OLGA, LA RUSA DE SANTA CLARA

Transcripción

OLGA, LA RUSA DE SANTA CLARA
Sábado, 9 de mayo de 2015
Fue en febrero de 1982, mientras
transitaba del hotel Rossia a la Plaza
Roja de Moscú, cuando me vino a
la mente la carta que en 1960 escribiera desde la capital soviética Olga
Skvortsova a su nieta cubana Ana
María, con fecha 23 de igual mes.
Por entonces, Enrique Cirules preparaba una novela sobre Santa Clara,
cosmopolita localidad del centro de
Cuba a la cual quedaría atada la
extraordinaria mujer.
Pero, ¿quién era esa moscovita
llegada de la legendaria y desconocida
Rusia a la Ciudad de Marta, patriota
y benefactora que el día de la inauguración del teatro La Caridad hiciera
su entrada acompañada del brazo del
Dr. J. Rafael Tristá Valdés, alcalde y
padre del hombre con quien contrajo
nupcias Olga en París de 1907?
AMOR A PRIMERA VISTA
Joaquín Tristá, médico de 23
años, ampliaba estudios en la Sorbona cuando conoció a Olga Skvortsova, de 19 años, quien trabajaba
como aya en una mansión francesa.
Dicen que la lozanía, encanto, forma
de pensar e independencia de la joven
desquiciaron al no menos atractivo cubanito, cuyos relampagueantes ojos
castaños desordenaron a su vez el
corazón de la muchacha, con la cual
se casó un año después.
No tardó la llegada del primogé-
El amor los unió en París. Él, médico cubano; ella, una moscovita llegada a Santa Clara desde
la lejana Rusia. Uno de sus tres hijos, el gemelo Iván, formó parte del ejército soviético y luchó
en la Gran Guerra Patria. El otro, Yuri, fundó familia en la gloriosa villa. Ambos, junto a Boris, el
primogénito, entroncan en este reportaje que parece novela. En el aniversario 70 de la victoria
sobre el fascismo, y a solo horas del Día de las Madres, retomamos actualizada la sorprendente
historia de los Tristá Skvortsov, o mejor, la de aquella mujer a la que todos llamaban…
OLGA, LA RUSA DE SANTA CLARA
■ Por Mercedes Rodríguez García
■ Fotos: Cortesía de Boris Rafael
■ Fotocopia: Ramón Barreras
por la muerte del cabeza de familia,
ligera de ropas —decía que el calor
la asfixiaba—, se sentaba al piano a
tocar algunos de los valses o minués
aprendidos de memoria en casa de sus
empleadores franceses. Si no, como
alma en pena, y vestida de igual modo,
deambulaba por las habitaciones de
la casona de dos plantas, rodeada de
amplios ventanales.
«¡Pánico, horror, sacrilegio!», comentaban las damas en corrillos y velorios; y no tanto los caballeros, complacidos solo con imaginarse a la rusa de los
Tristá envuelta en vaporosos camisones
y sin corsé, y no solo en mente, porque,
a decir verdad, más de uno fue acusado
de fisgón por aquella sociedad plagada
de prejuicios religiosos y sociales.
Sin embargo, a Olga nada le importaba, pese a que con el correr del
Olga le mandara uno de ellos —«el más
fuerte»—, las nuevas circunstancias los
paralizaron. Lo cierto, Yuri creció junto a
su padre, en Santa Clara. Iván y Boris,
junto a su madre, en la lejana Unión
Soviética. Con el caer de las hojas del
calendario, la historia de la Skvortsova
fue pasando al olvido.
otra alternativa que pasar a la clandestinidad, así que marchó junto con su
madre y su hermano Boris a la URSS.
Como ciudadano soviético fue llamado
al ejército y combatió en varios frentes;
incluso, en 1936 acudió como militar
a la República Española para ayudar.
Terminó la guerra antifacista con los
grados de Komandarm (comandante).
Ya en tiempos de paz y durante largos
años, ejerció como profesor en el Instituto Pedagógico moscovita de Lenguas
Extranjeras.
—¿Volvió a Cuba alguna vez?
—Sí, después del triunfo de la
Revolución. Junto con mi padre visitó
viejos amigos y compañeros de la lucha
antimachadista en La Habana. También
fue a la tumba de José Antonio Echeverría, hijo de Conchita Bianchi Tristá,
una prima hermana. En 1969 volvió.
Falleció en Moscú, en julio de 1985, a
los 75 años.
—¿Y Boris, el primogénito?
—Llegó a ser destacado ingeniero
metalúrgico, laureado con el Premio
Estatal. Solo se reunieron en 1960,
durante un viaje turístico a Moscú.
También murió. Pero mi hermana Bibi sí
compartió mucho con él porque estudió
becada en Moscú.
—Su hermana Bibi, ¿la que
está casada con un comandante
sandinista?
—Enviudó en 1973. Sí, su esposo
era nicaragüense, lo asesinaron los
somocistas, se llamaba Oscar Turcios
Chavarría.
—¿Y su hermano Boris Rafael?
—Vive en La Habana.
—Tiene usted una sorprendente
familia…
En los años 1980, durante un viaje del Dr. Boris Rafael a la URSS.
Aparecen, de izquierda a derecha, un primo, el Dr. Boris Rafael, otro
primo, los tíos gemelos Boris e Iván; un primo más, y la señora de la
casa donde fue tomada la fotografía.
nito Boris, nacido en Minsk —actual
capital de Bielorrusia—, mientras
viajaban para conocer a la familia
materna. Poco después emprenderían de nuevo un largo viaje, esta vez
hacia Cuba, avisado el joven doctor
de que su padre se hallaba gravemente enfermo.
Pero el también doctor en Medicina don J. Rafael Tristá Valdés
no pudo conocer al nieto. El notable
abuelo, hombre público y erudito, de
inteligencia cultivada, varias veces
alcalde de Santa Clara y activo gestor
de obras públicas, falleció el 28 de
enero de 1909, a dos meses de haber
celebrado su cumpleaños 59, y días
antes de la llegada del barco a puerto
habanero.
La casona de dos plantas —en
la entonces calle que hoy lleva su
nombre—, altos techos y numerosas
habitaciones, acogió al matrimonio
y al pequeño, no sin cierto disgusto,
pues Joaquín, al marchar a Europa,
estaba comprometido con una distinguida y aristocrática señorita de la localidad. Y para que el escándalo fuera
mayor, Olga se pasaba días enteros
vagando por las calles de la ciudad y
conversando con la gente, cuestión
prohibida de modo terminante a las
damas de la aristocracia.
A ello se unían sus visitas a los barrios pobres donde vivían los negros,
y los paseos con Boris por el parque
Vidal. Allí, muy tranquila, sentada
en un banco, encendía un cigarrillo,
inhalaba exóticamente el humo, y lo
soltaba en lentas y diminutas hélices
que los paseantes miraban de reojo
y con malicia.
En el hogar las cosas tampoco marchaban bien. Sin tener en
cuenta el luto riguroso que imperaba
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tiempo el amantísimo esposo se volvió
receloso, precavido, partidario de las
tradiciones y de salir a compartir con los
amigos. Como es lógico, Olga se quedaba sola muy a menudo, ronroneando
para sus adentros: «Joaquín no me
ama, ¡ya no es aquel cubano que conocí
en París!» Nadie podía imaginar cómo
iba a reaccionar en adelante la decidida
y desprejuiciada extranjera, que terminó
contándoles penas, temores y tribulaciones a sus parientes en San Petersburgo.
Y un buen día, en La Habana,
¡sorpresa! Al hotel San Carlos donde
se hospedaba el matrimonio con su
hijo, llegaron un tío y una tía de Olga.
La decisión parece que se tomó en un
instante. Cuando Joaquín regresó a la
habitación la encontró vacía y recogida.
En vano esperó. Un vapor se llevaba ya
a Boris, Olga y a sus parientes a Nueva
Orleans, desde donde zarparon luego
rumbo a Europa.
A LA PUERTA TOCA
UNA UCRANIANA
De regreso Joaquín a Santa Clara,
la localidad es pábulo para largas murmuraciones y comentarios de los más
diversos tipos. Pero el escándalo más
gordo estalló en el verano de 1912,
cuando tocó en la casa de los Tristá
una mujer vestida con un atuendo desa­
costumbrado en Cuba: ancha falda y
blusa bordada con profusos y brillantes
motivos en colores.
—¿Usted es el doctor Joaquín Tristá? Soy amiga de Olga. Le traigo a su
hijo Yuri, es gemelo, nació en Moscú, el
28 de junio de 1910. El otro, Iván, quedó
con su mujer.
A pesar de que la familia conocía
la existencia de los mellizos, y también
de una carta en la que Joaquín pedía a
REVOLUCIÓN, GUERRA CIVIL Y
HAMBRUNA
Octubre de 1917 sorprende a Olga,
junto con Iván y Boris, en Járkov, segunda ciudad más grande de Ucrania.
Después de la victoria de los bolcheviques, Rusia sufre una Guerra Civil. En
1922, al enterarse por la prensa de la
hambruna desatada, Joaquín vuelve
a escribirle a Olga para que le mande
a los otros dos muchachos. Son casi
adolescentes. Ellos mismos deciden.
Boris se negó. En enero de 1923 Iván
se reunió con su padre y su hermano
Yuri. En Santa Clara, juntos cursaron la
segunda enseñanza. Les llamaban «los
moscovitas». Terminado el bachillerato,
en 1928, ambos matriculan en la Universidad de La Habana.
Gobernaba en Cuba Gerardo
Machado. Acosada por los excesos
cometidos por el régimen y el rápido
deterioro de la situación económica bajo
los efectos de la crisis mundial de 1929
—con los estudiantes y el proletariado
como soportes fundamentales—, la
oposición al presidente desencadenó
una interminable sucesión de huelgas,
intentos insurreccionales, atentados y
sabotajes. Iván ha entrado en contacto
con la intelectualidad de izquierda e
intima con Rafael Trejo. Yuri participa en
En 1988, los tres hijos del gemelo Yuri Tristá Skvortsov: Joaquín,
Ana María y Boris Rafael.
una rebelión armada y luego se suma
al movimiento progresista liderado por
Guiteras. En la década de los años 30
Cuba yace sumida en el terror.
CONTINÚA LA HISTORIA
UN HIJO DE YURI
«Mucha gente me llama Yuri, por
mi padre, que se casó con una cubana
llamada Mercedes Pérez de Alejo, y
tuvo tres hijos: Antonia María, Boris y yo.
Papá murió en 1989. Está enterrado en
Santa Clara», contó a Vanguardia en
2001 Joaquín Tristá Pérez.
—Y, ¿qué fue de su tío, el gemelo
Iván Tristá Skvortsov?
—Cuando se recrudeció la lucha
contra la dictadura machadista no tuvo
—¡Ya lo creo!
—¿Conoce de la novela que
escribe Enrique Cirules?
—Sí, le he ayudado en lo que
he podido. No sé cómo se las habrá
arreglado a la hora de reconstruir casi
un siglo de historias. Supongo que,
como literatura al fin, tenga que construir
muchos pasajes y ficcionar bastante,
porque ninguno de la familia se ocupó
de recoger las memorias, y todo yace en
el imaginario. ¡Ni yo mismo me acuerdo
de muchas cosas!
EPÍLOGO DE BORIS RAFAEL
A casi 15 años de la publicación
de aquella entrevista (Vanguardia,
sábado, 14 de julio de 2001, pág. 3),
Olga, la Rusa de Santa Clara, en
los tiempos en que conoció al
doctor Joaquín Tristá.
me proponen reconstruir la historia
de «dos santaclareños que pelearon
en la II Guerra Mundial». Pero no es
así. Los entresijos del tiempo tienden
a confundir los hechos si no se evocan con relativa frecuencia. Y si bien
algunos de los hilos nos llevan a la
Unión Soviética de aquellos años, sus
protagonistas no nacieron en nuestra
gloriosa villa. Sí nos toca la grandeza
de su ascendencia, y de haber vivido
en ella dos de los hijos de la tierra que
hoy celebra los 70 años de la victoria
sobre la Alemania nazi.
De los descendientes directos
de la familia Tristá Skvortsov solo
vive, en La Habana, Boris Rafael, el
más pequeño de los hijos del gemelo
Yuri, nombre que fue «afrancesado»
por el padre, «de modo que aparece
como Joury en su inscripción de nacimiento», según me cuenta vía email.
Joaquín falleció de viaje por Estados
Unidos, hace dos años. Sobre la
muerte de Bibi solo recuerda que
«ocurrió en 2007 como consecuencia
de un cáncer linfático […] Le apodamos Bibi , porque era más “mala” que
la bibijagua», acota.
Localizar a Boris Rafael no resultó
tarea difícil, pero sí ingeniosa y atrevida.
Mas, no viene al caso. El Doctor en
Ciencias Económicas cumplió este
enero 70 años. Actualmente es director
del Centro de Estudios para el Perfeccionamiento de la Educación Superior
de la Universidad de La Habana.
«Yo viajé a Moscú en los años
80, y conocí a mis dos tíos, Boris e
Iván. Mi tío Iván estaba comenzando
un proceso de demencia senil, pero
pude conversar un poco con él. También conocí a mis primos, aunque
perdimos el contacto cuando murió
mi hermana Bibi, que era nuestra
traductora, porque yo no aprendí ruso
ni ellos español.
De mi abuela Olga recuerdo muy
poco, debió morir octogenaria. Lo que
le contó Joaquín es así, había pasado
menos tiempo y su memoria siempre
fue muy buena […] Me hubiera gustado escuchar de boca de mi tío Iván
sus relatos de la guerra, los que me
pudiera haber narrado el tío Boris sobre
mi abuela Olga, a todas luces una mujer
valiente. […] Y sí, razonaba bien mi
hermano cuando le afirmó que tenía una
familia sorprendente. […] De la novela
que usted me habla, quisiera leerla. Pero
la vida supera cualquier ficción. Siga
usted desempolvando la historia, que
mucha falta hace».

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