NIÑO DE MAR ISABEL DE DIOS GARCIA

Transcripción

NIÑO DE MAR ISABEL DE DIOS GARCIA
NIÑO DE MAR
ISABEL DE DIOS GARCIA
En sus ojos se reflejaba el mar.
Me desperté súbitamente. El ruido de las olas se adivinaba en el dulce silencio
de una noche de verano. La imagen de las olas rompiendo reflejadas en el iris de un
niño me despegó de la tranquilidad que se respiraba la madrugada del 3 de agosto de
1967. Un escalofrío me recorrió el cuerpo de arriba abajo.
Salí al patio de aquel viejo caserón heredado del fallecido tío de mamá, al que yo
no tuve el honor de conocer. Anduve por su jardín, poco cuidado, hasta llegar a la valla
que daba acceso a la playa.
El viento me azotaba en la cara y me revolvía el pelo, como era habitual en aquel
pequeño pueblo gaditano. La única luz que me permitía ver las olas romper contra la
orilla eran los farolillos de los pescadores que se encontraban a varios metros de mí.
Por unos momentos logré olvidar el objeto de mi desvelo y salté la pequeña valla
que me impedía el paso a aquella playa de pescadores. Nada más tocar la arena un
sentimiento de paz me recorrió el cuerpo. Empecé a andar por ella.
Diana.
Me di la vuelta al oír mi nombre, pero allí, no había nadie.
Diana.
Esta vez al volverme me encontré a un niño que me miraba con curiosidad. Le
saludé y le pregunté su nombre, pero él ignoró mi pregunta.
Sígueme.
En sus ojos vi el mar.
Le seguí sin conocimiento, sin saber qué hacía, sin preguntarme por qué aquel
niño no abría la boca al hablar, sin preguntarme por qué se dirigía con tal decisión al
mar, ni por qué se adentraba en las oscuras aguas sin dilación.
El rumor de las olas cada vez se adentraba más en mis oídos, creando una
especie de canción que acompañaba nuestros pasos. El niño se daba la vuelta de vez en
cuando, para ver si seguía tras de él.
En sus ojos se reflejaba el mar.
Anduve hasta que mis pies ya no tocaron el suelo, hasta que el agua me cubrió y
las olas me arrastraron mar adentro. No luché por liberarme de aquel abrazo salado, por
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volver a la orilla donde estaba a salvo. Me estaba ahogando, pero no podía apartar los
ojos de los de ese niño que hablaba sin despegar los labios.
- ¿Quién eres? – acerté a preguntar, ya casi no me mantenía a flote. El niño se
río, y se metió debajo del agua. Al poco tiempo noté como alguien tiraba de mí hacia
abajo, y no opuse resistencia.
El niño reía.
Noté cómo mis pulmones se llenaban de agua, cómo mi corazón latía cada vez
más despacio.
De repente, alguien me asió del brazo con fuerza y todo se volvió negro.
Me desperté en la cama de un hospital.
Durante los días posteriores a aquella noche decenas de médicos y enfermeras
desfilaron ante mis ojos, buscando alguna prueba física que explicara por qué decía
haber seguido a un niño que, según los pescadores que me arrastraron a la orilla, no
existía.
Varios psicólogos me trataron, esperando a que entrara en razón y dijera que
aquel niño en cuyos ojos se reflejaba el mar era una invención, que me había intentado
suicidar por problemas sentimentales y que todo me lo había inventado para que mis
padres no pensaran que me quería quitar la vida.
Nunca tiré la toalla, aunque igual hubiera sido mejor aceptar la versión de los
psicólogos y olvidar el día en el que todo cambió. Pero no he podido hacerlo.
Los años siguientes trascurrieron en una espiral de extraña normalidad mezclada
con el miedo a mi suicidio por parte de mis padres y mi propio miedo a aquel niño por
el que casi pierdo la vida y sobre cuya existencia me preguntaba cada vez más a
menudo.
Con el tiempo conseguí dejar de pensar en ese día; me licencié en Magisterio,
me casé y tuve dos hijos. Pero, desde que mi marido falleció, aquel niño está presente
en todo lo que hago. Lo siento cuando salgo a pasear, cuando como, cuando duermo,
cuando me miro en el espejo…, por eso ahora estoy aquí, en la playa en la que lo vi por
primera y única vez, hace cincuenta y tres años.
Me asombra ver que todo sigue igual que lo dejamos. La casa del tío de mamá
que pusieron en venta tras el incidente apenas ha cambiado y la playa sigue siendo
pequeña y acogedora.
Siento que estoy donde debo estar.
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Empiezo a andar saboreando cada paso, cada bocanada de aire que inspiro. No
me paro cuando me topo con el mar. Sigo avanzando, segura, sin volver la vista atrás.
Nunca debieron sacarme de aquí.
De repente noto que algo emerge del mar.
Era él.
Sabía que volverías.
Lo último que vi fueron las olas rompiendo en sus ojos.
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