Las emociones son sociales

Transcripción

Las emociones son sociales
Las emociones son sociales
Brian Parkinson
Departamento de Psicología, Universidad de Leicester, University Road, Leicester, LE1 7RH, Reino Unido (en la
actualidad, Department of Experimental Psychology, University of Oxford, South Parks Road, Oxford OX1 3UD,
UK, nota del T). (Traducción de Javier Roberti para la Cátedra Psicología General de M. E. Colombo, UB, UBA)
Resumen: En el presente trabajo se cuestiona la concepción de que las
emociones son sobre todo reacciones individuales. En cambio, se propone
que, muchas veces, cabe considerarlas como fenómenos sociales. Se
muestra que varias de las causas de las emociones son definidas de modo
interpersonal, institucional, o cultural; que las emociones normalmente
tienen consecuencias para los otros; que tienen funciones interpersonales y
culturales en la vida diaria. Además, en muchos casos, las emociones son
fenómenos esencialmente comunicativos más que internos y reactivos. Los
investigadores han generalmente desestimado la importancia de los
factores sociales en el proceso causativo y en la constitución de las
emociones. En conclusión, se recomienda complementar o reemplazar los
enfoques cognitivo y fisiológico por un análisis social psicológico.
En el concepto tradicional de emoción tanto en psicología como en el sentido común
se asume que una emoción es una reacción esencialmente interna y personal. Este
supuesto general ha tenido dos consecuencias básicas para la investigación. La
primera, al pensarse a las emociones como ubicadas principalmente dentro del
cuerpo o de la mente de la persona que las experimenta, se supone comúnmente que
las mismas se pueden analizar mejor desde una perspectiva psicológica (Capioppo,
Berntson y Klein, 1992, LeDoux, 1986) o desde una perspectiva cognitiva (Barnard y
Teasdale, 1991; Bower, 1981; Lazarus, 1991). En segundo lugar, ya que la experiencia
emocional se toma como principalmente privada, la comunicación de la emoción es
vista como un derivado que depende de la emoción individual previa (Buck, 1984).
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En el presente trabajo, se cuestionan ambas conclusiones al proponer que la
psicología social provee la mejor perspectiva para dar cuenta de varios aspectos de la
emoción y que los factores comunicativos están en el centro de los fenómenos
emocionales.
El presente trabajo hace referencia a dos cuestiones: En primer lugar, en lo que
constituye un punto menos controvertido, se mostrará cómo, al tomar en cuenta los
factores interpersonales, institucionales y culturales relacionados con la emoción, se
aclaran las causas, las consecuencias y las funciones de las emociones en la vida
cotidiana. Nuestra conclusión es que el análisis socio psicológico es al menos un
componente necesario de cualquier teoría de las emociones. En segundo lugar, se
presentará un enfoque que da relevancia a los aspectos sociales al sostener que las
emociones podrían verse como formas de comunicación en las que se realizan
representaciones evaluativas sobre otras personas. Si este aspecto comunicativo de la
emoción es válido entonces se abre la posibilidad de adoptar un enfoque amplio
socio psicológico sobre la emoción.
La hipótesis de que las emociones son sociales no niega que los procesos cognitivos y
fisiológicos contribuyan también al fenómeno emocional. Por supuesto que
contribuyen. El tema implica la prioridad conceptual relativa de cada uno de estos
conjuntos de factores que interactúan. Desde nuestra perspectiva, aunque el
funcionamiento emocional siempre incluye procesamiento cognitivo y respuestas
fisiológicas en algún nivel, y siempre tiene algún tipo de impacto en la experiencia
personal, los principios organizativos del síndrome dependen en última instancia de
los aspectos sociales.
Las causas sociales de la emoción
Los demás son una de las causas más comunes de la emoción. Por ejemplo, Shaver
Wu y Schawartz (1992) categorizaron 600 descripciones de ira, miedo, felicidad,
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amor y tristeza y encontraron que más de tres cuartos de las mismas tomaban en
cuenta la relación del sujeto con otras personas como aspecto central de la emoción.
Con relación a esto, Kemper (1978) sostuvo que “una gran cantidad de emociones
humanas son producto de los resultados reales, anticipados, imaginados o recordados de las
relaciones sociales: “fulano dice que no me ama”; “mi jefe dice que hice un buen
trabajo”; “digo que soy honesto pero me pescaron mintiendo…” (p 32, énfasis en el
original). Dada la importancia obvia de los factores interpersonales en la causación
de la emoción, podría resultar sorprendente que la mayor parte de la investigación
psicológica sobre emoción tendió a apoyarse en la manipulación no social en la que a
un solo sujeto pasivo se le presenta material emocional (ejemplo inter alia, Buck,
1979, Laird, 194; Lazarus y Alfert, 1964; Smith y Lazarus, 1993; Valins, 1966; Zajone,
Murphy y Inglehart, 1989). Sin embargo ha habido trabajo teórico y empírico sobre
los modos en los que otras personas pueden influenciar las reacciones emocionales.
En las siguientes secciones, se revisan estos enfoques.
La significancia emocional definida interpersonalmente
De acuerdo con la teoría de la evaluación (appraisal theory) de Lazarus una
condición necesaria y suficiente para la emoción es que la situación de vida actual de
la persona sea evaluada como que la misma tiene un efecto significativo en los
asuntos personales. En otras palabras, un hecho tiene que ser importante para la
persona que lo experimenta para que cause una emoción. La teoría enfatiza las
evaluaciones cognitivas individuales de la significancia personal en las emociones
mediadoras. Pero, ¿qué es lo que hace que los hechos sean personalmente
importantes? Parte de la respuesta es que los hechos a menudo adquieren
importancia para una persona durante interacciones sociales y en el desarrollo de
relaciones personales. En este caso, las variables sociales son cruciales para la
explicación de varias emociones.
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Para dar algunos ejemplos simples, probablemente los objetos más importantes para
un sujeto sean precisamente otras personas. Lo que la gente hace y dice es lo que
generalmente más afecta a un sujeto especialmente si este sujeto se encuentra en una
relación estable con estas personas (tanto una relación amigable como antagonista).
Si una persona es abandonada por otra, es cuestionada por otra, es felicitada por
otra, si se le devuelve un favor, por ejemplo, la emoción, en todos estos casos, es una
respuesta obvia. En todos estos casos, incluso si la evaluación es una necesidad
lógica para considerar al episodio como emocional, las causas que establecen la
diferencia real son sociales.
La evaluación específica asociada a las emociones particulares también implica
muchas veces un contenido social inherente (Smith y Lazarus, 1993). Por ejemplo la
ira, los celos, el amor, el odio, la vergüenza, la envidia y el odio son todas emociones
que dependerían de la evaluación del estado de la relación actual del sujeto con
respecto a otras personas. Incluso las emociones cuya estructura de evaluación no es
necesariamente social a veces se relacionan con factores sociales. Por ejemplo, los
individuos podrían tener miedo a otras personas, sentir ansiedad acerca de lo que
los otros podrían pensar sobre ellos, sentir orgullo sobre su posición social, sentirse
esperanzados acerca del futuro de una relación, culpa con respecto a algún daño que
hicieron, etcétera.
Evidentemente, una gran parte de lo que produce que alguien sienta una emoción
está relacionado con otras personas de alguna manera. De acuerdo con la evaluación,
la importancia emocional de tales objetos y hechos depende de un proceso privado
cognitivo interpretativo por el que se evalúa la importancia con respecto a los
intereses personales. Sin embargo, es también posible que la evaluación misma sea
en parte mediada por las interacciones sociales. Por ejemplo, la evaluación de la
importancia personal podría desarrollarse a lo largo de conversaciones con los otros
durante las cuales las conclusiones se negocian dinámicamente entre quienes
interactúan en lugar de ser formuladas totalmente en sistemas mentales
individuales. La importancia emocional de lo que está sucediendo podría pasar a ser
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mutuamente aparente sólo como una función de un proceso de razonamiento
interpersonal, conducido en un diálogo coordinado verbal y no verbal. Las
experiencias en las que las emociones dirigidas hacia los demás como el amor o el
odio parecen simplemente nacer en la persona y podrían surgir efectivamente de ese
modo, en el que ninguna de las partes es consciente de los sentimientos que resultan
de las intenciones individuales. Evidentemente, los procesos cognitivos puramente
internos también juegan un papel necesario en dichos procesos interpersonales pero
la explicación amplia de los episodios emocionales relevantes también requeriría que
se tome en cuenta el proceso social en desarrollo.
La significancia emocional definida culturalmente
Aunque muchos de los objetos y de las causas de la emoción estén ubicados
principalmente en el ámbito interpersonal, su importancia emocional particular está
también definida por sistemas de valores culturales más amplios (Lutz, 1988,
Rosaldo, 1984). Así, el modo específico de negociación interpersonal de la
importancia emocional depende en parte de una base de prácticas socializadas de
interacción. De este modo, la cultura como así también los factores interpersonales
realizan una importante contribución a la determinación social de la emoción.
Por ejemplo, en muchas teorías de la emoción (inclusive en la teoría de la
evaluación) se asume que las emociones dependen de eventos que tienen un impacto
en el progreso de los proyectos personales (Carver y Scheier, 1990; Frijda, 1986;
Mandler, 1984), y esto implica que la naturaleza de estos proyectos representa un
factor determinante en la causa de la emoción. Obviamente, dichos objetivos que los
seres humanos persiguen son comunes a todos los miembros de la especie (ejemplo,
comida, refugio, sexo) y cualquier emoción que los involucre probablemente tenga
alguna base biológica (Mesquita y Frijda, 1992). Sin embargo, la mayor parte de lo
que hace que las personas experimenten emociones también depende de objetivos
que aporta la cultura, como la riqueza, la reputación, la libertad y la autoestima. Las
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personas de diferentes culturas son socializadas para asignar valores relativos
diferentes a tales factores y así reaccionan de un modo diferente con respecto a los
hechos que facilitan u obstaculizan el logro de dichos objetivos. Por ejemplo, parece
posible que las emociones de auto asertividad como la ira podrían ser más comunes
en individuos de la cultura occidental que en sociedades orientales que tienen una
orientación más comunitaria (Markus y Kitamaya, 1991). Algunos modos culturales
de evaluación y prácticas de interacción social son aparentemente tan idiosincráticos
que resultan en emociones que aparentemente no tienen equivalente directo en
términos anglo-americanos, como “amae” en Japón (Morsbach y Tyler, 1976).
Reglas de manifestación y reglas de sentimientos
Además de proveer un marco evaluativo de referencia al definir lo que significa
tener una emoción acerca de algo, la cultura y las instituciones también promueven
expectativas implícitas y explícitas sobre la interacción que podría influir los modos
en los que se manifiestan los episodios en los que intervienen las emociones en el
escenario interpersonal. Por ejemplo, en revistas aparecen notas sobre relaciones
personales en las que se recomiendan códigos de conducta emocional específicos
(Cancian y Gordon, 1988). Del mismo modo, las empresas de servicio a clientes a
menudo proveen entrenamiento explícito que determina el tipo y el grado de
emoción que es aceptable sentir o mostrar hacia los clientes (Hochschild, 1983,
Parkinson, 1991; Rafaeli y Sutton, 987). Además, en un nivel cultural más amplio, las
distintas sociedades poseen diferentes normas acerca de lo que es apropiado con
relación a las emociones. Para los esquimales Utku, por ejemplo, la demostración de
ira se considera infantil (Briggs, 1970), mientras que para los estadounidenses ciertos
tipos de enojo son necesarios e incluso son admirados en circunstancias específicas
(Averill, 19882; Stearns y Stearns, 1986).
Varios teóricos minimizan la importancia psicológica de las normas acerca de los
modales emocionales al enfatizar los límites biológicos en el grado potencial de la
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influencia sobre la emoción de base. Por ejemplo, se sostiene que las emociones
dependen
de
un
circuito
neurológico
y
de
sistemas
psicológicos
cuyo
funcionamiento podría estar camuflado pero nunca alterado en su fundamento por
las estrategias de regulación social (Ekman (1972) y su regla de manifestación de
emociones. De modo similar, por sentido común se piensa que la esencia natural de
la experiencia emocional siempre permanece aislada de la influencia distorsionante
de la cultura (Fridlund, 1994), y que nuestros sentimientos verdaderamente privados
podrían dejar ver lo que intentamos hacer con los mismos (Ekman y Friesen, 1974).
Aunque existan límites incuestionables en las posibilidades de controlar las
emociones una vez que aparecen, en realidad la distinción entre las normas y
convenciones culturales acerca de la expresión emocional, por un lado, y la
experiencia emocional natural por el otro lado, no es tan clara como muchas veces se
supone. Por ejemplo, existen por lo menos tres modos en que los procesos
institucionales
y
sociales
podrían
alimentar
directamente
al
proceso
de
determinación de la emoción.
Primero, las personas a menudo están explícitamente entrenadas para evaluar
situaciones emocionalmente relevantes en modos que son institucionalmente
adecuados. En este sentido, Hochschild (1983) encontró que las azafatas de Estados
Unidos habían sido entrenadas por los empleadores para que vieran a la cabina del
avión como el living de su casa y a los pasajeros como sus invitados, por medio de
técnicas análogas a las del método de actuación de Stanislavski (1965). Con esta idea,
los pasajeros problemáticos eran tratados como niños que se portaban mal o como
personas que no sabían cómo enfrentar sus propios problemas. Esta original
perspectiva acerca de la situación aparentemente alentaba la expresión y la
experiencia de actitudes y reacciones emocionales hacia los clientes que eran
adecuadas institucionalmente. Como explicó una de las entrevistadas por
Hochschild (1983): “Intento recordar que si alguien está bebiendo demasiado es
porque debe de tener miedo a volar. Me digo a mí misma: es como un niño.
Realmente es así. Y cuando lo veo así, no me enojo si me grita porque es un niño el
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que me grita” (p 55). En términos más generales, los modos en los que las
organizaciones definen la realidad emocional podrían directamente dar forma a las
respuestas emocionales a dicha realidad.
Segundo, las ideas sobre cómo la emoción debería expresarse no existen en un
mundo platónico separado de la vida diaria. En realidad son discursos que se ponen
en práctica al evaluar la conducta (Edwards y Potter, 1992), como así también
esquemas intersubjetivos para la interpretación. Al punto que las reglas orales o
escritas, implícitas o explícitas sean implementadas por los poderes que sean, su
efecto en la emoción va a ser más que una distorsión de la noción del modo en que se
expresa. Las reglas institucionales y culturales acerca de la conducta adecuada guían
el comportamiento de las personas y directamente limitan o facilitan ciertas formas
de emoción.
Por último, las ideas sobre la emoción permean la trama misma de las instituciones y
la sociedad (Foucault, 1977). No solo es cierto que ciertas emociones están
estimuladas o prohibidas con respecto a ciertas personas, sino que también la
organización física del mundo cultural coloca límites concretos en lo que es correcto
o no en el ámbito de las emociones. Un simple ejemplo es el modo en que las
personas con autoridad colocan barreras sociales y estructurales frente al contacto no
controlado con sus subordinados. Las emociones sólo pueden comunicarse
directamente a quien está presente y, de ese modo, la posición física de de los
funcionarios controla los intercambios afectivos de un modo bastante tangible.
Las emociones sociales como causas de las emociones
En la sección previa se trató a la emoción como una respuesta a los factores
interpersonales, institucionales y culturales de varios tipos. Aquí se ampliará el
análisis considerando a la emoción como parte de un proceso social dinámico. En
esta sección se pone énfasis en las emociones de los demás como un subgrupo de
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causas sociales posibles de la emoción para poder mostrar que las emociones median
las transacciones entre personas en lugar de simplemente producir efectos en la
conciencia privada.
La investigación en la transmisión de la emoción interpersonal a menudo se basa en
el presupuesto de que las interacciones emocionales involucran intercambios
complejos y demorados de procesos cognitivos – interpretativos individuales (Buck,
1984). La emoción se piensa como experimentada en una persona, expresada a través
de la utilización de los canales que están disponibles y transmitida a otra persona
que debe decodificar el mensaje y, en última instancia, reaccionar al contenido de la
información. Cualquier respuesta emocional a la comunicación original debe a su
vez ser codificada, luego transmitida y así sucesivamente. En la vida diaria, a
diferencia de lo que ocurre en un laboratorio, la coordinación de la emoción y de las
señales emocionales puede ser menos cognitiva y sin etapas tan bien definidas. En
las siguientes secciones se presentan algunas de las maneras en las que las
emociones podrían formar parte del proceso interpersonal continuo y provocar
emociones similares o contrarias en los demás.
Reciprocidad y contagio emocional
La investigación sobre la incorporación mutua de respuestas no verbales interactivas
sugiere que la persona automáticamente alcanza ritmos sincronizado en las
conversaciones con los otros (Bernieri, Reznick y Rosenthal, 1988). Los significados
emocionales están contenidos en los patrones de postura y gestos que se presentan
de este modo y casi no es necesario que exista un proceso de decodificación explícito
para alimentar el sistema de control de conducta. La sincronización se establece
entre los sujetos de modo automático y la información emocional podría leerse
directamente a partir de la información perceptual dinámica disponible (Gibson,
1979).
Con relación a esto, Hatfield, Capiopp y Rapson (1992) sugirieron un modo en el que
la emoción podría comunicarse sin interpretación específica de señales transmitidas.
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Los investigadores argumentaron que en ciertas situaciones sociales, los
comportamientos expresivos son imitados automáticamente (Meltzoff y Moore,
1977), y las respuestas copiadas podrían directamente contribuir a la autopercepción
de la emoción a través de la retroalimentación facial y corporal (Laird y Bresler,
1992). Si este análisis es correcto, habría una tendencia natural para captar el humor
de la persona con la que se interactúa.
De modo similar, si la interacción es antagonista en lugar de filial podría suceder que
tengan lugar emociones contrastantes o correspondientes en las dos partes, no
porque se conjuguen acciones no verbales sino porque tienden a producir tipos
oposicionales de respuesta en el otro. El proceso en el que la emoción se transmite y
se responde podría ser análogo al que sugirió Hatfield y sus colegas en esos casos
también. Los comportamientos no verbales podrían directamente conducir a sus
correspondientes conductas no verbales y, de ese modo, a emociones. Por ejemplo, la
ira tiende a incluir una actitud de postura hacia adelante (Rivera, 1977) junto con
movimientos incisivos como apuntar con el dedo índice al adversario. Si una
persona se encuentra en una posición débil con respecto a la posición del oponente,
entonces la primera persona tenderá a agacharse y encogerse automáticamente, una
postura defensiva en desarrollo que media la actitud emocional interpersonal de
vergüenza o culpa y podría experimentarse como tal (Stepper y Strack, 1993). Otro
caso sería que dado un conjunto diferente de relaciones iniciales, la persona pueda
resistir el avance del oponente y realice un contra ataque. En este caso, la defensa se
experimentaría en términos de ira recíproca.
Además de los posibles efectos directos de los índices no verbales de la emoción
sugerida por la investigación sobre el contagio de las emociones, existen asimismo
efectos indirectos de la comunicación emocional del otro en las propias reacciones
emocionales en una situación interpersonal. El modo en que una persona cree que
los demás se sienten sobre una situación o con respecto a esa misma persona tiene
consecuencias emocionales obvias para ésta. Por ejemplo, Gottman (1979) demostró
que las conversaciones matrimoniales de parejas insatisfechas generalmente
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presentaban pruebas de reciprocidad afectiva en la que la comunicación de una
emoción negativa de una parte tendía a conducir a la consecuente expresión de una
emoción negativa de la otra parte. El mismo patrón ocurría también con el afecto
positivo. En otras palabras, dentro de ciertas emociones, se aplica una política de
intercambio equivalente para las interacciones emocionales, donde si una persona
dice algo agradable entonces los buenos sentimientos se devuelven, pero si dice algo
negativo, la respuesta tiende a expresar sentimientos malos también. En contraste,
Gottman halló que las relaciones exitosas se caracterizaban por un patrón más
complementario de intercambio afectivo, con expresiones de emociones negativas
por una de las partes que tendía a ser seguida por un gesto de confianza por parte de
la otra persona.
La investigación de Hatfield y colaboradores indicó que las emociones pueden
transmitirse directamente de una persona a otra. La investigación sobre la
reciprocidad emocional, por otro lado, sugiere que las comunicaciones emocionales
en ciertas relaciones podrían producir, desde la otra parte, una comunicación
emocional que se corresponde. Si se asume que dichos procesos funcionan
bidireccionalmente, cualquiera de ellos podría llevar a una intensificación mutua de
la experiencia emocional ya que la emoción de una persona produce una emoción
más fuerte en la otra, cuya reacción emocional a su vez produce una
retroalimentación y refuerza la emoción en la primera y así sucesivamente. Es decir,
el lazo de retroalimentación tendería a producir una escalada en la intensidad de la
emoción en el curso de ciertos tipos de interacción. Por ejemplo una persona podría
responder a las expresiones afectivas de su pareja con muestras de agrado similares
y la pareja, a su vez, respondería con señales de reciprocidad. Las expresiones
mutuas llevarían a la emoción como un resultado directo de retroalimentación facial
o indirectamente a través de la evaluación de la actitud inferida del otro. En la
medida que la negociación de gestos continúe en un nivel automático, como una
función de contagio primitivo, por ejemplo, la experiencia de una persona podría ser
la de una experiencia emocional que aparece espontáneamente en lugar de ser el
resultado de la evaluación razonada acerca de la conducta de otra persona.
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Efectos de las emociones de otra persona en la interpretación de la situación
emocional
Las emociones ajenas no sólo representan productores de emociones de modo
directo o indirecto, sino que también contribuyen a la interpretación de la situación
compartida que a su vez podría influir en las reacciones emocionales para dicha
situación. Por ejemplo, Schachter (1959) encontró que quienes pensaban que serían
sometidos a una prueba en la que creían que recibirían descargas eléctricas
prefirieron esperar con quienes también pasarían por la misma situación en lugar de
esperar solos o esperar con alguien que se encontraba en una situación diferente y
más agradable. Uno de los participantes explicó esta preferencia en los siguientes
términos: “Quería esperar con otros para ver cómo reaccionaban mientras esperaban
hacer el experimento” (p.41). Schachter explicó que las situaciones desconocidas
evocan necesidades evaluativas sobre el propio estado emocional y la comparación
social con los demás al compartir el mismo destino contribuye a clarificar la
naturaleza de los sentimientos en cuestión: “En una situación novedosa, la situación
que produce la emoción, los sentimientos que se experimentan o deberían
experimentarse podrían no interpretarse claramente y podría ser necesario algún
grado de interacción social y comparación social para identificar correctamente el
sentimiento” (p. 26). Un modo similar de interpretación de tales efectos es sugerir
que la emoción de la otra persona produce una evaluación del objeto emocional que
ambos enfrentan y que proporciona una guía útil acerca de cómo uno debería
evaluarlo.
Las
reacciones
emocionales
de
los
demás
podrían
alentar
evaluaciones
complementarias y similares de la situación social. Por ejemplo, en un experimento
realizado por Zillmann, Weaver, Mundorf y Aust (1986), unos estudiantes
universitarios, hombres y mujeres, vieron una escena de la película de terror Viernes
13, parte III acompañados de un cómplice del investigador del sexo opuesto que se
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hacía pasar por otro participante y mostraba angustia, indiferencia o dominio de la
situación en respuesta al contenido de la película. Los participantes hombres
disfrutaron más de la película y mostraron mayor atracción hacia la mujer cuando
ésta mostraba angustia, mientras que las mujeres se sintieron más atraídas hacia sus
compañeros hombres cuando éstos mostraban dominio de la situación al dar
consejos que obviamente estaban dirigidos a la protagonista femenina de la película
acerca de cómo podía defenderse del asesino. Es decir, las respuestas tradicionales
para cada sexo hacia la parte de la película en la que se mostraba a una mujer en
peligro (miedo para las mujeres y dominio de la situación para los hombres)
alentaban un mayor disfrute del film y más atracción interpersonal. Incluso la
adopción del papel adecuado según el sexo por una de las partes en la interacción
tendía a llevar a la actitud emocional correspondiente en la otra parte; por ejemplo
un mayor dominio de la situación por parte del hombre llevaba a una mayor
angustia en la mujer.
Efectos sociales de la emoción
Las pruebas que se vieron en la sección anterior sugieren que la expresión de un
estado emocional en una persona a menudo lleva a la experiencia o la expresión de
una emoción similar o diferente en otra persona. Hasta aquí se enfatizó la primera y
más obvia consecuencia de este argumento y se dijo que las emociones ajenas
pueden contribuir al proceso causativo de la emoción. Sin embargo, esta conclusión
también lleva a la segunda consecuencia que sería que las emociones tienen efectos
interpersonales como así también causas, por ejemplo podrían influir las emociones
de los demás.
El primer punto a tener en cuenta al hacer esta conexión es que las reacciones
emocionales de las personas a nuestro alrededor son difíciles de ignorar y, a
menudo, parecen demandar algún tipo de respuesta interpersonal. Una razón
posible, en base a la teoría de la evaluación, es que las reacciones emocionales
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implican que el objeto de la emoción es de importancia personal y si algo es
importante para otra persona entonces existe la probabilidad que también sea
importante para uno. Al menos parece sensato tomar en serio los sentimientos de los
demás sobre el valor emocional de una situación. En realidad, una de las maneras en
las que la importancia personal potencial de un objeto o hecho pueda ser juzgado es
tomando en cuenta las reacciones de otras personas sobre el mismo (ver
referenciamiento social, Campos y Stenberg, 1981). Si alguien en una situación
similar a la que un sujeto está atravesando expresa temor, el sujeto siente que podría
haber algo a qué temer (Schachter, 1959). Del mismo modo, si todos alrededor de un
sujeto parecen estar bien por algo, el sujeto entonces sentirá bienestar. De modo
similar, cuando una persona se encuentra con un grupo de gente que está mirando o
señalando algo, es difícil no mirar en la misma dirección.
Sin embargo, no siempre hay coincidencia en las evaluaciones emocionales con los
demás. A veces, la emoción de otra persona exige una reacción precisamente porque
implica una interpretación de algún tema de importancia para las dos partes que no
se puede dejar pasar sin protestar o responder. Por ejemplo, alguien puede enojarse
por el enojo de otra persona, o por la depresión, el miedo, la vergüenza, la felicidad,
el amor o el odio en otra persona. Más aún, es posible responder al amor con odio o
incluso al odio con amor. En todos estos casos, la expresión por parte de otra
persona de una emoción particular promueve que se evalúe un objeto importante en
el ambiente social compartido que uno siente la obligación de disputar.
Así, no es simplemente el hecho de que las reacciones emocionales tiendan a
relacionarse a cosas importantes lo que lleva a las personas a estar atentas a las
emociones de los demás. Más exactamente, las emociones tienen significados
sociales particulares que contienen actitudes evaluativas hacia objetos intencionales
y dichas actitudes evaluativas podrían aceptarse o rechazarse por las otras personas
involucradas. En cualquier caso, si el foco de la evaluación es un tema de mutuo
interés, entonces será difícil dejar pasar una emoción que se expresa sobre el mismo.
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La expresión de la emoción por parte de una persona con quien uno está en contacto
podría darle importancia al objeto, incluso si antes no la tenía.
Esto implica que ninguno de los efectos interpersonales directos de la emoción
depende de que las emociones contengan valoraciones (Frijda, 1993), entonces la
expresión de la emoción pasa a ser una presentación pública de la evaluación y la
interpretación implicadas. Por ejemplo, si un sujeto se enoja abiertamente esto
incluye reclamarle a otra persona que ha violado sus derechos personales (Averill,
1982; Sarbin, 1986). La persona hacia quien va dirigido el enojo estará entonces
obligada a aceptar el reclamo o responder con otro reclamo, que podría expresarse
como enojo.
Funciones sociales de la emoción
Funciones interpersonales de la emoción
Si las emociones enuncian reclamos acerca de la definición de objetos o hechos en la
situación social compartida, entonces tal vez uno de los propósitos que tiene la
expresión de la emoción es realizar dichos reclamos o lograr los efectos
interpersonales indirectos que produce el realizar dichos reclamos. Es cierto que los
intentos de convencer a alguien de algo a menudo incluyen la expresión deliberada
de la emoción para evocar un tipo de reacción particular sobre un tema particular.
Desde la antigua Grecia, es bien conocido el valor de apelar a las emociones en la
retórica (Aristóteles, 1909). Por ejemplo, las referencias a las injusticias políticas están
tradicionalmente asociadas a un nivel superficial de indignación. De modo similar,
los entrenadores deportivos tratan de crear un espíritu de equipo apelando a
emociones relacionadas con la solidaridad y expresando la animosidad contra los
oponentes. Sin embargo, es posible que las funciones de las emociones cuando se
utilizan intencionalmente correspondan, en algunos sentidos, a la dinámica
interpersonal de pasiones aparentemente más espontaneas.
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Biglan y col (Biglan, Hops, Sherman, Friedman, Arthur y Osteen, 1985)
suministraron pruebas en relación con la funcionalidad interpersonal de las
muestras emocionales en contextos cotidianos. Los investigadores compararon las
interacciones de parejas para resolver problemas y compararon parejas en la que la
esposa sufría de depresión con otras en la esposa no sufría de depresión. Como se
esperaba, las esposas con depresión hicieron más demandas que aquellas que no
tenían depresión. El nivel de conducta agresiva de los maridos y las esposas estuvo
altamente correlacionado, lo cual es consistente con la idea de que en las discusiones
el enojo de una parte lleva a más enojo de la otra parte. En las parejas que tenían
problemas, la probabilidad de conducta agresiva por parte del hombre disminuía
luego de la conducta depresiva de su esposa, lo que apoya la idea que las demandas
depresivas sirven para reducir la agresión en la interacción. Asimismo, las
comunicaciones depresivas por parte de las mujeres tendían a reducirse después de
los comentarios agresivos de sus maridos, lo que sugiere que la agresión podría estar
motivada por un intento de reducir las demandas.
La base del diálogo evaluativo en estas interacciones disfuncionales parce involucrar
demandas y contrademandas sobre la relación en sí y las diferencias en la pareja. Las
demandas depresivas de la mujer servían en la discusión para enfatizar la presión y
la carga que ella debía soportar. Por otro lado, los comentarios agresivos del hombre
mostraban que la mujer era la culpable del estado en el que ella se encontraba y que
la situación no era tan mala como ella decía. Frente a esto, la mujer sólo podía
intensificar su muestra de angustia para reforzar su posición como víctima, no sólo
de la presión y la carga sino también de un marido que ahora la atacaba cuando se
sentía mal. Es fácil ver cómo las dos partes en una situación así pueden quedar
atrapadas en un espiral de creciente emoción negativa.
La funcionalidad dinámica de las manifestaciones emocionales durante las
interacciones fue descrita por Coyne (1976) en su trabajo sobre el desarrollo de la
depresión. El autor afirma que los síntomas depresivos son mejor interpretados
como parte de un sistema de relaciones sociales en lugar de expresiones de conflictos
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intra psíquicos de un individuo (ver también Gotlib y Colby, 1987). Coyne sugiere
que el tipo de retroalimentación social que produce la depresión confirma y exacerba
la visión negativa que estas personas desarrollan de ellos mismos y de sus
capacidades sociales. Es decir, las personas con depresión se comportan de un modo
que tiende a producir reacciones interpersonales que sostienen e intensifican la
depresión. El presupuesto básico de este análisis es que los síntomas depresivos son
mensajes enviados a otros en los que se pide la confirmación de que estas personas
son importantes para los demás. Desafortunadamente, el hecho de que dichas
confirmaciones son exigidas en lugar de ser espontaneas disminuye el valor de las
mismas para la persona que las pide y, entonces, ésta se siente obligada a renovar
las demandas depresivas en un intento frustrado de aclarar el estado actual de la
relación.
Si el análisis de Coyne es correcto, la descripción individual de la depresión nunca
podría ofrecer una imagen completa de cómo se produce el síndrome emocional o
cuál sería el mejor modo de tratarla (Coyne, 1982). Muchas de las variables más
importantes aparecerían cuando se observan las interacciones entre las personas en
la situación social en desarrollo. Obviamente, algunos de los efectos de estas
interacciones en la reacción emocional depresiva dependen del modo en que son
evaluados cognitivamente por el individuo, pero esto es solamente una parte del
proceso social en desarrollo.
Funciones interpersonales de la expresión emocional.
Varios estudios muestran que la conducta expresiva en las situaciones emocionales a
menudo se adapta a los demás en lugar de ser un reflejo espontaneo de la
experiencia interna. Por ejemplo, Kraut y Johnston (1979) observaron a escondidas a
jugadores de bolos desde dos puntos diferentes: desde el lado de los bolos y desde el
lado de los compañeros que estaban esperando su turno. La primera posición les
permitía a los investigadores ver la expresión facial inmediata del jugador según el
17
resultado del tiro cuando éste creía que nadie lo veía. Dichas respuestas deberían
haber reflejado la expresión espontanea de cualquier emoción privada. La segunda
posición de observación permitió a los investigadores registrar el comportamiento
no verbal específicamente dirigido a los otros jugadores que estaban esperando el
turno. Los resultados de este estudio muestran claramente que las demostraciones
faciales mas observables eran dirigidas al grupo de gente que apoyaban al jugador y
a los oponentes que las que se producían en respuesta directa al hecho mismo. Es
decir, el rostro parece cumplir la función de mostrar una evaluación emocional a
aquellos que están presentes.
Otra demostración de la función intrínsecamente comunicativa de la expresión facial
la proporcionaron Bavelas, Black, Lemery y Mullett (1986) quienes mostraron que el
tiempo y la coordinación de un sobresalto empático dependía de si podía mostrarse
a quien debía verlo. En un incidente simulado, al investigador se le caía un televisor
en el dedo ya lastimado y una persona veía todo esto. En la condición de
experimentación en la que el investigador estaba de frente al sujeto participante, la
reacción expresiva de este último tenía más contacto visual mientras que cuando el
investigador se daba vueltas inmediatamente después de la caída del televisor, el
sobresalto inicial del sujeto desaparecía. Es decir que este tipo de comunicación no
verbal está ajustada para ser lo más efectiva para el receptor deseado.
Chapman (1983) mostró pruebas de una serie de estudios que sugerían que la risa de
los niños en respuesta a material humorístico se ajustaba a las necesidades de
quienes estaban presentes. En general, los niños que veían solos dibujos animados se
reían menos que los que los que estaban mirando en grupos de cuatro o más. Sin
embargo, dichos efectos también dependen del comportamiento de otros niños y de
las relaciones existentes entre ellos. Por ejemplo, los niños mostraban que se
divertían más cundo estaban con un amigo que cuando estaban con un desconocido.
Del mismo modo, la risa era más notoria cuando un cómplice entrenado del
investigador se reía más o miraba al niño por más tiempo durante la presentación de
material humorístico (Chapman y Wright, 1976).
18
Buck, Losow, Murphy y Costanzo (1992) encontraron que la presencia de otros
puede facilitar o inhibir el efecto de una expresión emocional dependiendo del tipo
de estímulo emocional y de la naturaleza de la relación entre las personas expuestas
al estímulo. La presencia de un desconocido generalmente reducía la legibilidad de
las expresiones emocionales en respuesta a una serie de diapositivas mientras que la
presencia de un amigo incrementaba la legibilidad de las expresiones en respuesta a
diapositivas sexuales, pero disminuían la exactitud de juicio de agrado demostrado a
partir de diapositivas desagradables e inusuales. Desafortunadamente, lo que
implican los resultados es cuestionado ya que los investigadores no pudieron
informar sobre los efectos de la presencia de desconocidos y de amigos en emociones
auto informadas, centrándose solamente en la exactitud relativa de los juicios
expresivos. Una posible interpretación es que la naturaleza de la situación emocional
era determinada, al menos en parte, por la interacción entre quienes veían las
diapositivas, los amigos brindaban seguridad y distracción cuando se presentaba
material desagradable pero también alentaba el disfrute del material agradable. Los
desconocidos, por otro lado, eran un estímulo que competía con el de las
diapositivas y esto reducía los niveles generales de reacción. En términos generales,
es importante recordar que las personas no solamente son público pasivo para la
emoción sino que además comunican y esto, a su vez, puede producir respuestas
emocionales.
Fridlung (1991) mostró que no es necesario que los demás estén físicamente
presentes para que sirvan como público implícito para las manifestaciones
expresivas. Simplemente al imaginar a alguien como receptor potencial del mensaje
evaluativo aumenta la intensidad de la reacción facial. En el estudio, los
participantes veían una película en privado, pero bajo tres diferentes condiciones
sociales implícitas. Las reacciones faciales fueron más débiles cuando los
participantes estaban realmente solos, las reacciones fueron fuertes cuando los
participantes llegaban acompañados por un conocido y se les decía que esta persona
estaría haciendo otra tarea cerca, y las reacciones fueron más fuertes aún cuando se
19
les dijo que este conocido que los había acompañado estaban mirando la misma
película simultáneamente en otro cuarto.
Lo que se describe en esta sección sugiere que las expresiones faciales dependen más
de funciones comunicativas que expresivas y además que la función expresiva
depende de las condiciones sociales implícitas. Es decir, las manifestaciones privadas
y aparentemente espontaneas de emoción podrían estar dirigidos a un público que la
persona imagina y así podrían darse en el desarrollo del sujeto en un segundo lugar
con respecto al fenómeno principal del proceso comunicativo.
Funciones culturales de la emoción
Averill (1982) afirmó que las emociones constituyen roles sociales transitorios
suministrados por la cultura para lidiar con situaciones en las que las normas para la
acción se encuentran en conflicto. Por ejemplo, en la sociedad occidental, las normas
convencionales sobre asertividad pueden contradecir los principios aceptados de no
agresión: por un lado, se supone que las personas piden justicia al demandar un
resarcimiento por un delito; y por otro lado, se alienta a las personas a que no hagan
daño a los otros. Estas dos prescripciones culturales son dispares en situaciones en
las que una persona insulta a la otra. Se puede pensar que quien no responde al
insulto es débil, o se puede pensar que si alguien responde es agresivo. Para Averill,
la solución para este conflicto cultural está dada por la existencia del papel a corto
plazo que posee la ira. La ira es interpretada por convención como una respuesta
involuntaria y parcialmente incontrolable, lo que habilita a la persona enojada a
desligarse de la responsabilidad de lo que haga en ese momento.
A primera vista, el análisis de Averill parece poder aplicarse en los casos de emoción
negativa, pero la descripción que el autor hace del amor (que generalmente se
considera como positivo) corrige dicha impresión. Averill (1985) sostiene que el
amor surge como una función del respeto y la negligencia simultáneos por parte de
20
la sociedad hacia el individuo. Parte del significado del amor es una idealización del
ser amado y recíprocamente de uno mismo, proporcionando un medio de preservar
la autoestima (según lo exige la sociedad) dentro de un sistema que típicamente
dedica poco tiempo o dinero para las necesidades individuales. Averill también da
cuenta de la esperanza (Averill, Catlin y Chon, 1990), la pena (Averill y Nunley,
1988) y del miedo (Averill, 1987) como roles culturalmente constituidos.
Por supuesto, no todas las emociones tienen lugar en respuesta a los conflictos de
normas que son exclusivamente originadas en la cultura. Aunque las expectativas de
las personas sobre la conducta adecuada dependen hasta cierto punto de las
presuposiciones sociales e institucionales, también se negocian y renegocian los
derechos y las obligaciones en las relaciones cotidianas y pueden aparecer dilemas
de un modo similar a partir de estas reglas y estos papeles más locales.
Otra visión de de las emociones como resultado de roles la da Sarbin (1986) en un
análisis que hace un uso más explícito de la metáfora teatral de la vida. Sarbin
sostiene que las personas intencionalmente adoptan roles emocionales con un
objetivo retórico para desarrollar las propias narrativas. En otras palabras, al
emocionarse, las personas se ajustan a un guión cultural para realizar demandas
acerca de su propia identidad. De acuerdo con Sarbin, los roles emocionales derivan
de los mitos, las leyendas y el conocimiento común no articulado que son la base de
la vida cultural. Las personas adoptan dichos roles cuando hay una coincidencia
entre lo que implica la identidad propia y la historia de vida actual propia. En
niveles bajos de compromiso, esta actuación se experimenta exactamente de ese
modo, como el paso de una emoción a otra desde un punto de vista determinado.
Sin embargo, cuando el individuo posee un gran interés en un determinado asunto,
el papel de la emoción va a ser actuado con una absorción total. Por ejemplo, cuando
las personas se enojan por algo que les parece importante, enfatizan la preocupación
a través de la postura, la expresión facial y en la intensidad de las acciones. En tales
niveles de participación, la emoción se ve como dictada por la situación más que
como producto de la intención del actor. Al adoptar el rol de este modo, el actor es
21
capaz de dar a entender que el objeto de la emoción le interesa mucho. De acuerdo
con Sarbin, una vez que la participación en el papel es lo suficientemente profunda
para expresarse con el cuerpo, las reacciones de origen interno ganan fuerza y pasan
a estar controladas por el corazón y se convierten convertirse en una pasión.
Una de las limitaciones posibles de la perspectiva funcionalista cultural ofrecida por
Averill y Sarbin tiene que ver con el énfasis explicativo que ambos autores colocan
en la agencialidad individual al dar cuenta de la adopción de los roles emocionales.
En defensa de esto, la idea de que las emociones son deliberadas e intencionales
(Solomon, 1976) surge en parte como un intento de rechazar la concepción simplista
de la emoción como algo de lo que la persona es víctima, y ambos teóricos ofrecen
explicaciones convincentes de cómo este “mito de las pasiones” podría haber
surgido (como un resultado de una justificación post hoc para las acciones que deben
ser sancionadas de acuerdo con la descripción de Averill, o dependiendo de la
fuerza que tenga la participación corporal en el tema emocional, en el caso de
Sarbin). Sin embargo, la visión alternativa que tienen los autores acerca de que las
personas asumen conscientemente roles emocionales parece igualmente restrictiva.
En muchos casos, la emoción surge en el diálogo de una interacción en desarrollo
(Hermans, Kempen y van Loon, 1992) como una función de lo que podría ser
llamada cognición distribuida o socialmente compartida (Resnick, Levine y Teasley,
1991). La actuación de los episodios emocionales está guiada en el mismo momento
por la disponibilidad ofrecida o negada por los otros en las acciones en desarrollo
(Baron y Bondreau, 1987), que a su vez se coordinan mutuamente con la
presentación que el actor hace de sí mismo.
Para sintetizar, aunque haya ocasiones en las que los roles emocionales que provee la
cultura son actuados deliberadamente, éstos no agotan la amplia gama de
posibilidades emocionales. Las emociones muchas veces surgen de intereses
interaccionales más locales y son formadas a partir de negociaciones mutuas como
así también de intenciones originadas individualmente. De este modo, la emoción
sirve a propósitos comunicativos amplios más que a funciones culturales reducidas.
22
Constitución social de la emoción
En las secciones previas se intentó mostrar que los fenómenos emocionales están
rodeados de variables sociales. Las personas, presentes o no, influencian la aparición
de la emoción en un sujeto y su expresión interpersonal; la emoción tiene efectos
interpersonales directos e indirectos; y la expresión de la emoción sirve a funciones
específicas interpersonales y culturales. En la presente sección, se toma el mismo
análisis en un nivel superior para exponer que este conjunto de factores sociales
constituye, en muchos casos, la esencia de los procesos emocionales.
Las emociones como comunicaciones
Desde nuestro punto de vista, muchas emociones podrían verse como modos de
comunicación de evaluaciones. Las investigaciones realizadas por Fridlund (1991),
Kraut y Johnston (1979) y Bavelas y colaboradores (1986) que se trataron más arriba
sugieren que las expresiones emocionales tienen la intención de ser actos
comunicativos dirigidos a otra persona en lugar de ser simples reflejos directos de
un estado mental. La interpretación corriente de estos hallazgos es que las personas
experimentan
de
modo
privado
la
emoción
y
a
menudo
la
expresan
espontáneamente pero que la mayor parte de la variación en la conducta no verbal
de la vida diaria se explica por su funcionalidad interpersonal (ver Jones y Raag,
1989). Desarrollando este punto, puede decirse que las emociones en sí mismas son
síndromes de acción y disponibilidad para la acción que a menudo son dirigidos
intrínsecamente hacia un público determinado. Creemos que no existe una parte
interna y misteriosa en la emoción que permanece aislada de sus modos de
expresión (Wittgenstein, 1953); en lugar de ello, experimentar una emoción implica
la presentación de la valoración de algo a un público particular (incluso si dicho
público está internalizado y es imaginario). Las emociones realizan una demanda
acerca de los significados personales de un tema de interés mutuo potencial en el
contexto de una relación en desarrollo. Las personas experimentan una emoción
23
para notificar a un público que deben prestar atención a un tema de nuestro interés y
comportarse de acuerdo con la posición evaluativa transmitida con respecto a dicho
tema.
La teoría de la evaluación (Lazarus, 1991) ha proporcionado una caracterización útil
de los temas relacionales centrales que se asocian con diferentes emociones. El
enfoque actual toma dichos temas para representar el contenido comunicativo
consensualmente aceptado de la adopción de posiciones emocionales especificadas
culturalmente en la interacción. En lugar de definir necesariamente cómo una
situación debe conceptualizarse antes que alguien reaccione por medio de una
emoción, lo que sostenemos es que dichos temas caracterizan lo que la persona que
experimenta la emoción está comunicando acerca del objeto de la emoción y qué
efectos debe tener la manifestación de la emoción en su púbico específico. El análisis
de los puntos del cuestionario utilizado para enumerar temas relacionales centrales
revela que los mismos muchas veces en realidad expresan este tipo de mensaje
interpersonal de un modo muy claro.
Por ejemplo, Smith y Lazarus (1993) afirman que la ira se define por el tema
relacional central de la culpa de otro que es evaluada utilizando los siguientes
enunciados relacionados con uno mismo: “Me engañaron”, “Alguien tiene la culpa
de la mala situación en la que estoy”, etc. En nuestra opinión el contenido de la ira
está mejor expresado por las acusaciones en segunda persona: “Vos me engañaste”,
“vos sos el culpable de la mala situación en la que me encuentro”, dirigidas a
aquellas personas que son el blanco de la ira. En verdad, estas son algunas de las
expresiones que alguien podría decir (con el tono de voz y la postura corporal
correspondientes) cuando esa persona se enoja y se enfrenta con quien está enojado.
Por supuesto, esta persona no necesita estar presente físicamente pero para poder
representar
el papel de una de las partes en un diálogo imaginario interno la
persona debe tener la experiencia de haber estado enojado con alguien que sí estaba
presente. De cualquier modo, el propósito de la emoción es en primer lugar hacer
24
que el culpable asuma que violó los derechos de quien está enojado y que ofrezca
algún tipo de reparación en circunstancias en las que sirve apelar a la razón.
En el cuadro 1 se ve una presentación preliminar de temas relacionales centrales
para diferentes emociones en términos del enfoque comunicativo. En lugar de
asumir que las diferentes emociones necesariamente dependen de interpretaciones y
evaluaciones previas específicas, las caracterizamos en el cuadro como aquello que
expresa significados interpersonales particulares que se traducen de modo
aproximado en imperativos lingüísticos o en enunciados performativos con fuerza
ilocucionaria de orden o pedido (Austin, 1962). Por ejemplo, estar enojado o
deprimido es un modo de comunicar socialmente un pedido de consuelo o
tranquilidad sobre alguna situación (Coyne, 1976).
Temas de evaluación y objetivos comunicacionales correspondientes que
caracterizan a cada emoción
Emoción
Tema relacional central
Objetivo comunicativo
Ira
Culpa de otro
¡Tómame en serio y respétame!
Miedo
Peligro
¡Ayúdame, protégeme!
Culpa
Culpa propia
¡Perdóname!
Felicidad
Éxito
¡Celebremos!
Esperanza
Potencial de éxito
¡Sigamos intentando!
Amor
Deseo o participación afectiva
¡Sé mi aliado! ¡Seamos amigos
íntimos!
Orgullo
Tristeza
Aumento de la identidad del ¡Ajusta tu opinión sobre mí de
yo al asumir un logro
acuerdo a mis logros!
Pérdida irrevocable
¡Consuélame!
Nota: Temas relacionales centrales adaptados de Lazarus (1991) y Smith, Haynes, Lazarus y Pope (1993)
Por supuesto que no es nuestra intención decir que las emociones se adoptan para
intencionalmente expresar evaluaciones en todos los casos. En lugar de ello, cuando
la ira expresada por la emoción es intensa y muy importante para la identidad social
25
de la persona (Turner, Hogg, Oakes, Reicher y Wetherell, 1987), la reacción tenderá a
ser experimentada como completamente forzada por la situación (Sarbin, 1986). No
es la intensidad de un sentimiento interno lo que parece sobrepasar a la persona en
circunstancias como esta sino el hecho de que algo tan importante para la persona la
involucre. Incluso en estos casos de pasión no premeditada, el objetivo de la emoción
es comunicar la evolución para un público determinado.
Asimismo, los objetivos sociales que motivan la emoción en el aspecto comunicativo
no se formulan necesariamente dentro de la conciencia individual, sino que podrían
surgir de las negociaciones interpersonales que se llevan a cabo en un nivel verbal y
no verbal, o derivan de presuposiciones institucionales y culturales más generales. A
menudo la estructura específica de un episodio emocional no está determinada
simplemente por las decisiones personales, conscientes o inconscientes, sino que
también se determinan por propiedades emergentes de la relación como una unidad
según está formulada dentro del marco de un contexto cultural más amplio. Las
acciones comunicativas de las personas podrían estar formadas en parte por los
textos verbales y no verbales que actúan en lugar de ser lo contrario. La idea general
de esta conclusión es que es necesario considerar al comunicador, al destinatario y al
contexto sociocultural para poder comprender completamente el proceso emocional
y que los modelos cognitivos o fisiológicos pueden dar cuenta parcialmente de los
fenómenos.
El público internalizado
Hemos sugerido que el escenario principal para la emoción es la situación
interpersonal en la que alguien demanda algo sobre la importancia personal de un
objeto intencional para influir sobre la conducta de una persona específica hacia
dicho objeto. De este modo, las emociones se ajustan al público al que se dirigen. Sin
embargo, también es cierto que las emociones pueden tener lugar cuando las
personas están solas. El enfoque que se presenta considera estas instancias de
26
emoción como derivadas de experiencias interpersonales primarias y, como tales,
adaptadas a un público internalizado (Fridlung, 1991), incluso si este público sólo
toma la forma de otro generalizado (Mead, 1934). Es decir, a menudo la forma que
toma una emoción que se experimenta en privado es el ensayo interno de algo que
una persona le diría a alguien en particular o a la gente en general (en un tono de
voz particular y con las expresiones y gestos correspondientes).
Los diferentes públicos internalizados o imaginarios también tienen un impacto en la
vida emocional en situaciones en las que las personas no están solas, dando cuenta
de la experiencia diaria de discrepancia entre lo que se expresa y lo que realmente se
siente. Por ejemplo, en ámbitos de trabajo, si una persona no demuestra entusiasmo
por las tareas asignadas podría reflejar que no le gustaría que un público
internalizado considere que toma en serio unas tareas rutinarias y superficiales que
dicho público despreciaría (Goffman, 1959; Hochschild, 1983).
El presente enfoque da cuenta de las disyuntivas entre los aspectos expresivos y
experienciales de la emoción al considerar la dinámica interpersonal y la dinámica
interna del grupo. Tales discrepancias a menudo son causadas por dilemas
relacionados con la presentación de la propia persona (Fleming, 1994) en la que los
beneficios sociales potencialmente disponibles como resultado de realizar la
demanda emocional parecen ser sobrepasados por los requerimientos de roles
alternativos o por temas más generales en relación con la propiedad social. La
diferencia principal entre este enfoque y el enfoque tradicional intra psíquico es que
aquí lo que se experimenta deriva de la experiencia social previa en lugar de ser el
fenómeno primario mismo. Es necesario, en primer lugar, saber cómo sentir una
emoción al expresarla en público antes de llegar a la fase en la que se siente una
emoción privada y no se la demuestra. De modo similar, está claro que una persona
solamente aprende a hablar consigo mismo sobre la base de la experiencia de
conversaciones interpersonales reales (Vygotsky, 1986).
27
A pesar de estos argumentos en contra de la esencia privada de la emoción, se debe
admitir que ciertas reacciones que contribuyen a la expresión y a la experiencia
emocional son automáticas y generalmente no responden a las variables sociales ya
que tienen lugar de un modo demostrativo incluso si la persona está sola sin ningún
tipo de público potencial. Por ejemplo, los hechos repentinos y sorprendentes a
menudo causan automáticamente que la persona se sobresalte. Sin embargo, el
reflejo de sobresalto, aunque aparezca claramente en el rostro, no es en sí mismo una
emoción (Ekman, Friesen y Simons, 1985) y, así, estos fenómenos no deberían llevar
a pensar que las condiciones tales como la ira, la vergüenza, el amor o el odio a veces
aparecen espontáneamente sin conciencia social.
Los orígenes evolutivos de las emociones
Desde los enfoques individuales de la emoción a menudo se asume que los patrones
de respuesta relevantes están predeterminados en los sistemas neuronales ya al
nacer (Izard, 1977). Sin embargo, las pruebas evolutivas demuestran que los modos
de ajuste social en lugar de ser emociones instintivas como tales forman lo que se
hereda de las expresiones emocionales tempranas y que brindan mayor apoyo para
un modelo comunicativo. Por ejemplo, los niños prefieren los rostros humanos a
otros tipos de estímulos (Fantz, 1965). De modo similar, parece existir una tendencia
pre programada en los recién nacidos a imitar las expresiones faciales de aquellos
con quienes interactúan (Meltzoff y Moore, 1977). Las expresiones vocales también
parecen producir respuestas constantes a una edad temprana (DeCasper y Fifer,
1980; Simner, 1971). Además, los bebés son capaces de detectar directamente si su
conducta expresiva se encuentra coordinada en todo momento con el adulto
(Murray y Trevarthen, 1985). Finalmente, existirían ciertos patrones de interacción
física entre el niño y el adulto que son lo suficientemente frecuente como para pensar
que podrían estar preparados biológicamente. Por ejemplo, cuando un bebé se aleja
del adulto puede ser que represente una versión temprana de una reacción de miedo
28
primitiva, si el bebé empuja hacia el lado contrario podría ser la base de la ira, y el
contacto interpersonal cercano en un diálogo interactivo podría ser la base para el
amor (de Rivera, 1984). De este modo, una gran parte de las variadas respuestas
emocionales adultas podrían derivar directa o indirectamente de la comunicación
interpersonal en las etapas tempranas de la vida.
La importancia emocional del medio social y físico también deriva de la
comunicación coordinada del niño y del adulto. Por ejemplo, los bebés aprenden
acerca de la importancia afectiva de los objetos y de los hechos como un resultado de
los procesos de referenciamiento social en el que perciben las señales no verbales del
adulto para determinar si cierto espacio no explorado es seguro o no (Campos y
Stenberg, 1981).
En general, el desarrollo de la comprensión emocional depende del establecimiento
de una posición actitudinal mutua hacia un foco de atención en común (Hobson,
1993). Así, las emociones se ajustan a los objetos intencionales en el exterior además
de ajustarse a los aspectos de las relaciones experimentadas intersubjetivamente
(Trevarthen, 1992).
Posteriormente, durante el desarrollo, los modos más complejos del funcionamiento
emocional derivan también del aprendizaje interpersonal inicial. Por ejemplo, Harte
y Whitesell (1989) mostraron cómo las primeras ideas infantiles acerca del orgullo y
de la vergüenza dependían de que otras personas estuvieran orgullosas o
avergonzadas de los niños y sólo más tarde eran capaces de aplicar los conceptos
emocionales a ellos mismos. Además, las experiencias más tempranas del orgullo y
la vergüenza tendían a estar relacionadas con que haya un público físicamente
presente y que sólo después se internalizaban. Se le preguntó a un niño de nueve
años si era posible sentir vergüenza cuando nadie estaba mirando y respondió:
“Bueno, puedo sentir vergüenza de mí si mis papas no me ven, pero seguro que me
ayudaría a sentir vergüenza si ellos me ven” (p. 96).
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Conclusión
El tema central del presente trabajo ha sido que la emoción no constituye solamente
un significado privado que indirectamente surge en el mundo social sino que es algo
que emerge directamente a través del medio de interacción. Los factores
interpersonales son típicamente las causas principales de la emoción, y las
emociones llevan a las personas a implicarse en ciertos tipos de encuentro social o a
alejarse de tales contactos interpersonales. La mayoría de las emociones poseen
significado relacional en lugar de personal (de Rivera, 1984) y la expresión de dichos
significados en una interacción emocional tiene funciones interpersonales específicas
dependiendo de la naturaleza de la emoción. En resumen, la emoción es
completamente social. Su base fundamental en muchos casos es una forma de
comunicación.
Bibliografía
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