un inhumano colgado del techo de la discoteca

Transcripción

un inhumano colgado del techo de la discoteca
UN INHUMANO COLGADO DEL TECHO DE LA DISCOTECA
Mediados de los 80. Entre los componentes que se van incorporando al grupo después del éxito de los primeros discos, figura
un antiguo estudiante de filosofía, matrícula de honor en la mayoría de asignaturas en el cole y en la carrera, que por
avatares del destino reconsidera el sentido de su vida y se queda postrado en su casa, sin oficio ni beneficio.
Como amigos suyos de la infancia, lo rescatamos para ingresar en las hordas inhumanas, y le damos un papel protagonista,
el del Gran Lechón. Lo llevamos al mítico concierto en Rock Ola, presentación oficial de cualquier grupo pop-rock de la época
en Madrid, adonde viajamos con un autobús lleno de peña hasta los topes, entre inhumanos, cadetes, orfeón humano (cuya
escisión del grupo daría lugar al Orfeón Brutal) y amiguetes.
Y, por supuesto, el Gran Lechón, al que vestimos de Papa y que se pasa todos los altos del camino bendiciendo a los
conductores desde las gasolineras, con un magnífico báculo incluido.
Tras esta espectacular entrada, llegan dos conciertos seguidos en una popular discoteca valenciana. En el primero de ellos,
se le sienta al Gran Lechón en un trono, con un cochinillo vivo entre las manos y una bandeja enorme de pollo asado. El
animalejo no tarda en escaparse y el Gran Lechón se pasa todo el concierto zampando, mientras sus compañeros cantan
canciones y esas cosas para lo que nos pagan.
El colmo llega en el segundo concierto. El grupo ha preparado un número en el que este tío tiene que atarse un cinturón,
sujetado por unas cintas elásticas al techo de la discoteca, y ser lanzado de un lado a otro mientras la cinta lo mece de arriba
a abajo.
En principio, el número tiene que durar exclusivamente una canción, pero a todos, a grupo musical y público, nos divierte
tanto esta situación, que decidimos dejarlo ahí por un tiempo.
Al poco, el pobre Lechón, con su hambre siempre voraz y sus más de 120 kilos de peso, comienza a pedir “bajarme de
aquiiiiiiiiii”. El grupo pregunta a a sus fans: “¿Queréis que le bajemos?”. Y todos contestan al unísono:
“Noooooooooooooooooo”.
Así que el concierto continúa y el pobre se pasa más de una hora en el techo dando vueltas, recibiendo impactos de
servilletas, papeles, cigarros, botellas de plástico…, hasta que el concierto finaliza y el público, antes de irse, quiere ver bajar
a su ídolo desde los cielos para aclamarlo. Esa noche recibe una soberana ovación y no lo llevamos a hombros porque pesa
un quintal y tres cuartos de otro.
Aunque está muy cabreado, pronto recibe una compensación: le proporcionamos la bandeja de pollo asado que tenemos
preparada para él y que engulle rápidamente, aunque le cuesta llevárselo a la boca porque la cabeza le da más vueltas que
un tiovivo de feria.

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