Bodas de Oro Sacerdotales

Transcripción

Bodas de Oro Sacerdotales
(Bodas de Oro Sacerdotales
Testimonio Sacerdotal
Pbro.
A[varo Caiuo Ruiz
Tarazona, 10 de :Mayo
de 2011
BODAS DE ORO SACERDOTAlES
1961 - 2011
Qué bello es un barco cuando sale recién pintado camino de los procelosos
mares de mundo.
Sus bodegas están vacías o mejor dicho repletas de ilusiones y esperanzas.
Eso fuimos nosotros, José, Raúl y Álvaro.
El 5 de Febrero de 1.961, salimos de esta misma iglesia a distribuir las
mercancías del espíritu.
Hoy 50 años después, volvemos al mismo puerto, un tanto oxidados, con las
bodegas repletas, no ya de ilusiones, sino de realidades.
En la atalaya de los 50 años sacerdotales, sentimos la grata sensación del
escalador que acaba de coronar la cima con éxito.
Contempla panoramas que no todos los mortales pueden disfrutar.
El aire que respira es químicamente puro.
Percibe ya el aplauso de sus admiradores.
y ya no importan los sacrificios, dificultades y fracasos pasados.
Crea que su aventura arriesgada ha merecido la pena.
Desde esta altura privilegiada de los 50 años sacerdotales quiero entonar un
canto de gratitud a nuestro Dios por haberme "amado a esta difícil, pero
apasionante tarea sacerdotal y lo expreso con la bella canción: ¡Qué detalle,
Señor has tenido conmigo ¡.
Que detalle, Señor, has tenido conmigo cuando me llamaste, cuando me
elegiste, cuando me dijiste que tú eras mi amigo, qué detalle, Señor, has tenido
conmigo.
Te acercaste a mi puerta, pronunciaste mi nombre. Yo temblando te dije
aquí estoy, Señor. Tú me hablaste de un reino, de un tesoro escondido, de un
mensaje fraterno que encendió mi ilusión.
Yo dejé casa y pueblo por seguir tu aventura. Codo a codo contigo comencé
a caminar. Han pasado los años y aunque aprieta el cansancio, paso a paso te
sigo sin mirar hacia atrás.
Que alegría yo siento cuando digo tu nombre. Qué sosiego me inunda
cuando oigo tu voz. Qué emoción me estremece cuando escucho en silencio tu
palabra que aviva mi silencio interior.
También quiero dar gracias a D. Manuel Hurtado que me ordenó y no puedo
olvidarme de los sucesivos obispos que han seguido rigiendo nuestra amada
Diócesis y me apoyaron y animaron en mi apostolado.
Gracias quiero dar a los muchos y sabios profesores, que con infinita
paciencia, me transmitieron
sus profundos conocimientos.
No puedo olvidarme de los muchos formadores que supieron guiarme por la
senda de la verdad, del bien y de lo bello.
Gracias a la Hna. Patricia Calvo Ruiz,- Religiosa de la Congregación de Sta. Ana
y hermana carnal mía, que con su palabra y su ejemplo despertó en mí el deseo
de ser apóstol de Jesús.
Por último, expreso mi afecto a todos los feligreses que me han acompañado
a lo largo de mi Sacerdocio y de quienes he recibido su cariño, gratitud y su
aliento.
Cuentan que un cruzado fue a defender la Tierra Santa y concluida su misión
y antes de iniciar su regreso, se fue a rezar al Santo Sepulcro.
Estando en aquel sagrado recinto se le ocurrió la feliz idea de llevar a su lejano
pueblo la luz de la lámpara del Santo Sepulcro.
No se imaginaba qué difícil iba a ser la empresa de llevar a feliz término
sus
buenos deseos.
Montó su caballo y con desbordante alegría emprendió el camino del
retorno.
Por el camino le atacaron unos desconocidos. Pero puso la lámpara bajo su
brazo izquierdo y con su mano derecha empuñó la espada para enfrentarse a sus
enemigos. Estos vieron la llama rutilante debajo del brazo del caballero y
pensaron que era alguna arma secreta. Y se dispersaron en una huida desbocada.
Poco después, llegó el cruzado a un río profundo. No había puente ni nadie
que le pudiera conducir a la otra orilla. Acarició a su caballo y lo alimento con
unos granos de trigo.
A continuación se arriesgo a cruzar montando el caballo. La lámpara la
sostenía sobre su cabeza. No podía apagarse.
El caballo luchó valientemente contra corriente y consiguió su objetivo.
La lámpara seguía encendida.
Al día siguiente divisó una casa solariega. Se acercó con la esperanza de
encontrar un pozo de agua fresca para él y su caballo.
Al entrar en la casa encontró una anciana pobre y enferma. Deliraba de fiebre
y temblaba de fria sobre un camastro destrozado.
El caballero le habló cariñosamente y le dio de comer.
Ella le describió su sufrimiento: Se había apagado la lumbre de su hogar.
Elle habló del fuego sagrado que llevaba y con él encendió el hogar de la
enferma. Al recuperarse la anciana, continuó su camino.
Una noche se echó a dormir y un ave nocturna le volcó la lámpara y el fuego
se apagó. Cuando el caballero se despertó por la mañana, dirigió la primera
mirada a la lámpara y le invadió una profunda tristeza.
Poco después recordó a la anciana enferma que había dejado atrás con la
lumbre sagrada en su hogar. Por la tarde llegó a la casa solitaria.
La mujer la recibió con gran alegría y le mostró su hogar encendido.
El cruzado lloraba de alegría. Allí seguía encendida la luz sagrada y con sumo
cuidado volvió a encender la lámpara con el fuego del Sto. Sepulcro.
Muchas veces el caballero vivió escenas alegres. De una ciudad vinieron a su
encuentro
los sacerdotes, en otra los fieles se acercaron a pedirle que encendiera
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con su luz sagrada las velas de su iglesia. Así dejó detrás de sí una cadena con la
lumbre sagrada de Jerusalén.
Cuando arribó a su tierra lo recibieron en la entrada en solemne procesión.
El cruzado llevó con las manos levantadas el fuego sagrado de Jerusalén hasta
el altar de su ciudad.
Había merecido la pena la aventura realizada.
Yo, Álvaro, como todo sacerdote, encendí mi lámpara en el arco Iris de tu Luz
y tu Verdad y con ella he intentado iluminar miles de hogares apagados, cientos
de corazones sin rumbo, multitud de jóvenes sin ideales, niños en su despertar a
la vida. Ya sé que he perdido el encanto juvenil y que mis fuerzas no son las de
antaño, pero reconozco que sigues necesitando obreros para llevar a cabo tu obra
redentora. Por eso, Señor, cuenta con mis manos ya temblorosas,
tanto cansados y este pobre corazón que te sigue amando.
Álvaro Calvo Ruiz
mis pies un

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