d. espinosa. capítulo primero.
Transcripción
d. espinosa. capítulo primero.
u VBfii;. lin s e r - o m m b t i s \ es el egoismo personificado y la entidad mas característica de nuestro siglo. Asi considerado, es el hombre de todos tiempos y lugares^ Figura en los diversos tonos y semi'onos de la e s cala social, y en todas partes bulle y se agita sin descanso, lo mismo bajo el tosco sayal de áspero labriego, que-bajo la recamada púrpura de los reyes. Chateaubriand ba dicho que este mundo es un valle donde lodos nos esperamos para despojarnos Y con efecto: ¿qué hace la humanidad entera coa sus deseos y aspiraciones? De pesca está esa coqueta idólatra del lujo, al dirigir su escrutadora mirada á ese hombre fósil animado por el último soplo de la vida. Á pesca de un empleo se arrastra por las antesalas ministeriales t i que falto de suficiencia, ó sirvió de intermediario •en excelenlísimos amores, ó grib) al frente del oleagc popular. À pesca de turrón anda ese diputado apóstala que socolor del mas puro patriotismo, golpea .sin piedad al asendereado Minislerio. Á pesca de h o nores y de riquezas, danza el diplomático, ese gitano político con sus notas y idlimalum; y todos en fin nos hallamos bajo la conjugación del verbo pescar: Yo pesco Tu pescas &c. La dificultad consiste en la elección de circunstancias y aun apesar de éstas, la oración se vuelve muchas veces por pasiva. Hombres hay que se creen pescar, precisamente cuando olios son pescados, y otros, que aunque no corran senT^janle riesgo, jamás saben lo que se pescan. Este oficio, como todos, tiene sus quiebras. Para ejercerle con fruto es necesario, á mas de lo que debemos fiar á la fortuna, ap^ li tud, buen cebo y mucha perseverancia, especialmcnle en unos tiempos en que ha llegado á ser una verdad como un puño, que no se cojen truchas á bragas enjutas. D. ESPINOSA. SL im, Éitoa amigo D. F L O R E . \ C 1 0 LlülS B^AKREiVO. CAPÍTULO PRIMERO. % le has puesto nunca á considerar, lector amigo, la vanidad de las obras del hombre y lo efímero de sus monumentos, al aspecto de ese pequeño lugar que se divisa á uua legua corta de nuestra 55 hermosa ciudad por la, parte; del"nordeste, al pie de un elevado cerro en cuya cumbre se" yen las ruinas de un anliguo c a s t i l l o ? " •"''-¿No ha despertado^ tu C'-íriosidadel "versus-" e s carpadas rocas, sus derruidas muros, sus empinados torreones, y has tenido "deseos de contemplarle mas de corea colocándote sobre su cúspide para estudiarlo á tu placer? ¿Y no has deseado también conocer su historia, penetrar los misterios de sus bóvedas sombrías, los secretos de sus profundos y lóbregos subterráneos y las tradiciones que de él se cuentan? -fie ¿Ó- es que mas filósofo baste fijado tan solo én meditaciones profundas sobre ese jigante de piedra; asilo boy de carniceras aves, de salvajes cuadrúpedos, y morada en otros tiempos de terribles guerreros, de enamorados paladines, de bellas y encantadoras damas? Bajo cualquier aspecto 'que lo contemples, MONTEAGUDO se presta á lus exigencias, satisface tus deseos, y para convencerte ten un poco de paciencia y sigue mi pálida y desaliñada narración. § Figúrale por algunos momentos que somos tíos antiguos y verdaderos amigos, que estamos en una templada tarde del mes do Mayo, y que deseando romper momenláneamenle la cárcel de los respetos sociales y de las exigencias del buen tono, abandonamos la ciudad siete veces coronada escapándonos por la puerta de Orihuela y encaraTnando nueslros pasos á Monteagudo. Figúrale lambien que lu y yo somos dos apasionados amantes de la naturaleza: uno y olro nos encontramos mejor en medro de un hermoso campo donde por lodas partes nos muestra s\is galas, ostentando ante nuestros ojos la infinita variedad de sus producciones desde la silvestre y humilde amapola hasta el corpulento álamo,^en cuyas verdes ramas teje la vid sus débiles tallos, enseñando asi al hombre fuerte que su deber es protejer y servir de apoyo al débil, que no en el centro de nueslras populosas ciudades, donde los pulmones fatigados apenas encuentran aire para respirar, y donde el ejemplo corruptor del vicio engalanado con sus hermosos disfraces inficiona prontamente el corazón mas puro y virginal. Abismados gravemente en filosóficas reflexiones nos adelantamos por ei camino, si es que caminó puede llamarse el que conduce al pie del anliguo castillo, ó tal vez menos preocupados menos flló^ sofos vamos departiendo agradablemente y g o zando el ambiente perfumado de las flores, lanzando de cuando en cuando algún apostrofe amargo al pensar en que la ignorancia y la incuria de nues^ tros agriCuitorcs'no sacan de nuestra fértilísima vega