Patrimonio y paisajes del litoral

Transcripción

Patrimonio y paisajes del litoral
 PÉRON, Françoise: “Patrimonio y paisajes del litoral”, Itsas
Memoria. Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, 6,
Untzi Museoa-Museo Naval, Donostia-San Sebastián, 2009, pp. 3340.
Patrimonio y paisajes del litoral*
Françoise Péron
Université de Bretagne Occidentale, Brest, France
El valor patrimonial de los paisajes litorales es un tema extremadamente delicado de abordar. Todos
comprendemos intuitivamente que es un tema capital en la demanda social contemporánea relativa
al litoral, pero ¿cómo definirlo y cómo tratarlo?
Las dimensiones culturales, sociales y económicas, generalmente integradas en el término “patrimonio marítimo” marcan cada vez más los espacios costeros. Contribuyen a dar sentido a estos territorios de interfaz tierra-mar, actualmente en reconversión, confiriéndoles una nueva riqueza vinculada a las emociones, la memoria y la satisfacción estética que las herencias marítimas (procedentes de
las actividades pasadas) suscitan en los que viven hoy día al borde del mar y, de un modo más amplio,
en los que residen de un modo intermitente con creciente regularidad y asiduidad.
Hay que partir de una constatación, los espacios litorales de los países más ricos del planeta, entre
los que se encuentra Francia, nunca han sido más visitados, más buscados, más masivamente representados a través de fotos, postales, películas... y magnificados en las disertaciones (y en los artículos
de las revistas dirigidas al gran público) como en este comienzo del siglo XXI. Pero, el origen de este
fenómeno viene de lejos.
Desde la aparición del turismo, primero según el modelo aristocrático británico (en los años
1830), después siguiendo un modelo burgués gracias a la conexión con los litorales llevada a cabo
por el ferrocarril a partir de los años 1850 y, por último, según un modelo popular y democrático que
se impondrá un siglo después con la generalización de las vacaciones pagadas, la difusión del automóvil y la ampliación del tiempo para el ocio, la utilización no productiva de los litorales, inventada
por una sociedad urbana en expansión, han modelado las representaciones de estos espacios y definido una gama de satisfacciones contemplativas vinculadas a la idea del “paisaje litoral”.
Fue sobre todo hacia los años 1880-1914 cuando se establecieron nuevas formas de mirar; nuestra visión actual de la costa francesa, en especial la del Ponant, es deudora esencialmente de la construcción paisajística que los descubridores de la costa, sobre todo los pintores impresionistas, forjaron
hace un siglo.
Pero los espacios poseedores de estos paisajes sufren brutales mutaciones funcionales. Las transformaciones que de ellas resultan son percibidas como heridas y ataques al “paisaje litoral” por la
gente que acude a ellos para pasear, recuperar fuerzas y distraerse; sienten esos cambios como desfiguraciones del paisaje, como amenazas para el medio ambiente y para la naturaleza litoral, confundiendo por otro lado paisaje y medio ambiente, satisfacción de orden cultural y orden natural de
las cosas. De este modo, surgen movimientos de defensa del litoral, cuyos activistas afirman que al
defender la naturaleza defienden el paisaje o viceversa, que al defender el paisaje defienden la naturaleza. El paisaje se erige así en patrimonio que hay que transmitir a las futuras generaciones.
El proyecto de conservación/protección/restauración queda a la vez enunciado y justificado. Se
apoya ya sea en argumentos de orden natural, como que es necesaria la protección para mantener
la biodiversidad litoral y la variedad de los medios físicos de las zonas costeras (dunas, marismas, lenguas de arena…), o bien en argumentos de orden cultural, como hay que transmitir también los puntos de referencia simbólicos y las herencias históricas que han estructurado en el pasado las sociedades y las regiones litorales (el faro, el viejo muelle, el barco de vela...) para tener, a través de su
conservación, la posibilidad de reproducir gestos antiguos. Se trata pues de transmitir una cultura a
través de un paisaje.
* Nota del editor: El trabajo que aquí se presenta es una versión traducida (y levemente modificada por su autora) del artículo que con el
título “Patrimoine et paysages du littoral” se publicó en el nº 12 de Drassana: Revista del Museu Marítim, 2004, pp. 58-73.
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Ya se examine el tema de la protección y la gestión de los litorales desde un punto de vista natural o
desde un punto de vista cultural, en ambos casos aparecen las nociones de “paisaje litoral” y de “patrimonio marítimo” en relación con un territorio cuya identidad deseamos, más o menos conscientemente, conservar. Identidad de un territorio, especificación de aquellos que lo habitan, deseo de descubrir la
alteridad de aquellos exteriores a él y, quizás, deseos de identificarse con las personas y los lugares. El
tema “patrimonio y paisajes del litoral” puede parecer demasiado vasto o demasiado ambiguo para ser
abordado de lleno, pero no por ello deja de abarcar importantes implicaciones. Las implicaciones sociales se expresan en términos de rivalidad de grupos competidores (¿a quién pertenece el paisaje?); las
implicaciones estratégicas y geográficas en términos de renovación de la imagen de cada zona costera
y reorganización de los territorios; las implicaciones económicas en términos de revalorización de los
“yacimientos” culturales y turísticos no “deslocalizables” en el marco de la globalización.
Los párrafos que siguen están dedicados, en primer lugar, a aclarar los términos empleados, sobre
todo el de paisaje, a recordar cómo se han construido los paisajes litorales tal y como los vemos hoy
día y por qué se consideran tan importantes en el marco de la sociedad occidental, es decir, ¿a qué
expectativas responden? Por último, nos preguntaremos por el complejo tema de la elección de los
modelos para orientar la gestión de estos “espacios-paisajes”.
¿QUÉ ES UN PAISAJE LITORAL Y MARÍTIMO?
¿A qué nos referimos cuando utilizamos los términos “paisaje(s) del litoral?
Si bien es difícil dar una definición, sí es fácil aportar imágenes. Si tomamos por ejemplo a un
habitante de clase media de una ciudad que vive a finales del siglo XX y frecuenta las costas del
Ponant francés, nos bastaría con enunciar estas palabras para hacerle evocar imágenes, la mayoría
agradables. Si dejamos transcurrir un tiempo para que puedan formarse, veríamos que son relativamente sencillas y que se pueden clasificar en algunas familias principales: acantilados batidos por las
olas y vuelos de pájaros marinos, brezales destacando sobre un fondo de mar azul, pequeño puerto
pesquero asomando entre los árboles desde lo alto de una carretera que nos llevará hasta él y el mar
centelleando, barcos pesqueros varados en la orla dorada de una playa encerrada en un arco rocoso
que subraya su fragilidad, llegada a puerto de la flota de barcos de vivos colores, faro con un hermoso aspecto geométrico izándose a la luz... En otros lugares y otras épocas hubieran sido muy diferentes y quizás no estarían organizadas en “paisaje” si nos remontáramos a una época anterior al
Renacimiento, las fuentes pictóricas y literarias así lo demuestran.
Estas observaciones nos invitan a ser prudentes en lo relativo a la noción de paisajes del litoral. No
obstante, insistiremos en algunas ideas que nos parecen esenciales para comprender el modo en que
nuestra sociedad se representa y valora lo que considera como “paisajes litorales” que hay que proteger.
- Un paisaje es lo que se ve y lo que sugiere eso que se ve. Al recoger los términos utilizados por
el historiador Alain Corbin en el epílogo de su obra, Le territoire du vide. L’Occident et le désir de
rivage (1750-1840), publicado en 1988, recordaremos que “el paisaje es lo que se ve y lo que sugiere eso que se ve”. El paisaje es siempre una relación entre un sujeto y un objeto y esa relación tiene
un sentido doble. El paisaje no es por tanto un dato físico, exterior al sujeto que lo mira. La visión paisajística varía de un sujeto a otro. No hay una estructura antropológica de lo imaginario paisajístico
construido de una vez para siempre. El paisaje suscita en el sujeto imágenes que proceden tanto de
lo que mira conscientemente como de su inconsciente, que informa a su mirada y se sumerge en su
ser. La mirada en dirección a un paisaje se apoya en símbolos a los que reacciona la sensibilidad del
sujeto que a su vez construirá lo que llamamos “el paisaje”. Se trata de operaciones complejas pero
que se efectúan en función de mecanismos datables.
- La noción de paisaje es relativamente reciente en la historia de la sociedad occidental1. A
pesar de los pintores precursores, como el sienés Ambrogio Lorenzetti (castillo a orillas de un lago
1. Entre las obras que tratan de la noción de paisaje, nos hemos basado sobre todo en:
BERQUE, A. (1995): Les raisons du paysage, Éditions Hazan.
BERQUE, A., CONAN, M., DONADIEU, P., LASSUS, B., ROGER, A. (1994): Cinq propositions pour une théorie du paysage, Pays/Paysages,
Champ Vallon.
BÉGUIN, F. (1995): Le paysage, Dominos Flammarion.
CAUQUELIN, A. (1989): L’invention du paysage, Plon.
ROGER, A. (1997): Court traité du paysage, Éditions Gallimard.
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reproducido en la obra de Alain Roger, Court traité du paysage) en el siglo XIV, fue en Flandes donde se inventó la palabra landschaft y apareció el paisaje en la pintura. Por ejemplo, en los cuadros
de interiores de Jan Van Eyck, aparece generalmente representado un personaje en primer plano
pero hay una ventana abierta a un paisaje que, al constituir el fondo del cuadro, se trata como tal.
Esta invención del paisaje a partir de elementos enmarcados y ordenados por la mirada del hombre supone una nueva relación con el mundo, una separación con respecto a la realidad terrenal y
una construcción estética y artística para organizar los elementos constitutivos del medio geográfico y permitir la contemplación. Antes del siglo XV, se hablaba de “buen país” en lugar de “hermoso paisaje”.
Los primeros paisajes litorales y marítimos se pintaron en Scheveningen, a comienzos del siglo
XVII. Representan a burgueses holandeses de La Haya paseando el domingo por la calzada que lleva
a la mar y aventurándose tímidamente en lo que se convertirá en playa. Para que nazca el paisaje, en
su acepción moderna, ha sido necesaria una nueva postura del hombre en el mundo (el hombre consiguiendo separarse de él para contemplarlo con otro objetivo que no sea alabar a Dios) y una creación artística que aporta un orden de lo que, a priori, no tiene sentido.
- El paisaje, tal y como lo acabamos de definir, no se puede reducir a un ecosistema ni a un geosistema. El paisaje no es un concepto científico y el análisis de un biotipo no logrará ningún avance
en la comprensión de un paisaje ya que sus determinantes son socioculturales. El paisaje nunca es
natural, es fundamentalmente subjetivo e ideal. Construido por la cultura, no reside por tanto en un
objeto material ni en el sujeto, sino que se sitúa en la interacción entre ambos (Roger, 1997). Los elementos en bruto, landa litoral, mar costera o muelles de puerto pesquero, sólo adquieren una existencia paisajística en función de una simbología colectiva que lo ha convertido en el emblema de una
cierta identidad.
- El paisaje litoral del ciudadano ordinario, tal y como está expresado hoy día a través de dibujos
espontáneos y respuestas a las encuestas realizadas in situ, en la costa de Bretaña, se compone en
dos terceras partes de mar y una tercera de tierra más bien elevada, pero variada. Una playa en primer plano que está dominada por una columna rocosa. Encontramos también un faro y una casita
que resumen el sueño del “hombre-habitante” y de la partida. Se añade a ello un barco y algunos
pájaros. Del conjunto se desprende una impresión de equilibrio hombre-naturaleza y la importancia
de los elementos fluidos y cambiantes, el agua, el cielo y una sensación de infinito2. Estas imágenes
no son anodinas. Si recordamos que en nuestra cultura los hermosos paisajes desempeñan el papel
de médium en el descubrimiento que hace el hombre de sí mismo a través del mundo, que abren al
individuo a otra dimensión diferente a la de sus preocupaciones materiales que le restringen a horizontes limitados, que le permiten descubrir las múltiples coordenadas de una situación a la vez
terrestre y cósmica (A. Roger, 1997), comprenderemos hasta qué punto la satisfacción paisajística
puede expresarse en toda su plenitud cuando se trata de un paisaje litoral abierto a la inmensidad
marina. Los escritores han sabido plasmar muy pronto en palabras esta experiencia esencial de la “no
dimensión” para aquel que, inmerso en el paisaje, tiene la suerte de sentirla. Honoré de Balzac en
Guérande, en 1830, cuando camina por una playa hace gala de una asombrosa intuición (y modernidad) al escribir “Marchábamos en silencio a lo largo de las playas… Creo descubrir las causas de las
armonías que nos rodean… Este paisaje que sólo tiene tres colores delimitados, el amarillo brillante
de la arena, el azul del cielo y el azul de la mar, es grande sin ser salvaje, es inmenso sin ser desierto,
es monótono sin ser pesado”3. Unos años después, recorriendo las playas más accidentadas de Belleîle, el joven Gustave Flaubert descubre el sentimiento profundo de la existencia, brotando de una
especie de iluminación cósmica, nacida del contacto de la naturaleza en unión entre cielo y mar4.
La noción de paisajes patrimoniales del litoral es por tanto una noción extremadamente rica y compleja. El análisis de la génesis y del éxito de la idea del paisaje litoral en la sociedad occidental, que resulta ser de hecho la presentación de los procesos de patrimonialización de esos paisajes desde hace ya
más de un siglo, permitirá comprender mejor hasta qué punto son importantes para los neo-urbanos
en que todos, en mayor o menor medida, nos hemos convertido en este comienzo del siglo XXI.
2. Encuestas realizadas por estudiantes de la UBO para su licenciatura de geografía, eje de investigación “sociedades litorales”, entre 1995
et 1999.
3. BALZAC, H.: Un drame au bord de mer, nouvelle, dans: Le chef d’oeuvre inconnu et autres nouvelles, Folio Gallimard, 1994. Balzac estuvo en Croisic en junio de 1830.
4. FLAUBERT, G.: Par les champs et par les grèves (crónica del vieja efectuado con Maxime du Camp a partir de mayo de 1847). Publicado
en 1989 con el título: Voyage en Bretagne, Éditions Complexe.
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LA CONSTRUCCIÓN DEL PAISAJE LITORAL
El paisaje litoral y marítimo nació en la época moderna en el marco de la afirmación del individuo que
se despega del mundo para observarlo, para experimentar y para obtener de ello placer y emoción.
Este cambio de las miradas que hace que, súbitamente, la mar y la costa sean “vistas”, en Francia tiene lugar más tardíamente que en Gran Bretaña y sobre todo que en los Países Bajos5.
- En efecto, hasta el punto de inflexión que constituye el período que va desde la segunda mitad
del siglo XVIII hasta las primeras décadas del XIX, la costa, las playas o las marismas no interesaban,
eran ignoradas, salvo por aquellos que trabajaban en ellas para obtener su sustento. No se paseaba
por ellas, nadie podía imaginar que frecuentar esas lejanas periferias que sólo desembocaban… en la
mar pudiera proporcionar alguna diversión. Para los que escribían o dibujaban, para la clase instruida de la época, la que forjaba opinión, la costa sólo era remarcable por las tres funciones que entonces soportaba y que se afirmaban al final del Antiguo Régimen: la función de producción (pesca y
salinas), la función de intercambio (pequeños puertos de cabotaje y sobre todo grandes puertos
comerciantes abiertos al Nuevo Mundo) y la función estratégica de esta frontera marina bien controlada ya por el Estado y situada en primera línea en las hostilidades entre grandes potencias; aunque
el rey Luis XV nunca vio la mar. En la época, en el litoral del Ponant, sólo dos elementos retenían la
atención de la clase alta de la nación. Por un lado, los grandes puertos, las fortificaciones y los arsenales constituyen paisajes por su belleza ligada a la impresión de orden y armoniosa grandiosidad
que de ellos se desprende. A través del paisaje portuario representado por medio de la pintura, el
grabado o la escritura (a resultas la mayoría de las veces de un encargo del Estado), es un homenaje
indirecto que se tributa al hombre de las Luces. Además, las islas del Oeste francés están abundantemente citadas en la literatura, aunque no estén (todavía) consideradas como objetos paisajísticos
sino como lugares de utopía. Por otro lado, la mirada a las costas mediterráneas se interesa sobre
todo por las ruinas dejadas por la historia antigua. El código de apreciación paisajística es exclusivamente antiguo. Desde este punto de vista, la obra publicada en 1788 por Dominique Vivant Denon6
es muy instructiva. Al leer las páginas que redactó durante su viaje a Sicilia, se comprende cómo un
hombre de su condición y cultura visita una isla mediterránea y “ve” entonces la costa. La búsqueda
de templos, la evocación de su belleza cuando estaban en pie, las alusiones constantes a los Griegos
y a Ulises… y comprendemos también hasta qué punto esa mirada paisajística es diferente a la nuestra. La diferencia de los registros con respecto a lo que nosotros veríamos en los mismos lugares, nos
permite tomar mayor consciencia de la subjetividad de nuestras miradas contemporáneas.
- El moderno descubrimiento de las costas del Ponant francés, en sus espacios escasamente
humanizados, tendrá lugar más tarde, a comienzos del siglo XIX, con la transformación de las sensibilidades que tiene lugar bajo influencia del Romanticismo y que pone de relieve en esta ocasión la
naturaleza costera y marítima en su dimensión “salvaje”. La construcción romántica de los paisajes
marítimos se deriva de un modelo que nos llega del norte de Europa e Inglaterra. El hombre sobre la
costa se mide a sí mismo, ante la naturaleza desenfrenada. Ésta le hace temer lo peor, ser engullido,
desaparecer. El paisaje es “horrible”, pero le aporta un terrible placer que le estremece en lo más profundo de su ser y le hace temblar de felicidad.
En Francia, la Bretaña marítima entra en la literatura con Chateaubriand. “La mar rompía debajo
de nosotros entre los arrecifes, con un ruido terrible”7. Páginas esenciales que construyen una imagen que Michelet en su libro “La mar”8 y después Hugo popularizarán ampliamente. Imagen del
individuo “frente” al paisaje, ante una naturaleza inmensa y terrible; en ella siente a la vez su pequeñez y el valor irremplazable de su existencia única.
Uno de nuestros estereotipos paisajísticos ya está fijado. El decorado está montado. La silueta
sobria y solitaria del poeta se destaca sobre un fondo de rocas temibles, de orlas de plateada espuma, de nubes arañando un cielo nocturno iluminado por la Luna, de costa sometida a las arremetidas de una mar embravecida...
Hay que señalar que la “invención de la montaña” tiene lugar al mismo tiempo. Ambos movimientos presentan un proceso similar. Son los habitantes de las ciudades los que, al construir un nue-
5. Cronología detallada del nacimiento de los usos de la playa, a través de la pintura, consultar el artículo de: KNAFOU, R. (2000): “Scènes
de plage dans la peinture hollandaise du XVIIème siècle: l’entrée de la plage dans l’espace des citadins”, Revista Mappemonde, n° 58.
6. VIVANT DENON, D. (1788): Voyage en Sicile, obra reeditada en 1993, Le promeneur, Gallimard.
7. CHATEAUBRIAND, F.-R. (1809): Les martyrs, Libros IX y X.
8. MICHELET, J.: La mer, obra escrita en 1860. Reedición 1983, Gallimard.
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vo medio de vida, la gran ciudad, han inventado paralelamente lo inverso a ésta, es decir la montaña y la costa. Este súbito capricho por estos dos espacios con reputación de difíciles también sorprende a los habitantes de estos lugares.
- Más tarde, la creación romántica del paisaje litoral se transformará notablemente por influencia de la conexión con las costas mediante el ferrocarril. Entre 1860 y 1914, se produce un extraordinario fenómeno de litoralización de las actividades (desarrollo de la pesca, fábricas conserveras, vigilancia en mar, balizamiento e iluminación de las costas...), acompañado de un espectacular
aumento demográfico de los municipios litorales y un desarrollo de puertos pesqueros, muchas
veces completamente nuevos. Nunca se había producido semejante ordenación de las costas hasta ese período. Los litorales se pueblan, se animan y utilizan (en el lado de tierra y en el lado de
mar) en casi toda su extensión. Todo un pueblo se dirige hacia las playas y costas marítimas en el
momento en que del mismo modo los primeros turistas procedentes del interior desembarcan en
las nuevas estaciones portuarias y balnearios litorales. Las costas serán frecuentadas y por tanto
vistas no sólo por la aristocracia, la gran burguesía o algunos curiosos, como ocurría hasta entonces, sino por toda una clase media ávida por descubrir estas tierras, esas costas y esa gente de mar,
tan poco conocidas todavía.
Y entre ellos, muchos artistas, escritores y pintores, a quienes turba y fascina lo que ven. Su mirada es nueva, la visión es a menudo alegre y clara. La fluidez del aire y del agua les incita a lo liviano.
Es lo imponderable que aún no ha sido plasmado lo que desean fijar los pintores en sus lienzos.
Caminan deslumbrados y colocan en el suelo un caballete que les permite atrapar al natural un paisaje inédito y una felicidad nueva, la de materializarlo. No excluyen de sus obras a los hombres, ni a
los barcos con sus velas ondeando al viento, ni las siluetas de mujeres con sus faldas hinchadas por la
tormenta que se anuncia. Se producirá por tanto un encuentro entre esos pintores que llegan a las
costas de Normandía, Bretaña, Provenza o Pirineos Orientales y lo que acontece. Los nombres de
esos artistas son conocidos, Eugène Boudin, Gustave Corot, Gustave Courbet, Claude Monet o
Edouard Manet. A esta lista de “pre-impresionistas” e “impresionistas”, podríamos añadir los “puntillistas” Paul Seurat, Paul Signac, los “fauvistas” Georges Braque y el joven Matisse, y otros muchos
como Raoul Dufy... Lo que cuenta para nosotros hoy día, es que se ha producido al mismo tiempo la
invención de un arte de luz y movilidad, la invención de una mirada y la invención de un paisaje, que
están claramente fechados y llegan como contrapunto a un mundo urbano y industrial que va
ganando mucho terreno hasta justo antes de la Primera Guerra Mundial.
El patrimonio litoral paisajístico, tal y como se presenta actualmente, a través de la lista de “hermosos parajes” enumerados por las guías turísticas, a través de la clasificación de espacios de costa
definidos como excepcionales por el Conservatorio del Litoral o a través de la señalización en los
mapas de puntos panorámicos desde los que se recomienda admirar el espectáculo costero, procede
de este primer inventario apasionado y espontáneo, construido a base de pequeños toques sucesivos
durante la segunda mitad del siglo XIX por un puñado de artistas y curiosos que se deleitaron con los
paisajes marinos y la pintoresca animación de los puertos pesqueros.
- Lo que se pretende conservar hoy día en la costa por motivos paisajísticos (denominados
medioambientales con la confusión arriba denunciada), reproduce a grandes rasgos el mapa de
lo que ha sido citado como bello, grandioso o interesante por los viajeros de hace más de cien
años, cuando recorrían como descubridores un litoral que fueron los primeros en inventariar desde la perspectiva de su propia concepción estética. Nuestra visión actual de los paisajes de las
costas del Ponant es esencialmente deudora del código de lectura que han dado de ellos. Estos
artistas, involuntariamente, gracias a la reproducción fotográfica y de rebote de las tarjetas postales, han educado y orientado la mirada de las generaciones sucesivas de individuos, a las que la
generalización del ocio, el automóvil y la mejora del nivel de vida llevan cada año en mayor número a las costas.
El reciente éxito obtenido por la emisión televisiva Thalassa, titulado “Aux couleurs de la mer” (los
colores de la mar) y la exposición del Museo d’Orsay que la completaba (en otoño de 1999), demuestra hasta qué punto nuestra mirada es heredera de la de los impresionistas. Son los paisajes que ellos
vieron los que queremos conservar, ya que los consideramos elementos heredados pero vivos, cuya
visita física y material es indispensable para nuestro desarrollo personal y el de nuestros hijos, y para
la transmisión de nuestra identidad colectiva actual. Cuando el gentío recorre los principales enclaves
costeros, cuando deambulan por la ciudad fortificada de Concarneau, cuando en familia o con los
amigos toman un sendero costero para caminar una jornada al borde de la mar, no se trata ya de un
descubrimiento sino de un peregrinaje colectivo o individual que les conduce a los orígenes o a
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encontrarse a sí mismos midiéndose ante un paisaje de mar embravecida, aunque conocido, señalizado y mil veces fotografiado por los demás y por uno mismo9.
Estos paisajes litorales están en la actualidad indiscutiblemente considerados como patrimoniales.
Las imágenes estereotipadas con que se representan al público, el faro, el muelle, la isla perdida, el
pequeño puerto pesquero con sus cestas para langostas, la barca quilla al sol, la casa del pescador, la
villa con las contraventanas cerradas... corresponden a la nostalgia que genera un mundo que está
desapareciendo y, a la vez, a la toma de conciencia de que nos son imprescindibles. Con respecto a
la sociedad actual, estos paisajes funcionan de un modo secundario y derivado respondiendo a las
aspiraciones de los individuos a los que apaciguan sus angustias.
En el contexto contemporáneo de movilidad, anonimato de los individuos y globalización de la
cultura, los paisajes litorales reivindicados como una herencia que hay que proteger y defender, responden a la profunda necesidad de anclaje de los individuos, cada vez en mayor número desprovistos de lazos estables y apego a un lugar. Todas las encuestas realizadas a personas que frecuentan
por ocio los caminos costeros, las dunas, los acantilados, los diques y muelles de los puertos pesqueros e incluso las playas, indican que muchas de esas personas (sobre todo en Bretaña) tienen una
gran fidelidad a los lugares en los que se encuentran y cuyo paisaje les gusta (al que consideran a
menudo el más hermoso de toda la costa)10. A través de esos paisajes, se trata también de recuperar
la ilusión de la existencia de las comunidades “auténticas”, “antiguas”, de los pescadores y los recogedores de algas que dan seguridad y en las que se sueña poderse integrar ficticiamente.
Presionados por la aceleración del tiempo que pasa, los individuos de hoy día necesitan paisajes
inmutables, paisajes de los límites que ofrecen aún (a su modo de ver) los litorales.
A partir de ahora, en el pensamiento, frente al mundo continental señalizado, normalizado, vigilado y cronometrado, y los espacios funcionales que lo constituyen, se opone el mundo del litoral y
de la mar que toma cada vez más el valor de un mundo alternativo, de otro mundo (que por otro
lado permite soportar el primero). En este universo más soñado que vivido, las comunidades son acogedoras, el lugar tiene un sentido y el espacio marino se muestra siempre en su dimensión metafórica de lo ilimitado.
De este modo, el “paisaje litoral”, tan buscado actualmente, se inscribe en la construcción más
amplia del patrimonio marítimo, tal y como se realiza en las costas de Europa Occidental desde hace
una veintena de años. Adquiere todo su valor como complemento de otros objetos patrimoniales que
nuestra sociedad ha necesitado crear igualmente para abrirse espacios de libertad, de respiro, de imaginario, los viejos veleros, la isla, el muelle antiguo, la fiesta marítima y los ritos que la acompañan...11
LAS AMBIGÜEDADES DE LA CONSERVACIÓN Y LA GESTIÓN DE LOS “ESPACIOS-PAISAJES”
Ahora bien, la distancia entre el sueño y la realidad aumenta irremediablemente. Los litorales de hoy
día son espacios de reconquista. Las recientes modificaciones en las formas de ocupación del suelo
son muchas veces brutales. El avance de la construcción, la ampliación de las carreteras litorales y
retro-litorales, el acondicionamiento de los senderos costeros con barreras protectoras, barandillas de
madera de estilo rústico, bajadas cómodamente accesibles y suelos estabilizados, árboles plantados
al borde de las propiedades, multiplicación de aparcamientos cerca de los lugares más frecuentados,
el abandono agrícola que provoca el aumento de terrenos baldíos, la proliferación (a pesar de la “ley
litoral”12) de las construcciones detrás de la línea de costa, el acondicionamiento de enclaves para
caravanas…, y tantas profundas modificaciones que se suman en el entorno costero, desconciertan
y decepcionan a los que acuden a buscar sueños, libertad y regresión en el tiempo. La percepción
paisajística heredada de los impresionistas sale malparada. En relación con las expectativas, aparece
la impresión de degradación.
9. PÉRON, F. (1995): “Fonctions sociales et dimensions subjectives du littoral”, Revista Études rurales, n° 133-134.
10. BRETON, E. (2000): Fréquentation, usages et représentations des espaces littoraux protégés de Bretagne (observations, analyses systémiques et propositions de gestion), Tesis doctoral, UBO, Brest.
11. PÉRON, F. –bajo la dirección de– (2002): Le patrimoine maritime, construire, transmettre, utiliser, symboliser les héritages maritimes
européens, Presses Universitaires de Rennes.
12. La “Ley litoral” del 3 de enero de 1986, titulada “Aménagement, protection et mise en valeur du littoral” fue votada por unanimidad
por los diputados y senadores franceses.
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Es en este contexto en el que se plantea el delicado tema de la protección, la conservación y la
gestión de los espacios litorales poseedores de esos paisajes patrimoniales. ¿Qué hay que hacer? Si el
paisaje litoral es archivo y memoria de un mundo que está desapareciendo, a la vez que soporte
material de valores estéticos y transcendentales contemporáneos, hay que conservar una parte de
esos paisajes, es evidente.
Podríamos discutir durante mucho tiempo sobre la insuficiencia de esta protección, la falta de
medios de los actores (el Conservatorio del Litoral y las Orillas Lacustres), la escasa voluntad de los
representantes de los entes territoriales locales (los Consejos Generales y las Municipalidades), pero,
aunque con cierta lentitud, va progresando la convicción de que es necesario proteger espacios
importantes de litorales poco construidos.
Desde nuestro punto de vista, la cuestión fundamental es saber qué paisajes queremos proteger,
transmitir y por tanto cuidar. El cuidado de un paisaje es un hecho cultural (Lügenbuhl, 1989)13. Se
deriva forzosamente de una opción arbitraria. Por lo tanto, de lo que hay que discutir hoy día es
sobre la naturaleza y la calidad de los modelos a seguir, sobre las épocas a las que harán referencia,
sobre los grupos sociales que consolidarán y sobre los tipos de percepción que transmitirán. Estamos
en plena dinámica patrimonial ya que, a fin de cuentas, en la multiplicidad y cantidad de herencias
que las sociedades del pasado legan a las sociedades del presente, son evidentemente los individuos
de cada época los que deciden qué se debe olvidar y qué mantener, en función de sus necesidades
inmediatas y sus aspiraciones para el futuro.
Así pues, no todas las respuestas están dadas. Pueden ser diferentes según la naturaleza de los lugares poseedores de “paisaje” y la época en la que han sido desvelados como paisaje. En el marco de una
sociedad democrática, las operaciones de patrimonialización paisajística sólo podrán ser resultado de
un compromiso entre un conocimiento histórico preciso (para que se pueda saber siempre cuál es exactamente el referente prioritario en la protección y la restauración) y la relación de fuerza instituida en un
momento dado por una pluralidad de usuarios con culturas e intereses divergentes.
Estos temas no son únicamente teóricos, sino que se plantean actualmente en todos los niveles
de la gestión de los espacios litorales.
Por ejemplo, en las pequeñas islas del Ponant, se plantea la cuestión de los terrenos baldíos. ¿Qué
significa combatir contra el terreno baldío cuando ha desaparecido prácticamente toda la actividad
agrícola? La respuesta será diferente según la edad, la cultura y la posición geográfica. Para los habitantes con mayor edad, la visión del terreno baldío es un recordatorio continuo del abandono económico, el desapego humano, el fin de la sociedad insular en sus bases locales. Para los recién llegados y
los turistas, el terreno baldío alimenta su visión de una isla “salvaje”, y para algunos científicos, el sueño de poder volver a biotopos que se desarrollarían sin la intervención humana. Para otros habitantes
más realistas, el terreno baldío no se considera un paisaje sino un medio de proteger “su espacio” de
la invasión de intrusos durante el verano, cuyo avance hacia el interior se verá forzosamente ralentizado por la vegetación arbustiva. En consecuencia, ¿hay que eliminar o no el terreno baldío?
En cualquier caso, este ejemplo demuestra que la cuestión de la artificialización de los paisajes se
plantea en todos los niveles. En la misma línea, algunas personas de Bretaña protestan por la plantación
de árboles en las zonas costeras. Para ellas, un paisaje litoral es forzosamente un paisaje abierto, azotado por el viento y en el que la introducción de árboles, sobre todo de especies vegetales exóticas, es una
herejía. Los árboles no pueden más que ocultar la vista panorámica de “la mar”. Esas personas se olvidan de que muchos paisajes litorales, tal y como los conocemos en la actualidad, se construyeron en los
años 1880-1900. Los paisajes marinos de la época fueron considerados a partir del modelo de paisaje
japonés, con el descubrimiento de las estampas de Hokusai y Hiroshighe. El escritor Gustave Geffroy,
cuando fue a Belle-île o a Ouessant, en los paisajes de la orilla del mar de esas dos islas encontró “naturalmente” los arabescos dorados de las olas y las rocas a contraluz que son esas del “modelo japonés”
que tenía en su mente14. Este modelo influirá también en gran medida en las pinturas de Henry Rivière
y Georges Lacombe, realizadas en las cercanías de Pont-Aven. La influencia del modelo japonés en los
paisajes de los pintores del litoral contribuirá, junto con el pino marítimo colocado en primer plano
sobre el lienzo, a hacer evolucionar el paisaje litoral bretón. ¿Hay que abandonar esta visión paisajística
13. LUGINBUHL, Y. (1989): Paysages, textes et représentations du paysage du siècle des Lumières à nos jours, La Manufacture.
14. GEFFROY, G. (1897): “Voyage à Ouessant”, Pays d’ouest, Biblioteca Charpentier, Reedición Séquences éditeur, 1999. GEFFROY, G.
(1886): “À Belle-île en mer, notes de voyage”, integrado en Pays d’ouest, Redición Séquences éditeur, 1996.
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Françoise Péron
de las costas que también marcó el archipiélago de Bréhat en un momento en el que los parisinos acomodados se hicieron construir asombrosas casas neogóticas o neorrenacentistas?
Desde un punto de vista más general, sabemos que los continentales desean “islas” que les den
la ilusión de que aún existen territorios, a la vez que antiguos, armoniosos y naturales, alejados del
resto del mundo, en los que puedan refugiarse (temporalmente). Aquí, el “esquema del nido” y del
“lugar” funciona plenamente en grupos sociales perturbados por la rapidez de las transformaciones
de los espacios continentales y en los que ya no tienen tiempo de construir territorios significativos y
propios15. Pero los espacios insulares están habitados y frecuentados por gente actual y la demanda
social de islas ha contribuido a acelerar la modernización de las conexiones entre isla y continente, en
tal medida que las islas son cada vez menos insulares. En estas condiciones, ¿cómo volver a insularizar las islas? ¿Cómo mantener su cualidad de isla? Para los no insulares, la isla, antes que una realidad material, es sobre todo un concepto. Actualmente, en la isla de Ré, se está construyendo progresivamente un paisaje patrimonial, influenciado por grupos sociales a los que podríamos clasificar,
para simplificar, como dominantes. El paisaje resultante es un paisaje en gran medida inventado
(para las necesidades de los que van a disfrutarlo) apoyado en una historia muy modificada, que
oculta la economía portuaria y la vida marítima pasadas, para sólo conservar la vida rural16.
PARA CONCLUIR, NOS PREGUNTAREMOS DE NUEVO
¿Existe hoy algún paisaje litoral o sólo quedan recuerdos de momentos históricos cuyos restos se deben
conservar a través de un paisaje palimpsesto? La respuesta será doble.
Afortunadamente, no sólo hay paisajes litorales patrimoniales heredados del siglo pasado. Los
artistas construyen constantemente nuevos paisajes, en relación con la vida actual y la que va dejando atrás con el transcurrir de los días, recuperando esos elementos dejados en herencia y sacándolos
a escena a través de la escritura, la fotografía o la pintura. Los terrenos baldíos portuarios, la roña en
los cascos de los navíos, las guindalezas destrozadas, son objetos abandonados y después reciclados;
es lo propio de la dinámica patrimonial. Aunque nuestra mirada tiende a detenerse en un modelo
nostálgico procedente de la época preindustrial porque nos ayuda a hacer el duelo de ese mundo, la
aventura de las representaciones no ha terminado. Existirán y ya existen otras lecturas del mundo,
otras construcciones mentales proyectadas sobre la materia terrestre y marina, otras visiones, aunque
no sean forzosamente paisajísticas en el sentido que damos a esta palabra en Occidente desde hace
cuatro siglos. Estas visiones se nos han hecho ya familiares. Están generadas por la cámara submarina, el disparo de la cámara cuando el surfista atraviesa la ola, el teleobjetivo del fotógrafo que obtiene panorámicas desde el cielo y los aparatos científicos de los satélites que giran alrededor de la Tierra. El hombre se adentra en los grandes fondos, en la fluctuante superficie marítima, en el aire y en
el espacio, y en cada ocasión un nuevo trabajo de “cultura” le protege, le informa y le rodea.
En modo opuesto, se dibuja un modelo de valoración de lo marítimo a partir de algunos símbolos
de lo vivo, el pájaro, el alga, la foca... cuya protección puede ralentizar, o incluso impedir, una ampliación portuaria, como ocurrió por ejemplo en Amberes o en El Havre. Se lleva a cabo hoy día una
naturalización simbólica del medio natural que nos aleja también del proceso clásico de la “naturaleza” vista a través del paisaje.
Finalmente, hoy día, abordamos la materialidad de lo que nos rodea y los medios en los que nos
movemos con una pluralidad de registros17. Utilizando los términos de Alain Roger en su obra Court
traité du paysage, quizás podríamos decir que habría que inventar un nuevo vocablo para “dar nombre a las nuevas condensaciones polisensoriales que expresan las relaciones contemporáneas con el
espacio, el tiempo y el mundo”18.
15. PÉRON, F. (2002): “Désir d’île et réhabilitation des territoires insulaires”, in N. Baron-Yellès, L. Goeldner-Gianella y S. Velut (éd.): Le littoral, regards, pratiques et savoirs. Etudes offertes à Fernand Verger, Ed. Rue d’Ulm/Presses de l’ENS, Paris.
16. BARTHON, C. (2000): Géographie, culture et patrimoine: essai sur l’identité insulaire à partir des exemples des îles de Ré et d’Oléron,
Tesis doctoral, Universidad de Nantes.
17. Un ejemplo de esta pluralidad de registros se da en la reserva natural marina de Cerbère-Banyuls. En 1975, se abrió en Peyrefite un
camino submarino señalizado con boyas y paneles. Desde hace poco, se organizan visitas submarinas gracias a un tubo de respiración FM asignado al comenzar el sendero.
18. Este texto fue redactado en 2004. Para profundizar en esta noción paisajística y su relación con el patrimonio, se puede consultar la
obra colectiva, 2005, Les Français, la terre et la mer: XIIIe-XXe siècle, Fayard, en particular el capítulo de PERON, F.: “Au-delà du fonctionnel, le
culturel et l’idéel“.
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