el origen del guadiana

Transcripción

el origen del guadiana
EL ORIGEN DEL GUADIANA, DESVELADO TRAS 2.000 AÑOS
DE DISCUSIONES
Miguel Alvarez Cobelas, Instituto de Recursos Naturales (CSIC), Serrano
115 dpdo., 28006 Madrid, [email protected]
Esperanza Montero González, Dept. Geodinámica, Fac. Geología, Univ.
Complutense, 28040 Madrid
Santos Cirujano Bracamonte, Real Jardín Botánico de Madrid (CSIC), Pza.
Murillo 2, 28014 Madrid
Miriam Moreno Pérez, Real Jardín Botánico de Madrid (CSIC), Pza. Murillo
2, 28014 Madrid
Todos quedaron enterados de la bondad de la ciencia
(Segunda parte del ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha, capítulo
XIX)
A MI DERECHA
Caius Plinii Secundi fue todo un personaje y es el primero de esta larga
historia. Nuestro Caius, hoy conocido como Plinio el Viejo, está en el origen de
las ideas sobre el Guadiana, aún enfrentadas veinte siglos después. Plinio
sabía de casi todo: guerra, derecho, gramática, retórica, geografía, historia,
botánica... Era una persona tan interesada por todas las cosas de este mundo
que murió asfixiado por los gases cuando se le ocurrió ir a ver la erupción del
Vesubio que acabó con Pompeya. Y escribió, escribió mucho. El estoico Plinio
el Viejo nació en Como (cerca del lago de su mismo nombre, en el norte de
Italia) en el año 23 después de Cristo; fue un viajero intrépido y curioso, y en
sus libros estuvo ayudado por numerosos sabios de su época, gracias sean
dadas a Júpiter. Hacia el año 72 en el Imperio Romano reinaba Vespasiano,
cuyas tropas entraron a sangre y fuego en Jerusalén, incendiando el templo y
masacrando a muchos judíos. Aquí, en la Península Ibérica, todo estaba
bastante más tranquilo y el amigo Plinio anduvo por la Provincia Tarraconense
alrededor del año 73, pero nada hay sobre su presencia en el centro de
Hispania. En lo que luego los árabes conocieron como “La Mancha”, vivían los
oretanos tan campantes, dedicados a la ganadería y a la agricultura de secano,
sin que apenas les molestasen los romanos. Entonces no había regadío en la
zona (Carrasco Serrano, 1992), pues la noria fue introducida por los árabes,
con lo cual poco se sabría de las aguas que surcaban o desaparecían en la
tierra. Hasta que... Plinio El Viejo escribió 37 libros bajo el título común de
Historia Naturalis, en el tercero de los cuales describe el río Guadiana por
primera vez y da noticia de su nacimiento y viajes posteriores. Dice Plinio: “Éste
[el río Ana], que nace en el territorio Laminitano [hoy el Campo de Montiel] de la
España Citerior, y que tan pronto se desborda en lagunas como se estrecha en
desfiladeros o se esconde del todo bajo tierra y renace gozoso varias veces,
desemboca en el Océano Atlántico” (página 10 de la edición española de
1998). No está claro de dónde sacó Plinio esa información, pues –como hemos
dicho- se ignora si anduvo por La Mancha y alguien se lo contó allí o, por el
contrario, algún corresponsal suyo en la zona le envió esas noticias, que
debían ser del dominio público entre los oretanos. También una de sus fuentes
pudo ser lo que Marco Vipsanio Agripa, un amigo y soldado del primer
emperador romano Octavio Augusto, había registrado años antes en Hispania,
quizá a partir de alguna leyenda local. Pero lo importante del caso es que la
idea de Plinio ha dominado el asunto del origen del Guadiana desde hace
2.000 años.
El creciente poderío español en los asuntos europeos del siglo XVI hizo que
muchos reinos y repúblicas enviaran embajadores a nuestra corte. Andrea
Navagero (1483-1529) fue uno de ellos y se presentó hacia 1526 en la de
Carlos I de España y V de Alemania como embajador de la República de
Venecia. Este Andrea no era sólo un fino diplomático y un madurito interesante,
como atestigua una pintura del gran pintor renacentista Rafael Sanzio que se
conserva en el Galería de Doria Pamphilj, en Roma, sino que también escribía
sobre sus viajes y le daba a la poesía. Es fama que, gracias a Navagero, se
introduce el verso endecasílabo en la poesía española, lo cual supuso una
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revolución literaria comparable a la primera edición del Quijote, ochenta años
más tarde. La lírica española no volvería a ser la misma sin el endecasílabo,
sillar del soneto (entre otras formas poéticas). Boscán, Garcilaso de la Vega,
Cervantes, Góngora, Quevedo, Lope de Vega y tantos otros hasta Joaquín
Sabina son claros deudores de la importación poética del veneciano. Pero
Navagero también escribió sobre sus andanzas por nuestro país y, al llegar a
La Mancha, asegura que “el Guadiana va por debajo de tierra siete leguas,
saliendo por cuatro leguas más allá de Malagón” (edición de 1983, página 69).
Y más adelante, remacha: “hay un puente sobre el cual pacen todo el año más
de diez mil carneros; este puente es el terreno bajo el cual corre oculto el
Guadiana durante siete leguas”.
Tras Navagero, la siguiente persona que nos habla del Guadiana es Francisco
Hernández, un médico y naturalista nacido en Puebla de Montalbán (Toledo), el
cual traduce en México al castellano por primera vez el libro del erudito latino.
Este Hernández vivió entre 1517 y 1587 y fue otro sabio ignorado de nuestro
país, además de médico de Felipe II. Junto con su traducción literal de la obra
de Plinio el Viejo, hace una serie de observaciones que vale la pena resaltar,
cuando asegura (página 144 de la edición de 1999):
“Tiene, pues, este río [el Guadiana] su nacimiento en dos partes, ambas en
término de la Osa, del Campo de Montiel. El primero, en los Campoñones y, el
segundo y más principal, en el castillo que llaman de Rocha Frida [...]. Juntados
poco más abaxo de Rocha Frida, hazen una laguna que dizen la Colgada y,
luego, la de Ruidera [...] Húndese Guadiana baxo de Argamasilla y vase
hundiendo poco a poco. Algunas vezes va agua por cima, sin hundirse, hasta
juntarse con lo de abaxo. Torna a salir Guadiana entre Villarrubia y
Manzanares, no lexos de Villarrubia de los Ojos”.
Y luego, tenemos al gran Don Miguel, que debió conocer la zona por sus
múltiples viajes entre Esquivias y Sevilla (Trapiello, 2004). En la segunda parte
del Quijote, concretamente en el conocidísimo capítulo XXIII, el caballero de la
Triste Figura, Sancho Panza y un primo del bachiller que había invitado a
ambos a las bodas de Camacho llegan a la cueva de Montesinos. Éste es un
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venerable anciano galo que vive en un palacio encantado -en realidad, la
cueva- y, cuando don Quijote se encuentra con él en el fondo de la gruta,
Montesinos le cuenta sus pláticas con el caballero Durandarte, primo del
abuelete (páginas 200-2001):
“Guadiana, vuestro escudero [el de Durandarte], plañendo asimesmo vuestra
desgracia, fue convertido en un río llamado de su mesmo nombre, el cual
cuando llegó a la superficie de la tierra y vio el sol del otro cielo, fue tanto el
pesar que sintió al ver que os dejaba, que se sumergió en las entrañas de la
tierra, pero como no es posible dejar de acudir a su natural corriente, de
cuando en cuando sale y se muestra donde el sol y las gentes le vean”.
Y de primo a primo, el del bachiller que acompañaba a nuestros héroes
apostilla en el capítulo siguiente: “La cuarta [cosa de las aprendidas por el
primo a partir de la narración de Don Quijote en la cueva] es haber sabido con
certidumbre el nacimiento del río Guadiana, hasta ahora ignorado de las
gentes”.
El impacto de estas frases en la cultura de los españoles ha durado, al menos,
cuatro siglos. No se sabe si Cervantes conocía los libros de Plinio el Viejo y
Andrea Navagero ó las observaciones adicionales de Francisco Hernández,
escritas en el siglo XVI pero publicadas por primera vez tras la muerte de los
cuatro, en 1999. Claro que también pudiera haberse basado en una leyenda,
como sugiere Gonzalo Torrente Ballester (1984, página 173), que le contaran
cruzando La Mancha en alguno de sus viajes.
Ya en el siglo XX, el catedrático madrileño de Geología de la Universidad
Central [hoy Complutense], Eduardo Hernández-Pacheco y Estevan realizó
unos experimentos que han dado mucho que hablar. En mayo de 1931, se fue
con un montón de obreros a Venta Quesada (véase su ubicación en la Figura
1), que estaba situada en las cercanías de lo que hoy es el pueblo de Llanos
del Caudillo, unos 12 kms al este de los Ojos del Guadiana. Allí echaron
grandes cantidades del colorante verdoso fluoresceína a un pozo que habían
abierto (Figura 2). Al cabo de treinta horas, comenzó a aparecer agua de color
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verde brillante en los Ojos, lo cual le permitió estimar unas velocidades de
movimiento del agua subterránea de unos 400 metros por hora. Leamos a Don
Eduardo con sus propias palabras, publicadas en 1932:
“En la zona occidental de la llanura la red aluvial del manto acuífero tiende a
concretarse en corrientes subterráneas potentes [...], apreciándose también en
este trayecto las anastomosis de las corrientes subterráneas, como lo indican
las apariciones súbitas de aguas teñidas en los Ojos, en los últimos días de la
experiencia, cuando ya había cesado la acción de la fluoresceína en la
corriente principal; la reaparición de aguas coloreadas se explica porque eran
pequeñas corrientes que seguían camino diferente y más largo del principal, o
más corto, en el que las aguas avanzaban con más lentitud” (página 854).
Líneas arriba de su escrito, este catedrático tan influyente en la geología
española aseguraba que “lo que no existe es un conducto o cauce subterráneo
definido entre el Alto Guadiana, salido de las lagunas de Ruidera, y los
manantiales de los Ojos” (página 854). Don Eduardo tuvo una vida muy
longeva, pues murió con 93 años, y fructífera. Cultivó muchas facetas de la
geología, como la paleontología, la fisiografía, la geomorfología, el vulcanismo
y la hidrología, tanto en la Península Ibérica como en Africa y, aunque esto es
menos conocido, fue uno de los impulsores de la conservación ambiental en
nuestro país, antes de la II República.
Pero, indirectamente, Don Eduardo establece una conexión subterránea difusa
de las aguas entre las lagunas de Ruidera y los Ojos del Guadiana (Figura 3)
cuando afirma que “entre la masa de las carniolas triásicas [zona de Ruidera] y
las travertínicas calizas neógenas [zona de los Ojos] se mueven suave y
lentamente las aguas que de las nubes descendieron y engendran el verdadero
Guadiana” (pagina 854).
Hemos citado con largueza las palabras de Hernández-Pacheco porque son la
base de la idea más ampliamente extendida sobre el origen del río Guadiana
hasta ahora mismo. Incluso acaba de publicarse un libro, premiado por el
Organismo Autónomo Parques Nacionales, donde se sigue defendiendo ese
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punto de vista. Juan Almagro Costa es un ingeniero de Canales, Caminos y
Puertos que trabaja en la Confederación Hidrográfica del Guadiana, en Ciudad
Real, desde hace algunas décadas y ha actuado como jefe del Área Oriental,
es decir, de la parte del Guadiana que estamos tratando aquí. Sostiene
Almagro en su libro de 2006 que el trabajo de Hernández-Pacheco aportaba
“por fin una prueba, prueba que establecía la relación de causa a efecto entre
la infiltración de las aguas del Guadiana en el área territorial de Argamasilla de
Alba y las que aparecían por la alfaguara de los Ojos del Guadiana, se había
realizado y comprobado, quedando demostrada la continuidad conceptual del
río Guadiana, con un tramo del mismo que discurre subterráneamente a través
de las calizas del Mioceno [en el acuífero de la Llanura Manchega].
Indudablemente, no quiere esto decir que la continuidad subterránea sea
exclusiva de las aguas procedentes del Alto Guadiana-Lagunas de Ruidera [...],
sino que las mismas confluían con otras que alcanzaban el acuífero de la
llanura manchega y, así reguladas, descargaban por los Ojos del Guadiana sin
solución de continuidad” (página 185).
Almagro, además (página 143), atribuye los descensos en los niveles de aguas
subterráneas de los Ojos del Guadiana no sólo a la desecación de los ríos y a
la sobreexplotación del acuífero de la Llanura Manchega desde 1970 para acá,
sino a la desconexión con ese flujo subterráneo que procedía de las lagunas de
Ruidera, debida a la inyección de masivas cantidades de cemento al pie de la
presa del embalse de Peñarroya durante la construcción de ésta. Dicha
inyección habría actuado desde los años cincuenta del siglo pasado taponando
e impidiendo los flujos de agua subterrránea desde las lagunas de Ruidera
hacia los Ojos del Guadiana por la capa superficial del acuífero manchego,
flujos cuya existencia se suponía desde la época de Plinio el Viejo, y cuya idea
del origen del Guadiana refrenda Almagro cuando señala que “no fue adecuada
ni justa la consideración de que Plinio debía ser olvidado en el baúl de la
superstición popular” (página 201).
Resumiendo: para todos estos autores del rincón derecho del improvisado
“ring”, el río Guadiana nacía en el Campo de Montiel y, algo más abajo de las
lagunas de Ruidera, antes de Argamasilla de Alba, se sumergía en la tierra y
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volvía a aparecer en los Ojos del Guadiana, atravesando luego Las Tablas de
Daimiel y continuando su camino hasta desembocar en el Océano Atlántico en
Ayamonte (Huelva). Con la sobreexplotación del acuífero de la Llanura
Manchega, los Ojos dejaron de manar en 1986, y ahora ya no existiría
continuidad fluvial entre la zona de Ruidera y los Ojos. El Guadiana de finales
del siglo XX y del siglo XXI comenzaría aguas abajo de Las Tablas de Daimiel.
Y para rematar este apartado, es interesante añadir que Hernández-Pacheco
en 1932 ya advertía de la posible sobreexplotación futura del acuífero
manchego si se dejara “tal cuestión importante [la apertura de pozos] al arbitrio
de los intereses individuales y a la anarquía de los egoísmos” (página 856),
cosa que hemos tenido la desgracia de presenciar medio siglo después.
A MI IZQUIERDA
Hasta aquí, describimos la opinión dominante sobre el origen del Guadiana
durante los últimos 2.000 años. Pero hay otras.
Juan de Villanueva era una persona culta e ilustrada que vivió en el siglo XVIII
y realizó numerosos proyectos de arquitectura e ingeniería para la corte de
Carlos III, entre los cuales se contaron el Museo del Prado de Madrid y la
iglesia de Turleque en Toledo (Moleón, 1988). Para el Campo de Montiel
diseñó el canal del Gran Prior, que pretendía mejorar las infraestructuras de
regadío de la llanura manchega, usando el agua de las lagunas de Ruidera, e
proyectó construir un canal navegable que uniera éstas con el río Gigüela, al
tiempo que se construía una fábrica de pólvora. En 1781 redacta el proyecto y
en él asevera rotundamente: “tengo por falta de todo fundamento quanto se
dice del celebrado Puente de Guadiana [alude a la idea de Andrea Navagero],
y el escondite de este gran Río en la tierra [...]; los Ojos del Guadiana no son
otra cosa que la reunión de las filtraciones naturales de las aguas que reciven
en las lluvias y rocíos aquellos bastos terrenos llanos del monte de Villaharta
[hoy Villarta]; Arenas, Herencia y Alcázar”. Y continúa: “el río Guadiana tiene su
natural nacimiento en el barranco, ó quebradura, que de el Monte de Arenas á
distancia de poco mas de una legua al sur de ese pueblo se forma [los Ojos]”.
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Más arriba, había señalado que “las lagunas llamadas de Ruidera se forman en
los barrancos que resultan de algunos de los cerros mas elebados, que son
parte de las sierras de Alcaraz”. Además, también describe en detalle el curso
de una acequia artificial, impropiamente llamada “Río Guadiana” según él, y
que discurre desde aguas arriba de Peñarroya hasta el Záncara, pero señala
que “todo el valle que corre la Azequia forma un pantano de más de ciento o
doscientas varas [84 ó 168 metros] de ancho”. Con todo lo cual, establece la
existencia de dos ríos independientes: el que da origen a las lagunas y el que
surge en los Ojos. Y acaba también mencionando otro humedal formado por el
desbordamiento de la acequia en su confluencia con el río Záncara.
En el siglo siguiente, Pascual Madoz lleva a cabo la recopilación de lo que se
sabía hasta entonces sobre la geografía de España, sus gentes, sus riquezas y
sus ya escasas colonias (Cuba, Filipinas), dentro del proyecto de un diccionario
enciclopédico que imprime en su propia imprenta. Esta fue una obra con
numerosos colaboradores, como él mismo reconoce en su prólogo de 1845
(página ix) e informa más ampliamente Isidro Sánchez Sánchez en su
introducción a la edición de los tomos de Madoz dedicados a Castilla-La
Mancha (1987, página 16). Interesado por la geografía y la estadística de los
recursos económicos, el pamplonica Madoz fue ministro de Hacienda con
Isabel II y se ocupó de diseñar la segunda desamortización de los bienes de la
Iglesia Católica, sucedida en la década de 1850. Sobre el origen del río
Guadiana,
da
a
la
imprenta
lo
siguiente:
“nace
este
famoso
río
indubitablemente en las lagunas de Ruidera; pero sus fuentes están
diseminadas y confundidas [...]; nosotros distinguimos real y verdaderamente
dos ríos, ambos esencialmente diferentes y sin ninguna relación entre sí: el
primero que procede de las lagunas muere del todo en las vegas de Alcázar, y
si algunas aguas quedan en algún punto, se incorporan al Záncara [...]; con el
mismo nombre de Guadiana nace en el término de Villarrubia un segundo río
[...] que tiene su origen en el sitio de los Ojos” (1847, página 33). Lo que Madoz
no señala es de dónde vienen las aguas de este segundo río.
Tras el político progresista, hay varios autores más que repiten las mismas
ideas sobre el nacimiento del Guadiana, pero los detalles novedosos que
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aportan son irrelevantes y no los citaremos aquí. No es hasta la década de
1970 cuando un equipo de investigación formado por geólogos de la Compañía
General de Sondeos, una empresa privada, y del Instituto Geológico y Minero
realiza -a instancias del Ministerio de Industria- una extensa investigación sobre
los recursos de aguas subterráneas en la llanura manchega, acabada la cual
se ve publicada en varios artículos científicos (Torrens et al., 1976; Niñerola &
Torrens, 1979). En el primero, nos dicen que “el Guadiana alto es una
continuación del río llamado Pinilla y actualmente se infiltra en el llano mioceno
[en la llanura manchega] por regadío, antes lo hacía por tener un nivel de carga
superior a la del acuífero”. Prosiguen: “el río Guadiana nuevo nace del acuífero
de las calizas miocenas [en los Ojos del Guadiana]” (pagina 418). Y terminan
concluyendo: “no existe pues, permítasenos una vez más decirlo, conexión
directa alguna entre el río Guadiana alto y el río Guadiana nuevo” (página 419).
En su segundo artículo, estos geólogos resumen sus investigaciones sobre los
acuíferos asegurando que “en el Campo de Montiel hay un acuífero único
formado por calizas y dolomías jurásicas”, mientras que “en la Llanura
[manchega] hay dos niveles acuíferos [...]; el superior, formado por el tramo
calcáreo del Terciario superior, y el nivel acuífero inferior, formado por
materiales calizos y dolomíticos secundarios [de la era Secundaria]” (página
325).
Resumiendo, los autores que defienden esta postura desde el rincón izquierdo
del “ring” hablan de dos ríos independientes: el Guadiana alto (continuación del
Pinilla) y el Guadiana nuevo, que nace en los Ojos del Guadiana. E insisten en
que están desconectados el uno del otro. Por si esto fuera poco, aseguran
también que el “río” que discurre entre Peñarroya y el Záncara es un canal
artificial, cuyo desbordamiento producía dos humedales.
POR DETRÁS
La idea del Guadiana como un río que aparece y desaparece tiene, como
hemos visto, una larga tradición. Como imagen literaria, es muy poderosa y
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fácil de entender, por lo cual no es de extrañar que se haya usado y se siga
usando mucho en el habla cotidiana y en los medios de comunicación,
incluyendo
Internet
(sin
ir
más
lejos,
en
las
hojas
“web”
www.lagunasderuidera.com, www.quixote.tv ó www.villarrubiadelosojos.com).
Un medio que apoyó decisivamente la expansión de este símil fue la
Enciclopedia Álvarez, el principal alimento educativo de unos 8.000.000 de
españoles desde 1956, según aseguraba su autor en una entrevista al diario El
Mundo en 1997. Don Antonio Álvarez Pérez fue un maestro nacido en Zamora,
pero radicado en Valladolid, que hizo su agosto con esta enciclopedia; hasta
1966 había sacado 108 ediciones de su “clásico”, aparte de otras obras
pedagógicas menos conocidas, tales como Iniciación Profesional, Cartillas,
Libro del Maestro y Libros de Lectura, los cuales incluían Biografías para Niños
y Biografías para Niñas. Todo un escritor de “best-sellers”, pues. En su libro
para tercer grado, Don Antonio nos indicaba que “el río Guadiana ofrece la
particularidad de que, a poco de nacer, sus aguas se filtran en el terreno y
aparecen varios kilómetros después en los llamados Ojos del Guadiana”
(página 323).
La figura literaria del Guadiana goza de muy buena salud (véanse algunos
ejemplos en la Tabla 1), además, porque tiene un carácter mágico, pues lo que
aparentemente le pasa al río se parecería a cuando un mago hace desaparecer
y reaparecer a una paloma ó a una señorita, pero a lo bestia, y en estos
tiempos en que lo “mágico” está por todas partes, el uso de la imagen
guadianesca se vería favorecido. Extraña más que Almagro, un profesional de
la ciencia del agua, continúe sosteniendo este mito en el año 2006, como
señala en su página 55, cuando asegura que “no, indudablemente no es falsa
la leyenda del Guadiana; son miles de años los que la avalan para ser arrojada
por la borda”.
Ahora bien, que en España no se lee es una obviedad, a pesar de las
campañas del ministerio de Cultura y de las consejerías autonómicas del ramo.
Y prueba de ello es que los geógrafos españoles ya hace tiempo que se
pusieron de acuerdo en el origen del Guadiana, pero la gente aún no se ha
enterado. Miguel Arenillas y Clemente Sáenz Ridruejo, en su libro de la Guía
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Física de España, dedicado a los ríos, ya señalaban en 1987 que “el Guadiana
tiene su origen en los manantiales de Pinilla, alimentándose de las
aportaciones cársticas [es decir, de las aguas subterráneas] de las dolomías y
carniolas de Montiel [...]. Más abajo de las diecisiete lagunas de Ruidera, las
aguas del Guadiana se recogen en el embalse de Peñarroya [...]. Los caudales
que no distraen los riegos se dirigen a la planicie de San Juan [en la llanura
manchega] donde se extienden desapareciendo, por un doble fenómeno de
evaporación e infiltración. El rebrote de los famosos Ojos es conocido de
antiguo y ha sido objeto de especulación. En realidad, lo que rebrota en los
Ojos no es el Guadiana perdido, sino la suma de parte de sus aguas con las de
otros ríos inyectados y la infiltración directa en el gran plato manchego. No
puede hablarse de uno o varios hilos conductores. Más bien de un manto
subterráneo [...]. Los Ojos forman parte del rebosadero del gran acuífero”
(páginas 202-204).
Pero otra muestra del poderío del símil del Guadiana será que tampoco este
escrito nuestro tendrá influencia alguna sobre el inconsciente y el habla de los
indígenas, manchegos o no. Y si no, al tiempo.
El curioso lector que nos haya aguantado hasta aquí quizá no tenga aún una
opinión formada sobre el asunto del nacimiento del Guadiana. De lo que no le
cabrá duda es de que las aguas fluviales, tanto las del Campo de Montiel como
las de la Llanura Manchega, estaban interconectadas por arriba (por la
superficie) y por abajo (por cada acuífero). Los acuíferos descargaban a los
ríos en unas zonas y, en otras, se alimentaban de ellos. Por lo tanto, no es
posible comprender todo este asunto sin tener en cuenta simultáneamente a
ríos y acuíferos.
Todo el mundo sabe qué es un río. Ahora bien, poca gente tiene una idea
realista de qué es un acuífero. En el mejor de los casos, la mayor parte los
considera auténticos mares que hay bajo tierra y que -como mares que sonresultan prácticamente inagotables.
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Un acuífero es una capa del suelo que puede almacenar y transportar agua. En
los acuíferos llamados “libres” hay dos zonas, una superior y otra inferior
(Figura 4). La primera se suele llamar “zona no saturada” y linda con la
superficie terrestre, mientras que la segunda lleva como nombre técnico “zona
saturada” y presenta en su base una capa de materiales geológicos
impermeables que la aíslan de las capas más profundas de la tierra. El suelo y
las rocas situadas cerca de la superficie terrestre no son totalmente sólidos,
sino que en todas direcciones hay multitud de conductos huecos de muy
variados tamaños. Dependiendo del tipo de suelo o roca, estos tamaños son
muy variables: desde menos de un milímetro (en arenas finas, por ejemplo)
hasta varios metros (en rocas como las calizas). En los conductos de la zona
no saturada, además de tierra y seres vivos, puede haber gases y agua, pero –
y esto es lo importante- el agua no ocupa todos los huecos. En los conductos
de la zona saturada, por el contrario, el agua ocupa todos los huecos. El límite
superior de la zona saturada es lo que se denomina “nivel freático” ó nivel del
agua subterránea. Dicho nivel puede ascender como consecuencia de la
llegada de agua procedente de la superficie terrestre, bien por infiltración
directa de la lluvia, bien por infiltración desde ríos. La descarga natural de los
acuíferos tiene lugar cuando el nivel freático corta la superficie terrestre, dando
lugar a manantiales, que desaguan en ríos o lagos, como sucede en Ruidera.
Este proceso hace descender el nivel freático de forma natural, pero son las
extracciones humanas, mediante pozos, para bebida y, principalmente, para
regadío, las que provocan los mayores descensos en el nivel del agua
subterránea.
¿Cómo se mueve el agua en los acuíferos? Generalmente, lo hace por
gravedad. Es decir, se mueve desde las zonas más altas a las más bajas
(Figura 4). ¿Y a qué velocidad lo hace? Eso ya no es tan fácil de responder,
pues depende de las características geológicas de los materiales del acuífero y
del
tamaño
de
los
conductos
(Fetter,
2001).
Así,
en
acuíferos
predominantemente calizos como el del Campo de Montiel, que suelen tener
conductos de mayor diámetro, la velocidad de movimiento horizontal del agua
es de unos 25 a 30 metros por día (Montero, 2000), mientras que en los
acuíferos mixtos (sedimentarios y calizos), como el de la Llanura Manchega, se
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hace mucho más lenta, del orden de medio metro por día, según se deduce de
los datos de la tesis doctoral de García Rodríguez (1996).
En el territorio que nos interesa tenemos, como ya sabemos, dos acuíferos
(Figura 1) cuya zona de contacto tiene lugar a lo largo de la línea imaginaria
que discurre aproximadamente desde Manzanares, en Ciudad Real, a Munera,
en Albacete, pasando justo por la presa de Peñarroya (Figura 5), en las
cercanías de Argamasilla de Alba.
¿Cuáles son las características principales de esos acuíferos? El acuífero del
Campo de Montiel cubre una superficie de unos 2.500 km2, está formado por
una sola capa de espesor variable según las zonas (50-300 metros; Montero,
2000), aposentada en materiales calizos del Jurásico (hace unos 200 millones
de años). Este acuífero se recarga con agua de lluvia y se descarga hacia las
lagunas y
los ríos a través de manantiales y por la exportación hacia los
acuíferos vecinos, así como por extracciones del ser humano para riego y agua
potable. El movimiento preferente del agua va de SE a NW (Figura 6), es decir,
desde Villanueva de la Fuente a Peñarroya para entendernos.
El otro acuífero es más complejo porque no consta de una única capa, sino de
tres. La capa superior del acuífero de la Llanura Manchega está constituida por
un tramo de calizas y margas del Mioceno superior (hace unos 10 a 5,3
millones de años) y por los niveles detríticos del Pliocuaternario y Cuaternario
(desde hace 5,3 millones de años hasta la actualidad); tiene una extensión de
unos 5.000 km2 y se prolonga hasta el límite norte del acuífero del Campo de
Montiel (Figura 6); su espesor puede alcanzar los 120 metros en el centro de
la llanura manchega (López Geta et al., 1989) y el movimiento principal del
agua ha discurrido hasta muy recientemente desde el NE al SW, es decir,
desde la zona de Alcázar de San Juan hacia Las Tablas de Daimiel. La capa
intermedia, del Mioceno inferior (23,5 a 10 millones de años de antigüedad), es
detrítica, y está formada por margas y yesos arcillo-arenosos; dado el carácter
semipermeable de sus materiales, funciona aislando la capa superior de la
inferior. Ésta última es la continuación del acuífero del Campo de Montiel
13
(Figura 7) y tiene una constitución geológica y edad similares; su espesor varía
entre 120 y 180 metros.
La capa superior del acuífero de la Llanura Manchega se recarga por agua de
lluvia y por la infiltración del agua de los ríos o canales artificiales que discurren
por ella, incluyendo el cauce artificial que va desde Peñarroya hasta el río
Záncara; su descarga actual tiene lugar únicamente por las extracciones del
riego; antiguamente, descargaba en los Ojos del Guadiana y en innumerables
“ojillos” a lo largo del Záncara y el Gigüela, recargándose también por
infiltración de las aguas estancadas que formaban los humedales de todos
esos ríos. La capa intermedia es, como hemos dicho, poco permeable. La capa
inferior recibe el agua procedente del Campo de Montiel a lo largo de toda su
zona de contacto, a razón de unos 50 hm3 por año, aunque las cifras varíen
dependiendo del estado de carga del acuífero montieleño (de la Hera, 1993).
Los intercambios de agua entre las capas superior e inferior del acuífero
manchego eran raros hasta hace poco, aunque estén aumentando en los
últimos años, debido a que los pozos cada vez se hacen más profundos y
llegan en algunas zonas hasta la capa inferior, poniendo en contacto ambas
capas.
Con toda esta información científica ya podemos describir sin ninguna duda el
verdadero origen del Guadiana. Allá vamos.
La red hidrográfica del río Pinilla forma las lagunas de Ruidera con el agua que
sale a la superficie del acuífero del Campo de Montiel. El agua del acuífero que
no emerge a la superficie pasa a la capa inferior del acuífero de la Llanura
Manchega, pero jamás ha aparecido por los Ojos del Guadiana. Aguas abajo
de las lagunas de Ruidera, el agua se represa desde 1959 en el embalse de
Peñarroya. Antes de esa fecha, el agua fluvial salía hacia el norte y encharcaba
una zona de tamaño variable entre Peñarroya y el Záncara, formando un
humedal del que el agua salía por evaporación, infiltración hacia el acuífero de
la Llanura Manchega e incluso, si había mucha agua, llegaba al Záncara.
Después de 1959, ese fenómeno ha sucedido menos veces, no sólo por la
existencia de la
presa, sino porque la puesta en marcha de la Ley de
14
Saneamiento y Colonización de 1956 desecó esos humedales, ahondando el
canal artificial preexistente e impidiendo el encharcamiento. Las aguas que se
infiltraban en toda la llanura manchega, tanto en los humedales como a lo largo
de los cauces fluviales del Záncara y el Gigüela, llegaban a la capa superior del
acuífero de la Llanura Manchega y discurrían en dirección NE-SW, manando
en los Ojos del Guadiana y en multitud de pequeños manantiales u “ojillos” de
las partes de menor altitud de la planicie, que serían el origen del verdadero
Guadiana. Por lo tanto, y de acuerdo con Juan de Villanueva, se trata de dos
ríos diferentes: el Pinilla, que -cuando sale de Peñarroya- se infiltra en la
llanura Manchega, y el Guadiana, que nacía en los Ojos.
¿Hay más ríos como el Pinilla en el mundo? Sí, el Okavango en Botsuana
(África) ó el Tarim en el noroeste de China, por ejemplo, aunque el montieleño
sea de caudales infinitamente más modestos.
¿Y cómo explicar la velocidad del movimiento del agua subterránea, medida
por Hernández-Pacheco y sus huestes entre Venta Quesada y los Ojos del
Guadiana, y que es desmesurada en comparación con lo que ocurre en la
mayoría de los acuíferos? Ya sabemos que su colorante se movió por la zona
superior del acuífero de la Llanura Manchega porque nos lo dijo él. Ahora bien,
sus enormes valores de la velocidad del agua subterránea teñida con
fluoresceína se debieron al hecho de que entre Venta Quesada y los Ojos
discurre un cauce fluvial por la superficie, de este a oeste, llamado la cañada
de Madara ó del Lencero, el cual facilita un flujo subterráneo más rápido, al
estar formado por unos materiales geológicos a base de gravas y arenas, a
través de los cuales el agua se mueve con mayor velocidad.
Hemos mencionado ya dos acciones que han perjudicado a nuestros
Guadianas: la sobreexplotación del acuífero y la desecación de los humedales.
La primera es más conocida y casi todo el mundo manchego está de acuerdo
en ella, aunque no en cómo revertirla ó en si es necesario hacerlo. La Ley de
Saneamiento y Colonización de 1956, por su parte, perseguía dos objetivos:
ganar tierras para el cultivo y sanear zonas donde el paludismo era endémico.
Los resultados fueron agridulces; el paludismo desapareció, cierto, pero las
15
nuevas tierras no siempre resultaron tan productivas como se esperaba y, a la
postre, fueron abandonadas. Ahora bien, la desecación acabó con una
extensión imprecisa de humedales, entre 150 y 250 km2 (Heras et al., 1971),
incluyendo numerosas tablas en los ríos Záncara, Gigüela, Guadiana, en la
acequia que iba de Peñarroya al Záncara y en las propias Tablas de Daimiel
(Figuras 8 y 9); la sobreexplotación terminó de rematarlos. La Mancha perdió
una cantidad extraordinariamente alta de su patrimonio natural como
consecuencia de acciones, parte de las cuales ya habían sido sospechadas por
Don Eduardo Hernández-Pacheco en 1932. Ahora mismo sólo quedan unos 20
km2 de humedales, ubicados únicamente en Las Tablas de Daimiel y en las
lagunas de Ruidera, los cuales se hallan también amenazados por la falta de
agua y, fenómeno más moderno, por la contaminación.
POR DELANTE
A pesar de la queja tan oída de que “todos los políticos van a lo suyo”, la
realidad es que los políticos hacen lo que quiere la mayoría de los ciudadanos
porque, si no, no vuelven a ser elegidos. ¿Y qué quiere la sociedad de CastillaLa Mancha para los ríos, humedales y acuíferos del Alto Guadiana? Pues... no
sabe/no contesta. Entretanto y, por si fuera poco, con la ayuda de un cambio
climático que nos traerá menos agua (de Castro et al., 2005; Iglesias et al.,
2005), estos ambientes van deteriorándose cada vez más (Figura 10) y
desapareciendo poco a poco.
Con oscilaciones, claro, el espesor de la zona saturada en agua del acuífero de
la Llanura Manchega ha ido descendiendo a una velocidad media de 90 cms
por año (Mejías, 2004). Eso supone unas pérdidas hídricas anuales de unos
117 hm3. Si se quiere que el agua vuelva a manar por los Ojos del Guadiana, el
acuífero tendrá que recargarse con más de lo que se descarga hasta recuperar
todo lo que ha perdido desde hace treinta años.
-¿Lo veremos Vd. y yo?- es la pregunta del millón.
16
-Depende- es la respuesta obvia.
-¿Depende de qué?
-Depende de que la recarga de la capa superior del acuífero manchego por la
lluvia y por las entradas superficiales desde el Campo de Montiel supere a la
descarga para riego, y de que eso ocurra durante muchos años.
-¿Cuántos?
-Otra vez... depende.
-¿De qué?
-De dos cosas: 1ª) la cantidad de la recarga neta anual del acuífero, es decir, la
diferencia positiva entre recarga y descargas; y 2ª) la duración de esa recarga,
es decir, que eso ocurra durante muchos años seguidos. Una cuenta sencillita:
con una recarga neta anual de 100 hm3 harían falta unos 28 años para que
vuelva a manar el agua por los Ojos porque lo perdido por el acuífero desde
que comenzó la sobreexplotación asciende a unos 2800 hm3 desde 1980 a
2004, según Miguel Mejías (2004), geólogo del Instituto Geominero. Si dicha
recarga neta fuera de 50 hm3, haría falta el doble de años para ver agua
saliendo por los Ojos.
-¿Y ahora mismo cuánta es la recarga neta?
-Pues no está muy claro. Si la extensión y las cantidades para regadío se
controlan de verdad, cosa aún por ver, podría llegar a unos 50 hm3 en el mejor
de los años, teniendo en cuenta las variaciones de la lluvia. En esas
circunstancias, faltan 56 añitos para volver a ver el agua por los Ojos, eso sí,
con los ojos de nuestros hijos, sobrinos y nietos.
-Ya, ya, pero no han tenido Vds. en cuenta que ahora toda el agua del Tajo va
a ser para Castilla-La Mancha...
17
-Hombre... eso es un deseo recogido en el nuevo Estatuto de Autonomía de
Castilla-La Mancha; y los deseos a veces se cumplen y a veces, no. Además,
nadie ha hablado de recargar el acuífero manchego con agua del Tajo; sólo se
habla de agua para abastecimiento y regadío. Una nota positiva es que si
quieren inundarse de nuevo los antiguos humedales, la desecación es un
proceso reversible, sobre todo ahora que se han abandonado multitud de
tierras de cultivo; en cuanto hubiera agua limpia, volverían a llenarse esos
ecosistemas con animales y plantas.
Por lo tanto, recuperar los acuíferos y los humedales desaparecidos es una
tarea para toda la sociedad castellano-manchega, no sólo para los políticos, y
debe hacerse de manera “sostenida”, es decir, durante mucho tiempo. La
pregunta del trillón es: “¿le interesa a la sociedad?”.
Y EL VEREDICTO DE LOS ÁRBITROS DEL COMBATE ES...
1ª) Hay un río que nace de numerosos manantiales en el Campo de Montiel,
forma las lagunas de Ruidera, se dirige hacia el NW y, pasado el embalse de
Peñarroya, se infiltra paulatinamente en el suelo hasta desaparecer.
Antiguamente (hasta la década de 1960), a menudo formaba grandes
encharcamientos entre Peñarroya y el río Záncara, pero no había cauce fluvial
natural que lo conectara al río Záncara y sí una acequia artificial. Con las
desecaciones de humedales de esa década en toda la región manchega,
dichos encharcamientos desaparecieron y las aguas de Peñarroya, usadas
para riego o no, se infiltraban en el subsuelo de la llanura manchega. A ese río
podemos llamarlo como queramos, aunque –para no causar más confusiónvaldría la pena llamarlo “Pinilla”, que es su nombre aguas arriba de Ruidera, y
no “Guadiana alto” ó “Guadiana” a secas.
2ª) Hasta hace veinte años, había otro río que nacía en los manantiales
llamados “Ojos del Guadiana” y era alimentado por aguas de las descargas
18
subterráneas de la Llanura Manchega. Dichas descargas fluían lentamente con
orientación NE-SW y desaguaban mayoritariamente en esos manantiales y sus
alrededores, constituyendo luego, por encharcamiento, Las Tablas de Daimiel,
donde se unían con los aportes del río Gigüela. Ese otro río, desde los Ojos,
sería el “Guadiana” propiamente dicho. En la actualidad, podríamos considerar
que el verdadero Guadiana nace aguas abajo de Las Tablas de Daimiel, pues
los Ojos están secos desde 1986 debido al agotamiento del acuífero manchego
por el regadío desmesurado.
3ª) El río Pinilla está conectado con el acuífero del Campo de Montiel, cuya
agua se mueve bajo tierra en dirección SE-NW. El agua del acuífero de la
Mancha Occidental, que alimentaba los Ojos del Guadiana, se movía en
dirección NE-SW; hoy ya no lo hace, por la sobreexplotación debida al excesivo
regadío.
4ª) Nunca ha habido una conexión subterránea, formando un cauce definido
(como aseguraba Plinio el Viejo) o difusa (como suponía Eduardo HernándezPacheco) entre la zona de Ruidera, aguas abajo de Peñarroya, y los Ojos del
Guadiana. De haberla habido, el movimiento subterráneo de ese agua hubiera
debido discurrir de Este a Oeste, en contra de las direcciones que llevaban las
aguas de los dos acuíferos (véase la conclusión precedente).
5ª) Los dos acuíferos subterráneos de los que hemos hablado son muy
diferentes. El del Campo de Montiel consta de una sola capa. El de la Llanura
Manchega, de tres, con la intermedia comportándose como un estrato casi
impermeable. La conexión entre ambos acuíferos tiene lugar entre el de Montiel
y la capa más profunda del acuífero de la Llanura Manchega. Los intercambios
entre las capas del acuífero manchego son escasos, debido a la zona
impermeable que las separa, aunque ahora estén aumentando por efecto de
algunos regadíos que sacan agua de la capa profunda e infiltran el sobrante del
riego en la capa superficial. Esto ha empezado a ocurrir desde hace muy poco,
cuando el agotamiento de la capa superior ha inducido a algunos regantes a
pinchar en la inferior para proveerse de agua.
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6ª) La construcción de la presa de Peñarroya y la inyección de grandes
cantidades de cemento en su base no han “taponado” la conexión entre la zona
de Ruidera y la zona de los Ojos. En realidad, el acuífero del Campo de Montiel
tiene una amplia zona de contacto con el de la Llanura Manchega (la línea
imaginaria que va desde Manzanares en Ciudad Real hasta Munera en
Albacete) y, por tanto, no está limitado por lo que pudiera ocurrir en Peñarroya.
Además, la conexión subterránea entre acuíferos no conecta con la capa
superficial del acuífero de la Llanura Manchega, que es de la que manaban los
Ojos del Guadiana, sino con la más profunda.
7ª) La imagen literaria de un Guadiana que sale y se oculta es muy atractiva, y
seguirá en el habla de los españoles por mucha divulgación científica que se
haga. Ahora bien, si continúa la esquilmación de los acuíferos manchegos
como hasta ahora, aumentada por los efectos del cambio climático, es probable
que en pocos años ya no tengamos ningún río Guadiana del que hablar en La
Mancha.
8ª) La recuperación ambiental de los acuíferos, los ríos y los humedales del
Alto Guadiana llevará muy probablemente varias décadas: 28 años, en el caso
más favorable. Es una tarea de toda la sociedad y no sólo de los políticos. Y la
pregunta clave es: “¿le interesa a la sociedad?”.
Agradecimientos
Este artículo de divulgación se ha realizado dentro de proyectos de
investigación de la CICYT (ref. CGL-2006-2346/HID) y de la Junta de
Comunidades de Castilla-La Mancha (ref. PAI07-0013-3361), y nos es muy
grato el reconocerlo. Clara Blanco Temprano y Rosa Franco Garrido,
bibliotecarias del Centro de Ciencias Medioambientales (CSIC), han sido
esenciales para encontrar parte de la bibliografía usada en el mismo. Rosa
Franco también y Juan Carlos Rodríguez Murillo, investigador del mismo
instituto, nos han proporcionado distintos “incunables” de la Enciclopedia
20
Álvarez. Carmen Rojo, de la Universidad de Valencia, ha leído atentamente el
manuscrito y sugerido varias mejoras. Mariano Velasco Lezcano, estudioso
incansable de La Mancha y su entorno a la vez que alcazareño de pro, nos
facilitó varias de las fotografías que ilustran este artículo. Otros manchegos,
con su perplejidad de largo alcance, nos incitaron a escribir el presente ensayo
de divulgación. Nosotros, por nuestra parte, nos atrevemos a pedirles a todos
los manchegos que valoren y conserven su patrimonio natural y cultural
bastante más de lo que lo han hecho hasta ahora.
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24
Tabla 1. Algunas frases que incluyen la extraña costumbre aparente del río
Guadiana de aparecer y desaparecer. Se han extraído de la prensa y de
Internet.
“Mi saldo [del teléfono móvil] desapareció como el Guadiana”
“Las teorías son como Guadianas”
EL GUADIANA DE LA RUMBA CATALANA [un titular de prensa]
Alcocer [un político andaluz] dice que la promesa de un Metro para Dos
Hermanas "es como el Guadiana, que aparece y desaparece"
“Es una iniciativa [“Trusted Computing”] que aparece y desaparece, como el
Guadiana, tanto en la blogosfera como en algunos medios de comunicación”
“Este periódico universitario [El Pelícano] la verdad que es malo, pero es como
ese famoso río llamado Guadiana, lo mismo te lo envían a la facultad que te
tiras seis meses sin recibirlo” [no sabemos si se refiere al río o al periódico,
pero el universitario enfadado no lo aclara]
“Tengo un novio italiano que es como el Guadiana: aparece y desaparece”
“Un escándalo [Gescartera] que, como el Guadiana, aparece y desaparece por
el horizonte político amenazando con grave riesgo de inundación”
“La Ley de Dependencia permitirá que las mujeres no sean como el Guadiana,
que desaparecen de la vida laboral por atender a hijos o a parientes
dependientes”
“Lo de Mario Conde y Banesto es como lo del Guadiana: aparece y desaparece
cada cierto tiempo”
“El Mundo [el periódico] és com el Guadiana, amb articles que desapareixen i
tornen a aparèixer”
“Nuestro catolicismo fue combativo, de lucha, y nuestras guerras fueron
esencialmente católicas, de religión. Si esa corriente auténticamente española
sufre un Guadiana de varios siglos, es para reaparecer en el de nuestras
mayores calamidades”
“No sólo los adolescentes creen estrenar el mundo cuando salen del hogar
familiar; ese generalizado malentendido adánico también fluye como el
Guadiana -unas veces sumergido y otras aflorado-“
“Los Verdes son como el Guadiana, solo salen cuando llegan las elecciones; es
lo más próximo al ejército de Pancho Villa”
25
“En cuanto a Pepe Bono, el gutural de la Mancha, aparece y desaparece, como
el Guadiana, según soplen los vientos”
“Como el Guadiana, las organizaciones [anarquistas] surgen o desaparecen
dependiendo de muy diversas y múltiples circunstancias”
“Esta [cajera] es chiquitita, pero simpatiquilla; la siesa es otra que está por
momentos; aparece y desaparece (como el Guadiana)... y no tiene sangre, sino
horchata”
26
LEYENDA DE LAS FIGURAS
Figura 1. Mapa del Alto Guadiana, donde luchan nuestros boxeadores.
Figura 2. El experimento con fluoresceína de Hernández-Pacheco en Venta
Quesada y el lugar en la actualidad. La fotografía superior procede del trabajo
de Hernández-Pacheco (1932); la inferior ha sido realizada por Santos Cirujano
en 2007. Venta Quesada estaba situada al lado de lo que hoy es la N-IV, a la
altura del desvío a Llanos del Caudillo.
Figura 3. Los Ojos del Guadiana en 1930 (fotografía de perteneciente al
Archivo Fotográfico del Museo Nacional de Ciencias Naturales, CSIC) y en
enero de 2007 (fotografías de Santos Cirujano). Obsérvese la presencia actual
de un enorme “pivot” para riego en lo que antiguamente era un inmenso
manantial.
Figura 4. Esquema de un acuífero, según Fetter (2001). Le hemos puesto muy
poca pendiente para que se parezca al de la Llanura Manchega.
Figura 5. La zona de Peñarroya, donde se aprecia la diferente geomorfología
entre los dos acuíferos. En primer término se ve la zona más septentrional del
Campo de Montiel, con sus calizas de la Era Secundaria y el matorral donde
domina la coscoja; en la parte superior de la imagen se ve la llanura manchega,
que es de la Era Terciaria, con cultivos en las zonas más llanas y restos de
encinares en las partes más altas. La fotografía se debe a Santos Cirujano.
Figura 6. Movimientos principales del agua en nuestros dos acuíferos a
mediados de la década de 1970, cuando aún no había comenzado su
sobreexplotación. El mapa del acuífero del Campo de Montiel se ha realizado a
partir de datos inéditos del Instituto Geológico y Minero para 1975, mientras
que el mapa de la Llanura Manchega se confeccionó con los datos de López
Geta et al. (1989) para 1976.
27
Figura 7. Esquema de las relaciones geológicas entre los acuíferos del Campo
de Montiel y de la Llanura Manchega, según López Geta et al. (1989).
Figura 8. Los humedales del Alto Guadiana asociados a los ríos, antes de que
gran parte de ellos fueran desecados gracias a la Ley de Saneamiento y
Colonización de 1956. La información procede de los trabajos de Juan de
Villanueva (1782), Heras et al. (1971), Basanta (1989) y de la cartografía de
1952 para la zona, realizada a la escala 1:50.000 por el Instituto Geográfico y
Catastral. 1: Lagunas de Ruidera; 2: vega de Argamasilla de Alba; 3: embalse
de Los Muleteros; 4: Tablas del Záncara; 5: lagunazos de la Acequia del
Guadiana y del Zánzara; 6: lagunas Grande y Chica de Villafranca y vegas
inundadas de Quero-Villafranca de los Caballeros; 7: laguna de El Taray y
vegas inundadas de los ríos Riánsares y Gigüela en Quero; 8: Junta de los ríos
Záncara y Gigüela; 9: Tablas de Villarta y Arenas de San Juan; 10: Tablas de
Villarrubia de los Ojos; 11: Tablas de Daimiel; 12: Flor de Ribera y Tablas de
Torralba de Calatrava; 13: Tablas del Guadiana;
Figura 9. Algunos humedales desecados en el Alto Guadiana por la acción
combinada de la Ley de 1956 y la sobreexplotación del acuífero manchego.
Imagen superior: Junta de los ríos Záncara y Gigüela en enero de 2007
(fotografía de Santos Cirujano). Imágenes media e inferior: vega del río
Záncara en 1969 (con agua) y en 1991 (desecada) (fotografías de Mariano
Velasco).
Figura 10. Las Tablas de Daimiel en la actualidad. La imagen superior muestra
el aspecto del río Gigüela a la entrada del Parque Nacional en agosto de 2005,
con las carpas muertas como testimonio de la escasez y mala calidad del agua.
La imagen central ilustra el regadío del viñedo en el límite administrativo del
Parque Nacional (zona de protección ambiental) en junio de 2005. La fotografía
inferior es un ejemplo de cómo la falta de agua afecta al humedal en diciembre
de 2006. Fotografías de Santos Cirujano.
28
Figura 1
29
Figura 2.1
30
Figura 2.2
31
Figura 3.1
32
Figura 3.2
33
Figura 3.3
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Figura 4
35
Figura 5
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Figura 6
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Figura 7
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Figura 8
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Figura 9.1
40
Figura 9.2
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Figura 9.3
42
Figura 10.1
43
Figura 10.2
44
Figura 10.3
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