Los herederos de Segismundo (1980)

Transcripción

Los herederos de Segismundo (1980)
Los herederos de Segismundo
Guillermo Schmidhuber de la Mora
LOS HEREDEROS DE SEGISMUNDO
Premio Nacional de Teatro del INBA 1980
Premio Ramón López Velarde del Gobierno de Zacatecas 1980
Finalista en el Premio Tirso de Molina de Madrid 19801
A Antonio Buero Vallejo
PERSONAJES
Clarín, sirviente de palacio, 30 años
Nicolasa, esposa de Clarín, 25 años
Un Soldado, 30 años
Segismundo, rey de Polonia, 45 años
Américo, infante de Polonia, 20 años
Anselmo, un artista, 60 años
Clotaldo, un científico, 60 años
Un Obispo, 60 años
Lugar: La Polonia de Calderón de la Barca
Tiempo: Veinte años después del final de La vida es sueño
Entre la primera jornada y la segunda existe un lapso de diez años; y entre la segunda y la tercera,
otro de veinte años. Un juego continuo de luces, colores, sonidos y sombras permitirá volver a la
vida a los personajes. Unos cuantos objetos --una silla, un trono, un biombo, una pica, una cama,
etcétera-- constituyen la severa escenografía. Un apoyo musical es indispensable.
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Fue estrenada en el Festival Cervantino 1981 con el grupo PROTEAC de Monterrey, bajo la dirección de Sergio
García.
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Los herederos de Segismundo
JORNADA PRIMERA
Aparte I [Telón cerrado.]
NICOLASA.- [De 55 años.] No se acostumbra que un personaje como yo abra una obra de teatro, pero
alguien tiene que empezar, y hoy quiero tener la oportunidad de hablar con ustedes antes de
comenzar esta historia. Quiero advertirles algo para que no sean timados por los demás personajes.
yo no sé hablar, no tuve educación; pero la vida me ha enseñado que todos buscan sus ventajas. Los
personajes que aparecerán aquí van a intentar justificarse ante ustedes, porque aunque pasaron
treinta años desde el inicio de esta historia, nunca aprendieron su lección. ¡Peor para ellos! Lo malo
es que mi marido estuvo tan ciego que todos. Yo nunca aprendía a leer, pero Dios me dio una nariz
entre los ojos para que lo que pueda ver lo huela y...
CLARÍN.- [De 60 años saliendo por entre el telón con precipitación.] ¡Nicolasa! [Perdón.] ¡Qué haces
aquí! Si se llegan a enterar los demás, no nos lo perdonarán.
NICOLASA.- [Al público.] ¡Lo ven, se preocupa más por el qué dirán, que por el qué dijeron! ¡Ay,
Clarín, nunca aprenderás a enfrentarte a algo! Sigues demasiado a la letra las palabras del Obispo.
[Al público.] Siempre le tuvo miedo.
CLARÍN.- ¡No es cierto! El Obispo fue bondadoso conmigo.
NICOLASA.- Cuando le convino.
CLARÍN.- Cuando a un Obispo le conviene algo, nos conviene a todos.
NICOLASA.- ¡Ahí lo tienen! ¡Ay, Clarín! Un Obispo no sabe lo que te conviene; solamente yo sé lo
que te conviene.
CLARÍN.- ¡Ya vas a empezar!
SOLDADO.- [Entrando con torpeza, su voz es ronca y sin emoción, sus huesos son más notorios que
sus carnes.] ¡Aquí están! ¡Los busqué por todos los camerinos!
NICOLASA.- ¿Cuales camerinos? [Al público.] Solamente los actores principales tienen camerinos.
Nosotros somos personajes secundarios, por no decir secundones, y no nos tomas en cuenta; los
actores que representan nuestra vidas están siempre cortos de diálogo y pobres de bolsa. ¡Nosotros
tres podríamos hacer un gran color!
SOLDADO.- No es correcto que salgan a escena antes de la obra, ya ha pasado obras veces.
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NICOLASA.- [Al público.] Ustedes han de perdonar. Así como los actores se preparan y se maquillan;
nosotros, los personajes, también cumplimos una cita y, como espíritus chocarreros, recorremos el
teatro aún vacío.
CLARÍN.- ¡Vámonos! Podemos desequilibrar la obra que creó el autor. ¡Los parlamentos están
medidos con tantas horas de esfuerzo!
NICOLASA.- ¡A mí que me importa! El autor no me pidió permiso para traerme a la vida una y otra
vez. ¡Se cansa una! ¡Ni siquiera nos dio la libertad de opinar! Yo siempre he sido discreta, habla
cuando tengo que hablar, ni una palabra más...
CLARÍN.- [Cortando.] ¡Nicolasa, hay público!
VOZ DE MICRÓFONO.- Tercera llamada, tercera. Comenzamos. [o la señal acostumbrada.]
NICOLASA.- Nos volveremos a encontrar, ya sea como personaje o a hurtadillas como ahora. No se
crean todo lo que van a ver. Así no sucedió. Yo les iré diciendo cuando la imaginación del
dramaturgo le nubló la vista, y ni se las olió. [Clarín y el Soldado sacan a Nicolasa a la fuerza.
Música del período barroco. El telón se abre.]
Escena I [En el salón del trono conversan Segismundo y el obispo]
Segismundo está sentado. El Obispo ha estado hablando por mucho tiempo, su voz es cada
vez más audible para el público. En un extremo vemos a Nicolasa y a Clarín sentados en el
piso, el Soldado, pica en mano, está de guardia.
OBISPO.- ...Porque la virtud de un reino es responsabilidad del rey, como representante del poder
divino. Vos sois virtuoso, pero la virtud debe ser social. No hay rey santo de reino pecador; ni
príncipe pecador de pueblo santo.
SEGISMUNDO.- ¿Qué más puedo hacer? ¿No me esfuerzo hasta el cansancio?
OBISPO.- no os quiero ofender, pero vuestro reino me inquieta. Es vida de vuestro padre hubo
momentos de incertidumbre, pero siempre regresó la calma.
SEGISMUNDO.- [Con ira controlada.] ¿Insinuáis que mi padre fue mejor rey que yo?
OBISPO.- [Sincero.] Dios no hace comparaciones. Vos debéis tener la respuesta.
SEGISMUNDO.- ¡Mirad mi reino! Mi padre me legó Polonia con más pobre y con menos tierras. hoy
la ciencia de Clotaldo y sus seguidores nos ha permitido conocer nuestro mundo.
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OBISPO.- Cuando vuestro padre era rey, parecía el pueblo más feliz, a pesar de estar más
hambriento.
SEGISMUNDO.- [Molesto.] Decidme, pues, ¿qué debo hacer para que este mundo alcance a su
Creador?
OBISPO.- [Apasionado y con gran esperanza.] ¡Si unos pocos decidieran de una vez por todas ser
santos, Polonia sería transformada!
SEGISMUNDO.- [Escéptico.] Buscad esos santos.
OBISPO.- [Con frustración espiritual.] No hay ni un solo santo en Polonia, vuestro pueblo se aleja de
Dios.
SEGISMUNDO.- ¿Qué espera Dios del rey de Polonia?
OBISPO.- Que le descubráis a su pueblo los caminos del espíritu, para que cada uno de vuestro
súbditos encuentre un sentido. [Interrumpo la entrada precipitada de Clotaldo.]
SEGISMUNDO.- ¡Clotaldo, maestro! Hace días mandé llamarte. ¿Por qué tardaste tanto en venir?
CLOTALDO.- [Es un hombre práctico, de vestir desaliñado, su cuerpo delgado lo perfila como un ser
disciplinado, aunque una incipiente barriga lo acusa de pequeñas sensualidades. Mientras habla
anda con pasos rápidos, como si quisiera ir a algún lado.] Te lo voy a decir, porque de todo el reino
solamente tú lo puedes comprender. [mira sarcásticamente al Obispo.] Tu llamada me encontró en
el punto final de un experimento, y pensé: "Si el gran Basilio fuera aún mi rey, iría al instante; pero
Segismundo es mi rey, y él entiende lo que es la ciencia". Terminé mi experimento, y aquí estoy.
[Al Obispo.] ¿Cómo sigue vuestra indigestión?
OBISPO.- Aún esperando una buena medicina.
SEGISMUNDO.- [A Clotaldo.] Te he llamado porque requiero de tu consejo. Mi hijo me preocupa.
CLOTALDO.- Es la juventud. Américo está descubriendo su cuerpo, desde hace años he efectuado
experimentos al respecto.
SEGISMUNDO.- ¿Qué investigáis ahora?
CLOTALDO.- La naturaleza de la luz cuando no hay ojos que ven.
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OBISPO.- [Sarcástico.] ¿Nunca habéis investigado la naturaleza de la mente cuando no hay mentes
que piensan?
CLOTALDO.- ¡Bromeáis! El autor de universo tuvo a buen tino de esconder los secretos de la
naturaleza para que el hombre los descubriera. Bajo el reinado del gran Segismundo nos hemos
acercado a la verdad inconmensurablemente.
SEGISMUNDO.- Y mi hijo, ¿se ha acercado a la verdad?
CLOTALDO.- ¡Ah, te veo preocupado! Percibo que también has consultado con el Obispo. Mira al
Obispo.] Espera y verás que un sabio heredará la corona de Polonia.
OBISPO.- [A Clotaldo.] ¡La heredará un perdido! [A Segismundo.] Perdón, pero vuestro hijo ha
atentado contra de la virtud cristiana.
SEGISMUNDO.- ¡Ese muchacho no anda bien!
OBISPO.- Anda mal, bebe en exceso y vocifera contra todo.
SEGISMUNDO.- ¿Vocifera contra mí?
OBISPO.- Yo no lo iba a decir, pero vos me lo preguntasteis. El infante Américo a sus veinte años,
predice vuestra caída. [A Clotaldo.] ¿O no es cierto, mi querido científico?
CLOTALDO.- ¡El rey Segismundo no puede caer!
OBISPO.- [A Segismundo.] Dice que vuestra incompetencia para ver los cambios de la sociedad os
llevará a la ruina.
SEGISMUNDO.- [Controlándose.] Y vos, ¿qué le replicáis?
OBISPO.- ¿Yo?... no acepta nada de mí. ¡Es un díscolo!
CLOTALDO.- Habláis así porque se ha atrevido a poneros un mote.
SEGISMUNDO.- [Al Obispo.] ¿Cómo os llama?
OBISPO.- [[Humillado impide a Clotaldo hablar.] ¡No lo digáis!
SEGISMUNDO.- ¿Cómo eras vos a los veinte años?
OBISPO.- Como todos, desde entonces trataba de alcanzar a Dios.
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SEGISMUNDO.- Yo a los veinte años era un compuesto de hombre y fiera.
OBISPO.- Es mejor olvidarlo.
SEGISMUNDO.- ¿Por qué? A menudo pienso en esos veinticinco años que mi padre me tuvo
encerrado en una torre.
CLOTALDO.- Fueron tiempos difíciles.
SEGISMUNDO.- Llegué a odiar a mi padre por haberme privado de mi libertad, porque creyó más en
los malos augurios de las estrellas que en mi albedrío. Pero he llegado a pensar que ese retiro del
mundo me hizo bien.
OBISPO.- ¿Por eso visitáis la torre cada año?
SEGISMUNDO.- [Nostálgico.] Allí en esa soledad parece que encuentro respuesta a las preguntas que
martillean mi mente. ¡La verdad debe estar en esa torre sombría!
OBISPO.- La verdad está dentro de cada quien.
CLOTALDO.- [Sarcástico.] ¿Ahí la habéis encontrado?
OBISPO.- Ahí la busco.
CLOTALDO.- La verdad está escondida tras las cerraduras de la naturaleza.
OBISPO.- ¡Han tanto que la ciencia no puede explicar!
CLOTALDO.- ¡Eso es lo maravilloso! Aún hay puertas que la ciencia puede abrir. Nuestros hijos, los
herederos de Segismundo, tendrán las puertas abiertas, y por primera vez en la historia, habrá
completa claridad en todas las mentes.
SEGISMUNDO.- ¿Alcanzará mi hijo a ser también heredero de Segismundo?
CLOTALDO.- Todo es cuestión de que él abra las puertas que le impiden ver con claridad.
SEGISMUNDO.- Clotaldo, ¿eres feliz?
CLOTALDO.- Cada día más, y lo seré completamente cuando acabe por dominar al misterio. [Mira al
Obispo.]
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SEGISMUNDO.- ¿Crees que viviré para verlo?
CLOTALDO.- ¡Claro! Yo soy más viejo y tengo fe en que lo veré
SEGISMUNDO.- Yo sólo tengo esperanza.
CLOTALDO.- La esperanza es la virtud de los no iniciados en la ciencia. Tú debes tener fe.
SEGISMUNDO.- La tuve, pero a veces no sé a dónde nos conducen tus puertas.
CLOTALDO.- ¡Mis puertas van al infinito!
SEGISMUNDO.- También las del Obispo.
CLOTALDO.- En mis caminos se usa la razón, en los del Obispo el misterio... y poco se puede
recorrer en el misterio.
OBISPO.- ¿Y si el misterio fuera la verdad?
CLOTALDO.- ¡Entonces yo me haría obispo! [Ríe sarcásticamente.]
OBISPO.- Yo nunca me haría científico.
CLOTALDO.- Porque no os interesa la búsqueda de la verdad...
El Obispo y Clotaldo siguen discutiendo en forma inaudible; su amplios ademanes constatan que
continúan hablando. El rey se incorpora y busca a Clarín. Por momentos oímos palabra sueltas,
tales como amor, ascetismo, ciencia, libertad, técnica, búsqueda de la verdad, etcétera;
simultáneamente se lleva a cabo el siguiente diálogo.
SEGISMUNDO.- [A Clarín, desde la distancia, con gran camaradería.] Clarín, ¿qué hago? [Clarín que
se había dormido, se despabila al recibir un codazo de Nicolasa. Clarín tiene 30 años y su mujer, 25
años.]
CLARÍN.- ¡Majestad! [Segismundo se acerca mientras Clarín se incorpora.]
SEGISMUNDO.- ¿Dónde has estado?
CLARÍN.- Aquí, siempre esperando vuestra aparición.
SEGISMUNDO.- Te he echado de menos, pocos ratos he pasado contigo últimamente.
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CLARÍN.- Yo los he pasado todos; aunque no estéis presente, yo estoy con vos.
SEGISMUNDO.- ¿Qué pensáis del Obispo? [Quien aún sigue hablando.]
CLARÍN.- El Obispo tiene palabras de verdad.
SEGISMUNDO.- Más palabras de verdad tiene Clotaldo.
CLARÍN.- Señor, no deberíais decir eso.
SEGISMUNDO.- Confío en ti, [bromista] aunque nunca pudiste ser mi bufón.
CLARÍN.- Bien sabéis que mi padre quiso entrenarme desde niño, para que fuera bufón, pero no
tengo gracia.
SEGISMUNDO.- Si no heredaste la gracia de tu padre, sí heredaste su mansedumbre. Yo soy tu amigo,
me preocupo por ti.
CLARÍN.- Señor, vos sois el rey, no podéis ser amigo de nadie.
SEGISMUNDO.- ¿Vives bien? [Clarín asiente, mientras desde la distancia Nicolasa niega.] Si algo
necesitas, ¡dímelo! [Nicolasa lo avisa con amplios ademanes.]
CLARÍN.- Yo... yo... nada necesito. [El Obispo masculla; ¡Traición!]
SEGISMUNDO.- Te dejo. Creo que el Obispo va a decir algo que me interesa. [Se dirige al trono;
Clarín se sienta al lado de Nicolasa.]
NICOLASA.- ¿Le dijiste al rey?
CLARÍN.- Yo... no pude, no era le momento.
NICOLASA.- Cualquier momento es bueno para ti.
CLARÍN.- Pero el rey estaba preocupado.
NICOLASA.- ¡Ay, Clarín! ¿Cómo quieres que nos casemos? Yo no quiero que mis hijos sean pobres.
OBISPO.- [A Segismundo, con autoridad.] ¡El rey es depositario de la verdad!
SEGISMUNDO.- Pues se me ha perdido.
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OBISPO.- ¡Vuestro hijo es el que ha perdido la verdad! Se acerca la fiesta de Corpus Christi y toda
Polonia se reunirá en la catedral a recibir la eucaristía. ¡Vuestro hijo a todos comunica que ese día
va a comulgar en pecado! Ha jurado que pasará la noche con... meretrices, para demostrar que la
eucaristía es una patraña.
SEGISMUNDO.- Le respeto su libertad. Yo no la tuve cuando joven porque vosotros permitisteis a su
rey creer más en la astrología que en la fe.
OBISPO.- ¿No le vais a decir nada a ese muchacho?
SEGISMUNDO.- Ni una palabra.
OBISPO.- Arriesgáis demasiado. [Insinuante.] Las tentaciones pueden venir de la Moscovia.
SEGISMUNDO.- ¿Cómo os atrevéis? El infante Américo no es un traidor.
OBISPO.- Alguien tiene que poner fin a sus excesos.
SEGISMUNDO.- La libertad es de todos.
OBISPO.- Entonces, si me permitís, le daré al infante Américo una hostia sin consagrar, y será el
burlador burlado.
SEGISMUNDO.- ¿Y el alma de mi hijo? [El Obispo calla.]
CLOTALDO.- No te preocupes. su mente es brillante. Aún no sabe controlar su sensualidad, pero eso
lo cura el tiempo.
SEGISMUNDO.- ¿Cura el tiempo la traición?
OBISPO.- ¡Majestad!
SEGISMUNDO.- No puedo dormir pensando que Américo se alíe con mi primo Astolfo, con la
intención de derrocarme y coronarse rey.
CLOTALDO.- ¿De dónde sacas esas ideas absurdas?
SEGISMUNDO.- Son malos presentimientos. ¡No mires así! Yo no he leído la estrellas como mi padre
con el miedo de encontrar un traidor... pero lo siento venir.
OBISPO.- ¿Y aún así no le vais a decir nada?
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SEGISMUNDO.- No.
OBISPO.- ¿Cómo podremos después exigir al pueblo que continúe en la tradición cristiana?
SEGISMUNDO.- ¿Puedo preguntaros algo personal?
OBISPO.- Lo que queráis.
SEGISMUNDO.- ¿Sois feliz?
OBISPO.- ¿Acaso lo fue Cristo? ¿Lo sois vos? ¿Por qué había yo de ser diferente? [Oscuro en el
escenario.]
Aparte II
NICOLASA.- [Sale lateralmente; tiene 55 años; al público.] Nunca entendí lo que quiso decir el
Obispo. Ahora que está muerto me parece que quiso decir que no era feliz, aunque a veces pienso lo
contrario.
CLARÍN.- [Venía siguiendo a Nicolasa; tiene 60 años; al público.] Si mi esposa va a contar su
versión, yo voy a contar la mía. Nicolasa se dedicó por años a fisgonear tras la puertas de palacio
como si fuera un espía, o un historiador, como dijo el maese Anselmo.
NICOLASA.- ¡No es cierto! Nunca ha espiado por las cerraduras.
CLARÍN.- Bueno, digamos que oíste todas las conversaciones que se dijeron con las puertas abiertas.
NICOLASA.- ¿Por qué lo hice, malagradecido? Por ti y por los muchachos.
CLARÍN.- Pues no nos sirvió de mucho. A veces he pensando que te casaste conmigo como con una
llave que te abriera las puertas de palacio.
NICOLASA.- ¡Miren quién habla! [Al público.] ¿Saben por qué me casé con Clarín? Por una razón:
su padre fue el único que murió en la revuelta que llevó al trono al rey Segismundo. ¡Su muerte
pudo haber sido la mejor de las herencias! [A Clarín.] ¡Si la hubieras sabido capitalizar! Bueno,
claro, además me casé contigo porque te quería.
CLARÍN.- [Al público.] Y todo nuestro matrimonio ha sido el esfuerzo por capitalizar la muerte de
mi padre.
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NICOLASA.- [Al público.] Y no lo logramos, huelga decirlo, porque Clarín más que ser un aliado, fue
un traidor. ¡Dio por bien muerto a su padre! Ni el rey pagó el entierro. La pobre madre de Clarín
tuvo que pagarlo. ¡Eso es falta de imaginación!
CLARÍN.- [Enojado.] ¡Ya es mucho! ¡Cállate! ¡El rey Segismundo bien valía la vida de mi padre!
NICOLASA.- Pues si la vida del rey valía más que la vida de tu padre, pues que nos hubieran dado la
diferencia.
CLARÍN.- A veces pienso que eres interesada.
NICOLASA.- Soy práctica. [Al público.] Hay que vivir con poco, pero hay que saber vivir. [A Clarín.]
Hasta el Obispo vivió mejor que nosotros, y pretendió se santo.
CLARÍN.- ¿Sería santo el Obispo? La mascarada de la hostia fue una broma terrible.
NICOLASA.- Por un momento el infante se sintió bufón, tan bufón como lo fue el gran Clarín. [Ríe
vulgarmente.]
CLARÍN.- [Profundo.] Algo se rompió dentro del infante con es broma porque nunca fue el mismo.
NICOLASA.- ¿Te acuerdas de la cara del Obispo cuando supo que el infante Américo era el
hazmerreír de Polonia?
CLARÍN.- Lloró lágrimas de arrepentimiento.
NICOLASA.- Yo no creí en esas lágrimas.
CLARÍN.- Yo sí. [Al público.] Nunca hemos comprendido esta historia, a pesar de que fue la nuestra.
NICOLASA.- Por eso Clarín y yo decidimos hablarles directamente, fuera de los diálogos que nos
marcó el dramaturgo, a ver si ustedes nos podían aclarar el misterio.
CLARÍN.- El Soldado no está muy de acuerdo con estas conversaciones, pero también él necesita
saber el porqué.
NICOLASA.- Por eso siempre le guardaré rencor al maese Anselmo. ¡Si yo hubiera presagiado el
triste final de esta historia, estoy segura, como que me llamo Nicolasa, de que hubiera podido
convencer a los poderosos! ¡Pero el maese Anselmo lo profetizo y no hizo nada! [Con
precipitación.] ¡Vámonos, Clarín, ya viene la siguiente escena! [En susurro al público.] No quiero
que nos vean aquí los demás personajes. [Sale la pareja por donde entró, mientras la luz prepara la
escena siguiente.]
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Escena II [Taller de Anselmo]
AMÉRICO.- [Tiene 20 años y todos los atributos de la juventud en grado sumo. Está posando para
Anselmo, lleva el dorso desnudo.] ¿Cuándo me vas a dejar mirar la escultura?
ANSELMO.- [Ensimismado.] Cuando la termine, ya os lo dije.
AMÉRICO.- ¿Por qué no me dejas que la vez?
ANSELMO.- Por dos razones: la primera, porque nadie os contradice, y la segunda, porque quiero
deciros algo con esta piedra, cuando la termine.
AMÉRICO.- Por qué escogiste ser escultor.
ANSELMO.- Es placentero descubrir las formas escondidas en el mármol.
AMÉRICO.- ¡Si fuera escultor esculpiría la mujer más hermosa del mundo para acariciarla!
ANSELMO.- [Sin emoción.] Yo he acariciado a la mujer más hermosa del mundo.
AMÉRICO.- [Pícaro.] Ni por ser infante podré aventajar tus pasos, ja, ja.
ANSELMO.- A ningún lado os llevarían.
AMÉRICO.- ¿Quién sabe? A veces la corte me fastidia y quisiera abandonar Polonia. [Américo va a
perder la pose.]
ANSELMO.- ¡No os mováis que voy a perder...! [Ha hablado de más.]
AMÉRICO.- [Posando.] A perder, ¿qué?
ANSELMO.- Si me prometéis no moveros por otra media hora, os lo diré.
AMÉRICO.- [En pose ridícula.] Prometido.
ANSELMO.- Si os movéis más de paso pierdo una apuesta.
AMÉRICO.- ¿Una apuesta?
ANSELMO.- Aposté con alguien que podría obligaros a permanecer una hora sin moveros.
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AMÉRICO.- ¿Para qué?
ANSELMO.- Corre un decir en Polonia que nadie os puede sujetar.
AMÉRICO.- Y si no me muevo, ¿qué ganas?
ANSELMO.- Un pastel de chocolate. [Américo da tres pasos.] ¡Adiós pastel!
AMÉRICO.- ¿Me has tenido con la incomodidad de un ángel barroco sólo por un pastel?
ANSELMO.- Me gusta mucho.
AMÉRICO.- ¿Tanto como te gustaba acariciar a la mujer más hermosa del mundo?
ANSELMO.- No, porque ella me dio un hijo.
AMÉRICO.- ¿Con quién aceptaste esa tontería?
ANSELMO.- Con una mujer.
AMÉRICO.- ¡A tus años, maese!
ANSELMO.- Es la mejor cocinera de palacio.
AMÉRICO.- ¿Liviana?
ANSELMO.- Como ochenta kilos.
AMÉRICO.- [Burlesco] Solamente los viejos apuestan pasteles con las doncellas de palacio.
ANSELMO.- Basta por hoy. Mañana a la misma hora.
AMÉRICO.- Mañana no vendré.
ANSELMO.- ¿Y pasado?
AMÉRICO.- Tampoco.
ANSELMO.- ¿Volveréis algún día o busco otro modelo?
AMÉRICO.- ¿A cuántos reyes has inmortalizado con tu arte?
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ANSELMO.- A ninguno.
AMÉRICO.- Si regreso tendrás que inmortalizar a un rey; sino regreso tendrás un "non finito".
ANSELMO.- No habléis así.
AMÉRICO.- ¿Por qué no? Polonia requiere un nuevo rey.
ANSELMO.- Requiere un nuevo espíritu.
AMÉRICO.- ¿No te gusto para rey?
ANSELMO.- Mi escultura te lo dirá, si la termino.
AMÉRICO.- No puedo esperar. Van tres veces que mi tío Astolfo, me acaricia el oído con halagos.
Me acaba de enviar es icono como prueba de afecto. [Lo muestra.] Representa a San Miguel; tú
sabes, el patrono de la Moscovia.
ANSELMO.- Dáselo al Obispo.
AMÉRICO.- No me recuerdes a ese farsante, cuando sea rey sabré vengarme.
ANSELMO.- Me gusta más el icono que vuestra actitud.
AMÉRICO.- Si la suerte me ayuda, ¿estarás conmigo?
ANSELMO.- ¿Y el pueblo de Polonia?
AMÉRICO.- Ellos van a donde se les conduzca.
ANSELMO.- ¿Ya a donde los puede conducir vuestra corona?
AMÉRICO.- [Retante.] ¡Más allá a donde los puede conducir tu arte!
CLARÍN.- [Entra inoportunamente.] ¡Perdón!
NICOLASA.- [Con ira.] ¡No te han enseñado a llamar antes de abrir una puerta!
CLARÍN.- [Con gran humildad.] No sabía que estabais aquí.
ANSELMO.- No importa, es sólo Clarín.
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AMÉRICO.- [Siempre burlesco.] ¡Ah, es Clarín! El hijo del que fue bufón.
CLARÍN.- Mejor después regreso.
AMÉRICO.- ¡Anda, hazme reír! Dicen que tu padre era muy gracioso.
CLARÍN.- Yo no heredé su gracia.
AMÉRICO.- Los hijos heredamos los que fueron nuestros padres, por eso [mira a Anselmo.] yo seré
rey. [A Clarín.] Tú tienes que ser bufón.
CLARÍN.- No os puedo hacer reír.
AMÉRICO.- ¡Te lo ordeno!
CLARÍN.- ¡Maese Anselmo, no puedo!
ANSELMO.- Dejadlo, no lo importunéis.
AMÉRICO.- Si come de la cocina de palacio, algo tiene que hacer además de halagar al rey.
CLARÍN.- Yo no...
AMÉRICO.- ¿Te atreves a contradecirme?
CLARÍN.- No, Majestad.
AMÉRICO.- Hazme reír.
CLARÍN.- No lo lograré.
AMÉRICO.- [Saca una daga.] Una gracia o tu cabeza.
CLARÍN.- [Con terror.] ¿Sabéis la historia... del rey que se soñó bufón?
AMÉRICO.- No, pero asegúrate que sea jocosa.
CLARÍN.- [Con inocencia.] Un rey se soñó bufón y así comprendió la realidad de su reino, pero
cuando quiso despertarse se dio cuenta de el bufón le ponía los cuernos con la reina. [Clarín intenta
reír.]
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AMÉRICO.- [Después de un instante.] Y no sabéis la historia del mismo bufón que se soñó en la
alcoba real y se creyó rey; pero cuando quiso despertar se dio cuenta que ni en sueños podría aspira
a ser rey, y que era solamente el perro favorito del rey. [Únicamente ríe Américo.]
CLARÍN.- La vida es más hermosa que los sueños.
AMÉRICO.- ¡Para mí sí, pero no para ti! ¿No sabéis la historia del príncipe que se soñó rey, y cuando
quiso despertar...
AMÉRICO.- [Cortando con ira.] Se dio cuenta de que ser rey es, cuanto más, ser hombre. Ya lo dijo
Clarín, la vida es más hermosa que cualquier sueño
AMÉRICO.- [Orgulloso.] No sabéis la historia del escultor que se soñó rey, y cuando quiso despertar
se dio cuenta de que la belleza no existía, era el gusto del rey lo que decidí qué era bello.
ANSELMO.- [Durante este parlamento, Clarín devoto besa el icono.] ¿Sabéis cómo iba a llamarse mi
escultura? La aventura del ser. Pero vos no merecéis tanto. Os conformáis con soñar ser rey, pero
cuando lo seáis, veréis que Segismundo fue mejor hombre que vos porque pensó que la vida es
sueño, y que lo que importa es lo que se fue antes y lo que será al despertar. ¡El soñar en sí mismo
no importa! ¡Viva Américo I de Polonia, el rey que cuando dormía se soñaba despierto!
AMÉRICO.- [Explota.] ¡Os atrevéis a retarme! Ya veréis a dónde nos conduce mi soñar. ¡Y entonces
os arrepentiréis de haber elaborado este juego de palabras! [Oscuro.]
Aparte III
SOLDADO.- [Aparece por entre el público. Tiene 80 años.] Yo nunca entendí las conversaciones de
palacio, pero creo que llegué a ser un buen soldado. Por eso nunca hubiera podido ser espía. Hay
alguien que pudo haber sido un perfecto espía. ¡Saben quién? ¡Nicolasa! ¡Ah, qué mujer tan lista!
No crean en los que les dice. Yo prefiero nunca contradecirla y nunca estar de acuerdo con ella.
Nicolasa fue la primera que me dijo que Américo era un traidor. Aquella noche apreté tanto mi pica
que mis manos se pusieron blancas, como las de un muerto. ¡Un hijo no debe traicionar a su padre!
¡Y menos si es un infante! ¡Cuántas noches debe haber llorado el rey Segismundo sabiendo a su
hijo un traidor! Yo tuve varios hijos, entonces las campañas era duras y perdí su paradero. Ahora
que estoy viejo y solo, a veces pienso en esos niños y me pongo triste, pero pronto me consuelo
pensando que es mejor perder a un hijo que saberlo traidor. [El diálogo es interrumpido por la
siguiente escena; el Soldado se oculta tras el telón.]
Escena III [Taller de escultor Anselmo]
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Segismundo visita a Anselmo en su taller.
ANSELMO.- ¡Majestad! Por fin venís a ver mi obra.
SEGISMUNDO.- ¿Qué me podéis mostrar?
ANSELMO.- Tengo muchas nuevas esculturas. Vuestra generosidad me ha permitido esculpir a mi
arbitrio.
SEGISMUNDO.- Me dicen que sois amigo de mi hijo.
ANSELMO.- Nadie es amigo de vuestro hijo.
SEGISMUNDO.- Al menos más amigo de él que yo. Quiero vuestra opinión. ¿Podrá Américo llegar a
ser un buen rey?
ANSELMO.- [Con resentimiento.] A eso vinisteis, no a conocer mi obra.
SEGISMUNDO.- ¿Desea Américo ser rey?
ANSELMO.- Si respondo a vuestra pregunta yo soy el traidor.
SEGISMUNDO.- ¡Respondedme, os lo ordeno!
ANSELMO.- Una traición os hizo rey.
SEGISMUNDO.- Y otra traición hará rey a mi hijo. Nadie me lo dice pero lo presiento.
ANSELMO.- ¿Queréis ver mis esculturas?
SEGISMUNDO.- ¿Habéis hecho algo que valga la pena?
ANSELMO.- Ahora esculpo "La aventura del ser", es mi obra maestra. [Retira el biombo y muestra la
escultura.]
SEGISMUNDO.- ¿Por qué esa cara de adolescente me recuerda a mi hijo?
ANSELMO.- Porque es vuestro hijo.
SEGISMUNDO.- ¿Y él ha descubierto el ser?
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ANSELMO.- Vive esa lucha, ¡dejadlo ser! Américo no es un traidor.
SEGISMUNDO.- Tampoco es un santo.
ANSELMO.- Nadie es santo.
SEGISMUNDO.- Vos menos que nadie. Sois motivo de escándalo. Si mi hijo anda con meretrices, vos
lo iniciasteis con vuestro ejemplo.
ANSELMO.- No me juzguéis como a un hijo.
SEGISMUNDO.- Vos tenéis un hijo, hijo de vuestros placeres, abandonado y solitario. ¿Dónde está
vuestra alma?
ANSELMO.- No lo sé, aún la busco. ¡y tengo gran fe que ese hijo de una noche entró ya su camino!
SEGISMUNDO.- Si mi hijo con una educación esmerada ha perdido el rumbo, ¿el vuestro a dónde
pudo llegar?
ANSELMO.- No lo sé, pero empezó como yo, siendo un hijo sin padre.
SEGISMUNDO.- Yo le he dado a mi hijo toda la libertad que he podido. Vos no le distéis al vuestro ni
la paternidad.
ANSELMO.- Dejadme vivir como artista y yo os dejaré vivir como rey.
SEGISMUNDO.- ¡Vos habéis perdido a mi hijo! El cree tener un asidero en vos.
ANSELMO.- Yo voy a la deriva.
SEGISMUNDO.- [Con orgullo.] Yo soy el ancla segura de Polonia.
ANSELMO.- ¡Polonia necesita navegar libremente!
SEGISMUNDO.- ¿Me retáis?
ANSELMO.- Soy simplemente un escultor, no sé más que reproducir la belleza en el mármol o en la
madera. Me estoy aventurando a ser artista, así como vuestro hijo se está aventurando a ser rey.
SEGISMUNDO.- [Colérico.] ¡Sospechaba que tendrías la respuesta! Mi corazón no me engañaba,
sabía que Américo me traicionaba.
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ANSELMO.- Pensáis con la rapidez del Obispo.
SEGISMUNDO.- ¡En vos habita el demonio!
ANSELMO.- Si el demonio me proporciona más paz que Polonia, más de la que su rey y su obispo
pueden darme, pues ¡que viva el demonio! [Penumbra que prepara la escena siguiente.]
Escena IV [Salón de palacio]
SEGISMUNDO.- ¡Clarín! ¡Clarín! ¿Dónde estás?
CLARÍN.- [Está sentado en compañía de Nicolasa, son jóvenes; se incorpora y se acerca al rey.]
Majestad, ¿qué os trae tan agitado?
SEGISMUNDO.- Tú conoces las comidillas de palacio, ¿qué se dice del infante?
CLARÍN.- Nada que no sepáis.
SEGISMUNDO.- ¿Crees que desea ser rey?
CLARÍN.- ¡Claro! Nació para ser rey.
SEGISMUNDO.- ¿Crees que llegará a ser un buen rey?
CLARÍN.- Ahora no lo sería, pero más tarde, sí.
SEGISMUNDO.- [Desesperado.] ¡No sé a dónde pueda llegar! ¡La parodia de la eucaristía es el fin!
CLARÍN.- El infante Américo sí tiene fe. Acabo de verlo mirar con veneración a un icono.
SEGISMUNDO.- ¡Un icono! ¿Cómo era?
CLARÍN.- Dorado, con la imagen de San Miguel.
SEGISMUNDO.- ¿Tenía el escudo de la Moscovia?
CLARÍN.- Sí.
SEGISMUNDO.- [Con gran dolor.] ¡Ay, Américo me traiciona!
CLARÍN.- ¡No, el infante aún tiene fe!
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SEGISMUNDO.- ¡Ese icono con el santo protector de Moscovia pertenece a mi enemigo! ¡Me has
dicho lo que quería saber y lo que debía ignorar!
CLARÍN.- Américo necesita cariño.
SEGISMUNDO.- ¡Ya no! Ahora vive la ficción que lo llevará a donde no osa soñar. Clarín, tú no
comprendes el curso de mis palabras, pero no importa. Tú llevas tu rumbo y sabes a qué puerto
llegar. Yo... [Gimotea.] Yo no sé predecir el futuro de Polonia.
CLARÍN.- ¿Habrá guerra?
SEGISMUNDO.- Para mí, sí; para Polonia, ¿quién sabe? Yo ya estoy cansado, sólo quisiera
asegurarme que el sol de Polonia llegará al mediodía, lo que siga será responsabilidad de... ¡los
herederos de Segismundo! [Oscuro que prepara la siguiente escena.]
Escena V [Salón del trono.]
SEGISMUNDO.- [Su sola figura es visible y, poco a poco, la de los demás.] Yo, Segismundo, rey de
Polonia, me someto al juicio que Dios inspire en el jurado para llegar a conocer la culpabilidad de
mi... Américo, Infante de Polonia, quien atentó contra la hegemonía de reino y decidió coaligarse
con Astolfo, conde de Moscovia. Como padre no quiero ser juez, por lo que he delegado el
veredicto a las dos cabezas máximas del reino: Nuestro obispo y nuestro científico. Su juicio será
definitivo. ¡Que traiga al acusado! [Entra Américo esposado.] ¿Cuál es el veredicto?
OBISPO.- Horas hemos dialogado para llegar a una decisión unánime. El veredicto es...
CLOTALDO.- [Interrumpiendo.] Antes de dar a conocer el veredicto, queremos que el acusado tenga
la oportunidad de tomar la palabra. [Mira al obispo y después a Américo.] Tenéis la palabra.
AMÉRICO.- ¡Si todos en Polonia fueran felices, yo sería un traidor, pero no he hecho más que
defender a los infelices!
SEGISMUNDO.- [Después de un silencio.] ¿Es todo lo que tenéis que decir?
AMÉRICO.- Al jurado, sí; a mi padre, no.
SEGISMUNDO.- Vos tuvisteis padre, yo sólo rey.
AMÉRICO.- Dichoso fuisteis porque las afrentas del rey no son tan dolorosas como las de un padre.
SEGISMUNDO.- ¿Aceptáis el veredicto del jurado?
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AMÉRICO.- Sí.
SEGISMUNDO.- [Al jurado.] ¡Hablad!
OBISPO.- Hemos deliberado bajo la luz del Espíritu Santo [Clotaldo tose.] y hemos llegado al
siguiente veredicto: Culpable de alta traición; el castigo a esa culpa es la muerte, pero a instancia
del jurado, por considerar los atenuantes, transmutamos la pena a prisión perpetua.
SEGISMUNDO.- [Parece liberado.] Acato la voluntad de Dios. [A Américo.] Que la torre que me
sirvió de cárcel cuando joven, os sirva ahora para volver a la razón. Nunca volveré a veros. Fuisteis
mi único cariño, pero accedo a prescindir de vos, para que vuestra alma se salve.
AMÉRICO.- ¡No creo en el alma!
SEGISMUNDO.- ¡Llevaros a esta fiera!
AMÉRICO.- ¡Papá, soy tu hijo, no una fiera!
SEGISMUNDO.- ¡Actuáis como tal!
AMÉRICO.- ¡Yo no soy traidor! Fueron solo palabras. ¡No quiero ir a la torre!
SEGISMUNDO.- "El traidor no es menester, siendo la traición pasada". ¡Viva Polonia!
TODOS.- [Menos el artista.] ¡Viva! ¡Viva Polonia!
SEGISMUNDO.- ¡Viva la verdad!
TODOS.- ¡Viva! ¡Viva!
SEGISMUNDO.- [A Anselmo.] ¿Por qué no vitoreáis?
ANSELMO.- Porque yo también merezco la torre.
SEGISMUNDO.- ¡Ya la tenéis! Vuestra alma está aherrojada a una torre y nunca seréis libre.
ANSELMO.- Pero creo en la humanidad más que vos. ¡Pobre Polonia, sus reyes no tienen fe en la
libertad humana!
CLOTALDO.- ¡Majestad, este hombre aboga por un traidor!
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SEGISMUNDO.- [Con desprecio.] Es simplemente un artista, ¡dejadlo ser! [A Anselmo.] Pero para
que aprendáis a no ir más allá de las formas, os retiro mi mecenazgo y os castigo a la destrucción de
la que llamáis vuestra obra maestra; "La aventura del ser". [Américo levanta el rostro con expresión
de gran sorpresa. Telón lento.].
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JORNADA SEGUNDA
Aparte I] [Con telón cerrado]
CLARÍN.- [De 60 años.] Desde la última vez que nos vimos han pasado diez largos años. ¡Qué
extraña es la vida humana! A veces un instante cambia su rumbo, pero en ocasiones pasan años y
sigue igual. En estos diez años nada pasó. Segismundo iba haciéndose viejo, pero Polonia era rica.
El reino de Moscovia siguió al acecho, pero nunca declaró la guerra. Si Polonia no cambió, yo sí.
Fue entonces cuando me casé con Nicolasa. Ella nunca ha sabido lo que voy contarles; primero la
observé por meses hasta que me convencí de que era una buena muchacha. Yo estaba receloso
porque la historia de mi padre podría interesarle a más de una y aparentarme cariño. Pero no
Nicolasa, ella fue siempre desinteresada. Todo lo hizo por nuestros hijos y por mí. ¡Perdón, estoy
hablando demasiado de mí! Ustedes vinieron para conocer la historia del Segismundo y sus
herederos, no para oír la mía. Yo nadie soy, ni tengo qué heredar. Creo que fui más feliz aunque mi
padre. Él no fue un héroe; lo mataron porque se escondió cobardemente durante la batalla; me lo
dijo el soldado, y me juró no decírselo a nadie más. No creo que haya sido realmente un cobarde,
fue sólo un escudero que ambicionó ser bufón, para llegar a ser importante. Al menos él decía que
la máxima aspiración e un bufón es llegar a ser primer ministro, y que la máxima aspiración del
primer ministro es llegar a ser bufón. ¡Ven nadie se rió! Cuando mi padre lo decía la corte se
estremecía de risa. Yo me sé muchos chistes, fue la única herencia de mi padre; pero no lo puedo
decir porque nadie se ríe. ¡Bueno, ni Nicolasa! Yo creo que ella estuvo más capacitada para ser
ministro o bufón. ¡Cuando la conocí era una muchacha pueblerina y en pocos años aprendió tanto!
Se hablaba con el obispo y con todos los demás. En la cocina se decía que era la mujer más
informada de palacio. ¡Siempre estuve tan orgulloso de ella! Nunca me faltó como esposa, y eso
que en la corte se comenzaron a ventilar ciertas relaciones y se permitieron ciertas cosas, que antes,
¡cuándo! A veces pienso que todo cambió pero que no lo notamos, porque también nosotros
habíamos cambiado. Nicolasa me decía que estaba loco, pero yo sospechaba que cada día
requeríamos menos corazón. Y no lo diría ahora si no fuera porque entonces se estaba fraguando el
cataclismo al que hemos llegado.
VOZ DE MICRÓFONO.- Tercera llamada. Tercera. Comenzamos. [O señal acostumbrada.]
CLARÍN.- ¡Ya va a empezar! Esta escena tiene la frase que más me gusta de la obra. Cuando oigan
hablar de un arado, piensen en mí. ¡Me hubiera gustado que el dramaturgo me hubiese dado ese
parlamento! [Sale con el telón.]
Escena I [La Torre; música del período romántico]
SOLDADO.- [De 60 años.] ¿Cómo amanecisteis?
AMÉRICO.- [Que está encadenado.] Ni mejor que ayer, ni peor que mañana.
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SOLDADO.- El día es soleado y la caza está esperando en la pradera.
AMÉRICO.- ¿Vas de cacería?
SOLDADO.- Podría si mi señor me lo ordenase.
AMÉRICO.- ¿Y si tu señor quisiera acompañarte?
SOLDADO.- No me pidáis lo que sabéis que no puedo concederos.
AMÉRICO.- ¿Tuviste a mi padre aherrojado toda su juventud?
SOLDADO.- Me prometisteis no hablar de esos tiempos. Dedicaros, como vuestro padre, a estudiar
los libros del maese Clotaldo.
AMÉRICO.- La ciencia pura y la pura ciencia.
SOLDADO.- Son libros buenos.
AMÉRICO.- ¡Fíjate qué buenos son! Han estado en la mente de muchos por años y años, y tú sigues
siendo el mismo soldado pobre. ¿De qué te sirve conocer la verdad, si no tienen carne en el
caldero?
NICOLASA.- [Entra. Su cuerpo ha comenzado a adquirir la redondez de una matrona.] Si su alteza
tiene hambre, no tiene más que pedir.
AMÉRICO.- Es temprano aún, mujer.
NICOLASA.- En esta torre no sabemos de relojes, vos medís el tiempo.
AMÉRICO.- [Juguetón.] El soldado no me quiere dejar ir de cacería.
NICOLASA.- Si el rey se llegara a enterar, ¿qué sería de nosotros?
AMÉRICO.- [Cariñoso.] Viejo soldado, sólo bromeaba. Con tu amistad me basta.
SOLDADO.- Los mozos pueden traer buenas piezas de caza, y Nicolasa las puede cocinar.
NICOLASA.- ¡Voy a preparar un potaje que hará historia!
AMÉRICO.- Me voy a chupar los dedos.
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SOLDADO.- Voy a buscar a los mozos. [Mutis.]
NICOLASA.- Necesitáis alimentaros bien, esta vida de claustro no os ayuda a tener apetito.
AMÉRICO.- ¡La soledad y las tristezas son buenas consejeras!
NICOLASA.- ¡No para los jóvenes! A mis hijos no lo entiendo, les hace falta educación.
AMÉRICO.- Tu sola educación los llevará a la felicidad.
NICOLASA.- La felicidad sin pan no es felicidad.
AMÉRICO.- Poco pan se requiere para ser feliz.
NICOLASA.- No creo que pudierais convencer a mis hijos, siete pocas tragonas. Me gustaría traerlos a
la torre, si vos lo permitís. No conocen el lugar de la muerte del gran Clarín, [marca las palabras.]
son sus nietos, vos lo sabéis. Siempre me piden que les cuente la historia de la liberación del rey
Segismundo. De cómo el gran Clarín encabezó la revuelta y dio su vida por el rey.
AMÉRICO.- ¡Que malo que el rey ni siquiera hizo caballero a tu marido! Si a mí me hubieran
liberado, los habría hecho ricos, por lo menos un marquesado sería vuestro.
NICOLASA.- [Palmoteando.] ¿De verdad?
AMÉRICO.- Sueña lo que quieras. Tus hijos estarían en la milicia y serían de mi confianza. Tus hijas,
damas de la corte con modales refinados y ricos pretendientes. La estirpe del gran Clarín haría tanta
historia como tus potajes.
NICOLASA.- ¿Lo decís en serio?
AMÉRICO.- Que tu marido me libere de esta torre, como su padre a mi padre, y yo lo cumpliré, ¡ja,
ja!
NICOLASA.- Sueños inútiles. En una revuelta, mi marido se escondería tras los arbustos; no tiene
temple de héroe como su padre. Esa es mi desgracia.
SOLDADO.- [Entrando.] Tienes un buen marido, no te quejes. [A Américo.] El maese Anselmo pide
audiencia.
AMÉRICO.- [Alegre.] Hacedlo pasar.
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SOLDADO.- La vez pasada me prometisteis que era la última.
AMÉRICO.- ¿A quién daño conversando con un artista?
SOLDADO.- Si vuestro padre se entera. Polonia va a dejar de contar conmigo.
AMÉRICO.- ¿Quien se lo va a decir? ¿Nicolasa?
NICOLASA.- De mi boca no saldrá.
SOLDADO.- Tendré que estar presente.
AMÉRICO.- Eres mi invitado. [Sale el soldado.]
NICOLASA.- Yo les digo a mis muchachos que hablen con maese Anselmo, algo aprenderán de los
mucho que sabe. [Entran Anselmo y el soldado.]
AMÉRICO.- [Con gran entusiasmo.] ¡Maese Anselmo! Bienvenido hoy y siempre.
ANSELMO.- Hoy sí, siempre ¿quién sabe? ¿Qué tal, Nicolasa?
NICOLASA.- El camino da hambre y el caldero aún está vacío. Las fregonas de la torre no saben qué
es ser cocinera de palacio. [Sale; el soldado vela desde la distancia, pica en mano.]
AMÉRICO.- Tengo tantas cosas que quiero comentar contigo. Gracias por los libros que me
mandaste. En la torre sólo hay libros de ciencia. Leí a Calderón;
su pluma aclara el misterio de las aspiraciones humanas.
ANSELMO.- El arte guía a la historia cuando la religión y la ciencia no dan frutos.
AMÉRICO.- ¡Maese no puedo más! No encuentro sentido a mi vida en esta torre. He hurgado en la
ascética cristiana, he vagabundeado en la ciencia, he soñado con el arte. ¡No puedo soportar el ver
pudrirse mi vida en esta torre! ¿Nunca tendré una corona, ni un hijo? ¡Yo soy el infante! Mi padre
no puede borrar mis derechos.
ANSELMO.- Polonia sigue su camino sin vos.
AMÉRICO.- Y yo, ¿a dónde voy?
ANSELMO.- Proseguís la aventura del ser.
AMÉRICO.- ¡A veces pienso que me gustaría no ser!
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ANSELMO.- [Con gran tristeza.] Mi escultura ya no existe. Era la figura humana más bella que ha
podido crear el hombre. Mostraba la nostalgia del ser.
AMÉRICO.- Si tuviera libertad, quizá podría hace algo.
ANSELMO.- ¿Qué harías?
AMÉRICO.- Lo he soñado muchas veces durante estos años. Marcaría el inicio de una era. Los
descubrimientos de Clotaldo son maravillosos, pero no han pasado a ser herencia de los pobres.
¡Imaginaros a Polonia con todos esos medios aplicados a su beneficio! Ya no habría pobres, de sus
mentes se borraría la palabra "hambre". Ya no existiría el dolor. El trabajo dejaría de ser una
actividad cansina para darle sentido a la vida humana.
ANSELMO.- Y cuando terminéis de darles todo, ¿qué esperarían?
AMÉRICO.- [Piensa.] El pueblo podría tener más horas de ocio para descubrir el arte.
ANSELMO.- ¿Y habría que esperar hasta entonces?
AMÉRICO.- Los pobres no gustan de tu arte.
ANSELMO.- [Con gran pasión.] ¡El hambre y el sufrimiento conducen a la belleza! ¿No habéis visto
desde las ventanas de la torre cómo aran los labriegos la tierra dura y seca? Cuando el arado no hace
surcos, le amarran piedra enormes para aumentar su peso; así logran que sus cuchillos hieran la
tierra. El hambre y las tristezas son como esas piedras, logran hacer surcos en el espíritu, para que
las semillas del ser germinen.
AMÉRICO.- [Con envidia.] Hablas como si fueras el único que puede salvar a Polonia.
ANSELMO.- A veces siento que lo soy.
AMÉRICO.- ¡Aventúrate a salvarla! La religión y la ciencia pretenden gobernar Polonia, pero nunca
pensé que también el arte lo ambicionara. ¡Junto a la teocracia y a la tecnocracia ha nacido una
nueva forma de gobernar: la estetocracia!
ANSELMO.- La torre no os ha liberado de vuestros demonios.
AMÉRICO.- Hablas como el obispo.
ANSELMO.- El problema de Polonia es que tiene vidas truncas: tiene un obispo, un científico y un
artista; pero no tiene un sólo hombre completo. ¡Cuántas vidas se desperdician como la vuestra! En
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la torre de la ignorancia, en la torre de la mediocridad, en la torre de la indolencia. No sé a dónde va
Polonia. Mi única esperanza es que cuando este mundo haya desaparecido exista un hombre que
conserve lo poquito que somos; quizá él pueda abrir "la puerta del hombre" y recorrer el camino
que lo conducirá a "la puerta del paraíso", pero eso ni vos ni yo lo veremos.
AMÉRICO.- ¡Dadme la libertad y yo crearé una nueva Polonia!
ANSELMO.- ¡Soñad con la libertad, que algún día os despertaréis siendo el rey de Polonia! Entonces
tendréis que cumplir lo que ahora tan fácilmente prometéis. [Oscuro.]
Escena II [Cita del obispo con el científico en un salón de palacio]
OBISPO.- Clotaldo, amigo mío, gran alegría me da el veros.
CLOTALDO.- Necesito hablar con vos.
OBISPO.- Aunque poco nos vemos, siempre volvemos a empezar en el punto donde la última vez
nos quedamos, como los buenos amigos.
CLOTALDO.- Nunca he sido bueno con las palabras. Perdonad que vaya al punto. ¡Estoy
desesperado!
OBISPO.- ¿Qué os pasa?
CLOTALDO.- [Desolado.] ¡Al rey Segismundo ya no le interesa la ciencia!
OBISPO.- Siempre ha sido un admirador vuestro.
CLOTALDO.- ¡Ya no lo es! No había querido creerlo, pero es verdad. Tengo miedo que mis
científicos se enteres, ellos no deben ser perturbados por cuestiones temporales.
OBISPO.- Creo que exageráis.
CLOTALDO.- Lo conozco mejor que nadie. Cuando estuvo en la torre fue como un hijo para mí.
Segismundo ha ido cambiando. ¿Es el mismo con vos?
OBISPO.- [Mintiendo.] Su Majestad me ha honrado con su cercanía, no sólo espiritual, sino también
cordial.
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CLOTALDO.- Creí que era un sueño pasajero, ya veis que ha tenido más de uno. Pero hoy ya fue
demasiado. Hace un año que tiene en sus manos mi petición de presupuesto de para una
investigación que bien pudiera darle la inmortalidad
OBISPO.- La inmortalidad solamente la da Dios.
CLOTALDO.- Digamos que Dios se la ofrece por medio de mi inteligencia.
OBISPO.- Vais a ver que todo es un sueño y que pronto se acordará el rey de su maestro.
CLOTALDO.- ¿Va Segismundo a parar el desarrollo de la ciencia solamente porque ahora... dormita
bajo la influencia de una artista?
OBISPO.- Anselmo es un gran hombre.
CLOTALDO.- ¿Sabéis cuánto ha autorizado el rey para que se divierta Anselmo haciendo estatuas en
la catedral?
OBISPO.- Si Su Majestad lo ha decidido es porque vale la pena.
CLOTALDO.- Decís eso porque os embellece la catedral. Ahora acaba de terminar "La puerta del
Paraíso", y es una puerta que abre y cierra como todas. Costó un fortuna.
OBISPO.- Son siestecillas de verano. No hay que tomar a Anselmo en serio. [Con firmeza.] ¡Nunca!
CLOTALDO.- A mí ya me desbancó en el favor del rey, y si vos no sois más listo, pronto pasaréis al
olvido.
OBISPO.- Mi única intención es ser el primero en Cristo, lo demás, como vos decís, es soñar.
CLOTALDO.- [Con sigilo.] ¿Y si Segismundo fuera destronado por Américo? La Moscovia podría
ayudar en esta empresa, recordad que mi hija Rosaura es esposa del conde de Moscovia.
OBISPO.- La ciencia me ha enseñado que el fuego quema.
CLOTALDO.- Hay que traer a Américo de la torre. Él es el rey que necesitamos.
OBISPO.- [Señero.] A la iglesia le interesa sobremanera marcar la línea divisoria entre la razón y el
misterio. Vos a eso os dedicáis. Yo soy vuestro aliado, [marca las palabras] haced lo que tenéis en
vuestra mente y pronto veréis que la razón volverá reinar en Polonia. [Oscuro.]
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Escena III [Capilla de palacio]
OBISPO.- [Nicolasa está inclinada frente al obispo.] ¿Qué te inquieta que pediste audiencia?
NICOLASA.- [zalamera.] Su Ilustrísimo señor, yo soy una mujer ignorante e inútil, no sirvo más que
para fregona...
OBISPO.- Vamos, levántate y ve al punto.
NICOLASA.- Me preocupan mis hijos, son siete, y ni Clarín ni yo estamos capacitados para aducarlos.
Yo no quiero que sean como nosotros. Ayudadnos para que tengan estudios y lleguen a ser alguien.
OBISPO.- Tú eres hija de Dios.
NICOLASA.- Para Dios y para vos, sí, pero para otras personas nada soy, como para maese Anselmo.
[Mide el impacto de sus palabras.]
OBISPO.- [Aparentando serenidad.] ¿Por qué decís eso?
NICOLASA.- Es una de esas cosas... raras que enseña a mis hijos.
OBISPO.- ¿Cosas raras?
NICOLASA.- Las estatuas que hace están desnudas, hasta nuestro señor Jesucristo.
OBISPO.- ¿Y por qué dejas a tus hijos hablar con Anselmo?
NICOLASA.- Yo se los prohíbo, pero no sé qué les da a esos muchachos. Y no únicamente a mis
hijos... Sé que a menudo visita al príncipe Américo en la torre. [Lee el rostro del obispo.]
OBISPO.- ¿Estás segura?
NICOLASA.- La torre ya no está cuidada como antes.
OBISPO.- ¿Quien la cuida?
NICOLASA.- La guardia real capitaneada por el viejo soldado que liberó a Segismundo cuando la
muerte de mi suegro, [subraya las palabras] quien en mala hora murió. Lo único bueno de la
familia, y morir sin dejar alguna herencia para ir sobreviviendo y poder educar modestamente a los
muchachos porque...
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OBISPO.- [Cortando.] Manda a tus hijas al convento de Santa María. La priora las estará esperando;
y a tus muchachos les conseguiré trabajo.
NICOLASA.- ¡Yo sabía que Dios da por vuestras manos con generosidad!
Entra Segismundo, cercano a los 60 años, se ve cansado y prematuramente viejo.
SEGISMUNDO.- ¿Qué le habéis dado a esta mujer para que esté tan agradecida?
OBISPO.- [ Nicolasa intenta hablar, pero el obispo se adelanta.] Un poco de consuelo.
SEGISMUNDO.- A mí hace mucho que no me dais consuelo.
OBISPO.- ¡Majestad, no digáis eso! [A Nicolasa.] Puedes irte y que el Señor te bendiga... [Nicolasa
intenta hablar, pero el obispo la interrumpe.] A ti y a tus muchachos. [Sale la mujer.] ¡No habléis
así delante de la servidumbre! Os lo suplico.
SEGISMUNDO.- Es la verdad. Soy un rey viejo y triste.
OBISPO.- No debéis hablar así, no es cristiano. Sois un rey afortunado.
SEGISMUNDO.- Por eso requiero consuelos; soy afortunado, pero me siento vacío.
OBISPO.- [Insinuante.] Hay alguien que pudiera daros cariño.
SEGISMUNDO.- ¿Quién? ¿Mi hijo? Me lo habéis estado diciendo demasiado últimamente.
OBISPO.- He orado para que Dios os dé su luz. Vos tenéis que encontrar la respuesta con la fe, ¡no
con el arte!
SEGISMUNDO.- ¡Qué tiene de malo el arte!
OBISPO.- Anselmo es ateo, vive de la formas y de la sensualidades. Os puede perturbar. Esa soledad
de que habláis no es otra cosa que la lejanía de Dios. Ya no lo visitáis tan a menudo. Yo no me
quejo, pero hasta Clotaldo lo percibe: ya no os interesa la ciencia.
SEGISMUNDO.- ¿Qué queréis que haga? Anselmo me da un poco de paz.
OBISPO.- Hace diez años no pensabais lo mismo. Volved los ojos a la realidad. ¿Quién va a heredar
el reino de Polonia cuando Dios se acuerde de vos? Al no haber heredero, Polonia pasará a ser parte
de los dominios de Moscovia. ¡Lo que no lograron con tantas guerras, lo recibirán como herederos
legales!
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SEGISMUNDO.- ¡Yo no mandé a mi hijo a la torre!
OBISPO.- He visitado a Américo. Los diez años de encierro lo han cambiado. Dadle una
oportunidad, vos la tuvisteis y habéis sido buen rey.
SEGISMUNDO.- Me aterra heredar a un traidor. Tendría que demostrar que es un hombre nuevo. Lo
pondré a prueba. Si la pasa podrá ser el heredero de Polonia; si no, volverá a la torre como si todo
hubiera sido un sueño. Muchas veces he soñado con le regreso de Américo y he estado a punto de
traerlo a mis brazos, pero me horroriza encontrar a un ser que lleva mi sangre y que se ha adentrado
en los laberintos del mal.
OBISPO.- La gracia de Dios lo puede todo.
SEGISMUNDO.- ¡Todo, menos una cosa: menguar su libre albedrío¡ ¡Y eso es lo único que salvaría a
mi hijo! [Oscuro.]
Aparte II
CLARÍN.- [De 60 años; al público.] ¿Quién hubiera pensado que Américo iba a volver después de
diez años de cautiverio? Y no sólo con la venia del obispo, sino a ruegos suyos. ¡Quién lo hubiera
dicho cuando el infante Américo le puso el mote de "El titiritero de los hilos de lana", por aquello
del pastoreo de las ovejas, apodo que el pueblo aprendió como "Titirilana" y que aún permanece en
nuestras bocas! Todo estuvo perfectamente preparado. Segismundo, lleno de esperanza, trajo a
Américo de la torre...
NICOLASA.- [Entra, tiene 55 años.] ¡Y así llegó el momento crucial de la historia de Polonia! No sé
si Clotaldo se comunicó con el conde de Moscovia. Entonces vino la revuelta popular; agitación
que no solamente preví, sino que sembré en palacio. En esos días la cocina de palacio fue la más
liberal que registra la historia. En el fondo lo salvé al vida al rey Segismundo porque yo cuidé que
ninguna cocinera revolucionaria, con el ánimo demasiado exaltado, fuera a envenenar al rey y
cambiar el curso de la historia.
CLARÍN.- Pero Américo tenía que triunfar porque el obispo oraba por su causa; aunque el maese
Anselmo dijo que el pueblo había sido manipulado.
NICOLASA.- Yo soy el pueblo, y a mí nadie me manipuló. ¡Nunca! [Dulce.] ¡Excepto tú!
CLARÍN.- [Asombrado.] ¿Qué yo te he manipulado?
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NICOLASA.- Toda la vida. Cuando yo era una niña campirana, tú me observaste por meses para
decidir si podía ser una buena madre para tus herederos, sin ningún interés por los asuntos de
palacio.
CLARÍN.- ¿Cómo lo supiste?
NICOLASA.- Espero que los muchachos no hayan heredado tu perspicacia. Yo siempre he creído que
hay que pensar aún mientras se está comiendo porque hasta el potaje, mientras se enfría, puede abrir
un horizonte.
CLARÍN.- ¡No te entendí! ¿Por qué nunca pudiste hablar como todos los de la cocina? Nunca debí
dejar que escucharas las conversaciones de palacio. Tú no las entiendes, solamente las repites.
NICOLASA.- ¿Te arrepientes de haberte casado conmigo?
CLARÍN.- Casados hasta la muerte.
NICOLASA.- ¡No menciones a la muerte [Se santigua.] ¿No le tienes miedo?
CLARÍN.- Morirse es como despertar de un sueño, y saber que lo que se fue, se fue. ¡Vámonos, que
ahora viene la escena cumbre! [Oscuro.]
Escena IV [Salón del trono]
SEGISMUNDO.- [Su figura se ilumina, después la de los demás, incluyendo a Américo.] Yo,
Segismundo, rey de Polonia, ante Dios y ante mi pueblo, renuncio a la corona para que ni sucesor y
heredero Américo, infante de Polonia, ejerza el poder que Dios y la sangre le confirieron. Yo ya soy
viejo. [Mira a Américo con curiosidad.] ¿Y vos, nada tenéis que decirme?
AMÉRICO.- ¡Yo no, pero quizás mi padre sí tengo algo que decirme!
SEGISMUNDO.- [Después de un silencio.] La verdad habla por el silencio.
AMÉRICO.- ¿Qué te han dicho estos diez años de silencio?
SEGISMUNDO.- ¡Lo mismo os habrán dicho a vos!
AMÉRICO.- ¿Eres tan afortunado?
SEGISMUNDO.- ¿Lo soy vos?
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AMÉRICO.- Enormemente. ¿Te dio la torre la felicidad tanto como a mí?
SEGISMUNDO.- ¡Sí me la dio, pero me la quitó mi hijo!
AMÉRICO.- ¡A mí me la quitó mi padre!
SEGISMUNDO.- No habréis merecido tener un buen padre.
AMÉRICO.- Según mi rey, no; según mi Dios, sí.
SEGISMUNDO.- ¡Dios está conmigo!
AMÉRICO.- ¡Estaba contigo cuando me mandaste a la torre!
SEGISMUNDO.- ¡Dios decidió castigar un hijo pródigo!
AMÉRICO.- ¡Hoy Dios ha decidido castigar a un padre pródigo!
SEGISMUNDO.- ¿No tenéis imaginación? No hacéis más que repetir mis palabras.
AMÉRICO.-¡Diez años de encierro hacen torpe la lengua!
SEGISMUNDO.- ¡Yo no decidí ese castigo!
AMÉRICO.- Lo decidieron las dos cabezas mejores del reino, como dijiste entonces; situación que te
coloca por lo pronto en tercer lugar.
SEGISMUNDO.- ¡Nunca he aspirado a ser genio!
AMÉRICO.- ¡Yo sí!
SEGISMUNDO.- ¿Y qué habéis logrado?
AMÉRICO.- ¡Odiarte!
SEGISMUNDO.- ¡Odiáis vuestro destino!
AMÉRICO.- No hay destino, "el hombre predomina en las estrellas".
SEGISMUNDO.- ¡Yo no decidí por vos vuestra traición!
AMÉRICO.- ¡Tu forma de reinar me impulsó a soñar con ser un mejor rey!
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SEGISMUNDO.- [Con burla.] ¿Qué vais a hacer ahora que sois rey?
AMÉRICO.- ¡Borrar tu nombre de la faz de la tierra!
SEGISMUNDO.- [Conteniendo la ira.] ¿Lo podréis borrar de vuestra mente?
AMÉRICO.- ¡Lo intentaré!
SEGISMUNDO.- Yo ya os he borrado de la mía.
AMÉRICO.- ¿Y de conciencia? ¿Aún crees que fui traidor?
SEGISMUNDO.- Yo no os juzgué.
AMÉRICO.- Nadie es traidor cuando comienza a vivir. ¿Investigaste siguiera la gravedad de mi
traición?
SEGISMUNDO.- Para un infante no has traición leve.
AMÉRICO.- ¡Yo nunca contacté a la Moscovia! Ojalá lo hubiera hecho antes.
SEGISMUNDO.- ¿No creéis que yo también tengo por qué guardaros rencor? Fuiste mi único hijo
porque al nacer matasteis a mi esposa Estrella; nunca me disteis cariño; jugasteis a ser traidor; y os
perdí para siempre. ¿No creéis que esperaba algo más de un hijo? ¡Por eso renegué de vos!
AMÉRICO.- [Dolido.] Por algo tú te definiste como "un compuesto de hombre y fiera".
SEGISMUNDO.- [Con gran ira.] ¿Y vos quién sois? ¡Solamente una fiera!
AMÉRICO.- [Golpea a Segismundo ante la estupefacción de todos.] ¡Yo soy un hombre!
SEGISMUNDO.- [Rabiosos.] ¡Llevaros a esta fiera! No merece la libertad. [A Américo.] ¿De verdad
creísteis que os entregaba Polonia? ¡Era sólo una prueba!
¡Moriréis en la torre! Nunca volveré a veros, y ya no os echaré de menos. ¡Os di una oportunidad y
la habéis desperdiciado de nuevo! ¡Y esta vez no podréis pensar que fue un sueño!
AMÉRICO.- [Desesperado.] ¡Tú sufriste la torre y sabes lo que es! ¡Perdóname, padre! ¡No me
mandes allá!
OBISPO.- [Aparentando serenidad.] Perdonad mi intromisión, pero hay verdades que el rey debe
saber.
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SEGISMUNDO.- [Aún con ira.] ¡Os he oído por demasiados años, y aún espero que me abráis los
caminos de la verdad!
OBISPO.- La verdad que esperáis sólo la puede dar Clotaldo.
SEGISMUNDO.- ¿Puedes, Clotaldo?
CLOTALDO.- He abierto todas las puertas del conocimiento que me habéis pedido.
SEGISMUNDO.- Pero, ¿y las otras? Aún no sé quién soy.
OBISPO.- ¡No blasfeméis! Sois un hijo de Dios.
SEGISMUNDO.- [Continúa iracundo.] ¿T vos quién sois, Titirilana?
OBISPO.- [Fingiendo mansedumbre.] Vuestro pastor.
SEGISMUNDO.- Vuestros hilos de lana ya no me sujetan.
OBISPO.- [Con autoridad.] ¡Pues aún así, sigo siendo vuestro pastor!
SEGISMUNDO.- Y vos, maese Anselmo, ¡no decís nada?
ANSELMO.- Yo no sé decir, sé esculpir.
SEGISMUNDO.- Pues id a terminar vuestra puerta, puede que sea hermosa, pero no conduce a ningún
sitio.
ANSELMO.- A vos, no, pero a mí, sí.
OBISPO.- Os conduce al infierno.
ANSELMO.- Puede que os encuentre allá.
OBISPO.- Polonia no merece esta blasfemia.
ANSELMO.- Lo que digo, en nada daña a este reino; de todas maneras va a la ruina.
OBISPO.- ¿Defendéis a Américo? [A Segismundo.] Anselmo siempre fue una mala influencia para
el infante.
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SEGISMUNDO.- [Al obispo.] Por años os habéis escondido tras la cruz para logra vuestros fines, y
una cruz no puede esconder más que un cadáver.
CLOTALDO.- ¡No ofendas a quien te ha entregado su vida!
SEGISMUNDO.- ¡A mí, no, a su Dios!
CLOTALDO.- ¡Has perdido el juicio! Te crees omnipotente, pero no eres nada. Te pudiste
inmortalizar como el gran mecenas de la ciencia, pero escogiste un camino en que perderás tu
corona.
SEGISMUNDO.- ¡Dejaste que mi padre me enviara a la torre creyendo estúpidamente que mi destino
está escrito en las estrellas! ¡Pero tus "matemáticas sutiles" no nos han llevad a la verdad!
CLOTALDO.- ¡Mi ciencia es la verdad! Tu padre era un necio, y la ciencia nada puede hacer contra la
necedad. Toda tu ira detendrá en estupor, cuando te enteres de que la Moscovia ha vuelta a la
guerra; y esta vez será tu ruina.
SEGISMUNDO.- ¡Mientes para asustarme!
CLOTALDO.- Que lo confirme el soldado.
SOLDADO.- Sí, Majestad, todas las ciudades de la frontera han caído.
SEGISMUNDO.- ¡Iremos a la guerra! Por diez años hemos luchado contra las ambiciones de
Moscovia; no les temo. [Con gran certidumbre.] ¡El pueblo de Polonia está conmigo!
OBISPO.- Señor, la caridad me obliga a hablar. Acabáis de juzgar y condenar a Américo, y en él
juzgáis y condenáis a Polonia. Vuestro hijo quizá no sea un santo, pero el pueblo de Polonia lo
reclama.
SEGISMUNDO.- ¿Qué pretendéis ahora?
OBISPO.- Vos habéis tenido vuestro tiempo. Polonia necesita un nuevo rey. Dejad que el futuro haga
su propio futuro.
SEGISMUNDO.- ¡Eso no es cierto! [A Nicolasa.] Mujer, ¿quieres un nuevo rey?
NICOLASA.- El pueblo opina que más vale un mal rey, que un rey extranjero.
SEGISMUNDO.- ¿Es cierto, Clarín?
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CLARÍN.- Es cierto, señor, pero aunque todos estén contra vos, yo os sigo siendo fiel.
SEGISMUNDO.- ¡Todos mienten! ¡Guardias, guardias, apresad a esta caterva de traidores! ¿Dónde
está la guardia real? [Busca sin encontrarla.]
CLOTALDO.- Toda Polonia sabe que si Américo es rey no habrá guerra con Moscovia.
OBISPO.- El pueblo abarrota las calles vitoreando al nuevo rey. Cercioraros desde los balcones de
palacio [Se escucha el bullicio.]
SEGISMUNDO.- ¡Si así lo queréis, pues que sea! Américo, hoy vivimos la farsa de haceros rey y la
tragedia de coronaros. Yo pretendía ser un buen rey para Polonia, pero veo que no merecía mi
entrega. ¡Viva Américo, rey de Polonia, por la gracia de Dios y la de los hombres! Mi padre
vaticinó que mi reino "sería parcial y diviso, escuela de las traiciones y academia de los vicios". ¡Y
lo fue! ¡Yo os dejo un reino enfermo! ¡Que Dios tenga piedad de nosotros! Yo sólo pido volver a la
torre donde pasé mi juventud. No sé si ahí encontraré la paz; pero sí sé que aquí, entre vosotros,
nunca la tuve. ¡Que viva Polonia!... mientras viva! [Oscuro.]2
Aparte III
CLARÍN.- [De 60 años.] ¡Ah, cómo lloré! Ni en el funeral de mi padre cuando niño, lloré tanto.
NICOLASA.- [De 55 años.] ¡Basta de melodrama! [Al público.] Lloró por semanas, ya se rumoraba
en la cocina de palacio que yo le ponía los cuernos, cosa que no era cierta. El rey Segismundo se fue
a la torre y nunca regresó.
CLARÍN.- ¡Pobre Segismundo, fue un rey solitario! Perdió su madre al nacer y su esposa al nacer el
infante Américo, y nunca pudo encontrar un padre en el rey Basilio. Mis hijos hablaron muchas
veces con el viejo rey Segismundo, lo llamaban el abuelo, y hasta llegué a pensar que se olvidaban
que había sido el rey.
NICOLASA.- De verdad mis hijos fueron muy afortunados al conocer gente tan importante; algún día
serán grandes, más grandes que Clarín y que yo; casi tan grandes como el obispo, Clotaldo o maese
Anselmo. Nunca entendí lo que Anselmo les decía, por eso pienso que era el más inteligente de
todos.
2
Se prefiera escenificar la obra en dos actos, el autor sugiere aquí terminar el
primer acto.
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CLARÍN.- Nunca entendí por qué si Anselmo era tan bueno con todos los niños, no lo fue con su
propio hijo. Lo abandonó a un triste destino y a una mala muerte.
NICOLASA.- [Al público.] No sé si ustedes han encontrado la felicidad, yo aún la busco y sé que
algún día, cuando mis hijos sean grandes y poderosos, se hará presente. También los pobres
soñamos, ¿verdad, Clarín?
CLARÍN.- Yo sueño, pero no me acuerdo qué soñé cuando despierto.
NICOLASA.- [Con gran ternura.] ¡Yo sueño por ti y por mí! [Al público.] ¿A poco no han soñado que
sus hijos son felices de una vez por todas? [Cortando.] Ya van a empezar.
CLARÍN.- Tienen que comportarse con la reciedumbre del soldado, yo nunca he podido contener las
lágrimas al final de la siguiente escena. [Hacen mutis lateralmente.]
Escena V [La tumba del rey Basilio en la Torre]
SEGISMUNDO.- [Frente a la tumba de su padre Basilio. Con gran dolor.] Basilio, rey difunto de
Polonia, ¿me escuchas? Soy Segismundo, tú único hijo... Hace años que no eres para mí más que
un pálido recuerdo. Padre, voy a mi muerte; no sucederá hoy, pero es lo mismo. He vivido tanto, y
apenas me he asomado a la ventana del universo. ¿En qué fallé? ¿En lo mismo que tú? ¿Qué será
de Polonia? Rica, pero desdichada, sufre nuestras limitaciones. Tú fuiste rey y soñaste con ser
científico. Yo soñé además con ser santo y artista, ¿qué logré? Lo mismo que tú, morir sin corona.
No con soñar hacemos la vida menos corta. ¡Padre, no fui feliz! ¡No me entrenaste cómo ser feliz!
No sé que logre hacer Américo; nunca lo conocí, como tú nunca me conociste. [Llorando.] ¡Padre,
nunca entendí la vida! ¿Qué es la vida? ¿Una ilusión? ¿Una sombra? ¿Una ficción? Padre, ¿es
cierto que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son?
Escena VI [La Torre]
SOLDADO.- [Entrando al haz de luz.] Pensé que era un muerto que aún no reposaba en su tumba.
SEGISMUNDO.- Soy un vivo que aún no reposa.
SOLDADO.- ¿Quién eres?
SEGISMUNDO.- Nadie
SOLDADO.- Entonces, ¿por qué esa lamentaciones en esta tumba?
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SEGISMUNDO.- ¿Quién eres tú?
SOLDADO.- Un viejo soldado.
SEGISMUNDO.- Por tu edad debiste de estar en muchas batallas.
SOLDADO.- Desde que el rey Basilio, que aquí reposa, era grande.
SEGISMUNDO.- ¿Lo conociste?
SOLDADO.- ¡Claro que lo conocí!
SEGISMUNDO.- Yo nunca lo conocí.
SOLDADO.- Yo hice rey a Segismundo.
SEGISMUNDO.- Yo nunca supe cómo hacerlo rey.
SOLDADO.- ¿Has oído la historia de la revuelta que llevó al rey Segismundo al trono?
SEGISMUNDO.- Un poco.
SOLDADO.- Yo fui quien lo liberó de la torre.
SEGISMUNDO.- ¿Llegas a ser feliz?
SOLDADO.- Yo no fui entrenado para ser feliz. [Con orgullo.] El rey Segismundo me condenó a
velar por esta torre.
SEGISMUNDO.- ¿Qué piensas del rey Segismundo?
SOLDADO.- Primero lo odié por no haber compensado mi valentía, pero con el paso del tiempo
olvidé los rencores. Aquí he vivido treinta años cuidando de estas piedras. Aquí me hice viejo. Esta
pica me ha acompañado siempre; a veces no sé si yo la sostengo, o ella me sostiene a mí.
SEGISMUNDO.- ¡Soldado, bendito seas! ¡Has presenciado tanto dolor! Viste cómo un príncipe se
pudría en esta torre, y cómo se convertía en rey; después velaste por otro príncipe infeliz, y viste
cómo lo hacían rey. ¿No hubieras preferido ser ciego y no ver tanta tristeza? ¡Yo, sí!
SOLDADO.- ¿Quién eres? Mis ojos son débiles.
SEGISMUNDO.- ¡Soldado, soy Segismundo!
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SOLDADO.- [De rodillas.] ¡Señor!
SEGISMUNDO.- [Lo incorpora.] Ya no, ahora soy un hombre como tú.
SOLDADO.- Señor, ¿qué queréis de mí?
SEGISMUNDO.- Lo que eres. Vela por esta torre y por la tumba real. Aquí tú me dijiste: "La libertad
te espera, oye sus acentos". ¡Nunca la encontré! ¡Soldado, has guardado el lugar más triste del
mundo!
SOLDADO.- Eran órdenes.
SEGISMUNDO.- ¡Has perpetuado en esta torre las desdichas y el silencio, la soledad y la paz!
SOLDADO.- [Defensivo.] ¡No la llaméis así, que es mi torre!
SEGISMUNDO.- ¿Me perdonas, soldado?
SOLDADO.- Un soldado nunca tiene que perdonar a su rey.
SEGISMUNDO.- Yo ya no soy rey.
SOLDADO.- Aquí no llegan las noticias del reino. Su Majestad sea bienvenido. En esta torre fuisteis
infeliz, pero yo haré todo para que ahora seáis feliz. Las habitaciones son incómodas y la comida
mala, pero veréis como pasaréis días alegres.
SEGISMUNDO.- ¡Soldado, eres un gran hombre! Mejor que el resto de la humanidad, porque el
Hombre ha perdido el camino. ¿Cuándo volveremos a encontrar el rumbo?
SOLDADO.- Aquí hace frío, entrad en la torre, allí la chimenea está encendida.
SEGISMUNDO.- ¡Bendito soldado! ¿por qué te descubrí tan tarde? Pudimos haber sido amigos.
SOLDADO.- Aún hay tiempo. Andad, entrad que aquí os espera un hogar. [Oscuro y Telón.].
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TERCERA JORNADA
Aparte I
NICOLASA.- Han pasado veinte años desde la caída de Segismundo. No llegué a comprender su
verdadera duración, hasta que pensé que eran los mismos veinte años que yo tenía cuando me casé
con Clarín. Entonces el tiempo caminaba lento, como si se quedara dormido a veces; pero en estos
últimos años pareció que sus manecilla se aceleraban queriendo alcanzar algo que nunca pude
identificar. Estos veinte años fueron muy importantes para la historia de Polonia. Hubo mucho
dinero. Américo I nos entregó todos los inventos de Clotaldo y sus discípulos. Nuestros hogares se
llenaron de comodidad. Los reyes siguieron siendo reyes, pero todos los demás comenzamos a
gozar de mil y un instrumentos que hacen la vida más fácil. Ahora las cocineras de palacio son una
holgazanas, porque con un mínimo de esfuerzo hacen lo que antes, a nosotras, nos llevaba casi una
vida. Y además, ahora las diversiones de los ricos son también las diversiones de los pobres. El
reino de Moscovia siguió con la ambición de apoderarse de Polonia, pero no lo logró.
En estos veinte años vimos más que nuestros padres y nuestros abuelos en un siglo, pero a las
mujeres nunca nos tomaron en cuenta. Todo el mundo progresó... menos Clarín, a pesar de mis
consejos. Sobrevivimos, mientras otros, menos listos que yo, se hicieron ricos. Lo que pasa es que
Clarín nunca capitalizo a tiempo la muerte de su padre; ahora ya nadie recuerda quién fue el gran
Clarín. No debería quejarme porque mis hijos me salieron muy buenos. Tuvimos catorce nietos.
[Entra Clarín.] ¡Bueno, hay que seguir la historia! Este es la última jornada, solamente faltan unos
minutos para el desenlace.
CLARÍN.- [Con entusiasmo casi infantil.] ¡Ojalá lo podamos contar con la intensidad con que lo
vivimos! ¿Sospecháis el final? ¡Si Américo lo hubiera sospechado! ¡Si al menos Segismundo,
desde la torre, lo hubiera previsto! Entonces otro futuro estuviésemos viviendo. Solamente el maese
Anselmo lo vio claro, ¡pero nadie lo escuchó!
NICOLASA.- Hay un refrán que dice que tenemos dos ojos y una nariz, ¡perdón!, creo que ya lo había
dicho. A veces relatamos esta historia de una manera, a veces de otra; pero nunca hemos podido
cambiar la parte que escribió el dramaturgo.
CLARÍN.- Vamos a comenzar, si no se nos va a salir contarles el desenlace, y el teatro contado no
tiene gracia.
NICOLASA.- ¡Ah, se nos olvidaba! La primera escena revive los festejos por los veinte años del
reinado de Américo I. Nos veremos al final. [Salen acompañando el telón.]
Escena I [Salón de palacio]
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AMÉRICO.- [Aplaude con autoridad.] ¡Silencio! Tengo muchas cosas que deciros y muy poco
tiempo. [Aparecen los tres grandes del reino.] Como sabéis se acerca la celebración, y quiero hacer
la mayor de las fiestas. Vendrán de todos los puntos de la tierra. Vosotros me habéis acompañado
durante estos años, y quiero que también me acompañéis en mi triunfo. [Los tres se miran
desconcertados.] Quiero que también el pueblo me acompañe. [Aparecen los tres representantes del
pueblo.] Quiero una ceremonia religiosa, la máxima conocida por la cristiandad. [Al obispo.] ¿Qué
me sugerís?
OBISPO.- Ante los logros que habéis alcanzado por la gracia de Dios, yo sugeriría un Te Deum.
AMÉRICO.- ¿Nada más?
OBISPO.- Litúrgicamente es lo correcto.
AMÉRICO.- Inventad algo nuevo, algo que haga historia.
OBISPO.- Podríamos hacer el Te Deum muy solemne con los solistas de vuestra compañía de ópera.
AMÉRICO.- Roma sabría hacer algo mejor. [A Clotaldo.] ¿Puede vuestra ciencia hacer algo que de
verdad quede registrado en la historia?
CLOTALDO.- En vuestro reinado ya lo he hecho. ¿Qué más puedo hacer?
AMÉRICO.- Reinventad la verdad para mí.
CLOTALDO.- La verdad es eterna e inmutable. [El último diálogo es repetido en susurro mientras se
llevan a cabo los siguientes parlamentos.]
OBISPO.- [A Clarín, que se ha hincado.] ¿Cuánto hace que no te confiesas?
CLARÍN.- Veinte años.
OBISPO.- ¿Y no te da vergüenza vivir tanto tiempo en pecado?
AMÉRICO.- ¡Si yo fuera vuestro científico, podría hacer algo mejor por mi rey!
CLARÍN.- Me acuso de pecado de ambición.
OBISPO.- ¿Y qué puedes ambicionar?
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AMÉRICO.- Una exposición mundial de ciencia y tecnología sería suficiente, o quizá un museo total
que abarque todos los campos del conocimiento. Anselmo sabe mucho de esto. [Clotaldo hace un
gesto de enojo.]
ANSELMO.- Si lo supe, ya se me olvidó.
AMÉRICO.- ¿Qué harías para perpetuar este acontecimiento?
ANSELMO.- Absolutamente nada.
CLARÍN.- He deseado a una de las cocineras jóvenes de palacio.
OBISPO.- ¿La que llegó de Cracovia?
CLARÍN.- Esa misma.
AMÉRICO.- ¡Veinte años bajo mi poder han dado la paz a Polonia!
ANSELMO.- El poder detiene la guerra pero no compra la paz. [Este último diálogo se repite mientras
se llevan a cabo los parlamentos siguientes.]
SOLDADO.- [A Clotaldo.] Señor, perdonad que os importune, pero quiero pediros un favor.
CLOTALDO.- Habla rápido.
SOLDADO.- Ya estoy viejo y pronto moriré. No tengo a nadie que me recuerde cuando muera.
Quiero que le pidáis al rey permiso para poner una placa con mi nombre en la torre.
AMÉRICO.- El arte ha perpetuado los tiempos pasados. Reinventad el arte para mí.
ANSELMO.- Ya lo reinventé para mí, y no aspiro a más.
AMÉRICO.- En las historia el poder ha inmortalizado al arte y viceversa, no lo olvidéis. [El último
diálogo es repetido mientras se llevan a cabo los siguientes parlamentos.]
NICOLASA.- [A Anselmo.] Os traje un poco del pan que os gusta y una botella de vino.
ANSELMO.- Habría que pregunarle al obispo si es lícito robar a palacio para dar a los a los pobres.
AMÉRICO.- [Que se ha quedado sin interlocutor, se dirige al público como si éste fuera el pueblo de
Polonia.] ¡Querido pueblo de Polonia! ¿Qué harías para inmortalizar este día? ¿Un monumento al
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último de los pobres? ¿Una escultura del último de los desempleados? ¡Decidme que a sido lo
máximo que hemos alcanzado en estos cuatro lustros, y yo lo inmortalizaré en piedra!
SOLDADO.- [A Clotaldo.] Nadie recuerda que liberé al rey Segismundo, y yo no quiero morir del
todo.
CLARÍN.- [Al obispo.] Robé unas monedas que atesoraba mi mujer; no tengo dinero para
devolverlas, y me quiero ir al cielo.
NICOLASA.- [A Anselmo.] Os podría traer a diario bocadillos de palacio, si me hacéis una estatua.
CLOTALDO.- [Al soldado.] Muchos han hecho más que tú, y no han pedido una placa de bronce.
OBISPO.- [A Clarín.] Yo también aspiro a dormirme en el Señor.
ANSELMO.- [A Nicolasa.] ¿Y dónde vas a poner una estatua en honor de una cocinera de palacio?
AMÉRICO.- [Al pueblo de Polonia.] ¡La vida es un sueño! A vosotros, pueblo de Polonia, y a mí, nos
ha tocado soñarla juntos. ¡Vivimos la plenitud de la historia! Y ustedes no hicieron nada para
merecerla, pero aquí están para disfrutarla. ¡Quizás el momento más significativo sería una
escultura al hombre común,porque por primera vez en la historia se siente el rey de la creación!
ANSELMO.- [A Nicolasa.] ¿De cuerpo entero, o sólo de busto?
OBISPO.- [A Clarín.] De penitencia da una limosna a los pobre. ¡Perdón!, olvidaba que ya no hay
pobres en Polonia.
CLOTALDO.- [Al soldado.] El rey está muy ocupado con los festejos, quizá después.
SOLDADO.- [A Clotaldo.] ¿Y si me muero antes?
CLARÍN.- [Al obispo.] ¿Y me podré ir al cielo después?
NICOLASA.- [A Anselmo.] Pondría la estatua en el jardín que mira a la cocina de palacio.
AMÉRICO.- [Palmeando con autoridad a todos.] ¡Silencio! Tengo muchas cosas que deciros y poco
tiempo. ¿Qué habéis decidido?
CLOTALDO.- La idea del museo total es extraordinaria. Podría ser un museo que enseñase a pensar.
OBISPO.- Un sínodo sobre los países subdesarrollados podría sumarse al Te Deum.
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ANSELMO.- Yo haría un monumento al último de los soñadores, si lo pudiéramos encontrar; porque
durante estos veinte años Polonia se ha olvidado de soñar.
AMÉRICO.- [Iracundo.] ¿Y qué queríais? ¿Un reino que pagara sus impuestos con sueños?
ANSELMO.- Si vuestros súbditos os tributaran con sueños, habrías llegado más lejos.
AMÉRICO.- Todo vuestro esfuerzo se os ha ido en tratar de despertar al hombre que decís lleváis
dentro, pero hasta vuestro discípulos se alejan de vos y se aproximan a los caminos de la ciencia.
ANSELMO.- [Sereno.] Vos únicamente le habéis entregado al hombre la comodidad, y con sólo la
comodidad no se es feliz.
AMÉRICO.- ¡Ya estoy harto de vuestras impertinencias! ¡Nuestro siglo es el mayor de la historia!
ANSELMO.- Porque es el último, pero es inferior a su potencialidad.
AMÉRICO.- ¡Por primera vez en la historia, Polonia no tiene que soñar, porque vive en un mundo
infinitamente mejor del que pudo soñar! ¡Viva Polonia! [Todos vitorean, menos Anselmo, que se
ve abatido; una música triunfal se comienza a escuchar.] ¡Que viva Polonia por siempre, como vive
hoy! [Penumbra, mientras todos vitorean. Después de un parpadeo de oscuridad, Américo inicia la
escena siguiente.]
Escena II [Recámara real]
AMÉRICO.- [Música contemporánea. Américo está solo, al centro de la escena y de espaldas al
público; está bebido y sostiene una copa y una botella. Repara en Clarín que lo cuida desde la
distancia.] ¡Clarín, qué haces en palacio mientras el pueblo abarrota las calles cantando y bailando
por mi triunfo!
CLARÍN.- Nadie se quedó en las habitaciones reales y no las quise dejar solas.
AMÉRICO.- ¿No ha brindado por mi triunfo?
CLARÍN.- No, Majestad, pero desde la distancia compartí la felicidad de Polonia.
AMÉRICO.- [Le da la botella.] ¡Bebe! ¡Bebe porque nada le falta a Polonia!
CLARÍN.- Desde la coronación de su Majestad no había habido felicidad tan grande.
AMÉRICO.- ¡Anda! Bebe y no hables, que tienes que embriagarte a mi salud.
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CLARÍN.- ¡A la salud de Polonia! [Bebe.] Vuestro lecho espera caliente.
AMÉRICO.- El lecho de los pobres es a veces más cálido que el lecho de los reyes. [Ríe vulgarmente,
mientras le quieta la botella.]
CLARÍN.- Dadme la botella, si el obispo os viera, os reprendería.
AMÉRICO.- ¿Y qué? Mientras Polonia me acepte. ¿Tú me quieres?
CLARÍN.- Su Majestad está diciendo tonterías.
AMÉRICO.- ¡Sé audaz en tu respuesta! ¿Me quieres tanto como quisiste a mi padre?
CLARÍN.- Moriría por ambos.
AMÉRICO.- ¿Me quieres más?
CLARÍN.- [Tímido.] No.
AMÉRICO.- ¡Ja, ja, ja!, pues yo sí te quiero.
CLARÍN.- Como queréis a todo el pueblo de Polonia.
AMÉRICO.- No, un poco más, pero no creas que mucho. ¡Ja, ja, ja! [Juguetón.] ¿Muéstrame algunas
de tus gracias!
CLARÍN.- Señor, bien sabéis que no soy gracioso.
AMÉRICO.- ¡Fue un día grande! Veinte años de riqueza, de efectividad y de paz. Hubieras oído el
sermón del obispo, y el discurso de Clotaldo. [Bebe.]
CLARÍN.- Su Majestad requiere descanso. [Intenta quitarle la botella.]
AMÉRICO.- ¿Quieres que este día termine muy pronto? Voy a esperar las luces del alba.
CLARÍN.- Pronto van a llegar. ¿Me prometéis que luego os dormiréis?
AMÉRICO.- Prometido, con una condición.
CLARÍN.- ¿Cuál?
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AMÉRICO.- [Entre juguetón y sincero.] Que me perdonéis.
CLARÍN.- Requerís veinte horas de sueño.
AMÉRICO.- Lo digo en serio.
CLARÍN.- Nada tengo que perdonar a su Majestad.
AMÉRICO.- [Remedando a Clarín.] "¿No sabéis la historia del bufón que se soñó rey...?"
CLARÍN.- [Inocente.] No la sé.
AMÉRICO.- ¡Tonto más que tonto! Hay muchos reyes que no podrían compararse con tu perro.
¿Tienes un perro?
CLARÍN.- Dos.
AMÉRICO.- ¡Tiene el mejor amo del mundo!
CLARÍN.- Vuestras almohadas os esperan.
AMÉRICO.- ¿Me perdonas?
CLARÍN.- Si es os hace dormir, sí.
AMÉRICO.- [Como recapacitando.] ¿Y mi hijo?
CLARÍN.- No os preocupéis, está mejor.
AMÉRICO.- [Casi dormido.] No me quiero dormir.
CLARÍN.- Vuestro albedrío ya no decide eso.
AMÉRICO.- ¡Yo soy libre... libre! ¿Lo oyes? [Se ha dormido.]
CLARÍN.- Ya me sé la historia: tan libre como el ave, el pez y el río. [Lo acaricia con cariño.]
Dormid como cuando erais niño y aún creíais en el mundo de los sueños. Dormid, que el sueño
repara las raspaduras del alma. [Una melodía misteriosa nos conduce al mundo de los sueños;
solamente vemos a Américo profundamente dormido.]
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Escena III "El sueño de Américo"
AMÉRICO.- [Despierta en soledad con desasosiego. La silueta de Segismundo se va lentamente
perfilando a la distancia.] ¿Padre, crees que no te vigilo? A cada momento mido tus pasos. No has
sido conquistado por la mediocridad, festejamos tu derrota y mi triunfo. ¡Nunca pudiste semejarte a
mí! También a mí me gustó soñar, pero sólo yo sé que no hay mayor felicidad que ver los sueños
realizados.
La silueta del obispo se ilumina. Tiene más de 100 años; su figura es grotesca y su cara
maquillada; cruces y medallas le penden del cuello. Lleva tiara y báculo. Del báculo cuelga una
infinidad de milagrería y estampas y objetos píos. Mientras habla, su mano izquierda acaricia,
como lo haría un ciego, toda esa sacramentalia.
OBISPO.- ¡Mi rey, qué bueno que os acordáis de este viejo obispo! Aunque vuestro padre me
visitaba más a menudo. No olvidéis que yo le di los santos óleos a vuestra madre cuando llegasteis
al mundo. Erais entonces un pequeñín precioso. Los estoy viendo ahora; vuestra madre sonreía a
pesar de que sabía que iba a morir. Recuerdo que su sangre mojaba las camas y llegaba al suelo con
obscuros goterones, como si fuera la sangre de Cristo. [Equivoca el nombre.] Segismundo, ¿qué
queréis ahora de este viejo?
AMÉRICO.- No soy... [Duda si aclara el error.] ¿Recordáis al hijo de Segismundo?
OBISPO.- ¿Tuvisteis un hijo? ¡Ah, el díscolo Américo!
AMÉRICO.- ¿Qué opináis de él?
OBISPO.- Que tiene el corazón anclado en la tierra.
AMÉRICO.- ¿Habrá esperanza que aprenda a volar?
OBISPO.- El hombre nació para trabajar y el ave para volar. Pero no me extraña, cuando estabais en
la torre vos jugabais con las cadenas a volar e imitabais el canto de las aves.
AMÉRICO.- [Mira fijamente al obispo.] ¿Nunca os dolió mi cautiverio?
OBISPO.- [Se continúan mirando.] ¿Y nunca os dolió el mío? Vos tuvisteis torre y grilletes, yo tiara
y catedral.
AMÉRICO.- [Aún pretendiendo.] ¿Y mi hijo?
OBISPO.- La torre le dará lo que a vos os dio.
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AMÉRICO.- [Iracundo.] ¿Que me dio la torre?
OBISPO.- ¿Recordáis el incidente de la Eucaristía en la fiesta de Corpus Christi?
AMÉRICO.- [Con rencor.] Nunca lo he olvidado.
OBISPO.- Américo quiso jugar a ser hereje, y sólo hizo el ridículo, ja, ja. [Mira a Américo con
lucidez.] Américo, ¿por qué hacéis esta la mascarada? ¡Podéis jugar a ser Segismundo, pero nunca
podréis aventajarlo en santidad!
AMÉRICO.- ¡Nunca me quisisteis!
OBISPO.- ¿Quién os ha querido? ¿Vuestro padre? ¿La corte? Américo, ya no quiero ser vuestro
obispo, ni presenciar la decadencia espiritual de Polonia. Américo descubre la silueta de Clotaldo y
se dirige hacia él. El obispo camina mientras continua hablando en susurro: "Nada es el hombre si
se aleja del misterio. La torre inicia en el misterio, construidla; la torre enseña la virtud, perceverad
en ella; la torre alcanza la ascética y guía hacia el camino místico, gozadla. Todos los reyes
necesitan de unos años en la torre. Segismundo los tuvo, y tú, Américo, también los necesitas..."]
Aparece la silueta del científico. Calvo y viejo, con unos pocos pelos que le llegan a las corvas;
viste de época, pero tiene todo el cuerpo cubierto con artefactos del siglo xx: teléfonos, radios,
estetoscopios, etc; nadie diría que se puede mover, pero lo hace continuamente.
CLOTALDO.- ¿Dos y dos?
AMÉRICO.- Cuatro.
CLOTALDO.- ¿Cuatro y cuatro?
AMÉRICO.- Ocho. ¿No tenéis otra conversación?
CLOTALDO.- Ocho y ocho.
AMÉRICO.- ¿Qué es la vida?
CLOTALDO.- ¿Cuatro y cuatro?
AMÉRICO.- ¿Qué es la muerte?
CLOTALDO.- ¿Dos y dos? ¡No lo sabéis! ¡Pobre Polonia! No puedo mas que recriminaros. ¿No
esperabais otro resultado de vuestro reinado? Vos no entendéis la aventura de la ciencia, vuestro
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padre sí la entendía. Américo, ya no quiero ser vuestro científico, ni presencia el desinterés del
pueblo por la verdad.
AMÉRICO.- ¿Habéis descubierto si Dios existe?
CLOTALDO.- He descubierto que no tengo necesidad de buscar esa respuesta, y así trabajo muy en
paz. [Américo repara en la presencia de Anselmo; Clotaldo continúa deambulando, mientras
susurra: "Algún día mis discípulos descubrirán el fuego, la rueda, el átomo y el reloj; enviarán el
primer hombre a la luna y descubrirán el pan, el queso y las leyes de la termodinámica, etc. ¿Habéis
alcanzado la verdad, o al menos la mitad de la verdad? Vos no, pero yo sí. Yo reino sobre las
mentes. Les he dado tanto. La ciencia nunca se equivoca, y cuando lo hace abre nuevas puertas al
conocimiento..."]
La silueta del artista se perfila. Ha envejecido con gran dignidad; casi se diría que con
belleza; hace recordar a un santo barroco. Su cuerpo es delgado, con músculos tensos; lo
cubre una túnica blanca. Su cara es magra, con los pómulos prominentes; usa barba.
ANSELMO.- ¡Majestad, no deberíais haber venido! Yo podría haber ido a palacio.
AMÉRICO.- Vengo a haceros una pregunta. Me dicen que habéis esculpido en vuestra puerta de
bronce a todos los personajes del reino, menos a mí. ¿Por qué?
ANSELMO.- Yo ya encontré mi respuesta; no queráis que también busque la vuestra.
AMÉRICO.- ¡No olvidéis que soy vuestro rey!
ANSELMO.- [Parece mirar la obra.] Mi puerta de bronce que abre y cierra la catedral, guarda un
secreto. Entre la multitud de figuras, al otro lado de Francesca de Rimini y de Einstein, está la
figura de un adolescente.
AMÉRICO.- [Extasiado.] ¡Soy yo! ¡Es la aventura de mi ser! ¡Ahí está Cristo, tiene vuestro rostro!
ANSELMO.- [Alucinado.] ¡Cristo no está clavado, sino sostenido en la cruz por una multitud de
manos: los clavos somos nosotros!
AMÉRICO.- ¿Por qué lo pusisteis desnudo?
ANSELMO.- Por una sola razón: para evitar la guerra.
AMÉRICO.- ¡Anselmo, no bromeéis!
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ANSELMO.- [Las siluetas de Clarín y Nicolasa aparecen, duermen en el suelo.] En Polonia, la tierra
está seca y los arados no penetran. Si no entendéis mi mensaje, no hay salvación posible; el único
camino será la guerra.
AMÉRICO.- ¿Y si le rezo a ese Cristo desnudo? [El obispo y el científico han terminado
simultáneamente su letanía.]
ANSELMO.- Quizá, entonces, habrá esperanza.
AMÉRICO.- ¡Dios, dadme esperanza, aunque no me deis la fe!
CLOTALDO.- ¡Dios, dadme la fe, aunque no me deis la sabiduría!
OBISPO.- ¡Dios, dadme la sabiduría, aunque no me deis la santidad! [Oscuro y un silencio aterrador
recibe el diálogo siguiente.]
Escena IV [Américo y Clarín, como al final de la escena II]
AMÉRICO.- [Se despierta con violencia.] ¡Mi hijo! ¡mi niño! [Se encuentra un mundo extraño;
reconoce a Clarín, que cariñosamente lo mira después de haber velado su sueño.] ¡Clarín! ¿Qué
pasó?
CLARÍN.- Nada, Su Majestad. Volved a vuestro sueños.
AMÉRICO.- ¡No quiero dormir! ¡El soñar nos hace timoratos! ¿Qué haces aquí?
CLARÍN.- ¿No recordáis la gran fiesta? La reina parecía la virgen de la Asunción. Todo el mundo
estuvo presente.
AMÉRICO.- [Con tristeza.] Solamente mi padre y mi hijo no me acompañaron.
CLARÍN.- El infante duerme, la medicina le ha hecho bien. Me lo dijo Nicolasa.
AMÉRICO.- Mi abuelo decía: "Mirad que vais a morir si está de Dios que muráis". ¡Pero yo lo
arrancaré de la misma muerte!
CLARÍN.- Mi padre decía que es mejor no soñar.
AMÉRICO.- ¿Quién fue tu padre?
CLARÍN.- El gran Clarín, pero ya nadie lo recuerda.
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AMÉRICO.- Tengo sed.
CLARÍN.- La champaña da sed. [Américo bebe.]
AMÉRICO.- ¿Bebes tú champaña?
CLARÍN.- Perdonad, pero Nicolasa lleva a casa algunas sobras de palacio.
AMÉRICO.- Apuesto a que comes y bebes como si fuera rey.
CLARÍN.- ¡A dormir! Necesitáis continuar vuestro sueño.
AMÉRICO.- ¡No! Tu rey ya no quiere soñar. Duerme tú, y sueña.
CLARÍN.- [Cohibido.] Gracias por recordar la historia del bufón que se soñó rey.
AMÉRICO.- [Recordando, sin prestar atención.] ¡Ah, son cosas que un dice cuando está bebido!
[Puente de penumbra. Mutis de Clarín.]
Escena V [Salón de palacio]
OBISPO.- [Su figura se ilumina.] Majestad, iniciáis este nuevo período de reinado con un día
espléndido.
AMÉRICO.- [Con el despertar del ebrio.] ¿Lo decís porque brilla el sol?
OBISPO.- ¿Os parece poco? ¡Mejorad esa cara! Recordad el Te Deum, ¿no fue un sueño?
AMÉRICO.- Ayer brillaron más velas que santos en Polonia.
OBISPO.- ¡Polonia llega a la cumbre de la humanidad!
AMÉRICO.- [Juguetón.] Sois un pícaro.
OBISPO.- Su Majestad no debería hablarme en ese tono.
AMÉRICO.- Yo os puse un apodo.
OBISPO.- ¡No lo mencionéis!
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AMÉRICO.- ¡Titirilana! Es un apodo y un homenaje.
OBISPO.- La humildad me impide recibir homenajes.
AMÉRICO.- Vos lográis lo que no puedo. Manejáis las almas con una gran sutileza. Ojalá pudiera así
manejar a mis súbditos.
OBISPO.- La religión respeta al libre albedrío.
AMÉRICO.- Ayer me jugasteis la misma broma que hace muchísimos años.
OBISPO.- ¿Yo, Majestad?
AMÉRICO.- ¡Sois un pícaro sabio! Tanto me habéis dicho que me fe flaqueaba, que decidisteis que
no merecía la Eucaristía, ¡como cuando era joven!, y me habéis dado una hostia sin consagrar. ¡Os
descubrí!
OBISPO.- [Con pavor.] ¡No, Majestad!
AMÉRICO.- [Muy sorprendido.] ¿Estaba la hostia consagrada?
OBISPO.- ¡Era Cristo!
AMÉRICO.- ¡Mentís! Tuve la misma sensación que hace treinta años.
OBISPO.- [Sincero.] Nunca me lo he perdonado.
AMÉRICO.- ¿Os lo ha perdonado Dios?
OBISPO.- [Desesperado.] ¡No lo sé!
AMÉRICO.- ¿Por qué lo hicisteis, entonces?
OBISPO.- Necesitábamos un rey santo y vos erais un demonio. No solamente os ridiculicé con el
pueblo, sino también influí para que vuestro padre os enviara a la torre. Sabía que tarde que
temprano ibais a ser rey, y no estabais preparado.
AMÉRICO.- [Con ira.] ¡Habéis manipulado a Polonia!
OBISPO.- Por amor a Cristo. ¿A dónde lleváis vos a Polonia?
AMÉRICO.- ¡A Cristo!
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OBISPO.- ¿Está Polonia preparada para presentarse a su máximo rey?
AMÉRICO.- ¿Lo estáis vos?
OBISPO.- ¡No sois mi confesor!
AMÉRICO.- ¡Ya no os necesito, Titirilana!
OBISPO.- ¡Habéis perdido la fe! [Controlándose.] Habéis perdido la fe de nuestros padres. Vuestro
hijo está enfermo, necesitáis rogar a Dios para que sane. Contad conmigo, sois vuestro obispo de
los hilos de lana. Tenéis que aprender a dominar vuestra soberbia. Sois el rey más poderoso del
mundo, pero no más poderoso que todos los reyes juntos.
AMÉRICO.- ¿Y habéis vos aprendido a dominar vuestra soberbia?
OBISPO.- [Desesperado.] ¡Pero yo busco! El Te Deum debió ser un réquiem para Polonia. ¡Ay del
aquel pueblo cuyo rey no tenga fe! ¡Miserere mei, Domine! [Puente de penumbra a la siguiente
escena.]
Escena VI [Salón de palacio]
AMÉRICO.- [Se acerca a Clotaldo.] ¡Hace dos días que me tienes en espera!
CLOTALDO.- ¡Mañana!
AMÉRICO.- ¿Habrá esperanza?
CLOTALDO.- Lo dirán los análisis
AMÉRICO.- ¿Que te dice el corazón?
CLOTALDO.- Por el corazón no me guío.
AMÉRICO.- Soy el rey más poderoso del mundo, y tengo que esperar.
CLOTALDO.- Vuestro hijo se salvará, y algún día será heredero de Segismundo, ¡perdón!, de
Américo.
AMÉRICO.- ¡Nunca me entrenaste para vivir en la incertidumbre! Mientras no vea al infante correr
por los jardines de palacio, viviré en este desasosiego... Si pudiera dormir.
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CLOTALDO.- ¿Me permitís que os dé un somnífero?
AMÉRICO.- ¿Es el mismo que le diste a mi padre antes de llevarlo a la torre?
CLOTALDO.- No, la ciencia ha avanzado desde entonces.
AMÉRICO.- ¡Pues salva a mi hijo! ¡Si no, abominaré de la ciencia!
CLOTALDO.- La ciencia ha adelantado a la historia.
AMÉRICO.- ¡Pero los humanos nos seguimos muriendo!
CLOTALDO.- Bajo vuestro reinado, el promedio de vida ha aumentado en diez años.
AMÉRICO.- ¿Podéis darle diez años de vida a mi hijo?
CLOTALDO.- La ciencia no busca acabar con la muerte, sino prolongar la vida hasta que la dignidad
humana perdure.
AMÉRICO.- ¡Mi hijo es casi un niño!
CLOTALDO.- Hablad con el obispo. Él tendrá palabras de consuelo.
AMÉRICO.- ¡Solamente tú puedes darme esas palabras!
CLOTALDO.- La ciencia no busca el consuelo, sino la verdad.
AMÉRICO.- ¿Qué es la verdad si no hay consuelo? ¡Ay, qué triste es el destino de los poderosos
cuando se encuentran débiles! ¡Si mi hijo va a morir, prefiero estar muerto!
CLOTALDO.- Os dejo el somnífero, podrías necesitar más de una dosis.
AMÉRICO.- ¡Si pudiera dormir para siempre con un sueño reparador, de esos tan profundos en que
hasta los propios sueños duermen!
CLOTALDO.- Mañana podéis asistir a misa de incógnito, como antes lo hacías. Yo os encontraré en
la Puerta del Infierno.
AMÉRICO.- Mañana, en la Puerta del Hombre.
CLOTALDO.- Perdón, en la Puerta del Hombre. [Oscuro.]
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Escena VII [Bajo la Puerta del Hombre, en la entrada de la catedral]
OBISPO.- [Sofocado.] ¡Majestad, mientras oficiaba os alcancé a reconocer entre el pueblo cristiano!
¡Qué bueno que vinisteis!
AMÉRICO.- [Seco.] Espero a Clotaldo.
OBISPO.- No os acercasteis a la Eucaristía.
AMÉRICO.- No, hoy no.
OBISPO.- [Avergonzado por su poco tacto.] Quiero decir que desde la distancia dudé que fuerais
vos, y pensé comprobarlo en la Eucaristía.
AMÉRICO.- En el Te Deum comulgué con pan, ¿por qué había hoy de recibir a Dios?
OBISPO.- Su Majestad bromea, las emociones nada tienen que ver con el espíritu.
AMÉRICO.- Hoy lo tienen para mí porque mi espíritu está triste. Presiento que mi hijo se muere.
OBISPO.- Y Clotaldo, ¿qué dice?
AMÉRICO.- Aquí estoy esperándolo para saber la verdad.
OBISPO.- ¿Me permitís que os acompañe?
AMÉRICO.- Si queréis.
CLOTALDO.- [Llegando con atolondramiento.] La misa terminó antes de lo acostumbrado.
AMÉRICO.- ¡Dímelo sin rodeos!
CLOTALDO.- ¿Aquí? Vamos a palacio. [Al obispo.] Su Ilustrísima tenga buenos días. Vuestras
puertas han quedado bellísimas.
OBISPO.- Son un poco paganas.
AMÉRICO.- ¡Quiero ahora la verdad!
CLOTALDO.- Las esperanzas son muchas.
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AMÉRICO.- ¿Un año?
CLOTALDO.- No es tan fácil...
AMÉRICO.- ¿Seis meses?
CLOTALDO.- El tratamiento será largo.
AMÉRICO.- ¿Dos meses?
CLOTALDO.- Majestad, por favor.
AMÉRICO.- [Con gran ira.] ¡No quiero volver a verte sin una razón científica! ¡Y si tus "matemáticas
sutiles" no pueden salvar a mi hijo, te borraré de la historia! [Al obispo.] Rogad a Dios que el
infante recobre la salud; si no, olvidaros de Polonia, porque yo haré que Polonia se olvide de vos.
[Anselmo entra al círculo de luz.] Maese, ¿qué buscáis en la catedral?
ANSELMO.- Vengo a esculpir.
AMÉRICO.- Brilla más el bronce que vuestro genio.
ANSELMO.- No esperaba ese comentario de vuestros labios.
AMÉRICO.- ¿Hay en esa puerta algo más que toneladas de bronce?
ANSELMO.- Creí que lo reconocerías al instante.
AMÉRICO.- [Observa la puerta con impaciencia.] Habéis esculpido a todos los santos y a todos los
héroes.
ANSELMO.- ¿No es reconocéis?
AMÉRICO.- ¿Me habéis esculpido?
ANSELMO.- Dos veces en mi vida.
AMÉRICO.- [Busca con interés hasta que descubre su efigie. Continúa iracundo.] ¡Maldito! ¿Cómo
os atrevisteis a parodiar "La aventura del ser"? ¡Mi aventura! ¡Yo no soy así! ¡Soy mucho más!
¡Soy la cumbre de la historia y vos os burláis de mí! Mi padre destruyó la primera versión, y no
aprendisteis la lección. ¡Yo destruiré la nueva! ¡Y toda vuestra obra para que no quede vestigio de
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vuestro nombre! ¡La historia no os recordará! Yo puedo destruir vuestro ser, a´si como vos
pretendisteis destruir el mío.
ANSELMO.-[Calmado.] Lo que quise deciros con mi Puerta del Hombre fue entendido.
AMÉRICO.- ¡No tenéis perdón! ¡Alejaros los tres de mi presencia! ¡Sois una caterva de inútiles! ¡No
podéis salvar a un niño! [Oscuro.]
Aparte II
SOLDADO.- A pesar de ser soldado, me dio lástima el rey Américo. La milicia nos entrena a no
llorar, pero a veces le entrenamiento no basta. ¿Sospecháis a dónde fue Américo en busca de
ayuda? ¿En dónde se refugia uno cuando el mundo se cierra? En los brazos del padre. Yo nunca
tuve padre, pero la ventaja es que para ser soldado no se requiere haber gozado de la paternidad. El
rey Américo sí tuvo padre, y quiso refugiarse en sus brazos. Yo lo recibí en la puerta de la torre, y
me dieron ganas de llorar, pero me tuve que sorber mi amargura; un soldado no debe llorar, y
menos delante del rey. El gran Américo imploró que quería ver a su padre, después de veinte años
de ausencia. Yo le dije que el rey Segismundo dormía, pero era mentira, por su senilidad no podría
reconocer a su hijo. Le dije esa mentira por lástima, a pesar de que un soldado no debe mentir.
Pobre rey, cuando le informé que no podría verlo, soltó el llanto, como cuando era niños; en esos
momentos no pudo comportarse como un buen soldado. Me hizo recordar tanto a mis hijos; no sé
donde están ni qué será de ellos, pero ese sentimiento sólo lo puede tener un padre.
Después llegaron Clarín y Nicolasa. Yo me fue a velar a la cabecera de Segismundo. De pie, con la
pica en la mano, como siempre lo hacía, gallardo y ufano; como si del velar su agonía dependiera su
salud. Me acuerdo que me puse a rezar, porque por primera vez tuve miedo por Polonia, y por mí.
Después de tantos años, la Moscovia se coligó con todos los pueblos que había dominado el rey
Américo. Como si durante los grandes festejos se hubieran puesto de acuerdo. Atacaron Polonia por
todos lados, por mar y por tierra. Por eso, esa noche la pasé orando como rezan los soldados: ¡Dios
guarde a Polonia! [Oscuro.]
Escena VIII [Regreso de Américo a la torre]
NICOLASA.- ¡Señor, por fin volvisteis a la torre!
CLARÍN.- ¡Bienvenido!
AMÉRICO.- [Triste.] Me alegra veros de nuevo.
NICOLASA.- Vuestro padre duerme.
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CLARÍN.- Duerme...
NICOLASA.- No intentéis despertarlo, ha estado muy enfermo.
CLARÍN.- Mucho.
NICOLASA.- Descansad un rato [mintiendo] que pronto despertará.
AMÉRICO.- La torre está igual que hace veinte años.
NICOLASA.- [Reaccionando.] ¡Clarín, trae vino! ¡Aquí ya se olvidó cómo se recibe un rey!
AMÉRICO.- ¿Dónde está mi padre?
NICOLASA.- El rey Segismundo no puede ser despertado.
AMÉRICO.- ¡Condúceme a su presencia! [Los tres personajes van al extremo del escenario. En una
cama duerme Segismundo, en medio de almohadones. Tiene 75 años y la muerte adelanta sus
facciones.] ¡Padre! ¡Padre! Postrado de rodillas pone la frente sobre el cuerpo de Segismundo y
llora. Al no haber reacción, levanta el rostro y musita.] Padre, ¿sueñas como antaño? [Con gran
cariño.] Soy Américo, tú único hijo. Hace años que no eres para mí más que un pálido recuerdo. He
vivido tanto y apenas me he asomado a la ventana del Universo. ¿En qué fallé? ¿En lo mismo que
tú? ¿Que será de Polonia? Rica, pero desdichada, vive nuestras limitaciones. Bien decías que
soñando hacemos la vida más corta. ¡Padre, no entiendo la vida! Bien decías, "¿Qué es la vida? Una
ilusión, un sombra, una ficción; porque toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son". [Se
incorpora lentamente y besa a Segismundo en la frente; se retira, en compañía de Clarín; el resto de
los personajes desaparecen.]
AMÉRICO.- Clarín, ven aquí y siéntate.
CLARÍN.- No puedo sentarme enfrente del rey. Si nos ve el soldado, se va a enfadar.
AMÉRICO.- ¿Y qué puede hacerte?
CLARÍN.- Me puede retirar la palabra, y después, ¿con quién voy a conversar?
AMÉRICO.- ¿No sabes la historia del rey de Polonia que perdió la esperanza?
CLARÍN.- ¿Os referís a vuestro abuelo Basilio?
AMÉRICO.- no.
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CLARÍN.- ¿A vuestro padre Segismundo?
AMÉRICO.- No.
CLARÍN.- [Como huyendo.] Yo me voy a relevar al soldado. Es hora en que cuido del sueño del gran
Segismundo.
AMÉRICO.- ¡Clarín, ven aquí! Te voy a hacer una pregunta que quiero que me contestes con toda la
sinceridad de tu alma. Sueña que eres rey, por un día, ¿qué harías? ¿Cómo manejarías tu reino?
CLARÍN.- [Humilde.] Yo, señor, no sirvo para eso. Preguntadle a Nicolasa, a ella le gusta soñar.
AMÉRICO.- Necesito tu respuesta. Sabes que puede haber guerra, una gran guerra. Si fuera rey,
¿declararías la guerra?
CLARÍN.- [Humilde.] Si vos soñáis que fueses Clarín, ¿os casarías con Nicolasa? [El soldado
aparece con paso casi marcial.]
SOLDADO.- [Llorando.] Señor, lo que voy a decir es lo más triste que he dicho en mi vida. Nuestro
rey de antaño, el gran Segismundo, acaba de morir. Se durmió para siempre. ¡Ya no soñará más!
NICOLASA.- [Aparece apresuradamente. Primero habla con el soldado y, después, con el rey.] No
pudiste esperar a que yo se lo comunicara al rey; no sabes dar malas noticias. [Mira de frente a
Américo.] Señor, el gran Segismundo os ha dejado huérfano, a vos y a todos. [Mira con presunción
al soldado.]
SOLDADO.- ¡Sus últimas palabras fueron...!
NICOLASA.- [Arrebatándole la frase.] ¡"Hasta cuando... hasta cuando"!
SOLDADO.- ¡Hasta cuando...! [Su vos es la más triste que hemos escuchado.] ¿Qué querría decir con
eso?
AMÉRICO.- [Con gran tristeza, que permanece en el resto de la escena.] ¡Nunca lo sabremos!
Amigos, si por un momento soñarais que erais el rey, ¿declararías una guerra total?
NICOLASA.- [Rápida.] Depende.
AMÉRICO.- ¿De qué?
NICOLASA.- De que la pudiéramos ganar.
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AMÉRICO.- En esta guerra habrá muchos vencidos y ningún vencedor.
NICOLASA.- Hablad con el rey de Moscovia.
AMÉRICO.- Ya no hay manera.
NICOLASA.- ¿Ni con su obispo?
AMÉRICO.- No hay comunicación posible.
NICOLASA.- Así como me la plantáis no hay escapatoria. ¡Hay que ir a la guerra!
AMÉRICO.- ¿Y tú, soldado, qué opinas?
SOLDADO.- Yo peleé en muchas batallas, pero nunca declaré una guerra. No me obliguéis a decidir
ahora que soy viejo. Vos sois el rey, nosotros, los soldados. Sólo fuimos entrenados para obedecer.
AMÉRICO.- ¿Y tú, Clarín, sigues sin decirme nada?
CLARÍN.- ¿Qué hubiera hecho el gran Segismundo? ¿O vuestro abuelo? Haced lo mismo. Ellos no
consultaron sus decisiones a los criados; por eso fueron grandes reyes.
AMÉRICO.- [Con gran pathos.] ¡Dios! ¿Por qué me pides que decida ahora? ¡Si mi padre hubiera
decidido algo antes! Con una decisión sencilla hubiera cambiado el curso de la historia. O si mi
abuelo hubiera tomado, hace muchos años, una decisión pequeñita, de esas que nada cuesta, ahora
no tendría
que tomar esta terrible decisión. Ellos no la tomaron, y es fue la herencia de
Segismundo. [Mirando al público. ] ¿Qué harías si fuerais el rey de Polonia? ¡Vamos, soñad un
poco que lo necesitáis! Imaginaros que despertáis y sois el rey de Polonia, ¿qué harías? ¿Tendrías el
valor y la cobardía de decidir una guerra total?
Escena última [La Torre; el obispo, Clotaldo y Anselmo llegan, todos los personajes vivos está
presentes]
AMÉRICO.- [Los ve entrar.] ¿Qué hacéis aquí? ¿Venís a refugiaron, como yo, a la torre? [Los tres se
miran sin respuesta.]
ANSELMO.- [Tomando la iniciativa.] ¡Vuestro hijo ha muerto!
AMÉRICO.- ¡Ah, el destino se ensaña en contra mía! ¡Las peores penas llegan cuando nos vamos
haciendo viejos! ¡MI niño! ¡El corazón se me parte ¿cono dos dolores! Pude acompañar a mi hijo
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en su muerte, pero huí a la torre, y aquí tampoco pude acompañar a mi padre en su muerte. [Todos
reaccionan queriendo ayudar a Américo, pero sin decidirse cómo.] ¡Me siento solo! ¡Soy como un
viejo leño caído! En un sólo día he perdido las raíces y los retoños de mi sangre. ¡Yo también he
muerto hoy! La muerte de los padres preludia la muerte de los hijos, y la muerte de los hijos
adelanta la muerte de los padres.
OBISPO.- Dios es un padre que siempre espera con los brazos abiertos a sus hijos
AMÉRICO.- [Con inmenso resentimiento.] ¡He llegado a creer que los humanos no somos herederos
del reino de Dios!
OBISPO.- ¡No blasfeméis! Debéis ir a consolar a vuestra esposa.
AMÉRICO.- ¿Se acuerda Dios de ella? [Con sarcasmo.] ¡Vosotros, las tres mejores cabezas del reino,
tenéis que decirme a dónde debe ir Polonia, porque yo no quiero ser rey, vosotros sois mis
herederos!
CLOTALDO.- ¡Yo no quiero ser tu heredero!
AMÉRICO.- ¡Tus matemáticas sutiles me dieron la infelicidad!
CLOTALDO.- [Iracundo.] ¡He sido el más fiel de tus seguidores, pero la ciencia no es el laboratorio
de la felicidad!
AMÉRICO.- ¡NO, no lo es! Todos tus descubrimientos no nos han acercado un ápice a la felicidad.
CLOTALDO.- !No me echéis ahora la culpa! He sido sólo un servidor. Tu sabiduría es la que ha
decidido los destinos de Polonia.
AMÉRICO.- Si tu ciencia no me da la sabiduría, ¿para qué la quiero?
CLOTALDO.- Lo que vos buscáis, no os lo puedo dar. Es como si le pidieseis al maese Anselmo que
descubriera los secretos de la ciencia, o al obispo, los misterios de la belleza.
AMÉRICO.- [Recriminándolo.] ¡Te pedí muy poco, sólo unos años para mi hijo, y no lo lograste! [Al
obispo y al artista.] ¿Y vos, nada me decís?
OBISPO.- No es momento de desunión sino de armonía.
AMÉRICO.- ¿Hemos estado unidos alguna vez?
NICOLASA.- Solamente una vez, cuando vuestra coronación.
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AMÉRICO.- ¿Eso fue los que les dictó su sabiduría?
OBISPO.- Lo hicimos por amor a Polonia.
CLOTALDO.- Yo también.
AMÉRICO.- ¿Y vos, maese?
ANSELMO.- Yo nunca he hecho algo por amor a Polonia.
AMÉRICO.- Entonces, ¿por qué lo habéis hecho?
ANSELMO.- No lo sé.
AMÉRICO.- ¿Por qué caí en vuestra amistad?
ANSELMO.- No lo sé, Majestad.
OBISPO.- [Al rey.] Vos destruisteis las obras del maese, y nada pasó, pero animaros a destruir los
logros de Clotaldo y los míos, y veréis a donde llegará Polonia.
AMÉRICO.- ¿Por qué ni ante la muerte podéis estar de acuerdo?
CLOTALDO.- Tenéis que luchar por alcanzar claridad en vuestra mente. Polonia os necesita.
OBISPO.- El pueblo cristiano os necesita.
ANSELMO.- [Con autoridad.] Si os quedáis en la torre, nunca franquearéis la Puerta del Hombre.
AMÉRICO.- La Puerta del Hombre ha sido destruida.
ANSELMO.- Nunca la podréis destruir de vuestra conciencia.
AMÉRICO.- ¿Mereceré algún día cruzar su pórtico?
ANSELMO.- ¡Estáis bajo su arco, aventuraros a ser!
AMÉRICO.- [Muy triste.] Aquí en la torre, cuando los arados son viejos y no surcan la tierra, los
labriegos amarran grandes piedras... para que abran la tierra. Así son las tristezas, ¿verdad, maese
Anselmo? Tú me lo expresaste hace muchos años. ¿Crees que puedo comenzar de nuevo?
[Anselmo asiente.] ¡Ayudadme! ¡Ayudadme todos! [Todos se acercan.] ¡Dejadme ser! ¡Polonia
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tiene que ser! Vamos todos a palacio. ¡Tenemos que llegar a ser! ¡Vámonos, aún queda una
esperanza! ¡Hay que luchar! ¡Alguien tiene que heredar el reino de Polonia! [Sonidos de guerra y
música marcial. Telón paulatino.]
Aparte Último [Fuera de telón]
CLARÍN.- [Al público.] Aquí termina la historia.
NICOLASA.- [Al público.] La que escribió el dramaturgo. La nuestra siguió porque la guerra duró
muchos años.
CLARÍN.- No deberíamos estar aquí prolongando la historia a hurtadillas, pero queremos decirles
adiós, pidiendo de nuestras faltas perdón, como en las comedias antiguas.
NICOLASA.- Pero hay informaciones que el dramaturgo olvidó mencionar.
CLARÍN.- Nicolasa y yo perdimos en la guerra a dos hijos y nueve nietos.
NICOLASA.- Hubo muchos millones de muertos. El rey Américo murió en el campo de batalla.
CLARÍN.- Nadie ganó. Ni los reyes de Moscovia. Todos murieron.
NICOLASA.- Si no en la guerra, en su cama; como el obispo.
CLARÍN.- Murió de una enfermedad muy dolorosa, pero en paz.
NICOLASA.- Clotaldo y el viejo soldado murieron casi juntos.
CLARÍN.- Hubo duelo nacional por la muerte de nuestro máximo científico, pero nadie se acordó del
viejo soldado.
NICOLASA.- Solamente Clarín y yo asistimos a su entierro. Es más, pagamos los gastos. ¡En estos
tiempos hasta morirse es caro!
CLARÍN.- El último en morirse de esa generación fue el maese Anselmo.
NICOLASA.- Clarín y yo quisimos estar con él en sus últimos momentos, pero el pueblo entero pensó
lo mismo y no pudimos verlo.
CLARÍN.- Todas las mujeres y los viejos de Polonia desfilaron ante su catafalco. Los hombre no,
porque estaban en el frente.
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Los herederos de Segismundo
NICOLASA.- Fue un entierro maravillosos a pesar de que su obra había sido destruida y que
solamente se conservó la escultura que me hizo para la cocina de palacio.
CLARÍN.- ¿Por qué tuvo que terminar así? Por eso quisimos hablar con ustedes mientras vivíamos de
nuevo esta historia, con la esperanza de que la comprendiesen y nos la explicaran. [Desolado.] ¿Por
qué nos quedamos solos?
NICOLASA.- Ya no pertenecemos al rey Américo.
CLARÍN.- Ni al gran Segismundo.
NICOLASA.- Ni al viejo Basilio.
CLARÍN.- Ahora estamos solos, no tenemos a quién seguir.
NICOLASA.- No hay herederos de Segismundo.
CLARÍN.- Nadie puede heredar la corona de Polonia.
NICOLASA.- [Con gran perplejidad.] ¡Espera, Clarín, sí hay alguien!
CLARÍN.- Todos han muerto.
NICOLASA.- ¿Y tú? ¿Y yo? [Al público.] Nosotros no estamos muertos.
CLARÍN.- ¿Estás loca?
NICOLASA.- ¡Somos los herederos de Segismundo! ¿No te das cuenta?
CLARÍN.- Yo no quiero ser heredero de Segismundo.
NICOLASA.- [Con creciente entusiasmo.] Si el maese Anselmo lo decía a los muchachos, ¡pero yo
nunca lo entendí! ¡Estaba esculpido en su Puerta del Paraíso! Decía: "Tiempos vendrán en que
estén solos; entonces será la culminación de la historia, cuando Segismundo herede a los pobres".
CLARÍN.- Pero ¡qué nos heredó! Un mundo sin rumbo.
NICOLASA.- ¡Nuestros hijos serán los timoneros! ¡No en balde tuvieron de maestros a los grandes; al
obispo, a Clotaldo y al maese Anselmo!
CLARÍN.- Pero nuestros hijos no son ni santos, ni científicos, ni artistas.
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Los herederos de Segismundo
NICOLASA.- [Casi atropelladamente.] ¡Ay, Clarín! ¿No lo ves aún? ¡Esta es la herencia de
Segismundo! Anselmo la llamaba [duda] la unida de vida, no sé exactamente qué quería decir, pero
nuestros hijos si los saben. ¡Ellos descubrirán qué rumbo tomar! Nosotros ya estamos viejos para
ver el futuro. ¡Ellos, ellos son los que importan! ¡Los herederos de Segismundo! ¡Nuestros hijos!
CLARÍN.- [Llorando, mira al público.] Pero, ¿hasta cuándo?
NICOLASA.- [Con gran esperanza.] ¿Hasta cuándo...? [Dicen adiós al público ondeando sus manos y
se pierden tras el telón.]
FIN
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