Instantáneas: la vida ilustrada del 8 de marzo de 1901. Número 126

Transcripción

Instantáneas: la vida ilustrada del 8 de marzo de 1901. Número 126
ANO
IV .-N ú m . I2 6 .- V íe r n e s
8 d e M a rzo
d e 1901.
2 0 c é n iim o s n ú m e r o e n E s p a ñ a .
O ficin as: C la v e li l| M adrid.
Ayuntamiento de Madrid
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D O S M IR A D A S
¿Te .acuerdas, dulce amor, de aquella tarde
que marchamos al huerto?
—.Te quiero con pasión!—así me hablaba
lu mirada de fuego.
Y después de pasar felices horas
que olvidar no consigo,
tu mirada glacial sólo expresaba
iJOQía, desdén y mucho hastío.
¿Porqué una variación tan repentina?
¿II» lo dices, m i cielo?
iQué cíunliiaste lo ideal por lo tangible?
No seas niña, mujer; ¡si eso es io eterno!
jfilo n s o y JViurUlas.
M H L a G a . —V a p o r ■ A lic a n te i.
In sl. d e D , César Y a tli.
e O
P L A S
Las campanas de la lori'e,
cuando me dijiste: sí,
estaban tocando á g loria,
y pensé: tocan p o r mí.
Tanto me has hecho penar,
que, acostumbrado al dolor,
quiero con tu am or llorar
y no re ír sin tu amor.
Tú me enseñaste á fingir,
tú me engañaste primero,
luego... ¡te engañé yo á ti!
Injustamente, serrana,
maldigo tu falsedad;
yo digo que te aborrezco...
¡y no te puedo olvídai'!
Cuando vayas á la iglesia,
no digas al confesor
todo el daño que me hiciste...
¡porque te niega el perdón!
f e d e r ie o ff¡¡ jfs e n s io .
V a p o r c lto r e m o lc a d o r (B a y o n a ).
Iiist. d c l Sr. I), H . Ocaña.
P la y a d e N a z a r e t (P o r t u g a l. - P e s c a d o r e s v e n d ie n d o .
IiisC. d e l '. Vugós.
P u e r t a d e l D u a u e (Z a r a g o z a ).
Inat. de E . G atcfa Mcjia.
Ayuntamiento de Madrid
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D IR E C T O R :
M ANU ELSALVI
M A D R ID
b e n e f ic io d e la p i n o . — B e n e f ic io de J iie v e s S u á r e z .— D t a U a y if a U a n i.— Q ir c u lo de p e ll a s J í r t e s .
Benavente, autor y actor en una sola pieza, la titulada
¡Cómo trabajaron todos los artistasIJLas Sra3.i.Valverde y
S í» gwerer (y ustedes perdonen el retruécano), era la nove­
Domus; los Sres. Balaguer, Larra, Santiago y Morano, todos
dad de la función del beneficio de la Pino.
en general ofrecieron un hermoso conjunto.
Así en la comedia /Do» T om ás! como en el juguete
renovó sus triunfos la Sra. Pino. En ambas obras la gen­
Los periódicos de Barcelona dan cuenta de un nueve éxito
til y bellísima artista pone en juego todos sus atractivos
obtenido por la Sra. V italiani en la reprisse de L a casa p a ­
y encantos de m ujer,
terna, vigoroso drama
y todos sus talentos de
de Suderm ann, que
TCAERO DC APOLO;
actriz cómica. Muchos
produjo honda im pre­
aplausos logró tam ­
sión en e l numeroso
bién en Sin gaerer, bre­
públicoque había acu­
ve é ingenioso diálogo
dido al teatro de No­
que lleva la m arca de
vedades.
fábrica, por la senci­
4 Italia V italiani hizo
llez y la naturalidad
una i n t e r p r e t a c i ó n
que desplegó en el di­
propia [de la parte do
fícil aríe de conservar.
protagonista, que ha
Benavente llevó su
estudiado y compren­
galantería con la be­
dido,sabiéndola adop­
neficiada al extremo
tar á BUS facultades.
de acompañarla en la
Es indudable: des­
interpretación de su
pués de Sarah Bemmisma obra.
hardt ninguna artis­
L a Sra. Rodríguez,
ta extranjera ha dado
las Srtas. Sampedro y
tanto relieve al perso­
Catalá, y los Sres. Gar­
naje Magda como la
cía Ortega, R ubio, La
prim era actriz de No­
Riva, Mora y Gonzá­
vedades.
lez, hicieron loa hono­
Todas las noches es
res de la velada á su
ruidosameníeaplaudidistinguida compañe­
da y celebrada.
r a y compartieron los
aplausos con ella y
E l acontecimiento
con el autor de Sin
teatral de mañana sá­
querer que, <aun sin
bado en Apolo será la
querer» lo hace bien
matinée que se cele­
todo.
brará por el Círculo
de Bellas Artes, al que
E n el teatro L ara ce­
asistirán SS. MM. y AA.
lebró au beneficio la
E l pedido de locali­
lindísim a actriz Nie­
dades, palcos y buta­
ves Suárez.
cas ea extraordinario.
Le B a lle t volant.
E n E l patio y en la ,
Bien por el Círculo hermosa ópera R a ú l y
E len a y en Zaragüeta fué aplaudida constantemente, reci­
En el teatro Real, y con Lohengrín, debutó el tenor señor
biendo manifestaciones del cariño que la profesa el público.
Viñas, el cual entusiasmó al público y obtuvo ovaciones de
E l saloncillo aparecía convertido en magnífico bazar con
lirantes. De tal modo cantó el racconto que se vió precisadolos obsequios ofrecidos á la Srta. Suárez por sus admira­
á repetirlo.
dores, que la presentaron como homenaje enorme cantidad
Campanini diiigió la orquesta y tuvo que disponer la re­
de ramos, sombrillas, alhajas, abanicos, rosarios, collares,
petición del famoso preludio.
sortijas, cuadros, retratos y una guitarra.
JVI. S.
Ayuntamiento de Madrid
La vida Ilustrada.
LO
Q U E D IC E L A
N IE V E
(I)
(M O N Ó L O G O S D E D N O S C O P O S ,)
—«Ckimpafieroa: ¿D insáis ya á Madrid?... Miradle; está allá
abajo, bullidor, febril, con sus altos edificios y majestuosas
torres. Envuelto entre una vaga neblina, apenas se le distin­
gue confusamente... Dentro de pocos momentos, nosotros le
habremos engalanado con nuestro blanquísim o cuerpo, ex­
tendiendo una interm inable alfom bra sobre su suelo.
>¡Ouán breve es nuestra existencia! Nacidos hace unos m i­
nutos, estamos destinados á m orir pocos momentos después.
Caeremos a l suelo, unos pies ingratos nos matarán, y... ¡adiós
ilusiones!...
. . .
,
•Compañeros: ¿No reconocéis que el placer de vivir en el
espacio es muy efímero para nosotros?
—«¡Sí...! ¡Sí...!
— •Pues ni aún el derecho de lamentar esta inju sticia se
nos concede. Hasta en las alturas existen contrariedades; ¡yo,
que creía que esto era patrimonio exclusivo de la tierra!...
Pero abandonemos las reflexiones, que la meditación es cosa
m al vista en un humilde copo...
•¿Distinguís ya más claramente á Madrid?... ¡Que herm o­
so aparece! Las calles llenas de transeúntes y oe vehículos,
que cruzan en opuestas direcciones... Los establecimientos
abiertos...
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»Pero ¡ay! nuestra muerte esta próxima... Mirad, m irad los
tejados, ese será el cementerio para muchos de nosotros...
¡Compañeros, buena suerte y larga vida!
•¡¡Quién sabe dónde iré yo á encontrar m i tumbal!»
Y ios copos, jugando caprichosamente en el espacio, caían
lentos, silenciosos, uno tras otro, con insistente monotonía.
Los tejados se engalanaron de blanco, y en las calles apare­
ció una alfombra inmensa y fantástica... Y al caer, acaricia­
ban coquetonamente los rostros de los transeúntes y vestían
con su albo ropaje las desnudas y escuálidas ramas de los
árboles.
—«Volando, volando, he venido á m orir dulcemente en un
rincón del paraíso: ¡los labios de una mujer! Ea tan hermosa,
que al pasar junto á ella para ir á caer en el suelo, cambié
de ruta y me posé en su boca. Morir en el cáliz de un clavel,
es delicia inefable; yo, al sentir el tibio calor de su boca, me
voy evaporando poco á poco... Un estremecimiento de ener­
vante placer me ha conmovido tan profundamente, q u ejn i
muerte se ha acelerado... Dentro de poco habré dejado de
Existir*
•Nadie lo sabe; p Jro estoy seguro de que muchos mortales
habrían envidiado m i dichosa agonía...»
—«Yo pensaba con tristeza en m i próximo fin, cuando caí
sobre un cuerpo ligeramente blando. Era la mano de un ehicuelo, que la extendió para recibirm e. ¡Cómo sonreía!...
•Carró la ventana, y corriendo por la habitación, exclama­
ba: Mamá, mamá, mira; nieve. Pero al pretender mostrarle
m i pequeño cuerpo, me deshice... Y el muchacho al advertir
m i misteriosa desaparición, comenzó á llorar desconsolada­
mente...
•¡Pobre! En su corta edad no comprendía que aquello obe­
decía á una ley inexorable de la vida. ¡Cuántos hombres hay
que persiguen nn ideal, y cuando, regocijados, creen poseerle
entre sus manos convertido en realidad halagadora, observan
que ha desparecido, como yo desaparecí de la palma de una
infantil manol...»
—«A mal sitio he ido á parar: ¡al arroyo!... No sé cómo ten­
go serenidad suficiente para contemplar m i alba vestidura
manchada asquerosamente por el barro de la calle. ¡Cuánta
inmundicia y sucledadl... Mas ¿qué veo? Una impetuosa co­
rriente avanza amenazadora. E lla me ahogará con todo el
cieno que trae en su ondas. ¡Qué muerte tan horrible!
•Malditos mangueros y barrosos; ¿porqué se os ocurre re­
gar ahora? ¿Para lim piar la acera? ¡Es decir, que á nosotros,
los copos de nieve, lo más puro, quizá, que existe en la tierra,
se nos arro ja a l arroyo, para co ifundirnos entre el lodo é in ­
mundicia!... ¡I Ingratos, ingratos m il veces!!...
»¡Qué hermosa m ujer cruza ahora la calle! Pero ¡qué amar­
ga decepción! ¡Si su rostro tiene una espesa capa de colorete!
¡Sus labios están pintadosl ¡Su cuerpo exhala un empalagoso
perfume!...
»En medio de mi agonía, encuentro, al fin, un dulce con­
suelo... m al de muchos... que dijo el otro. ¡Pobre m ujer! Digna
compañera mía; pues, qué ¿no fué en su honradez sino un
hermoso copo de nieve, que como yo, cayó en el arroyo del
vicio desde las alturas de la pureza?...
<Yo, por fortuna, tengo asegurada lavida durante mucho
tiempo. ¡Qué hermosa está la llanura! Nadie cruza por estas
soledades; los árboles, mudos como espectros, elevan al cielo
sus raquíticos brazos engalanados con la vestidura de mis
compañeros... Nadie interrumpe esta soledad m ajestuosa, n>
nos atormenta con sus pisadas...
»¡Qué dulce es vivir así, y que aspecto ofrece el campo tan
blanco y tan ideal! Después de todo, hace bien el hombre en
no m olestarnos... Porque nuestra blancura, que adorna el
paisaje, es como la esperanza que alegra la vida; si ésta des;
aparece, la existencia es miserabie_, penosa; si á nosotros nos
barren, el campo queda yermo, árido, tal como es ..»
— «¡Adiós tocayas! ¿Con que yo, humildísimo copo de nie­
ve, emblema de pureza, según dicen los hombres, he venido
á parar en las respetables canas, símbolo de experiencia?...
Nunca pasó por mis mientes semejante sueño. ¡A fe m ía que
esto es ia gloria...!
•Pero... ¿qué hace la pobre anciana asomada al ventanuco
de su bubardiUa?... ¿Espera á su h ijo , que no sabe de él hace
mucho tiempo?... ¡Bah! ¿Y para eso dirige sus mortecinos
ojillos hacia el lejano confín del horizonte?... ¡No, caramba,
no! ¡iQué los d irija allá arriba, de donde yo caí!!...
•¡Pobre senecta! ¡No se ha movido al sentir m i frío contac­
to en su cabeza!... P or más que tan indiferente como ahora
habría permanecido si yo hubiese podido caer en su cora­
zón... Porque ella, hundida en la penunbra de su vejez, ha­
brá dicho:
— »Un poco de nieve más en la cabeza ó en el pecho, ¿que
me importa?...»
—«¡Canastos! ¿Qué tejado tan extraño es éste?... ¿Qué signi­
fica este color gris obscuro? ¿Dónde andan metidas las clási­
cas tejas de barro, ornato de todas las casas madrileñas? No
me explico esta súbita transformación...
»¡Ab! .^ ois tejas de pizarra?... Y a veo, ya veo que el hom ­
bre no deja de estudiar... ¡Cómo! ¿Qué?¿Qué es esto un pala­
cio? ¿Que es la morada de un noble procer?... Ahora ya me
explico el color de este tej ado, y el apetitoso olor que despide
esa chim enea.. ¡Un procer! L a verdad es que nunca supuse
yo que fuera á encontrar la muerte nada menoe que en un
palacio. ¡Solamente por esto, me dan ganas de m orirme cuan­
to an tes!..
.
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•Pero ¿qué sucede? ¡Cómo gime la ventisca; muy furiosa
está hoy!... ¿Eh? ¿Qué es ésto?... ¡Toma, pues ya estoy en el es­
pacio otra vez!... ¡Adiós, palacio! ¡Adiós, muerte dichosa!...
•Lo que me temía; caí en la acera... Un transeúnte distraído
ó inhumano me pisará y concluirá m i vida desastrosamente...
Pero ¡bah! ¡Quién sabe si á ese ricachón le acontecerá lo que
á mí, y del tejado de la opulencia caerá algún día á la acera
de la penuria...
»¡¡Da tantos soplos el huracán de la vida!!»
—«Sería un despreciable copo de nieve, si no me mostrase
contento con mi fortuna. ¡Qué muerte tan agradable me
ha deparado la casualidad! He caído en el pecho de una ma-
MÉXICO.— C a s a
A y u n ta m ie n to y p o r t a le s d e M e r c a d e r e s
Inet. de L . González Guerra.
D e l libro e n pieparsción : A o n O I O f l O S I d e a l e s .
Ayuntamiento de Madrid
Instantáneas.
dre, y á su tib io calor v o y derritiéndom e... Am ante y cariño-
sa, me trata como á su hijo. No ie produce sensación mi helado cuerpo, y perm ite que y o permanezca al abrigo de su
pecho... Hasta me contem pla eon cierta expresión celestial...
•¡Benditas sean las madres)... Siem pre guardan calor en su
pecho para todc«, y siem pre conservan en su corazón unos
puros destellos de ternura...
.
• L a n ieve y e l am or maternal, son hijas de la bondad d iv i­
na: ¡la v irg in id a d y la pureza Ris hermanan!
■Cmilieno T^amlrez.
Febrero, ¡001.
F L 0 RES
S IN
YIOH
P a r a J o s é G o n z á le z M a ta lla n a .
Con extraña habilidad,
robando á la luz colores,
im iias la realidad
haciendo de trapo flores
con su b lim e identidad;
pues son flores tan hermosas,
que para m ostrar tu ciencia,
se posan las mariposas
engañadas, en las rosaa
que sólo lea fa lta eseu'g a.
Que sin arom a una flor,
n o ea tal flor, L o la querida;
m u jer que no sienta amor,
y una rosa sin olor,
seres son, pero sin vida.
Y y a que este punto to c o ,'
y o que estoy de am ores loco
p o r la b ella jardinera,
de una que la falta poco
para ser flo r verdadera,
he evocado á m i pesar
ciertos infaustos amores
que escuché allá en m i lu gar,
á uno que soñó con flores
y halló trapo al despertar.
n
Mqiif¡3T|fi
3
irSTlC
u , Bluituuu niuuü
L a profesión literario -p o lítica del perio­
dism o es, sin disputa,
la más i n g r a t a de
cuantas puede el hom ­
bre abrazar. Mantiénese la labor en e l in­
cógnito , BÚfrense las
penalidades de una in ­
cesante y ruda tarea, y
sólo aparece la perso­
nalidad del periodista
cuando los tribunales
le buscan, loa a d ver­
sarios le retan á duelo
ó la s autoridades le
; D. M a r i a n o A r a o s - '
Ilustra periodista y ex-dlputada i Cortes.
persiguen. E l m ism o
F ot. de J . Bueno.
qu e acaba de solicitar
silencio ó apoyo, casi
siem pre injustos, difam a al periodista y a l periodism o.
Como al clero, todo el mundo nos censura, sin p erju icio de
solicitarnos en los m omentos culminantes de la vida.
Si por si acaso se alcanza personalidad, cosa im posible sm
m érito real, á menos de lanzarse p o r la v ía de los escándalos,
un detalle cualquiera, independiente á veces de la voluntad
de) escritor, que le im pone el alejam iento de la tarea cuoti­
diana, le borra del mundo d e los v iv o s .
N o es extraño, pues, que Araus, retirado há diez años del
periodism o, perm aueciera casi en el o lvid o en que él v iv ía
'
fe m a n d o S e rra n o V'a’.7/nií.
m u y á gusto.
R adical en sus opiniones, cosa natural siendo de Huesca,
tan pronto com o term inó la carrera de abogado, en Zarago­
za y en M adrid, se dedicó á luchar p o r los ideales dem ocrá­
ticos . L a D em acrada, E l Im p a rcia l y E l L ib e ra l, fueron sus
tribunas é h izo campañas m u y notables, en que sobresalían
de sus condiciones de escritor sus talentos d e periodism o.
H a m uerto a! cu m plir ios sesenta años, á pesar de que nada
en su aspecto físico ni moral^denotaba el.próxim o,fln de una
actividad tan constan­
te com o la del notable
periodista oscense, que
en dos épocas difereny por espacio de tres
años en cada una, tuvo
la dirección de nuestro
qu erido colega E l L i ­
beral.
9-
Con el presente
n ú m ero reiiartimos
cuatro plinas de la
preciosa novela ilus­
trada, de Solis, L a
In stitu triz, y otras
cuatro planas, ilus­
tradas también, de
la inmortal obra del
príncipe de los inge­
nios, Miguel de Cer­
CÓRDOBA.—P a s e o
vantes, Don Q uijote
d e l G r a n C a p i t I n - J í - o r S l a '.m a S a n a
J-'s*. d e í . M olina,
Ayuntamiento de Madrid
DE l a Mancha.
La Vida Ilustrada.
E
L
E
-AfelsTE E / O
Delante de su hermoso caballo, que aparejado á la andalu­
za lleva sobre sus lomos dos grandes fardos de telas, hacien­
do sonar con su acompasado movimiento un sinnúmero de
campanillas, que prendidas en ancho petral, adornado eon
bordados de seda y largos flecos de variados colores, da al
presumido animal un aspecto precioso, va el pañero vocean­
do su mercancía por todos los pueblos de la provincia.
Angel el P añ ero era un hombre como de veintitrés á vein­
ticuatro años; guapo, moreno, con el pelo negro y rizado, los
ojos grandes y expresivos; su cara, simpática, y siempre son­
riente su boca; sus ademanes, distinguidos y airosos; vestía
sombrero ancho, siempre inclinado hacia el lado derecho, y
chaqueta corta con coderas.
>' Cuando entraba en un pueblo se colocaba sobre el hombro
izquierdo un retazo de tela, y llevando en la mano derecha la
vara de medir, voceaba, con fresca y bien timbrada voz, el
P añ eróooo. Más de
una joven, abando­
nando lasfaenas do­
mésticas, salía á sa­
ludará Ajigel,acha­
cando á esta demos­
tración de simpatía
la necesidad de com­
prar... precisamen­
te aquel género que
no llevaba.
Poseyendo esto^dones’con'quefla.Naturaleza había privile­
giado al Pañero, no es extraño que María, la moza más her­
mosa de Carrión de los Céspedes, la mimada por todos, la
imprescindible en cualquier fiesta, donde al compás de la
bien rasgueada guitarra ejecutaba eon sin igual donaire las
clásicas sevillanas, se hubiese enamorado de él con todas las
fuerzas del primer amor.
E n igual caso se hallaba Angel; pero por temor á una con­
testación negativa, jam ás se atrevió á declararle su amor á
María, auque sí á demostrarle muy significativamente sus
simpatías en cuantas ocasiones se le presentaban.
Mas un día, al pasar por su casa, voceó como de costum­
bre, y salió María con su habitual gracejo, su peinado bajo,
BU guirnalda de flores en la cabeza y su pañuelo de taUe, y
comenzó el siguiente diálogo:
—Pañero... Pare usted la jaca.
—Hola, Mariquita; Dios la guarde.
—Venga usté con Dios, Angel. ¿Trae usté lana durse?
—S í, señora...
—¿No le ha gustao á usté la pregunta?
—¿Por qué me dise usté eso?
—jCómo se ha puesto tan coloraol...
—No, no es por eso; es... que siempre que la veo me pasa
lo mismo.
— [Po h ijo , es usté poco vergonsoso que digamo!...
—¡Qué quiere usté... no lo puedo remediar!.... Con nadie
me pasa eso más que con esa cara de rosa y ese cuerpesito,
digno de estar entre loa ángeles der sielo.
—¡Mira también el vergonsoso y qué burlón esl...
-.¿O ree usté que es burla?... ¡No, María! Son sentimientos
que emanan de lo más jondo der corasón y que nunca me
atreví á decírselo, por temor á que se burlara de eyos.
—Angel...
—¿Se ruborisa usté también?... ¿Sentirá usté lo mismo
que yo?... ¡Si así fuera!...
—Ño, no, señor; es que tiene usté una manera de desir las
cosas...
—A usté, no sé... no puedo hablarle de otro modo; y ya
que hoy he tenido el descaro de desirle el cariño que hase
mucho tiempo abrigo aquí dentro, no me deje usté ir sin un
rayito de esperanza, que será para m í la mayor alegría que
pueda resibí en mi vida.
—Angel... por Dios... saque usté la lana durse y déjese de..
—Pero ¿será posible que no me conteste naté á lo que le
pido? Si total para usté es poco... para m í... ¡m i felisidál...
¡Sí, sí me contestará; es usté muy buena, y de un alma tan
grande y tan noble no ae puede esperar más que... consuelol
—Está usté hoy desconosido.
—Porque sienpre disimulé mucho; pero calcúlese usté lo
que habré sufrido para contener los impulsos de un querer
tan grande, encerrado en un pecho relativamente chico y ca­
reciendo de valor para levantar la várvula que lo aprisionó
por espasio de tanto tiempo.
—¿Pero eso es verdad? ¿No me engaña usté?
—¿Acaso no revela m i cara la veracidad de m is palabras?
—¡Se finge tanto!
—No lo ignoro. Pero no me tendrá usté á m í en ese con­
cepto.
—No, señor; á usté lo tengo en el mejor.
—Grasia, presiosa María; eso me basta para satisfaser mis
amorosos deseos. ¿Cuento con su conformidad para m is presiados fines?
—Angel... que me está usté hasiendo sufrir... váyase usté,
haga usté el favor.
—Si supiera que en m i ausencia consistía su felisidá, me
iría pa no volver, aunque me matara la pena.
—No, yo quiero que vuelva usté pronto; pero ahora se
debía de marchar.
—¿Vuelvo mañana?
—Como usté quiera; pero.,, ¿y si enteran m is padres?
—Mejor; mañana hablo con evos del asunto y verá usté con
qué libertad podremos hablar delante de todo el mundo.
-G r a s ia , Angel.
—Adiós, salaísim a; hasta mañana.
—Adiós, feísimo.
Y soltando ambos una sonora carcajada, como demos­
tración de la inmensa alegría que sintieran, se separaron sa­
tisfechos: ella, á proseguir sus interrumpidas faenas do­
mésticas, dulcificadas desde aquel momento con el recuerdo
de su futuro Angel; él, á vender sus géneros, seguido de su
noble caballo, que marchando detrás de él sin necesidad de
coger sus riendas parecía participar de la alegría de su amo.
¡Cuántas cábalas se forjaban aquellos jóvenes cerebrosl
Cuando Angel llegó á la posada aquella tarde, estuvo más
chistoso que nunca, más alegre que el pajarillo que logra
escapar de la jau la que constituyó su prisión.
Y a de noche, salió el Pañero de Carrión con dirección á
C ptillejo ’del Campo, donde trabajaría sus artículos medio
día del siguiente, y volvería per la tarde á donde ya tenía
quien lo esperaba, quien pensaba en él, quien realmente
era la dueña de su pensamiento.
Daba gozo o ir cantar á Angel, desde encima de su caballo,
las sentimentales y alusivas «malagueñas», poblando el obs­
curo espacio con su hermosa voz, que se extendía con agra­
dabilísim as vibraciones, llevando en cada nota una lágrima
y en cada lágrim a un átomo de la felicidad que sentía en su
pecho.
Pronto se propagó la nueva, en particular por el elemento
joven, quienes, de acuerdo con la antigua costumbre, espe­
raban con anhelo la llegada del Pañero al día ¿guíente para
cobrarles el «Piso», lo cual consiste en hacerle pagar un pe­
queño banquete á a^uel que siendo forastero consigue haeeerse novio de una joven del pueblo.
P or fin llegó el deseado momento en que Angel, después
de d ejar en la posada su comercio ambulante y de ataviarse
lo m ejor posible, ciñéndose su faja celeste bordada y poniéu-
Ayuntamiento de Madrid
i
Instantáneos
i
dose Gon mucha gracia su sombrero cordobés, se dirigiera á
casa de María, en cuya puerta le esperaban unos cuantos mo­
zos con el objeto de felicitarle y tomar en su compañía, y por
su cuenta, ias copas de ley, supuesto que las costumbres ha­
cen leyes.
¡Con qué cariño estrechaban su mano aquellos nobles y
leales mozos!
[Con qué satisfacción les deseaban á los recientes y guapos
novios todo género de fellcidadesl
Después de los citados preliminares, bastó la simple indi­
cación de uno de ellos para que Angel, eon la generosidad
que tanto le caracterizaba, comunicase á sus amigos la satis­
facción que sería para él verles aceptar una pequeña invita­
ción, y dirigiéndose hacia la plaza del Ayuntamiento, donde
existe la m ejor taberna del pueblo, empezaron á beber
enmedio de amenísima conversación, sin percatarse ninguno
de ellos que Fernando, pálido y sombrío, hacía esfuerzos so­
brehumanos por demostrar la misma alegría que los demás,
pero no le era posible; al llevarse el vaso de vino á la boca
temblaba su mano, y éste, al beberlo, le abrasaba la gargan­
ta; y no pudiendo, á su pesar, articular una sola palabra en
demostración de lo que realmente no sentía, salió de ia ta­
berna, pretextando una urgente diligencia, y fuese á romper
el llanto que le abogaba á las afueras del pueblo, donde nadie
viera verter sus ardientes lágrimas, donde nadie pudiera sor*
prender sus celos, ni le pudieran echar en cara el odio que
sentía hacia el diclioso y afortunado Angel, hacia un hombre
que en nada le ofendió nunca... en nada... y en mucho—pen­
saba él;—en nada supuesto que el hombre tiene la libertad
de declararle su amor á aquella m ujer por quien lo siente, y
en mucho... por lo mismo, porque indirectamente Angel le
hirió en lo más sensible de su corazón.
A llí, on el recodo del camino, con la cara oculta entro las
manos, lanzando sollozos y juramentos como protestando de
su adversa fortuna, estaba Femando, y allí hubiera seguido
si el alegre son de las campanillas del Pañero no le hubieran
sacado de eu horrible letargo.
iQué latidos sufrió su corazón al escucharlas!
Inconscientemente, guiado por febril impulso, cogió con
crispada mano el mango de su faca, apartándola repentina­
mente, cual si hubiera tocado un cable eléctrico.
Al aproximarse Angel, que montado sobre su caballo, con
la vista flja en el espácio, sonreía tal vez eon el grato re­
cuerdo de María, sin apercibirse ni preocuparle los objetos
que le rodeaban, sintió de pronto que un hombre, sujetando
al caballo por ias bridas, le decía:
—Angel, bájate del caballo que tengo que hablar contigo.
—Hola, Fernando; aquí me tienes. ¿Qué te se ofrece?
— ¡Lo que tal vez ignores!
—No comprendo... ¿Qué te pasa? ¡Estás nervioso! ¿Has
llorado?
—¡Yol ¡No, nunca lloré!... Los hombres no deben llorar
por nada. Los hombrea, antes que verter una sola lágrim a,
deben matar al culpable, si está al alcance de su mano. Y
por eso te estaba esperando; ¡para matarte!
—Pero ¿te has vuelto loco? ¿Te ha hecho daño el vino?
—¡No) Eres tlí el que me has hecho el daño, mucho daño;
tanto, quela herida que me has abierto no se cicatrizará más
que con tu vida ó la mía.
—Pero, Fernando, piensa lo que dices... que ignoro...
- B i e n ; pues si lo ignoras, yo te lo diré: ¡es que me has ro­
bado á m i María!
Y acompañando á esta palabra la acción, le dió tan tre­
menda bofetada, que Angel, perdiendo el equilibrio, rodó
or el suelo casi sin sentido; mas antes de que Femando puiera segundarle, de un salto se incorporó, y sacando de en­
tre Ja faja un cuchillo de dos filos se puso en guardia, u tili­
zando el brazo izquierdo á manera de rodela para evitar los
golpes de su adversarlo, dioiéndole:
—Nunca intenté hacerle daño á nadie,ni á ti tampoco; pero
si quieres pelear por lo que no te pertenece, tira.
Al concluir recibió un corte de Fem ando, hiriéndole en el
antebrazo izquierdo. Entonces, lanzando un rugido, cual
león castigado por el domador, se abalanzó hacia su agresor
con tal furia, que le hundió en el pecho la reluciente hoja de
su cuchillo.
Este, abandonando la faca, dió un grito de dolor y cayó
pesadamente al suelo, espirando á las pocas horas, no sin
perdonar ante el juez á su matador y suplicarle á la justicia
que no condenaran á Angel, porque no era culpable de su
muerte.
S
Ocho meses después de ocurrido el lance mencionado,
cuando en la audiencia de Sevilla se efectuaba la vista de la
causa, ia justicia, dictaminada por su conciencia, nombró
jurado para que diese el fallo que mereciera el delito, y fuá
pronunciado un veredicto de inculpabilidad á favor de
Angel, y, por lo tanto, absuelto.
C elestino X aón.
e a p R i e H o s
El que peca una vez y se arrepiente,
logra de la Divina Providencia,
que es grande su clemencia,
le conceda el perdón de penitente.
En adorar á una m ujer divina
tan sólo m i pecado ha consistido;
ni perdón, ni clemencia he conseguido,
aunque h ice penitencia en una esquina.
Te tapas los ojos
porque es un exceso
que en esa boquita
estampe yo un beso.
¿Qué, te ruborizas?
¡Tu rubor me choca!
¿Por qué no te tapas
entonces la boca?
J o s é S olis.
PE D R O D C M EC Q
(C asa fundada sn I7B0.)
Vinos seled os de Jerez .
Ylfío eseamso
esliio diampme.
e & K A e D O M E eQ
M É X I C O . — S a n g r a d o d e [ l a [p l a n t a d e l « M a g u e y » q u e p r o d u c e l a b e b i d a
LLAMADA
«PUIQUE».
Inet cT'lT (Méxic^.
Ayuntamiento de Madrid
6
La Vida ilustrada.
ZA H A R A
Son las cuatro de la madrugada. T o d o duerm e en la orien ­
C orría el año 1250. Fernando I I I el Santo ocupaba el trono
tal S evilla. L a luna acaba de ocultarse, se o ye e l viento silbar
de Castilla y L eón y sus vencedores ejércicos se habían hecho
sobre las gigantes torres y p o r e l entreabierto ajim ez d e l pa­
dueños de M urcia y Córdoba, la antigua corte de los Omniala cio de Ornar se divisa una som bra blanca que m ira con an­
das. Mahomed Alham ar de Granada se deciai'aba a u xilia r y
sia al río , com o si qu isiera disipar las tinieblas para penetrar
tribu tario suyo, y Abul-Hasán tem blaba a la p roxim idad de
en' ellas con su mirada.
sus aguerridas huestes, que se d irigía n a la G ran l ^ i l i a ,
Es Zahara que espera ansiosa la ven id a de Alfonso.
com o los m oros llamaban á nuestra hermosa perla d e l Betis.
Quien no haya esperado nunca ia llegada de un sér q u eri­
Las o rilla s del G u adalqu ivir se veía n en esta época llenas
do; quien no haya sentido la im paciencia del que desea tener
de preciosas casitas y suntuosos palacios, rodeados de flores
á su lado el objeto de sus amores; quien no haya contado esas
que, con sus brillantes colores, los dulces sonidos de las guzhoras interm inables en que cada m inuto parece una eterni­
las, panderetas y dulzainas, ia belleza de las musulmanas que
dad, cuando en todos los rum ores que llegan á nuestro oído
asomaban á los ajim eces envueltas en sus blancos velos y el
nos parece conocer los pasos d e l que esperamos y e l m u r­
suave m urm ullo del agua, todo en arm ónico conjunto, bajo
m ullo del viento nos fin ge el eco de su voz; quien n o haya
el lím p id o cielo de Andalucía, hacía creer en la posesión del
visto pasar el tiem po, sucederse las horas, disiparse las ti­
paraíso del profeta y las d elicias prom etidas a los creyentes
nieblas y v o lv e r á asomar su disco e l astro de la luz, no pue­
h ijos de Mahoma.
,
,
. ,
de com prender el estado de desesperación y desconsuelo de
A uno de estos palacios es donde vam os a conducir a nues­
Zahara, que durante toda la noche había estado atenta al m e­
tros lectores.
n o r ru m o r y m il veces había v u e lto á caer en su mutisrno,
A la grandiosidad de su estilo árabe-mauritano, con sus
hasta que la zozobra, la desesneración y el tem or la habían
arcos ojiva les y sus esbeltas columnas, se agregaba la riq u e­
vencido, y abandonando el m irador, se había dejado caer en
za del decorado, sus pavim entos de m árm ol de colores, sus
los cojines.
paredes adornadas de ajaracas y alicatados, en los que se
De pronto sintió m id o de pasos a su lado, se levantó p re ­
combinaban ricam ente e l rojo, azul y oro; sus tedios de cedro
surosa y se encontró fren te á Ornar.
con artísticos relieves; sus puertas de nácar, ébano y m aríll;
L a sorpresa fu é tan violenta que no pudo disim ularla, y de
y los elegantes surtidores que derram aban las aguas en ricas
n o haber estado tan turbada hubiera notado a lg o extraño en
fuentes de jaspe, hacían que en aqu el recinto se reuniera
el rostro y la sonrisa d e l M oro, cuando dejando á un lado su
todo lo b ello y m agnífico que podía soñar la ardiente fanta­
cim itarra y despojándose del alqu icel, la co gió cariñosamen­
sía do los árabes.
,,
, . - ,
.
te p o r el talle y le preguntó;
E n uno de los salones de este aloazar, reclm ada indolente­
— ¿Me esperabas, Sultana?
_
. ^ mente en rico cojín de seda, había una m u jer envuelta en un
— N o, Ornar, d ijo ella procurando ocu ltar su m quietud;
ve lo de blanco lin o, que era d ign a p o r su herm osura de ser­
pero e l ru id o del viento m e tenía desvelada y no quise acos­
v ir de centro al artístico m arco que la rodeaba.
tarm e.
Parecía im p osib le que la diosa Fortuna no cerniera sus
c — L o com prendo, mas ¿por que no mandaste encender lu
alas sobre los m oradores del palacio, y no se com prendía
es y que tus esclavas distrajeran tu desvelo con sus cantoscóm o la desgracia pudiera tener entrada en aqu el nido fo r ­
y sus danzas?
mado para e l placer.
— Me sentía triste, Ornar m ío.
_
■ .
,
Mas fijándose con detenimiento en la bella morisca, se no­
— ¿Acaso m ereceré la dicha de que m i ausencia fuese la
taba la som bra del pesar extendida sobre su m oreno rostro,
causa de tu tristeza?
y las huellas de las lágrim as en sus m agníficos ojos negros.
— ¡Eres tan bueno!
.
,
,
,
L a puerta de la estancia g ir ó con_suavidad sobre sus goz­
— N o , te amo m ucho y eso es todo; p o r ü he buscado el
nes y una esclava, de agraciado y simpático rostro, apareció
lau ro en ios combates; p o r ti he procu rado reu n ir en el p a­
en e l dintel, deteniéndose temerosa de turbar la m editación
lacio todas las riquezas d e l Oriente; p o r ti tengo en m is ja r­
de su dueña.
dines desde la a ltiv a palm era hasta la sencilla violeta ; m i
— Adelante, Noeim a; d ijo ésta. ¿Qué hay?
dicha es verte dichosa; pídem e terciopelos, pídem e chales,
—Nada, ama mía; Ornar y A l í han partido, el centinela tomo
perlas y plumas y que y o vea sierapre serena tu frente, satisel refresco que le brindó tu esclava y el Nazareno encontrara
fech o tu rostro y am orosa tu m irada.
lib re el paso hasta el p ie de tu ajim ez.
.
— T u bondad p rovee con exceso m is deseos.
— T iem b lo , Noeim a; la dicha y el pesar inundan m i alm a a
— Uno tienes qu e no m e has m anifestado y que m e ha he­
un m ism o tiem po; para seguir á A lfo n so dejo la re lig ió n de
cho dejar mia huestes y v o lv e r á tu lado para satisfacerle.
mia m ayores, dejo este encantado Edén en que se deslizo m i
— Yo... no sé...
.
,
fe liz infancia y abandono al generoso Ornar, cuyo corazón
— T o m a esta caja: p o r lo que ella encierra habría quien
hago pedazos.
_
, . , .
j ,
i
d iera toda su existencia. ¿N o aciertas lo que es?
— A ú n estás á tiem po, ama m ía, huye al in terior del pala­
Zahara tom ó la caja presa de va ga inquietud y le dio vu el­
cio; no veas al cristiano y o lv id a esa funesta pasión que des­
ta entre sus manos.
garra tu pecho.
— A b rela , d ijo Ornar, no retardes tu dicha.
— ¡O lvid a rlo, im posible! P íd e le a l sol que no alum bre, pi— ;S on algunas ajorcas ó algunas piedras preciosas?
dele á las aves <jue no canten, pídele á los astros Que se d e­
— V e lo tú m ism a, Sultana, y o q u iero gozar con tu sortengan en BU carrera; pero no le pidas á m i corazón que deje
de la tir p o r A lfo n so .
.
,
,
^'^La^morisca abrió la caja con mano trémula; dentro de ella,
Desde el p rim er d ía que lo v i cautivo, trabajando en los
sobre el fondo de damasco blanco, se v e ía un corazón ensan­
jardines, no aliento más que para él; durante la ausencia de
grentado; en e l m om ento no com prendió la in feliz lo que
Ornar busqué ocasión de encontrarlo, le hice conocer m i pa­
aqu ello significaba; m iró á Ornar y lo y ló con la faz contraí­
sión, nuestros corazones se fundieron en uno solo y la dicha
da y la m irada torba que le decía con ira:
~
,
de«am ar y ser amada lle g ó á m i alm a p o r vez prim era... P ero
— Darías tu v id a p o r v e r el corazón de A lfon so. T u deseo
Ornar v o lv ió , la fa m ilia de A lfonso pagó su rescate y nos tuestá satisfecho. P a g a tu deuda... y alzando su alfan je se p re­
tim os que separar... quiso que le siguiera... m e he resistido a
cipitó sobre ella.
. . ,
.
,
,
ello... he luchado... pero com prendo que sin él la v id a es miP ero antes de acercarse la v io a b rir los o jo s desmesurada­
posibie; no qu iero más D ios que su Dios, n i más felicid ad
mente, llevarse á los labios el ensangrentado corazón y caer
que ser su esclava. Estoy decidida. V ete, N oeim a; cuando la
al suelo com o herida del rayo.
noche esté en m itad de su carrera vendrá A lfon so y abando­
Ornar se detuvo.
naré estos risueños lu g a res... mañana Zahara se llam ara Ma­
— ¡Esclavos, luces!, gritó.
ría y ias vestiduras orientales serán sustituidas p o r los senci­
Socorred á vuestra señora, les ordenó cuando acudieron.
llos vestidos de las damas cristianas... Sólo un pesar dom ina
Loa servidores se p recipitaron á levantarla y observaron
en m í á todos los demás. ¿Me amará siem pre A lfon so? ¡Obi
con terror que estaba muerta.
Daría m i v id a toda p o r poder v e r su corazón.
— Se escapó á m i venganza, exclam ó ferozm ente el Moro,
•
fu é á unirse con él en el paraíso de los cristianos y m e deja
• •
solo y abandonado á m í, que no pod ía v iv ir sin ella.
Si no hubiesen estado tan agitadas N oeim a y Zahara, hu­
y rápido com o e l pensamiento v o lv ió contra si m ism o el
bieran notado que la pesada cortina de brocado de c ro que
acero, cayendo exánim e al lado d e l cuerpo de su adorada
cubría la puerta se agitaba y una som bra se deslizaba silen­
Zahara.
ciosa á lo largo de la ga lería .
Qartrien B u r g o s do JJIva reg.
Ayuntamiento de Madrid
Instantáneas
ÍN Y IE R N © Y
E S T Í©
Ya llegaron laa tardes
cortas, de Enero;
ya de plomizas nubes
se cubre el cielo,
y ya el sol blanquecino,
sin resplandores,
rojos ó anaranjados,
en horizontes
paliduehos, muy tristes,
descoloridos,
semejantes á un cíelo
de raso antiguo,
se esconde tras las brumas
de lejanías
impregnadas de tierna
melancolía,
monótonas y tristes,
desdibujadas,
tan sólo interrumpidas
por secas ramas,
que derechas se elevan
llegando al cielo,
mendigando los rayos
del sol de invierno.
Y a no tienen los campos
los verdes tonos
que eran en el verano
su fresco adorno.
Ya no tiene la parra
las verdes hojas
que en el suelo formaban
tan dulce sombra.
Y a no duermes bien mío
bajo la parra,
¡son las tardes tan cortas!
¡y son tan largas
estas noches de invierno
en que se cubre
ese cielo plomizo
de negras nubes!
Alégrale, mi alma,
que ya el verano
con sus días alegres,
es anunciado
por los negros vencejos,
que con piadas
delirantes, agudas,
al sol ensalzan,
á ese sol deslumbrante
que es sol de fuego,
un himno de alegría,
de amor intenso.
Y a los campos se visten
de verdes tonos;
ya no hay nieve en el monte,
y ya el arroyo
murmura dulcemente
1 . ° A l l l e g a r . — 2 .0 U n r i n c ó n a n t i g u o . — 3.o C a s t i l l o d e S a n S e r v a n d o . — 4.“ L a
cual la enramada
que susurra caricias;
P u e r t a d e l S o l . — 5 .’ P a t i o - j a r d í n
de San
Juan
d e lo s
R e y e s (restaura­
y ya la parra
do).—eV V i s t a d e l c a s t i l l o d e b d e l a c i u d a d . - 7 . o P a t i o d e l a p o s a d a d e l a
proyecta dulce sombra
SANGRE (donde Cervantes e s c r ib ió L a Ilustre Fregona).
con que nos brinda,
jara admirar desde ella
as lejanías
de un cielo transparente,
sobre mis hombros
bello, tan bello,
y entorna dulcemente
como son alma mía,
tus negros ojos,
tus ojos negros.
E l núm ero p ró x im o de I n s t a n t Á m a s será dedi­
que mientras duerme todo,
Y a ha llegado el verano,
cado principaim ente á las señoras, con preciosos figu­
menos la fronda,
¡bendito sea!
rines y labores, con texto de gran interés y cuentos
que oscila levemente
Ya puedes vida mía
cual perezosa,
ilustrados.
dormir la siesta,
por halagos y besos
bajo la añosa parra
También le acompañarán para que los coleccionis­
adormecida,
que te acaricia,
tas no se perjudiquen, V o n Q u ijo t e d e l a M a n »
cuando á sus hojas mueve y que entre sueños siente
c h a y L a In s t it u t r iz .
tibias caricias
la blanda brisa.
E n este mes se publicarán dos números dedicados
que son del viento,
Ya ha llegado el verano,
te diré muy bajito
vente mi alma,
á la m u jer, y tres In s ta n t á n e a s .
cuanto te quiero.
y aquí, bajo la sombra
E n d mes p ró x im o introduciremos
g ra n m e­
que hace la parra,
jora
y
economía
deprecio.
X
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Ayuntamiento de Madrid
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La Vida Ilustrada.
DEL Ar t ic o
C ó m o s e m ip o j p o r Ciita.
a l a n t a r t ic o
U n n u evo f ’'lin o .
Indudablem ente el m a m ífero de que vam os á dar noticia
á nuestros lectores no es producto de alguna nueva evolu­
ción; el gato ciego, que tal es e l nom bre con que podem os de­
signarle, debe existir desde la más rem ota antigüedad en al­
gunas de ias regiones del Congo; pero hasta hace m u y poco
había pasado inadvertido para los naturalistas.
E l gato ciego ea de m ncho m ayor tamaño qu e el gato montés y es m u y parecido a l tigre, con e l que se le confunde fá­
cilm ente; su cualidad característica consiste en que durante
el d ía es un anim al com pletam ente in ofen sivo, no ataca á
nadie, y si es maltratado ó herido no hace resistencia alguna,
y si 80 le acaricia recib e los halagos com o cu alqu ier m inino
de buena casa; en cambio de noclie tórnase en el más terrible
y voraz de los de su especieE l doctor DaníchofE, célebre naturalista y explorador ruso,
es el que ha hecho las prim eras experiencias en este feUno.
Y endo de caza se h a lló frente á frente de un tigre, tal al m e­
nos le pareció al doctor, que, lejos de acometerle, pasó casi
tropezando con él y sin hacerle e l m enor caso. E n vista de
esto e l doctor le echó un lazo, de los que v a provisto siem ­
p re que hace alguna expedición, y e l pacífico tigre se dejó
aprisionar y conducir com o un faldero; lo lle v ó á su casa, y
durante todo e l día estuvo pacífico y dejándose acariciar con
gran asom bro de D anichoff, que advirtió a l p rop io tiem po
mucha torpeza en los m ovim ientos del felin o, p o r lo que
llegó á suponer si estaría enferm o y era el su frim ien to lo que
le tenía postrado.
L o encerró en una ja u la con objeto de segu ir observándo­
lo; pero así que se puso el sol e l dócil gato se trocó en fiero
tigre, y el doctor estuvo á punto de ser víctim a de su arrojo
p o r haberse atrevido á entrar en la jaula.
T o d a la noche sigu ió el animal dando muestras ds su fe ­
rocidad, y en un a b rir y cerrar de ojos m ató y devoró una
cabra montés que le echaron v iv a en la jaula; pero así que
loa prim eros rayos del sol invadieron la jau la, el prisionero
recobró su docilid ad y mansedumbre.
E l doctor se dedicó á estudiarlo detenidamente, y pronto
d ió en la cla ve de aquellos cam bios. Las pupilas del anim al
carecían de la propiedad de contraerse; así es que durante el
día e l sol le dejaba poco menos que ciego, pues apenas dis­
tin gu ía los bultos, y esta era la causa de la torpeza observa­
da en aus m ovim ientos. Su estado de ceguera le tenía aco­
bardado y . por lo tanto, no se atrevía á com batir con nadie,
prefiriendo soportar dócilm ente los halagos ó los malos tra­
tos que_ luchar sin condiciones para ello.
D udó el doctor si aquel sería un caso especial del ejem plar
que poseía ó peculiar de toda una especie, y se propuso cap­
turar otros ejem plares, lo quo a l cabo de bastante tiem po, y
gracias á su constancia, consiguió; y habiendo matado algn gunos y estudiándolos detenidamente ha podido com probar
plenam ente que pertenecen á una fam ilia de felin os no cono­
cida hasta e l día, y que, en efecto, su especialidad más ca­
racterística es la ceguera diurna.
E l doctor ruso ha observado que en estado salvaje no salen
de sus guaridas durante las horas del sol com o no sean m uy
acosados p o r la sed; pero se desquitan de noche, invadiendo
los bosques y acometiendo á cuantos seres vivien tes encuen­
tran á su alcance.
E l to u r is ta L a z r a m .
—
------
e o rre sp o n d e n c ia literaria.
_A. G. 3? G.— M adrid.—E i artículo es la rgo y no m u y m o ­
vido; esta bien. H a g a cosas más breves y mándelas. Y a sabe
le apreciamos.
R . A . M,—Málaga,— Y a habrá usted visto lo del segando
apellido. El artícu lo es nada más que aceptable. Somos fra n ­
cos; no se ofenda; lo demás irá saliendo con mucho gusto.
J. A . P .— V elez R u b io.— Es agradable. Se publicará,
Á E E H C Iá
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A e la iv e r s a r ls ín tl
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á elia,
t m e s c s iia 'r ít t e .t o n ,
auuhaseosasdf cúmer.
F . G . A .— Y a habrá usted visto una. L u ego publicarem os
la o tra .
E. C.—N o extrañe usted que tarden en publicarse. T en e­
mos tanto o rig in a l! P ero hacemos todo lo posible p o r los
amigos.
A . O.— C artagena.—F lo jito . ¿Quiere usted m andar otros?
M. O.— M adrid.— E l p rim ero , que es un epigram a, es bue­
no. L o otro, sólo regular.
J. A . C .— Id e m .— Aceptables los dos,
R . A . G .—L a Bañeza.—Bien. L o publicarem os, después de
a rregla rlo algo.
F. M.— N ájera.— G ordito es. E l soneto para la fecha op or­
tuna.
J. M. S.— M adrid.— Son bastante medianos y no puede s e r.
Mande otra cosa.
F. D. S.— Zaragoza.— Está bien; pero es una carta de amor.
J. R . C.—Madrid.— E l uno se ha hecho autiguo, e l otro
tien e los consonantes un p oco vu lgares. L o de las diez no
puede ser. L o sentimos.
E. R . S.— N o son más que regulares.
Ferrer.— L im a, 48 y 50, P ortal de Botoneras.
fln au ip a. 72, Mercaderes.
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VESTIDOS DE NIÑAS
DE TRES
Á CINCO AÑOS
F io . 1.“— Este trajecito se
hace: la falda, de tela escocesa
de lana y el abriguito con pagris perla.
FiG. 2.®— T odo el traje esde
seda color guinda con ador­
nos de terciopelo negro; es
de buen efecto y m uy fino.
F i g . 3.®— Vestido abrigo.
Se hace de paño, verd e oscu­
ro y también puede ponerse
el cuello de terciopelo v e r ­
de, algo
paño.
T R A JE S
E L E d A E T E S
PA R A SEÑORITAS Y SEÑORA JOVEK
L a figu ra IA resulta el cuerpo de un
efecto encantador, pero precisa que su
ejecución sea m uy exacta. E l traje se
hace con paño color cerveza claro, ador­
nado con cinta d eterciopelo negro, estrechita. L a figu ra 2
es un bonito traje de
señora joven , hecho de seda color gris
rosa, con adornos de restaoh y trencillas
de oro.
Ambas figuras las representamos tam­
bién de fren te y p o r la espalda.
■ ■
Ayuntamiento de Madrid
más claro que el
E N T R E T E N IM IE N T O S
CANTARES
P rim a dos á una ires cuatro
y escultural m alagueña
con tan ciego frenesí,
que, si la niña se empeña,
d ejo de ser andaluz,
m e em barco para la todo,
y m e cargo con la cruz...
con la cruz del m atrim onio.
F ra se hecha-
A las cuerdas de m i lira
quise d ar entonación,
sólo p o r v e r si sus ecos
calmaban m i corazón.
J f ío n t o y JAuriUas.
Cuando te halles sola escucha
las quejas que lleva el viento;
y verás com o te dice
que se las roba á m i pecho.
T R IA N G U L O , p o r M a r z a l
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A la V irg e n la clavaron
el corazón con puñales,
mas no s u friría tanto
com o y o con tus desaires.
A d jetivo .
Puerto de España.
Cabo de España.
R ío de Lu go.
Vocal.
P or M O RAL.
M ira lo que d ijo el cura
cuando me fu i á confesar:
que no te qu isiera tanto,
que te qu iero por demás.
Solúcm s al búmbíq snierlBr.
A la frase hecha: E chan do pestes.
e H A R A D A S
Y o no sé qué tiene madre
m i m oren iía en la cara,
que á m í me parece un ángel.
A I jero g lífico : E n euab'o meses, no comas en­
P rim era segunda
jV /berfo Q elleffo S a rcia .
tremeses.
á R ita A gu ilera,
sentada en su patio,
tomando e l tercera.
T ipografía M oderna.— T. Osácar.— E spíritu Santa, IS.
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Crat) Taílef
PE
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los adelantos modernos.
P.
S A N T A M A R IA
I, CLAVEL, 1
A L M A N A Q U E DE I N S T A N T A N E A S
Album del año 1901.
A L B U M S miniaturas ins­
tantáneas de bailarinas; L a be­
lla Ciueriero, 0,25 ptas.— Car­
men Luque, 0.25.— Am paro G ó­
mez, ü,2o. — Tapas para 1898,
3 ptas.— Idem para 1889, 3 ptas.
— Idem para 1900, cuatro meses
de Enero á A b ril inclusive, 3 pe­
setas.— Idom para 1900, de M a ­
yo á Diciembre, 3,00.— A lbu m
Carnaval, 58 figurines, .W cents.
lia p atria de Ceri/antes
l'Oli LOS KáCUlTUUKS MÁS EMI.VK.STLS
62,~págínas oh pa pel Con ch ó, 1 p a asta en E s p a ñ a .
L IC O R
D E L PO LO DE O iM VE
C A S A
Iv-tc iloiitiii'ieo hÍK'iénii'1) os o, imioo
i|UC coiiilialo l.is C’ji iCá; .su- cuiidiáoiics ant¡s('|ilic',i- -un a-riiiitii-csi'.
La vraiia do íll.ül.iO Lmsiuis pnr
iiios cu
snlu, i Iciiiiic-I im l.i supiDiiiada (Icl L io o r ciel Polo de
O r iv e .«lino lutlos les liuunrriws
cxlramciu-. No Üciio sacarina, salol
ni áciiíu salicílicü, ((uc son íaii pcqudicialcs al csmailc, j contiene un den­
tífrico alemán.
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cho, colegios, etc.
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L A B O R E S R E L IG IO S A S
L A E L E G A N C IA
Scinanavío de modas, pai'a señoras
} sciioritas, el más útil y práctico.
S m e iei, S.50 p ía n — $ m e iei, 7
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