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Ad astra per aspera
Daniel García
Autoridades
Fundación La Capital
Presidente
Daniel Eduardo Vila
Consejo Honorario y Académico
Antonio Francisco Cafiero
Vicente Gastón Mutti
Julio Aurelio
Julio Donato Bárbaro
Oscar Lamberto
Sergio Berensztein
Aldo Ferrer
Marta Oyhanarte
Diego Giuliano
Dario G. Barriera
Roberto Cachanosky
Enrique Zuleta Puceiro
Alicia Inés Castagna
Gerardo Ramón Strada Saenz
Javier Etcheverry Boneo
Rodolfo Díaz
Iván Cullen
Roberto Igarza
José María Ghio
Vicepresidente
Don Orlando Vignatti
Tesorero
CPN Sergio Ceroi
Vocales
Ing. Alfredo Vila
Dr. José Luis Manzano
Don Francisco de Narváez
Dra. Bettina Bulgueroni
Agustín Vila
Secretario General
Dr. Leopoldo Moreau
Director Académico
Dr. José Luis Manzano
Directora Ejecutiva
Lic. Laura Bartolacci
Directora Área Académica
Lic. Carolina Pesuto
Director Área Cultural
Lic. Fernando Farina
Ad astra per aspera II, 2011
Acrílico sobre lienzo
26,5 x 38 cm
Diseño de catálogo
Georgina Ricci
Fernando Farina
Daniel García realiza su propia enciclopedia. Desde hace años, visita y
revisita la historia, recupera hechos, imágenes, desmenuza textos buscando significados y razones, analiza el sentido, reúne relatos, a la vez
que registra sus vivencias.
Como un investigador, haciendo una operación hermenéutica, no puede evitar reconocer aquellas cosas que lo contaminan todo. Preguntarse por los símbolos, tratar de descubrir cuáles son los poderes ocultos,
y de desentrañarlos.
Acaso de eso se trata –simplemente– su operación: de reunir imágenes
y pintarlas. De apoderarse de ellas, retratándolas.
Un retrato de otras imágenes, de la memoria.
Los retratos tienen cuotas de nostalgia y de dolor, mezcladas con deseos y creencias. Y en el acto, al pintar, las obras se constituyen partiendo de recuperaciones, que a través de capas sucesivas configuran una
nueva realidad que afecta por la perturbación que genera reconocer y
a la vez desconocer aspectos de aquello que nos muestra.
En esa figuración tan cercana pero que nos causa extrañeza, se construye un nuevo registro. Nunca una pintura de Daniel García es tranquilizadora. Algo es disfuncional. Su aporte no es contemplativo, ni de
aceptación. A través de interrogantes, de alteraciones y también de
evidencias, expone una fisura.
¿Por qué ahora retratar las estrellas? ¿Acaso se trata de un nuevo tiempo, de una posible utopía?
Curiosas pinturas prácticamente abstractas, que parecieran ilustrar el
título de la muestra: Ad astra per aspera, que puede traducirse como "a
las estrellas por el camino áspero" o "a través del esfuerzo, el triunfo”.
Sin embargo, el conjunto se completa con una Venus, retrato de una
Venus anatómica sacada del Museo de Historia de la Medicina de Cataluña.
Ad astra per aspera IV, 2011
Acrílico sobre lienzo
200 x 150 cm
Una imagen que conserva algo de muñeca pero que sufre los efectos
de las transformaciones a las que la somete el artista, quien acaso sólo
se siente un instrumento que busca mostrar, casi obscenamente, aquellas cosas que no suelen ser fáciles de percibir. Esa enfermedad persistente.
Entre las estrellas, las atracciones, los cuerpos, se desarrolla este nuevo
capítulo, de una obra cuya intensidad se mantiene a partir de que la
lectura es una invitación a dejarnos seducir por cierta belleza que esconde aspectos tan amorosos como siniestros.
Dibujo 1, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 5, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 2, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 6, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 3, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 7, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 4, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 8, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 9, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 10, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 11, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 12, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 23, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 24, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 16, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 17, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 18, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 19, 2011
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
10
11
Dibujo 25, 2012
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 26, 2012
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 27, 2012
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
Dibujo 28, 2012
Acrílico sobre papel
30,5 x 23 cm
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Gravedad 3, 2012
Acrílico y óleo pastel sobre lienzo
200 x 150 cm
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17
Páginas 20 - 21
Ad astra per aspera V, 2011
Acrílico sobre lienzo
15 x 40 cm
Ad astra per aspera VII, 2011
Acrílico sobre lienzo
30,5 x 39,7 cm
18
19
20
Ad astra per aspera VIII, 2011
Acrílico sobre lienzo
29,8 x 39 cm
Página izquierda
Ad astra per aspera XII, 2012
Acrílico sobre lienzo
200 x 150 cm
21
Stardust, 2012
Video, duración 2’ 54’’ en loop
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23
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Gravedad, 2012
Óleo y óleo pastel sobre lienzo
200 x 150 cm
25
Venus, 2012
Acrílico sobre lienzo
128 x 236 cm
26
27
Gravedad 2, 2012
Óleo y óleo pastel sobre lienzo
72 x 97 cm
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Vestigios de los tiempos
Gilda Di Crosta
Hablando con propiedad, el tiempo no existe (salvo el presente como límite), y
sin embargo es a eso a lo que estamos sometidos. Esa es nuestra condición. Nos
hallamos sometidos a lo que no existe. Tanto si se trata de la duración padecida
pasivamente –dolor físico, espera, pena, remordimiento, miedo–, como del tiempo
dirigido –orden, método, necesidades–, en ambos casos, aquello a la que nos rendimos no existe. Pero nuestro sometimiento sí existe. Estamos realmente atados
a irreales cadenas. El tiempo, irreal, tiñe todas las cosas y a nosotros mismos de
irrealidad.
Simone Weil, La gravedad y la gracia
El espacio y el tiempo originales están en el cielo. Ese cielo que es el umbral de lo infinito, donde el pensamiento experimenta la forma más radical del exilio.
Mirar el cielo nocturno, la bóveda estrellada libre de cualquier opacidad nubosa, es someternos a la interrogación de lo absoluto por el vértigo de la infinitud, a su irrepresentabilidad, a su inefabilidad, a su lejanía impalpable, a ese vacío desértico que es ajeno a
cualquier interrogación. Sólo nos queda quizá, como hacían los antiguos observadores,
ante la oscuridad destellante, conjeturar presagios o configurar metáforas míticas.
En el abandono de este contemplar, la mirada es el soporte apenas de que aún no hemos desaparecido, aunque quedemos abismados en nuestro tiempo existencial, en
nuestra finitud, en nuestra angustia de finitud.
La noche de la infancia convoca los visibles resplandores al juego de los hallazgos formales: tratado de la cercanía por la pasión miope del presente, en esa intensidad fuera
de tiempo.
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En la década de 1890, August Strindberg, quiso hacer un registro “íntimo” del cielo nocturno, no una reproducción mecánica. Expuso placas fotográficas a la intemperie sin
la mediación de la lente de una cámara fotográfica. La microoxidación y el depósito de
polvo dieron una serie de imágenes salpicadas de puntos de luz, que Strindberg creía
que eran las estrellas genuinamente captadas del cielo.
Estas celestografías strindbergianas producidas por la accidentalidad son el comienzo
de las indagaciones estelares de García, pasando también por las “noches estrelladas”
de Munch.
Las pinturas de Ad astra per aspera son una serie de planos estelares, de sus posiciones
en el cielo actual, en el de hace cien o quinientos años o las posiciones que tendrán dentro de cien o mil años.
Cuando miramos el cielo estrellado vemos el pasado. Los puntos incandescentes que
nos llegan a los ojos son estrellas muertas, son cuerpos que estallaron hace millones de
años. Esos puntos fulgurantes son a la vista la imagen de un tiempo en el que no estuvimos, una aparición ilusoria de lo visible, de lo que vemos. A su vez, el cielo nocturno
está habitado por estrellas, cuya luz verán otros dentro de millones de años, que son
invisibles a nuestra mirada.
Bóveda estelar que al explorarla, interrogamos al tiempo, a sus límites: una fantasmagoría que nos envuelve en nuestro estupor ante el infinito, una cartografía de nuestra
imposibilidad de fijar los ojos en el presente, no por incapacidad sino por lo que se sustrae a la mirada.
Estos cuadros se presentan cifrados en la zozobra de la mirada ante la imagen, en esa
ventana abierta a la presencia de lo que se fuga pero que nos comprende, nos atraviesa:
el tiempo. Si mirar el cielo estrellado nos devuelve la imagen de un pasado ya acontecido, mirar estas representaciones celestiales nos atrapa ante el vértigo del tiempo.
Vemos estrellas invisibles quizá del cielo real de nuestra mirada, estrellas sobrevivientes de los procesos de sometimiento de García a la ruina (raspar, lijar, borrar, las capas
de pinturas), una puesta a prueba, en estos cuadros particularmente, de lo que subsiste
de lo que ya eran ruinas: las estrellas que proceden del fondo de los tiempos.
Ad astra per aspera es el pasado que no cesa nunca de configurarse como imagen presente donde también se insinúa el futuro. Una pluralidad de tiempos en el resplandor
de la imagen, en el tratamiento de la tela, en la visibilidad de las estrellas: estremecimiento ante la paradójica percepción estelar, ante su presencia imaginaria.
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Estas imágenes de constelaciones nos remiten a nuestro origen y al origen mítico, nos
remiten a contemplar la noche antigua y a aquella otra espermática que nos será siempre invisible, en que fuimos concebidos. Nos remiten a ese verso de Lucrecio “Denique
cælesti sumus omnes semine oriundi” (“Todos venimos del semen del cielo”).
Noche antigua en la que Cronos empuñó con su mano derecha la hoz para cercenar los
genitales de Urano, su padre, que arrojados al mar, vagaron entre las olas, hasta que de
su espuma nació Venus. Urano no descendió más para juntarse con Gea y se quedó lejos, arriba, convirtiéndose en la lejanía castrada.
La Venus de García, ese cuerpo femenino de maniquí ceroso, vaciado en el lugar de la
fecundación, de la gestación, de los intestinos, en el centro de gravedad, es quizá aquella que el Marqués de Sade hubiera descripto en su Voyage d’Italie, en ese gran tour artístico.
Esta Venus recostada apaciblemente sobre el edredón blanco, con puntillas de bordados delicados, expuesta a mostrar el hueco sanguinolento en su vientre, el collar de
perlas y los pechos turgentes ­–indicios de feminidad–, la suspensión del tiempo: Eros y
Tanatos tensionados en una representación surgida de las constelaciones de Ad astra
per aspera. Es quizá la imagen de lo que nace de la castración del Cielo: la sensualidad
inscripta en la anatomía desventrada de un cuerpo casi sadeano.
El interior desgarrado del vientre es el reverso de la bóveda astrosa, espermática, preexistente a nuestro origen. Vientre-bóveda inmemorial que en un tiempo hemos habitado, lugar invisible de nuestro comienzo grávido.
Lo incesante del tiempo, de los movimientos siderales, de lo invisible, de la fuerza ilusoria que nos empuja a sostenernos en la afición del espacio, se continúa en trazos caprichosos, pueriles, aleatorios, rarefaciendo la tela en la variación –o el desvarío– de Gravedad. Otras son estas cartografías: celestografías de trazos orbitales desorbitados del
hervidero gravitacional del mundo.
Ante las “gravedades”, la mirada es atraída al devenir de esta locura: la pasión de la pintura de “consagrarse al descubrimiento de lo que no puede aparecer, a la alétheia de lo
que no pudo ser visto” (Pascal Quignard).
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