Ricardo Pohlenz
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Ricardo Pohlenz
CAÍN Yo estoy o estuve aquí: véanlo, mírenlo, jódanse. Reseñas de exposiciones Abril-mayo de 2015 México DF Editor Óscar Benassini Jacob Corrección de estilo Guillermo Núñez Jáuregui Asistente editorial Manuel Samayoa Agradecimientos: Ana León, Fedro Ceballos, Manuel Martínez, House of Gaga Impreso por Primal Studio Caín José Vasconcelos 197-9 11850 México DF www.cain.mx [email protected] @revistacain Frase de portada: Víctor Palacios acerca de la exposición La gravedad de los asuntos; p.21 Caín aparece cada dos meses Caín es una publicación gratuita Caín circula en museos, galerías y otros espacios culturales del DF Caín es tu árbitro de confianza Reseñas de exposiciones El esplendor geométrico / Geometría, acción y souvenirs del discurso insurgente Carlos Amorales / Alexander Apóstol kurimanzutto / sala de arte público siqueiros ................................................................3 Irmgard Emmelhainz Geometría, acción y souvenirs del discurso insurgente Alexander Apóstol sala de arte público siqueiros .......................................................................................11 Ana del Castillo Vázquez Siete.de.catorce. Segunda fase de Museo expuesto Varios curadores centro cultural tlatelolco ...........................................................................................15 Víctor G. Noxpango La gravedad de los asuntos Varios artistas laboratorio de arte alameda Víctor Palacios .........................................................................................21 El derrumbe de la estatua. Hacia una crítica del arte público (1952-2014) Varios artistas museo universitario de arte contemporáneo .................................................................29 José Manuel Springer Sobre negro Arturo Hernández Alcázar, Mario de Vega y Juan Pablo Macías marso ..............................................................................................................................33 Juan Carlos Reyna Leonardo, Rafael, Caravaggio: una muestra imposible. Varios artistas centro nacional de las artes .........................................................................................37 Brenda J. Caro Cocotle Otros textos Sebastian, marca registrada ........................................................................................41 Daniel Garza Usabiaga Statu Quo de la escena del arte en México ...................................................................47 Corinna Koch Cartier-Bresson, Kusama y otras consideraciones .......................................................63 María Minera El medio es el masaje: Me quedo contigo, de Artemio Narro ......................................67 Ricardo Pohlenz Reseñas La apropiación y reciclaje de la modernidad no dejan de ser problemáticos o dudosos. El esplendor geométrico / Geometría, acción y souvenirs del discurso insurgente Carlos Amorales / Alexander Apóstol Por Irmgard Emmelhainz De acuerdo con varios autores, a lo “contemporáneo” le subyace la proliferación de discursos de lo moderno, un vaciamiento del concepto de posmodernidad como categoría crítica y temporal y su sustitución por una modernidad global singular diferenciada complejamente en su interior. Este nuevo modernismo (o altermodernismo), es un reloading del modernismo de acuerdo a temas del siglo XXI, especialmente en lo que respecta a los aspectos homogeneizantes de la globalización. Una vez que la teoría crítica y la crítica poscolonial problematizaron al universalismo modernista, tuvieron cabida una multiplicidad de modernismos dando lugar a una nueva sensibilidad que marca una ruptura con la estrategia posmoderna de invocar a la modernidad como autoridad imaginaria para burlarse de ella, y con la táctica poscomunista de hacer el duelo de la modernidad fallida o de denunciar sus promesas incumplidas. Dentro de este marco, se han revivido episodios del modernismo para reescribirlos o reeditarlos, y se han hecho revisiones de la visión modernista de las formas puras. En lo que respecta al aspecto vanguardista del modernismo, la utopía ha sido separada de la ideología: el horizonte comunista del modernismo que prometía un futuro emancipatorio, se considera hoy como una opción fallida. Por lo tanto, el aspecto vanguardista del modernismo de hacer proposiciones utópicas como principio para hacer arte y como herramienta para el pensamiento progresivo tiende a ser sustituido, por un lado, por una visión revisionista de reivindicación de la expresividad personal; por otro lado, Boris Groys observa como una cualidad del arte poscomunista ha sido la radicalización utópica de la inclusión de todo y todos, en un idilio más allá de la lucha y aferrado al universalismo pacífico que va de la mano con los discursos de la democracia como lugar en el que coexisten los antagonismos, y que es la base de la intervención estética en el tejido social. Sin embargo, en su mayor parte, la apropiación y reciclaje de la modernidad no dejan de ser problemáticos o dudosos, en parte porque mantienen distancia con la vanguardia, que es uno de sus principios claves, y porque trascienden la cualidad del modernismo de ponerse constantemente a sí mismo a prueba. En un artículo del año pasado, el crítico Jerry Saltz se lamentaba de la inundación de galerías y museos de arte abstracto, un fenómeno global el cual describe con una variedad de adjetivos caricaturescos: «formalismo zombi», «crapstraction», «camuflaje Muzak», «telas reductivas supuestamente metacríticas», «impersonales que transmiten meras señales visuales de suprematismo», «pintura color field», etc. Para Saltz, esta pintura llena de comentarios reflexivos sobre el arte, no hace más que imitar un conjunto de influencias aprobadas de antemano, dando lugar a un arte diluido, impulsado por el mercado y por los especuladores-colectores. Con respecto a la exposición El esplendor geométrico, en la galería Kurimanzutto, Carlos Amorales declaró buscar situarse en la contradicción entre lo decorativo y lo apolítico de la abstracción y el valor político de lo figurativo en el arte contemporáneo. A diferencia de mucho arte neomodernista, en el centro de la muestra de Amorales, encontramos una apropiación de las estrategias vanguardistas (avant-garde) del siglo pasado. La exhibición incluye doce collages de gran formato à la Jean Arp, con figuras amorfas recortadas en tonos pálidos que dan una apariencia casi paródica. Además de la técnica del collage, Amorales se apropia de las estrategias, también vanguardistas, del cine experimental. El video El no me mires es una ficción inspirada en un mito inuit del sur de Groelandia acerca de un ser que se hace invisible a los europeos para robarles y atormentarles, para vengarse de unos marineros que mataron a su padre. En la historia original, el 3 hijo de Kenake, el “No me mires”, es una alegoría del espectro originario que acecha a los colonizadores. El video de Amorales parte de una escena en la que dos niños se cuestionan los orígenes de su criado indígena y se burlan de él, quien, después de beber una pócima alucinógena, los lleva a poner en escena la historia de Kenake. Los personajes hacen simultáneamente el papel de los europeos (vestidos con trajes de fieltro que recuerdan a Joseph Beuys) y el de los nativos (con trajes reminiscentes de los vestuarios para teatro de Oskar Schlemmer). La historia está intercalada con escenas en las que los personajes experimentan con el lenguaje visual y juegan con las formas que devendrán los doce collages de la exposición de Amorales. En su exploración de las relaciones coloniales y el racismo, y en su planteamiento de la colonización como el espectro que acecha a la modernización, El no me mires evoca The PMS Dilemma de Miguel Ventura (2002). Sin embargo, con Amorales la configuración de lo colonial como espectro de la modernización es inextricable del rechazo de sus promesas emancipatorias y de una reivindicación de la expresividad personal. En cambio, Ventura plantea a la globalización como una nueva forma de colonización no-violenta basada en la promesa de bienestar, autorrealización y goce a través de la proliferación de lenguajes “privados” homogéneos y al mismo tiempo homogeneizantes, anunciando al modernismo y al minimalismo como la lingua franca despolitizada del arte globalizado. El esplendor geométrico de Amorales incluye un performance en el que el criado-brujo-guía de la película (personificado magistralmente por el actor Philippe Eustachon, vestido con el traje de fieltro de Joseph Beuys) lee el manifiesto de Amorales: Cubismo ideológico. A primeras oídas, el manifiesto parece un mishmash de manifiestos modernistas haciendo una defensa (paródica) de la vanguardia. El manifiesto incluye la visión de Amorales la condición postcomunista y pospolítica: implican la insuficiencia del Estado, la vacuidad de la democracia y por lo tanto, el derecho individual de autolegislarse, poner sus propias leyes para liberarse. Este “programa” podría pasar por anarquista pero, más bien, está en sintonía con el mandato neoliberal de devenir emprendedores autogestores de su propio capital humano (la autoliberación es muy distinta de la autogestión o de la autonomía). Amorales además, reduce al lenguaje del modernismo a un estilo, a utilería, escenografía y vestuario reciclando estrategias e íconos de la vanguardia para supuestamente eludir la contradicción entre lo políticamente correcto del arte politizado y el mercado neoliberal. El reciclaje de Amorales de las estrategias vanguardistas (abstracción, primitivismo, cine experimental, el manifiesto) evoca la crítica de Peter Bürger a la neovanguardia. Para Bürger, los nouveaux réalistes en Francia, por ejemplo, repitieron los rituales de la vanguardia (Arman al readymade, Yves Klein al monócromo, Tinguely a la escultura cinética, Rotella al collage) para expandir el aparato cultural al ámbito de las mercancías vendibles y consumibles haciendo una parodia (o pastiche) de ellas. En un espíritu similar a la neovanguardia, la pose de Amorales (hagamos hincapié en el hecho que delegó la lectura de su manifiesto) no cuaja en postura (un programa político no es necesariamente políticamente correcto), resultando en la exaltación neoliberal de la individualidad inherente al mandato neoliberal de reinventarse de acuerdo con las demandas del mercado. Indiscutiblemente, el arte siempre es afirmativo de las relaciones de poder bajo las cuales se produce (por eso todo arte es político); pero mientras que hoy en día la politización del arte implica precisamente lo políticamente correcto de denunciar, visibilizar los estragos de la globalización, intentar resarcir el tejido social con proyectos comunitarios transitorios, o usar a las instituciones culturales como escaparates de programas, proyectos, declaraciones políticas que no las trascienden, la vanguardia de los años 1920 y 1930 buscó intervenir directamente en esas relaciones de poder. Artistas exiliados y refuseniks de la primera guerra mundial, la concibieron como signo de la decadencia de la burguesía industrial, y por lo tanto plantearon al arte y a sus instituciones como producto de la decadente idiosincrasia burguesa. Su crítica se centró en problematizar la autonomía del campo del arte, buscando fundirlo con la vida cotidiana para emanciparla de las relaciones sociales capitalistas. Por ejemplo, a los dadaístas, el asco por los valores comunes los llevó a destruir al arte y a la escritura para desacralizarlos, dándole un golpe mortal al concepto tradicional de cultura. Siguiendo a Peter Bürger, esta primera vanguardia (cubismo, constructivismo ruso, dada y surrealismo) fue verdaderamente radical. Los artistas se sirvieron del azar, abolieron la distinción entre alta y cultura de masas, arte y vida cotidiana y usaron al fotomontaje y el collage para impugnar la esfera pública burguesa a favor de la construcción de una proletaria. Evidentemente, lo “políticamente correcto” es distinto al programa urgente de politizar al arte, y un programa dogmático político no es lo mismo que estar politizado. Ya que el arte siempre es político, la politización no implica que el arte tenga un propósito o un fin (una tendencia política correcta). En el caso de la vanguardia modernista, la politización implicó una toma de posición dentro de las relaciones de poder y de producción que condicionan la obra de arte. Obviando o ya sea imitando el movimiento del capitalismo que se apropió de la vanguardia para entronar sus obras en los museos corporativos del mundo y para romper con la norma y revolucionar las condiciones de producción para expandirse, el reciclaje de la vanguardia de Amorales funciona como acumulación de capital simbólico privado para hacerlo circular en un mercado dominado por intereses privados: el arte “parece” ser subversivo y paródico mientras que en realidad es un acto de piratería simbólica que refleja la repartición del capital simbólico entre la oligarquía (de coleccionistas-especuladores). Para ello, las obras que son parte de El esplendor geométrico son un producto cuya marca se construye con una justificación intelectual populista. Debatiblemente, el “dinero nuevo” ha traído menos sofisticación al arte, junto con estandarización y conservatismo: los coleccionistas disfrutan cuadros “de marca” comprados en condiciones ostentosas y a precios altísimos para decorar sus hogares o sus oficinas. Dentro de este marco, vale la pena mencionar otra instancia de apropiación de la abstracción modernista: La lona de Santiago Sierra, actualmente parte de una exposición en la galería Labor. La antesala de la pieza es una placa de bronce que marca los 474.97 metros de distancia entre la gale- ría y Los Pinos, y consiste en un grupo de jóvenes cubiertos con una lona blanca. El espectador (que tiene que entrar solo), enfrenta a una minoría de jóvenes de clase baja (lo sabemos por sus zapatos que se asoman por debajo de la lona). Al estar cubiertos, Sierra elimina el rito social del encuentro cara a cara entre estratos sociales distintos, para enfatizar las diferencias en una de sus típicas confrontaciones. Sin embargo, en vez de darles un lugar como potenciales sujetos del cambio histórico, los jóvenes “tapados” o neutralizados (Sierra hace alusión a la escena en Acorazado Potemkin de Eisenstein en la que los marineros rebeldes son cubiertos antes de ser fusilados). Esta neutralización alude supuestamente al miedo al poder, pero también al miedo inconsciente del espectador (de clase más privilegiada de ellos) a la turbulencia social que un grupo de jóvenes de clase baja pudiera significar. Tanto la lona (como monocromo), como el gesto de cubrir a los jóvenes denota a su vez la imposibilidad de hacer una simbiosis entre forma de arte radical (abstracción, monocromo) y contenido sociopolítico progresivo. Como Amorales, Sierra recicla el lenguaje radical del modernismo transformando la actitud vanguardista en forma de producción y anacronismo o déjà vu: la repetición de los lenguajes de la vanguardia como estructuras o prototipos originales fantasmas, están condenados a repetir el curso de la historia fijado en el pasado sin posibilidad de omitir o cambiar nada. Así, el presente se viste de un pasado irrevocable, y el futuro está cerrado sin posibilidad de traer o anunciar lo nuevo. No puedo dejar de evocar aquí a la tela en blanco que aparece en The Old Place (2001), una película que el moma le comisionó a Jean-Luc Godard y a Anne-Marie Miéville. Montada en una estructura mecánica con cuatro patas (nunca he logrado encontrar información sobre la pieza) que sostienen las cuatro esquinas de la tela, el lienzo en blanco resiste furiosamente. Es claro, todo se juega en el lenguaje, ya que el lenguaje es ilimitado y puede trascender al significado y la forma, las palabras y las figuras juegan para crear y desplazar al significado. Por eso, tanto los movimientos sociales como el lenguaje, son, como lo plantea Franco Berardi, actos irónicos de insol- 5 La pose de Amorales no cuaja en postura. vencia semiótica. Sin embargo, al apropiarse de la vanguardia como estructura o lenguaje para justificar la creación de imaginería autoexpresiva vaciada de una postura politizada, El esplendor geométrico es parte de la proliferación banal de la apropiación de los discursos de la modernidad en el arte contemporáneo. Esta apropiación tal vez sea síntoma de la necesidad de cubrir la ausencia de grandes esperanzas sociales o proyectos colectivos después del descrédito de la crítica posmoderna. Tal vez se hable de “modernidad” para adscribirle cínicamente –o como parodia– las metas sociales que el capitalismo no tiene, encubriendo al mismo tiempo la privatización poscomunista de los territorios mental y simbólico (la apropiación del modernismo aquí va de la mano con la privatización). En su exposición Geometría, acción y souvenirs del discurso insurgente, Alexander Apóstol (SAPS) se apropia también de lenguajes y estructuras del arte del pasado pero de manera radicalmente distinta a Amorales y Sierra. Apóstol retoma cuatro elementos centrales de la obra de David Alfaro Siqueiros: religión, política, ciencia y economía, representados por cuatro textos clave escritos por el pintor1. Apóstol se apropia de los textos, no para reciclar sus principios, estructuras, estrategias o lenguajes, sino a partir de su estatus de archivos para activarlos, interpretarlos y renovarlos. Es decir, Apóstol retoma los cuatro elementos ideológico-discursivos clave no sólo en el pensamiento de Siqueiros sino en el discurso occidental de la modernidad –su memoria discursiva– para desarticular su lenguaje a través de marcos de recodificación que se tradujeron a dibujos, movimientos coreográficos, música y anotaciones. Los marcos de recodificación fueron aportados por Guido de Arezzo, Joseph Fourier, Joseph Marie Jacquard y Kurt Gödel. Buscando borrar los límites entre documento de archivo y su reinterpretación en el presente, el gesto de Apóstol de trasladar los manifiestos de Siqueiros a la danza, a la música y al dibujo es un gesto radical de abstracción por cuya puerta trasera entran de alguna manera (de ninguna petrificados) los ideales colectivistas no sólo del muralismo, sino del constructivismo y colectivismo rusos para repensar la relevancia de la racionalidad humanista y posibles construcciones alternativas del colectivo. Durante el proceso de producción de la exposición que duró cuatro meses, Apóstol trabajó con matemáticos, dibujantes, coreógrafos y músicos, no para delegar o subcontratar el trabajo sino para colectivizarlo en el sentido de la aportación conjunta de los saberes particulares para lograr un resultado en común. En ese sentido, la pieza de Apóstol pone acento en el trabajo de laboratorio y en la experimentación, convirtiendo al proceso de producción en parte o en el objetivo de la obra. El constructivismo buscaba crear una nueva vida cotidiana socialista, las bases para una nueva cultura proletaria, o poner al arte al servicio del pueblo. Apóstol va más allá de estos aspectos vanguardistas del constructivismo pero retoma su parte experimental para probar nuevas formas de relacionar la teoría con la práctica y haciendo un ensamblaje de saberes colectivos (contra el aislamiento de la sobre-especialización que impera en la industria y en el trabajo cognitivo). Geometría, acción y souvenirs evoca también la misión y los logros de la abstracción en el sentido que ilustra la facultad de racionalización humana: los códigos y su traducción a lo sensible son la forma en la que se ve el pensamiento a través de un principio organizativo central, que es la actividad de un ego transcendental. En otras palabras, podría decirse que Apóstol hace un homenaje a la racionalidad humanista inherente al proyecto modernista para elucidar su pertinencia en la era de la información. Al aludir al poder de la racionalidad humana a partir de teoremas que explican y al mismo tiempo generan sistemas, Apóstol hace un llamado a distintos posibles modelos. A través de un proceso de codificación, cada uno de los textos de Siqueiros fue automatizado para traducirse a fórmulas que se revelan a la cognición a partir de una economía del esfuerzo perceptual distinta a la textual. En el caso de la danza, los códigos se tradujeron a un vocabulario coreográfico en el que se enfatizaron la serialidad de los desplazamientos y la creación de nuevas pautas de reproductibilidad. El resultado evoca los experimentos de danza experimental de los sesenta, aunque los movimientos fueron concebidos para ser ejecutados para el lente de una cámara (en ese sentido, se en- 7 fatiza su aspecto procesual, de ensayo y la pantalla y no al escenario como su destinatario). Los bailarines aparecen en cuatro pantallas representando cada uno de los vectores ideológicos del modernismo de Siqueiros (política, fe, ciencia y economía) y su vestuario evoca uniformes de clase obrera y a profesiones relacionadas con actividades manuales y mecánicas, no para poner al frente un “nuevo hombre” proletario, sino para recuperar la invisibilizada y denigrada imagen de la clase obrera. En cuanto a la música, los códigos que resultaron de la traducción matemática de los textos fueron interpretados por compositores con un cuarteto de cuerdas, un ensamble de percusiones con voz, un solo en chelo y un quinteto de bronces. Para la parte de dibujo, diecinueve estudiantes del CETIS 2 David Alfaro Siqueiros tradujeron los códigos basados en los textos de Siqueiros a 1400 dibujos técnicos hechos en papel milimétrico con los que Apóstol hizo un mural. Los murales-dibujos aluden a la geometría como la base estructural de la última etapa de la obra del muralista, al tiempo que se convierten en emblemas geométricos ilustrando procesos mentales. En Geometría, acción y souvenirs del discurso insurgente, la ideología en los textos de Siqueiros se transforma en un archivo fértil; el pasado recupera su potencial como una forma de anterioridad, como una a priori que puede subordinar cualquier experiencia a sí misma y de lo que está por venir, contrarrestando la temporalidad del déjà vu como una forma de memoria camuflajeada como lo que ya fue duplicada en un “antes” imaginario que está destinada a repetirse sin la posibilidad de cambiar nada. Geometría, acción y souvenirs no es un reloading o reciclaje del modernismo como la mayoría de las obras neomodernas, sino que Apóstol se adentra en los procesos de pensamiento modernistas. Invocando a la modernidad como un archivo, el artista toma distancia con sus discursos para revitalizarla, sin separar a la utopía de la ideología, transformando a la ideología en parte del proceso mismo de producción. Así, Apóstol plantea una nueva relación con la herencia del modernismo: como archivo vivo. Kurimanzutto, El esplendor geométrico, del 10 de febrero al 14 de marzo; SAPS, Geometría, acción y souvenirs del discurso insurgente, del 22 de enero al 15 de marzo Manifiesto del Sindicato de Obreros, Pintores y Escultores (1924); Hacia la revolución técnica de la pintura (1932); A tal generador, tal voltaje (1933) y En la Guerra, arte de guerra (1943). 1 Apóstol plantea una nueva relación con la herencia del modernismo: como archivo vivo. El archivo en este caso es un detonador de sentidos. Geometría, acción y souvenirs del discurso insurgente Alexander Apóstol Por Ana del Castillo Vázquez Antes de morir, David Alfaro Siqueiros donó al pueblo mexicano su casa ubicada en la calle Tres Picos, de Polanco, en la ciudad de México, junto con sus pinturas y documentos, muchos de los cuales son manifiestos y textos políticos relacionados con la postura militante del artista frente a los problemas de su tiempo. Es así como surge el acervo de la Sala de Arte Público Siqueiros (SAPS), un espacio que se ha caracterizado por fomentar un diálogo contemporáneo con las propuestas artísticas y políticas de su dueño original como un modo de activar constantemente el sentido de ese espacio que otrora fue parte fundamental del movimiento cultural del país. En este contexto se presenta la exposición Geometría, acción y souvenirs del discurso insurgente de Alexander Apóstol, quien toma como punto de partida cuatro manifiestos de Siqueiros y los trabaja durante cuatro meses de manera colaborativa para codificarlos y reelaborarlos en cuatro lenguajes distintos. Por supuesto, la exposición se divide en cuatro secciones para corresponder simétricamente con la propuesta de Apóstol, pero la simetría se hace más evidente cuando se toma en cuenta la relación directa que entablan los resultados del artista con los murales que forman parte de la casa: Siqueiros está en todas partes, es una presencia visual inevitable. El diálogo con el muralista es pues la premisa y el hilo conductor de estos procesos –aunque al mismo tiempo estos construyan un sentido en sí mismos– y esta correspondencia es aún más clara en el cuarto central donde el artista dispone los 1,400 dibujos que elaboraron los estudiantes del CETIS 2 (Centro de Estudios Tecnológicos industrial y de servicios) David Alfaro Siqueiros. La relación no sólo es simbólica y nominal ya que los dibujos parecen salidos directamente de los murales vecinos; el lenguaje científico de las líneas bien trazadas está en perfecta sintonía con aquellas que son parte de la arquitectura del lugar. Sin embargo, a pesar de que el texto de la exposición y un video de los estudiantes realizando los dibujos se encuentran antes de esta sala, la relación sólo adquiere pleno sentido en las cuatro mesas de trabajo donde se exponen los documentos originales y se explican los procesos de codificación y traducción. Esto es quizá porque no es fácil entender cómo un manifiesto se ha convertido en un dibujo –en primera instancia– y es que, aunque el texto de sala es claro, difícilmente alcanza a explicar de manera sencilla estos distintos momentos del proceso creativo, de algún modo esto es lo único que no se encuentra dentro de la simetría de los demás elementos, harían falta quizá cuatro textos que dieran cuenta de los cuatro espacios para lograr abarcar el proyecto de una manera más completa. Aún así, las mesas son completamente autoexplicativas pero sobre todo implican un problema que actualmente está presente en muchos museos: la exploración y las posibilidades de exhibición del archivo. Surge entonces –una vez más– la pregunta por los modos en que los documentos de un archivo pueden construir un discurso e incluso generar nuevos sentidos, sin olvidar que estas posibilidades están supeditadas a lo que ya Derrida llamó «el mal de archivo», es decir, por un lado la degradación de la parte física de los documentos que limita sus posibilidades de visibilidad y manipulación, pero también esa condición de los archivos que no puede evitar seleccionar y clasificar parcialmente la información. La propuesta de Apóstol se inserta en esta discusión pero con un giro, el archivo es sólo el punto de partida de los proyectos y funciona como una materia prima sutil: casi como el ADN de las piezas. Esta particularidad está dada por el espacio expositivo y su línea de colaboración y diálogo con Siqueiros, pero también es la propuesta particular de Apóstol la que está señalando claramente 11 un modo de abordar el archivo desde la activación y no ya desde la interpretación o la exploración histórica. El archivo en este caso es un detonador de sentidos más que un documento histórico, y por lo tanto aquella preocupación por el mal de archivo queda fuera; ya no es importante la objetividad en la manipulación y exhibición de los documentos cuando la operación es otra. Lo de Apóstol consiste en un proceso de activación mediado por varias capas que tienen su propio significado, por ejemplo, cada manifiesto se codifica de cuatro modos diferentes por lo que tiene cuatro modos de aparecer. Pero otra capa es la producción que se fundamenta precisamente en el contenido de estos documentos; el hecho de que toda la propuesta de Apóstol se construya a partir de prácticas colaborativas está reflejando ese llamado a lo colectivo que hizo Siqueiros desde la práctica muralista, en contraste con la solitaria práctica del pintor de caballete. Todo este esquema es perfectamente visible en la primera parte de la exhibición, pero esto no ocurre en la parte de arriba donde el artista se propuso utilizar el lenguaje de la danza y de la música para detonar los sentidos del documento original. En las mesas de trabajo ya se habían mostrado los métodos mediante los cuales se elaboraron las partituras y los esquemas de movimiento, pero el resultado no tiene la misma fuerza que el dibujo por la sencilla razón que es un conjunto de videos y no el lenguaje escénico original de la música o la danza. No intento demeritar el propósito del experimento que es realmente valioso dado que explora los lenguajes visuales y escénicos en sus límites llevando la idea de activación a un punto más lejano. Sin embargo, es complicado trasladar los lenguajes escénicos a los espacios museísticos de exhibición. Aunque es importante señalar que, por otra parte, esta sección es la que más resuena con la obra anterior de Apóstol, quien se ha dedicado en gran parte a la fotografía y el video; el mejor ejemplo de esto es lo que expuso unos meses atrás en el MUAC (como parte de la exposición Teoría del color) donde precisamente explora el movimiento de algunos bailarines en relación con ciertas posturas fijas que aludían a una construcción nacional del cuerpo. Así pues, de alguna manera esta exploración es propia de Apóstol y en esta ocasión no es menos interesante; la música y los movimientos están en sincronía, es verdad, con el modo en que se articula toda la exposición. Quizá el problema es que el video deja un vacío en el espacio, y no sólo visual, sino que parece no completar el discurso tan bien armado en las mesas de trabajo. De cualquier modo parece que un punto central de la exposición de Alexander Apóstol es esa operación creativa y colaborativa que logra activar un archivo, trazando una serie de líneas de fuga que abren el sentido original del documento. Sin embargo, este modo particular de acercarse a los archivos no sólo está cuestionando la pretensión de objetividad histórica que parece acompañar o perseguir a los acervos, sino que, de hecho, está dando una alternativa da prioridad al contenido y a los múltiples niveles de significado y no a esa parte física o a la función documental. A final de cuentas un texto se explora en su complejidad a partir de las variantes interpretativas y no pensando en que hay un sentido único que hay que descifrar correctamente, del mismo modo un archivo tendrá infinitas posibilidades de activación que dan la oportunidad de que siga en movimiento: vivo. SAPS, del 22 de enero al 15 de marzo En la fotografía, de Tomás Montero Torres, se puede ver a Siqueiros, frente al micrófono, a punto de pronunciar un discurso insurgente. Para un sector de mi generación ser curador significa ser un agente que toma por asalto una serie de capacidades no definidas para complementar. Siete.de.catorce. Segunda fase de Museo expuesto Varios curadores Por Víctor G. Noxpango Quiero puntualizar que he seguido, como visitante, desde el inicio, el proyecto Museo expuesto: la colección de arte moderno de la UNAM 1950-1990. Visité cada una de las diferentes interpretaciones o lecturas realizadas a cargo de James Oles. Al respecto escribí en la tercera edición de Caín (marzo-abril), hace un año. Ahora, con la segunda fase de Museo expuesto se trató de articular, de manera poco efectiva, las siguientes preguntas: ¿qué actividades y operaciones implicó la puesta en marcha de una exhibición como ésta?, ¿qué valor adquirieron dichas operaciones, por parte del visitante, desde la óptica del curador pedagógico? y, finalmente, ¿qué mostraba Museo expuesto? Y si ratificó la idea de que, hoy en día, no existe una diferencia ontológica entre “hacer arte” y “mostrarlo”. Para un sector de mi generación ser curador significa ser un agente que toma por asalto una serie de capacidades no definidas para complementar, por un lado, las prácticas artísticas y, por otro, las estructuras de representación expográfica del arte sin ningún tipo de intencionalidad o perspectiva histórica; ponderando esto como una actividad intelectual avocada a la reflexión, experimentación para la producción de conocimiento y experiencia; es decir, viéndolo como un medio y no un fin. Para otro sector significó encontrar un área de oportunidad para la instrumentalización de la práctica, flanqueando el campo cultural y “torciendo la manita” a una porción de productores que volvieron invisible las cuotas de poder, estéticas, intereses y modos de operación que terminaron como canon. Sin embargo, considero que cualquiera de las vías, a final de cuentas, se unieron en el mismo punto; a saber, en la generación de prácticas creativas capitalizables que de alguna manera terminaron por trazar jerarquías en un organigrama, independientemente del origen del agente. Lo anterior, más que ser una melancolía ramplona, me parece pertinente frente al resultado manifes- tado en la exhibición Siete.de.catorce, muestra “multicuratorial” de fin de cursos que presenta, a manera de infomercial, cuatro preguntas, siete exposiciones, catorce curadores, treinta y ocho escritores e investigadores, treinta y nueve actividades y talleres; cuarentaitrés artistas, cuarenta y ocho colecciones, tanto públicas como privadas, y 121 obras. Los catorce noveles curadores recibieron la encomienda de aplicar las teorías y habilidades adquiridas a partir de siete temas que Oles seleccionó, relativos a la extensa colección de la UNAM, a saber Cajas, Copias, Diseño, Impresos, Macrocosmos, Mapas y Microcosmos. Los siete equipos conformados por dos personas cada uno (de ahí el elaborado nombre de la muestra) debieron responder cuatro preguntas que desde la perspectiva, trayectoria y experiencia del curador en jefe, los forzaría a considerar las diferentes maneras en que las obras entran a una exhibición. Las preguntas despertaron mi curiosidad pues me percaté de esa genealogía de la práctica, vinculada con la aparición moderna de museo de finales del siglo XVIII. Cada una de las interrogantes estaban enfocadas a la colección de la unam y a los conceptos asignados a cada equipo. Por un lado, ponderaban la relación entre las ideas de documento y de objeto. Por otro lado, el par de preguntas restantes resaltaban la generación de pautas para la clasificación y ordenamiento de colecciones externas a partir de dos perspectivas, la adquisición y el préstamo; de manera que éstas pudieran presentarse de forma coherente y legible. Es emotivo el giro que intentó darle Oles al conjunto de miniexposiciones tratando de dotar, a un ejercicio de fin de curso, de valor, aceptación e interés público. El ingreso a la primera plataforma, Macrocosmos (Alejandra Labastida y Diego Flores Olmedo) deja mucho que desear, ya que tomaron de pretexto el nódulo provocado por dos vestigios materiales. El primero es parte de un video de Gilles Delleuze 15 (L’Abécédaire de 1966) y el otro es la reproducción fuera de formato de una obra “conceptualísima” de Dan Graham (March 31, 1966”, de 2001). En términos económicos, la articulación de las piezas sólo da cuenta del esfuerzo por ilustrar de manera literal las ideas vertidas por el filósofo francés respecto a la percepción de la realidad política como distancia. La selección de obras, a manera de analogía, las vuelve gratuitas, como en la obra de Graham; manifestando así una fractura de la correlación entre signo e ideología. De las siete propuestas, Proyectos desde el Pedregal (Paola Eguiluz y David Miranda) me pareció el núcleo más coherente y menos arriesgado. La cercanía entre el motivo, las intensiones curatoriales, así como las reglas impuestas dieron pie a que una obra de Miranda estuviese en la muestra. En esta oda a Ciudad Universitaria, se argumenta a través de la reunión de obra que funciona como documento, la construcción de una identidad crítica, por vía del deporte y la investigación, que convergen de forma específica en la difusión cultural de la UNAM, desde una perspectiva simbólica. En este núcleo se puede ver que la idea de curaduría se ejerce como un puesto político; sobre todo podemos verlo en las obras y documentos que mantienen un trasfondo performático; aunque hay piezas como Escala humana (Tercerunquinto, 2010) que escapan a este juego. El dispositivo narrativo mide dividendos de la colección de la institución, se desenvuelve por superposición de las exigencias institucionales y los requerimientos comunicacionales. La tercera propuesta, La contingencia de la originalidad (Edith González Leija y Natalia Vázquez Luna), abordaba un tema que me atrae particularmente; sobre todo cuando uno espera encontrarse con una forma personal de relacionarse con las imágenes y formas. Preveía que las piezas tuvieran la capacidad de producir una secuencia inesperada, pero incluso desde la perspectiva de la historia del arte como copia y desde el punto de vista académico e ideológico, la propuesta es irreconocible. Es la microexposición más sucinta del total, a pesar de haber incorporado la serie de Miguel Calderón (El empleado del mes, 1995) que en ese contexto explora la producción de cultura y su difusión en la esfera pública; desde el museo y los agentes que convergen en él. El espacio carecía de un diseño museográfico significativo, sobre todo si se pretendía articular la idea decimonónica de la escultura y el molde. La universidad como contenedor, desde el ideario virreinal hasta nuestros días (Alejandro Hernández y Luis Huitron), a partir de una perspectiva fenomenológica me pareció la más adecuada al tema de la caja, destacando el empleo del color, la luz baja, iluminación focalizada a las vitrinas y algunas pinturas. La tarea de identificar los códigos culturales sobre la idea de repositorio fue obviada, lo cual demeritó el ejercicio museográfico y el empleo de vitrinas que ya son en sí un referente a la cultura, la historia, el arte y el conocimiento de la unam como contenedores. Destacó la imposibilidad de vincular el concepto del ejercicio que intentaban realizar con la referencia a tres modelos específicos (Kunstkabinett, Kunstkammer o Wunderkammer), ni lograr articularlos o volverlos significativos a pesar de los dispositivos museográficos y los elementos empleados. Esta incompetencia demerita la idea de que los modelos expositivos presentan un fenómeno ejemplar en la relación entre objeto, momento expositivo y espectador. Digamos que es sintomático que en la práctica curatorial no existan tareas definidas o metodología de trabajo; razón de más para justificar las reglas impuestos por Oles, pero la puesta en escena manifiesta la carencia de esa maleabilidad del ejercicio curatorial como actividad política e intelectual. Sobre todo si cada momento histórico coloca formas, dispositivos e intensidades discursivas que se reflejan en los elementos y los objetos que ponen en tensión a todo aquel interesado en comprenderlas. La quinta propuesta puede ser la respuesta a dos preguntas: ¿qué forma tiene un archivo? y ¿cómo se ve expuesto? El corno emplumado (Lorena Botello y Giuliana Prevedello) se enfocó en dotar de visibilidad a la revista editada por Margaret Randall, Harvey Wolin y Sergio Mondragón durante los años cincuenta. Aquí la curaduría dimensiona su etimología derivada de la noción de “cuidar”. Esto implica el reconocimiento de las formas, los conceptos y los estilos de un documento, haciendo presente la distancia de la educación visual y sensibilidad del visitante. El montaje omite la interrogante sobre cómo funcionan Arriba: el resto del equipo curatorial La intencionalidad de generar un espacio de experiencia específico es mala y el resultado es confuso. en nuestra experiencia diaria la memoria y la imagen, en especial cuando entramos a un espacio donde el ojo se fatiga ante el exceso de imágenes de las portadas de la colección. Además, me asalta la pregunta: ¿cómo se puede transformar la poesía bilingüe en objeto expositivo? Sobre todo, si las responsabilidades más importantes del curador de una institución encierran el desarrollo de una plataforma comprensible para una audiencia determinada. En esos términos el uso de un pequeño mapa, olvidado al final de la sala, donde se ubicaban las colaboraciones, así como las demarcaciones de cada participante en la publicación, era mucho más relevante que las obras solicitadas a los artistas mexicanos que colaboraron con algunas ilustraciones en diferentes ediciones. Representaciones de lo imperceptible (Silverio Orduña y Daniel Valdez Puertos), sexta propuesta curatorial, trató de realizar un entrecruce, a nivel formal y conceptual, entre la ciencia y el arte. En esta plataforma (Microcosmos) se hace referencia al caso específico de las propuestas estéticas que se desprenden de la relación actual entre arte y tecnología, empleando analogías visuales de lo micro. Más que una revisión desde su función o de su significado estético-cultural, trataron de asignar valores a resultados; a manera de contrapesos dispusieron en el espacio obras de arte y algunos elementos visuales producidos por la ciencia. La intencionalidad de generar un espacio de experiencia específico es mala y el resultado es confuso, sobre todo cuando se busca hacer visible la discrepancia, o relación, entre el arte y la ciencia, a partir de un problema de escalas. Si se trata de resolver el dilema existente entre la forma del arte y la ciencia, desde lo imperceptible; la discusión entre el conocimiento y la experiencia; así como la discusión y la separación respecto a las sensibilidades, pudo ayudar un poco ser una disputa de carácter histórico. La última plataforma es la más simple y escueta de la muestra en términos museográficos. La discusión por lo funcional, lo crítico o lo práctico de las artesanías, las artes y el diseño es resuelto en un problema de escaparatismo. Vasos comunicantes (Ana Elena Mallet y Daniela Orozco) hace tan evidente el cruce entre las tres categorías que se vuelve imperceptible el peso de la tradición de cada una. El valor de la mano, del trazo, el desarrollo y el uso de tecnología supeditado a la estetización o la comunicación fueron opacados por el consumo. En este ámbito la dupla curatorial manifestó una “desprofesionalización” para manifestar los avances del display respecto a la fenomenología del objeto, su emplazamiento museográfico y sus saberes técnicos, explicando, desde su perspectiva, la necesidad de incorporar el diseño dentro del museo; lo que manifestó la dificultad de hacer visible la estructura de pensamiento que justifican para el abordaje realizado desde su intuición y subjetividad. La muestra, en su extensión, es un repertorio de posibilidades para mediar entre el arte y sus públicos (pasando por la producción, la selección, la educación y demás funciones que se pretenden cumplir). Estos espacios también son proposiciones estéticas y, sobre todo, resultados del enorme proceso que ha realizado el pensamiento curatorial desde una localidad como México, encaminada a poder definir una metodología de enseñanza de estas prácticas, partiendo de un enfoque humanista para un terreno social y político inciertos. Para terminar, reconozco que el mejor acto curatorial lo encontré en el muro de agradecimientos de la exhibición, donde uno puede percatarse de la función del sistema del arte que se encarga de definir los parámetros de los encuentros entre los agentes culturales, la practica curatorial y sus colaboradores. Curada por James Oles; Sala de Colecciones Universitarias del CCU Tlatelolco, del 27 de noviembre al 26 de abril del 2015 19 «Con esta visión de futuro el instituto reitera su convicción de ir un paso adelante en la oferta cultural vanguardista.» La gravedad de los asuntos Varios artistas Por Víctor Palacios Al inicio de la exposición, flanqueado por dos proyecciones de un paisaje celeste y el sonido de las potentes turbinas de un avión, aparece luminoso un panel que soporta el texto introductorio. En la parte inferior de esta estructura, justo debajo del escrito, fueron colocados diez libros de idénticas características. Con letras mayúsculas y brillantes, cada uno de estos objetos, lleva grabado en su portada el nombre de uno de los participantes y el título de la muestra. Del interior de los libros brota un fino listón rojo que, cual tira de birrete, pende en el aire. ¿Qué hacen esos libros ahí?, ¿qué significan?, ¿son un recurso museográfico, piezas artísticas o elementos de consulta que el público puede tomar y apreciar a manera de preludio a la exhibición?, ¿cuál es su contenido? Montada en el Laboratorio de Arte Alameda (LAA), La gravedad de los asuntos es una exposición conformada por nueve artistas (Ale de la Puente, Arcángel Constantini, Fabiola Torres-Alzaga, Gilberto Esparza, Iván Puig, Juan José Díaz Infante, Marcela Armas, Nahum, Tania Candiani) y un científico (Miguel Alcubierre). La muestra es el resultado de una iniciativa que, a grandes rasgos, consistió en generar un marco de reflexión a largo plazo en torno a la fuerza de la gravedad «desde su ausencia» y, posteriormente, una plataforma de producción en el Centro de Entrenamiento para Cosmonautas Yuri Gagarin en Rusia que concluyó en una misión espacial realizada en octubre de 2014. Los participantes viajaron a bordo de la nave IIyushin 76 MDK y pudieron experimentar por unos cuantos segundos la gravedad cero. Para lograr semejante empresa se requirió de un arduo trabajo de gestión y la colaboración de un vasto conjunto de instituciones públicas y fundaciones como el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el Instituto Nacional de Bellas Artes, la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo, la Secretaría de Relaciones Exteriores, el Laboratorio de Arte Alameda, el Centro de Cultura Digital, el Centro Multimedia del Centro Nacional de las Artes, el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, la Fundación Telefónica, la Fundación BBVA Bancomer y la Fundación INBA. Asimismo, cabe señalar que el proyecto presenta una organización jerárquica particular ya que del grupo de artistas mencionado surge la figura de un director, Nahum, y de una directora artística, Ale de la Puente, quienes contaron con la asesoría curatorial de Kerry Doyle y Rob La Frenais, éste último portador de la insignia de “primer curador en gravedad cero”. Ante este panorama, como se dice coloquialmente, la mesa estaba puesta para ofrecer al público una estupenda puesta en escena. A bombo y platillo, distintos funcionarios públicos preconizaban los resultados de la exhibición días antes de su apertura y aprovechaban el escenario para emitir elocuentes y categóricas afirmaciones entre las que destaca la siguiente de María Cristina García Cepeda, Directora del INBA, publicada en el boletín de Bellas Artes: «con esta visión de futuro el instituto reitera su convicción de ir un paso adelante en la oferta cultural vanguardista». En efecto señora directora, como bien lo indica una de las sentencias de carácter científico presentes en la muestra: ¡toda explosión es por gravedad!... Aquí en la Tierra como en el cielo. Desafortunadamente, lo que encontré una vez que pude sobrepasar el espeluznante texto introductorio –compartiré más adelante algunas de sus frases más reveladoras– y los relucientes libros a los que aludí al inicio de esta reseña, es una exposición autocomplaciente, superficial y brutalmente acrítica. ¿Por qué afirmo lo anterior? Trataré de ser claro y justificar la descalificación. 21 La exaltación de la experiencia Al recorrer la muestra y observar las piezas que la componen es posible percibir que el hecho de experimentar unos segundos de ingravidez rebasó por mucho la reflexión llevada a cabo por el grupo de artistas durante los dos años previos al despegue. La emotividad, la excitación sensorial y mental, la circunstancia de enfrentarse a una situación excepcional, desconocida e intrigante opacaron los resultados estéticos y conceptuales de la mayor parte de las obras expuestas. Éstas median entre el comentario obvio o literal y un conjunto de acciones lúdicas o gestos corporales de júbilo y afecto. La tarea estaba hecha, en efecto, antes de emprender el vuelo cada tripulante o al menos la mayoría llevaba consigo un trabajo previo, una ruta crítica de producción, un guion en el que, supongo, cada segundo del trayecto parabólico valía oro puro (metafórica y económicamente hablando). El problema, en términos generales, radica en una premisa tácita y poco acertada: las obras tendrían sentido y se completarían siempre y cuando estuvieran o se realizaran ahí, en gravedad cero. ¿No hubiera sido mejor simple y sencillamente experimentar con plenitud ese momento, sin obligaciones o metas que cumplir, dejarse llevar por la ingravidez y producir después de haber tenido la vivencia ya aquí, de vuelta, en nuestro modesto hábitat natural? Obviamente esa opción no es atractiva. Lo que fascina y vende es la etiqueta, la patente que garantiza que es arte hecho en el espacio, arte espacial, arte producido en un estado de ingravidez, etc. Tal vez por eso la discreta cartela que encontramos en la taquilla del LAA anunciando la venta de una pieza de colección (edición limitada) hace énfasis en que dicha obra multidisciplinar «incluye un objeto inmerso en gravedad cero y que forma parte de la exposición». La plusvalía espacial, como el universo, está en expansión… ¿o será explosión? Entiendo y celebro que para el arte contemporáneo la pieza terminada, el objeto en sí, no tenga –en ocasiones– mayor trascendencia que las experiencias y los procesos concomitantes al acto creativo. Sin embargo, en esta exposición los procesos son casi imperceptibles y la traducción de la experiencia en obras tangibles resulta endeble y forzada. De vuelta al desenfrenado éxtasis galáctico sólo me resta decir lo siguiente: el ser humano tiene sin duda una debilidad, un gusto extraño por realizar acciones propias de la vida cotidiana bajo circunstancias extremas o excepcionales; contraer matrimonio en un globo aerostático, engullir coloridos perritos calientes bajo el agua, sonreír en una feria de arte, salir a votar por un político en pleno domingo, leer de pie en un pesero y, desde 1990, hacer arte en el espacio. Comprendo que la experiencia sobrecogiera a los artistas y al científico involucrado en la aventura –no todos los días se tiene la oportunidad de estar hasta allá arriba y la mayoría de nosotros moriremos sin haber experimentado la gravedad cero– pero aquello que es lamentable es la banalidad con que se materializa y concretiza ésta misma en la exposición. Esto también sucede, por acto reflejo, con el discurso o argumentación que, lejos de esgrimir un planteamiento curatorial, intenta justificarse con una serie de generalidades y afirmaciones que median entre lo místico-mágico-esotérico y la lírica existencialista más decadente que uno puede imaginar en este sistema solar. Aquí una probadita: «Nuestro planeta y su vida están modelados por la gravedad y sin embargo, esta fuerza es la más débil del universo. Encontramos su misteriosa presencia en nuestros cuerpos, en el lenguaje y la combatimos para crecer y llegar a las estrellas». Y entonces hermano… ¿qué pasó cuando Darth Vader quiso enseñar a hablar a Chewbacca? Respecto a cómo la experiencia gravitacional aplasta a las obras podemos tomar como ejemplo la pieza de Tania Candiani titulada Máquina para volar. Besnier 1673. Dicha obra consiste en la reproducción de un artefacto concebido y fabricado por el carpintero y cerrajero francés para poder volar y vencer a la gravedad en la Tierra. Excelente idea de Candiani tratar el maravilloso ámbito de las múltiples invenciones e intentos del ser humano encaminados a lograr trasladarse por los aires. Sin embargo, la pieza es parca y contradictoria. Además de reproducir la rudimentaria máquina y presentarla suspendida en la sala, la artista optó, como muchos de sus compañeros, por llevarse su obra al periplo y, en gravedad cero, “activarla”, hacerla funcionar. El breve texto que acompaña a la ficha técnica (todos estos elementos museográficos de la muestra están colocados sobre el suelo) señala: «A un artefacto que falló en su objetivo de invención se le otorga la posibilidad de ser exitoso en ingravidez». Relacionar este tipo de invenciones fantásticas y de gran valor en distintos sentidos metafóricos y científicos con evaluaciones de éxito o fracaso me parece erróneo. Pensar que la máquina de Besnier –según algunas fuentes diseñada también para nadar– tendría un momento de plenitud o concreción por hacerla flotar unos segundos dentro de la mítica nave rusa es una equivocación, una premisa fácil y demasiado literal. Independientemente de que la máquina volara o no, ésta ha sido todo un suceso creativo, el hecho de que artistas, científicos, ingenieros, escritores y personajes insospechados la hayan estudiado, representado en dibujos y grabados, citado o malinterpretado desde su elaboración hasta la fecha es una prueba irrefutable de ello. Además, ¿por qué no creer en ciertas crónicas del siglo XVII en las que se narra cómo el osado artesano sí logró volar, avanzar en el aire algunos metros cuando se lanzó con su artilugio a cuestas desde lo alto de una edificación? Pero aún falta algo más cuestionable en la pieza de Candiani: las tres pantallas que, en esa misma sala, muestran un video de los instantes en los que la artista, en efecto, flotó a trompicones en ausencia de gravedad portando la reproducción de la máquina de Jacobo Besnier. ¿Es lo mismo volar que estar suspendido, flotando a la deriva en una cabina sin gravedad?, ¿qué reflexiones sobre la ingravidez aporta esta obra?, ¿por qué es el video lo que termina por hundir la pieza? Porque la esencia de la obra parece haberse enfocado en esa acrobacia contradictoria –utilizar la invención de Besnier en gravedad cero con el objetivo ya mencionado– y su adecuada captura digital para la posteridad. A continuación una explicación más amplia a esta respuesta. La revancha del “yo-yo” o el metaselfie ilustrado La exposición es, en un alto grado, un sofisticado e hiperhedonista selfie. Los protagonistas de esta andanza explotaron, sí, explotaron su persona en el espacio de una forma sorprendente que deja entrever los alcances de este fenómeno mediático en proyectos culturales donde convergen de manera armónica arte, ciencia, tecnología y egotismo. Obviamente no hablamos de una selfie común y corriente sino de una expandida y capaz de manifestarse en cualquier medio o soporte (tal y como la pintura expandida, la escultura o la vanguardia cultural expandida del INBA) y liberado del estricto autorretrato en términos de quien pulsa el disparador, de si se trata de una imagen congelada o en movimiento… eso es cosa del pasado. Es decir, desde los ya citados libros de la entrada con los nombres de los participantes, hasta las múltiples piezas en video y fotografía en las que ellos aparecen ya sea de manera individual o colectiva, son versiones de un incipiente género artístico: la selfie expandida. Así, en la muestra se observa un nocivo abuso de la autorrepresentación y, en suma, de una aburrida, remilgada y melodramática manera de ponerla en práctica. Ejemplos de ello son las piezas Sujetando aire autoría del director del proyecto (un video de tres canales proyectado a gran formato que merecería un Óscar al sentimentalismo gratuito), Geopsias de Marcela Armas (sin el video donde ella intenta sujetar, alcanzar el fragmento cilíndrico de roca llevado a la ingravidez para «liberarlo del peso de la historia» la pieza sería mucho mejor), Yo-paradigma de Iván Puig (en la que siete pantallas planas reproducen aleatoriamente los rostros de los artistas y sus expresiones faciales a la hora de realizar pruebas de… supongo resistencia a la ingravidez o cuestiones relacionadas con las condiciones del vuelo parabólico); Supernova, una colaboración entre Ale de la Puente, Juan José Díaz Infante, Nahum y Tania Candiani (otro video proyectado en gran formato en el que se registra cómo los instructores espaciales rusos y los artistas se divierten e interactúan en la cabina rompiendo una típica piñata mexicana de estrella mientras otros sólo se abrazan y dan piruetas llenos de regocijo y unos más registran a conciencia la magia del momento festivo) la ya mencionada Máquina para volar. Besnier 1673, entre otras obras autorales. Por si fuera poco, la exposición también incluye un video –éste sí como mero registro sin pretensiones artísticas– ubicado en una suerte de espacio de consulta que muestra, a manera de making of, 23 distintos momentos inolvidables de la estancia de los involucrados en las instalaciones del centro de entrenamiento espacial y sus alrededores. Pero aún hay más, en el ya mencionado espacio de consulta o sala didáctica nos topamos con anaqueles dedicados a cada uno de los superhéroes espaciales. En estos muebles, además de un bello retrato tipo vintage en blanco y negro que les da una pátina de astronautas sesenteros, los artistas exhiben y mezclan diversas curiosidades, suvenires y demás parafernalia relacionada con el espacio exterior y los elementos clave de su prolongada investigación con documentos serios; algunos libros, anotaciones, bocetos, artículos periodísticos en donde ellos salen retratados como equipo de exploradores aéreos, biografías de célebres científicos como Isaac Newton, Urbano le Verrier, Albert Einstein, entre otros y, aunque usted no lo crea, un electrocardiograma o registro gráfico de sus ritmos cardíacos. Ahora que vengo de escribir unas líneas atrás “momentos inolvidables” recuerdo el ya trasnochado slogan de “Momentos Kodak” y me parece un tanto lógico que, si la misión fue un viaje coordinado por una reconocida y pujante agencia alemana de turismo espacial llamada Space Affairs, el ambiente vivido haya tenido un clima similar a cualquier otro escenario excepcional o espectacular que ofrece la industria del turismo en donde el frenesí por documentar cada detalle y auto registrarse a través de la cámara digital (video o fotografía) deviene, simplemente, irresistible para cualquier terrícola contemporáneo. El popular «Yo estoy o estuve aquí: véanlo, mírenlo, jódanse», que los salvajes y rudimentarios seres humanos del siglo XX solían marcar en las piedras, monumentos, troncos de los árboles o muros de alguna construcción, ahora es trasladado instantáneamente al Facebook y demás redes sociales, en cierta medida, gracias al boom de la selfie. Si la famosa y tierna perrita callejera Laika hubiera podido hacerse unos selfies antes de morir por sobrecalentamiento a bordo del Sputnik 2 seguro lo hubiera hecho. En fin, desconozco si los integrantes de esta exposición buscaron algo en particular con este protagonismo de sus propias figuras en el espacio pero es más que sintomático. Evidentemente, lo corporal, el cuerpo y las transformaciones que éste sufre en gravedad cero es un elemento fundamental, primario de la experiencia pero, por eso mismo, habría que apartarse un poco de éste y de los predecibles y un tanto vacíos registros de éstos en ingravidez. En la exposición hay una pieza que logra tomar esa distancia y, curiosamente, resulta ser una obra congruente con lo que uno espera encontrar en un marco como éste. Me refiero a Esphérica de Arcángel Constantini. En este trabajo sobre el comportamiento de la molécula del agua en caída libre es posible apreciar un trabajo de experimentación y reflexión en el que confluyen arte y tecnología. Talvez esto se logra, gracias a que el autor optó por desaparecer su figura de la pieza y del circo intergaláctico que define a la muestra. Bien pudo haberse registrado persiguiendo rebeldes gotas de agua por toda la nave. La obra de Arcángel no es la única en la exposición que tiene esta virtud pero es aquella donde esta cualidad se percibe con mayor claridad. Usos y abusos en el manejo del conocimiento, la falta de un acercamiento crítico a la ciencia desde el arte y…¿por qué en los últimos años hemos visto un sólido interés del conaculta y otras instituciones públicas por apoyar y difundir proyectos que tienen un carácter similar a La gravedad de los asuntos? Sé que esto ya es un abuso de mi parte pero volveré a los ultra citados “libros” que acompañan al texto introductorio pues son clave en el trasfondo de la muestra, creo. Estos nobles e inocentes objetos son 100% decorativos: no se pueden tocar, no están puestos ahí por alguna razón cognitiva, informativa o interactiva sino como un mero símbolo de conocimiento y legitimación intelectual. Por su apariencia y maquillaje simulan algo cercano a un birrete de graduación, a un reconocimiento académico obtenido tras una exitosa labor a largo plazo, a una tesis, etc. ¿No es un tanto contradictorio que una institución que enarbola el estandarte de la generación y difusión del conocimiento a través del arte, la ciencia y la tecnología emplace de tal forma unos libros escenográficos a manera de biblioteca de la serie Dallas o de alguna inolvidable telenovela nacional como Alcanzar una estrella? Podría parecer En este caso hay un gran vacío en la búsqueda de una estrategia por comunicar o suscitar un diálogo con el visitante más allá de lo espectacular y “padre” de la aventura. un gesto superfluo pero no lo es cuando uno termina de recorrer la exposición, visitar algo similar a un centro de documentación donde tampoco hay libros, ni revistas, ni documentales ni nada similar que el público pueda consultar sino una pobre embarrada de todo y nada. No creo en el didactismo convencional o conservador que en muchas ocasiones estropea exposiciones pero salva la conciencia de curadores, mediadores o directores de instituciones públicas y privadas, pero en este caso hay un gran vacío en la búsqueda de una estrategia por comunicar o suscitar un diálogo con el visitante más allá de lo espectacular y “padre” de la aventura. ¿Cómo se llega a la conclusión de incluir frases tan inverosímiles como el que acompaña a la pieza Supernova? «Aquí, al romperse la piñata los dulces caen al suelo. Allá, en gravedad cero no sucede». Por otro lado, ¿no debe el arte, al aproximarse a la ciencia y a la tecnología hacerlo desde una perspectiva crítica que cuestione, entre otras muchas cosas el famoso y polémico término de “generación de conocimiento” del que tanto se ha escrito y debatido en los últimos años? No sólo a través del arte mismo sino de las estructuras oficiales de educación y difusión de la cultura como lo son los museos o centros de arte manejados por el Estado. Perdón pero al parecer la gravedad cero es sinónimo de cero pensamiento crítico. ¿Por qué a un CONACULTA más que putrefacto, a un vergonzoso INBA y a otras instituciones públicas les ha interesado promover esta clase de proyectos en los que se presume una comunión entre arte, ciencia, tecnología y algo de magia, de chamanismo o iluminación espiritual?, ¿por qué la gravedad de los asuntos (por cierto, un título por demás correcto en términos políticos) sirve a los funcionarios públicos involucrados para presumir una política cultural de vanguardia y una firme visión de futuro? Las respuestas son tan evidentes que prefiero obviarlas. Esta exposición pudo haber sido una estupenda plataforma para poner éste y otros asuntos graves y sustanciales sobre la mesa desde el campo de acción que ha caracterizado al conjunto de artistas que la integran. A pesar de sus buenas intenciones, su generoso programa de actividades paralelas y de todo el empeño que imprimieron algunos de los integrantes, lo que el público encuentra en el Ex Convento de San Diego es algo más cercano a un Epcot Center del binomio gravedad-ingravidez que a un escenario de conflicto intelectual, aprendizaje o vivencia estética. Entre los dulces que no caen allá pero aquí sí, por fortuna, y los testimonios superfluos de su enigmático director, como éste: «A pesar de todo el tiempo que pasamos hablando con gente que ya había estado en gravedad cero, no era posible imaginarnos cómo era perder la gravedad. Fue extraño. Soy mago y como tal siempre tienes el control. Perderlo es terrorífico». ¡Aplausos! Por último diré que, evidentemente, no hace falta estar en gravedad cero para reflexionar con seriedad y profundidad sobre la fuerza de la gravedad… desde su posible ausencia hasta su venturosa presencia. Un ejemplo de ello es la exhibición titulada The Gravity in Art que fue presentada en De Appel Arts Center en 2005 bajo la curaduría de Theo Tegelaers. Esa exhibición estuvo articulada por una serie de obras icónicas de este campo de reflexión desde el ámbito del arte contemporáneo. A pesar de la expansión del universo, ya no hay espacio aquí para nombrar a todos los artistas que han producido estupendos trabajos en relación a la gravedad pero sus creaciones son una nítida prueba de que no es necesario experimentar unos segundos de ingravidez para reflexionar sobre ésta a través del arte. Sólo me daré el gusto de poner como ejemplo una obra que lo hace con una inmensa destreza técnica y conceptual al mismo tiempo que encarna todo un discurso sociopolítico: Paisaje con la caída de Ícaro, de Pieter Brueghel el Viejo, un óleo sobre tela de 1554. Dirigida por el mago Nahum; directora artística: Ale de la Puente; asesoría curatorial de Kerry Doyle y Rob La Frenais, el primer curador de arte en gravedad cero; LAA, del 29 de enero al 22 de marzo La figurilla de San José de Cupertino, exhibida en la recepción del LAA, es una curiosa y reveladora presencia en La gravedad de los asuntos: además de ser patrono de los pilotos de avión, el fraile italiano, también es el santo de los mentalmente discapacitados y de los estudiantes que tienen un examen en puerta. Extraña combinación sin duda. La exposición permaneció montada en el LAA apenas siete semanas, itinerará por Rusia, Eslovenia y Estados Unidos; también contará con una publicación. ¿Dónde queda entonces la discusión acerca de lo que es el espacio público? El derrumbe de la estatua. Hacia una crítica del arte público (1952-2014) Varios artistas Por José Manuel Springer ¿Se han dado cuenta de que el arte público es una especie en vías de extinción? ¡Fíjense! Caminen por su barrio o ciudad y cuenten las obras artísticas que encuentren a su paso. Ahora, vean allá arriba y cuenten las imágenes publicitarias que ocupan las fachadas y azoteas de edificios. La desproporción es muy reveladora: por cada escultura o estatua existen cientos de anuncios con imágenes, algunos de ellas tridimensionales y móviles. La escultura y la estatuaria han dejado de ser medio público para significar valores. Las pocas esculturas que subsisten, en lugares como Paseo de la Reforma o vías rápidas como el Periférico son el remanente de una visión paternalista y patrimonialista de la autoridad, muchas de ellas abandonadas a su suerte y víctimas del vandalismo de los propios funcionarios delegacionales. Descanse en paz el arte hecho para las masas, bienvenida sea la ingeniería civil y sus templos, que cantan elegías a la represión militar de las últimas décadas, como los monumentos a los caídos del 68, de Ximena Labra o el monumento a las víctimas de la violencia que erigió bajo presión en 2013 el gobierno de Calderón, y que se colocó nada más y nada menos que en el Campo Marte del Ejército Nacional Mexicano. ¿Qué valor se puede reconocer a esas planchas de hierro herrumbroso que enlistan con letras de vinilo los nombres de miles de víctimas de la violencia del periodo 1968-2013? La presencia del llamado arte público se ha visto disminuida por la cantidad de señalamientos urbanos y de mensajes que poco tienen que ver con valores permanentes y son producto del oportunismo de políticos o publicistas. Vivimos la época del “vieneviene”, en el que cualquiera que tenga un trapo rojo se apodera de un espacio y cobra a los demás por el derecho a ocuparlo. Ya no existe el espacio para estacionar tantos automóviles, en consecuencia la gente utiliza cualquier objeto basura para señalar la pose- sión temporal ad infinitum del espacio, lo cual genera una estética urbana particular: reducidos espacios en el arroyo delimitados con bloques de cemento y varilla, cuando no con un recipiente de plástico. Estos inventos se han patentado como muestra de una amenazante civilidad: “Te estacionas aquí y te rayo el coche”. Por lo menos hay un principio de diálogo entre el creador del bulto y su destinatario. Pero, claro, estamos en la época del capitalismo consumista y el valor consiste en generar necesidades que lleven al consumo de productos, servicios y espacios. Como era de esperarse el arte público ha ido desapareciendo de las esquinas y las plazas, y cuando alguna vez salta a la vista, como el terrible Guerrero Chimalli del tal Sebastian, nos acordamos que alguna vez la escultura pública marcaba el punto de convergencia de la comunidad citadina. Se trataba de un hito, como la columna de El Ángel de la Independencia o la “Galleta Suavicrema”, como se conoce a la Estela de Luz, monumento al Bicentenario de la Independencia de México. El problema de la escultura ha sido abordado por varias exposiciones recientes. Una de ellas, la del Museo Universitario de Arte Contemporáneo titulada El derrumbe de la estatua. Hacia una crítica del arte público (1952-2014). La exposición es parca en ejemplos, pues la colección del MUAC sigue siendo teniendo déficits importantes: no hay recursos para adquirir obra y hay una agenda muy larga de demandas curatoriales que siguen el dictado de la protagónica exposición La era de la discrepancia. La exposición intenta hacer un resumen de cómo se llevó a cabo ese derrumbe del pedestal ideológico que sostuvo durante décadas al arte público en la era moderna, creando la impresión de que algún día el país contó con un arte útil para la vida política y el espacio público. Pero el mismo espacio del museo demuestra lo contrario. Lo que se ve en salas es la subsistencia de una 29 crítica estética que, cada vez, está más dedicada a la homogeneización de posturas individuales. Y es así que la obra de Eduardo Abaroa y Pablo Vargas Lugo y Damián Ortega hacen un guiño paródico al mercado sobre ruedas de lonas rosas y la banqueta o escarpa (como le dicen mis paisanos yucatecos) con el contorno pintado de amarillo, o el excusado América Letrina, todas ellas parodias de lo que son hoy los lugares públicos. Piezas ya vistas y reexpuestas en otras exposiciones y contextos vuelven a debutar en otro contexto con las mismas lecturas. La pieza de Enrique Ježik sobre los acontecimientos violentos de Oaxaca en 2006, la instalación de Francis Alÿs sobre el perro magnético que atrae pedazos de metal que encuentra a su paso, las fotografías de Teresa Margolles sobre las marquesinas cinematográficas con mensajes suicidas; todas estas formas de intervención en el espacio público ya han sido tan revisadas y revisionadas y reinterpretadas, que se han convertido en iconos museísticos del propio MUAC, y ya deberían pasar a formar parte de su espacio escultórico. Pero quizá no lo han hecho, porque esto podría dejar sin obra a la próxima exposición del MUAC. La muestra de marras acusa carencias y ausencias, tales como incluir solamente a un artista que no reside en el DF a la exposición, el tijuanense Marcos Ramírez Erre. No obstante, su trabajo está representado sólo en imágenes de registro de la obra Toy AnHorse, el faraónico caballo de Troya que colocó en la frontera entre Tijuana y San Diego durante la bienal InSite de 1997. Esto demuestra la escasa atención de los curadores a fenómenos de arte público que han activado el discurso estético-político en la frontera y en otras regiones de México. ¿Dónde están las obras de artistas como Lorena Wolffer, Luis Felipe Ortega, Tercerunquinto o César Martínez, cuya obra forma parte de las colecciones asociadas del MUAC? ¿Por qué insistir en presentar la escultura de Federico Silva, David Alfaro Siqueiros, Diego Rivera, cuando lo que se pretende es criticar el corporativismo estético de la modernidad? La inclusión del tal Sebastian, aunque los curadores digan que se trata de una “deconstrucción” culterana del concepto de arte público, deja ver las lagunas debido a las cuales el arte y el espacio pú- blico seguirán siendo ideas míticas generadas desde la misma curaduría. El verdadero y urgente tema a debatir es la subsistencia del museo (espacio público por excelencia) y sus colecciones en un contexto en el que cada vez más se recurre a fórmulas de embalsamamiento de la disidencia y la crítica, dentro de flujos artísticos impulsados por bienales, ferias, museos trasnacionales y sus sucursales locales. ¿Dónde queda entonces la discusión acerca de lo que es el espacio público? Curada por José Luis Barrios y Alesha Mercado; investigación de Sol Henaro, Pilar García y Cuauhtémoc Medina; MUAC, del 22 de noviembre al 5 de abril de 2015 Artistas incluidos en la muestra: Artistas: Eduardo Abaroa, David Alfaro Siqueiros, Francis Alÿs, Alejandro Caballero, Helen Escobedo, Arturo García Bustos, Mathias Goeritz, Paolo Gori, Melquiades Herrera, Hersúa, Javier Hinojosa, Javier Hinojosa, Enrique Ježik, Gabriel Kuri, Ximena Labra, Ernesto Mallard, Teresa Margolles, Israel Martínez, Carlos Mérida, Enrique Metinides, Damián Ortea, Marcos Ramírez Erre, Diego Rivera, Federico Silva, Rufino Tamay, Sebastian, Pablo Vargas Lugo Un contexto en el que cada vez más se recurre a fórmulas de embalsamamiento de la disidencia y la crítica, dentro de flujos artísticos impulsados por bienales, ferias, museos trasnacionales y sus sucursales locales. Esta ambivalencia política, prueba de cómo en el circuito galerístico se puede ser más o menos crítico. Sobre negro Arturo Hernández Alcázar, Mario de Vega y Juan Pablo Macías Por Juan Carlos Reyna Sobre negro, la primera exposición curada por Michel Blancsubé en MARSO, puede leerse como una forma de registro alusivo a la explotación corrupta de los recursos energéticos en México. También podría ser una exploración meramente formal alrededor de ciertos temas relacionados, sí, al despojo y saqueo de bienes naturales, pero también a la relación entre arte y políticas públicas en el país. Puede, incluso, ser una indagación puramente matérica en torno a los procesos de producción de la economía residual; pero esta ambivalencia política, prueba de cómo en el circuito galerístico se puede ser más o menos crítico (no llegar al panfleto, pero tampoco ser ajeno a los temas presentes en la agenda nacional), ¿qué sentido adquiere en el clima indiscutiblemente de debate de la esfera pública local? Sobre negro es una muestra con intervenciones en sitio específico de Arturo Hernández Alcázar, Mario de Vega y Juan Pablo Macías. MARSO expuso el “residuo” de dichas intervenciones, como señaló el comunicado de la galería. Aunque el registro de las mismas estaba expuesto en la galería, lo más interesante en términos de producción ocurrió en la Torre de los Vientos, un contenedor del artista uruguayo Gonzalo Fonseca a cinco minutos de la estación Perisur del Metrobús, en el DF. La Torre integra el circuito de veintidós esculturas que forman la Ruta de la Amistad, un proyecto de Mathias Goeritz y Ramírez Vázquez con motivo de los Juegos Olímpicos de 1968. El propósito de la Ruta era “sacar el arte a la calle”, como se dijo mucho en aquellos años. Con Mina invertida, Hernández Alcázar convierte la torre en un espacio de fundición de cobre. De acuerdo al comunicado del patronato de la Ruta de la Amistad, la pieza «alude al despojo y saqueo de materiales con la explotación de territorios, la acumulación de riqueza y al detrito como saldos de los procesos de producción». Hernández Alcázar no es nuevo en dichos temas (Trilogía del colapso, 2011; Geometría del colapso, 2013) y su aportación a Sobre negro es la más contundente en términos políticos. En Vórtice negro, Mario de Vega reproduce al interior de la torre una serie de procesos de combustión controlados; de Vega, un sagaz y meticuloso experimentador de materiales, detona pólvora y carbón para elaborar lo que pareciera un poderoso vórtex de exterminio. Es clara la referencia a su trabajo en Sin (2013), también curada por Blancsubé. Fyodor, de Juan Pablo Macías, es una pieza que opera a manera de contrapunto ante las dos intervenciones arriba mencionadas. A diferencia del registro industrioso de las piezas de sus colegas, Macías apuesta por un gesto menos espectacular: raya o, mejor dicho, escribe los muros de la torre durante los procesos de explosión y fundición de Mina y Vórtice. Para Blancsubé, las piezas de estos tres artistas «se encuentran en dinámicas de traslape, de contaminación y de choque hasta disolverse y cancelarse». Uno de los aciertos más obvios de la expo, muy evidente en MARSO, es su unidad formal. El trabajo de Blancsubé en este sentido es muy notorio, tratándose de un curador con una trayectoria de trabajo operativo indiscutible; pareciera, por más ingenua que parezca esta percepción, que la obra expuesta es de un solo artista. Su traslape hacia la disolución o cancelación, sin embargo, ¿no apunta a cerrar un diálogo que parte de esta obra reclama permanecer abierta? Blancsubé es un curador talentoso, a ratos brillante, que la mayoría de las veces revela tener habilidades ganadas más en la experiencia del espacio de exposición que en el terreno puramente intelectual. En el horizonte presente de los circuitos artísticos, especialmente el museístico, eso es una tremenda cualidad. Sin embargo, ello podría resultar en la producción de exposiciones más cargadas a lo sensual, que a lo coyuntural. No es algo ni bueno, 33 ni malo; sólo metodologías distintas; aunque, sería grato advertir a un Blancsubé un poco menos inclinado a fungir como un exquisito operador de experiencias sensoriales (Esquiador en el fondo de un pozo, 2006) y más a ser un formulador de conceptos filosóficos, e incluso éticos, tratándose de los temas con los que trabajan sus artistas. El rumbo que toman las exposiciones en el que temas históricos o de coyuntura son más o menos protagonistas es fácil de perderse. En México, al menos, la obra termina fugándose del terreno crítico hacia una arena cada vez más lúdica. No es el caso de esta exposición. El acierto de Sobre negro es que estos tres artistas, en un momento claro de maduración, han decidido asumir un riesgo intelectual más radical de la mano de un curador como Blancsubé. Da la impresión que «la explotación de territorios, la acumulación de riqueza y al detrito como saldos de procesos de producción», por ejemplo, son temas que podrían tensarse aún más. Pero da la impresión también de que Blancsubé se ha adentrado al delicado terreno de la crítica política con sobriedad e inteligencia. Al ver esta exposición crecen las ganas de ver lo que hubiera sido, por ejemplo, su trabajo junto a Hermann Nitsch en la sonada muestra cancelada en el Museo Jumex. La casi poquísima cobertura en medios de la exposición subrayó la presunta intención de «reflexionar y cuestionar los sistemas de organización económica, social y política de nuestros tiempos» (Time Out). ¿No es eso un horizonte demasiado largo para las problemáticas concretas que aborda la exposición? Estado precario de la memoria, la instalación de Hernández Alcázar, ya en la sala de MARSO, es una escultura hecha de anaqueles y periódicos expuestos a una detonación. La alusión al desmoronamiento paulatino del aparato que supuestamente da sentido a las instituciones modernas mexicanas (Desaparición de evidencias, 2014; Clausuras hipotéticas de instituciones culturales, 2011) se agradece. Curada por Michel Blancsubé; MARSO, del 3 de febrero al 17 de marzo Al ver esta exposición crecen las ganas de ver lo que hubiera sido el trabajo de Blancsubé junto a Hermann Nitsch en la sonada muestra cancelada en el Museo Jumex. ¿Qué clase de “acceso” a la cultura es éste? Es de un paternalismo insultante. Leonardo, Rafael, Caravaggio: una muestra imposible Varios artistas Por Brenda J. Caro Cocotle El gabinete de un aficionado, la última novela editada en vida de Georges Perec, revela mucho del funcionamiento de los mecanismos de legitimación artística. En términos simples, Perec narra la brillante ejecución de un engaño, una puesta en escena que termina por ser una broma ácida sobre el coleccionismo, la crítica de arte y las instituciones culturales; un juego sobre la virtualidad, la especulación, la originalidad y la reproducción. Una especie de fábula invertida de El traje nuevo del emperador. Tras visitar Leonardo, Rafael, Caravaggio: una muestra imposible. Las obras de arte en la era de la reproducción digital pensé que quizá al Sr. Perec, le parecería una especie de interpretación perversa de su novelita. Esta exposición itinerante es un proyecto de Renato Parascandolo, director del área educativa de la radio y televisión pública italiana (RAI), consistente en una serie de reproducciones digitales de las obras más relevantes de Leonardo, Rafael y Caravaggio. Inaugurada a principios de enero en las instalaciones del CENART, la exhibición es resultado de un acuerdo interinstitucional, en el marco de un programa realizado por el gobierno italiano, “el año de Italia en América Latina”. Responde a un modo de entender la política cultural en México, en el cual la “proyección internacional” se convierte en una estrategia en negociaciones de índole comercial, cuya raíz tiene larga tradición, y que tuvo un interesante momento durante el sexenio de Salinas, durante el cual se convirtió, de la mano de Rafael Tovar y de Teresa, en el eje del programa cultural en su momento. Si uno mira las fichas que hoy están en juego a nivel institucional en materia de cultura, encontrarse con un proyecto de esta índole no es sorpresivo; el mismo se presenta acorde con tres de los ejes del plan estratégico del Consejo: la siempre machacada “democracia cultural”, la “internacionalización” y la “agenda digital”. Tres cosas se ponderan sobre la exposición: 1) la fidelidad de la reproducción y sus posibilidades discursivas, 2) el empleo de los nuevos medios en programas públicos de difusión y acceso a la cultura y 3) el modelo de gestión cultural. Considero que si la muestra cobra alguna relevancia es por todo lo que puede plantearse alrededor de la misma. Quiero intentar discernir entre una incomodidad y perplejidad que no deja de acompañarme a últimas fechas y la observación reflexiva, argumentada al respecto. Pongámosle un vestido nuevo al emperador para que siga usando los pantalones de siempre La exposición se presenta como una exploración sobre los usos de las nuevas tecnologías y medios de reproducción digital en el ámbito museológico. En la información oficial se ha hecho especial énfasis en el grado de complejidad técnica y científica de las reproducciones escala 1:1 –facsímiles digitales, pues–. Renato Parascandolo es reconocido por su trabajo en la digitalización del patrimonio; conoce como pocos el asunto y uno esperaría que la propuesta presentada pusiera sobre la mesa los varios debates sobre el sentido, finalidad y limitantes existentes procesos de este tipo. El problema es que no hay indagación alguna: el esfuerzo se concentra para generar una reproducción en el sentido más llano. Lo virtual no es presentado como un cuestionamiento a la naturaleza objetual del arte o del artefacto museológico, sino como el empleo de los recursos para replicar no sólo las condiciones materiales del objeto –de la obra maestra de arte– sino del contexto y experiencia del gran museo de arte. La exposición hecha mano del hardware y el software para redundar en un discurso museográfico convencional, atenido al canon, de corte academicista. Sin duda, uno no puede dejar de reconocer la destreza y el grado de precisión técnica, la labor científica que hay detrás, la limpieza en la distribución espacial y el cuidado en el montaje; pero la línea con el parque temático es demasiado difusa: opera la intención 37 clara de generar el simulacro, en permitirnos “experimentar” la ficción, el ofrecernos el como si en la mano. ¿Usted no puede ir a las galerías L’Academia o Degli Ufizzi o al Louvre? No hay problema, se lo traemos a la puerta de la casa. Es más, si tiene suerte, la experiencia puede ser tan real que hará una cola de una hora y media para entrar y maravillarse. Eso sí, no hay souvenirs a la salida. La exposición nunca oculta el hecho de que la originalidad está ausente. No hay engaño a los públicos. Uno sabe lo que va a ver y por qué. Por eso sorprende la ausencia de ruptura de las convenciones: la recreación de la experiencia abarca también los comportamientos y acercamiento de los públicos al museo. No hay un ápice crítico respecto al objeto y su virtualidad, ni siquiera un guiño. Todo ocurre como si de un guion se tratase: la clásica visita guiada, niños y padres apurados copiando cédulas. Sin duda lo más desconcertante (o atractivo, depende de cómo se lo quiera ver) es la cantidad de gente haciendo fotografías de las piezas y el testimonio de visita a través de la selfie. La toma objetualiza por completo a la imagen digital para luego quizá devolverla de nuevo a su carácter inicial a través del smartphone, tabletas y demás chuches de estos tiempos. No, no se trata de mirar condescendientemente a los visitantes (ay, qué nacos) sino preguntarse por qué replicamos las conductas: ¿es resultado de una racionalidad que impide rebasar la línea de la voz de autoridad del discurso curatorial?, ¿de años y años de pedagogías educativas que sólo se revisten de palabras nuevas pero que descansan en las mismos preceptos?, ¿seguimos apelando a la sacralidad laica del museo pese a nuestros códigos QR?, ¿por qué no le exigimos más a los públicos? O mejor aún, ¿por qué no nos exigimos más como públicos?, ¿por qué nos subestimamos tanto? servar los requerimientos técnicos y condiciones de espacio que demanda aquél (control lumínico, una buena red de transmisión de datos, equipo de alta fidelidad), queda claro que en definitiva no es para lugares perdidos en la sierra ni puede operar sin un fuerte soporte gubernamental. Pero la pregunta de fondo es que clase de “acceso” a la cultura es éste. Es de un paternalismo insultante. No en lo concerniente a la obligatoriedad de las instancias culturales del Estado por generar programas públicos, sino por seguir perpetuando una política cultural que descansa en la espectacularidad, el discurso fácil y en creer que la “democracia” consiste en el número de “beneficiarios” a presentar en los informes. Desconozco los montos de inversión para realizar Leonardo, Rafael, Caravaggio…, pero sin duda no se trató de una cantidad pequeña (la información aún no está disponible en el portal de Transparencia del CENART o CONACULTA). Sí claro, traer las obras originales hubiera sido carísimo, mas lo que discuto no es el hecho de trabajar con reproducciones sino la pertinencia del proyecto en sí. ¿Cuál es el sentido de una exposición de este tipo? Es mezquino… Es mezquino creer que se “beneficia” a los públicos porque pueden tener en “casa” lo que podrían ver si viajasen a Europa. Es mezquino creer que con eso se cumple una agenda pública de fomento y educación. Es mezquino preocuparse más por cultivar las relaciones internacionales en vez de tomar por los cuernos las problemática en materia de política cultural en el país. Es mezquino no pagar sueldos por meses a los trabajadores del sector y a artistas que se encuentram bajo esquema de honorarios o del Capítulo 3000. Es mezquino. Es una broma de pésimo gusto. Creo que Perec estaría de acuerdo conmigo. CENART, del 15 de enero al 15 de abril La democracia cultural se escribe con V de Vasconcelos y se lee con M de mezquindad El proyecto proclama como una de sus virtudes el ser una alternativa para posibilitar una difusión del patrimonio a un público amplio: «llevar a lugares remotos y a comunidades alejadas de los centros de cultura lo que de otro modo sería imposible». Al ob- Es mezquino no pagar sueldos por meses a los trabajadores del sector y a artistas que se encuentran bajo esquema de honorarios o del Capítulo 3000. Otros textos DANIEL GARZA USABIAGA Sebastian, marca registrada Sebastian, el artista que simula obra pública, dándole un pulgar arriba a una versión miniatura de su Guerrero y mandando un saludo a sus seguidores en Chimalhuacán. Enrique Carbajal –conocido popularmente con el seudónimo de Sebastian– es, sin duda, el escultor de obra monumental con más piezas construidas a lo largo y lo ancho de México. Esta apabullante visibilidad, por lo mismo, ha ocasionado que sea uno de los artistas nacionales más conocidos. «Yo, ¿qué culpa tengo de tener éxito?», se pregunta Sebastian. La carrera de Carbajal comenzó a finales de los años sesenta cuando, aún siendo estudiante, formó parte de los miembros originales del grupo Arte Otro, un colectivo dedicado a un arte experimental con fuertes vínculos con el cinetismo. Desde esta época decidió presentar su producción bajo el seudónimo de Sebastian. Justo cuando Arte Otro presentaba sus primeras exposiciones públicas en la Academia de San Carlos, en México se empezaba a institucionalizar una nueva forma de arte público que desplazaría por completo el programa del muralismo: la escultura monumental urbana abstracta o de “formas primarias”. En 1968, bajo la organización de Mathias Goeritz, se inauguró La Ruta de la Amistad como parte de la Olimpiada Cultural que acompañó la realización de los Juegos Olímpicos. En ese proyecto, auspiciado por el Estado y el sector privado, participaron veintiún escultores de distintas partes del mundo. Cada uno llevó a cabo una pieza de escala monumental, rechazando en su representación una fácil figuración. Las esculturas, en su mayoría, fueron hechas en concreto y, posteriormente, pintadas con colores vivos y atractivos. Se puede decir que, durante los años setenta, Sebastian abrazaría este tipo de producción repitiendo algunos puntos de su receta: el carácter monumental, la tendencia hacia la representación no figurativa y la aplicación del color (aunque siempre ha utilizado acero en vez de concreto). Antes de que el Estado empezara a patrocinar proyectos de este tipo de obra como una nueva forma de arte público, la escultura monumental urbana ya tenía por lo menos una década de historia. Desde 1957, Goeritz había realizado varias comisiones de este tipo provenientes del sector privado. Las esculturas de Goeritz habían servido para señalar y dar identidad a nuevos fraccionamientos residenciales, espacios fabriles u hoteles. Con esto se puede apreciar cómo la escultura monumental urbana, que en México constituyó un paradigma de arte público durante la segunda mitad del siglo XX, tuvo un fuerte origen corporativo y comercial. La razón de esto es sencilla de entender: la escultura, del tipo realizada por Goeritz, con su monumentalidad y tendencia hacia la simplificación de la forma contaba con un carácter icónico que servía a los clientes como una marca de reconocimiento. No debe de sorprender que muchos de los proyectos escultóricos de Goeritz, realizados durante esta época, terminaran funcionando prácticamente como logotipos corporativos. 41 Gracias a las investigaciones de algunos autores como Caroline Jones se puede ponderar el impacto de la esfera corporativa en el arte de la posguerra a nivel mundial. La escultura monumental de Goeritz, y mucha de la producción del artista alemán, podría estudiarse bajo esta óptica. El ejemplo de la pintura denominada de campos de color (Color Field) o como abstracción pospictórica (Post-painterly Abstraction), como Jones argumenta, también representa otro caso de estudio desde esta perspectiva. En México, como un caso de este tipo de pintura, se podrían señalar algunos trabajos de Vicente Rojo o Kasuya Sakai. El caso de la serie de Negaciones de Rojo, realizada durante la década de los setenta (1970-74), es especialmente relevante en este contexto; sobre todo si se le compara con algunos trabajos del artista en el campo del diseño gráfico, como la nueva imagen que realizó para la Revista de la Universidad de México que, de hecho, antecede a dicha serie de pinturas. Esta serie de obras de Rojo también puede ser vista en relación a algunos diseños de Ramírez Vázquez (como el logotipo de Tauro) o Lance Wyman (Empaques de Cartón Titán). La relación entre el orden corporativo y la producción artística durante estos años es apreciable en esta búsqueda de soluciones simplificadas (presente tanto en la pintura de campos de color como en el diseño de logotipos), muchas veces de carácter geométrico, que permiten una fácil y rápida identificación. Como Jones señala, muchos de los pintores asociados con la abstracción pospictórica buscaban en cada serie lograr una solución única y reconocible, que se asociara fácilmente con su autor –casi como si fuera su logotipo. Esto sucede con la serie de Negaciones de Rojo y, también con la obra de Sebastian en su conjunto. En el caso del escultor, hay un uso reiterativo de la geometría y el color como parte de su sello distintivo. De esta forma, e independientemente de si se encuentra en México, Marruecos, Japón, China, Irlanda o Estados Unidos, es muy sencillo identificar una obra de Carbajal. Es en la permanencia de esta solución geométrica donde se puede situar la diferencia entre el escultor y el pintor. Rojo abraza el concepto de la serie y articula variaciones entre uno y otro conjunto de obras. Con esta estrategia problematiza la relación corporativa entre artista ejecutivo y marca de producción. Sebastian, al contrario, capitaliza esa relación. En su trabajo no hay variaciones sino que predomina la misma solución. De hecho, y como se sabe, Sebastian es una marca registrada. El tema de la geometría, como sello distintivo de la producción de Sebastian, merece ser discutido ya que también cuenta con una historia anterior a su escultura monumental. A finales de los años sesenta y principios de la década de los setenta Sebastian realizó una serie de originales esculturas transformables que, con cada movimiento, presentaban una nueva solución geométrica con distintas facetas de color. Inspiradas, sin duda, en el trabajo de Lygia Clark (que seguro conoció a través de Goeritz) estas piezas buscaban una nueva relación con el espectador y pueden remitir a antiguas recreaciones racionales o juguetes científicos (que algunos títulos de estas obras sean Leonardo o Durero –ambas de 1972–, no es ninguna coincidencia). Inclusive en sus primeras obras de carácter monumental (como Puerta de Monterrey, 1977), Sebastian emplea la geometría de manera atrevida con el fin de crear tres estructuras (la más grande de veinte metros) que transforman la escena espacial debido a su masa y gravedad. La aplicación de color sobre la superficie de las obras, otro rasgo definitorio de la producción del artista, se relaciona, en sí, con la tradición de la escultura monumental urbana en México. Goeritz siempre optó por pintar sus esculturas, fabricadas en concreto, con el fin de contrarrestar el aspecto brutalista de dicho material así como para ocultar las frecuentes imperfecciones del material a nivel de la superficie. Este uso del color encajó dentro de cierta mitología nacionalista al enfatizar un supuesto gusto y predisposición a la policromía entre los mexicanos. Baste ver las fotos del contexto urbano de Chimalhuacán, donde actualmente se encuentra el Guerrero Chimalli de Sebastian (erigido a finales del 2014), para comprobar que esta suposición no es más que una falacia. Algo similar se podría decir del gusto nacional por lo monumental; asunto que siempre ha sido justificado a partir de la masa y los volúmenes de la arquitectura y la escultura prehispánicas. Sin embargo, en ocasiones, lo que esto trasluce no es una especie de “voluntad de forma” sino la tectónica y la escala propias del gusto del poder autoritario. Sebastian participó dentro del proyecto del Espacio Escultórico (junto a Goeritz, Helen Escobedo, Hersúa, Manuel Felguérez y Federico Silva) que se edificó en los terrenos de la Universidad Nacional Autónoma de México al sur de la ciudad. Esta obra representa una especie de momento culminante del desarrollo del arte moderno en México impulsado por las oportunidades y el crecimiento económico que experimentó el país a partir de finales de los años cuarenta. Es un punto culminante ya que marcó un fin (temporal) en la escala de los proyectos de arte público antes de que la economía nacional se derrumbara a principios de los años ochenta debido a la profunda crisis financiera que llevó a México a declarar una moratoria de pagos. Durante la mayor parte de esa década las comisiones de escultura monumental urbana fueron mínimas. No fue sino hasta el régimen de Carlos Salinas de Gortari, cuando el país experimentó su primera intoxicación neoliberal, que este tipo de encargos levantaron, teniendo a Sebastian como uno de sus mayores beneficiados. Gradualmente, desde inicios de los años noventa, la visibilidad de Sebastian aumentó a la par que la escala de sus esculturas. La creciente monumentalidad de sus obras no ha ganado sino momentum. Prueba de esto son los sesenta metros de altura del infame Guerrero Chimalli. Fue también a partir de los años noventa que los ejercicios geométricos de Sebastian dejaron de ser experimentales y se centraron en la búsqueda de una solución figurativa, cuyo resultado es una especie de figuración geometrizada. Baste ver, para comprobar esto, la escultura Pez vela (2001) ubicada en Manzanillo o el mastodonte en Chimalhuacán. La gravedad o peso de sus obras, también, ha ido en aumento. Bajo estas características, el trabajo de Sebastian ha dejado de ser, desde hace mucho tiempo, escultura para volverse monumento –una forma de ornato urbano que es fácil de comprender en la mente de un funcionario. Desde la óptica del artista y del funcionario lo que importa en estas comisiones son los “beneficios espirituales” (lo que sea que eso signifique) y no la manera en la que, a través de estas intervenciones, se pueda mejorar el tejido social (ya sea desde la articulación de espacios públicos hasta el mejoramiento de la circulación vial). Como monumentos, muchas de las obras de Sebastian confirman la predilección de los funcionarios mexicanos por conmemorar lo absurdo, algo que Helen Escobedo y 43 Paolo Gori identificaron claramente en su proyecto editorial Monumentos mexicanos: de las estatuas de sal y piedra (publicado en México en 1992). También, desde los años noventa, Sebastian redefinió su figura como “artista ejecutivo”. Sebastian ha realizado esculturas que, con el tiempo, se han vuelto insignias corporativas (como Cabeza de caballo, 1991) pero también ha hecho piezas ex profeso como logotipos para empresas y distintos tipos instituciones (para clientes como Elektra o la Suprema Corte de Justicia). Más aún, en este sentido, para la producción de sus piezas eliminó a cualquier tipo de intermediario en dicho proceso. Con esto Sebastian se transformó en una industria dedicada a la factura de esculturas (las de su autoría y, además, de otros artistas). Hasta la fecha, este carácter ejecutivo ha sido crucial para que su obra se haya expandido a lo largo y ancho del país. En una nota periodística reciente, Cuauhtémoc Medina lo explica así: «Sebastian, en ausencia de méritos artísticos, inventó un sistema en el que él simula obra pública. Lo que hace es hacer como que regala la obra de arte, el proyecto (para el cual no habría presupuesto asignado) y cobrarle a la nación la estructura metálica, la instalación, la pintura, la ingeniería, para la cual sí hay presupuesto público; eso le permite sobre todo usar gastos asignados para infraestructura»1. Es interesante ver cómo algunos académicos mexicanos, como Ida Rodríguez Prampolini o Teresa del Conde, detectaron en Sebastian desde los años sesenta una personalidad con fuertes rasgos de megalomanía y lo enunciaron abiertamente. Como la escala de sus esculturas, esta disposición del artista no se ha movido de otra forma más que superlativamente con el paso de los años. Sebastian se ofende cuando se le cuestiona sobre temas económicos y de asignación de recursos con respecto a su obra y se escuda en un argumento arcaico: como buen “genio” es un artista malentendido en su época. Como su maestro Goeritz, defiende los “valores espirituales” de su producción que, simultáneamente, disfrazan intereses económicos y de mercado; en este caso del segmento dedicado a comisiones de obra pública. Este tipo de cuestiones anacrónicas, como la comparación con la figura del genio o la promulgación de valores espirituales en sus obras, definen en su totalidad la producción de Sebastian. En el presente, Carbajal produce monumentos, no escultura, una figura que ha sido revisitada, reformulada y superada ampliamente, por los menos, desde los años ochenta. Para él los cambios en la semántica del monumento aislado no han ocurrido. Como suele suceder con muchas cosas que acontecen en México, la concepción del arte público de Sebastian, y de los funcionarios que patrocinan sus proyectos, es prácticamente inexistente en cualquier otro lugar del planeta. El caso de Sebastian es interesante ya que por un lado, y por algún tiempo, representó la corriente antagónica de arte público que surgió durante la segunda mitad del siglo XX en oposición al muralismo. Sus propuestas de escultura de pequeño y mediano formato, así como sus primeros casos de escultura urbana, son evidencia de esto. No obstante, para los años ochenta en México, la abstracción geométrica y la escultura urbana se habían transformado en formas institucionales de arte – algo que, gradualmente, dejó en claro cómo la escultura monumental urbana nunca fue una forma de arte público neutral en términos ideológicos. Sebastian, hasta la fecha, no ha dejado de capitalizar en esto. Sus ejercicios no figurativos fueron degenerando gradualmente en un realismo folclorista y una combinación de figu- ración y geometría. La permanencia y reiteración de sus comisiones sólo se explica mediante la perniciosa relación entre el artista y sus mecenas (principalmente distintos niveles de gobierno); no sólo en lo referente a asuntos de encargos cargados de corrupción sino, más aún, debido a un pobre entendimiento compartido sobre el arte público como forma de conmemoración, como monumento. En este sentido, los referentes de las actuales obras de Sebastian no se encuentran en el panorama del arte contemporáneo sino, más bien, en las fórmulas conmemorativas de regímenes autoritarios del siglo pasado: su discurso pseudometáfisico y su pasión por las estructuras monumentales ubicadas en la urbe que sirven como símbolos visuales de poder (ya sea estatal o corporativo) recuerdan los gustos dictatoriales del siglo XX (entre los que se puede situar al PRI que hoy en día vuelve a gobernar México). El significado propagandístico de sus obras queda expuesto en la escultura que, a finales del 2014, se edificó en Chimalhuacán –una de las zonas más empobrecidas del área metropolitana del DF. Más alta que la Estatua de la Libertad (sin contar su base), el “gigante de Chimalhuacán” fue erigido vertiginosamente en medio de la pobreza, dentro de un paisaje caracterizado por viviendas de construcción irregular y carentes de múltiples servicios; una maniobra muy similar a la que emprendió Joseph Stalin durante la posguerra (con el fin de levantar esculturas monumentales de Lenin en la URSS o la Europa del Este) o Saddam Hussein durante los ochenta con el fin de celebrar la supuesta victoria en la guerra contra Irán…Una imagen monumentalmente indignante de victoria y bienestar en medio de la catástrofe. Medina, Cuauhtémoc, citado en “El negocio de Sebastian es la infraestructura”. El Universal, 23 de diciembre del 2014. http:// www.eluniversal.com.mx/cultura/2014/impreso/-8220el-negociode-sebastian-es-la-infraestructura-8221-75830.html 1 45 Statu Quo de la escena del arte en México, es un fragmento de una extensa historia coral acerca del arte mexicano contemporáneo, contada por sus actores. La investigación, todavía en curso, es de Corinna Koch, escritora, editora y fotógrafa alemana, que radica en México. CORINNA KOCH Statu Quo de la escena del arte en México Participan: Felipe Ehrenberg, artista visual, pieza clave en el desarrollo del performance y los grupos artísticos en México durante la década de los setenta. Cuauhtémoc Medina, crítico e historiador de arte, curador en jefe del Museo Universitario de Arte Contemporáneo. Chris Sharp, curador independiente y editor, dirige, junto a Martín Soto Climent, el espacio de arte Lulu, en la ciudad del México. Alex Becerra, joven artista estadounidense, recientemente estuvo en México durante Zona Maco con la galería LTD, de Los Ángeles. Michel Blancsubé, curador del Museo Jumex y jefe de registro de obra de la Colección Jumex. Fernando Mesta, galerista, director de House of Gaga, en la ciudad de México. Moisés Cosio, coleccionista, presidente de la Fundación Alumnos 47, en la ciudad de México. Carlos Amorales, es artista, su exposición más reciente es El esplendor geométrico, em la galería Kurimanzutto, en la ciudad de México. Chantal Peñalosa es una joven artista, becaria del programa de Bancomer BBVA-Carrillo Gil. Yollotl Alvarado, es un joven artista, miembro de la cooperativa, con sede en el DF, Cráter Invertido. Mónica Mayer, artista y crítica de arte, en 2011 inició el «proyecto artístico de integración y reactivación de archivos» www.pintormiraya.com. Nina Höchtl y Naomi Rincón-Gallardo miembros del colectivo mexicano Invasorix, interesado en las «formas de protesta cuir-feminista». Juan A. Gaitán, director del Museo Tamayo. Fue curador de la 8ª Bienal de Berlín. Yoshua Okón, es artista, fundador de la iniciativa educativa SOMA y del emblemático espacio de arte independiente La Panadería, ambos con sede en la ciudad de México. Arturo Delgado, director del Centro Cultural del Bosque, en la ciudad de México. Gabriela Jáuregui, escritora, poeta y traductora mexicana. COLECCIONISMO Y MERCADO FELIPE EHRENBERG: Lo que desconocemos los capitalinos, probablemente el grupo humano más provinciano, aislado y desconocedor de toda la República, son las leyes, confundimos gobierno con los que lo ocupan, no sabemos como se constituye una cooperativa: qué privilegios legales y responsabilidades existen. Porque, a final de cuentas, no se puede llevar un país con dobles libros o juntando en el fisco las cosas y demás. Al modelo le dieron en la madre perfectamente bien hacia las fechas en que el consejo se formó… por ahí los grupos se disolvieron, cada quien comenzó a individualizarse, a buscar chamba en otras cosas, a despreocuparse por vender su trabajo como buen profesional y tratar de ser estrellas de rock con ese individualismo fetichista de fama y todo lo que han promovido totalmente las industrias culturales y que obviamente emparenta al 100% la colección Jumex con el MUAC, que es la misma cosa: MUAC es gobierno y Jumex es privado, pero son casi indistinguibles. CUAUHTÉMOC MEDINA: Desde mi punto de vista hay una transformación muy importante: por primera vez en una década –duró hasta que la Fundación Jumex decidió suicidarse–, parece que la clase alta decidió formar parte del arte contemporáneo, un papel que no juega desde el siglo XX. En parte por la orientación política, por una sección del arte en México después del siglo XXI, pero también por la lógica cultural de la clase alta mexicana después de la revolución, que cuenta con elementos nostálgicos en torno al periodo colonial. Así que su identidad se filtró a través de la negación del presente y el futuro. La relación entre los artistas y la clase dirigente de México fue precaria, durante algunas décadas. Durante los últimos años han ingresado al negocio de representar su prestigio a través de la producción artística. FELIPE EHRENBERG: Entonces, para el artista el problema es el “cubo blanco”, preocuparse por museos… en fin. Yo caminé en Turquía, en San Felipe, Tehuantepec y caminé en un mundo con el que yo me he comunicado toda la vida, pero del cual no conozco un sólo artista debajo de los 33 que haya entrado al cubo blanco. Hay algunos esfuerzos como el de Melquiades Herrera quien hizo unos grandes trabajos para imbuir un poco de sangre roja en el “cubo blanco”. Pero el “cubo blanco” sigue siendo así como una meta. Yo soy un romántico que todavía cree que hay sensaciones y sentimientos, que lo más importante para el artista es dialogar con un público, con su público, no con el que organiza una feria en Basilea o en Zona Maco, 47 no, no, su público: mi tía, mis primos, el mecánico, el que tiene una maquila para zapatos, ése es mi público. Eso es lo que yo pienso y ahí se cobra lo que se puede, a según el sapo la pedrada, si el producto es bueno la calidad es igual. CHRIS SHARP: Exagerando un poco, se podría decir que aquí es casi un tabú producir objetos. La gente parece tener una verdadera alergia a cualquier cosa que parezca prestar atención al mercado o a la mercantilización del objeto, como si fuera de alguna manera inherentemente malvado. Pintar es uno de esos tabúes, así que no verás mucha pintura en la escena del arte contemporáneo. No significa que no existe, es sólo que no cuenta con el derecho cultural. ALEX BECERRA: Lo que quiero en el pabellón de mi galería dentro de Zona Maco es que la pintura, o en general el arte, tenga una aproximación más alegre del que ahora existe, para que modifique la manera en que la gente contempla, como si dijera «wow, esto es pintura, verdadera pintura. ¡Alguien realmente puede seguir haciendo eso!». Estoy haciendo esto especialmente para los jóvenes artistas que parecen estar demasiado impresionados por la celebridad, que son tan apretados en lo que se refiere a la atenta lectura de sus carreras, como si llevaran los zapatos de Orozco y compañía. Después ves a gente comiendo, en sus mesas VIP; probablemente les importe un carajo lo que sucede a su rededor. Hace rato había una actriz de televisión en mi pabellón, una especie de estrella de telenovela española. Tomaba fotos frente a mis pinturas. Entonces mi galerista le dijo: «Oye, disculpa: el artista está aquí, ¿quieres una foto con él?» Se giró hacia mí y contestó: «no». Esto ilustra perfectamente que no hay respeto por lo que sucede alrededor: hay gente que no tiene el mínimo cariño por el arte, que sólo vienen a exponer su riqueza. Están bien vestidos, mostrando el rostro y conviviendo con estrellas de televisión. Con esa actitud, el panorama del arte está condenado a cumplir un papel secundario, del evento-espectáculo. MICHEL BLANCSUBÉ: ¿Cómo puedes ser crítico con el capitalismo mientras trabajas en una poderosa galería, tal vez el escaparate más avanzado del capitalismo en el mundo? Un artista que se haya comprometido políticamente no debería formar parte de una galería. Existen estos aspectos del mundo artístico enfocados al mercado, sé que existen y, de alguna manera, parecen acaparar todo el panorama ahora. Esta postura fue formulada muy bien por Giuseppe Morra –presidente de la Fundación Morra, en Nápoles, que alberga el museo dedicado a Hermann Nitsch– cuando dijo después de la plática que el mercado está en todas partes y cuando estamos frente a un verdadero artista como Nitsch hay cierto tipo de pánico. También hay un comentario del artista Jean-Luc Moulène, cuando dijo que ahora, cuando ve el arte contemporáneo, siente la mayoría de las veces que está frente a productos de arte y no frente a objetos de arte. Esto nos lleva de regreso a cuando Carlos Amorales decía en su texto que el trabajo artístico no debería tener sólo un valor económico, sino que deberían poder ima- ginar que hay algo detrás del trabajo, un concepto filosófico inherente en el arte que desafía ir más lejos. FERNANDO MESTA: En México, cada coleccionista es completamente diferente a al otro, y no se puede adivinar un patrón, sólo el hecho de que están coleccionando. Sin embargo, hay dos o tres coleccionistas jóvenes que están haciendo un gran trabajo y es increíble encontrarse con ellos. Tomará tiempo, si quieres tener una buena colección, creo que un coleccionista que es serio con lo que hace se plantea problemas: «¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué significa coleccionar arte? ¿Qué implica?» Para algunos de mis mejores coleccionistas, comprar arte se convierte en algo casi relacionado con problemas existenciales. Uno de mis clientes me preguntó una vez: «No quiero ser un coleccionista, ¿en qué me convierto si comienzo a acumular arte?» Contesté que investigar acerca del arte es mucho mejor que sólo coleccionar dinero; haciendo eso, no apoyas sólo el arte, sino diferentes discursos y posturas radicales. MOISÉS COSIO: He coleccionado desde hace ocho años y he hecho amistad con muchos otros coleccionistas. No creo que sea un buen coleccionista. Walter Benjamin, en Desempacando mi biblioteca, habla acerca de coleccionar libros, describiendo perfectamente lo que es un coleccionista: el deseo de una persona por cierto objetos vinculado a la idea de que ese objeto estará mucho mejor si se encuentra entre sus posesiones. Entonces lo que hace un coleccionista es perseguir ciertas piezas para poseerlas, incluso si nunca lee el libro o cuelga el cuadro: la cuestión es tenerlo. No es mi caso, nunca me he obsesionado con tener una pieza en específico. Aunque sí me obsesiono con el artista como sujeto, con los libros que lee, su pensamiento, su postura y las cosas que hace. De pronto siento la urgencia de tener piezas suyas. ¡Es como canibalismo! En cuanto a la obra, no sé si es buena o mala, no me intereso por una pieza específica. Para mí, tiene que ver con el proceso de pensamiento de una persona, que es inherente a la obra. CARLOS AMORALES: Lo que veo en México es que la gente reduce el mercado, lo minimizan a algo que tiene que ver con adular, tener buenas relaciones o ser burgués. La gente parece creer que en el mercado hay corrupción, es casi un pensamiento mágico. Sin embargo, cuando lo ves desde dentro, es mucho más complejo, más trabajo y más juegos arriesgados. Siempre pienso en esta analogía: qué sucediera si fueras panadero y tuvieras un prejuicio en contra de vender pan a tus clientes, pensando: “malditos clientes, ¿ahora qué quieren que presente? ¡Mi pan!”. Se vuelve ridículo. Creo que si los artistas tuvieran una relación más sana con el mercado, podrían fortalecerse, porque si sabes que la universidad funciona y es profesional que forcejea con el mercado para formarse, lo valorarás. Es más probable que valores los esfuerzos si te percatas de que el éxito no es casualidad. ¿Por qué desafiar un gobierno que ni siquiera te voltea a ver? 49 CHANTAL PEÑALOSA: No tengo la experiencia del mercado. Pero me parece que una idea sobre el éxito en el arte –que tiene que ver con muchos factores– está ligada a cierta visibilidad con cómo se desarrolla la obra de un artista en términos curriculares hasta su inserción en el mercado. Volver esto un indicio para la producción de obra y hasta de un posible discurso me parece problemático, me hace pensar en una analogía con una carrera de caballos. La competencia como premisa. ¿Quién o qué decide qué se vuelve trascendente en un sistema de arte? ¿Qué tanto el mercado legitima el discurso de un artista? ¿Quién decide qué es el éxito? YOLLOTL ALVARADO: Tengo una relación verdaderamente extraña con el mercado. Intenté lidiar con el sistema de una galería y realicé la pieza más difícil de vender. Entonces, para mí, el mercado siempre fue algo irritante, con gente a tu espalda presionando para que produzcas algo fácil de vender. Desde donde lo veo, el mercado siempre va a interferir; no sólo en las formas de la obra, sino en la estructura y los tiempos de la vida, la autonomía y las decisiones sobre cómo se quiere llevar la vida y hacer arte. Para mí, el mercado representa todo lo que odio en el mundo. Es una versión miniatura de lo que, en general, sucede con el sistema económico en el mundo, con sus elementos jerárquicos y su idea del arte, que desprecio. En ese mundo también hay artistas, exposiciones y discusiones increíbles, pero al mismo tiempo, para mí, es como si hubiera crecido para aprender que ese tipo de cosas simplemente me llevan lejos de lo que quiero hacer. MÓNICA MAYER: En el imaginario colectivo mexicano del arte contemporáneo, arte contemporáneo es lo que venden Kurimanzutto y Jumex, para mí eso no es “el arte contemporáneo de México”, sino un pedacito de lo que sucede en este sector del mundo de arte. Pero además hay muchos mundos del arte y lo que pasa en ese mercado es minúsculo comparado con la producción artística actual en México. En este contexto Zona Maco no es representativa, aunque sea lo que se conoce afuera. Hay mucho trabajo colectivo que se ve en las calles, proyectos en cárceles y otras comunidades, hay trabajo aficionado y muchos tipos de profesionales, de entrada porque existen más de cincuenta escuelas de arte en todo el país. Cuando mucho el 0.5% de los artistas de México vive exclusivamente de su trabajo artístico. Seguramente Teresa Margolles y Gabriel Orozco viven muy bien de su trabajo, pero eso no sucede ni siquiera con todos los artistas de la Kurimanzutto. FERNANDO MESTA: Parece que los galeristas europeos que vienen a México esperan que será muy fácil aquí, pero las ventas son malas y nunca regresan. Lo he visto muchas veces. Siempre está el riesgo de no vender; por ejemplo, cuando estuve en el Frieze de Londres, fue muy caro y no vendí nada. Hay ferias en las que las ventas son malas y ni siquiera estás en un país donde todo es barato, se comienzan a comportar como si estuvieran de vacaciones; lo veo en algunos galeristas que vienen a México. Pero cuando estás en una feria de Londres, ¡no es tan divertido porque sólo piensas que estás gastando libras y te quieres suicidar! No es como que haya ido a pasarla bien. Me parece un colonialismo silencioso pensar «iré con mi galería europea y les encantará». Quiero decir, voy a Nueva York seis veces al año, a Berlín tres veces y después a París, así que investigo y es por eso que conozco la escena. Como mexicano, creo que estamos muy conscientes de que tenemos que hacer este tipo de cosas. Cuando un galerista extranjero me dice «ah, no vendí un carajo» les contesto que primero vengan de visita. CARLOS AMORALES: Soy muy claro acerca de lo que quieren vender de mi obra en el mercado. De hecho lo disfruto, creo que es parte de la articulación de mi obra y quiero tener la libertad que otorga vivir de mi trabajo. Mis padres nunca lo hicieron, enseñaron toda su vida. Bien por ellos, encontraron algo que satisficiera su compromiso político. Vivir de la producción artística claro que es un reto, porque en algún momento se espera que produzcas cierta obra y cuando eso se establece, la gente quiere más y más y más de lo mismo. NAOMI RINCÓN GALLARDO: Cuando no vives de tu arte, y sigues produciendo como un artista devoto, corres el riesgo de cansarte muy rápido con la sobrecarga que se lleva en los hombros, y se entra a un estado de constante autoexplotación. Esto me parece peligroso en términos de la tensión personal que uno experimenta tratando de balancear su tiempo entre la obra que le da de comer, y la producción artística. Sin embargo, yo tengo muy claro que no me interesan las galerías como un formato para el arte. Me interesa generar un tipo de experiencia que pueda exceder el espacio del público del arte para trasladar otras cosas. CARLOS AMORALES: Pero debes desafiarte a ti mismo, lo interesante con el mercado es que el desafío se vuelve real. Después, el mercado te permite tener un estudio, trabajar de manera independiente y ¡te da el tiempo para leer sobre anarquía! También puedes desafiar al mercado, creo que para un buen galerista es más desafiante vender una obra difícil que la “fácil”. He notado esto con mi galerista, en el momento en que debe vender una pieza increíblemente extraña y lo consigue. Lo hace más interesante para todos. NINA HÖCHTLI: Puedes notar que, en nuestros días, la autoexplotación sucede en todas las profesiones. Desde periodistas hasta químicos, diseñadores o amas de casa; por lo mismo, considero que ser artista de tiempo completo es muy difícil, porque para la mayoría implica autoexplotación. Debes estar en las ferias, trabajar en tu obra, generar ediciones limitadas, documentar, después el coleccionista quiere otro video similar al que primero compró, que no quieres hacer necesariamente pero lo venderás bien. Todo este trabajo es difícil y contradictorio. Talvez emplees un asistente y tengas que buscar un estudio más grande; así vas creando un sistema de trabajo. Es muy probable que reproduzca condiciones de trabajo explotador, pero tienes a alguien ahí que depende económica y socialmente. No parece haber alternativas efectivas para los modos de trabajo de autoexplotación, es omnipresente y hace que el sistema neoliberal de trabajo globalizado funcione fluidamente. 51 ARTE POLÍTICO VS. POPULISMO haber necesidad de compromisos políticos y sociales en el mercado del arte, pero eso no significa que los artistas ni sus prácticas sean automáticamente políticos. CHANTAL PEÑALOSA: Me parece que en los últimos años hubo una sobreproducción de arte que intenta incidir en cuestiones políticas y sociales. Ahora, me parece que tendríamos que replantear ciertas preguntas. ¿Qué se entiende por activismo político? ¿Cómo se entiende desde las artes? Son dos cosas distintas que suceden en realidades distintas. Una termina ocupando un lugar simbólico en el arte y la otra se puede volver en una política realista. Hay maneras de articular un comentario político desde el arte a través de dispositivos tradicionales, es decir, cuando la mera utilización del medio (fotografía, video, pintura, etc.) apunta hacia un foco que automáticamente politiza la imagen. La constante apropiación de narrativas que se construyen fuera del arte y que después aparecen como parte de un discurso dentro de este campo, me hace preguntarme: ¿es posible generar una traducción del lenguaje que se produce desde el arte para aproximarse de manera concreta a una realidad inmediata? ¿Qué tanto una representación simbólica favorece en este tipo de contextos o cuándo terminan en la espectacularidad? ¿Se intenta devolver conocimiento significativo a dichos mecanismos y campos de estudio con los cuales el arte se relaciona? MICHEL BLANCSUBÉ: Tal vez el activismo político simplemente no debería ayudar al arte. Por ejemplo Nitsch, quien no estaba participando en la gran acción llamada Kunst un Revolution, que sucedió en la Universidad de Viena, en 1968. Sólo estaban Günter Brus, Otto Muehl, Oswald Wiener y Peter Weibel. Sencillamente, Nitsch no tenía interés en eso; incluso Brus dijo después que no había ido ese día a la universidad para hacer algún tipo de expresión artística, sino para provocar y joder algunas cosas; y las jodió bien. Al final, Brus también dijo que el Grupo de Viena, junto a todos sus seguidores, estaba más obsesionado con algún tipo de espíritu anárquico que con cualquier otra cosa. Dicho eso, no creo que sepa o entienda de qué va exactamente el arte político. Comúnmente se reduce a una actitud exhibicionista del artista o el curador, para mostrar su buena conciencia al mundo que lo rodea. CUAUHTÉMOC MEDINA: En México existe una clara politización de las prácticas, como los trabajos de Teresa Margolles, de Santiago Sierra o Francis Alÿs, que debaten acerca de las condiciones del arte y sus límites respecto a temas políticos. Pero otra cosa es tener un número significativo de artistas que se pregunten cómo relacionar su obra para que sea útil en la práctica o generar intervenciones útiles. Es una cuestión de acción inmediata. En 2012 eso estaba relacionado para girar en torno a ciertos discursos: uno era la noción de comunidad y la idea de que hay algo más substancial que se expresa a sí mismo en diferentes niveles de conocimiento o ingenuidad, dentro de lo que se conoce como comunidad. No necesariamente la comunidad artística, sino la idea de que hay una práctica horizontal y una actividad política que gira en torno a la noción de comunidad, más allá de los partidos, la sociedad civil o el Estado. El otro elemento consistió en la reaparición de militantes anarquistas, en oposición al liberalismo marxista o simplemente para cuestionar el remordimiento político. Ahí es donde se encuentra el tercer factor, que es la justificación de un cierto linaje de ultra izquierda. NINA HÖCHTL: Creo que el arte transdisciplinario, en genral, es complicado. Digamos, que un grupo zapatista se une con un grupo de artistas; sería necesario mucha negociación, mediación y quién sabe qué más; quiero decir, no encontrarían su sitio de inmediato. Principalmente porque hay diferencias estructurales. ¿Por qué y cómo las combinas? ¿Qué haces con esa combinación y con qué propósito? ¿Quién es responsable de las consecuencias? Si tienes un grupo artístico que se encuentra con los zapatistas, el hecho es que la reunión no convierte a los artistas en un grupo político, ni a los zapatistas en uno artístico. Ciertamente parece CARLOS AMORALES: Las nuevas participaciones de artistas en política comenzaron hace dos años, cuando Peña Nieto era candidato. Era un movimiento que trataba de detener la elección de Peña Nieto bajo el título Arte por la izquierda. Me involucré y fui a algunas reuniones, pero al final había algo disfuncional en torno a ello; honestamente me encontré con algo muy triste: éramos cien artistas y teníamos reuniones en SOMA, pero no podíamos llegar a un acuerdo todos juntos. Era una locura, inmediatamente caímos en viejas prácticas pensando «somos artistas, ¿qué hacemos? Oh, hay que hacer una pancarta». Treinta años han pasado desde la última protesta masiva y aún no podemos encontrar nuevas formas de protestar. Algo estaba muy mal entonces. JUAN A. GAITÁN: No creo que Ayotzinapa haya desencadenado un arte político en México. Hay una exposición de Pablo Vargas Lugo en el Tamayo, estará Francis Alÿs, Francisco Toledo ha estado presente en las noticias. El arte político no necesita ascender, ha estado ahí desde hace tiempo. De cierta manera, todos estamos activos políticamente, eso es todo lo que puedo decir. Aunque espero que los artistas asuman una posición, esto no significa que deberían convertir su trabajo en una ilustración de su posición política. Por otra parte, tampoco creo en el arte desde un punto de vista funcionalista, tal vez estés preguntándole a la persona equivocada. Necesitamos ser más creativos, política y socialmente, y este es papel que los museos y las obras deberían proveer para la sociedad. Más que anunciar las inclinaciones políticas –para mí ése no es el sentido del arte–, necesitamos mejorar nuestra imaginación política y nuestra sensibilidad en torno a imágenes y la manera en que afectan tanto nuestra vida cotidiana como las políticas públicas de nuestro país. MICHEL BLANCSUBÉ: No creo que haya ninguna verdadera postura política innovadora haciendo eco en el arte, en nuestros días. Siento que la sociedad ahora 53 se informa más rápido que antes, así que los artistas se encuentran corriendo detrás de estos desarrollos y no están, bajo ningún término, revelando nada que las redes sociales no hayan mostrado antes. El arte político tiene, al menos, que dejar simplemente de reproducir algo que ya está sucediendo en otra parte de la sociedad. Debe añadir algo, en un sentido crítico; así que si se hace un cartel depende de dónde se cuelgue, porque el material es una cosa pero después está la cuestión: qué espacio se escoge para hacer visible la protesta. El artistas suizo Markus Geiger, por ejemplo, colocó una kipá precisamente encima de la secesión de Viena, en 1992: el objeto por sí mismo era atractivo pero tomó un significado más profundo por el lugar donde apareció. YOSHUA OKÓN: Cuando se piensa en el arte político, es interesante revisar la figura del terrorista. Es la excusa perfecta para la violencia, la represión, la guerra y la persecución por parte de los Estados y las corporaciones. En México, el narco ocupó el lugar en esta figura. Ha habido una continua persecución de activistas políticos y periodistas, miles han sido asesinados durante los últimos sexenios presidenciales, y el Estado siempre culpa al narco. Con el horrible asesinato de 43 estudiantes activistas en Ayotzniapa, con pruebas irrefutables de que el Estado cometió el crimen, el teatro se les cayó. Aún así, si el asesinato de 43 ha desencadenado algo, particularmente entre artistas jóvenes, espero que sea algo que perdure. sionante en el Internet con todos los performances en manifestaciones de feministas y lesbianas en México, desde hace más de veinte años. Y Rotmi lleva desde de los ochenta documentando la producción artística en las manifestaciones y han hecho piezas que son virales. A ellas no les interesa ni el mercado del arte, ni los museos, pero a mí me parece importante que su trabajo se difunda y sea conocido en este sector, por lo que siempre procuro incluir su trabajo en conferencias y textos. No porque ellas lo necesiten o busquen, sino para abrir definiciones en el mundo artístico. No todo es la Kurimanzutto. YOSHUA OKÓN: Es muy importante entender la distinción entre arte que se compromete con la esfera política y el activismo. Hay una sutil diferencia que separa a ambos, pero que los coloca en lados opuestos. La mayoría de la gente, particularmente la que no se especializa en arte, pierde de vista la distinción entre el arte que opera en el campo político y el activismo: el arte nunca es activismo. El arte no cuenta con el lenguaje que necesariamente implementa la política. Además, el arte no tiene agendas políticas específicas. El activismo habla –debe hacerlo para ser efectivo– un lenguaje que es capaz de lograr metas específicas (por ejemplo, prevenir la privatización del agua). Estas no son disciplinas autoexcluyentes, se puede ser al mismo tiempo artista y activista en tiempos distintos, pero sí existe una distinción. YOLLOTL ALVARADO: No creo que haya algo como “tiempos radicales para reacciones radicales” en el arte político. No creo que exista algo que provoque que los artistas conviertan su práctica en algo político. Para mí es sólo el hecho de vivir en cierto contexto y estar permeado en él. El campo político cambia de manera rápida, en nuestros días; al menos eso es lo que mi conciencia política me permite considerar, todo está sucediendo muy rápido de manera compleja. La cuestión es cómo te quieres involucrar en estos cambios y qué tanto quieres modificar tus prácticas. No me gusta la idea de las tendencias, el “momento” del arte político o el momento coyuntural cuando todos salen a las calles. Quiero decir, sí voy a protestar para demostrar, pero tomé la decisión de que quiero cambiar las cosas basándome en el trabajo diario. Hay artistas que pueden formular problemas dentro de la escena artística, pero no están viviendo estos problemas en su vida cotidiana, sólo tomando estos problemas para que se discutan en la esfera artística. No hay nada que suceda ahí. NAOMI RINCÓN GALLARDO: Entonces si hay artistas que afirmen que tienen problemas con plantear una línea entre su arte y sus acciones políticas, talvez signifique que sencillamente no hay acciones políticas. Además, creo que la manera en que se trabaja, cuando se hace visible el arte y las posturas políticas son inherentes en la obra, realmente no se puede hacer esa distinción. MÓNICA MAYER: Hablando sobre qué mundos nos interesan y cuales no; algo que yo misma no me había dado cuenta hasta que empecé a hacer obras sobre los archivos, era la cantidad de performances que se daban en las manifestaciones. En la generación de los grupos está contemplado, Proceso Pentágono y Mira y Germinal, y otros varios en los que estuvo Ehrenberg. Su trabajo en las manifestaciones viene en los libros (aunque todo el trabajo feminista no está). Esto sigue sucediendo, a pesar de que hay grupos como Producciones y milagros, agrupación feminista A.C. que son Ina Riaskov y Rotmi Enciso, que tienen un archivo impre- NINA HÖCHTL: Pero, de nuevo: ¿quién pone los criterios para decidir que una acción política es “verdadera”, y lo que debe ser una obra de arte “valiosa”? Debe haber arte político que realmente se piensa pero que cuando toma forma se desmorona. También hay artistas que son capaces de aplicar ciertas estéticas que no son necesariamente políticas aunque involucren un tema político, pero quieren llamar la atención de cierto círculo de gente, educadas en ciertas escuelas que, de nuevo, está relacionada con cierta clase social y sus criterios, ideologías, gustos y demás. Si te quedas en estos parámetros, la obra puede encontrar su lectura, MÓNICA MAYER: En el México de hoy la realidad política se ha filtrado a la obra de todo tipo de artistas –desde los que pintan hasta los que hacen performance; es tema para los artistas buenos y para los malos, para los jóvenes y para los mayores. Si sólo le rascas a la superficie vas a acabar repitiendo los nombres ya conocidos, como Francis Alÿs, Teresa Margolles y Santiago Sierra que ya son reconocidos y han sido legitimados por el mercado. Si te quieres limitar al arte conocido internacionalmente y que es parte del mercado, a mí no me incluyas, ¡yo no soy artista en este esquema! 55 distribución y mercado entre este círculo. Con frecuencia, esta clase de círculos también tienen mucho dinero que les permite invertir en este tipo de arte que, al final, resulta casi a la medida para ellos. Esto se puede hacer con las mejores intenciones para el complejo momento político o se trata de puro oportunismo, pero ¿quién soy yo para juzgar? CHRIS SHARP: La producción de arte en Latinoamérica está determinada por ciertos estereotipos; entre ellos, que el arte debe estar comprometido social y políticamente, salvo algunas excepciones. Por lo que a mí respecta, estoy interesado por la pluralidad de prácticas y modos de creación. Considero que es importante, más que este tipo de límites o, incluso, la manera determinante de crear obra estrictamente política. ¡Para mí eso es populismo o realismo socialistas, de los soviéticos! Este tipo de requerimientos implícitos realmente limitan y, al final, dañan la producción artística. No estoy, necesariamente, en contra del compromiso político: estoy en contra del compromiso político a expensas del arte. Cuando éste se pone al servicio de ilustrar una agenda clara, se convierte en propaganda. Conozco muchos artistas que están comprometidos políticamente pero consiguen crear una síntesis perfecta entre todos estos distintos elementos dentro de su obra. Eso genera una obra muy compleja y completamente integrada, algo raro en cualquier contexto. CARLOS AMORALES: Encuentro la postura de algunos artistas mexicanos y colectivos en contra del mercado un poco absurda. ¿Por qué no comprometerse, digamos, de manera crítica? Quiero decir, se tiene una palabra y la manera de encontrar el espacio propio dentro de este mundo. Si no, se sustituye por el Estado o fundaciones o se recibe dinero de los padres. Pero será mejor que se sea rico o de qué otra manera se puede sobrevivir, ¿plantando vegetales para financiar el arte conceptual? Encuentro ese tipo de oposición muy extraña. Dicho eso, diré lo que encuentro difícil con la generación joven de nuestros días: no plantean un desafío. Eso es lo que me moleta: no plantean ningún chingado desafío. Por ejemplo, Cráter Invertido: cuando conoces el proyecto dices “¡ah, estas personas desafían!”, pero luego comienzas a notar que se trata más de una estrategia de supervivencia que de un desafío. Para mí, el problema es que justo cuando comencé a escuchar de estos “anarquistas radicales”, recibí un correo desde los Países Bajos, de una fundación que apoya con dinero a países del “tercer mundo”, preguntando ¿quiénes son estos de Cráter Invertido? Acaban de pedir financiamiento». No respondí porque estaba pensando qué tipo de anarquista pediría financiamiento holandés. Eso es lo que hacen las organizaciones no gubernamentales pero estas ONGs no son anarquistas; hay una diferencia. MOISÉS COSIO: Creo que conozco a Cráter Invertido bastante bien, tengo una relación personal con tres de sus miembros y no creo que estén usando su arte como una excusa para impulsarse dentro del mercado. Aún así, cuando notas lo que es interesante acerca de lo que sucede en el arte contemporáneo, es el hecho de que cada vez tiene menos que ver con estéticas; en cambio, cada vez es más sobre ideas, y pensar los procesos y las estructuras. Como lo veo, muchos artistas siguen preocupándose sólo por la estética, el arte contemporáneo, haciendo una imitación de algo que no es estético. Termina por ser una imitación estética. ¿Estoy siendo claro? Pero no veo eso en la práctica de los artistas que conozco en Cráter Invertido; para mí son honestos, es claro cuando los ves obsesionados por ciertas cosas y las concluyen. Tal vez, no sea objetivo simplemente porque me caen muy bien, pero no estoy de acuerdo con el argumento de que utilizan su postura política para adentrarse en el mercado. De cualquier manera es difícil hablar de este tipo de temas, por lo abstracto que resultan, además hay muchas posturas distintas y todas ellas son válidas. Al final, creo que lo más importante son este tipo de conversaciones que se generan por el arte. Eso es lo que justifica todo el proceso de coleccionar, hacer exposiciones o talleres en la fundación [Alumnos 47]. Recibir a gente para tomar café, debatir y aprender de cada uno. CARLOS AMORALES: Creo que el arte también refleja malos sentimientos que individuos tienen acerca de la sociedad, y los artistas ocupan con mayor frecuencia el papel del opositor o del fracasado. Entonces, cuando veo el trabajo de Alighiero Boetti no puedo decir que sus problemas personales se aparten de su obra, siento su lado yonqui. Lo mismo sucede con la obra de Sigmar Polke durante los setenta, sientes en su trabajo que era un yonqui, sientes la oscuridad; me gusta ese tipo de arte. Estos artistas han hablado acerca del lado oscuro y feo de la vida, y me gusta esa parte tanto como la sublimación, el lado de Matisse, de la belleza. Pero creo que como arte activista es como negar eso. El arte es simbólico, las pinturas de Polke no son yonquis pero está representando algo. El problema es que si eres un activista y quieres cambiar algo en la sociedad, te esfuerzas por lograr estos cambios con acciones reales y, si tienes suerte, resultan bien. Con el arte, este esfuerzo se vuelve simbólico: se trata de querer cambiar la sociedad, pero no sobre cambiarla. En el arte también te puedes volver radical y mientras lo expongas en una galería la gente dirá: “¡ah, está tratando con algo serio!” Pero eso no lo resuelve. CRÍTICA CHRIS SHARP: Existe una gran posibilidad de que si asistes al Covadonga un viernes por la noche te encuentres con la mitad de la escena artística de México. La falta de crítica es realmente simple, es un problema pragmático. He estado en variadas y pequeñas escenas, y aunque la ciudad de México es una ciudad inmensa, la escena crítica es proporcionalmente pequeña. En las grandes capitales del arte, como Nueva York, Berlín o Londres, no es probable que te encuentres al crítico que destroce tu exposición, y destrozará tu exhibición. Pero si estás en una escena pequeña, esto no sucederá, nadie la destrozará. En la de México hay 57 mucho antagonismo por dentro, muchas peleas internas y aún así, todos son muy amables con el resto. JUAN A. GAITÁN: En un sentido más amplio, hay debate en México, es sólo que se encuentra disperso. Las universidades constantemente organizan foros y debates entre historiadores de arte y críticos. El problema es que la crítica en los medios de comunicación populares no es muy rigurosa. Pero que no se crea que es un caso únicamente mexicano. La crítica se ha retirado a las universidades, los críticos se han aislado; ya no existen figuras públicas. Ahora hay gente que hace reseñas o crítica de arte en la prensa popular, pero me parece que no están muy informados. ARTURO DELGADO: La escena de los críticos en México solía ser muy activa desde la década de los sesenta hasta los noventa. Había grandes nombres como Ida Rodríguez Prampolini, Olivier Debroise e incluso Octavio Paz. Aún quedan algunos como Teresa del Conde, pero la mayoría se especializa en arte moderno y el muralismo mexicano del siglo XX, la última de esta línea fue Raquel Tibol, quien falleció en febrero. La crítica de arte en México es especialmente problemática, porque en este país las artes están conectadas con firmeza a lo social. Además su lugar en la prensa es frágil; en un país abrumado con noticias horribles todos los días, si escribes sobre algo tan trivial, aparentemente, como el arte, es probable que llame demasiado la atención. Aunado a esto, está la manera en que el arte se asimila dentro de la cultura mexicana: se percibe como un problema social más que algo que tiene un verdadero significado. En algunos casos, las artes visuales se muestran dentro de las secciones de “nota-rosa” o sociales, dentro de las revistas o está relacionado con la moda y el estilo de vida, mientras que la literatura y las artes performativas operan en planos completamente distintos, casi sin diálogo. Entonces el discurso y la narrativa de los críticos son siempre de denuncia, los que significa que si como crítico no estás contra todo el statu quo nadie te tomará en serio y si te atreves a aplaudir la obra de un artista, inmediatamente serás visto como alguien sujeto al costado comercial de las artes. Así, ¿quién estaría dispuesto a hacer este trabajo? CUAUHTÉMOC MEDINA: Al mismo tiempo está sucediendo algo de lo que me siento particularmente mal, en algunos medios se ha optado por tener algunos críticos de arte increíblemente reaccionarios. Es el caso de la revista Proceso, donde colabora la escritora neofascista Blanca Sotos. Lo que estaba describiendo antes en esta tensión que el arte contemporáneo era insignificante y, por lo tanto, la gente lo veía sin saber realmente de qué se trataba hasta que entramos en la conmoción de la nueva popularidad de este nuevo arte. Después existen voces que básicamente siguen repitiendo lo mismo: «no entiendo», sin darse cuenta que entender no es el problema. Entonces lo que tienes es una escritura analfabeta que no desafía al público para su propio bien –parafraseando a Walter Benjamin y Theodor Adorno–, pero eso es, de hecho, tomar una postura respecto a nuestro cuestionamiento represivo en la práctica contemporánea. Eso es un problema. Aún así, en comparación con cualquier otro país de América Latina, México lo está haciendo muy bien. En comparación con muchos países de Europa, México está muy bien, ¡lo que significa que estamos en problemas! GABRIELA JÁUREGUI: En general, hay un problema más en el mundo del arte: no hay incentivos para ser críticos. No hablemos de cualquier persona rara, como yo: mi formación incluye teoría literaria y estética y mi escritura es creativa. O de gente que viene de otras disciplinas, incluso músicos, alguien como David Byrne, quien no estudió historia del arte pero también terminó escribiendo acerca de arte. Hablemos de la crítica como una profesión. La gente que estudió historia de arte, ¿por qué quisiera ser crítico? Si entran a la academia es una historia distinta, pero si están en el mundo del arte, la posición que tiene mayor recompensa, que es más glamorosa y más poderosa es la del curador. Así que si consigues eso, ya puedes dejar el “deprimente” trabajo de escribir textos porque es molesto, nadie paga y cuando lo hacen es poco. Como curador, eventualmente, tienes boletos de avión, lindas cenas, lindos museos, galerías y ferias de arte por todo el mundo, ¿sabes? Eso sin mencionar el poder. Ése es el incentivo, es la recompensa. ¿Por qué quienes estudian historia del arte quisieran ser críticos? Es mucho trabajo y las revistas pagan tarde, si es que lo hacen. Ser crítico dejó de ser un trabajo. Tal vez lo sea en periódicos como New York Times, pero el espacio en medios impresos es muy reducido. Si aún así se sigue con eso es porque realmente se tiene una apasionada necesidad, una urgencia política y ética para hacerlo; de otra manera –y seré cínica– es como pedirle a alguien que se convierta en monje. CUAUHTÉMOC MEDINA: Soy un crítico en asueto, ¿cierto? Entonces el problema es que todo lo que diga puede fácilmente ser deconstruido como el simple hecho de que debería estar escribiendo. Pero sé perfectamente bien que el sistema de la crítica de arte con el que comencé ha colapsado. Se ha desmoronado hacia distintas direcciones, lo que ha provocado que los textos que escribamos ahora sean cortos, idiotas, emotivos, inmediatos o de oposición; con frecuencia sin tener una postura ante algo en especial. O son textos largos, académicos, complicados, ilegibles y, aún así, son trabajos populares, efectivos y significantes. Mientras tanto, la norma en la crítica de arte, que solía ser la columna de opinión del crítico en algún periódico local de alguna manera se ha desmoronado. En lo personal, disfrutaba mucho la función de ser crítico en un diario gratuito, que tenía la ventaja que ser parte de un medio que básicamente no tenía interés. Comparado con un escritor de política, por ejemplo, el crítico de arte solía tener la libertad de criticar a alguien sin hacerse notar o que el editor dijera «mira, esa persona es la madre, hermano o sobrino de un anunciante del periódico. No puedes escribir sobre eso». Pero el hecho de que venga de la generación de viejos dinosaurios de la crítica no significa que sea la única que debería existir, tampoco que ya no exista. Era una de las tres personas en el mundo que lo hacía, ¡ahora hay dos! Sin embargo, cuando hago una exposición en Londres (o cualquier parte de Europa), un artículo escrito por Adrian Searle es algo que realmente me importa. Adrian 59 es sorprendente e incorruptible, tiene sentido lo que dice y me hace feliz o me hace enojar: es ese tipo de crítico. Si me golpea en la espalda me duele y si me elogia me emociono hasta bailar. Nadie más tiene ese efecto en mí. GABRIELA JÁUREGUI: Aún así, como crítico de arte profesional no harás dinero, nadie te invitará a algún lugar glamuroso, la gente te odiará, no podrás pedir ningún chingado trago porque todos los artistas del bar dirás “ahí viene este pendejo”, ¿sabes a qué me refiero? ¡Es difícil! La manera en que el mundo ha cambiado y no sólo me refiero al arte, sino a los medios impresos, ha provocado que esta profesión esté en vías de extinción. Por supuesto, también están todas estas personas que escriben, curadores que escriben, pero el crítico profesional es una especie que se está acabando. Sin embargo, creo que la crítica, de la manera en que uno se quiera acercar, es necesario. Sólo escribir y pensar acerca del arte es un proceso definitivo para artistas y la escena artística. Es una parte esencial del ecosistema. MÓNICA MAYER: En nuestro archivo de textos de opinión sobre arte publicados en los diarios mexicanos desde 1991, guardamos tanto lo que escribe un crítico, como un artista, pero también escritores, funcionarios y políticos si se refieren al arte o a su sistema. Todo es interesante y parte de la discusión. Entonces yo no hablaría de una critica porque ¿dónde existe? En estéticas talvez la hay, pero serían textos muy académicos. Creo pasa lo mismo aquí en México. Como en el resto del mundo, se cierran los espacios para la crítica en los periódicos. En muchos periódicos donde había crítica ya no hay. Que eran espacios pagados, que para mí es lo importante. En los noventa era muy fácil que si había una exposición escribían al respecto cinco o seis críticos. Ahora la crítica está muy diversificada pero también atomizada. Hay críticos especializados en cómics, performance, arquitectura, arte contemporáneo, etc. Hoy se escribe mucho de arte, hay muchos blogs, muchas revistas independientes pero todo esto es trabajo gratuito. Sin embargo, hay muchos textos. Sólo falta que los lea alguien, ¡ese es el problema! CUAUHTÉMOC MEDINA: En México hay un crecimiento significativo de gente que obtiene información de Internet, en vez de recibirla de periódicos, por lo que muchas plataformas para la crítica de arte han cerrado. Pero hay nuevos espacios para el debate y la crítica; además, personalmente valoro el espacio corto para el intercambio de opinión inmediato de Twitter y Facebook. Creo que, en cierto sentido, no lo estamos notando pero hay una democratización de la práctica, de esa libertad de expresión que genera mucha crítica rápida, de primera mano, que para atacar funciona muy bien por el flujo de energía, que está determinado por los medios. MICHEL BLANCSUBÉ: Cuando la asistente austriaca de Nitsch llegó a la ciudad de México a finales de febrero, ella comenzó a ver Metro y ese tipo de tabloides mexicanos. Dijo que sería imposible en Austria, añadiendo que serían atacados judicialmente, por la exhibición de tal violencia. CARLOS AMORALES: Para mí, lo verdaderamente sorprendente de la cancelación de la exposición de Hermann Nitsch es que ningún artista está reaccionando a la censura. En cualquier país cuando se censura algo, la gente reacciona: escribe cartas, se publica el descontento en los periódicos. No puedes permitir que censuren a una universidad, sin importar qué pienses de su trabajo; la censura siempre es inaceptable. El momento en que lo aceptas, estás jodido. Lo estamos aceptando, porque todos tienen miedo de Jumex. Me pregunto cuáles son los motivos, si la gente tiene miedo o sólo no piensan en eso. Pero al final, se siente el miedo. Nitsch es un gran artista, tiene un lugar en la historia, el tipo ha estado tres veces en la cárcel por sus ideas y ahora está en México, peleando por su obra. No necesitaría hacer eso, pero viene a mostrar la cara, a decir «esto es lo que hago». ¡Eso me impresiona! Cuando estaba leyendo los comentarios acerca de Nitsch, percibí cierto fascismo; es increíble lo que la gente escribe. Había algo como “¿Quién es este pseudoartista?” ¿Nombrar a Nitsch “pseudoartista”? Ni siquiera conocen el contexto, creen que es un hipster de 25 años, posconceptual, que viene de Viena. Destruir el trabajo sin realmente conocerlo, y después utilizar la misma estética de sangre y violencia para las acciones propias y campañas que supuestamente intentar despertar conciencias. Me siento frustrado por estos activistas, algo similar a la frustración después del fracaso de las protestas por Ayotzniapa. Quiero decir, en noviembre había gente dispuesta a tirar el gobierno y, después de Navidad, de repente todo estaba olvidado. Ahora, con la cancelación de la exposición de Nitsch, algunos se sentirán muy contentos porque finalmente lograron conseguir algo. Es decir, en noviembre decíamos que la primavera árabe sucedería en México, y en cualquier país, las razones hubieran sido más que suficientes como para comenzar una revolución. Pero aquí es suficiente acabar con la exposición de un artista que nos disgusta por cualquier motivo, y estamos satisfechos con nosotros mismos. CUAUHTÉMOC MEDINA: Finalmente, creo que de alguna manera, la pregunta de cómo debería trabajar la crítica conlleva más conflictos ahora. Antes, alguien escribía a favor o en contra de ciertos artistas o exposiciones y había consecuencias. Hay momentos en que la escritura que produce cierto efecto homogéneo, que parece tener un comportamiento distinto ahora. Algunos de ellos son textos curatoriales, otros son académicos o selecciones curatoriales; ése es un problema muy reciente. De pronto estamos repletos de historia de arte contemporáneo que antes no existía, no se suponía que existiera. El crítico de arte está por convertirse en intrascendente, algo parecido a la universidad, en donde puedes decir lo que quieras sin consecuencias para citar a mi amigo Manuel Hernández, el psicoanalista. La crítica no solía ser así, hay escritos que tienen consecuencias, pero podría argumentar que la crítica ha dejado de tener efecto en la opinión de la gente. Entonces, la forma de la propia crítica de arte o la ubicación de esa forma está cambiando y estoy seguro que sucede en todo el mundo, pues el concepto de la esfera pública, en general, está enfrentándose a cambios drásticos. Sin tomar eso en cuenta, mi argumento es que el efecto de la crítica, que cuando yo escribía cambiaba opiniones de lo que era posible, sigue ahí. 61 MARÍA MINERA Cartier-Bresson, Kusama y otras consideraciones A ratos puede parecer que las cámaras fotográficas de los teléfonos han estado ahí toda la vida. Y, en efecto, para aquellos cuya vida no pasa de los doce años, no ha habido un solo día en que los teléfonos no incluyeran una práctica camarita de fotos. Pero, siento decirlo: doce años no es nada. Y menos aún si pensamos que los primeros celulares con cámara producían imágenes de ínfima calidad (0.3 megapixeles, contra los dieciséis que algunos teléfonos ofrecen hoy), y no fue hasta la llegada del iPhone cuando realmente despuntó la fotografía telefónica. Y en los pocos años que tiene de vida (¡ni a diez llega!), el iPhone ha conseguido lo que ni las más ligeras cámaras digitales habían logrado (y eso que ya llevamos casi cuarenta años conviviendo con las famosas pointand-shoot, como las llaman los gringos): imponer la idea de que cualquiera puede sacar una fotografía tan buena como la que sacaría un fotógrafo profesional. Y lo más impresionante, aunque sea por la ley de probabilidades, es que así es: si se toman millones de fotografías al minuto, es muy posible que alguna de ellas sea, en efecto, buena, o buenísima incluso. Para eso, además, están los cientos de filtros y aplicaciones que vuelven atractiva (o por lo menos vintage) hasta la foto más anodina. («La necesidad de confirmar la realidad y de mejorar la experiencia a través de la fotografía es una forma de consumismo estético a la que ahora todos somos adictos», escribía Susan Sontag en 1977, es decir, muchísimo antes de la aparición de Instagram: ese paraíso hecho de instantáneas y poblado hasta hace unos meses por cerca de cien millones de entusiastas de la imagen –y, al parecer, de la comida, muchas de las fotos que se suben a Instagram son vistas de platos rebosantes.) Pero ¿qué nos dice esto de todas las fotografías que se tomaron en el pasado? ¿Nos parece ahora menos meritorio el trabajo de Man Ray, de Atget, de Sander? ¿Eran buenos porque no tenían millones de competidores? ¿Un monstruo de la fotografía como Ansel Adams pasaría hoy desapercibido en Internet? Ciertamente, como ya lo dijera Joseph Beuys, «la creatividad no es monopolio de los artistas». Pero lo curioso es que en la práctica esta ley rara vez se cumple –y más son las veces en que la creatividad deviene, simplemente, en un hágalo-usted-mismo sin mayores consecuencias. ¿O por qué será que la gente, armada con cámaras que están a un pelo de ser tan buenas como la mejor Leica, insiste en sacar fotografías de ninguna otra cosa que de sus perros y sus gatos haciendo monerías? ¿O, peor aún, de sí mismos, también en plena gracejada? ¿Dónde, pues, están esas imágenes que nos hagan pensar que todavía se pueden hacer cosas, ya no digamos radicales, pero por lo menos inquietantes, raras, dándole clic a una cámara? La teoría que podría extraerse sobre la idea que la mayoría tiene del arte y lo artístico a partir de las fotos dejadas en las redes nos daría mucho en qué pensar. Norman Mailer dijo alguna vez que «darle una cámara a Arbus era como poner una granada en las manos de un niño». Pero ¿cuándo se ve por ahí algo que esté a punto de estallar así? ¿O será que nos hemos vuelto incapaces de distinguir, en el mar infinito de imágenes que nos rodea, el abismo que separa a las 63 prodigiosas fotografías de Arbus de las que cualquiera podría tomar con su teléfono en el Nueva York de hoy? Sé que no hay manera de decir esto sin que suene reaccionario, conservador y, sobre todo, muy ñoño (especialmente, viniendo de alguien cuyo teléfono ni siquiera llega a pantalla a color). Y puede que sea las tres cosas (la última, sin duda). Pero ¡qué diablos! Las exposiciones de artistas consagrados sirven, sobre todo, para renovar nuestro entusiasmo (o tumbarlo, en todo caso). Así, la muestra gigantesca que estos días puede verse en el Museo del Palacio de Bellas Artes de la obra de Henri Cartier-Bresson ayuda a recordar las razones por las que su trabajo nos parece tan indiscutiblemente fuera de serie. No hay allí ninguna foto inédita; de hecho, son las imágenes de siempre: el hombre saltando sobre el charco, las prostitutas de la calle Cuauhtemotzin, la carrera de caballos, la escalera de Hyères, el retrato de Matisse, el de Sartre, los amantes en el tren, la figura gigante de Lenin. Quizá la novedad sean las fotos que hizo para los periódicos; pero fuera de esas, a las otras resulta hasta emocionante verlas de lo buenas que son. Y vale la pena hacer el ejercicio de imaginar que se las está viendo por primera vez: entonces su radicalidad es grandísima. Sí, sí, nada más fácil que agarrar un teléfono inteligente y fotografiar a unos niños jugando. Pero de ahí a que se llegue a producir una imagen que sea al mismo tiempo brutalmente sobrecogedora y entrañable hasta las lágrimas como la de los niños entre las ruinas de Sevilla es otra cosa. Cuesta trabajo creerlo pero alguna vez fue necesario dar la batalla contra el pictorialismo (esa tendencia a convertir toda fotografía en una postal impresionista que tanto abunda en Instagram). Y en esa búsqueda por hacer de la fotografía un arte con rasgos propios, distintos de los de la pintura, los esfuerzos de Cartier-Bresson fueron cruciales. Tanto como los de su colega y amigo Manuel Álvarez Bravo. La gran diferencia entre ellos es que Álvarez Bravo no era un fotógrafo al que le interesara demasiado cazar el instante decisivo como al francés sino, al contrario: más cercano a un escultor, lo suyo era ocuparse, cuidadosamente, de encontrar la geometría secreta de las cosas. Pero Cartier-Bresson –aquí lo vemos una y otra vez– era el mago absoluto de la imagen al vapor, como la llamaba él. Ese momento exacto en el que la apariencia del mundo cotidiano se quiebra y adquiere fugazmente una condición casi teatral, en la que todo cae tan milagrosamente en su sitio que parecería estar hasta ensayado (la luz, la expresión de los rostros, las sombras, el ángulo, todo se conjuga en perfecta composición y equilibrio); algo parecido a una epifanía visual que sólo un ojo agudísimo tras el visor puede captar. «Para mí», solía decir Cartier-Bresson, «la fotografía es el reconocimiento simultáneo, en una fracción de segundo, tanto del significado de un suceso como de la precisa organización de formas que dan a ese suceso su expresión más adecuada». Eso que nos parece un invento de la camarita del iPhone pero que en realidad proviene directamente de la lente de estos fotógrafos, que entendieron que el medio más que pictórico era documental. Pescar el momento más gracioso o más bonito de algo (el bebé sonriendo, el sol entrando por la ventana, el gato saliendo de entre las cobijas) no es sino un acto aprendido –o mal aprendido, si prefieren– de los grandes maestros de la fotografía, a los que, si de algo los podemos acusar, es de que lo único que les importaba era la belleza. Como decía el fotógrafo Robert Frank de Cartier-Bresson: «viajó por todo el maldito mundo y nunca sientes que lo que estaba pasando lo conmoviera por algo más que por su belleza, o por la composición». Ahí, ninguna imagen es fea, ni siquiera las tomadas en la guerra, las de la hambruna o los escombros –todas tienen ese halo de revelación, como si las reglas de la realidad estuvieran momentáneamente suspendidas. Sin duda, una lección bien aprendida por los habitantes del reino del like button. Otra cosa que le debemos, por cierto, al iPhone es que la asistencia a la exposición de la artista japonesa Yayoi Kusama en el Tamayo se disparara a niveles de concierto de Justin Bieber. Por ahí hubo un patrono que quiso colgarse la medalla. Y también lo intentaron los detractores del arte contemporáneo, que, para variar, atribuyeron el éxito a las malas mañas de los artistas para, literalmente, darse a desear. «¿Por qué tanta expectación, interés y hasta ansiedad colectiva por una obra tan simple en su discurso y tan obvia en su despliegue?», se preguntaba el editor de la sección cultural del Milenio, Ariel González, para en seguida respvonder: «La habilidad de la señora Kusama para promocionarse como “una de las artistas japonesas más relevantes de nuestro tiempo” me hizo pensar una vez más en los extremos falsos y engañosos del arte contemporáneo». La treta, en este caso, apuntaba directamente a la costumbre de Kusama de entrar y salir de los psiquiátricos como quien «entra y sale de un hotel de lujo». De ahí que, según González, la leyenda de sus trastornos haya «primado sobre cualquier consideración crítica y entonces su obra adquiere ese halo de fascinación metafísica que sus apologistas pretenden excepcional». No soy una admiradora del trabajo de Kusama, pero sí puedo ver con toda claridad que lo que atrajo a gente que posiblemente nunca había pisado el Tamayo fue algo que tuvo directamente que ver con el tipo de obra ahí expuesta. Kusama no es la única artista surgida en los años sesenta cuyo trabajo se basa en el uso de herramientas visuales distintivas –por no decir repetitivas hasta la náusea. El ejemplo más obvio sería Daniel Buren. Pero quizá lo que hizo de la obra de Kusama un éxito también comercial (porque desde luego que su trabajo se vende, y se vende muy bien, como vimos poco después en Zona Maco) fue que mantuvo siempre un pie del lado del pop. Y los artistas pop, lo sabemos, son los reyes de la tienda de souvenirs. La culpa, pues, es de los puntos. Los medios de comunicación son los que se empeñaron en hablar, una y otra vez, de la salud mental de Kusama –porque centrarse en la locura y no en el arte no sólo vende arte sino periódicos, como el suyo, señor González. Pero lo que «provocó numerosos empujones, interminables filas y hasta desesperados campamentos frente al Museo Tamayo» no fueron, ni las campañas publicitarias (que en los museos de México, por cierto, ni se conocen), ni la genialidad del presidente del patronato, ni los dramas personales de la artista, ni las conspiraciones del arte contemporáneo. ¡Fueron los selfies! Por eso, si lo que al INBA más le interesa ahora es repetir el fenómeno, le recomiendo que se concentre en artistas cuya obra pueda servir mejor como decorado para las autofotos (como insisten en llamarlas todavía algunos diccionarios). Por ejemplo, Stefan Brüggemann. ¿O acaso a alguien se le ocurre algún otro uso para la instalación que presentó en Zona Maco, posiblemente la cosa más horrorosa y absurda que se ha visto en la historia de la feria (y del mundo, tal vez)? 65 RICARDO POHLENZ El medio es el masaje: Me quedo contigo, de Artemio Narro En la sesión de preguntas y respuestas que siguió a la presentación en FICUNAM de Me quedo contigo, primer largometraje del artista Artemio Narro, éste la describió como un «Clueless meets Funny Games». Entre la adaptación pop hecha de Sensatez y sentimientos de Jane Austen con Alicia Silverstone y dirigida por Amy Heckerling, y las dos versiones de Funny Games (una austriaca y la otra gringa, entre las que media una década) de Michael Haneke, queda abierto un margen muy amplio –tan lleno de detalles como generalidades– en el que cabe describirla así, al menos en términos argumentales: cuatro mujeres jóvenes de cierto nivel social secuestran a un vaquerito y lo que le hacen después en una hacienda. Con esta declaración, Artemio asume el carácter paródico de su película, señala los temas, elementos y mecanismos que rescata, revisa y tergiversa para crear un escenario moral (y formal) desde el que juega con la probabilidad real del argumento. Entre la representación de usos y costumbres, en el que responde al imaginario midcult regional que surgió a partir de las fotografías del libro Ricas y famosas de Daniela Rossell publicado por Turner en 2002 y una realidad nacional donde la violencia siempre puede atribuirse a alguien más. Artemio siempre ha sido un provocador que revalida contenidos al denigrarlos (en el opuesto –por ejemplo– de Francis Alÿs, quien sublima sin ironía contenidos denigrados), denunciándolos desde el cinismo de su inutilidad. El retrato que hizo Daniela Rossell de las mujeres de una clase social y política a lo largo de ocho años no sólo causó escándalo, sino que vino a redefinir los esquemas de verdad y representación de la clase política mexicana. A partir del entorno social y la parafernalia documentados por Rossell, Narro construye un número de situaciones posibles donde juegan modelos semejantes con contenidos diferentes (al menos en apariencia). La diferencia entre la nota de sociales y la nota roja es de lugar (no sólo de la fuente sino de formato) aunque su función y atractivo no sean muy distintos. Metinides es totalmente Palacio. Narro elige, por lo mismo, locaciones en las que los esquemas de verdad y representación se confunden. La primera toma es un plano secuencia que parte de un espectacular que sirve como título de la cinta, que luego gira en su eje para mostrarnos la mancha urbana desde un punto emblemático de la escena posmo mexica: la terraza-azotea del Hotel Habita en Polanco en el que una figura emblemática de la escena posmo mexica, el actor-productor-director Diego Luna la hace de mirrey que habla en larga distancia con su novia española –Beatriz Arjona– pidiéndole que por favor venga, que la extraña mucho. La novia española no se hace del rogar y vuela a México para ser recibida por las amigas del galán (Anajosé Aldrete Echeverría, Ximena González Rubio y Flor Edwarda Gurrola) que se la llevan a la hacienda para beber, destramparse y hacer lo que hacen las mujeres cuando están solas. Narro se vale de estas premisas típicas de peli softcore con desenfado de amateur y consigue una factura que remeda lo cutre sin llegar a serlo. Hay que tener en cuenta que Narro es una artista visual que se vale del cine como una extensión for- 67 mal para sus temas. En ese sentido, su película puede considerarse una consecuencia lógica de su obra en video, donde compendia imágenes temáticas o las contrapone con bandas sonoras emblemáticas, surgidas de una misma industria pero con distintos fines (y mercados). Se apropia, por ejemplo, de una secuencia de Winnie The Pooh de Disney y de la banda sonora de la escena de Marlon Brando en Apocalypse Now, las junta para convertirlas en un producto paradójico tan inquietante como lleno de humor (el chiste y sus conexiones con lo inconsciente). Aunque no tan evidentes como en sus videos, su largometraje también es resultado de varias apropiaciones,: el girlie flick, el cine de autor, Daniela Rossell, los hermanos Almada y Matthew Barney. Una gran parte de la película transcurre en la estancia de la hacienda alrededor del vaquero (Iván Arana), secuestrado por estas mujeres, hastiadas de su retiro rural y capaces de cualquier cosa con tal de divertirse. Lo han amarrado a una columna, le han dado viagra y le han bajado los pantalones para exhibir el pene erecto. Artemio Narro mantiene a distancia la cámara, sus tomas son largas y, en su mayoría, fullshots mal iluminados (la cámara estuvo a cargo de Renata Gutiérrez) que, junto con la pobreza del sonido y el diseño de producción, suman una propuesta estética que redime lo broza desde lo conceptual. La escena es, en cierto sentido, una instalación, y las distintas interacciones de las actrices con el vaquero y su glande (destaca, por ejemplo, la escena en la que Flor Edwarda Gurrola lo usa como micrófono para cantar Me quedo contigo de Los Chunguitos). Las captoras, a pesar de provocaciones, escarceos y demás, nunca llegan a tener relaciones sexuales con el vaquero, cuya humillación alcanzará su apoteosis con una penetración anal. ¿Es una película política? Siguiendo la trayectoria de Narro como artista, Me quedo contigo ha sido considerada una consecuencia o proyección donde polariza los feminicidios de Ciudad Juárez. Un grupo de mujeres abusa y mata a un hombre en lugar de que las mujeres sean abusada y asesinadas por hombres. Él mismo lo sugirió en una entrevista (publicada por FICUNAM) que fue a partir del dialogo con Antonio de la Rosa en 2011 en Ciudad Juárez (donde tuvo una exposición de 2011) que «surgieron ideas muy diversas en relación con los feminicidios, el poder y la violencia». Fue a partir de este proceso y esta exposición que «surgió una idea muy distante» de lo que sería la película. Con el desdén que lo caracteriza, declaró que «harto de las artes plásticas» surgió la posibilidad de realizarla. Las declaraciones sólo sirven para armar los encabezados de las notas de arte y cultura y para llenar manifiestos. Según me refirió, de un tratado que no se extendía más allá de una docena de folios, desarrolló el guion, siempre en discusión con Rubén Gutiérrez, uno de los productores ejecutivos. Todo puede referirse hasta el agotamiento (y revertirse a lo mismo) en términos de denuncia y provocación. En una coyuntura donde el arte se ha convertido en algo incómodo en términos sociales y políticos. Más allá de controversias y escándalos, Narro lleva esa incomodidad a un lugar donde su película se convierte en parte de una acción: una vez completada la presenta para después proponerla a festivales de cine (que la rechazan y no), para luego tener una exhibición de medianoche en el Festival de Morelia, un premio en FICUNAM y la expectativa futura de una distribución y exhibición muy limitadas. Como gran conocedor de la historiografía pop, ha creado una obra que está destinada a convertirse en objeto de culto. Quedaría pendiente documentar este proceso en el recorrido que todavía tendrá en los circuitos internacionales y –más allá de los canales comunes– la red informal (que acabará por redimirlo como referencia y producto). Me quedo contigo hace sinécdoque de la violencia e impunidad que existen en México. Es una parábola paradójica que cuestiona y exhibe las relaciones de poder pero también es la sublimación de una fantasía del inconsciente colectivo nacional. Es la advertencia de que comas frutas y verduras que deben incluir los anuncios de comida chatarra. Es la elección (o disyuntiva) moral detrás de la dona o el refresco. La comparación no es gratuita, los territorios (y las intenciones) se confunden. «El medio es el masaje». Me ha resultado irresistible citar el juego de palabras que hizo McLuhan con su propia tesis para el libro ilustrado que lleva ese nombre. Narro glamoriza la violencia de género y la impunidad de clase: el horror es una forma de fascinación. La distancia que tiene con su material es evidente, como con sus videos, hace el catálogo de una sintomatología cultural. Es la verdad detrás del simulacro. Para usar uno de los recursos que han caracterizado la obra de Narro: un close-up a Jack Nicholson, quien levanta la voz para decir «You can´t handle the truth!» en A Few Good Men de Rob Reiner. No necesitamos ni a Tom Cruise en contracampo ni el resto del contexto. Sólo el gesto, sólo la intención y todo lo que abarca. Si deseas recibir la versión digital de Caín, suscríbete en cain.mx. Y, si quieres intercambiar correspondencia con Caín, escríbele a [email protected]. O, si crees que primero debes conocerlo más, síguelo en @revistacain. For English don´t visit our website. Sorry.