interview, y se inventa un verbo
imposible: interwiewvar. La curiosidad reporteril resulta un vicio tolerado. Los hombres públicos se dejan
sorprender por la indiscreción de los periodistas. La rígida intimidad limeña del hogar se trasluce al
público. Las Parcas notas sociales de antaño, al fallecimiento de alguna personalidad., se extienden.
Adquieren un indiscutible interés público el constipado de alguna señorita que no recibe a sus amigas y la
lista de asistentes a algún ágape aburrido. La noticia de un crimen pasional con disparo y billete
póstumo, o de un incendio casual, se escribe en capítulos, con prólogo, antecedentes y desenlace. Las
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mociones de las sociedades obreras y estudiantiles cesan de redactarse para los archivos, solicitadas por
la publicidad.
La biografía de la tonadillera y la llegada del torero ocupan varias columnas. Junto a esta prodigalidad
periodística la réclame comercial crece indefinidamente, engañando la atención escarmentada con nuevas
e ingeniosas atracciones. Surgen especialistas para todas las informaciones: el comercial, que sabe cada
diez minutos el alza y baja del cambio; el hípico, docto en tiempos, pesos y pedigrees; el taurino
minucioso y entusiasta registrador, bajo el título de "Oro seda y caireles", u otro por el estilo, de los
molinetes, verónicas, ayudados y pases con la derecha a izquierda de cualquier fenómeno del redondel;
el policial que adapta a cualquier suceso este par de títulos de su exclusiva: «Reyerta sangrienta» o
«suceso desgraciado». El palaciego encargado de comunicar con qué personas almuerza el jefe del
estado, y el obrero, anunciador de veladas y el universitario que consigna a diario un grado notable y una
tesis sobresaliente. El interés de estas múltiples noticias nimias reemplaza pero no desaloja el interés por
las noticias políticas. La Prensa adquiere su vasta popularidad por la formación política de La Jara, los
«Ecos» festejadísimos de Luis Fernán Cisneros y por los vibrantes editoriales de Ulloa. Rezago del
arrogante periodismo demócrata de otros días, La Prensa contradice la índole de la moderna empresa
comercial, con .sus imprevisoras rebeldías.
Atacado varias veces el local de su redacción, supo repelerlos con valentía. Preso Ulloa en 1908 por el
gobierno de Pardo; por el de Leguía en 1909 a consecuencia de la revolución del 29 de mayo; en 1914
por Billinghurst, la simpatía pública le saludaba emocionada cuando volvía a ocupar su cátedra viril, no
con el conforme "Como decíamos ayer" del fraile paciente, sino con la frase intrépida y resuelta,
encendida en un nuevo apóstrofe gallardo.
De 1908 a 1912, surge El Diario órgano oficial en el que brilló la prosa castiza de Castro Oyanguren,
primer director de La Prensa. En 1913, Juan Pedro Paz Soldán publica La Nación (191314) que reveló un
atinado sentido periodístico e importó algunas innovaciones. La Patria, (1914-15) y El Día (1917)
periódicos de la misma índole gubernativa subsistieron al par que los gobiernos a que servían.
En 1912 comenzó a publicarse La Crónica que subsiste hasta hoy, orientada hacía la información
gráfica. Dirigida por un vigoroso periodista, don Clemente Palma y por José Gálvez, que la fundara con
aquél, contó un tiempo con las sabrosas crónicas limeñas de Picwick- seudónimo de Gálvez, que hoy van
a ser reunidas en un libro jugoso. En 1915, don Alejandro O. Deustua dirigió La Época, defensora del
movimiento a favor del sufragio, de esos días y en 1917, apareció El Perú, dirigido por don Víctor
Maúrtuqy Luis Fernán Cisneros, al que siguió Excélsior de los mismos, ambos diarios de sugestiva
lectura. De 1917, es también El Tiempo Actual, opositor a la administración de Pardo, a la rancia
manera del año 33. El año 1911 se fundó un diario obrero, La Acción Popular cuya publicación duró dos
años. En 1919 Octavio Espinoza dirigió La Actualidad.
Deben agregarse a esta lista las publicaciones que representan a las colonias extranjeras entre las que
las más importantes han sido: La Voce d'ltalia (190818), de don Emilio Sequi: The West Coast
Leader (1912 hasta hoy); L'italiano (1915-19) y L'Alliance (1915).
De los hombres que han sobresalido en el diarismo y que no han cabido en la anterior relación, merece
hacerse algunas menciones detenidas. El periodismo doctrinario contó entre sus próceres a don Francisco
de P. Vigil, desde el año 30 empeñado en un sectario soliloquio de derecho canónico y doctrinas
regalistas. El más notable de los periódicos de Vigil fue El Constitucional (1858) en el que con José
Gálvez, Benito Laso, Francisco Javier Mariátegui e Ignacio Novoa, defendió la intangibilidad de la
Constitución de 1856.
de mitras y bonetes. Don Manuel Lorenzo
Vidaurre fue otro obsesionado
publicista
divulgador de sistemas políticos y penales. Don
Juan Francisco Pozos brilló en El Liberal (1867)
y El Nacional. El Dr. Melitón F. Porras, redactor
principal de El Comercio de 1889 a 1891, se
distinguió por sus artículos sobre política
internacional, iniciación reveladora que le llevó a
ocupar pocos años más tarde la cartera de
Relaciones Exteriores en el primer gabinete de
Piérola. En la dirección de El Comercio, el
doctor Antonio Miró Quesada reemplazó a su
Manuel Gonzales Prada
padre, acreditándose como periodista hábil y
dialéctico. A principios del siglo un exaltado
Tendencia parecida a la de Vigil representó don
periodismo radical surge alrededor de González
Francisco Javier Mariátegui, impugnador violento
Prada, ubicándose La Idea Libre (1900-903),
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El Libre Pensamiento (1896-903) y Germinal
(1904-06) tan ineficaces como las anteriores
hojas sectarias.
Entre nuestros periodistas contemporáneos, se destacan a más de los ya citados alguna vez, Enrique
Carrillo cronista exquisito, Luis Varela Orbegoso (Clovis) croniqueur espontáneo y ameno, en su "Hora
actual" de El Comercio, Exequiel Balarezo Pinillos, comentador elegante y útil de la "Perspectiva diaria"
de La Prensa; Oscar Miró Quesada, periodista cultísimo, de variada y simpática personalidad; Ladislao
Meza, fuerte y original temperamento de escritor; Félix del Valle, poseedor de un fino espíritu, y César A.
Ugarte (Marco Antonio), que firmo algunos excelentes artículos en El Perú (1917).
Entre los cronistas taurinos más populares imposible olvidarse de ese periodista nato que es Julio Portal,
el Tío Cencerro. José Carlos Mariátegui, Alberto Falcón, Humberto del Águila, Ricardo Vegas García,
Edgardo Rebagliati, Luis Alberto Sánchez, son brillantes renuevos de la generación joven.
José Carlos Mariátegui
Luis Alberto Sánchez
Esta es la rápida e incompleta reseña de nuestros diaristas, y de nuestros diarios, mucho de los cuales no
he podido leer detenidamente en mi atropellada documentación de veinte días en la Biblioteca Nacional,
cuya colección se halla incompleta e indecentemente mutilada en las partes de mayor interés. Seguro
como estoy de haber incurrido en omisiones o errores, acepto de antemano todas las rectificaciones
autorizadas.
Las revistas literarias y científicas; las revistas
gráficas
Las revistas de carácter histórico, literario y científico, tuvieron corta duración entre nosotros. El más
lejano ejemplo es el del Mercurio Peruano que debe considerarse como tal por la índole de sus
estudios.
Fueron estas revistas obra de algunos cenáculos de intelectuales entusiastas cuya cultura estaba en
completa disonancia con el medio. Sobraban siempre colaboradores gratuitos pero faltaban suscriptores.
Los escasos y decorativos con que solían adornarse muchas de ellas se dispensaban de la lectura para
ocuparse únicamente de la encuadernación. La inofensiva manía coleccionista y el entusiasmo abnegado
y gratuito de los redactores prolongaron la vida de muchas de nuestras publicaciones intelectuales.
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El ensayo de revista de esta clase más antiguo dentro de nuestra vida republicana corresponde a la
Crónica política y Literaria de Lima publicada el año 1827 y que contiene un material literario
apreciable y de buen gusto. La Crónica fue, seguramente, obra de Pando.
En 1841 merece citarse el Instructor Peruano «gabinete curioso de literatura y ciencias naturales» que
presenta algunos interesantes artículos históricos. Continúan esta tendencia El Mapa Político y
Literario en 1843, redactado por don José María Córdova y Urrutia y El Faro Militar, (1845-46) de los
coroneles Antonio Plascencia y G. Angulo. El año 1847 se publica El Ateneo Americano, de literatura,
ciencias, artes y oficios.
La más notable de nuestras revistas literarias fue La Revista de Lima, la obra seria y serenada de la
traviesa bohemia de don Ricardo Palma.
La Revista de Lima publicó de 1859 a 1863 las
primeras obras de aquellos ingenios. Su
prestigio está dicho con anunciar que allí vieron
la luz tradiciones de Palma, de Lavalle y de
Camacho, versos de Pardo, de Salaverry, de
Cisneros, Márquez y Paz Soldán, artículos de
José Casimiro Ulloa y de Manuel Pardo, Luciano
Cisneros, García Calderón y Francisco Laso.
Directores de la revista, y los más acordes con el
espíritu de la publicación, fueron don José
Antonio de Lavalle y don José Casimiro Ulloa.
Lavalle tuvo una aptitud especial para el ensayo
histórico, corto y sugestivo que, sin llegar a la
amenidad chispeante de las tradiciones de
Palma, realzaba la verdad histórica con
simpática galanura.
Ulloa escribió la crónica política quincenal,
siempre interesante, sobria y precisa en el
comentario
sagaz.
Camacho
y
Palma
representaron el inagotable buen humor criollo,
tocándole al segundo escribir el epitafio de la
revista, siempre por escaseces económicas.
Ricardo Palma
El Ateneo de Lima (1863), La Aurora del Rímac (1865), La Alborada (1874-75) redactado por las
señoras Orbegoso, Elespuru y Gorriti y El Álbum (1874) de las Gorriti, Jaimes, Amézaga, Carbonera,
Orbegoso y Plascencia, no tienen la importancia de La revista de Lima.
La segunda revista (1873) de este nombre, hereda el título pero no el interés de la revista de Lavalle y
Ulloa.
El Correo del Perú publicado por don Trinidad Pérez, (1871-76) logró reunir las mejores colaboraciones
de su tiempo, esforzándose en la presentación gráfica por la que mereció ser premiada en la exposición
peruana de 1872.
Pero hay que llegar a la Revista Peruana (1879-80) para encontrar un esfuerzo digno de La Revista de
Lima.
La Revista de Lima es la obra de un historiador probo y laborioso, infatigable en su vocación por la
historia, don Mariano Felipe Paz Soldán. A su lado colaboran antiguos redactores de la Revista de Lima:
Palma, Ulloa, Lavalle y nuestros más significativos eruditos Mendiburu, Patrón, González de la Rosa, José
Toribio Polo, Torres Salda-mando, Coronel Zegarra, el propio Paz Soldán y su hijo don Carlos, Lorente
publica allí su mejor obra histórica.
La obra de la revista Peruana es inapreciable para los historiógrafos, a pesar de que no alcanzaron a
publicarse sino cuatro tomos. La paciente y abnegada labor de Paz Soldán descuella sobre todas. Su
Índice de publicaciones periódicas del Perú desde el año 1790 al 1879, será de una enorme utilidad para
los historiadores del periodismo y de la política patrios. Por mi parte le rindo aquí mi homenaje de
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gratitud indispensable. Los Anales del Club Literario de Lima, (1873-74-75-76 y 85) que contienen
apreciables escritos, no tuvieron una vida organizada y periódica, Perlas y flores (1884-86) se llamó en
sus dos primeros años de vida. El Perú Ilustrado revista literaria (1887-92), con marcada tendencia
gráfica y comercial, que concentra la abundante producción literaria de aquella época de nuestras letras
en que subsisten todavía algunos románticos de 1848 y se inicia una joven generación de dispersas
inclinaciones.
El Perú ilustrado fue dirigido algún tiempo por doña Clorinda Matto de Turner y contó con el
inapreciable concurso de un laborioso dibujante y grabador don E. San Cristóbal, cuya obra gráfica y
nacionalista es muy meritoria.
El Ateneo de Lima, publicación del tipo de la Revista de dimburgo y de la Revue de Deux Mondes, que
introdujo entre nosotros la Revista de Lima sirvió de órgano al círculo literario denominado El Ateneo de
Lima que presidió don Eugenio Larrabure y Unánue y del que fueron Vicepresidentes Prada y Rosell.
El Ateneo a partir de 1886 publicó 8 tomos que contienen colaboraciones de interés y muchas
reproducciones de los artículos de la revista de Lima.
De 1890 a 1891 es la Ilustración Americana apreciable revista literaria y gráfica.
La Neblina (1896-97) y La Gran Revista (1897) son las revistas de la generación de Chocano. La
Neblina, se inició exhibiendo en su carátula un romántico manifiesto literario en forma de decálogo en el
que se pretendía realizar la unión de romanticismo y realismo uniendo a Hugo y Zola en un mismo culto
contradictorio. La Gran Revista trae en sus páginas los ecos de coronación de Cisneros, iniciada por
Chocano.
Un segundo Ateneo (18991906) del que formaron parte Javier y Mariano Prado, Deustua, Cornejo,
Patrón, Amézaga, Chocano y Clemente Palma, en que colabora García Calderón F., Riva Agüero publica
un ensayo revelador y Gálvez se inicia líricamente, soporta en sus últimos años algunos "opúsculos"
interminables, Lima Ilustrado (1898-903), Novedades (190305) Actualidades (1904-07) dirigida por
L. F. Cisneros, Octavio Espinoza (Sganarelle) y Andrés A. Aramburu (hijo) son las mejores revistas
ilustradas hasta la aparición de Prisma (1906) a la que sucede Variedades semanario político y gráfico,
dirigido hasta hoy por Clemente Palma, editorialista enérgico y que algunos años prestigiaron a Gálvez
con curiosas informaciones y con su dirección artística, Teófilo Castillo.
Contemporáneos (1909) revista de letras, reúne a la generación de 1908. Ilustración Peruana,
magazine literario al estilo de Prisma se publica de 1909 a 1912.
De nuestros días son La Opinión Nacional (1914) dirigida por don Andrés Aramburú, actual director de
Mundial; Cultura de Enrique Bustamante Ballivián; Colónida, la original revista de Valdelomar que
reveló a Eguren; Mundo Limeño (1917) Familia (1919) de María Wiese; Stylo (1920) cuya dirección
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artística tiene Carlos A. Raygada; La Revista Histórica (1906-1921) de don Carlos A. Romero; Hogar
(191921), obra de Belaúnde que sigue la honrosa tradición del primer Mercurio Peruano y de la Revista
de Lima, cumpliendo el viejo lema de aquel: Multa renascentur qui jam cecidere.
De vida más segura y constante son las revistas que sirven de órgano a las instituciones académicas,
tales como los viejos Anales Universitarios de Paz Soldán, Ulloa y Ribeyro, transformados desde 1906
por don Luis Felipe Villarán en la Revista Universitaria, órgano de la Universidad Mayor de San Marcos
y aspiración última de bachilleres de doctores con tesis inéditas; el respetable Boletín de la Sociedad
Geográfica, la Revista de Archivo Nacional.
Las revistas científicas tienen un largo abolengo, figuran a la cabeza de las
publicaciones médicas, los nombres de José Casimiro Ulloa incansable
promovedor y sostenedor de ellas, y los de Avendaño, Odriozola y Aljovín, y al
frente de las jurídicas, los de Manuel Atanasio Fuentes, Miguel Antonio de la
Lama y Paulino Fuentes Castro. Las más notables de la primeras son la Crónica
Médica (1884) órgano de la Sociedad Fernandina, cuya más entusiasta dirección
corresponde al doctor Leonidas Avendaño: El Monitor Médico (1885-99); La
Gaceta de los Hospitales (1903 – 11) de Aljovín; La Reforma Médica (191518) de Paz Soldán C. E. y Caravedo: La Revista de Psiquiatría (1918) de
Valdizán y Delgado y los Anales de la Facultad de Medicina (1918) órgano de
esta escuela.
José Casimiro Ulloa
Entre las más connotadas publicaciones jurídicas se encuentran: La Gaceta Judicial (1858-60-62-7475) que reunió los ilustres nombres de Toribio Pacheco, Luciano Benjamín Cisneros, José Loayza , Ramón
Ribeyro, Luis A. Albertini, Gabriel Paredes y Manuel A. Fuentes, El Diario Judicial testimonio desde 1890
de la constancia del doctor Fuentes Castro; el Derecho (1885 - 907) órgano del colegio de Abogados,
dirigido por el doctor Miguel A. de la Lama, y al que reemplaza La Revista del Foro (1914).
Las ciencias naturales y matemáticas han tenido
sus representantes en la Revista de la
Ciencias (1897-913) y La Gaceta Científica de
la Sociedad Amantes de la Ciencia (1884- 903).
El nombre de Villarreal sobresale en ellas.
Federico Villarreal
Los títulos revelan la índole de las siguientes
publicaciones: El Economista (1895-902) el
auxiliar del Comercio (1901-08); el Financista,
El Boletín de la Sociedad Nacional de
Agricultura (1898 - 1905). El agricultor
peruano, La riqueza agrícola (1912-13); La
agricultura (1915-19). La más antigua revista
hípica es El Turf. Las revistas taurinas han sido
numerosas. Entre los exponentes de la cultura
del proletariado merece citarse "El Obrero
Gráfico" (1920), órgano de la Federación
Gráfica de Perú.
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Los periódicos satíricos.
Mejor acogida que las revistas eruditas tuvieron siempre, a través de toda nuestra vida republicana los
periódicos satíricos. Bajo los más extraños nombres que un capricho repetido hace recorrer toda la escala
zoológica, mantienen todos un mismo malicioso espíritu inalterable.
Hay algunos cuyo solo nombre hace reír. Tales El hijo de su Madre, El Volantuso, Los Coscorreones
de Pluma, El Coco de Santa Cruz, El Negro, El Fraile, El Burro.
Fueron los periódicos satíricos la expresión exacta de un momento político y social. Tradujeron la
anarquía y la indecisión de una época agitada. Correspondieron en la literatura a lo que en la política eran
entonces las montoneras. Fue, en cierto modo, el de nuestros periódicos satíricos un montonerismo
literario.
Como las montoneras, surgían de improviso, atacaban aisladamente, sin concierto alguno, con el único
propósito de desorganizar. Imponían a la curiosidad pública el cupo indispensable de su lectura y se
disolvían y por un acto de fuerza del gobierno, ya por un gesto de liberalidad sustentado en las arcas
fiscales.
Como las montoneras, fueron la expresión de un hosco individualismo, el periódico satírico giraba
generalmente alrededor de un solo escritora cuyo ingenio y audacia se debían todas las secciones del
periódico, desde el editorial reflexivo y patriótico hasta el chisme insidioso y alegre.
Suprimido este personaje, por la fuerza o por el oro, acababa la vida de la hoja; como en las
montoneras, desaparecido el caudillo fracasaba la rebelión.
Aparecían en los momentos de crisis y contribuían con un apodo o una letrilla sediciosa a la derrota de un
gobierno o a la caída de un ministerio. Logrado su objeto desaparecían, para resucitar en breve bajo otro
nombre y con otra nueva y generalmente contradictoria bandera. El Corneta, se llamó el primero de
ellos. De El Corneta tendrían todos los subsiguientes periódicos satíricos la fugacidad y la
incandescencia.
Cuando un periódico oposicionista, se mostraba inquebrantable en sus convicciones, le nacía de repente
un antagonista frenético o una familia contradictoria. Los nombres denunciaban la sorpresiva aparecida.
De pronto surgía un Cernícalo persiguiendo a la Cotona, el Loco contra el Loquero el Anti Argos, El
Anti Ramalazo o la Contra Tunda. El caso de la familia era algo más grave y les sucedió al Papagayo
hablador al que le surgieron un Primo del Papagayo respondón y un Verdadero Primo del Papagayo
haciendo una algarabía imposible y al Montonero, que tuvo que sostener una polémica familiar y romper
no pocos platos con El Hijo del Montonero, La Madre del Montonero y El Tío del Montonero
(1834). El gobierno tomaba no escasa parte en estas diabólicas publicaciones, llegando, urgido por su
instinto de conservación, a suplantar el nombre de algunas hojas oposicionistas publicando El Cascabel
(1873) contra El Cascabel, don Lunes contra Don Lunes (1919), el mismo día con en el mismo
formato, y secciones que aquéllas ante el público desorientado.
Las características predominantes de los periódicos satíricos fueron su volubilidad y su injusticia, de las
que el público les absolvía en gracia a su constante agudeza. Muchos erraron en la grosería y la diatriba,
y escasos de gracia, usurparon el título de periódicos satíricos, cuya única y comprobada legitimidad fue
siempre la risa de sus lectores.
Los más cercanos antepasados -prescindiendo de las coloniales décimas de los repentistas agudos y de
los pasquines rimados- fueron los listines de toros. El más célebre compositor de ellos, don José Joaquín
de Larriva, doctor en malicia y clérigo trashumante, es también el primer periodista satírico. Sus
burlescas hojas El Corneta, El Investigador, El Nuevo Depositario, El Atalaya contra Vitalicios, El Fusilico,
acreditan el género.
Desde los días de la independencia se propaga el germen risueño y contagioso. La Cotorra (1822) hace
una jocosa parodia de las fiestas con que se celebró el aniversario de la patria nueva y que inaugura la
pantomima burlesca.
Aquella risueña costumbre de los motes que en la colonia bautizaba a un virrey a raíz de sus primeros
actos en el gobierno, con tal constancia que podrían inscribirse sin solución de continuidad al pie de la
colección de sus retratos, subsiste en la república.
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Los periódicos satíricos se encargan de continuar la galería burlesca. Su arma predilecta son los apodos.
Cuando un periódico satírico consigue asentar con la popularidad uno de sus motes ofensivos, es la señal
que anuncia la caída de un ministro o la inseguridad de un régimen. Otra táctica, supletoria de la
anterior, se ensaña contra los defectos físicos de los gobernantes. Una nariz deforme es el crimen más
censurado de un presidente y una excesiva carnosidad el peor decreto de un ministro de Hacienda.
Merece hacerse un recuerdo de esta historia malévola. A Gamarra, sus nombres adoptivos le recuerdan
su origen quechua: "Agustín Quispe", "Agustín Mamani". Otros más graves ultrajan a doña Pancha.
"La Mariscala". A Orbegoso, lisonjeado por las tapadas y mimado por las monjas, le ponen a iniciativa
del Hijo del Montonero un limeño sobrenombre: "El Señor de los Milagros".
A uno de sus consejeros enfermo de la piel le otorgan el título de "Príncipe de Samacia". Jetis Kan es el
nombre de guerra impuesto a Santa Cruz, en honor a sus labios, inspiradores de unas chistosísimas
Meditaciones sobre la jeta de don Felipe Pardo.
Al propio Pardo, ministro de Estado, no le abandona el alusivo mote de "Bernardito" que le obsequiara
Larriva en una polémica. Castilla, tiene los expresivos nombres de "el general de las Botas" y "Ramón
Cascarilla" que le dan La Guardia Nacional y el Zurriago. El Murciélago, humorísticamente bautizado por
él mismo, se postema graciosamente ante el milagroso "San Ramón" -el Libertador de 1855- para pedir
en un letanía jocosa: "Un poco menos de libertad que no haría gran falta que digamos". Cambiando el
tono, pero jugando con la misma palabra, exclama al abolirse la esclavitud de los negros y producirse las
primeras licencias de éstos: "¡Oh qué libertad tan negra!'; El Cascabel, travieso opositor de la
administración civilista de 1872, la bautiza con el nombre de "La Argolla": El Chispazo del cáustico Juan
de Arona ataca a Morales Bermúdez llamándole a todo trance "El Honrado y Valiente Presidente".
En este corto recorrido han surgido los nombres de los más festejados periódicos satíricos. En 1840 don
Felipe Pardo abre un paréntesis a nuestra porfiada sátira política y escribe a la manera castiza de Larra,
un periódico de costumbres: El Espejo de mi Tierra, que dio vida imperecedera al "Niño Goyito".
Segura, más cerca de la manera de Fray Gerundio le imita en El Corneta. Después de esta tregua, la
guerrilla política vuelve a levantarse en armas. El Murciélago alcanza a herir a las dictaduras de Piérola
y al invasor chileno. La Neblina de Blume y Velarde revive, con un ingenio irónico y paradojal, la antigua
risa criolla. La sigue Monos y Monadas que innova en la caricatura con Málaga Grenet; Don Lunes,
animado por la musa ligera de Luis Fernán Cisneros y que continúa, en una época agresiva, Humberto del
Águila, Rigoletto, de Yerovi, y a pesar de sus invectivas, El Mosquito de nuestros días que alegraba la
vena satírica del Cojo Alcorta, cojo y mordaz, el último como el primer periodista satírico, el Cojo Larriva
de las redondillas y las improvisaciones de café.
Anécdotas
y
periodismo.
polémicas.
La
acción
del
De la ininterrumpida polémica y la constante aventura que fue nuestro periodismo, quedan recuerdos
sonrientes y honrosas tradiciones. Entre los primeros debe contarse la historia de nuestras polémicas,
porque las hubo muy jocosas y agudas, llenas de peripecias, de sustos y carreras y con el indeclinable
desenlace violento.
Las sostenidas por don Felipe Pardo contra Larriva o contra Soffia, son las más notables por el ingenio y
por la cultura del ataque, José Arnaldo Márquez se batió también en verso jocoso con Juan de Arona;
quien desde entonces no le llamó sino Asnaldo. Los más perseguidos por las polémicas fueron
naturalmente los periodistas satíricos.
En general su agudeza estuvo en razón inversa de su
piernas. Ramón Rojas y Cañas, agredido por un señor
redactor de El Cascabel y El Murciélago, son los más
asuntos de prensa. A don Manuel Amunátegui, se dice
presidencial, a causa de un comunicado.
valor y en razón directa de la agilidad de sus
Elías, en la calle del Arzobispo, Adolfo Valdez,
célebres tundidos que ha habido en Lima por
que le golpeó don José Balta, en el despacho
La tradición honrosa del periodismo la sustenta una larga lista de diarios clausurados, de periodistas y
editores encarcelados, al amparo de nuestra inofensiva ley de imprenta.
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José Balta
Manuel Amunátegui
Figura clásica de nuestro periodismo fue don Andrés Avelino Aramburú. Fue uno de nuestros pocos
periodistas, el único acaso exclusivamente periodista. Periodista de vocación, por su cultura ágil, por su
verbo fluido y elegante, y porque se entrego entera y noblemente a su tarea. Una anécdota guardada con
respeto en esta casa de Mundial, que él fundara y para la cual viviera, demuestra como entendía él la
ardua y abnegada profesión del periodismo. Preso Aramburú como redactor de El Nacional y amenazado
con la muerte por la desenfrenada soldadesca de los Gutiérrez, don Manuel Pardo, candidato entonces a
la presidencia con la oposición del gobierno, le envió una tarjeta preguntándole que podía hacer en su
auxilio. Al reverso del ofrecimiento salvador Aramburú escribió estas palabras sugerentes: "En todas las
batallas hay muertos y heridos: los muertos a la tumba, los heridos a la ambulancia. El General en jefe
sólo se preocupa de vencer". Y se quedó en la cárcel. Así sonriente y galano con su inmarchitable
ramillete de violetas en el ojal, este periodista aristócrata afrontaba las asechanzas del peligro. Altivo en
el cumplimiento del deber no lo era menos en la exigencia de sus derechos y en el celo de su fuero
periodístico. En 1896 se le apresa por una publicación y se le somete a la jurisdicción ordinaria. El
periodista se defiende en la tribuna con la misma gallardía que en los editoriales, pidiendo el
sometimiento de su causa al jurado de imprenta. Se le niega ese derecho y sólo cuando la opinión
reclama imperiosamente su libertad, se le absuelve con un auto compasivo. Entonces el periodista
provoca al gobierno una situación difícil y original: se niega a salir de la prisión, mientras no se le juzgue
en forma y se pruebe claramente la honradez de su conducta. El gobierno se ve en el caso de echarlo por
la fuerza de la cárcel.
Caso sorprendente de fecundidad es el del doctor José Casimiro Ulloa, quien urgido por diversas
publicaciones, dictaba a un mismo tiempo varios artículos sobre medicina, historia política. Su hijo don
Alberto, dictaba a veces por teléfono, desde el Barranco, y a altas horas de la noche en que se
desocupaba, sus vibrantes editoriales de La Prensa.
Después de hacer este recorrido apresurado de nuestra historia periodística, demasiado largo en algún
sentido, demasiado corto en otro, deteniéndome acaso injustamente en algunas épocas, pasando sobre
otras como con las botas del gato del cuento que devoraban leguas, llega el momento de las preguntas o
más bien de las respuestas comprometedoras.
¿Realizó nuestro periodismo una acción eficaz y civilizadora o fue por el contrario su obra perniciosa? Sin
entrar en el análisis de sus defectos, de sus apasionamientos y de sus desviaciones, del abuso constante
que hizo de las palabras engañosas y de las supersticiones democráticas, de su constante colaboración
en nuestro desorden no puede negársele su esfuerzo en pro de la libertad.
Ala y verbo del espíritu democrático, las primeras gacetas son el alborozado anuncio de la independencia.
En las primeras décadas de nuestra vida republicana, cuando la anarquía y la dictadura se turnan en él
gobierno, son las hojas periódicas las que defienden junto con la ambición de un caudillo el espíritu
democrático en peligro. Iniciadores de conflictos imaginarios en todas las épocas, denunciadores de
especulados imaginarios o vergonzosos, alentadores del desorden disfrazado de rebeldía y de la codicia
vestida de patriotismo, los periódicos realizaron sin embargo una obra venturosa.
No importa que la historia les inculpe el que los dos más fecundos gobiernos de ella, los de Castilla y
Piérola sean los que no permitieron o no sufrieron los desbordes injustos de la prensa. Por sobre todas
las inculpaciones ajenas y los propios errores, un solo esforzado mérito vale para redimir a nuestro
periodismo y deberle homenaje de prelación en esta fecha epónima: su obcecado amor por la libertad.
Raúl PORRAS BARRENECHEA, Lima, Julio 1921

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