Doris Pizarro, José Rivera y Julio Muriente, Porto Rico Desarrollo
Transcripción
Doris Pizarro, José Rivera y Julio Muriente, Porto Rico Desarrollo
Política econômica e desenvolvimento sustentável Doris Pizarro, José Rivera y Julio Muriente, Porto Rico Luiz Antonio de Carvalho, Brasil José Carlos de Assis, Brasil Desarrollo sostenible, poder político y soberanía nacional José Rivera Santana y Julio A. Muriente Pérez Co-presidentes do Movimiento Independentista Nacional Hostosiano (MINH), de Puerto Rico (texto apresentado por Doris Pizarro) Estimados Compañeros y Compañeras: Queremos agradecer a los organizadores de este Seminario, a nombre del Movimiento Independentista Nacional Hostosiano de Puerto Rico, el privilegio que nos han concedido de participar junto a ustedes en este encuentro latinoamericano y caribeño. Valoramos enormemente la posibilidad que nos ha sido brindada de llegar desde Puerto Rico a esta gran universidad brasileña, a ofrecerles algunas reflexiones e ideas sobre asuntos que son del interés y preocupación de todos nosotros. Advertimos, primero que todo, que venimos de una nación caribeña y latinoamericana que ha estado sometida a la dominación colonial por más de quinientos años. Puerto Rico fue colonia de España desde 1493 hasta 1898, año en que nuestra Patria fue tomada como botín de guerra por las tropas estadounidenses, en el marco de la guerra Hispano-cubano-americana. El próximo 25 de julio se cumplen 113 años de aquella invasión militar que dura hasta nuestros días. Por más de medio milenio el pueblo puertorriqueño se ha visto privado de su soberanía nacional y no ha sido libre ni por un instante para decidir su destino, en ningún sentido. Ha sido a contrapelo de esa dominación colonial ininterrumpida que el pueblo puertorriqueño ha ido forjando su nacionalidad esencial. Si hoy existimos como nación caribeña y latinoamericana es gracias a la lucha tenaz que ha librado nuestro pueblo, primero frente a España, luego frente a Estados Unidos, en defensa de nuestra cultura, nuestro idioma, nuestros derechos fundamentales, nuestra geografía y recursos naturales y, sobre todo, nuestra libertad. Nuestra presencia aquí es una muestra tangible de esa lucha, de la que nosotros somos modestos continuadores. Existe una relación indisoluble entre soberanía nacional, poder político y el desarrollo sostenible de nuestras sociedades. Ello es cierto de manera dramática en una sociedad como la nuestra, dominada por el colonialismo más feroz y avasallador; y lo es también para gran parte de los pueblos del planeta—sobre todo en África, Asia y América Latina y el Caribe— que han alcanzado su independencia formal y se esfuerzan por librarse de la dominación de tipo neocolonial. El concepto desarrollo sostenible pudiera tener un alcance revolucionario. Presupone llevar a cabo transformaciones verdaderamente radicales de nuestras sociedades, imponer nuevos paradigmas económicos, sociales y éticos, y erradicar gran parte de las premisas sobre las que se ha sostenido el Estado moderno en el capitalismo. Estamos hablando del desarrollo de modelos políticos, económicos y sociales orientados por un fuerte sentido de justicia intergeneracional, dirigidos a garantizar la protección de los ecosistemas y a alcanzar la equidad social. Nos referimos a sociedades eminentemente planificadas, respetuosas del entorno natural, humanamente solidarias, con justicia distributiva, que garanticen derechos humanos esenciales como la salud, vivienda, educación y alimentación; en las que se asegure riqueza material, ambiente natural y felicidad social para las generaciones futuras. Sociedades cuyo norte vaya dirigido a asegurar la más alta calidad de vida de la ciudadanía. El concepto desarrollo sostenible contiene un profundo sentido histórico e ideológico alternativo, que corresponde a otra visión de mundo. Se contrapone a conceptos económico-sociales utilizados frecuentemente en los análisis capitalistas, como lo son subdesarrollo o vías de desarrollo, para referirse a lo que comúnmente denominamos países del Tercer Mundo. En su inmensa mayoría, países que han surgido del colonialismo, con todo el lastre económico y social que ello ha implicado, que siguen sometidos en mayor o menor medida a la influencia o el control metropolitano y cuya formación nacional está plagada de injusticia y desigualdad. Según ese paradigma, a lo que debe aspirar un país denominado subdesarrollado o en vías de desarrollo es a ser un país desarrollado. Es decir, a ser un país capitalista industrializado como Estados Unidos, Alemania o Japón. Esta visión parte de la premisa equivocada que en el planeta hay riqueza suficiente para que prolifere el “primer mundismo” a diestra y siniestra. Que basta con proponérselo para que se produzca semejante cambio económico y social. Esa visión pierde de vista que, en realidad, en el planeta lo que hay no son países ricos y países pobres, sino países enriquecidos y países empobrecidos. Que en gran medida la inmensa riqueza acumulada por el pequeño grupo de países enriquecidos es fruto y consecuencia del saqueo y la explotación de continentes enteros, que mientras tanto han vivido en la pobreza y el atraso por siglos. ¡Claro que hay inmensa riqueza en el planeta, suficiente para que la humanidad entera viva dignamente, satisfaga todas sus necesidades fundamentales y disfrute una calidad de vida decorosa! Pero el problema no es uno de carencia de riquezas y recursos. El problema es uno de distribución vergonzosamente desigual de esa riqueza y de esos recursos. El problema es uno de control y sujeción política. El problema es uno de explotación económica y pillaje en nombre de una alegada democracia y libertad que los poderosos definen a su antojo. ¿Cómo explicar, por ejemplo, que África sea el continente que posee la mayor cantidad y diversidad de riquezas naturales, y que precisamente sea allí donde ubican los pueblos más empobrecidos de la Tierra? La respuesta radica, precisamente, en los siglos de explotación y saqueo, que no cesaron al proclamarse la creación de decenas de Estados nacionales en ese continente. Como sabemos, la riqueza es una construcción social que tiene su punto de partida en la transformación de la naturaleza por la fuerza de trabajo de los seres humanos. Históricamente, el afán de los poderosos ha consistido en acaparar la mayor cantidad de riqueza-naturaleza, en poder transformarla lo más aceleradamente posible y en poseerla para su disfrute particular y privado. Precisamente, lo revolucionario de la llamada Revolución Industrial, iniciada en la segunda mitad del siglo XVIII, consistió en el descubrimiento y la invención de formas de generar energía superiores a la energía animal o humana, para transformar la naturaleza en bienes, o riqueza. Fue así como surgieron ese lugar lleno de máquinas llamado fábrica, la nueva clase de los productores llamados obreros y de los acaparadores llamados burgueses. Entonces, gracias a las nuevas fuentes energéticas disponibles y a los nuevos inventos tecnológicos, la materia prima-naturaleza pudo ser transformada en bienes de uso y consumo y consiguientemente en riqueza, a una velocidad mayor que la que la propia naturaleza invertía en regenerarse. La actitud insaciable de esta nueva clase presumía que los bosques eran infinitos, que las minas eran inacabables, que en los ríos y los océanos podría lanzarse toda la basura resultante de los procesos productivos sin mayores consecuencias; que la atmósfera haría espacio para la gran masa de gases contaminantes sin mayores problemas, que los suelos podrían explotarse al infinito. Lo importante, lo decisivo era que había que producir montañas de riquezas, que había que procesar en la fábrica o la industria todo lo que ofrecía la naturaleza sin importar las consecuencias en el futuro que, en todo caso, se pensaba, no serían adversas. No sólo impusieron regímenes en los que imperaba la superexplotación; no sólo saquearon las riquezas naturales de gran parte del planeta; no sólo provocaron la situación de desigualdad económica y social más obscena e inadmisible. También han ido destruyendo el planeta que es casa de todos y todas. Lo han ido contaminando, lo han ido matando. El calentamiento global es consecuencia directa de la irresponsabilidad histórica de una clase social borracha de codicia, a la que poco le ha importado la consecuencia de sus actos destructivos. De manera que al proponer nosotros y nosotras este nuevo paradigma, al hablar de desarrollo sostenible, primero que todo planteamos, con sentido de urgencia, la necesidad insoslayable de salvar al planeta, de recomponerlo, de rescatarlo para las generaciones presentes y futuras. La naturaleza es el punto de partida de todo. Y nosotros, no olvidemos, somos primero que todo naturaleza, en su interacción, equilibrio y complejidad. Es la Patria material el escenario indispensable en el que los seres humanos generamos múltiples y diversas relaciones sociales. Es el lugar donde construimos, donde edificamos; y no es posible construir destruyéndola. El entorno natural es garantía de la vida. Su destrucción nos conduce a la muerte, tanto a los humanos como a los demás seres vivos. Ha dicho el poeta que sin utopía la vida sería un ensayo para la muerte. Pues bien, esta es nuestra utopía, el desarrollo de una sociedad distinta, que no se rija por el lucro sino por la solidaridad, que sea genuinamente democrática y participativa, en la que no se valga por lo que se posee sino por lo que se es. Esa utopía ha ido cobrando forma; se ha ido diseminando aquí y allá en Nuestra América. Es la misma que nos habla de un cambio de época, cuyos principios se plasman ya en nuevas constituciones y códigos que rigen países. Por ejemplo, en la Constitución de Ecuador, el pueblo ecuatoriano afirma en primer lugar -y de forma categórica- su soberanía. Luego se afirma parte de la naturaleza, “que es vital para nuestra existencia”. Y añade que, “Decidimos construir una nueva forma de convivencia ciudadana, en diversidad y armonía con la naturaleza, para alcanzar el buen vivir, el sumak kawsay”. El Capítulo séptimo de la Constitución ecuatoriana se denomina “Derechos de la naturaleza”; en el que se reconoce a la naturaleza como sujeto con derechos jurídicos. Algunas de las luchas más importantes que ha librado y libra el puertorriqueño por su autodeterminación e independencia están relacionadas directamente con la defensa de los recursos naturales y la oposición a iniciativas destructivas de nuestro entorno geográfico. Somos conscientes de que la viabilidad de la independencia requiere de la protección de nuestro suelo, nuestros recursos hídricos, nuestros recursos costeros y marinos y nuestros ecosistemas. Cada centímetro de los poco más de nueve mil kilómetros cuadrados de nuestro territorio nacional tiene que ser protegido celosamente, pues será allí donde construiremos el Puerto Rico del futuro. Máxime cuando a nuestro país el gobierno de Estados Unidos ha querido utilizarlo durante las pasadas seis décadas como modelo a seguir de inspiración desarrollista, dilapidando suelos agrícolas, imponiendo un modelo de crecimiento urbano desparramado y basado en la privatización del transporte; contaminando ríos y otros cueros de agua, ensuciando la atmósfera—Puerto Rico aporta más al calentamiento global que todos los países de América Central juntos—. ¿Qué se requiere para que la utopía cobre forma, para que pueda irse materializando? Evidentemente, se necesita poder político, la capacidad para que prevalezca la soberanía nacional, la voluntad para encaminar nuestras sociedades por nuevos rumbos, orientados por paradigmas nuevos y superiores, que ratifiquen el postulado de que vivimos un cambio de época. Desde luego, todo lo anterior es más fácil decirlo que hacerlo. En efecto, los enemigos del cambio, que se han lucrado por siglos a costa de las grandes mayorías y del planeta mismo, harán lo indecible para tratar de evitar que avancemos. Son obstáculos anticipables, que tendremos que ir superando, con mucha perseverancia y firmeza. Será, después de todo, un ejercicio mayor de construcción de libertad y democracia verdaderas. Será la herencia más valiosa que podremos legar a las futuras generaciones, que no merecen nacer y vivir en la infelicidad y la incertidumbre. Ese es nuestro reto hoy. Esa es nuestra razón de vida. Muchas gracias.