La Llama Que nunca Se Apaga
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La Llama Que nunca Se Apaga
“La Llama Que nunca Se Apaga” Por Florence Wright de Shillingsburg (Derechos reservados) LA LLAMA QUE NUNCA SE APAGA Breve historia de la Unión Misionera Evangélica durante sus setenta y cinco años de mantener en alto aquella llama 1908 – 1983 Impreso en La Litografía Aurora Cali, Valle, Colombiana – 1983 PROLOGO Cuando en el año de 1.982 el Comité Ejecutivo de la Unión Misionera Evangélica Colombiana pensó seriamente en la celebración de las llamadas “Bodas de Diamante”, es decir, la celebración especial de los 75 años de testimonio que la misión ha cumplido en Colombia, creo que tuvieron un gran acierto al elegir a Doña Florencia Wright de Shillingsburg para encargarle el escribir un libro que además de ser un testimonio histórico, por el cual y para el cual la misión ha existido: “brillar para Cristo”, “ser la luz del mundo” “La llama que nunca se apaga” es pues el producto del trabajo que Doña Florencia con su pluma inspiradora ha realizado. Al pasar por sus páginas Ud. querido lector va a encontrar paso a paso la historia verídica del desarrollo de la Unión Misionera Evangélica en Colombia desde la llegada del gran pionero Mr. Carlos Chapman, hasta el mismo año de 1.983. No hay ficción ni fantasía en esta obrita, pero por doquier Ud. puede ver la fantástica y gloriosa mano del Señor realizando su voluntad a través de la vida de sus hijos y de su Iglesia. Ya en su anterior libro “Ligado”, Doña Florencia nos había mostrado su capacidad e inspiración para hacernos sentir como hijos de Dios, la satisfacción de un trabajo realizado y el incentivo hermoso de saber que a nuestro lado permanece nuestro poderoso Señor dispuesto a cada momento a utilizarnos como instrumentos preciosos en sus manos, a la luz que deja para nuestra inspiración el testimonio vivo de aquellos su siervos que por tener su corazón ligado al objetivo precioso de ganar a Colombia para Cristo no ahorraron ningún esfuerzo y entregaron aún su misma vida para lograrlo. Fue por muchos años, la autora de este libro, al igual que Don Guillermo, su esposo, copartícipe activa en forjar la historia narrada y por ello siento no equivocarme al decir que es parte de su misma vida. Ahora los esposos Shillingsburg se han retirado como jubilados para tener un merecido descanso después de haber entregado la mayor parte de su vida a la obra misionera en éste nuestro caro país. Sin embargo, y este libro es testimonio de ello, sabemos que ellos no descansan sino que viven activos cumpliendo diversos ministerios siempre a favor de la obra misionera en Colombia. Ha sido para mí un honor el haber sido escogido por la autora para que recibiese el escrito original y realizase las correcciones idiomáticas necesarias y además completase algunas ideas, más el último capítulo que había de ser añadido, ya que Doña Florencia al permanecer en los Estados Unidos los últimos años, no tenía toda la información del momento y ella quería ser muy fiel al relato verídico. Es altamente loable el que frente al obstáculo de tener que usar el español en forma literaria, la autora no haya utilizado tal razón para esquivar la tarea encargada y en cambio puso todo su empeño y todo su sentir para entregarnos este precioso libro. Es mi deseo y mi oración al Señor que el pequeño aporte presentado a la publicación de “La llama que nunca se apaga” sirva, como sé que es el deseo de su autora, para que el nombre del Señor Jesucristo sea honrado y para que las vidas de todos los lectores se conviertan en verdaderas antorchas que irradien la luz de Cristo y así nuestros queridos compatriotas puedan salir de las tinieblas del pecado y del mundo para poseer esa luz admirable. Nehemías Salazar O. Abril de 1.983 DEDICATORIA A nuestros hermanos con quienes nos reímos un poco, lloramos otro tanto, oramos y luchamos hombro a hombro cuarenta años, dedicamos con cariño este pequeño libro. PREFACIO El 15 de marzo de 1825, se reunieron en Bogotá autoridades civiles y eclesiásticas, animadas todas por las conferencias dictadas por un inglés, Mr. Thomson. El tema de sus discursos fue “la educación y el mejoramiento de la vida espiritual”, y en su desarrollo indicó que es la Santa Biblia la que contiene la verdad que libera del error. Se resolvió aquel día fundar una sociedad Bíblica Colombiana con el fin de publicar y distribuir la Biblia y se recibió una ofrenda de $ 1.380 (dólares) para empezar la obra. Pero con los cambios en el mundo político, la oposición de algunos iba en aumento hasta que se extinguió la pequeña lucecita que podía haber sido un faro de salvación para las multitudes. En 1855 iba rumbo a Venezuela un frágil barco de vela. Los marineros luchaban con el mar embravecido, pero frente a Cartagena el furioso Caribe venció a la embarcación. Los sobrevivientes, llevados por la marea, encontraron hospedaje en la ciudad. Entre ellos iba el Sr. Ramón Montsalvage, ex-sacerdote español, que ahora era un ministro evangélico ordenado. Montsalvage había perdido todos sus libros y enseres en el mar, pero tenia un historia qué contar y tal cual el naufrago Apóstol San Pablo, les relató a los colombianos cómo Cristo entró a su vida y les enseño lo que Cristo podía hacer por ellos. En pocos meses, se dice, este ministro estaba pastoreando una numerosa congregación en un convento abandonado en Cartagena. En 1856 llegó el primer misionero evangélico a Bogotá, enviado por la Misión Presbiteriana. Otros pocos le siguieron. Carlos P. Chapman desembarcó en buenaventura en 1908, el primer mensajero del Cristianismo Evangélico en pisar la parte occidental, el sur y gran parte del interior del país. Al abrir los archivos de la Unión Misionera Evangélica Colombiana y ver el desfile de hombres y mujeres cuyas vidas hicieron la historia que tratamos de contar, quedamos confundidos. ¿Cómo poner en un solo tomo las luchas, los quebrantos, las victorias y grandes triunfos de tantos? Sentimos que no se puede contar todo y pedimos perdón si pasamos por alto algunos que deben estar incluidos. Agradecemos a los que ayudaron a poner en papel nombre y datos inaccesibles a nosotros, y a Don Nehemías Salazar quien tuvo a bien corregir y editar la obra. Pedimos a los lectores que al repasar este tomo, hagan lo que un historiador francés pidió en cierta ocasión: DEL ALTAR DEL PASADO COGED EL FUEGO, NO LAS CENIZAS. Fuentes de pesquisa: Chapman, C. P. Five Year Diary 1912 – 1917 Chapman, C. P. With Christ in the Andes Ordoñez, Francisco: Historia del Cristianismo Evangélico en Colombia El Mensaje Evangélico, Cali, 1918 – 1975 The Gospel Message, Kansas City, Mo. U.S.A. Entrevistas y cartas Viejas personales CAPÍTULO UNO Por la ventanilla Carlos podía ver una faja oscura en el horizonte, de la costa del pacífico. “Detrás de aquella faja hay gente que yace en la sombra de muerte, sin Cristo y sin la Biblia”, decía el misionero para sí mismo. “Yo tengo otras ovejas que no son de este redil; aquellos también debo traer…” Juan 10:16. Las palabras del Señor que conmovieron a Carlos mientras estaba en El Ecuador ya hacia cinco años le vinieron a la memoria. “Otras ovejas… en el Valle del Cauca, aquel hermoso valle, el clima tan suave y agradable, la gente dada a la hospitalidad, abundancia de frutas y comida, el paisaje resplandeciente de colores, jardines y cosas amenas. Nace en mi corazón un deseo de llegar a aquel valle para llevarles el Evangelio de la Vida”. Era ya de noche cuando la poderosa bocina anunció que el barco se acercaba al puerto. “Y, ¿Cómo puede saber el piloto por donde guiar el barco en esta oscuridad?” preguntó Carlos a uno de los marineros. “Es que hay un faro que avisa que hemos llegado a la bocana. Luego el piloto busca una luz bajita y otra más lejitos. Cuando se ve una luz directamente detrás de la otra, enruta el barco y sigue adelante. Una tercera luz se alínea con la segunda, se vuelve a posicionar el barco y avanza. De noche se guía siempre con luces” “Gracias, Señor,” dijo el extranjero y comenzó a reflexionar: La mayor luz, Jesucristo, me iluminó al puerto de seguridad y de ahí en adelante habrá luces – “lámpara es a mis pies tu palabra”. “Voy bien,” dijo el misionero. “Adelante con ancla levada” Fue en el año 1908 que la Unión Misionera Evangélica con sede en Kansas City, Mo. Resolvió enviar a un misionero a Colombia. Carlos Chapman estaba listo, dispuesto a dejar a su esposa y al hijo de cinco años en el hogar paterno para poder viajar extensamente con un misionero del Ecuador, Juan Funk. Al llegar a la aduana de Buenaventura las autoridades no miraron a bien sus cajones de libros, pero dejaron pasar todo el equipaje, diciendo: “¿Quién sabe?” Carlos buscó un rincón en la bodega donde podía amontonar sus cajas mientras salía por las calles a ver cómo iba la venta de sus libros. Logró vender bien hasta que las facultades de la iglesia demandaron una inspección de su literatura. “Sus libros,” dijeron, “no los puede vender sin permiso por escrito. Tenemos que examinarlos para ver si su contenido pude llegar a corromper a los ciudadanos” ¿Corromper a los de Buenaventura donde dos terceras partes de todos los niños eran hijos naturales? ¡Juzgar aquel Libro! Este bendito libro, que por siglos alrededor del mundo ha sido el fundamento de toda moral - ¿en el tribunal para ser juzgado? Los “inspectores” no volvieron, y bajo la cobija de la noche hombres llegaban a la bodega a comprar libros y llevarlos a sus casas – chispas de luz dentro de las pastas que un día prenderían un fuego en Buenaventura. El misionero abordó el tren aunque los anofeles le habían picado durante su estadía en la bodega y en todo el camino sufrió los dolores causados por los síntomas del paludismo. Por la noche a una altura agradable Carlos pudo descansar en el terminal; el tren sólo recorría cuarenta kilómetros en esos días. Al vislumbrar la aurora del día siguiente, el delicioso aroma de arepas tostadas y chocolate, despertó al enfermo. Los caballos estaban listos y antes de amanecer tuvieron que ponerse en camino. Viajando por la trocha, en fila, cada bestia levantaba una nube de polvo rojo sobre la cara del que le seguía, pero a cada vuelta del camino los viajeros quedaban a la expectativa de ver el deseado valle… ¡y por fin, allá estaba! ¡Tan hermoso! ¡Aquella alfombra de esmeralda! Se aligeraron sus pasos, ya el cansancio se les apartaba, ansiosos estaban de bajar al nivel de aquel jardín del valle. Cuando ya los arreboles en la bóveda celeste del valle se iban apocando, las herraduras de los caballos chispearon sobre las empedradas calles de la ciudad. Cali en 1908 contaba con 35.000 habitantes y ni un evangélico entre tantos. A Don Carlos no le afectó el hecho de que llegaban solo a enfrentarse con un sistema religioso que había regido en todo pueblo y aldea en Colombia por siglos. Por una parte sabía que no andaba solo. “Id… y he aquí YO estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. San Mateo 28:20. Y por otra parte en su equipaje llevaba la espada del Espíritu, la Palabra de Dios. “Más cortante que toda espada de dos filos.” Hebreos 4:12. Le tocó a Carlos estarse solo en Cali unos días esperando a Don Juan Funk. Lo primero que hizo fue escribir a Bogotá pidiendo permiso para vender sus libros y repartir sus tratados. Mientras demoraba el correo, los sacerdotes desde sus púlpitos avisaron a los caleños que “un hereje ha llagado a nuestra hermosa ciudad. No compren de sus libros; no conversen con él, ni le den entrada a la casa” Una tarde agentes de policía se le acercaron mientras estaba sentado en el parque de San Nicolás. Con toda cortesía le avisaron que en adelante no podía sentarse en el parque donde la juventud caleña podía conversar con él. “Pacientemente esperé a Jehová y se inclinó a mí y oyó mi clamor.” Salmo 40:1. El día que llegó el permiso de Bogotá, Carlos tomó nuevo ánimo. Salió, llevando libros debajo del brazo, cabeza erguida, lleno de valor y listo a enfrentarse con el enemigo. La actitud de la Iglesia Romana hacia las Escrituras era de odio. Quemaban las Biblias a cada oportunidad e imponían excomuniones a quienes compraban. El clero insistía que la Biblia era demasiado profunda para la plebe entenderla y que aún “es posible enloquecer leyéndola”. Aunque día a día el arma más usada por la Iglesia, la excomunión, iba perdiendo su filo, los más todavía se asustaban se apartaban del extranjero. Cali no estaba aún lista a recibir lo que el misionero ofrecía. CAPÍTULO DOS Al llegar Don Juan empezaron los preparativos para sus viajes. Hubo tres bestias, dos de montar y una para la carga. Su estrategia fue llegar a un pueblo, arrendar una pieza con mostrador hacia la calle en donde ponían sus libros de día y donde dormían de noche, recostado a la cabeza sobre una Biblia. Al principio de 1909 cruzaron el valle y visitaron la ciudad de las palmas, Palmira. Donde los amables palmiranos nunca rechazaron ni sus personas, ni sus libros. Visitaron las fincas, entraron en caseríos; así lo anotaba Don Carlos en su diario: “Muchos curiosos nos siguen por las calles. Hay espíritu serio en algunos. Los que toda la vida han oído los nombres de “Jesús” y “Dios” son tan ignorantes de la Gracia de Dios como lo son los paganos de África.” Saliendo de Santander de Quilichao, pueblo amistoso, emprendieron viaje hacia la ciudad de Popayán donde la actitud fue “predique si quiere, pero nosotros tenemos religión y no vamos a cambiar.” Sin embargo compraron bastantes libros y todos ellos contenían rayos de luz. “…antorcha que alumbra en lugar oscuro…” 2 Pedro 1:19. Volviendo a Cali reclamaron las cajas de libros enviados de Panamá y montaron sus bestias para viajar – esta vez hacia el norte. En aquellos días no había carrilera, ni siquiera un callejón para carretillas, solamente una trocha de caballo. Todo transporte de productos se hacía a lomo de bestia. Los misioneros siguieron la trocha que les llevó de pueblo en pueblo. “Buga,” les decían algunos, “es el pueblo más fanático del valle. Sería peligroso para Uds. ir para Buga.” Pero a pesar de las amonestaciones Don Carlos dijo: “Yo no veo porqué tenemos que dejar este gran pueblo sin un testimonio.” En Buga su pieza estaba llena de visitantes desde por la mañana hasta la noche. Se turnaron los viajeros en contestar preguntas y explicar las Escrituras. Quedaron en Buga una semana y el interés del pueblo no mermó. Al dejar Buga,” escribió Mr. Chapman, “llevamos un peso en el corazón. Ojala que hubiera alguien que pudiera quedar con este pueblo porque aquí hay almas para el Señor. ¿Dónde, dónde están los obreros?” En Cartago y en Pereira encontraron los librepensadores listos a comprar el libro que contiene el mensaje que convence a cualquiera que quiere saber. Antioquia fue entre todos los campos el más difícil, y entre Manizales y Medellín no encontraron amistad. Sólo pudieron dejar el testimonio silencioso, porciones que Dios promete “no volverán vacíos” En Medellín una bendición les esperaba. Hacía unos años un matrimonio, los esposos Touzeau, habían levantado una pequeña congregación y los hermanos habían seguido con sus cultos semanales. Carlos anotó en su diario, “Hemos viajado desde Popayán en el sur, cruzando tres departamentos y hasta la mitad del cuarto, visitando de pueblo en pueblo y ésta es la primera vez que nos encontramos con hermanos evangélicos” En la „hoya del Quindío‟ visitaron siete pueblos donde unos pobres antioqueños habían llegado para arrancar del fértil terreno mejor vida de la que dejaron en Antioquia. En todos los pueblos hubo sincero interés en el estudio de la Biblia, y en Armenia aun ofrecieron comprar una casa para los mensajeros si pudieran permanecer con ellos. Sin oposición ninguna predicaron en la plaza central de Armenia siete noches. Así, levantados los ánimos con algo de éxito, volvieron a Cali para empacar más libros y salir en otra dirección. Al tercer viaje les llevó hacia el oriente. Pasando por Santander de Quilichao y las mesetas de la cordillera central, llegaron a Silvia, donde uno tiembla a mediodía con el frío. En el Páramo ni siquiera crecía una espiga para los caballos. Se detuvieron en Inzá donde el invierno les azotó cruelmente y de allí pasaron a La Plata, el primer pueblo huilense. Siguiendo hacia el norte visitaron varios pueblos siempre dejando copias de las Escrituras con lo que tenían a gusto recibirlas. En todo el camino gozaron de la amabilidad y cortesía de las gentes, pero en Neiva les esperaba otra experiencia. Al salir un día a coger sus bestias, las encontraron con la cola y la crin motiladas. Montar esas bestias era penoso para los extranjeros y tal vez ocasión de afinar un poco la gracia de la humildad. Luego a Natagaima, Girardot, Tocaima, Viotá, La Mesa y por fin llegaron a Bogotá donde los misioneros Candor y Williams les dieron una calurosa bienvenida. Pero como sentían que su misión era urgente, no demoraron en Bogotá. Dieron su mensaje a los de Chiquinquirá, con todo valor, aunque el pueblo era tan devoto a la virgen de Chiquinquirá. Pasaron por Socorro, Santander, y hasta Honda donde los dos partieron camino. Don Juan volvió a su campo en el Ecuador y Carlos se embarcó en lancha para Barranquilla donde compró su acostumbrado tiquete de tercera en un vapor, aguardando con gozo la reunión con su esposa y con Wilbur, el hijo. Los dos misioneros habían llevado el Evangelio a más de cien pueblos en los dos años y sólo en uno de ellos, en Bogotá, encontraron misioneros evangélicos. VIAJES MISIONEROS DE P. CHAPMAN Y JUAN FUNK 1908 — 1909 PRIMER VIAJE Palmira. Santander de Quilichao, Popayán (no había carreteras, sino trochas) SEGUNDO VIAJE Guacarí, Buga, Cartago, Pe re ira Manizales, Medellín (muchos pueblos) El Quindío — Armenia — Cali. TERCER VIAJE Santander de Quilichao, mesetas de la Cordillera central, Silvia, el Páramo, Inzá, La Plata, Neiva, Natagaima, Girardot, Tocaima, Viotá, La Mesa, Bogotá. Bogotá, Chiquinquirá, Socorro, Santander, Honda, Barranquilla y Los EE.UU. En dos años llevaron el mensaje amor de Dios a más de cien pueblos. Primer viaje Segundo viaje Tercer viaje ---------------------------------— CAPÍTULO TRES “Da-gua. Hasta aquí llegamos.” Así gritó el conductor del minitren que había salido de Buenaventura. Se desmontó un caballero ojiazul de barbilla puntiaguda, con anteojos de alambre y frente amplia. Atendía su esposa quien se portaba como una reina ostentando como corona su linda cabellera rubia. Brincando a su lado estaba una sonriente niña llamada Cata, con dos largas trenzas color de cabuya. Y por fin bajaron del tren dos jóvenes altos de buen parecer – la familia Johnston. Llegaron a Buenaventura en 1912 durante la ausencia de Don Carlos. En Dagua, donde se paró el tren, tuvieron que conseguir tres bestias para transportar su equipaje y dos en que montaron por turno el resto del camino. Cuando después de viajar dos días llegaron a Cali, dejaron caer sus cuerpos rendidos en el andén del parque Caicedo. La banda municipal tocaba, una brisa del occidente les refrescaba; pero, sin conocer el idioma, sin conocer a nadie, sin saber para donde coger y muertos de fatiga, solo podían orar a Dios ahí en el andén. Al rato un alemán que hablaba inglés se acercó; les invitó a su residencia cercana y les dio leche, “Nunca en la vida he tomado nada tan sabroso como esa leche,” contaba Doña Catalina años después. “Si Dios premia al que da una taza de agua al sediento, cuánto más su le da leche” Con la ayuda de su nuevo amigo arrendaron casa y pronto se acomodaron. Don Teodoro no demoró en salir a la calle con su literatura y sus libros. No podía hablar mucho, pero sus ojos y su sonrisa comunicaban su espíritu de amistad, los libros contenían la llama que alumbra la mente en tinieblas. En los Estados Unidos aquella primavera del 1813 Don Carlos y su esposa Mamie afrontaron una situación difícil. Teodoro Johnston necesitaba urgentemente a Carlos. El pueblo colombiano ya despertaba y las oportunidades de comunicarles el mensaje de Dios no alcanzaba a aprovecharlas uno solo. Pero Dona Mamie no sentía que su salud aguantara el clima de los trópicos, ni quería que su hijo fuera allá. El corazón de Carlos se le partía. No quería desprenderse de su familia otra vez, pero la responsabilidad de llevar el Evangelio que daría el Cielo a los colombianos pesaba sobre su corazón. ¡Cuánto amaba a esa gente! Por fin acordaron vivir separados por un tiempo más, esperando que de alguna manera Dios haría posible el reunirse en el futuro. En el viaje a Colombia Carlos se sentía solo y desconsolado. Al acercarse el barco a Buenaventura escribió: “siento que he llegado a casa.”Si mi esposa e hijo estuvieran conmigo, nunca más desearía dejar a Colombia hasta que el Señor me llevara”. No fue hasta años más tarde que se dieron cuenta del costo de esa separación, pues la reunión esperada nunca se realizó. Llegó el día en que Carlos fue llamado a su tierra, llegando al lado de la moribunda esposa el mismo día en que expiró. No sólo Carlos sintió esa „espada‟ que separa seres amados al coger uno el arado del Señor. En años subsiguientes otros hermanos también secaban las lágrimas con una mano, mientras cogían el arado con la otra. “Y cualquiera que haya dejado… recibirá…”Mateo 19:29. “Mi vida di por ti. ¿Qué has dado tú por mí? Sí todo yo dejé por ti. ¿Qué dejas tú por mi?” Hubo regocijo en Cali el día que llegó Don Carlos, y él mismo no podía contenerse al ver que unos de los enemigos ya eran amigos. La semilla sembrada en sus giras de evangelización llevaba fruto; el campo le invitaba; había oportunidades de enseñar la Palabra de Dios dondequiera que fuese. Don Teodoro no gozaba de salud robusta y se enfermaba en los viajes demasiado extensos, pero él con Carlos hacían una pareja formidable al visitar los pueblos y caseríos el Valle y en el Cauca. Ya no buscaban una pieza donde predicar a unos pocos sino que su púlpito se encontraba en una plaza, en un parque, o en el cruce de caminos. A veces les tiraban piedra; había desengaños y dificultades, pero el desánimo que sentían fue causado mayormente por la poca evidencia de que su mensaje fuera comprendido; no había señas de arrepentimiento. Abrimos otra vez un cuaderno cuyas páginas están tostadas los años y leemos: “Creo que HABRÁ COSECHA ALGÚN DÍA. ANHELO VER AQUEL DÍA. Muchas veces siento angustia y preocupación por mi hijo y tengo que clamar a Dios para que obre en mí y en los míos.” "Ten misericordia de mí, oh Dios, ten misericordia de mí, porque en ti ha confiado mi alma, y en la sombra de tus alas me ampararé HASTA QUE PASEN LOS QUEBRANTOS". Salmo 57:1 "Los Johnston y la Niña Cata con los esposos Foster, ingleses que ayu daron a penetrar al Chocó." CAPÍTULO CUATRO Carlos había pasado casi un año viajando por pueblos, campos y veredas y ahora al volver a Cali sentía un gran cambio de actitud hacia su mensaje. Fue saludado con respeto y cordialidad. Muchos ya leían la Biblia, gracias a Doña Carrie de Johnston y a su hija Cata. Ellas mantenían un salón de lectura abierta al público, prestando libros, revistas y la Biblia a quienes quisieran leer. Cali estaba progresando también. Una planta eléctrica había sido construida; un tranvía funcionaba; pronto durmientes y rieles llegarían hasta Cali, haciendo posible viajes en tren desde el puerto. Una familia evangélica llegó de Bogotá y había interés por parte de muchos vecinos. Ya era tiempo de establecer servicios religiosos con horario fijo en algún salón amplio. Y hubo adversarios. Cuando afuera todo parecía en calma, por dentro el enemigo trataba de meterle en la ciénaga de despecho, dudas y desánimo. El 31 de Diciembre de 1916 escribía en su diario: “Oh, Dios, esta noche al terminar un año más, repaso los meses. Cuánto podía haber hecho por ti si hubiera sido más consagrado. Cuántos pueblos he visitado pero cuán poco de podido hacer. ¿Qué he hecho por estos pobres caleños? He sido tentado; casi me desmayo. Al recordar a mi querida esposa y mi hijo tan lejos de mi lado. ¡Oh, Dios, he sido atormentado! ” Mi vida como misionero nunca me ha parecido más fútil y sin fruto. ¿Habrá mejores días? ¿Me darás gracia para continuar? ¡Dios mío! Por tu grande misericordia, ten mi mano para que no falle” Aquel fin de año mientras Carlos lloraba en su alcoba, Cali estaba de fiesta. Apenas a la media cuadra, en el parque San Nicolás la banda municipal interpretaba música folclórica, canciones al final el Himno Nacional. El bullicio y estallido de cohetes empezó a horas tempranas yendo en aumento, llenando el cielo con su estrépito, hasta la medianoche. La pandilla enloquecida frente a la estatua de Bolívar, el olor del alcohol, el sereno tan pesado – esto era para despedir el año viejo y festejar la llegada de uno nuevo. La sensualidad dominaba la hermosa ciudad de Cali. Vientos suaves contaminados con el olor del licor, del sudor de bailarines y el humo de cien braseros penetraban a la alcoba de Carlos. Risas locas, carcajadas de embriagados, gritos de alegría juvenil, el sonido de tambores y marcadas de los negros… pero Carlos no oía porque su espíritu se comunicaba con Dios. Pasaron las horas. Las campanas pesadas y frías en la Iglesia de San Nicolás dieron la hora. Las 5:00 a.m Yo Carlos dormía sobre su almohada empapada de lágrimas mientras uno que otro ciudadano se desperezaba para ir a misa. ¡Dolores de parto! Valles hondos y oscuros. ¿Qué siervo de Dios no ha pasado por semejante fango de frustración y quebrantamiento? Los que andan en los pasos del Señor no escapan el crisol donde se afina la plata. Cada paso adelante en la obra cuesta su precio en dolor, sacrificio, pobreza, quebranto y lágrimas. Por unos días parecía que el desaliento se apoderaba de Carlos. Llevaba un gran peso en su espíritu. Esta fue la hora más oscura antes de la aurora, pues Dios estaba para establecer un faro de luz en Cali y Carlos Chapman, desde su humilde postración a los pies de Cristo, se levantaba como el Caudillo de la Unión Misionera y pastor de la primera iglesia en la gran ciudad de Cali. Al volver de viaje un día el misionero encontró una casa disponible, situada en la Cra. 8ª. Entre calles 16 y 17. Era grande, suficientemente amplia para habitación de la familia Johnston, para él, para la imprenta con que soñaba y patio donde podría edificar una capilla. Pronto la capilla estaba lista y desde el primer servicio no asistieron menos de cincuenta personas. En 1921 Don Carlos bautizó el primer grupo de creyentes y con ellos organizo formalmente la Primera Iglesia de la UMEC, y el mismo año abrieron matriculas en la primera escuela lectiva con cuarenta alumnos. Entre los jóvenes de su congregación había unos que se ofrecieron para acompañar al misionero en sus viajes, y tomaba parte en la predicación. Entre ellos Juan E. Torres cuyo testimonio apareció en las páginas de El Mensaje Evangélico como sigue: “Nací en 1817 en Cali donde me enseñaron todos los deberes de la religión y yo me dediqué a cumplir con todo para la salvación de mi alma… El cura me avisó que nunca en la vida leyera ninguna hoja ofrecida por un evangélico. Un día en 1911 llegó un amigo y me brindo una hojita. Recordando la amonestación del cura le dije que no podía leer nada de los masones. ¡Tú no puede ser más masón que él mismo! Me dijo. Sus palabras me ofendieron, pero al otro día le dije que me prestara la hoja. Me la prestó y también la Biblia y yo me puse a leer. Leía y leía. Con asombro leí Hechos 16:30 „¡Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa!‟ Qué palabras tan consoladoras para uno que anda trabajando día y noche para ganar el Cielo. Me llené de alegría al haber encontrado este Evangelio – poder creer en El sin tener que buscar a ningún hombre quien me presentara delante de Dios. Luego encontré Juan 3:16 y comprendí cómo San Pablo podía decir eso al carcelero. Lo primero que hice fue arreglar mi hogar porque no era casado. Recibí el bautismo y ahora es mi gozo contar de Cristo a otros. Juan E. Torres”. Algunos humildes creyentes que no habían tenido escuela formal aprendieron a leer, porque ardía en sus corazones el deseo de estudiar la Biblia. Enseñados por el Espíritu Santo, dedicaron tiempo a la lectura Bíblica y sentían la responsabilidad de comunicar el maravilloso mensaje a otros. Así la UMEC desde el principio tenía predicadores laicos. A veces sin corbata, a veces descalzos, pero con el fuego del Espíritu Santo ardiendo en su pecho, convencían a sus vecinos a aceptar la oferta que les hacía el Señor. Unos años más tarde se publicó en “La Voz Católica”, que las pérdidas de la Iglesia Romana en América Latina durante ¡Los últimos veinticinco años! Habían sido cinco millones de fieles. Este dato salió primero en “Nuestro Seminario”. El Padre López de la Iglesia de la Trinidad en Palmira comentó que una razón era que los protestantes „pueden multiplicar su obreros porque solamente tiene uno que saber leer la Biblia a los ignorantes y ya es misionero. La Iglesia Romana requiere doce años de estudio‟. Cierto. Es en definitiva la lectura de la Biblia, lo que atrae convicción y conversión. La UMEC ha tenido centenares de predicadores que testifican de lo que Cristo ha hecho en sus vidas por el solo estudio del sagrado Libro. Se ha contado de uno de estos predicadores que llevaba la palabra en una pequeña sala de casa. Los vecinos se apretaban el uno al otro en las bancas; una sola ventana no daba suficiente ventilación y el aire era sofocante; las bancas duras. El mensajero limpiaba el sudor de su frente con la mano pero su incomodidad no impedía su mensaje – tenía algo que contar. La extranjera presente se movía con impaciencia. “¡Ay! ¿Cuándo va a terminar?” Al pronunciar por fin el „Amén‟, un señor parado en la puerta se adelantó dos pasos. Su ruana sobre el hombro, sus manos callosas jugaban con su sombrero negro de fieltro. “Señor,” dijo con timidez. “Nunca en mi vida había oído yo esas palabras.” Con la mano se quitó una guedeja de pelo de la frente. “¿Me hace el favor de repetirlo para yo entender mejor?” ¡Qué desastre que los que han oído la antigua historia repetidas veces dejen de ser conmovidos por su maravilla! Aquella noche el instrumento fue únicamente un vaso de barro, pero ¡qué bellas son, qué bellas son, bellas palabras de vida! ¿Y dónde predicaban? Por doquier. Transitando por lodazales, ciénagas y ríos peligrosos, llegaron los misioneros un día a Puerto Tejada. Era día de mercado y Carlos y Teodoro se acomodaron entre los demás en plaza, extendiendo sus libros sobre un costal. Llegó el sacerdote dio la alarma con escándalo amenazando con la excomunión. Cuanto más hacía propaganda el cura, tanto más despertaba los caucanos y la venta de libros fue buena. En un viaje siguiente ofrecieron dar conferencias si había quién abriera su casa para aquello. Nadie quiso, pero un antioqueño, Félix Acosta, ofreció su gallera y Carlos aceptó. Así empezaron reuniones evangélicas en Puerto Tejada. En 1921 Don Francisco Campo prestó su casa para cultos y allí se convirtieron Gregorio y Julián Ramos, Carlos Viveros, Daniel Díaz, Narciso Segovia y Atanasio Alvarez. Al merado de Puerto Tejada concurrieron personas de distintas regiones del norte de Cauca y sur del Valle y así los tratados repartidos llevaron la semilla por todas partes. Muy pronto los predicadores de Cali recibieron invitaciones para predicar acá y allá. En esos días el Espíritu Santo dio el don de predicar, especialmente a Manuel Balladares, Modesto Campo y Juan Torres. En un vecindario, Modesto encontró más de cien familias en completa separación del romanismo. Este cambio tan brusco se debía a dos jóvenes vecinos que se habían impuesto la tarea de ir de casa en casa leyendo y explicando la Biblia entre sus paisanos. Modesto contó que también vio a un pobre lego andando en busca de diezmos que no había recibido ni siquiera un huevo. CAPÍTULO CINCO Siendo que ya la obra en Cali había quedado organizada con obreros nacionales, la familia Johnston busco otro campo. Los rieles cruzaron el Cauca y frecuentes visitas a Palmira dejaron al misionero Johnston convencido que Palmira le llamaba. Desde el día que la familia se trasladó, había amigos que se mostraron contentos y había quienes escucharan su mensaje. Los dos pioneros, Carlos y Teodoro, vieron que su ministerio tendría que multiplicarse, pero los directores de la Misión foránea no estaban listos a aprobar ocupaciones que quieran tiempo de la obra principal, la de evangelizar. ¿Dos hombres solos para evangelizar a una nación? ¡Ni en cien años! Tenían que buscar modo de ampliar su testimonio. Un día Teodoro se paró en medio del mangón que la familia Eder de La Manuelita regaló a la Misión. Metido ahí entre el rastrojo Dios dio a su siervo una visión. Teodoro alzó sus ojos y dio a Dios su palabra que haría lo posible para llevar a cabo la visión recibida: dos colegios, uno para jóvenes y otro para señoritas – juventudes que serían obreros en la viña del Señor. Y allí en la esquina, un hospital para los evangélicos enfermos. Primero construyó en veintiún días una amena casita de bahareque para su familia y luego empezó a quemar ladrillo. Levantó una casa grande y amplia, piezas para jóvenes, un taller, otro taller, un dormitorio para señoritas – pero sólo por la fe alcanzó a ver Don Teodoro lo que hoy ocupa la esquina del mangón – La Clínica Maranatha. Así Don Teodoro siguió su sueño de organizar escuelas Bíblicas en su plantel en Palmira, mientras Don Carlos escogió compañeros de plomo – letras de molde y una imprenta. ¡Multiplicarían las voces para Cristo! Funcionó la Escuela Bíblica para Jóvenes doce años con los esposos Johnston. Teodoro fue muy ingenioso. Solucionó el problema del sustento enseñándoles a los jóvenes a hacer pan, el mejor pan para la venta en la ciudad. Los jóvenes lo llevaban por las calles en cajones cargados en lomo de mula. Después inventó maquinaria para haces escobas y cepillos superiores a los que se vendían en le mercado, y cuando más tarde tenía competidores, invento maquinas para hacer costales. Año tras año llegaron jóvenes hasta llenar todos los camarotes. "Clase de 1928" Entre ellos estaba uno llamado Evaristo Navarrete. Era casado pero cuando aceptó a Cristo, su esposa, disgustada, se fue y no volvió. Evaristo quedó solo toda su larga vida. Se matriculó en la Escuela Bíblica donde tenía que madrugar para prender el horno, amasar pan, venderlo a medio día y estudiar por las mañanas y por la noche. Sirvió a Cristo medio siglo; le tocó ir a la cárcel en Caldas, viajó en champa al sol y bajo torrenciales aguaceros en El Chocó, recorrió los caminos polvorientos y candentes del Cauca como pastor itinerante de un campo extenso, y fue por un tiempo pastor en una iglesia en Guayaquil, Ecuador. En sus últimos días el octogenario Evaristo yacía en una cama en el hospital, su viejo sombrero a su lado. “Déjelo aquí,” dijo. “Tengo que levantarme y coger el trabajo”. Un día entró la enfermera y vió que Evaristo se había ido con los ángeles. Había dejado su viejo sombrero que representaba sus bienes materiales que en tantos años de trabajo aquí en la tierra había juntado. Pero se sabe que “cada uno recibirá su recompensa conforme a su labor” I Corintios3:8. Y además, Dios no arregla todas las cuentas en esta vida. Agustín Cubides y Pedro Villegas, valientes estudiantes, llevaron el Evangelio a Caldas, visitando casas y vendiendo Biblias. En Quinchía los echaron en la cárcel donde permanecieron veinte días. Luego al salir siguieron su obra “obedeciendo a Dios más bien que a los hombres”. En un viaje tocaron la puerta de Don Ramón Mejía quien había leído el Mensaje Evangélico pero no había visto ningún obrero. Los Mejía tenían dos hijas, Julia y Rosa, y Dios las escogió para sí. Cuando tenían edad, fueron a Palmira a estudiar y allí encontraron sus esposos. Rosa se casó con Daniel Pinto y Julia con Pedro Noreña, ambos estudiantes de Don Teodoro. Sarita, hija de Rosa, se casó con Josué Salazar y los dos fueron alumnas en la formación de la UMEC por muchos años. Julia y Pedro hicieron historia en la jungla del Chocó. CLASE DE 1.942 De pie de Izq. a Der.; Isabel Gómez, José Rengifo, Inocencia Montero, Oliva Perea, Emperatriz Salazar, Juan E. Gutiérrez, Petronila Casamachín, Luis Carlos Agudelo, Rosa Viera, Antonio Rojas. Sentadas en el mismo orden: Purificación Gómez, Carmelina Jiménez, ----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- , y Obdulia Salazar Se cuenta que Agustín Cubides, después de estudiar la Palabra de Dios un tiempo, dijo en su corazón: “Esta doctrina la tengo que llevar a mis parientes,” y cogió el camino para el Tolima. Allí en casa de una hermana, Agustín explicó cómo Cristo murió como un substituto por el pecador. Contó del amor de Dios, y mientras hablaba, el Espíritu Santo escribía el mensaje en el corazón de una niña de doce años, Inocencia Montero. Aquella niña sería más tarde la directora del Colegio Bereano. Un día Agustín se encontró con Gregorio Solís, agricultor del Cauca. Solís había comprado una Biblia porque “me gustan las historias”, pero al abrir el libro encontró dificultad en comprenderlo aun cuando su contenido le fascinaba. Afortunadamente el predicador Agustín tenía mucho gusto en coger el tren hasta Asnazú y subir la loma para dar estudios en la casa de Solís. CLASE DE 1951: 1a. fila de izq. a der.; Betsabé Benítez, Elvina Iriarte, Dámaris Mancilla, Inés Montero, Nidia Caicedo, Rosalba Naranjo, Blanca Guevara. 2a. fila; Agripina Álvarez, Raquel Palacios, Sara Pinto, Reinela Aguirre, Dámaris Cubides, Yolanda Rumié. 3a. fila; José A. Sánchez, Alfonso Palacios, Elíseo Iriarte, Manuel Cano, Moisés Álvarez, Alfredo Córdoba, Ezequiel Cosme. 4a. fila; Fidel Castañeda, Simeón Zapata, Desiderio Tapasco, Melquisedec Guapacha, Antonio Balanta, Miguel Quijano, Sofonías Peláez. Cuando durante la „violencia‟ hubo amenazas si aquel protestante seguía sus visitas a la casa de Solís, Agustín no dio su brazo a torcer. Seguía dando los estudios en casa se los Carabalí. La luz penetró la negrura de aquella montaña y muchos vecinos con sus numerosas familias creyeron y formaron la congregación de Honduras. La hermosa iglesia que como faro testifica a la región queda hoy como monumento al fiel siervo Agustín. Y, se pregunta, ¿Qué salario recibían los obreros? En este mundo no tenían garantía de ningún sostén, pero voluntariamente salían confiando en que Dios había de suplir las necesidades según las muchas promesas en aquel libro que ofrecían a las gentes, asegurándoles que el contenido era la Verdad de Dios. Recibían pequeñas ofrendas y algo del porcentaje de ganancia de la venta de libros. “A trabajar os mando por el mundo, sin recompensa, fama o sostén. Para aguantar las luchas y burlas, a trabajar os mando yo también. Como el Padre me mandó así os mando yo. A soledad y ansia yo os mando, con corazones llenos de amor. Abandonando hogares y amigos, para sufrir los mando yo también” ¡Valientes Soldados! Don Teodoro fue un querido y paciente pastor y maestro. Se cuenta que un día dos de sus estudiantes con maletas empacadas tocaron en su puerta. “Buenos días,” les saludó su profesor. “Buenos días,” respondieron los dos secantemente. “Nos vamos.” “¿Me llevan?” Con su acostumbrada dulzura y suavidad, Teodoro venció. Cuando había sucesor para encargarse de la obra en los colegios, los esposos Johnston ocuparon una chusca casita en medio de rosales en el plantel. Habiendo terminado su obra, el 13 de Diciembre de 1938 Teodoro pasó de esta vida a recibir su galardón. CLASE DE 1952: De Izq. a Der. Sentadas; Dorothy Hagerman, Carola de Zuercher, Benilda Cana-val, Sara Pinto, Laura Villegas, Elvina Iriarte, Nohemi Granados, Elvia Chamorro y Florencia de Shillingburg. 2a. Fila: Heriberto Cárdenas, Ray Zuercher, Miguel Usuriaga, Corona Londoño, Idida Navarrete, Elsa Suárez, Aura Rosa Velasco, Elizabeth Chalarca, Samuel Castrillón, Guillermo Shillingsburg y Calixto Tálaga. 3a. fila; José A. Sánchez, Josué Salazar, Nehemías Salazar, Joel Granados, Gentil Soto, Manuel Cano y Jorge Vásquez. CAPÍTULO SEIS Cuando en 1917 una herencia hizo posible la compra del equipo, Carlos no demoró en instalar su imprenta. Desde su escritorio en Cali ministraba a su congragación de cerca de cinco mil personas por medio de un periódico. En sus viajes había guardado los nombres de amigos, agentes, dueños de talleres, alcaldes, etc. Tenía sus lectores regados por todo lo largo y ancho del país. El tema que más aparecía en las páginas de su periódico era La Biblia. La defendía, la explicaba, recomendaba su lectura y publicaba todo ataque contra el divino Libro. El Mensaje no fue atractivo – en papel de imprenta, siempre en tinta negra, sin dibujos ni cuadros, pero la lectura era otra cosa. Fue leído con interés. Estudios de edificación y sermones evangelísticos llenaban algunas páginas. Los seis tomos grandes que contienen estas revistas (1918-1975) es un tesoro histórico del desarrollo de una comunidad cristiana evangélica que brotó del suelo oscuro donde se asentaba una religión desvestida de la vida divina. Por su revista Don Carlos se dirigía a los problemas de la nueva obra: el matrimonio civil y el cementerio libre. Con la realidad de que ahora se goza es difícil comprender la lucha que tuvieron nuestros progenitores para obtener un cementerio y, al tener uno, poder enterrar a sus muertos en él. Decía la ley (Octubre 18 de 1893): “se fundarán cementerios para cadáveres que no pueden sepultarse en sagrado, especialmente en poblaciones en donde sean más frecuentes las defunciones de no-católicos. Para tal objeto se destinará un lugar profano obteniéndolo con fondos municipales.” En 1918 los hermanos en Puerto Tejada, basándose en esta ley pidieron su lote para cementerio. En Palmira el terreno fue regalado por la familia Eder, dueños de La Manuelita. Poco a poco las iglesias tenían donde sepultar a sus muertos y cesó la molestia por parte de los curas. Cinco meses después de echar al correo el primer número de su periódico, el escritorio del misionero estaba lleno de cartas y tuvo que avisar en el próximo número: “… por falta de espacio no podemos publicar las protestas que hemos recibido de varias partes de la República contra ultrajes sufridos por los hermanos.” Pero cada número a lo menos llevaba un caso como el que sigue: De Puerto Tejada, escrito por José Tomás Zapata G. “se enfermó una señora, la esposa de Adriano Zapata. L llamó a un sacerdote para que confesara a su esposa, pues ignoraba la palabra de Cristo quien dice „Venid a mí todos los cargados y trabajados que YO os haré descansar.‟ Buscó su consolador en un hombre, y no lo encontró. El párroco estaba poco dispuesto para ir a cumplir con su misión y dijo que por tres pesos iría. Don Adriano no tenía tanto dinero pero prometió traerle ese valor en maíz y arroz. El avispado hombre de sotana no convenía, alegando que sufría de fiebres, pero que iría si le daba el dinero. No hallando el pobre Adriano la plata, tuvo que regresar al lado de su afligida esposa. Gracias a Dios, hemos hallado por los estudios en las Sagradas Escrituras que no es un hombre lo que necesitamos en tales horas que prueba sino una fe viva en él que murió por nosotros, Jesucristo”. Hubo también casos en que un sacerdote ejercía su influencia en la política, cosa que alejó a algunos de la Iglesia Romana. Ismael Palacios Celís escribió desde La Tulia diciendo que cuando oyó decir: “todo liberal está ya condenado a las llamas del infierno desde en vida,” dio su espalda a su religión tradicional. Luego encontró la felicidad y la paz en Cristo. Segundo Vivas Valencia (padre del obrero David Vivas) es otro que perdió su fe católica por ser el cura político. Luego Don Segundo como compañero de Don Carlos Chapman ayudó a evangelizar en Florida, Cabuyal, Tamboral y Miranda. Caloto, 23 de Agosto de 1930 Señor Santiago Saldaña Estimado Feligrés, Cúmpleme el honor de saludar a usted ya su digna familia, ofrecerle mis servicios de amigo y de Párroco en lo que a bien tenga ocuparme; considerarme como miembro de su familia, como verdadero padre que ama de corazón a todos sus hijos sin distinción y a la vez pedir de su generosidad y probado catolicismo una limosna ya sea en dinero o en semovientes para la obra del altar en honor del Santo Ecce-Homo, que se hará en la Iglesia y para el enmosaicado de la capilla de la Niña María. Dejo a su arbitrio la respuesta favorable a esta esquela y me subscribo como siempre afmo. Amigo y amante Párroco. PRO. GUSTAVO EDUARDO VIVAS Puerto Tejada, Octubre 23 de 1930 Señor Presbítero Doctor Gustavo Eduardo Vivas, Caloto, Respetado Señor: Esta para dar respuesta a su muy digna esquela la cual tuvo a bien dirigirme, en la cual me ofrece sus servicios como Párroco y como un Padre que ama a sus hijos y al mismo tiempo pedirme una limosna. Ahora bien, con el debido respeto que Ud. merece, me permito decirle lo siguiente: Primero: Yo, José Santiago Saldaña C. fui feligrés de la llamada Iglesia Católica Romana por (33) años, es decir que en este lapso de tiempo me encontré sometido a la senda o religión de mis mayores, en cuya fe mi alma no encontró nunca la paz espiritual; por lo contrario toda mi vida fue llena de temores y engaños. Pero gracias a Dios que me mostró una senda verdadera, el Evangelio, y esto hace cinco años. Ahora puedo decir con toda verdad que disfruto de un gozo, paz y tranquilidad en mi alma. Hoy, dígase lo que se dijere y hagan todo lo que a bien tengan, soy uno de los afiliados por la Iglesia Evangélica. “Porque no me avergüenzo del Evangelio, y esto es por la fe que he puesto en aquel que dio su vida por mí. Segundo: le agradezco sus servicios que me ofrece como Párroco, y le diré: en cuanto los asuntos de fe no puedo aceptarlo. “porque así ha dicho el Señor”. Maldito el varón que confía en el hombre y pone carne por su brazo y su corazón se aparta del Señor. Y bendito el varón que se fía en el Señor. Jer.17:5,7” Tercero: en cuanto al amor fraternal estoy listo para servirle. Mateo 19:19 y Cuarto: Que tocante a la limosna que me pide tengo que decirle que no puedo. “Porque El Dios que hizo el mundo y todas las cosas… no mora en templos hechos de manos. Ni es honrado con manos de hombres necesitados de algo… Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado, el corazón contrito y humillado esto es lo que agrada a mi alma. Salmo 51:17” José Santiago Saldaña C. A menudo el redactor le gustaba un poco de humor. Cierto individuo ofreció lo siguiente para la publicación: “¿Por qué en las fiestas dedicadas a los santos se ve poco religión y mucha diversión? Me ha parecido que estas fiestas son un pretexto para dar gusto a la carne, algo como sigue: Viva San Comba y echa otra bomba. Viva San Mateo y vamos a paseo. Viva el fraile y también el baile”. Algunos periodiquillos se burlaban de El Mensaje, y Don Carlos les contestaba: “Junio, 1919… hemos leído sin interés el nuevo „Boletín Parroquial‟ de Yumbo. Se dedica en gran parte a atacar la mala prensa, pero como no vemos nada en el periódico que prometa, que pueda tener larga vida, nos contentamos con desearle una muerte tranquila” Como buen pastor de su regado rebaño, hay amonestaciones. ¡ALERTA! ¡LOS ADVENTISTAS HAN LLEGADO! Era el año 1924. Sigue su explicación de este error. Experiencias de los mismos lectores sirvieron como arado para abrir surcos donde los predicadores sembraron la semilla del Evangelio del grande amor de Dios, campos en que faltaba amor en los „curitas‟ “Sevilla, Diciembre 17 de 1930. Estimados señores y amigos… vino un señor muy pobre trayendo un niño enfermo para que lo cristianara antes que muriera y porque no tenía dos pesos completos, no quiso bautizar y se murió el niño en presencia del cura”. “Antonio Molina trajo sus gemelos para que los bautizara. El cura le pregunto si había pagado diezmos y primicias este año. Molina contestó que en este año no, pero que los años anteriores había pagado y que además de esto le había regalado una hermosa cría de marranos. El cura dijo que no bastaba, que le diera siete pesos o que si no, no los bautizaba. Entonces el padrino dijo al padre de los niños: “Hermano, no le ruegue, vamos a avisar el nacimiento y en la casa les echamos el agua.” Informes de ataques a los creyentes aparecían en el periódico mensualmente. En una sola edición por ejemplo se cuenta del maltrato de los de Florida (Darién), Vijes y Honda. “como habrán notado nuestro lectores, hemos tenido que publicar una serie de ataques que están sufriendo los evangélicos en distintas partes del país… Aconsejamos a todos los hermanos mucha prudencia y paciencia y que con calma y fe sigan sus caminos sin pensar en otra cosa sino en que la Obra es de Dios y al fin tiene que triunfar.” CPC. Al hojear las páginas amarillas del archivo, encontramos que año tras año se levantaban congregaciones; sufrían insultos y ataques pero iba en aumento el número de congregaciones, bautizos, matrimonios civiles, y las convenciones. Dios levantaba de entre un pueblo completamente hundido en las tinieblas un Iglesia para sí. Y así Don Carlos, por la hoja impresa ponía el fundamento sobre el cual otras misiones llegando más tarde, edificaron obra para Dios El periódico evangélico promovía escuelas, un hospital, una obra entre indígenas y motivaba la evangelización de El Chocó. La última página fue librería del pueblo redimido. Allí estaba la lista de libros (muchos de los cuales eran impresos en la misma Imprenta de la Misión) con sus precios, pues no había otras librerías. Y cuando ya había escuelas dominicales, fue a través del Mensaje Evangélico que se proveía una hoja dominical para maestros, a $.06 el año. Por muchos años como había tanta familiaridad ente los creyentes, se publicaban los nacimientos y defunciones, pero una vez que creció la „familia‟ hubo de suspenderse esta parte. Avisos de campañas, escuelas e informes mundiales de importancia, junto con los movimientos dentro de la UMEC se leían con interés. La revista El mensaje Evangélico fue publicada cincuenta y siete años sin faltar un solo número. En 1969 su nombre se cambio a „El Zenit‟ para facilitar el registro con el gobierno. CAPÍTULO SIETE En el país donde por cuatro siglos sólo una minoría podía leer, estaban despertando. Antes no había tanta necesidad de alfabetización porque un pan espiritual les era proporcionado por el „curita‟ local según veía éste la capacidad o la necesidad, y siempre a su antojo. Pero ahora en muchos hogares había un libro nuevo y estaban ansiosos de conocer el contenido. Era el libro de Dios; sus páginas hablaban sobre el camino al Cielo y querían conocer aquel Camino. En manos de la Iglesia Católica Romana estaba el sistema de educación y todos los alumnos en escuelas públicas, tanto rurales como urbanas, tenían que confesar la religión del Estado. Ahora se presentaba el problema para los hijos de no-católicos. Necesitaban sus propias escuelas. En 1925 tres señoritas empezaron estudios en la casa de Don Carlos en Cali con el fin de aprender algo sobre el magisterio. Las Srtas. Cora Bruner e Ida Danielson eran sus profesoras. El siguiente año Cora Bruner y sus estudiantes se trasladaron a Palmira al plantel de Don Teodoro. Las niñas como jóvenes tenían que trabajar para su propio sostén y Catalina Johnston les enseño a tejer, coser y bordar. Cada año el número de niñas iba en aumentando y en la rústica aula de clase se formaban maestras que podían enseñar y predicar el mensaje del amor de Dios. Y ¿de dónde llegaban estas señoritas? De los centros en el Valle, en Cauca, en Caldas y hasta de Nariño. Un llamado “hereje” llevó Biblias a un pueblo nariñense donde el cura las recogió para quemarlas en una fogata. Unos niños que pasaban esa tarde jugando por la calle de la quema, rescataron de entre las cenizas un Testamento medio consumido y lo llevaron a su casa. Ese chamuscado libro contenía la luz divina que iluminó el corazón de la niña Claudia Vergara y su familia. Ella fue la primera nariñense en llegar a Palmira se casó con Pedro Villegas, primer estudiante de Don Teodoro – una pareja abnegada en la Obra del Señor. Don Carlos visitaba el Colegio de Señoritas con frecuencia y a las profesoras no les era de agrado sus visitas. Siempre decía lo mismo: “Señorita Cora, aquí tengo una carta…” ¡Sí, una carta pidiendo maestra! Y nunca había una maestra preparada. “¿Qué de Tulia Cruz? “Preguntó el misionero en una visita” “Ella puede muy bien enseñar en Carminales. Vengo el lunes a llevarla yo mismo.” Tanta la necesidad… Una congragación donde podrían leer la Biblia – querían leer – había muchos niños… Y Don Carlos Vencía siempre. Tulia Cruz, llena de temor hacia lo desconocido, pero a la vez gozosa, ¡Voy a ser maestra!, medio escuchó los consejos de las profesoras. Con una cajita de tiza, unos libros viejos y su ropita en una caja de cartón, se despidió de sus compañeras; todas anegadas en lágrimas despidieron a „maestra‟. Gilberto Duque los esperaba con bestias en Mediacanoa hasta donde llegaron en un estrepitoso bus. Cabalgaron y emprendieron la pedregosa trocha encaramándose por la montaña, destino a Carminales. El otro día llegaban los chicos de los cuatro vientos, descalzos, con mejillas y piececitos rojos del frío. El corredor era el salón de clase en donde el viento gélico les obligaba a apretarse el uno contra el otro en la larga banca. Cogiendo por primera vez los lápices en sus manitas tiesas, hacían sus garabatos en cuadernos delgados. Y, suspirando, Don Carlos dejó allí a los preciosos niños con Tulia y con Dios. Después de unos meses al volver un obrero a visitar el grupo en Carminales, los chicos se levantaron para saludarlo con un “Buenos Días” y luego en dulce armonía cantaron: “Con gran gozo y placer nos volvemos hoy a ver Nuestras manos otra vez estrechamos Se contenta el corazón ensanchándose de amor Todos a una voz a Dios gracias damos” Una de las reformas del Dr. Olaya Herrera fue obligar a todos los niños a estudiar, exceptuando los con impedimento físico. Se impulso una multa a los padres si los hijos no estudiaban. Según la ley, el niño debía estudiar hasta tener los once años, y al cumplir los once el gobierno daba constancia de que había cumplido con la ley y ya podía trabajar. Como no daban abasto las escuelas existentes, se dio permiso para enseñar en las casa particulares y estas escuelitas también fueron reconocidas por el gobierno. “Levantémonos,” escribió Don Carlos en su periódico, “a ayudar a abolir la ignorancia.” Y decía: “tenemos personal, la fábrica de maestras funciona.” Jóvenes y señoritas de los dos colegios en Palmira – Juventud valerosa, que marchaba por los llanos y cordilleras; heraldos para Cristo, enseñando no sólo a la niñez sino a los aldeanos, un mejor modo de vivir. Aviso en El Mensaje Evangélicos: “Las maestras de nuestras escuelas dan cuarenta horas por semana a la sala de clase. Están encargadas de dirigir la Escuela Dominical; predican cuando no hay otro que lo haga, informan a la „junta‟ sobre la marcha de la escuela, visitan las casas en la vecindad para evangelizar.” ¡QUE JUVENTUD! Las maestras contribuyeron a mejorar las condiciones ambientales de comunidades rurales. La profesora Cora enseñaba una clase llamada Salud y Sanidad, material provisto por el gobierno. Los peligros de enfermedades tropicales, los insectos y parásitos, medidas preventivas y el tratamiento fueron tratados con cuidado. Muchas veces una maestra llegaba a su destino para encontrar que no había sanitarios de ninguna clase. Todos buscaban el cafetal en el recreo para atender sus necesidades fisiológicas. Esta falta de higiene fue la mayor causa de tantas enfermedades en la niñez. Preciosos chicos barrigones y con ojos hundidos, pálidos y flacos, estaban demasiado enfermos para asistir a las escuelas. Las maestras llevaban el croquis de una letrina rústica y en el paisaje andino empezaron éstas a aparecer. Había algo de crítica, por parte de algunos, porque las maestras no eran bien preparadas para encargarse de una escuela. No se negaba el hecho de que su conocimiento era bastante escaso y los directores de las instituciones se lamentaban de que ellas no podían quedarse hasta terminar el curso. Pero por los llanos y por las montañas había una niñez que no sabía leer, con padres analfabetos, deseosos de poder leer aquel Libro recién llegado a su hogar. Había afán. Y sólo Dios comprendía aquel afán, porque El sabía que dentro de pocos años esta gente se enfrentaría con el poder de las tinieblas. ¿Tendrían algo de defensa? En los años de persecución cruel para los evangélicos, esos niños de escuela, ya hechos hombres y mujeres, se encararon con una fanática oposición y algunos de ellos murieron mártires, pero con una fe basada en versículos aprendidos en una rústica escuelita con una maestra sin escalafón oficial, pero sí con una comisión divina. CAPÍTULO OCHO Dos corrientes fuertes se sentían en el año 1929. Por una parte el pueblo estaba más listo que nuca a escuchar el mensaje; por otra, hubo más oposición a los esfuerzos de propagar el Evangelio. La condición en el país era precaria. Existía una inquietud y un presentimiento de tragedia. ¿Se apagaría la luz que empezaba a alumbrar en tantos contornos del país? Guacarí, situado entre Palmira y Buga había aceptado la introducción de una nueva religión desde la primera visita y en este pueblo se formó una nutrida congregación. Construyeron su capilla de bahareque y un salón para escuela. José Saavedra, un jovial moreno, obrero del Señor, vivía en Guacarí. Un domingo, 22 de Agosto, era la fiesta espiritual para la pequeña grey. Por la noche el servicio apenas había principiado, cuando la serenidad fue interrumpida por una ruidosa gritería que provenía de la plazuela. Pronto el motín cayó sobre los indefensos cristianos. Piedras, palos y terrones cayeron dentro del salón. Algunos lograron escapar en la oscuridad, pero otros junto con los esposos Johnston fueron víctimas del ataque. El alcalde pasó por la calle y le pidieron socorro. “No puedo hacer nada” contestó aquella autoridad, “estamos fuera de horas de oficina.” Las víctimas, unos cincuenta en total, lograron encerrarse en dos pequeños cuartos al fondo del patio donde, sudando con angustia, oían los estruendos de la destrucción de su propiedad. Las Biblias, tableros, bancas, púlpito – todo lo movible fue llevado a la calle y quemado. En la madrugada al salir de su escondrijo era una congregación abatida la que observaba las ruinas Don Teodoro apeló al Cónsul Británico y al Cónsul Norteamericano y fue atendido. Doña Carrie de Johnston sufrió ataques nerviosos por meses a cauda de esta experiencia traumática. Por la providencia de Dios llegó el día de un cambio. Por primera vez, después de largos años, un presidente liberal fue elegido. Después de que el Dr. Olaya Herrera tomó el mando se abrieron de par en par las puertas de la Obra, y la UMEC tenía predicadores por docenas. Respirando el ambiente nuevo con gran satisfacción, Don Cornelio Klaassen aceptó una invitación para dictar una conferencia a unos políticos liberales en Bugalagrande. Concluída la oración, con el entusiasmo que el cambio del poder produjo, le dijeron: “Don Cornelio, pida a su Misión permiso y promulgaremos el Evangelio como la religión del Estado.” “Gracias, gracias, amigo,” Les dijo el misionero, “pero hay que entender que el Evangelio no es una política. La religión y el estado deben siempre estar separados.” Hasta aquí la Palabra de Dios fue sembrada y regada con lágrimas y oraciones de un cabo del Valle hasta el otro en las cordilleras occidental y central, especialmente en el Cauca y en Caldas. Ya dada cierta confianza por el gobierno, como hongos en tierra húmeda se levantaban grupos de personas con vidas cambiadas, llenas de celo. Se construyeron capillas bien amplias, escuelas y casas pastorales. En los llanos y en los paisajes Andinos se levantaban edificios testificando al mundo que el Santo Evangelio había echado raíces. El pueblo en general, las comunidades rurales especialmente, recibía el mensaje sin hacer mucho caso a la campaña del opositor. Martiniano Fajardo llevó el mensaje a la región de Belén, Sabaletas, y fue también recibido. Cuando Don Esteban Van Egdom trepó esas montañas, alforjas al hombro, los vecinos se regocijaron. En cierta ocasión un cacharrero dejó una copia de San Mateo en manos de Alejandrino Loaiza. Lo leyó con cuidado. “Esto tiene que ser un libro de los protestantes,” dijo el joven Loaiza. “Y es buena lectura.” Lo mostró un día a su amigo José Viera y a él le gustó. Tres años más tarde apareció en El Mensaje Evangélico lo siguiente: “Estimado Don Carlos: Hemos estado estudiando la Biblia por tres años y sentimos motivación para dar a conocer nuestras convicciones y protestar de nuestra religión anterior. Nacimos católicos y fuimos criados en la religión del país, pero hoy con las palabras de Cristo en nuestros corazones, negamos nuestra afiliación con la vieja creencia y confirmamos nuestra fe en Cristo como nuestro Salvador único y Redentor, sin ningún merito nuestro. ” (Firmando Alejandrino Loaiza y Familia, Luis Angel, Angel María y Familia, Marco Antonio y Familia, Jesús María Loaiza, Miguel Antonio y Efraín Mondragón.) Tres de los hermanos Loaiza tenían haciendas grandes y cada uno destinó un salón amplio en su casa para cultos. Así resultaron las congragaciones de La Primavera, La Estrella y El Otoño. Lo mismo hizo José Viera. Proveyó salón de prédica en su hacienda, luego aula para escuela y un cementerio. Todo el local fue cercado de flores de varios colores y con razón este punto se llamaba: El Jardín. Estos patriarcas, como tantos otros eran padres de numerosos hijos. Al conocer a Cristo establecieron cultos a diario en sus casas, para la familia, obedeciendo Proverbios 22:6. Los hijos al casarse generalmente establecieron sus hogares en una parcela de la hacienda y sus familias se levantaron alrededor de la capilla y la escuela evangélica. Hacemos entender aquí que la salvación no se hereda. “Dios no tiene nietos.” Uno no puede ser cristiano verdadero por tradición. Cada pecador que busca la salvación que ofrece Cristo, nace por obra del Espíritu Santo y así se hace miembro de la familia de Dios, miembro de una orden nueva. Gracias a Dios, aquellos padres, patriarcas de la fe, lograron ver al pasar los años, la obra de Dios permanente en muchos de sus hijos y nietos. Por muchos años Alejandrino Loaiza andaba predicando. Un amigo y compañero de él fue Pedro Aguirre, político liberal de sangre caliente. Pedro se consagró al Señor con la misma dedicación que había demostrado para su partido. Su influencia en su familia llevó fruto en la vida de sus descendientes. A pesar de que el ambiente era mejor para los evangélicos, había peligros. A veces se contaba en el periódico evangélico: “Tres hermanos están en la cárcel en La Celia y uno en Cartago. Cuatro fueron arrestados en Buga. Hubo nueve bautizados en Tuluá y en la misma semana la capilla fue atacada. Un obrero está en prisión en Quimbaya. Julio Cardona está en la cárcel en Caicedonia por repartir tratados. En Montenegro el hermano Pazmiño fue golpeado y llevado a la cárcel.” José Saavedra había gustado de la vida mundanal pero encontró la paz y verdadero gozo cuando conoció a Jesucristo. No podía menos que dar el bendito mensaje a otros. Predicaban en veintiocho puntos rurales que visitaban con frecuencia además de pastorear la congregación en Guacarí. No había como José – con sus muecas, sus ademanes, su drama y su voz de trueno. Una noche en El Castillo predicaba: “Mi texto es Proverbios 26:13. El león está en el camino; el león está en las calles. Animaba a los hermanos a no tener temor a los „leones‟ sino a confiar en el Señor” ¿Sabría José que en la calle esa noche había veinticinco vecinos armados con machete esperando que el predicador saliera para matarlo? Pero algo hizo escurrirse a los „leones‟ dejando sólo amenazas para José. Hernán Bautista trabajaba en el Quindío con buen éxito. El presbítero Sr. Castaño, de Armenia, era feliz cuando podía arrancar un ejemplar del Evangelio de las manos inocentes de algún campesino y prenderle fuego. Pero el pueblo seguía ávido leyendo y meditando los libros que los colportores llevaban. En el Valle, Marcelino Valencia visitaba pueblos donde los misioneros habían sembrado las primeras semillas. Marcelino encontró campo despejado para vender sus libros. CAPÍTULO NUEVE La herencia preciosa de los que aman a Jesucristo en la confraternidad. El gozo era mutuo cuando un misionero u obrero visitaba una de las congregaciones aisladas por allí en la montaña. Rafael Blackhall y Haraldo Barber llegaron un día a la pequeña grey llamada La Florida, cerca de Darién. María Varela de Duque estaba enseñando su clase de niños y su esposo Daniel actuaba como pastor de la región. Observaron los visitantes que en la pared de su cuarto estaban dos diplomas del Instituto Bíblico enmarcados. Esa noche se realizó un servicio animado de canto y testimonio, luego Rafael invitó a los bautizados a la mesa del Señor. Dejaron sus bancas para formar un círculo alrededor de la mesita cubierta con un lindo mantel blanco bordado a mano, mientras cantaban: “Señor nos recordamos de tu pasión aquí Cual substituto santo, sufriendo tu alma así El cáliz de amargura, con plena sumisión Tú mismo lo agotaste, Señor. ¡Qué redención!” En el silencio de aquel momento sagrado dijo el predicador: “Existe una separación entre nosotros esta noche. Amigos, ¿Quién quiere entregar su alma a Jesucristo? Venga, acepte a Cristo y tome su puesto aquí con nosotros.” Varias personas se levantaron y se acercaron al círculo aquella noche. A horas avanzadas los dos americanos se acostaron en las bancas del templo y allí en la oscuridad dirigían sus plegarias al cielo por la congregación de La Florida. De ese lugar viajaron al otro día hacia La Primavera donde la congregación se componía del patriarca con sus hijos, sus nietos, sus peones, amigos nuevos. Terminado el culto alguno decían: “Hay que pasar a nuestra casa. Mañana vengan a enseñarnos a nosotros en la casa nuestra.” ¡Más casas, más amigos, más caminos, más puertas abiertas! “¡Dios en el Cielo, el campo es tan grande. Envía más obreros!” Fuera de estas visitas los creyentes siempre estaban pensando en la convención anual con gran gozo. Temprano en el desarrollo de la comunidad evangélica, las convenciones jugaron un papel importante en la vid de la Iglesia. Su realización se inició en Palmira en el año 1923 cuando los esposos Johnston invitaron a todos los evangélicos a asistir a la dedicación de la capilla, fiesta que duró cinco días. Llegaron ciento cincuenta personas. Doña Carrie y su hija Catalina se encargaron de las ollas en su propia cocina. ¡Cómo se animaron los hermanos que llegaban de caseríos donde sentían el desprecio de sus vecinos, al encontrarse con tan buen número de personas de la misma fe! El patio repercutía con cantos: “La mujer samaritana a sacar el agua va…” Las Olivas, Cauca, era un lugar de fiestas anuales. Contó uno de los asistentes: “Nos maravillamos de la facilidad con que Doña Irene asistió a tanta gente (350). No nos faltaba nada y terminamos la convención con alabanzas a Dios por haber levantado tanta gente para su gloria donde hace poco no había luz divina” ¿Cómo fue que tantos se convirtieron? Según sus testimonios los caucanos habían estudiado la Palabra de Dios que es la ley de Dios, perfecta, que convierte el alma. Salmo 19:7. Iglesias en Caldas Llevado por curiosidad, Roberto Castaño un día preguntó a su esposa: “¿Qué edificio será ese que iluminado por el sol resplandece en aquel pico de la montaña?” Roberto y su familia vivían en Los Ceibos, entre Río Sucio y Ansermaviejo. “Es la escuela Bíblica de Naín,” explicó un trabajador que se encontraba cerca. “Allí se predica el Evangelio.” En esos momentos algo comenzó a ocurrir en la vida de aquel constructor de carreteras. “Quisiera conocer el Evangelio,” dijo. Ese deseo le impulsó a dirigirse una noche a Naín donde se celebraba la primera convención de Caldas. Aquella noche fue transformado Don Roberto. Con la Biblia y unos tratados debajo de la ruana llegó a casa donde su esposa lo aguardaba preocupada por la tardanza. Con el tiempo la numerosa familia, viendo el cambio de vida del esposo y padre, se entregó a Cristo. La historia de la Obra en Caldas empezó en 1911 cuando Don Carlos y Don Juan hicieron su correría de exploración. Entregando algo de literatura a Faustino y Emilio Lugo, peluqueros, y a Luís Orozco, persona influyente y político del partido liberal en Supía. Se dieron más cuenta del movimiento en Cali y en el Valle y Cauca cuando empezaron a recibir El Mensaje en 1918. En cierta ocasión el Sr. Douglas, de Medellín, bajó a Supía y fue alojado en la casa de Luís Orozco donde también pudo celebrarse un culto. Cuando empezó a presentar fotobandas con un proyector de carburo, los vecinos asustados gritaron: “¡A Don Luís se lo va a llevar el diablo!” “¡el diablo está en esta casa!” Sin embargo su curiosidad salió ganando y se quedaron para mirar las vistas y escuchar el mensaje. Don Juan de Dios Trejos, abogado en Quinchía, aunque nunca abrazó la fe evangélica, repartía un buen número del periódico de Cali, lo mismo hacía José Becerra en Naín y José Gutiérrez en Guerrero. En estos tres lugares, Supía, Naín y Guerrero, se venían formando grupos que luego pidieron Biblias de Cali. Pronto apareció Marcelino Valencia con alforjas llenas de hermosas Biblias y cuando él vio los grupos, les animó a permanecer mientras pudiera llegar Don Carlos. En Naín un grupo esperaba la visita, y como el caso de Cornelio y Pedro en la Biblia, se respiró la presencia del Espíritu Santo, pues Dios confirmó su Palabra, los oyentes fueron edificados y las dudas recién sembradas por unos adventistas se desvanecieron. Se fundó la escuela Evangélica y pronto llegó el maestro – predicador, Moisés Gonzales. Con treinta y cinco alumnos, entre ellos Germán Becerra, dio principio a una obra que prosperó por mucho tiempo hasta que se reunió Naín con la congregación llamada Buenavista. Al año llegó la Srta. Ida P. Danielson con la maestra Josefina Saavedra (más tarde „de Cubides‟) y a la vez llegó Claudia Vergara para encargarse de una escuela grande en Guerrero. Cuando Ida Danielson se trasladó a Quinchía, éste llegó a ser el centro de la UMEC en Caldas. Aunque los asistentes a los cultos venían de los puntos en el campo. El pueblo resistió muchos años el mensaje de la Gracia de Dios en Cristo. Llegó el día de la visita esperada. Becerra, Gutiérrez y Ramón Mejía salieron a Tulfor, el último campamento de la carretera en construcción entre Cali y Medellín donde esperaron hasta avanzadas horas de la noche. Por fin llegó el carro en medio de un fuerte aguacero. Terminados los saludos, Don Ramón ofreció un tabaco a Don Carlos: “Aquí, tenga, amigo, pa‟ espantar el frío”. Allí en el campamento pasaron la noche y al otro día llegaron a casa de los Mejía, la Bendecida, Anserma. Se llevó a cabo en 1934 aquella primera convención en Naín en que Roberto Castaño y otros se convirtieron al Señor. “La Srta. Ida P. Danielson” Fue un festín verdadero a donde llegaron muchos desde Supía y Anserma. Un hermano regaló un novillo, y había comida para quien llegara. ¿Predicadores? Pedro Villegas, Manuel Gutiérrez, Evaristo Navarrete, Roberto Salazar, Aníbal Aguirre, Carlos Chapman, Guillermo Shillingsburg y Juan Serna. Pasaron dos años y los hermanos de Guerrero pidieron una convención. Terminada esta convención el ex-sacerdote Roldán en Compañía de Shillingsburg fueron a la Florencia donde Guillermo fue apedreado. Dos simpatizantes hicieron frente a la furia de las piedras y con ruanas protegieron al misionero; así fue liberado. Aquí ofrecemos el testimonio de un caldense, líder de la obra: “Naín, Caldas… las pasiones de este mundo me llevaban; mis amigos eran mi consuelo. Decía yo que tenía derecho a la vida y debía disfrutar de mi juventud. Pero Dios tocó mi corazón y me hizo sentir que un terrible fin aguarda a todo el que muere inconverso. Me hizo pensar en la salvación, pero ¿Cómo conseguirla? No la encontraba en mi Iglesia, ni en las confesiones y demás prácticas religiosas. Una vez encontré entre los libros de mi padre un librito viejo sin pastas y se le habían caído muchas páginas. Leí y me maravillaba. No había parte que no llenara mi alma de gozo…” “el justo por la fe vivirá.” Así pasaron los días y los años, brillando la luz de aquel pequeño libro en medio de mis tinieblas hasta que un día un amigo me prestó su Biblia y cuál fue mi sorpresa al ver que lo que leía en el Nuevo Testamento ya lo había leído en aquel viejo libro sin darme cuenta que era la doctrina de nuestro bendito Salvador. Leía hasta altas horas de la noche y la lectura de este precioso libro arrojado, pisoteado y escupido por representantes (decían) de Cristo, cambió mi vida por completo. La Biblia es mi deleite. José María Becerra” Un episodio en El Valle Aníbal Aguirre, un joven lleno de celo para predicar fue el „Timoteo‟ de Cornelio Klaassen, pastor en Tuluá. Los dos viajaban continuamente por los campos. Cornelio consiguió una buena mula y le puso por nombre Rosa. Rosa tenía la naturaleza de todas las mulas y aquellas tendencias „mulares‟ le quedaban aunque era ella una mula evangelizadora. La primera vez que Aníbal salió en la mula Don Cornelio le ofreció las espuelas. “No, no, no, Don Cornelio,” dijo Aníbal. “Cuando el Señor me cambió, me cambió por completo. No puedo ser cruel con los animales.” “Muy bien,” dijo Cornelio. Y guardó las espuelas. Al mes volvió Aníbal y no se quejó de la mula, pero cuando le tocó salir otra vez en viaje le dijo a Cornelio: “¿Dónde están las espuelas?” Cornelio y Aníbal visitaron veintiún lugares al mes. Andinápolis fue el pueblo que dio más fruto. La mitad del caserío se convirtió a Cristo; la otra mitad, bastante fanáticos, se apegaron a la tradición. Andinápolis, situado entre las nubes, en la cordillera occidental, quedaba a cinco horas de Río Frío. En 1942 Don Aníbal como pastor de la Iglesia vivía con su familia en la casa pastoral. Había buen templo y aula de escuela. Pero se sentía un ambiente antagónico producido por la propaganda del cura. Un día en 1924 la neblina descendió sobre el pueblo, envolviéndolo todo en una cobija fría a horas tempranas del anochecer. Los fieles llegaban a la capilla, dos, tres y familias completas, dando promesa de una buena asistencia a pesar del frío. Era la última noche de una campaña en que Dios había obrado en muchos corazones. De repente, se oyó el repique de las campanas en la plaza; una llamada a la ciudadanía. Cuando una procesión se dirigió hacia la pequeña capilla todos tenían el presentimiento de algo desagradable. Por lo general al acercarse una procesión, todos permanecían sentados en silencio, orando. Pero en esta ocasión, un señor algo indiscreto se paró en toda la puerta. “Quítese el sombrero”, gritó el sacerdote. El desafiante llevaba un sombrero de ala ancha estilo gaucho. “No me lo quito”. La respuesta fue lo que estalló la bomba. Palos y piedras como lluvia cayeron sobre la congregación indefensa. En gran confusión se lanzaron hacia las puertas que daban al patio; algunos fueron heridos. Corrieron al cerco de guadua bastante alto; por donde hombres, damas y niños, sin saber cómo, pasaron por encima. Los atacantes dieron machete a puertas, ventanas y muebles por dos horas y la capilla quedó en ruinas. Gracias a las autoridades, fueron llevados a la cárcel veinticinco de los culpables y Don Aníbal quedó con su valiente congregación. Restauraron su Iglesia y pudieron seguir hasta el año 1949 cuando no quedaron ni ruinas, ni congregación. La Causa del Conflicto. El tema que más se discutía por todas partes era aquel libro, La Santa Biblia. Desde que Don Carlos llegó a Buenaventura, había los que la odiaban con todo su ser creyendo que era un libro malo, y había los que al abrirlo encontraban el remedio para las tres grandes opresiones – el pecado, el sufrimiento y la muerte. Doña Genoveva V. de Gómez, la primera creyente evangélica en Sevilla, Valle, regaló una Biblia a sus tres nietas que vivían en el campo con padres fieles a la religión tradicional. Las niñas tuvieron que leer su libro a escondidas porque era prohibido en su familia. Pero llegó el día en que su padre descubrió a sus niñas con el odiado libro. Enojado, echó la hermosa Biblia en las llamas del fogón, diciendo: “Ya se acabó esa bobada.” ¡Pero no! Al salir él para su trabajo, las tres niñas – Luzmila, Graciela y Mariela, sacaron su tesoro de entre las ascuas. Estaba chamuscada y la pasta medio quemada, pero se podía leer. Las niñas volvieron a esconder su libro, pero con el tiempo el padre las encontró en su escondrijo leyendo las historias de Jesús. “Ya no más.” Cruzó el patio y echó el tesoro en la letrina mientras las tres valientes muchachas miraban con asombro. Como la otra vez, al ausentarse el padre, las niñas buscaban unos palos y fueron al rescate. Sacaron la Biblia, la lavaron en la sequia, la pusieron al sol, pero esta vez no había remedio. Con el tiempo las niñas, ya señoritas, se prepararon en el Instituto Bíblico y enamoradas del Autor de la Santa Biblia, dieron años de vida en su servicio. Sus padres, leyendo el mensaje en la vida de sus hijas, también hicieron su paz con Dios. Amador Salazar empezó a leer la Biblia en 1919. Escribió: “Oh, qué diferencia tan grande hay entre las dos religiones. La una conduciéndonos por el sendero luminoso de la felicidad eterna y la otra guiándonos por las tinieblas.” Muchas veces una hoja suelta recibida en algún mercado despertaba en interés o la curiosidad, pero era cuando uno tenía el Libro en sus manos oyendo la voz del Señor directamente de las páginas inspiradas por el Espíritu Santo, que las tinieblas en el corazón se disipaban ante la Luz del mundo, que es Jesucristo. Así sucedió con Francisco Viáfara. Recibió un tratado en la calle de Santander, un día. Al llegar a su finca, cerca de Villarrica, sacó la hoja del bolsillo y leyó: “Jesucristo viene otra vez.” Como asustado, Francisco se dijo a sí mismo: “Yo no estoy listo para eso” Montó su caballo y regresó al pueblo donde ante el Padre hizo una buena confesión. Escuchó el tradicional „te absuelvo‟ y volvió a su finca tal como había ido, con su carga de pecado. Pasando unos días, Francisco pudo prestar una Biblia y luego por seis meses leía y meditaba; Dios le reveló sus maravillas. Francisco dedicó una parte de su finca a Dios, se paso a construir una capilla, aula para escuela y piezas de visitas. Invitó a sus vecinos, compartía con todo el mundo lo que había comprendido de aquel libro sagrado, La Biblia. Así tuvo su principio La Iglesia de las Unidas. CAPÍTULO DIEZ En 1937 los esposos Shillingsburg, dejando su congregación en Sevilla con la Sr. Eda V. de Bautel, se trasladaron a Palmira donde con la ayuda de las Srtas. Cora Bruner y Velma Coffey, derribaron la pared de separación construida entre sexos y se abrieron matrículas en el Instituto Bíblico de Palmira para una enseñanza co-educación mixta. Creyendo la facultad que los estudiantes necesitaban todo el día para estudiar, suspendieron los trabajos manuales y a cada uno le tocó pagar cinco pesos al mes por la alimentación. El Facultad Instituto Bíblico de Palmira Guillermo y Florencia Shillingsburg Y Meryl Bunker, (atrás). Irene de Wilder y Cora Bruner. Instituto gozaba de completa cooperación por parte de las Iglesias que mandaban semanalmente por ambulancia (tren de carga) racimos y bultos de comida para alimentar a sus hijos. En ese tiempo había mucha comida, pero los centavos eran bastante escasos. Año tras año había más solicitudes de una juventud deseosa de estudiar, y en 1943 llegaron cien jóvenes y señoritas al plantel donde encontraron un dormitorio nuevo de veintiocho piezas. Aquel año los jóvenes ocuparon aquel nuevo edificio con los esposos Van Egdom actuando como sus „padres‟. El comedor había sido renovado dos veces. Un nuevo comedor construido de tablas se había desplomado un día, y por fin se edificó uno suficientemente grande, y de ladrillo, donde en años futuros se alimentaron hasta seiscientas personas que llegaban para las convenciones. ¿De dónde llegaban los jóvenes y señoritas? De El Jardín llegaron los Viera; de La Estrella, los Loaiza, de Toro los Salazar. Los Alvarez, Viáfara, Valencia y muchos más procedieron de Cauca. Muchos que habían estudiado en las escuelitas de Caldas se matricularon. Había chocoanos que se habían propuesto volver a trabajar entre sus paisanos – Alba Moreno, Nimia Cuesta, Alberto Córdoba y otros. Indígenas llegaron. Federico Ramos (el primer Páez en recibir el bautismo) y Francisco Quiguapumbo, nieto del jefe que pidió escuela a Don Teodoro. Dios formaba de ellos los labradores para trabajar en Su viña. De Betania llegó el risueño José Rengifo. La familia Rengifo fue evangelizada por Pedro Villegas. Una noche Josecito, leyendo la Biblia entregó su corazón a Cristo y enseguida sintió el deseo de ser un obrero de Jesucristo. Pero, ¿de dónde sacar dinero para ir a Palmira? Todos sus esfuerzos de juntar platica eran en vano, hasta que un día cavando en una guaca indígena encontró piezas de oro que Dios tenía guardadas allí para él. En el Instituto José dijo un día a su profesor: “Aquí traigo los centavos que me restan. Me hace el favor de guardarlos y aunque yo se los pida, no me los dé si la necesidad no es MUY grande.” Don Guillermo echó la plata en un sobre y escribió en él, „José Rengifo‟. Llegó el día cuando José fue a pedir su plata. “Mire, se descosió mi zapato. ¿Me da $ 1.50 para zapatos nuevos?” “José,” Dijo Don Guillermo, “debe ir a la pieza a orar. Dios le enseñará si los necesita.” El estudiante fue a orar y luego siguió al taller donde había herramienta para remendar zapatos, pero no había tachuelas. Encontró un alambre y se sentó a remendar el zapato, luego salió como siempre, con una sonrisa. La primera graduación formal fue en 1942. De los catorce que recibieron sus diplomas dos de ellos murieron en la juventud; los demás dieron años a la Obra del Señor. Unos, aún hoy no han soltado el arado – Inocencia Montero, Petra de Muñoz, Antonio Rojas y José Rengifo. Siempre se preparaba con esmero la clausura del Instituto y de la Escuela de Enfermería. En 1948 el fondo al respaldo de la plataforma fue convertido en un bosque y por encima un letrero: SOLO CRISTO SALVA. Los graduandos, todos vestidos de blanco marcharon por los pasillos al ritmo de “El Conflicto de los Siglos”, sin pensar que en el primer año de vida como obreros de tiempo completo, aquel „conflicto espiritual‟ se manifestaría reciamente en su patria. Aquella noche, después del discurso final, el Dr., Irurita pidió la palabra y subió al escenario. “Hasta ahora,” dijo el médico, “me he burlado de sus himnos y de su prédica. Me he mofado de su religión, pero en esta noche he aprendido a respetarla. No soy evangélico. No tengo religión, pero si me tocara escoger una, seria el Evangelio que aquí se predica. He escuchado con interés esta noche y quisiera poder cantar los himnos tal como vosotros los cantáis” Haciendo señas a los más retirados, les aconsejo a no perseguir los evangélicos. A la juventud sentada en las primeras bancas se dirigió: “Juventud cristiana, buscad las almas en Palmira, en los campos y aun en todo el país.” La capilla estaba llena; muchos profesionales por invitación especial habían llegado. Había gente en las ventanas, en las puertas y aún en la calle, y reinaba un silencio único y espíritu de reverencia. El doctor fue el buen amigo de los evangélicos y muchos debieron su vida a él. En 1954 enfermó de cáncer y durante los meses de dolor y angustia las enfermeras de Maranatha le asistían, le leían la Biblia y cantaban los himnos que tanto le gustaba escuchar. Antes de morir hizo una profesión de fe en Jesucristo, diciendo con lágrimas: “Oh, ¿Por qué no lo hice antes?” Al pasar los años había en las filas de los evangélicos unos hijos y nietos del amado Dr. Domingo Irurita. Visión misionera En 1930 los obreros visitaban sesenta y tres lugares cada mes, y a la vez sembraron campos nuevos hasta que en 1940 había ciento cincuenta y dos centros de prédica. Don Carlos ofició en el primer servicio de ordenación el 26 de septiembre de 1935 cuando en Sonsito se reunieron muchos hermanos y Don Luciano Pizarro fue ordenado al santo ministerios. El programa de las iglesias estaba repleto de actividades, y en medio de tanto crecimiento en sus caseríos y cercanías, Dios dio a sus hijos otra responsabilidad. “Levantad los ojos – mas allá de vuestros maizales y de vuestros cafetales…” La tribu Páez vivía a la puerta, también a ellos convenía traerles a Cristo. Dos indígenas, enviados por el Jefe Quiguapumbo, tocaron un día en el portón de la Misión en Palmira. Les salió al encuentro un hombre ojiazul con una sonrisa bondadosa para darles la mano y ofrecerles su amistad. Se tomaron confianza al momento. “Queremos maestra,” dijeron. “Nos dijeron que Ud. es amigo de los indios.” Don Teodoro y su hija Cata hicieron visitas a la región de Corinto adentro y satisfechos de que los indios estaban listos a recibir un obrero, enviaron a Pedro Alvarez a empezar una obra entre ellos. No había caminos por esos montes porque decían: “no queremos que los blancos lleguen a llevarse a nuestros niños.” (Costumbre que era común entre los ricos). En 1932, una pareja que estudiaba en el Instituto mostró interés en ese campo misionero virgen. Pastor Muñoz y su esposa Petronila Casamachín de Muñoz tomaron el yugo de Cristo y fueron a Media Naranja, Río Negro, donde han permanecido ya por más de medio siglo. Un joven misionero recién llegado a Colombia les acompañó. Doña Petra empezó una escuela con sólo tres muchachos, y los mismos tres llegaban para la Escuela Dominical, pero el cariño y la paciencia vencieron. Dentro de pocos años la obra tomó proporciones grandes. Centenares de niños han pasado por las aulas de la Escuela La Heroica y muchos de ellos siguieron estudios en Palmira. Al principio Don Teodoro, de su peculio escaso sostenía esta obra, pero cuando las iglesias se dieron cuenta, empezaron a contribuir y sostuvieron la misión hasta que a Iglesia de Río Negro podía sufragar sus propios gastos. Fue la hija de los Muñoz, Gene, que empezó el ministerio de enfermería entre los Páez. Muchas veces, aún de noche, Gene y su madre montaron los caballos para correr a atender un caso den la montaña; Gene aplicaba la ciencia médica mientras su madre oraba. Así se extendió el testimonio del amor de Dios más y más entre esta gente. La UMEC, compró y amobló un edificio como dispensario cerca de la capilla, donde varias enfermeras por turno sirvieron al pueblo. Entre ellas nombramos a Amelia Molina y Janet Troyer. El vínculo de amor se hizo fuerte entre el pueblo y su amado pastor. En una ocasión Pastor se enfermó gravemente con una infección del riñón que decían no tenía remedio. Lo llevaron a la ciudad donde todo lo que los médicos podían hacer se hizo, pero sin resultado. Lo llevaron a casa a morir. La congregación estaba afligida, quebrantados de corazón sus miembros ¡Empezaron a hacer planes para su túmulo; trajeron mármol, subieron piedras del cauce del río, harían para su pastor un monumento digno! Mientras los miembros de la grey permanecían en oración las veinticuatro horas del día, Doña Petronila preparaba manojos de hierbas frescas, cogidas de la gran farmacia que Dios plantó en el campo a favor de los enfermos, y Pastor se alivió. Se preguntó a Petronila acerca de aquellas hierbas; “No fueron las hierbas que ayudaron a mi esposo,” dijo ella. “Fue Dios obrando por medio de su pueblo quebrantado y arrepentido, confesando sus pecados, y volviéndose a El, que Dios sanó a mi esposo, según II Crónicas 7:14” Pastor se levantó para volver a meter los pies en las botas evangelísticas para trepar por las alturas y descender por las quiebras de las montañas. La Iglesia, frustrada por un tiempo, tomó ánimo y un avivamiento fue seguido por crecimiento, excitación y victoria. La UMEC felicita a Don Pastor. ¡No son muchos los pastores que pueden permanecer cincuenta años con su congregación! Otro campo misionero – El Chocó El primero de enero de 1936 Pedro Noreña se despidió de sus condiscípulos en Palmira y salió para tierra desconocida, la vasta región denominada El Chocó, donde vivían 120.000 personas. Dos jóvenes y una pareja inglesa le habían antecedido; Sérbulo Pérez, colportor de la Sociedad Bíblica viajó por la región del San Juan y Alfonso Insuasti visitó pueblos en El Atrato. Los esposos Foster procuraron radicarse en Quibdó pero pronto con la salud quebrantada tuvieron que regresar a su tierra natal. Pedro entró hasta Quibdó en cuatro ocasiones, visitando cuarenta pueblos y aldeas. Luego con Juan C. Gutiérrez por compañero, volvió para establecer un centro de prédica en Quibdó. Varios obreros siguieron en años sucesivos poniendo línea sobre línea y en 1942 Don Cornelio Klaassen logró que construyeran una capilla y se organizó la congregación de la UMEC. En aquel año una muchacha que oyó la prédica entregó su corazón y su vida al Divino Maestro. Se llamaba Tránsito Mosquera. Ella pudo más tarde salir a Palmira donde se educó para luego volver como maestra, predicadora, música y enfermera. Los esposos Noreña se trasladaron al Chocó en 1945 para servir a la congregación en La Loma, en Quibdó y en varios pueblos en aquel largo río, El Atrato. Pasando diez años hubo creyentes en varios pueblos y comenzaron a hablar de „convenciones.‟ Se celebraron cursillos, retiros, convenciones y campañas en Quibdó, más tarde en Arquía donde Alberto Córdoba pastoreaba una Iglesia bien nutrida. Los esposos Barber con su lancha trabajaron bastante en la evangelización de toda la región. José Sánchez ha dejado una nota de sus experiencias: “… al salir de Tagachí gastamos dos días para llegar a Arquía a causa del invierno. De Arquía seguí para Mandé que son tres días por entre la selva, durmiendo en la selva con los indios y luchando con barrizales formidables. Lo peor es la cruzada de tantos ríos. Subiendo una quebrada tuvimos que atravesarla 65 veces por el agua, de modo que el día que llueve es mejor quedar donde se pasó la noche hasta que baje el agua un poco. Mi gozo era mediar en Salmo 126:5,6 “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa simiente, mas volverá a venir con regocijo trayendo sus gavillas” En un viaje que José hizo en 1955 fue brutalmente atacado a machete por un hombre. Recibió un machetazo tan profundo en el hombro que le astilló la clavícula. El atacante sin duda pensaba rajarle la cabeza, pero José en ese instante se agachó para evadir una rama de árbol. Duró meses para que sanara su herida. CAPÍTULO ONCE ¡Paso gigantescos! Entre 1940 y 1949 la UMEC dio pasos grandes en su organización y desarrollo. El hermoso hospital “La Maranatha” tuvo su pequeño y humilde principio en 1943. El centro de Educación Cristiana que hoy ocupa oficinas en el Centro de Publicaciones en Cali, empezó en un oscuro cuarto que Doña Irene de Wilder llamaba „mi taller‟. Escuelas Bíblicas de vacación se multiplicaron bajo la dirección de Doña Irene y Oliva Perea (más tarde „de Galindo‟). El Colegio Ebenezer, para jovencitos, se inició en el plantel de Palmira. El Colegio Bereano para niñas adolecentes empezó en Buga. Se compró la finca en El Llanito que hoy es centro de la Obra, como Palmira lo fue ayer. Se organizaron tanto la juventud como las damas en sociedad. La Clínica Maranatha Los evangélicos sufrieron el desprecio de médicos, curas y enfermeras en los hospitales públicos. Parecía que todo el mundo católico estaba en contra, cuando uno se separaba de la iglesia romana. En algunos casos la entrada al hospital era negada a enfermos evangélicos; en otros, al rehusar confesarse con el sacerdote, el enfermo era tirado al andén. Contamos un caso triste. El ataúd estaba colocado en el corredor de la casa en Palmira esperando la hora de llevarlo a la iglesia. Ester Torres, rodeada de sus condiscípulas, lloraba en silencio. Apenas ayer se había enfermado su mamá. Velma Coffey había acompañado a Ester cuando llevó la enferma al hospital San Vicente. Sintieron la indiferencia de la torpe auxiliar que dijo secamente: “un médico la verá.” Pero ningún médico la vió. Al otro día en la madrugada la familia encontró el cadáver en la pieza del olvido. Un día el Doctor Irurita llegó a decir: “Don, Guillermo, yo necesito un lugar donde llevar a mis enfermos. Uds. necesitan lugar donde los evangélicos pueden recibir el cuidado médico en un ambiente civil.” El Doctor no profesaba ninguna religión y con sus argumentos siempre se encontraba en agua caliente con las hermanas de la caridad en el hospital San Vicente. El no las quería; ellas no lo querían a él tampoco. La Srta. Amelia Molina, palmirana, estaba en ese tiempo estudiando la enfermería en Costa Rica con el fin de servir a sus compatriotas. Y el Instituto Bíblico ya no necesitaba el viejo dormitorio que Don Teodoro construyó en 1926. “Dr. Domingo Irurita – Primer médico de la clínica Maranatha” Los convencionistas en 1942 se mostraron cien por ciento a favor de sacrificarse para dar principio a una clínica. Prometieron dinero, ganado y gallinas. Y cuando llegó una carta de Medellín de parte de Margarita Siemens, enfermera Rusa que había oído del proyecto, ofreciendo sus servicios, había la seguridad de que había llegado la hora de empezar. Se colocaron ocho camas viejas de madera en el edificio, se blanquearon las paredes, y ¡ya estaba listo todo! El 15 de marzo de 1943 llegó el pastor de Puerto Tejada, Manuel Gutiérrez con su esposa Débora y el hijito Daniel – todos picados por los anofeles gigantes del Cauca, portadores del paludismo. La mayoría de los hospitales misioneros tienen su origen en la Misión foránea, pero La Maranatha, no. Desde el principio ha sido una obra colombiana, propiedad de la UMEC. Abril, 1943, (El Mensaje Evangélico) “– La sala para operaciones está lista con su suelo de mosaico, un lavamanos y silla con ruedas para los enfermos.” ¡Ay! ¡Tan pobre y tan rústica aquella pequeña casa de misericordia! Pero allí habitaba un gran Dios. Mirtela Bunker ofreció su ayuda a la enfermera Margarita Siemens mientras llegaba Amelia. Un día Margarita llamó a Mirtela: “Afánese, traiga una vasija.” Mirtela entró en la pieza con la vasija, pero cuando vio que el enfermo estaba vomitando lombrices, dio la vuelta y salió corriendo con la vasija en las manos. Gladys Jamison llegó en noviembre de 1943, y aunque no hablaba el idioma, vigilaba a los enfermos de noche para que Margarita no tuviera que estar las veinticuatro horas en la clínica. Hubo gran regocijo cuando el primero de enero de 1944 Amelia Molina tomó posesión. El Comité Administrativo, reconociendo que merecía buen sueldo le ofreció el mismo sueldo que en ese tiempo recibían las misioneras, quince pesos al mes. La clínica no podía pagarle, pues los enfermos pagaban un peso al día, de modo que algunos individuos ofrendaron para juntar el sueldo. Al mismo tiempo contrataron una muchacha para el aseo y para atender la ropa. Guillermo Shillingsburg quien era Director del Instituto Bíblico, servía como mandadero, contabilista y „hombre orquesta‟, así el personal estaba completo. Pronto se vio la necesidad de recibir muchachas como ayudantes, enseñándoles los principios de enfermería. La primera clase se formó con Ruth Ramírez, Graciela Rengifo, Loida Mondragón y Ella Rivera. Vestidas con sus uniformes y delantales blancos, recorriendo las calles con sus jeringas, se ganaron la admiración y el respeto de la ciudadanía. Maranatha era un hospital sin presunciones, sin lujo y sin muchas cosas que se necesitan en una institución de este tipo. Pero sobresalía el amor y atención a los enfermos, y la estricta disciplina de Amelia produjo enfermeras con aptitud y conciencia. Pronto llegaron enfermos católicos y recibieron el mismo trato y consideración que recibían los evangélicos. Gladys Jamison y Amelia Molina Clínica Maranatha Cuando el “Nuncio Papal” excelentísimo Sr. Zamora llegó de Roma para visitar a Colombia. Hizo llamar a las altas personalidades de Palmira para una conferencia. Les dijo que entendía que el elemento de más oposición en la ciudad era el hospital protestante. Se turnaron para expresarse los doctores. Cuando llegó su turno, con ironía, el Dr. Irurita dijo: “Sólo tengo una cosa en contra de esos protestantes. ¡Son necios! ¡Son necios! Aquellas enfermeras cuidan de los heridos y de los enfermos sin interesarse en la política y la religión del paciente. Se dejan calumniar, son atacadas y sus adeptos hasta se dejan matar sin injuria a otros. Y además, NO COBRAN POR SUS SERVICIOS RELIGIOSOS. ¡Son necios!” La Maranatha hizo más para disolver el antagonismo del pueblo, que las otras instituciones. Desde el principio la vecindad se despertaba en la madrugada oyendo el dulce canto de enfermeras en su culto: “Por la mañana yo dirijo mi alabanza a Dios que ha sido mi única esperanza…” Al anochecer los enfermos escuchando se veían un desfile de enfermos en sus mañaneras blancas caminando por los patios hacia la capilla, para sentarse en las primeras bancas. Cuando se pudo conseguir un equipo, el mensaje fue transmitido al hospital y la peregrinación por los patios cesó. CRISIS EN LA MARANATHA – Febrero, 1947. Un aviso de crisis llevó a los creyentes a utilizar sus rodillas. El gobierno desde el principio había concedido una licencia de funcionamiento, pero ahora el Centro de Salud iba a clausurar la institución por tener pisos de madera. Cuando el Doctor les hizo ver que también el hospital San Vicente tenía algunos pisos de madera, se retractaron, pero siempre insistieron en que se hicieran costosas reformas sin demora. Los misioneros apelaron a la sede de la UMEC en el exterior, en espera de algo de recursos para remediar la situación, pero la respuesta fue negativa. (Dos décadas más tarde esta actitud cambió y la Misión foránea respaldó el esfuerzo para hacer de la pobre Clínica un hospital moderno.) Hubo conflictos en esos días. Una señora estaba agonizando en cierta ocasión y la familia llamó al párroco Jesuita de La Trinidad. Al llegar él, rehusó entrar en aquel lugar condenado. “Llévala afuera”. Demandó. La Srta. Amelia rehusó sacarla. “Si la mueven, muere”, les dijo. En eso llegó un coche con el Dr. Irurita y al entender el problema dijo: “Bueno, la pueden sacar, pero no la pueden volver a la pieza. Tendrán que llevarla”. De acuerdo los familiares, la sacaron para llevarla a San Vicente, pero murió en el camino. Otro día había mucho movimiento en la Maranatha. Un caso de maternidad y tres operaciones por la mañana, y todo el personal estaba muy ocupado. Llamaron al mismo cura Jesuita a confesar a una paciente. Y otra vez no quiso entrar- el Doctor Irurita salió a la calle y entró en un diálogo interesante que llamó la atención de los vecinos. Mientras tanto alguien llamó al Párroco Franciscano. Cuando el Jesuita vio al otro sacerdote, le grito: “¿Y vos sos también protestante?” “No. Soy tan católico como tú. Pero donde me necesitan, voy.” Con la muerte del Doctor Domingo Irurita, su compañero de trabajo, el Doctor Edgar Forero se encargó del hospital. Se identificó con la comunidad evangélica y ganó la confianza de la clientela en corto tiempo. El Doctor Kuitems, extranjero, prestó sus servicios por algún tiempo también y pudo invertir dinero en las construcciones nuevas. De la pluma de Gladys Jamison: “El viernes no lo olvidaré jamás. Ocho personas del Instituto estaban enfermos. Por la noche hubo una cesárea que duró media noche. Al mismo tiempo se enfermó una empleada con apendicitis aguda y con inflamación de la vesícula. Logré dormir dos horas cuando me llamaron a atender a una señora. Nacieron mellizos. A la media mañana llegó otra y dio a luz mellizos. Cuando todo estaba tranquilo cayó un aguacero como el diluvio de Noé. Agua entraba por las ventanas y por todas partes. A la tarde tres de los mellizos murieron. ¡Ay no! ¡No! ¡No! La pobre Maranatha no tiene aún todo el equipo necesario para algunos casos” A veces el administrador no sólo tenía dificultad en cobrar la deuda que tenían algunos al salir de la clínica, sino que a veces ni reclamaban los dolientes s sus muertos. Para tales casos el pastor de la Iglesia Central hacía ataúdes y los tenía en el taller. Llegó un enfermo, traído por amigos. Esos amigos no lo visitaron y cuando el enfermo murió no fue posible encontrarlos. Alcides Rivas y Guillermo Shillingsburg resolvieron en este caso dejar el cadáver hasta que lo reclamaran. Pero ya el segundo día cambiaron de parecer. Trajeron uno de los ataúdes de Don Manuel, pero el cadáver no cabía en él. Corrieron con afán al taller para hacer un nuevo cajón y aún antes de secarse la pintura negra metieron al muerto. Colocaron el cajón en la carroza (o carromato) que Guillermo había hecho de ciclas viejas y que Amelia había forrado con pana negra, y los dos, Alcides y Guillermo sacaron al muerto a la calle. Por todo el largo camino hacia el cementerio, las gentes se tapaban las narices y cerraban las puertas hasta que aquella procesión fúnebre pasara – Alcides, Guillermo y cajón negro. En 1955 Alcides viajó a Barranquilla para traer un quipo Rayos X. al año siguiente se edifico una nueva y moderna cocina y un comedor. En 1965 fue inaugurado un nuevo edificio con lugar para laboratorio y farmacia. Gran parte del dinero invertido había sido colectado de los casos de maternidad y la puesta de inyecciones. Dios daba su bendición durante la larga lucha contra el fanatismo. La pobreza y falta de equipo suficiente. El Colegio Bereano Esta institución fue establecida en 1947 para que las niñas adolecentes pudieran seguir sus estudios al salir de la primaria y así estar listas para entrar en el Instituto Bíblico o en la Escuela de Enfermería a la edad de diecisiete años. Los esposos Barber habían establecido la Iglesia de Buga en su nuevo templo y habían construido piezas en el patio de la misma propiedad, las cuales en 1947 fueron destinadas a este colegio. Varias señoritas hicieron su turno en la dirección del Colegio: Orlet Prochnow, la primera directora, Velma Coffey, Margarita Weston, Dorothy Hagerman y la Srta. Inocencia Montero. En 1958 no cabían en el local de Buga las señoritas que solicitaban puesto, y fue posible comprar un terreno en La Buitrera (Cali) por la suma de $ 23.000.00 pesos. Las Iglesias todas hicieron grandes esfuerzos para esta compra en vista de que serviría para el colegio en donde sus hijas habrían de educarse. Pasaron cinco años antes de poder empezar la construcción. Norma Esther; Judith Castillo, Inocencia Montero, Eunice Cano. El Colegio Ebenezer El primer año, 1950, funcionó este colegio en el plantel en Palmira bajo la dirección de Rogelio García y la Srta. Mirtela Bunker. Llegaron diez jovencitos para estudiar. Cuando la Misión compró la finca en El Llanito se decidió que los jóvenes quedarían mejor allá. El traslado se hizo a principios de 1951 y el país ya se encontraba en un violento baño de sangre. A Mirtela le dio mucha preocupación el pensar llevar estos muchachos al campo. En esos mismos días ella se enfermó y tan sólo en un mes Dios la llevó a su hogar eterno. Ruperto Vélez sentía interés en el colegio y como había encontrado una novia en la Clínica Maranatha, Herminia Mahecha, algunos le aconsejaron afanarse con el asunto. Don Ruperto no se opuso. Alcides Rivas tenía su corazón algo enredado con Gabriela Polanco y pronto él también apareció con esposa. Los dos matrimonios con la ayuda de Velma Coffey llevaron a cabo un buen programa para los jovencitos en El Llanito. Arreciaba la persecución y la situación económica de las familias desterradas de sus fincas hacía imposible sostener a los muchachos en el Colegio. Por fin esta institución cerró las puertas esperando que el futuro algo se pudiera hacer por la juventud. Embajadores Reales “Juventud para Cristo es el lema…” La juventud evangélica fue organizada en 1944 por Irene de Wilder y Patricio Symes de la Cruzada Mundial. El movimiento llegó a ser nacional extendiéndose a otras misiones. Cada sociedad tenía su pendón hermoso, sus cursos de estudio y programas elaborados en el taller de Educación Cristiana en Palmira. La primera convención se realizó en Palmira el mismo año, con asistencia de 330 jóvenes. Las Hijas del Rey En la cultura colombiana la mujer no jugaba mucho papel en la vida pública. En El Mensaje Evangélico las cartas y artículos publicados todos eran escritos por hombres. Hubo una predicadora evangelista, Doña Irene de Cambindo, caucana, pero su nombre no era publicado. Las mujeres asistían a los cultos en silencio. Cuando Irene Jacobson llegó, vio la necesidad de entrenar a las damas para que los talentos dotados por el Espíritu Santo se usaran para la gloria del Señor. Se organizaron sociedades de damas, Las Hijas del Rey; tenían sus hermosos estandartes y sus cuadernos de estudio, y hoy en día son el brazo derecho de la Iglesia. Algunas, sin dinero, ofrecían la obra de sus manos para servir al Señor. Durante los años han seguido con sus proyectos y llevan a cabo un ministerio de misiones en el Chocó. “Hijas del Rey – Palmira, 1954” En 1953 solicitaron a la Asamblea el permiso para realizar una convención femenil. Asintieron, pero un obrero añadió: “Siempre y cuando un obrero esté presente al elaborar el programa,” Las damas han probado que con la ayuda y la dirección de Dios pueden llevar a cabo su meta que es evangelizar, enseñar, edificar, ofrendar y orar. A través de los años desde que se organizaron las Sociedades, han seguido con sus estudios y testimonio, como lo ha hecho Doña Rosa de Gil en Cali, cuyo éxito como esposa y madre se debe mayormente a los estudios que recibió con Las Hijas del Rey. Cuando en 1949 se fijó el calendario a la pared, hubo en la UMEC 33 iglesias establecidas con pastor residente, 40 escuelas lectivas funcionando con 52 maestros, más de 200 puntos de prédica y 75 obreros nacionales cuyo itinerario llegaba a 7.000 hogares cada mes pro medio del periódico. La estadística daba ánimo, pero a la vez Don Carlos escribió: “Durante esta década de los 40, hemos tenido problemas más que nunca en la historia de la Obra. Nuevos decretos, oposición por parte de las autoridades; escuelas cerradas en territorios misionales, y el ambiente es muy duro de soportar.” Se tenía un presentimiento de que las oportunidades de ganar almas para el Señor no iban a durar… una urgencia… ¿sería que Cristo regresaba pronto? No se sospechaba que antes de terminar el año una pesada y sofocante cortina oscura oba a envolver la iglesia en todo el país y que antes de volver a gozarse la libertad habían mártires… ¿Se apagará la luz? “Hijas del Rey. Palmira” CAPÍTULO DOCE El Gobierno de la Comunidad Evangélica Al iniciarse la obra existían „juntas‟ que gobernaban los grupos y éstos daban cuenta al pastor visitante. En caso de problemas, el obrero consultaba a Don Carlos en Cali. Más tarde el consistorio debidamente elegido reemplazó la Junta y en las convenciones generales se trataban los negocios. El Comité Ejecutivo fue creado para llevar a cabo las disposiciones de la Convención de Iglesias. Una Constitución fue elaborada y en 1937 se reformó. La inicial decía que las iglesias locales debían tener su propia personería jurídica para controlar sus propiedades, pero viendo que todas no estaban en capacidad de hacerlo, la convención de 1944 determinó tener una sola personería que representara todos los centros y propiedades de la UMEC. Esta entidad fue constituída por Luciano Pizarro, Presidente; José Saavedra, Vicepresidente; Alejandrino Loaiza, Tesorero; Daniel Benítez, Secretario, y Abraham Castro, Vocal. La primera „Reunión de Obreros‟, se realizó en 1938. La constitución fue reformada en 1949 por el siguiente comité: Rafael Blackhall, Antonio Rojas, José Rengifo, Daniel Benítez y Guillermo Shillingsburg. Y en el mismo año se dieron licenciaturas a veintitrés predicadores. En 1956 se decidió celebrar „pre-convenciones‟ para negocios y luego una semana de gran regocijo o „Convención‟ para quienes llegaran. A veces llegaban hasta 500 personas al plantel. ¿Dónde dormían? Hubo por ahí pilas de esteras que se extendían por doquier. Fue en 1966 que la „pre-convención‟ tomó el nombre de „Asamblea de Obreros‟ y en ella Josué Salazar resultó reelegido presidente. Antonio Rojas fue elegido Secretario ejecutivo; Gentil Soto, Secretario de Actas; y como Tesorero, Isidoro Moreno. Josué escribió en el Órgano Oficial de la Misión: “La Asamblea de Obreros es una organización democrática donde los ministros, maestros y mensajeros de las iglesias estudian todos los aspectos de la obra, escuchan informes y sugerencias de comisiones e iglesias y buscan acuerdos no para dictar leyes sino para elaborar recomendaciones que luego las iglesias pueden considerar y adoptar según las circunstancias. No es un gobierno… sino el siervo de las iglesias…” Comité Administrativo – Carlos P. Chapman, Cora Bruner, Guillermo Shillingsburg, Arcesio Lucumí, José Rengifo, Antonio Rojas, Pastor Muñoz. Nehemías Salazar actuó como Presidente de la Asamblea por muchos años, llevando bien la obra. Iván Suárez ha probado su talento dado por Dios en llevar las cuentas, manejando los fondos de la Obra con conciencia y honestidad. CAPÍTULO TRECE La noche está enlutada: la densa oscuridad oprime. Centenares de puertas se cierran temprano, bien trancadas con candados y entrabadas con palancas. Entre Quinchía y Ansermaviejo los esposos Mejía, en su hacienda, se acuestan sin desvestirse; cabecean a ratos; se sientan a escuchar y orar; echan ojeadas por las grietas a ver si por ahí hay una lucecita. Se acuestan otra vez, alerta, y por fin de pura fatiga el sueño les vence. Despiertan con un brinco cuando los golpes en la puerta casi la tumban. “¡Herejes, malditos protestantes, abran!” “Abran. Somos la autoridad.” “Yo sé,” respondió Ramón. “La misma autoridad que mató a mi vecino hace ocho días.” “Abran o tumbamos la puerta.” “Túmbenla pues,” invitó Mejía. “Estoy listo.” Al rato, convencidos de que el Sr. Mejía sí estaba listo, se fueron en busca de otra casa evangélica. Ramón y Emilia suspiran con gratitud; se arrodillan a dar gracias a Dios. ¡Un día más de vida! Otros no escapan. Los Caldenses oyen el ladrar de perros, ven las llamas por allí en la montaña y se preguntaban: “¿Quiénes son las víctimas esta noche?” El período en la historia Colombiana llamado “La Violencia” empezó con el „viernes negro‟ de 9 de abril de 1948 cuando el líder y candidato del partido liberal, Jorge Eliécer Gaitán, fue asesinado. Esa misma tarde todo el país se levantó con armas y no las volvieron a poner a un lado hasta que 300.000 vidas se habían sacrificado en cruenta guerra civil. Cuando Laureano Gómez tomó el poder en 1950 la violencia que había empezado contra los de otro color político y los de otra fe, creció con furia. Pronto escuelas evangélicas fueron cerradas, hasta llegar a 200 en total. Se prohibió la distribución de literatura; cajas de Biblias amontonadas en las bodegas de la aduana no fueron entregadas, ni remitidas. El Padre Francisco Jaramillo, de Antioquia, en un artículo titulado „el Problema Protestante‟, recomendó que se adoptara una actitud de firmeza similar a la de España en el siglo XVI. Esta circular fue impresa en „El Colombiana‟, diario católico, con fecha abril 1 1952. Monseñor Miguel Angel Builes, Obispo de Santa Rosa de Osos, Antioquia, en una carta a los fieles (según „El Heraldo Católico‟ de mayo 24, 1952) declaró que la propaganda protestante era un desafío a una guerra religiosa – desafío que „aceptamos con todas sus consecuencias,‟ terminaba. El Presidente de la UMEC, apenas había dado su cordial saludo a los convencionistas en Palmira en septiembre de 1949, cuando a la entrada de la iglesia aparecieron dos individuos bien conocidos: José Martín Galindo pastor de la iglesia en La Tulia (Bolívar), y el diácono Pedro Aguirre. Llevaban en sus angustiados rostros huellas de lucha y de sufrimiento. Su vestido testificaba de una huída por caminos difíciles. Subieron a la plataforma para informar a sus hermanos de la trágica experiencia de la congregación en La Tulia el 25 de septiembre. Escucharon los convencionistas con corazones quebrantados. El enemigo había prendido fuego primero a la iglesia y luego a la casa pastoral y a la del diácono Pedro. Bajo los tiros los cristianos tuvieron que huir para salvar sus vidas, dejando atrás todo cuanto tenían en este mundo Suspiros de indignación se oyeron en el auditorio y la demostración de desmayo y consternación fue tal que el pionero misionero, Carlos, tuvo que intervenir para calmar la gente, insistiendo que pusieran en las manos de Dios estas injusticias porque Dios ha dicho, “MÍA ES LA VENGANZA” Una ola de persecución bien organizada cayó sobre todo el país simultáneamente. Cada día llegaban noticias. Otras iglesias sufrieron bajo la mano loca de la intolerancia y el odio: Dovio, Andinápolis, Betania, Naranjal, Primavera, La Celia, Tablazo y muchas más. En unos casos los evangélicos tuvieron que salir dejando todo – sus fincas y animales, los enseres y aún la ropa. En algunas partes les fue dado tiempo para escoger entre dejar todo y salir o retractarse de su fe. La estadística de 1950 dejó a todos descorazonados y al paso que avanzaba la violencia sólo quedaron doce iglesias de la UMEC, en pie. Sin embargo seguían las conversiones y los bautizos. Antes de principiar la persecución, la UMEC tenía muchos predicadores viajeros cuyos itinerarios salían en EL Mensaje Evangélico cada mes, pero con tanto peligro para los evangélicos, se suprimió el aviso sobre los lugares de estadía de los obreros. De 1950 en adelante sólo un nombre aparecía en el periódico – Agustín Cubides, cuya congregación se componía de las familias que visitaba en sus giras. Francisco Ordoñez, escribe en su „Historia del Cristianismo Evangélico en Colombia‟ página 355: “La más elocuente manifestación de confraternidad entre las varias denominaciones que operan en el país es la Confederación Evangélica de Colombia (CEDEC) que representa en la actualidad el 90% de los cristianos evangélicos del país” En la reunión de CEDEC en 1952 se creó la Oficina de Investigaciones. La Comisión quedo integrada por los Rdos. Jaime Goff y Lorenzo Emery. Ellos anduvieron por los campos y los pueblos entrevistando a los creyentes perseguidos, agentes del gobierno, católicos que habían presenciado atracos, y por cualquier lugar en donde podían conseguir testimonios. En los archivos existen más de mil declaraciones firmadas y muchas fotos constancia de la persecución y el vandalismo sufridos por los hermanos. De los archivos citados algunos casos; otros los citamos por experiencia propia. En los primeros meses de 1949 un sacerdote llamado González García R. A. apodado „el loco‟ por los vecinos, fue al pueblo de Darién y empezó una campaña político-religiosa que resultó en un proceder de odio y terror en los caseríos rurales que circulaban al pueblo de Darién. El primero de noviembre agentes de policía mataron a bala a Arcadio Muñoz, miembro de la iglesia de Bethel y vecino de Silverio Salazar, pastor de la iglesia. Testigos declararon que los verdugos recibieron plata por este acto de „patriotismo‟. Cuentan los testigos que seis semanas más tarde el mismo alcalde Vicente Osorio, acompañó a una banda que mató a Aureliano Benavides, otro miembro de la iglesia de Bethel. Hay quienes afirman que los maleantes andaban de noche acompañados a veces por sacerdotes y por empleados del gobierno. Con frecuencia se oía romper el silencio de la noche con el salvaje ladrar de perros, el penetrante estallido de armas, y después las llamas desatadas que iluminaban el paisaje. ¡Algún hogar ardía! El 8 de marzo de 1950 los bandidos echaron gasolina dentro de la iglesia de Bethel y la prendieron. En el patio estaban unos cien maniáticos cada uno con su arma de fuego. Tres familias se alojaban en las piezas adjuntas a la capilla y al sentirse en peligro abrieron una puerta pensando escapar al cafetal, pero las balas les obligaron a cerrar y atrancar otra vez. Procuraron abrir otra puerta, pero ocurrió lo mismo, desesperados pidieron misericordia y por respuesta oyeron insultos. Pensaban que tendrían que perecer en las llamas, pues el fuego seguía avanzando con furia. Cuando no aguantaban más el calor, resolvieron abrir la puerta de atrás y correr así mejor morir a bala que morir en una hoguera. Cogieron los niños pequeños en sus brazos, abrieron y salieron como un relámpago. Vieron a sus enemigos, los fusiles fueron levantados a posición de disparar, pero… ¿Qué pasó con el gatillo? ¡No hubo disparos! Brincaron por cercos alambrados y ser perdieron en el follaje de las fincas, corriendo, tropezando, deslizándose, arrastrando a los niños abajo, más lejos, más lejos de la capilla ardiendo, siempre buscando quedar escondidos. La hermosa capilla fue reducida a cenizas. Las piezas para visitantes que habían alistado con tanto esmero hacía apenas u año, ya no estaban; los aperos, quemados. Y los miembros de la iglesia que no huyeron de la quema esa noche se alistaron para salir de esa región. El 22 de marzo la misma banda volvió. Fueron a la nueva casa que Aureliano Benavides había construido antes de ser asesinado en diciembre. A bala mataron a la viuda, echaron gasolina sobre el cadáver y lo quemaron junto a la hermosa casa. Los niños lograron escapar, pero uno de ellos llevó balas en su cuerpo. Joaquín Guzmán era un creyente nuevo. Estaba haciendo las vueltas para legalizar su unión con su compañera cuando empezó el terror de la violencia. Mientras cultivaba su huerto un día, pasó un agente a caballo. “Alto” gritó. “¿Cómo se llama? ¿Cuál es su política? ¿Qué religión?” Cuando Joaquín contestó que era de la iglesia de Bethel, un disparo sonó y su cuerpo cayó al suelo, inerte. Aunque la prensa estaba censurada, se oía de las atrocidades cometidas por los chusmeros y sus cabecillas: Pájaro Azul, El Vampiro, Lamparilla y muchos otros. Tres estudiantes del Instituto fueron encarcelados junto con Ray Zuercher por distribuir tratados en un pequeño poblado del Valle llamado „El Chicharro‟ Bombas fueron colocadas a la puerta de la Primera Iglesia en Palmira. El estruendo despertó todo el vecindario y aún entre los más católicos esto levantó la ola de furor y protesta. La Policía Nacional llegó en lancha a La Loma, en el Río Atrato. Pusieron fuego a la iglesia evangélica y a todo el pueblo menos a la capilla católica. Llevaron algunos para la cárcel, entre ellos varios miembros de la UMEC. Ricardo Vélez, fiel pastor en Zarzal y en La Moralia huyó de la persecución hacia el norte donde también fue blanco del enemigo. Sufrió cuatro ataques violentos; dos veces lo dejaron por muerto; una vez le abrieron la cabeza a machete. Bajo el liderato de Ricardo, un pequeño abrió a machete una trocha por los Andes hasta encontrar refugio en un bosque. En el pueblito fronterizo de Juan José se formó una congregación que llegó a ser el eje de la obra evangélica en una extensa región. En El Castillo, las familias habían abandonado sus propiedades cuando el 25 de marzo la capilla fue encendida. El pastor, Félix Peña tuvo que huir para salvar su vida. “¡Maestro, se encrespan las aguas y ruge la tempestad!” A pesar de las llamas tan ardientes, muchos creían que el país estaba para ver un avivamiento. Se celebraban cultos de oración en todo el país pidiendo que Dios obrara y que de las cenizas de la guerra civil el Señor diera mejores días para su Iglesia. Había pastores y hermanos optimistas, con entusiasmo y celo para mantener el faro ardiendo aunque nubarrones oscuros envolvieran sus cabezas. Carlos Chapman, era un gran defensor de los evangélicos, tomó su pluma una vez más para ayudar a la causa de Cristo. Hizo la larga lista de pérdidas, para publicarla, pero no le fue permitido notificarlo al público. Guardó su pluma y susurró al agachar la cabeza: “Dios mío, el único recurso que nos queda es el mismo Cielo. Ven, Señor, a socorrernos.” CAPÍTULO CATORCE “Y seréis aborrecidos… a causa de mi nombre.”S. Mateo 24:9 Todo el mundo se dio cuenta de lo que pasaba en el país porque la CEDEC hacía circular las noticias de casos de persecución hasta en Roma y en las Naciones Unidas. ¿Qué pasaba en el hermoso país Colombiano? Hasta 1948 las leyes permitían libertad de culto y el gobierno aun se esforzaba para proteger la vida y las posiciones de los no- católicos. Ahora, copias de circulares eclesiásticas aparecían recomendando la eliminación de los de otra fe, cosa que no parecía posible en el siglo veinte. El pastor y maestro en Ceilán, Arcesio Lucumí, fue aprisionado y luego lo soltaron, “Corra, negro, corra.” Y Arcesio corrió, pero tuvo que esconderse debajo de un frondoso palo de café por dos días y una noche sin moverse, antes de buscar refugio en otro pueblo. Los niños de la escuela corrieron a decirle a sus padres cuando aprisionaron al maestro, y los padres sin siquiera empacar maleta, abandonaron el sitio, de modo que el 27 de octubre cuando en la madrugada unos cien hombres entraron al pueblo y empezaron una masacre no había creyentes allí. El pueblo quedó en cenizas. El mismo mes en Andinápolis donde Aníbal Aguirre era pastor, algunos creyentes sufrieron maltrato y heridas, cuando la congregación fue atacada. Los miembros huyeron hacia los cuatro vientos en busca de refugio y „buenos‟ vecinos se apoderaron de las propiedades. Don Antonio Rojas pastoreaba la Iglesia de Toro, pero tanto él como la mayor parte de su congregación habían salido seis días antes de llegar el enemigo en su intento de destruir. Llegaron a las siete de la noche el 19 de octubre; tumbaron puertas y rompieron con machete los muebles haciendo de ellos un montón al cual prendieron fuego. Roberto Cardona con su esposa y nueve niños, por las amenazas y peligro, abandonaron su finca y se arrimaron a una casa adjunta a la capilla de Betania. Pocos días después llegaron los maleantes, el 8 de octubre. Benjamín Cardona, hermano de Roberto, se había hospedado con su hermano y su familia. A las cinco de la mañana con gritos de “Viva Cristo Rey”, “Viva la Virgen del Carmen” y, “Abajo los protestantes”, tumbaron la puerta y sacaron a los dos hombres que se escondían debajo de las camas. A Roberto le dieron bala y cayó al suelo al instante ante su esposa y sus hijos que lloraban horrorizados. En el momento de vida que le quedó dijo: “Nunca mis amados, se aparten de aquel verdadero camino que es Cristo.” “Nos veremos arriba.” En el libro „Hammered Gold‟ David Howard nos cuenta que el hijito de Roberto, Germancito, sufrió una afección nerviosa por este trauma, y que tres meses después de ver morir su padre el chico murió diciendo: “Papacito, papacito, papacito.” A Benjamín lo cogieron en el patio donde hundieron puñales en su pecho y en su espalda. A la viuda Cardona no le fue permitido enterrar a sus muertos. Manos sucias y ensangrentadas echaron los cadáveres sobre tablas y los arrastraron a un lugar desolado. Una banda de criminales, entre ellos alcaldes, inspectores y agentes de policía, sitiaron el pueblo después y en una horrenda masacre eliminaron más de 300 personas y quemaron sus casas. Siguió la campaña. En 1951 un señor abrió fuego con su arma desde el portón de la Iglesia de Sevilla. La bala pasó por encima de la cabeza del pastor Carlos Osorio. Ocho agentes de la policía entraron en la casa de Abraham Castro en Ansermanuevo un domingo a las diez de la noche. Requisaron la casa llevándose Biblias y libros y cuantos papeles encontraron, y los quemaron en el patio. Estaban armados con revólveres, machetes y amenazas. “Vuelvan a la Iglesia verdadera o sufran las consecuencias. La próxima visita será para matarlos a todos” ESTO… ¿ESPLENDOR? El Papa Pío XII en un programa radial dirigido a los colombianos en 1952 dijo, “Colombia es sinónimo de religiosidad – es un lugar donde nuestra santa religión se preserva en todo su esplendor”. En medio de tal „esplendor‟ abundaban las estatuas, las cruces, las ceremonias y procesiones. Los pobres, los ignorantes, los blancos, los negros, los indios, la flor innata de la sociedad – todos se postraban ante todo este conjunto de imágenes. Pregúntese, si esto es bueno ¿Por qué vale tan poco una vida? ¿Por qué viven tantas personas con un vivo temor por sus vidas? Las autoridades ejercen control y aún a veces se sabe que han participado en crímenes cometidos contra los ciudadanos. Es un enigma. (Copiado) “Enlodados, fatigados, con hambre y con corazones quebrantados, catorce refugiados acaban de llegar a la Clínica Maranatha en Palmira. Caminaron seis días cruzando el Páramo habiendo encontrado en el camino cinco cadáveres. En un estrecho, una anciana rodó al abismo y no había manera de rescatarla. Son todos mujeres y niños, el ejército llevó presos a los hombres hace ocho días. Se llevaron también la cosecha de café y las bestias. Las mujeres siguieron por el miserable trecho albergando esperanzas que algún día vuelvan a ver a sus esposos.” (Copiado) En el mes de mayo de 1952, durante una campaña „pro-paz‟ la prensa advirtió que “sólo puede haber paz donde hay un solo partido y una sola religión.” Según el Siglo, diario de Medellín, en su edición del 26 de agosto de 1.952, el evangelismo es „un abuso que merece sanción penal.‟ Fue la actividad más odiada por el clero. Sin embargo, “es necesario obedecer a Dios” y su mandamiento de ir y predicar el evangelio queda vigente. Escribió un estudiante del Instituto Bíblico: „…el domingo montamos en la camioneta de Don Ray Zuercher y nos dirigimos a El Cañón. Después de tres horas llegamos a un pequeña casa llena de amigos. Se siente la presencia del Espíritu Santo; cantábamos con alegría y fervor y luego al presentar el plan de la salvación, un joven recibe a Cristo y alaba a Dios. Cada fin de semana salimos. A veces hay molestias y amenazas y nos prohíben, pero siempre volvemos – alerta, por nunca sabe uno lo que pueda acontece.‟ A veces los estudiantes en Palmira dormían vestidos, con sus maletas empacadas, pero si hubieran sido atacados no habrían tenido para donde correr. Dios los guardó. E oían comentarios: “Las llamas que consumen capillas, hogares y familias crean una sed en el corazón de los que miran desde sus emboscadas.” “Las chispas que acabaron con sus víctimas en un cañón, prenden llamas pentecostales en otros” “Escuela Nacional en Andinápolis con Aníbal Aguirre, Myrtle Wilder y Velma Coffey” El señor Ramón García lo mataron a bala en el camino entre Las Coloradas y Cartago. Dos días después atacaron al Sr. Gutiérrez, y Antonio Muñoz cayó también. Asustados por estas muertes, los demás de la congregación de Las Coloradas abandonaron sus fincas y huyeron. Había vecinos que no estaban a gusto y vigilaban la capilla de noche con el fin de asustar a cualquier maleante. Entre estos vecinos estaba el joven José Antonio Sánchez. Una noche cuando no había guachimán, el enemigo logro quemar la capilla creyendo que con quemar el edificio se acababa la Obra. No entendieron que Jesús mismo dijo: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (la iglesia verdadera).” Convencido el joven José Antonio Sánchez que su iglesia tenía parte responsable en las maldades cometidas, empezó a asistir a las conferencias en la iglesia evangélica de Sevilla donde un día comprendió el mensaje de la Gracia de Dios en nuestro Salvador. Inclinó la cabeza y allí mismo Cristo entró en su vida. Don José y su esposa Benilda han dado años al Señor trabajando en varias iglesias y en El Chocó. En los alrededores de Quinchía se escondían unas bandas de guerrilleros que muchas veces peleaban entre sí. ¿Quiénes eran? El joven García (no se sabe si así era su nombre o si era un seudónimo) presenció la tortura y el asesinato de sus dos hermanos mayores. Para salvar su propia vida el jovencito corrió y se escondió hasta que tenía edad de integrarse a un grupo de guerrilleros. Fue adiestrado en el uso de armas y pronto logró el honor de ser el „capitán‟ de su banda. A pesar de los peligros las obraras de Quinchía recorrían esos caminos bajo la protección de los ángeles. En el campo, un día Catalina V. de Blackhall logró enviar el libro „Paz con Dios‟, escrito por Billy Graham, al Capitán García. A los pocos días el capitán le mandó a decir que él y sus hombres habían leído el libro. “Quiero entregarme,” mando a decir. Cata cuenta que un día García entró en Quinchía y se entregó a la policía. Al darse cuenta de esto otra banda en el monte, su capitán, Venganza, llamó a García para una charla a la entrada del pueblo. Allí cayó García, traicionado. El „esplendor‟ religioso no daba garantías de vida ni a los ciudadanos, ni a los guerrilleros. La convención anual de 1951 fue la más nutrida de todas. Concurrieron 400 delegados y visitantes de afuera. Miembros de congregaciones desintegradas llegaron sedientos de comunión con otros hermanos. Esta fue la última convención a la cual asistió el gran Caudillo de la UMEC. Cuando su viaje terrenal se aproximaba a su fin, Carlos escribió: “… un hombre puede permanecer mucho tiempo en este mundo hasta que su vida se haya gastado por su propio óxido. Pero aunque viva muchos años no se puede decir siempre que ha tenido una „vida larga‟. Un barco puede estar largo tiempo en el mar pero si va y viene llevado por el viento no se puede decir que ha hecho un viaje largo cuando por fin la marea lo hace volver al puerto de donde salió.” La meta de Carlos siempre había sido “… que la mía sea una VIDA REAL.” La UMEC dice que Don Carlos Chapman alcanzó la meta. Iba a cumplir los 83 años cuando el 25 de marzo de 1952 las puertas del Cielo se abrieron y Carlos entró a recibir su galardón. Este pionero, evangelista, pastor, director de imprenta, autor, soñador y padre espiritual para una nación, se despidió de este mundo con una sonrisa grabada en su rostro de marfil. La LLAMA, LA DEJO PARA QUE OTROS LA LLEVEN EN ALTO. CAPÍTULO QUINCE ENTRE… EL AMIGO DEL PUEBLO Cuando el General Gustavo Rojas Pinilla se apoderó del gobierno el día 13 de junio de 1953 hubo nuevas esperanzas. Pero ¡Ay! Promesas de aquel señor tan efímeras. „El Jefe Supremo‟, el amigo del pueblo, no era tan amigo. La violencia creció a nuevas proporciones. Muchos de los hermanos cristianos vieron el interior de una cárcel, fueron maltratados, y otros fueron martirizados. El General había prometido permitir el funcionamiento de las escuelas evangélicas que el presidente Gómez había cerrado. Pero dentro de pocos meses se promulgó un decreto que paralizó las actividades del protestantismo en el país. La circular 310 de Enero 28 de 1954 decía: “… se prohíbe que los protestantes hagan manifestación ninguna pública de su fe fuera de sus templos y no pueden ocuparse en actividades de proselitismo” “Disputa, oh Jehová, con los que contra mí contienden. Pelea contra los que me combaten.” Salmo 35:1 En El Tiempo, 20 de Abril 1954 leemos palabras de la pluma de Luis E. Nieto Caballero, escritas desde Nueva York. “Veinte mil protestantes en un país de doce millones de católicos piden permiso para vivir en paz, permiso para rendir culto a su Creador en la manera que ellos estiman mejor, con el canto de himnos y los Salmos, la lectura del Nuevo Testamento y con la prédica de obras de misericordia… ¿Por qué no los permiten? Debemos sentirnos sus hermanos… a lo menos, sus amigos” Y otra vez en El Tiempo, mayo 1 1954 “dejar a 600 niños sin escuela es un acto serio y censurable. El establecimiento de una religión por encima de otra puede ser fuente de conflictos y disturbios no deseables.” Con el cambio en Bogotá, basándose en la promesa del dictador, algunos se arriesgaron a volver al campo donde podían a lo menos cultivar comida para la familia. La familia Ramírez, habiendo perdido sus propiedades cuando empezó la violencia, arrendaron una finca con cafetal, creyendo que aunque había casos de atrocidades, podrían sostenerse. El día era frío y lluvioso, sin embargo el padre con sus tres hijos cogieron café todo el día. Al llegar ellos por la tarde, tiritando de frío, Gilma corrió a la cocina a prepararles un tinto. Mientras soplaba la candela en el fogón oyó unos tiros, pero como estaba acostumbrada a oír tiros, no hizo caso. De pronto aparecieron en la puerta de la cocina unos bandidos enmascarados. Ella, apoyándose contra la mesa oraba: “¡Dios mío, que me maten, pero no permitas que me toquen!” En eso el más alto de todos gritó: “Ya terminamos aquí. Vámonos, muchachos” Gilma, saliendo de la concina, vio allí como paralizadas en el zaguán a su señora madre, tan abatida por los sucesos que perdió el habla por tres días y a sus hermanas que lloraban en silencio. Y, ¿los hermanos? Cada uno, al igual que su padre, yacían en su propio charco de sangre carmesí – Aldemar, 18 años, Germán 23 años, y Hubertico - ¿el hermanito? Sí, Humberto también, ¡de sólo 13 años! ¡Oh, Dios de los Cielos! ¿Cómo mereció el hermanito Humberto la bala de un criminal? La madre y sus hijas no se podían quedar en aquella casa de muerte. Salieron de prisa aunque ya había caído la noche y el frío las perseguía; iban corriendo, siempre poniendo cuidado por si veían esa tropa de asesinos. Llegaron hasta el pueblo en la oscuridad, al cuartel donde contaron la tragedia. Al otro día a Gilma le tocó volver con la policía a recoger a los muertos. Gilma Ramírez consiguió trabajo en el Hospital Maranatha donde ha permanecido. Las comidas que se sirven a los pacientes son tan deliciosas porque en ellas pone Gilma su mano. ¿Hasta cuándo, Señor? Pregunta que no tenía respuesta. La luz todavía brillaba en muchos rincones del país y los vientos violentos soplaban las pequeñas llamas. CAPÍTULO DIECISÉIS El programa de la UMEC seguía con sus convenciones sin interrupción. Había retiros, bautizos y aun reconstrucción de lagunas capillas. Iglesias aparecieron en lugares donde antes de la violencia no había. ¡¿Quién puede apagar la luz perdida en el Calvario?! Se celebró EL CONGRESO DE EMBAJADORES REALES en Palmira como siempre, pero en el sur. Hubo 800 convencionistas en el plantel y por las noches mil quinientos asistieron. Un trío de Quito, Jean Jordán con su marimba, violín y acordeón, Roberto Savage y el joven evangelista Francisco Liévano. ¡Qué inspiración del Espíritu Santo! Dios tocó muchas almas y cada noche el altar se llenaba de los que arrepentidos buscaban al Señor. ¡Juventud cristiana! ¡Qué potencia para el Reino de Dios – aún en medio del fuego! El Congreso de 1959 cincuenta y nueve sociedades mandaron sus delegados. Llegaron de la Misión Cuadrangular, La Cruzada Mundial, Las Asambleas, La Unión Evangélica de Suramérica, La Interamericana, La Metodista Wesleyana, La Alianza Cristiana, La Unión Misionera y los Hermanos Menonitas. Y en ese año hubo algo muy especial. En la sombra del corredor estaba un joven escuchando los himnos y los testimonios con tristeza y remordimiento. Fue uno de los muchos que por salvar su propia vida se había afiliado con una banda de guerrilleros donde en vez de encontrar seguridad, encontró esclavitud. Como niño había aprendido las Escrituras y Dios siempre le seguía buscando. Fue mientras trabajaba en Río Negro, más tarde, que un rayo de luz penetró su negro corazón y esa luz transformó a Abisaí Londoño. Luego estudió en el Instituto Bíblico y Dios le dotó de don de evangelista. Predicó por un tiempo con Floyd Zuercher en campañas al aire libre y hoy día está sirviendo al Señor, ganando almas de profesionales y estudiantes. ¿Celo o locura? En medio de amenazas “… a tiempo y fuera de tiempo…” (2 Tim. 4:2) La Obra de Dios iba adelante. “La Señorita Janet Troyer es cabecidura y obstinada. Es hereje extranjera que ha venido a nuestro pueblo a destruir la fe.” Así tronaba la coz del Padre Ramón Hoyos a diario por el altoparlante en Supía. La modista Raquel siempre escuchaba el programa del párroco, pero no estaba a gusto con esta propaganda porque ella misma tenía una Biblia y la leía. Sus ojos espirituales estaban medio-abiertos. “¡La protestante busca casa. No le arrienden nada!” decía el cura. Pero la modista decía para sus adentros. “Ella puede dormir aquí en mi casa, en la sala. Voy a buscarla” Janet pasó a casa de Raquel donde llegaban los vecinos para aconsejar a la benefactora: “Estás en peligro con ella en tu casa.” El domingo, 7 de febrero, una explosión despertó al pueblo. La „zapa‟ se llevó puerta y ventana, arrancó tablas de madera y las volvió astillas. Los escombros cayeron suavemente encima de las dos colchas bajo las cuales dormían Janet y Raquel; pero ellas se levantaron, se sacudieron y salieron a la calle ilesas ante los asombrados espectadores que habían llegado. Aquel domingo hubo buena asistencia en la Escuela Dominical pues los devotos al salir de la misa fueron directamente a la casa dinamitada y escucharon una lección de la Santa Biblia, dictada en medio de la casa arruinada. La obra crecía lentamente en Supía en medio de muchos contratiempos pero conoció avivamiento bajo el ministerio de varios obreros y misioneros. Alberto Gañán, se ganó el cariño de todo el pueblo durante su pastorado y el antagonismo desapareció. “… no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder…” 2 Tim. 1:7 Encontramos una vieja carta de una de las obreras que sirvió a Cristo en el campo de Caldas – campo infestado de maleantes. “…llovió tanto que creemos que ni los chusmeros salían de sus cuevas, pero Reinela y yo sentimos la necesidad de visitar los hogares de niños que asistían a la Escuela Bíblica de Vacación. En un punto yo me deslicé y rodé unos cinco metros hacia el cañón antes de dar contra un palo de café. Reinela bajó con cuidado para ayudarme y se aseguró contra una raíz, pero ésta estaba seca y también ella salió rodando. Al fin quedamos las dos agarradas a un palo de café. Nos reímos, pero también oramos. Después de largo rato un señor valiente llegó y con bondad nos ayudó a subir al sendero. El camino a Eisleben era tan malo que nadie lo transitaba, ni bestias. Íbamos las dos, para arriba y para abajo, cruzando quebradas y hundiéndonos en lodazales, trepando sobre derrumbes. En el regreso a Quinchía lo hicimos a caballo, pero las bestias se hundían hasta la barriga. La yegua de Reinela tropezó y rodó; ella aterrizó al otro lado del animal y tenía miedo que éste le cayera encima. Pero como se hundió la cabeza de la silla en el suelo, mientras la yegua pateaba hacia las nueves, ella pudo salirse del peligro. Tuvimos escuelas bíblicas en varios lugares sin contratiempo. Pero la última en Quinchía, una tarde llegó el cura con un agente. „Están quebrantando la ley,‟ nos dijeron. „Quemaremos esta maldita casa si siguen enseñando aquí.‟ Como ya íbamos a volver al valle, habíamos cumplido con el programa que nos tocaba, apenas perdimos dos días.” (Janet T.) “Mudanza y muerte veo en derredor. Conmigo sé, bendito Salvador.” Más lágrimas. Luís Arce contaba con apenas treinta años aquel 3 de octubre de 1956. Era agricultor que vivía sacrificándose para sostener a su esposas y a sus seis hijos, la mayor de ellos inválida. Luís era tesorero de la congregación en Quinchía, y predicador laico. Estaba trabajando en su finca con un hermano y un peón, cuando arrimaron hombres vestidos de policía que les avisaron que en Bonafont querían que los tres fueran para arreglar algún negocio. Sin sospechar nada, se pusieron en camino, pero - ¡Oh, Dios del Cielo! Se oyeron tres tiros, y ahí cayeron los tres hombres mezclando su sangre con el polvo de la trocha, todo por disposición de una jerarquía religiosa sedienta de sangre evangélica. ¿Su culpa? No confesaban un la religión, ni el partido de los gobernantes. El mismo año las Señoritas Dorothy Hagerman e Ida Danielson (ella con más de ochenta años) fueron falsamente acusadas de tener propaganda comunista en su casa en Quinchía. Llevadas a Bogotá prisioneras, tuvieron que comparecer ante un tribunal, pero la intervención del Cónsul y el Embajador de los Estados Unidos valió para que fueran declaradas inocentes. Regresaron a continuar con su ministerio en Quinchía. A fines de 1956 Ray Zuercher escribió: “Este año ha sido un año de evangelismo y progreso. I Cor. 4:12… padecemos persecución y la soportamos. Se celebraron campañas en siete de las grandes ciudades. Asistieron hasta tres mil en las conferencias en Cali. La UMEC ha tenido el privilegio de ocupar un evangelista oficial de tiempo completo en la persona de Aníbal Aguirre, un predicador con años de experiencia. Le acompaña el joven Ruperto Vélez, cantor y músico. Juntos sirven las iglesias de la UMEC y aún otras misiones. Los estudiantes en Palmira han seguido el evangelismo en Pradera. Varios hombres han dado evidencia de su conversión a Cristo. El gobierno prohíbe el uso de tratados, es decir, el reparto en las calles, pero tiene modo de esparcirse sin embargo.” CAPÍTULO DIECISIETE ¡SE CA-YO! Marzo, 1958, mes de misiones. Un esfuerzo para „limpiar el país‟ se hizo, buscando Biblias y propaganda evangélica con el fin de „destruir la mala semilla‟. En Palmira hubo dos fogatas en la calle donde al prender basura echaron en las llamas hermosas copias de la Biblia. La última semana del mes de „misiones‟, a diario hubo procesiones cantando „Ave, ave, ave María‟. En Palmira los que llegaban del campo para mercar se unían con los de la ciudad. Llevando cruces, unas bonitas y otras hechas de dos palitos cruzados, cantaban el himno favorito de eso días negros: „No queremos protestantes.‟ Había maestros con sus alumnos, monjas, curas, campesinos y profesionales. Al llegar frete a la Misión se pararon y a todo pulmón los chicos y adultos hacían su bulla. Pero los bachilleres llevaban seriedad en sus rostros. “Nos obligan a estas aquí,” dijeron unos. “Pero no pueden obligarnos a cantar.” Parece increíble la parte que los estudiantes aún sin armas tuvieron en el cambio de gobierno realizado en ese mayo. Algunos fueron torturados y otros muertos por manifestarse contra el gobierno. El jueves reinaba una fuerte tensión en el país. Se oyó el toque de queda a las seis, como siempre. Había soldados en cada esquina, listos a apuntar a cualquiera que sacara la cabeza – y hubo casos en que los soldados cumplieron con la orden. Esa noche en Bogotá hubo una elección fraudulenta y se oía por la radio oficial los votos a favor de Rojas Pinilla, eligiéndolo por cuatro años más. Pero antes de amanecer el 9 de mayo una junta de cinco militares dio un golpe de estado y Pinilla quedó preso. En la madrugada de aquel glorioso día se oía por la radio las noticias, y en cada hogar el radio se ponía a todo volumen. Salían hombres y mujeres a la calle en ropa de dormir, gritando, dando palmadas, cantando y abrazándose. La celebración duró todo el día en todo el país. Los carros, buses, coches, repletos con jóvenes y con viejos corrían calle arriba y calle abajo gritando “se ca-yó, se ca-yó” Los carros pitaban lo mismo “se ca-yó, se ca-yó”. Se hicieron grandes carteles que llevaban por las calles: “sus fincas para la venta”, y efigies del ex-dictador cabeza-abajo que fueron despedazadas y quemadas. Por primera vez en la historia unos muchachos pasaron por la Misión gritando: “Vivan los Evangélicos” Uno que experimentó esta gloriosa liberación del opresor, nunca podrá olvidarlo. Fue algo muy emocionante. El nuevo presidente, Alberto Lleras Camargo tomó posesión en agosto de 1958. Expresó al tomar el poder: “Controlar esta violencia que aún continúa es de todas mis responsabilidades, la más grande.” Siempre se oía de matanzas en una parte y en otra. Había, se decía, personas que se hacían ricas pagando chusmeros por el trabajo de echar a los dueños de sus propiedades para luego ellos apoderarse de ellas. Un abogado en Bogotá, Luís Eduardo Cárdenas, hizo un estudio e informó que los atacantes a veces daban garrote y decapitaban a sus víctimas, familias enteras, para que no quedaran testigos de sus actos. Los maleantes tenían muchas armas y en aquel tiempo se informó que había 102.000 hombres todavía organizados bajo sus „generales‟ combatiendo a las fuerzas del gobierno. CAPÍTULO DIECIOCHO NUEVA ERA. “Muévese potente la Iglesia de Dios De los ya gloriosos marchamos en pos… ” No fue fácil restaurar el orden después de tantos años de caos, pero poco a poco las diferentes misiones se recuperaron y en 1960 la estadística comprobó que mientras la iglesia sufría, también había crecido. La CEDEC informó que „comparado con el año 1953, hubo un crecimiento de 16% al año hasta 1960‟. Algunos preguntaban en el umbral de esta década: “¿Qué son los planes a largo plazo para la UMEC?” ¿Planes? La UMEC acaba de levantarse del sepulcro de terror - ¿Planes? ¡Dios los tendrá! ¿Quién podría haber pronosticado el rumbo de la Obra de Dios en la década de los sesenta? El Papa Juan XXIII hizo grandes cambios. Abolió el „Índice de libros prohibidos‟ que incluía la Biblia. La Iglesia Romana había prohibido la lectura bíblica para los laicos a través de siglos; había quemado este tesoro de los evangélicos y había perseguido a los que poseían el precioso libro. Ahora los libros que fueron juzgados como corruptos en 1908 cuando Carlos Chapman llegó a Buenaventura, eran el tema de conversaciones por todas partes, y ¡aprobados! La jerarquía religiosa y el público empezaban a mirar a los protestantes como „hermanos separados‟ en vez de herejes y desapareció el odio para sus vecinos. Las luchas que sostuvieron Don Carlos y Don Teodoro y los demás que levantaron la antorcha del Evangelio, aquellos días en el valle de la violencia, ya habían pasado. Miembros de iglesias destruidas, esparcidos, predicaba por donde peregrinaban y grupos acá y allá, leyendo la Biblia libremente formaron nuevas iglesias. Pastores preparados en los Institutos no daban abasto y como en años atrás, los laicos tomaron las riendas de la dirección. Se sentía un celo nuevo. La Iglesia de Cristo tomó nuevo ánimo. Las denominaciones trabajando en unión empezaron un programa en grande. Y Dios abrió puertas de par en par y bendecía su Obra. La Comunicación: La presa, la radio y toda vía de comunicación estaba a la disposición de los evangélicos con una amplitud antes desconocida. La Educación: El país experimentaba un despertamiento, como un renacimiento. La sed de aprender, aún entre adultos, requirió clases de alfabetización. Tanto el gobierno como las misiones ofrecían clases nocturnas para los que de día trabajaban. Con entusiasmo y con celo marchaban adelante. Con entusiasmo las iglesias trabajaron y se sacrificaron para construir el edificio en La Buitrera; la Señorita Norma Jean Esther ofreció encargarse del Colegio y hacer de Bereano un bachillerato. Al otro año se trasladó el Colegio a su nuevo plantel aunque solamente estaba medio terminada la construcción. Al año de haber principiado en La Buitrera, la directora entregó la dirección del colegio y las responsabilidad pesaba otra vez obre los hombros de la Srta. Inocencia Montero. Ella permaneció en este puesto hasta 1974. Cuando el nuevo gobierno abrió las puertas de los colegios del gobierno para los nocatólicos, mermaron las matriculas en El Bereano y los padres optaron por una educación reconocida por el gobierno. La juventud – hijos de padres despreciados y perseguidosdisfrutan de los privilegios y ventajas de los demás y muchos han podido seguir estudios aun en las universidades, sin prejuicios. Con miras en el mejoramiento del Instituto Bíblico, se edificó un nuevo comedor que fue inaugurado en 1965 en memoria de Cora E. Bruner quien había muerto en accidente automovilístico. Un año más tarde se cerró el Instituto por falta de suficiente estudiantado y por la ausencia de profesores. El plantel que había sido el eje para toda la Misión, pasó al Hospital Maranatha y las actividades misionales de allí en adelante tuvieron lugar en La Buitrera y en el campamento en El Llanito. Uno por uno los colegios de enseñanza primaria que habían servido bien, cedieron sus alumnos a los colegios del gobierno hasta que hoy no quedan ni media docena. Todas las misiones tuvieron la misma experiencia. Un nuevo sistema de enseñanza teológica apareció en el horizonte. El movimiento TEE (Educación Teológica por Extensión) nació en Guatemala en 1963 y experimentó una aceptación entusiasta. Al cabo de tres años funcionaba en 64 países del mundo con 27.800 matriculados. En la UMEC, al principio tenía cierto éxito con laicos, pero exceptuando unos pocos casos no produjo pastores y se sentía la falta del Instituto Bíblico residencial. Las publicaciones: La maquinaria para la instalación de “La Litografía Aurora” llegó en 1962 – a tiempo para servir en la preparación de millares de hojas volantes preparadas para la nueva época. Al obsequiar los esposos Chapman su propiedad en Cali para un centro de publicaciones, la UMEC estaba lista a tomar posesión de ella. La Oficina de Educación Cristiana preparó cursos para escuelas, estudios para las diferentes edades, publicaciones para damas y demás, teniendo a Sara P. de Salazar, Ana Judit Castillo y otros, ocupadísimos en su elaboración. Se estableció una oficina para “La Biblia Dice”, programa radial que ofrece cursos por correspondencia, auspiciada por “Back to the Bible” en el exterior, y la litografía con sus varias oficinas para servir a todas las iglesias de la región La Evangelización: Floyd Zuercher consiguió un equipo poderoso para mostrar películas en los parques y mangas, donde con la ayuda de Abisaí y Sigilfredo presentaron el evangelio a multitudes. Un día llegaron en la camioneta a Padilla. Los cuidados parecían tener temor de arrimar, pero cuando la noche bajó su cortina oscura, se abrieron las puertas y mil personas estaban atentas viendo la vida de Jesucristo en aquella gran pantalla. Después de mostrar la película, Abisaí, el evangelista, les habló del Camino de la Luz, que es Cristo, y siempre hubo quienes deseaban andar por aquel camino. ¡Billy Graham, renombrado evangelista mundial, llega a Colombia! ¡Qué emoción! ¡Cómo se prepararon las iglesias! Miles oyeron por primera vez el mensaje que antes no se atrevían a escuchar. En gimnasios en absoluto silencio, se congregaron las multitudes para escuchar. En Cali, 300 ciudadanos firmaron tarjetas declarando su decisión de confiar sólo en Cristo para la salvación, según las Santas Escrituras. “Myrtle Wilder y clase para maestros de Escuela Dominical” La Cruzada Cristiana Unida: Marzo, 1966. Veintidós Iglesias de Cali se unieron teniendo a Ruperto Vélez como presidente, y también como encargado de la dirección musical. Santiago Garabaya, evangelista argentino y Bruce del Monte, cantante proveniente de Quito, anunciaron la antigua historia con el poder del Espíritu Santo, en el gimnasio cubierto Evangelista Mora. La prensa y las radiodifusoras se prestaron para invitar a los caleños. De noche docenas de „obreros‟ de las iglesias salieron para pegar afiches, colgar banderas y propaganda en las calles. En esas gloriosas noches se reunían unas 30.000 personas para oír el mensaje de la Gracia de Dios en Jesucristo. El último día hubo un desfile de 4.000 evangélicos con sus estandartes, textos y pendones, todos cantando por las calles – un verdadero espectáculo en una ciudad donde pocos años antes la vid de un evangélico no valía gran cosa. Fueron firmadas 1.045 tarjetas por los que recibieron bien los mensajes y resolvieron seguir a Cristo. SEPAL El mismo año, Eduardo Murphy y Luís Palau de „Servicio Evangelístico para América Latina‟ Se establecieron en Cali. Ellos dieron un gran empuje especialmente al aspecto de plantar iglesias nuevas. Milagro en Bogotá El 8 de diciembre de 1966 en la Plaza de Bogotá se verificó la más grande manifestación evangélica. El Rev. Luís Palau predicó desde las grandes del Capitolio Nacional ante una multitud de 20.000 personas que después de haber desfilado por la principal avenida de la Capital, se congregó para oír el mensaje de salvación. Así comenzó La Cruzada Cristiana Unida en Bogotá. Evangelismo a Fondo EVAF tuvo su origen en la Misión Latinoamericana en Costa Rica. En 1966 llegaron algunos consejeros a Colombia para organizar un comité nacional en preparación de una campaña. En el país fue dividido en tres zonas con veintitrés subdivisiones, todas con sus coordinadores. Setecientas treinta y ocho iglesias representando veinte denominaciones se unieron, y organizaron quinientas células de oración. Durante los meses enero y febrero de 1968, quince mil líderes se prepararon en veintiocho seminarios y éstos a su turno enseñaron a la membrecía de las iglesias locales durante los meses de abril y mayo. El 2 de junio, 21.000 mil soldados de Cristo salieron a la calle y en un día visitaron 143.000 hogares dejando medio millón de tratados. Se celebraron campañas locales y luego las regionales con programas para niños, adultos, damas y profesionales. Más de mil niños hubo en las escuelas bíblicas de la UMEC en aquel año. Progreso en el Hospital Maranatha Fue en 1966 que el Dr. Pablo Rodríguez llegó a ser Director del Hospital. Pablo, muchacho convertido en Sevilla, Valle, entró a estudiar en el Instituto Bíblico de Palmira en 1941. El servicio militar interrumpió sus estudios, pero siguió siempre con la meta de sobresalir. Enseñó una escuelita de indígenas en Chaguasguas (Cauca), y también fue profesor en el Instituto Bíblico. Luego Dios le guió a mejores instituciones y en el año 1950 se despidió de sus compañeros para estudiar en los Estados Unidos donde recibió su diploma en Teología y en Medicina. Cuando volvió a su patria regresó como médico especializado en cirugía del tórax y en cardiología. El Doctor fue bien recibido por su compatriotas quienes le ofrecieron una comida de bienvenida el 13 de septiembre. El pastor Josué Salazar le prestó un documento oficial de parte de la Asamblea de la UMEC abriéndole las puertas del hospital de par en par. El Doctor dice: “Fue un día dichoso para mí, cuando recibí el grado de Médico-cirujano, pues toda la vida había querido ser médico; lo sentía en mis huesos. Pero el hallazgo más grande de mi vida fue aquel día en Sevilla cuando una anciana misionera, Eda Bautel, me llevó a Jesucristo y El me salvó. Desde aquel día Cristo vive en mí.” Durante los años ha habido varias directoras de la Escuela de Enfermería: Amelia Molina, Gladys Jamison, Herlinda Harder, Doris Eichorst, Araceli Coy y Graciela de Klaassen. Pero la que ha trabajado más años en ese campo es la esposa del Dr. Forero, Doña Esneda. Ella aceptó a Cristo hace años cuando una noche arrodillada en la cirugía con Gladys Jamison, lo hizo. Su testimonio y su trabajo son muy preciados. Clínica Maranatha Al Dr. Rodríguez y a sus colegas en el exterior debemos el hermoso hospital que vemos hay, siempre respaldado por la Unión Misionera en el exterior. El mismo testimonio se da hoy como ayer a los pacientes y visitantes. Con cincuenta empleados, todos evangélicos, y una capellana. El mensaje del amor de Dios se siente y se oye. Jumcol En el congreso de la juventud misionera colombiana en julio de 1972 se escogió el nombre JUMCOL para un nuevo movimiento entre las iglesias. Hilda Espinosa, de Tuluá, escribió: “El campamento fue de grande ayuda espiritual para cada uno de nosotros”. Jumcol, con sus consejeros, Floyd y Amy Dauber, organizaron varios clubes juveniles y en marzo de 1975 se celebró un cursillo juvenil en pro de preparar líderes. El campamento Ebenezer en Circasia, Quindío, fue el escenario de aquella gran manifestación en las vidas de muchos jóvenes. Se alistaron varios de ellos para llevar a cabo Escuelas Bíblicas de vacación en las iglesias. Decían: “Tenemos una misión qué cumplir y añadiremos nuestro grano de arena en el cumplimiento de ella”. Jumcol organizó campamentos en Pereira, El Llanito, Honduras, Circasia, Caldas y aun en Arquía en tierra lejana del Chocó. Dios les bendijo, pero siempre venían sintiendo una necesidad – la de tener más estudios teológicos, mejor preparación para servir mejor al Señor. Llegó el día en que esta juventud entusiasta, con su caudillo, Don Floyd, reconocieron que para ser líderes idóneos y pastores para el mañana, tenían que tomar un paso más, y por fe. La visión de un Instituto Bíblico de residencia tenía que realizarse, y el campamento en El Llanito fue el lugar designado para ello. Venciendo miles de obstáculos se hicieron algunas mejoras en el plantel y se puede decir que se lanzaron sostenidos por promesas que encontraron en el Libro de Dios. Llegaron jóvenes y señoritas – veinte de ellos para la primera sesión en enero de 1979. La primera clase de graduados se despidió de sus compañeros de estudios a fines del año 1982, para tomar sus puestos en las filas de los „atletas‟ que llevan en alto la llama que no se puede apagar. CAPÍTULO DIECINUEVE Progreso en El Chocó Cuando la Misión compró la nueva lancha „El Evangelista‟ completamente equipada con vivienda, dos señoritas ofrecieron hacer aquel barco su residencia mientras ministraban pueblo tras pueblo en el Atrato. Gladys Jamison y Margarita Weston, acompañadas por una obrera, dieron cinco años de su vida a esta labor. Una vez cuando Nora Gonzalía estaba con ellas, contaron: “Hemos vivido en paz hasta ahora. Anoche sufrimos una invasión de ratas. Un día jóvenes del pueblo mataron una equis cerca de la lancha, pero cuando arrimó un pez espada circundando nuestra vivienda, se necesitó la ayuda de veinte hombres para vencerlo. La espada medía un metro y su carne pesaba ocho arrobas.” A Lida Borja le tocó la noche en que un tremendo aguacero vació el cielo sobre la jungla y el río creció varios metros en poco tiempo. Se sintió dentro de la cabina que la lancha se había zafado de sus amarras y saliendo en ropa de dormir, gritando “¡Socorro!, ¡Socorro!”, las tres señoritas trataban de detenerla agarrando ramas de un árbol que se extendía sobre el agua. El ruido de la lluvia apagaba sus gritos hasta que estando ya para darse por vencidas en la lucha con la loca corriente llegaron unos jóvenes y lograron atajar la lancha en su desafiante esfuerzo de aventurarse con los remolinos. Un día en el pueblo de Mercedes, Angel María Chaverra estaba de fiesta. Nativo del Chocó, vestía una vieja camisa descolorida, atada a la cintura, pantalones haraposos y remangados, andaba descalzo como sus paisanos. En su champa paseaba por las calles acuáticas. Este señor, empapado en su exterior por los aguaceros y en sus entrañas „nadando en licor‟ estaba tan feliz como nunca. Las señoritas almorzaban, cuando Angel entró a la casa-lancha. Quitándose el sombrero tropical, se arrodilló ante Margarita y cual político con la plaza dio prueba de su talento oratorio, terminando con una seria de preguntas: “¿Qué están haciendo aquí, Uds.? Esta tierra de los pobres negros chocoanos. Mujeres como Uds. no viene por aquí. Viven en Bogotá. ¿Por qué están en el Atrato? ¿Qué están haciendo en este pueblo?” Luego el visitante se puso en cuclillas para escuchar las razones, para que las señoritas rehusaran las comodidades de la civilización y se sujetaran a un vida de tanto sacrificio en el Chocó, en un río caprichoso y peligroso. Sin comentario el chocoano se bajó de la lancha, cogió el canalete y se fue bogando calle abajo en su champan. Varias veces durante el día volvió y siempre en tono desconsolador se decía, “Tienen la verdad. Pero yo soy tan malo, tan malo, tan malo”. En la Costa del Pacífico Con misioneros y nacionales atendiendo la obra en el Atrato, Pedro Noreña y su esposa Julia buscaban campos nuevos. Exploraron la costa del Pacifico y cinco años más tarde se trasladaron a Jurubidá donde Pedro construyó una casa de guadua suficientemente grande para servir de templo y escuela. Por un tiempo Velma Coffey les acompañó viviendo con su hijo adoptivo, Ferley, en una choza edificada en la arena de la playa. “Velma Coffey con las Cholas que oyeron el Evangelio en Jurubidá” Doña Julia informa: “No todo el tiempo anduvimos viento en popa. Hubo lugar a persecución (obra de Satanás) tratando de derrumbar la Obra de Dios pero el Señor nos libró de la muerte. Nos dimos cuenta una vez que un representante del clero planteaba nuestra muerte para después de un viaje a Buenaventura. A pesar de sus amenazas y los rumores, el Señor aumentó nuestra fe en El. Cuando ya regresaba dicho personaje para llevar a cabo su misión, el barco en que viajaba naufragó y sus restos al igual que otros quedaron en lo profundo del mar”. Las Señoritas Margarita y Gladys visitaron a los Noreña en cierta ocasión. Al llegar el día de regresar, como siempre, había que viajar en lo que llegara; ¡Esta vez fue una lancha transportadora de coco cargada con dos mil de ellos! “Y, ¿Dónde nos acomodamos?” “Pues, encima de los cocos”. Allí encaramadas, con las piernas extendidas hacia delante empezaron su viaje a medianoche, con una buena brisa que prometía un viaje tranquilo aunque incómodo. ¡Pero una vez en el mar fue otra cosa! El aspecto del cielo cambió; nubarrones les envolvieron y la luz de la luna se apagó. En esas tinieblas, sin instrumentos científicos, se perdieron en un mar bravío. Bamboleándose encima de los inestables cocos y bajo un aguacero falto de misericordia, a los viajeros se les olvidó la despedida de los Noreña – “Feliz viaje”. Llegaron por fin al puerto, al otro día, para acariciar sus madrugadas. La obra en la costa floreció. Había escuela con buena asistencia y hasta cien personas en la Escuela Dominical; algunos Cholos bajaban de las cabeceras de los ríos para asistir. Pero en este mundo de tantos cambios, llegó el día en que la familia Noreña tuvo que dejar la obra en Jurubidá y salir al Valle del Cauca para poner a sus niñas en la escuela. No había quien tomara su puesto. Para Pero esto fue una desilusión terrible, puesto que él y su familia habían dado tanto al Señor en esa obra. Esporádicas visitas a los pueblos en la costa y los paquetes del periódico El Mensaje Evangélico desde Cali, fue lo único que la UMEC tenía para ofrecer a los costeños a través de varios años. Familia Noreña Bahía Solano Con el tiempo la enfermera misionera Gladys Jamison mantenía el único centro de evangelismo en la costa entre Buenaventura y Panamá. Los enfermos llegaban a su puerta desde diecisiete pueblos, y los cholos llegaban de los montes a pedir remedios. Durante su residencia en Bahía Solano Gladys tuvo por compañeras a varias maestras nacionales: Esther Salazar, Fabiola Castro, y Marina Cáceres, entre ellas. Al administrar los remedios para cuerpos afligidos, había algo también para iluminar el corazón envuelto en tinieblas – cuadros, láminas, tratados, la Biblia y buenos libros. Siempre llevaban los enfermos el mensaje de Cristo junto con sus píldoras. Un día mientras atendía a los enfermos hubo un alboroto en la playa frente a la casa. Un pescador vió pasar a su enemigo y acompañando sus acusaciones con el machete, empezó la pelea. Vecinos llegaban, unos con palos, otros con escobas y hasta con remos. Gladys alcanzó a escuchar: “¡Lo van a matar!” y en eso salió la enfermera y metiéndose entre el motín los separó con voz de mando: “Dejen eso. Dejen eso.” Como si hubieran sido órdenes de un gran general, se alejaron. Gladys curó al herido que iba perdiendo la pelea pero cuando todos querían entrar a la casa, dio otra orden: “¡Váyanse para la casa!” Se fueron para sus casas. A la hora de almuerzo Gladys suspiró diciendo: “No puedo más.” Pero en eso llegaron dos hombres trayendo en camilla a su enfermo. Lo pusieron en el piso y la enfermera le tomó la presión. Era tan baja que ella se puso a orar mientras su compañera le preparó una jeringa guiada por Dios, aplicó una inyección y al rato se levantó el enfermo con nueva vida. Siempre invisible, siempre presente, Dios obraba con su sierva. Otro día, amaneció lloviendo. “Gracias, Señor”, oraba, “hoy podemos descansar.” ¡Pero no! ¿No sufre la gente los días lluviosos también? Llegaron a las 7:00 a.m en canoa temblando de frío. Un chocolate caliente servido con pan, e inyecciones para el paludismo, y luego: “Amigos, Dios los ama. Cristo murió por Uds.” Llegó el día cuando por la salud la enfermera no podía permanecer en la costa; pero aún así, ella sigue haciendo sus viajes a lo menos dos al año con cajas de remedios y con su literatura evangélica. Desde el momento de aterrizar el avión, se oyen siempre las preguntas: “¿Trajo remedios? Todos están enfermos. ¿Habrá clases para los niños?” Y al llegar a su casa… ¡la cola de pacientes! Una epidemia de tifoidea o paludismo, y media docena de otras aflicciones les azotan. Aún de noche llegan: “Señorita, mi mamá se está quemando de fiebres. Está mala, mala. Tenga este huevo, Señorita. ¿Puede ayudarnos?” “¿Señorita, cuándo vuelve?” Llegará el día cuando no vuelva más. Y, entonces, ¿Habrá otras manos de misericordia? ¿Otras voces con el mensaje para los esparcidos en la costa? CAPÍTULO VEINTE ¿SE APAGARA LA LLAMA? Al mirar en retrospecto se ve la Iglesia de Cristo establecerse donde por siglos no había ni la luz, ni el calor de una llama espiritual. Se comprende el trabajo que costó prender antorchas mientras las flechas satánicas debilitaban las manos de los hermanos. Las caídas y los levantamientos de pequeños grupos es historia; se vieron desaparecer edificios mientras la grey fue esparcida para luego surgir iglesias en otros contornos. Los grandes centros eran campo bastante difícil por el odio y la humillación que sufrían los evangélicos. De modo que la obra creció lentamente en los centros urbanos. Por años La Unión Misionera no tenía sino una iglesia en Cali. Pero en los campos, al cambiar la religión, uno no tenía tanto que perder y las personas encontraban que Jesucristo añadía gozo, paz y seguridad a su vida. La cuestión de edificios se resolvía fácilmente; una sala, un corredor o un patio servía de templo mientras podían construir una ramada, una escuelita o una capilla. Siempre desde el principio el terreno y las construcciones pertenecían a la congregación, nunca a la Misión foránea. Las iglesias sufrían sus altibajos, pero Dios avivaba a su pueblo. Siempre el Espíritu Santo puede poner carne en los huesos secos, dada la oportunidad. Después de los años de violencia hubo un despertar en los grandes centros. Los desterrados de los campos, llegando a los pueblos, trajeron su testimonio a los barrios y donde se asentaron se establecieron „cultos‟ que en muchos casos luego formaron congregaciones. La Iglesia en Cali bajo el ministerio de Ruperto Vélez organizó su primera iglesia-hija, La Floresta, mientras sufría el país la „violencia‟. Pronto apareció otra hija, y otra, hasta que hoy tiene iglesias nietas en los barrios de la gran metrópoli. En el departamento del Cauca la raza negra aceptó el mensaje del amor de Dios con su acostumbrado fervor y celo. Nunca vivió ningún misionero de la Misión en el Cauca. Los queridos caucanos se constituyeron en evangelistas al conocer a Cristo. Hace diez años una octogenaria, Irene V. de Cambindo, entregó la autora de estas líneas un papelito diciendo: “Hermana, ore por estos lugares. Son los veintiséis caseríos que yo evangelicé cuando podía andar”. Los esposos Palmer llegaron a radicarse en la aristocrática y hermosa ciudad de Pereira donde encontraron el ambiente favorable. Al año bautizó a doce personas y estableció servicios de prédica con una asistencia de cincuenta. Entre los convertidos había un zapatero, Darío Álzate, que empezó sus estudios teológicos (TEE) con afán y a la vez servía de evangelista cuando se le ofrecía la oportunidad, siempre haciendo sus zapatos para el sostén de la familia. Tal dedicación le preparó para la Obra que Dios había dispuesto para su siervo. Hoy la Iglesia de Pereira se goza de tener 280 bautizados, entre los cuales hay 25 obraros de medio tiempo entre los hombres y mujeres encargados de dirigir grupos en los diferentes barrios. Cuatro iglesias-hijas, dirigidas por cuatro obreros de tiempo completo que son el fruto de ministerio del hermano Darío Álzate. Actualmente Darío está siendo utilizado por el Señor en un Ministerio más amplio con todas las iglesias y la Iglesia es pastoreada por Celinde Ortiz. En Medellín se organizó la Iglesia en 1975. Dos personas columnas de esta iglesia eran procedentes de Palmira: Hortencia Loaiza, llamada la „pastora‟ por su compasión y abnegación en el trabajo en La Maranatha, y Manuel Hernández cuya familia fue evangelizada en 1948 por Alcides Rivas y Guillermo Iriarte, estudiantes en el Instituto Bíblico. Una de las Iglesias más nuevas en organizarse es la que conforma el llamado grupo “Los Cristales” en Cali. Esta se inició por el trabajo del Dr. Carlos Tasamá y la misión del Rvdo. Ray Zuercher quienes deseaban mucho tener una obra establecida entre la clase media y que alcanzara a los profesionales para Cristo. Actualmente es pastoreada por Marco A. Castañeda y funciona en la Casa de la Misión en el barrio Champagnat. Y así Dios está multiplicando el testimonio en las Iglesias, juntando su Iglesia invisible. Pasos gigantescos se han tomado últimamente que garantizan la perturbación de la UMEC. El Instituto Bíblico Ebenezer por primera vez goza de administración por nacionales, con el Lic. Otho Casamachín como director. Hace tiempo que el Hospital La Maranatha es regentado por nacionales sin ayuda de extranjeros. El propósito número 1 del hospital es „ser un faro para Cristo‟. La juventud organizada como JUMCOL actualmente lleva a cabo un programa de seminarios, concentraciones, campamentos y visitas a las iglesias por parte de los designatarios. Hay una comisión de Evangelismo que vela por la preparación de materiales sobre técnicas para campañas evangelísticas. Lleva a cabo las campañas y goza de tener siete evangelistas a la orden de las iglesias. Y el campo en el Chocó no es olvidado. Dios ha levantado manos nacionales para realizar el trabajo allí. La iglesia de Quibdó es fuerte y tiene visión misionera. Las Hijas del Rey (Damas de la Misión) se han hecho responsables para el sostén del obrero Feliciano Navia trabajando en la costa del Pacífico. Los esfuerzos para discipular a los convertidos muchas veces fue descuidado en el pasado. Ahora una comisión de edificación presidida por Evelio García se preocupa por un programa extensivo entre todas las iglesias para preservar los resultados del evangelismo y preparar líderes para el futuro. Otro paso adelante – propiedades de la misión foránea ha pasado a la personería nacional y quedan en buenas manos. “Donaldo, Dorothy, Jean y John Palmer” “Dedicación Iglesia de Pereira” CAPÍTULO VEINTIUNO ¿BRILLA AUN LA LLAMA? El último corredor llegó a Cali ya el sol se deslizaba por el otro lado de la sierra, pintando la bóveda del mundo, color de rosa. La llama Olímpica, prendida en Méjico, fue llevada desde Bogotá hasta Cali donde miles de personas esperaban verla brillar. No sólo la ciudad se había preparado para recibir los Juegos Panamericanos aquel fin de julio de 1971. La UMEC ya tenía listas medio millón de hojas con un mensaje especial para los deportistas. Cada noche mientras treinta y tres banderas flameaban al viento sobre el parque Panamericano, Floyd Zuercher colocaba su poderoso aparato para anunciar el mensaje de Cristo hasta los rincones. Don Ray abría cajones de Biblias para vender, mientras Guillermo Gibson alzaba su trompeta plateada y Eliseo Iriarte se colocaba su acordeón. ¡Gente! ¡Más gente! Un ex-sacerdote de Méjico necesitaba ayuda en su fe. Hippies de Venezuela; deportistas de los Estados Unidos; unas rubias nadadoras Canadienses, mejicanos musculosos, cantantes efervescentes de Haití – todos amigables y abiertos para recibir una palabra de testimonio de los hermanos. Haría apenas quince años que las biblias ardían en fogatas públicas ¿Qué pasa ahora en Cali? “¿Este libro es la Biblia”? Hace años he deseado tener una”, dijo Sergio. “Dios ha hecho un milagro. Mi esposa y yo estamos leyendo la Biblia”, le contó José a Ray Zuercher. “Qué dicha, ahora tengo la Biblia”. Antonio le decía a Avelino: “Encontré esta hoja en el suelo. Es buena. Ahora quiero tener la Biblia”, explicó un joven al comprar las Sagradas Escrituras. En El País, fechado el 13 de Agosto, se leía lo siguiente: “El fuego Olímpico, símbolo espiritual del gran evento en el hemisferio accidental, que ardía en su pedestal desde el 30 de julio, SE APAGO hoy en un programa impresionante. Los juegos Panamericanos, las multitudes, la competencia tan emocionante, TODO SE ACABO”. Apenas dos semanas y la gloriosa antorcha, prendida en MÉJICO SE EXTINGUIÓ. Cali, ciudad honrada por los juegos, gastó cinco años en preparación y millones de pesos para aparecer como una ciudad digna – y, ¡su gloria duró quince días! Paro la LLAMA prendida hace dos mil años en el monte del Calvario, penetrando los siglos, llegó hasta nosotros y no se puede apagar. Durante estos setenta y cinco años en Colombia la luz divina ha sido llevada de mano en mano y el Diablo con todas sus maquinaciones no la ha podido, ni podrá extinguirla. ¡HERMANOS, TENGAMOS EN ALTO! CAPÍTULO VEINTIDÓS Y, LA LLAMA SIGUE EN ALTO. Actualmente la Unión Misionera sigue haciendo historia que ha de servir a través de los tiempos para que el nombre del Rey de Reyes y Señor de Señores sea glorificado. No hay claudicación y no quiere dejar apagar la llama en la antorcha que por 75 años se ha sostenido en alto. A partir de 1981 la Convención de Iglesias decidió solicitar a Sepal de Colombia (Servicio Evangelístico para América Latina) al brindar a la Unión Misionera una Asesoría constante y efectiva para estructurar un plan general y real que se pudiera desarrollar en forma efectiva y apuntara al objetivo primero de la Iglesia de Cristo que es el complimiento de la “Gran Comisión”. Esta asesoría ha venido dándose especialmente a través de los hermanos Rvdo. Ruperto Vélez, Rvdo. Marcos Asp y Rvd. Darío Platt. El mismo año de 1981 la Convención nombró como presidente de la U.M.E.C al Rvdo. Manuel Badillo quien fue el primer presidente que comenzó a realizar esa tarea sostenido de medio tiempo por todas las Iglesias. Así el comité ejecutivo con la colaboración de todas las comisiones nombradas por la Convención inició en ese año la estructuración de un plan llamado “Plan Máster” que fue presentado a la Convención de 1982 para ser discutido y aprobado. Este plan tiene cuatro (4) objetivos centrales de gran importancia, los cuales son: 1. Colombia convertida a Cristo y las personas ganadas involucradas a la Iglesia local. 2. Iglesias responsables y reproductivas establecidas en toda región del país. 3. Obreros suficientes para todas las Iglesias, formados y ubicados. 4. La totalidad de las entidades de la Unión Misionera Evangélica Colombiana administradas adecuadamente. El plan presentado a la Convención de 1982, realizada en los primeros días del mes de enero en El Llanito Valle, tenía un total de 17 metas u objetivos plenamente medibles, de los cuales al hacerse una evaluación en 1983 se encontró que se había realizado plenamente un 75% del plan. El plan máster presentado y aprobado en forma unánime por la Convención de 1982, va ampliándose cada año hacia el logro cada vez de objetivos más precisos. Para la Convención de enero de 1983 se presentaron 36 metas precisas que deben cumplirse, siendo una de ellas la celebración de los 75 años de testimonio sostenidos por la Unión Misionera en Colombia durante esas “Bodas de Diamante” la celebración de una campaña evangelística masiva en Cali y la publicación de este libro como historia de la obra evangélica realizada por la misión para la gloria del Señor Jesucristo. Fue aprobado de nuevo el “Plan Máster” con sus 36 metas, en forma unánime y para el liderazgo en la realización del plan, la Convención nombró sus designatarios y comisiones así: MIEMBROS DEL COMITÉ NACIONAL U.M.E.C. – 1983 J. MANUEL BADILLO N. Presidente de la UMEC ENRIQUE BRACHO Presidente de la Comisión de Evangelismo EVELIO GARCÍA Presidente de la Comisión de Edificación IVAN SUÁREZ Presidente de la Comisión de Entidades ROY LIBBY Presidente de la Misión U.M.E ANSELMO ALEGRIAS Presidente de la Comisión de Ancianos Mayores NOHEMI DE LOAIZA Presidente de las Hijas del Rey OTHONIEL CASAMACHÍN Director del Instituto Bíblico Ebenezer MIEMBROS DE LAS COMISIONES COMISIÓN DE EVANGELISMO Enrique Bracho (Presidente) Celinde Ortiz Darío Alzate Obed Varón Marco Aurelio Castañeda COMISIÓN DE EDIFICACIÓN Evelio García (Presidente) Judith Castillo José Rengifo José Sánchez Roy Libby COMISIÓN DE ENTIDADES Ivan Suárez (Presidente) Dr. Pablo Rodríguez Othoniel Casamachín Nehemías Salazar COMISIÓN DE ANCIANOS MAYORES Anselmo Alegrias (Presidente) David Vivas Macario Arrubla José Polonio Fori Arnulfo Borja EL EPILOGO (Versión Colombiana de Hechos 11:32-39) ¿Y qué más digo? Porque el tiempo me faltaría contando de Forí, González, Polanco, Garcés, Serrano, Herrera, Gutiérrez, Bedoya, Grisales, Manzilla, Guevara, Escobar, Espinosa, y docenas más… que por su fe edificaron escuelas, capillas y casas pastorales, sacrificaron para sostener obras de la UMEC, sirvieron las mesas en las convenciones, visitaron y sanaron a los enfermos, enseñaron escuelas, donaron para tener colegios, hospital y para evangelizar. Algunos experimentaron vituperios, azotes, machetazos y cárceles, durmieron en cafetales, fueron apedreados, muertos a bala, heridos, anduvieron de acá para allá, perdieron sus fincas y cosechas, pero salvaron su fe y su testimonio. Fueron pobres, angustiados, maltratados y en este mundo no recibieron lo prometido… “Pero Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis mostrado hacia su nombre”. Heb. 6:10 “La Autora, Florencia Shillingsburg evangelizando durante los juegos panamericanos” “Sitio para „Las Bodas de Diamante‟ – Junio 29 – Julio 3, 1983”