SENTAR VIDA EN OTRAS TIERRAS
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SENTAR VIDA EN OTRAS TIERRAS
Sábado, 20 de febrero de 2016 3 SENTAR VIDA EN OTRAS TIERRAS E N Costa Rica lo llaman «mal de patria»; en Cuba, gorrión. Sin embargo, si intentásemos resumir la esencia de la nostalgia en unas pocas consonantes y vocales con sentido, el término anglosajón resulta el más contundente: homesick, traducido al castellano como «enfermo por el hogar». La condición de emigrado no supone nada extraordinario, al menos, no en esta isla, donde casi nadie abandona la «nave» por motivos que superen las pretensiones económicas. No obstante, aquí se teje una sui géneris madeja de «grandeza» social alrededor de quienes decidieron sentar vidas en otras tierras. ¿Y los que se quedaron? ¿Serán en realidad jóvenes sin perspectivas, conformistas y grises, aunque laboren como científicos o eduquen a miles de niños? Al menos es lo que algunos piensan, y ello duele y agravia. A sus 31 años, Roberto Rosado León conoce de las trampas y tristezas que implica la distancia. «Llegué a los Estados Unidos luego de pasar casi tres años en Costa Rica, donde sobreviví a experiencias tan duras como la pobreza, la desesperanza o el tener que dormir sobre las sillas de un bar por más de un año y medio. Me topé, entonces, con el concepto gringo de estabilidad, que no es más que trabajo y trabajo, para pagar cuentas y comprar algunas cositas que quería y que en la isla a veces se tornan inalcanzables. Lo cierto es que la vida es muy corta y te la juega cuando menos imaginas. Crear una familia y mantener una existencia lo más tranquila posible en un país con tantas carencias económicas , no es una ambición terrible ni cuestionable». —¿Y cuál ha sido tu peor experiencia en todo este tiempo? —Regresar a los cinco años, sentirme un extraño en mi propia tierra y reconocer que en los Estados Unidos no soy un igual, sino un inmigrante más. Estoy sano, felizmente casado y mis padres viven conmigo, y todavía no puedo decir que sea un hombre pleno. Cuba es un dolor crónico que se alivia, pero que nunca sana. ¿QUIÉNES SE VAN? El pasado año marcó un antes y un después en el flujo migratorio nacional; de hecho, echó por tierra el récord del Mariel y la crisis de los balseros, en 1994. Según datos publicados por el Centro Pew, del Departamento de Estado norteamericano, en los primeros nueve meses del año fiscal (octubre de 2014 a junio de 2015), entraron a la nación norteña 27 296 cubanos, para un incremento del 78 % con respecto a la etapa anterior. Sin embargo, al cierre de diciembre se manejaban otras cifras: entre 46 000 y 48 000 emigrantes, gran parte jóvenes, lo que ratifica a los Estados Unidos en su posición histórica como primer país de destino. En el caso de Villa Clara, el Anuario Demográfico del 2014 —el del 2015 aún no está listo— refleja que el rango de edades entre 20 y 54 años indica los mayores picos del saldo migratorio externo. O sea, la población laboralmente activa constituye la avanzada de quienes deciden abandonar el país, aunque en el caso de Cuba, los efectos trascienden al mero éxodo. El doctor en Ciencias Antonio Aja Díaz, sociólogo y profesor del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana —considerado, además, como el principal experto del país en estos temas—, determinó desde el 2002 que la tendencia objetiva de la emigración cubana apunta a los jóvenes de entre 20 y 40 años, con niveles de instrucción medio y medio superior, aunque en el caso de los universitarios los abandonos de misiones, las negativas de regreso y la búsqueda de alternativas legales para viajar, marcará la pauta migratoria. Por Luis Orlando León Carpio y Liena María Nieves Portal —Aunque la emigración de jóvenes hacia otros países en busca de mejores oportunidades de trabajo y desarrollo constituye un fenómeno presente en Cuba desde los años 30 del siglo XX, las coyunturas actuales exigen una mirada objetiva a un fenómeno que afecta a la sociedad y no se detiene. Foto: Yariel Valdés González Foto: Yariel Valdés González ¿Y acaso hoy no resultan evidentes los pronósticos? Villa Clara se estacionó, a nivel nacional, en el segundo peldaño de los mayores emisores de emigrantes externos, ya sean de carácter temporal o permanente. Sin embargo, la desprofesionalización de sectores claves de la economía y los servicios en una de las provincias con mejor potencial educativo, constituye un riesgo a corto plazo. Así lo enfatiza el licenciado Ernesto González Peña, sociólogo que labora en el Centro de Estudios Comunitarios de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas (UCLV), cuyos estudios de maestría se centran en los temas migratorios cubanos de la actualidad. A juicio del académico, el envejecimiento poblacional resulta un elemento a tener en cuenta por una provincia que encabeza dicho indicador, pues maneja la hipótesis de que el éxodo de las nuevas generaciones influye notablemente. Los perjuicios ya tocan a la puerta y se presentan de improviso. Los jóvenes de este lado de la historia reciben el mayor peso de las presiones sociales, desde responsabilizarse por el cuidado de familiares ancianos hasta postergar la reproducción debido a dificultades de índole profesional, económica y habitacional. «El componente subjetivo influye —agrega González Peña— en cuestiones que parten de las diferencias generacionales y promueven la división de las familias: padres que pierden hijos, matrimonios que se rompen, etc. No menos importante resulta la cuestión de las vías ilegales, que ponen en riesgo la vida humana; balseros que se aventuran en el mar, gente que cruza fronteras por Centroamérica entre tres de los países más violentos de la región: Honduras, El Salvador y México». Desde España, Yisell Matamoros Bermúdez, de 25 años y licenciada en Lengua Inglesa con Segunda Lengua Francesa, señala a la desmotivación laboral como la catapulta de su decisión. «Una persona de mi edad no se puede conformar con la inercia. No puedo generalizar, pero a muchos muchachos nos faltó motivación, compromiso y posibilidad de acción desde el puesto que ocupamos profesionalmente. Una tiene que sentir que controla su futuro, que está en capacidad de planificar el mañana y que lo vivirá sin tantas preocupaciones. Si en Cuba cambiaran algunas realidades que tanto chocan, la gente no dejaría a sus familias y sus recuerdos detrás, pero mientras tropecemos con problemas acumulados durante años, la emigración continuará y los jóvenes estarán en primera plana». Lo llamaremos Alberto, porque pide discreción con sus datos y nombre real. Viajó a Europa en el 2009 y hoy trabaja como especialista de Seguridad Informática en una de las principales sucursales bancarias de Noruega. «Cuando voy a Cuba, mis amigos de la universidad me hablan como si yo fuera un héroe, cuando en verdad los dignos de admiración son ellos, que confiaron y se quedaron. El salario es bajísimo y, aún así, continúan trabajando y obteniendo resultados para sus empresas, crían a sus hijos con mucho esfuerzo, pero les inculcan que el estudio es fundamental en la vida. El país no puede demorar en reconocer a tanta gente buena que enfrenta todo tipo de carencias con disposición y esperanza. Los héroes son ellos». RAZONES PARA EMIGRAR La mayor de las Antillas expresa sus tasas de migración externa de forma negativa desde los años 30 del pasado siglo, lo cual nos convierte en exportadores de capital humano casi por una centuria de historia nacional. Tras el triunfo revolucionario de 1959 se sucedieron algunos de los momentos más álgidos de nuestra emigración: la estampida masiva de la mediana y alta burguesía, la apertura del puerto del Mariel en la década del 80, y la crisis de los balseros de 1994. «La Ley de Ajuste Cubano siempre ha sido el principal incentivo. Ningún emigrante del llamado Tercer Mundo tiene los privilegios que aún conservan nuestros coterráneos en la primera economía mundial, donde pueden acceder a bienes, recursos, residencia al año y un día y reconocimiento de su nacionalidad hasta la tercera generación. «Entre las causas del panorama actual, además de las razones económicas obvias, con una crisis que pesó mucho en la década de los 90 y de la que todavía se sienten sus rezagos, distingue la tradición migratoria de la nación. ¿Quién no tiene un familiar, amigo o relación que vive del «lado de allá»? Ello propició que en el imaginario popular se inculcase la idea de la emigración entre las primeras opciones de nuestro proyecto de vida», enfatizó el licenciado González Peña, sociólogo de la UCLV. La Ley Migratoria del 14 de enero del 2013 impuso una gran diferencia en el escenario nacional, al autenticar pautas que trascienden a la eliminación de permisos especiales y la reducción de ciertos trámites. ¿El salto de avance?, los cubanos podemos residir en el exterior hasta 24 meses sin perder los derechos ciudadanos en la Patria. O sea, que la legalidad aportó nuevas opciones, mientras el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los gobiernos de Cuba y los Estados Unidos generó una comprensible inquietud: los días de la Ley de Ajuste Cubano podían estar contados. ECUADOR, PUNTO Y APARTE La política del «ciudadano universal» promulgada por Ecuador les garantizaba a los cubanos la entrada a ese territorio sin necesidad de visado, a lo que se añadió el incentivo de la legalización de títulos universitarios con la correspondiente apertura a un mercado laboral con evidentes carencias de profesionales. Miles de jóvenes acariciaron el sueño de ganar según su preparación y desempeño, a lo que se añadió un atractivo extra: la nación latinoamericana constituyó un trampolín hacia el «paraíso» tras el muro azteca. A Ana Rodríguez, graduada de Filología en la UCLV, «el centro del mundo» le pareció una oportunidad sin precedentes en la historia de Cuba. «Ofrecía algo que no es común. Llegabas con tu título legalizado, lo ponías en el Senescyt (Secretaría Nacional de Educación Superior en Ecuador), y al ser aprobado no solo podías ejercer tu profesión, sino optar, además, por la residencia. En cuanto la tuve, comencé a trabajar en una editorial de libros para niños, un puesto hermoso en el que he crecido como profesional. Me pagan bien, tengo mi casa y vivo con mi esposo. Solo me pesa lo mucho que extraño a Cuba y a mi gente». De nostalgias y esperas bien conocemos los cubanos. Los de aquí, porque nos nacen sobrinos y nietos y el primer beso puede tardar años; los de allá, porque no hay forma de que un italianito entienda la genialidad del «pillo manigüero mambí», y los recuerdos de Cuba se empaqueten en tres barras de maní y un Cohíba. Pero la gente lucha y se empeña para que sus hijos comprendan que tomar un vuelo no puede ser el Plan A, y que en ninguna parte del mundo llueven los billetes. Fundar un porvenir a plenitud no debería ser tan difícil, y lo mejor sería lograrlo en tu propia tierra.